M A R U J A B R E T
H A R T E
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Editado por elaleph.com
Traducido por José Valenzuela Marco 2...
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M A R U J A B R E T
H A R T E
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Editado por elaleph.com
Traducido por José Valenzuela Marco 2000 – Copyright www.elaleph.com Todos los Derechos Reservados
MARUJA
I Alborea la mañana iluminando débilmente la carretera de San José. Poco a poco, y a medida que la luz aumenta, van distinguiéndose, hasta aparecer clara y distintamente a la vista, las profundas carriladas, esas interminables líneas paralelas marcadas por el tránsito rodado en el polvo de los caminos reales. A ambos lados van despertando, al dulce beso de la luz virginal de la aurora, los inmensos campos de trigo y avena que se extienden y dilatan hasta perderse en el horizonte. En dirección al Oeste y al Sur desaparecen las estrellas como huyendo, humilladas, de la esplendorosa y fulgente claridad del día que llega. Unicamente al Oeste brillan algunas sobre las pobladas 3
BRET HARTE
colinas del Raimundo en las que parece que la noche continúa. Aletean y vuelan muda, y perezosamente los pajarillos en la, semiobscuridad crepuscular. Un coyote de pelo gris, sorprendido por la luz del naciente día, camina, perezoso y rengueante, y un viajero andariego, hollando el polvo de la carretera completamente seca tras una noche sin rocío, va, de aquí para, allá buscando sitio adecuado para saltar la, empalizada y buscar un apartado albergue. Por unos momentos, hombre y bestia, mostraron igual tranquilidad y aparente porte con una extraña semejanza, en su aspecto y expresión; el coyote parecía más bien un congénere suyo, el perro; y el vagabundo un caminante como todos los que van a pie. Ambos exhibían las mismas características de haraganería, y de vida desordenada e independiente,. El coyote, además, con su andar lento y la, cabeza baja parecía como si imitase y siguiese los inciertos pasos y las furtivas miradas del vagabundo. Los dos eran jóvenes y físicamente vigorosos, pero en ambos se notaba la misma vacilación, la misma indómita e inflexible aversión al trabajo, al esfuerzo personal. 4
MARUJA
Continuaron así una media milla, separados, sin que notase el uno la presencia del otro, hasta que la fiera, avisada por el instinto que estaba ya próxima a la agresiva civilización,, torció repentinamente a la derecha cinco minutos antes de que el ladrido de los perros obligase al hombre a volver a la izquierda para esquivar la entrada a una finca de cultivo que tenía delante. Las huellas que siguió condujéronle huta uno de los insignificantes arroyuelos. que desembocan, ya casi exhaustos, en la cañada, para desaparecer en el llano filtrándose en el suelo o evaporándose a, causa de los recios calores de junio. Estaba bordeado de sauces y de alisos que señalaban una arbórea y transitable senda a, través del bosque y la maleza. Siguió por el sendero, al parecer sin objeto, como el que camina a la, ventura, parándose de vez en cuando a contemplar, embobado, mecánicamente, cualquier objeto, más bien -para, hacer tiempo que por instinto de curiosidad, y a remojar en los escasos sitios donde habla agua detenida algunos mendrugos que sacaba del bolsillo. Y aun esto parecía, hacerlo movido más por la material coincidencia, de llevar pan seco y encontrarse con agua al paso en el camino, que por requerimientos del hambre. 5
BRET HARTE
Al fin Regó a un hoyo o concavidad en forma de copa en el montecillo cercano, cubierto de trébol silvestre donde percibías el fuerte olor a resina. Deslizóse gateando por debajo de un manzano silvestre y se dispuso a dormir. Esto probaba, que estaba muy familiarizado con las costumbres de los de su clase en el país, que aprovechan las noches, indefectiblemente secas cuando son estrelladas, para sus correrías y caminatas, y luego se pasan los días durmiendo y descansando a la sombra, a un lado del camino. La luz había, aumentado entretanto, descubriendo gradualmente las formas, perfiles y detalles de) la contigua finca,. Una amplia y larga, &venida abierta a través del arbolado de una especie de parque, cuidadosamente limpia, de las hierbas y helechos que crecen abundantes en el país, guía hasta la misma entrada de la, cañada. Allí empieza una vastísima terraza,, cubierta de verdor como una, alegre pradera, rodeada de árboles, adornada con enormes macizos de plantas, que semejan gigantes ramilletes, de va, riada y asombrosamente vistosa, policromía a, su final, desde donde vuelven a, alzarse las opulentas vides y los frondo6
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sos arbustos que ocultan las columnas, el pórtico y casi la extensa fachada de una gran casa, señorial. Sin embargo, los tiernos y delicados tallos que suben tímidamente hasta los capiteles de las columnas y aun se asoman a los tejados sobrepasando el alero arquitectónico; y la frondosidad tropical, rica en brillantes colores de todas clases y tonos, no privan a esta, mansión de la arrogancia y altiva dignidad que le corresponde en la perspectiva y en el lugar. Gran parte de esto es debido al hecho de que esta casa, original -una casa de adobe, de no pocas pretensiones, que data de la época de ocupación del país por los españoles- se ha conservado intacta, encerrada como una perla en la concha formada, por el bosque rojo obscuro que la circunda, y conserva todavía su patio central rodeado de una galería o pórtico claustral ; en tanto que a sus lados hanse levantado otras edificaciones más extensas que la antigua y principal, no como alas de la casa separadas por patios y jardines, sino pegadas a sus costa, dos, sin plan arquitectónico, cambiando su figura cuadrada en un vago paralelogramo. Mientras el patio conserva las características del patio español, en la fachada occidental del edificio 7
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hay un extenso pórtico, al gusto americano, que, con sus columnas y tejadillo, proporciona, - una semiobscuridad a, las habitaciones interiores a las que ha, privado de luz directa la construcción lateral, dejándolas aisladas. Su melancólica luz de claustro conventual se aviva y esclarece con el rojo vivo de los ruipónticos que penden del tejado, con el pálido reflejo de los rayos solares sobre los jazmines que crecen lozanos junto a las columnas, con el mar de púrpura que sobre el pavimento proyectan los frondosos heliotropos moviéndose en constante oleaje a impulsos de la brisa. En parte alguna muéstrase tan a lo vivo, opulenta y rica, la flora maravillosa, de este hermoso clima. Hasta, los rosales castellanos que crecen, como las parras, a, lo largo del frente oriental, las fresias que en el patio tienen, por lo desarrolladas, los honores de verdaderos árboles, y las cuatro o cinco gigantescas pasionarias que adornan, llenándolo de estrellas, el bajo muro del Oeste, evocando constantemente la mística leyenda... palidecen ante la triunfante esplendidez y belleza, del pórtico del mediodía. 8
MARUJA
Al salir el sol, esta parte de la tranquila mansión, la, primera que, recibe las deliciosas caricias de sus rayos matinales, parece despertar del sueño profundo de la, inactividad. Algunos peones y criados van apareciendo poco a poco y perezosamente en la, entrada del patio ocasionalmente animada, por el temprano movimiento y la vida que le prestan la huerta, el jardín y los establos. Sin embargo, fijándonos atentamente en la fachada del mediodía, más bien parece que los moradores no se han acostado aún. Brillan débilmente las luces en el inmenso salón de baile; una bandeja con botellas y copas ha quedado abandonada sobre el tejado del pórtico, junto a una de las ventanas que permanecen abiertas, y más allá, como una hoja, marchita, caída del árbol, un abanico amarillo a medio cerrar. Oyese el rodar de un carruaje por la terraza, ruido acompañado de alegre vocerío, y pasa, velozmente como una visión uno de esos típicos char-á-bancs repleto de embozadas figuras, encorvadas para evitar los rayos directos del sal. Así que el carruaje ha salido del recinto, asómanse a, una de las ventanas que hay sobre el pórti9
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co cuatro hombres sombreando con la, mano sus ojos, defendiéndolos así de la, deslumbrante claridad del día. Uno de ellos viste aún el traje de paseo; otro el uniforme de capitán de artillería. Los demás han dejado ya el traje de, fiesta, substituyéndolo el más viejo de los cuatro por una de esas extravagantes indumentarias que lucen ordinariamente los turistas. ingleses como delicado privilegio de una más joven y ya más floreciente civilización. Vuélvese éste de espaldas al sol y con agradable acento escocés pregunta a los otros si se hacen cargo de lo extraordinario de aquella mañana despejada, con un cielo sin nubes y una atmósfera limpia de vapores y neblina. El joven vestido de etiqueta asiente elocuentemente y añade, además, en idioma entre francés e inglés casi incomprensible, que la cama a aquellas horas es un insulto a la noble naturaleza y dignidad del hombre y una ingratitud a los hospitalarios dueños de la casa que, habían planta, do aquel lindo jardín y formado aquellos deliciosos paseos para obsequiar a sus huéspedes; y que nada hay más hermoso que el rocío brillando chispeante sobre la flor a los alegres trinos matinales de los pajarillos. 10
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El otro joven le llama, la atención acerca, de este -último punto manifestándole que en California no hay rocío y que en la parte del país en donde ahora se encuentran no cantan los pájaros. El extranjero recibe esta lección con pena, y sorpresa al mismo tiempo por lo raro del caso, y con gesto de angustia y berrinche por su propia ignorancia. ¿Mas por qué, ante una mañana tan deliciosa, no ha aceptado su arrogante amigo el capitán el reto o apuesta lanzado por el bravo turista inglés, de salir a paseo con él, dando de este modo gloria a la patria, y ganando al mismo tiempo las mil libras de la apuesta? Es que el bizarro capitán se ha imaginado que si sale a la calle con su uniforme ha de pararse a cada momento para contestar a los transeúntes que seguramente le preguntarán en qué circo o teatro va a dar la, representación, y sospecha fundadamente que con dificultad escapa, ría de algún tiro que le podrían disparar como si fuera un pájaro raro de California. Por este motivo prefiero entretenerse paseando alrededor de la casa hasta que el carruaje está preparado. 11
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Sintiendo mucho tener que apartarse de tan alegres y divertidos compañeros, el joven extranjero se decide a marchar a su habitación para cambiarse de ropa, pero antes de retirarse vuelve a asomarse a la ventana en el mismo instante en que el oficial avanza, al parecer indiferentemente, desde el pórtico hacia lo es del parque. -Han estado vigilándose el uno al otro hasta el último instante. ¿En qué parará todo esto? - dice el joven que ha quedado en la ventana. La observación sin ser confidencial, está pidiendo claramente la respuesta del otro compañero, y tienta a proseguir un diálogo, por lo que el escocés, aunque ya completamente tranquilo después de la apuesta, dice algo receloso: -¿Qué quiere decir, hombre? -Que es tan claro como la luz del día, que el capitán Carroll y Garnier anhelan conocer a todo, trance el uno del otro lo que hacen o intentan hacer esta mañana. -Entonces, ¿por qué se han separado? -La separación es sencillamente un pretexto. Garnier está vigilando a Carroll desde su ventana y Carroll lo sabe. 12
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-¡Cómo! -dice el escocés en tono jovial y de viva curiosidad-. ¿Se trata de una riña, de un desafío? Espero que no se tratará de algo serio... Nada de revólvers y espadas, hombre, antes del desayuno, ¿ eh ? -No- contesta riendo el joven-. No. Haciéndole justicia, no es Maruja de las que llevan a un hombre al duelo sin ton ni son. Yo veo el asunto con toda claridad ; usted quizás no lo comprenda por ser extranjero, mientras que yo soy un viejo habitué de las casa. Me explicaré los dos están enamorados de Maruja, mejor dicho -y esto es lo más peligroso ambos creen que Maruja está enamorada de ellos. -¿Pero esta Maruja no es acaso la hija mayor de la señora de la casa? Yo creía que el capitán había bajado de la, fortaleza por una de las jovencitas, y, particularmente, para galantear a la señorita, Amita que es un encanto. -Es posible. Pero esto no impide que Maruja coquetee con él. -¡Demontre! ¿No estará usted confundido, señor Raymond? A decir verdad, jamás he hallado una muchacha más pacífica, modesta, y seria. -Esto lo deduce usted de que durante los dos valses que ella no bailó y estuvo haciéndole compa13
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ñía, le dejó a usted llevar la voz cantante... mientras la mocita escuchaba simplemente sus palabras... Esta observación hace enrojecer y turba un poco al ya entrado en años escocés, pero se rehace pronto con una bonancible y humorística risotada. -No está, mal... no está mal... Escuchando, Maruja, no tiene precio. -No es usted el primero que la ha, encontrado elocuente en su silencio; hasta Stantón, su amigo banquero, que jamás habla como no' sea de minas y de billetes de Banco, dijo de ella que es la única mujer que tiene conversación, y muy entretenida. Sin embargo, podríamos jurar que no le dirigió ni dos palabras mientras estuvieron juntos durante la comida,. Pero le miraba... y son los ojos de Maruja los que hablan... Hombres, mujeres y niños, todos, todos se sienten atraídos y sugestionados por esa gracia que tanto les agrada. ¿Y por qué? Porque Maruja es suficientemente diestra para hacer las cosas con naturalidad y sencillez ; no como tales gracias... No conozco chica que pida menos y consiga más. Por ejemplo : ¿no la llama usted hermosa,... ? -¡Poco a poco! Usted va demasiado lejos, amiguito. No estoy dispuesto a decir de ella lo que no 14
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es- replica el escocés jovialmente, aunque con prudente reserva. -Sin embargo, ayer tarde debió estar usted dispuesto cuando hizo tal afirmación. Maruja puede realmente producir aquí la impresión de ser la niña más bella, siempre que el observador deja a, un lado las comparaciones que siempre son odiosas. Nadie quizás lo piense de este modo; pero en la práctica todos vienen a afirmar esa verdad que dejo expuesta. -Usted es un entusiasta admirador de la joven, señor Raymond. Como un habitué de la casa, naturalmente, usted... -¡ Oh! Ya es demasiado tiempo para que dure el entusiasmo- dijo el joven con natural franqueza-. Además, yo he venido aquí a descansar. Llevo en la casa dos años exactos... -Indudablemente usted no ha tenido ni tiene intención de casarse. -Perdón, señor; pero eso es debido a que ya lo estoy. El escocés le jura con manifiesta curiosidad. -Maruja es una heredera, Yo un ingeniero de minas. 15
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-Perfectamente, mi querido amigo; pero yo creía que en, su país. -En ni¡ país, sí; pero ahora, estamos en un rinconcito de la vieja España. Este campo fue donado por Carlos V a los herederos de doña María Saltonstall. Mire usted en torno suyo. Este pórtico, estos largos paredones de la antigua casa, son obra del viejo Salem, capitán de un barco dedicado a la pesca de la ballena, -uno de los principales traficantes en ese negocio. Pero el centro, el corazón del edificio, lo mismo que la vida que anima el vicio patio, es español. La familia de doña María, los Estudilíos y Gutiérrez, siempre llevó a mal y -miró con majos ojos esta alianza con el capitán yanqui, aunque éste mejoró notablemente el campo cuadruplicando su valor; así es que desde su muerte siempre se han opuesto a que se repita la intervención de un extranjero. Y no es que este prejuicio familiar pese mucho en el ánimo de Maruja y llegue a ser un obstáculo Para que se una a cualquier extranjero si un día tiene ese capricho, no; española, ante todo y sobre todo, en sus ideas, en su gracia y en su parte, corre por sus venas, sin embargo, la, sangre del viejo Salem para, que se rebele contra, toda ley y autoridad, y consienta, en -violentar sus naturales inclina16
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ciones, Maruja no tiene hermanos; ella, es la única, heredera, de la casa y de los bienes a, ella anejos, aunque, conforme a las leyes de su país nativo, sus hermanas tendrán su dote en otra propiedad que es extensísima. -Entonces, el capitán Carroll. aun haría, un buen negocio con Amita- Observa el escocés. -Si no lo arriesga, y lo pierde todo con Maruja. Es muy española Amita, y por lo tanto muy celosa, para, que, perdone una semejante defección, aunque sea, un momentáneo abandono. Esta manera de hablar lleva, 3,¡ ánimo del escocés la casi seguridad de, que el señor Raymond se expresa así convencido Por la triste experiencia. ¿ Cómo, si no, podía este joven, con su s atractivos físicos, su sólida cultura y esmerada educación, y con su merecida fama, profesional, no haber aprovechado su estancia, tan prolongada, en compañía de Maruja para lograr ser su indiscutible favorito? -Y existiendo esta terminante oposición por parte de los parientes de Maruja a que se case con los compatriotas de usted, ¿cómo se concibe que la, madre exponga a sus hijas, abandonándolas a su fascinadora influencia ?-dice, como de pasada, el 17
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viejo a su compañero-. Por que las niñas parecen gozar de la omnímoda libertad americana. -Quizás sea ésta la causa de que ellas sean las menos dispuestas a aceptar al primero que se les presente. Aún queda en la familia, como una reliquia de las costumbres de su país la típica dueña española encargada de guardar a las doncellas... Y ésa, es tanto más respetable por cuanto es invisible... Es un hecho misterio so, pero seguramente cierto e invariablemente repetido, que tan pronto como uno se acerca secretamente a. una, de las jóvenes- excepto a Maruja- recibe su correspondiente aviso de Pereo. -¡ Cómo! ¿El despensero? ¿Ese que parece un indio? ¿Un criado? -No, perdón; el mayordomo. El viejo criado de confianza que hace las veces de padre. Nadie sabe qué es lo que ¿¡ dice. Lo cierto es que, si la víctima quiere hablar con la señorita y pide para, ello -el permiso correspondiente, siempre resulta que se halla, indispuesta... adivine usted, si de salud. Y si comete la, locura dé tener una entrevista secreta con Maruja... ¡está irremisiblemente perdido! -¡Cómo¡
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-Porque termina por declararle sus fogosos amores, por querer galantearla seriamente... con el ya conocido resultado. -Entonces la opinión de usted será que el despensero no ha preguntado todavía al capitán por sus intenciones... -Lo creo innecesario- contesta el joven secamente. -¡Hum! Y entretanto, el capitán ha desaparecido tras el matorral... Supongo que éste es el desenlace del misterioso espionaje que usted ha descubierto... No... ¡El diablo le lleve!... porque ahora veo que el francés huye precipitadamente del mirto... ¿Qué demontre esperaría allí? Pero... ¡ Dios nos asista! -¡ Si está allí también nuestra, heroína. -Sí- dice Raymond con voz entrecortada-. ¡ Es Maruja! Maruja ha ido aproximándose tan silenciosa y quedamente a lo largo del banco que bordea el pórtico, deslizándose rápidamente de columna a columna y parándose en cada una de ellas como buscando una, flor especial, que ninguno de los dos interlocutores ha, sorprendido la ingeniosa maniobra. En la mirada y gesto de la joven no aparece el menor indicio de que haya notado la, presencia de 19
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los dos amigos. Tan abstraída la, creen y tan absorta parece que guía, dos por el mismo instinto, los dos se colocan lo más próximamente que pueden a la, ventana, y allí esperan, silenciosos e, inmóviles, a que Maruja pase o se dé cuenta de su presencia. -A pocos pasos de la ventana detiénese para colocarse una flor en el cinturón. Entonces pueden examinarla tranquilamente los dos amigos. Un cuerpo juvenil y diminuto con un traje color amarillo pálido; delicada figurita a la que faltan aún los rasgos, las facciones y el perfil característicos de una mujer en la edad madura. El óvalo perfecto de su rostro, la espalda recta, las caderas de niña, el tamaño infantil de sus manecitas y los piececitos ocultos en unas sandalias en miniatura, todo tiene el poderoso encanto y el mágico hechizo de la frescura que deleita, de la sugestiva inocencia, de la espléndida Y agradable juventud... y nada más. Olvidádose hasta -de sí mismo, el escocés aprieta intencionadamente a su compañero contra la pared, con gesto cómico de virtuosa indignación. -¡Eh! señor- murmura con acento que llega, al alma-. ¡ Eh! Fíjese en la inocencia y candor de la mozuela. ¿ No se avergüenza usted de inventar una extravagante novela acerca de la vida de esta honra20
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da y gentil doncella? ¿Qué es lo que induce a usted a, rodear a esta niña de un satánico nimbo... a esta criatura, que debe estar aún pegada, a, los pechos de su madre y que aun debía ir en pañales ? ¿Ella una coqueta, enamorada y esperando a los hombres, con ese aire de modestia, y apocamiento? Estoy avergonzado de usted, señor Raymond. Ella está pensando únicamente en su desayuno, pobrecilla, y no en el galán de allá abajo... Otra frase injuriosa, sacrílega,... y soy capaz de contarlo todo a ella. ¿ No tiene usted compasión de esa muñequita? ¿No le merecen respeto su juventud e inocencia? -Déjeme - gime Raymond débilmente-, déjeme tranquilo y yo contaré a usted lo vieja que es ella... ¡ Chitón!... que nos está mirando... Los dos observantes pónense de pie. Maruja ha lanzado ciertamente una mirada, a, la ventana. A ella ha dirigido sus Ojos, aquellos ojos en los que ahora se distingue algo más que su propia belleza. Las pupilas son azules como el firmamento, y un circulo moreno obscuro rodea la córnea, opaca. Brilla en ellos una luz misteriosa de inteligencias de astucia. El alma de Salem, el traficante, asómase escrutadora y vigilante por aquellas órbitas sombreadas por la 21
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negra pasión de los celos de la madre, con viveza y poder irresistibles. Maruja sonríe al reconocer a los dos hombres, con apacible y tranquila puerilidad, y hace una extraña inclinación de cabeza sobre -las flores que lleva en la mano. Su boca, recta e inmóvil, tornase encantadora súbitamente al separarse los rosados labios y aparecer los dientes marfileños de impecable blancura, dibujándose entonces una, graciosa sonrisa que extiende sus lireas animadas y dulces por todo el rostro, quedando impresa en él con alguna, permanencia, aun después de que la boca ha recobrado su primitiva posición. La joven se aleja en el preciso momento en que Garnier se aproxima a ella. -Salgamos, hombre, si le parece, a darnos un paseo- dice el escocés asiendo del brazo, a Raymond-. No hagamos mal juego a este chico. -No; creo que lo que ella busca es deshacerse de él. Mire, señor Buchanan, cómo le ha entregado las flores para que se las lleve a casa. Entretanto espera que llegue el capitán. -Vámonos, señor bromista, vámonos- dijo Buchanan con su habitual buen humor, apoyando su brazo en el del joven, y arrastrándole desde el pórti22
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co en dirección a la avenida-. Vámonos y guarde sus curiosas observaciones para el desayuno...
