DOSSIER
Susan SONTAG
SUSAN SONTAG DOSSIER
Susan Sontag Dossier
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DOSSIER
Susan SONTAG
SUSAN SONTAG DOSSIER
Susan Sontag Dossier
Publicado por Ediciones del Sur. Córdoba. Argentina. Enero de 2005. Distribución gratuita. Visítenos y disfrute de más libros gratuitos en: http://www.edicionesdelsur.com
ÍNDICE
ALGUNAS NOTAS SOBRE SU MUERTE ...................................... Adiós a la rebeldía de Susan Sontag ..................... La democracia internacional está de luto ............ Muere Susan Sontag, voz crítica de EE.UU. ............ La escritora norteamericana Susan Sontag fallece a los 71 años víctima de un cáncer ............ Muere Susan Sontag: pierde EU su conciencia crítica ....................................................................... Susan Sontag, la conciencia de EE.UU. .................... Adiós a la voz más crítica del Imperio .................. La amante del volcán .............................................. Intelectuales despiden a Susan Sontag ................
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OPINIONES SOBRE LA AUTORA .............................................. Perplejidades ........................................................... ‘La mirada aguda, su principal aportación‘ .......... En México reflexionó acerca de la novela ............ Una belleza no sólo física ........................................ «Bailaba con lobos» .................................................. El lenguaje del valor ...............................................
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¡«Good Bye» Susan! .................................................. La mujer que leía para ser libre ............................ Gracias por Sarajevo ............................................... Una esteta en las barricadas .................................. Veinte arbitrarias razones para leer a Sontag ..... Adiós ......................................................................... "La mujer más inteligente que haya conocido", señala Carlos Fuentes ............................................
64 67 71 73 79 84 89
SUS IDEAS ......................................................................... 94 Conversaciones íntimas con Susan Sontag .......... 95 Siniestro vals vienés ............................................... 106 «El gobierno Bush me parece increíble» ............... 110 ‘’Bush comprometió a EE.UU. a una guerra permanente’’ ............................................................ 130 Sontag acusa a García Márquez «por callar cosas que sabe» ........................................................ 141 Modernidad y guerra santa .................................... 144 El romance de Susan Sontag .................................. 151 SUS PALABRAS ................................................................... 172 Ante el dolor de los demás ..................................... 173 Ante la tortura de los demás ................................. 176 El cáncer y la muerte .............................................. 193 Sobre la guerra ........................................................ 194 Contra la interpretación ........................................ 195 El tigre está en la biblioteca .................................. 196 Fotografías y fotografiar ........................................ 200 Los valores de la literatura .................................... 202 Resistir ..................................................................... 207 Palabras duraderas ................................................. 220 La fotografía ............................................................ 222 Ataques terroristas ................................................. 227 Cuando se sospecha del pensamiento ................... 230 6
La literatura es la libertad..................................... 235 Carta a Kenzaburo Oé ............................................ 255 Traducir para compartir ........................................ 256 Fotos ............................................................................. 122
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Algunas notas sobre su muerte
ADIÓS A LA REBELDÍA DE SUSAN SONTAG
Por Mercedes Jansa Red Aragón - 29/12/04
Estados Unidos perdió ayer a una de sus más aguerridas críticas: Susan Sontag. Esta escritora y cineasta falleció a los 71 años en el hospital Sloan Kettering, de Nueva York, cuyo portavoz no facilitó más detalles sobre las causas de la muerte. Según medios de prensa estadounidenses, Sontag padecía leucemia. En los años 70 la escritora recibió tratamiento contra un cáncer de mama, un mal que inspiró una de sus obras más emblemáticas, La enfermedad y sus metáforas. Joanne Nicholas, portavoz del centro médico confirmó que la escritora falleció a las siete y diez de la mañana (la una y diez de la tarde en España) aunque la noticia sólo se hizo pública cinco horas después. Nacida en Nueva York en 1933, la autora de novelas como El amante del volcán y En América, creció en Tucson (Arizona). A los 15 años ingresó en la Universidad de Berkeley y después se trasladó a la de Chicago, donde se licenció en filosofía. Sontag se casó a los 17 años con el profesor de sociología Phillip Rieff, de cuya unión, que duró nueve años, nació el hoy también escritor David
Rieff. Los Príncipes de Asturias enviaron un telegrama de pésame al hijo de la escritora nada más conocer su fallecimiento. Sontag había recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en el año 2003.
DENUNCIA Y POLÉMICA Sus novelas, ensayos, artículos periodísticos, traducidos a más de 30 idiomas, y sus películas muestran a Sontag como una autora que defendía el compromiso político de los intelectuales. Conocida como una de las pensadoras más lúcidas de su país, sus declaraciones y escritos siempre estuvieron rodeados de polémica. Nunca ocultó su defensa a ultranza de los derechos humanos ni eludió la denuncia de quienes, desde posiciones de izquierda, justificaban regímenes dictatoriales. En 1999 protagonizó un agrio enfrentamiento con el escritor austriaco Peter Handke, a quien criticó por sus posiciones a favor de Serbia en la guerra de los Balcanes. Cuatro años después, en el 2003, durante la feria del libro de Bogotá, recriminó al premio Nobel, Gabriel García Márquez, su silencio sobre las condenas y ejecuciones de disidentes cubanos. Publicó El benefactor, su primera novela, en 1963, y después dos ensayos, Notas sobre lo camp y Contra la interpretación que devoraron los lectores estadounidenses en la rompedora década de los 60. Una década más tarde, Sontag se planteó la posibilidad de dirigir una película. Un productor sueco la reclamó en ese país nórdico donde filmó Duelo de caníbales (1969) y Hermano Carl (1971). Una crisis personal en 1972 dio como fruto el libro Bajo el signo de Saturno, en el que narra su identificación con el viejo continente. Su colega Gore Vidal afirmó en 10
una ocasión que Sontag se convirtió «más que ningún otro estadounidense en el eslabón con la literatura europea actual».
IDEAS DE IZQUIERDAS Muy vinculada a los intelectuales franceses, la escritora neoyorquina sintonizó con los trabajos del semiólogo Roland Barthes, cuya difusión impulsó en Estados Unidos. Y de su amistad con la fotógrafa Annie Leibovitz salieron varios trabajos que en texto e imagen tenían como denominador común la denuncia de las injusticias, además del ensayo Sobre la fotografía, publicado en el año 1977. Sus ideas de izquierda y su afán por conocer algo más que la realidad de su país, hicieron que la carrera de Sontag transcurriera en paralelo a varios conflictos armados, desde Vietnam al de la ex Yugoslavia. En Bosnia pidió la intervención internacional en los Balcanes, y visitó en varias ocasiones la ciudad de Sarajevo donde impartió clases de cine y desarrolló proyectos de enseñanza. Además del Príncipe de Asturias, Sontag había recibido varios premios como el prestigioso National Book Award, en EE.UU., el premio de la Paz, de la feria de Francfort y el premio Jerusalén de literatura.
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LA DEMOCRACIA INTERNACIONAL ESTÁ DE LUTO
Por Lina Meruane El Mercurio - 29/12/04
Las vitrinas de las librerías neoyorquinas ya deben estar tapizadas con las portadas de todos esos decisivos libros publicados por Susan Sontag antes de su muerte. Antologados por Susan Sontag. Prologados por Sontag. Libros escritos sobre la inclasificable intelectual norteamericana que ha sido desde los años sesenta Susan Sontag. Acaba de saberse que la prodigiosa crítica del mechón canoso murió de leucemia, y habrá muchos en Manhattan (y en el mundo) que sientan su pérdida como algo personal. Hasta hace poco, y a pesar de sus frecuentes ausencias, no era difícil encontrarse con su presencia escrita. En el diario su firma aparecía hasta hace poco, de vez en cuando en el New York Times (al que estaba suscrita, y el que leía a las seis de la mañana cada día para asegurarse de saber qué estaba pasando.) También en los estantes de las librerías, donde siempre hay ejemplares de sus títulos: unas cuantas novelas, una multitud de ensayos reunidos en colecciones, y también libros que ella misma prologó tendiendo un puente entre saberes de discipli-
nas diversas (filosofía, cine, fotografía y sobre todo literatura) y también entre regiones distantes en conflicto: los países de Europa y los Estados Unidos. Su nombre aparece más temprano que tarde en conversaciones que reflejan la variedad de esos intereses suyos. Sontag no sólo era respetada. También era temida.
PERSONALIDADES La ciudad de Sontag estará de luto: en los últimos quince meses han muerto tres figuras centrales del pensamiento crítico, de enorme influencia en el medio académico e intelectual estadounidense. En septiembre de 2003 murió Edward Said, el emblemático intelectual palestino que descubrió la invención europea de oriente (el llamado «orientalismo»). Un año después fallecía el filósofo francés Jacques Derrida, «deconstructor» del pensamiento occidental. Ahora le toca el turno a Sontag, quien quizá no haya torcido de manera tan radical el curso de las ideas como esos dos profesores, pero sí ha tenido un rol lúcido en articular (y poner en la tierra) muchas ideas centrales para un público más amplio. Sontag ha desaparecido en un momento crítico para su país. En un momento que requiere de miradas discrepantes, que no se dejen comprar por nadie, ni amedrentar por un establishment que va recortando las libertades ciudadanas. Ese ha sido el papel de Sontag. El de la intelectual marcada por su humanismo, que combinaba la sensibilidad literaria, la agudeza filosófica y el compromiso político a toda prueba. Sontag se resistió a las cooptaciones y a los lugares previamente asignados: ni fue la figura emblemática de movimientos de protesta, ni se activó en partidos políticos, ni participaría de roles 13
en ningún gobierno. Todo en ella fue hecho de manera más independiente y más sutil. Ubicada en otras trincheras aportó su mirada lúcida, su palabra de alerta frente a los abusos y manipulaciones del poder. No hay recuerdos sobre Sontag donde su opinión no fuera emitida con franqueza y solvencia: era una intelectual sin pelos en la lengua, sin sonrisas conciliadoras, sin concesiones a la hora de disparar (a diestra y siniestra) cuando diagnosticaba excesos cometidos por los gobiernos de turno: el norteamericano, el cubano, el bosnio y todos los demás. Para ejercer su labor era esencial cierta distancia, mantener la cabeza fría (aunque el corazón sangrara) a la hora de examinar los hechos y denunciarlos sin eufemismos. Fue ella quien alertó al mundo de las tácticas del miedo, y de la manipulación del público norteamericano que se estaban gestando al interior de la administración de George W. Bush tras la caída de las Torres. (Por sus intervenciones críticas no sólo recibió insultos, sino que incluso fue amenazada de muerte). Fue ella también quien hace algunos meses examinó con ojo cortante la perversión de los códigos éticos cuando se descubrieron pruebas visuales de los abusos perpetrados en la prisión de Abu Ghraib, que sólo podían originarse bajo un sistema de impunidad institucional. Pero nada es tan simple: su voz no bastaría para evitar que el presidente que detestaba fuera reelegido. Su muerte, poco después de esas desastrosas presidenciales, viene a espesar una sensación de orfandad en la ciudad que estuvo abrumadoramente en contra del actual gobernante. El perfil biográfico e intelectual de Susan Sontag ofrece un retrato contundente del intelectual comprometido consigo mismo, con su sociedad y su tiempo. Para la pre14
caria izquierda estadounidense y desde el vibrante ambiente intelectual neoyorquino, esta escritora y ensayista local adquirió una estatura universal que sólo alcanzan quienes son capaces de trascender intereses inmediatos para entregar su energía intelectual al bien de todos. Aquellos que por su fina sensibilidad, densa formación cultural y puntería analítica, están llamados a alimentar la reflexión, el debate, la confrontación de ideas que posibilitan la verdadera democracia.
INTELECTUALES DEL PAÍS LA RECUERDAN Nicanor Parra (Poeta y Premio Nacional de Literatura). «La primera vez que la vi, fue en Cuba. Alguien me dijo ‘mira a esa morena despampanante’ y la verdad es que quedé encandilado con su belleza, pero no me atreví a acercarme. Años después, como en los 80, volví a verla en Manhattan (EE.UU.), junto a su hijo editor. Ellos estaban interesados en publicar uno de mis libros. Salí a comer con Susan Sontag y me comentó: ‘You have always been one of my heroes’. Feo que lo repita, pero si yo no toco el piano, quién más lo va a tocar. Una gran escritora, basta leer los títulos de sus libros, como ‘Yo, etc.’, para darse cuenta de la chicha con la que uno se está curando. Los títulos de sus libros son geniales, muy, pero muy contundentes. Siento mucho su muerte, pero ‘no llores más, compadre’, dicen en el sur». Cristián Warnken (Conductor de «La belleza de pensar»). «Fue una mujer muy lúcida y corajuda. Encuentro notable su reflexión sobre las enfermedades, es decir, esa profunda metáfora de que a cada época le corresponde una enfermedad: así como el XIX se vincula con la tuber15
culosis, el sida marcó el final de siglo XX. Parafraseando a Parra, sería como ‘dime de qué te enfermas y te diré quién eres’. La enfermedad dice mucho de la interioridad del ser humano». Jorge Edwards (Escritor). «Siento mucho su muerte. La he leído y además almorcé una vez con ella en Barcelona y otra vez en Nueva York. Fue persona excepcionalmente inteligente, muy buena ensayista y una intelectual de mente independiente. Susan Sontag no se casó con nadie, ni con la derecha ni con el centro. Una mujer íntegra». Agustín Squella (Asesor presidencial de Cultura). «En septiembre de 2004, el presidente Lagos invitó a Susan Sontag al programa Conferencias Presidenciales de Humanidades, y lo que recibimos fue una cordial y delicada disculpa de su asistente, Anne Jump, quien informaba que la escritora y ensayista norteamericana llevaba ya seis semanas en un hospital de Nueva York. Hoy, ya sabemos que su visita no se concretará. Un efecto menor, sin duda, ante lo que significa la pérdida de una pensadora fuerte e independiente, que detestaba con toda su alma aquello que aborrece toda persona libre: el abuso de poder».
DISPARÓ CONTRA... Henry Kissinger, ex secretario de Estado de EE.UU. y Premio Nobel de la Paz: «¡Un criminal de guerra!»
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George Bush, presidente de EE.UU.: «Un señor horrible de Texas que gobierna con un grupo de ultraderechistas». Silvio Berlusconi, primer ministro de Italia: «Un rico tonto». Arnold Schwarzenegger, gobernador de California: «Un idiota surgido de la nada». Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura: «Da pena y resulta ridículo por su silencio sobre la represión en Cuba. Él no dice la verdad por amistad con Fidel Castro, aunque dispone de información de primera mano». Hillary Clinton como posible primera presidenta de EE.UU.: «Si se elige una mujer, será una de la ultraderecha». Ariel Sharon e Israel: «Tiene que retirarse a las fronteras de 1967. La única solución es la creación de un Estado binacional con la desaparición del Estado israelí».
SUS LIBROS EN CHILE De la extensa producción de Susan Sontag, en librerías locales se encuentran los títulos «El benefactor» (1963, novela, Alfaguara), «El amante del volcán» (1992, novela, Alfaguara), «Sobre la fotografía» (1997, ensayo, Edhasa), «Contra la interpretación» (1966, ensayo, Alfaguara), «Estilos radicales» (1969, ensayo, Taurus), «Yo, etcétera» (relatos, 1978, Taurus), «La enfermedad y sus metáforas» 17
(1978) y «El sida y sus metáforas» (1988, ensayo, Taurus), «Bajo el signo de Saturno» (1980, ensayo, Edhasa ), «En América» (1999, novela, Alfaguara) y «Ante el dolor de los demás» (2003, ensayo, Alfaguara). La sede chilena de Alfaguara anunció que se sumará al aumento de tiradas que se realizará desde España, así como a la reedición de todos sus títulos en castellano.
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MUERE SUSAN SONTAG, VOZ CRÍTICA DE EE.UU.
Por Gisela Ostwald. DPA. Nueva York. Diario de Navarra - 29/12/04
Fue una de las mujeres más inteligentes y controvertidas de este siglo, y una de las más multifacéticas. La escritora estadounidense Susan Sontag, que ayer murió a los 71 años, brilló como autora de novelas románticas, se destacó como ensayista y fue ampliamente reconocida como intelectual. Se involucró en casi todos los problemas del siglo y no escapaba a ninguna controversia. Sontag se catapultó como una maestra de la independencia y la provocación. Ya en los años 60 generó una polémica en su país al afirmar que la «raza blanca» era el cáncer de la Historia y que América fue «fundada por genocidio». Pero el mayor conflicto lo desató con sus declaraciones sobre las causas más profundas de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Los ataques no fueron dirigidos, tal como lo consideró el gobierno de George W. Bush, contra la civilización y la libertad sino que fueron consecuencia de la política exterior de Estados Unidos como superpotencia mundial, apuntó Sontag en Berlín, desde donde debió seguir por televisión los atentados a las Torres Gemelas.
El hecho de que luego se haya disculpado por sus críticas a causa de una «sobredosis de CNN» y su distancia física de Nueva York no ayudó demasiado. Ya había perdido muchas simpatías. La intelectual comprendió con el paso de los años que debía cuidar su independencia. Considerada un icono de la izquierda estadounidense, mantuvo sin embargo una distancia considerable de ella. No se veía a sí misma como una pacifista, y en su momento calificó la guerra de Bosnia como «demorada». En tanto, al recibir en 2001 el Premio del Libro en Jerusalén, no titubeó en criticar al país anfitrión, Israel.
EXISTENCIALISMO Nació en Nueva York el 16 de enero de 1933 como Susan Rosenblatt en el seno de una familia judía burguesa. Su padre murió cuando ella tenía seis años y luego adoptó el apellido del segundo marido de su madre. Viajó a París, donde se vinculó con el existencialismo, regresó a Nueva York, dio clases en la Universidad de Columbia y escribió su primera gran obra. En 1963 publicó su primera novela, El benefactor, y poco después los ensayos Contra la interpretación y Notas sobre lo camp, muy famosos en los años 60. Fue corresponsal de guerra en Vietnam en 1968, experiencia que la impactó profundamente. En esa época filmó su primera película en Suecia: Duelo de caníbales (1969), a la que siguió Hermano Carl (1971). En la misma época publicó los libros Viaje a Hanoi (1968) y Estilos radicales (1969). En 1972 escribió Bajo el signo de Saturno, publicada en 1980, libro en que narra su relación con Europa y sus 20
percepciones durante el tiempo en que vivió en el Viejo Continente. Un año más tarde, filmó a las tropas israelíes durante la Guerra en Oriente Medio y se fue a los Altos del Golán, donde dirigió Tierra Prometida. Después de que le diagnosticaran un cáncer, escribió La enfermedad y sus metáforas en 1978. Diez años después, publicó El sida y sus metáforas (1988). En 1993, en plena guerra de Bosnia, mismo año viajó a Sarajevo, donde dio clases en la Academia Dramática y montó, junto a otros intelectuales, la obra Esperando a Godot, de Samuel Beckett, sin luz, ni agua, ensayando a la luz de las velas. Esta actividad le mereció el título de Ciudadana de Honor de Sarajevo. Su última novela, En América (1999), recibió el Premio Nacional del Libro en Estados Unidos, uno de los más prestigiosos de la industria literaria local, y el Premio del Libro en Jerusalén. En 2003, fue distinguida junto a la marroquí Fátima Mernissi con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Su último ensayo, Ante el dolor de los demás, es una reflexión sobre las reacciones que provocan las imágenes de la guerra y otras tragedias.
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LA ESCRITORA NORTEAMERICANA SUSAN SONTAG FALLECE A LOS 71 AÑOS VÍCTIMA DE UN CÁNCER
Por Miguel Lorenci/Colpisa. Madrid Diario La Rioja - 29/12/04
Premio Príncipe de Asturias 2003, hizo del compromiso su bandera. Alternó la narración con el ensayo y el teatro y condenó sin paliativos las políticas y sistemas dictatoriales Susan Sontag, respetada escritora y comprometida intelectual y activista estadounidense, falleció el martes en Nueva York a los 71 años, víctima del cáncer contra el que batallaba desde hacía tiempo y que llegó a creer superado. Sontag, alineada siempre con posiciones de izquierda, crítica con los sistemas dictatoriales, el fundamentalismo de cualquier orden y los gobierno republicanos de su país, fue autora de un buen número de ensayos y novelas. En su influyente obra tampoco desdeñó el teatro y el cine y recibió por su labor destacado galardones, entre ellos el Príncipe de Asturias. Sontag estaba ingresada en un hospital neoyorquino especializado en afecciones oncológicas. Su muerte a causa de la leucemia, que trató en su ensayo ‘La enfermedad y
sus metáforas’, fue confirmada por un portavoz del centro médico Memorial Sloan Kettering. Ganadora del Príncipe de Asturias en el 2003 junto a Fátima Mernissi, Sontag era dueña de una obra extensa e intensa en la que alternó los ensayos con la narración, el teatro y el cine. Por ella mereció otros galardones de primera línea como el National Book Award, uno de los más importantes de su país, el premio Internacional Jerusalén o el premio de la Paz de los libreros alemanes. Nacida en Nueva York en 1933, esta lectora precoz y voraz que a los cinco años ya andaba con libros en las manos, se formó en las universidades de California, Chicago, París y Harvard. Ella misma solía definirse como una «contadora de historias» y se dio a conocer como escritora a mediados de los sesenta con el artículo ‘Notas sobre el camp’ aparecido en la publicación ‘Partisan Review’ que llamó la atención de la comunidad intelectual y universitaria estadounidense.
ESCENARIOS BÉLICOS A partir de entonces se consagró como una de las grandes intelectuales de izquierda de su país. Fue enviada como periodista a la guerra de Vietnam a finales de los sesenta, un conflicto que le dejaría una indeleble huella. Judía no practicante, en los 70 filmaría a la tropas israelíes en los alto del Golán para una película que titularía ‘Tierra Prometida’. Dos décadas más tarde volvía a otro escenario bélico, el Sarajevo sitiado en el que montó una compañía teatral que actuó bajo los bombardeos representando en condiciones infernales ‘Esperando a Godot’ de Samuel Beckett. De aquella experiencia surgiría el ensayo ‘Ante el dolor 23
de los demás’. En 1993 fue una de las fundadoras del Parlamento Intelectual de escritores y un año más tarde recibía el Premio Montblanc por su labor cultural en Bosnia. «Si la conciencia me dejara en paz sólo escribiría novelas u obras de teatro, pero mi responsabilidad me lleva escribir ensayos», dijo en una de sus últimas visitas a España la autora de títulos como ‘Contra la interpretación’ (1966), ‘Estilos radicales’ (1969) o ‘Bajo el signo de Saturno’ (1990). «Digamos que la ficción le da a uno una vida interior; por eso escribir un libro es una necesidad», agregaba en una de sus últimas estancias en nuestro país, que visitó coincidiendo con el lanzamiento de cada uno de su nuevos títulos. Una extensa bibliografía la de Sontag en la que predominan los ensayos pero en la que también había novelas como ‘El benefactor’ (1963), ‘Equipo mortal’ (1967) o ‘El amante del volcán’ (1992). Entre los ensayos, ‘Sobre la fotografía’ (1977), ‘El sida y sus metáforas’ (1987) y comentarios sobre textos de Antonin Artaud o Roland Barthes. Escritora de éxito mundial, defensora de cualquier causa que considerara justa «como ciudadano y como ser humano», se manifestó en contra de la política de George Bush, a quien se refería como «ese horrible señor de Texas». «Es muy estúpido pero él no es la persona que hace la política. Tiene gente que le rodea que es muy inteligente y que sabe exactamente lo que hace». declaraba al estallar el conflicto de Irak en el que criticó sin descanso la política de su país. No escaparon a su mordaces críticas otros políticos, como el secretario de Estado Donald Rumsfield, Silvio Berlusconi, Castro o Sharon. Defensora a ultranza de la libertad de expresión, fue una de las primeras personas que alzaron su voz en favor de un Salman Rushdie condenado a muerte por la intran24
sigencia del fundamentalismo islamista. Su voz también se dejó oír tras los atentados del 11-S en Nueva York, pidiendo una reflexión sobre lo sucedido, una postura que le acarreó durísimas críticas. «He recibido llamadas telefónicas indeseables, pero hasta que no me asesinen defenderé y seguiré adelante con mis ideas», contestaba a las amenazas recibidas tras su demanda de reflexión sobre los brutales atentados.
DE INTERÉS Susan Sontag nació en Nueva York en 1933, creció en Tucson (Arizona, sur) y estudió filosofía, literatura y teología en la universidad estadounidense de Harvard y la inglesa de Oxford. Entre sus obras —traducidas a 32 idiomas— figuran cuatro novelas, como ‘El benefactor’ y ‘Yo, etcétera’, varias obras de teatro y ocho ensayos. Además, publicó artículos en revistas como ‘The New Yorker’ y ‘The New York Review of Books’. Su faceta más destacada era sin duda la de ensayista, con títulos emblemáticos como ‘Contra la interpretación’ (1966), que la convirtió en una de las más representativas autoras de los movimientos intelectuales de los 60, además de ‘Estilos radicales’ (1969) o ‘La enfermedad como metáfora’ (1977). Sontag, conocida además por su activismo en favor de los Derechos Humanos y contra la guerra, sirvió de 1987 a 1989 como presidenta del centro norteamericano de PEN, la organización internacional de escritores dedicada a la libertad de expresión.
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Protagonizó recientemente una polémica con el escritor colombiano Gabriel García Márquez, al que acusó de sometimiento al régimen cubano de Fidel Castro. Entre las distinciones recibidas están, además del Príncipe de Asturias, el National Book Award en EE.UU. por su obra ‘In America’ y el premio de la Paz de los Editores y Libreros alemanes, que se otorga en la Feria del Libro de Francfort.
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MUERE SUSAN SONTAG: PIERDE EU SU CONCIENCIA CRÍTICA
El Universal Miércoles 29/12/04
Nueva York (Agencias). La escritora estadounidense Susan Sontag, Premio Príncipe de Asturias y una de las voces críticas más destacadas de Estados Unidos y de la literatura en el mundo, murió este martes a los 71 años, a raíz de la leucemia que padecía, informó el hospital Memorial Sloan Kettering Cancer Center de esta ciudad. La ensayista, novelista, guionista de cine y corresponsal de guerra en Vietnam falleció a las 7:10 hora local en el complejo médico donde ya había sido tratada hace varios años de cáncer de mama y otras enfermedades relacionadas. Sontag era considerada la «conciencia moral crítica» de Estados Unidos, y al recibir en octubre de 2003 el Premio de la Paz de la Asociación de Libreros de Alemania cuestionó duramente el «programa imperial» del presidente George W. Bush. Fue la gran dama de la literatura estadounidense contemporánea y al mismo tiempo su «enfant terrible». En 1999 fue distinguida con el Premio Nacional del Libro en
Estados Unidos y en 2001 con el Premio del Libro en Jerusalén. Susan Sontag nació en Nueva York el 16 de enero de 1933. A los 15 años ingresó en la Universidad de Berkeley, en California, y se licenció en Filosofía y Letras en las universidades de Chicago y Harvard. El impacto de las vivencias en la guerra de Vietnam le impidió escribir durante un tiempo. La autora de Bajo el signo de Saturno publicó un ensayo en la revista The New Yorker en el que señaló que los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos no habían sido «contra la libertad sino contra el autoproclamado poder mundial», lo que le valió una lluvia de críticas. Cuando recibió el Premio del Libro en Jerusalén, el más prestigioso de Israel para escritores extranjeros, aceptó el galardón pese a la presiones para que lo rechazara, pero aprovechó la ocasión para condenar la política de ocupación israelí en los territorios palestinos. La autora estaba dotada de una gran formación filosófica y se interesaba por todo lo que ocurría en Europa, al tiempo que se alzó como una de las voces más combativas dentro de su propio país, pero su verdadera pasión, según decía, era la literatura, porque aumentaba su capacidad de comprender y de compasión. Conocida por intereses variados que incluían desde el ballet y la fotografía hasta la popularización de las obras de autores como Walter Benjamín y Elías Cannetti, Sontag fue autora de 17 libros y activista en favor de los derechos humanos durante toda su vida. Entre sus obras más conocidas está un estudio hecho en 1964 sobre la estética homosexual. Compartió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2003 con la escritora marroquí Fátima Mernissi. 28
Sontag contrajo matrimonio a los 17 años con Phillip Rieff, un profesor de Sociología, con quien se trasladó a Boston, donde cursó estudios de posgrado de Literatura y Filosofía en la Universidad de Harvard. También estudió en las universidades de Oxford (Londres) y La Sorbona (París). En 1968 filmó su primera película en Suecia: Duelo de caníbales (1969), a la que le siguió Hermano Carl (1971). Es una autora dotada de una gran formación filosófica, interesada siempre por los ensayos, la literatura de vanguardia y todo lo referido a Europa, no en vano Gore Vidal otro de los intelectuales estadounidenses junto con la propia Susan Sontag, Noam Chomsky y Norman Miller que critican el sistema estadounidense escribió que «es más que ningún otro estadounidense el eslabón con la literatura europea actual». Y en 1973 filmó a las tropas israelíes durante la Guerra en Oriente Medio y se fue a los Altos del Golán (Israel) para realizar Tierra prometida. En 1975 le diagnosticaron un cáncer, y en esos años se sometió a tratamientos por este mal. En 1993 participó en la fundación del Parlamento Internacional de Escritores, creado en Estrasburgo (Francia) para promover la libertad de expresión y proteger a los autores perseguidos. Ese mismo año viajó a Sarajevo, Bosnia, donde impartió clases en la Academia Dramática de Sarajevo. Allí montó Esperando a Godot, en medio de un paisaje de muerte. El 17 de agosto de 1993 la obra se estrenó de manera gratuita en Sarajevo y Sontag fue nombrada por el alcalde de esta ciudad «Ciudadana de honor». Sontag, quien advirtió en diversas ocasiones sobre el «avance peligroso» del fascismo en Estados Unidos, reci29
bió en agosto de 1994 en Nueva York el Premio de Cultura de la Fundación Montblanc. En 1999 fue distinguida por el gobierno francés con la Orden de las Artes y las Letras, en grado de comendador.
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SUSAN SONTAG, LA CONCIENCIA DE EE.UU.
La Jornada de México - 29/12/04
Este martes 28, la escritora y activista estadounidense Susan Sontag falleció a la edad de 71 años en un hospital de Nueva York, víctima de la leucemia. La intelectual, quien también cultivó la fotografía, el cine y el ballet, entre otras artes, deja en legado un acervo importante que abarca desde la novela hasta el ensayo, pasando por su trabajo periodístico, obras de teatro y su quehacer como crítica. Sontag era también reconocida como una férrea defensora de los derechos humanos y una incansable opositora a la guerra. La contundencia de sus escritos le ganó el mote de «conciencia de Estados Unidos», lo que a su vez la valió la admiración de algunos y el rechazo de otros. En años recientes dedicó gran parte de su tiempo a fustigar al gobierno de Bush, señalando la ilegalidad de la invasión a Irak y la pérdida de derechos civiles a consecuencia de los atentados terroristas del 11 de septiembre. La carrera y la vida de la escritora fueron intensas: casada a los 17 años, divorciada un año después, estudiante de filosofía, literatura y teología en la universi-
dad estadounidense de Harvard y en la inglesa de Oxford, Sontag padeció de graves enfermedades que cambiaron su existencia. En 1976 le detectaron cáncer de mama, en 1997 le diagnosticaron cáncer del útero y en marzo del año pasado le anunciaron que tenía leucemia. Estas enfermedades no le impidieron escribir 17 libros, destacándose su labor como ensayista desde los años 60, cuando se convirtió en un referente de la época. Entre sus ensayos más conocidos figura Notas sobre lo camp, un estudio sobre la estética homosexual, y en el campo de la novela sobresale El amante del volcán, que tardó más de 10 años en escribir. Los expertos coinciden en que Sontag hizo de la expresión artística una forma de crítica social para impulsar la tarea fundamental de la literatura: «Luchar contra las simplificaciones y exponer la complejidad». No es gratuito que ella se considerara una «moralista obsesiva». En vida, Sontag fue galardonada con el National Book Award de Estados Unidos, el Príncipe de Asturias 2003 de Letras y el premio de la Paz de los Editores y Libreros alemanes. La artista lo tenía muy claro: «la política no es para escritores, pero como ciudadanos del mundo y seres humanos se ven obligados a prestar su voz a los sin voz». Esa frase demuestra la responsabilidad social que sentía para escribir y opinar sobre temas de actualidad. Baste recordar su oposición a la guerra de Vietnam, a la imposición de leyes represivas tras el 11 de septiembre —Patriot Act I y II—, a la invasión estadounidense de Irak y, en general, a la política exterior de la Casa Blanca, marcada por el unilateralismo y el intervencionismo. Pero sus puntos de vista radicales no sólo le valieron críticas de los sectores conservadores; los liberales también se quejaban de sus posturas intransigentes. De hecho, su capacidad de generar controversias no tenía límites, como 32
cuando escribió que los atentados terroristas en Nueva York no fueron «ataques cobardes» contra la civilización, sino un «acto asumido a consecuencia de alianzas y prácticas estadounidenses específicas». Susan Sontag fue una figura genial y polémica, una voz crítica que se hizo sentir en momentos difíciles de la historia estadounidense. Su ausencia será aún más notable si se considera que Estados Unidos se encamina hacia otro Vietnam, por lo que su capacidad de reflexión y de generar controversia es ahora más necesaria que nunca.
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ADIÓS A LA VOZ MÁS CRÍTICA DEL IMPERIO
Por Silvina Friera Página/12 de Argentina - 29 /12/04
Ni las amenazas de la derecha más reaccionaria la hicieron callar: desde los ‘60, Susan Sontag demostró con palabras y hechos su hondo compromiso por buscar un mundo menos cruel. La izquierda perdió a una de las mejores polemistas, considerada la más europea de los escritores estadounidenses. La escritora y ensayista que encabezó el movimiento intelectual posterior al mayo del ’68, la defensora de las utopías como expresión de que es posible construir un mundo mejor, dueña de una prosa maravillosamente provocadora, que estuvo en contra de todas las guerras, la mujer que siempre repitió que “como ciudadana del mundo y ser humano” se sintió obligada a usar su voz pública a favor de los que no tienen voz. Utilizaba las palabras —y qué bien lo hacía— para desmontar las mentiras de una sociedad con la que nunca comulgó: se sentía avergonzada de ser estadounidense, detestaba la vanidad y la violencia de esa cultura de masas que arrasaba
la cultura de otros países. Ayer murió Susan Sontag, a los 71 años, a causa de la leucemia. “Yo desprecio y temo a Bush”, dijo, convencida de que hay un velado interés de dominación absoluta por parte del gobierno de su país. “En ese sentido —agregó la ganadora del Premio Príncipe de Asturias 2003— es seguro que Estados Unidos verá el desplome de más Torres Gemelas y Pentágonos.” Sontag nació el 16 de enero de 1933 en Nueva York; durante su niñez, a la que recordó como la de “una solitaria”, la lectura iluminaba sus días. “A los ocho o nueve años leí todo Shakespeare”, confesó. Estudió en las universidades de California, Chicago (donde se licenció en Filosofía y Letras en 1951), París y Harvard. Por su vasta formación filosófica y su pasión por la literatura de vanguardia, la escritora, opinaba su colega Gore Vidal, se convirtió “más que ningún otro estadounidense, en el eslabón con la literatura europea actual”, editando textos escogidos de Roland Barthes y Antonin Artaud. Su carrera literaria comenzó en 1963 cuando publicó su novela El benefactor. “Tengo la impresión de que la literatura amplió mi capacidad de compasión”, estimó, por “la forma de llevarnos a mundos diferentes, envolvernos en su contexto, y hacernos sentir partícipes de una historia ajena”. A partir del éxito internacional de sus ensayos reunidos en Contra la interpretación (1966) y Notas sobre lo camp, se transformó en una autoridad en lo referente a costumbres de su país. En 1968 fue enviada como periodista a la guerra de Vietnam, una experiencia que marcó su vida. Sontag, también cineasta, filmó a las tropas israelíes en la guerra de Oriente Próximo en 1973 y dirigió una película, Tierra prometida, en los Altos del Golán. A mediados de los ’70 le diagnosticaron cáncer: con esa misma actitud combativa con la que se comprometía en luchas políticas 35
y sociales, le torció el brazo a la muerte escribiendo La enfermedad y sus metáforas (1977). Después se sucedieron otros títulos de Sontag, traducida a 26 idiomas: Sobre la fotografía (ensayo), Yo, etcétera (relatos), Bajo el signo de Saturno (ensayos), Ante el dolor de los demás (ensayo de 2003) y las novelas El amante del volcán y En América, texto de ficción histórica por el que ganó el National Book Award en 2000, uno de los premios más prestigiosos de su país. La autora, que sostenía que los intelectuales debían comprometerse, cuestionó duramente a los escritores que se negaron a viajar a Bosnia, viaje que ella realizó en plena guerra, para impartir clases en la Academia Dramática de Sarajevo. Allí montó, en colaboración con el director bosnio Haris Pasovic y actores de diferentes etnias, Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Regresó varias veces para dar clases de cine y desarrollar proyectos de enseñanza. Decía, después de las imágenes más espeluznantes que le tocó presenciar, que para imaginar Sarajevo había que multiplicar a Bagdad por 500. “No había vida normal. No había agua, electricidad, teléfonos, las escuelas estaban cerradas. Se estaba bajo un continuo bombardeo”, recordó la escritora, que en 1993 participó de la fundación del Parlamento Internacional de Escritores, creado para defender la libertad de expresión y proteger a los autores perseguidos. Aunque se quejaba ante los medios de comunicación porque la consideraban una “máquina de opinión”, Sontag arremetía contra casi todo, especialmente contra los políticos. No dejaba títere con cabeza. Sobre la política norteamericana tras los atentados del 11-S e Irak dijo que en EE.UU. hay un partido, el republicano, y no hay oposición porque los demócratas son un mero apéndice. Según la escritora, su país marcha hacia una política imperial. “Estamos en el fin de la república y 36
el inicio del imperio. Clinton era Julio César y ese señor horrible de Texas es Augusto.” Respecto de Arnold Schwarzenegger, señaló que es “un mal chiste que salió de la nada” y lo comparó con Berlusconi, a quien la gente prefiere en Italia porque “es rico y tonto”. “En política pasa como en la música, que no quieren a Mozart y prefieren a las Spice Girls”, resumió las nuevas tendencias de los votantes estadounidenses. Cuando se revelaron las torturas en la prisión iraquí de Abu Ghraib, Sontag ironizó: “En EE.UU. evitamos la palabra tortura, decimos abusos, humillaciones, pero la palabra justa es tortura”. Y recibió una lluvia de críticas cuando publicó un ensayo en The New Yorker en el que afirmaba que los atentados del 11 de septiembre de 2001 no habían sido “cobardes”, como los calificó Bush, sino un “acto llevado a cabo como consecuencia de las alianzas y acciones específicas de Estados Unidos”. Cuando en 2001 recibió el Premio Jerusalén de Literatura, el más prestigioso de Israel para escritores extranjeros, aceptó el galardón pese a las presiones para que lo rechazara. La escritora, judía no practicante, aprovechó la oportunidad para condenar la política de ocupación israelí en los territorios palestinos y advirtió que la única solución sería la creación de un Estado binacional con la desaparición del Estado de Israel. En 1999 polemizó con el escritor austríaco Peter Handke, a quien criticó por su defensa de las posiciones serbias en los Balcanes. Otro blanco de sus objeciones fue Gabriel García Márquez, a quien recriminó en la Feria del Libro de Bogotá, el año pasado, por su silencio respecto de las ejecuciones y condenas de disidentes en Cuba. Aunque aseguró que amaba la obra del autor de Cien años de soledad, Sontag opinó que “él no dice la verdad sobre Cuba por su amistad con Fidel Castro, aunque dispone de in37
formación de primera mano”. Y la escritora recordó lo que le respondió el colombiano. “Su respuesta fue ridícula. Dijo que está en contra de la pena de muerte y que en privado ayudó a mucha gente. Eso demuestra que sabe lo que pasa. José Saramago es comunista y apoyaba sin condiciones al régimen cubano, pero declaró que ya no podía apoyarlo por más tiempo. García Márquez me dio pena, pero es ridículo. Necesitamos la verdad.” Aunque recibió amenazas de muerte por sus afirmaciones acerca de los ataques terroristas a las Torres Gemelas, a Sontag no le preocupaba lo que podía sucederle. Lo único que la desvelaba eran los cambios que se estaban produciendo en su país. La escritora que les hizo frente a distintas guerras —reales y metafóricas— perdió su última batalla.
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LA AMANTE DEL VOLCÁN
Por Alfredo Taján Diario Sur Digital - 31/12/04
La recientemente fallecida Susan Sontag siempre abominó del calificativo de intelectual y consideraba la literatura como un medio de expresión único Falleció esta semana la escritora norteamericana Susan Sontag, nacida en Nueva York en 1933, tras una larga batalla contra el cáncer. Ya en su ensayo ‘La enfermedad y sus metáforas’, Sontag establecía un límite a las diferencias ideológicas, y este límite se fundamentaba en el mal de la enfermedad. No era la primera vez que Sontag hablaba desde la pérdida, al contrario, la debilidad era su fortaleza, la descripción del horror su escapatoria. Algunas veces la escritora irritaba a sus seguidores o correligionarios, mientras que siempre desconcertaba a sus detractores, pero en esa amalgama de réplicas y contrarréplicas hallaba Sontag un bálsamo a sus opiniones, siempre libres, siempre polémicas. Recuerdo algunas de las caras de esta intelectual que abominaba de serlo porque consideraba que los escrito-
res sólo tenían que acercarse a la verdad aunque les condujera a un destino implacable; en ese sentido, consideraba la literatura como un medio de expresión único: «Literatura es libertad», escribió, y no se cansó de subrayar el tormento, la orgía de violencia, la vergüenza y la conmoción de las guerras, o de las dictaduras, vinieran de donde vinieran, en base a la mera transparencia de lo sucedido. Hasta su último suspiro Sontag denunció las imágenes con que la muerte se está apoderando de los medios de comunicación al igual que condenó, y muy duramente, a los gobiernos y a los grupos de poder que llevan siglos patrocinando la angustia bélica ya sea a través de la pintura, de la fotografía o de la televisión, por eso le dio igual arremeter contra Nixon, contra el clan Bush, Bill Clinton, Milosevic o contra la satrapía de Fidel Castro, lo que le acarreó, por cierto, una sonora ruptura con García Márquez y con Saramago. Tampoco tuvo ningún prejuicio para analizar, como Jünger, aunque al contrario, la perversión que entrevió en ‘Los desastres de Goya’, y a partir de ahí en las fotografías de guerra o en los reportajes mediatizados por grandes lobbys; «esto debe ser así», afirmó sin tapujos, «porque la mirada del artista es, literalmente, despiadada, la imagen debe consternar, debe guardar en sí misma una belleza desafiante, una ruina sublime», esta determinación negativa honró a Sontag que jamás dudó en mimetizarse en fría esteta de la muerte para contarnos sin miedo la tragedia de los conflictos mundiales, el patético estado del mundo. Y no desde la ética, «ese enemigo infiel», sino desde donde más podía doler, desde la estética, donde el sufrimiento se transfigura y el placer es, o debe ser, también dolor. 40
Precisamente Sontag nos sorprendió en 1992 con una novela intimista y coral titulada ‘El amante del volcán’ —en España, Alfaguara—, en la que a través de distintas voces narró la historia de la aventurera inglesa Emma Hamilton (1768-1815), prostituta, y después estilista y aristócrata gracias a su matrimonio con el extravagante coleccionista de arte Lord Hamilton, al fin ella misma convertida, en un juego de espejos, en coleccionista de estatuaria latina que impotente vio naufragar, ante sus ojos impávidos, la nave que traslada aquella colección familiar de Nápoles a Palermo; y en ese loco laberinto de nuevo resucitada como confidente de los reyes Fernando y Carolina, amante de la reina hasta que, herida por el rayo y en delirio astral, caer fatalmente enamorada del almirante Horacio Nelson, y al morir éste en Trafalgar, apartada, alcoholizada y desaparecida en pésimas condiciones. Quede sobre la conciencia de cada uno recordar a este portento de mujer y de artista: incluso en las historias más íntimas y tortuosas, como la de Emma Hamilton, Susan Sontag no paró de formular preguntas y no cesó de responder con valentía, con estupor, y sobre todo, con seguridad, independencia y rigor intelectual. Que ya es mucho para los tiempos de duda y de traición que corren parejos.
