ENTREVISTA
Paola Yannielli Kaufmann
Ciencia de noche, letras de día Entrevista realizada por Carlos Abeledo y Diego Go...
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ENTREVISTA
Paola Yannielli Kaufmann
Ciencia de noche, letras de día Entrevista realizada por Carlos Abeledo y Diego Golombek
Para el CONICET es la doctora Yannielli, investigadora asistente, actualmente en el departamento de psicología del Smith College de Massachusetts. Para sus lectores es Paola Kaufmann, autora del libro de cuentos El campo de golf del diablo (primer premio del Fondo Nacional de las Artes) y de la novela, próxima a editarse, La hermana (ganadora del premio Casa de las Américas). El título alude a Lavinia Dickinson, hermana de la poeta Emily, cuya historia cuenta Paola Yannielli Kaufmann desde una perspectiva particular. Comenzó a conocer a Emily Dickinson durante una estadía postdoctoral en Northampton, pueblo vecino a Amherst, donde está la casa de la escritora. La ciencia argentina está salpicada de escritores (o quizá se podría decir que la literatura argentina está salpicada de científicos), algunos más famosos, como Ernesto Sabato o Guillermo Martínez, y muchos otros menos conocidos, pero no carentes de talento a la hora de las palabras.
¿Cómo se relaciona la profesión de bióloga con la actividad de escritora? O sea, ¿cómo empezó todo? Nací en Gral. Roca, en el alto valle del Río Negro; hice la secundaria en un pueblito de Córdoba y de ahí me vine a Buenos Aires a los 18 años, a estudiar. Elegí biología porque pensé que la ciencia era algo que tenía que estudiar, y que no iba a poder escribir. Como casi todo el mundo, empecé queriendo ser bióloga marina. Hacia la mitad de la carrera se produjo el boom de la biología molecular. Había que ser, enton-
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ces, bióloga molecular. Una empieza a cursar genética y biología molecular e inmediatamente se da cuenta de hasta qué punto le resultan aburridas e intolerables; por lo menos, es lo que me sucedió. A la larga una va encontrando el lugar en el cual se siente más cómoda. Para mí fue en fisiología del sistema nervioso. Antes de terminar la licenciatura fui a trabajar a un laboratorio de la facultad de Medicina, atraída por el tema del tiempo: la cronobiología o los ritmos biológicos. ¿Para hacer allí el doctorado? Sí. Luego de terminar la monografía de licenciatura, empecé el doctorado en ese lugar, trabajando con modelos animales de depresión, siempre en el área de los ritmos biológicos. El final fue un poco triste en ese laboratorio, porque muchos de
sus integrantes se fueron por un conflicto con el director. Yo también lo hubiera tenido, pero en cuanto terminé me fui a los Estados Unidos a hacer el post-doc, con una jefa adorable. En Smith College ¿no? Así nos acercamos a Amherst, donde vivió Emily Dickinson. Smith College está en Northampton, Massachusetts; realmente es un lugar fabuloso para trabajar. Es un college de mujeres, con una filosofía muy particular para con las que estudian y trabajan allí. Cuando, tímidamente, le comenté a mi jefa que escribía, se mostró encantada y me dijo que me tomara todo el tiempo que quisiera para hacerlo. Estaba feliz de que yo leyera e hiciese literatura, y que además trabajara en el laboratorio. Así que fueron años de mucho trabajo científico y, también, literario, porque escribí un libro de cuentos entero que salió hace poco en España y la mitad de la novela, mientras hacía todo lo demás. Hice allí el trabajo de investigación previo a la novela: tenía a disposición la biblioteca de Smith, que es una locura, más la biblioteca de la Universidad de Massachusetts. ¿Por qué elegir como tema la vida de Emily Dickinson? Sabía que la casa de Emily estaba en Amherst y la fui a visitar, a merodear. Se abre una vez por año, para su cumpleaños. Empecé a leer sobre ella, sus poemas, biografías, por curiosidad nomás. Me atrapó mucho el personaje, no tanto la poeta. Esta mujer era, además, un poco loca, encerrada. Hay un mito alrededor de su sumisión a la autoridad paterna, sus desengaños amorosos, sus 15 años sin moverse de la casa, y su vestirse de blanco, como una especie de fantasma. ¿Por qué un mito? Porque está construido por opiniones y por dimes y diretes. Uno se pone a leer todas las biografías y, en particular, sus cartas, y resulta que Emily es, sobre todo, lo que los demás dijeron de ella. Se la comienza a conocer mucho después. La que tuvo que ver con eso fue su hermana, que en realidad es un antipersonaje. Esta hermana menor está con
Emily desde que nacen hasta que esta muere; es la persona que prácticamente hace de vínculo entre ella y el mundo. Sin embargo, Lavinia Dickinson es un hueco en toda la historia. Hay análisis psicológicos y hasta psiquiátricos de las supuestas patologías de Emily, de su padre, su madre, su hermano. Pero la hermana no aparece. Ahí es donde se mete el escritor, en ese hueco, en esa cosa que no está dicha, donde uno puede recrear el personaje. Primero fue Emily Dickinson y, después, empecé a mirar la historia desde el lado de Lavinia, juntando la historia de toda la familia, con esta hermana medio genial y medio loca deambulando por ahí, como en la periferia todo el tiempo, pero siempre presente. Solo después, cuando terminé la novela, logré encajar la poesía. Al final pude poner todos los acápites de los poemas de Emily Dickinson en la novela, porque al principio no significaban nada. Para la época, ¿era una poeta revolucionaria? Para la época era tremendamente adelantada. Escribía como Alejandra Pizarnik, además, sin ninguna métrica. Envió un libro de poemas a Higginson, un editor que lo rechazó, una poesía muy cruda y especial, imperfecta, sin rima, que nadie leerá, que no se podía publicar. Se le dijo lo mismo a Walt Whitman. Luego de la muerte de Emily, Higginson decidió VOLUMEN 13 Nº 76 (AGOSTO-SEPTIEMBRE, 2003)
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son como experimentos y la novela sugiere tu graduación como escritora. Un cuento es algo lógico, es una estructura cerrada. Después de trabajar mucho haciendo experimentos, yo tengo que juntar todo y escribir un artículo científico. Para mí este es también un cuento. Es la misma aproximación y, por eso, suena más científico. La aproximación es contar una historia de la mejor manera posible. Y una tesis académica sería una novela. ¿Es esa la analogía? No sé, porque yo sufrí mucho con mi tesis. Fue un parto, no fue una novela. La novela es un relato cuya historia ya está contada; el problema es cómo relatarlo y desde qué punto de vista. Es como un review, en algún sentido.