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II Entretanto, el joven oficial que había desaparecido tras la espesura, hubiera o no presencia, do la anterior escena, lo cierto es que daba pruebas inequívocas de nerviosidad y agitación. Paseaba muy de prisa, y a veces hacía vibrar el aire moviendo rápidamente una varilla, de sauce a la que en su impaciencia había arrancado las hojas, siguiendo el estrecho paseo de ceanotos hasta Regar a un pequeño macizo de siemprevivas que parecía cerrarle, el paso. Sin embargo, dando la vuelta por uno de los lados, inmediatamente encontró la entrada de un laberíntico paseo que le llevó, por fin, a un espacio claro y a un rústico cenador que se alzaba a la sombra de un nudoso y venerable peral. 24
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El cenador consistía en una ingeniosa y artística empalizada de madroños obscuros, techada con cortezas de rojos troncos, y resultaba sugestivo y poético, haciendo agradabilisima en él la estancia la profunda sombra del arbolado. Contrastando con las obscuras paredes y rojo techo, el piso, mesa y bancos estaban totalmente cubiertos de marchitas hojas de rosas, esparcidas en raro desorden, como si los niños hubiesen estado allí jugando con ellas. El capitán, Carroll las apartó precipitadamente con el pie, mostrando en ello gran impaciencia; echó una rápida ojeada en torno suyo y se tendió a lo largo de uno de aquellos rústicos bancos, -retorciéndose el bigote con los nerviosos dedos. Un momento nada más permaneció en esa actitud, porque, de súbito, alzóse del banco, llevando enredados en las doradas espuelas algunos pétalos blancos, y salió del sombreado cenador avanzando de prisa hasta recibir de lleno los rayos del sol. Indudablemente se había equivocado. Todo estaba, tranquilo y silencioso en derredor suyo. Apenas percibíase otro ruido que el de los carruajes al rodar por la avenida, y éste llegaba ya muy apagado. 25
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Fijáronse sus ojos en el corpulento y añoso peral, y, a pesar de la preocupación, detúvose a observar las señales de su extraordinaria edad. Retorcido como por efecto de un doloroso y prolongado ataque de nervios y repleto de innumerables nudos formados por abundantes excrecencias, vivía apoyado en barras de hierro y es. pesas estacas de madera que sostenían a duras penas en pie su débil decaimiento. Carroll observo además, con interés las diversas iniciales y símbolos profundamente grabados en la, corteza, en la, actualidad deformados y casi indescifrables. Al volverse al cenador vio por vez primera que detrás de él había, una elevación del terreno en forma de una, extensa onda. sobre, cuya cresta veíase la misma rara, profusión de hojas de rosa, esparcidas. Al instante le ocurrió la, idea de que aquello podía ser una gigantesca sepultura, puesto que la semejanza era perfecta, y que esto mismo debió ocurrírsele al misterioso sembrador de aquellas marchitas hojas. Aun estaba considerando esto cuando el crujir de la hierba, a muy corta distancia hizo saltar su corazón comunicándole un soplo de esperanza. 26
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Una sombra gris atravesó, arrastrándose, la ondulación objeto de sus reflexiones, y desapareció tras el macizo. Era, un coyote. En cualquier otra ocasión,, la, rara, la extraordinaria presencia de esta, real y vívida personificación de lo, incultura y el salvajismo tan cerca de un centro de civilización y de una, casa habitada, y hasta bulliciosa, le hubiera llenado de asombró. Pero en esos momentos no tenía más que un pensamiento dominante... ¿Vendrá ella? Pasaron cinco minutos. No tuvo paciencia, para esperar más tiempo en el cenador y salió a pasear ante la entrada del laberinto con mayor inquietud que antes. Cinco minutos más... Seguramente le había engañado. Ella y sus hermanas estarían probablemente acechándole, espiándole desde el prado del jardín y reirían a costa suya... Apoyó un tacón sobre el pisoteado trébol y arrojó la varita, a la, espesura. Concedería, a Maruja aún un momento. .. nada más que un momento... -¡Capitán Carroll! Esta melodiosa voz habla sido y era para Al la más dulce del mundo. Nadie, aun siendo extranjero, podía resistir el hechizo de aquella sonora cascada 27
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de notas musicales. Al oírla volvióse rápidamente... Ella avanzaba hacia él desde el cenador. -¿Pensaba usted que yo vendría por...- donde todo el mundo pudiera seguirme? Y echó a, reír dulcemente, silenciosamente... -No; he venido atravesando por la espesura... por ahí indicando la dirección con su flexible hombro -casi perdiendo las chinelas y... los ojos... ¡mire! Echóse atrás el inseparable chal descubriendo la cabeza, y mostrando una, -rama de mirto pendiente, como una guirnalda rota, de su blanca, frente... El joven oficial permaneció contemplándola, absorto y mudo. -Me gusta oírle pronunciar mi nombre - dijo, al fin, balbuciente-; ¿quiere decirlo otra vez ? -Carroll, Carroll, Carroll- repitió una y otra vez, poco a poco, como gozando y divirtiéndose en arrastrar las erres como en su idioma nativo-. Es un bonito nombre. Suena igual que una canción. Don Carroll -¡ eh! El capitán Carrol.... -Pero mi nombre es Enrique- dijo él tímidamente. -Enrique... éste no es tan bonito. Don Enrique... puede pasar. Pero el capitán Carroll es el mejor de todos. Yo diré siempre: ¡ El capitán Carroll! 28
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-¿ Siempre? Y al decirlo enrojeció como una criatura. -¿Por qué no? El intentaba adivinar a través de las inciertas y desconcertantes palabras satíricas de la ¡oven las verdaderas intenciones y el recto sentido de su espíritu al pronunciarlas ella resistía el ataque y la prueba parando valientemente los golpes con el acero de la mirada de su padre. -¡ Y... bien, capitán Carroll ! ¿No era precisamente para que usted me dijese su nombre ... que ya sabía yo que era un nombre bonito ... ¡ Carroll!- dijo ella, al fin acariciándole con su dulce ironía no era, seguramente para esto para lo que me pidió esta entrevista, cara a cara, a solas, en esta fría... le hizo un movimiento para que el chal cayese sobre los hombros- en esta fría, indiferente y tan poco poética luz del sol? Esto estaría bien con las luces, el baile y la música de la pasada noche. No; no es para esto para lo que usted ha esperado a que yo dejase mis huéspedes y me viese libre del señor Garnier, que es muy amable, pero que no tiene nombre bonito, y del señor Raymond que, cuando no puede hablarme, habla de mí. Sólo ellos saben lo que el capitán Carroll puede después decirles. 29
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-Pero si ellos saben, si ellos comprenden dijo el joven oficial adelantándose hacia ella, pálido el rostro y los ojos centelleantes-, si ellos comprenden que tengo que decir alguna cosa, señorita -Saltonstall ... algo... perdón... ¿le be lastimado la, mano? ... algo que ella debe saber solamente... sólo ella ... ¿con qué derecho pretender saberlo? ¿Qué es lo que tienen que objetar ? ¿ Hay alguno interesado en que yo no hable... con usted? No me crea tan tonto, señorita Saltonstall... pero... le, ruego, le suplico se explique claramente antes de, que diga yo una palabra más. -¿Quién va a tener ese derecho?- dijo Maruja, apartando su mano pero no sus tentadores y peligrosos ojos-. ¿Quién va a vedar, quién puede prohibir a, usted el hablar conmigo o con mi hermana? Ya dije a usted que Amita es libre como todas nosotras. El capitán retrocedió unos pasos con la faz lívida y descompuesta, mirando fijamente a la joven. ¿Pero es posible que usted no me haya comprendido, señorita Saltonstall?- balbució el oficial-. ¿Piensa, usted que es Amita, la, que...? Cortó la frase y añadió en tono pasionalmente amoroso : 30
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-¿Recuerda usted, Maruja, lo que le dije?... ¿ Ha olvidado acaso ya la, noche pasada? -La noche pasada era... ¡la noche pasada! -dijo Maruja, encogiendo ligeramente los hombros - Una cosa es hacer el amor por la noche V otra muy distinta,... casarse en plena luz del día. Oyendo música, inspirada, percibiendo el grato olor de flores bellas y fragantes y a la luz blanca y dulce de la luna que todo lo espiritualiza, se dice cualquier cosa. Cuando llega la, mañana,... una va, a desayunarse... a, no ser que tenga, que asistir a consejos de, guerra con capitanas y comandantes. Si usted, capitán Carroll, quiere hablar con mi hermana... acuda a ella.. Doña Amita Carroll suena agradablemente, muy agradablemente. Yo no me opondré a ello. Y ofreciéndole ambas manos, echó hacia atrás la cabecita y sonrió. El tomó sus manos apretándolas efusivamente , pasionalmente. -No, no. Oígame, oígame usted y me comprenderá. Yo amo a usted, Maruja... a usted... a usted sola. Dios sabe que no puedo remediarlo. Dios sabe también que aunque pudiera- no lo remediaría. Oígame. Quiero decirlo todo, quedar tranquilo... Nadie 31
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puede oír lo que aquí hablamos. Y yo ni soy un loco ni un traidor. Hablándole con toda franqueza, admiro profundamente a su hermana. Es más: vine aquí por ella. Fuera, de esto yo le juro que estoy limpio de toda culpa ante usted y ante Amita. No sabe ella de mí otra cosa más. La vi a usted, Maruja, y desde aquel instante usted ocupó entera, mente mis pensamientos... mis ensueños todos. -¡De esto hace... tres, cuatro, cinco días y una tarde! Ya ve que recuerdo perfectamente. Y ahora usted quiere... ¿qué? -Que consienta usted en que la ame, y a usted sola. Ser de usted y para usted. Y, con el tiempo, ganar, conquistar su amor, tal y como usted merece..., Aunque soy atrevido, no estoy loco. Comprendo su situación y la mía, y sé lo que a cada una se debe... aun en los momentos en que me atrevo a decir a usted : la amo. No mate mis esperanzas, Maruja, que sólo esperanzas le pido ahora... Ella le estuvo contemplando hasta absorber la fiebre abrasadora de su mirada, hasta que la voz apasionada del capitán estremeciále los oídos; después... movió la cabeza y dijo: -Esto... no puede ser, Carroll.. ¡ no!... ¡ jamás! 32
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-Irguióse él entonces sereno ante golpe tan terrible, con tan sencilla y varonil dignidad, que por un momento Maruja bajó los ojos. -Luego... ¿hay otro? - dijo el capitán tristemente. -No hay hombre alguno que me interese ,más que usted. ¡ No! No sea usted tonto. Déjeme seguir. Le digo esto porque usted no puede ser mío... ¿me comprende? mío... De mi hermana Amita, sí. El joven militar irguió su cabeza fríamente. -La he tratado, la he afligido duramente, señorita Saltonstall, lo sé ; demasiado duramente para un hombre que había recibido ya su contestación. Pero no merezco esto. Adiós. -Un momento- dijo ella con dulzura ¡. No he tenido intención de herirle, capitán Carroll. Si hubiera tenido intención de hacerlo no hubiera. sido aquí. Para eso no tenía. necesidad de haber venido a encontrarle en este lugar. ¿Me hubiera querido usted lo más mínimo si yo hubiera rehuído y evitado este encuentro? No replicó. En lo íntimo de su corazón destrozado él leía que la hubiera, amado de la misma manera. 33
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-Vamos- dijo ella, poniendo suavemente la, mano, en el brazo del capitán- no esté, enfada, do conmigo porque le haya hecho perder cinco días tan sólo dejándole en la, misma situación en que se encontraba al llegar por primera vez a esta, casa. No suponen ni tanta, felicidad ni tanta tristeza cinco días para, que no puedan olvidarse fácilmente, ¿no es eso, Carroll.... capitán Carroll? Y apagóse su voz perdiéndose el eco en un leve suspiro. Después continuó: -No se enfade conmigo porque, sabiendo que otra cosa era imposible, he deseado y querido que usted amase a mi hermana y que mi hermana correspondiese al amor de usted. Nosotros hubiéramos -sido unos buenos amigos-. nada más que buenos amigos. -¿Por qué dice usted : sabiendo que era imposible otra cosa?- dijo Carroll asiendo súbitamente la mano de Maruja-. Dígame, por Dios, qué quiere significar con esas palabras. -Quiero decir que yo no puedo casarme mientras no lo haga con un hombre de la raza de mi madre. Este es el deseo de ella, y la, voluntad de los parientes de la, línea materna. Usted es americano y no de sangre española. 34
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-Pero seguramente no lo habrá decidido usted así ya... Ella encogióse de hombros. -¡Qué quiere usted! Esta es la decisión de los míos. -Pero sabiendo esto... No terminó la frase; la sangre subió aceleradamente a su rostro. -Siga, capitán Carroll. Usted quiere decir seguramente: sabiendo esto, ¿cómo no me previno usted antes? ¿Por qué cuando me vio por primera, vez no me dijo : usted ha venido por mi hermana, no se enamore de mí. porque yo no puedo casarme con un extranjero? -Es usted cruel, Maruja. Pero si eso es todo, sí no hay algo más, ¿no podría desvanecerse, anularse tal prejuicio? Porque su madre se casó con un extranjero... con un americano precisamente. -Quizás éste es el parque- dijo la joven reposadamente. Bajó los ojos y con la punta de su chinela de raso apretó contra el suelo. las tiernas hojas del trébol que habla a sus pies. -Escúcheme: ¿quiere que le cuente la historia de nuestra casa?... ¡ Silencio!- Alguien viene. No, se 35
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mueva. Continúe usted como está ahora. Si me quiere usted bien, Carroll, reprímase y no dé motivo ni pretexto alguno a ese hombre para que piense y pueda decir que ha encontrado en posición ridícula. Su voz se transformó pasando del tono suave de melosa y acariciante defensa al de reprimida altivez. -El no se burlará, ni reirá, mucho, capitán Carroll ; yo se lo aseguro a usted. Garnier, con su arrogante figura, la tranquilidad pintada en el rostro, cortés y afable, apareció a la, entrada del laberinto. Era, su educación demasiado sólida para delatar en la expresión de su semblante, ni aun con una ceremoniosa burla, encontrarse frente a una posible situación sentimental. Y aun fue más allá !u exquisita cortesía. A expresar que eran tan buenos que con sus, voces habían guiado a un torpe y rudo extranjero a lugares en donde él no podía estúpidamente introducirse. -Tiene usted ocasión de interrumpir o de escuchar una historia que precisamente ahora estaba yo para, contar- dijo ella serenamente-, una vieja leyenda española referente a esta casa. Es usted mayor de edad, es decir, lo son ustedes dos, y pueden dejar de oírme si así lo prefieren... Gracias. Les juro que es una, leyenda necia y, además, no es nueva. Pero el 36
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contarla tiene la excusa de ser sugerida por este mismo lugar en que nos encontramos. Lanzó una rápida mirada, sutilmente significativa a Carroll, y en el curso de su relato se ,dirigió preferentemente a, él con mucha delicadeza,, con el expreso y patente objeto de aplacar en cierto modo la turbación de su espíritu. -Hace ya muchísimos años, caballeros- dijo Maruja de pie, ante la mesa, con teatral solemnidad, y golpeando en ella con el abanico-, y bien puede decirse que en los antiguos tiempos, este lugar fue la morada del coyote. Grande él, ella chiquita, padre y madre, señor y señora coyotes, y un muchachuelo coyote hijo de ellos, tenían su casa en la frondosa. y obscura cañada y salían por estos campos amarillentos por la abundante avena silvestre y rojos por las numerosas amapolas que alfombraban el suelo, en busca de su presa. Eran felices. ¿Por qué? Porque fueron los coyotes primitivos y así no tenían historia; comprenden ustedes ~ no tenían tradición. Se casaron como quisieron (una miradita a, Carroll), nadie se opuso; después crecieron y se multiplicaron. Mas los llanos eran fértiles, la caza abundante, y no era propio ni conveniente que fuese todo esto. para las bestias únicamente. Y así, en el transcurso 37
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del tiempo, un jefe indio, un salvaje, Koorotora, edificó aquí su jacal. -Perdóneme usted- dijo Garnier con aparente angustia-, pero no he oído bien el nombre de ese caballero. Completamente segura de que el interruptor no deseaba otra cosa que volver a oír su sonora pronunciación. de las consonantes, repitió : -Este caballero no tenía, historia, ni tradición y así nadie, podía molestarle. Pensase lo que quisiese sobre este asunto el señor coyote, lo cierto es que éste se contentó con asaltar la choza del señor Koorotora cuando encontró ocasión propicia, y con merodear y rondar durante la noche el campamento de los indios. El viejo jefe indio prosperó e hizo algunos viajes por los alrededores del país, pero jamás abandonó sino que conservó siempre este campo. Esto siguió así hasta, que los padres misioneros vinieron del Sur y de Portala,- como ustedes habrán seguramente leído, alzaron su cruz de madera en la costa del mar y allí la dejaron para admiración de los salvajes. Koorotora la vio en uno de sus viajes y volvió a la cañada completamente maravillado. Koorotora tenía, entonces una esposa. 38
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-¡Ah! debemos empezar ahora. Estamos indudablemente en los comienzos. Esto ya es mejor y más bonito que señora coyota- dijo Garnier alegremente. -Como pueden ustedes comprender, ella anhelaba ver el maravilloso objeto, y lo vio, y también a los padres misioneros que la, convirtieron, a pesar de la oposición de su marido, un supersticioso pagano. Y todavía más: ellos llegaron aquí... -Y convirtieron al campo también; ¿no es eso? Es un delicioso lugar para una misión- dijo Garnier cortésmente. -Fundaron una, misión y atrajeron a tantos habitantes del campamento de, Koorotora, que llenaban el sagrado recinto. Todos se convirtieron excepto Koorotora, que los desafió y les maldijo, sin exceptuar a su esposa, a la manera del pernicioso paganismo, diciéndoles que pronto tendrían que abandonar la misión por causa de alguna traidora mujer, y que el coyote seguiría vagando, en acecho de su presa, por entre los arruinados muros de la misión. Los misioneros compadecieron al malvado y plantaron un delicioso jardín. ¡ Miren este peral! ¡ Es todo lo que de él ha quedado! 39
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Volvióse con gesto sublime y señal hacia el peral con el abanico. Garnier elevó las manos con admiración igualmente ficticia. Un repentino recuerdo del coyote acudió a la mente de Carroll. en aquel momento. -Y los indios- dijo éste haciendo esfuerzos para espantar aquella visión- han desaparecido pronto. -Todos los que quedaron están reposando bajo ese terraplén. Es la sepultura del jefe y de su pueblo. No vivió para ver cumplida su profecía. Porque fue un año después de su muerte cuando nuestro antepasado, Manuel Gutiérrez, vino de la vieja España destinado al Presidio, habiéndosele concedido la gracia de elegir para sí veinte leguas de terreno, en el lugar que quisiese, para establecerse. A doña María Gutiérrez se le antojó la cañada, pero era un lugar poseído ya por la santa Iglesia. Una noche, y a causa de una traición, según se dijo, se retiraron los guardas y entraron tumultuosamente los indios en la misión matando a los legos y echando afuera a los sacerdotes. El comandante del Presidio reconquistó el lugar de manos de los salvajes, Pero manifestó al gobernador que no podía garantir la seguridad de los Padres sin una bien nutrida guardia militar, por lo cual el representante del Gobierno ordenó el 40
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traslado de la misión a Santa Cruz. Entonces fue cuando don Manuel ocupó las veinte leguas de su privilegio en la cañada. Si él o doña, María hicieron algún pacto con los devastadores indios, nadie lo sabe. Algo debió saber el padre Pedro cuando, según se dice, declaró al pie del altar que, la excomunión de la Iglesia pesaba sobre el campo y que pasaría éste con el tiempo y para siempre a manos de extranjeros. -Y de esto hace ya muchísimos años; y la propiedad continúa todavía en manos de la familia- dijo Carroll precipitadamente, interrogando a los ojos de Maruja. -En la última centuriano ha habido herederos varones-continuó Maruja, contemplando, inmóvil, a Carroll-. Cuando mi madre, que era la hija mayor, casó con don José Saltonstall, contra la voluntad de la familia, se dijo que la maldición tendría entonces su cumplimiento. Estoy bastante segura, caballeros, para afirmar que en aquel mismo año descubriéronse antiguos privilegios de Micheltorrena, y en nuestro ,litigio, vuestro Gobierno, capitán, dictó sentencia adjudicando unas diez leguas de la llanura al doctor West, nuestro vecino. 41
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-Ya. ¿El caballero de cabello gris que asistió al lunch el otro día? ¿Luego son ustedes amigos? ¿No llevan ustedes segunda intención?- dijo Gaxníer. -¿Qué quiere usted? - dijo Maruja encogíendo levemente los hombros-. El pagó su dinero por la concesión. Vuestros corregidores le apoyaron y dijeron que no había cohecho- añadió mirando a Carroll. A pesar del implícito reproche, Carroll sintió algo de consuelo. Empezó a impacientarse por la prolongada presencia de Garnier que le impedía continuar el galanteo. Quizás exteriorizó en su cara esta impaciencia, porque Maruja añadió con fingida y cómica gazmoñería: -Siempre es terrible ser la hermana mayor, sobre todo si reflexiona que es la heredera directa de una maldición. Ahí tienen ustedes a Amita; ella es libre de hacer lo que tenga por conveniente sin responsabilidad familiar alguna, mientras que yo... ¡ pobre de mí!... Y bajó los ojos no sin antes haber con ellos reprochado a Carroll por su insistente y mal disimulado mirar. -Pero- dijo Garnier cambiando de pronto su aspecto de aparente credulidad y de cortés indiferen42
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cia por el de una, casi áspera impaciencia-; ¿quiere usted decir que cree en este descabellado, en este ridículo canard? Maruja hizo una mueca de, alegría con la boca, apretando los labios contra los dientes, como admirada del efecto que había producido su leyenda en. el ánimo de Garnier. Lanzó una significativa mirada a Carroll recobrando instantáneamente su anterior gesto. -Tiene poquísima importancia lo que una ni, ña bobalicona. como yo pueda creer. El resto de mi familia, aun los niños y los criados, todos lo creen as! ; es como un dogma de la religión para ellos. Vean ustedes esas flores que circundan el peral y las que hay esparcidas sobre, la tumba de los indios. Ellos acostumbran reunirse aquí en las fiestas. Ellas no son un canard, señor Garnier; son sacrificios propiciatorios. Pero creería que un temblor de tierra abriría una sima que tragaría, la, casa si dejásemos de practicar estas tradicionales ceremonias. ¿Es un canard, es un puro absurdo el que obligó a mi padre a construir estas obras modernas alrededor del corazón de la antigua casa de, adobe, dejando a ésta, intacta, para no ser cómplice en el cumplimiento de la, maldición de, Koorotora? 43
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Habló Maruja en tono de tan sugestiva vehemencia y calurosa pasión; su faz fina y brillante iluminése de tal modo como por una dulcísima luz amorosa, adquiriendo un atractivo singular que no da el simple color del rostro, que Garnier, con fervorosa mirada, y cortés halago, exclamó : -Pero esta maldición se alejará sin dejar funestas huellas ante la bendición encarnada e In una linda criatura. La señorita Saltonstall no puede temerla más que los ángeles. Ella es la predestinada por sus encantos, por sus bondades, a ahuyentarla, a anularla para siempre. Carroll no hubiera dejado de proferir palabras de elogio para Maruja, que fueran como un eco de las de Garnier, si lo que ella dijo al momento no hubiera repercutido en su pecho acongojando a su corazón con supersticioso terror. -Mil gracias, señor. ¡ Quién sabe! De todos modos, cuando la maldición vaya a tener inmediato cumplimiento, yo recibir¿ un aviso... yo lo sabré., Un día o dos antes de que llegue el funesto invasor, aparecerá repentina y misteriosamente, en pleno día, en los alrededores de la casa, un coyote. Este merodeador, este fiero animal de la noche, ahora, oculto y refugiado en lo más espeso y obscuro del cañón, 44
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volverá a vagar en derredor de la madriguera de sus antepasados... ¡Caramba! Señor capitán, ¿qué es lo que usted mira? ¡ Me asusta usted! Basta ya se lo ruego! Ella se, había, vuelto hacia ¿¡ dando un golpe en el suelo con su piececito como una niña enojada. -Nada- dijo riendo Carroll y recobrando su serenidad-. Usted no debe enfadarse con uno por la, sola, razón de, que se emociona dejándose llevar por su intensamente dramático relato. ¡ Voto a Júpiter! Yo creía ver, yo veía realmente todo lo que usted iba pintando en su detallada descripción: el viejo indio, el misionero, y... ¡el coyote! Brillaron sus ojos. Por su mente cruzó la, extraña y descabellada idea de que quizás, aun contra su voluntad, fuera el predestinado de aquella joven ; y en el profundo egoísmo de su loca pasión amorosa, sonrió ante la pérdida material de los campos, y, como consecuencia, del propio prestigio. -¿Entonces el coyote ha anunciado siempre, al parecer, algún cambio de fortuna en la familia?- dijo Carroll con bastante descaro. -El día del casamiento de mi madre- contestó Maruja en voz muy baja-, después que regresó de la iglesia, la comitiva para celebrar el banquete en la 45
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casa antigua, mi padre preguntó : «¿Qué perro es ése que hay debajo de la mesa?» Y cuando alzaron el mantel para mirar, un coyote salió escapado, abriéndose paso, por entre los invitados, y huyó a través del patio hasta perderse de vista.' Nadie supo cómo ni por dónde había entrado aquella fiera. -Haga el Cielo que no nos encontremos con que el coyote se nos haya comido el desayuno- exclamó festivamente Garnier-, porque yo crea que nos está esperando. Ya oigo la voz de su hermana destacándose entre las otras que llegan hasta aquí cruzando la verde terraza. ¿ No podemos dejar de una vez las fúnebres tumbas de nuestros antepasados y reunirnos con las muchachas? -No estoy ahora en disposición de hacerlo, muchas gracias- dijo Maruja poniéndose el chal sobre la cabeza-. No puedo en estos momentos someterme, en circunstancias tan desventajosas para mí, a la comparación que ustedes, dos caballeros, pueden hacer entre mi cara y mi traje y los más frescos rostros y refinada toilettce de las otras. Vayan ustedes con ellas si quieren. Yo esperaré un poco y rezaré un Ave María, por el alma de Koorotora. Después tornaré por el mismo camino de mi venida. 46
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Maruja evadió con firmeza la, suplicante mirada de Carroll ; y aunque su faz brillante y hermosa y la hechura, orden y limpieza impecables de su indumentaria y atavío probaban bien a las claras la ineficiencia de su disculpa, evidentemente se veía que su deseo de quedar sola era verdadero y no una vana manifestación de femenil coquetería. Saludáronla ambos jóvenes quitándose el sombrero y se alejaron mohinos y cabizbajos. Así que la rubia cabeza del capitán desapareció tras el frondoso y verde follaje, la jovencita lanzó un leve suspiro que repitió después a manera de nervioso bostezo. Abrió y cerró el abanico dos o tres veces golpeando con sus varillas la, palma de la mano, y, después, recogiendo el chal bajo la redonda barba con una mano y llevando el abanico y alzándose, la falda con la otra,, bajó la cabeza y se internó en la espesura. Salió al otro lado junto a una cerca baja que separaba el parque, de una estrecha senda, que comunicaba con la carretera. Apenas se aproximó a la empalizada vio deslizarse ante ella, a lo largo del sendero, una extraña figura. Era el caminante que vimos al amanecer. Ambos levantaron la cabeza al mismo tiempo cruzándose sus miradas. El caminante, a la clara luz 47
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del pleno día, aparentaba ser un hombre delgado y débil aunque resuelto, toscamente vestido con una camisa de minero y pantalones de lona ambarrizados y medio oculto en una casaca militar azul, bastante estropeada, que pendía perezosamente de un hombro. Su seca curtida faz no carecía de cierto aire de inteligencia malévola y perversa idea, así como de un aspecto de casi insolente. provocación. Detúvose repentinamente como sobresaltado, a la manera que lo haría un animal ante un objeto extraído. Pero no manifestó otra emoción especial. Maruja detúvose también en el mismo»instante al amparo de la empalizada. El la, miró deliberada y fijamente bajando después poco a poco los ojos. -Deseo encontrar la dirección de la carretera que va a San José. ¿La conoce usted por casualidad ?dijo dirigiendo su vista a lo más alto de la valla. Ya hemos dicho que no había de encontrarse Maruja con hombre, mujer o chico, con vicio o con joven, sin que instintivamente intentase subyugarles. Fuertemente dominante y extraordinariamente fascinadora, apoyóse con fina delicadeza en la empalizada y doblando hacia adelante, como para oír 48
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mejor, su orejita con ayuda del abanico, hizo repetir al viandante la pregunta sometiéndole al mismo tiempo a, la influencia del amoroso fuego de sus orlados ojos. Así lo hizo él, pero incompletamente, con sentimental balbuceo. -Buscando... hacia,... San José... carretera... dirección. -La carretera que llega hasta, San José- contestó Maruja con tranquilidad y gentileza, como si no tuviera inconveniente en proseguir la conversación- se halla, a unas dos millas de aquí, a la izquierda mirando al llano. Hay otro camino ; si... -No lo necesito. Buenos días. Y volviendo la cabeza repentinamente, desapareció.
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III El desayuno, mejor dicho, el almuerzo, porque ordinariamente era un opíparo, un espléndido y animado banquete en La Misión Perdida, habíase prolongado hasta después del mediodía. Terminado el baile, los convidados fueron saliendo, y la, reunión casera, a excepción del capitán Carroll que había, regresado al distante punto de su destino oficial en cumplimiento de su deber, fue dispersándose poco a poco. Algunos marcharon a, caballo hasta, los lugares interesantes y pintorescos de las cercanías;, otros fueron a visitar importantísima casas modernas que la opulencia de una rápida civilización había edificado en el fértil valle. Particularmente una de ellas, obra de un millonario, era famosa por la vegetación 50
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exuberante y espontánea que la circundaba, y por su forma extravagante. -Si ustedes van al palacio de Aladino- dijo Maruja desde el más alto escalón del pórtico del Sur a los invitados que iban en un carro-, después que hayan visitado las caballerizas con departamentos de caoba para un ciento de caballos, pidan a Aladino que les enseñe la cámara encantada, ataraceada con maderas de California y pavimentada con cuarzo de oro. -Seríamos más afortunados y dichosos sola, mente con que la princesa de China viniese con nosotros - dijo galantemente Garnier. -La princesa permanecerá en casa con su madre como una buena chica- contestó Maruja con gazmoñería,. -Mala puntería la de Garnier esta vez dijo por lo bajo Raymond a Buchanan cuando ya el carromato marchaba con ellos-. A la princesa no le agrada volver a visitar a Aladino. -¿Por qué? -La última vez que estuvo allí, Aladino fue exageradamente persa en sus extravagancias. Le ofreció la casa, las cuadras y hasta su misma persona. 51
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-Pues no era mala pesca... porque tiene dos misiones según he oído. -Sí; pero su esposa es tan extravagante como él. -¿Su esposa, eh? ¿Pero habla usted en serio? ¿ 0 es que usted se entretiene en calumniar a los que admiran demasiado a, la moza?- dijo Buchanan golpeándole juguetonamente con el bastón-. Una palabra más y le arrojo del carro. Después que marcharon los turistas, los alrededores de la casa quedaron sumidos en el más profundo silencio y perfecta quietud ; tan tristes y solitarios, que al contemplarlos podría creerse que la maldición de Koorotora había, descendido sobre ellos. Marchitas hojas de flores, brotes y pámpanos caídos de las parras enroscadas en la inmensa línea de, columnas, llenaban profusamente el extenso solar del pórtico, o crujían y rastreaban el suelo hacia las paredes de la casa cuando soplaba sobre ellas la fuerte brisa que ordinariamente orea aquellos lugares. Algunos cardenales caían como gotas de sangre ante las¡ ventanas abiertas del desierto salón de baile en el que resonaban débilmente los pasos de una solitaria camarera. Era la doncella de Maruja que iba a entregar unos apuntes a su señorita que, 52
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con su traje matinal de volantes, estaba recostada en la ventana.. Tomólos Maruja, pasó tranquilamente la vista por ellos, dobló el papel a lo largo y lo ocultó en el cinturón. El capitán Carroll, de quien procedía aquella nota, habría escrito uno de tantos oficios o despachos de lo que metódicamente remitía. La doncella habla observado el hecho y esto le indujo a procurar de su señorita, más excitantes e íntimas confidencias. -Doña Maruja habrá visto seguramente el bouquet del señor Garnier sobre la mesita del tocador... Doña Maruja, lo había visto. Doña Maruja adquirió, además, el convencimiento de que, sobornada por el dinero como un Judas, había descubierto traidoramente los secretos de su ropero hasta el extremo de proporcionar al señor Buchanan, arrancándola de un vestido amarillo, una cinta de este color para que hiciera juego con un abanico de China. ¡Esto era intolerable! Faquita sintió la pena del remordimiento y aseguró que por este solo acto había deshonrado a su familia. Doña Maruja, sin embargo, al ver esto, creyó que lo único que le restaba hacer era regalarle el 53
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profano vestido y asegurarle que el, demonio no se la llevaría. Después que dejó completamente consolada a, Faquita, Maruja cruzó el largo salón y, abriendo una puertecita, penetró en un pasillo obscuro a través del recio muro de adobe de la vieja casa, dejándose atrás, aparentemente, todo el siglo actual. Una tranquila atmósfera del pasado rodeaba a Maruja, no solamente por los salones de bajas bóvedas que terminaban en ventanas enrejadas. y las cuadrangulares cámaras cuyo rico aunque escaso mueblaje palidecía ante la central elegancia de las camas con sábanas y colchas de regios bordados y almohadas adornadas con primorosos encajes, sino también a causa de cierto especial y misterioso olor a seco y rígido respeto religioso que penetraba en todas partes, y saturaba a aquella agradable semiobscuridad de la fragancia de las generaciones pasadas del olvidado Gutiérrez que expiró beatíficamente en el viejo caserón. Una neblina como de incienso y flores que han perdido su primitiva frescura tendía su velo a través del largo corredor ocultándolo a la vista, y hacía que el azul y limpio firmamento, visto a través de las 54
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ventanas, pareciese en cada una de éstas un espejo incrustado en la pared. La habitación destinada a las señoritas, parecía mitad capilla y mitad dormitorio, con la extraña mezcla de convento en las desnudas paredes blancas de las que únicamente pendían crucifijos y emblemas religiosos, y de lupanar, al vislumbrar perezosas e indolentes figuras reposando cubiertas tan sólo con una saya corta de seda, camisa escotada y chinelas de abigarrados colores. En un ángulo claro del corredor que daba al patio, cuya parte de balaustrada, cubrían mantas y chales de vivos colores, estaba, el ama de la casa, medio reclinada en una, hamaca, rodeada de parlanchines criados y parientes, dando su audiencia de los lunes. Maruja abrióse camino por entre banquetas, veladores y cojines amontonados, hasta llegar y colocarse al lado de su madre; la besó en la frente, y ágilmente posóse, como blanca palomita, sobre el antepecho. La señora Saltonstall, una mujer morena y corpulenta que ocultaba su natural tosquedad bajo un baño de suavidad de expresión y la artificial com55
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postura de gestos y ademanes, levantó pesadamente sus ojos negros hasta ver la cara de su hija. -Tú no has dormido, ¿verdad, Maruja? -No, querida; ni siquiera he visto la cama. -Pues debes descansar inmediatamente. Me han dicho que el capitán Carroll marchó esta mañana inesperadamente... -¿Te importa algo? -¡Quién sabe! Amita parece que no se ilusiona con José, Esteban, Jorge y demás primos. Ni vea Juan Estudillo. El capitán no es malo. Tiene su carrera; es del Gobierno; está... -A no más que diez leguas de aquí- dijo Maruja, jugando con la nota del capitán, que llevaba en el cinturón-. Puede usted mandar a buscarle, mamita querida. Se alegrará muchísimo. -Siempre has de hablar en broma, y sin ton m son... como tu padre. Entonces, nuestra Amita no se, habrá, molestado, ¿ eh ? -Ella, Dorotea y las dos Wilson han salido con Raymond y su amigo de usted el escocés en el -carro. Y no ha reñido a... Raymond. -Bien- dijo la. señora Saltonstall recostándose en la hamaca-; Raymond es un antiguo amigo de la casa. Lo mejor que ahora puedes hacer, chiquilla, es 56