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INTELECTUALES DESPIDEN A SUSAN SONTAG
eluniversal.com 1º/1/05
La escritora y cineasta estadounidense murió a los 71 años en un hopital de Nueva York el pasado martes 28 de diciembre. Guenter Grass dice que Susan Sontag fue una gran «patriota» Para el Premio Nobel de Literatura alemán Guenter Grass, la fallecida escritora estadoaunidense Susan Sontag fue «una gran patriota americana», según declaró el autor germano en la ciudad alemana de Luebeck. «Con mucho valor y sin dejarse amedrentar por nada, Susan Sontag criticó las irregularidades en su país y por eso fue atacada y ofendida», dijo Grass. «Su patriotismo se expresa de esa manera, como también en su oposición a la guerra de Irak, llevada a cabo con mentalidad de cruzado por la administración Bush. Esto se merece un gran respeto», expresó.
Agregó Grass que cuando alguien no la comprendía, «ella aclaraba su posición en forma clara y tranquila. Algo así no se puede reemplazar'». Al margen de su actividad política, mucha gente no tomó en cuenta que Susan Sontag era igualmente '»una gran escritora», indicó.
Carlos Fuentes destaca la valentía intelectual de Susan Sontag El escritor mexicano Carlos Fuentes recordó a la escritora estadounidense Susan Sontag como una de las intelectuales más brillantes que ha conocido y destacó su «valor cívico'» frente a temas como la guerra. Sontag, que murió el martes pasado de cáncer a los 71 años, era como una «heroína bíblica con una fuerza moral incomparable», dijo Fuentes en declaraciones a la radio mexicana. «Era deslumbrante su inteligencia, la rapidez mental», manifestó el autor de Aura. «Sontag era una mujer que hacía lo que hacía en nombre de algo que nos concierne a todos, que era la cultura», expresó. Además, en un texto publicado en el diario Reforma, Fuentes consideró que «ese inmenso talento de Susan Sontag no se detenía en la razón, sino que comprendía al corazón». «Susan estuvo presente en Vietnam para denunciar el error de una guerra y en Sarajevo para atestiguar el horror de otra. Su batalla política final la dio contra el gobierno de George W. Bush y los peligros de una política externa producto de la ignorancia, la soberbia y el peligro de suprimir, en los propios Estados Unidos, las libertades públicas», escribió Fuentes. 43
«Fue la primera y más fuerte voz de los intelectuales del norte contra la pandilla de la Casa Blanca y las teorías suicidas del unilateralismo y la guerra preventiva», indicó. Fuentes, que conoció a Sontag en 1963 en Nueva York, dijo que la vio por última vez en Montreal en marzo. «Recuperada de dos batallas contra el cáncer, me dijo sonriendo: ‘Como en el béisbol, la tercera es la vencida. Three strikes and you are out’», escribió Fuentes.
Intelectuales bosnios dicen que Sontag hubiera merecido Nobel de Paz Los intelectuales bosnios recibieron con profunda consternación la noticia de la muerte de la escritora estadounidense Susan Sontag. «Sontag era una de las personalidades más importantes de la literatura y el teatro en todo el mundo. Con ella perdimos al mayor amigo que tuvimos jamás», dijo a DPA Gradimir Gojer, presidente de la asociación de escritores de Bosnia-Herzegovina y director del Teatro Nacional. La muerte de Sontag marca el fin de lo que puede llamarse «una reflexión vanguardista en el mundo». «Lo que nos unía a ella fue su compromiso con la tragedia de Bosnia-Herzegovina durante la guerra de 1992 a 1995», añadió. La escritora hubiera merecido el Premio Nobel de la Paz, porque luchaba por los derechos humanos y la libertad, dijo, por su parte, a DPA Ibrahim Spahic, director del Centro Internacional de la Paz de Sarajevo. Spahic organizó varias visitas de Sontag a la ciudad y se consideraba amigo de la autora. «Era una gran intelec44
tual, muy diferente a otros intelectuales modernos de Estados Unidos, Europa y el mundo». Sontag fue una de las primeras intelectuales que llamó a Estados Unidos y al mundo a intervenir en Bosnia y a detener el derramamiento de sangre a mediados de los 90. Mientras la sitiada Sarajevo estaba siendo atacada por los serbios, Sontag viajó a la ciudad para ayudar a sus habitantes, pero sobre todo a los escritores y a los hombres de teatro, recordó Gojer. Incluso dirigió la obra de Samuel Beckett «Esperando a Godot», con el fin de ayudar a los artistas a resistir en medio de la agresión. La ciudad le agradeció nombrándola Ciudadana de Honor. El escritor Salman Rushdie, presidente del Club Pen de Estados Unidos, calificó a Sontag de «literata destacada y pensadora intrépida, que siempre luchó valientemente por la verdad» e insistía en que los escritores «están comprometidos a tomar posición sobre los temas importantes de la actualidad». Los medios británicos también recordaron a la escritora. El conservador Daily Telegraph señaló: «Su obra hacía posible la crítica inteligente a la cultura moderna y tiene por lo tanto efectos básicos sobre las futuras generaciones de autores, críticos y periodistas». El liberal de izquierdas The Guardian la calificó de «luchadora, cuyo arma era el bolígrafo». The Times escribió: «Sontag encarnó para América el concepto francés de un intelectual público». En un comentario de la BBC, se dijo: «Su legado es la libertad de opinión».
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La escritora canadiense Margaret Atwood fue citada por el Guardian con las siguientes palabras: «Era una mujer única y valiente. Incluso cuando uno no coincidía con ella, siempre te hacía reflexionar».
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Opiniones sobre la autora
PERPLEJIDADES
Por Juan Gelman Página/12 - Buenos Aires, 28/10/01
Susan Sontag es una estadounidense de 68 años y pensamiento libre, capaz de calificar al entonces régimen soviético de “fascismo con rostro humano” y de apoyar con entusiasmo los bombardeos estadounidenses en Kosovo. No es precisamente pacifista y así lo reconoce. Se encontraba en Berlín cuando aconteció el 11 de septiembre y después de estar clavada 48 horas seguidas frente al televisor recibiendo “una sobredosis de CNN” —confiesa—, escribió un texto breve que publicó The New Yorker el 24 de septiembre. Criticaba acerbamente allí a los gobernantes y los medios de EE.UU. por la ancha desconexión existente entre la realidad y lo que aquellos decían sobre la realidad, tratando de convencer al país de que todo estaba bien y deseosos de no perturbar la visión del mundo supuestamente infantil del pueblo norteamericano. Entonces llovió palos sobre la escritora. Se la acusó de “odiar a los estadounidenses”, de “idiota moral” y “traidora”, se propuso confinarla en “el desierto” y hasta se opinó —un tal Todd Gaziano, de la
Heritage Foundation, en el programa televisivo de Ted Koppel— que en adelante había que prohibirle “hablar en círculos intelectuales honorables”, ya que merecía “ser deshonrada y despreciada por sus absurdos puntos de vista”. Un artículo en The New Republic —revista para la que alguna vez escribió— comenzaba así: “¿Qué tienen en común Osama bin Laden, Saddam Hussein y Susan Sontag?”. Nada menos que la destrucción de EE.UU. Pero la escritora sólo piensa que “revisitar la guerra del Golfo no es la manera de enfrentar a ese enemigo (el terrorismo)”. Susan Sontag se refirió en una entrevista reciente al terror desatado por la amenaza del ántrax: “Las autoridades responden al miedo al ántrax —y estoy un 99 por ciento convencida de que se debe a la acción de émulos locales locos que siguen su propia guerra— propagando más miedo aún. Ahí está el vicepresidente Cheney diciendo: ‘Bueno, esta gente (la que remite cartas contaminadas) puede ser parte de la misma red terrorista que produjo el 11 de septiembre’. Bueno, que me disculpen, pero no tenemos razón alguna para pensar eso”. No seguramente en el caso de las 170 clínicas del país que llevan a cabo abortos bajo el lema del “derecho a la elección”: el 16 de octubre último todas recibieron cartas con aviesos polvos blancos. Las misivas fueron despachadas desde Virginia, sede de una filial del militante grupo antiabortista Ejército de Dios, y anunciaban: “Ya están expuestos al ántrax. Los mataremos a todos”. El examen preliminar de uno de los sobres reveló la presencia de ántrax, aunque los resultados definitivos del análisis se conocerán la semana entrante. El hecho pasó inadvertido con tres muertos ya por el bacilo, su aparición en el Senado, la Cámara de Representantes, las oficinas de correo y el departamento militar encargado de clasificar la corres49
pondencia destinada a la Casa Blanca. Pero habla a las claras del terrorismo interno de EE.UU., en el que estos grupos ocupan un lugar destacado. No se limitan a arrojar bombas contra tales clínicas: en 1998 uno de sus militantes, James Charles Kopp, asesinó a tiros al Dr. Barnett Slepian, médico que practicaba el aborto en Buffalo, estado de Nueva York. Kopp logró huir a Europa y hay evidencias de que tanto su fuga como su estadía en el Viejo Continente fueron cobijadas por un movimiento antiabortista que contaría con una red internacional semejante a la de Bin Laden. The Wall Street Journal del 18 de octubre afirmaba que “de lejos, el proveedor más verosímil (del bacilo de ántrax que se propaga en EE.UU.) es Saddam Hussein”. Lo repiten en Washington miembros de la administración interesados en “terminar la guerra contra Irak”. Pero el 23 de octubre Bush hijo señalaba que “no le sorprendería” que Bin Laden estuviera detrás de los ataques con ántrax y Ari Fleischer, vocero de la Casa Blanca, explicaba que ésa era “la sospecha operante”. Tampoco sorprende la errancia del discurso oficial del mandatario yanqui, que primero habló de que se trataba de capturar a Bin Laden vivo o muerto y luego de barrer al régimen talibán, que un día afirma que su objetivo es Afganistán y al día siguiente que esta guerra será larga y podrá extenderse a los países que a su juicio alberguen terroristas. Susan Sontag, por su parte, reflexiona que mientras “esos idiotas del FBI dicen que tienen ‘evidencias plausibles’ de la posibilidad de otro ataque este fin de semana... nuestro ridículo presidente nos dice que salgamos de compras, que vayamos al teatro y que llevemos una vida normal. ¿Normal? Pude caminar 50 cuadras de un extremo a otro de Manhattan en minutos porque no había nadie en las calles, nadie en los restaurantes, nadie en automóvil. No 50
se puede aterrorizar a la gente y decirle luego que se comporte con normalidad”. “El presidente no sabe dónde está parado. Es un hombre confundido, atolondrado y miserablemente perplejo. Quiera Dios que pueda mostrar que en su conciencia no hay algo más deplorable que su perplejidad mental.” No lo dijo Susan Sontag: son palabras que Abraham Lincoln dirigió al onceavo presidente de EE.UU., James Knox Polk. Pertenecen al discurso que el entonces diputado por Illinois pronunció en 1848 ante la Cámara de Representantes en apoyo de una resolución presentada por los whighs, su partido, en que se aseveraba que la guerra en curso contra México “fue iniciada por el presidente de los Estados Unidos de manera innecesaria e inconstitucional”. Es verdad que Bush hijo inició su guerra de la misma manera, pero quién sabe si la frase de Lincoln le es del todo aplicable. Pareciera que la conciencia del hoy presidente de Estados Unidos más que a perplejidad huele a petróleo.
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‘LA MIRADA AGUDA, SU PRINCIPAL APORTACIÓN‘
Por Carlos Monsiváis El Universal Miércoles 29/12/04
Comencé a leer a Sontag en 1965 cuando publicó sus notas sobre el Camp. Me pareció un ensayo deslumbrante, que incorporó en Contra la interpretación, un libro en su momento, y ahora, muy estimulante. En un momento en que el ensayo carecía de relevancia, Sontag hace notar el brillo en la mirada aguda, en la intensidad intelectual y el valor de las ideas. Esta es una de sus grandes aportaciones. No me gustan sus dos películas, pero sí una de sus novelas, El amante del volcán. Me parecen extraordinarios sus libros de ensayos. Estilos de la voluntad radical es un libro notable, y los otros me parecen impresionantes por la inteligencia, la lucidez, la manera exhaustiva en que aborda los temas, se trate del cine de Godard, el teatro europeo o el pensamiento de Cioran. Su crítica a Bush y al imperio americano es de primer orden. Ella tuvo una actitud excepcional en la consideración de los derechos de los palestinos y en su oposición a la barbarie que fue la invasión a Irak. Es una prosista magnífica, una escritora legible. La valoración de las ideas sobre todas las cosas.
EN MÉXICO REFLEXIONÓ ACERCA DE LA NOVELA
Por Jorge Luis Espinosa El Universal Miércoles 29/12/04
En marzo de 1998 Susan Sontag llegó a la ciudad de México para participar en el ciclo Nueva geografía de la novela que, organizado por Carlos Fuentes en el marco del Festival del Centro Histórico, se celebró en la sede de El Colegio Nacional. Durante cinco días escritores como J. M. Coetzee, Gabriel García Márquez, José Saramago, Juan Goytisolo, Edna O’Brien, Nélida Piñón, Sontag y el propio Fuentes trazaron las fronteras de la novela, cada uno desde sus propias perspectivas. A Sontag le tocó hablar el 19 de marzo en el Aula Magna, donde ante un público que llenó este espacio, reflexionó sobre las permanencia de la novela en las postrimerías del siglo XX. Distante y fría con la prensa. Altiva y con el ceño hosco durante el cóctel que reunió a todos los escritores invitados en el Museo de la Ciudad de México, Sontag concurrió festiva al día siguiente a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde llamó tonto a George Steiner.
Ahí respondió cordialmente a las preguntas de alumnos y profesores, quienes lo mismo le preguntaron sobre si la «novelista» había callado a la «ensayista», que sobre la epidemia del sida en torno de la cual discurrió para abrir conciencia dentro de la población mundial. Incluso alguien le preguntó por qué en su ensayo Fascinante fascismo había asociado el uso del cuero en la vestimenta de los jóvenes con un elemento fascista. Con buen humor respondió que por ese tipo de interpretaciones había dejado de escribir ensayos.
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UNA BELLEZA NO SÓLO FÍSICA
Por Juan Goytisolo - El País Periodista Digital de España - 29/12/04
La conocí en el Lido de Venecia en agosto de 1967. Había leído ya algunos de sus ensayos y la admiraba profundamente. Los dos formábamos parte del jurado que concedió el León de Oro a Belle de jour, de Buñuel. La vi en la playa mientras jugaba con su hijo David, entonces un muchacho ni siquiera adolescente, y me llamó la atención la belleza, no sólo física, que irradiaba. Cuando un par de años después se instaló en París cenábamos regularmente con ella Monique Lange y yo. En la revista Libre publiqué una entrevista que constituyó uno de los primeros manifiestos feministas inteligentes y que tuvo mucho impacto en el mundo intelectual y literario. En 1975 estaba yo en Nueva York cuando me comunicaron que estaba gravísima, que se estaba muriendo de cáncer. Con esa energía y vitalidad que la caracterizaban luchó de una forma extraordinaria contra la enfermedad y logró superarla. Nos vimos luego varias veces en Nueva York, cuando iba allí a dictar mis conferencias, y en 1993 coincidí con ella en Berlín. Acababa de volver de Sarajevo y me con-
venció de la necesidad de que fuera allí a testimoniar de lo que ocurría. Nunca le agradeceré bastante ese consejo. Pasé con ella unas jornadas inolvidables mientras preparaba los ensayos de Esperando a Godot en un teatrito sin luz eléctrica, iluminado sólo por velas. A raíz de ello escribí el guión del documental Esperando a Godot en Sarajevo, que presenté en Madrid a finales de 1993. En la segunda y terrible acometida de la enfermedad, tuvo la energía de completar una de sus mejores novelas, El amante del volcán. Estuve con ellas varias veces en Madrid y Barcelona con motivo de la presentación de sus novelas y a mediados de este año me enteré de la tercera acometida de la enfermedad. Desde entonces me mantuvo informado a través de amigos de la gravedad de su situación, pero no he intentado comunicarme directamente con ella. Inútil decir que la noticia me ha dejado anonadado.
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«BAILABA CON LOBOS»
Por José Saramago - El País Periodista Digital de España - 29/12/04
No volveremos a ver la melena blanca de Susan Sontag, no escucharemos nunca más su voz fuerte y a la vez aterciopelada, no encontraremos en los periódicos los artículos de análisis, de crítica y también de protesta e indignación que nos aseguraban que la honradez intelectual seguía obstinada en no ser una mera conjunción de vocablos. Tampoco sus novelas y ensayos luminosos tendrán continuación. Ahora mismo los Estados Unidos deberían de estar de luto si el luto cívico fuera, hoy por hoy, en este país, compatible con la atmósfera perversa y enrarecida que el poder da a respirar a la mentalidad de sus ciudadanos. Susan Sontag «bailaba con lobos», ella misma era una loba, y a veces ululaba de desesperación porque el dolor no se acaba en el mundo, porque la guerra no se acaba en el mundo, porque lo humano tarda en llegar y lo inhumano nos va calcando a los pies todos los días y en todos los lugares. Adiós, Susan, no volveremos a vernos. Te voy a echar de menos, te lo aseguro. Tú ya eres, según el tópico manido, una «pérdida irreparable». Mañana comenzaremos a saber mejor hasta qué punto.
EL LENGUAJE DEL VALOR
Por Carlos Fuentes - El País Periodista Digital de España - 29/12/04
Conocí a Susan Sontag una asoleada tarde de julio de 1963 en Nueva York. Mi editor norteamericano, Roger Straus (desaparecido en 2004), me invitó a comer al hotel Stanhope, en la Quinta Avenida. Por ser día de calor, el hotel había dispuesto un café al aire libre en la acera frente al Museo Metropolitano. Busqué la cabeza blanca y rizada de Straus, un hombre seductor, con un toque de dandi neoyorquino de los años treinta, una risa domeñada y una mirada traviesa. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Roger había adquirido la firma Farrar, Straus y se había distinguido, rara avis, por la atención prestada a autores extranjeros. La nueva literatura italiana era su terreno preferido (Moravia, Silone, Morante, Pavese, Levi), pero su interés por Latinoamérica fue iniciático. Fue Straus quien rescató del anonimato a la chilena María Luisa Bombal y redescubrió para la lengua inglesa al brasileño Machado de Asís, además de encargarse de las ediciones populares de Alejo Carpentier.
Ahora entraba yo a la legión literaria de Straus, pero él, aquel caluroso día de verano, me preparaba una singular sorpresa: conocer a Susan Sontag, que jamás pertenecería a legión alguna, pues era dueña de una individualidad que, pronto lo supe, era el ancla profunda y poderosa de su enorme capacidad para llegar con entereza intelectual a los dominios compartidos: la comunidad, la sociedad, la polis, los otros. Parecía una heroína bíblica. Muy alta. Muy morena. Larga cabellera negra. Sonrisa como un regalo —que no una concesión— de su fundamental seriedad. Ojos negros y perpetuamente interrogantes. Y el cerebro más rápido e intransigente que me ha cabido, en vida, conocer. No fue casual que su primera pregunta, al sentarme con ella y Straus, fue: «¿Qué opinas de la relación entre Hegel y Feuerbach?» Esto, que en otra persona hubiera infundido pavor a quien lo escuchase, no dejó, en efecto, de alarmarme, si no me hubiese dado cuenta en el acto que Susan Sontag planteaba toda la relación de amistad a partir del respeto y el desafío a la inteligencia del otro. No se trataba, en realidad, de hablar de dos filósofos alemanes, sino de establecer de inmediato el nivel de la amistad como una forma de la inteligencia. O viceversa. Que ese inmenso talento de Susan Sontag no se detenía en la razón, sino que comprendía al corazón, lo llegué a entender a lo largo de una amistad que, si no fue todo lo frecuente que yo hubiese deseado, siempre fue estelar, un verdadero collar de discretas joyas llamadas imaginación, información, curiosidad, calor humano y, sobre todo, la convicción profunda de que la literatura es el aposento de una sensibilidad verbal sin la cual desertamos el don mayor de los seres humanos: comunicarnos con palabras. Porque cuando mueren las palabra, sobreviene la «selva 59
salvaje» de la violencia, la ignorancia y la guerra de todos contra todos. No minimizo la producción literaria de Sontag si recuerdo que este humanismo verbal propio de su perfil la pinta de cuerpo entero. Susan estuvo presente en Vietnam para denunciar el error de una guerra y en Sarajevo para averiguar el horror de otra. Su batalla política final la dio contra el gobierno de George W. Bush y los peligros de una política externa producto de la ignorancia, la soberbia y el peligro de suprimir, en los propios EE.UU., las libertades públicas. Fue la primera y más fuerte de los intelectuales del norte contra la pandilla de la Casa Blanca y las teorías suicidas del unilateralismo y la guerra preventiva. La inteligencia ciudadana de Susan Sontag hubiese bastado para acreditar su importancia moral. Ello no bastaría, sin embargo, para olvidar que, ante todo, Susan fue una de las mayores voces intelectuales de América y del mundo. Y seguramente, una de las más renovadoras. Su gran aporte consistió en revelar el valor de lo popular, la importancia de lo que parecería menos importante, el cine, la moda, la cursilería, el camp, la relevancia de lo marginal, excéntrico, perecedero, las obras del tiempo en su sentido más radical. Cuando la eternidad se mueve, la llamamos tiempo, escribió Platón. Ese movimiento del tiempo, la certeza de que la inmortalidad no se sabe inmortal y de que nuestras vidas se disminuyen si dejan pasar, con aire solemne, las mil y una diversiones de la vida cotidiana, son temas que le dieron una originalidad necesaria a obras como Contra la interpretación y La voluntad radical. Sontag, dentro de la caverna de Platón, veía la proyección del cine de Fassbinder y de Ichikawa, del arte de Warhol y de los ensayos de Barthes. 60
Pero hubo un momento en el que Susan Sontag entró de lleno en temas que claman nuestra atención y no la obtienen, entre otros motivos, porque carecen de atractivo estético. La enfermedad en general. Y el sida en particular. Metáforas del mal que quisiéramos ocultar en sombra y nombrar en silencio, Sontag las llevó a la luz pública, a la reflexión humanista, a la revelación. Consciente de que el dolor requiere un lenguaje, Sontag le dio las palabras indispensables a las enfermedades silenciadas, trátese de la tuberculosis ayer o del sida hoy. Lo hizo con el valor y el tacto con que esta admirable mujer empleaba el lenguaje. Su mayor orgullo literario era ser novelista. El benefactor, Estuche de muerte, Yo, etcétera, El amante del volcán y En América son obras de extrema fidelidad al credo de Sontag: la literatura es la reserva primaria de la sensibilidad. Tuve muchos momentos de amistad con ella. Como conjurados en el Festival Cinematográfico de Venecia del año 1967, cuando disputamos preferencias estéticas, ella favorable a Godard, Moravia a Pasolini y Juan Goytisolo y yo —montoneros hispánicos— a favor del, finalmente, premiado Buñuel. En las playas del Lido, Susan tenía por lectura ligera, de vacaciones, a Henry James. En los cafés de Manhattan, descubrió antes que nadie en América la gran novela de Ítalo Calvino Si una noche de invierno un viajero y me confió —alegría compartida— que «ésa es la novela que me hubiese gustado escribir». Este sentimiento de la admiración y la sorpresa —la capacidad de descubrir y querer lo desconocido, prueba de juventud permanente— era habitual en ella y nos llevaba a sus amigos a leer lo que, sin ella, acaso hubiese pasado desapercibido. Recuerdo así su contagiosa lectura de Sebald, de Nadas, de Manea, de Kuzniewicz. El redescubrimiento de Rulfo, cuyo Pedro Páramo prologó. 61
La invité a participar en las conferencias acerca de la geografía de la novela en El Colegio Nacional de México donde, rodeada del entusiasmo del público y del amistoso calor de Juan Goytisolo, José Saramago, Sealtiel Alatriste y J. M. Coetzee, Sontag hizo un relato magistral de cómo puso en escena, en medio de los horrores de la guerra de Sarajevo, la obra de Samuel Beckett Esperando a Godot, y cómo, en una ciudad asediada, un teatro del asedio devolvía a los espectadores ese otro nombre de la acción que llamamos «esperanza». La vi por última vez en Montreal el mes de marzo del 2004. Recuperada de dos batallas contra el cáncer, me dijo sonriendo: «Como en el béisbol, la tercera es la vencida. Three strikes and your are out». La «vencida» llegó con la Navidad del 2004. La noticia de su muerte me retrotrae a ese diálogo reciente en Montreal, cuando Susan culminó nuestra conversación sobre agendas de nuestro tiempo con una rotunda afirmación: «La condición femenina, el acceso de la mujer a la dignidad, al trabajo, a la ley, a la plena personalidad, será el tema central del siglo XXI». Recordé, escuchándola, viéndola transformada por la enfermedad, a la joven de 18 años que se atrevió a pedirle una entrevista a Thomas Mann en Los Ángeles y, ya frente a él, no supo qué decir. La admiración la rindió. Pero acaso un día, Susan recordó al Settembrini de La montaña mágica cuando nos dice que no hay gran literatura que no se refiera al sufrimiento y que no esté dispuesta, como literatura, a asistirnos, a apoyarnos ante el dolor. Y acaso recuerdo para siempre algo que le debo al accidente del cine: la imagen de la niña Susan interpretando el papel de la fiera Pearl Chávez —ya de grande, Jennifer Jones— en la película Duelo al sol. Filmada en 62
la Arizona de su infancia, la obra de King Vidor preserva para siempre la mirada melancólica de una niña morena, de cabellera larga con flores en el pelo.
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¡«GOOD BYE» SUSAN!
Por Joan Barril El Periódico de Catalunya - 29/12/04
Sin Susan nos quedan pocos autores de la mejor América. Nos ayudaron a pensar por nosotros mismos y se van yendo. Tengo una fotografía de Susan en la pared. Lo mejor es la claridad que ha dejado bajo el marco. Si yo, de joven, hubiera sido Dustin Hoffman en El graduado hubiera renunciado a un par de matrículas de honor para acostarme no con la señora Robinson, sino con Susan Sontag, que acaba de dejarnos un poco más huérfanos precisamente cuando el mundo se hunde bajo las olas. Si añadimos una ene de más a su apellido, Sonntag sería en alemán domingo, el día del sol. Y la luz solar de Susan nos ha servido para mucho. Es más: nos sigue sirviendo para mucho. Susan, con su cabellera negra tirando a gris, parecía realmente un personaje de película. Pero no de película de Mike Nichols, sino de Woody Allen, esas historias de texto y de debate en la que los judíos no practicantes como Susan buscaban un sentido a su vida y dudaban del papel de Estados Unidos en el mundo.
Conocí a Susan en su magnífico libro Contra la interpretación. En aquella Europa post-68 que necesitaba a los ismos como la tabla de salvación que nos permitía flotar en la ciénaga de las ideologías, Susan nos aconsejaba desde el otro lado del Atlántico que nos desnudáramos de los apriorismos y que afrontáramos los textos con una inteligencia virginal. Venía a decirnos que las ideas no estaban en nosotros, sino que estaban en los libros. Y que el mínimo respeto a la obra escrita significaba ponernos a su disposición aunque sólo fuera para sacar de la lectura las dudas más fértiles. Acostumbrado a lecturas abstrusas más cercanas al catecismo marxista que al placer del pensamiento, Susan era la voz de la conciencia. La escuchaba dentro de mí cuando cerraba su libro, como una voz que decía: «A mí también me gustaría ser europea, pero esa Europa necesita que alguien le abra las ventanas». La ortodoxia marxista no se atrevió a llevar los libros de Susan a la hoguera de los traidores. Era una liberal en el sentido más norteamericano del término liberal. Alguien que podía enfrentarse al poderosísimo establishment ideológico de Estados Unidos y mantenerse en la peana del respeto. Fue la luchadora feminista desde la más inteligente de las posiciones. Sabía que en su país la mujer con poder vendría de la mano del partido republicano y no erró el pronóstico. Habló del cáncer que la atenazaba y estableció comparaciones y disensiones entre su enfermedad y aquella mística tuberculosis que inspiró a tantos escritores de principios del siglo 20. Susan no se encerró en ningún sanatorio de ninguna montaña mágica, sino que decidió quedarse sobre el terreno para dar carta de naturaleza al arte fotográfico y para no morderse la lengua a la hora de denunciar a los políticos de su país por torpes y ultraderechistas, a García Márquez por hi65
pócrita, al escritor alemán Martin Walser por ser condescendiente con el Holocausto, a Sharon por genocida y a ETA por atentar contra la población civil. Susan no tenía bastante con ser liberal. Susan era libérrima. Y ahora que se nos ha ido, con su melena gris al viento y su modernísima obra todavía vigente, me siento deudor de esa embajadora de la mejor América. Quería exponer la complejidad en un mundo de McDonald’s. Y eso, ahora va a ser más difícil, incluso en su querida Europa.
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LA MUJER QUE LEÍA PARA SER LIBRE
Por Fernanda Pivano* Corriere della Sera - Roma, 2004 (Traducción de María Elena Rey) La Nación. Domingo 2/1/05
«A Sontag le gustaba adoptar la célebre frase de Johann Wolfgang von Goethe, según la cual la cultura consiste en «saber todo». Y ella leía todo»
Le gustaba sorprender a sus lectores y a su público con frases ingeniosas que pronto se convertían en definiciones populares: incluso en Notas sobre lo camp inventó una: «Tan malo que es bueno» y en Contra la interpretación ella, Susan Sontag, considerada la escritora más analítica de todas, dijo que «el análisis crítico está implicado con el poder hechicero y mágico del arte». Aparte de sus frases ingeniosas, era célebre por sus múltiples intereses: estudiosa del ballet y la fotografía, activista apasionada en favor de los derechos humanos, divulgadora de sus autores preferidos, como Walter Benjamin y Elias Canetti. *Fernanda Pivano, amiga de Pavese y Hemingway, es escritora y fue en las últimas décadas una de las grandes divulgadoras de la cultura norteamericana en Italia.
En Italia era muy popular, especialmente en Roma, donde había dirigido una comedia de Pirandello y donde también había realizado la versión cinematográfica de una de sus comedias. En Estados Unidos dirigió en teatro Esperando a Godot de Samuel Beckett, pero trabajó en el teatro de todo el mundo: por ejemplo, en Sarajevo, durante el asedio, lo que le valió ser distinguida como ciudadana honoraria. Casi todos la conocíamos como ilustre escritora y como provocadora irrefrenable. Yo me convertí un poco en su amiga en los dos años en que ella fue presidenta del Pen Club norteamericano. En ese período hubo una reunión muy polémica porque Norman Mailer quería nombrar presidente en el Pen a un alto funcionario del Estado. El gran problema había sido la ruptura entre los delegados de izquierda (como Kurt Vonnegut) y los de derecha (como Saul Bellow) y ambos grupos realizaban largas ponencias para sostener sus puntos de vista. Los de Susan Sontag eran siempre controvertidos: parecía que se divertía poniendo en apuros a su público. Se había hecho muy popular su definición del «fascismo rojo», su idea de que entre el fascismo y el comunismo no había después de todo tanta diferencia debido a la autoridad absoluta que ejercían sus dictadores. Sus ideas, que a menudo contrastaban con las corrientes en boga, se basaban en su activismo por la causa de los derechos humanos —que divulgaba mediante su asidua presencia en todas las ciudades del mundo en que había problemas políticos— y cuajaban en su extraordinaria habilidad para realizar retratos de personajes controvertidos, por ejemplo, de Antonin Artaud. Nunca se cansaba de desafiar el pensamiento convencional. Quizás este placer por el desafío le venía desde niña, deriva68
do de ser hija de un padre muy tradicional y de una madre alcohólica. Se casó con un compañero de la Universidad de Chicago, al que había conocido diez días antes. A los diecinueve años tuvo un hijo, pero luego de nueve años se divorció y nunca se volvió a casar. A su marido lo conocí en Venecia, en un bar frecuentado por Ernest Hemingway. Siempre es difícil comprender las razones de los divorcios. También lo es comprender qué esconden las simpatías de un escritor por otros colegas. Por ejemplo: es extraño pensar que Susan Sontag tuviera tanta admiración por una escritora «difícil» como Djuna Barnes o por Los miserables, de Victor Hugo. En general, pensaba que «leer un libro es como entrar en un espejo». Le gustaba también decir que había decidido ser escritora de niña, cuando leyó el Martin Eden, de Jack London. En una entrevista con la Paris Review declaró que solía leer «en un delirio de exaltación literaria». Naturalmente, conocía todas las revistas literarias del mundo y pronto se hizo amiga de Elizabeth Hardwick, fundadora de la New York Review of Books de la cual siempre fue una importantísima colaboradora. En este momento no deseo hablar de los que desacreditaban sus ideas. Querría, en cambio, recordar que le gustaba citar y adoptar la célebre frase de Johann Wolfgang von Goethe, según la cual la cultura consiste en «saber todo». Y ella leía todo: le gustaba decir que la principal razón por la cual leía era «porque le gustaba leer». Otra cosa que le encantaba decir era que siempre había buscado combatir «la distinción entre pensamiento y sentimiento», algo que en realidad es la base de todo punto de vista antiintelectual. Aseguraba que «pensar es una 69
forma de sentimiento y el sentimiento es una forma de pensamiento». Cuando se dio cuenta de que estaba enferma, escribió La enfermedad como metáfora y, para no contradecir su idea de que no es necesario ser indulgente con las propias enfermedades, jamás hablaba de ello. Por supuesto, no era partidaria de la guerra en Vietnam y esto la acercó mucho a Allen Ginsberg: se frecuentaban como viejos amigos en aquellos años del Pen Club. Yo estaba entonces siempre con ellos en el restaurante donde se desarrollaba la reunión, siempre feliz cuando podía escuchar, digámoslo así, «en libertad», a genios extraordinarios como ellos. Esta bellísima señora, con su mechón blanco sobre la frente tan famoso como sus libros, nos faltará a muchos de nosotros: a nosotros los europeos y quizás aún más a los países no europeos, donde con su presencia consolidaba continuamente su popularidad. Fue una iconoclasta: agredía tanto a la derecha como a la izquierda; sostenía, sola entre los norteamericanos, una intervención en los Balcanes contra el asedio a Sarajevo; o realizaba declaraciones a propósito de los ataques terroristas del 11 de septiembre que le valieron —por la envidia de sus opositores— acusaciones de antinorteamericanismo. A sus detractores no les importaba su convicción de que «una novela es digna de ser leída cuando es educación para el corazón». Sus máximas no terminaban nunca. Como Henry James, decía: «No existe de mi parte una última palabra sobre nada». Recordémosla con respeto, con admiración y con reconocimiento por las ideas que nos ha dado.
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GRACIAS POR SARAJEVO
Por Juan Goytisolo La Nación 2/1/05
La conocí en el Lido de Venecia en agosto de 1967. Había leído ya algunos de sus ensayos y la admiraba profundamente. Los dos formábamos parte del jurado que concedió el León de Oro a Belle de jour, de Buñuel. La vi en la playa mientras jugaba con su hijo David, entonces un muchacho ni siquiera adolescente, y me llamó la atención la belleza, no sólo física, que irradiaba. Cuando un par de años después se instaló en París cenábamos regularmente con ella Monique Lange y yo. En la revista Libre publiqué una entrevista que constituyó uno de los primeros manifiestos feministas inteligentes y que tuvo mucho impacto en el mundo intelectual y literario. En 1975 estaba yo en Nueva York cuando me comunicaron que estaba gravísima, que se estaba muriendo de cáncer. Con esa energía y vitalidad que la caracterizaban luchó de una forma extraordinaria contra la enfermedad y logró superarla. Nos vimos luego varias veces en Nueva York, cuando iba allí a dictar mis conferencias, y en 1993 coincidí con ella en Berlín. Acababa de volver de Sarajevo y me con-
venció de la necesidad de que fuera allí a testimoniar lo que ocurría. Nunca le agradeceré bastante ese consejo. Pasé con ella unas jornadas inolvidables mientras preparaba los ensayos de Esperando a Godot en un teatrito sin luz eléctrica, iluminado sólo por velas. A raíz de ello escribí el guión del documental Esperando a Godot en Sarajevo, que presenté en Madrid a finales de 1993. En la segunda y terrible acometida de la enfermedad, tuvo la energía de completar una de sus mejores novelas, El amante del volcán. Estuve con ellas varias veces en Madrid y Barcelona con motivo de la presentación de sus novelas y a mediados de este año me enteré de la tercera acometida. Desde entonces me mantuvo informado a través de amigos de la gravedad de su situación, pero no he intentado comunicarme directamente con ella. Inútil decir que la noticia me ha dejado anonadado.
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UNA ESTETA EN LAS BARRICADAS
Por Edgardo Cozarinsky La Nación - Buenos Aires, 2004
Es difícil sobrevivir a una fama temprana. Susan Sontag apenas había cumplido los treinta años en 1964, cuando sus «Notas sobre lo camp» aparecieron en Partisan Review y de la noche a la mañana se convirtió en una celebridad en los Estados Unidos, coronada por una reseña del New York Times que explicaba a sus lectores cómo un artículo publicado en una revista literaria podía haber repercutido en todo el país más allá de los círculos intelectuales. La proeza de definir, por ejemplo, una forma de sensibilidad hasta ese momento difusa, y de hacerlo en una prosa digna de los ensayos de Oscar Wilde había sido cumplida por una mujer que las fotografías revelaban de una belleza sensual: pelo renegrido, labios pulposos, grandes ojos de mirada intensa. Sontag logró sobrevivir a esa notoriedad imprevista y no buscada. Lo logró con una exigencia intelectual y cívica poco frecuente. Sus ensayos de aquellos años, que iban a aparecer reunidos en Contra la interpretación (Against Interpretation) y Estilos radicales (Styles of Radical Will), la impusieron como una escritora brillante que
ignoraba lisa y llanamente el provincialismo de los intelectuales norteamericanos: su frecuentación de la obra de Cioran, Barthes, Artaud y Lévi-Strauss; más tarde de Canetti y Benjamin, alimentaba una exploración del hecho estético y del juego de ideas que incluía, desde el principio, al cinematógrafo entre sus referencias ineludibles: Bresson, Godard, Persona de Bergman o el Hitler de Syberberg. «Europeizada» para sus compatriotas, esta mujer criada en Arizona y California, educada en las universidades de Chicago y Harvard, al llegar por primera vez a París a los diecinueve años emergió de la Gare Saint-Lazare para tomar un taxi sin dar al chofer otra indicación que la palabra «Sorbonne». Lo contaba muchos años más tarde, riendo por el sentido práctico que el episodio revelaba contra una aparente vocación académica: la joven ávida de experiencia sabía que era en los alrededores de la célebre universidad donde hallaría hoteles baratos para estudiantes... Había en Sontag algo profundamente norteamericano, acaso propio de otra época de los Estados Unidos: cierta candidez aliada a una inagotable curiosidad, algo que recuerda a las heroínas de Henry James. En su caso, los vaivenes de la historia que le fue contemporánea no dejaron de solicitarla. Participó en la militancia contra la intervención de su país en Vietnam, hizo (como Mary MacCarthy y otros intelectuales norteamericanos) el viaje ritual a Hanoi y escribió un libro sobre su visita al país agredido por sus compatriotas. Pero en ningún momento cedió a la inevitable, acaso necesaria, miopía de toda militancia: siempre vio cómo la utopía comunista exigía para realizarse renunciar a todo espíritu crítico, así como comprendía hasta qué punto la abundancia de la oferta cultural en el mundo capitalista aho74
ga bajo su ruido las voces individuales que no se promueven según las leyes del mercado. Por aquellos años Sontag también hizo sus primeras incursiones en el cine (en Suecia) y en el teatro (en Italia). Los resultados no fueron lo más destacado de su obra pero sí un predicado de ese personaje de avasallante energía que, paradójicamente, iba a confirmar la enfermedad: de su primer cáncer, en 1974, surgió no sólo un libro, La enfermedad como metáfora (Illness as Metaphor), sino también una renovada voluntad de vivir reconocible en toda su producción de aquellos años. En los ensayos de Sobre la fotografía (On Photography) y Bajo el signo de Saturno (Under the Sign of Saturn) hay una urgencia inédita por intervenir en los temas que aborda. Sontag siempre entendió que lo imaginario es no sólo una parcela decisiva de la realidad; interviene en ella, la modifica, le reconoce valores diferentes de lo meramente económico o moral. Hace veinte años luchó para que se publicara en inglés a Robert Walser; hace un año, para que se tradujera a Roberto Bolaño. Durante más de treinta años de amistad, era raro que en nuestros encuentros no citara regularmente a Borges, el nombre de algún personaje de la Historia universal de la infamia, alguna situación de un cuento o, sencillamente, la estatura mítica del ciego que encarnó para el siglo XX la literatura entera.
LA PATRIA DE LA IMAGINACIÓN Recuerdo que después de la caída del muro de Berlín intuyó que una ola de guerras civiles, locales, iba a terminar de destruir los últimos focos de cultura cosmopolita que los nacionalismos inventados en el siglo XIX habían logrado gradualmente exterminar al imponerse en el si75
glo XX. A mi afecto por la desaparecida Esmirna anterior a Kemal Atatürk, a la extinta Alejandría anterior a Nasser, Susan me iba a responder que era necesario agregar Sarajevo, adonde fue en plena guerra civil de la ex Yugoslavia, menos para poner en escena, bajo las bombas, Esperando a Godot que para estar cerca de las ruinas de una ciudad donde habían podido convivir durante siglos cristianos, musulmanes y judíos. Poco antes yo había realizado un pequeño film en el que a través de la música de Scarlatti evocaba la Andalucía anterior a 1492, donde esa misma convivencia había sido posible. Le envié un video del film como respuesta a su viaje y en nuestro siguiente encuentro me lo comentó diciéndome: «Cada vez más la verdadera patria de gente como nosotros estará en la imaginación y en los libros». Esto me lleva a su admirable condena de la política de Israel, algo audaz para una judía norteamericana no marxista, y a su no menos admirable condena de la corrupción de los dirigentes palestinos que pretenden actuar en nombre de su pueblo, relegado y discriminado en su propia tierra. Demonizada por la prensa de su país porque mantuvo la cabeza fría después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, su ferocidad se hizo mayor cuanto más de cerca la tocaba la soberbia del poder armado: ante la agresión norteamericana a Irak, con la salud ya minada por una serie de cánceres recurrentes, no dejó de participar en lo que podríamos llamar la resistencia interna. Cuando fue a recibir el premio de los libreros alemanes en 2003 (una de las distinciones europeas más independientes y respetadas, lejos de la politiquería del premio Nobel), el embajador de los Estados Unidos en Alemania rehusó asistir a la ceremonia y ella le agradeció públicamente su ausencia. El horror de la tortura institucionalizada indignaba por encima de cual76
quier otra cosa a Sontag. No en vano nunca luchó por principios abstractos, que siempre terminan justificando lo inaceptable, sino por el derecho de los individuos a vivir a la altura de sus aspiraciones. Su último libro de ensayos se tituló Ante el dolor de los demás (Regarding the Pain of Others), título que juega con los dos sentidos que tiene en inglés su primera palabra: tanto «respecto a» como «mirando» el dolor de los demás.