publicar sus poemas, que tuvieron un éxito inmediato y críticas elogiosas. Había escrito unos 1700 poemas. El trabajo de edición fue significativo. Después vinieron las cartas. En realidad, escribió la obra poética más de 10 años antes de morir. Después escribía notitas, pequeños poemitas, y escribía más cartas que poemas. ¿Cuánto tiempo llevó todo el trabajo de investigación y escritura? Durante 1999 y 2000 estuve leyendo, leyendo y leyendo: libros, biografías, cartas, todo lo que se hubiese publicado. Llegué a tener en mi casa 20 biografías distintas. Después les conté el proyecto a Abelardo Castillo y a Sylvia Iparraguirre, la historia de ese personaje que me llamaba tanto la atención: esa hermana un tanto oscura, vista con una mirada mucho más oblicua que lo normal, mucho menos frontal que la de una biografía. Sylvia me alentó diciendo que, con el hecho de tener al narrador y la manera de narrar, ya contaba con la mitad del trabajo. Y desde entonces me puse a escribir y corregir. Uno tiene la impresión de que los cuentos de Paola Kaufmann son los de una científica que escribe maravillosamente bien, que son sistemas lógicos. Pero la novela es obra de una escritora, pensada distinto, con más libertad: los cuentos
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Cuando se pregunta a científicos escritores cómo se las arreglan para habitar mundos tan distintos, suelen contestar que no son tan distintos: que en ambos casos son búsquedas de la verdad y la belleza, y que son sistemas lógicos. Pero se trata de actividades paralelas difíciles de mantener. Sí, es trabajoso hacer ciencia de día y escribir de noche, aunque en mi caso, que me ocupo de ritmos biológicos, hago ciencia de noche y escribo de día. Cuando estoy preparando un artículo científico o analizando datos, mi cabeza está ciento por ciento ahí, pero cuando hago cosas rutinarias, como siete horas seguidas de registros electrofisiológicos, muchas veces estoy pensando en mi escritura, como puedo hacerlo mientras camino por la calle. Eso sí, cuando estoy sentada escribiendo, en lo último que pienso es en ciencia o en los experimentos. Para mí las cosas están separadas, muy separadas. Lo que me gusta de la ciencia es meter mano en los experimentos y, después, juntar todos los datos y escribir la historia de lo que hice. ¿Ayuda la actividad científica a la hora de elegir temas? ¿Cuánta ciencia se cuela en la ficción? No me atrae demasiado el tema tecnológico o científico reciente, aunque me pueda servir para situarme en la época. Muchas veces leo un montón de cosas de ciencia, tecnología, astrología, de lo que venga, lo que necesite leer para darle forma
a un personaje, a una situación. Luego tal vez ni aparecen, pero yo las sé y me sirven. Es curioso que en la Argentina no haya tradición de ciencia ficción. Es más, que se la considere un género menor. En la Argentina y en el mundo. Para mí ciencia ficción es lo que hacían Julio Verne, o Sturgeon, o incluso el primer Crichton. Aunque me parece que, cuando la tecnología real es lo suficientemente compleja, no es distinguible de la magia. Eso es lo que está pasando ahora: ciencia ficción es lo que uno lee en Nature o en Science. ¿Y la literatura de difusión científica? En algún momento cansa mucho hacer las dos cosas, ciencia y literatura. La divulgación puede terminar siendo una salida. No es fácil. Les tengo mucho respeto a personas como Stephen Jay Gould, Oliver Sacks o el mismo Carl Sagan, que saben escribir muy bien y tienen una pasión especial por lo que hacen. Gould tenía su oficina en Harvard, estaba en contacto permanente con los científicos y enseñaba. En algunos cuentos en El campo de golf del diablo aparece el imaginario popular del científico, como en aquel sobre la sueñóloga, que dice ’hoy reventé 400 hámsteres’. Exactamente: la soledad, la incomprensión, en particular en las mujeres, ¿no? La científica es siempre vista como una especie de Lucrecia Borgia. Debe haber un montón de mitos sobre las mujeres y la ciencia. Esas cosas se pueden usar para la ficción y yo no tengo ningún reparo en valerme de ellas. En muchos casos, los científicos escritores terminaron siendo puramente escritores, como Sabato. No sé si Sabato hubiera escrito El túnel con la misma precisión de no haber sido físico. Hay una especie de precisión muy particular en su prosa. Pero él siempre renegó de eso. CH VOLUMEN 13 Nº 76 (AGOSTO-SEPTIEMBRE, 2003)
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