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dormir la siesta hasta que llamen a comer. Yo espero esta, tarde una visita la del doctor West. -¿Otra vez? ¿Qué dirá Pereo? -Pereo- dijo la, viuda incorporándose otra vez en la, hamaca con impaciencia-. Pereo se está volviendo inaguantable '. El hombre es tan loco como don Quijote. No puede disimular su singular impertinencia, y su molesta intervención ni aun ante extranjeros que no pueden comprender su situación de criado de confianza o los largos servicios prestados en esta casa. En la actualidad ya no existen los mayordomos. Los Vallejos, los Briones, los Castros, ya no los tienen. El doctor West los llama, muy sabiamente, restos ridículos de la época patriarca. -Que pueden ser substituidos por extranjeros inteligentes - interrumpió Maruja afectadamente, -Y muy pronto, si es que el régimen patriarcal no sirve para que los hijos aprendan a guardar el respeto debido a sus padres. No, Maruja... ¡ no! Estoy enfadada. ¡ No me toques! Pero si tienes lacio el cabello, estás casi despeinada, y tienes ribeteados los Ojos como las lechuzas... Tú apoyas a ese fanático Pereo porque te deja solita y acompaña a tus pobrecitas hermanas y a sus escoltas como el indio cuya 57
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sangre corre por sus venas. Sólo Dios sabe si habrá disgustado al capitán Carroll con sus vehemencias y si ésa será la causa, de que haya marchado tan de repente. El se cree el único guardián de la honra de nuestra familia; que tiene la misión, por habérsela, conferido don Fulano de Koorotora, de desviar su destino. Indudablemente que el aguardiente es lo que lo hace concebir ilusiones e imaginar tonterías que la acreditan de profeta entre los mentecatos peones y criados. Atemoriza a los niños con extravagantes historias y les enseña a adornar esa sepultura pagana como si fuese la urna de la virgen de los Dolores. Además, estuvo ayer tarde grosero con el doctor West. -Y, sin embargo, usted tiene la culpa de que se haya engreído de este modo en su cargo de mayordomo. Olvida, usted, madre, cómo le hizo intervenir en el asunto de «dueña» Enriquita con el coronel Brown; cómo le permitió que asustara al joven inglés que estuvo bastante atrevido con Dorotea,; cómo le incitó usted contra el pobre Raymond, al que faltó tan descaradamente que tuve que intervenir y arreglar yo misma, el asunto. -Nada tiene que ver con lo que me disgusta de Pereo el que yo le encargue la resolución de asuntos, 58
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y que dé explicaciones que yo por mí misma no podría dar ni resolver sin desacreditar la siempre honrada hospitalidad de la ea, -No - dijo doña María, con exagerada. dignidad que, aun siendo inconsistente y absurda, por la poca fuerza de su argumentación, no dejaba de ser impresionante-. No hemos llegado al extremo ¡ válganos Santa María! de que nos veamos obligadas a oír personalmente las pretensiones de cualquier huésped que llegue a esta casa, como los casamenteros y vende hijas ingleses y americanos. En estos casos, Pereo obra con tacto y discernimiento. Pero ahora es un verdadero loco. Hay extranjeros y extranjeros. El valle está lleno de ellos... y una puede distinguir y escoger desde que las nobles y antiguas familias han ido disminuyendo año tras año. -Con seguridad, no- dijo Maruja. inocentemente. Ahí está el excelente Ramírez que hace poco tiempo casi toma por esposa en San Francisco a una cupletista. Gracias que pudo aún escapar del fuego. Ahí está, en plena juventud, José Castro, el único que apoya y fomenta nuestra fiesta nacional, las corridas de toros; el famoso domador de caballos y el vencedor en no sé cuántas carreras. ¿Y no tenemos también a Vicente Peralta, que será pronto, según 59
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dicen, diputado americano? Este sabe leer y escribir... A propósito : aquí llevo una carta suya. Al decir esto apartó los apuntes plegados del capitán Carroll y enseñó otro papel que llevaba debajo de ellos en el cinturón. La señora Saltonstall dio con el abanico unos golpecitos en la mano a su hija, diciéndole : -Tú te ríes de todos ellos y defiendes a Pereo. Anda, anda y duérmete con más rectos y ordenados pensamientos... ¡Espera! Oigo el caballo del doctor. Corre y procura que Pereo le reciba. bien. Apenas había entrado Maruja en el obscuro corredor cuando vio venir al visitante, un caballero de sesenta años, de cabeza gris y duras facciones, que evidentemente habíase introducido sin ceremonia alguna. -Ya, veo que usted no espera, a que le anunciendijo dulcemente Maruja, Mi madre se alegrará de esta impaciencia. En el patio la encontrará usted. -No me ha anunciado Pereo porque quizás esté aún bajo la influencia del aguardiente que tragó ayer- dijo el doctor secamente-. Le encontré la otra noche al lado de la tienda, que hay en la carretera, hablando con dos asesinos a quienes procuraré alejar de estos lugares. 60
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-El mayordomo tiene muchas compras y encargos que hacer y se ve obligado a tratar con muchas gentes- dijo Maruja,. ¿Qué querría usted? Nosotras no podemos elegir sus relaciones, cuando apenas podemos escoger las nuestras- añadió dulcemente. El doctor vaciló como si fuera a replicar, y, .de pronto, con un brusco «buenos días», se dirigió hacia el patio. Maruja no le siguió. Súbitamente llamóle a Maruja la atención una hasta entonces inmóvil figura que parecía estar escondida al amparo de las sombras de un ángulo del corredor, acechándola y esperando su paso. La viva y perspicaz vista de la hija, de José Saltonstall no se había equivocado. Avanzó directamente hacia la figura y dijo ásperamente : -¡Pereo! La sombría figura salió vacilante hasta acercarse a la luz de la enrejada ventana. Era este hombre, aunque de edad avanzada, fuerte y ligero todavía. Era alto y andaba erguido, y aunque calvas las sienes, colgaban de la, cabeza hasta, su cuello dos o tres largas trenzas de negro cabello. Su cara, sobre la que una de las barras de la reja proyectaba una sombra siniestra, tenía la amarillez y hasta, las venas 61
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de la hoja del tabaco. En su vestido se notaba una rara mezcla, de vaquero y de eclesiástico. Usaba anchos pantalones aterciopelados, abiertos por debajo de las rodillas, y adornados con botones de oro a los lados de la abertura ; rodeaba su cintura, una ancha faja encarnada>, cubierta en parte, por una ceñidísima chaqueta, y, como complemento del traje y sobre él, llevaba una amplia capa sacerdotal de forma circular, de paño negro, con una abertura o raja bordeada con trenza de oro, por la que sacaba la cabeza. Ante la joven bajó sus inquietos ojos amarillos, y el rígido y barnizado sombrero de alas rectas y duras temblábale en, sus manos arrugadas. -¿Otra vez espiando, Pereo?- dijo Maruja en dioma distinto al empleado con su madre-. Esto es indigno del criado de confianza de mi padre. -¡Ese hombre... ese coyote, doña Maruja, es el indigno de su padre, de su madre, y de usted! - dijo, gesticulando, en furioso cuchicheo-. Yo, Pereo, no espío. Yo sigo, sigo las huellas del ladrón montaraz y salvaje que se escabulle y se esconde y huye como las fieras, hasta que lo canso y lo domino. Sí; fui yo, Pereo, quien avisó a su padre de usted, que el ladrón no se conformaría con robarle la mitad del campo ; 62
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fui yo, Pereo, el que advirtió a su madre de usted, que cada vez que cruzaba los terrenos de La Misión Perdida, iba midiendo ese ladrón el trozo que pensaba arrebatar. Detúvose un momento, anhelante, abstraído, alucinado por una loca, por una siniestra y diabólica idea que se reflejaba en el fuego infernal de sus ojos enloquecidos. -Y fuiste tú, Pereo- dijo Maruja cariñosamente, poniendo suavemente la mano sobre el palpitante y turbulento pecho del mayordomo-, tú, quien me llevó en sus brazos cuando era una niña. Fuiste tú, Pereo, el que me llevarte contigo delante de ti en tu caballo pinto al oculto picadero cuando nadie más que nosotros sabía dónde estaba; ¿no es verdad, Pereo mío? El inclinó violentamente la, cabeza. -Fuiste tú el que me presentaste los galantes y finos caballeros, los Pachecos, los Castros, los Alvarados, los Estudillos, los Peraltas, los Vallejos. Y a cada nombre que pronunciaba, hacía una pausa, dejando inmóvil unos momentos la, cabeza, como si el fuego se apagase en sus humedecidos ojos. 63
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-Me hiciste prometer que no les olvidaría por los americanos que había aquí. Perfectamente. Esto fue hace muchos años. Ahora soy vieja. He visto muchos americanos... Pues bien ¡ ya soy libre! El asióle la mano levantándola hasta sus labios con ademán de casi religiosa devoción. Suavizóse, dulcificóse su mirada; y como si la furiosa exaltación de su violento espíritu hubiera desaparecido, su voz tornóse sentimentalmente quejumbrosa. -¡Ah, sí! usted, la primogénita, la heredera... de una verdad... ¡ sí!... usted fue siempre una Gutiérrez. Pero... ¿y las otras? ¿ Dónde están ahora?... Siempre me ha pasado con ellas lo mismo. «Oye, pereo; ¿qué haremos hoy? Pereo, nuestro buen Pereo, nos han invitado a que vayamos aquí o allá; nos esperan para visitar la nueva gente llegada al valle,... ¿qué dices, Pereo? ¿Qué comeremos hoy?» 0 también: «Infórmate acerca de éste o el otro caballero extranjero y dinos si hablaremos con él.» Sin ir más lejos, ayer tarde mismo díjome Amita: «Mándame tu caballo, Pereo, para, poder dejar atrás a este fanfarrón americano que va siempre pegado a mi lado ... » ¡ ja! ¡ ja! ¡¡a! O la grave Dorotea murmurándome al oído: «Haz saber a ese señor Presuntuoso Pomposo, que 64
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las hijas de Gutiérrez no van solas con extranjeros.» Y hasta la Lisetita ¡je! ¡je! ¡je! «¿Por qué el extranjero me aprieta el pie con su manaza cuando me ayuda a montar a caballo? Dile que eso no está, bien, Pereo», ¡ja! ¡ja! ¡ja! Rió como un niño y detúvose. -¿Y por qué la señorita, Amita ahora... mira... se queja de, que Pereo, el viejo Pereo, haya venido entre ella y el señor Raymond... el maquinista? ¿Eh? ¿Y por qué ella, la señora madre, la Castellana, ha arrojado a Pereo de sus reuniones? Y continuó con creciente excitación -¿Qué son esas reuniones secretas? ¿eh? ¿Qué acuerdos son ésos a solas con ese Judas.. sin la familia... sin mí? -Escucha, Pereo,- dijo la joven, poniendo otra vez la mano sobre el hombro del anciano-, todo lo que has hablado es la, pura verdad; pero olvidas que los años pasan. Estos ya no pueden llamarse extranjeros; los amigos antiguos marcharon ya de aquí o han muerto; y éstos han ocupado su sitio. Mi padre perdonó generosamente al doctor; ¿por qué no le perdonas tú también? En cuanto a lo demás, créeme a mí... a mí... a Maruja- dijo poniendo dramáticamente su mano sobre el corazón y sobre el 65
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conflicto internacional amoroso que creaban los papelitos del capitán Carroll y de Peralta. Yo procuraré que el honor familiar no sufra detrimento. Y ahora, buen Pereo, cálmate. -No con aguardiente, sino con una botella de vino viejo del refectorio de la Misión, que yo te enviaré. Me lo regaló tu amigo, el P. Miguel, y es de los mejores vinos rancios que se consumían aquí. ¡ Valor, Pereo! Tú me has dicho que se queja Amita de que vayas entre ella y Raymond... Perfectamente. ¿Y qué importa? Sírvate de consuelo el saber que hoy he citado aquí a comer a los Peraltas, a los Pachecos y a los Estudillos, todos amigos tuyos. Hoy te deleitarás oyendo nombres viejos aunque para ti sean jóvenes las caras. ¡Animo! Cumple tu deber, viejo amigo; que vean que la hospitalidad de La Misión Perdida no envejece como así lo quiere el mayordomo. Faquita te traerá P -¡vino. No; no vayas por ahí; no necesitas pasar Por el patio ni volver a encontrarte con ese hombre. Por aquí... dame la, mano, que yo te guiaré. ¡Si te tiembla, Pereo! Estos no son los nervios que hace tan sólo dos años derribaban al toro en Soquel manejando tu prodigioso lazo... Porque... mira,... mira; ¡ tengo que arrastrarte yo misma! ¿no ves? 66
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Y con ligera risa y pueril ademán, casi le hizo caer de, un tirón, y le, llevó medio a rastras hasta que sus voces se amortiguaron y al fin se perdieron en el largo corredor. Maruja cumplió su palabra. Cuando el sol empezó a proyectar largas sombras por todo el pórtico, no sólo los alrededores de La Misión Perdida, sino los más recónditos e íntimos lugares de la, vieja casa animáronse con nueva y alegre vida. Empezaron a llegar jinetes y carruajes aislados. A los modernos vehículos de los huéspedes de la casa y de los vecinos americanos unieron, se, formando extraña mescolanza, abultados carricoches y faetones de hace cincuenta años, arrastrados por mulas ricamente enjaezadas, con bizarros postillones, Y. algunos, con lacayos. Caras indefinibles por lo sombreadas asomábanse al balcón del patio; una ligera niebla producida por el humo de los cigarros entenebrecía aún más los corredores y se mezclaba con la nube del olvidado incienso. Hermosas mujeres sin toca a la cabeza, adornados con flores sus negros cabellos, caminaban observando con infantil curiosidad a lo largo del extenso pórtico y frente a las ventanas abiertas sobre el gran salón. Hombres de color de aceituna, escrupulosamente rasurados; 67
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hombres robustos, fornidos, con sus bigotes retorcidos primorosamente y las guías juntándose en el hoyo de la barba, rondaban ociosos por los alrededores con cierta ¡inconsciente dignidad y con la tranquila, indiferencia del que parece no preocuparse de cualquier novedad o acontecimiento que tenga lugar en tomo suyo. Durante un rato conserváronse los dos sexos mecánicamente separados; pero, merced a la fina galantería de Garnier, a la cínica familiaridad de Raymond y a la impulsiva, frescura de Aladino que había abandonado su palacio encantado ante la más leve de las invitaciones viniéndose en compañía de los expedicionarios con la esperanza de volver a ver a la princesa de China, un intercambio de saludos, de galanterías y aun de íntimos diálogos, les unió al fin. Jovita Castro había oído hablar, ¿cómo no? de las maravillas del palacio de Aladino, y así preguntó al propietario si era cierto que allí las señoras recibían cada mañana, un ramillete y un abanico que hacían juego con sus vestidos, y los caballeros un champán-cotel en su habitación después del desayuno. Aladino contestóle galantemente 68
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-Venga usted cuando quiera, señorita, y lleve a su padre y sus hermanos y permanezcan en el palacio una semana; de este modo lo verá usted por sus propios ojos. Hágame el obsequio : ¿ Cuál es el nombre de, su padre? Ya le mandaré unos cuantos caballos para que vayan ustedes mañana mismo. -¿Y es verdad que usted ha sido la causa de que el simpático capitán Carroll no siga sus relaciones con Amita? - dijo Dolores Briones, puesto el borde del abanico en sus labios, a Raymond. -Así es- contestó Raymond con ingenua franqueza-. Yo hice el asunto cuestión de vida o muerte. El es un militar y, naturalmente, prefirió lo primero, que le proporcionará ocasión más propicia, de ascender en su carrera. -¡Ah! Nosotras creíamos que usted estaba más por Maruja. -Esto era hace dos años- dijo Raymond con gravedad. . -¿ Y ustedes, los americanos, cambian de parecer en tan poco tiempo? -La experiencia personal me ha enseñado que para eso se necesita aún menos tiempo- contestó, también sobre el borde del abanico, con maligna intención. 69
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Estas íntimas confidencias se generalizaron entre los distintos individuos de las diferentes nacionalidades. -Yo siempre creí que ustedes, los españoles, eran muy morenos y usaban largos bigotes y llevaban capa- dijo la linda pollita Walker mirando ingenuamente el terso cutis y la limpia y redonda cara del mayor de los Pachecos-. ¿Por qué es usted tan rubio como yo? -Por eso creo que soy un miserable- replicó él con grave melancolía. El profundo silencio que siguió, a estas palabras le dio ocasión y facilidad para, destruir el efecto que pudieran haber producido con estas otras : -Porque yo no pude evitá mi zino de zé un Nareizo. El señor Buchanan, con la ilimitada, con la amplísima e irresponsable licencia y libertad de un turista, se introdujo de Reno en la animada escena, tomando buena parte en la conversación. Hasta encontró palabras de elogio para Aladino cuyas extravagancias habíanle parecido impías en un principio. -¡Eh, eh! que yo no estoy dispuesto a afirmar que es un loco ni mucho menos- observó a su amigo el banquero de San Francisco. 70
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-Todas estas que procuran atraérsele -contestó el banquero - se verán chasqueadas. El tiene la. prodigalidad del que paga con el dinero de los otros y afloja la bolsa de los demás en provecho propio. Todo el mundo le censura la manera de tirar el dinero, pero le ayuda a enriquecerse. La comida fue más formal; la señora de la casa, envuelta en negro terciopelo de seda, accionaba con teatral solemnidad, colocada a la cabecera de la mesa donde permanecía como efigie sacerdotal, y ni aun la cercana presencia del accesible y práctico escocés que estaba a su la, do pudo sacarla. de su gran comedimiento. Durante algún tiempo la conversación de los parientes recayó sobre sus antiguos carruajes de hacía cincuenta años; tan árida, tan sosa, tan gastada y falta de encanto era. El general Pico describió las fiestas celebra, das en Monterey con ocasión de la visita del señor Jorge Simpson en los albores de la presenté centuria, de las que fue testigo ocular. Don Juan Estudillo estuvo relativamente frívolo, contando anécdotas de Luis Felipe a quien había visto en París. Refiriéndose a tiempos venideros, Pedro Gutiérrez estaba tétricamente impresionado por una posible invasión mongoliana, en California, tras la, cual los chinos ha, rían 71
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prevalecer su religión substituyendo los templos católicos por los paganos, y la poligamia sería. admitida por la Constitución. Sin embargo, todos estuvieron conformes 'en afirmar que la cuestión palpitante era el establecimiento y creación de títulos nacionales de propiedad ; los americanos que reclamaban el derecho de compradores preferentes y los nativos poseedores de privilegios españoles, fueron de la misma opinión. Hablando de estas cosas estaban cuando oyóse la voz musical de Maruja preguntando: -¿Qué es un vagabundo? Raymond, que estaba a su lado, dio una contestación pronta, pero no definitiva. Un vagabundo, si cantase, podría ser un trovador ; si rezase, un religioso peregrino; en ambos casos un natural objeto de la curiosidad y anhelos femeninos. Si no es una, cosa ni otra, un vagabundo es simplemente una maldición, una calamidad. -¿Y cree usted que esto no es objeto de la curiosidad y solicitud femeninas? Después de todo, todavía, no me ha, dicho usted qué es un vagabundo. Una docena de caballeros, atraídos por aquellos ojos dulcemente interrogadores, dispusiéronse a intervenir y dar explicaciones. Según unos,, en Cali72
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fornia no había, cosa alguna que ni por asomo se pareciese a un vagabundo ; según otros, había, en California doce clases diferentes de vagabundos. -¿Pero es siempre insociable ?-añadió Maruja. Otra vez se dividieron las opiniones. Lo mismo podía estar lejos de nosotros que perecer continuamente a nuestro lado. Cuando la cuestión estuvo definitivamente resuelta, obsérvóse que Maruja estaba, conversando animadamente con otros. Amita, una reproducción, si bien más alta, de Maruja, y más hermosa que ella en conjunto, había formado una, pila de trozos de pan entre ella y Raymond a quien escuchaba , con receloso y pueril interés tan incompatible con la regular serenidad de su rostro como la gravedad artificiosa de espíritu con el risueño y juvenil exterior de Maruja. Al dirigirse a Amita, Raymond lo hacía en voz baja, y fervorosa y ardientemente; no porque el asunto tuviera importancia alguna, sino por su habitual cualidad de hombre franco y reservado. -Están discutiendo el proyecto del nuevo ferrocarril, y sus parientes de ustedes son todos opuestos a él; sin embargo, mañana acudirán reservadamente a Aladino para pedirle la gracia de que admita sus suscripciones. 73
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-Yo nunca, he visto un ferrocarril- dijo Amita ruborizándose ligeramente-. Usted, como ingeniero, será bastante perito en la materia. A pesar de la frescura de la noche, la luna llena atrajo a todos los invitados al pórtico donde se sirvió el café, y en el cual, embozados en abrigos y chales, hombres y mujeres semejaban grupos de enmascarados, disfrazados con dominés, esparcidos por el extenso pórtico y los amplios escalones formando como un campamento de gitanos; la luz de la luna reflejábase de vez en cuando en las lustradas botas o en el raso de las chinelas. Dos o tres de esos grupos se dividieron en parejas que iban y venían por el paseo de. acacias al que llegaba el sonido melodioso del arpa pulsada en el gran salón o las notas de una romanza vigorosamente atacadas por un tenor español. Dos de estas parejas eran- Maruja y Garnier, seguidos de Amita y Raymond. -Estás algo inquieta esta noche- dijo Amita, esforzándose cautelosamente en mantenerse a corta distancia, de Maruja, a pesar de la oposición de Raymond-. Estás pagando ahora el no haber descansado hoy. Esa es la causa de la pesadez que sientes. 74
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La misma, idea cruzó por la mente de los dos acompañantes. Maruja echaba de menos la excitación de la presencia del capitán Carroll. -Es tan fresco el aire fuera de la casa...- respondió Maruja tan enérgicamente que desmentía cualquier sospecha de fatiga o de moral inquietud-. Estoy cansada de correr tras esas tórtolas por los paseos y por entre los arbustos. Vamos ahora a, llegarnos hasta el sendero. Si estás cansada puede darte el brazo el señor Raymond. Y avanzaron guiados por la indomable y nerviosa figurita, que, por esta vez, pareció no darse cuenta de las frases y galanterías, ya picantes, ya tiernas y sentimentales, con que Garnier aprovechaba el tiempo y la oportunidad. Una sombra más que discretamente sombreada, una luna poética inspirando amores, dos ojos hermosos y brillantes y no desafectos ni crueles, una graciosa figurita al lado... ¿ qué más podía desear? Sí ; aún hubiera deseado otra cosa; que Maruja no caminase tan de prisa. Podía uno ser más arrogante, más audaz, más atrevido marchando al trote indio; pero, ser impasible... ¡ jamás! El paso era cada vez más ligero. Ahora iban ya muy de prisa. Más que de prisa.- Maruja había emprendido un trotecito. Su diminuto y flexible cuerpo 75
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movíase graciosamente a uno y otro lado, sus lindos piececitos avanzaban alternativamente, como dos flechas, delante de ella; y al compás del trotar menudo iba tarareando una hermosa canción que, según explicó, obligada por las preguntas, le enseñó Pereo cuando era niña.. Por fin detuviéronse en el sitio en que Maru¡a había encontrado al vagabundo por la mañana. Los acompañantes de Maruja llegaron completamente desconcertados y hasta, avergonzados; Amita porque su cuerpo no estaba acostumbrado a estos trotes, Raymond porque le molestaba que la pobre chica quedase vencida, y Garnier porque había perdido una preciosa oportunidad y, además, porque sospechaba que habían hecho algo el ridículo. Solamente los ojos de Maruja, mejor dicho, los ojos de su Horado padre, daban. señales de alegría y de contento. -Ustedes son demasiado afeminados - dijo recostándose en la empalizada y sombreándose los ojos con el abanico, dejando que la luz de la luna iluminase lo demás de su rostro-. La civilización ha entorpecido y debilitado sus piernas. Un hombre 76
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debe estar dispuesto a no hacer otra, cosa en todo el día que andar. -Sí ; el hombre debe ser... un vagabundo ocurriósele decir a Raymond. -Eso es. Yo hubiera preferido ser una gitana, para dar vueltas, muchas vueltas, yendo de aquí para allá, vagando, vagando, y encontrarme con un nuevo alojamiento, con una nueva casa cada, noche. -Y con una nueva muda de ropa interior limpia, cada, mañanita- dijo Raymond-. ¿Pero cree usted seriamente que usted y su hermana están convenientemente arropadas y vestidas para empezar esta noche? Miren que es extremadamente fría, añadió subiéndose el cuello del abrigo-. ¿Empezará usted enseñándonos uno de sus palacios, que podría ser el más cercano montón de paja, o el gallinero -Más próximo? -¡Sibarita! -contestó Maruja. Y después de mirar un poco a, los campos de alrededor y de echar una. ojeada, senda abajo, dijo de pronto: -¿Qué es eso? Y Señalaba en la mano una alta y erguida sombra que iba caminando despacio y desaparecía ya por la orilla opuesta de la empalizada. 77
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-Es Pereo; no puede ser otro que él. Le conozco por el largo sarape1 - dijo complacientemente Garnier que estaba el más próximo a la, valla-. Pero lo sorprendente es que no estaba ahí cuando vinimos nosotros, ni ha salido de ese espacio de campo despejado. Segura, mente ha venido siguiéndonos por la otra orilla de la empalizada. Las jóvenes se miraron simultáneamente no sin que Raymond lo observara. Entenebrecióse el semblante de Amita que marchó al costado de su hermana a la que asió del brazo con tal apresuramiento que la hizo dar la vuelta. Los dos hombres, sospechando un contratiempo, quedáronse unos pasos atrás, dialogando y dejando así en libertad a las dos hermanas para que cambiasen entre sí algunas palabras en voz baja, mientras regresaban, a casa despacito. Entretanto la alta silueta de Pereo había desaparecido en la espesura apareciendo otra vez en el lugar despejado en que se hallan el cenador y el peral. El brillo rojo de dos o tres cigarrillos encendidos, brillo que partía de la sombra del cenador, y las
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Sarape: la manta mejicana.
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agachadas formas de dos mujeres envueltas en sus chales, adelantáronse para reunirse con él. -¿Y qué es lo que has visto tú, Pereo?- dijo una de las mujeres. -Nada -contestó impacientemente Pereo-. Ya te dije que de esta niñita primogénita respondía con mi vida. No ha hecho más que bailar una vez con el francés, como lo ha hecho con otros. Doña Amita y su Raymond son como la cera, en manos de Maruja: hace de ellos lo que quiero. Además, he hablado con Rujita hoy y le he dicho lo que venía al caso, contestando me ella que no hay nada. -Y mientras hablabas con ella, mi pobrecito Pereo, el diablo del doctor lo hacía con la madre, tu señora,... nuestra señora, Pereo... ¿Sabes lo que dijo? ¡ Oh ! Nada de particular. -¡La maldición de Koorotora, caiga sobre ti, Pepita!- dijo Pereo irritado-. Habla, loquilla., ¡habla, si sabes algo! -De cierto no sé nada. Que te lo diga Paquita que lo oyó. Y tomándola de la mano, colocó a la doncella de Maruja, sin que opusiera resistencia, ante el viejo criado. 79
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-Esta Paquita, hija de Gómez, es una chica, del país. Habla, niñita, ¿qué dijo ese coyote a la madre de tu señorita? -Le advierto, buen Pereo, que fue la casualidad la que me favoreció. -Bueno, bueno, dejemos eso. Ven aquí; ¿qué es lo que dijo, chiquilla? -Estaba, yo colgando unas ropas detrás de la cortina en el oratorio, cuando Pepita introdujo al americano. Yo no tuve tiempo de es, capar. -¿Y por qué querías escapar de un perro como ése?- dijo uno de los fumadores que se había sentado cerca de allí. -¡Silencio!- dijo el viejo. -Cuando estuvo con doña María, los dos hablaron de negocios. Sí, Pereo; ella, tu señora, habla de negocios a ese hombre... ¡ ay! del mismo modo que pudiera haber hablado contigo... Que si esto le parecía bien... que si le aconsejaba lo otro... que si sacarían el ganado de las hondonadas y volverían a sembrar de trigo los campos... y que si tenia comprador ya de Las Osos... -¡Los Osos! Ese campo es la línde... la frontera... la línea del arroyo... más antiguo que La Misiónmurmuré Pereo. 80
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-¡Ah! Y hablé también de... de... no sé de qué cosa.... de un ferro... carril... -¡El ferrocarril! - dijo suspirando el viejo. Yo te diré qué es eso. Es la cortadura de una -navaja de fuego a través de La, Misión Perdida; cortadura tan larga como la eternidad y tan destructora como la, muerte. A los lados de esta tremenda, de esta, larga y profunda herida, desaparecen, huyen espantadas la vegetación y la vida. Dondequiera que este cruel acero corta, la señal que deja es lívida y seca, estéril, infecunda; corta y echa abajo todos los obstáculos, y no hay barreras para él; salta por encima de todas las lindes y atraviesa todas las fronteras, ya sean éstas cañadas o cañones; es un torrente devastador en la llanura, un huracán en el bosque; en su camino, en su desenfrenada carrera, es la destrucción de cuanto encuentra a, su paso, sea hombre o bestia; es la divinidad pagana de los americanos que levantan en su honor templos en donde se reúnen y le dan culto cada vez que se detiene respirando fuego y humo como un' verdadero Moloch. -¡Ay! ¡San Antonio nos valga!- dijo Paquita, horrorizada-. ¿Y todavía hablan ellos de él diciendo que si los «dividendos» que si las «acciones», y que si el trigo alcanzaría doble precio? 81
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-Entonces, que Judas te lleve a ti y a. tu ferrocarril - dijo Pepita, impacientemente-. No es esta, bagatela lo que Paquita ha venido a contar aquí. Anda, chica, y cuenta todo lo que sucedió. -Y entonces- continuó Paquita con ligera afectación de cortedad y modestia de doncella, en medio de aquel círculo de fumadores tendidos en el suelo-, entonces hablaron de otras cosas y de ellos mismos, y, la verdad, el doctor de la barba gris fue al grano y empezó a decir cosas galantes y a hablar del amor hasta la muerte, y del tiempo en que tendrá, el derecho de proteger... -¿El derecho, niña? ¿Pero has dicho el derecho? No; ¡tú estás equivocada! No fue esto lo que expresó... -Tu vida contra un centavo a que Paquita no se equivoca- dijo el indispensable y manifiesto satirizador doméstico-. Enseña tú a la chica de Gómez a interpretar y a adivinar intenciones... Cuando reían todos la gracia, y las chispas del cigarrillo hábilmente arrojado al suelo por el abanico de Paquita de los labios del gracioso habían desaparecido en la obscuridad, la doncellita terminó bruscamente diciendo : 82
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-No sé qué palabra, emplearía usted, ni qué diría si hubiera visto que él le besó la mano poniéndosela después sobre el corazón. -¡Judas!- dijo alarmado Pereo. Y añadió febrilmente-: Pero ella, la, doña María,, tu, señora, ella te requirió inmediatamente y te dijo que me llamaras para que arrojara a la calle a aquel atrevido. ¿Corriste a defenderla? ¡ Cómo ¡ ¿Tú viste eso y no hiciste nada? Calló el viejo y miró de soslayo al rostro la joven pretendiendo leer en él la impresión que habíanla causado sus palabras. Después continuó : -¡No! Ya veo que soy un viejo tonto. SI, sí ; fue la misma madre de Maruja la que aguantó y se mantuvo quieta. ¡ Je ¡ ¡ je ! ¡ je ! Sonriendo, sonriendo, destrozó el corazón del cobarde como pudiera hacerlo, Maruja. Y cuando se hubo marehado él, ella te mandó que le llevases agua para lavarse la mancha que el traidor Judas había dejado en su mano. -¡Válgame Santa Ana!- dijo Paquita encogiéndose de hombros-. La dueña hizo lo que en su caso hubiera hecho la mejor muchacha. En cuanto él hubo marchado, ella se sentó y llamó. 83
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El viejo retrocedió un paso y se apoyó en la mesa. Después, con una especie de temblorosa, audacia, dijo: -¡Nada! Esto es todo lo que has contado: ¡nada! ¡ Bah! Una sucia y perezosa que se duerme trabajando y sueña detrás de unos cortinajes. Sí; tú sueñas ¿entiendes? ¡ sueñas ¡... ¿ Y para esto - dejas tus obligaciones y vienes a murmurar aquí! ¡Vamos! -prosiguió fuertemente agitado por -la pasión-. ¡Vamos! basta ya de esto. ¡Largo de aquí!... usted, y Pepita, y Andrés, y Víctor, todos ustedes... a sus obligaciones. ¡Fuera! ¿No soy aquí el amo? ¡Pues fuera; yo lo mando! Su mandato era formal, no cabía duda. La cólera que manifestaba en sus palabras no era, una ficción. Acobardados los del grupo, muy pronto se levantaron temblorosos y desaparecieron uno tras otro silenciosamente por el laberinto. Pereo esperó a que marchara el último, y cuando se quedó solo, calóse el sombrero de ala tiesa inclinándolo como pantalla ante los ojos, y profiriendo algunas frases gruesas tomó inmediatamente el camino de los establos a través del espeso matorral. Más tarde, cuando la clara luz de la majestuosa luna de media noche había logrado apagar las más 84
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rezagadas luces del caserón ; cuando el largo pórtico dormía encerrado en sus macizos pilares de sombra y la brisa de la noche empezaba ya a extinguirse, Pereo salió quedamente del patio de los establos vestido de vaquero, montado a caballo. Siguiendo con exquisita cantela el borde musgoso del camino engravado, sin llamar la atención con ruido alguno pudo llegar a la, puerta que da, a, la senda paralela a la empalizada. Al paso de su mustang, fue avanzando despacio y con dificultad hasta que la casa desapareció tras el follaje. Cambiando entonces el paso corto del animal en paso largo, penetró en un angosto camino de herradura que parecía guiar hacia la, cañada. En un cuarto de hora llegó a un profundo prado, un plano en forma de anfiteatro limitado por unas colinas cubiertas de abundante hierba, pero sin árboles, que formaban un semicírculo. Una, vez allí picó espuelas al caballo y empezó un raro ejercicio. Dio dos vueltas a la pradera a galope tendido, con el sarape al aire y sueltas las riendas, y otras dos veces después. A la tercera vez que repitió este ejercicio aumentó extraordinariamente la velocidad; parecía que el suelo corría y daba vueltas 85
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en dirección opuesta, bajo las patas del mustang que a distancia eran invisibles en su furioso galopar. Echado Pereo sobre el cuello del bruto, hombre y bestia iban lanzados como una flecha en torno del círculo. Entonces vióse ante él y como saliendo de la, silla, un apenas perceptible anillo de humo girando y desarrollándose lentamente en el aire, anillo que arrojó gallardamente al suelo sin dejar de comer. Una y otra vez la tenue sombra fue enroscándose y desarrollándose, subiendo y avanzando, como una mágica serpentina, con una prodigiosa calma y seguridad que contrastaba con el furioso impulso del jinete y que parecía ser efecto de su misma furia. Después, Pereo dio la vuelta y trotó tranquilamente hasta parar en el centro del círculo. Allí se despojó de su sarape y arrollándolo y sujetándolo para que conservase la forma cilíndrica, lo colocó derecho sobre el suelo, emprendiendo nuevamente su veloz carrera en torno de 1a pista. Pero esta vez, antes de completar la media vuelta, volvíóse súbitamente lanzándose en dirección al inanimado objeto. A la distancia de cien pasos desvióse un poco. Y otra vez los amplios anillos giraron en el aire descendiendo suavemente al pasar 86
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veloz el jinete frente al objeto del centro del círculo. Mas en cuanto alcanzó la línea curva del anfiteatro, dio media vuelta otra vez y marchó en línea recta hacia el camino por donde había entrado en aquel oculto picadero. A cincuenta pasos detrás de las patas del caballo, al extremo de un lazo, el pobre sarape iba arrastrando y dando saltos tras de Pereo. -El viejo está bastante tranquilo esta mañanadijo Andrés al día siguiente, cuando terminó de arreglar y suavizar el pelo del mustang, áspero después de secarse el sudor-. A la vista está, amigo Pinto, que ha descargado toda, su furia sobre ti...