LA SATISFACCIÓN DE UN DESEO Me doy cuenta de que no he hablado de la obra de ficción de Sontag, la parte menos apreciada de su producción; es, sin embargo, la que más claramente refleja su trayectoria humana individual. A sus primeras novelas de los años 60, El benefactor (The Benefactor) y Estuche de muerte (Death Kit), ejercicios demasiado intelectuales para resultar realmente convincentes como obras de imaginación, sucedió un largo silencio que iba a romperse en la última década con dos voluminosas novelas en apariencia «históricas», donde el placer de contar, de inventar situaciones y peripecias para sus personajes, de variar los abordajes narrativos a lo largo del mismo libro está alimentado por sus emociones más personales: en El amante del volcán (The Volcano Lover), su pasión por Italia, su fascinación con las pasiones que ese territorio de la inteligencia y el placer de los sentidos despertó siempre en los extranjeros, y al mismo tiempo la admiración por la lucha revolucionaria encarnada en una figura de mujer; en En América (In America), su propia pasión por el teatro, por inventarse una nueva identidad en un escenario que en este caso es el de un continente inexplorado. 77
Estas novelas están llenas de vida emotiva e intelectual y en ellas reconozco la satisfacción de un deseo que en Susan Sontag iba aumentando con la edad, con la salud asediada, con la pérdida de las ilusiones políticas en este mundo cada vez más atroz, el de nuestro presente. Decir que ese deseo es el de vivir intensamente, el de conocer más y mejor, el de explorar nuevas experiencias me parece una forma acaso banal de describir una entrega que en ella tenía la nobleza de las pasiones a las que un individuo se atreve y aún más si es un intelectual, a quien la imaginación colectiva ve ajeno a toda intensidad de sentimiento. Es, sin embargo, esta intensidad del sentimiento lo que hoy, en este día de tristeza, a pocas horas de enterarme de su muerte después de meses de lucha contra un linfoma, rescato de la mujer que fue mi amiga. Dedico estos párrafos a la persona que ella más quiso: a su hijo David Rieff.
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VEINTE ARBITRARIAS RAZONES PARA LEER A SONTAG
Por Héctor de Mauleón El Universal. Confabulario Suplemento de cultura
1. Porque de niña consideró que su infancia era una tremenda pérdida de tiempo. 2. Porque a la edad de seis años, al advertir en Miami un banco con un cartel que rezaba “Sólo para blancos”, le dijo a su sirvienta negra: “Yo me siento aquí, y tú en mis rodillas”. 3. Porque dudó de una cultura que llenaba las ciudades del mundo con turistas dotados de cámaras fotográficas: turistas que, al no saber cómo reaccionar ante las cosas notables que encontraban, “tomaban fotografías, limitaban la experiencia a la búsqueda de lo fotogénico para convertir la experiencia sólo en una imagen, en un souvenir”. 4. Porque las declaraciones recogidas en los diarios el día de su muerte revelan que Sontag es ya la fotografía captada por esos turistas de la historia: mucho antes de que las metáforas militares del cáncer (“la batalla en con-
tra...”, “la invasión”, “el bombardeo”) la extinguieran en una clínica de Nueva York, la escritora se había convertido en icono, es decir, en souvenir: un artículo suntuario de la cultura occidental, “algo más conocido como ‘nombre’ que como una autora a la que se hubiera leído” —según afirman sus biógrafos. 5. Porque en Gremlins 2, la película que Joe Dante dirigió en 1990, el líder los Gremlins, con bata, gazné y pipa larga, dice en una entrevista televisada: “Lo que nosotros queremos es civilización”. Y cuando el entrevistador le pregunta: “¿Qué entiende usted por civilización?”, el Gremlin responde: “La Convención de Génova, música de cámara... y Susan Sontag”. 6. Porque el homenaje en Gremlins 2 resume el papel que la escritora jugó en la vida cultural estadounidense durante los 41 años que duró su visibilidad. 7. Porque, incluida en la lista de los cincuenta Grandes Norteamericanos Vivos; ubicada por la revista Life en el número 61 de las “Mujeres que conmocionaron al mundo”; autora de unas Notas sobre lo camp que fueron colocadas en el puesto 72 entre los cien Mejores Trabajos Periodísticos de Norteamérica; creadora de un ensayo (La enfermedad y sus metáforas) que la Asociación Literaria Nacional de Mujeres consideró uno de los 75 libros escritos por “mujeres cuyas palabras han cambiado al mundo”, Sontag se reía de un país que, entre otras cosas, enlistaba los méritos de sus ciudadanos como única forma de comprenderlos (aunque gozaba muchísimo con esas listas y cuidaba el puntaje en que su nombre había sido escrito). 80
8. Porque la leyenda dice que ella formuló una estética que salvó “para siempre” las diferencias entre la alta cultura y los fenómenos de masas, pero no explica la manera incontestable en la que libros como Contra la interpretación y Estilos radicales suelen sintetizar, en un solo párrafo irritante, los materiales más diversos. 9. Por la frase inicial de sus Notas sobre lo camp: “Muchas cosas en el mundo carecen de nombre, y hay muchas cosas que, aun cuando posean nombre, nunca han sido descritas”. 10. Porque reveló a la cultura norteamericana, bajo una luz inédita, la naturaleza de sus objetos culturales y le demostró que “el intelecto puede hallarse en todas partes (menos en la Casa Blanca)”. 11. Porque aprovechó su influencia en una de las editoriales estadounidenses más importantes (Farrar, Straus & Giroux) para que escritores como Walter Benjamin, Elias Canetti, Robert Walser y Roland Barthes fueran conocidos más rápidamente fuera de Europa. 12. Para averiguar por qué el crítico Elliot FreemontSmith, de The New York Times, se quejó de esa jovencita que “no entró de puntillas en el panorama intelectual, ni adoptó una actitud dubitativa y modesta y surgió de la nada como si fuera la protagonista de un desfile de serpentinas [...] y en lugar de verse anunciada, fue proclamada”. 13. Porque recomendó desprecio a los valores mercenarios de la literatura, aversión al uso instrumental de los escritores, cautela ante “el filisteísmo cultural que se 81
encubre con la aplicación de valores democráticos en materia literaria”, desconfianza permanente ante toda afirmación nacionalista y toda lealtad tribal y eterno antagonismo contra las fuerzas represivas y de la censura. 14. Porque enarboló todas las banderas de lucha de su generación y de ese modo refrendó el papel del intelectual como figura pública, y porque de ese modo, también, cometió los excesos que sus críticos no han perdonado: el elogio a la “democracia” construida por Castro o la bucolización de Vietnam del Norte, entre muchos otros. 15. Porque frente al genocidio a cuchillo en Ruanda afirmó que la literatura es totalmente secundaria, y lo afirmó de este modo: “Ni me interesa Hazlitt, ni Burke, ni Bataille, ni Baudelaire, ni el malditismo, ni lo demoniaco, ni nada de eso. ¿Sabe lo que me interesa? Me interesa Ruanda”. 16. Porque consideró que el ataque contra las Torres Gemelas, más que la rectificación de todos los agravios contra el pueblo palestino, era también un ataque contra la modernidad, contra “la única cultura que hace posible la emancipación de las mujeres”. 17. Porque al hacer una lectura desoladora de las imágenes de los prisioneros iraquíes torturados y fotografiados por sonrientes soldados estadounidenses, afirmó: “Las fotografías somos nosotros”. 18. Porque señaló que el horror mostrado en esas fotografías no podía aislarse del horror del acto de fotografiarlo. 82
19. Porque no tuvo empacho en cometer la secreta venganza de llamar al mandatario estadounidense: “el asesino en serie de Texas”. 20. Porque, aunque en una de sus últimas entrevistas dijo haber dedicado su vida a criticar al gobierno de su país, y anheló haberlo hecho con más tino que su colega el escritor Gore Vidal, Gore Vidal acaso se sentirá de ese modo menos solo.
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ADIÓS
Por María Moreno Página/12, enero 2005
Seguramente Susan Rosemblatt comprendió muy temprano la importancia publicitaria de que sus iniciales se repitieran como las de Marilyn Monroe. Por eso eligió el seudónimo de Susan Sontag. ¿O se trataba de resignificar la terrible combinación SS? La naturaleza la ayudó: su mechón de pelo blanco es un logo de identidad como la bizquera de Sartre o el turbante de Simone de Beauvoir. Susan Sontag, que murió esta semana, era una mujer de izquierda a quien le gustaban las intervenciones espontáneas, en la línea del Yo acuso de Zola, pero hechas menos en los términos de personalidad corajuda y pieza oratoria, aunque con la misma intención de “dramatizar el hecho de tener una conciencia”. Ha dirigido Esperando a Godot en Sarajevo, ha denunciado la letalidad de la metáfora en la enfermedad, como forma de control político y como mito sobre la personalidad (La enfermedad y sus metáforas, El sida y sus metáforas), ha estado en Vietnam y en Chiapas poniendo el cuerpo, quizá con menos ilusiones progresistas de estar a tono con la historia y del lado de los vencidos que bajo las premisas de su ad-
mirado Antonin Artaud: toda constatación sobre la conciencia debe ser también una constatación sobre el cuerpo. En su caso, habría que precisar que también debía ser al revés. Como feminista, Sontag no creyó en el ghetto de la identidad ni en la necesidad de una toma de posición exclusiva. Pero fue audaz cuando, en uno de los momentos en que más se solía acallar ciertas cuestiones políticas tradicionales en las luchas feministas como durante una guerra, ella denunció que las 170 clínicas que en su país practicaban el aborto bajo el lema “libre elección” recibieron sus sobres de ántrax emitidos directamente desde Virginia y no desde algún centro “contaminador” del terrorismo. Es fácil reconocer en su fe intelectual la huella de Sartre, pero lo es menos por el compromiso que por la diversidad de sus objetos de curiosidad: la cultura popular, la fotografía, el porno, la guerra. En un día de 1975, Edgardo Cozarinsky entró al hotel de la Trémoille de París por Susan Sontag. Iba a ponerla en presencia de Victoria Ocampo, a quien ella definiría más tarde como la mujer que la precedería en la lucha por la liberación femenina. La impresión de Victoria fue tan imborrable como la que tuviera años antes frente a Virginia Woolf. Como en aquella ocasión, Victoria asoció la inteligencia de otra mujer a una imagen andrógina. En Susan alucinó “una figura alegórica para un nuevo Miguel Angel”. Reconoció, un poco apabullada, esa inteligencia cultivada, rabiosamente política e inequívocamente ubicada a la izquierda. Luego hizo un diagnóstico al adjudicarle “el esplendor de las piedras preciosas bien talladas y limpias”. El efecto de Sontag fue tan fuerte que Victoria se declaró “embobada a la manera de una madre que perdió de vista a una hija de meses y se la encuentra, de improviso, adul85
ta y encarnando un sueño (sueño que para la madre no pasó de serlo, aunque para alcanzarlo recorrió mucho camino y desafió monstruos mitológicos)”. El recuerdo de Victoria Ocampo de Susan Sontag insiste en detallar las ventajas que el ídolo recién adquirido ha tenido a lo largo de su vida y todo el texto repetirá la fórmula: señalar la diferencia entre haber recorrido un camino escarpado —y para colmo con falda hasta los zapatos— y haber recorrido otro empedrado y con blue jeans: “... Pero esto de ahora son tortas y pan pintado, si se compara con lo de ayer, que conocí, y con lo de antes de ayer, que por fortuna no conocí. Las épocas de mi lucha fueron inverosímiles. Por suerte, Susan ha despertado en un mundo en que ya había tenido lugar el choque de las sufragistas inglesas y norteamericanas —una minoría— con sus adversarios. Léase, con la mayoría aplastante de los hombres y no pocas mujeres (empezando por la reina Victoria). El camino para Susan estaba más expedito”. La síntesis era algo pedante, Susan vivía lo que Victoria había pensado. Pero puede reconocérsele a Victoria el haber visto el aura futura del Miguel Angel nunca realizado. Cuando Susan Sontag se alineó con los EE.UU. en la guerra del Golfo, recibió duras críticas. No toda la violencia era igualmente reprobable, no todas las guerras son igualmente injustas. Contra la guerra, ¿quién no lo está? Pero, ¿cómo se pueden detener los gestores del genocidio sin hacer la guerra? Ante un mal radical, la guerra es un mal menor: eran sus argumentos. La posición de Sontag ante los atentados a las Torres fue diferente. Ya no se alineaba con los EE.UU. en nombre de razones iluministas, donde parpadean entre misiles las palabras “libertad”, “humanidad” o “mundo libre”. Las comillas que les puso a estas palabras en sus declaracio86
nes fueron la baliza de su nueva posición. “Las voces autorizadas a seguir de cerca este acontecimiento —escribió— parecen haberse unido en una campaña destinada a puerilizar a la opinión pública. ¿En dónde está la admisión de que éste no fue un ataque ‘cobarde’ contra la ‘civilización’, la ‘libertad’, la ‘humanidad’, el ‘mundo libre’, sino un ataque contra EE.UU., la autoproclamada superpotencia del mundo, cometido como consecuencia de determinados intereses y acciones estadounidenses? ¿Cuántos ciudadanos estadounidenses están al tanto del actual bombardeo de EE.UU. contra Irak?” Ante el dolor de los demás es un texto donde Susan Sontag ya no es nueva pero sigue pensando contra sí misma, releyéndose para ponerse en cuestión, utilizando estratégicamente las impasses de su enfermedad para atacar a Bush y seguir enseñando con su propia existencia. La incomodidad del intelectual contemporáneo radica en la imposibilidad de pensar en términos binarios fenómenos de enorme complejidad y en el marco del sometimiento a las urgencias de los medios de comunicación, donde el silencio suele leerse casi siempre como abstención, pocas veces como resistencia. Susan Sontag pocas veces se abstuvo, no le importaba ennegrecer su alma bella. Y se puede sospechar que su pensamiento sobre Albert Camus la comprometía a ella misma: “En Camus no encontramos arte ni pensamiento de primera calidad. La extraordinaria aceptación de su obra sería explicable por una belleza de otro orden, la belleza moral, descuidada por la mayoría de los escritores del siglo. Otros escritores estuvieron más comprometidos, fueron más moralistas. Pero ningún otro aparece con más belleza, más convicción en su profesión de interés moral. 87
Desgraciadamente, en el arte la belleza moral, como en la persona la belleza física, es extremadamente perecedera”.
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"LA MUJER MÁS INTELIGENTE QUE HAYA CONOCIDO", SEÑALA CARLOS FUENTES
Fabiola Palapa, Merry Mac Masters, Carlos Paul, Angel Vargas y Arturo Jiménez La Jornada. UNAM. México. 29/12/04
Ha muerto la escritora estadunidense Susan Sontag y el mundo intelectual y artístico mexicano lo lamenta de manera profunda y reflexiva, pues, como señala Carlos Fuentes, en coincidencia con lo dicho por Jean Paul Sartre, se ha ido "la mujer más inteligente" que haya conocido en su vida. La ausencia de esa inteligencia "aguda y honesta" se sentirá aún más en un presente en el que impera la barbarie en su país, Estados Unidos, advierte Carlos Montemayor. Y es que, como lo recuerda Elena Poniatowska, Sontag era una de las críticas más temidas por los gobiernos estadunidenses. A continuación, algunas reacciones. Carlos Fuentes. Susan Sontag y yo fuimos muy amigos desde que nos conocimos, en 1963. Es muy doloroso saber que fue vencida una mujer tan valerosa que padeció tres cánceres, uno tras otro, y a los que se fue sobreponiendo, menos al último. La tercera fue la vencida, como
me dijo la última vez que nos vimos, en marzo, en un diálogo público que sostuvimos en Montreal. Esa ocasión me sirvió para despedirme de ella y confirmar que se trata de la mujer más inteligente que he conocido. Tenía una enorme inteligencia literaria pero también política y social. Hay que recordar, por un lado, sus extraordinarios ensayos, entre ellos Contra la interpretación y Estilos radicales; sus novelas notables, como El amante del volcán y En América; sus extraordinarios libros con asuntos de vital importancia, como el sida y la enfermedad como metáforas y, al fin, y no es lo menos, su coraje político. Ella fue a Vietnam y denunció la aventura estadounidense en ese país. También estuvo en Sarajevo, exponiendo su vida. Fue asimismo la primera intelectual estadounidense que denunció la guerra bárbara que emprendió la pandilla de George Bush desde la Casa Blanca contra Afganistán e Irak. Susan era una intelectual muy completa, ante todo una mujer de enorme inteligencia y de gran brillo en todo lo que hacía. La extraño ya mucho y nos va a hacer mucha falta en el mundo que vivimos. Carlos Montemayor. Es una lástima que en un momento en el que impera la barbarie en Estados Unidos desaparezca una inteligencia tan aguda y honesta como la de Susan Sontag. Formada en el más estricto rigor académico, logró asumir un compromiso, más allá del claustro universitario, con la vida social y política, que a menudo es devastada en el mundo por los gobiernos y ejércitos de Estados Unidos. La inteligencia y obra de Susan Sontag podríamos decir que retorna a las fuentes clásicas, renacentistas, porque la filosofía, el rigor lógico, la literatura, la crónica 90
y la crítica fueron campos en los que se desenvolvió de una manera activa y lucida. Es posible que por su formación académica y por su honestidad de asumir una responsabilidad política en el mundo contemporáneo, su gemelo o colega simbólico pudiera ser Noam Chomsky, ambos formados en una exigente disciplina filosófica y desarrollando una labor crítica y de concientización valiente, tanto en la barbarie que despliegan los gobiernos de Estados Unidos, como algunos gobiernos de Israel. Elena Poniatoswka. Susan Sontag fue una mujer con gran capacidad. El filósofo Jean Paul Sartre dijo que era la mujer más inteligente que había conocido en su vida. Entre sus libros destaca La enfermedad como metáfora, una obra importante sobre el tratamiento del cáncer que ella padecía desde hacía tiempo. Sus novelas son buenas, como es el caso de Estuche de muerte, pero sin duda lo mejor son sus ensayos acerca de la enfermedad. También incursionó en temas como el kitsch. Es una formidable pensadora de Estados Unidos. Su postura política fue de rechazo a la guerra del Golfo y también a lo que sucedía en Yugoslavia. Se manifestó en contra de las posturas de Israel. Fue crítica del gobierno estadunidense, que temía la inteligencia de sus planteamientos. Juan Bañuelos. Es de las grandes escritoras del siglo XX. Su obra y su rebeldía desde el género femenino marcaron mucho ese siglo y siguen marcando para varias generaciones de escritoras. Ella es una de las grandes precursoras de los nuevos intelectuales que están apareciendo en Estados Unidos, criticando al gobierno ultraderechista de Bush. Recuerdo dos obras de ella de los años 91
60, Contra la interpretación y Viaje a Hanoi. Otra es Estuche de muerte, creo que de los 70. Hugo Gutiérrez Vega. Susan Sontag es una de las voces más importantes del siglo XX y de lo que va del XXI, no sólo para Estados Unidos o los estudios culturales, sino para lo que se refiera a la decencia, la integridad y la honestidad de una escritora ejemplar, que entre otras cosas siempre defendió los derechos femeninos y los de las minorías. Teresa del Conde. Sontag es un punto de referencia imprescindible para los estudiosos de la filosofía y las artes visuales. Es también una de las voces más contundentes, sin ser radical ni dogmática. Su pensamiento es uno de los valores universalmente reconocidos. Aunque su obra América es un volumen de considerable valía, una de las mejores obras narrativas que he leído es la novela El amante del volcán, escrito además en un inglés perfecto. Otra obra luminosa es La enfermedad como metáfora, en la que reflexiona sobre la tuberculosis, texto que se basa en La montaña mágica, de Thomas Mann, el cáncer y el sida, ya que ella fue una gran analista de esa situación y una gran defensora de las minorías. Raquel Tibol. Susan Sontag es una de las personalidades democráticas de Estados Unidos que desaparecen en un momento en que son indispensables por el reaccionarismo y el fachismo bushianos. Recordemos su presencia en los acontecimientos en Yugoslavia, que fue de gran valentía y ejemplar en muchos aspectos. Pertenece a lo que evidentemente es una minoría dentro de Estados Unidos, pero que tiene un gran peso a escala mundial. 92
José Agustín. Lo que más me impresiona de Susan Sontag, aparte de toda su obra humana y artística, fue la posición que tuvo en los últimos años, sobre todo después de los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York. La postura de ella fue inmediata, clara, verdaderamente valiente y oportuna. Creo que fue importantísima para la poca conciencia que se está despertando actualmente en Estados Unidos en torno al régimen de Bush y a las condiciones tan nefastas que se están viviendo. Ella va a ser una figura clave. La admiro en muchos aspectos, como ensayista, pensadora, novelista y como figura humana que participó activamente y en los momentos oportunos en la vida de los países. Bárbara Jacobs. Nunca perdió el tiempo y ha dejado muchos valores de su vida, de su disciplina y de no dejarse llevar por lo fácil, lo cual es muy admirable. La posición de Sontag en contra de la política de George W. Bush y de su padre también es un motivo de admiración.
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Sus ideas
CONVERSACIONES ÍNTIMAS CON SUSAN SONTAG
Por Ed Vulliamy* Magazine Nº 48 - El Mundo.es Agosto 2000
Vivió el horror de Vietnam en el 68, la guerra del Yom Kippur en el 73 y la tragedia de Bosnia en el 93. Tras superar las secuelas de un grave accidente de tráfico y derrotar a un cáncer, ha vuelto a la literatura con In America. En esta conversación critica al extinto bloque soviético, «un fascismo con rostro humano», y muestra su preocupación por el «capitalismo salvaje y su lógica imperialista». Imaginen a una autora que, en su segundo gran libro, pretende narrar la historia de una actriz polaca que decide emigrar a América. Estructura la trama, esboza los personajes..., y de repente sus planes sufren un golpe de timón. Primero, la guerra: la escritora pasa casi tres años inmersa en la causa de Sarajevo, la asediada capital de Bosnia, un lugar donde nunca se está fuera de tiro y donde, tanto de día como de noche, el fin siempre acecha a tu *Ed Vulliamy escribe para los diarios británicos The Guardian y The Observer; fue nombrado Reportero Internacional en 1993 y 1994 por su cobertura de la guerra en los Balcanes.
espalda. Concluye la contienda y regresa a Nueva York y a su libro. Pero pronto se ve involucrada en un accidente automovilístico en el que sufre fracturas en 13 huesos. Su convalecencia se prolonga por espacio de meses, y escribir mientras se recupera le resulta casi imposible. Poco a poco, y a duras penas retoma, una vez más, su trabajo sobre el libro. Sin embargo, no pasa mucho tiempo antes de que los médicos le diagnostiquen un cáncer de mama. Escribir se convierte entonces en una tortura, bajo los efectos de la morfina y sufriendo un dolor insoportable. Este nuevo obstáculo hace que, una vez más, se vea obligada a paralizar y archivar el proyecto. Finalmente, remite su enfermedad y vuelve a la escritura. Después de hacer frente a tantas adversidades, muchos escritores habrían optado por adaptar el argumento de su obra de ficción a una historia centrada en su propia experiencia, pero en el caso de la novela de Sontag, publicada recientemente en el Reino Unido, la trama permanece inalterada. In America, escrita a lo largo de un periodo de ocho años (la empezó en 1992), continúa siendo una obra sobre la actriz Maryna Zalezowska, una emigrante polaca. Y, por supuesto, en el discurrir de su trama aborda muchos más temas: es la historia de una mujer extraordinaria, de su vals con el tiempo y el espacio, de su vida pública y privada, de sus hombres y, ante todo, de su América adoptiva. Una historia que versa sobre el descubrimiento de un país que abrazó a la familia de la autora, dos generaciones atrás, cuando llegaron procedentes de Polonia en una época en la que «la historia rugía a su paso». Para la escritora, «un país donde una mujer puede decir: ‘he enfrentado mi corazón contra el pasado’ es un buen país». Y ése es Estados Unidos. Esta mujer contestataria camina por las estrechas calles del Chinatown neoyorquino, bajo las escaleras de 96
incendios que, en cascada, descienden por el lateral de los edificios. Una cálida brisa primaveral sopla a través de su plateada mecha de pelo, como la de un mapache, y la hace inmediatamente reconocible. Las delicadezas culinarias parecen desbordarse desde las tiendas sobre la acera. Se detiene y selecciona dos cajas de huevos de pato. Éste es su barrio favorito de la ciudad, circunstancia que tiene un sentido subliminal y funesto: su padre, un comerciante de sedas, falleció en China durante un viaje de negocios. La escritora muestra su alegría ante la inminente apertura de una cadena de comida rápida taiwanesa en la zona, que venderá «deliciosos y espesos refrescos de fruta». Mientras caminamos, me explica por qué su última novela no habla de la extraordinaria última década que acaba de concluir. «Prefiero vivir mi vida», dice, «escribir sobre otras cosas. Existen autores a los que cualquier experiencia les sirve de material literario, de manera que, en realidad, todo lo que hacen en esta vida es escribir. En mi caso, hay ciertas cosas de mi existencia y experiencia que no quiero o no puedo poner sobre el papel. Me gusta ser capaz de acariciar la cabeza de un niño sin tener que preguntarme si podré contarlo en un libro». Tanto la Sontag de la vida real como la literaria parecen estar a la vuelta de cada esquina. «Durante una etapa de mi vida estuve viajando entre Nápoles y Bosnia». Entre la ciudad del Vesubio, donde ambientó El amante del volcán (1992) —una historia sobre la relación amorosa entre Emma Hamilton y Lord Nelson— y Sarajevo, donde estrenó gratuitamente el 17 de agosto de 1993 la obra de teatro Esperando a Godot, bajo una lluvia de bombas, en medio de un paisaje de muerte, destrucción y penuria. He leído sus libros con regularidad y, casi siempre, me he encontrado con ellos por casualidad. Segui97
mos paseando por las calles de Chinatown, donde me insta a probar su exótico helado favorito: aunque su sabor preferido es el coco, el de jengibre, dice, es incluso mejor. Esta licenciada en Filosofía y Letras por Harvard parece casi intemporal en su condición de gran dama de la literatura. A medida que su figura ha ido envejeciendo, su obra escrita ha adquirido juventud. Desde el ascetismo austero de sus primeros ensayos, que se refleja en Contra la interpretación (1966), hasta la sensualidad, a menudo juguetona, de El amante del volcán (1992) y ahora en In America, a cuyas dos heroínas se asemeja. Es como ese estribillo de Bob Dylan que dice: «Era tan viejo entonces, ahora soy mucho más joven de lo que era». Nacida en 1933 en Nueva York, se enamoró de Shostakovich, Bartok y el Partisan Review durante su adolescencia en Los Ángeles. Cuando apenas contaba 15 años ingresó en la Universidad de Chicago, donde «disfrutó siendo una estudiante». Dos años después se casó con Phillip Rieff, un profesor de Sociología que vuelve a emerger en esta última novela como un personaje llamado Casaubon. Los dos trofeos que se llevó consigo después de un matrimonio de nueve años fueron, por orden de importancia, su hijo David (que es escritor y sigue los pasos de su madre) y la distinción de ser la primera mujer en la historia de California que rechazó su pensión de divorcio. Durante un tiempo vivió a caballo entre París y Nueva York, antes de establecerse definitivamente en esta última ciudad, en la que todavía hoy reside. Su apartamento posee espectaculares vistas al proyecto urbanístico más audaz realizado por la Humanidad, Manhattan. Su interior está forrado de numerosas estanterías donde hay más de 1.000 libros, organizados de tal manera que Goethe ocupa la habitación donde recientemente ha ins98
talado un piano, Giotto se encuentra en el recibidor y Humberto Eco al lado de la cocina. A pesar del amor que profesa a esta urbe, dice que «lo que resulta más americano de mí no tiene nada que ver con Nueva York, sino con esa pasión mía por la reinvención. Ese concepto de poder convertirte en otra persona, cambiar tu vida, nacer de nuevo. Resulta algo muy europeo pensar que nunca puedes escapar de tu pasado». Esto lo afirma frente a un plato de dim-sum en un lugar donde hablan poco o nada de inglés, pero donde conocen a Susan tan bien como ella sus rollitos de gambas. Existe otra cualidad norteamericana, poco frecuente en Europa, que describe perfectamente en su última novela: «En América se espera de ti que exhibas la confusión de tu vehemencia interna..., que tengas fobias excéntricas y extravagantes necesidades de mostrar tu fuerza de voluntad, tu apetito, la expansión de tu autoestima... En otras palabras, se espera que difundas lo más lujurioso y complejo de tu vida privada». Pero, a pesar de describirlo, esta intelectual infatigable detesta este hábito de la sociedad estadounidense. Hay pensamientos que jamás manifiesta en la conversación, que siempre guarda en su interior. Ella y la fotógrafa Annie Leibovitz se han convertido en toda una institución en Nueva York: por lo general, la una sale en compañía de la otra y automáticamente se multiplican los intentos, por parte de los entrevistadores, de conocer más detalles sobre su amistad. Todos nos vemos obligados a emplear la misma frase: «Se muestra reticente a hablar sobre su vida privada». Los periodistas podemos sacar la conclusión que queramos pero, ante la duda, nunca nos atreveremos a escribir sobre sus intimidades. Hay muchas mujeres famosas que logran de los demás una lealtad infranqueable, se rodean de amigos que se asemejan 99
más bien al brazo militar de una organización política. Es el caso de Hillary Clinton, Joan Baez y, sin duda alguna, Susan Sontag. Con esta forma de actuar parece razonable que en sus inicios escribiera un ensayo titulado Contra la interpretación (1966), un manifiesto muy suyo, de inspiración kantiana. A pesar de tener una enorme formación filosófica, no le gusta hablar en términos abstractos de experiencias sobre las que no ha reflexionado previamente. «La experiencia es algo que me interesa, pero no su significado moral ni metafísico. No me preocupa la vida después de la muerte, me preocupa la vida antes de la muerte». Una vida por la que ha llegado a temer muy seriamente en los numerosos conflictos que ha cubierto como periodista o en los que ha ayudado como voluntaria. Vietnam en 1968, Oriente Medio en 1973, Bosnia en 1993... Parece que no se haya perdido ninguna. «Fui a Sarajevo», me dice a la hora del almuerzo, «especialmente por los lazos emocionales que me unen a Europa. Sabía que lo que estaba ocurriendo en Ruanda era mucho más trágico que lo que pasaba en Bosnia, pero me resultaba incomprensible pensar que, 50 años después del final de la Segunda Guerra Mundial, pudiera existir el genocidio y los campos de la muerte en la Europa moderna. En principio me presenté como voluntaria, a título personal, para hacer lo que la gente me pidiera, para ayudar. Dio la casualidad de que me pidieron que realizara teatro, y me encantó dirigir el montaje de Esperando a Godot. No quería ir en calidad de escritora ni por cualquier otro motivo relacionado con la bondad o la maldad humana. Soy una persona muy inquieta, tolerante y que sabe sufrir en situaciones adversas. La mayoría de la gente prefiere sentirse cómoda pero, en mi opinión, la comodidad te aísla. 100
¿Acaso no supone ello desmarcarte de todo lo que sucede en el mundo? Cuando a esa gente aburguesada le sobreviene la incomodidad, la enfermedad o incluso la muerte, entonces piensa que todo ello es tremendamente injusto». Mujer de espíritu revolucionario, está convencida de que haber compartido el sufrimiento y la miseria junto a la población bosnia ha moldeado su carácter. «Si nunca has presenciado una guerra de primera mano», añade, «entonces te has perdido un aspecto muy importante de la experiencia y la existencia humanas». Sin embargo, la guerra no resultó ser para ella la única adversidad a la que se ha enfrentado. Otra casi mayor le asaltó repentinamente. Hoy puede hablar de ella con toda naturalidad: «El cáncer continúa disfrutando de un primitivo aura medieval entre la sociedad moderna, la gente habla sobre la enfermedad como si se tratara de uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis, en vez de concebir que puede ser algo tratable y que se puede llegar a vencer». La ilusión por desarrollar esta idea provocó la aparición de otro de sus ensayos en 1978, La enfermedad como metamorfosis. «Me decidí a contarlo porque el sufrimiento y las muertes sin necesidad me llenan de ira. Escribir el libro fue una manera de no rendirme, de no aceptar la sentencia de muerte». Tras el diagnóstico de los médicos, y en contra de su recomendación, viajó hasta Francia para someterse a un tratamiento de quimioterapia. El resultado fue inmejorable, ya que el cáncer desapareció. Sin embargo, no se conformó con derrotar a la enfermedad. Como luchadora incansable que es, se marcó un nuevo reto. Inició una dura ofensiva contra algunos de los maestros de la literatura —por ejemplo, Baudelaire— que, al igual que hicieron más tarde los nazis, equipararon la enfermedad con el 101
deterioro social y viceversa. El ensayo de Susan Sontag liberaba a los «pacientes» (nos recuerda acertadamente el origen etimológico de la palabra) del estigma que viene rodeando al cáncer desde hace tiempo. Además, pretendía superar aquel dicho, idiota pero obstinado, de que «el remedio puede ser peor que la enfermedad». Cuando se publicó La enfermedad como metamorfosis, en 1975, el sida llevaba camino de compartir, junto con el cáncer, la pesada carga del lenguaje melodramático que se extiende por la sociedad ante fenómenos trágicos. Por ello, la autora se tomó la molestia de escribir una especie de apéndice a su ensayo, un documento compasivo y apasionado, titulado El sida y sus metáforas. Recuerda aquellos momentos con la misma claridad que sus días en Sarajevo. «Nunca describiría mi lucha contra el cáncer como una experiencia didáctica. Para superarlo necesitas utilizar todos los recursos de los que dispongas y, además, ser capaz de convivir con otras personas. Tienes experiencias muy intensas con enfermos que están a tu alrededor. En la sala de quimio, en el hospital, no eres el único paciente. En una esquina hay alguien vomitando, en la otra una enferma conversando en tono mortecino con su esposo... Eso es la realidad. Y yo quiero vivir toda la realidad que pueda, no esquivarla». En In America habla de Marina Zalezowska y su marido como «personas con una conciencia activa», lo que parece una descripción adecuada de ella misma. Bajo su universo de personajes subyace el mundo de la política, en el que esta escritora se encuentra irremediablemente inmersa, ya sea por el incontenible desprecio que siente hacia el alcalde de su ciudad, Rudy Giuliani, ya como reflexión hacia la ideología de izquierdas que apoyó en su juventud, allá por los años 60. 102
A principios de este año, Nueva York quedó cautivada por la figura del prestigioso compositor ruso Dimitri Shostakovich. El Emerson Quartet programó un ciclo de cuartetos de cuerda y en el Metropolitan Opera se escenificó Lady Macbeth of Mtensk, que versa sobre la lujuria, el asesinato y la opresión de la mujer. Gracias a estos acontecimientos me volví a encontrar con Susan. Para mí —y quizá para ella— este ciclo era la culminación de décadas de interés por el compositor. En las representaciones a las que acudió esta apasionada de la cultura clásica, el público se arremolinaba en torno a esa mecha de pelo plateado, siempre acompañada por la talluda figura de Annie Leibovitz. Ella define a Shostakovich como «lo más auténtico, tanto artística como políticamente». Al igual que él y la izquierda americana de su propia generación, también sintió el influjo del marxismo, aunque quedó decepcionada por sus expresiones y su reflejo en la sociedad. Fue una vociferante opositora de la guerra de Vietnam (estuvo en Hanoi y volvió horrorizada) y del embargo contra Cuba. Más tarde quedó cautivada por el espectáculo de una auténtica revolución: la que nació en Polonia, la patria chica de su familia, y alzó al pueblo no contra el capitalismo, sino contra el comunismo. El levantamiento que tuvo lugar en Europa del Este a finales de los 80 fue, en sus palabras, «una fusión entre lo personal y lo político. Un movimiento de masas cuyo objetivo era llevar a la escena política la voz de las personas». En 1992 tuvo lugar una famosa reunión en el Ayuntamiento de Nueva York, organizada con apoyo ruso, del movimiento Solidaridad. En ella, esta intelectual afirmó, ante un grupo de izquierdistas ansioso por subirse al carro del sindicato polaco, que en su opinión las páginas del conservador Reader’s Digest habían retratado al co103
munismo con más exactitud que las del Nation, una publicación de la izquierda norteamericana. Definió al extinto bloque soviético como «un fascismo con rostro humano», y actualmente afirma que no utilizaría la palabra «socialismo» bajo ninguna forma ni concepto. «De hecho, en el fondo no sé realmente lo que significa». Pero la rueda ha dado un giro completo y ahora empieza a preocuparse por el neocapitalismo. «Me asombra y me deprime ver cómo la lógica capitalista se ha vuelto tan imperial. Existen muy pocas cosas en Estados Unidos que motiven a la gente, con la excepción de ganar dinero. En una ocasión hablé con un amigo canadiense que afirmaba que su gente no compartía el mismo interés por la riqueza que las personas de aquí, como si eso se tratara de un problema. Pienso que lo mejor es intentar encontrar otras satisfacciones. No creo que la revolución en Europa del Este estuviera motivada por un deseo de hacer dinero. Aquella revolución fue una arriesgada búsqueda de las libertades civiles burguesas para recuperar todo el poder». Su insaciable interés y entusiasmo contagioso parecen no conocer límite. A pesar de su preocupación por la instauración del capitalismo salvaje, está fascinada por el ordenador —«te guste o no, está aquí para quedarse»—, por la cibervida, incluso por el cibersexo. «Tengo un amigo heterosexual que lleva una cibervida gay, en la que intercambia fantasías con otros hombres gays. En el caso de que éstos sean realmente lo que (vía internet) dicen ser, me pregunto: ¿dónde se encuentra el límite a semejantes relaciones sentimentales? Por ejemplo, ¿sería razonable sentirse celoso?». Nos encontramos de nuevo en su apartamento, donde los técnicos acaban de instalar un programa en su nuevo ordenador. Ella recuerda una sesión matinal de A Bugs Life. Le encanta ver películas en alta definición. «¿Has 104
visto Toy Story 2?», me pregunta. «Deberías verla. Fui una tarde al cine y estaba lleno de niños, una historia maravillosa en la que un grupo de amigos arriesga la vida por rescatar a un compañero». Acto seguido, continuamos hablando sobre Shostakovich...
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SINIESTRO VALS VIENÉS
Por Alessandra Farkas etcétera, México, 23/3/2000 Texto tomado de La Nación Online
En esta entrevista, la ensayista y narradora estadounidense Susan Sontag —quien formó parte de un movimiento de solidaridad internacional en Sarajevo— acusa a Haider de ser un peligrosísimo «neonazi» y propone el embargo europeo contra Austria como único medio de resistir el avance del émulo de Hitler. Sontag es la escritora estadounidense más comprometida de su generación. Estuvo en Hanoi dos veces durante el conflicto de Vietnam; en Israel cuando la guerra de Yom Kippur, en el 73, y en Bosnia durante los bombardeos. No existe controversia social o política que no la haya tenido en la primera línea de combate, a pesar de su ya larga y aún no victoriosa lucha contra el cáncer. Mientras que ella se pronunciaba por una causa, el resto de la intelligentsia de EU se callaba. Actualmente, Susan Sontag (67 años) es prácticamente la única entre los intelectuales de su país que denuncia el nuevo gobierno de Viena. «Quiero romper el silencio ensordecedor de mi país —explica la prolífica autora cuyo nuevo libro, In America, está por publicarse en Es-
tados Unidos—, estoy alarmadísima, horrorizada, pero de ningún modo sorprendida». —Explíquese mejor. —Austria tiene un pasado desbordante de precedentes terribles. No olvidemos que eligió a Kurt Waldheim como Presidente, aunque se sabía que escondía un pasado nazi. Es una nación que ama los desafíos; que se siente víctima de la opinión pública mundial; donde la ideología hitleriana está muy difundida y que, a diferencia de Alemania, no se arrepintió, nunca pidió perdón y jamás fue desnazificada. —¿Ya es demasiado tarde? ¿Ha visitado Austria recientemente? —No, pero todos aquellos que lo han hecho han quedado impresionados por la manera como el antisemitismo y los ideales nazis se han extendido entre la gente de la calle. Un querido amigo pintor, no judío y para nada politizado, regresó espantado de una muestra que hizo en Viena: «Nunca escuché decir esas cosas en toda mi vida», me dijo entre lágrimas. Sin embargo, es una vieja, más aún, una viejísima historia austriaca. —¿De quién es la culpa? —Podríamos dar vuelta a la pregunta y preguntarnos cómo no detuvimos a Milosevic cuando bombardeó Dubrovnik en el 91. De todos modos la respuesta a ciertos hechos nunca es suficientemente oportuna. Lo importante es que haya una reacción ahora. Pero ahora ya existe una situación muy dura: los austriacos no se detendrán y Haider será cada vez más popular. —Las encuestas le dan la razón. 107
—Austria es una nueva Serbia y los austriacos son como los serbios. Dos pueblos parias que continúan sosteniendo a sus respectivos líderes precisamente porque el resto del mundo los condena. Pienso que el embargo europeo es lo único que se puede hacer. —¿A pesar de que Haider fue elegido democráticamente por el pueblo austriaco? —También Hitler y Milosevic tomaron el poder gracias a las urnas. Es una película que ya hemos visto. No: mi respuesta a los que se atrincheran detrás de la excusa del voto es que, si Austria desea formar parte de Europa, Haider es inaceptable. En cambio, si Viena se resigna a no integrar la Unión Europea, entonces sus elecciones de política interna son asuntos suyos. Pero no puede tener las dos cosas a la vez. —En un editorial del New York Times, Salman Rushdie compara a Haider con Bossi y Le Pen. —¡No se les puede comparar de ningún modo! Haider es peor y podría, en el futuro, permitirse ir muy lejos. Si Bossi y Le Pen vivieran en Austria, quizá ellos también hablarían como él, pero en Italia y en Francia, dos países donde el pasado fascista ha sido repudiado, esos líderes no se arriesgan a lanzar declaraciones incendiarias como lo hace Haider. —En una reciente entrevista en el Jewish Weekly, el conocido cazador de nazis Simon Wiesenthal afirma que Haider no es nazi. Mientras que Abraham Foxman, de Anti-Defamation League, se ha declarado en contra del embargo europeo. —Haider no es un verdadero nazi porque hoy no existe un verdadero nazismo en el poder en el mundo. Pero 108
es un «neonazi» y sus declaraciones son señales claras y límpidas que alientan ciertas ideologías y legitiman los comportamientos que se derivan de ellas. El lenguaje de esas ideologías está cifrado, codificado, a menudo tiene significado doble, pero con un único, claro, objetivo en el horizonte. —¿Cómo explica el silencio de los intelectuales estadounidenses acerca de Haider? —Nos hemos convertido en un país muy provinciano. La mayor parte de los asuntos europeos no interesan a los intelectuales estadounidenses, aun cuando el New York Times los reporta diligentemente. El compromiso mental y emotivo de la intelligentsia está muerto si se compara con el que existía hace una década. El país duerme en su aislamiento protector y la única cosa que le interesa de Europa, aunque se trata de un interés superficial, es lo que le pasa al euro, a la moneda. Vivimos una extraña era de falta de compromiso político y de sueños sociales. Basta observar lo que sucede con la campaña presidencial de EU.
