Depósito Legal: Z 67- 2002 ISSN: 1578-9373
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Depósito Legal: Z 67- 2002 ISSN: 1578-9373
Caminos de Pakistán , nº2, marzo-abril de 2002 www.caminosdepakistan.com Creación Literaria. © José Ramón García Rueda, 2002
JOSÉ RAMÓN GARCÍA RUEDA
Der Reflex des Buches
La imagen que le devolvía aquel espejo no era la suya. Se miró el pecho, los brazos, las manos, las piernas, los pies. La herida aún seguía allí. Se tocó los codos, el culo, los talones. Se desvistió completamente y le mostró la espalda desnuda al espejo. No reconocía su reflejo. No había ninguna diferencia clara, simplemente sabía que no era su cuerpo. Dudaba pero la espalda y sobre todo aquel rostro no eran suyos. Esos ojos y esas facciones no le pertenecían. Era una especie de réplica de sí mismo, de copia casi exacta. Pensó que aún no se había despertado del todo, que quizás estuviera en una semivigilia, sonámbulo en el baño, frente al espejo. Se lavó la cara legañosa con agua helada. Cerrando los ojos sintió cómo mil agujas se
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le clavaban en las mejillas. Lentamente los abrió, respirando profundamente, enfrentándose a su espejismo. Hacía mucho que no visitaba a sus tíos. Ellos le habían criado, desde muy pequeño se había quedado huérfano. Cuando llegó al asilo los dos veían caer las hojas en el silencio del jardín. Los notó mas viejos, más cansados. Su voz, a pesar suyo, sonó sombría. ¿He cambiado?. Les dio un beso y se alejó desconsolado. Sus tíos no le habían reconocido. Perturbado y con la cabeza pesándole cada vez más, se pasó el día andando entre la gente, aturdido, deambulando por la ciudad, enajenado, sin ningún rumbo, meditabundo, esperando que le saludaran. Cuando llegó Otto encontró la puerta abierta. Le había llamado en mitad de la noche. Dormido, había tardado en reconocerle y cuando lo hizo, no le entendió nada ni le dio tiempo a contestarle. Solo sabía que estaba muy nervioso y asustado. Entró hasta el dormitorio, el silencio lo cubría todo. Se acercó. Tras la cama un velo de oscuridad y una capa de sollozos dejaron entrever la figura de un hombre derrotado, acurrucado como un niño, tapándose la cara con la palma de las manos. Pero, ¿Qué te pasa? Por fin has llegado, ¿Me reconoces?. Pero que tonterías estás diciendo claro que te reconozco, eres mi mejor amigo, nos conocemos desde niños, Pero tranquilízate. Mientes, por favor, no me mientas. No te miento, eres Oficial de propaganda de la Reichswehr, te hirieron en la guerra y esta es tu casa desde hace siete años, pero ¿qué te pasa?.Calla, tú eres el que no dice nada . Vamos, tranquilízate, échate en la cama, te traeré un vaso de agua. No quiero descansar, me parece que he estado dormido toda mi vida, cada minuto que pasa me extraño más y más. Vamos, estás muy raro, si es la crisis de los treinta, todos cambiamos con la edad, es verdad que ya no somos críos pero todavía podemos dar mucha guerra. No lo entiendes, mi cuerpo no es mi cuerpo, sabes lo que es sorprenderte de poder mover un dedo, mira mi espalda y... espera, espera –sacó apresuradamente del cajón una pequeña grabadora-, escucha y di si esta es mi voz, la he grabado esta noche, antes de llamarte: «El que habla soy yo pero esta no es mi voz», No ves, no es mi voz, se parece pero no es y si todo esto te parece poco, esta tarde he ido a ver a mis tíos y no me han reconocido. Deja de decir sandeces, sabes perfectamente que padecen alzheimer, y lo de que no reconozcas tu voz es normal, le pasa a todo el mundo, el aparato no puede recoger la resonancia interna de tus cuerdas vocales dentro de tu cuerpo, ni siquiera tú, ahora, mientras me hablas, eres capaz de reproducir tu voz como la oyes, jamás nadie ha podido escuchar tu verdadera voz, Lo de tu espalda, vamos, dime cuantas
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veces en tu vida la has visto, como mucho en alguna foto, nadie le da la espalda a un espejo, seguramente yo te habré visto más la espalda que tu mismo, es normal que no te reconozcas por detrás, Todo lo que me has dicho hasta ahora lo puedo decir yo y no por eso me extraño ni me vuelvo loco. Tienes razón, lo mismo sucede contigo, tampoco te reconozco, ya no eres Otto, mi mejor amigo. Irremediablemente necesitaba la presencia de alguien que aceptara su diferencia y eso implicaba reconocerla. Otto no había sido capaz de ver los cambios sutiles que se habían producido en su cuerpo. Pronto se volvería completamente loco. Nunca supo exactamente si la llamada que recibió aquella tarde fue un interés verdadero de Alina o una preocupación sembrada por Otto. Sin saber por qué ni cómo quedó con ella en un pequeño Café de la calle Burdeos, en realidad, su Café, el de ambos, el Café en el que habían desayunado cada mañana cuando las mañanas
eran
reconocimiento,
prendimiento
del
cuerpo
ajeno.