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IV El rancho de San Antonio hubiera sido un perfecto y característico asilo para su bendito Patrono al ofrecer, como ofrecía, un retiro y apartamiento al amparo de las tentaciones que provienen de la lujuria de los ojos, proporcionando, además, todas las facilidades imaginables para la continua contemplación del firmamento, cuya vista no impedían el árbol más pequeño ni la menor elevación. A diferencia de La Misión Perdida, de la que había formado parte, estaba situado en una nivelada llanura de rico adobe que durante medio año de humedad en que la, arcilla es extraordinariamente plástica presentábase a la vista como un verdadero mar de verdura agitándose sin Cesar en hinchadas olas que rompían en los confines del remoto horizonte, y durante el otro medio, como una extensa 88
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costa seca y polvorienta, que había quedado al descubierto al retirarse el verde mar, de primavera hasta tocar el pie de la, celeste bóveda que parecía mofarse de la aridez apareciendo como un mar imaginario allá en las lejanías. Una hilera de toscos, irregulares y seriamente prácticos cobertizos y viviendas albergaban la maquinaria agrícola y los cincuenta o sesenta hombres empleados en el cultivo de la tierra; pero ni la casa principal, ni el rancho todo ofrecían, en medio de aquella, inmensidad de tierra y firmamento, un conjunto de comodidades pueblerinas tan sencillo y tan escaso como el que ofrece a sus vecinos y visitantes una pequeña, aldea. Los artículos más indispensables, como son los de primera necesidad, para la vida, del campo, eran allí completamente desconocidos. Compraban la leche y la manteca en la población más próxima. Semanalmente traían del mismo lugar provisiones de carnes y verduras. En la época de recolección los trabajadores habitaban en la próxima colonia y venían todos los días a pie a la hora, de comenzar el trabajo. En los alrededores de aquella casa sin revoques ni lucidos, ni siquiera se encontraba una sola flor 89
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cultivada, si bien al empezar la primavera los verdes campos veíanse tachonados de abundantes amapolas y margaritas. A pesar de la, fecundidad de aquel suelo, en todo él podía, hallarse la más sencilla planta, la más humilde hierba, de jardín. Los espesos surcos de lozano trigo llegaban hasta las mismas paredes de viviendas y trojes ocultando sus ventanas más bajas. En los cobertizos se guardaba la maquinaria agrícola más moderna, y una línea telegráfica unía a la ciudad más próxima con un despacho situado en el extremo de una de las edificaciones, donde el doctor West formaba sus planes y hacía sus cálculos anotando sus ingresos y gastos. Si la severa economía doméstica de que estaba rodeado se la inspiraron el jactancioso menosprecio de la vida campestre y las costumbres livianas y comodonas de los primitivos propietarios de la, finca, o si era simplemente la observancia. de un principio o fundamento axiomático del ahorro como base del negocio honrado, no se sabía ciertamente. Todos cuantos le conocían en la intimidad declaraban que ambas causas influían en su conducta.
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Lo cierto era que un éxito comercial sin precedentes había, premiado y coronado aquel método de vida sencilla, y austera. Algunos supervivientes de las antiguas familias del país acudían de cuando en cuando a la morada del doctor para admirar la rara maquinaria que hacía, ella sola, el trabajo de tantos hombres y de tantos caballos. Llegóse a decir que prometió dirigir y transformar las distantes posesiones de Joaquín Padilla desde su pequeña oficina a través de los trigales de San Antonio. Algunos movieron, al oírlo, sus cabezas en señal de incredulidad, manifestando, además, que él solamente chuparía el jugo de la, tierra, durante muy pocos años para abandonarla después, y que en su marcha furiosa y precipitada no hacía otra, cosa que desflorar aquellas haciendas, desnatar la rica substancia de aquellas tierras, vírgenes aún para los modernos procedimientos de cultivo, ya que hasta entonces únicamente habían sido superficialmente acariciadas por los primitivos arados de roble. Sus aficiones personales y sus costumbres eran tan rígidas y prácticas como las referentes a los negocios. La, parte de casa a él destinada, se componía únicamente de su oficina, biblioteca, dormitorio y 91
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cuarto de baño. Permitíase el lujo de tener este último departamento por conservar rigurosamente la exquisita limpieza que constituía una, parte integrante de su naturaleza. Su cabellera ya gris -una novedad en aquel país poblado de jóvenes americanos llevábala, siempre pulcramente peinada, y usaba continuamente camisa limpia. Era, también característico en él su traje negro y algo anticuado que le daba cierto carácter profesional. Su única condescendencia con los hábitos y costumbres de sus vecinos consistía, en la posesión de dos o tres me dio domados y muy briosos mustangs que montaba con la intrepidez, aunque no con la perfección, soltura y seguridad de los indígenas. Si la conservación en su casa, de este poderoso y desenfrenado superviviente de una agreste y libérrima naturaleza era una, consecuencia de sus planes, o si únicamente obedecía a que aun quedaban en él rasgos de la valentía y proezas de su mocedad, no lo sabemos; lo cierto es que era verdaderamente un espectáculo en la carretera y en el campo la frecuente aparición de aquella figura rígida, de formal y decoroso aspecto, contrastando con el pintoresco caballo que montaba, mustang de ágiles movimientos, 92
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que daba bruscos saltos y emprendía vertiginosas carreras. Dos días hacía que había hecho su visita a La Misión Perdida. Hallábase a la mesa sentado y era la hora apacible de la puesta del sol que ya iba apagando sus luminarias y templando sus vivos ardores al esconderse tras los confines de occidente y enviaba los últimos destellos a la oficina del doctor a través de la puerta abierta de par en par. Estaba, el hombre, absorto en su escritura, cuando de pronto alzó la cabeza con aire de ¡impaciencia y gritó -¡Harrison! La silueta del capataz del doctor West apareció en la puerta. -¿Quién es ese hombre con el que usted hablaba? -Un vagabundo, señor. -Admítalo de una vez para trabajar o que se vaya. No quiero conversaciones ahí. -Así lo estaba, haciendo, señor. No quiere trabajar una semana entera,, ni siquiera un día. Su pretensión es trabajar un rato en cualquier friolera a cambio de la cena y la cama de esta noche. No quiere más. 93
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-Arrójelo de ahí inmediatamente... Espere... ¿qué aspecto tiene? -El de todos los demás de su condición. Aun me parece un poco más haragán que los otros. -¡Bah!... Hágale entrar. Desapareció el capataz y volvió al momento con el vagabundo que ya conoce el lector. Este iba un poco más sucio y estropeado que cuando por la mañana habló a Maruja en La Misión Perdida, pero mostraba el mismo gesto de áspera indiferencia y rudo desdén interrumpido a veces rápida e instantáneamente por una ojeada de furtiva observación. Su haraganería, o su cansancio y fatiga, si estas dos palabras pueden expresar el triste estado de su exterior apariencia, física, parecía haber aumentado. Al verle apoyado en la, puerta, .el doctor contemplóla con despreciativo desdén. Como continuaba el silencio, el vagabundo se permitió buscar poco a poco una, posición más cómoda sentándose por fin a la misma entrada. -Por lo que veo, usted debió nacer ya cansadodijo el doctor bruscamente. -Sí. -¿Y qué es lo que ha venido a pedir aquí? 94
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-Ya dije a éste- contestó el vago volviendo la cabeza, hacia el capataz- que deseaba cena y cama; no necesito más. -Y si no consigue lo que necesita con las condiciones propuestas por usted mismo, ¿qué hará? -Mareharme. -¿De dónde viene usted? -De los Estados Unidos. -¿Y hacia dónde va? -Hacia ellos. -Déjale solo conmigo- dijo el doctor West a su capataz, que sonrió alejándose. El doctor inclinó la cabeza otra vez sobre los cálculos y operaciones aritméticas. El vagabundo, sentado a la misma entrada, alargó la mano, arrancó una espiga tierna de trigo que había nacido casi en la misma puerta, y se la, fue comiendo poco a poco. Ni siquiera levantaba los ojos para mirar al doctor. Allí esperaba como. un reo, como un criminal vulgar, la sentencia, sin miedo y sin esperanza, aunque reflexionando filosóficamente acerca de su situación. -Entre en ese pasillo- dijo el doctor levantando la cabeza, al mismo tiempo que volvía un folio de su libro Mayor y en un armario encontrará ropa abundante para hombres. Tome la que le sirva. 95
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El vagabundo levantóse lentamente, dio dos pasos hacia el corredor y paróse de súbito diciendo : -Todo por un ratito de trabajo solamente ¿ comprende usted? -Solamente por un ratito - contestó el doctor. El vagabundo salió a los pocos momentos con unos amplios pantalones especie de zaragüelles usados por los trabajadores del país, y una ea, misa de lana colgando del brazo, y un par de botas y otro de calcetines, en la, mano. El doctor dejó a un lado la, pluma. -Ahora entre en ese cuarto y cámbiese de ropa... ¡Espere! Primero, entre en el cuarto de baño y lávese los pies. Obedeció el vagabundo y entró a asearse. El doctor llegó paseando hasta la, puerta de la oficina y contempló cómo iba palideciendo y obscureciéndose el firmamento., Al volverse vio abierta la puerta del cuarto de baño, y en él al vagabundo que, después de haberse cambia, do de ropa casi a obscuras, estaba entonces secándose los pies. El doctor se aproximó y permaneció unos momentos observándole. -¿Cuáles la causa de llevar así el pie? -Nací ya de este modo. 96
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Los primeros dedos estaban unidos por una fina membrana. -¿Lo mismo los dos pies? -Sí- dijo el joven mostrando el otro2. -¿Cómo dijo usted que se llamaba? -Todavía no lo - he dicho. Mi nombre es Henry Guest, lo mismo que el de mi padre. -¿En dónde nació usted? -En Dentville, Pika County, Missouri. -¿Cuál era el nombre de su madre? -Creo que Spalding. -¿Y en dónde residen sus padres ahora? -Mi madre divorcióse de mi padre y se volvió a casar allá en el Sur, en no sé qué sitio. Mi padre abandonó la casa hace veinte años. Seguramente estará en un sitio u otro de California... si es que no ha muerto. -No ; no ha muerto. -¿Cómo lo sabe usted? -Lo sé... porque yo soy Henry Guest,, de Dentville: y... -detúvose, y sombreando sus ojos con la mano como si examinase atentamente al vagabundo, 2
Este aparente plagio de los procedimientos novelescos antiguos constituye actualmente una prueba de identificación legal antropológica, con arreglo a las leyes judiciales de California. Por lo demás, ocioso será advertir que ~ hecho, como los personajes que en él intervienen, son puramente ficticios. -N. del A.
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añadió con frialdad -y... al parecer, su padre de usted. Sucedió a estas palabras una breve pausa. El joven deja en el suelo la bota que iba, a, ponerse. -Entonces... ¿me quedaré aquí? -De seguro, no. Mi nombre aquí es solamente West, y no tengo hijo alguno. Usted marchará a San José y allí permanecerá hasta que yo resuelva lo que hemos de hacer. No llevará usted dinero seguramente, ¿no es eso?- preguntóle un tanto burlonamente-. Como no lo gana.. -He ahorrado un poco- contestó el joven. -¿Cuánto? El vagabundo metióse la mano en el pecho y sacó un trozo de papel plegado que desdobló extrayendo de él una moneda de oro. -Cinco dólares. Un mes hace que los conservo. La, vida no es cara, para quien vive como yo- añadió secamente. -Aquí tiene usted cincuenta más. Váyase usted a San José, hospédese en un hotel y haga. el favor de mandarme la dirección. Usted tiene lo que necesita para vivir sin. necesidad de trabajar. Bien : no parece usted tonto; así es que no tengo necesidad de decirle que si espera conseguir algo de mí, no debe 98
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decir una palabra de este asunto dejándolo todo a mi discreción. Hoy 1e he reconocido -por hijo voluntariamente... Pues bien: con la misma facilidad puedo denunciarle mañana como impostor si así me place. ¿Ha referido a alguien de este valle su historia? -No. -Pues procure, no contarla. Y antes de que se marche necesito que me conteste a unas preguntas. Arrastró una silla hasta la mesa, sentóse y mojó la pluma en el tintero, como si pretendiese copiar las contestaciones. El joven, viendo que la única silla que allí había estaba ocupada, apartó a un lado los libros del doctor y sentóse a su lado sobre la mesa. Las preguntas fueron una repetición de las anteriores, aunque más detalladas y dirigidas con intención más deliberada. Las contestaciones fueron inmediatas, claras y dichas con indiferencia, como si el asunto no mereciese el inventar mentiras o andar con evasivas. Sería muy difícil juzgar cuál de los dos aparentaba tener menos interés: si el que preguntaba o el que contestaba. Cualquiera que les hubiera, oído indudablemente hubiera pensado que la, conversación se refería, a un tercero. Los dos coincidían, sin 99
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embargo, en hablar irrespetuosamente de su común familia, y esto casi con agrado y simpatía. -Ahora es conveniente que usted se marche- dijo el doctor, levantándose al terminar-. A unas dos millas de aquí hay una hostería en donde puede usted hacer alto, y cenar y dormir si quiere. El joven se deslizó de la mesa y lenta y perezosamente se dirigió hacia la puerta. El doctor se metió las manos en los bolsillos y le siguió. El joven, como si le limitara sin darse cuenta, metióse también las suyas y miró a su padre. -De modo que recibiré noticias de usted así que haya llegado a San José, ¿no es eso?- dijo el doctor West mirando a su hijo ya dentro del trigal, haciéndose casi violencia para mostrarse indiferente. -Sí; si es que convenimos en eso- repuso el joven volviendo hasta la puerta y deteniéndose en él umbral. Ambos sintiéronse afectados por una leve sensación de responsabilidad puramente convencional ante la situación un poco violenta en que se encontraban. Cada cual hubiera tendido gustosamente las manos al otro si de éste hubiera partido la iniciativa. La aferrada creencia en el padre, de que era rectitud y justicia lo que no pasaba de interés y egoísmo, y la 100
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igualmente obstinada y terca convicción en el hijo, del perjuicio que le había causado abandonándole durante veinte años, reteníanles en aquel silencio e inmovilidad. Y observando cada uno con desagrado la frialdad e irresolución del otro, separáronse sin una manifestación de mutuo afecto, sin una tierna expresión de consuelo y desagravio. El. doctor West cerró la puerta, encendió la lámpara y, acercándose a la mesa, dobló las notas que acababa de escribir y se las metió en el bolsillo. Después llamó al capataz. Entró éste y recorrió con la vista toda la habitación como si esperase encontrar en ella al huésped del doctor. -Diga a uno de los hombres que me traiga inmediatamente el Buckeye. El capataz quedó algo perplejo. -¿Para, montar esta noche, señor? -Sí; puede ser que me llegue hasta la casa de Saltonstall. Si me determino, no me espere hasta, la, mañana. -Buekeye está demasiado fuerte esta noche, señor. Hace próximamente una hora que, en uno de 101
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sus esfuerzos, se quitó la silla entera de encima, y no hay hombre que se atreva a montarlo. -Me lo juego a, que no se quita la montura, están do yo montado- dijo el doctor hoscamente-. Tráigalo pronto. El capataz dijo antes de marchar: -Encontró usted demasiado haragán al vagabundo, ¿verdad, señor? -Encontré en él bastante más actividad y viveza que en muchos que se tienen por diligentes- dijo el doctor West. haciendo inconscientemente un elogio en defensa de un ausente. Tráigame volando ese caballo. El capataz desapareció. El doctor púsose las botas de montar, unas largas espuelas de plata, y un sombrero flexible de ala ancha, sin hacer otro cambio en su habitual indumentaria, profesional. Después se acercó a la ventana y echó una ojeada en dirección a. la, carretera. Ahora que ya había marchado su hijo es cuando sentía pesar y remordimiento por no haber prolongado la entrevista. Movido por el impulso vehemente de una curiosidad no satisfecha, recordaba en esos momentos ciertos detalles en el porte y en los 102
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modales del hijo, la. sugestiva expresión en su rostro, en su conversación y en sus ademanes. -No importa- se decía-. Pronto volverá, otra, vez ; en cuanto le necesite, si no es antes. El cree haber encontrado aquí un tranquilo bienestar y no va a dejarlo perder así como así. Aunque se ve en él el mismo rudo y vil orgullo de su madre. Se le parece en todo. En verdad que estoy maravillado de no haberle reconocido desde un principio. ¡ Y llevar guardados aquellos cinco dólares! El mismito rapazuelo de Jane; una reproducción de ella... el acabóse y, naturalmente- añadió con amargura, no hay en él cosa alguna. mía. No... -¡nada! Bien, bien; ¿pero en qué nos diferenciamos? Y volvió hacia la puerta pintado en su rostro un duro gesto desafiador tan semejante al del joven de quien decía que no tenía cosa alguna de él, que de haber llegado de pronto el capataz hubiera creído encontrarse con el mismo vagabundo. Afortunadamente, Harrison encontrábase en aquellos instantes bastante preocupado con los bruscos movimientos y los extraños de Buckeye que protestaba de las opresiones de la cincha. El mozo de, cuadra acababa de, llevarlo a la, puerta. La Regada del caballo hi103
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zo que el doctor cambiase su expresión de enojo en otra de más práctica y enérgica prevención para defenderse y dominar al bruto. Con la ayuda de dos hombres que sujetaban la cabeza del mustang pudo saltar sobre la silla. Unos cuantos espolazos, tan fuertes y crueles que. hicieron brotar la sangre del animal, bastaron para que éste se aquietara y el jinete, se afirmase bien en su asiento. El leve e inconsistente deseo que tenía el doctor de seguir los pasos de su hijo fue prestamente ahuyentado de su mente por Buckeye que arrancó como una flecha en dirección opuesta; y antes de que el jinete pudiera refrenarle y recobrar el mando del caballo, habían recorrido media, milla en dirección a La Misión Perdida. No se arrepintió de ello el doctor West. Veinte años hacía, que voluntariamente había abandonado una unión legal en la que hubo mutuas infidelidades y conducta, nada, ejemplar; veinte años que había consentido que su mujer consiguiese el divorcio alegando causas que también él pudiera haber aducido de haberse propuesto ser el demandante. Al mismo tiempo dejó a su esposa, el fruto de aquella unión : un niño. Cualquier determinación que ahora quisiese tomar, todo cuanto intentase ' era puramente gra104
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tuito. El único título que -el joven extranjero tenía, sobre su consideración y respeto consistía en que también él había reconocido este hecho con tan fría indiferencia como su mismo padre. El semisalvaje mustang que montaba llegó a absorber toda su atención. No podía menos -de pensar en que aquella noche pesábanle los años más que otras veces. Aunque marchará sin temor alguno, parecía que sus fuerzas se achicaban al compararlas con la incansable y vigorosa energía de su indómito caballo. Un momento se distrajo al pensar, apesadumbrado, en la, indolencia, en la holgazanería, y en el escaso desarrollo de las fuerzas y músculos de su hijo. Por un breve instante nada más cruzó por su mente la idea de que aquellos músculos debían reemplazar a los suyos; debían ser suyos para. apoyarse en ellos... que así, y sólo así, podría verificarse el milagro de la restauración de su perdida juventud perpetuando su poder en su propia sangre. Y él, que por su inquebrantable y profunda fe en la personalidad! había negado todo principio hereditario, sentía ahora de pronto la existencia y la fuerza de esa ley con exquisita pena. 105
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Conociendo, quizás, el caballo la distracción del. jinete, aprovechó la oportunidad para hacer una de las suyas. Encorvó su lomo lo mismo que un gato y dio un tremendo y repentino salto cayendo al suelo de pie, con las patas rígidas, inflexibles, que chocaron en tierra con tal fuerza, que seguramente hubieran reventado las cinchas si el diestro y cauteloso viejo no aprieta las dos, largas espuelas al mismo tiempo y abraza prestamente con las piernas la barriga de Buckeye. Fue éste el último esfuerzo de rebelión del mustang. El desconcertado bruto retrocedió, avanzando después tranquila y mansamente disipando de este modo todas las dudas y temores del jinete.
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V Entretanto el joven, objeto de las reflexiones del doctor West, caminaba poco a poco carretera, adelante hacia, la hostería. Marchaba más erguido y con más soltura y desenfado en su porte y manera de andar, no sabemos si porque había cambiado las andrajosas ropas que se adaptaban a su facha de errante vagabundo y por ir con calzado más seguro y fuerte, o porque acababa de salir, rehabilitado, de una especie de perversión moral. Su rostro no reflejaba en manera alguna su actual fortuna y su risueño porvenir. Por el contrario, su arrugado entrecejo y el duro gesto de su boca, marcadamente visibles y más acentuados que antes, 107
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parecían realmente, una clara manifestación de su descontento. Aparentemente la entrevista con su padre no produjo otro efecto que hacer revivir y excitar más violentamente cierto sentimiento perverso que al paso de los años había en él mecánicamente languidecido. Ya no era un animal despreciable, sino un hombre que, elevado por un ,suceso casual, había adquirido un peligroso conocimiento de su poder. Con su limpio y decente traje de trabajador era infinitamente más temible que vestido de harapos. El ensoberbecimiento de altivez de su antes abatida mirada era la revelación de una funesta inteligencia. El cambio de condición y de fortuna le habían dado, al parecer, armas contra sí mismo. La hostería, un edificio largo y bajo con un tejadillo de teja roja sobre el vestíbulo o pórtico enjalbegado en donde los vaqueros borrachos dejaban atados a sus mustangs mientras ellos bebían, no ofrecía muy decoroso aspecto a la vista del joven Guest cuando éste, cerrada la noche, llegó a sus puertas. Frente a la casa veíanse dos o tres semisalvajes caballos atados fuertemente a recios maderos tendidos formando puente sobre gruesos postes clavados en la orilla de la carretera, y más cerca un primitivo 108
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y rudimentario gamellón de piedra toscamente labrada. Una puerta lateral, completamente deshecha, daba entrada a una especie de corral o patio cubierto de hierba crecida y abundante donde no había otra cosa que pilas de cajas y barriles vacíos procedentes de la, tienda o almacén de toda clase de artículos, situado en el otro extremo del edificio y formando parte de él. La puerta abierta de la hostería dejaba ver una estancia de bajo techo enmaderado, arreglada y adornada en uno de sus lados imitando tosca y pobremente un bar americano, con algunas mesitas a las que estaban sentados como una media docena de hombres fumando, bebiendo y jugando a las cartas. Pegados en la pared y a un lado de la puerta destacábanse un cartel ya descolorido de la última corrida de toros celebrada en Monterey y un bando gubernativo. A través de aquella atmósfera densamente gris por el humo abundante de los cigarrillos, los parroquianos semejaban obscuras sombras de indefinibles contornos. El joven quedó un momento vacilante al contemplar aquel interior pestilencial y, por fin, tomó 109
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asiento en uno de los bancos del pórtico. No había transcurrido un segundo cuando apareció en la puerta el hostelero a cuya interrogativa mirada, contestó Guest pidiendo cena y alojamiento. Apenas desapareció el dueño de aquel hostal o venta desvaneciéndose en la densa. atmósfera de humo, todos los otros huéspedes, uno tras otro, fueron apareciendo también en la, puerta, con el cigarro en la boca, y las cartas en las manos, para ver al recién llegado. Indudablemente los huéspedes hubieran dado explicaciones por su curiosidad; pero antes de insinuarlas advirtieron que el aspecto de Guest, con sus zaragüelles y su camisa de lana, tenía algo de extraño e incongruente, y, por una causa inexplicable, el mismo rostro y figura que no llamaban la atención con los andrajos y en extremada pobreza, ahora sugerían la sospecha de que el joven pertenecía a un rango social, lo mismo en el talento que en educación y elegancia, más elevado que el que indicaba su traje de trabajador. Esto, sumado a cierta aspereza en la expresión y en los modales, aumentó la sospecha, iniciada ya en la mente de los allí reunidos, de que era un fugitivo de la justicia, tal vez un falsificador, un banquero 110
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que habría hecho quiebra voluntaria, o quién sabe si'un asesino. Conviene advertir que el criterio moral de los que le observaban no era tan meticuloso que les moviera, a mostrarse espantados e inquietos por tal sospecha, muy al contrario; si no dijeron una palabra, fue por la simpatía, que en ellos había inspirado. Un funesto accidente trocó la sospecha en evidencia, y en perjuicio suyo. Al contestar impaciente y molesto, al hostelero que, en pocas palabras, exigióle adelantado el pago de la cena, dejó caer del bolsillo a1 suelo tres o cuatro monedas de oro. Una, rápida, mirada a los presentes, así que levantó la cabeza después de haber recogido las monedas, bastóle para comprender el riesgo que corría por tan lamentable descuido. No por esto turbóse su calma ni abandonó su sangre fría. Llamó al tendero que a la sazón había aparecido en la puerta a tiempo de presenciar aquella especie de lluvia de Diana, y una. vez le tuvo delante, díjole, en inglés -¿ Qué clase de cuchillos tiene- usted para la venta? -¿ Cuchillos, señor? 111
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-Sí ; cuchillos bowie3 o puñales. Cuchillos como éste- dijo dando una cuchillada, imaginaria de arriba abajo a la mesa que tenía delante. El tendero entró en el almacén reapareciendo al momento provisto de tres o cuatro puñales en sus vainas de cuero rojo. Eligió el más largo y recio después de probar las puntas de todos sobre la mesa. ¿Cuánto? -Tres pesos. El joven le arrojó una de las monedas de oro y metióse el puñal envainado en la bota. En cuanto hubo recibido del vendedor el resto, cruzóse de brazos recostándose en la pared con tranquila, indiferencia. Este solo acto fue suficiente para reprimir cualquier intento no manifestado exteriormente todavía. A los pocos momentos, uno de los hombres apareció en el umbral de la puerta. -¡Vaya un tiempo hermoso para viajar, amiguito! Guest no contestó.
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Es el nombre del inventor.