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«EL GOBIERNO BUSH ME PARECE INCREÍBLE»
Por Enric González / El País, de Madrid Página/12 de Argentina - 30/6/03
Es una disidente de su gobierno, una dura crítica de la invasión a Irak y de los proyectos imperiales de posguerra, que le parecen francamente idiotas. En esta larga charla, se toca el íntimo tema de Israel, los porqués de su oposición al gobierno de Cuba y su teoría de que Estados Unidos es en realidad un país de partido único. A Susan Sontag (Nueva York, 1933) no le entusiasma el término intelectual, el que mejor la define. En cualquier caso, es autora de cuatro novelas, de decenas de ensayos y de miles de artículos, y de varias películas. Ha abordado todos los problemas contemporáneos y forma parte de la Academia de Estados Unidos. Este año ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras por su “profundidad de pensamiento y calidad estética”. Sontag ingresó en la Universidad de California a los 15 años, se licenció en la de Chicago a los 18, se casó con un profesor de sociología, tuvo un hijo y se divorció antes de los 30, ha vencido dos veces al cáncer, y ha vivido de cerca guerras como la de Vietnam, la del Yom Kipur y la de Bosnia. Su vitalidad está fuera de toda duda. Esa vitali-
dad irrumpe en la entrevista y la convierte en un torrente de opiniones. Sontag fue de los pocos estadounidenses que, inmediatamente después del 11 de septiembre de 2001, se atrevieron a criticar a George W. Bush. Sigue estando contra él, contra Fidel Castro, contra el Gobierno de Israel y contra todo lo que le parece tiránico, falso o injusto. El encuentro se desarrolla en su apartamento de Manhattan, un hermoso ático lleno de libros, piezas de arte, recuerdos de viajes, cajas y objetos embalados. —¿Está de mudanza? —No, no. Parece, pero todo esto es de mi hijo. Acaba de irse a Bagdad. Es escritor. No sé si sabe usted de mi hijo... —Sí. —Dejó un apartamento y se instalará en otro en cuanto vuelva, y me ha dejado aquí todo esto durante meses. Desde enero. Tendría que volver en julio. —¿Ha estado en Irak durante la guerra? —No, en Berlín. Me dice que en Bagdad la violencia y el desorden son increíbles, y que los americanos no se enteran. En realidad creen que están imponiendo el orden, pero no tienen ni idea. Se encierran en sus palacios, descubren que en un barrio determinado hay electricidad de nuevo y se sienten muy orgullosos. No tienen ni idea de lo que ocurre en las calles, de que reina el caos y de que la situación no mejora. Según mi hijo, las fuerzas de ocupación tienen buenas intenciones y creen estar haciendo algo, aunque en realidad no consiguen nada. Será interesante ver lo que ocurre en el futuro.
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—La situación en Afganistán sigue siendo caótica, y esa guerra terminó mucho antes que la de Irak. —Es que en Afganistán ni siquiera han intentado poner orden. El presidente que colocaron, Hamid Karzai, es, como mucho, el alcalde de Kabul, y quizá ni eso. Aquello, en realidad, fue sólo una expedición punitiva, un castigo por el 11-S. Cuando invadieron Irak, en cambio, esperaban ser recibidos como libertadores y no habían calculado el riesgo de desintegración social. Todo esto es increíble. La actual administración de Estados Unidos me parece increíble. Su visión del mundo es ridícula, y resulta evidente que no funcionará. No creo que estén trabajando por el bien de nuestro país. Su política no es ni económicamente viable. Un imperio es muy caro, a menos que se le extraiga un beneficio. El Imperio Británico era una operación económica eficiente. No está nada claro, por el contrario, que Estados Unidos obtenga rendimientos del imperio que proyecta. —Pero el Gobierno de George W. Bush niega tener deseos imperiales. Bush y los suyos dicen que en el fundamento de su política está el idealismo. —Oh, ya. Usted habrá hablado con Paul Wolfovitz (el subsecretario de Defensa), ¿no? Un amigo mío, que es funcionario gubernamental y tiene las mismas opiniones que yo, y obviamente que usted, me contó que había hablado con un alto cargo del Departamento de Defensa y que éste le había dicho: no lo entiendes, George W. Bush es como Martin Luther King, él también tiene un sueño... —Pese a todo, es un Gobierno popular entre los estadounidenses. —Su fórmula consiste en afirmar que tenemos enemigos en todas partes, que tenemos que embarcarnos en 112
una guerra interminable y que cualquiera que se oponga al Gobierno es antipatriótico. Esa es una fórmula efectiva, capaz de persuadir a mucha gente. La paranoia es persuasiva. Es difícil refutar a este Gobierno, incluso imaginar cómo llegará al descrédito. Incluso si la situación económica empeora sustancialmente, podrán decir: bueno, estamos haciendo sacrificios para promover nuestros ideales, ¿quién no está dispuesto a sacrificarse por los ideales americanos? No sé cómo se puede frenar toda esta proyección de poder. Resulta especialmente difícil porque no hay oposición. Estados Unidos tiene un sistema unipartidista. Sólo existe el Partido Republicano, con una filial denominada Partido Demócrata. —Pero en poco más de un año habrá elecciones presidenciales. —¿Quién fue el único demócrata que se opuso frontalmente y con elocuencia a la invasión de Irak? Robert Byrd, un senador de 86 años, sin ningún futuro y no exactamente un progre. (En su juventud, Byrd perteneció al Ku Klux Klan). Hillary Clinton y Robert Schumer, los dos senadores por Nueva York, votaron a favor de la Patriot Act (la ley antiterrorista) y concedieron a Bush plenos poderes para hacer la guerra, pese a que el 80 por ciento de sus electores es contrario a ambas cosas. ¿Por qué? Porque cuentan con que ese 80 por ciento, por furioso que esté con sus representantes demócratas, no votará a los republicanos, y en cambio, Clinton y Schumer esperan rebañar algunos votos a la derecha. El resultado es que los demócratas sólo actúan pensando en una pequeña minoría de sus potenciales votantes, los más conservadores. Y que el equilibrio político se desplaza cada vez más hacia la derecha. Es increíble que senadores como Clinton y Schumer no se den cuenta de que su obligación 113
es representar a la mayoría de quienes los votan. Y luego tenemos a Al Gore, alguien cuya carrera política se ha terminado y que podría convertirse en un nuevo Daniel Webster (un influyente senador del siglo XIX). No le costaría nada asumir el papel de perdedor que dice lo que piensa y pasa a la historia como alguien con principios. Pero Gore también ha desaparecido. —La impresión desde el exterior es que todo Estados Unidos está con Bush. —Y la impopularidad de Estados Unidos no deja de crecer. Tengo una amiga que viaja continuamente por Asia y me dice que allá donde va encuentra un sentimiento antiamericano fortísimo. Y ésa es la realidad, digan lo que digan el presidente Bush, José María Aznar, Silvio Berlusconi o Tony Blair: la mayoría de la población mundial es crítica con respecto a Estados Unidos. El error, en algunos casos, es pensar que la Casa Blanca ignora esos sentimientos de la gente. No sólo los conocen, sino que además les parece perfecto. Dan por supuesto que eso es lo que ocurre cuando se es el número uno. Dan por supuesto que la fortaleza de Estados Unidos ha de generar miedo y resentimiento. O sea, que no existe ninguna posibilidad de que un día digan: ¡oh! es terrible, hemos descubierto que el mundo nos odia, hemos hecho las cosas mal. Qué va. Consideran que el presidente de Estados Unidos es presidente de todo el planeta, y se pasan el día diciendo que somos los mejores, los más excepcionales; que somos buenos incluso si ocasionalmente nos equivocamos, porque nuestras intenciones son buenas... —Pero... —Los republicanos se sienten tan fuertes que no temen a nada. Algunos pueden pensar que, por el hecho de 114
ser tan bárbaros como son, deben ser también estúpidos. No lo son en absoluto. Son competentes, inteligentes y tienen valentía para defender sus perversas convicciones. Desde Albert Speer, Leni Riefensthal y Adolf Hitler se sabe perfectamente la importancia del espectáculo para que un líder proyecte una imagen de fuerza. Pero, en ese sentido, nunca nadie se había atrevido a tanto como Bush. Me refiero a su aterrizaje sobre la cubierta del portaaviones Abraham Lincoln a bordo de un avión de combate. ¡Qué espectáculo! ¡Qué montaje! Dijeron que el buque estaba demasiado lejos de la costa y no se podía llegar a él en helicóptero. Luego admitieron que un helicóptero habría bastado, pero que al presidente le hacía ilusión llegar de esa forma. ¡Y no pasó nada! —Si hubiera viajado en helicóptero, Bush no habría podido fotografiarse con uniforme de piloto de combate. —Sí, el uniforme que nunca tuvo que vestir durante la guerra de Vietnam... Esa gente no tiene ningún escrúpulo. Otro ejemplo es la convención. Como usted sabe, los partidos siempre celebran en verano la convención en que eligen a su candidato presidencial. Pero esta vez los republicanos han decidido cambiar un poco las cosas y se reunirán en Nueva York, en septiembre. De esta forma, Bush iniciará oficialmente su campaña en el aniversario del 11-S, fotografiándose en la zona cero. Es pura desvergüenza, puro Hollywood. Esa gente está dispuesta a ganar a cualquier precio. Estoy segura de que estarían dispuestos a cancelar las elecciones si corrieran el riesgo de perderlas, cosa que ahora mismo es muy improbable. Alegarían una emergencia nacional o una nueva guerra, cualquier excusa. Porque ellos siempre tienen razón. Para ellos, demostrar el poderío americano es bueno en sí mismo. Daría igual si no capturaran a Saddam 115
Hussein, daría igual si no apareciera nunca ninguna de las armas que atribuían al anterior régimen iraquí: la guerra estaba justificada porque sí, y punto. En vísperas de la invasión estuvieron jugando con cuatro o cinco excusas y al final optaron por lo de las armas de destrucción masiva. Si el presidente no acababa con Saddam Hussein incumplía su mandato constitucional de proteger al pueblo de Estados Unidos. No se podía dar un día más a los inspectores de Hans Blix, la situación requería una intervención de urgencia porque los misiles nucleares iraquíes apuntaban ya a nuestras ciudades... ¡Ja, ja! —En su opinión, ¿por qué se hizo la guerra? —Irak fue atacado porque era el país más débil de la región y el que padecía al dictador más despreciable. Y ahora somos propietarios de Irak. La idea consistía en instalar grandes bases militares en territorio iraquí, para siempre, con el fin de aligerar la presencia de tropas en Turquía, Arabia Saudí y otros lugares que, desde el punto de vista de la Administración, eran de fiabilidad dudosa. Querían un Gobierno iraquí fiel a Washington, cuatro bases en el país y el petróleo. Lo que ocurre es que las cosas no marchan según los planes. —En cuanto concluyó la invasión a Irak, Bush y su Gobierno empezaron a hablar de Siria y de Irán. ¿Tenemos por delante un futuro de guerras? —El gran problema es la inexistencia de oposición política en Estados Unidos, que no se compensa por el hecho de que haya muchos descontentos que, como yo, hablen en público en contra de lo que está ocurriendo. El actual consenso político favorece a un Gobierno todopoderoso, que desea seguir contando con los recursos que proporciona una situación de guerra. Una guerra que, por 116
lo que dicen, se libra contra un enemigo que no se identifica con ningún Estado en concreto y que está en todas partes. Esta mañana leía en el periódico que ahora queremos enviar más tropas a Filipinas para combatir la insurrección. Todo este despliegue militar, sin embargo, provoca rechazo en una amplia franja del ejército, la de los coroneles, capitanes... Conozco oficiales que dan clase en las academias de West Point y de Anápolis y que están absolutamente en contra de la política de Bush. Son gente que se sentía representada por Colin Powell, hasta que éste los decepcionó. —Los altos oficiales del ejército de Estados Unidos suelen tener muy buena formación intelectual. —Una de las cosas que aprendí en Bosnia (Susan Sontag vivió en Sarajevo buena parte del asedio serbio a la ciudad) fue que los militares merecen respeto. Y es verdad que los oficiales estadounidenses tienen carreras universitarias y saben lo terrible que es la guerra. Son gente valiosa, al menos hasta que se convierten en burócratas del Pentágono y pierden contacto con la realidad. Saben mucho más que los civiles que los mandan, no son estúpidos ni sanguinarios, suelen ser personas responsables, y en muchos casos se sienten perplejos ante la situación. Déjeme preguntarle sobre algo totalmente distinto. ¿Ha seguido el debate sobre Cuba? Se han publicado recientemente dos manifiestos: en uno se condena la política represiva de Fidel Castro; en otro, firmado por gente muy respetable, como Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano o Luisa Valenzuela, se afirma que Castro debe defender el derecho de Cuba a la existencia frente al acoso del imperialismo americano y que Estados Unidos planea invadir la isla, y no se habla para nada de derechos humanos. ¿Qué piensa usted de todo eso? 117
—Quizá sería mejor que fuera usted quien opinara. —Yo no creo que Estados Unidos vaya a invadir Cuba, no es necesario. Soy totalmente contraria a la política estadounidense respecto de Cuba, estoy contra el embargo y creo que Castro se mantiene en el poder precisamente por el embargo. Estoy a favor de que se comercie, de que haya turismo, de que las relaciones sean normales y plenas. En mi opinión, Cuba ha vuelto a ser el burdel del Caribe, lo que era en tiempos de la dictadura de Batista, y cuenta con una horrible industria de turismo sexual. Dudo de que la abundancia de prostitutas de 14 y 15 años en los hoteles de La Habana diga mucho a favor del gobierno de Castro. Yo viajé a Cuba en los años sesenta y fui muy partidaria de Fidel Castro hasta 1970. Hasta entonces, una de las cosas que me gustaban del régimen castrista era que hubiera terminado con la degradante prostitución masiva. Castro hizo muchas cosas buenas en los sesenta, en materias como la educación y la sanidad. Pero luego empezaron las persecuciones contra los homosexuales, contra los disidentes... Y desde que se hundió la Unión Soviética y Cuba perdió los subsidios, se ha vuelto casi a la situación previa a 1959. Tengo muchas ganas de que termine el actual régimen, pero estar en contra de Castro no significa estar a favor del imperialismo americano. —¿Y los dos manifiestos? —García Márquez es un caso especial. Tiene intensos vínculos humanos con Cuba y con Fidel Castro, de quien es amigo. Lo cual me parece muy bien. Pero cuando, desde Bogotá, le exigí públicamente que explicara cómo podía estar contra la pena de muerte y a la vez defender que el régimen cubano ejecutara a gente por delitos menores, su respuesta fue lamentable. En resumen, insistió 118
en que se oponía a la pena de muerte y aseguró que había ayudado a muchos disidentes para que pudieran huir de Cuba. ¿Es ése un régimen que merezca ser defendido? ¿Un régimen en el que tienes que ayudar a que la gente escape? Me pareció patético. Yo no esperaba que Gabo García Márquez me respondiera, pero lo hizo, por respeto hacia mi persona, según dijo. Me afecta la posición en que se encuentra, porque lo admiro muchísimo. Mire, yo no creo que los escritores estén obligados a hablar de política, ni yo ni ninguno. Pero ciertos escritores, con cierta historia, sí están obligados a opinar en ciertas situaciones. Si no hablan, su silencio es político. Creo que ése es el caso de García Márquez. También ha sido el mío en otras ocasiones. Nunca quise opinar sobre la cuestión de Israel y Palestina. Yo soy judía, laica al doscientos por ciento, y más laica con cada minuto que vivo, porque veo los horrores que se cometen en nombre de la religión. Mi identidad judía procede del simple hecho de que desciendo de judíos polacos que emigraron a Estados Unidos en el siglo XIX. Como a muchos otros, me pesa el Holocausto, y no me sentía confortable criticando a Israel, pese a que era consciente de las crueldades de la ocupación israelí... Estuve allí durante la guerra de 1973 y comprobé que la auténtica tragedia consistía en que ambas partes están equivocadas. Filmé una película, titulada La tierra prometida, y decidí no volver. Cuando me pedían que adoptara una posición, me negaba. Hasta que, hace dos años, me dieron el Premio Jerusalén, una especie de Nobel sin dinero que habían ganado escritores tan maravillosos como Graham Greene, y decidí aceptarlo, y fui a recogerlo a Israel. Muchos amigos me pidieron que no fuera, que boicoteara el premio, pero yo no creo en boicoteos ni dejaría de ir a un país por estar en desacuerdo con su gobierno. Pasé una semana moviéndome por Israel; fui a 119
los territorios, a Gaza; me reuní con Yasser Arafat, aunque no me apetecía nada verle, y decidí hablar. No era posible seguir en silencio. Nada, ni siquiera el horror de los terroristas suicidas palestinos podía justificar la crueldad, la opresión y la humillación ejercidas sobre los palestinos. Tomo partido, y reclamo el total desmantelamiento de los asentamientos judíos y la retirada de Israel a las fronteras de 1967. Dicho esto, creo que Gabo García Márquez no puede seguir siendo amigo de Castro y a la vez calificarse a sí mismo de periodista. García Márquez dirige una escuela de periodismo en Cartagena de Indias. Bien, si se considera periodista, debe estar a favor de la libertad de expresión y en contra de que se encarcele a la gente por delitos de opinión, como ocurre en Cuba. ¿Cómo puede callarse y seguir apoyando a Fidel Castro? Incluso José Saramago, militante del Partido Comunista portugués, ha sentido que no podía seguir en silencio y ha criticado el régimen cubano. Contra Castro estamos gente tan distinta como yo; Pedro Almodóvar, al que quiero mucho y de quien me siento muy cercana, y Mario Vargas Llosa, de quien estoy claramente más lejos. No importa con quién esté uno, sino lo que es correcto, lo que es justo. Me opongo a que se utilice la crítica al imperialismo americano, muy justificada, pera defender una dictadura horrenda. —Las posiciones intelectuales suelen ser menos fáciles y más confusas en situaciones de crisis grave, como una guerra. Usted se refiere a una situación así, la de la Guerra Civil española, en su último ensayo Mirando el dolor de los otros. —Sí, empiezo el libro con la reacción de Virginia Woolf frente a las fotografías de atrocidades difundidas por el gobierno republicano de Madrid. La guerra de España 120
fue el momento central del siglo XX, el momento en que muchas cosas quedaron claras, el primer conflicto realmente fotografiado. Y aunque en este último libro no me extiendo en el asunto como en anteriores ocasiones, ocurrió que muchos, desde fuera, se sintieron incapaces de criticar el papel de la Unión Soviética y de los comunistas, porque pensaban que eso dañaría al bando que ostentaba la legalidad y la razón, el republicano, y favorecería a los insurgentes. Esa es una lección que me repito una y otra vez a mí misma. Nunca es necesario elegir entre la verdad y la justicia. Hay que estar con ambas.
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Fotos
Por Steve Brodner
Por Iñaki Cerrajería
‘’BUSH COMPROMETIÓ A EE.UU. A UNA GUERRA PERMANENTE’’
Kevin Jackson The Independent Traducción: Gabriela Fonseca La Jornada de México - 11/08/03
En Reconociendo el dolor de otros, su reciente ensayo, invita a pensar en la guerra para no sufrirla en carne propia «Creo —dice Susan Sontag en tono lacónico— que ya usé seis de mis nueve vidas’’. Es un cálculo razonable que vale la pena analizar: la mayoría de los contemporáneos de Sontag pertenecientes a la primera división de la literatura estadounidense no se han enfrentado a nada de mayor riesgo que no sean el adulterio y el divorcio (que ciertamente no son poca cosa), pero cuando Sontag escribe sobre la enfermedad, el dolor y la violencia, lo hace con la autoridad que da la experiencia. Primero experimentó un encuentro potencialmente mortal con el cáncer, hace un par de décadas. Fue una brutal experiencia que finalmente dio fruto en forma de amplio ensayo, La enfermedad como metáfora, y su continuación, El sida como metáfora. De manera más reciente, después de que un serio accidente automovilístico la dejó en silla de ruedas duran-
te varios meses, sufrió una peligrosa reincidencia del cáncer que requirió de tratamientos casi tan peligrosos como la enfermedad, pues incluían fuertes dosis de morfina para calmar el insoportable dolor. En Sarajevo, durante la guerra de Bosnia, Sontag, de manera voluntaria y valerosa, compartió por unos meses las diarias huidas del fuego de bombas, morteros y francotiradores. En tres ocasiones un proyectil pasó rozándola; falló por sólo unos segundos o metros. Estas últimas experiencias también han dado, ahora, un fruto inesperado: su último libro, Reconociendo el dolor de otros. A primera vista se trata de un concienzudo análisis de fotografías de guerra; algunas reseñas incluso lo han considerado (errónea, aunque comprensiblemente) un capítulo adicional a su estudio vanguardista Sobre la fotografía. Sin embargo, el libro ofrece reflexiones más profundas sobre el sufrimiento humano, la naturaleza de la bondad, los señuelos, los engaños, y la verdad en las imágenes. Es, en resumen, un sumario de lo que significa estar vivo y atento en la zona más rica del mundo al comenzar el siglo XXI, que toma forma de centuria de guerra implacable. Pero no se piense con base en estos antecedentes que Sontag es una depresiva Virgen de Dolores, como intentan retratar algunos perfiles mal intencionados. Porque Sontag es una persona que atrae muchos rencores periodísticos. Siempre lo ha hecho, desde que emergió en la escena a principios de los 60 como una mujer brillante y sobrecogedoramente hermosa. Si su vertiginosa combinación de seriedad moral y erudición la volvieron internacionalmente respetada entre las clases lectoras, fue su atractivo de actriz de cine lo que la convirtió en la menos usual de las rarezas: el intelectual como superestrella. 131
Por cada persona que ha leído, digamos, su magnífico ensayo sobre Walter Benjamin, incluido en el libro Bajo el signo de Saturno, debe de haber cientos que han visto su retrato en Vanity Fair o que han escuchado chismes ociosos sobre su larga relación con la prestigiosa fotógrafa de esa revista, Annie Leibowitz. En estos tiempos desafortunados para su nación, Sontag se ha convertido en blanco de la prensa reaccionaria estadounidense (la combinación del sustantivo prensa estadounidense con el adjetivo reaccionaria está cada vez más cerca de volverse un pleonasmo). Después de su respuesta a las masacres del 11 de septiembre de 2001, publicada en la revista The New Yorker, columnistas de todo el país la llamaron traidora, idiota y títere de Saddam. Unos incluso la apodaron Osama Bin Sontag. Pero por otro lado, casi dos años después, ‘’no pasa un día sin que alguien se me acerque en la calle y me agradezca mi valentía, lo cual, por supuesto, me hace reír. No creo haber sido valiente. No creo que se requiera valentía para decir lo que uno piensa, pero así debe parecer a otras personas, porque ahora todo el mundo está intimidado...» Pues bien, este perfil —le advierto al lector— no será una típica crítica a la escritora. Soy fanático irredento de Sontag. Cuando se me envió por primera vez a entrevistarla a Nueva York, hace unos 15 años, me acerqué a la tarea con una combinación de euforia casi adolescente y terror escénico descarnado. Fui admirador de su obra desde antes de salir de la universidad. Precisamente porque había leído su prosa sabía que me enfrentaría a una mente informada, comprometida y analítica. Sontag no toleraría a los tontos, y yo me sentía más que eso aquella calurosa tarde de verano. 132
Lo que no me permití pensar (y debí hacerlo si estaba consciente de que sus ensayos sobre literatura, fotografía, danza o cine no reflejan nunca puritanismo, sino todas las variaciones del placer estético) es que su carácter formidable tenía un lado desenfadado, ingenioso, caprichoso y —¿me atreveré a decirlo?— divertido. Desde aquel encuentro hemos estado en excelentes términos, lo cual vale la pena mencionar no nada más porque quiero alardear de ello (que desde luego es la intención), sino porque los demás amigos de Sontag tampoco son famosos ni, Dios nos guarde, glamorosos. Ella conoce o ha conocido a muchas figuras relevantes de la cultura durante los últimos cuarenta y tantos años, de Barthes a Brodsky y a Barishnikov, pero aún pasa varias semanas al año en Bosnia, visitando a los ciudadanos que conoció durante el sitio, ayudándolos en sus penurias. En una ocasión, cerca de la frontera de Inglaterra con Gales, la observé conversando con una agradable reportera de un periódico local, y vi cómo le dio la vuelta a la entrevista hasta que las dos terminaron hablando durante horas de los problemas familiares de la periodista. Así que cuando me preparé para visitarla de nuevo y discutir Reconociendo el dolor de otros, sabía que no podía andar con pies de plomo. Actualmente Sontag vive en un hermoso penthouse de techo alto en el distrito de Chelsea, en Manhattan, que es mucho más lujoso que el lugar más modesto en que vivía anteriormente. Me imagino que el nuevo lugar fue costeado con las regalías de la novela histórica El amante del volcán, best-seller traducido a por lo menos 20 idiomas. Cuando llegué había bullicio: un periodista alemán aún interrogaba a Sontag y las asistentes de la escritora atendían pedidos y preguntas del suplemento literario 133
del Times, de festivales de cine, de grupos de derechos humanos, de universidades, de editores... Por tanto, me senté a platicar con su traductor al italiano, Paolo Dilonardo, otro de sus amigos cercanos que no son famosos. Cuando al fin se liberó de sus labores, Sontag me saludó con un abrazo cálido (externa fácilmente gestos afectuosos, inclusive a sus desgarbados visitantes ingleses), e insiste en que hablemos sin formalismos antes de comenzar oficialmente la entrevista. La conversación, que no quedó grabada, se llevó una hora o más, y versó sobre un sinfín de temas en los que intervinieron libros y escritores. Me pregunta qué puedo decirle sobre dos escritoras británicas que acaba de descubrir: Hilary Mantel y Jenny Diski (no puedo decirle mucho, lo siento). ‘’¿Ha leído a Mercel Benabou?’’ (Sí). ‘’¿No es encantador?’’ (absolutamente). Luego, y porque Paolo está con nosotros, se refiere a los escritores italianos Petrarca y Leopardi, e Ítalo Calvino (relee Si en una noche de invierno un viajero), y también al genio portugués Fernando Pessoa. En ese momento sale apresurada de la habitación y regresa con el más extenso trabajo en prosa de Pessoa, El libro de la inquietud, y nos lee extensos fragmentos, deleitándose en la elocuencia llana y melancólica del heterónomo. Cuando la vi por última vez, hace unos tres años, sufría los efectos de la quimioterapia: su cabello (que por muchos años fue una abundante melena negra con su distintivo mechón blanco, parecido al de Indira Ghandi) se había vuelto gris; caminaba con dificultad y se cansaba fácilmente. Hoy, a los 70 años, se ve plenamente recuperada, llena de vitalidad y entusiasmo. Ríe con facilidad y constantemente salta para tomar de sus repisas copadas otro libro o artículo u objeto.
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MÁS ALLÁ DE LAS IMÁGENES, LA REALIDAD Al fin llegó el momento de la entrevista propiamente dicha. Yo había planeado comenzar con la pregunta de qué tanto su nuevo ensayo procedía de sus experiencias en Sarajevo, aunque sólo se refiere brevemente a esa guerra, pero ella se adelanta al mencionar el sitio desde el principio y afirmar que Reconociendo el dolor de otros (el título es una gentil broma polisémica: reconocer, ver; reconocer, respetar; reconocer, interesarse por algo...) no es tanto un libro sobre la fotografía de guerra, sino un libro sobre la guerra misma, más allá de las imágenes y más cerca de la realidad. Y en este aspecto contribuye el hecho de que Sontag pertenece a la pequeñísima fracción de la raza humana que ha visto la guerra de primera mano y no filtrada por los medios. ‘’El libro proviene de la realidad. El libro es lo opuesto a decir: ‘¿y qué hay de las imágenes?’ Se trata de cómo podemos, y hasta qué grado, asimilar el sufrimiento de otros. ¿Asimilamos algo? Y ahora que el libro está terminado puedo afirmar que es, ante todo, un libro sobre la guerra, sobre la realidad de la guerra. Mi indignación se acrecienta ante las políticas del gobierno estadounidense y la nueva belicosidad oficial de Estados Unidos. Este es un país en el que, a diferencia de Europa del este, la guerra parece ser... —y se detiene para encontrar el término preciso— ...algo bueno. ‘’No se trata sólo de una cuestión de imágenes. En el pensamiento de los estadounidenses la guerra es aceptable y mucho más que eso. Creen que es aceptable reforzar la hegemonía estadounidense. Considero que es muy plausible decir que la república ha terminado y el imperio ha comenzado, con todo y que éste aún tiene mucho qué aprender y no parece ser muy hábil en la administra135
ción colonial. En verdad creo que este perverso gobierno se creyó su propia retórica de que (la guerra en Irak) fue una liberación, y que así la consideraría la mayor parte de la población iraquí. Nunca entendió que los iraquíes —por no decir el resto del mundo— la percibiría como una invasión para conquistar un país. Tuvimos un cambio de régimen; éste no es el viejo Partido Republicano, no es una vieja configuración, es un momento nuevo que está muy conectado con la idea de una guerra permanente. El terrorismo nunca se acaba, y si se está comprometiendo al país a una ‘guerra contra el terrorismo’, se está haciendo un compromiso con la guerra permanente. Quisiera que este libro contribuyese a que la gente piense qué es la guerra en realidad, sin tener que experimentarla en carne propia». Sontag ha vivido esa experiencia en varias ocasiones. Durante la guerra de Vietnam, por ejemplo, visitó dos veces el norte del país. También ha escrito, aunque poco, sobre el tiempo que pasó en Sarajevo y el recuento narrativo definitivo de lo que vivió se volvió a publicar en su última colección de ensayos, Cuando cae la tensión. Pese a los testimonios cuidadosamente reproducidos, la prensa aún repite rumores y calumnias sobre lo que ella hizo. Por tanto, y para dejar las cosas claras, he aquí nuevamente lo que pasó. ‘’Mi hijo, David Rieff, había ido a Bosnia para escribir sobre la situación. Yo tenía mucho miedo por él, pero al mismo tiempo quería verlo. Conocía a alguien que encabezaba una organización humanitaria y realizaría un viaje allá; le pedí que me dejara ir con ellos. Respondió: ‘claro, si te atreves’, porque era increíblemente peligroso. Me quedé dos semanas; conocí a mucha gente y les dije: ‘si regreso, ¿puedo trabajar aquí? ¿Encontrarían un trabajo para mí? Quería quedarme porque era Europa y por136
que estaba ocurriendo algo terrible y quería ayudar. No tenía nada que ver con escribir. Sólo hice el compromiso y me quedé hasta que terminó el sitio. ‘’Hay personas que parecen creer que fui a Sarajevo con la idea de dirigir Esperando a Godot. No hice nada por el estilo. Lo que pasó es que les dije: ‘Creo que lo que me interesaría más es trabajar en un hospital. Puedo dar primeros auxilios, también sé escribir a máquina y dar clases a los niños, porque las escuelas estaban cerradas. Puedo hacer películas y dirigir teatro (¡ay, dirigir una obra!). En verdad, por Dios, esa fue la última intención de la lista que mencioné. ‘’Les pregunté por qué querían que dirigiera una obra y me dijeron en tono indignado: ‘¡por favor, aquí tenemos actores y están desempleados!’ Tuve la misma reacción ignorante de todos los que supieron lo que iba yo a hacer. Pero me dijeron: ‘no somos salvajes, ¿sabe? No somos gente que tenga que estar haciendo cola donde se distribuyen el pan y el agua. Tenemos cultura’. Que me dijeran esto me dio tanta vergüenza que acepté.’’ Así fue como Sontag y su equipo hicieron la puesta en escena del primer acto de Esperando a Godot, en momentos en que, según un macabro chiste local, todos estaban Esperando a Clinton.
FEMINISTA DE FACTO Reconociendo el dolor de otros comienza y termina de forma inesperada: con Virginia Woolf y su ensayo sobre la guerra: Tres guineas. Sontag se enorgullece al proclamar su profunda admiración por la prosa de Woolf, y al hacerlo pone hincapié en la cuestión de los géneros: ‘’la guerra —señala Woolf con delicadeza— es vicio de hom137
bres y no de mujeres’’. Para cualquier lector devoto de Sontag esto aparecerá como un giro interesante. No hace falta decir que ella es una heroína feminista por sus propios méritos, por lo que es sorprendente apreciar lo poco que Sontag escribió sobre cuestiones de mujeres hasta, digamos, hace una década. —¿Está consciente del cambio? —Sí, y no sé por qué lo hice. Creo que se me olvidó... —se interrumpe con un acceso de risa, burlándose de sí misma. Perdón. Ya sé que suena tonto, pero creo que simplemente se me olvidó hablar de eso. Era real para mí, en mi vida, pero olvidé que tendría que hablar de ello en mis libros. De forma apropiada, el catalizador de su transición a temas feministas fue el descubrimiento de los ensayos de Woolf: el famoso Un cuarto propio y el menos conocido Tres guineas. ‘’Me impresionó mucho su valor, porque su postura es impopular actualmente y lo era en sus tiempos; ni siquiera existía en el mapa. Libros como Tres guineas son muy valientes. Me recordaron que, a mi manera, yo estaba de acuerdo con lo que ella decía y lo debía dejar claro. Todo comenzó con los cuatro monólogos de mujeres que están al final de El amante del volcán: ese fue mi momento decisivo. Realmente fue el momento en que me dije: ‘voy a hablar sobre mujeres. ¿Por qué no lo había hecho antes? ¿Por qué se me olvidó?’» Una buena respuesta a esta pregunta es que no tenía escasez de temas. A veces hace la broma, que desde luego no lo es, de que ‘’todo le interesa’’, y en uno de sus pocos ensayos autobiográficos recuerda que siendo niña se forjó por primera vez la idea del escritor como un erudito ávido. 138
Como es evidente a los pocos minutos de conocerla, sigue amando la literatura con una pasión y una energía muy raras (quizá especialmente raras) en los escritores profesionales y los amantes de los libros, pero insiste: ‘’No soy escritora de tiempo completo, nunca lo he sido y nunca lo seré. Soy escritora intermitente. Dejo de escribir durante meses, en los que me limito a pasear o a soñar; voy a algún lugar o me intereso en algo. Eso significa que he escrito 16 libros en vez de los 40 o 50 que han escrito mis contemporáneos, como Philip Roth, John Updike y Joyce Carol Oates. Ellos han escrito más libros porque es lo único que hacen. Yo no quiero eso. Me agobio, quiero salir. ¡Voy a Bosnia cada año! Lo he hecho esporádicamente durante tres años y sólo quiero saber qué se siente estar ahí y caminar por las calles que conozco de memoria. Me siento a escuchar a personas que me hablan de sus penas, de sus vidas miserables y de lo mucho que desearían poder irse. Sólo trato de tener fe y mantener mi contacto con lo real’’. Mi labor de entrevistador ha concluido. Ya podemos relajarnos y volver al lujo de la conversación libre y, sobre todo, podemos volver a los libros y a otros escritores. Hablamos de todo, y de pronto aparece el nombre improbable de Anthony Trollope (Paolo Dilonardo lo está leyendo y tradujo al italiano su obra El carcelero). También hablamos de Jacques Roubaud, el poeta matemático y oulipiano* francés, y de Lionel Trilling, el crítico estadounidense, quien es tan grande como pasado de moda y desconocido, y en estos tiempos prácticamente inconseguible. * El proyecto de Oulipo fue un movimiento literario francés de los 60 que reunió a matemáticos atraídos por las manifestaciones literarias. Proponían conjugar conceptos matemáticos y restricciones literarias para explorar los recursos de la lengua, que consideraban una sucesión infinita, como los números.
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‘’Él fue muy bueno conmigo en los 60'’, recuerda Sontag, lo cual es notable si se toma en cuenta el estupor que existía entonces por los temas que ella defendía en sus ensayos. Cuenta que hay una reciente colección de los escritos de Trilling con el título La obligación moral de ser inteligente, y dice: «¡qué frase tan maravillosa!». De forma estrictamente confidencial, también me habla de su próxima obra no narrativa, que será un libro breve o un ensayo largo sobre estar enfermo, y también me comenta de su próxima aventura en la ficción, que será una tercera novela histórica a gran escala. Además de otro abrazo, me obsequia, como regalo de despedida, un libro que recientemente logró rescatar del olvido: Verano en Baden-Baden, del muy desconocido autor ruso Leonid Tsypkin. Es uno de los muchos libros que se halló en algún rincón; lo consideró de belleza deslumbrante e hizo que lo publicaran de nuevo, convenciendo a algún editor de correr el riesgo y con la promesa de escribir un ensayo para que sirviera de prólogo. Cuando salgo de su casa me doy cuenta de pronto de un obvio paralelismo: su disposición a forjar amistades con gente desconocida que no está de moda es muy semejante a su apetito por salvar del olvido y el descuido a escritores y artistas desconocidos. Uno siempre puede depender de su generosidad hacia los extraños.
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SONTAG ACUSA A GARCÍA MÁRQUEZ «POR CALLAR COSAS QUE SABE»
El Periódico de Catalunya - 12 /10/03 El Periódico - Fráncfort
La escritora estadounidense Susan Sontag reavivó ayer, en el marco de la Feria del Libro de Fráncfort, su polémica sobre Cuba con Gabriel García Márquez, al que acusó de deshonestidad intelectual por mantener el silencio ante las violaciones de los derechos humanos del régimen castrista. «Lo siento por García Márquez, pero hay cosas que no se pueden callar», afirmó la novelista, que fue galardonada con el Premio de la Paz otorgado por los libreros alemanes y con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2003 junto a Fátima Mernissi. Sontag recordó cómo comenzó su polémica con el premio Nobel colombiano, en la Feria del Libro de Bogotá. «No fui a Bogotá pensando en formular un ataque contra García Márquez, que en Colombia es como un dios», dijo la escritora. «En una rueda de prensa, me preguntaron cuál era mi posición sobre la responsabilidad política del escritor. Dije que no tenía nada en contra de los que no se interesan por estos temas y no decían nada al respecto,
pero que aquellos que lo hacen, que sea siempre que haya algo que denunciar», añadió. La escritora recordó que en esa ocasión mencionó a García Márquez, que no había hablado de la reciente ola de represión contra disidentes en Cuba, con condenas a muerte y largas penas de prisión. «Respeto a los que no se pronuncian, pero quienes lo hacemos, como Günter Grass, García Márquez o yo, no podemos dejar de denunciar cosas de las que tenemos noticia», señaló. «Sobre Cuba, García Márquez ha callado cosas que sabe y por eso no ha sido honesto», añadió la autora. «No creí que él fuera a responderme, pero lo hizo de manera ridícula al decir que en conversaciones privadas ha ayudado a salir de Cuba a muchos disidentes». Interrogada sobre el paisaje político en Estados Unidos, describió a Arnold Schwarzenegger, elegido nuevo gobernador de California, como «un cretino ambicioso y un depredador megalómano», y añadió que «carece totalmente de competencia política, pero ha tenido la suerte de ser instrumentalizado por el Partido Republicano». Además, la escritora descartó que Hillary Clinton pueda convertirse en la primera mujer que acceda a la presidencia del país. «No veo que tenga ninguna posibilidad. Sólo una mujer muy de derechas podría ser la primera presidenta», dijo la novelista, que criticó la situación actual de su país, donde, según señaló, la oposición política casi ha desaparecido debido a la crisis del Partido Demócrata. «El Partido Republicano es el único que queda, con un ala que se llama Partido Demócrata», sentenció. Sontag aludió también al problema del terrorismo en el País Vasco. «He firmado la petición de intelectuales contra grupos extremistas; sé que no representan a la población», señaló la escritora, que hizo una matización sobre el concepto de terrorismo. «No quiero utilizar esa 142
palabra si no es indispensable; ahora se usa para fenómenos completamente distintos», aseguró, en alusión a la política de la Casa Blanca.