Sí,
todavía
recordaba el dulce despertar a través del cosquilleo de los delgados dedos de Alina. Todavía recordaba la suave piel de su cuerpo. Llegó un poco antes de la hora. Estaba incómodamente nervioso. En cada cara que veía tras la cristalera creía distinguir la cara de Alina. Era imposible que pudiese saber cual era su actual imagen, hacía ya más de un año que no la había visto. De todas formas nada de esto le preocupaba. Temía inmensamente que no le reconociera. Apareció con media hora de retraso. Era igual a como la recordaba, el pelo corto negro, la piel aceitunada y aquella figura que pedía protección a gritos. Vio que sus ojos le buscaban por las mesas y fue incapaz de hacer ningún signo, de llamarla. Sin embargo no se pudo resistir a esa sonrisa que inunda, le devolvió otra sonrisa y ella se acercó. Hola, perdona por el retraso, Cuánto tiempo ¿verdad?, Has cambiado. Tú también Alina. No teníamos que haber dejado que pasara tanto tiempo. Tienes razón. Apenas podía atender a lo que le decía. Respondía a duras penas con monosílabos. Sólo sabía una cosa, no la dejaría escapar de nuevo. Aquella misma noche volvieron a encontrarse. Después de dos años aún recordaba cada recoveco. Se unieron, se abandonaron y por fin se quedaron dormidos.
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Cuando despertó pensó que seguía soñando. Te quiero. ¿Cómo lo has adivinado?, pensaba que seguías dormido. Nunca he olvidado la forma que tienen tus dedos de trazar sobre mi piel, sigue escribiéndome. De acuerdo pero recítame las letras que acaricio, también quiero sentirlas. La a, la x, la o, la l, la o, la t, la l. Y ya no resistieron más letras, porque con cada una de ellas se tocaban y escuchaban y crecía en cada uno de ellos una voluptuosidad incontrolable. Se amaron sin medida. Se recorrieron durante días, sin salir de casa, sin salir de la cama. No comieron ni bebieron, se nutrían de sexo. Se leyeron y releyeron, se escribieron y reescribieron. Poseyendo cada caricia, atrapando cada sonido, vivieron de sexo. Aislados de todo y de todos, sólo existían ellos. Sabes por qué quise regresar contigo, Alina, Porque nada más verte, aquella tarde en el que fue nuestro Café, me reconocí en tus ojos, Me tienes dentro, al que fui y al que he vuelto a ser, Cada mañana, cuando despierto, me reflejo en ese mar miel turquesa que tienes y el reflejo me devuelve mi yo, el que había perdido, No lo sabes pero me has salvado, me has rescatado del abandono, Por eso te quiero suplicar perdón por haberte abandonado, no acepté que fueras judía, pero cambiaré, te quiero, Alina. El amor intenso se transformó en amor sereno. Otro tipo de amor, diferente pero igual de placentero. Prorrogaron lo máximo posible la separación. Él logró librar con una baja falsa. Ella, a las dos semanas, volvía a la confitería, a usar sus dulces manos. Una noche Alina regresó más tarde. A la mañana siguiente cuando buscó sus ojos, él ya no estaba allí, estaba el otro. La arañó, la golpeó, la maldijo y maldijo a los de su raza, la echó de casa. Cuando Alina se atrevió a volver a casa, había pasado ya una semana, encontró la puerta abierta y el piso lleno de policías. Otto estaba allí. Le explicó que había desaparecido. En su lugar habían encontrado un musulmán, árabe o turco, bañado en sangre, tirado en el suelo del baño, un agujero en la mano que le llegaba al hueso, una inscripción ilegible en el pecho: Ö 2ÝßÝ OÈ UT, en el estómago una cruz de hierro, tenía los párpados cosidos. No recordaba nada. A veces le venían imágenes como de un mal sueño. Pasaba la mayoría del día sedado. La realidad y la alucinación eran una y Alina le traía un bombón que le enviciaba, Otto le exhortaba sin palabras, se veía a si mismo arañándose, la enfermera fumando le despertaba.