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-¡Ah! la noche es espléndida- insistió el otro chapurrando el inglés, frotándose las manos como si se, las lavase en el aire. Tampoco tuvo contestación. -¿Ustéd vendrá de San José? -No. El extranjero refunfuñó algo en español; pero el ventero, que reapareció entonces para servir a Guest la cena en una mesa del pórtico, creyóse en el deber de mediar protegiendo a un parroquiano al parecer tan agresivo y tan adinerado. Con cuatro frases gruesas echó a un lado al preguntón, y en cuanto Guest terminó de cenar indicó a éste si quería ver la habitación donde había, de dormir. Era, ésta, un cuarto angosto, abovedado y obscuro, del Piso bajo, que recibía la luz de las cuadras a través de un enrejado de hierro. A primera vista parecía una celda carcelaria; pero fijándose uno más en los detalles y viendo aquella cama de madera negra y los cuadros religiosos colgados en las paredes, tenia el aspecto de una tumba. -Este es el mejor que tenemos- dijo el hostelero-. El padre Vicente no quiere otro cuando viene. 113
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-Supongo que será Dios quien le protege -replicó Guest-, porque las puertas seguramente no le guardan. Y apuntó a la carcomida puerta que ni siquiera tenía un pestillo, ni un simple picaporte. -¡Ah! ¿qué importa, eso? ¿No somos todos amigos? -Ciertamente...-respondió Guest con su habitual aspereza y desenfado tornando al pórtico. Sin embargo, decidió no ocupar la celda del reverendo Padre, no por miedo personal a sus malcarados vecinos, a, pesar de tener muy presente sus cualidades individuales, sino por su instinto nómada que aún vivía vigoroso en su sangre. Le repugnaba el encerrarse en aquella mazmorra, y la proximidad de su amiguito. As¡ es que determinó descansar en el pórtico hasta, que la luna, iluminase los campos, y entonces emprendería de nuevo la caminata. Estaba medio acostado sobre, el banco abriendo y cerrando lentamente los párpados como un animal cansado pero siempre vigilante, cuando le llamó la atención el rodar de un carruaje, voces chillonas y el chocar de los cascos de los caballos en la carretera. Esto le movió a incorporarse. 114
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La luna iba elevándose paulatinamente sobre los inmensos trigales que se extendían frente a él desde la orilla opuesta, de la carretera deslumbrándole con sus brillantes reflejos. De momento, solamente pudo distinguir, minutos antes de, que llegasen tumultuosamente frente a la hostería, como una cabalgata de negras figuras y un largo vehículo que se aproximaba, rápidamente. Era un animado grupo de, señoritas y caballeros montados en sus cabalgaduras y en un char-á-bancs tirado por cuatro caballos, que volvían a La, Misión Perdida. Allí estaban Buchanan, Raymond y Garnier; Amita y Dorotea iban dentro del carruaje y Maruja. sentada en el pescante. Con gran sorpresa de algunos de la partida y aún con la, del propio interesado, el capitán Carroll se encontraba entre los jinetes expedicionarios. Unicamente Maruja y su madre sabían el motivo por el que le habían vuelto a llamar, y no era otro que el desmentir con su presencia la especie circulada antes, y ahora repetida, referente a su repentina retirada de la casa.. Maruja, solamente Maruja, conocía las sutiles y arteras palabras que dieron fuerza a ese llamamiento sin deslizar en él esperanza alguna. 115
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Los vivos e inquietos ojos de Maruja, que lo observaban todo aun soportando el doble fuego de los del capitán Carroll y de Garnier, al instante se fijaron en la erguida figura del hombre que estaba, sentado en el banco. Indudablemente aquella cara, era, la. del vagabundo a, quien había hablado. Y, sin embargo, estaba, transformado, no sólo en el traje, sino en su aspecto en general. Guest, al fijarse en ella, desvió la mirada hacia las otras jóvenes del carruaje, sin mover un músculo. Como los antojos y caprichos de Maruja eran tantos y tan originales, nadie se sorprendió al ver que, después de dar un pequeño y repentino grito y de manifestar que no quería ir por más tiempo en posición tan encogida e incómoda, saltaba del pescante a la carretera. Garnier y el capitán siguiéronla inmediatamente -Quiero ver qué hay por la, hostería, mientras beben los caballos- dijo alegremente-. Así me enteraré de qué es lo que atrae a Pereo a esta casa con tanta frecuencia. Antes de que alguien hubiera podido poner reparos a su nuevo capricho, ya estaba, ella en el pórtico. 116
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Para llegar a la puerta abierta, hubo de pasar tan cerca de Guest que le rozó las rodillas con sus blancos y suaves volantes, y perfumóle el rostro con el aroma de las flores que llevaba sujetas al cinturón. Pero él ni alzó ni movió los Ojos: Y en cuanto ella pasó, Guest levantóse tranquilamente y salió paseando hasta la carretera. Al contemplarle más de cerca, Maruja se había convencido de que aquel hombre era, el mismo que se había figurado. Permaneció un instante con la manecita apoyada en una de las jambas de la puerta. -¡Qué horrible es esto! ¡Y qué gente más horrorosa!- dijo en inglés, con suficiente voz para hacerse oír, mientras echó a andar detrás de Guest-. En conciencia debemos aconsejar a Pereo que deja esta compañía. ¡Vámonos, vámonos pronto! Maruja procuró por todos los medios volver a pasar junto a Guets alcanzándole antes de Regar al carruaje, pero el joven en pocos segundos hallóse delante de todos paseando carretera adelante, y cuando los excursionistas estuvieron dispuestos a, emprender la marcha, ya había avanzado él unas cien yardas. Alcanzaron a, Guest al trote ligero. El carruaje, apenas pasó al joven, dio un brusco salto. 117
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-¡Mi abanico!- gritó Maruja,-. ¡ Santa María, bendita! ¡ Mi abanico! Un pequeño objeto negro, que se veía perfectamente a la luz de la luna, yacía sobre la carretera, justamente en el lugar por donde había de pasar el extranjero, a juzgar por la, dirección que llevaba. Garnier intentó desmontar ; Carroll refrenó su caballo. -¡Alto, ustedes todos!- dijo Maruja-. Ese joven hará el favor de traérmelo. El joven pareció acceder. Detúvose, recogió el abanico del suelo y se aproximó al carruaje. Maruja se puso de pie en su asiento con el velo echado atrás y trémulos los ojos y la boca por una irresistible, sonrisa. El extranjero se aproximó más, dirigiáse particularmente al capitán Carroll y, arrojándole, ¿¡ abanico, pasó a la otra orilla. -Un momento- dijo Maruja en tono casi desapacible, dirigiéndose al joven-. Un momento- continuó, sacando bruscamente del bolsillo el portamonedas-. Quiero recompensar a este galante caballero de la carretera. Acérquese, señor. Pero antes de que pasase más adelante, Carroll corrió al lado de Maruja mediando en el incidente. 118
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-Sosiéguese usted, se lo ruego, señorita Saltonstall- díjole cariñosamente-. Usted no sabe quién puede ser ese hombre. Por lo menos no parece ser uno que quisiera molestar a usted,- o a quien usted quisiese insultar sin causa alguna. -Déme el abanico, capitán Carroll - dijo ella sonriendo tierna y amablemente-. Gracias. Tomólo, y, rompiéndolo por la mitad en dos trozos con sus enguantadas manos, lo arrojó a la carretera. -Tenía usted razón ; huele a hostería y... a carretera. Le repito las gracias. Está usted muy atento conmigo, capitán Carroll- murmuró levantando los ojos hacia él y tornando a bajarlos suspirando levemente-. Tengo muy presente todo lo de usted. En marcha. El carruaje rodó otra vez y Guest pasó de la orilla al centro de la carretera. San José estaba en dirección opuesta a la que llevaba la desaparecida cabalgata. Pero el joven, al abandonar la hostería, lo hizo con la deliberada, ¡Atención de despistar, a aquellos hombres sospechosos que en ella se hospedaron, dando un rodeo para evitar el paso por la venta, marchando a campo traviesa, oculto por los altos trigales. Así lo hizo pa119
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sando sin peligro alguno merced al alboroto que armaban con sus voces, encontrándose de este modo muy pronto y con felicidad otra vez en su camino. Abandonó la, carretera, y abriéndose pase¡ a través de la pradera, torció a la, derecha hacia donde se divisaban, destacándose sobre la llanura, las bajas torres y parduscos muros de la iglesia de una derruída Misión. De, este modo es, capaba fácilmente a los que por la carretera pudiesen perseguirle, y, además, desde la pequeña elevación dominaría mayor extensión de la planicie. Le sorprendió al aproximarse, ver que, si bien el edificio estaba parcialmente desmantelado y el techo de la nave central hundido, una parte de, la, iglesia servía aún de capilla y una luz ardía tras Una estrecha abertura mitad ventana y mitad hornacina. Ya estaba casi junto a ésta cuando. distinguió la figura -de un hombre, de rodillas debajo de ella y de espaldas hacia él, que se levantaba y hacía devotamente la señal de la cruz, continuando de pie. Antes de que pudiera volverse, Guest desapareció tras un ángulo del muro, y así la alta y erguida figura del solitario devoto pasó de largo sin notar su presencia. 120
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Pero Guest, que había sido tan afortunado logrando que no le viera aquel sujeto a quien tan. inopinada y repentinamente había, encontrado en aquel lugar, no se dio cuenta de que otra sombra habíale seguido por lo. menos durante diez minutos a través de los altos trigales y logró ganar las sombras del muro inmediatamente después que él ; y de que esta figura, y no la suya propia, fue la que llamó la atención de aquel alto devoto. El perseguidor se aproximaba rápidamente a Guest sin que éste lo notara. Un momento más y le hubiera alcanzado; pero antes de conseguirlo, el devoto le agarró por detrás. ~ Siguió una, breve lucha que terminó con esta exclamación de uno de los contendientes -¡Pereo! -Sí; Pereo- dijo el viejo, jadeante por el esfuerzo desarrollado-. Y tú eres Miguel. ¡Conque pretendías asesinar a un hombre por unos pocos pesos!- dijo, señalando a la navaja que el desesperado ocultaba precipitadamente en su chaqueta-... ¡Y te llamas tú mismo califormano! -El es solamente un americano; un fugitivo con algo de oro mal adquirido- dijo Miguel, descaradamente, aunque no sin manifiesto temor al viejo-. 121
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Además, no quería más que asustar a ese fanfarrón. Pero desde que tú tienes miedo a tocar el pelo a esos intrusos... -¡Miedo!- dijo fieramente Pereo agarrándole del cuello y apretujándole contra la pared-. ¡Miedo, dices tú!¡ ¿Yo, Pereo, miedo? ¿Piensas tú que yo mancharía estas manos que pueden desgajar un peñasco, con sangre de tu cara? -Perdóname, patrón - dijo anhelante Miguel, completamente alarmado por la vivo, iracundia del viejo-. Perdón ; quería decir que tú le conoces... -¿Yo conocerle ?-contestó Pereo desdeñosamente, arrojando a un lado con desprecio a Miguel, el cual aprovechó la oportunidad para apartarse más del brazo del viejo-. ¿Conocerle yo? Vas a. verlo. Ven aquí, muchacho- dijo dirigiéndose a Guest-. Ven aquí, que nada tienes que temer ahora. Guest, a quien había llamado la atención el ruido del altercado, pero que ignoraba la causa y la relación que con él pudiera tener, avanzó impacientemente. Al ver que se acercaba, Miguel tomó las de Villadiego. Esta acción no era muy a propósito para, desvanecer las sospechas que seguramente habría concebido Guest, quien se detuvo a pocos pasos del 122
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viejo preguntándole agriamente qué era lo que quería de él. Pereo levantó la cabeza con la dignidad de sus años y de sus hábitos de mando. La luz de la luna daba de lleno en el rostro del joven. Pe. reo abrió desmesuradamente los ojos y, con los labios dilatados y rígidos, recostóse vacilante contra la, pared. Quién es usted?- dijo anhelante en mal ingles. Creyéndole bajo los efectos de una borrachera, Guest le contestó brutalmente : -Uno que ya está harto de esta comedia, de esta burla, y que no está, dispuesto a tolerarla por más tiempo de nadie, ni joven ni viejo. Y dio media vuelta. -Un momento nada más, señor, ¡ por el amor de Dios ! El quejumbroso y casi agónico acento del viejo conmovió el corazón egoísta de Guest. Este se detuvo. -¿Es usted... extranjero aquí ?-tartamudeó Pereo-; ¿no es eso? -Lo soy. -¿No vive usted aquí?.. ¿No tiene usted amigos?
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-Le he dicho que soy extranjero. Jamás he estado aquí antes de ahora- contestó el joven con impaciencia. -Cierto; yo soy un tonto- dijo para sí el viejo-. Estoy loco... ¡ loco! Esta no es su voz... ¡ No! Ni ésta es su mirada, ahora que ha cambiado de gesto. Estoy alelado. Cesó de reflexionar y restregándose los ojos con sus manos trémulas, continuó, reponiéndose, con humildad casi irónica por lo exagerada : -¡ Perdón!... ¡Perdón, perdón! Aunque no creo que sea grave f alta el desear conocer al hombre a quien se ha salvado. -¡Salvado! -repitió Guest con desdeñosa incredulidad. -¡Ay! señor- dijo Pereo orgullosamente, irguiéndose-. Sí... ¡Salvado! Détúvose encogiendo los hombros. -Pero... ya pasó; se lo dice Pereo : no se hable más de esto. Y acuérdese, amigo, del consejo que le da un viejo: no enseñe fácilmente su oro a los extraños, de aquí en adelante, por fácilmente que lo haya adquirido. Guest dudó un momento si enfadarse por las palabras del viejo o dejarlas pasar como incohe124
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rencias de un cerebro enloquecido por la bebida. Y dio por terminado el diálogo volviendo bruscamente la espalda y continuando su marcha hacia, la carretera. -¡Claro!- dijo Pereo siguiéndole con mirada atónita-. ¡Claro! Era sólo una alucinación. Y, sin embargo... aun al marchar vi la misma fría insolencia en su mirada. ¡Caramba! ¿Seré un loco... un. loco... cuya locura consista, en ver siempre noche y día la imagen de ese perro en cualquier fugitivo, en cualquier rufián, en cualquier matón y espadachín qué me encuentre en mi camino? ¡No, no; buen Pereo! - Poco a poco! Es necio pensarlo- se dijo aquí mismo-, tú no tienes, no tendrás tal locura, ¡no! buen Pereo. ¡Vamos, vamos! Inclinó lentamente la cabeza sobre el pecho y en esta actitud, como si llevara encima de sus espaldas el peso de veinte años más, echó a andar pausadamente. Cuando después de media hora entraba en la hostería., el terror de que estaba poseído por el encuentro con personajes al parecer de mal agüero, parecía haber aumentado sobremanera. De cualquier modo que Miguel contara la historia de lo sucedido a sus compañeros revelándoles la protección 125
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que había otorgado al joven extranjero, ciertamente habría producido gran efecto. Obsequioso hasta más no poder, el hostelero quedó tan profundamente conmovido y admirado al ver que Pereo, conociendo perfectamente, su gran influencia y poder sobre sus paisanos, no desdeñaba chocar los vasos con el suyo, que aún se esforzó en calmar más su ánimo. -Es una verdadera lástima que vuestra merced no haya venido más temprano - empezó a decirle, mirando significativamente a los demás para haber visto a un arrogante joven que estuvo aquí. Algo petulante y perverso parece... una especie de don César. .. pero siempre se porta como un verdadero caballero. Hubiérale agradado a vuestra merced que no ve con buenos ojos a los hipócritas puritanos como nuestros vecinos de ahí abajo. -¡Ah! - dijo Pereo reflexivamente, acalorado por los potentes fuegos de la adulación y del aguardiente-, es posible que lo haya visto... Se parecía a... -A ninguno de los perros que tú has visto en los alrededores de San Antonio- interrumpió el hostelero-. Ni aun parece americano, a pesar, de que no habla español. El viejo se rió de sí mismo mientras se decía: 126
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-¡Y tú, loco viejo, Pereo, has querido ver una, semejanza con tu enemigo en ese pobre diablo de chico... en ese fugitivo don Juan! ¡Je! ¡je!. Sin embargo, aun sentía un vago terror a causa del estado en que había, quedado su mente después de aquella alucinación ; y bebió tanto para calmar su nerviosidad, que le fue muy difícil volver a montar a caballo. La exaltación producida, por el licor ingerido sirvió únicamente para intensificar y haber más patentes sus rasgos característicos. Su rostro tornóse más lúgubre y melancólico; sus ademanes más ceremoniosos y dignificados. Y erguido y rígido en su silla el busto, aunque balanceándose por el movimiento de su caballo, como el alto mástil de un balandro surcando las olas, dejóse llevar por su caballo en dirección a la casa. de La, Misión Perdida. Una o dos veces rompió a, cantar sentimentalmente. Su canción era española, y era un verso puesto en boca de una dama aristocrática enamora, da de un torero. -¿Ve usted mis ojos negros? 127
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Soy la duquesa de Manuel, cantaba Pereo con suma gravedad. Los cascos del caballo parecían llevar el compás de la música., y el mismo Pereo balanceaba en el aire al mismo compás las largas riendas de cuero de la brida. Era muy tarde cuando llegó a La Misión Perdida. Tomando la estrecha senda que conduce a los corrales, desmontó ante una puerta, de la cerca, que abre paso hacia el cenador del jardín de la antigua Misión, y echando las¡ riendas sobre el cuello del mustang lo dejó marchar a la cuadra. La luna brillaba, con todo su esplendor iluminando el cercado cuando el viejo salió de las sombras del laberinto. Con la, cabeza descubierta, aproximóse a la tumba india y cayó de rodillas ante ella. Inmediatamente se puso en pie dando un grito de terror. Sus manos temblorosas dejaron caer el sombrero en tierra. Frente a él y próximo a la tumba hablase parado, al encontrarse allí con su inmóvil figura, un animal pequeño, gris, que parecía un lobo. Asustado por el 128
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grito del viejo, y no viendo camino abierto por donde escapar, el nocharniego merodeador se afianzó en el suelo con las ancas, gruñendo y enseñando los dientes que brillaron a la luz de la luna. Repentinamente la, expresión de terror marcada en la faz del viejo tornóse en una mirada fija de loca exaltación. Movió sus blancos labios, avanzó un paso y alargó las manos hacia el agachado animal. -¡Bien! ¡Eres tú... al fin! ¿Y vienes tú' a reñir, a refunfuñar a tu Pereo por su negligencia,? ¿Vienes tú, además, a decir al pobre viejo, que su corazón está frío, sus miembros débiles y su cerebro enfermo?... ¿ y que no sirva ya para cumplir con el encargo de tu amo? ¡Ay! ¡rechina de los dientes! ¡Maldícele! ¡Maldícelo en los gruñidos de tu garganta! Pero ¡escucha!... escucha, buen amigo, y te revelará un secreto... sí, un secreto... ¡y qué secreto! Un plan, todo mío... acabado de salir de esta vieja cabeza gris... ¡ja! ¡ja! ¡ja!... ¡ Todo mío! Para ser ejecutado por estos pobres brazos viejos... ¡ja! ¡ja! ¡Todo mío! ¡Escucha! Y avanzó furtivamente un paso más hacia el espantado animal. Este, castañeteó los dientes, movióse rápidamente a un lado y dando un salto desapareció por la espesura. Pereo, medio loco, 129
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exhalando un quejido lastimero, cayó pesadamente sobre la tumba de sus antepasados...
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VI Con manifiesto disgusto de la mayor parte de los caballeros e inesperada satisfacción y gran contentamiento de algunas Jóvenes, Maruja, tras una, tarde de caprichos locos y continuas travesuras, retiróse temprano a su habitación. En ella procuró entretener a su hermana menor Enriquita durante una hora para que no fuera tan triste su soledad, y en ese espacio de tiempo, invadida Maruja por una tierna y encantadora melancolía, poco frecuente en tan alegre moza, al mismo, tiempo que le fue enseñando las joyas y adornos de más reciente adquisición, dióle consejos prudentes de mujer sensata y experimentada. -Tú no verás en todo esto más que tontería y locura, Riquita; pero aun eres joven y apreciarás y en131
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contrarás valor en estas cosas. Yo estoy hastiada de joyas indias ..y de relumbrón que todo el mundo lleva... Pero tú estarás bien con ellas; para tu cutis y color son pintiparadas. Todavía estás en la edad que pueden lucirse estos adornos; así que puedes ir eligiendo un juego completo para ti. -Ruja- replicó Enriquita, anhelante-, seguramente no querrás desprenderte de este collar de ámbar tallado que te trajiste de Manila... ¡ Te está tan bien! Todo el mundo lo dice. Todos los caballeros, Raymond y Víctor entre ellos, aseguran que no hay otro que realce más tu belleza. -Cuando conozcas más profundamente a los hombres -contestó Maruja bajando la voz y en tono doctoral-, harás menos caso de sus palabras y te repugnarán sus obras. Además, hoy lo he llevado puesto... y... ya me he cansado de él. -¿Y qué abanico quieres conservar para ti? ¿El de sándalo que usaste hoy?- continuó Enriquita revistando tímidamente los preciosos objetos que había sobre la mesa. -Ninguno- respondió Maruja, sin dejar el tas no magistral-, como no sea el más sencillo; el que yo misma me compré. Y en verdad que ya es hora de rebelarse una contra las imposiciones de esta moda 132
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extravagante. Las jóvenes no miran hoy en malgastar en un abanico lo que sería suficiente para, comprar un caballo y una montura para un pobre. -¿Cómo hablas con tanta seriedad esta noche, hermana mía?- dijo Enriquita, nublados sus ojos por las lágrimas. -Me aflige- respondió prontamente Maruja- el encontrarte, como a las demás, entregada, a las pompas y vanidades mundanas. Sin embargo, anda, chica, toma los collares pero deja el, de ámbar; te haría más amarilla de lo que eres, ¡ lo que no permita la Virgen Santa! Buenas noches. Besóla cariñosamente y la empujó hacia la puerta, quedándose sola. Pero en cuanto echó una rápida, ojeada por su cuarto solitario, vistióse apresuradamente con una bata de raso de color claro, cruzó el pasillo y entró en el dormitorio de la señorita Wilson. Una vez allí, agarró a ésta sentimental trigueña de su ropa de noche, arrastróla hasta su propia habitación, y, envolviéndola. en una, inmensa capa, de seda con forros de piel gris, y después de obsequiarla con chocolate y castañas, reclinó en el de ella su hombro y continuó perorando contra el mundo y sus vanidades hasta muy cerca del alba. 133
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Ya, era después del mediodía cuando Maruja despertó al oír a Paquita a la, que halló de pie, junto a la cama, con mal disimulada impaciencia. -Me he atrevido a despertar a doña Maruja- dijo vivamente alarmada-, para darle noticias... ¡ noticias horribles ¡ El americano doctor West, ha sido hallado muerto esta, mañana en la carretera de San José. -¡ El doctor West muerto!-exclamó Maruja muy pensativa, pero sin manifestar conmoción alguna. -Muerto, sí; muy muerto. Fue lanzado de su caballo y arrastrado lejos, lejos, sólo la Virgen sabe lo lejos que fue arrastrando, enganchados los pies en los estribos. ¡ El doctor West fue hallado muerto, su pie en el estribo roto... su mano apretando una rienda de la brida! Y yo me he dicho : despertar a doña Maruja, que ningún otro daría, tal disgusto a doña María. -¿Que ningún otro daría, tal disgusto a mi madre?- repitió Maruja fríamente-. ¿Qué quiere usted decir, chiquilla? -Quiero decir que ninguno que no sea de la familia se lo contaría- tartamudeó Paquita, bajando sus descarados ojos, su atrevida mirada. 134
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-Usted quiere dar a entender- dijo Maruja pausadamente-, que no habrá imbécil, curiosón y chismoso parlanchín que se atreva a interrumpir las devociones matinales de mi señora madre con clamorosos relatos terroríficos. ¡Es usted discreta, Paquita! Yo misma se lo contaré. Ayúdeme a vestir. Pero la noticia va había llegado y producía su efecto en la parte exterior de la gran casa, puesto que pequeños grupos de visitantes ya la estaban comentando en el pórtico. Todos los vanos juegos y pasatiempos de aquella vida superficial y disipada cesaron al momento; la gente más necia, fue la primera en llegar para enterarse del hecho y de todos sus detalles; la, más práctica venía a interesarse, pero revelando siempre un espíritu de observación y de noticiera curiosi~. da,d; para todo esto no cesaban unos y otros de llamar a los criados de la, casa a quienes interrogaban. El propio que llegó con la noticia, fue el héroe del día, calificándole todos de inteligente y fiel informador. -Lo que contribuye a hacer el caso más doloroso- dijo Raymond acercándose a uno de los grupos- es que, según dicen, el doctor vino la noche pasada, a visitar a la, señora Saltonstall y salió de esta casa a las once. Sánchez, que ha sido quizás el 135
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último que le ha visto vivo, dice haber observado que el caballo marchaba inquieto y violento, y el doctor parecía impotente para refrenarlo. El accidente debió ocurrir media hora más tarde, puesto que el cadáver ha sido hallado a unas tres millas de aquí, y, al parecer, la, víctima debió de ser arrastrada, con el pie sujeto en el estribo, media milla larga, hasta que se rompió la cincha y se desprendieron juntamente silla y estribo. El mustang, sin otro aparejo que la brida rota, fue encontrado paciendo en el rancho un poco antes de las cuatro de la madrugada, una hora antes de que los hombres que del rancho salieron en busca de su amo descubriesen el cadáver de éste. -¡Bah! Ese hombre debía ser un tonto de remate al confiar en una de esas salvajes bestias del paísdijo el señor Buchanan-. Y no era ya un jovencito... con sus sesenta encuna, según me han dicho. Recuerdo que no me pareció un hombre respetable y serio cuando le encontramos el otro día galopando por la campiña como uno de tantos locos mejicanos. Y, sin embargo, demostró ser prudente y sensato desde el momento en que sus proyectos de mejoras y la marcha de los negocios no dieron con 136
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él en fierra como su furioso animal. ¡Pobre hombre! ¡Ha tenido un fin inesperado! ¿Y de su familia qué? -No creo que la tenga... al menos aquí- dijo Raymond-. Usted no habrá oído hablar de ella en California. Por mi parte, siempre consideré al doctor como viudo. -Bien, hombre; pero los herederos... hallaránse sin esperarlo con propiedades considerables- dijo, Buchanan impacientemente. -¡Ah! ¡Los herederos! Si no ha hecho testamento, lo que no estaría conforme con la, previsión y prudencia de un hombre como él, probablemente algún día aparecerán los herederos. -¡Probablemente!... ¡aparecerán algún día!...-repitió Buchanan espantado. -Sí. Usted sabe perfectamente que nosotros no nos preocupamos de los herederos tanto como ustedes en la nación antigua. Nuestras miras están puestas, más bien que en distribuir las haciendas por una disposición testamentaria, en reemplazar al hombre que muere. Ahora bien; el doctor West tenía el dominio y ejercía influencia sobre propiedades más lejanas que las suyas propias, y pronto, muy pronto veremos en qué forma dependían de él aquéllas. 137
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-¿Qué quiere usted significar con eso ?- preguntó impacientemente Buchanan. -Quiero significar que cinco minutos después de haberse confirmado la noticia, de la muerte del doctor, su amigo de usted el señor Stanton mandó un propio con un despacho a la estación telegráfica más próxima, y él en persona salió precipitadamente en busca de Aladino para hablar con él antes de que recibiera la nueva de la desgracia. Buchanan dio muestras de inquietud, igualmente que uno o dos naturales de California que estaban entre los del grupo, y habían escuchado a Raymond muy atentos. -¿Y dónde está esa estación telegráfica? preguntó disimulada y cautelosamente Buchanan. -Yo le acompañaré hasta ella, -respondió Raymond ásperamente-. Hoy no tenemos aquí cosa alguna que hacer. Como el doctor West era un vecino muy próximo de esta familia, su muerte suspende nuestras diversiones hasta después de celebrado el funeral. El señor Buchanan se retiró. El capitán Carroll y Garnier acercáronse más al que hablaba. -Es de esperar que no nos privará de su amistad y compañía la familia Saltonstall- dijo Garnier al 138
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instante-; a menos que la señora no esté inconsolable. -No parece que estuvo personalmente muy afectuosa, con el doctor West el otro día- dijo el capitán Carroll, sonrojándose ligeramente al recordar la entrevista del cenador, y como queriendo aún, en su vehemente y desesperanzado amor, despertar en su rival este mismo recuerdo-. ¿ No piensa usted eso mismo, señor Garnier? -Es muy posible; aunque como la señorita Saltonstall es tan ingenua e inocentona, al manifestar lo que le agrada y lo que le disgusta- dijo Raymond con cruel ironía-; usted puede Juzgarlo, tan bien como yo. -Garnier desvió la estocada en el acto, diciendo : -No es usted más benévolo y transigente con nuestras locuras que con las ardientes pasiones de estos caballeros. Confiese que les ha dado usted un susto mayúsculo. Usted es... lo que se llama... un «bear»...4 ¿no es eso? Usted tiende a que baje el interés o el valor del papel, Raymond no se dio cuenta del sarcasmo, en un principio. 4
Palabra. de doble sentido que se traduce por oso, y también por jugador de Bolsa a la baja, y tanto el oso como el contremi-neur aterrorizan.
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-Yo únicamente he puesto ante la, consideración de ustedes- dijo con gravedad lo que estos señores verán por sus propios ojos antes de pocas horas. El doctor West era el cerebro de esta comarca así como Aladino es la sangre que circula por ella y le da vida. Sólo falta saber ahora hasta dónde afecta al país la pérdida de este cerebro. Y esto lo señalará, hoy mismo la cotización de las acciones de las compañías «San Antonio» «Soquel Railroad» y «West Mills ana Manufacturing» en el mercado de valores de San Francisco. Esto puede también interesar a nuestros amigos de aquí. Cualquiera que haya sido el trato social y personal del West con esta familia, lo cierto es que recientemente mantenía. reservadamente relaciones sobre asuntos de negocios con la señora, Saltonstall. Y mirando por primera, vez a Garnier, añadió pausadamente : -Hay que confiar en que si nuestras hospitalarias patronas no tienen razones sociales para. deplorar la pérdida del doctor West, ella, al menos no tendrá otra. Guiado por el poderoso instinto del amor y tan sólo porque veía algo fatal para Maruja, en todo esto, Carroll esperaba anhelante encontrar a ésta entre 140
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las demás. El capitán estaba, dispuesto a sufrir un desengaño en su mediación ; quizá no podría ver a Maruja. El resultado de sus tímidas, casi vergonzantes pesquisas, fue saber que se hallaba, encerrada con su madre. El interior de la, casa era -únicamente accesible para la familia; sin embargo, como iba tan preocupado y andaba de acá para allá muy impaciente, no pudo evitar el pasar una o dos veces por delante de los arcos del pórtico bajo cuya enrejada puerta da paso hasta, el salón central. No puede imaginarse cuál fue su sorpresa al oír, de pronto, que una tenue vocecita pronunciaba, su nombre. Al levantar la vista contempló a Maruja en la reja mirándole dulcemente. La joven entreabrió la puerta con una manecita y con la otra hizo señas a Carroll para que entrara. -Sígame- dijóle, apenas hubo traspasado los umbrales. Y echó delante de él avanzando a, través del obscuro corredor. El capitán siguió. Su corazón latía con violencia; el humo del incienso de aquella vida interior y misteriosa, mezclado con el soporífero olor de las marchitas hojas de las flores, llevaba a, su organismo,: invadiendo hasta, su alma, un voluptuoso, un sen141
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sual desfallecimiento; faltábale el aliento como si un dulce beso se lo hubiera robado; todos sus sentidos se adormecían, perdiendo sus fuerzas en medio de aquella leve neblina que parecía envolverlo y sofocarlo todo. Cuando Maruja volvióse súbitamente a, su lado y, abriendo una puerta, le introdujo en una, pequeña habitación abovedada, quedó temblando de emoción. A primera vista, parecía un oratorio o una capilla. Un gran crucifijo de oro y ébano pendía de una pared. En el centro del embaldosado pavimento destacábase un reclinatorio de maciza caoba, obscura. Allí había también una otomana cubierta con un paño de terciopelo morado obscuro, como el de una, tumba.. Además dos sillas de madera labrada y pulimentada. Una atmósfera religiosa, casi ascética, invadía este retirado y silencioso departamento. Sin embargo, un lupanar no hubiera, excitado tanto al capitán con las deletéreas emanaciones de una intensa y misteriosa sensualidad. Maruja le señaló una silla, y, junto a ésta, con un movimiento de coquetería, esencialmente femenina, tomó asiento en la otomana, reclinándose y apoyando el codo en un mullido cojín, y casi cubriendo con sus ampulosamente rizados volantes la parte 142
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inferior del terciopelo funerario. Su rostro ovalado había perdido el color y la alegría quedando pálido y melancólico; sus ojos parecían humedecidos por lágrimas, recientes, y en sus labios adivinábase un gesto como de agitada, y trémula pasión. Sin darse cuenta y sin saber por qué motivo, Carroll imaginése que Maruja estaba, en aquellos momentos completamente dominada, por el amor y tembló ante los atrevidos pensamientos que acudieron a su mente. -Necesito hablar a solas con usted- dijo ella dulcemente como dando una explicación de su conducta-, pero no ha de mirarme así... He pasado una mala noche y, para, final, ahora. esta, desgracia... Detúvose y añadió después con gran ternura: -Necesito de usted un favor para... mi madre. El capitán Carroll. tuvo que hacer un esfuerzo para, al fin, decir : -Pero usted está acongojada; usted sufre. Yo no tenía la menor idea de que este caso desgraciado pudiese tocar a usted tan de cerca. -No-¡ yo tampoco- dijo Maruja cerrando el abanico con un ligero golpe-. Nada, sabía hasta que mi madre me lo dijo esta mañana. Usando de toda mi franqueza y confianza con usted, le diré que ahora resulta que el doctor West era su más íntimo y fami143
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liar consejero en los. negocios. Todos los asuntos de interés los había puesto en manos del doctor. No podré decir cómo, ni por qué, - ni desde cuandopero así era. -¿Y esto es todo?- dijo Carroll, como animándola, y consolándola, con pueril ingenuidad-. ¿Y ésa es toda la causa de su aflicción? Aunque contra su voluntad, no pudo por menos que dibujar en sus labios Maruja una tierna sonrisa, una de esas con que agradecen las jóvenes las frases vehementes de un muchacho impulsivo. -¿Y no es bastante todo esto? ¿Qué quería usted? ¡No!... ¡siéntese donde estaba! Estamos aquí hablando seriamente. ¿Y no me pregunta usted cuál es el favor que desea, su madre? -No importa cuál sea; yo se lo haré- dijo vivamente Carroll-. Yo soy un esclavo de su madre si me permite que la sirva al lado de usted. Solamente deseo - añadió haciendo una pausa, que no se refiera a negocios. No entiendo de ellos una palabra. -Si únicamente se tratase de negocios- dijo Maruja lentamente -hubiera hablado a Raymond o al señor Buchanan; y si de algo puramente confidencial, Pereo, nuestro mayordomo, hubiera venido esta mañana mismo arrastrándose por el suelo, de144
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jando la, cama, enfermo y todo, a cumplir los mandatos de mi madre. Pero hay algo más que todo eso... para lo cual se necesita la, intervención de un caballero... o como diría, mi madre, de... un amigo. Carroll tomó la mano de Maruja y la, cubrió de besos. Ella la retiró poco a poco... -¿Qué es lo que tengo que hacer?- preguntó entonces anhelosamente el capitán. Maruja sacó del cinturón un papel. -Es muy sencillo. Monte a, caballo y vaya a ver a Aladino con este escrito. Es preciso que usted se lo entregue a solas... más aún : que nadie pueda sospechar que usted va a, otra cosa que a hacerle una visita particular. Si le invita, a comer... acepte ; tráigase a, la vuelta lo que le dé y, muy en secreto, entréguemelo para mi madre. -¿No hay más que esto?- preguntó Carroll en tono de hombre ligeramente chasqueado. -Sí- dijo Maruja levantándose inesperadamente-. Sí, capitán Carroll... hay algo más. Todo lo va a saber usted, y esto es una prueba patente de la confianza que nos merece... Después que lo oiga usted todo... queda en libertad de hacer lo que le plazca. Y permaneció de pie ante él, intensamente pálida, blanca, abriendo y cerrando rápida y ner145
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viosamente el abanico, golpeando suavemente con su pie diminuto el embaldosado pavimento. -Ya le dije que el doctor West era el consejero de mi madre en los negocios de intereses y valores. Ella llegó a considerarle como algo más ; como... un amigo. ¿ Comprende usted lo peligroso que es para, una mujer que ha perdido a su protector tener que volver a poner su confianza en otro? Pues bien; mi madre no es vieja todavía. El doctor West la apreciaba... el doctor West no era despreciado... dos cosas que ponen en gran peligro a una mujer; y mi madre, capitán Carroll, es una mujer. Hizo una pausa y, agitando el abanico ligeramente, continuó : -Pues bien, y para terminar ; con un excelente caballo y un tan ansioso caballero, quién sabe hasta qué punto pudo haberse repetido el primer enlace de mi madre y la maldición de Koorotora sobre este campo... -¿Y es usted la que me cuenta, esto... usted, Maruja... usted... la que me rechazó, la que me reprendió por mi desesperada pasión amorosa? -¿Podía yo prever esto?- dijo Maruja, apasionadamente-. ¿Y era usted tan loco, tan ciego para no ver, para no comprender que ese hecho real hubiera 146
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hecho inadmisible e intolerable para mi familia la pretensión, el amor de usted? -¿Luego usted se preocupó de mi amor?- dijo el capitán asiéndole y apretándole la mano. -O de nuestro amor- continuó ella apresuradamente, apartándose, teñidas de rojo las mejillas. Después de un momento de silencio, añadió dulcemente y en un tono un si no es de reproche : -¿Cree usted que yo le he confiado la historia de mi madre solamente para esto? ¿Este es el auxilio y la ayuda que nos ofrece? -Perdóneme, Maruja,- dijo el joven oficial seriamente-. Soy un egoísta; pero... la amo a usted. Además, todavía no me ha dicho usted Cómo he de ayudar a, su madre entregando esta carta, que cualquiera, podía llevar. -Permítame, pues, que termine, y así juzgará usted mismo qué es lo que ha de hacer. Entre mi madre y el doctor se han cruzado varias cartas. Mi madre es algo imprudente y no sé qué le habrán podido escribir o qué podrá haber escrito ella en confianza. Usted comprende que no son cartas para hacerlas públicas, ni para que vayan de una en otra mano. Ni deben quedar a merced de los amigos de Aladino para que las comenten los extraños y llegue 147
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todo a oídos de Gutiérrez. Esas cartas pertenecen al sepulcro, a ese abismo de silencio que se extiende entre el finado y mi madre; y de ese sepulcro es preciso que no salgan, que no se alcen para atormentarla. -Lo comprendo perfectamente - dijo con tranquilidad el, oficial-. ¿Esta carta, entonces, me da autoridad para recogerlas y recobrarlas? -En parte, sí ; aunque hace referencia a otros asuntos. Este señor Prince, a quien ustedes, los americanos, llaman Aladino, era amigo del doctor West. Como estaban asociados en varios negocios es muy probable que ahora esté en posesión de estos documentos. Todo lo demás, queda al arbitrio y disposición de usted. En usted confiamos. -Creo que puede usted confiar- dijo únicamente Carroll. Maruja le tendió la mano. El joven se inclinó sobre ella respetuosamente y se dirigió hacia la, puerta. La joven esperaba, unas frases, una protestación de amor... quizás pidiendo una recompensa, un premio adelantado... Pero el sentimiento de natural honradez que contuvo al capitán de tal modo que ni con el pensamiento quiso aprovecharse de esta fa148
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vorable situación, dominó su desdichada pasión hacia Maruja, y la subordinó a su deber de hombre de honor ; y estas inapreciables galas del oficial, y esta dignidad y honradez del caballero ; ese espíritu caballeresco que no muere ni se debilita al contacto del acero de una espada, sino que del mismo acero recibe el soplo de vida, y el incremento... todo esto, apena el decirlo, era en parte ininteligible para Maruja y, además, no del todo satisfactorio. Desde que el capitán entró en la habitación pareció que ambos cambiaron sus respectivos papeles. El dejó de ser el suplicante enamorado que temblaba puesto a los pies de ella. Hubo un momento, sólo un momento en que ésta pensó que el cambio en él era debido a que conocía las debilidades de la madre ; pero en seguida, al contemplar su mirada evidentemente ingenua y clara enrojeció de vergüenza por haber imaginado tal villano. Todavía le entretuvo vacilante unos segundos ante la enrejada puerta al amparo seguro de la tentadora sombra del arco.. . ¡ Aun podía haberla besado! Pero... ¡ no la besó! Dada la trágica inmovilidad, la completa paralización de la vida, en aquel caserón, no le era difícil, sino muy natural, el ausentarse de ella por un rato, y aun ensillar su caballo para solo darse un paseo, sin 149
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llamar la atención. Lo que sí podía, haberla llamado era su aire, su ademán, su porte, que habían perdido esa nerviosa impresionabilidad y desasosiego que caracterizan y descubren a un enamorado' Cuando hubo salido del patio había, recobrado por completo la serenidad, la sangre fría. y la precisión profesionales, y marchaba sobre su caballo con la gravedad con que lo hiciera en una revista militar. Erguido, vigilante, tranquilo, con arrogancia, sintiendo en sí mismo el imperioso e ineludible, deber, picó espuelas al caballo, marchando al paso largo y sentado carretera adelante, encontrando un indecible alivio, un consuelo inexplicable al ponerse en movimiento. Estaba haciendo algo en favor del desamparo y de el. No abrigaba la menor duda de su derecho a intervenir en el asunto ; ni tampoco se molestaba, con los derechos de los demás. Como todos los que tienen el dominio perfecto de sí mismos, no llevaba plan alguno de acción ; obraría según las circunstancias lo exigiesen. A más de dos millas de La Misión Perdida se hallaba, cuando atrajo su mirada una, manta de montura, abandonada en la cuneta de la carretera. El recuerdo de la desgracia ocurrida. la noche anterior fue motivo más que suficiente para que el capitán 150
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frenase el caballo y así poder examinar más de cerca aquel objeto. Efectivamente, era la manta del caballo del doctor West perdida, al desprenderse la silla, después que el desbocado animal había arrastrado el cuerpo. del jinete. Una terrible sospecha atormentó entonces el ánimo del joven oficial. La manta se hallaba próximamente a una milla de distancia del lugar en donde se encontró el cadáver. Esto no estaba muy conforme con la teoría ya, aceptada de que el accidente había t-.-, nido lugar más lejos y que el cuerpo fue arrastrando hasta que se desprendió la montura en el sitio donde fue hallada. Sus conocimientos profesionales de equitación, y la técnica de todo lo referente al equipo, rechazaba de plano la idea de que la silla, al aflojarse la cincha, habíase deslizado, había caído la manta, y el caballo. había, seguido corriendo próximamente una milla embarazado por la montura que llevaba colgando bajo el vientre. Lógicamente pensando, silla, manta y jinete debieron caer al suelo juntamente y en el mismo instante, en este sitio 0 muy cerca de él. El capitán Carroll no era lo que se llama un detective; ni tenía teorías que exponer, ni motivos que descubrir. No era ni más ni menos que un oficial que no hubiera admitido explicación se151
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mejante de un soldado que le hubiera dado cuenta de un accidente parecido. La consecuencia que lógicamente deducía el capitán le causó profunda pena. Sin apearse fue examinando las huellas profundas de las herraduras, grabadas con violenta fuerza, al parecer, junto al borde de la cuneta, y que no había borrado el frecuente tránsito por la carretera, Cuando estaba entretenido en estas observaciones un casco de caballo tropezó con un pequeño objeto que se hallaba casi oculto por la tierra del, camino real. Al parecer era una carterita de piel o memorandum de bolsillo, Carroll apeóse y lo recogió. En el interior de la cubierta y en letra, perfectamente legible, estaba el nombre y la dirección del doctor West. El contenido se reducía únicamente a unos pocos papeles y notas. La esperanza de que allí estuvieran las cartas que buscaba desvanecióse instantáneamente. El encuentro no probaba otra cosa que el accidente había tenido lugar allí mismo. Estaba perdiendo tiempo; así es que puso aceleradamente el librito en su bolsillo y continuó la marcha.