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MODERNIDAD Y GUERRA SANTA
Texto escrito en respuesta a un cuestionario que le envió a Susan Sontag en Nueva York Francesca Borrelli desde Roma, para publicarse en el periódico italiano IlManifesto. (Fragmento)
1. ¿Podría describir el impacto de su regreso a Nueva York? ¿Qué sintió usted al verlas consecuencias? —Por supuesto, yo habría preferido estar en Nueva York el 11 de septiembre. Porque estaba en Berlín, a donde había ido por diez días, mi reacción inicial a lo que estaba ocurriendo en Estados Unidos fue, literalmente, mediada. Yo planeaba pasar toda esa tarde del martes escribiendo en mi cuarto silencioso en un suburbio de Berlín, cuando de modo abrupto fui avisada de lo que ocurría a la mitad de la mañana en Nueva Yorky Washington por las llamadas telefónicas de dos amigos, uno en Nueva York, el otro en Bari, y corrí a prender la televisión y me pasé frente a la pantalla casi todas las cuarentay ocho horas siguientes, viendo sobre todo CNN, antes de regresar a mi laptop a bosquejar una diatriba contra la demagogia inane y engañosa que yo había oído diseminada por el gobierno estadounidense y las figuras de los medios. La aflicción real se dio en estados no del todo coherentes, como siempre ocurre cuando a uno lo apartan de,
y por tanto lo privan de un contacto total con, la realidad de la pérdida. A mi regreso a Nueva York tarde y por la noche a la siguiente semana, me fui directamente del aeropuerto Kennedy hasta lo más cerca que pudiera llegar en coche al sitio del ataque, y me pasé una hora dando vueltas a pie alrededor de lo que hoy es un cementerio masivo —unas seis hectáreas de extensión— con vapores, montañoso y maloliente en la parte sur de Manhattan. En esos primeros días luego de mi regreso a Nueva York, la realidad de la devastación, y la inmensidad de la pérdida de vidas, hizo que mi enfoque inicial sobre la retórica que rodeaba al evento me pareciera menos relevante. Mi consumo de la realidad vía la televisión había caído a su nivel habitual: cero. Me he obstinado en no tener un aparato de televisión en Estados Unidos aunque, sobra decirlo, sí veo televisión cuando estoy fuera. Cuando estoy en casa, mis principales fuentes de noticias diarias son el New York Times y unos cuantos periódicos europeos que leo en línea. Y el Times, días tras día, ha publicado páginas de desgarradoras biografías breves con fotos de los muchos miles de personas que perdieron sus vidas en los aviones secuestrados y en el World Trade Center, incluyendo a los más de trescientos bomberos que subían por las escaleras mientras bajaban los trabajadores de las oficinas. Entre los muertos no había sólo la gente ambiciosa y bien pagada que trabajaba en las industrias financieras localizadas aquí, sino muchos que hacían trabajos de sirvientes en los edificios como porteros y mozos de oficina. Y cocineros:más de setenta de ellos, en su mayoría negros e hispánicos, en el Windows on the World, el restaurant que estaba en la punta de una de las torres. Tantas historias;tantas lágrimas. Omitir el duelo sería un acto de barbarie, y lo mismo sería pensar que 145
estas muertes de algún modo son distintas en su tipo a otras atroces pérdidas de vida,de Srebénica a Ruanda. Pero no basta con quedarse en el duelo. Y es entonces cuando uno regresa a los discursos que rodearon el evento, y a la realidad de lo que ha cambiado en Estados Unidos desde el 11 de septiembre. 2. ¿Cuál es su reacción a la retórica de Bush? —No hay motivo para enfocarse en la simplista retórica de cowboy de Bush, la que, en los primeros días después del 11 de septiembre, osciló entre el cretinismo y lo siniestro; luego de lo cual sus consejeros y sus redactores de discursos al parecer lo refrenaron. Por más repulsivos que hayan sido su lenguaje y su conducta, Bush no debería monopolizar nuestra atención. A mi parecer todas las figuras principales del gobierno norteamericano se encuentran en una pérdida lingüística, mientras buscan imágenes para abarcar este revés sin precedentes para el poder y la capacidad estadunidenses. Se han propuesto dos modelos para entender la catástrofe del 11 de septiembre. El primero es que esta es una guerra, a la que dio inicio un “ataque taimado” comparable al bombardeo japonés sobre la base naval estadunidense en Pearl Harbor, Hawaii, el 7 de diciembre de 1941, que lanzó a los estadunidenses a la Segunda Guerra Mundial. El segundo modelo, que ha ganado adeptos tanto en los Estados Unidos como en la Europa occidental, es que ésta es una lucha entre dos civilizaciones rivales, una productiva, libre, tolerante y secular (o cristiana), y la otra retrógrada, fanática y vengativa. Es claro que yo me opongo a ambos modelos, y ambos vulgares y peligrosos, para entender lo que ocurrió el 11 de septiembre. Y no la menor de mis razones para recha146
zar tanto el modelo de “ya estamos en guerra” como al modelo “nuestra civilización es superior a la de ellos”, está en que estas ópticas son exactamente las ópticas de aquellos que perpetraron este ataque criminal, y son también las ópticas del movimiento fundamentalista wahhabi en el Islam. Si el gobierno estadunidense insiste en describir esto como una guerra, y satisface la avidez del público por una campaña de bombardeos a gran escala que la retórica de Bush prometió al parecer (por lo menos al principio), es probable que el peligro aumente. No son los terroristas los que sufrirán con una respuesta de “guerra” total de parte de Estados Unidos y sus aliados, sino más civiles inocentes —esta vez en Afganistán, Irak y otras partes— y estas muertes sólo pueden inflamar el odio de los Estados Unidos (y, más generalizadamente, del secularismo occidental) diseminado por el fundamentalismo radical islámico. Sólo la violencia muy estrechamente enfocada tiene una oportunidad de reducir la amenaza planteada por el movimiento del cual —¿hace falta decirlo?— Osama bin Laden no es sino uno entre muchos líderes. La situación me parece complicada al extremo. Por una parte, el terrorismo activista que se apuntó un éxito tal el 11 de septiembre es, claramente, un movimiento global. No debe identificársele con un estado en particular, y ciertamente no es identificable sólo con el maltrecho Afganistán, como Pearl Harbor pudo identificarse con Japón. Como la economía de hoy, como la cultura de masas, como las enfermedades pandémicas (pensemos en el sida), el terrorismo se burla de las fronteras. Por otra parte, hay estados que sí figuran en el centro de la historia. Arabia Saudita ha provisto por todo el mundo el apoyo principal al movimiento wahhabi (no es accidental que Bin Laden sea, por así decirlo, un príncipe saudita), al tiempo que 147
durante el mismo periodo la monarquía saudita ha sido el aliado más importante de Estados Unidos en el mundo árabe. Hay muchos, entre los miembros más jóvenes de la élite saudita además de Bin Laden, que ven la cooperación de la monarquía saudita con los Estados Unidos como una gran traición “civilizacional”. Una guerra a gran escala dirigida por los Estados Unidos contra el movimiento terrorista identificado con Bin Laden, corre el riesgo de echar abajo a la monarquía “reaccionaria” y lograr que los “radicales” lleguen al poder en Arabia Saudita. Y éste es sólo uno de los muchos dilemas que enfrentan los hacedores de política estadunidenses. 3. Usted ha apuntado que cualquier comparación con Pearl Harbor es inapropiada. Como usted sabe, Gore Vidal en su último libro The Golden Age sostiene la tesis de que Roosevelt provocó el ataque japonés a Pearl Harbor para permitirle a Estados Unidos entrar en la guerra junto con Gran Bretaña y Francia. La opinión pública y el congreso estadounidenses estaban en contra de entrar en la guerra; sólo en caso de ataque podía Estados Unidos haber declarado la guerra. Algunos otros intelectuales estadounidenses se han unido a Vidal para sostener que Estados Unidos ha estado provocando al mundo islámico durante años y que, en consecuencia, el cuestionamiento de la política estadunidense es inevitable. ¿Cuál es su opinión? —Como ya lo he sugerido, creo que la comparación del 11 de septiembre con Pearl Harbor no sólo es inapropiada sino engañosa. Sugiere que tenemos otro país contra el cual pelear. La realidad es que las fuerzas que buscan humillar al poder estadounidense son, más bien, subnacionales y transnacionales. Osama bin Laden es, cuando mucho, el ejecutivo en jefe de un vasto conglomerado 148
de grupos terroristas.Gente informada cree que él es incluso un poco una figura de adorno, valorado más por su dinero y su carisma que por su talento operativo. Visto así, es un núcleo de militantes egipcios el que realmente está proporcionando la inteligencia para un programa en marcha de operaciones del cual puede esperarse que tenga lugar en muchos países. He sido una crítica ferviente de mi país casi por tanto tiempo como Gore Vidal, aunque espero que con más tino, y doy por hecho que el cuestionamiento de la política exterior estadounidense es siempre tan deseable como inevitable. Una vez dicho esto, no creo que Roosevelt provocó el ataque japonés sobre Pearl Harbor. El gobierno japonés realmente se había atado a la locura de empezar una guerra con los Estados Unidos. Tampoco creo que Estados Unidos haya estado provocando durante años al mundo islámico. Estados Unidos se ha comportado de una manera brutal, imperial, en muchos países, pero no está metido en una operación abarcadora contra algo que puede llamarse “el mundo islámico”. Y con todo lo que deploro la política exterior estadounidense —y la arrogancia y la presunción imperial estadounidenses— lo primero que hay que tener en mente es que lo que ocurrió el 11 de septiembre fue un crimen espantoso.Como alguien que durante décadas ha estado en primera fila entre aquellos que han gritado contra los entuertos estadounidenses, me he llamado particularmente a ultraje,por ejemplo, con el embargo que ha traído tanto sufrimiento al empobrecido, oprimido pueblo de Irak. Pero la óptica que detecto entre algunos intelectuales estadounidenses y muchos intelectuales bien-pensant en Europa; la óptica de que Estados Unidos ha traído ese horror sobre sí mismo, de que Estados Unidos es, en parte, culpable por las 149
muertes de estos miles ocurridas en su propio territorio: esta no es, repito: no es, una óptica que yo comparta. Cualquier intento de perdonar o condonar esta atrocidad culpando a Estados Unidos —y aunque haya mucho de qué culpar a la conducta estadounidense en el extranjero— es moralmente obsceno. Terrorismo es el asesinato de gente inocente. Esta vez, fue un asesinato masivo. Más aún, creo que es un error pensar en el terrorismo —este terrorismo— como la búsqueda de demandas legítimas por medios ilegítimos. Permítame ser muy específica. Si mañana hubiera una retirada unilateral de Israel de la Orilla Occidental y de Gaza seguida, un día después, por la declaración de un estado palestino acompañado por plenas garantías de ayuda y cooperación israelíes, creo que ninguno de estos eventos deseables retractaría en algo en los proyectos terroristas que ya están en curso. Los terroristas se escudan a sí mismos en agravios legítimos, como ha señalado Salman Rushdie. Su propósito no es la corrección de estos entuertos: sólo su pretexto desvergonzado. Lo que buscaban lograr aquellos que perpetraron la masacre del 11 de septiembre no era corregir los males hechos al pueblo palestino, o aliviar el sufrimiento del pueblo en la mayor parte del mundo musulmán. El ataque es real. Es un ataque contra la modernidad (la única cultura que hace posible la emancipación de las mujeres) y, sí, contra el capitalismo. El mundo moderno, nuestro mundo, se ha dejado ver como algo seriamente vulnerable. Una respuesta armada —en la forma de un conjunto de complejas operaciones antiterroristas cuidadosamente enfocadas; no en la forma de una guerra— es necesaria. Y justificada.
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EL ROMANCE DE SUSAN SONTAG
Por Leslie Garis, articulista de The New York Times. Nueva York, 2 de agosto de 1992 Traducción de Adriana Amezcua
Tan pronto como Susan Sontag entregó el último capítulo de su nueva novela, El amante del volcán, en las oficinas de su editor, se sintió desolada. “Fue como llevar a una persona amada al aeropuerto y regresar a una casa vacía”, dice suave e intensamente, durante una entrevista en su departamento de Nueva York. “Extraño la gente. Extraño el mundo”. Los personajes principales —aunque hay muchos más— son Sir William Hamilton, el ministro inglés de la Corte de Nápoles en el siglo XVIII; su esposa, Emma, y Horatio Lord Nelson, el héroe naval más reverenciado de Inglaterra, cuyo idilio con Emma se volvió tan famoso como sus impresionantes victorias ante Napoleón. Bajo el título de la obra (que se refiere a la obsesión de Hamilton con el Monte Vesubio), Sontag ha añadido las palabras: “Una historia de amor”. ¿Una historia de amor de la autora de Contra la interpretación, Estilos radicales, Death Kit y El sida y sus metáforas? ¿Una novela romántica de la campeona inte-
lectual del modernismo, de la elocuente admiradora de Roland Barthes, Elías Canetti y Antonin Artaud? “Para hallar el coraje de escribir este libro, me ayudó encontrar una indicación que me permitiera ir más allá”, explica. “La palabra ‘romance’ era como una sonrisa. Además, para la gente que lee mucho, la novela es un género en el que se está demasiado consciente de uno mismo. ”Quieres hacer algo que tome en cuenta todas las opciones que te ofrece la ficción. No obstante, no quieres escribir sobre ficción, estás haciendo ficción. De ahí que yo dejé a un lado mi timidez literaria y me dije, ¡es una novela —es más que una novela— es una novela romántica!” Abre sus brazos y ríe de manera espontánea. “Quedé atrapada en el libro, como Alicia en el país de las maravillas. Durante tres años trabajé 12 horas al día en un placentero delirio. Esta novela constituye para mí un momento decisivo”. A sus 59 años, Sontag ya cuenta con una profesión destacada. Aunque ha escrito libros de ficción, dos obras de teatro y cuatro películas, es conocida principalmente por sus ensayos eruditos que alarman a muchos. A partir de un conocimiento que pareciera no tener límites, Sontag ha examinado el siglo XX desde la óptica de muy diversas disciplinas como la literatura, la pintura, la enfermedad, la fotografía, la filosofía, la pornografía, el cine, la sociología, la antropología, el comunismo y el fascismo. Luego de haber pasado largos periodos en Francia e Italia, versada en tres idiomas (y traducida a 23 lenguas), Sontag encarna una verdadera internacionalista. Carlos Fuentes, novelista mexicano, hombre de letras que conoce múltiples culturas, compara a Sontag con Erasmo de Rotterdam, el gran humanista del Renacimiento: “Vivimos una de las épocas peor informadas en la histo152
ria, justo como ocurría a inicios del siglo XV. Y, como Erasmo, precisamente cuando es necesario, Susan Sontag logra comunicarse con las personas en este mundo tan averiado. Erasmo viajó con 32 volúmenes que contenían todo el conocimiento que valía la pena conocer. ¡Susan Sontag lo carga en su cerebro! No conozco a ningún otro intelectual que tenga tal claridad mental, así como la capacidad de relacionar, conectar y relatar sucesos. Sontag es única”. Mientras busca sentarse en algún rincón de su cocina, la escritora emana el aire de los que se han confrontado, prodigiosamente, con las preguntas esenciales de la vida. Las arrugas fluyen con naturalidad por su rostro sin maquillaje. Su piel es tan pálida como la de un monje. Una espectacular franja blanca surca su larga y lacia cabellera color negro-onix, recorre la cresta de su cabeza como si fuera un témpano de hielo. Sin embargo, su cándida expresión, sus ojos negros y redondos que fácilmente se inundan de lágrimas, su risa profunda que no cesa y su vibrante voz develan su inquisitiva impaciencia. “Creo que siempre quise escribir este libro —asegura—. Me alegra haberme liberado de la tradicional melancolía que caracteriza nuestra ficción contemporánea. No quiero transmitir un sentimiento de alienación. No es eso lo que pretendo. Me interesa abordar de distintas maneras la pasión del compromiso. Todo mi trabajo habla de eso, de ser comprometido, apasionado, de despertar”. El amante del volcán disecciona las múltiples formas del compromiso apasionado. Hamilton aprecia con resignación no sólo su colección de arte, que cada vez es más grande, sino también al Vesubio, su querido volcán, cuyas amenazas y manifestaciones de energía destructiva lo subyugan. 153
De la misma forma ama a Emma, como un conocedor aprecia a Leonardo, con un cultivado y refinado afecto. El almirante Nelson, hombre de acción, héroe genuino, enciende una pasión nueva en Emma, quien relega a Hamilton, experto en el poder de la naturaleza, a una condición marginal en el drama de las fuerzas humanas que se desatan bajo su propio techo. Y al tiempo confluyen las pasiones de la Revolución, la épica de los disparates engendrados por los románticos sueños de la razón en el siglo XVIII. *** Sontag, en sí misma, es un híbrido de razón y sentimiento. Basta examinar la amplia biblioteca de su departamento de cinco habitaciones para confirmarlo. Se entiende que un estudioso de la historia de las ideas tenga muchos libros. Pero sólo alguien excesivamente enamorado de la lectura llega a atesorar quince mil volúmenes. “Soy una adicta a la lectura —confiesa— una hedonista. Me dejo conducir por mis pasiones. Es una especie de avaricia”. Ríe felizmente. “Me gusta estar rodeada por las cosas que me hablan y elevan mi espíritu”. Pregunto cómo están clasificados los libros. “Ahhh. Por tema o, en el caso de la literatura, por idioma y cronológicamente. Del Beowulf a Virgina Woolf. Le mostraré”. —¿Nada está por orden alfabético? “Conozco personas que tienen muchos libros. Richard Howard, por ejemplo. Él ordena sus libros alfabéticamente, y ello me provoca una gran angustia. ¡Yo no podría poner a Pynchon junto a Platón! No tiene lógica”. 154
Entramos a una pequeña habitación dentro de la cocina, donde Karla Eoff, la asistente de Sontag, sentada frente a un escritorio, contesta lo que ella misma describe como “la correspondencia de los tres años” —las cartas fueron enviadas mientras Sontag escribía El amante del volcán. “Aquí se encuentra la literatura inglesa”, prosigue la escritora, señalando un librero que va del piso al techo. “Se necesita una escalera. Aquí inicia, y aquí están los Chaucerians”. Desliza sus mano sobre varias repisas, “y luego viene Shakespeare, las obras de Elizabethan Stuart, Marlowe, Middleton, Webster, los poetas”, gesticula frente a docenas y docenas de libros. “Aquí está Beckford, William Blake y luego Wordsworth”. —¿No tiene aparte una sección de poesía? “No. Todo está aquí. Aquí está Byron. Todo la literatura inglesa se encuentra en este lugar. Oscar Wilde, Meredith y Hardy. Por supuesto, al llegar a la modernidad usted observará a quién leo y a quién no. Por ejemplo, ¡adoro a V. S. Naipaul! “Y aquí está la literatura francesa. Allá arriba la de Montaigne, luego Rabelais, Pascal, Racine, pero no sólo tengo a los grandes. También leo a los llamados ‘escritores menores’ que para mí no son menores en absoluto”. Vamos de un estante a otro, de una habitación a otra. La literatura en castellano, francés, e italiano está en su lengua de origen. En cambio, la literatura japonesa, griega, china y rusa está traducida al inglés. En la sala —que casi por completo está vacía excepto por un sofá, un tapete, único en todo el departamento, y una silla Mission— se encuentran las obras referentes a la historia antigua, el judaísmo, y una enorme biblioteca 155
que va de los inicios del cristianismo, pasa por Bizancio y llega a la Edad Media. En el estudio de Sontag hay una enorme y curiosa silla de terciopelo de burdeos, un escritorio con una máquina de escribir IBM Selectric II (se ha resisitido a usar una computadora) y, por supuesto, más libros: de filosofía, psiquiatría e historia de la medicina. En un recóndito espacio junto a la chimenea de mármol rosa, hay un cuartito que alberga los libros escritos por Sontag. “Solía guardarlos en mi clóset”. —¿Por qué? “Oh —suspira profundamente— no quiero ver mis propios libros. Una biblioteca es algo para soñar, una especie de máquina de sueños”. —¿Ha leído todo los libros que hay aquí? “Claro. Una y otra vez. Como puede ver, están llenos de separadores”. Es cierto, papelitos blancos y angostos emergen de los libros como si fueran retoños de una vegetación salvaje. “Cada libro está marcado. Yo suelo subrayarlos. Cuando era niña, solía escribir en sus márgenes. Escribía comentarios como ‘¡Es verdad!’ o ‘¡Yo he sentido los mismo!’ ” Suelta una carcajada. Le pregunto qué escribió, por ejemplo, en el de Aristóteles. “‘Aristóteles se refiere aquí...’ ¡Oh, por favor! Me da mucha pena ahora”. Entramos al gran vestíbulo que conecta las habitaciones. “El río del arte comienza aquí”. Lo que parece ser una completísima biblioteca de historia del arte, con libros de todos los tamaños, se encuentra distribuida en los estantes bajos, de un librero que va 156
de un lado a otro de la habitación. En la pared, arriba de estos anaqueles, están colgados los grabados del Vesubio, la serie original, coloreada a mano, del libro comisionado por Hamilton en 1776. Bajo los grabados, en la parte alta de los libreros, yace un cráneo de caballo junto a un círculo de huesos —parece un altar pagano dedicado a la naturaleza y la muerte. En los muros restantes del departamento se pueden admirar los grabados en blanco y negro de Piranesi, y de otros artistas del siglo XVIII, que colecciona Sontag. Los cromos del volcán —casi los únicos lienzos de color en toda la casa— irradian el rojo chillón de la lava que fluye. Mientras bajo la escalera hacia el vestíbulo, yendo de Grecia al Renacimiento y a través del siglo XIX, comento que la perspectiva que uno tiene al cruzar por entre los títulos de los libros es extraordinaria. “Sí —asiente ella—. Lo que yo hago a veces es subir y bajar mientras pienso qué hay en esos libros. Me recuerdan todo lo que existe. Y es que el mundo es mucho más grande de lo que la gente evoca”. *** La infancia de Sontag, aunque sin carencias materiales, fue intelectual y emocionalmente pobre. Sus primeros años los vivió en Arizona, donde rara vez vio a su alcóholica madre o a su padre, que tenía un negocio de pieles en China, razón por la cual pasaban la mayor parte de su tiempo en el Lejano Oriente. Al contar Susan con cinco años, murió su padre en China, a causa de la tuberculosis. Su madre volvió a casarse, y la familia Sontag se mudó a Los Ángeles. Ahí, de nueva cuenta, los adultos viajaban mientras que los niños debían permanecer en casa. No obstante, la enorme inteligencia de Susan 157
le demandaba tener soledad. A los tres años Susan ya sabía leer, a los ocho hizo un periódico de cuatro páginas y, a los nueve, montó un laboratorio de química en el garage de su casa. “Aún recuerdo mi primer librero, tenía ocho o nueve años. Éste, ciertamente, hablaba de mi aislamiento del mundo. Solía recostarme en la cama y ver mi librero empotrado en la pared. Ahí estaban mis 50 amigos. Un libro me permitía cruzar a través de un espejo. Podía ir a otro lugar. Cada libro constituía una puerta hacia un reino mágico”. —¿Tuvo un mentor? “No, no, no. Yo sola descubrí los libros. A los 10 años, tuve mi encuentro con la Biblioteca Moderna, en una papelería de Tucson. De alguna forma logré entender que estaba frente a los clásicos. Como solía leer las enciclopedias, retenía muchos nombres en mi cabeza. ¡De pronto, ahí estaban! Homero, Virgilio, Dante, George Eliot, Thackeray, Dickens. Y decidí que los leería a todos”. —¿Ello ocurrió sin que nadie la guiara? —me muestro incrédula. “Ninguna de esas personas podía guiarme dado que no entendían mis preocupaciones. Decidí dejar los juicios y opiniones completamente fuera de mi vida. Si alguien decía, ‘¡Oh, eres muy inteligente!’ sentiría que me habían dicho que tenía el cabello negro. Y es que, frente a los estándares que yo misma me iba imponiendo, no me creía muy inteligente. Pensaba que si a ellos les interesaba de igual forma lo mismo que a mí, tenían la capacidad de conseguirlo. Yo no me consideraba un genio”. —¿Su madre no se sentía orgullosa de usted? 158
“Mi madre era una mujer muy dura. Usted no tiene ni idea”. La voz de Sontag se apaga. Estamos de vuelta en la cocina. Su cabello, que había estado sujetado en una cola de caballo, gradualmente se ha ido soltando de la banda elástica, la cual remueve de un tirón para comenzar a juguetear con ella entre sus dedos. Me percato de que sus uñas son tan diminutas que, pienso, debe habérselas estado mordiendo. Sontag prosigue su relato. “Podía dejar mi boleta de calificaciones junto a su cama por la noche y, a la mañana siguiente, la encontraba firmada en la mesa del desayuno. Pero jamás me dijo una sola palabra”. Suspira de nuevo. “Tengo la imagen de mi madre recostada sobre su cama, las persianas de su habitación cerradas, y un vaso a su lado que yo solía creer contenía agua; hoy sé que no era agua sino vodka. Siempre argumentaba estar cansada. Por ello, yo soy feliz porque duermo tan sólo cuatro horas cada noche”. La hermana de Sontag, Judith, tenía sólo 12 años cuando Susan, de 15, se fue del hogar. Casi nunca se frecuentaron, ello no ocurrió sino hasta que ambas rondaban los cincuenta. Judith, que también es extremadamente inteligente, estudió en Berkeley, está casada, tiene una hija y vive en isla de Maui, donde posee una pequeña propiedad. Las dos hermanas descubrieron para su propia sorpresa que ambas compartían muchas cosas —entre ellas, su pasión por los libros. “Creo que una infancia como la que tuvimos —dice Sontag— hace germinar un gran talento para el estoicismo. Si vas a sobrevivir, dices: puedo soportar esto. De otra forma estás perdido. Pero me niego a verme como víctima. Me considero la persona menos paranoica del mundo. De hecho, envidio a los paranoicos: de verdad 159
piensan que la gente les está poniendo atención”. Ríe. “No me sentí presa del dolor, sino abandonada”. A los 15 años, el director de la preparatoria North Hollywood le dijo a Susan que perdía su tiempo ahí, por lo que le entregó su título de graduación. A ella le encantó la idea. Ahora sí daría inicio su vida. Luego de haber cursado un trimestre en Berkeley, se matriculó en la Universidad de Chicago, que en esa época contaba con un plan de estudios con materias optativas. “Asistía a clases en distintas facultades, lo que le resultaba maravilloso. Podía empezar a partir de las 9 de la mañana y permanecer en la universad el día completo. Era un banquete”. Fue en Chicago donde conoció a Philip Rieff, un joven maestro que daba un curso de teoría social. Era el mes de diciembre de 1950, y Susan cursaba su segundo año de universidad. Por recomendación de sus amigos asitió como oyente a la clase que Rieff impartía sobre Freud (en 1959, Sontag escribiría “Freud: la mente del moralista, en la actualidad una lectura obligada para los estudiantes”). Diez días después de esta clase, se casaron. Susan tenía 17 años. Desde el principio, ambos lograron establecer una conversación continua. Él fue, en palabras de Sontag, la primera persona con la que realmente se pudo comunicar. Philip parecía mayor de 28 años, pero Sontag lo visualizaba extremadamente joven. Era un apuesto anglófilo, y ella, una westerner que vivía enfundada en blue jeans y que usaba el cabello a la cintura. Era una pareja singular. La ensayista recuerda que al poco tiempo de haberse casado, asistió a una de las clases de Philip y escuchó, justo detrás de ella, que un estudiante le surraba a otro: “¿Ya te enteraste? ¡Rieff se casó con una india de catorce años!”. 160
Los siguientes nueve años, Sontag y Rieff se abocaron a su vida académica. Su hijo, David, nació en 1952. Sontag obtuvo su maestría por la Universidad de Harvard en Literatura y Filosofía Inglesa y al estar concluyendo sus cursos para obtener el doctorado, le fue otorgada una beca para asistir a Oxford. Al mismo tiempo, a Rieff le dieron una beca para estudiar un posgrado en Stanford. Por un año cada uno siguió su camino y, para la fecha en que Sontag regresaba a Estados Unidos, su matrimonio ya se había venido abajo. Era el año de 1959 y, al fin, Sontag pudo llevar a cabo uno de sus sueños de infancia: mudarse a vivir a Nueva York. Para ese momento, contaba con un hijo, una mente privilegiada y nada de dinero en el bolsillo. “Tenía 70 dólares, dos maletas y un hijo de siete años”, rememora Sontag. (De hecho, su abogado le llegó a comentar que era la primer persona en la historia de California que se rehusaba a recibir pensión tras el divorcio.) David Rieff resultó ser otro niño prodigio. En la actualidad se autodefine como alguien “sobreeducado”. Sus dos libros, Going to Miami y Los Angeles, Capital of the Third World fueron aclamados por la crítica. Le pregunté acerca de su infancia, de si llegó a sentirse muy presionado intelectualmente. Me respondió que él se sentía cómodo con sus actividades escolares —aunque le hubiera gustado destacar en atletismo. Habló de que entre él y su madre había tal cercanía, en edad e intereses, que “separarnos —incluso lograr distinguir quién era quién— fue muy difícil y nos tomó un largo tiempo”. Durante sus primeros años en Nueva York, “me di cuenta de cuán precaria era nuestra vida. Vivímos en unos cuartitos por mucho tiempo. Sin embargo, la vida era lo suficientemente hermosa. Tiempo después, las cosas comenzaron a mejorar. Ella estaba edificando su profesión”. 161
Tras un periodo de impartir clases de filosofía e historia de la religión en diversas universidades de Nueva York, Sontag escribió su primera novela, El benefactor, y decidió apostar su futuro, de tiempo completo, a las letras. En 1964 emergió como una estrella literaria con su audaz ensayo para la Partisan Review. “Notas sobre lo camp”, definió su sensiblilidad culta, urbana y esotérica que exaltaba lo artificioso y que ridiculizaba la seriedad. Su ensayo iba condimentado con citas de Oscar Wilde, como aquella de “Ser natural es una pose demasiado difícil”. “Sobre el estilo”, ensayo publicado el año siguiente —exhortación a “salir al encuentro” del arte “como una experiencia, y no como un estado o una respuesta a un cuestionamiento”—, la colocó como la observadora de la vanguardia. Fue vista como la nueva “dama negra de las letras americanas”, título previamente asignado a Mary McCarthy. *** El segundo día de nuestras conversaciones, al llegar al departamento de Chelsea, la encuentro corrigiendo sobre las pruebas la escena de la muerte de Emma. La emoción la invade. Lo cual tiene que ver con el proyecto en su totalidad, este libro —tan distinto a todo lo que había escrito antes— la tiene muy conmovida esta mañana. Le pido que me diga de nuevo por qué El amante del volcán constituye un momento decisivo en su vida. “Pienso que cada escritor ambiciona encontrar su propio estilo. Yo siempre sentí que todos los estilos me limitaban”. Sus dos novelas, El benefactor y Death Kit, ambas publicadas en los años sesenta, recibieron críticas varia162
das. Fueron calificadas de timoratas, más preocupadas por preservar la moda literaria modernista que por centrarse en la materia prima de la vida; sin embargo, al mismo tiempo, fueron alabadas por su poderosa inteligencia, sus originales ideas y la precisión de su lenguaje. Han pasado 25 años desde la publicación de Death Kit, y durante esos años Sontag se ha vuelto internacionalmente famosa por sus ensayos. Hoy admite que el ensayo es ya una forma muerta para ella. “Los ensayos me dieron mucha batalla. Cada uno de los más largos me tomó escribirlo entre nueve meses y un año. Me ha llevado cientos de páginas redactar un ensayo de 30 cuartillas —con 30 o 40 borradores por página. Sobre la fotografía, que condensa seis ensayos, me tomó cinco años. Y me refiero a trabajar todos los días”. —¿Cuando dice trabajar, se refiere a revisar, cotejar fuentes? “No, no. No reviso nada hasta que termino y comienzo a cotejar. No, yo me refiero sólo al proceso de escritura. Comienzo a escribir, y luego me meto en un lío, así que vuelvo a comenzar de nuevo —una y otra vez”. Por temperamento, Sontag tiende a ser entusiasta. La mayoría de sus mejores ensayos celebran las obras de creadores, pensadores, artistas. Esta cualidad la lleva a la escritura de un ensayo —o a dejarlo por la paz. “Mi ensayo sobre Canetti era el principio del fin. Quería honrarlo”. Problablemente, este ensayo contribuyó para que Canetti recibiera el Premio Nobel. “Mientras escribía, pensaba, ‘¿Por qué escribo de una forma tan indirecta? Si siento todo esto —estoy en medio de una tormenta de sentimiento todo el tiempo— pero en vez de expresarlo, estoy escribiendo de las personas que sienten’ ”. 163
Hace doce años, en Londres, mientras hurgaba en las tiendas de grabados cercanas al Museo Británico, Sontag vio por vez primera los cromos que Hamilton había comisionado. Quedó cautivada y compró varios de ellos. Años después, leyó la biografía de Hamilton y fue así como la historia comenzó a cocinarse a fuego lento. “Cuando empecé a escribir la novela, me parecía como comenzar a escalar el Everest. Le confesaba a mi psiquiatra, ‘Tengo miedo de no hacer lo apropiado’. Atravesaba por una ansiedad natural. Me preocupaba que, al no estar escribiendo un ensayo, que en sí mismo encierra un poderoso impulso ético, constituye una contribución. Mi psiquiatra me dijo entonces, ‘¿Qué te hace pensar que dar placer a la gente no constituye una contribución?’ ”. Sontag para de hablar y se muerde un labio. Se ve perceptiblemente conmovida, evita llorar. Toma un respiro profundo. “Creo que, ohhhhhh. Esa frase me cimbró”. *** La enfermedad como metáfora, El sida y sus metáforas y Sobre la fotografía —todos ellos libros de ensayos largos— nos retan a mirar de una manera más profunda el concepto de enfermedad. Sontag propuso dejar de lado una percepción simplista y reduccionista ofreciendo un análisis pormenorizado. Sus ensayos equiparan la complejidad con la claridad, la perplejidad con la excesiva simplificación. “Las personas enfermas son presas del terror, de la verguenza y la humillación”, afirma enfurecida. Los dos textos sobre las enfermedades buscan hacer rectificaciones sobre el costo humano que tienen estas nociones su164
persticiosas y medievales. Sobre todo, añade Sontag, “siempre lucho contra los estereotipos”. Robert B. Silvers, editor de The New York Review of Books, que ha publicado gran parte de la obra de Sontag, describe la insesante búsqueda de alternativas que ha hecho la escritora para rechazar las suposiciones ociosas como un “elemento de cautela en su trabajo”. Sontag lo denomina “Don Quijote dentro de mí”. Dado que su prosa es polémica y su filosofía avantgarde, en ocasiones Sontag ha enfurecido a varios de los críticos más conservadores. Richard Poirier, por muchos tiempo editor de la Partisan Review, recuerda que cuando Sontag era una joven escritora, exótica y hermosa, llegó a desatar la ira de Phillip Rahv y de otros intelectuales del establishment neoyorquino. Desconfiaban tanto de su gran entusiasmo por la cultura popular (el cine, la danza, la música) como de su compleja formación académica. “Era una de esas raras criaturas —me dijo— que sabía lo que estaba sucediendo en las universidades y con la crítica europea, que tenía el coraje y la fuerza de voluntad y el carácter para retar a los hombres de la comunidad intelectual y forzarlos a prestar atención sobre ciertos asuntos”. *** Si su intelecto es riguroso y puro, también lo es su departamento, a parte de sus libros y papeles, la atmósfera del recinto es notoriamente espartana. Ella dice que suele salir fuera siete noches de la semana para cenar con sus amigos, asistir a conciertos o ver obras de teatro.
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Posee una energía fenomenal y se va a la cama hasta altas horas de la madrugada, siempre está dispuesta a lo que ocurra. (“De pronto dan las 4 de la mañana —cuenta— y alguien sugiere hacer algo más. A seguir. No se debe decir que se está cansado o que ya fue suficiente por ese día. Nunca se puede haber tenido ya lo suficiente.”) Tomando en cuenta su abundante vida social, me sorprende la ausencia de muebles en su casa —hay tan pocos lugares donde sentarse. ¿Acaso no la frecuentan sus amigos? “No es eso. Este departamento es el interior de mi cabeza. El mapa de mi cerebro”. —¿Siempre ha vivido sola? “No, no. No sólo he vivido en distintas épocas con mis amantes, sino que tengo muchos amigos que me visitan y se quedan en casa. Me gusta la idea de que hayan otros cuerpos en otras habitaciones”. Aunque Sontag nunca se volvió a casar, cuenta con muchas e intensas amistades que constituyen una especie de multifacética red internacional. *** A finales de la década de los 60 y hasta mediados de los 70, Sontag fue una ex patriota. David había abandonado el Amherst College, y la alcanzó en París, donde cada uno vivía en su propio departamento, estaban absortos por la cultura francesa y, raramente, hablaban en inglés. Ella regresó a Nueva York en 1976 (para entonces David estaba en Princeton), y fue entonces cuando supo que tenía cáncer de mama. “Recuerdo que cuando fui arrojada a la vida de la gente con cáncer, una de las cosas que más me sorprendía 166
era que las personas se preguntaban, ‘¿Por qué yo?’. Observé que para muchísima gente estas dramáticas enfermedades las convertían en víctimas. La enfermedad es como la lotería —algunas personas se enferman y sucede que tú puedes ser una de ellas. Yo no me sentí víctima de mi enfermedad”. El diagnóstico fue desalentador. En esa época, los oncólogos de Nueva York eran más alarmistas sobre la quimioterapia de lo que son ahora, por lo que Sontag optó por seguir el tratamiento de Lucien Israel, un renombrado oncólogo francés que recomendaba dosis radicales de quimioterapia, que, al final, fueron administradas por un renuente Sloane-Kettering en Nueva York. “Mis doctores de Nueva York decían, ‘¿No se da cuenta que este tratamiento es muy extremo y que va a sufrir mucho?’ Y yo les contestaba —su voz apenas se escucha— “pero es que ustedes no me dan ninguna esperanza. Él no me está prometiendo nada, pero me está ofreciendo mucho más que un tratamiento”. Sontag se sometió a quimioterapias por dos años y medio —un periodo de tiempo que no se había escuchado en los años 70. El costo final del tratamiento fue por 150 mil dólares. Al no contar con un seguro médico, Robert Silvers se dispuso a reunir el dinero que ella necesitaba, escribía cartas y llamaba a varios de sus amigos de la comunidad intelectual. Casi todos aportaron algo. —¿Siempre tuvo una esperanza? Se hace un silencio largo. “Vives con dos sentimientos. Pensaba que me iba a morir. Pero...”. Sostiene en la mano un reloj pequeño con carátula doble; una con la hora de Estados Unidos y otra con la de Europa. “Realmente quería luchar por mi vida. Me dijeron que tenía 10 por ciento de posibilidades de vivir dos 167
años. Pensé, bueno, alguien tiene que estar en ese 10 por ciento”. —¿Cuál era su reacción frente a la muerte? “Estaba aterrorizada. Absolutamente aterrorizada y horrorizada. Sufría una horrible aflicción. Sobre todo, me atormentaba dejar solo a David. Además yo amaba tanto la vida. Por eso, pensé, debo creer que realmente moriré, esa es la única forma de tener dignidad y aprovechar el tiempo que me queda. Pero también pensé, bueno...”. Su voz se hace más fuerte y luego se desvanece. “Nunca estuve tentada a decir, se acabó. Me encanta que las personas luchen por sus vidas”. Sontag conoció a Ingrid Bergman cuando enfrentaba la última fase de su enfermedad y trató de persuadirla de ver al Dr. Israel, pero Bergman se rehusó diciendo que había tenido una gran vida y que no le importaba morir. Se indigna mientras cuenta esta historia. “Le dije, ‘¿Por qué no vivir más aún?’. Y ella me contestó, ‘No, no, ya todo está bien’. ¡Me enfurecí —cada vez que alguien dice eso! Se trataba, por supuesto, una vez más de mi madre. La resignación, la resignación me enfurece”. Sontag ahora goza de buena salud, excepto por unos leves problemas que sufre en un riñón. Ella aseguró que a sus 59 años no nota la diferencia respecto a cuando era una veinteañera. Un tema de fondo, relacionado con la muerte se trata en El amante del volcán, por lo que le pregunto si plasmó sus experiencias con el cáncer en algunos pasajes. “Si piensas que te vas a morir, y que estás de más aquí, nunca podrás desconectarte por completo de esa certeza. Uno siempre se siente un poco póstumo. Pienso 168
que nuestra conciencia del horror es parte de la historia...” Se asoma por la ventana. Su departamento ofrece una espectacular vista del Río Hudson. “Nunca puedo tomar mi propio sufrimiento realmente en serio pues pienso en lo mal que tanta gente la está pasando en el mundo”. Sontag siempre ha tenido un alto perfil político, desde los primeros días radicales de su trabajo a nombre de las víctimas del totalitarismo soviético. Durante al Guerra de Vietnam, realizó un viaje famoso y muy controversial a Hanoi. Recuerda que en ese lugar vio a una mujer que trabajaba en un fábrica en condiciones miserables. Sontag se escandalizó, pero la mujer le explicó que ella se encontraba mucho mejor que sus padres, pues ellos al haber sido agricultores habían tenido que vivir con la cadera sumergida en el agua. “No creo que pase una semana sin que piense en esa mujer. ‘Estoy seca’, me dijo. ‘Tengo un trabajo en el que estoy seca’ ”. Soy renuente a creer que la moralidad social puede ser tan internalizada, por ello le pregunto si ello no aparece como “artificialmente racional”, el tratar de mejorar el dolor propio haciendo comparaciones históricas. “¡No, tú no decides!” Se balancea hacia adelante con ímpetu. “O estás en contacto con la realidad de una forma imaginativa o no lo estás. Yo recibo mensajes todo el tiempo. Y algunas veces me siento abrumada”. —¿Abrumada, a causa de qué? “Del sufrimiento. Un amigo una vez me dijo, ‘Te hace falta una piel que la mayoría de la gente tiene’. En verdad, soy increíblemente vulnerable. No puedo ver la ma-
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yoría de las películas norteamericanas. Ni siquiera tengo televisión”. *** En 1987, como presidenta del PEN Club, y cofundadora en 1974 (junto con Richard Sennett) del New York Institute for the Humanities, se convirtió en una eficaz activista en pro de los escritores que están encarcelados. Cuando Sontag concibió El amante del volcán, contrató a un agente (Andrew Wylie), primera vez en su vida que lo hace, y con ello consiguió un jugoso contrato de cuatro libros con el editor de toda su vida, Farrar Straus Giroux. Con ese adelanto, compró su departamento. Luego, en 1990, le fue otorgada una beca MacArthur, que le dio 340 mil dólares durante cinco años, además de un seguro médico. Hoy al fin está cómoda e incluso lujosamente asentada. Experimento un silencio monacal en su departamento y es entonces cuando le hago una pregunta extraña. ¿Cree que en una vida después de la muerte podrá conocer a sus héroes literarios?. “No”. —La mayoría de las personas esperan reencontrarse con la gente que aman después de morir. ¿Usted no cree que se econtrará con Homero o Dante? —bromeo. “Para nada. Lo que me complace es la idea de que estoy haciendo lo que ellos hicieron. Eso ya de por sí me asombra. Porque...”. Se queda sin palabras. “La literatura necesita de mucha gente. Es suficiente para honrar el proyecto”. —¿Cuál proyecto? 170
“Ah... pues... —suspira profundamente— producir alimento para la mente, para los sentidos, para el corazón. Mantener el lenguaje vivo. Mantener viva la idea de la dignidad. Tienes que ser un miembro de la sociedad capitalista del siglo XX para comprender que la dignidad en sí misma podría estar siendo cuestionada”. Su pierna está apoyada sobre la mesa. Todos los días, desde que era una joven universitaria, usa los mismos pantalones holgados, en combinación con diversas camisas arrugadas. Sontag se rehusa a hablar de su próximo proyecto, sólo menciona que quiere escribir ficción. “Para mí, la literatura es un llamado, incluso una especie de salvación. Me conecta con un negocio de cerca de dos mil años de antigüedad. ¿Qué conservamos del pasado? El arte y el pensamiento. Eso es lo que perdura. Eso es lo que continúa alimentando a la gente y les da un idea de algo mejor. Un lugar mejor para albergar los sentimientos o simplemente para contar con el silencio donde uno se puede permitir pensar o sentir. Cosas que para mí son lo mismo”.
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Sus palabras
ANTE EL DOLOR DE LOS DEMÁS
Ante el dolor de los demás, Susan Sontag; Editorial Alfaguara, 2004, 151 pp. Fuente: El Universal Miércoles 29/12/04
¿Qué se hace con el saber que las fotografías aportan del sufrimiento lejano? Las personas son a menudo incapaces de asimilar los sufrimientos de quienes tienen cerca (Hospital, la película de Frederick Wiseman, es un documento arrollador sobre este asunto). Aunque se les incite a ser mirones y posiblemente resulte satisfactorio saber que Esto no me está ocurriendo a mí, No estoy enfermo, No estoy muriendo, No estoy atrapado en una guerra es al parecer normal que las personas eviten pensar en las tribulaciones de los otros, incluso de los otros con quienes sería fácil identificarse. Una ciudadana de Sarajevo, de impecable adhesión al ideal yugoslavo y a la cual conocí poco después de llegar a la ciudad por vez primera en abril de 1993, me dijo: «En octubre de 1991 yo estaba aquí en mi bonito apartamento de la apacible Sarajevo cuando los serbios invadieron Croacia; recuerdo que el noticiario nocturno transmitió unas escenas de la destrucción de Vukovara a unos 300 kilómetros de aquí y me dije: ¡Qué terrible!, y cambié de canal. Así que cómo puedo indignarme si alguien en Fran-
cia, Italia o Alemania ve las matanzas que suceden aquí día tras día en sus noticiarios nocturnos y dice: ¡Qué terrible!, y busca otro programa. Es normal. Es humano». Donde quiera que la gente se siente segura de este modo se inculpaba con amargura, sentirá indiferencia. Pero sin duda una habitante de Sarajevo tendría algún otro motivo para evitar las imágenes de los terribles acontecimientos ocurridos en lo que era en ese entonces, con todo, otra región de su propio país, que los de los extranjeros dándole la espalda a Sarajevo. La negligencia extranjera para la que era tan comprensiva también fue consecuencia de un ánimo según el cual nada podía hacerse. Su renuencia a vincularse con estas imágenes premonitorias de una guerra próxima era la expresión del desamparo y el temor. La gente puede retraerse no sólo porque una dieta regular de imágenes violentas la ha vuelto indiferente sino porque tiene miedo. Como todos han advertido, hay un creciente grado de violencia y sadismo admitidos en la cultura de masas: en las películas, la televisión, las historietas, los juegos de ordenador. Las imágenes que habrían tenido a los espectadores encogidos y apartándose de repugnancia hace 40 años, las que ven sin pestañear siquiera todos los adolescentes en los multicines. En efecto, la mutilación es más entretenida que sobrecogedora para muchas personas en la mayoría de las culturas modernas. Pero no toda la violencia se mira con el mismo desapego. A efectos irónicos algunos desastres son mejores temas que otros. Porque no cesó, digamos, la guerra en Bosnia, porque los dirigentes aseguraban que era una situación irremediable, acaso la gente en el extranjero haya apagado las terribles imágenes. Porque no parece que una guerra, cualquier guerra, vaya a poder evitarse, la gente respon174
de menos a los horrores. La compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita. La pregunta es qué hacer con las emociones que han despertado, con el saber que se ha comunicado. Si sentimos que no hay nada que «nosotros» podamos hacer pero ¿quién es ese «nosotros»? y nada que «ellos» puedan hacer tampoco y ¿quiénes son «ellos»? entonces comenzamos a sentirnos aburridos, cínicos y apáticos.