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Cuánto tiempo pasó así. Años. De todas formas la recuperación fue bastante rápida. Las heridas estaban cicatrizadas, casi podía mover los dedos perfectamente, había recuperado la vista parcial en los dos ojos y aunque no podía hablar ya comía asquerosas papillas. Estaba en un hospital de tercera, para pobres y marginados. El sanatorio se despedazaba, los pocos pacientes apenas recibían atención y comida. No recordaba haberse lavado desde que había recuperado la conciencia y veía su piel oscura y sucia. Las noches eran insoportables, los lamentos y los gritos no dejaban conciliar el sueño. Muchas veces un enfermo había muerto y lo habían dejado allí, en la misma cama, durante varios días. A las pocas semanas, cuando pensaba que todo el mundo le había olvidado, recibió la visita de Otto y de dos hombres que no conocía. ¿Qué tal el señor?, ¿Disfruta de su recuperación?, ¿Es atendido como se merece?. La alegría que sentía al principio, al saberse por fin liberado de ese infierno, se había convertido en perplejidad al notar la ironía que empleaba Otto en sus preguntas. ¿Qué pasa?, ¿Se te ha comido la lengua el gato?. Intentaba contestarle, preguntarle a que venía ese comportamiento, pero sólo podía prorrumpir en cortos sonidos guturales. Todavía le dolía la garganta. Otto vio que se llevaba las manos al cuello. Así que no puede hablar, el señor, aún esta malito, Pues lo siento, pedazo de mierda, pero ya nos hemos cansado de esperar, Así que más vale que comiences a responder, ¿Quién eres?, ¿Qué hacías allí?. No entendía nada, luchaba por poder hablar pero era imposible. Tu silencio me desespera, Lo quería hacer por las buenas pero tu me obligas, Chicos me parece que tendremos que ir a bucear, a ver si así no tiene la garganta tan seca. Lo cogieron por los flacos brazos y arrastrándolo se lo llevaron, ni siquiera tenía fuerzas para andar. Lo condujeron hasta una gran habitación en la misma planta, completamente vacía, tan solo con una bañera en el centro. Lo pusieron de rodillas y entonces recordó todo. Vio su tatuaje en el pecho. El reflejo del agua le rizaba lo que fue su fino pelo, le ennegrecía lo que antes era melena rubia y piel clara y sus ojos azules, ahora, estaban negros. Horrorizado le metieron la cabeza en el agua. Mientras perdía el oxígeno y la vida, pensaba que aún se podía salvar. Lograría hablar para sobrevivir. Les explicaría que aunque pareciese imposible, él no era él, era otro, un sucio árabe para más inri, pero les demostraría que era él, les daría datos, mi padre era una
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aduanero austríaco, hice estudios artísticos en Viena, luego fui pintor en Munich, me alisté en el ejército con veinticinco años, me hirieron y gasearon durante la guerra,... Primero llenó los pulmones de aire, casi reventándolos, y con las pocas energías que le quedaban intentó hablar. Yo no soy éste. Pero esto sólo lo escuchó en su cerebro. Otto se había enojado. Escoria, no hables árabe, esa lengua de ratas me produce asco, dirígete a mí en alemán. Vamos, reconoce que eres un espía, que buscabas información, Volved a sumergirlo. Toda la noche se pasaron en aquella habitación. Quería hablar pero cada vez que lo intentaba era peor. No comprendía como no era capaz de expresarse en alemán. Pensaba en alemán, veía la frase escrita en alemán pero cuando pretendía articular una palabra sólo se pronunciaba en árabe. Acabó
desesperado,
deseando
la
muerte.