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VII El exterior del palacio de Aladino, ya tan fa, millar a Carroll, le impresionó extrañamente esa tarde, pareciéndole ver en él un aspecto más fantástico, más efímero, más ideal que de ordinario. Los arcos moriscos de pino blanco delgadísimos; las celosías arabescas que parecían hechas de cartón fuerte agujereado; los dorados alminares que estaban como pegados a una especie de torreones exteriores, y las huecas murallas almenadas visiblemente deformadas y agrietadas por los ardientes rayos solares... todo parecía ahora más que nunca una decoración escénica que podía derrumbarse o desaparecer por cualquier parte y de cualquier modo al simple conjuro de un silbido del constructor. 153
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Ni aun recordando las cínicas insinuaciones de Raymond podía imaginarse que aquella casa hubiera sido edificada con el deliberado propósito de hacer creer en la posibilidad de la existencia de la lámpara y el anillo que pasaban, conservando toda su virtud, de uno en otro jerife o príncipe de tal palacio. A todo esto, el criado que tomó de las riendas el caballo del capitán Carroll llamó a otro doméstico que condujo al oficial a una, pequeña sala de espera, separada del lujoso salón central, muy semejante a un bar reservado de un hotel de primer orden, donde le sirvió un helado. Era costumbre en el palacio de Aladino, que el amo raras veces hiciera los honores de la casa, sino que, a este fin, designaba a algún amigo, y generalmente al último recién llegado. Por lo tanto no se sorprendió Carroll cuando se encontró ante otro huésped que volvía a instarle para que tomara el refresco que acababa de rehusar. -Ya ve usted- dijo el amo interino- que soy aquí forastero y no conozco todavía los gustos de los habituales visitantes; pero pida usted lo que quiera y veré si puedo traérselo. Jaime (nombre de pila de Aladino) está, haciendo de cicerone, enseñando a un grupo de turistas las caballerizas. ¿Quiere usted 154
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unirse a, ellos (no han visto hasta ahora más que la mitad) o desea ir directamente al billar, la obra más antigua construida de hierro y de cristal de colores, muy hermoso y pintado al fresco? ¿ Prefiere dar un rodeo hacia la; cámara nupcial y admirar allí el tocador de bambú y de plata y la cama de cristal y raso blanco que tal y como está arreglada ha costado cincuenta mil pesos? ¿0 le gustaría más- añadió confidencialmente cortar por lo sano e ir a lo más práctico, a sacar el caballo trotón de Jaime, de 2'32 de alzada, y en un calesín marcharnos a dar un paseo hasta los manantiales antes de comer? Carroll creyó más conveniente para sus planes ocultar que le eran familiares todas las riquezas que atesoraba el palacio de Aladino, y aceptar cortésmente que le sirviese de guía por la casa el forastero. Este continuó hablando: -Creo que Jaime se ocupa ahora en los negocios. Ya sabe usted que el infortunado doctor West, víctima de inesperado accidente, había logrado de toda clase de gente el apoyo pecuniario para el ferrocarril y sus fábricas, haciendo populares esos negocios. Pues bien ; en cuanto se, ha sabido su muerte, la cotización de las acciones ha Regado a cero esta mañana; y... aquí para entre nosotros- añadió misterio155
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samente, bajando la voz- han dicho, era de ver el grave aprieto para que no hubiera, un desastre general. Pero Jaime no se ha dormido; en poco más de dos horas, y tan veloz como el mismo telégrafo, llegaba a, San Antonio antes que amortajaran el cuerpo del doctor, tuvo una reunión con encargados, socios y directores, antes de que llegase el funcionario judicial a practicar las primeras averiguaciones, se trajo consigo en el calesín los libros, documentos y papeles del doctor. .. y vuelta a reunirse y a deliberar antes del lunch. Y mientras los demás socios y gente interesada empezaron a llegar uno tras otro para cerciorarse de si realmente había fallecido el doctor, Jaime Prince habíase enterado del curso de todo y estaba al tanto de los negocios. ¡Dios le libre, señor ! Casi todo, el mundo está interesado en el negocio. Esa española de ese valle, con una hija hermosa... esa mujer gruesa que tiene una casa grande... usted comprende quien digo... -No sé a quién se refiere- dijo Carroll fríamente-. Yo sólo conozco a una señora llamada Saltonstall, con varias hijas. -Esa es; aunque ya me parece que he visto a usted allí una vez... Pues bien ; el doctor la había meti156
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do en estos negocios hasta los ojos. Me parece que hasta había hipotecado en su favor todas las fincas. Necesitó Carroll poner en juego toda su fuerza, toda su sangre fría y serenidad para que el locuaz guía no viese en su rostro la menor sombra de emoción. Este era, entonces, el secreto de la melancolía de Maruja. ¡Pobre chica! ¡Con qué valor habíalo soportado todo! Y él, en su exagerado egoísmo, sin haber sospechado lo más mínimo. Quizás esta, carta que le había entregado no fuera otra cosa que un medio muy fino y delicado de enterarle de todo, porque segura, mente iba a oír de labios de Aladino todo el alcance de la desgracia del doctor. -¡Y este hombre que evidentemente ha logrado la inspección de las propiedades del doctor West, ha entrado sin duda. en posesión de las cartas también! ¡Bah! Apretó fuertemente los labios y en dos zancadas alcanzó al inocente guía, avanzando erguido y retador. ¡ No hubo de esperar mucho tiempo. El sonido de las voces, el abrir de las puertas, y los pasos que se oían cercanos indicaban que el grupo estaba entrando ya y viendo la parte del edificio hacia la que Carroll y su compañero se aproximaban. 157
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-Ahí está, ya Jaime con su cuadrilla- dijo el cicerone-. Voy a, decirle que está usted aquí, y al mismo tiempo me encargaré yo de continuar enseñando la casa. Hasta luego. Espero verle en la comida. En aquel momento aparecía Prince acompañado de unas cuantas señoras y caballeros por el extremo opuesto del salón ; el guía se unió a ellos y al parecer indicó la presencia de Carroll. Después, como si fuero, verdaderamente un camarero, al no recibir encargo alguno, retiróse, marchando perezosamente y quedando en libertad. Aladino, como otros de los de su clase, no era afecto a la milicia ni teórica ni prácticamente pero no tardó en reconocer su importancia social en una región donde ni sociedad había, y en quedar encantado de la, tranquila e indubitable sangre fría e interior satisfacción de Carroll en una, colectividad ansiosa de gloria y educada, para la, lucha y el combate. Acercóse a él dándole una cariñosa bienvenida y le presentó a los demás con aire de satisfacción. Hubiera preferido verlo entonces de uniforme; pero se conformó ante el hecho patente y manifiesto de que Carroll, como todos los que han educado y disciplinado su cuerpo dando soltura y agilidad a los 158
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miembros, estaba igualmente elegante y airoso con su traje de paisano. -Usted ha tenido la amabilidad de enseñarnos todas las preciosidades y tesoros de su palacio- dijo Carroll sonriente-menos la cámara secreta, el sancta sanetorum, en donde guarda el anillo y la lámpara, maravillosa. ¿No daría usted fin a su amable tarea, permitiéndonos ver ahora el lugar donde la magia produce esos estupendos prodigios, aunque nos veamos privados de oír las fórmulas cabalísticas y presenciar las misteriosas ceremonias? Las señoritas se desviven por ver ese santuario... ese laboratorio... ese gabinete... donde realmente haya usted la vida. -No encontrarán ustedes en él más que una habitación vulgar, tan sencilla y vulgar como mi dormitorio- dijo Prince que se vanagloriaba de la espartana sencillez de sus costumbres y hábitos y se prestaba fácilmente a la exhibición-. Vengan por aquí. Atravesaron el salón y entraron en un gabinete reducido, amueblado con sencillez, donde había una mesa con montones de papeles, algunos de éstos polvorientos y muy sobados. Carroll pensó al momento que pudieran muy bien haber pertenecido al doctor West. Sacó tranquilamente su carta del bolsi159
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llo, y, cuando vio distraídos a los demás del grupo, la dejó sobre la mesa, diciendo a Prince en voz tan baja que solamente él pudo enterarse : -De la señora Saltonstall. Aladino poseía esa sublime audacia que tantas veces suple al tacto en el trato de gentes, Echando una rápida. Mirada a Carroll, gritó: -¡Atención! Y empezó de pronto a dar vueltas en torno de los visitantes, con movimientos extravagantes de juguetona brusquedad, hasta que dispersó a todos ahuyentándolos del cuarto. -¡Empieza, la magia!- gritaba agitando los brazos en el aire; ¡el mago, está ya, en acción! ¡Prohibida la entrada excepto a los empleados! Sigan a la señorita Wilson- añadió, colocando las manos sobre los hombros de la más hermosa y la más esquiva de las jóvenes presentes, con irresistible y paternal familiaridad-. Ella queda dueña de ustedes. Me honro en encargarle que sea la organizadora de una excursión. Y antes de que adivinaran sus propósitos y que Carroll se reuniese con los demás, Aladino empujó la puerta que se cerré automáticamente, quedando a solas con el. joven oficial. Dirigióse precipitada160
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mente a la mesa y tomando la carta la abrió nerviosamente. Su rostro siempre alegre, revelando su satisfacción y habitual humorismo, tornóse rígido y severo. Sin hacer pregunta, alguna a Carroll, levantóse de su asiento y avanzando hasta otra mesa sobre la, que había un aparato telegráfico, oprimió enérgicamente media docena, de botones de marfil. Después volvió a su mesa y empezó a examinar con gran prisa, los memorandums y los sobrescritos de las cubiertas de cuantos papeles y documentos tenía sobre ella. Carroll que, como se comprenderá, estaba ojo avizor, descubrió inmediatamente un pequeño paquete de cartas con letra de inequívoca delicadeza femenina, y, adquirió la certidumbre de que eran las que venía a recoger. Sin levantar la vista, Prince preguntó casi con rudeza : A quién más habló ella de este asunto? -Si usted se refiere al contenido de esta carta, ha, sido escrito y se me ha entregado hace unas tres horas. -¡Bah! ¿Quién hay en la casa? Allí estarán Buchanan y Raymond y Víctor Gutiérrez ; ¿no es eso? 161
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-Creo poder afirmar con toda, certeza que la, señora, Saltonstall no ha visto a otra persona que a su hija desde que la noticia llegó a sus oídos, si es que esto es lo que usted desea, saber- dijo Carroll no separando sus ojos del paquete de cartas, mientras su interlocutor continuaba examinando papeles. Prince interrumpió su trabajo. -¿Está usted seguro? -Casi seguro. Prince se levantó, esta vez con gran suavidad y sosiego en sus movimientos y en su gesto, y, acercándose a la, otra mesa, deslizó sus dedos sobre los botoncitos de márfil, como quien manipula mecánicamente. -Uno querría saber de una, vez todo lo que puede saberse acerca de unas negociaciones y un asunto que pueden hacer cambiar de frente y de dirección en cuatro horas a un capital de cuatro millones. ¿No le parece, capitán? -dijo Prince prestando atención, en realidad por primera vez, a su huésped-. Precisamente hace cuatro horas, y en este mismo despacho, descubrí que la viuda Saltonstall debía al doctor West próximamente medio millón invertido en fondos públicos, y calculábamos saldar el débito perdiendo quizás la mitad. Pero si ella, ha consegui162
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do esa asignación de la propiedad del doctor, como seguro colateral, como dice en su carta, y el documento está, en regla, y por decirlo así, hereda el puesto del doctor West, en Dios y en mi ánima, señor, que a él le debemos unos tres millones y que hemos logrado salvar con ella... y esto es todo lo que hay sobre el asunto. Usted ha arrojado aquí una bomba, capitán, y los cascos han sido lanzados muy lejos, hasta San Francisco, donde ya están produciendo sus efectos ahora. Confieso que, por lo que a mí toca, estoy completamente tranquilo. Siempre creí que el viejo estaba encariñado con esa casa... Pero ella,. al fin, era una mujer, y él un hombre con sus sesenta años encima, y esta combinación, francamente, no la había imaginado. Lo que únicamente me maravilla es que esa señora no le había tragado antes...El rostro del capitán Carroll no dio la menor señal ni de alegría, y satisfacción ante la noticia de la que él mismo habla sido, inconsciente portador, ni de resentimiento y pesar ante lo grosero y bajo de su interpretación y comentario. -Aquí no parece que hay nota alguna de tal asignación- continuó Prince, volviendo a los documentos. 163
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-¿Ha examinado usted estos papeles?- dijo Carroll tomando el paquete de cartas. -No; creo que serán algunas cartas particulares a las que se refiere esta carta, pidiendo su devolución. -Veámoslas- dijo Carroll desatando el paquete. Había entro ellas tres o cuatro notas juntas, escritas en español y en inglés. -Cartas amorosas, según creo - dijo Prince-. Por eso es por lo que la hija mayor las quiere. No considera ella, que sus encantos son la causa y origen de que el doctor vaya, entre lenguas. -Examinémoslas más cuidadosamente- dijo Carroll alegremente, abriéndolas una a una, ante Prince, pero con la suficiente sagacidad para no permitir, bajo ningún concepto, que este las leyera-. No se ve por aquí memorandum alguno. Son cartas exclusivamente privadas. -Sí; exclusivamente privadas - repitió Prince. El capitán Carroll volvió a atar el paquete y se lo puso en el bolsillo. -Entonces, yo mismo la devolvería - dijo tranquilamente. Hola... ¡eh!... aquí... ¿oye? -dijo Prince, levantándose sobresaltado. 164
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-He dicho que yo mismo las devolveré a ella -repitió Carroll sin inquietarse. -¡Pero si yo no se las he dado a usted! ¡Si yo no he consentido que las tomase, y las separase de estos papeles! -Lo siento mucho- dijo serenamente Carroll-, pero lo contrario hubiera sido en usted más cortés, más delicado. -¡Cortés! ¡delicado! ¡No puede ser, - señor! Esto se llama un robo. -Robo, señor Prince, es una palabra, que podría emplear con perfecto derecho la persona que reclama estas cartas, para, calificar la acción de cualquiera, que pretenda guardársela -contra la voluntad de la dueña,. Realmente no puede aplicarse ni a usted ni a mí. -Por última vez, ¿ se niega usted, a devolvérmelas ?- dijo Prince, pálido de ira. -Decididamente. -¡Muy bien, señor! Ya lo veremos. Se acercó a, un rincón y tocó una campana. -He llamado a mi administrador para imputarle a usted el hurto en su presencia. -Me figuro que no va a poder ser. -¿ Y por qué. no, señor ? 165
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-Porque la presencia de un tercero me habilitaría para arrojar a usted este guante a la cara-, lo que, como caballero, no me e¡ permitido hacer sin testigos. , Se oyó ruido de pasos en el corredor. En cierto modo, Prince no era, cobarde; tampoco era un tonto. Sabía que Carroll cumpliría su palabra, y que no tendría más remedio que aceptar el reto y luchar con el oficial ; que cualquiera que fuese el resultado del duelo, el motivo se haría público, y esto siempre redundaría en descrédito suyo. Hasta aquel momento nadie se había enterado de la provocación; nadie, pues, podía conocerla. Por otra parte, las cartas no valían la, pena de un lance. Haciéndose estas reflexiones marchó hacia la, puerta, la abrió, y dijo: -Nada; no ocurre nada. Y cerró otra vez. Volvió aparentando tranquilidad y despreocupación. -Tiene usted razón. No me había fijado en que íbamos a dar aquí un espectáculo para solventar una cuestión que en cualquier otra parte puede muy bien ser resuelta por la, ley. Ella, dirá, en último extremo, si usted tenía perfecto derecho a llevárselas cartas, o 166
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si ese derecho se lo ha, tomado usted mismo, caballero. -No pretendo eludir responsabilidad alguna en este asunto, dentro o fuera de la, ley- dijo Carroll con frialdad, poniéndose en pie. -Lo cierto es- dijo inmediatamente Prince volviendo a su ruda, franqueza habitual- que usted podía haberme pedido estas cartas; ¿no comprende? -Y que usted -no me las habría entregado- dijo Carroll. Prince se echó a reír. -¡ Es verdad ! Y digo yo, capitán ; ¿ le han enseñado a usted esta clase de estrategia en la ,Academia militar? -Allí me han enseñado que bajo el amparo de la bandera blanca, ni se reciben los insultos, ni se insulta- dijo Carroll alegremente-. Y me han enseñado, además, la práctica de negociaciones y pactos, bajo la misma enseña parlamentaria. He encontrado este librito de bolsillo en el lugar donde ha ocurrido el desgraciado accidente al doctor West. Evidentemente es de él. Puesto que es usted su ejecutor testamentario, a usted lo entrego. Carroll no había dicho nada de este nuevo descubrimiento hasta ahora, en virtud de ese instinto de 167
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reserva inspirado por la presencia de un hombre con el que no se tiene confianza. Prince tomó el librito y lo abrió maquinalmente. Cuando hubo examinado brevemente las notas allí escritas, su rostro adquirió casi idéntica expresión de ensimismamiento que al empezar la entrevista. Levantando de pronto los ojos para, mirar a Carroll, dijo con viveza: -¿Ha examinado usted este libro? -Unicamente lo suficiente para ver que no contiene cosa alguna que interese a la persona que represento- contestó Carroll simplemente. El capitalista observó la franca mirada del oficial. Algo de turbación notó en la suya propia y por eso la dirigió a otra parte. -Efectivamente. Sólo hay notas referentes a los negocios del doctor. Muy interesantes para, nosotros, como usted puede comprender; pero no sirven para nada a su principal- dijo riendo-. Gracias por el cambio. Y ahora, ¡ bebamos algo! -No; muchas gracias- contestó Carroll marchando hacia, la puerta. -Bien ; adiós. Y le alargó la mano. 168
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Carroll, que seguía observándole con la misma franca mirada, no le alargó la, suya, sino « que abrió la puerta, inclinóse, y salió. Prince se sonrojé un poco ante esta frialdad. Después, cuando ya hubo cerrado la puerta, por poco suelta, una estrepitosa carcajada. Como dramático había, estado vulgar Aun podía, haber terminado la representación añadiendo un soliloquio en el que hubiera dicho: «por fin llegó la oportunidad de la venganza,» ; y que «el insolente vencedor, al marchar con su botín, fraudulentamente conquistado, había abandonado en el campo el arma con la que sus amigos podían ser aniquilados» ; que «llegó la hora» y aun pudiera haber terminado la escena con un prolongado y sonoro ¡ja! ¡ja! ¡ja! ¡ja! ¡ja!. Pero como era, ante todo, práctico, afable., pícaro y egoísta, y ni mucho mejor ni mucho peor que sus vecinos, sentóse a la mesa, del despacho y empezó a pensar cómo podría sacar el mejor partido de las notas escritas por el doctor West, de la existencia de un hijo de éste y del consiguiente descubrimiento de un heredero legal de sus propiedades.