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ANTE LA TORTURA DE LOS DEMÁS
Traducción de Aurelio Major 12 de mayo de 2004
Como si fuera un capítulo faltante de su último libro, Sontag explora la triste celebridad de las fotografías de Abu Ghraib. ¿Qué nos dicen, más allá de la indignación y el dolor? ¿Qué revelan, no sólo sobre los hombres y mujeres que las tomaron sino sobre el corazón de la cultura norteamericana? 1. Durante mucho tiempo —al menos seis decenios— las fotografías han sentado las bases sobre las que se juzgan y recuerdan los conflictos importantes. El museo de la memoria en Occidente es ya sobre todo visual. Las fotografías ejercen un poder incomparable para determinar lo que recordamos de los acontecimientos, y ahora parece probable que la gente asociará la vil guerra preventiva que Estados Unidos lanzó en Irak el año pasado con las fotografías de la tortura de los prisioneros iraquíes en la más infame cárcel de Sadam Hussein, Abu Ghraib. El gobierno de Bush y sus defensores se han empeñado sobre todo en contener un desastre de relaciones públicas —la difusión de las fotografías— más que en en176
frentar los complejos crímenes políticos y de mando que revelan estas imágenes. En primer lugar, el reemplazo de la realidad por las fotografías. La reacción inicial del gobierno consistió en afirmar que el presidente estaba indignado y asqueado con las fotografías, como si la falta o el horror recayera en ellas, no en lo que exponen. También se evitó la palabra «tortura». Es posible que los prisioneros hayan sido objeto de «maltrato», en última instancia de «humillaciones»: eso era lo más que se estaba dispuesto a reconocer. «Mi impresión es que las acusaciones hasta ahora han sido de ‘maltrato’, lo cual me parece que es distinto en sentido técnico a ‘tortura’ —afirmó en una conferencia de prensa el ministro de Defensa Donald Rumsfeld—. Y por lo tanto no pronunciaré la palabra ‘tortura’». Las palabras alteran, las palabras añaden, las palabras quitan. Que se evitara tenazmente la palabra «genocidio», mientras más de ochocientos mil tutsis de Ruanda eran masacrados en unas cuantas semanas por sus vecinos hutus hace diez años, demostró que el gobierno estadounidense no tenía intención alguna de hacer algo al respecto. Negarse a llamar por su verdadero nombre, tortura, a lo que sucedió en Abu Ghraib —y en otras cárceles de Irak y Afganistán, y en el Campamento Rayos X de la bahía de Guantánamo— es tan indignante como negarse a llamar genocidio a lo sucedido en Ruanda. Ésta es la definición usual de tortura que consta en las leyes y tratados internacionales de los que Estados Unidos es signatario: «Todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión». (La definición proviene de la Convención Contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes de 177
1984, y está presente más o menos con las mismas palabras en leyes consuetudinarias y tratados previos, desde el artículo tercero común a las cuatro convenciones de Ginebra de 1949 y en numerosos convenios recientes sobre derechos humanos, como el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y las convenciones europeas, africanas e interamericanas de derechos humanos.) En la Convención de 1984 se declara expresamente que «en ningún caso podrán invocarse circunstancias excepcionales, tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad política interna o cualquier otra emergencia pública, como justificación de la tortura». Y todos los convenios sobre tortura especifican que ésta incluye los tratos que pretenden humillar a las víctimas, como abandonar a los prisioneros desnudos en celdas y corredores. Cualesquiera que sean las acciones que emprenda este gobierno para contener los daños a causa de las crecientes revelaciones de torturas a prisioneros en Abu Ghraib y otros lugares —procesos, cortes marciales, dadas de baja deshonrosas, renuncia de altos cargos militares y de los funcionarios del gabinete responsables, e importantes compensaciones a las víctimas—, es probable que la palabra «tortura» siga estando vedada. El reconocimiento de que los estadounidenses torturan a sus prisioneros refutaría todo lo que este gobierno ha procurado que la gente crea sobre las virtuosas intenciones norteamericanas y la universalidad de sus valores, lo cual es la esencial justificación triunfalista del derecho estadounidense a emprender acciones unilaterales en el escenario mundial en defensa de sus intereses y seguridad. Incluso cuando el presidente fue al fin obligado, mientras el perjuicio a la reputación del país se extendía y ahondaba en todo el mundo, a enunciar la palabra «perdón», el foco del arrepentimiento aún parecía la lesión a 178
la pretendida superioridad moral estadounidense, a su objetivo hegemónico de llevar «la libertad y la democracia» al ignaro Oriente Medio. Sí, el señor Bush afirmó, de pie junto al rey Abdulah II de Jordania el 6 de mayo en Washington, que lamentaba «la humillación que han sufrido los prisioneros iraquíes y la humillación que han sufrido sus familias». Aunque, continuó, «lamento igualmente que la gente no comprendiera al ver estas imágenes el auténtico carácter y corazón de Estados Unidos». Que el empeño estadounidense en Irak quede compendiado en estas imágenes debe parecer, entre los que hallaron alguna justificación para una guerra que en efecto derrocó a uno de los tiranos monstruosos del siglo xx, «injusto». Una guerra, una ocupación, es inevitablemente un enorme entramado de acciones. ¿Qué hace que algunas sean y otras no sean representativas? La cuestión no es si la tortura fue obra de unos cuantos individuos (en lugar de «todos») —todas las acciones las realizan individuos— sino si fue sistemática. Autorizada. Condonada. El punto no es si la mayoría o una minoría de estadounidenses ejecutan tales acciones, sino si la naturaleza de las políticas que propugna este gobierno y la jerarquía desplegada a fin de consumarlas hace que estas acciones resulten más probables. 2. Así consideradas, las fotografías somos nosotros. Es decir, son representativas de las singulares políticas de este gobierno y de las corrupciones fundamentales del dominio colonial. Los belgas en el Congo y los franceses en Argelia cometieron atrocidades idénticas y sometieron a los despreciados y renuentes nativos con torturas y humillaciones sexuales. Añádase a esta corrupción generalizada la desconcertante y casi absoluta falta de preparación de los dirigentes estadounidenses en Irak para 179
hacer frente a las realidades complejas de un país tras su «liberación», es decir, su conquista. Y añádanse las doctrinas globales del gobierno de Bush, a saber, que Estados Unidos se ha enfrascado en una guerra sin fin (contra un enemigo proteico llamado «terrorismo») y que aquellos detenidos en esta guerra son, si el presidente lo decide así, «combatientes ilegales» —una política que enunció Donald Rumsfeld desde enero de 2002— y, por lo tanto, en «sentido técnico», como afirmó Rumsfeld, «no tienen derechos» que ampare la Convención de Ginebra, y se tiene la receta perfecta para las crueldades y los crímenes cometidos contra miles de prisioneros sin cargos ni asesoría legal en cárceles gestionadas por estadounidenses y establecidas desde los atentados del 11 de septiembre de 2001. Así, pues, ¿la cuestión central no son las propias fotografías sino la revelación de lo ocurrido a los «sospechosos» arrestados por Estados Unidos? No: el horror mostrado en las fotografías no puede aislarse del horror del acto de fotografiar, mientras los perpetradores posan, recreándose, junto a sus cautivos indefensos. Los soldados alemanes en la Segunda Guerra Mundial fotografiaron las atrocidades cometidas en Polonia y Rusia, pero las instantáneas en que los verdugos se colocan junto a las víctimas son en extremo infrecuentes, como puede apreciarse en un libro de reciente publicación, Photographing the Holocaust de Janina Struk. Si existe algo comparable a lo expuesto en estas imágenes serían algunas de las fotografías de las víctimas negras de linchamientos efectuadas entre el decenio de 1880 y los años treinta, que muestran la sonrisa de estadounidenses pueblerinos bajo el cuerpo desnudo y mutilado de un hombre o una mujer colgado de un árbol. Las fotografías de linchamientos eran recuerdos de una acción colectiva cuyos 180
participantes sintieron su conducta del todo justificada. Así son las fotografías de Abu Ghraib. Si hubiera alguna diferencia, sería la diferencia creada por la creciente ubicuidad de las acciones fotográficas. Las imágenes de los linchamientos correspondían a su carácter de trofeo: efectuadas por un fotógrafo cuyo fin era reunirlas y almacenarlas en álbumes, convertirlas en tarjetas postales, exhibirlas. Las fotografías que hicieron los soldados estadounidenses en Abu Ghraib reflejan, sin embargo, un cambio en el uso que se hace de las imágenes: menos objeto de conservación que mensajes que han de circular, difundirse. La mayoría de los soldados posee una cámara digital. Si antaño fotografiar la guerra era terreno de los reporteros gráficos, en la actualidad los soldados mismos son todos fotógrafos —registran su guerra, su esparcimiento, sus observaciones sobre lo que les parece pintoresco, sus atrocidades—, se intercambian imágenes y las envían por correo electrónico a todo el mundo. Cada vez hay más registros de lo que la gente hace por su cuenta. Al menos, o sobre todo en Estados Unidos, el ideal de Andy Warhol de rodar hechos reales en tiempo real —si la vida no está editada ¿por qué debería editarse su registro?— se ha vuelto la norma de millones de transmisiones por internet, en las que la gente graba su jornada, cada cual en su propio reality show. Aquí me tienes: despertando, bostezando, desperezándome, cepillándome los dientes, preparando el desayuno, enviando a los niños al colegio. La gente plasma todos los aspectos de su vida, los almacena en archivos de computador y luego los envía por doquier. La vida familiar acompaña el registro de la vida familiar; incluso cuando, o sobre todo cuando, la familia está en medio de la crisis y el descrédito. Sin duda la incesante entrega a la videograbación 181
doméstica mutua, en conversación o en monólogo, durante muchos años, fue el material más asombroso de Capturing the Friedmans (2003), el documental de Andrew Jarecki sobre una familia de Long Island implicada en acusaciones de pederastia. La vida erótica es, para cada vez más personas, lo que se puede capturar en las fotografías digitales o en el video. Y acaso la tortura resulta más atractiva, a fin de registrarla, cuando tiene un cariz sexual. Sin duda es revelador, a medida que más fotografías de Abu Ghraib se presentan a la luz pública, que las fotografías de las torturas se intercalan con imágenes pornográficas de soldados estadounidenses manteniendo relaciones sexuales entre ellos, así como con prisioneros iraquíes, y de la coerción ejercida sobre estos presos para que ejecuten, o simulen, actos sexuales recíprocos. De hecho, el tema de casi todas las fotografías de torturas es sexual. (Salvo la imagen, ya canónica, del individuo obligado a permanecer de pie sobre una caja, encapuchado y al que le brotan cables, quizás advertido de que si cae será electrocutado.) Con todo, las imágenes de prisioneros atados muchas horas en posiciones dolorosas, o forzados a permanecer de pie otras tantas, con los brazos en alto, son infrecuentes. No hay duda de que se consideran como tortura: basta ver el terror en el rostro de la víctima. Pero casi todas las imágenes parecen formar parte de una más amplia confluencia de la tortura con la pornografía: una joven que guía a un hombre desnudo con una correa es clásica imaginería dominatriz. Y cabe preguntarse en qué medida las torturas sexuales infligidas a los internos de Abu Ghraib hallaron su inspiración en el vasto repertorio de imaginería pornográfica disponible en internet y que pretenden emular las personas comunes que en la actualidad se transmiten a sí mismas por la red. 182
3. Vivir es ser fotografiado, poseer el registro de la propia vida y, por lo tanto, seguir viviendo, sin reparar, o aseverando que no se repara, en las continuas cortesías de la cámara; o detenerse y posar. Actuar es participar en la comunidad de las acciones registradas como imágenes. La expresión de complacencia ante las torturas infligidas a víctimas indefensas, atadas y desnudas, es sólo parte de la historia. Hay una profunda complacencia en ser fotografiado, a lo cual no se tiende a reaccionar hoy día con una mirada fija, directa y austera (como antaño), sino con regocijo. Los hechos están en parte concebidos para ser fotografiados. La sonrisa es una sonrisa dedicada a la cámara. Algo faltaría si, tras apilar a hombres desnudos, no se les pudiera hacer una foto. Al mirar estas imágenes cabe preguntarse: ¿cómo puede alguien sonreír ante los sufrimientos y la humillación de otro ser humano? ¿Situar perros guardianes frente los genitales y las piernas de prisioneros desnudos encogidos de miedo? ¿Violar y sodomizar a los prisioneros? ¿Forzar a prisioneros con capucha y grilletes a masturbarse o a cometer actos sexuales entre ellos? Y da la impresión de que es una pregunta ingenua, pues la respuesta es, evidentemente: las personas hacen esto a otras personas. La violación y el dolor infligido a los genitales están entre las formas de tortura más comunes. No sólo en los campos de concentración nazis y en Abu Ghraib cuando lo gestionaba Sadam Hussein. Los estadounidenses, también, lo han hecho y lo siguen haciendo, cuando se les dice o se les incita a sentir que aquellos sobre los cuales ejercen un poder absoluto merecen el maltrato, la humillación, el tormento. Cuando se les lleva a creer que la gente a la que torturan pertenece a una religión o raza inferior y despreciable. Pues la significación de estas imágenes no consiste sólo en que se ejecutaron estos ac183
tos, sino en que sus perpetradores no supusieron nada condenable en lo que muestran las imágenes. Y lo más detestable, pues se pretendía que las fotos circularan y mucha gente las viera, es que todo eso había sido divertido. Y esta noción de esparcimiento es, por desgracia —y contrariamente a lo que el señor Bush le cuenta al mundo—, cada vez más parte «de la verdadera naturaleza y el corazón de Estados Unidos». Es difícil evaluar la creciente aceptación de la brutalidad en la vida estadounidense, pero las pruebas están por doquier, desde los videojuegos de asesinatos que son el entretenimiento principal de los niños hasta la violencia ya endémica en los ritos grupales de la juventud en un acceso de euforia. Los crímenes violentos están a la baja, si bien ha aumentado el fácil regodeo en la violencia. Desde los rudos vejámenes infligidos a los primíparos en numerosos colegios suburbanos estadounidenses —retratados en la película de Richard Linklater Dazed and Confused (1993)— hasta las novatadas rituales con brutalidades físicas y humillaciones sexuales institucionalizadas en las escuelas, universidades y equipos deportivos, Estados Unidos se ha convertido en un país en el que las fantasías y la ejecución de la violencia se tienen por un buen espectáculo, por diversión. Lo que antaño se apartaba como pornográfico, como ejercicio de extremos anhelos sadomasoquistas —como en la última y casi insoportable película de Pasolini, Saló (1975), que exhibe orgías de suplicios en un reducto fascista del norte italiano en las postrimerías de la época de Mussolini—, en la actualidad se normaliza, por los apóstoles de los nuevos Estados Unidos belicosos e imperiales, como una animada travesura y desahogo. «Apilar hombres desnudos es como una travesura de fraternidad universitaria», afirmó un oyente a Rush Limbaugh y a veinte 184
millones de estadounidenses que escuchan su programa radiofónico. Cabe preguntar si el que llamó había visto las fotografías. No importa. La observación, ¿o acaso la fantasía?, es muy acertada. Lo que tal vez aún pueda escandalizar a algunos estadounidenses fue la respuesta de Limbaugh: «¡Exacto! —exclamó—. Justo lo que digo. No es muy distinto de lo que ocurre en una iniciación de Skull and Bones. Vamos a arruinar la vida de unas personas por eso y a entorpecer nuestros esfuerzos militares y luego vamos a cascarlos a ellos en serio porque se lo pasaron bomba». «Ellos» son los soldados estadounidenses, los torturadores. Y Limbaugh continuó: «Hey, a esta gente le están disparando todos los días. Estoy hablando de estas personas, de gente que lo está pasando bien. ¿Qué, nadie recuerda lo que es una descarga emocional?». Es probable que buena parte de los estadounidenses prefiera pensar que está bien torturar y humillar a otros seres humanos —los cuales, en calidad de enemigos putativos o presuntos, han perdido todos sus derechos— que reconocer el disparate, la ineptitud y el timo de la aventura estadounidense en Irak. En cuanto a la tortura y la humillación como diversión, parece que hay poco que oponer a esta tendencia mientras Estados Unidos se convierte en un Estado de guarniciones, en el que los patriotas se definen como respetuosos incondicionales del poderío militar y en el que se necesita el máximo de vigilancia en el interior. Conmoción y pavor fue lo que nuestros militares prometieron a los iraquíes que se resistieran a los libertadores estadounidenses. Y conmoción y horror es lo que han transmitido los estadounidenses según pregonan al mundo estas fotografías: una pauta de conducta criminal que desafía y desprecia manifiestamente las convenciones humanitarias internacionales. Hoy día los soldados posan, con pulgares aprobatorios, ante 185
las atrocidades que cometen, y envían fotografías a sus compañeros y familiares. ¿Debería sorprendernos siquiera? La nuestra es una sociedad en la cual antaño habríamos hecho lo imposible por ocultar los secretos de la vida privada, pero en la actualidad clamamos por una invitación para revelarlos en un programa de televisión. Lo que estas fotografías ilustran es tanto la cultura de la desvergüenza como la reinante admiración a la brutalidad contumaz. 4. La noción de que las «disculpas» o las profesiones de «repugnancia» o «aborrecimiento» por parte del presidente y el ministro de Defensa son respuesta suficiente a la tortura sistemática de los prisioneros revelada en Abu Ghraib es un ultraje a nuestro sentido moral e histórico. La tortura de prisioneros no es una aberración. Es la consecuencia directa de una ideología global de lucha en la que «estás conmigo o en mi contra» y con la que el gobierno de Bush ha procurado cambiar, cambiar de modo radical, la postura internacional de Estados Unidos y refundir muchas instituciones y prerrogativas nacionales. El gobierno de Bush ha empeñado al país en una doctrina bélica pseudorreligiosa, de guerra sin fin; pues la «guerra contra el terror» no es más que eso. Lo que ha sucedido en el nuevo imperio carcelario internacional que gestiona el ejército estadounidense excede incluso los escandalosos procedimientos de la Isla del Diablo francesa o el sistema del Gulag de la Rusia soviética, ya que en el caso de la colonia penal francesa hubo, primero, juicios y sentencias, y en el del imperio penitenciario ruso, cargos de algún tipo y una sentencia que duraba años explícitos. La guerra sin fin se emplea para justificar encarcelamientos sin fin: sin cargos, sin revelar el nombre de los prisioneros ni crear facilidades para que se comu186
niquen con sus familias o abogados, sin juicios, sin sentencias. Los detenidos en el extralegal imperio penitenciario estadounidense son «detenidos»; llamarlos «prisioneros», una palabra recientemente obsoleta, podría suponer que tienen derechos conferidos por las leyes internacionales y la ley de todos los países civilizados. Esta «guerra global contra el terror» —en la cual se han mezclado por decreto del Pentágono tanto la más o menos justificable invasión de Afganistán como el inganable disparate en Irak— acarrea inevitablemente la deshumanización de todo aquel que el gobierno de Bush declara posible terrorista: una definición que no se debate y que casi siempre se adopta en secreto. Puesto que las imputaciones contra la mayoría de las personas detenidas en las prisiones iraquíes y afganas son inexistentes —el Comité Internacional de la Cruz Roja informa que entre setenta y noventa por ciento de los recluidos no parece haber cometido otro delito más que el de encontrarse en el sitio y momento inoportunos, capturados en alguna redada de «sospechosos»—, la justificación principal para retenerlos es el «interrogatorio». ¿Interrogarlos sobre qué? Sobre cualquier cosa. Lo que el detenido pueda llegar a saber. Si el interrogatorio es el motivo por el cual se detiene a los prisioneros indefinidamente, la coerción física, la humillación y la tortura resultan inevitables. Recuérdese: no nos referimos a una situación extraordinaria, al escenario de una «bomba de efecto retardado», lo cual a veces se aduce como caso límite para justificar la tortura de prisioneros que están al tanto de un atentado inminente. Se trata del acopio de información no específica o general autorizado por militares estadounidenses y funcionarios civiles a fin de saber más del indefinido imperio de malhechores sobre el que Estados Uni187
dos casi nada sabe, en países acerca de los cuales es especialmente ignorante: en principio, toda «información» podría ser útil. Un interrogatorio que no produjera información (no importa en qué consista) se consideraría un fracaso. Por ello se justifica aún más la preparación de los prisioneros para que hablen. Ablandarlos, presionarlos: éstos suelen ser los eufemismos de las costumbres bestiales que han cundido en las cárceles estadounidenses donde están recluidos los «sospechosos de terrorismo». Infortunadamente, como lo anotó el sargento Ivan (Chip) Frederick en su diario, un prisionero puede entrar en crisis y morir. El sargento podría estarse refiriendo a la foto del cadáver de un hombre envuelto en una bolsa de plástico con hielo sobre el pecho. Las imágenes no desaparecerán. Es la naturaleza del mundo digital en que vivimos. En efecto, parecen haber sido necesarias para que los dirigentes estadounidenses reconocieran que tenían un problema entre las manos. Con todo, el informe remitido por el Comité Internacional de la Cruz Roja y otros informes periodísticos y protestas de organizaciones humanitarias sobre los castigos atroces infligidos a los «detenidos» y «sospechosos de terrorismo» en las prisiones gestionadas por soldados estadounidenses, primero en Afganistán y luego en Irak, han estado circulando durante más de un año. Es improbable que el señor Bush o el señor Cheney, la señora Rice o el señor Rumsfeld hayan leído esos informes. Al parecer las fotografías fueron lo que reclamó su atención, cuando resultaba ya patente que no podían suprimirse; las fotografías hicieron todo esto «realidad» para el presidente y sus funcionarios. Hasta entonces sólo hubo palabras, que resultan más fáciles de encubrir, y más fáciles de olvidar, en nuestra era de reproducción y diseminación digital infinitas. 188
Así pues, las fotografías seguirán «asaltándonos», como están siendo inducidos a sentir muchos estadounidenses. ¿Se acostumbrará la gente a ellas? Algunos afirman que ya han visto suficiente. No, sin embargo, el resto del mundo. La guerra sin fin: un torrente sin fin de fotografías. ¿Los editores de periódicos, revistas y programas de televisión estadounidenses discutirán ahora si mostrar otras más, o mostrarlas sin recortar (lo cual, con algunas de las imágenes más conocidas, procura una visión diferente y en algunos casos más horrorosa de las atrocidades cometidas en Abu Ghraib), sería de «mal gusto» o una acción política manifiesta? Por «político» entiéndase: crítico del proyecto imperial del gobierno de Bush. Pues no puede haber duda de que las fotografías perjudican, como ha testificado Rumsfeld, «la reputación de los hombres y mujeres honorables de las fuerzas armadas que con valentía, responsabilidad y profesionalismo están protegiendo nuestras libertades en todo el mundo». Este perjuicio —a nuestra reputación, nuestra imagen, nuestro éxito en cuanto a única gran potencia— es lo que deplora sobre todo el gobierno de Bush. Cómo es que la protección de «nuestras libertades» —y en este punto se trata sólo de la libertad de los estadounidenses, cinco por ciento de la población del planeta— precisa del despliegue de soldados estadounidenses en cualquier país que le plazca («en todo el mundo») es algo que difícilmente se debate entre nuestros funcionarios elegidos. Estados Unidos se ve a sí mismo como víctima potencial o futura del terror. Estados Unidos sólo está defendiéndose de enemigos implacables y furtivos. La reacción ya se ha hecho sentir. Se aconseja a los estadounidenses no dejarse llevar por una orgía de reproches. La publicación continuada de las imágenes ha sido interpretada por muchos estadounidenses como una 189
indicación de que no tenemos derecho a defendernos. Al fin y al cabo, ellos (los terroristas, los fanáticos) comenzaron. Ellos —¿Osama bin Laden?, ¿Sadam Hussein?, ¿cuál es la diferencia?— nos atacaron primero. James Inhofe, republicano de Oklahoma y miembro del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, ante el cual testificó el ministro de Defensa, confesó su certidumbre de no ser el único miembro «más indignado por la indignación» que causó lo que exponen las fotografías. «Se sabe que estos prisioneros —explicó el senador Inhofe— no están ahí por sanciones de tráfico. Si estos prisioneros están en el bloque 1-a o 1-b es porque son asesinos, son terroristas, son insurgentes. Es probable que muchos tengan las manos manchadas de sangre estadounidense y aquí estamos preocupados sobre el trato que se les da a estos individuos». La culpa es de «los medios» —llamados habitualmente «medios liberales»—, que provocan, y seguirán provocando, más violencia contra los estadounidenses en el mundo. «Ellos» se vengarán de «nosotros». Morirán más estadounidenses. Por estas fotografías. Y las fotos engendrarán más fotos: «su» respuesta a las «nuestras». Sería un error manifiesto permitir que estas revelaciones sobre la connivencia militar y civil estadounidense para torturar en la «guerra mundial contra el terrorismo» se conviertan en la historia de la guerra de —y contra— las imágenes. No es a causa de las fotografías, sino a causa de lo que revelan que está sucediendo, sucediendo por orden y complicidad de una cadena de mando que alcanza a los más altos niveles del gobierno de Bush. Pero la distinción —entre fotografía y realidad, entre política y manipulación— se puede desvanecer con facilidad. Eso es lo que este gobierno espera que ocurra. «Hay muchas más fotografías y videos —reconoció Rumsfeld en su testimonio—. Si se difunden entre el pú190
blico, este asunto, evidentemente, empeorará». Empeorará para el gobierno y sus programas, presumiblemente, no para quienes son víctimas potenciales y actuales de la tortura. Los medios podrían censurarse a sí mismos, como acostumbran. Pero, según reconoció Rumsfeld, es difícil censurar a los soldados en ultramar que no escriben, como antaño, cartas a casa que los censores militares pueden abrir para tachar los fragmentos inaceptables, sino que se desempeñan como turistas; en palabras de Rumsfeld: «Nos sorprende que vayan por ahí con cámaras digitales tomando fotografías increíbles, y luego las pasen, al margen de la ley, a los medios». Los esfuerzos del gobierno por detener la marea de fotografías se desarrollan en varios frentes. En la actualidad, el argumento está adoptando un cariz legalista: las fotografías se clasifican ahora como «pruebas» en causas criminales futuras, cuyo resultado podría verse afectado si son dadas a conocer al público. Siempre se sostendrá que las imágenes más recientes, que según se informa contienen horrendas imágenes de violencia ejercida contra los prisioneros y humillaciones sexuales, no han de difundirse. El presidente del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, el republicano John Warner, de Virginia, después de examinar con otros legisladores la muestra de diapositivas del 12 de mayo con más horrendas imágenes de humillación sexual y violencia contra los prisioneros iraquíes, dijo que en su «enérgica» opinión las fotografías más recientes «no deberían hacerse públicas. Me parece que podrían poner en riesgo a los hombres y mujeres de las fuerzas armadas mientras están prestando su servicio en medio de grandes peligros». Pero el impulso más decidido para restringir la disponibilidad de las fotografías provendrá del empeño incesante en proteger al gobierno de Bush y encubrir el 191
desgobierno estadounidense en Irak; en equiparar la «indignación» a causa de las fotografías con una campaña para socavar el poderío militar estadounidense y los propósitos que sirve en la actualidad. Del mismo modo en que muchos tuvieron por una implícita crítica de la guerra la transmisión televisada de fotografías de soldados estadounidenses muertos en el curso de la invasión y ocupación de Irak, se tendrá cada vez más por antipatriota la propagación de las nuevas fotografías que mancillen aún más la reputación —es decir, la imagen— de Estados Unidos. Con todo, estamos en guerra. Una guerra sin fin. Y la guerra es el infierno. «No me importa lo que digan los abogados internacionales, vamos a machacarlos» (George W. Bush, 11 de septiembre de 2001). Vaya, sólo nos estamos divirtiendo. En nuestra sala de espejos digital, las imágenes no se desvanecerán. Sí, al parecer una imagen dice más que mil palabras. E incluso si nuestros dirigentes prefieren no mirarlas, habrá miles de instantáneas y videos adicionales. Incontenibles.
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EL CÁNCER Y LA MUERTE
Del libro ‘La enfermedad como metáfora’ (1977)
«Todas las mentiras por y para los pacientes de cáncer dan la medida de cuán duro se ha convertido en las sociedades industrialmente avanzadas lidiar con la muerte. De la misma forma que la muerte es hoy un hecho ofensivo y carente de sentido, esta enfermedad ha pasado a ser considerada como un sinónimo de una experiencia que debe ocultarse». «El hábito de engañar a los pacientes sobre la naturaleza de su enfermedad refleja la convicción de que a la gente que va a morir es mejor ahorrarle la noticia de que va a morir, y que la mejor muerte es la repentina y que lo mejor de todo es que suceda en la inconsciencia o en el sueño». «La enfermedad cardiaca implica debilidad, problemas, fallos mecánicos; no hay desgracia, no existe el tabú que se ha cernido siempre sobre los tuberculosos y que todavía se cierne sobre aquellos que padecen cáncer. La metáfora que atañe a la tuberculosis y al cáncer implica vivir procesos de una clase particularmente perceptible y horrenda».
SOBRE LA GUERRA
Fragmento de ‘Ante el dolor de los demás’ (2003)
«¿Quién cree en la actualidad que se puede abolir la guerra? Nadie. Ni siquiera los pacifistas. Sólo aspiramos en vano hasta ahora a impedir el genocidio, a presentar ante la justicia los que violan gravemente las leyes de la guerra. Pues la guerra tiene sus leyes y los combatientes deberían atenerse a ellas, y a ser capaces de impedir guerras específicas, imponiendo alternativas negociadas al conflicto armado. Acaso sea difícil dar crédito a la determinación desesperada que produjo la convulsión de la Primera Guerra Mundial cuando se comprendió del todo que Europa se había arruinado a sí misma. La condena general a la guerra no pareció tan fútil e irrelevante a causa de las fantasías de papel del pacto Kellogg y Briand de 1928, en el que 15 naciones importantes, entre ellas Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia y Japón renunciaron solemnemente a la guerra como instrumento de su política nacional. Incluso Freud y Einstein fueron atraídos al debate en 1932 con un intercambio público de cartas titulado ‘¿Por qué la guerra?’».
CONTRA LA INTERPRETACIÓN
(fragmento)
«La alternativa es inexorable: o soy viajero de las antiguas épocas, y me enfrento con un espectáculo prodigioso que me resultaría casi ininteligible o soy viajero de mi época, precipitándome en la búsqueda de una realidad desvanecida. (…) Es un judío (pues el tipo es masculino, desde luego), o se parece a un judío; policultural, inquieto, misógino; coleccionista, dedicado a la autotrascendencia, despreciador de los instintos; abrumado por el peso de los libros y elevado por la euforia del conocimiento. Su verdadera tarea no es ejercer su talento para la explicación sino, al ser testigo de su época, fijar las más amplias y edificantes normas de desesperación».
EL TIGRE ESTÁ EN LA BIBLIOTECA
Traducción: Claudia Martínez.
12 de junio de 1996 Querido Borges: Dado que siempre colocaron a su literatura bajo el signo de la eternidad, no parece demasiado extraño dirigirle una carta. (Borges, son diez años.) Si alguna vez un contemporáneo parecía destinado a la inmortalidad literaria, ese era usted. Usted era en gran medida el producto de su tiempo, de su cultura y, sin embargo, sabía cómo trascender su tiempo, su cultura, de un modo que resulta bastante mágico. Esto tenía algo que ver con la apertura y la generosidad de su atención. Era el menos egocéntrico, el más transparente de los escritores... así como el más artístico. También tenía algo que ver con una pureza natural de espíritu. Aunque vivió entre nosotros durante un tiempo bastante prolongado, perfeccionó las prácticas de fastidio e indiferencia que también lo convirtieron en un experto viajero mental hacia otras eras. Tenía un sentido del tiempo diferente al de los demás. Las ideas comunes de pasado, presente y futuro parecían banales
bajo su mirada. A usted le gustaba decir que cada momento del tiempo contiene el pasado y el futuro, citando (según recuerdo) al poeta Browning, que escribió algo así como «el presente es el instante en el cual el futuro se derrumba en el pasado». Eso, por supuesto, formaba parte de su modestia: su gusto por encontrar sus ideas en las ideas de otros escritores. Esa modestia era parte de la seguridad de su presencia. Usted era un descubridor de nuevas alegrías. Un pesimismo tan profundo, tan sereno como el suyo no necesitaba ser indignante. Más bien, tenía que ser inventivo... y usted era, por sobre todo, inventivo. La serenidad y la trascendencia del ser que usted encontró son, para mí, ejemplares. Usted demostró de qué manera no es necesario ser infeliz, aunque uno pueda ser completamente perspicaz y esclarecido sobre lo terrible que es todo. En alguna parte usted dijo que un escritor —delicadamente agregó: todas las personas— debe pensar que cualquier cosa que le suceda es un recurso. (Estaba hablando de su ceguera.) Usted fue un gran recurso para otros escritores. En 1982 —es decir, cuatro años antes de morir (Borges, son diez años)— dije en una entrevista: «Hoy no existe ningún otro escritor viviente que importe más a otros escritores que Borges. Muchos dirían que es el más grande escritor viviente... Muy pocos escritores de hoy no aprendieron de él o lo imitaron». Eso sigue siendo así. Todavía seguimos aprendiendo de usted. Todavía lo seguimos imitando. Usted le ofreció a la gente nuevas maneras de imaginar, al mismo tiempo que proclamaba, una y otra vez, nuestra deuda con el pasado, por sobre todo con la literatura. Usted dijo que le debemos a la literatura prácticamente todo lo que somos y lo que fuimos. Si los libros desaparecen, desaparecerá la historia y también los se197
res humanos. Estoy segura de que tiene razón. Los libros no son sólo la suma arbitraria de nuestros sueños y de nuestra memoria. También nos dan el modelo de la autotrascendencia. Algunos piensan que la lectura es sólo una manera de escapar: un escape del mundo diario «real» a uno imaginario, el mundo de los libros. Los libros son mucho más. Lamento tener que decirle que la suerte del libro nunca estuvo en igual decadencia. Son cada vez más los que se zambullen en el gran proyecto contemporáneo de destruir las condiciones que hacen la lectura posible, de repudiar el libro y sus efectos. Ya no está uno tirado en la cama o sentado en un rincón tranquilo de una biblioteca, dando vuelta lentamente las páginas bajo la luz de una lámpara. Pronto, nos dicen, llamaremos en «pantallas-libros» cualquier «texto» a pedido, y se podrá cambiar su apariencia, formular preguntas, «interactuar» con ese texto. Cuando los libros se conviertan en «textos» con los que «interactuaremos» según los criterios de utilidad, la palabra escrita se habrá convertido simplemente en otro aspecto de nuestra realidad televisiva regida por la publicidad. Este es el glorioso futuro que se está creando —y que nos prometen— como algo más «democrático». Por supuesto, usted y yo sabemos, eso no significa nada menos que la muerte de la introspección... y del libro. Por esos tiempos no habrá necesidad de una gran conflagración. Los bárbaros no tienen que quemar los libros. El tigre está en la biblioteca. Querido Borges, por favor entienda que no me da placer quejarme. Pero, ¿a quién podrían estar mejor dirigidas estas quejas sobre el destino de los libros —de la lectura en sí— que a usted? (Borges, son diez años.) Todo lo que quiero decir es que lo extrañamos. Yo lo extraño. Usted sigue marcando una diferencia. Estamos entrando en una era extraña, el si198
glo XXI. Pondrá a prueba el alma de maneras inéditas. Pero, le prometo, algunos de nosotros no vamos a abandonar la Gran Biblioteca. Y usted seguirá siendo nuestro modelo y nuestro héroe.
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FOTOGRAFÍAS Y FOTOGRAFIAR
Sobre la fotografía, Edhasa. (pág. 20)
Las fotografías, un modo de certificar la experiencia, también son un modo de rechazarla: al limitar la experiencia a una búsqueda de lo fotogénico, al convertir la experiencia en una imagen, un souvenir. El viaje se transforma en una estrategia para acumular fotografías. La actividad misma de fotografiar es tranquilizadora, y atempera esa desazón general que se suele agudizar en los viajes. La mayoría de los turistas se sienten constreñidos a poner la cámara entre ellos y cualquier cosa notable que encuentren. Al no saber como reaccionar, fotografían. Así la experiencia cobra forma: ¡alto!, una fotografía, ¡adelante! El método seduce especialmente a gentes sometidas a una ética laboral implacable: alemanes, japoneses y norteamericanos. La utilización de una cámara aplaca la ansiedad que sufren los obsesionados por el trabajo por no trabajar cuando están en vacaciones y presuntamente divirtiéndose. Cuentan con una tarea que parece amigable imitación del trabajo: tomar fotografías.
Los pueblos despojados de su pasado parecen los entusiastas más fervientes de la fotografía, en su país y en el exterior.
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LOS VALORES DE LA LITERATURA
Discurso pronunciado al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2003, España, octubre 2004
«Sans un idéal inaccesible, point de vocation authentique» Marcel Bénabou «La índole más alta de moralidad es no sentirnos como en casa en el propio hogar» T.W. Adorno
La concesión de un premio crea una situación inusitada. Quienes lo otorgan están obligados a creer que su decisión ha sido la óptima. Quienes lo aceptan están obligados a creer que se lo merecen. Ambos supuestos, en una circunstancia determinada, podrían ponerse en entredicho. Estos discutibles supuestos son aún más dudosos si el premio no se otorga a una actividad cuyo mérito puede medirse con más o menos objetividad, como el deporte o la ciencia, sino al dominio de la cultura, las artes y el pensamiento.
En éste, el mérito parece resistir la medición objetiva. En efecto, parece que, en las artes, el único juicio seguro es el de la posteridad; con ello quiero decir el juicio emitido dos o tres generaciones después de que la obra está concluida y su autor ha desaparecido. Mueve a la humildad saber que, de todos los libros encomiados, de los libros tenidos por parte genuina de la literatura, y publicados, digamos, en cualquier decenio en particular —nunca más de cinco a diez por ciento de las novelas, la poesía y el ensayo serios publicados en el periodo—, sin duda no más de uno por ciento en efecto perdurarán, es decir, su interés será permanente, parecerán valiosos, aún los disfrutarán las generaciones venideras y merecerá la pena leerlos y releerlos. Nadie puede predecir el juicio de la posteridad —que en última instancia es el único que cuenta— acerca de una obra literaria o artística en particular. Por lo que en este sentido toda distinción en el ámbito de la cultura sólo puede expresar un reconocimiento condicional que espera su confirmación o refutación posterior. No obstante, esos galardones nos parecen menos problemáticos si pensamos que manifiestan algo más que reconocimiento o fe en los logros de cualquier escritor o artista. Manifiestan una fe en la propia actividad. Por lo tanto, la mejor reflexión que puede hacerse sobre un premio literario significativo es que afirma la importancia, la gloria (si se me permite una palabra tan grandilocuente), de la literatura misma. Éstas son al menos mis reflexiones en ocasión tan destacada, en la que he sido distinguida como una de las dos merecedoras del Premio Príncipe de Asturias de Letras. Cuando pienso en la literatura, en la infinitamente diversa aventura de afanarse con el lenguaje para contar historias y transmitir el conocimiento profundo en el que 203
me he anclado, comprometido, durante toda mi vida como persona moral y consciente, pienso en un amplia escala de valores que en realidad son metas o modelos con los cuales juzgo mis actividades personales y literarias. En un sentido, el empírico o fáctico, la literatura es meramente la suma de todo lo escrito y tenido por literatura. En otro sentido, el ideal, la literatura es la suma de todo lo que mejora, enaltece y hace más necesaria la actividad literaria. En esta segunda y más valiosa acepción, la literatura honra —y representa— metas ideales en sentido estricto. Es decir, nunca alcanzadas del todo. Sin embargo, son aún más irresistibles y ejercen mayor autoridad como ideales precisamente porque resulta muy difícil mantenerlos. Alguien podría rechazar, como una suerte de enternecedor disparate, lo que me propongo encomiar aquí. Pero yo no lo veo así en absoluto. Estas normas morales, estos ideales, no son una ilusión. Imaginemos la literatura como una utopía... un lugar en el que imperan los modelos más encumbrados, casi inaccesibles. Se pueden deducir unas cuantas normas de una interpretación determinada de la literatura, de la que importa, que sigue importando durante decenios, generaciones y, en pocos casos, durante siglos. Ésta es mi utopía. Es decir, aquí están los modelos que infiero o me parece que sustenta la empresa de la literatura. Uno. Las actividades literarias (la escritura, la lectura, la enseñanza) son una vocación ideal, una prerrogativa, más que una simple carrera, una profesión, que se sujeta a las nociones comunes de «éxito» y al estímulo financiero. La literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia. Desem204
peña una función esencial en la creación de la vida interior, y en la ampliación y ahondamiento de nuestras simpatías y nuestras sensibilidades hacia otros seres humanos y el lenguaje. Dos. La literatura es una arena de logros individuales, de méritos individuales. Esto implica que no se confieren premios y honores al escritor porque representa, digamos, a las comunidades débiles o marginadas. Esto implica que no se hace uso de la literatura o de los premios literarios para respaldar fines ajenos a ella: por ejemplo, el feminismo. (Hablo como feminista.) Esto implica que no se reparten recompensas a los escritores como medio de pagar consecutivo tributo a la diversidad de las identidades nacionales. (Así es que si los mejores tres escritores del mundo son, por ejemplo, húngaros, entonces lo ideal es que los jurados de los premios no se inquieten porque los húngaros reciben demasiados galardones.) Tres. La literatura es primordialmente una empresa cosmopolita. Los grandes escritores son parte de la literatura mundial. Deberíamos leer a través de las fronteras nacionales y tribales: la gran literatura debería transportarnos. Los escritores son ciudadanos de una comunidad mundial, en la que todos aprendemos y nos leemos los unos a los otros. Si consideramos que cada logro literario significativo es, en última instancia, parte de la literatura del mundo, nos hacemos más receptivos a lo foráneo, a lo que no es «nosotros». El poder característico de la literatura es que nos deja una impresión de extrañeza. De asombro. De desorientación. De que nos encontramos en otro lugar. Cuatro. Las diversas pautas de excelencia literaria, en el seno de las literaturas en todos los idiomas y en la gama entera de la literatura mundial, son una lección 205
cardinal sobre la realidad y la conveniencia de un mundo que aún es irreductiblemente plural, diverso y variado. El mundo pluralista actual depende del predominio de los valores seculares. Es posible, desde luego, exponer lo que denominamos modelos de un modo más enérgico (y acaso más controvertido), como antipatías, como negativas. Así es que, para enunciar de otra manera lo que acabo de decir: Uno. Desprecio a los valores mercenarios. Dos. Aversión a hacer uso principalmente instrumental de los escritores; por ejemplo, celebrar a los autores sobre todo en calidad de representantes de comunidades que se imaginan marginadas, con el fin de manifestarles su apoyo. Tres. Cautela ante el filisteísmo cultural que se encubre con la aplicación de los valores democráticos en materia literaria. Desconfianza permanente de las afirmaciones nacionalistas y las lealtades tribales. Cuatro. Eterno antagonismo contra las fuerzas represivas y la censura. Estos son en efecto valores utópicos. No se han cumplido. Pero la literatura, la literatura en su conjunto, aún los encarna. Aún estimulan a los escritores. Aún nutren a los lectores, a los verdaderos lectores. Y es también lo que celebra todo premio literario importante. Por estos valores me honra que la Fundación Príncipe de Asturias me haya elegido como una de las galardonadas con este destacado premio.