Sus
torturadores
eran
terriblemente expertos y cuando por fin creía que abandonaba esa pesadilla, le reanimaban para poder seguir. Despertó en un tren de mercancías, hacinado en un vagón. Nunca olvidará aquel largo viaje. Murieron a su lado niños asfixiados, hubo viejos que sucumbieron de
hambre,
agonizaron
mujeres
deshidratadas,
algunos
peleando
fueron
asesinados. Cada día iban cayendo y con cada muerto caía una esperanza. Renegó del que fue y de su raza. Cómo habían sido capaces sus compatriotas de crear tal aberración, Cómo habían podido creer en la superioridad aria, Cómo podían seguir a un demente. El viaje terminó en un campo de concentración. Salió cegado, encorvado, vacío. Puede que fuera una alucinación pero entre la muchedumbre que se movía lentamente le pareció distinguir el rostro de Alina. No podía llegar hasta ella pero la llamó. No hizo caso a las amenazas de los soldados siguió gritando. Antes de perder el conocimiento, mientras le golpeaban con el fusil, Alina giró la cabeza hacia él pero los ojos de Alina ya no miraban. Cuando se recobró, estaba atado a una cama de metal. Un doctor le acababa de poner una inyección. Hola, querido amigo, has tenido mucha suerte, Al general no le gusta la gente conflictiva y tú pareces uno de ellos, Pero no sólo eres afortunado porque vayas a morir antes que el resto, tu destino va a ser digno, envidiable diría yo.
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Con un bisturí empezó a rajarle el pecho, conteniéndolo en un gran cuadro. Intentó moverse pero su cuerpo estaba paralizado. No sentía dolor. No sufras, te he anestesiado localmente, es más entretenido, así tengo alguien con quien hablar mientras trabajo, Como ves hemos tenido que borrar tu extraño tatuaje -Se miró y vio una gran mancha roja en donde antes estaban las letras- no puede haber ninguna imperfección en tu piel. Miró impotente como le despellejaba, agotado por el horror. Estaba en carne viva y poco a poco los efectos de la anestesia iban pasando. El doctor había metido en recipientes herméticos los trozos de piel arrancada. Bueno, poquito a poquito pero ya estamos acabando, No me gustan las prisas pero el proceso de degeneración es muy rápido, sobre todo, en vuestra raza –se reía escandalosamente-, Perdona, perdona, es una broma, pero es que me aburro tanto, Lo que te decía que tienes que impedir la contaminación y la proliferación microbiana, además de los procesos de autolisis. Mientras escuchaba la verborrea inacabable del doctor, empezaba a notar el dolor en la espalda al contacto con la mesa de disección. Para evitar estos procesos lo que tienes que hacer es inyectar soluciones conservadoras, es decir, formol –el dolor se había intensificado en la espalda y se le extendía al pecho- , alcohol etílico, hexametilentetramina –el suplicio le bajaba a las piernas-, cloruro de cinc, etcétera, etcétera, Tampoco te quiero aborrecer, Pero permíteme que, antes de que te desmayes de dolor, te cuente mi pequeño secreto, mi toque personal al embalsamamiento –la tortura era inaguantable-, el mentol, le da una frescura y ... Con lágrimas en los ojos, amordazado, había muerto desangrado. Dios, como odio que no esperen a que termine. Es verdad que murió pero no del todo. De alguna manera aún había algo de él en esa piel embalsamada. Tras largos procesos fue desecada y curtida. Apreciaba levemente la fragancia del mentol, la manipulación humana pero, sobre todo, interpretaba el peso de cada letra que contenía. Se acostumbró a este estado entre semivegetal-inerte. No tardó en aceptar su nueva naturaleza porque en realidad no era nueva. Por fin lo trasladaron a Berlín. Allí en la cancillería, dentro del refugio de cemento armado, había una pequeña biblioteca, no se parecía a ninguna otra ya que la cubierta de todos sus libros era de piel humana. En esa biblioteca fue donde sintió la percepción más intensa. Le acariciaron unos dedos que reconoció. Eran los suyos.
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El treinta de abril de 1945, en la cancillería de Berlín, el Fûhrer se levantaba la tapa de los sesos. Algunas leyendas cuentan que no se suicidó porque estuviese loco o porque veía la guerra perdida sino porque leyó un relato, escrito en esos libros humanos, en el que quedó abismado.
© José Ramón García Rueda 2002, Caminos de Pakistán nº2, (marzo-abril)
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