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VIII Cuando Paquita se aseguró de que su señorita se había encerrado durante la mañana con doña María para huir de miradas y oídos indiscretos, aprovechó la ocasión para, lamentarse ante sus compañeras de servicio de esta evidente prueba de haber llegado tan a menos aquellas antiguas reuniones confidenciales de una familia de tan rancio abolengo, de aquella casa feudal, de aquellas patriarcales señoronas. -En otros, tiempos, tú puedes recordar, Pepita, que cuando llegaba, la noticia de un suceso como el de hoy, se discutía por todos a la hora, del chocolate, y ante todo el mundo. Cuando en Monterey dispararon un tiro a Joaquín Padiña, la misma, doña María nos contó el caso y nos leyó en alta, voz las 170
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cartas que describían el suceso con todos los pelos y señales, y hasta contaban los agujeros que las balas habían hecho en el traje ; aquel día fue aquí día de gala... y eso que era primo hermano de Gutiérrez... , y ahora que ese maldito doctor americano ha sido muerto a coces por un mulo, la familia se encierra arriba para no preguntar ni contestar a nadie acerca del caso. -¡Ay, chica!- dijo a esto Pepita-, ahora me recuerdas que Sánchez está, ahí, que sabe tanto como ellas, pues estuvo en poco que no presenciara todo el caso. -¿Cómo?... ¿lo ha visto? -¡interrogó Paquita ansiosa, de noticias. -¡Ya lo creo! ¿So fue él quien trajo a, casa a Pereo cuando le encontró tendido y medio muerto con uno de esos arrobamientos o visiones, o como se llamen... ¡San Antonio nos valga!- exclamó Pepita santiguándose de prisa -encima de la sepultura de frotora, cuando el mustang del doctor iba hacia ellos como si fuera a acometerles, igual que un toro bravo, y el doctor llevaba ya los pies casi fuera de los estribos, y ya no se le ha visto más? Pues entonces dijo Pereo lanzando una, carcajada, como las de los endemoniados: «Mira, si el coyote corre detrás del 171
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mustang mordiéndole las patas» ; y Sánchez corrió y observó que ya el doctor se había perdido de vista ¡corriendo y galopando hacia su muerte!... ¡ay!... como Pereo había profetizado. Porque no había pasado media hora cuando Sánchez oyó otra vez el trac-trac de las herraduras... lo mismo que, si estuviera, ahí cerca, el caballo.., y sabía que estaba lo menos dos millas más allá... ¿tú comprendes?... y se dijo: «¡se acabó!» Las dos mujeres se estremecieron y se santiguaron. - Y qué ha dicho Pereo del cumplimiento de su profecía?- preguntó Paquita, encogiéndose, y apretándose el chal, temblando horrorizada por lo que acababa, de oír. -Quizá no lo sepa, todavía. Tú sabes lo amodorrado y mohino que queda después de esas visiones... que sale de ellas como de la sepultura, sin acordarse de nada, Está tendido, lo mismo que un leño, toda la mañana. ¡Bah! Pero estas noticias le despertarían, si es que algo pueden. Pereo no quería a, ese tacaño del doctor. Vamos a buscarle. Tal vez esté allí Sánchez. ¡Vamos ¡ La señorita no nos echará ahora, de me172
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nos, y a los huéspedes nada les hace falta. ¡Vámonos! Y echó a andar hacia el ángulo de la parte este de la casa, desde donde por un pasillo bajo se llegaba, al corral y a, las cuadras. Esta era la antigua «portería» o la habitación, del mayordomo, quien, entra otras obligaciones, parece que tenía la, de vigilar a los que entraban y salían de la casa., Una amplia despensa, y despacho al mismo tiempo, del administrador; más allá una habitación, o salón de juntas, mitad cuerpo de guardia y mitad sala, para los criados, y el dormitorio de Pereo, constituían la parte, a éste destinada. Unos cuantos peones hallábanse reunidos en el salón contiguo al departamento donde Pereo estaba, acostado. Tendido sobre un camastro; amarillo como la cera su rostro ; sobre su cabecera un crucifijo al pie del cual ardía una luz tristona, y al lado una pequeña palma bendita que, según creencia general, ahuyentaba a los demonios para que no se apoderasen de las potencias y sentidos en suspenso durante el sueño... Pereo tenía las apariencias de un difunto. Dos embozadas y empañoladas domésticas, que estaban sentadas a.. su lado, podían haber pasado por lloronas a, no ser por su ligero e incesante charloteo. 173
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-¡Cómo! ¿tú aquí, Paquita?- preguntó una fornida y hombruna moza de aquellas-. ¡Qué milagro en ti que escatimes el tiempo que debes emplear en rogar por el eterno descanso del alma del doctor americano, para, venir a interesarte por la salud de tu superior, el pobrecito Pereo! ¿Es, verdad, entonces, qué doña María, ha dicho que ya no quería nada más con el borracho animal de su mayordomo? El espantoso aspecto de la cara de Pereo no impidió que Paquita sacudiese airadamente la cabeza y contestase, con gran descaro, que ella no iba allí para, defender a su señora de las palabrotas de una murmuradora holgazana. -Bueno, bueno, ¿pues qué ha, dicho ella entonces ?- preguntó la otra criada. -Dijo que no necesitaba para nada a Pereo, y que por ahora no quería verle. Un murmullo de indignación y de simpatía produjeron en los presentes esas palabras. Al murmullo siguió un largo suspiro de aquel hombre aletargado. -Ya mueve los labios- dijo Paquita, que aun seguía fascinada por la curiosidad-. ¡Silencio!... que quiere hablar... -Mueve los labios, pero su espíritu sigue aún durmiendo- dijo Sánchez sentenciosamente, como 174
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un oráculo-. De igual manera -viene moviéndolos desde las primeras horas de la mañana; cuando vine a hablar con él y le encontré tendido aquí, sobre el piso, por causa del ataque. Estaba a medio vestir, como estás viendo, indudablemente para salir afuera, cuando cayo desplomado así... -¡Calla! que habla ya- dijo Paquita. El enfermo empezó a articular débilmente unas palabras que salían de su boca tremolantes a través de las burbujas que se hinchaban y quebraban en sus rígidos labios: -¡El... me... desafió!... Y... dijo... que yo: era... viejo... muy viejo. -¿Quién te provocó? ¿Quién dijo que eras muy viejo? -¡El! ¡el mismo Koorotora!... en figura de coyote. Paquita retrocedió con una sonrisa. de abochornamiento y terror al mismo tiempo. -Siempre hace lo mismo- siguió el sentencioso Sánchez-. Esto decía también cuando lar noche pasada, le levanté del terraplén de los indios. Ahora, dormirá otra vez... tú vas a verlo. No hace más que nombrar a Koorotora, al coyote... y se duerme. Y para, terror y espanto de los presentes, y, acrecentar el respeto y admiración hacia la sabiduría y el 175
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talento de Sánchez, Pereo pareció quedar otra, vez, sumido en un letárgico sueño. Era ya, al terminar la tarde cuando recobró el uso de sus facultades. -¡Ah!... ¿Qué es esto?- exclamó bruscamente, incorporándose en la cama, mirando, atentamente a los que velaban en derredor suyo,; algunos de los cuales, rendidos por el sueño, dormían profundamente, y otros estaban entretenidos jugando a la baraja-. ¡Caramba! ¿Estoy enfermo?, Tú, Sánchez, ven acá; ¿ quién está haciendo tu, trabajo en las cuadras? Tú, Pepita; ¿duerme o ha muerto tu señora, que estás aquí tan tranquilamente sentada? ¡San Antonio me valga! ¿estaré verdaderamente enfermo? Y alzando la mano hasta la cabeza, con lento y penoso movimiento, probó a levantarse de la cama. -Poco a poco, buen Pereo; descansa, no te levantes aún- díjole Sánchez aproximándose. Has estado enfermo'... muy enfermo. Todos estos amigos tuyos esperaban sólo este momento para asegurarse de que ya te encontrabas mejor. Si están ociosos, no tienen ninguna culpa... verdaderamente nadie la tiene. Doña María ha dicho que no te faltara asistencia, y, en calidad, desde que han llegado las terribles noticias, poco qué hacer ha habido. 176
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-¿Las terribles noticias ?-repitió Pereo. Sánchez miró significativamente a los otros, como indicando la confirmación de su diagnosis, -¡Oh! sí; ¡noticias terribles! El doctor, West fue hallado muerto esta mañana a dos millas de la casa. El doctor West muerto!- repitió también Pereo, pausadamente, como esforzándose en penetrar el verdadero sentido de las palabras. Y al observar en los semblantes de los que le rodeaban el ningún efecto que había producido la dramática, frase, añadió inmediatamente con una leve sonrisa -¡Oh!... ¡ay! ... ¡muerto! Sí ; ya recuerdo. Estaba enfermo ... muy enfermo, ¿no es eso? -Ha, sido una desgracia repentina. Cayó de su caballo y se mató- contestó Sánchez con mucha gravedad. -¿Matado... por su caballo has dicho?- volvió a preguntar Pereo clavando su mirada de pronto en Sánchez. -¡Ay! buen Pereo. ¿No recuerdas cuando el mustang se precipitó con él sobre nosotros en la, senda, que dijiste que aquella fiera indómita le llevaba a la muerte? Pues así sucedió, ¡válganos San Antonio!, media hora después... 177
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-¡Cómo!... ¿lo viste tú? -No; porque el mustang iba ya muy lelos y no puede seguirle. ¡ Bueno! Pero eso fue lo que pasó. El Presidente del jurado, que lo sabe todo, lo ha contado así hace una hora Juan vino con la noticia desde el rancho en donde ese señor estaba, practicando las diligencias indagatorias. El funeral se celebrará pasado mañana, asistiendo alguno de esta familia. Pásmate, Pereo; ¡un Gutiérrez en el funeral del doctor americano! Después de esto ya no dudo que doña María te mandará que vayas a rezar una oración sobre, el ataúd. - ¡A callar, imbécil! Y cuidado con hablar de la señora ama -dijo con voz de trueno el viejo, saliendo de la casa. ¡A las cuadras! ¿No me oyes? ¡Vete! -Ahora, ¡por la Virgen de los Milagros! dijo Sánchez, escapando de la habitación al ver el cuerpo enflaquecido del viejo alzarse del lecho como un espectro ensabanado , ya tenemos viejo otra, vez. ¡Válgame San Antonio! Pereo se ha puesto bueno. Al día siguiente hacía ya la vida ordinaria, y sólo se notaba, en él una ligera diferencia en la ,severidad de sus modales. El cumplimiento de su profecía relatado por Sánchez, contribuyó a aumentar, la supersticiosa reputación de que gozaba, 178
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aunque Paquita publicó a voz en grito el parecer de muchos, escépticos que tenían como cosa, fácil y sencilla el profetizar el accidente del doctor, puesto que su caballo había. pasado desbocado ante los ojos del profeta. Hasta se dijo que la, aversión de doña María a Pereo no tenía otro origen que el no haber éste auxiliado al doctor, como podía. Sánchez disculpábale de estos cargos asegurando que Pereo, momentos antes de pasar el caballo, había sufrido y estaba aún bajo la acción de uno de esos raros ataques epilépticos que - a menudo le sobrevenían, y no solamente estaba incapacitado para atender al doctor, sino que necesitaba la asidua asistencia y el solícito cuidado de Sánchez en aquel instante. Pereo no asistió al enterramiento, ni tampoco la señora Saltonstall ; pero asistieron, en representación de la familia, Maruja y Amita, acompañadas por uno o dos primos con cara compungida, el capitán Carroll y Raymond. Unos cuantos amigos y socios de las poblaciones vecinas, Aladino y algunos otros de su casa, los trabajadores de la hacienda, y un grupo de operarios de los molinos que había al pie de las próximas colinas, aumentaron el número de los asistentes al acto, que se reunieron bajo los tinglados y en las 179
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casitas de los trabajadores, o en los alrededores de unos y de otros edificios que constituían la única morada campestre, la única habitación rural del rancho de, San Antonio. El doctor había ordenado expresamente que cuando muriese le habían de enterrar en medio de uno de los más fértiles campos de trigo como pobre tributo a la, tierra que había esquilmado, sin que colocasen sobre su sepulcro señal ni monumento alguno que recordase que allí reposaban sus cenizas; y que hasta el montón de tierra que temporalmente hubiera sobre su cadáver fuese nivelado con el resto del campo en la época de la labranza por las rejas de los arados que todo lo igualan. Conforme a la voluntad del testador, abrió la sepultura, a un cuarto de milla de su oficina en medio de un campo de trigo tan espeso, que el espacio segado en derredor de ella para, dar cabida a los asistentes al acto parecía un anfiteatro de oro. Ofició un distinguido pastor de San Francisco. Hombre de tacto, y fácilmente adaptable a las circunstancias, hizo el elogio del difunto ponderando sus virtudes y cristiana vida, así como los beneficios que había reportado al país, y hasta habló de, la disposición del doctor de que fuera sepultado allí como reconociendo que el hombre es polvo y en 180
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polvo se, convierte. Alabó también cumplidamente a los asociados en los negocios del muerto, y, a continuación, sin alentar a sus sucesores con las acostumbradas frases de: «sigan ustedes la senda trazada por al antecesor en beneficio del país, etc.», recomendó tan eficazmente los proyectos comerciales últimamente planeados por el doctor, que logró de Aladino la expresiva, la elocuente alabanza de que su sermón equivalía, «a un cinco por ciento en el mercado de valores». Maruja, que había permanecido de pie junto al carruaje, melancólica, silenciosa y abstraída a pesar de la solícita atención y tiernos cuidados de Carroll, se fijó de pronto en que otros ojos tenían clavada en ella la mirada. Su sorpresa fue grande al reconocer en el que tan atentamente la observaba, desde un grupo a ella cercano, al mismo hombre a quien había visto ya d9s veces, la primera como vagabundo, y la segunda como viajero en la hostería de la carretera. Impresionada al mismo tiempo por la idea de que aquélla era la primera vez que realmente se fijaba en ella, sintió hacia él una singular esquivez y extraño retraimiento, que se convirtió en sorpresa e indignación cuando se vio obligada a bajar los ojos ante aquella mirada tan. intensa. 181
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En vano trató de levantarlos de nuevo con su habitual y supremo poder fascinador. Sí nunca se había ruboriza do, ahora se sentía profundamente, abochornada. Conoció que su rostro necesariamente delataría el estado de su espíritu, y, para; evitarlo, ,ella, Maruja, la exánime y soberana deidad... vióse precisada, con la timidez y sofocamiento de una histérica y el apocamiento y- cortedad de una niña, a volverse a Carroll, afectando exageradamente una correspondencia afectuosa a sus amables atenciones. Apenas se había dado cuenta siquiera de que el pastor había terminado su perorata, cuando se acercó a ellos Raymond por detrás muy callandito. -Supliooles no, crean- dijo haciéndose presente que todas las virtudes humanas van a ser ahora enterradas- yo diría sembradas en este trigal. Aun sobrevive un poco de amor... que anda secretamente en torno de la fosa del doctor. Escuchen una historia que me han contado, y desconfíen después, si se atreven, de la gratitud humana. ¿Ven ustedes aquí mismo al pintoresco y extravagante bandolero? ¡ Maruja no levantó sus ojos. Sentíase ahogada, falta de aliento, al oír las últimas palabras de Raymond. 182
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-¡Cómo! Ese es el joven de la hostería que recogió su abanico, ¿verdad ?- dijo Carroll. -Tal vez - contestó Maruja indiferentemente. Hubiera dado el mundo entero tan sólo por sentirse capaz de volverse hacia él y su grupo en aquellos momentos aparentando serenidad, para mirarle cara a cara; pero no se atrevió. Conformóse con sacudir con el abanico un poco de polvo de la manga de Carroll, estremeciendo a este caballero con el femenil encanto de su amabilidad. -Pues bien- continuó Raymond-, este Roberto Macaire llegó aquí desde muy lejos hace tres o cuatro días como un vagabundo, no pidiendo otra cosa que trabajar honradamente. Nuestro llorado amigo consintió en recibirle y en hablar con él encontrándole interesante y simpático, tan simpático e interesante que le regaló un traje completo, y hasta se dice que, algún dinero, diciéndole que continuara su viaje. Después y esto es más interesante que todo, nuestro amigo, en cuanto se enteró de la muerte de su bienhechor, suspendió su caminata y vino a presenciar el enterramiento. Habiendo muerto el doctor ; no estando al parecer dispuestos los ejecutores testamentarios a imitar su peregrina generosidad, y seguro de que no ha de recibir más favores, el acto 183
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de este joven debe considerarse única, y simplemente hijo de la gratitud. ¡Por Júpiter! Creo sinceramente que entre los presentes es el único que está aquí, en realidad, de duelo. Yo he venido porque venía, su hermana, Carroll, porque venía usted, y usted... porque no ha podido venir su madre. -¿Y quién le cuenta estas regocijantes historias ?preguntó Maruja vuelta su cara todavía hacia Carroll. -El capataz Harrison, que, conocedor, por su larga y práctica experiencia, de esta clase de sujetos, se ha quedado pasmado ante esta excepción de la, regla general. -¡Pobre hombre! Es preciso hacer algo por éldijo compasivamente Amita. -¡Cómo! - replicó Raymond fingiendo terror: ¿y destruir e inutilizar de golpe y porrazo esa leyenda tan bonita? ¡ Nunca! Si le ofrezco diez dólares, es posible que me largue un puntapié; y si los toma, soy capaz de largárselo yo. -¿No tiene cara de ser tan perverso, verdad, Maruja?- preguntó Amita a su hermana. Pero Maruja se había apartado ya, unos pasos más allá en compañía de Carroll y al parecer no atendía a nadie más que a, él Raymond sonreía al 184
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ver la linda perplejidad revelada en el gracioso movimiento de las cejas de Amita en cuanto se enteró de esta marcada desconsideración. -No se preocupe usted de ellos- díjole muy bajito-; usted no puede en manera alguna vigilar a su señora hermana mayor. Y dígame. ¿Sería usted tan amable que me permitiese ahora ver si puedo socorrer al virtuoso vagabundo? No tiene usted más que decírmelo. Pero el interés y el deseo de Amita quedaron tan completamente colmados y satisfechos con el simple ofrecimiento de Raymond, que "ésta, únicamente se sonrió, ruborizóse y dijo: -No. Maruja, que había escuchado atentamente todas las palabras a su lado pronunciadas, sintió por un instante odio hacía su hermana por no haber complicado a Raymond en sus buenos deseos. Mas al ver por el rabillo del ojo que el forastero se marchaba con otros del disperso grupo, se volvió a juntar con Amita con su habitual aspecto, como si nada hubiera pasado. Ya se habían aposentado los demás en el carruaje, pero a Maruja se lo metió entre ceja y ceja ir a pie hasta el rústico edificio de donde habían salido los del duelo. 185
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El capataz Harrison sobresaltóse y se puso encarnado ante esta aparición de impalpable o inaccesible belleza en el umbral de la puerta, avanzando presuroso y anhelante hacia ella. -No quiero molestar a usted ahora, señor Harrison- dijo con una graciosa exageración en el arrastre de la erre, pero cualquier día vendré a caballo y le suplicaré me enseñe sus maravillosas máquinas. Y tras una sonrisa marchó a buscar el carruaje. Mas en cuanto hubo andado unos cuantos metros se dio cuenta de que lo había perdido de, vista por la interposición de aquel trigal cuyas espigas movíanse en hinchado oleaje. Detúvose profiriendo una breve exclamación en español. En aquel instante crujieron las cañas del trigo, abrióse frente a ella, la espesa muralla del dorado cereal, y apareció la figura de un hombre. Era el forastero. Retrocedió un paso enteramente desalentada. El, por su parte, retrocedió hacia el trigo extendiendo los brazos y apartándolo para abrirse en uno. Corno Maruja avanzara maquinalmente, él, sin decir una palabra, apartóse, dejándole el paso libre por entre el trigo, a través del cual pudo. ver el látigo del cochero sobresaliendo por encima de unos haces 186
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amontonados frente a ella. Allí permaneció él inmóvil, a un lado, extendidos los brazos, conservando abierto el callejón. Maruja probó a articular unas palabras, pero no pudo hacer otra cosa que inclinar la cabeza y deslizarse junto a él alimentando la extraña creencia, sugerida por la actitud del joven, de que huía de un abrazo de éste. Pero el forastero bajó en aquel momento los brazos, cerróse la muralla de trigo en torno' suyo y quedó oculto a la vista de Maruja. Esta alcanzó el carruaje sin que casi la advirtieran los que estaban en él, y se lanzó, de pronto sobre su hermana riendo a carcajadas. ¡Virgen santa! - dijo Anita asustada ¿de dónde vienes? De ahí! -contestó Maruja con un ligero temblor nervioso, señalando el lugar donde acababa de cerrarse el paso por el trigal. -Creíamos que te habías perdido. -Eso mismo pensaba yo- Maruja levantando en alto el látigo, mientras se sujetaba el .chal sobre los hombros. -¿Ha pasado algo? Mira usted muy extrañamente- dijo Carroll colocándose más cerca de ella. Brillábanle los ojos de alegría; sin embargo, estaba pálida. 187
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-¡Nada, nada! -contestó precipitadamente mirando otra veo hacia el trigo. -Si no fuera; porque tanta prisa por aparecerse hubiera sido completamente indecente, diría que el difunto doctor acaba de hacerle a usted una visita espiritual. -Hubiera sido bastante cortés para no haber hecho comentarios acerca de la expresión de mi rostro- dijo Maruja-. ¿Es que parezco una espantada? Carroll, entretanto, pensaba que jamás le había parecido tan hermosa. Los párpados de Maruja temblaban enrojecidos como si por ellos hubiera pasado, rozándolos, el ala de Cupido. -¿En qué estaba usted pensando?- dijo Carroll apenas emprendieron la marcha. Maruja pensaba que el forastero la había mirado y admirado, y que tenía los ojos azules. Sin embargo, dirigió sosegadamente la vista al rostro del capitán, y dijo con dulzura: -¡Me figuro que en nada que pueda interesar a usted!
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IX A la noticia de la cesión que de sus títulos había hecho el doctor West a favor de su asociada, la señora Saltonstall, siguió el aún más sorprendente descubrimiento de que el doctor, en su testamento, hacíale además donación de toda su hacienda con la única condición de pagar las deudas y cumplir con las obligaciones por él contraídas. Habíale hecho esta, donación en reconocimiento de sus talentos y fidelidad en los negocios durante el tiempo de su pasada asociación, y en prueba de la confianza y del «imperecedero afecto» del testador. Sin embargo, pasada, la primera, impresión. de sorpresa, fue aceptado el hecho, como la cosa más natural, y conveniente, por la generalidad que se deja guiar por ese raro instinto humanitario que 189
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acepta sin escrúpulos la unión de dos grandes fortunas, mientras examina severamente y critica con dureza la asociación de, la pobreza, y de la influencia, y juzga hechas -por motivos de interés las uniones de fortunas desiguales. Si la señora Saltonstall hubiera sido una pobre viuda en vez de una viuda rica, y en vez de asociada en los negocios del doctor hubiera sido su portera, la donación hubiera sido censurada sin miramientos ni consideraciones y hasta quizás se hubiera tenido por ilegal. Pero esta combinación, que agradaba a todos y cada uno de los habitantes del valle de San Antonio, parecía ser perfectamente auténtica y genuina. Había aún algo más. Ciertos vagos rumores acerca de la vida pasada del doctor, y de algunos puntos obscuros sobre su conducta al parecer ligera, no contribuyeron más que a hacer más respetable esta eminentemente práctica, disposición de sus bienes, y a borrar algunas conocidas inmoralidades de su juventud. El efecto que esto causó. entre los parientes en línea colateral de la familia Gutiérrez y los criados y dependientes, fue aún más impresionante. La suerte, el porvenir y las' costumbres de la familia parecían 190
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haber cambiado de repente. La señora Gutiérrez, en lugar de disminuir sus bienes, los había acrecentado; el extranjero e intruso había, sido dejado; cambió el sino de La Misión Perdida ; la maldición de Koorotora resultaba una bendición, su descendiente y profeta, Pereo, el mayordomo, vivía envuelto en un ambiente de supersticiosa adulación y respeto entre los criados y el vulgo. Esta apreciación y reconocimiento de su misterioso poder recibíala unas veces con cierta dignidad de inflado orgullo que alejaba la idea de que aquel hombre fuera otra cosa que un criado español, y otras con una especie de estúpido embobamiento, como de idiota, al que nada impresiona, y un gesto de espantado que también contribuían a fortalecer su reputación de inconsciente profeta y taumaturgo. -Ya ves- dijo Sánchez a Paquita, más escéptica que los demás- que él apenas se da cuenta del poder que tiene. Esta es la prueba de ello. Doña Marla, solamente discrepaba de los demás en esta manera de juzgar a Pereo, y cuando se pensó -en celebrar una, fiesta al aire libre bajo el vetusto peral que sombreaba la sepultura de los indios, se indignó tanto, que todos cuantos la oyeron recordaron largo tiempo aquella explosión de cólera. 191
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-No es bastante que se nos haya puesto en ridículo anteriormente por cansa de ese solemne tontodijo a Maruja su madre-, que aun se pretenda insultar la memoria de nuestro amigo por su generosidad, como si ésta fuera un triunfo del idiota, antecesor de Pereo. Cualquiera podría creer que los huesos de Koorotora y de los coyotes habían sido enterrados y honrados en su sepultura con la cruel e injusta murmuración de tus, parientes acerca de mi pobre amigo. (Doña María acostumbraba ahora a aludir a la parentela y a la «familia» como si se refiriese únicamente a la, parentela de Maruja). Quién sabe si desaparecerán pronto esa sepultura de su antepasado y el peral, y caerá a tierra su templo pagano... Si, como dice el ingeniero, puede tenderse un, ramal de ferrocarril qué pase por La Misión Perdida, yo estoy conforme .con ese señor en que la vía cruce ese sitio perjudicando así lo , menos posible la propiedad. Es la única parte yerma del parque y está situada en el ángulo más conveniente. -Usted seguramente no consentirá, esto, verdad, madre ?- dijo Maruja con la súbita, impresión de haber encontrado nuevamente fuerza y energía, en el carácter de su madre. 192
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-¿Por qué no, hija?- dijo fríamente la viuda de Saltonstall y la, Horadora del doctor West,-. Admito que era para ti acertado y discreto en otros tiempos el tener en ese sitio tus encuentros y reuniones con caballeros que, como los invitados de aquel hidalgo que llevó un esqueleto al lugar del festín, podrían meditar acerca de lo pasajero de las esperanzas ante los restos y la, leyenda de Koorotora. Pero después que ha quedado desvirtuada la creencia, en una culpa original, como la de Eva, y en la correspondiente maldición, pensando sobre estas propiedades- añadió doña María con cierta amargura-, puedes tener tus citas en cualquier parte. Sería, indecoroso que fueses allí por más tiempo con el capitán Carroll haciéndole oír el crujido de los, huesos de Koorotora. Y la verdad, hija mía, desde el asunto de las cartas, y con la conducta honrada y discreta que, observa desde entonces, yo no veo el por qué habías de tratarle de esa manera. En sus manos está la, reputación de tu madre. -Es todo un caballero, mamá- dijo Maruja, tranquilamente. -Y escasean mucho, niña; y es preciso estimarlos y conservarlos. A esto iba yo, tontilla, el capitán no 193
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es rico... pero ahora... tienes tú de sobra para los dos. -Pero tenga usted en cuenta que Amita fue primeramente quien le atrajo a esta casa- dijo Maruja despreciativamente con aire de embarazosa inquietud que doña María tomó al momento como exagerada modestia. -No pienses engañarme ni engañarte a ti misma con eso tontamente. Tienes ya edad bastante para comprender las intenciones de ese hombre, si no las tuyas. Además, no sé que me haya, opuesto a los amores de Amita, con Raymond. El es muy inteligente y sería una buena ayuda para tus parientes. Para nosotros también tendría inapreciable valor en los incidentes que pudieran surgir en el empleo de la, maquinaria, negocio que yo no entiendo, tal como la del molino y la del ferrocarril. -¿Y propone usted aceptar como socios en los negocios a unos cuantos maridos?- dijo Maruja que ya se, había serenado-. Yo le aseguro que el capitán Carroll es tan torpe como pueda serlo otro caballero. Me maravilla que en otros asuntos no haya. hecho disparates como el de en, capricharse de mí en lugar de enamorarse de Amita. La noche pasada me dijo a mí solita que se había encontrado un carnet 194
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de bolsillo, perteneciente al doctor, y que lo entregó a Aladino sin testigos ni recibo, y evidentemente por propia iniciativa. -¿Un carnet de bolsillo, perteneciente al doctor ?-repitió, interrogando, doña María. -¡Bah! pero no contenía cosa alguna tuya,. El pobre joven ha sufrido mucho pensando en esto. Pero no creas que tengo prisa de pedirte el consentimiento y la bendición, mamaíta. Soportaría aún el que Amita me precediese al altar, si es que las exigencias de tus negocios lo requieren. Eso me aseguraría, más aún la adquisición del capitán Carroll. No; no me consideres en este tráfico matrimonial, regateando como ciertas madres, pensando en el interés compuesto. No estoy, en realidad, tan pobremente dotada con tu capital primitivo. -Tú eres hija, de tu padre- dijo doña María, besándola-, y ya es decir bastante, la Virgen lo sabe. Ve ahora- continuó, empujándola suavemente hacia fuera de la habitación- y envíame aquí a Amita. Observó cómo fue desapareciendo de los hombros de Maruja esa leve resistencia y empuje hacia atrás de quien empieza a andar de mala gana, y añadió hablando consigo misma,: 195
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-¡Y ésta es la. muchacha de quien Amita cree que está, penando de amor por Carroll de tal manera que ni come ni duerme! ¡Esta, la niña que, según me había, dicho Paquita, ni pensaba, en trajes, ni en adornos, ni en primores! ¡Espíritu de José Saltonstall !- exclamó la viuda alzando los ojos y levantando al mismo tiempo los hombros-; ¡qué cuenta habrás tenido que dar por ella! Dos semanas más tarde volvió a sorprender a su hija con esta pregunta: -¿Por qué no te agregas al grupo de los que van hoy a ver las maravillas del palacio de Aladino? Sería más conveniente que, en vez. de Raymond y Amita, fueses tú la que acompañases a tus huéspedes. -No he pisado los umbrales desde el día en que Aladino estuvo tan irrespetuoso con la hija de mi madre. -¡ Irrespetuoso! - repitió impacientemente doña María,-. La hija, de tu padre debe saber que ese caballero podrá ser ignorante y vulgar, Y. hasta grosero, pero no puede ser irrespetuoso para ella. Y hay ofensas, chiquita, que daban menos perdonándolas que recordándolas. Mientras él no presunta de justificar sus actos, no veo razón 'ni motivo para, que no 196
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vayas. No ha venido por aquí después del asunto de las cartas, y yo no le permito que en esto se conduzca groseramente; ¿me entiendes? Me es útil para mis negocios. Puede acompañarte Carroll, que comprenderá perfectamente todo esto. -Carroll no querrá ir- dijo Maruja. Nada, me dijo de lo que pasó entre ellos, pero sospecho que tuvieron algún altercado. -Tanto mejor, pues, que vayas sola,. Es preciso que no le recuerdes nada. Estará tan orgulloso de tu visita, que no pensará en otra cosa más., Maruja, relevada al parecer por estas consideraciones de ir acompañada por Carroll, encogióse dé hombros y asintió. Cuando los excursionistas penetraron en el patio exterior del palacio de Aladino, el anuncio de que su hospitalario dueño estaba ausente y no volvería hasta, la hora de comer no les hizo perder ni el buen humor ni la curiosidad. Ya sabe el lector que la característica del señor Prince. en atender a sus huéspedes era la irregularidad rayana en la extravagancia. En esta ocasión, un criado manifestó a los visitantes que el secretario particular del señor Prince haría los honores de la casa, manifestación que fue corea, da y aplaudida con las risas y alborozo de Maruja. 197
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-Realmente no hay necesidad de que ese caballero se moleste- dijo cortésmente Maruja-. Conozco la, casa, hasta el último rincón y me parece recordar haberla enseñado ya dos o tres veces haciendo las veces de su dueño. Cierto, cierto -añadió volviéndose a sus compañeros de excursión-; ya, he recibido elogios por mi talento. y habilidad como cicerone. Después de una pausa, continuó exagerando un poco los ademanes y con su más penetrante voz de contralto -¡Oh! señoras y caballeros, vean, vean; este patio en que ahora estamos es una reproducción exacta, del Patio de los Leones, de la Alhambra, y fue construido en cuarenta días no empleando otros materiales que madera de pino, oro y yeso, costando en total diez mil dólares. En la pared hay expuesta una fotografía del original; observen ustedes, señoras y señores, que la reproducción es exacta. La, Alhambra está en Granada, capital de una provincia española, que se dice es muy parecida, bajo algunos aspectos, aj California, en donde habrán observado ustedes que aun hablan el español las antiguas familias aquí establecidas. Ahora atravesamos el patio de las caballerizas por un puente que es un facsímile 198
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del Puente de los Suspiros de Venecia, que une el Palacio del Dux con la Prisión. Aquí, al contrario de allá, en vez de ir a parar a, un espantoso calabozo, nos espera al final de este puente una agradable sorpresa. Abrimos la puerta... así... y... ¡ adelante! Detúvose, sin hablar, en el umbral, desprendiéndose de su mano el abanico. En el centro de un invernáculo, cuajado de luz resplandeciente, de doradas columnas, hallábase, en pie, un joven. Apenas hubo caído el abanico sobre el pavimento de mosaico, el joven avanzó y, recogiéndolo, lo puso entre los rígidos dedos de la mano de Maruja. Los excursionistas; que habían aplaudido la, al parecer, artística gradación retórica de ésta, empujáronla, entre risotadas, hacia el interior del invernáculo sin que notaran su agitación. Allí estaba la misma cara y la misma, figura que recordaba haber visto hacía poco ante ella haciéndola paso por entre el espeso trigal de San Antonio. Mas aquí el joven vestía, y era tenido como un caballero, y hasta aparentaba ser superior a todo aquel pomposo brillo de los objetos que le rodeaban. -Creo tener el placer de hablar a la señorita Saltonstall - dijo él, revelando, aunque débilmente, aquel su primer gesto del día en que la miró de sos199
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layo, medio resentido-. He sabido que se ofreció usted a prestar mis servicios, pero sé que el señor Prince no quedaría completamente satisfecho si yo en persona no hiciese a usted los honores. Soy el secretario particular. En aquel instante, Amita y Raymond, atraídos por esta charla, volviéronse hacia él. También éstos reconocieron claramente en él al hombre que habían visto en la casa del doctor West. Siguió un silenció embarazoso. Dos hermosas jóvenes del grupo pusiéronse a ambos lados de Amita cuchicheándole a media, voz : -¿Qué es esto? ¿Quién es ese amigo suyo tan guapo y de tan torva mirada? ¿Es esta la sorpresa? Al oír estas voces, Maruja repuso serenándose: -Señora- dijo accionando con el abanico-, éste es el secretario particular del señor Prince. Creo que no es muy cortés hacerle perder el tiempo. Permítame, caballero, que, la dé las gracias ¡POR HABER RECOGIDO MI ABANICO! Tras una sencilla y sutil mirada, pasó junto, a él rozándole, marchando con sus compañeros al otro extremo del invernadero. Cuando volvió la cabeza, el joven ya había desaparecido. 200