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RESISTIR
La escritora norteamericana Susan Sontag escribió este discurso con motivo de la entrega del Premio Oscar Romero a Ishai Menuchin, presidente de Yesh Gvul, movimiento de rechazo selectivo de los soldados israelíes, en Houston, Texas, el 30 de marzo de 2003. En él comenzó por evocar al arzobispo nicaragüense Oscar Arnulfo Romero, asesinado en 1980 y a quien exactamente 23 años después fue aplastada por un tanque israelí, Rachel Corrie. El discurso habla de la guerra imperial y de los intentos por desafiarla.
Permítanme evocar no a uno, sino a dos héroes, sólo a dos, entre millones de héroes. A dos víctimas entre millones de víctimas. El primero: Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado en su investidura mientras oficiaba misa en la catedral el 24 de marzo de 1980 —hace 23 años—, pues se había convertido en ‘’un manifiesto de-
fensor de una paz justa y se opuso públicamente a las fuerzas de la violencia y la opresión’’. (Cito la descripción del Premio Oscar Romero, que hoy se entrega a Ishai Menuchin.) La segunda: Rachel Corrie, estudiante universitaria de 23 años procedente de Olympia, Washington, muerta con su brillante chaleco anaranjado fluorescente con tiras de Day-Glo, que los escudos humanos llevan con el propósito de ser del todo visibles —y tal vez para estar más seguros—, mientras intentaba detener una de las casi diarias demoliciones de casas de las fuerzas israelíes en Rafah, una población en el sur de la franja de Gaza (donde Gaza linda con la frontera egipcia), el 17 de marzo de 2003 —hace dos semanas—. De pie, frente a la casa de un médico palestino elegida para demolición, Corrie, una de los ocho jóvenes voluntarios estadounidenses y británicos, escudos humanos en Rafah, había estado agitando los brazos y gritando por megáfono al conductor de un bulldozer D-9 blindado que se acercaba; entonces se hincó de rodillas en el camino del gigantesco bulldozer, el cual no aminoró su marcha. Dos figuras, emblemas del sacrificio, muertas por las fuerzas de la violencia y la opresión, a las cuales ofrecían una oposición por principio, no violenta, y peligrosa. Comencemos por el riesgo. El riesgo del castigo. El riesgo del aislamiento. El riesgo de ser herido o muerto. El riesgo del desprecio. Todos somos reclutas en uno u otro sentido. Para todos nosotros es difícil romper filas; incurrir en la desaprobación, en la censura, en la violencia de una mayoría ofendida y con un concepto distinto de la lealtad. Nos amparamos con palabras estandarte, como justicia, paz y reconciliación, que nos alistan en comunidades nuevas, si bien más pequeñas y relativamente ineficaces, con otros 208
de igual parecer, los cuales nos movilizan para la manifestación, la protesta, la ejecución pública de acciones de desobediencia civil, y no para la plaza de armas o el campo de batalla. Perder el paso de la propia tribu; dar un paso fuera de la tribu a un mundo más amplio en sentido mental, pero más reducido en el numérico: si el aislamiento o la disidencia no es tu posición habitual o satisfactoria, este es un proceso complejo y difícil. Es difícil contravenir la sabiduría de la tribu: la sabiduría que valora las vidas de sus miembros por encima de todas las demás. Siempre será impopular —siempre será considerado antipatriótico— afirmar que las vidas de los miembros de la otra tribu son tan valiosas como las de la propia. Es más fácil entregar nuestra fidelidad a las personas que conocemos, a las que vemos, entre las que estamos incrustados, con las que compartimos —como bien puede ser el caso— la comunidad del miedo. No subestimemos la fuerza de aquello a lo que nos oponemos. No subestimemos la represalia con la cual acaso se castigue a quienes se atreven a disentir de las brutalidades y represiones que se creen justificadas por los miedos de la mayoría. Somos carne. Se nos puede perforar con una bayoneta, despedazar con un bombardero suicida. Se nos puede aplastar con un bulldozer, o abatir a tiros en una catedral. El miedo vincula a la gente. Y el miedo la dispersa. El valor es inspiración de las comunidades; el valor de un ejemplo, pues el valor es tan contagioso como el miedo. Pero el valor, algunas de sus modalidades, puede también aislar a los valerosos. 209
El destino perenne de los principios: si bien todos afirman profesarlos es probable que se sacrifiquen cuando se vuelven incómodos. Por lo general un principio moral es algo que nos pone en desacuerdo con la práctica aceptada. Y ese desacuerdo acarrea sus consecuencias, a veces desagradables, pues la comunidad se venga de aquellos que ponen en entredicho sus contradicciones: quienes desean una sociedad que en verdad mantenga los principios que dice defender. El criterio según el cual una sociedad debería en efecto encarnar los principios que profesa es utópico, en el sentido de que los principios morales contradicen las cosas como son y como serán siempre. Las cosas como son —y como serán siempre— no son del todo perversas ni del todo buenas, sino deficientes, inconsistentes e inferiores. Los principios nos incitan a que hagamos algo respecto del mar de contradicciones en el que funcionamos moralmente. Los principios nos incitan a que nos reformemos, a que seamos intolerantes con el relajamiento moral, la componenda, la cobardía y con volver la cara a lo que resulta perturbador: esa corrosión oculta del corazón, la cual nos dice que lo que estamos haciendo no está bien, y entonces nos aconseja que estaremos mejor si no pensamos en ello. El lema del que es contrario a los principios: ‘’Estoy haciendo lo que puedo’’. Lo mejor posible dadas las circunstancias, desde luego. Digamos que el principio es: está mal oprimir y humillar a todo un pueblo; despojarlo sistemáticamente de su justo techo y alimento; destruir sus habitaciones, sus medios de vida, su acceso a la instrucción y a la atención médica, y su capacidad para reunirse. Que estas prácticas están mal, a pesar de las provocaciones. 210
Y hay provocaciones. Eso, tampoco, debería negarse. En el núcleo de nuestra vida moral y de nuestra imaginación moral se encuentran los grandes modelos de resistencia: las grandes historias de quienes han dicho ‘’no’’. ‘’No’’ te serviré. ¿Qué modelos, qué historias? Un mormón puede resistirse a la ilegalización de la poligamia. Un opositor militante al aborto puede resistirse a la ley que vuelve legal el aborto. Ellos, también, invocarán las pretensiones de la religión (o de la fe) y la moralidad, contra los edictos de la sociedad civil. Se puede usar la apelación a una ley superior existente que nos autoriza a desafiar las leyes del Estado para justificar la trasgresión criminal, así como la más noble lucha en favor de la justicia. El valor no tiene calidad moral en sí mismo, pues el valor no es, en sí mismo, una virtud moral. Los canallas, perversos, asesinos y terroristas acaso sean valerosos. Para calificar el valor como virtud nos hace falta un adjetivo: hablamos de ‘’valor moral’’ porque, también, hay algo llamado valor amoral. Y la resistencia no es valiosa en sí misma. El contenido de la resistencia es lo que determina su mérito, su necesidad moral. Digamos: resistencia a una guerra criminal. Digamos: resistencia a la ocupación y anexión de las tierras de otro pueblo. Reitero: no hay superioridad inherente en la resistencia. Todos nuestros llamamientos en favor de la rectitud de la resistencia se apoyan en la rectitud del llamamiento según el cual los resistentes actúan en nombre de la justicia. Y la justicia de la causa no depende de, y no se ve acrecentada por, la virtud de los que pronuncian la afirmación. Depende, en primera y última instancia, de 211
la verdad de una descripción de circunstancias que son, en verdad, injustas e innecesarias. Lo que sigue me parece una descripción veraz de las circunstancias que me he tardado años de incertidumbre, ignorancia y angustia en reconocer. Un país herido y temeroso, Israel, atraviesa la mayor crisis de su turbulenta historia, ocasionada por una política de constante incremento y refuerzo de las colonias en los territorios ganados tras su victoria en la guerra árabe contra el Israel de 1967. La decisión de sucesivos gobiernos israelíes de conservar su control en la Franja Occidental y en Gaza, negando con ello a sus vecinos palestinos un Estado propio, es una catástrofe —moral, humana y política— para ambos pueblos. Los palestinos necesitan un Estado soberano. Israel necesita un Estado palestino soberano. Los que en el extranjero queremos la supervivencia de Israel no podemos, no debemos, desear que sobreviva no importa qué, no importa cómo. Tenemos una singular deuda de gratitud con los valerosos testigos, periodistas, arquitectos, poetas, novelistas y profesores judíos israelíes, entre otros, que han descrito, documentado, protestado y militado contra los sufrimientos de los palestinos que viven bajo las condiciones israelíes cada vez más crueles de sometimiento militar y anexión de las colonias. Nuestra admiración más profunda ha de estar dirigida a los valerosos soldados israelíes, aquí representados por Ishai Menuchin, que se niegan a servir más allá de las fronteras de 1967. Estos soldados saben que todas las colonias están finalmente destinadas a la evacuación. Estos soldados, que son judíos, se toman en serio el principio expuesto en los juicios de Nuremberg de 1946. A saber: que un soldado no está obligado a cumplir órdenes injustas, órdenes que contravienen las leyes 212
de la guerra; en efecto, se tiene la obligación de desobedecerlas. Los soldados israelíes que se resisten a servir en los territorios ocupados no están rechazando una orden en particular. Se niegan a entrar a un espacio en el cual, con toda seguridad, se darán órdenes ilegítimas, es decir, donde es muy probable que se les ordenará el cumplimiento de acciones que seguirán oprimiendo y humillando a los civiles palestinos. Las casas son demolidas, se desarraigan los huertos, se arrasa con bulldozers los puestos en los mercados de los pueblos, se saquea un centro cultural, y ahora, casi todos los días, se dispara y mata a civiles de todas las edades. No puede cuestionarse la inmensa crueldad de la ocupación israelí de 22 por ciento del otrora territorio de la Palestina británica sobre el que se erigirá un Estado palestino. Estos soldados sostienen, como yo, que debería efectuarse una retirada incondicional de los territorios ocupados. Han declarado colectivamente que no continuarán luchando más allá de las fronteras de 1967 ‘’a fin de dominar, expulsar, privar de alimento y humillar a todo un pueblo’’. Lo que estos soldados han hecho —son ya unos 2 mil, de los cuales más de 250 han ido a prisión— no contribuye a indicarnos el modo en que los israelíes y los palestinos puedan lograr la paz, además de la irrevocable exigencia de que las colonias han de ser desmanteladas. Las acciones de esta heroica minoría no pueden contribuir a la muy necesaria reforma y democratización de la Autoridad Nacional Palestina. Su posición no reducirá el dominio del fanatismo religioso y el racismo en la sociedad israelí o reducirá la difusión de la virulenta propaganda antisemita en el agraviado mundo árabe. No detendrá a los bombarderos suicidas. 213
Su declaración es simple: basta. O: hay un límite. Yesh gvul. Es un modelo de resistencia. De desobediencia. Para la cual siempre habrá sanciones. Ninguno de nosotros ha tenido que tolerar lo que están soportando estos valerosos conscriptos, muchos de los cuales han ido a la cárcel. Manifestarse en favor de la paz en la actualidad, en Estados Unidos, sólo sirve para ser abucheado (como en la reciente ceremonia de los Oscar), hostigado, incluido en la lista negra (la exclusión en la cadena más poderosa de estaciones de radio de las Dixie Chicks); en suma, vilipendiado por no ser patriota. Nuestro ethos de «Unidos estamos» o «El ganador se lleva todo»... Estados Unidos es un país que ha convertido el patriotismo en un equivalente del consenso. Tocqueville, que sigue siendo el más grande observador de Estados Unidos, comentó el grado de conformidad sin precedentes en aquel flamante país, y otros 175 años sólo han confirmado su observación. A veces, dado el nuevo giro radical en la política exterior estadounidense, parecería inevitable que el consenso nacional sobre la grandeza de Estados Unidos, el cual puede ser activado hasta las cotas más altas de un triunfalista amor propio nacional, estuviera destinado finalmente a encontrar expresión en guerras como la presente, la cual cuenta con la aprobación de la mayoría de la población, persuadida de que Estados Unidos tiene el derecho —incluso la obligación— de dominar el mundo. El modo usual de proclamar a la gente que actúa por principio es diciendo que son la vanguardia de una revuelta que a la larga triunfará contra la injusticia. Pero, ¿y si no lo son? 214
¿Y si el mal es en verdad incontenible? Al menos en el corto plazo. Y ese corto plazo puede ser, va a ser, ciertamente muy largo. Mi admiración a los soldados que se están resistiendo a servir en los territorios ocupados es tan feroz como mi convicción de que transcurrirá mucho tiempo antes de que su criterio prevalezca. Pero lo que me inquieta en este momento —por razones obvias— es obrar por principio cuando no se va a alterar la evidente distribución de fuerzas, la manifiesta injusticia y el carácter homicida de la política del gobierno que asegura estar obrando no en nombre de la paz, sino de la seguridad. La fuerza de las armas sigue su propia lógica. Si cometes una agresión y otros se resisten, es fácil convencer al frente interno de que la lucha debe continuar. Una vez que las tropas se encuentran allí, han de ser respaldadas. Resulta irrelevante cuestionar por qué las tropas se encuentran allí en primer lugar. Los soldados se encuentran allí porque «nos» están atacando, o amenazando. Olvidemos si acaso que los atacamos primero. Ahora en represalia nos atacan, y causan víctimas mortales. Se comportan de modos que contravienen la conducta «apropiada» en la guerra. Se comportan como «salvajes», como le gusta a la gente en nuestra parte del mundo llamar a la gente de aquella parte del mundo. Y sus acciones «salvajes» e «ilícitas» dan nueva justificación a nuevas agresiones. Y un nuevo ímpetu para la represión, la censura o la persecución a los ciudadanos que se oponen a la agresión acometida por el gobierno. No subestimemos la fuerza de aquello a lo que nos oponemos. El mundo, casi para todos, es aquello sobre lo que virtualmente no ejercemos control alguno. El sentido común 215
y el propio sentido de protección señalan que nos ajustemos a lo que no podemos cambiar. No es difícil advertir cómo algunos de nosotros podríamos ser persuadidos de la justicia, de la necesidad de una guerra. Sobre todo de una guerra definida como reducidas y restringidas acciones militares que de hecho contribuirán a la paz y a una seguridad mejorada; de una agresión que se anuncia como una campaña de desarme: reconocidamente de desarme al enemigo y que, lamentablemente, requiere la aplicación de una fuerza abrumadora. Una invasión que se caracteriza a sí misma, oficialmente, como una liberación. Toda violencia bélica ha sido justificada como una represalia. Se nos amenaza. Nos estamos defendiendo. Los otros quieren matarnos. Debemos detenerlos. Y entonces: debemos detenerlos antes de que tengan ocasión de cumplir sus planes. Y puesto que los que quieren atacarnos se ocultan tras no combatientes, no hay aspecto de la vida civil que esté exento de nuestras depredaciones. Omitamos la disparidad de fuerzas, de riqueza, de potencia de fuego, o simplemente de población. ¿Cuántos estadounidenses saben que la población de Irak es de 24 millones, la mitad de los cuales son niños? (La población de Estados Unidos, como recordarán, es de 286 millones.) No respaldar a los que están bajo el fuego enemigo parece una traición. Puede ser que, en algunos casos, la amenaza sea real. En tales circunstancias, el portador del principio moral se parece a alguien que corre junto a un tren gritando: «¡alto!, ¡alto!» ¿Se puede detener el tren? No, no se puede. Al menos no ahora. 216
¿Acaso otras personas a bordo del tren serán movidos a saltar y unirse a los que están en tierra? Tal vez algunos salten, pero la mayoría no. (Al menos no hasta que cuenten con toda una nueva panoplia de miedos.) La dramaturgia de ‘’actuar por principio’’ nos indica que no debemos pensar si resulta conveniente o si podemos contar con los éxitos postreros de las acciones que hemos emprendido. Actuar por principio es, se nos dice, bueno en sí mismo. Pero sigue siendo una acción política, en el sentido de que no lo estás haciendo en tu beneficio. No lo haces sólo para tener razón o para apaciguar tu conciencia; mucho menos porque confías en que tus acciones alcanzarán sus objetivos. Resistes porque es una acción solidaria. Con las comunidades de quienes tienen principios y con los desobedientes: aquí y por doquier. Del presente. Del futuro. La prisión de Thoreau a causa de su protesta contra la guerra estadounidense con México en 1849 difícilmente detuvo el conflicto. Pero la resonancia de aquella temporada breve y del todo impune de detención (un célebre y único día en la cárcel) no ha cesado de inspirar la resistencia por principio frente a la injusticia a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y hasta nuestra época. El movimiento para clausurar el campo de pruebas de Nevada, un sitio clave de la carrera de armamentos nucleares, fracasó en lograr su objetivo a finales de los 80: las protestas no afectaron las operaciones del campo de pruebas. Pero inspiró directamente la formación de un movimiento de protesta en la lejana Alma Ata en la primavera de 1989, que finalmente consiguió cerrar el campo de pruebas soviético en Kazajistán. El movimiento citaba a los activistas antinucleares de Nevada como fuente de inspiración 217
y expresaba su solidaridad con los nativos norteamericanos en cuyas tierras se localizaba el campo de pruebas. La probabilidad de que tus acciones de resistencia no puedan evitar la injusticia no te exime de actuar en favor de los intereses de tu comunidad que profesas sincera y reflexivamente. Así: no conviene a los intereses de Israel ser un opresor. Así: no conviene a los intereses de Estados Unidos ser una superpotencia, capaz de imponer su voluntad en cualquier país del mundo, a su capricho. Lo que conviene a los intereses de una comunidad moderna es la justicia. No puede estar bien oprimir y confinar sistemáticamente a un pueblo vecino. Sin duda es falso sostener que el asesinato, la expulsión, las anexiones, la construcción de muros —el conjunto de lo que ha contribuido a reducir a todo un pueblo a la dependencia, la penuria y la desesperanza— traerá la seguridad y la paz a los opresores. No puede estar bien que un presidente de Estados Unidos al parecer suponga que tiene el mandato de ser presidente del planeta, y que anuncie que aquellos que no están con Estados Unidos están con «los terroristas». Aquellos valerosos judíos israelíes, en ferviente y activa oposición a las políticas del actual gobierno de su país y que se han manifestado en nombre del apremio y los derechos de los palestinos, están defendiendo los verdaderos intereses de Israel. Los que se oponen a los planes hegemónicos mundiales del actual gobierno de Estados Unidos son patriotas que hablan en nombre de los intereses superiores de Estados Unidos. Más allá de estas luchas, merecedoras de nuestra apasionada adhesión, es importante recordar que en los pro218
gramas de resistencia política la relación de causa y efecto es serpentina y a menudo indirecta. Toda lucha, toda resistencia, es —debe ser— concreta. Y toda lucha tiene una resonancia mundial. Si no aquí, entonces allá. Si no ahora, entonces pronto: por doquier y aquí.
Al arzobispo Oscar Arnulfo Romero. A Rachel Corrie. Y a Ishai Menuchin y sus camaradas. Houston, Texas, 30 de marzo de 2003.
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PALABRAS DURADERAS
La Nación. Domingo 2/1/05
El domingo 4 de enero de 1987, Susan Sontag comenzó a colaborar en el Suplemento Cultura de La Nación. Publicamos citas de algunos de sus textos. «Las cartas son, a veces, una manera de mantener a alguien a la distancia. Pero para esto uno debe escribir muchísimas cartas —por lo menos una, a veces dos, por día. Si te escribo, no tengo que verte. Tocarte. Pasar mi lengua por tu piel.» «Las malas noticias son peores ahora. Verdaderamente malas. La clase de noticias que invita a lo ceremonioso. Él me escribió para consolarme en un estilo formal y florido que encontré desgarrador.» («La escena de la carta», 4/1/1987) *** «El consenso moral que dominó las conferencias de escritores de los treinta fue la lucha contra el fascismo y 220
el nazismo. Ahora, en retrospectiva, encontramos que lo político es más complejo y a menudo duplicado, tanto que al parecer sus luchas manifiestas se encubren.» («Cuando los escritores hablan entre ellos y frente al Estado», 12/4/1987) *** «Todo bailarín serio es guiado por la idea de perfección: expresividad perfecta, técnica perfecta. Lo que significa en la práctica no es que cualquiera sea perfecto, sino que siempre se elevan los niveles de interpretación.» («El bailarín y la danza», 31/5/1987) «La diversidad, seriedad, sutileza y densidad de la cultura europea constituyen un punto de apoyo de Arquímedes desde el cual, mentalmente, puedo mover el mundo. Eso no puedo hacerlo desde los Estados Unidos... desde lo que la cultura norteamericana me brinda como una colección de normas, como una herencia.» («La noción de Europa», 11/12/1988). *** «Con tiempo suficiente, con suficiente posteridad, un gran libro encuentra su lugar adecuado. Y tal vez algunos libros necesiten ser redescubiertos una y otra vez, Memórias Póstumas de Brás Cubas (Machado de Assis) es probablemente uno de esos libros conmovedoramente originales, radicalmente escépticos, que siempre causarán impresión en los lectores con la fuerza de un descubrimiento privado». («Posteridades: el caso de Machado de Assis», 11/11/1990) 221
LA FOTOGRAFÍA
Traducción de Aurelio Major Fuente: El Malpensante
Durante toda su vida, Susan Sontag ha tenido una fructífera obsesión con la fotografía. Hace poco optó por sacar unas cuantas conclusiones sobre el tema. Helas aquí.
1. La fotografía es, antes que nada, una manera de mirar. No es la mirada misma. 2. Es la manera ineludiblemente «moderna» de mirar: predispuesta en favor de los proyectos de descubrimiento e innovación. 3. Esta manera de mirar, que tiene ya una dilatada historia, conforma lo que buscamos y estamos habituados a notar en las fotografías. 4. La manera de mirar moderna es ver fragmentos. Se tiene la impresión de que la realidad es en esencia ilimitada y el conocimiento no tiene fin. De ello se sigue que todos los límites, todas las ideas unificadoras han de ser
engañosas, demagógicas; en el mejor de los casos, provisionales; casi siempre, y a la larga, falsas. Mirar la realidad a la luz de determinadas ideas unificadoras tiene la ventaja innegable de dar contorno y forma a nuestras vivencias. Pero también —así nos instruye la manera de mirar moderna— niega la diversidad y la complejidad infinitas de lo real. Por lo tanto reprime nuestra energía, nuestro derecho, en efecto, a refundar lo que deseamos refundar: nuestra sociedad o nosotros mismos. Lo que libera, se nos dice, es notar cada vez más cosas. 5. En una sociedad moderna las imágenes realizadas por las cámaras son la entrada principal a realidades de las que no tenemos vivencia directa. Y se espera que recibamos y registremos una cantidad ilimitada de imágenes acerca de lo que no vivimos directamente. La cámara define lo que permitimos que sea «real»; y sin cesar ensancha los límites de lo real. Se admira a los fotógrafos sobre todo si revelan verdades ocultas de sí mismos o conflictos sociales no cubiertos del todo en sociedades próximas y distantes de donde vive el espectador. 6. En la manera de conocer moderna, debe haber imágenes para que algo se convierta en «real». Las fotografías identifican acontecimientos. Las fotografías les confieren importancia a los acontecimientos y los vuelven memorables. Para que una guerra, una atrocidad, una epidemia o un denominado desastre natural sean tema de interés más amplio, han de llegar a la gente por medio de los diversos sistemas (de la televisión e internet a los periódicos y revistas) que difunden las imágenes fotográficas entre millones de personas.
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7. En la manera de mirar moderna, la realidad es sobre todo apariencia, la cual resulta siempre cambiante. Una fotografía registra lo aparente. El registro de la fotografía es el registro del cambio, de la destrucción del pasado. Puesto que somos modernos (y si tenemos la costumbre de ver fotografías somos, por definición, modernos), sabemos que las identidades son construcciones. La única realidad irrefutable —y nuestro mejor indicio de identidad— es cómo aparece la gente. 8. Una fotografía es un fragmento: un vislumbre. Acopiamos vislumbres, fragmentos. Todos almacenamos mentalmente cientos de imágenes fotográficas, dispuestas para la recuperación instantánea. Todas las fotografías aspiran a la condición de ser memorables; es decir, inolvidables. 9. Según la perspectiva que nos define como modernos, hay un número infinito de detalles. Las fotografías son detalles. Por lo tanto, las fotografías se parecen a la vida. Ser moderno es vivir hechizado por la salvaje autonomía del detalle. 10. Conocer es, sobre todo, reconocer. El reconocimiento es la modalidad del conocimiento que ahora se identifica con el arte. Las fotografías de las crueldades e injusticias terribles que afligen a la mayoría de las personas en el mundo parecen decirnos —a nosotros, que somos privilegiados y estamos más o menos a salvo— que deberíamos sublevarnos, que deberíamos desear que algo se hiciera para evitar esos horrores. Hay, además, otras fotografías que parecen reclamar un tipo de atención distinto. Para este conjunto de obras en curso, la fotografía no es una suerte de agitación social o moral, cuya meta 224
sea incitar a que sintamos algo y actuemos, sino una empresa de notación. Observamos, tomamos nota, reconocemos. Ésta es una manera más fría de mirar. La manera de mirar es lo que identificamos como arte. 11. La obra de los mejores fotógrafos comprometidos socialmente es a menudo condenada si se parece demasiado al arte. Y a la fotografía tenida por arte se le puede condenar de modo paralelo: marchita la emoción que nos llevaría a preocuparnos. Nos muestra acontecimientos y circunstancias que acaso deploremos y nos pide que mantengamos distancia. Nos puede mostrar algo en verdad horripilante y ser una prueba de lo que es capaz de tolerar nuestra mirada y que se supone que debemos aceptar. O a menudo simplemente nos invita —y esto es cierto en casi toda la fotografía contemporánea más brillante— a fijar la vista en la banalidad. Fijar la vista en la banalidad y también paladearla, recurriendo precisamente a los mismos hábitos de la ironía que se afirman mediante la surrealista yuxtaposición de consabidas fotografías en las exposiciones y libros más refinados. 12. La fotografía —insuperable modalidad del viaje, del turismo— es el principal medio moderno de ampliación del mundo. En cuanto rama del arte, la empresa fotográfica que hace más amplio el mundo tiende a especializarse en temas al parecer provocadores, transgresores. La fotografía puede estar diciéndonos: esto también existe. Y eso. Y aquello. (Y todo es «humano».) Pero ¿qué hemos de hacer con este conocimiento, si acaso es un conocimiento, digamos, del ser, de la anormalidad, de mundos marginados, clandestinos?
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13. Llámese conocimiento, llámese reconocimiento; de algo podemos estar seguros acerca de esta modalidad, singularmente moderna, de toda vivencia: la mirada, y el acopio de los fragmentos de la mirada, nunca pueden completarse. 14. No hay fotografía definitiva.
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ATAQUES TERRORISTAS
Escrito en 2001 Traducción Luis Miguel Aguilar Fuente: Laneta.apc.org
Para esta aterrorizada, triste estadunidense, y neoyorquina, al parecer Estados Unidos no ha estado nunca tan lejos de reconocer la realidad como ante la monstruosa dosis de realidad del martes 11 de septiembre. La desconexión entre lo que ocurrió y la manera en que podría entenderse, y las moralinas y las engañifas descaradas que buscaron vendernos como merolicos prácticamente todos nuestros personajes públicos (una excepción: el alcalde Giuliani) y los comentaristas de televisión (una excepción: Peter Jennings) es algo sobrecogedor, deprimente. Las voces autorizadas para seguir un evento así al parecer se habían unido en una campaña para atontar aún más al público. ¿Dónde se reconoce que éste no fue un ataque “cobarde” contra la “civilización” o la “libertad” o el “humanismo” o “el mundo libre”, sino un ataque contra Estados Unidos, la única y autoproclamada superpotencia en el mundo, y un ataque que se llevó a cabo a consecuencia de las políticas y los intereses y las acciones dirigidos por Estados Unidos? ¿Cuántos norteamericanos son conscien-
tes de los bombardeos en curso contra Irak? Y si la palabra “cobarde” se va a usar, sería más apto aplicarla a aquellos que matan a cuenta del desquite, y desde lo alto del cielo, que a aquellos dispuestos a morirse ellos mismos para matar a otros. En materia de valor (la única virtud moralmente neutral): puede decirse cualquier cosa de los perpetradores de la carnicería del martes, pero no que eran cobardes. Nuestros líderes se inclinan a convencernos de que todo está bien. Que Estados Unidos no tiene miedo. Que nuestro espíritu es inquebrantable. “Ellos” serán encontrados y tendrán su castigo (quienesquiera que sean “ellos”). Tenemos a un presidente robótico que nos asegura que el país aún está erguido. Un amplio espectro de personajes públicos que se oponen decididamente a las políticas que la administración Bush sigue en el extranjero, al parecer se sienten en libertad de no decir otra cosa sino que ellos están, junto con todo el pueblo norteamericano, unidos y sin temor detrás del presidente Bush. Los comentaristas nos informan que los centros de aflicción están operando. Por supuesto, no se nos muestra ninguna de las imágenes horrendas de lo que le ocurrió a la gente que trabajaba en el World Trade Center y en el Pentágono. Eso podría desalentarnos. No fue sino hasta el jueves que los funcionarios públicos (de nuevo, con la excepción del alcalde Giuliani) se atrevieron a dar algunos cálculos de las vidas que se perdieron. Se nos ha dicho que todo está, o estará, bien, aunque este fue un día que vivirá en la infamia y que Estados Unidos ya se encuentra en guerra. Pero no todo está bien. Y esto no fue Pearl Harbor. Se necesita pensar mucho, y quizás es algo que se está haciendo en Washington y en otras partes, sobre el fracaso colosal de la inteligencia y la contra—inteligencia es228
tadounidenses, sobre el futuro de la política estadounidense, más que nada en el Medio Oriente, y sobre lo que debe constituir un programa sensato de defensa militar en este país. Pero es claro que nuestros líderes —aquellos en cargos públicos, aquellos que aspiran a cargos públicos, aquellos que alguna vez tuvieron cargos públicos—, con la complicidad voluntaria de los principales medios, han decidido que al público no debe pedírsele que soporte mucho de la carga de la realidad. Nos parecían despreciables las perogrulladas autocelebratorias, con aplauso unánime, de los congresos del Partido Soviético. La unanimidad de la retórica mojigata, de la retórica oculta—realidades lanzada a chorros por casi todos los funcionarios estadunidenses y los comentaristas de los medios en estos últimos días es algo indigno de una democracia madura. Nuestros líderes nos han hecho saber que ellos consideran que su tarea es manipulativa: construcción de confianza y manejo de la aflicción. La política, la política de una democracia —que causa desacuerdos, que promueve la franqueza— ha sido reemplazada por la psicoterapia. Lamentémonos conjuntamente, sin duda alguna. Pero no nos atontemos conjuntamente. Unos cuantos restos de conciencia histórica pueden ayudarnos a entender lo que ha ocurrido, y lo que puede seguir ocurriendo. “Nuestro país es fuerte”, se nos dice una y otra vez. Yo soy alguien que no encuentra esto del todo consolador. ¿Quién puede dudar que Estados Unidos es fuerte? Pero no es todo lo que Estados Unidos debe ser.
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CUANDO SE SOSPECHA DEL PENSAMIENTO
Traducción de Claudia Martínez Fuente: Clarin.com 11-9-2002
Desde el 11 de setiembre del año pasado, la administración Bush le viene diciendo al pueblo norteamericano que Estados Unidos está en guerra. Pero la naturaleza de esta guerra es peculiar. Parece ser, dada la naturaleza del enemigo, una guerra sin un final previsible. ¿Qué tipo de guerra es? Hay antecedentes. Se sabe que las guerras contra enemigos como el cáncer, la pobreza y las drogas son guerras interminables. Siempre habrá cáncer, pobreza y drogas. Y siempre habrá terroristas despreciables, asesinos en masa como los que perpetraron el ataque hace un año, así como luchadores por la libertad (como la Resistencia Francesa y el Congreso Nacional Africano) que alguna vez fueron catalogados de terroristas por aquellos a quienes se oponían, pero a los que la historia se encargó de asignarles otro nombre. Cuando un presidente de Estados Unidos le declara la guerra al cáncer, a la pobreza o a las drogas, sabemos que esa «guerra» es una metáfora. ¿Alguien piensa que esta guerra —la guerra que Estados Unidos le declaró al 230
terrorismo— es una metáfora? Pero lo es y, además, una metáfora con consecuencias poderosas. En realidad, la guerra se reveló, no se declaró, ya que se considera que la amenaza es de por sí evidente. Las guerras reales no son metáforas. Y tienen principio y fin. Incluso el terrible conflicto entre Israel y Palestina algún día terminará. Pero esta guerra contra el terrorismo no puede terminar nunca. Ese es un indicio de que no se trata de una guerra sino de un mandato para expandir el uso del poder norteamericano. Cuando el gobierno le declara la guerra al cáncer, a la pobreza o a las drogas significa que el gobierno está pidiendo que se movilicen nuevas fuerzas para enfrentar el problema.. También significa que el gobierno no puede hacer mucho por solucionarlo. Cuando el gobierno le declara la guerra al terrorismo —siendo el terrorismo una red de enemigos multinacional y básicamente clandestina— significa que el gobierno se está dando permiso para hacer lo que quiere. Cuando quiera intervenir en alguna parte, lo hará. No tolerará ningún límite a su poder. La sospecha norteamericana de «embrollos» extranjeros es de larga data. Pero esta administración adoptó la postura radical de que todos los tratados internacionales son potencialmente hostiles a los intereses de Estados Unidos —ya que, al firmar un tratado sobre algo (ya sea cuestiones ambientales o el manejo de la guerra y el tratamiento de los prisioneros), Estados Unidos se compromete a obedecer convenciones que, algún día, podrían invocarse para limitar la libertad de acción de Estados Unidos para hacer cualquier cosa que, según el gobierno, beneficia los intereses del país. De hecho, ésa es la esencia de un tratado: limitar el derecho de quienes lo firman a una libertad de acción absoluta respecto del tema del tratado. Hasta ahora, ningún estado—nación respetable 231
adoptó la postura manifiesta de que ésta sea una razón para eludir los tratados. Describir la nueva política exterior de Estados Unidos como acciones emprendidas en tiempos de guerra es un fuerte factor de disuasión para llevar a cabo un debate sobre qué está sucediendo realmente. Esta negación a hacer preguntas ya era aparente inmediatamente después de los ataques del 11 de setiembre. Quienes objetaban el lenguaje de la jihad utilizado por el gobierno norteamericano (bien versus mal, civilización versus barbarie) fueron acusados de condonar los ataques o la legitimidad de los motivos detrás de ellos.
SIN DEBATE POSIBLE Según la consigna «debemos estar unidos», se consideraba que llamado a la reflexión era igual que disenso, y disenso, igual que falta de patriotismo. Lo que reclamaban quienes estaban a cargo de la política exterior de la administración Bush era indignación. La aversión al debate entre las principales figuras de los dos partidos sigue siendo evidente en los preparativos de las ceremonias de conmemoración del aniversario de los atentados —ceremonias que son vistas como parte de la afirmación continua de la solidaridad norteamericana contra el enemigo—. La comparación entre el 11 de setiembre de 2001 y el 7 de diciembre de 1941 nunca estuvo alejada de los pensamientos. Una vez más, Estados Unidos fue el blanco de un ataque sorpresivo letal que costó muchas vidas —en este caso, civiles—, muchas más que la cantidad de soldados y marinos que murieron en Pearl Harbour. Sin embargo, dudo de que el 7 de diciembre de 1942 se haya pensado 232
que hacían falta grandes ceremonias conmemorativas para mantener la moral alta y el país unido. Esa era una guerra real y, un año después, todavía estaba bien vigente. Esta es una guerra fantasma y, por lo tanto, necesita un aniversario. Un aniversario de este tipo cumple con varios propósitos. Es un día de luto. Es una afirmación de la solidaridad nacional. Pero de algo podemos estar seguros. No es un día de reflexión nacional. La reflexión, se dijo, podría perjudicar nuestra «claridad moral». Es necesario ser simple, claro y mostrarse unidos. Por lo tanto, se tomarán palabras prestadas, como el Discurso de Gettysburg, de una era pasada en la que la gran retórica era posible. Los discursos de Abraham Lincoln no eran simple prosa inspirada. Eran manifestaciones audaces de nuevos objetivos nacionales en un tiempo de guerra real y terrible. El Segundo Discurso Inaugural se atrevió a pregonar la reconciliación que debía producirse después de la victoria del norte en la guerra civil. La primacía del compromiso de poner fin a la esclavitud fue el punto de la exaltación de la libertad que hizo Lincoln en el Discurso de Gettysburg. Pero cuando se citan los grandes discursos de Lincoln de manera ritual, o se los recicla para la conmemoración, se vuelven absolutamente vacíos de significado. Hoy son gestos de nobleza. Las razones de su grandeza son irrelevantes. Esta apropiación anacrónica de la elocuencia ajena forma parte de la gran tradición del antiintelectualismo norteamericano: la sospecha del pensamiento, de las palabras. Ocultándose detrás de la hipocresía de que el ataque del 11 de setiembre fue demasiado horrible, demasiado devastador, demasiado doloroso, demasiado trági233
co como para expresarse en palabras, que las palabras no pueden llegar a expresar nuestra pena e indignación, nuestros líderes tienen una excusa perfecta para envolverse en las palabras de otros, hoy vacías de contenido. Decir algo podría ser polémico. En realidad, podría derivar en algún tipo de declaración y, por lo tanto, invitar a la refutación. Mejor es no decir nada. No digo que no estemos frente a un enemigo perverso y aborrecible que se opone a la mayoría de las cosas que más quiero —entre ellas, la democracia, el pluralismo, el secularismo, la igualdad de los sexos, los hombres sin barba, el baile, la escasa ropa y, claro, la diversión—. Y ni por un solo instante cuestiono la obligación del gobierno norteamericano de proteger las vidas de sus ciudadanos. Lo que sí cuestiono es la seudodeclaración de una seudo— guerra. Esas acciones necesarias no deberían considerarse una «guerra». No hay guerras interminables, pero sí hay declaraciones de la extensión del poder por parte de un Estado que cree que no puede ser desafiado. Estados Unidos tiene todo el derecho de perseguir a los perpetradores de esos crímenes y a sus cómplices. Pero esta determinación no necesariamente es una guerra. Los compromisos militares limitados y concentrados no se traducen en «tiempos de guerra» en casa. Hay mejores maneras de frenar a los enemigos de Estados Unidos, menos destructivas de los derechos constitucionales y de los acuerdos internacionales que sirven al interés público de todos, que seguir invocando la noción peligrosa y lobotomizante de una guerra interminable.
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LA LITERATURA ES LA LIBERTAD
Discurso que pronunció Susan Sontag al recibir el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes Origen: ZNet, 26 de octubre, 2003 Traducido por Héctor Mareque y revisado por Belén Martos Selma Fuente: zmag.org
Presidente Johannes Rau, Ministro del Interior Otto Schily, Ministra de Cultura Christina Weiss, Honorable Alcaldesa de Francfort Petra Roth, Vice—Presidenta de la Cámara de Diputados (Bundestag) Antje Vollmer, excelencias, distinguidos invitados, colegas homenajeados, amigos... entre ellos, querido Ivan Nagel: Es para mí una lección de humildad y una inspiradora experiencia poder hablar en el Paulskirche ante este público, recibir el premio que en los últimos 53 años los Libreros Alemanes han otorgado a tantos escritores, pensadores, y figuras públicas ejemplares a quienes admiro, y poder hablar en esta ocasión y en este lugar cargado de historia. Lo que hace que lamente aún más la ausencia deliberada del embajador norteamericano, el Sr. Daniel Coats, cuyo inmediato rechazo a la invitación que le extendió en junio la Asociación de Libreros para asistir a este evento, cuando se anunció el Premio de la Paz (Frie— denspreis) de este año, muestra que el embajador está más interesado en apoyar la posición ideológica y el rencor reaccionario de la Administración de Bush, antes que
en cumplir con su deber habitual como diplomático, que sería representar los intereses y la reputación de su país, que es también el mío. Supongo que el embajador Coats ha elegido no estar aquí hoy debido a las críticas que he vertido en diarios, entrevistas televisadas y columnas en revistas sobre la nueva tendencia radical de la política exterior norteamericana, como demuestran la invasión y la ocupación de Irak. Creo que el embajador debería estar aquí, ya que es una ciudadana del país que él representa ante Alemania la que recibe este importante premio. Un embajador de Estados Unidos debe representar a su país en su totalidad. Desde luego, yo no represento a EE.UU., ni siquiera a la importante minoría que no apoya el programa imperial del Sr. Bush y sus consejeros. Me gusta pensar que no represento sino a la literatura, es decir, a una cierta idea de la literatura, y a la conciencia, una cierta idea de la conciencia o el deber. Teniendo en cuenta, sin embargo, que la concesión de este premio, que proviene de un país europeo de envergadura, hace referencia a mi papel de ‘embajadora intelectual’ entre los dos continentes (huelga decir que el término ‘embajadora’ se refiere aquí a su sentido más débil, simplemente metafórico), no puedo dejar de compartir con ustedes algunos pensamientos respecto de la renombrada brecha entre Europa y EE.UU., que mis intereses y entusiasmos supuestamente tratan de superar. En primer lugar, se trata de una brecha (es un vacío que tal vez esté llenándose, ¿o se trata también de un conflicto?). Declaraciones airadas y despreciativas respecto a Europa (a ciertos países europeos), son ahora moneda corriente en el discurso político norteamericano; y aquí, al menos en los países ricos del lado occidental del continente, los sentimientos anti—norteamerica236
nos son más comunes, se escuchan con más frecuencia, y son más excesivos que nunca. ¿De qué conflicto se trata? ¿Tiene este conflicto raíces profundas? Creo que sí. Ha habido siempre un antagonismo latente entre Europa y Estados Unidos; antagonismo que es al menos tan complejo y ambivalente como el que existe entre padres y madres e hijas/os. Estados Unidos es un neo—país europeo, que hasta hace pocas décadas se nutrió poblacio—nalmente con una fuerte migración europea. Sin embargo, son las diferencias entre Europa y Estados Unidos las que más han llamado la atención de viajeros europeos calificados: Alexis de Tocqueville, que visitó esta joven nación en 1831 y luego regresó a Francia para escribir Democracia en los EE.UU. (que es aún, unos ciento setenta años más tarde, el mejor libro sobre mi país), y D.H. Lawrence, quien hace ochenta años publicó el libro más interesante que se haya escrito sobre la cultura norteamericana, su influyente y exasperante Estudios sobre la Literatura Clásica norteamericana, entendieron que EE.UU., el hijo de Europa, estaba convirtiéndose, o ya se había convertido, en la antítesis de Europa. Roma y Atenas. Marte y Venus. No han sido los autores de artículos populares recientes, a través de los cuales promueven la idea del inevitable conflicto de intereses y valores entre Europa y EE.UU., quienes inventaron estas antítesis. Varios extranjeros habían ya meditado sobre el tema, y habían establecido el marco creativo, la melodía recurrente que suena a lo largo de la literatura norteamericana del siglo XIX, que va desde James Feni— more Cooper y Ralph Waldo Emerson hasta Walt Whitman, Henry James, William Dean Howells, hasta Mark Twain. Inocencia norteamericana y sofisticación europea; pragmatismo norteamericano e intelectualismo europeo, energía norteamericana y cansancio europeo ante lo munda237
no; ingenuidad norteamericana y cinismo europeo; bondad norteamericana y malicia europea; moralismo norteamericano y el arte de la concesión europeo: ya conocen estas cantinelas. Se puede cambiar la coreografía; en realidad, se han bailado todo tipo de compases durante dos tumultuosos siglos. Los filoeuropeos han utilizado la vieja antítesis para identificar a EE.UU. con el barbarismo comercial que lo impulsa y a Europa con la alta cultura, mientras que los eurófobos se han guiado por un punto de vista preconcebido según el cual EE.UU. representa el idealismo, la apertura y la democracia, y Europa un refinamiento debilitante y snob. Tocqueville y Lawrence observaron algo más cruel aún: no sólo una declaración de independencia norteamericana respecto de Europa y de los valores europeos, sino también un socavamiento sostenido y el asesinato de los valores y el poder europeos. «Nunca se puede obtener algo nuevo sin romper algo viejo,» escribió Lawrence. «Europa resultó ser lo viejo; EE.UU. debe ser lo nuevo. Lo nuevo representa la muerte de lo viejo.» EE.UU., conjeturó Lawrence, se había puesto como objetivo destruir a Europa, y utilizaba la democracia como instrumento, en especial la democracia cultural y la democracia de las costumbres. Y cuando esta tarea se cumpliera, continuaba Lawrence, EE.UU. bien podría transformar su democracia en algo completamente diferente. (Tal vez sea ahora cuando esté surgiendo esa alternativa que reemplazaría a la democracia en EE.UU.) Les ruego paciencia, si hasta ahora todas mis referencias han sido exclusivamente literarias. Después de todo, una función de la literatura —de la literatura importante, necesaria— es la de ser profética. Lo que tenemos aquí es, en forma magnificada, la peren-
ne lucha literaria, o cultural, entre los antiguos y los modernos. El pasado es (o fue) Europa, y EE.UU. se fundó sobre la idea de romper con el pasado. En EE.UU. se considera que el pasado estorba e idiotiza y —con su modo de entender qué es prioritario y qué no lo es, y sus estándares sobre lo que es superior y lo que es mejor— esencialmente no democrático, o ‘elitista’, sinónimo que impera actualmente. Aquellos que hablan a favor de unos EE.UU. triunfantes continúan sugiriendo que la democracia norteamericana implica repudiar a Europa, y, sí, adoptar un cierto barbarismo liberador y saludable. Aunque la mayoría de los norteamericanos considere hoy a Europa más socialista que elitista, según el modelo norteamericano, Europa es aún un continente retrógrado que continúa con obstinación rigiéndose por criterios antiguos: el estado de bienestar. ‘Renuévalo’ no es sólo una consigna cultural; describe también una maquinaria económica que no deja de avanzar y abarcar al mundo entero. Sin embargo, si es necesario, aún lo ‘viejo’ puede ser rebautizado como ‘nuevo’. No es simple coincidencia que el resuelto secretario de Defensa norteamericano tratara de dividir a Europa [distinguiendo de manera inolvidable entre la ‘vieja’ Europa (mala) y una ‘nueva’ Europa (buena)]. ¿Cómo se llegó a que España, Italia, Polonia, Ucrania, Holanda, Hungría, la República Checa y Bulgaria, se encuentren entre los miembros de la ‘nueva’ Europa? Respuesta: apoyar a los EE.UU. en su actual expansión de poder político y militar implica, por definición, pasar a la categoría de lo ‘nuevo’. Quien quiera que esté con nosotros es ‘nuevo’. La razón que se aduce en todas las guerras modernas, aun cuando sus objetivos sean los tradicionales (como lograr una expansión territorial o apoderarse de recursos 239
naturales escasos), es la de una pretendida lucha entre civilizaciones —guerras culturales— donde cada lado alega estar en posesión de la razón, y a su vez califica al otro de bárbaro. El enemigo es invariablemente una amenaza a ‘nuestro modo de vida’, infiel, profanador y contaminador, un corruptor de valores superiores o mejores. La actual guerra en contra de la amenaza real de los militantes islámicos fundamentalistas representa un claro ejemplo. Vale la pena mencionar que una versión más blanda, en los mismos términos despreciativos, subyace al antagonismo entre Europa y EE .UU . Debe también recordarse que históricamente la retórica antinorteamericana más virulenta jamás escuchada en Europa —que consiste esencialmente en acusar a los norteamericanos de bárbaros— provino no de la llamada izquierda sino de la extrema derecha. Tanto Hitler como Franco vituperaron repetidamente a los EE.UU. (y al pueblo judío a nivel mundial) al acusarlos de contaminar la civilización europea con sus viles valores mercantiles. Desde luego, la mayoría de la opinión pública europea continúa admirando la energía norteamericana, la versión norteamericana de ‘lo moderno’. Además, sin duda ha habido siempre norteamericanos simpatizantes con los ideales culturales europeos (una de ellos se encuentra frente a ustedes ahora), que encuentran en las viejas artes europeas una corrección y una liberación de los persistentes prejuicios mercantilistas de la cultura norteamericana. A su vez, siempre ha existido la contraparte europea de estos norteamericanos: los europeos fascinados, cautivados, profundamente atraídos por los EE.UU., precisamente por ser diferentes de Europa. Lo que ven los norteamericanos es casi la inversa del cliché eurófilo: se ven a sí mismos como los defensores de la civilización. Las hordas bárbaras ya no se encuentran 240
a las puertas de nuestras ciudades. Están dentro, en cada próspera ciudad, planeando la devastación. Los países ‘productores de chocolate’ (Francia, Alemania, Bélgica) tendrán que hacerse a un lado, mientras un país con ‘voluntad’ —y con Dios de su parte— lleva a cabo su lucha contra el terrorismo (ahora confundido con el barbarismo). Según el secretario de Estado Powell, es ridículo que la vieja Europa (algunas veces parece que sólo se refiere a Francia) aspire a tener algún papel en el gobierno o la administración de los territorios que han sido ganados por la coalición del conquistador. La vieja Europa no tiene sus recursos militares, su gusto por la violencia, ni tampoco el apoyo de su mimada y demasiado pacífica población. Y los norteamericanos tienen razón. Los europeos no están dispuestos a lanzar ni una cruzada evangélica ni una belicosa. Por cierto, debo a veces pellizcarme para asegurarme de que no estoy soñando: lo que mucha gente en mi propio país objeta a Alemania, que infligió horrores al mundo durante casi un siglo —el nuevo ‘problema alemán’ por decirlo de alguna manera— es que los alemanes aborrecen la guerra; que la mayoría de la opinión pública alemana es ahora virtualmente... ¡pacifista! ¿Fueron alguna vez EE.UU. y Europa socios, amigos? Por supuesto. Pero quizás es cierto que los períodos de unidad —de sentimiento compartido— hayan sido excepciones más que la regla. Uno de tales periodos tuvo lugar desde la Segunda Guerra Mundial hasta la primera época de la Guerra Fría, momento en que los europeos estaban profundamente agradecidos por la intervención norteamericana, su auxilio y su apoyo. Los norteamericanos se sienten cómodos viéndose a sí mismos en el papel de salvadores de Europa. En consecuencia, los EE.UU. espe-
rarán que los europeos sientan siempre agradecimiento, un estado de ánimo que los europeos no sienten ahora. Desde el punto de vista de la ‘vieja’ Europa, los EE.UU. parecen dispuestos a derrochar la admiración —y la gratitud— de la mayoría de los europeos. La inmensa simpatía por los EE.UU., tras el ataque del 11 de septiembre de 2001, era genuina. (Puedo dar testimonio de su resonante ardor y sinceridad en Alemania; me encontraba en Berlín en ese momento.) Pero después se ha producido un distanciamiento creciente por ambas partes. Los ciudadanos de la nación más rica y poderosa en la historia tienen que saber que a EE.UU. el resto del mundo lo ama y envidia... y también se siente agraviado por él. Más de un viajero que haya visitado el extranjero sabe que los norteamericanos son considerados por muchos europeos como vulgares, rústicos e incultos, y ante ello no dudan en responder a tales expectativas con un comportamiento que insinúa el resentimiento de los ex colonizados. Y algunos europeos cultos, que aparentemente disfrutan en gran medida ya sea visitando EE.UU. o viviendo allí, atribuyen condescendientemente este hecho al ambiente liberador de la colonia donde uno puede deshacerse de las restricciones y cargas de la alta cultura de la ‘metrópolis’. Recuerdo una conversación con un director de cine alemán que estaba viviendo en ese momento en San Francisco, en la que él me decía que le encantaba estar en EE.UU. ‘porque ustedes no tienen cultura alguna’. Para más de un europeo, y debe mencionarse, incluso para D.H. Lawrence (‘allá la vida proviene de las raíces, imperfecta pero vital’, le escribía a un amigo en 1915, en los momentos en que planeaba vivir en los EE.UU.), EE.UU. es el gran escape. Y viceversa: Europa fue el gran escape para generaciones de norteamericanos que buscaban ‘cultura’. 242
Desde luego, me refiero a minorías aquí, minorías dentro del grupo de los privilegiados. Los EE.UU. se ven ahora como los defensores de la civilización y los salvadores de Europa, y se preguntan por qué los europeos no logran comprender esta cuestión; por su parte, los europeos ven a EE.UU. como un estado guerrero imprudente: a ello los EE.UU. responden que Europa es su enemiga. Un discurso ahora predominante en EE.UU. afirma que los europeos sólo pretenden ser pacifistas para debilitar el poder norteamericano. Los norteamericanos creen que Francia, en particular, trama igualar o aún superar a su país en su grado de influencia en las cuestiones internacionales —«La operación EE.UU. debe fracasar» es el título inventado por un columnista del diario New York Times para describir la estrategia francesa de dominación—, en lugar de comprender que una derrota norteamericana en Irak alentará a «los grupos musulmanes extremistas (desde Bagdad a los barrios pobres de París)» a continuar con su yihad contra la tolerancia y la democracia. Es difícil para la gente evitar ver el mundo en términos polarizados («ellos» y «nosotros») y son estos términos los que han fortalecido en el pasado el componente aislacionista en la política exterior norteamericana, tanto como ahora fortalecen el componente imperialista. Los norteamericanos se han acostumbrado a concebir el mundo en términos de enemistades. Los enemigos se encuentran en otro lugar, ya que la guerra se desarrolla siempre «fuera», y el fundamentalismo islámico ha reemplazado al comunismo ruso y chino como la amenaza implacable y furtiva a «nuestro modo de vida». Y el término «terrorista» es más flexible aún de lo que lo era la palabra «comunista». Puede unificar un número mayor de intereses y luchas muy diversas. Esta guerra será interminable por 243
esa causa, ya que siempre habrá alguna forma de terrorismo (al igual que siempre existirá la pobreza y el cáncer); es decir, habrá siempre conflictos asimétricos en los cuales el lado más débil recurra a esa forma de violencia y ataque con frecuencia a civiles. La retórica norteamericana, y quizás también el estado de ánimo del pueblo en general, apoyarían esta perspectiva desacertada, ya que la lucha por la rectitud no tiene fin. Gracias al genio de EE.UU. que, a pesar de ser un país tan profundamente conservador que los europeos difícilmente lo comprenden, se ha podido crear un pensamiento conservador que prefiere lo nuevo a lo viejo. Pero esto también implica que de la misma manera en que EE.UU. parece un país extremadamente conservador —como se observa, por ejemplo, en el extraordinario poder del consenso y la pasividad y en el conformismo de la opinión pública (como Tocqueville apuntó en 1831), y de los medios de comunicación masiva— es también radical, incluso revolucionario, de una manera que los europeos encuentran también difícil de desentrañar. Seguramente, parte del enigma surge de la falta de congruencia entre el discurso oficial y la realidad de las personas. Los norteamericanos exaltan constantemente las «tradiciones»; las letanías a los valores de la familia ocupan un lugar central en los discursos de todos los políticos. Sin embargo, la cultura norteamericana corroe enormemente la vida familiar, al igual que todas las tradiciones, excepto aquellas que han sido redefinidas como «identidades» y que pueden ser aceptadas como parte de patrones más amplios de distinción, cooperación y apertura hacia la innovación. Quizás, la fuente más importante del nuevo (y del no tan nuevo) radicalismo norteamericano es algo que solía 244
considerarse como una fuente de valores conservadores: es decir, la religión. Muchos comentaristas han observado que la mayor diferencia entre EE.UU. y la mayoría de los países europeos (tanto en la Europa vieja como la nueva, de acuerdo a la distinción norteamericana actual) radica quizás en que la religión en EE.UU. tiene aún un papel preponderante en la sociedad y en el discurso público. Pero es ésta una religión al estilo norteamericano: es más una idea sobre la religión que la religión en sí misma. Es cierto que, durante la campaña presidencial de George Bush de 2000, un periodista tuvo la ocurrencia de preguntarle al candidato que citara su «filósofo preferido»; la respuesta, que fue bien recibida —y que hubiera convertido en un hazmerreír a cualquier candidato a un cargo importante por un partido centrista en cualquier país europeo— fue «Jesucristo». Por supuesto que Bush no quería decir con esa respuesta, y nadie lo malentendió, que si ganaba las elecciones su Gobierno se sentiría obligado a seguir los preceptos o los programas sociales que enunció Jesús. La sociedad norteamericana es de carácter religioso, en general. Es decir, en EE.UU. no es importante qué religión siga uno, siempre que se tenga una. Sería imposible que existiera una religión dominante, o incluso una teocracia, que fuera sólo cristiana (o perteneciente a una confesión cristiana en particular). En EE.UU. la religión debe ser algo que se pueda escoger. Esta idea de la religión, moderna y relativamente carente de substancia, construida sobre la idea de la elección consumista, es la base del conformismo, el fariseísmo y el moralismo norteamericano (que los europeos confunden a menudo, de forma condescendiente, con el puritanismo). Independientemente de las creencias his245
tóricas que las diferentes religiones norteamericanas dicen representar, todas predican algo similar: cambios en el comportamiento personal, el valor del éxito, cooperación comunitaria, tolerancia de las elecciones que adoptan otras personas. (Todas éstas son virtudes que promueven y mitigan el funcionamiento del capitalismo consumista). El simple hecho de ser una persona religiosa asegura respetabilidad, fomenta el orden, y garantiza que sean intenciones virtuosas las que guían la misión norteamericana de conducir al mundo. Lo que se divulga —se llame democracia, libertad, o civilización— es tanto parte de un proceso en marcha como la esencia misma del progreso. No existe otro lugar en el mundo donde el sueño de progreso de la Ilustración tenga una acogida tan propicia como en EE.UU.
DESMITIFICACIÓN DE POLARIDADES ¿Estamos entonces tan separados? Es extraño que ahora que Europa y EE.UU. se asemejan tanto culturalmente, nunca hayan estado tan separados. A pesar de todas las similitudes existentes en la cotidianeidad de los ciudadanos de los países europeos ricos y de los EE.UU., la brecha entre la experiencia europea y la norteamericana es genuina, y se origina a partir de importantes diferencias en la historia, nociones sobre el papel de la cultura, y recuerdos reales e imaginados. El antagonismo —si es que existe un antagonismo— no se resolverá en un futuro inmediato, a pesar de la buena voluntad de mucha gente a ambos lados del Atlántico. Y sin embargo, una no puede sino deplorar la actitud de los que desean aprovechar tales diferencias al máximo, cuando en realidad tenemos tanto en común. 246
La dominación de EE.UU. es una realidad. Pero EE.UU., como está empezando a entender el actual Gobierno, no puede hacerlo todo. El futuro del mundo —del mundo que compartimos— es sincrético e impuro. No estamos aislados unos de otros. Cada vez estamos más relacionados unos con otros. En última instancia, el modelo que permitirá lograr algún grado de entendimiento o conciliación, consiste en tener más en cuenta la venerable oposición entre «lo viejo» y «lo nuevo». La oposición entre «civilización» y «barbarie» es esencialmente condicionante; no es conveniente pensar y pontificar sobre esa base (aunque pueda reflejar ciertas innegables realidades). Sin embargo, la oposición entre «lo viejo» y «lo nuevo» es genuina e irradicable, y constituye la esencia de la experiencia misma tal como la entendemos. «Lo viejo» y «lo nuevo» son los polos perennes de todo sentimiento y sentido de la orientación en el mundo. No podemos prescindir de lo viejo, ya que hemos invertido en ello nuestro pasado, nuestra sabiduría, nuestros recuerdos, nuestra tristeza, nuestro sentido de la realidad. No podemos prescindir de la fe en lo nuevo, ya que en lo nuevo hemos invertido toda nuestra energía, nuestra capacidad de ser optimistas, nuestros ciegos anhelos biológicos, nuestra habilidad para olvidar: la sana habilidad que hace posible la reconciliación. La vida interior tiende a desconfiar de lo nuevo. Una vida interior fuertemente desarrollada se resistirá especialmente a lo nuevo. Se nos ha dicho que debemos elegir entre lo viejo o lo nuevo. En realidad, debemos elegir ambos. ¿Qué es la vida sino el resultado de una serie de negociaciones entre lo viejo y lo nuevo? Creo que debemos evitar siempre estas oposiciones tan rígidas. 247
Lo viejo versus lo nuevo, naturaleza versus cultura: quizá sea inevitable que los grandes mitos de nuestra vida cultural sean representados no solamente dentro de un marco histórico sino también geográfico. Sin embargo, no son más que mitos, frases gastadas, estereotipos; la realidad es mucho más compleja. He dedicado gran parte de mi vida a tratar de desmitificar estos modos de pensamiento que polarizan y generan opuestos. Esto significa, traducido a términos políticos, apoyar lo pluralista y lo laico. Realmente preferiría vivir, al igual que algunos norteamericanos y muchos europeos, en un mundo multilateral, un mundo que no fuera dominado por ningún país en particular (el mío incluido). Durante este siglo, que ya promete ser otro siglo más de extremos, de horrores, podría expresar mi apoyo a toda una serie de principios tendentes a mejorar la situación. Apoyaría, en particular, lo que Virginia Woolf llamaba «la melancólica virtud de la tolerancia». Prefiero mejor hablar como escritora, como una defensora de la actividad literaria, ya que de ahí es de donde surge la única autoridad que poseo. La escritora que hay en mí desconfía de la buena ciudadana, la «embajadora intelectual», la activista de derechos humanos. Todos esos roles que la concesión de este premio enumera, más allá de mi alto grado de compromiso con ellos. La escritora es más escéptica, duda más de sí misma que la persona que trata de hacer lo correcto y apoyar la causa correcta. Una de las funciones de la literatura es la de formular preguntas y cuestionar las ideas ortodoxas reinantes. Y aun cuando el arte no es de oposición, el mundo de las letras tiende a ser contestatario. La literatura es diálogo; sensibilidad. Podría definirse a la literatura como la historia de las diferentes respuestas sensibles del géne248
ro humano ante lo que está vivo y lo que está moribundo como resultado de la evolución de las culturas y de la interacción de unas culturas con otras. Los escritores pueden hacer algo para combatir estos tópicos respecto de nuestra separación, nuestra diferencia —ya que los escritores son hacedores, y no simplemente transmisores, de mitos—. La literatura ofrece no solamente mitos sino también contra-mitos, del mismo modo que la vida ofrece contra-experiencias (experiencias que nos hacen dudar de aquello que uno suponía que pensaba, sentía o creía). Creo que el escritor es alguien que presta atención al mundo, lo que significa tratar de entender, observar, y conectar con los diferentes actos de maldad que los humanos son capaces de realizar; y a la vez no corromperse —volviéndose cínico, superficial— al lograr esta comprensión de la naturaleza humana. La literatura puede decirnos cómo es el mundo. La literatura puede establecer normas y transmitir un conocimiento profundo, personificado a través del lenguaje, en la narrativa. La literatura puede entrenarnos y ejercitar además nuestra habilidad para llorar por quienes no somos nosotros ni son los nuestros. ¿Quiénes seríamos si no pudiéramos simpatizar con los que no somos nosotros ni son los nuestros? ¿Quiénes seríamos si no pudiéramos olvidarnos de nosotros mismos, al menos durante algún tiempo? ¿Quiénes seríamos si no pudiéramos aprender? ¿O perdonar? ¿O convertirnos en algo diferente de lo que somos?
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ESCAPAR DE LA PRISIÓN DE LA VANIDAD NACIONAL
En esta ocasión en la que recibo este magnífico premio, este magnífico premio alemán, permítanme que les cuente algo sobre mi trayectoria. Pertenezco a una tercera generación norteamericana de origen polaco y judío lituano. Nací dos semanas antes de que Hitler asumiera el poder. Crecí en el interior de EE.UU., en Arizona y California, lejos de Alemania, y sin embargo durante toda mi niñez estuve obsesionada con Alemania, con la monstruosidad de Alemania, y con los libros y la música alemanes que amaba, y que a su vez establecieron mi criterio sobre las expresiones artísticas elevadas e intensas. Aún antes de Bach y Mozart y Beethoven y Schubert y Brahms, ya había algunos libros alemanes [importantes para mí]. Recuerdo a un maestro de escuela primaria en una pequeña ciudad del sur de Arizona, el Sr. Starkie, que logró la admiración de sus alumnos al contarnos que había combatido en el ejército de Pershing en México contra Pancho Villa: este viejo veterano de una antigua aventura imperialista norteamericana había sido, al parecer, afectado —en versión traducida— por el idealismo de la literatura alemana, y percibiendo mi especial interés por los libros, me prestó sus propias copias del Werther y del Immensee. Poco después, durante mi infantil orgía lectora, el azar me condujo al encuentro de otros libros alemanes, incluyendo el relato de Kafka En la colonia penal, donde descubrí el temor y la injusticia. Y pocos años más tarde, cuando era una estudiante de secundaria en Los Angeles, encontré todo sobre Europa en una novela alemana. No ha habido otro libro más importante en mi vida que 250
La Montaña Mágica, que trata precisamente del choque de ideales como esencia de la civilización europea. Y así sucesivamente, a través de una larga vida que ha estado impregnada de la alta cultura alemana. De hecho, tras los libros y la música, que supusieron, dado el desierto cultural en el que vivía, experiencias prácticamente clandestinas, llegaron las experiencias reales. Porque también soy una beneficiaria tardía de la diáspora cultural alemana, y he tenido la buenísima fortuna de llegar a conocer bien a algunos de los incomparablemente brillantes refugiados que creó Hitler, aquellos escritores y artistas y músicos y académicos que EE.UU. recibió en la década de los 30 y que tanto enriquecieron al país, especialmente a sus universidades. Permítanme citar a dos de ellos, a los que tuve el privilegio de tener como amigos durante los últimos años de mi adolescencia y los primeros años de mi tercera década, Hans Gerth y Herbert Marcuse; aqueéllos con los que estudié en la Universidad de Chicago y en Harvard, Christian Mackauer, Paul Tillich y Peter Heinrich von Blanckenhagen, y en seminarios privados, Aron Gurwitsch y Nahum Glatzer; y Hannah Arendt, a quien conocí después de mudarme a Nueva York cuando tenía aproximadamente veinticinco años: tantos modelos de seriedad, cuyo recuerdo quisiera evocar aquí. Pero nunca olvidaré que mi encuentro con la cultura alemana, con la seriedad alemana, comenzó con el abstruso y excéntrico Sr. Starkie (no creo haber sabido nunca su nombre), que fue mi maestro cuando yo tenía diez años, y al que jamás volví a ver. Y todo esto me lleva a una historia, con la que voy a concluir: creo que es lo adecuado, dado que fundamentalmente no soy ni una embajadora cultural ni una ferviente crítica de mi propio Gobierno (tarea que cumplo como 251
buena ciudadana norteamericana). Soy una contadora de historias. Así, vuelvo al tiempo en que yo tenía diez años, y encontraba algo de alivio de las cansadas obligaciones de ser una niña al leer con pasión los gastados volúmenes de Goethe y Storm que el maestro Starkie me había prestado. Me refiero a 1943, época en la que tenía conocimiento de que existía un campo de prisioneros con miles de soldados alemanes, soldados nazis, por supuesto, como yo los concebía, en la parte norte del estado, y teniendo en cuenta que era judía (aunque sólo lo fuera nominalmente, ya que mi familia era desde hacía dos generaciones totalmente laica e integrada; sabía que serlo nominalmente era suficiente para los nazis), me acosaba una pesadilla recurrente en la que los soldados nazis habían escapado de la prisión y habían logrado llegar al sur del estado donde estaba el chalé en el que vivía con mi madre y mi hermana en las afueras de la ciudad, y estaban a punto de matarme. Adelantémonos ahora a muchos años más tarde, a la década de los 70, cuando Hanser Verlag comenzó a publicar mis libros, y llegué a conocer al distinguido Fritz Arnold (había comenzado a trabajar en la empresa en 1965), que sería mi editor hasta su muerte en febrero de 1999. Durante uno de nuestros primeros encuentros, Fritz me dijo que deseaba contarme —supongo que lo consideraba un requisito previo a una futura amistad que pudiera surgir entre ambos— lo que había hecho durante la guerra. Le aseguré que no me debía explicación alguna; pero, por supuesto, valoré mucho el hecho de que él mencionara el tema. Quisiera agregar que Fritz Arnold no fue el único alemán de su generación (había nacido en 1916) que, después de conocerlo o conocerla, insistió en 252
contarme qué había hecho durante el periodo nazi. Y no todas las historias que escuché fueron tan inocentes como la que me contó Fritz. De todas maneras, Fritz me contó que era estudiante universitario de literatura e historia del arte, primero en Munich y más tarde en Colonia, cuando, a comienzos de la guerra, fue reclutado con el grado de cabo en las fuerzas armadas (Wehrmacht). Su familia no era pro-nazi en absoluto —su padre era Karl Arnold, el legendario caricaturista político de Simplicissimus —, pero emigrar no era una opción que su familia hubiera siquiera considerado, y aceptó con temor la obligación de unirse al servicio militar, con la esperanza de no tener que matar a nadie y no terminar él mismo muerto. Fritz fue uno de los pocos que tuvo suerte. Fue afortunado al haber sido enviado primero a Roma (donde rechazó la invitación de su superior de nombrarlo teniente), luego a Túnez; afortunado también de haber permanecido detrás de las líneas de combate y no haber nunca tenido que utilizar un arma de fuego; y finalmente, fue afortunado, si es ésta la palabra correcta, por haber caído prisionero de los norteamericanos en 1943, haber sido transportado en barco junto con otros soldados alemanes capturados, a través del Atlántico hasta Norfolk, Virginia; y más tarde en tren a través del continente a pasar el resto de la guerra en un campo de prisioneros en... el norte de Arizona. Tuve entonces el placer de poder contarle, mientras suspiraba asombrada, y dado que ya había comenzado a tener mucha simpatía por él —éste fue el comienzo tanto de una gran amistad como también de una intensa relación profesional—, que mientras él era prisionero de guerra en el norte de Arizona, yo estaba en la parte sur del estado, aterrorizada ante la presencia de los soldados 253
nazis que estaban por todas partes, y de los que no podría escapar. Entonces Fritz me contó que lo que le permitió sobrellevar los casi tres años que pasó en el campo de prisioneros en Arizona fue que se le permitió acceder a libros: había pasado esos años leyendo y releyendo los clásicos ingleses y norteamericanos. Y yo le conté que como estudiante en la escuela primaria en Arizona, y mientras esperaba poder crecer y escapar hacia una realidad más vasta, me salvó la lectura de libros, tanto los traducidos como los que habían sido escrito originalmente en inglés. El acceso a la literatura, a la literatura universal, me permitió escapar de la prisión de la vanidad nacional, de la falta de cultura, del obligatorio provincialismo, de la educación formal inane, de destinos imperfectos y de la mala suerte. La literatura fue el pasaporte para ingresar a una vida más amplia; es decir, la zona de la libertad. La literatura era la libertad. Especialmente ahora que los valores de la lectura y de la introspección están siendo desafiados con tanto vigor, la literatura es la libertad.
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CARTA A KENZABURO OÉ
11/7/99, fragmento Sontag, S. y K. Oé. "La seriedad como proyecto", en revista Letra Internacional, nº 66, primavera 2000:13.
«El ácido vendaval de la modernidad se ha llevado muchas cosas. Pero lo que no desaparecerá es la pasión, porque vivimos dentro de cuerpos, porque tenemos ojos y orejas y lenguas y narices y dedos y piel. Lo que no desaparecerá es la alegría, en la medida en que nazcan niños, y en la medida en que haya algo que nos aproxime a la ‘naturaleza’, y en la medida en que haya literatura y arte y música y baile. Lo que no desaparecerá serán el dolor y la enfermedad y la muerte. Lo que no desaparecerá será la maldad humana.»
TRADUCIR PARA COMPARTIR
Traducción: Aurelio Major Domingo 30/11/03 - La Nación
La autora de El amante del volcán asistió a la cátedra San Jerónimo del Queen Elizabeth Hall para leer una conferencia sobre la traducción. El texto, del que se reproducen fragmentos, opone la actitud de los traductores que prefieren conservar en sus versiones algo de la extrañeza de la lengua original a los que buscan anular toda diferencia. Además, Sontag recuerda el papel que la literatura traducida tuvo en sus comienzos como lectora y comenta la experiencia de algunos empleados de la India obligados a inventarse una identidad norteamericana.
Traducir significa muchas cosas, entre ellas, poner en circulación, transportar, diseminar, explicar, hacer (más) asequible. Comenzaré con la proposición —exagerada si se quiere— de que por traducción literaria entendemos, podríamos entender, la traducción del reducido porcentaje de libros publicados que en efecto vale la pena leer,
es decir, que vale la pena releer. Argumentaré que el adecuado examen del arte de la traducción literaria es en esencia una declaración sobre el valor de la propia literatura. Además de la evidente necesidad de que el traductor facilite el establecimiento de una provisión para la literatura en cuanto pequeño y prestigioso negocio de exportación e importación; además del papel indispensable que traducir desempeña en la cimentación de la literatura como deporte competitivo practicado nacional e internacionalmente (con rivalidades, equipos y lucrativos premios); además de los incentivos mercantiles, agonistas y lúdicos para ejercer la traducción, hay uno más antiguo, manifiestamente evangélico, más difícil de admitir en estos tiempos tan conscientes de su impiedad. En el que llamo incentivo evangélico, el propósito de la traducción es incrementar el conjunto de lectores de un libro tenido por importante. Supone que unos libros son mejores que otros de modo discernible, que el mérito literario tiene forma piramidal y que es imperativo que las obras próximas a la cúspide estén al alcance de cuantos sea posible, lo cual significa ser ampliamente traducidas y retraducidas con la frecuencia que sea factible. Está claro que semejante concepto de la literatura supone que se pueda alcanzar un consenso aproximado sobre las obras esenciales. Esto no implica pensar que el consenso —o el canon— está fijado para siempre y no puede modificarse. [...] El tema de discusión más viejo sobre las traducciones es el papel de la precisión y la fidelidad. Sin duda hubo traductores en el mundo antiguo cuyo modelo era la estricta fidelidad literal (¡y al diablo la eufonía!), una postura que defendió con impresionante obstinación Vladimir Nabokov en su anglización de Eugenio Oneguin. ¿Cómo explicar la temeraria insistencia del propio San 257
Jerónimo (circa 331-420), el primer intelectual (que yo conozca) del mundo antiguo que reflexiona ampliamente, en prólogos y correspondencia, sobre la tarea de la traducción, de que el sacrificio del sentido y de la gracia es el resultado inevitable del intento de reproducir con fidelidad las palabras e imágenes del autor. ¿Cuál es el mejor modo de abordar la inherente imposibilidad de traducir? Para Jerónimo no hay duda del procedimiento, tal y como explica una y otra vez en los prólogos a sus diversas traducciones. En una epístola a Panmaquio, redactada en 396, cita a Cicerón y concuerda en que la única manera apropiada de traducir es «con las mismas ideas, con sus formas y figuras, pero con palabras acomodadas a nuestro uso. No me pareció tener que traducir palabra por palabra sino conservar la propiedad y la fuerza [...]» San Jerónimo estaba traduciendo —del hebreo y del griego— al latín. El idioma al que traducía era y así lo fue durante muchos siglos, un idioma internacional. Estoy pronunciando esta conferencia en el nuevo idioma internacional, el cual, según los cálculos, es la lengua materna de más de trescientos cincuenta millones de personas, y la segunda lengua de decenas de millones en el mundo entero. [...] Cada día cuando me siento a escribir me maravilla la riqueza del idioma que tengo el privilegio de usar. Pero mi orgullo del inglés entra de algún modo en conflicto con mi conciencia de otra clase de privilegio lingüístico: escribir en un idioma que todos, en principio, están obligados a —y desean— entender. Aunque parezca idéntica en la actualidad al dominio mundial de la incomparable y colosal superpotencia de la que soy ciudadana, la esencial ascendencia a lingua franca internacional del idioma en el cual escribió Sha258
kespeare fue una especie de golpe de suerte. Uno de los momentos clave fue la adopción en los años veinte (me parece) del inglés como lengua internacional de la aviación civil. Para que los aviones circularan con seguridad, los que los pilotaban y los que dirigían su vuelo debían tener una lengua común. Un piloto italiano que aterriza en Viena habla con la torre en inglés. Un piloto austríaco que aterriza en Nápoles habla con la torre en inglés. [...] Con mucho más ímpetu y, me parece, de modo decisivo, la ubicuidad de las computadoras —el vehículo de otra forma de transporte: el transporte mental— ha precisado de una lengua dominante. Si bien las instrucciones de su interfaz están probablemente en su idioma natal, la navegación por Internet y el empleo de buscadores —es decir, la circulación internacional en la computadora— precisa del conocimiento del inglés. El inglés se ha convertido en el idioma común que unifica las disparidades lingüísticas. La India cuenta con dieciséis «lenguas oficiales» (aunque se hablan muchas más lenguas vernáculas), y no hay modo de que, dada su presente composición y diversidad, incluidos ciento ochenta millones de musulmanes, vaya algún día a ponerse de acuerdo, digamos, en que el hindi, la lengua oficial más importante, se convierta en lengua nacional. La que precisamente podría serlo no es una lengua indígena, sino la del conquistador, la de la época colonial. Justo porque es foránea, extranjera, se puede convertir en la lengua que unifique a un pueblo permanentemente diverso: el único idioma que todos los indios acaso tengan en común no sólo es, sino que tiene que ser, el inglés. [...] Esta mundialización del inglés tiene ya un efecto perceptible en la fortuna de la literatura, es decir, de la traducción. Sospecho que menos obras de literatura extran259
jera, sobre todo procedentes de lenguas que se tienen por menos importantes, se están traduciendo al inglés que, digamos, hace veinte o treinta años. Pero muchos más libros escritos en inglés están siendo traducidos a otras lenguas. En la actualidad es muy infrecuente que una novela extranjera se encuentre en la lista de los libros más vendidos de The New York Times, como ocurría hace veinte, treinta o cincuenta años. [...] La primera crítica, y acaso todavía definitiva, de la idea —expuesta con tanto vigor por Jerónimo— de que es tarea del traductor verter de nuevo y por completo la obra a fin de avenirse con el espíritu del nuevo idioma, la formuló el teólogo protestante alemán Friedrich Schleiermacher (1778-1834) en su gran ensayo «Sobre los diferentes métodos de traducir», escrito en 1813. Al argüir que «leer bien» no es el modelo fundamental para juzgar el mérito de una traducción, Schleiermacher no implica, desde luego, todas las traducciones, sino sólo las literarias, las que conllevan lo que de modo atractivo llama «la santa gravedad de la lengua». [...] Para Schleiermacher la traducción —mucho más que un servicio prestado al comercio, al mercado— es una necesidad compleja. Hay un valor intrínseco en dar a conocer, a través de una frontera lingüística, un texto esencial. También hay un valor al vincularnos con algo distinto de lo conocido, con la alteridad misma. Para Schleiermacher un texto literario no es sólo su sentido. Es, en primer lugar, el idioma en que está escrito. Y de igual modo que cada persona tiene una identidad medular, cada persona tiene, en esencia, sólo un idioma. [...] Diecisés siglos después de San Jerónimo, pero poco más de un siglo después del ensayo capital de Schleiermacher sobre la traducción, vino la tercera de las que a 260
mi juicio son las reflexiones ejemplares sobre el propósito y los deberes del traductor. Es el ensayo titulado «La tarea del traductor» que Walter Benjamin escribió, en 1923, como prólogo a su traducción de los Tableaux Parisiens de Baudelaire. Al trasladar el francés de Baudelaire al alemán, nos dice,no está obligado a que Baudelaire suene como si hubiese escrito en alemán. Al contrario, su obligación es mantener la impresión que habría tenido un lector alemán de algo diferente. [...] La razón de Benjamin para preferir una traducción que revela su alteridad es muy distinta de la de Scheleiermacher. No es porque desee promover la autonomía y la integridad de los idiomas individuales. El pensamiento de Benjamin está en el polo opuesto del ideario nacionalista. Es una consideración metafísica, que proviene de su concepto de la naturaleza misma de la lengua y según la cual la propia lengua exige los esfuerzos del traductor. Cada lengua es parte de la Lengua, la cual es mayor que toda lengua individual. Cada obra literaria individual es parte de la literatura, la cual es mayor que toda literatura en cualquier idioma. Algo parecido a este punto de vista —que situaría la traducción en el centro del empeño literario— es lo que he intentado respaldar con estas observaciones. La naturaleza de la literatura tal como ahora la entendemos —y me parece que la entendemos de modo correcto— es la circulación, por motivos diversos y necesariamente impuros. La traducción es el sistema circulatorio de las literaturas del mundo. La traducción literaria, creo, es sobre todo una tarea ética, una tarea que refleja y duplica el papel de la propia literatura, lo cual amplía nuestras simpatías; educa nuestro corazón y entendimiento; crea introspección; afirma y profundiza nuestra con261
ciencia (con todas sus consecuencias) de que otras personas distintas de nosotros, en verdad existen. Tengo la edad para haber crecido, en el suroeste de Estados Unidos, creyendo que había algo llamado literatura en inglés, de la cual la literatura estadounidense era una rama. El escritor que más me importó de niña fue Shakespeare [...] Además de Shakespeare, recontado o en directo, estaban Winnie the Pooh, El jardín secreto, los Viajes de Gulliver y las Brontë (primero Jane Eyre, después Cumbres borrascosas) y The Cloister and the Hearth (El claustro y el hogar) y Dickens (las primeras fueron David Copperfield, Canción de Navidad e Historia de dos ciudades), mucho Stevenson (Secuestrado, La isla del tesoro, El extraño caso del doctor Jkyll y Mr. Hyde) y El príncipe feliz de Oscar Wilde... Desde luego, también había libros estadounidenses, como los relatos de Poe y Mujercitas y las novelas de Jack London y Ramona. Pero en aquella época distante, todavía reflexiva y refinada, de cultura anglófila, parecía de lo más normal que la mayoría de los libros que yo leía procedieran de otros lugares, un lugar más antiguo, como la lejana, emocionante y exótica Inglaterra. Cuando el «otro lugar» fue más amplio, cuando mis lecturas —siempre en inglés, desde luego— llegaron a incluir libros maravillosos que no habían sido escritos originalmente en inglés, cuando continué con la literatura mundial, la transición fue casi imperceptible. Dumas, Hugo y de ahí en adelante... sabía que ya estaba leyendo autores «extranjeros». No se me ocurrió pensar en la mediación que me traía estos libros cada vez más asombrosos. Si hubiese reconocido una frase torpe en una novela de Mann, Balzac o Tolstoi que estaba leyendo, no se me habría ocurrido preguntar si la frase se leía de un modo tan torpe en el original alemán, francés o ruso, o sospe262
char que habría podido estar «mal» traducida. Para mi mente juvenil de lectora novata no había tal cosa como una mala traducción. Sólo había traducciones que descifraban libros que no habrían estado a mi alcance, y los ponían en mis manos y corazón. En lo que a mí respecta, el texto original y la traducción eran como una unidad. La primera vez que me formulé el problema de una traducción mediocre fue cuando comencé a asistir a la ópera, en Chicago, tenía dieciséis años. Allí sostuve en mis manos por primera vez una traducción en face —la lengua original a la izquierda (en esa época ya sabía algo de francés e italiano) y el inglés a la derecha— y quedé pasmada y confundida por las manifiestas inexactitudes de las traducciones. [...] Salvo en la ópera, nunca me pregunté qué me estaba perdiendo al leer en aquellos primeros años de literatura traducida. Fue como si sintiera que mi cometido era, en cuanto lectora apasionada, ver a través de las faltas o limitaciones de una traducción; como se ve a través (o se pasa por alto) de la mala copia rayada de una entrañable película que vemos de nuevo. Las traducciones eran un obsequio por el que siempre sentiría gratitud. ¿Qué —más bien quién— sería yo sin Dostoievski, Tolstoi y Chejov?
EL MUNDO VIRTUAL DE LA INDIA ¿Qué significa el dominio de una segunda lengua? Amigos ingleses y estadounidenses que han residido mucho tiempo en Japón (casi todos con parejas japonesas) me han dicho que los japoneses en general albergan profundas sospechas, e incluso algo de hostilidad, hacia el extranjero que habla su idioma sin cometer errores. [...] 263
En el otro extremo, un ejemplo más reciente de lo que conlleva alcanzar el perfecto dominio de una segunda lengua —la cual resulta que es el inglés— nos procura un escenario perfecto de falta de autenticidad schleiermachiana. Estoy pensando en una iniciativa floreciente en el multimillonario negocio de programas informáticos, de mucha importancia para la actual economía india. Se llaman centros de atención y emplean a miles de mujeres y hombres jóvenes que ofrecen asistencia técnica o reservas mediante números telefónicos sin costo en todo Estados Unidos. A estas personas jóvenes, todas las cuales ya hablan inglés, han competido con éxito por estos disputados puestos de trabajo en los centros de atención y han completado un arduo curso diseñado para borrar todo vestigio de acento indio en inglés (muchos no lo logran), se les paga un salario munificente para un empleo secretarial en la India, aunque desde luego mucho menos que lo que deberían pagar IBM, American Express, General Electric, Delta Airlines y las cadenas de hoteles y restaurantes a los estadounidenses por ese trabajo: razón suficiente para que tales labores se «subcontraten» cada vez más. [...] Desde las amplias plantas de edificios de oficinas en Bangalore, Bombay y Nueva Delhi, filas de jóvenes indios sentados en cabinas contestan una llamada tras otra («Hola, soy Nancy. ¿En qué puedo ayudarle?»), cada cual provisto de una computadora que permite recoger con unos cuantos clics del ratón la información relevante para hacer una reserva, mapas que informan sobre la ruta idónea por las autopistas, predicciones meteorológicas, etcétera. Nany, Mary Lou, Betty, Sally, Jane, Megan, Bill, Jim, Wally, Frank... estas alegres voces primero tuvieron que ser adiestradas durante meses, mediante instructores y 264
casetes, a fin de adquirir un acento (no instruido) del centro de Estados Unidos, aprender los principales modismos estadounidenses, las expresiones idiomáticas informales (entre ellas las regionales) y las referencias elementales de la cultura de masas (personalidades de la televisión, tramas y protagonistas de las series más importantes, el éxito de taquilla más reciente en las multisalas cinematográficas, los resultados del béisbol y el baloncesto, etcétera), con objeto de que no titubeen en la conversación casual, si el intercambio con un cliente en Estados Unidos se prolonga, y dispongan de los medios para seguir haciéndose pasar por estadounidenses. [...] ¿Les gustaría a «Nancy» y a «Bill» ser una Nancy y un Bill verdaderos? Casi todos responden —ha habido entrevistas— que sí. ¿Les gustaría venir a Estados Unidos, donde sería normal hablar inglés siempre con acento norteamericano? Desde luego que sí. [...]
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