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-En verdad que esto era una inesperada, gradación, una sorpresa, retórica- dijo Raymond intencionadamente,-. ¿La había usted preparado de antemano? Dejamos junto a una sepultura al extravagante vagabundo y, al cabo de seis semanas, pasamos el Puente de los Suspiro ... y... ¡adelante!... ¡le encontramos de secretario particular, en un invernadero! Todo esto es cosa de Aladino. -Usted podrá reírse- dijo Maruja que habla recobrado su buen humor-, pero si tiene verdadero talento comprenderá lo que esto significa. ¿No ve usted que Amita se muero de curiosidad? -Entonces, corramos de una vez a descubrir el secreto- dijo Raymond tomando a Amita del brazo-. Consultaremos en las caballerizas al oráculo. Vamos. Todos siguieron dejando a Maruja durante un momento sola. Y ya se disponía a unirse a ellos, cuando oyó pasos en el pasillo que acababan de cruzar, viendo entonces que el forastero se había, retirado únicamente para que los turistas le tomasen la delantera y as¡ poder volver, atravesando el invernadero, a otro edificio en el, que entraba ya en aquellos momentos. 201
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Al volverse rápidamente Maruja para huir, quedósele enganchado el lazo negro de la corbata en las espinas de un cacto cuyo tallo parecía una serpiente. En vano se detuvo para desasirse con Prisa febril. Dispuesta estaba a sacrificar, en su impaciencia, el lazo de seda, cuando el joven colocóse pacíficamente a su lado. -Permítame; quizás tenga, yo más paciencia, aunque tenga menos, tiempo- dijo inclinándose. Sus desguantadas manos tocáronse. Maruja cesó en sus esfuerzos y se levantó. El continuó inclinado hasta que hubo libertado al desventurado lazo, mientras sentía, sobre su cabeza, y cuello el suave fuego de los ojos de Maruja. -¿Qué...?-empezó a decir, al levantarse, encontrándose con su mirada. Y como ella, permaneciese callada, continuó: -¿Qué estaba usted pensando? Que me ha Visto antes de ahora, ¿no es eso?, Pues bien, sí ; me ha visto. Yo fui quien pregunté- a usted por la carretera de San José cuando una mañana nos encontramos junto a, la empalizada. -Y como usted iba probablemente buscando otra cosa mejor -que parece haber hallado- no tuvo interés en escuchar mi dirección. 202
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-Hallé un hombre- casi el único que en toda mi vida me ofreció un cariño desinteresado- ante cuya sepultura encontré a usted más adelante. También hallé a otro hombre que me protegió allí... donde, me he encontrado otra vez con usted. Maruja a empezó a estar nerviosa, por temor a que alguien volviese y les encontrase juntos. Notaba en su interior las punzadas y el tormento de una afrento, indeterminada. Sin embargo, no se apartaba de allí. La extraordinaria fascinación de la, semisalvaje melancolía del joven, junto con ese reproche con que, a impulsos quizás de un, vago resentimiento, parecía juzgarla como al resto de los mortales, se clavaban en las delicadas fibras de su sensibilidad más cruel y obstinadamente que las espinas del cacto en su lazo de seda,. Sin saber lo que decía, manifestó, tartamudeando, que «se alegraría de que fuese más afortunado al encontrarla,», y empezó a marchar. El joven, mirando con disimulo, vio que se retiraba y añadió con un leve acento- de amargura : -No pensé que pudiera usted haber entrado otra vez aquí, al contrario; creí que se había marchado. Sin embargo, -temo... temo que no hubiera sido la última vez que me hubiera visto. La intención de mi 203
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amo, el señor Prince, era presentarme a usted y a su madre. Presumo que este señor considera esto como uno de mis principales deberes en esta casa. Si usted está aquí todavía cuando regrese, yo le aseguro que insistirá, en mi presentación, y en que me siente a comer en compañía de usted y de esas señoras. -Quizás sea porque... él es amigo de mi madredijo Maruja-. De todos modos, usted tiene licencia para venir cuando quiera... ya sabe el camino. -Maruja quería haber acompañado estas palabras con una sonrisa. Pero la realización no fue tan rápida como la intención, así es que hubiera dado todo el valor del universo - por repetirlas. Pero él contestó inmediatamente y con sosiego : -Así es. Y se apartó de allí como proporcionándole ocasión para escapar. Ella avanzó, vacilando, hasta el pasillo y allí se detuvo. El alboroto de las voces de los que regresaban la llenó súbitamente de ira. -Señor... -Guest- terminó el joven. -Si determinamos, por fin, quedarnos a comer, como el señor Prince no ha dicho nada acerca de la 204
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presentación de usted a mi hermana, -permítame que tenga yo ese honor. Guest levantó los ojos para mirar los de ella con cierto repentino rubor. Pero Maruja había va volado, y se había unido con el grupo, mostrando el lazo rasgado como la causa de su tardanza; y aunque en su respiración y en su modo de hablar había algo de confusa precipitación, atribuyéronlo a la misma poderosa razón. -Sin necesidad de preguntar riada - dijo Amitalo hemos sabido todo por el camarero y los criados. Es una historia romántica. -¿Qué historia?- dijo inmediatamente Maruja. -La historia privada del vagabundo. -El peripatético secretario - añadió Raymond. -Sí- continuó Amita-. El señor Prince se impresionó de tal modo por su gratitud al viejo doctor, que le buscó con gran empeño, hasta encontrarle, en San José, y se lo trajo aquí. Desde entonces se ha interesado tanto por él parece que es un personaje importante en la nación, o tiene parientes ricos-, que ha estado continuamente telegrafiando y practicando toda clase de averiguaciones, y hasta ha ordenado a su abogado que las haga también, acerca de 205
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cualquier detalle referente a ese joven. ¿Me escuchará? -Sí. -Pues pareces abstraída. -Es que tengo hambre. -¿Por qué no comemos aquí? Se come una hora antes que en, casa. Aladino se postrará a tus pies con tal que le hagas tal honor. ¡ Accede! Maruja les miró con inocente vaguedad como si` viese vislumbrarse entonces por primera vez la posibilidad de quedarse. -Y Clara Wilson está que se muere por ver de nuevo al misterioso incógnito. Di que sí, Marujilla. Marujilla miró a todos con profunda y maternal compasión. -Ya veremos. El señor Prince, que llegó, de regreso, una hora después, recibió una agradabilísima sorpresa al ver que Maruja aceptó la invitación a comer. Estaba íntimamente persuadido de la importancia que los vecinos habían dado a la ausencia, de las herederas Saltonstall en sus reuniones y pomposas fiestas desde el día en que cometió cierta grosería- él disculpóla echando la culpa al vino- que le puso en entredicho. Cualquiera que fuesen sus sen206
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timientos hacia la, madre, no podía por menos de apreciar enteramente este acto de la hija, como una completa rehabilitación. Su extravagancia en este día fue mayor que de ordinario, mostrándose exageradamente respetuoso con Maruja, y, sobretodo, dando la bienvenida personalmente a los visitantes y haciendo él mismo los preparativos para la comida. Inmediatamente puso en movimiento al telégrafo y a los mensajeros a caballo. Habilitó la cámara nupcial para tocador de las señoritas. Los genios sirvientes excedíanse a si mismos. Los trajes de tarde de Maruja, Amita y las dos Wilson, pedidos por telégrafo a, La Misión Perdida, y enviados por el medio más rápido, fue, ron colocados en los brazos de sus doncellas, y cubiertos materialmente de bouquets, una hora antes de comer. Como acertaran a pasar cerca de allí en dirección a la ciudad más próxima. Unos concertistas de ópera, los esclavos del animo les invitaron a desviarse de su camino y les llevaron al palacio del señor Prince para que durante la comida ejecutasen alguna pieza musical, para sorprender a los invitados, en la sala de música. -Boca de azúcar, muérdeme el dedo; que quiero convencerme de que no sueño- dijo Clara Wilson, 207
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que tenía mucha gracia para traer citas y chascarrillos oportunos, a Maruja,-. ¡Ya estamos otra vez en Las mil y una noches! La comida fue una maravilla,, aun en el país mismo de las maravillas gastronómicas; los postres, un verdadero prodigio en la variedad y riqueza de frutas, aun en un clima en que se dan los productos de dos zonas. Maruja, sentada al lado de su satisfecho invitante, observaba a, través de un ramillete de amarillas flores a su hermana y a Raymond, y sentía sobre sí la mirada del joven Guest que estaba sentado al otro extremo de la mesa entre las dos señoritas Wilson. Impresionada por la extraña frecuencia, de sus apariciones, bajo aspecto distinto, desde el día, en que le vio por vez primera, lanzábale miradas de pusilánime curiosidad mientras él comía., y pudo convencerse de que manejaba el tenedor y el cuchillo lo mismo que los demás y que su apetito era más voraz que el de todos. ¡ El amo del joven fue el primero en sacar a colación su vida pasada con verdadero entusiasmo y con el aire y tono de un amo de la casa que anhela 208
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contribuir al entretenimiento y distracción de sus huéspedes. -Usted no querrá creer, señorita Saltonstali, que este joven, hasta llegar aquí, ha cruzado el continente a pie, andando dos mil y pico de millas, ¿no es eso? completamente solo y con no mucha más indumentaria que la, que ahora lleva encima. Cuéntales, Harry, cómo los apaches por poco le matan un día, no haciéndolo así y dejándole vivo porque creyeron que era un bandolero tan terrible como ellos, y cómo vivió una semana, en el desierto con dos galletas como ésta. Un carro de súplicas y de anticipada alegría, siguió a esta invitación. En el semblante de Guest apareció el gesto mismo de cuando se encontró en tal peligro, pero sólo un momento, pues al instante levantó los Ojos para mirar con simpática, ansiedad a los de Maruja que aun no había dicho una palabra. -Tuve necesidad hace unos días- dijo Guest., como dando una explicación, a Maruja -de dar minuciosos detalles de mi viaje hasta aquí, y conté al señor Prince algunos episodios que él cree pueden interesar a otros; esto es todo. Para salvar mi vida, en una ocasión me vi obligado a pasar entre los in209
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dios como uno de tantos, y así viví y trabajé con ellos durante dos semanas. Pasé hambre como creo la, habrán pasado otros en las mismas circunstancias, pero nada más. Sin embargo, a pesar de su manifiesta reticencia, se vio obligado a acceder a las súplicas, y con una verdaderamente severa y escrupulosa fidelidad en el relato, contó algunos episodios de su viaje. No fue lo que menos conmovió el ver que contestaba a las preguntas con cierta resistencia a, hablar de sí mismo, de manera parecida a cuando contestaba a las preguntas de su padre y quizás del mismo modo que habría contestado al posterior interrogatorio del señor Prince. Todo lo contó sin emocionarse, más bien con el tono áspero del que se ha visto obligado a soportar una molestia personal por la que ni pedía, ni esperaba simpatías. Cuando no tenía clavados los ojos en los de Maruja, los tenía fijos en el plato. -Bien- dijo Prince, después que un largo y profundo suspiro de suspensa emoción, por parte de los invitados, testificó sus poderosos recursos para distraerles-; ¿no le parece que estaría bien con el café un poco de música a continuación de la, historia? 210
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-Más parece una novela- dijo Amita a, Raymond-. Lástima es que el capitán Carroll, que conoce las costumbres de los indios, no haya estado aquí para oírla. Pero supongo que Maruja, que no ha perdido una palabra, se la contará. -Me figuro que no - dijo secamente Raymond, mirando a, Maruja, que, abstraída en la contemplación de un intrincado dibujo de su plato de China, aparentemente, no se' daba cuenta de que el dueño estaba esperando su aviso para levantarse todos de la, mesa. Por fin levantó la cabeza, y a media voz, pero audible, dijo a Prince que aguardaba: -Positivamente es un ejemplar moderno; los antiguos no tienen esta delicadeza y finura de líneas en los arabescos. Debe usted haberlo mandado fabricar expresamente para sí mismo. -En efecto - contestó satisfecho Prince-. Buenos ojos tiene usted, señorita Saltonstall. Lo ven todo. -Excepto que me estaban ustedes esperandocontestó con una sonrisa, asintiendo con los ojos a la pregunta pendiente de Prince, con un saludo de semidespedida a Guest, al levantarse.
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Fue la primera, vez que se entendieron recíprocamente, al cambiar este saludo que fue para ellos tan significativo como un apretón de manos. La música dio ocasión para que se hablara de asuntos diferentes, aprovechando Maruja la oportunidad para, invitar al señor Prince y su joven amigo a visitar La Misión Perdida, después de lo cual los reunidos, de común acuerdo, volvieron al invernáculo donde el genial dueño les suplicó eligiesen una flor de entre unas cuantas exóticas especialmente raras. Cuando Maruja recibió la suya dijo alegremente a Prince: -¿ Me llamará usted inoportuna si le pido otra ? -Tome la que quiera ; no tiene usted más que nombrar la que desea - contestó galantemente., -Esto es lo que no puedo hacer precisamente -respondió la joven-, a no ser que- añadió, volviéndose a Guest-, a no ser que usted me ayude. Es la planta que hoy estuve examinando. -Creo que podré mostrársela- dijo Guest, coloreándosele levemente el rostro, precediéndola hacia él memorable cacto cercano a la puerta-, pero dudo que tenga flores. 212
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Tenía, sin embargo. Una flor de color rojo pálido, como una mancha de sangre, abríase junto a una de. las espinas. El joven la arrancó entregándosela a Maruja que la colocó en su cinturón. -Usted perdona...- dijo él admirativamente. -Usted debe saber el qué - contestó bajan do los ojos. -¿ Yo...? ¿ por qué? -Me trató bruscamente dos veces. -¡Dos veces!... -Sí; una vez en La Misión Perdida; otra en la carretera de San Antonio. Los ojos del joven tornáronse mustios y tristes. -En La Misión aquella mañana, yo, infeliz desterrado, sólo vi en usted una hermosa joven que pretendía anonadarme con su cruel belleza. En San Antonio entregué el abanico que había recogido al hombre en cuyos ojos comprendí que la amaba. Maruja hizo un movimiento de impaciencia. -Podía haber sido más galante y no juzgar tan precipitadamente- dijo con viveza-. ¿Desde cuándo son tan obsequiosos y han llegado a :tener tal puntillo los hombres? ¿Esperaría usted que él considerara igualmente a los demás? 213
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-Tengo yo pocos títulos y derechos que otros se crean obligados a respetar. Después, en dulce tono, añadió mirándola con ternura : -Usted vino de luto aquí esta tarde, señorita Saltonstall. -¿De luto? Era por el doctor West... amigo de mi madre. -Estaba preciosa con ese traje. -Usted me lisonjea. Pero yo la aseguro que el capitán Carroll lo ha hecho mejor, me ha dicho que el luto no me hace falta para otra cosa que para «poner mis pestañas a media asta». Ya sabe usted que es militar. -Al parecer es tan gracioso como afortunado dijo Guest amargamente. -¿ Cree que es afortunado ?-replicó Maruja mirándole. Había tanto fondo en esta sencilla pregunta, que Guest clavó en Maruja los ojos como queriendo leer en ellos. Y lo que allí vio le paralizó el corazón. Ella, no se dio cuenta de esto al parecer, porque empezó a turbarse también. -¿No lo es?- dijo Guest en voz baja. -¿Cree usted que debe serlo?- cuchicheó Maruja. 214
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Sucedió un profundo silencio. Las voces de sus compañeros parecían lejanas; el hálito ardoroso de las flores sofocaba sus, sentidos; probaron a hablar y no pudieron ; tan juntos estaban que dos largas hojas de una palmera bastaban para ocultarles. En medio de este profundo silencio una voz que parecía al mismo tiempo semejante y distinta a la de Maruja, dijo dos veces : «¡ Vete ¡ ¡ vete! », pero las dos veces se perdió en aquel persistente silencio. Inmediatamente apartáronse, empujadas a un lado, las hojas; la, negra silueta de un joven deslizáse rápidamente, huyendo como un ligero y flexible animal a través de los matorrales, y Maruja se encontró de pie, pálida y rígida, en medio del paseo, bañada de clara y potente luz, mirando sobrecogida y espantada al corredor por donde venían y se aproximaban ya sus compañeros. Estaba furiosa y asustada, triunfante y temblando. Sin adivinarlo, sin darse cuenta, sin razón alguna, Guest la había besado, y ella... le había devuelto el beso. Los caballos más ligeros de las cuadras de Aladino no hubieran podido esta noche transportarla suficientemente lejos y con velocidad bastante para alejarla de este momento, de esta escena, y de esta sensación. 215
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Instruida y experimentada, confiada en su belleza, segura y tranquila en su egoísmo, fuerte ante la flaqueza de los demás, pesando exactamente las acciones y las palabras de hombres Y Mujeres, conociendo que todo está en la fortuna y en la nobleza, viendo con los ojos claros y la inteligente mirada de su padre el práctico significado de cualquier divergencia, de tina desviación que alejara de ese convencionalismo' que, como mujer de mundo, apreciaba en todo su valor, tornó muchas veces a recordar la trémula alegría de este momento embriagador. Pensaba en su madre y hermana, en Raymond y Garnier, en Aladino, y hasta se esforzaba en pensar en Carroll, únicamente para cerrar sus ojos con una lánguida sonrisa y soñar y recrearse en el, breve pero impresionante momento que empezó y terminó en el cerrarse y abrirse sus labios. Poco hay que extrañar que, oculta y silenciosa bajo su amplia capa, al tenderse en su carruaje, de cara al sereno y estrellado firmamento, dos estrellas más aparecieran y brillaran titilantes bajo la bóveda de su imaginación creadora.
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X La estación de las lluvias habíase adelantado. Las últimas tres semanas de caluroso y seco verano habían consumido y evaporado la humedad del suelo y la savia de las plantas en el inmenso valle. Las cañas de trigo, caldeadas y rígidas, crujían como huesos secos sobre la sepultura del doctor West. El viento y el sol abrasadores y sofocantes habían abierto grietas enormes, antiestéticas quebraduras en el palacio de Aladino, desuniendo sus paredes de t al modo que no sólo parecía, en disposición de ser empaquetado para trasladarlo a otra parte, sino que además llegó a tan lastimoso estado, que era incapaz de resistir las furiosas embestidas de las torrenciales lluvias del Sudoeste. Los vistosos muebles de los salones de recepción estaban cubiertos con sus fun217
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das, el invernáculo convertido en acuario y por el Puente de los Suspiros cruzaba un canal que conducía el agua al patio de las caballerizas. Unicamente la sala de billar,« el dormitorio del señor Prince y su despacho quedaban intactos. Era una, tarde tormentosa y desagradable. Prince, sentado a la mesa de escritorio, revolvía libros y papeles. En la plazoleta, frente al atrio, hallábase parado y cubierto de lodo el coche de estación, que acababa de llegar. Esto, y el olor característico del humo de una estufa recientemente encendida demostraban que la casa estaba al presente ordinariamente deshabitada y que había, sido abierta por su dueño para una visita momentánea y circunstancial. Al ruido de las pisadas de un caballo en la plazoleta siguió el de los pasos de un criado en el pasillo, criado que condujo al capitán Carroll a la presencia del dueño. El capitán, con el capote puesto, permaneció en pie, cuadrado, en el centro de la sala, con su gorra de uniforme en la mano. -Podía usted haber venido conmigo en el coche desde la estación- dijo Prince -si ha seguido este camino. Precisamente he venido solo en él. -Prefiero viajar a caballo. 218
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-Siéntese junto al fuego - dijo Prince acercándole una silla- y séquese. -Deseo saber el objeto de esta entrevista- contestó Carroll, secamente - antes de pasar adelante. Me ha rogado que viniese aquí con pretexto de tratar de ciertas cartas que hace vinos meses devolví a su legítimo dueño. Si pretende usted reclamarlas o volver sobre un asunto que debe permanecer olvidado, por mi parte ha terminado la conversación. -A las cartas se refiere mi invitación para esta entrevista, y en usted estriba. si hay o no que darlas al olvido. No tengo yo la culpa de que este asunto haya, quedado en suspenso. Tenga presente que la ausencia de usted ha durado hasta ayer, motivada por su viaje de inspección, y sin estar usted nada podía hacerse. Carroll miró fríamente a Prince, se dejó. caer en la silla, y extendió el capote y cruzó las botas de montar ante el fuego. Como estaba de perfil, Prince no podía observarlo bien ni darse cuenta por lo tanto de que desde la última vez que le vio había envejecido mucho, y que su cara había adelgazado, indudablemente por' causas más poderosas que el activo servicio. 219
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-Cuando estuvo usted aquí el pasado verano -empezó Prince inclinándose sobre la mesa del despacho- me trajo una serie de noticias que han absorbido mi atención como otras tantas. Me refiero a la cesión de los derechos de propiedad en los negocios del doctor West a la señora Saltonstall. Esta noticia aislada no tenía nada de particular ; eran pura y simplemente asuntos de negocios y no transfería por eso el doctor otra cosa, por decirlo así, que su personalidad en ellos. Pero a esto siguió, un día o dos después, el anuncio de que el doctor, en su testamento, declaraba absoluta y única heredera de todos sus bienes a la misma señora. Esto parecía estar hecho con arreglo a la ley, porque aparentemente no había herederos legales. Después, sin embargo, se ha descubierto que hay legal heredero, y no es otro que el único hijo del doctor. Ahora bien, como no se hace alusión alguna al hijo en el testamento- lo que fue un gran yerro del doctor- prevalece la ficción legal según la que tales omisiones son olvidos, y por tanto queda el hijo con los mismos derechos que si su padre hubiera muerto ab intestato. En otras palabras : si el doctor hubiera creído conveniente dejar al tarambana de su hijo, en última voluntad, tan sólo un billete de cien dólares, claramente se 220
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hubiera visto que se había acordado de él. Como no lo hizo, se presume legalmente que le olvidó, o que el testamento es deficiente. -Esta parece cuestión más propia para ser tratada por los abogados de la señora Saltonstall, que por sus amigos- dijo fríamente Carroll. -Dispénseme; esto lo decidirá usted después que, me haya oído hasta el final. Usted comprende, sin embargo, que la propiedad de los bienes del doctor West, en virtud de los dos documentos antedichos, era transmitida, en caso de muerte, no a los herederos legales, sino a una persona relativamente extraña. Esto pareció bien a mucha gente que se explicaba el caso diciendo que el doctor se había enamorado tan perdidamente de la viuda... que, de haber vivido, hubiérase casado probablemente con ella. Ante el desagradable recuerdo de que esta explicación era casi la misma que Maruja le había dado de las relaciones del doctor West con su madre, replicó impacientemente Carroll : -Si usted quiere dar a entender con esto que esas relaciones privadas pueden ser objeto de una discusión legal en el caso de un litigio subsiguiente a la reclamación de los bienes, éste es asunto que ha de 221
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decidir la señora Saltonstall, no sus amigos. Es cuestión de apreciación. -Más bien de discreción, capitán Carroll. -¡ De discreción !-repitió éste con arrogancia. -Bien- dijo Prince levantándose dé la mesa y acercándose a, la estufa con las manos en los bolsillos-; ¿qué palabra emplearía usted en el caso de, que se descubriera que el doctor West, al abandonar en aquella noche la casa de la señora Saltonstall, no sufrió un mero accidente, no fue despedido del caballo, sino que fue asesinado deliberadamente y a sangre fría ? El capitán Carroll recordó súbitamente el hallazgo del carnet en la carretera lo que no tenía explicación aceptando como verídico el relato que se hacía del accidente. Su rostro sufrió repentino cambio; pero inmediatamente se repuso. -Y aunque se probase que fue obra de un criminal y no puro accidente, ¿qué tiene esto que ver con la señora Saltonstall y su derecho de propiedad? -Solamente que ella, era la única persona directamente beneficiada por esa muerte. Carroll miróle con firmeza poniéndose de pie. -Entiendo que usted me ha llamado aquí para escuchar esta infamante calumnia de una señora... 222
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-Le he llamado a usted, capitán, para que oyese los argumentos que pueden emplearse para anular el testamento del doctor West, y devolver sus bienes al heredero legal. Usted los escuchará o no, según le plazca; pero yo le aseguro que ésta será, la última ocasión que usted encontrará de oírlos en confianza y de comunicarlos a su amiga. Yo no he formado aún mi -opinión acerca del caso. Unicamente le diré que puede argüirse que el doctor West estaba ¡lícitamente influenciado al hacer testamento en favor de la señora Saltonstall; que después de haberlo hecho, puede demostrarse que conoció, precisamente poco antes de su muerte, la existencia de su hijo y heredero con el que acababa de tener una entrevista; que el doctor visitó aquella noche a la señora Saltonstafl con las notas de registro de identidad de su hijo y un memorandum de su entrevista con él en este carnet de bolsillo, y que una hora después de haber salido de la casa fue villanamente asesinado. Todo esto es lo que la señora Saltonstall debe considerar. Yo no hago más que exponer, no formulo juicio alguno. Sólo sé que hubo testigos en la entrevista del doctor con su hijo; que el asesino evidentemente existe y que se sospecha quién es; y por último, que no puede negarse la evidencia de este carnet de bol223
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sillo, con el memorandum, recogido por usted mismo inmediatamente, entregándolo después en mis propias manos. -¿Y quiere usted decir que consentirá que ese carnet de bolsillo entregado por mí en confianza, sea utilizado para tal infamia? -Creo que usted, me lo ofreció a cambio de las cartas del doctor West, para la, señora, Saltonstall replicó Prince con sequedad-. Lo menos que puede decirse de las cartas comprometedoras escritas por la viuda al doctor es que las ha conseguido por usted, que su sitio era la caja en donde estaban coleccionadas en un. paquete, y aun que fueron un lazo que se le tendió para deshacerse, de él. El capitán sintió un momentáneo desfallecimiento que le hizo retroceder, espantado ante el negro y profundo abismo que al parecer se abría a los pies de la, desventurada familia. Fue un instante de vacilación ante la terrible duda que se apoderó de . él y en la que descubría, una nueva razón del evidente y extraño cambio de tono que había observado en las últimas cartas recibidas de Maruja, y de las vagas indirectas que en dicha correspondencia, había deslizado la joven acerca de la imposibilidad de unirse a él matrimonialmente. «Le suplico que no 224
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me obligue a ser del todo franca e ingenua- decíale en una carta,- y pruebe usted a olvidarme antes de que tenga motivos para aborrecerme.» Por unos instantes tan sólo, creyó, y hasta sintió cierta ruin satisfacción en esta, creencia, que tales palabras obedecían a la existencia de este repugnante secreto y no a un simple capricho de coqueta. Pero esto duró, lo que un relámpago; porque la monstruosa duda desapareció, apenas concebida, de la mente del caballero, no dejando más rastro que la vergüenza que produce un acto desleal por breve que sea. Prince, sin embargo, observó todo esto con cierta simpatía. -¡Vamos a cuentas! - dijo con bastante brusquedad que en un hombre de su carácter era menos peligrosa que la dulzura-. Comprendo su afecto hacia esa familia, al menos hacia un individuo de ella; y si hasta este momento he sido con usted excesivamente duro, la causa es el haberlo sido también usted conmigo la última vez que estuvo a verme. Ahora, podernos entendernos. No es que yo crea que la señora Saltonstall tenga algo que ver con este crimen, sino que, como hombre de negocios, estoy obligado a manifestar que las circunstancias que ro225
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dean al asesinato, y la misma indiscreción de esa señora son causas más que suficientes para que esté hondamente preocupada. Porque, créame, todo eso basta para que se pongan en tela de juicio sus derechos. Tome el asunto con interés. Pruebe a trabajar para que se suspenda el fallo del juzgado en el asunto de la herencia, y se instruya causa, en averiguación del autor del asesinato... -Permítame, señor Prince, que asegure a usted, que yo seré el primero en insistir en que esto se realice, y confío, porque sé la honrada amistad que existía, entre la señora Saltonstall y el doctor West, en que no descansará un momento hasta conseguir el hallazgo y persecución de los asesinos de su amigo. Prince miró a Carroll sintiendo hacia él admiración y lástima. -A mi entender, las sospechas no pueden recaer sobre otro, que sobre el criado de confianza de la señora Saltonstall, el mayordomo Pereo. Esperó un instante para observar el efecto que estas palabras habían causado a Carroll, y continué : -Esto supuesto, comprenderá, usted que aun sin tener participación alguna en el hecho, y aun sin conocerlo siquiera, la señora Saltonstall difícilmente se 226
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prestará a que se proceda contra su criado de confianza acusándole de asesino. -¿Y cómo puede evitarse esto? Si, como usted dice, existen pruebas, ¿por qué no se han presentado antes? ¿Qué dificultad ha, habido para que antes de ahora no se hiciesen públicas? -Ha sido un hombre solamente el que ha recogido esas pruebas; sólo un hombre las guarda para hacer uso de ellas en el momento preciso en que puedan ser útiles al heredero legítimo... cuya existencia no es todavía públicamente conocida. -¿Y quién es ese hombre único que guarda las pruebas? -Yo. -¿Usted?... ¿Usted?... dijo Carroll avanzando hacia él-. ¡Luego todo es obra de usted! -Capitán Carroll- dijo Prince sin moverse de su sitio, pero mordiéndose los labios y echando a un lado la cabeza,-, no pretendo dar ocasión a otra escena igual a la que se desarrolló entre nosotros la última, vez que nos vimos. Si usted quiere conseguir las cosas por la violencia, hemos terminado; pondré el asunto en manos del abogado. Tal vez usted se arrepienta de ello; quizás me lleve yo un gran chasco por haber considerado todo esto simplemente como 227
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asunto de negocios del que podía sacarse algún provecho. De todos modos, a los dos nos conviene poner manos en la cuestión para llegar al mismo resultado aunque nuestras miras sean distintas. No presumo de militar ni de caballero; pero sí de haber obrado en esto con la delicadeza del caballero más intachable y del oficial más pundonoroso, y guiado por otra luz que la de un grosero instinto. Yo deseo que el asunto permanezca en el secreto y conseguir por ello la devolución de la, propiedad, evitando de este modo, al mismo tiempo, su depreciación inevitable por causa del litigio; usted desea, con las mismas ansias que yo que el secreto continúe en obsequio de su prometida y de su futura suegra. Nada entiendo de las leyes del honor por las que ustedes se rigen ; pero ahí tiene usted mis naipes sobre el tapete sin que le haya preguntado cuáles son los suyos. Puede usted hacer juego o retirarse de la, mesa, : elija usted. Y, después de estas palabras, dio media vuelta, marchando hacia la ventana, no sin haber dejado en Carroll una agradable impresión de entereza, de honradez y sinceridad que merecían sus respetos. -Retiro toda frase que usted haya creído deprimente para su honradez en los negocios, señor 228
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Prince; admito, además, que ha llevado este asunto mejor que yo lo hubiera hecho, y si acepto la proposición de usted de que trabajemos juntos para evitar la revelación de estos secretos, no tengo derecho alguno a juzgar de sus intenciones. ¿Qué es lo que debo hacer para ello? -Presentar el caso, tal como es, a la señora Saltonstall y rogarle que reconozca los derechos del legítimo heredero sin ir al litigio. ¿Pero cómo sabe usted que no ha de asentir a esto sin- perdóneme la frase- sin intimidarla? -Sólo sé que una mujer suficientemente diestra para lograr un millón, tendrá ingenio bastante para conservarlo... contra la voluntad del dueño. -Confío en demostrarle que está equivocado. ¿Y dónde está el heredero? -Aquí. -¿Aquí? -Sí. Durante estos seis meses últimos ha sido mi secretario particular. Me figuro lo que usted pensará de esto; que he obrado con poca delicadeza, ¿verdad? No estoy conforme con su opinión. Por este procedimiento he logrado que estén todas las pruebas en mis propias manos y evitar que el joven se descubriese a personas extrañas, pudiendo, además, 229
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realizar exactamente mi plan de no hacer uso de unas y de otro más que en el momento oportuno y tan sólo en la medida indispensable y necesaria para hacer valer los derechos del legítimo heredero. -¿Sospecha el crimen? -No. Hasta ahora no he creído necesario, ni aun conveniente, para su provecho y para mis fines, iniciar en él esa sospecha. Será un pobre diablo si se quiere, mas a pesar de esto y de que no ha mediado un gran afecto entre el viejo y él, difícilmente evitaríamos una venganza mezclada con los negocios que trastornaría y echaría abajo todos mis proyectos. U ignora todo en absoluto. Yo he seguido la pista del criminal accidentalmente ; sugiriéronme la idea los relatos del joven. -¿Pero a qué se debe el que no haya hecho su reclamación a la señora Saltonstall? ¿Está usted seguro de que no lo hizo?- preguntó Carroll pensando de pronto que muy bien pudiera ser esta la causa de la esquivez y reserva de Maruja. -Estoy absolutamente seguro. Es demasiado altivo para, pedir lo que le corresponde, sin disponer de suficientes e irrefutables pruebas; además, me prometió hace un mes guardar el secreto de su parentesco. Por lo que he visto, tiene demasiada calma 230
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para inquietarse por nada.. ¡Si hasta pienso que su pasada vida de vagabundo le ha hecho perder el gusto para todo! No le dé a usted cuidado alguno lo que él pueda hacer. Es difícil que abra su pecho a las Saltonstall porque no le gustan, y no han estado aquí más que una vez. Instintivamente o no, la viuda no simpatiza con él, y en cuanto a Maruja presumo que le guarda rencor desde el incidente aquel del abanico en la, carretera. Maruja no es mujer que perdona u olvida así como así; lo sé por experiencia. Y al decir esto prorrumpió en una histérica risotada. Carroll estaba demasiado preocupado con el peligro que se cernía sobre sus amigas para tener en cuenta la descarada alusión de Prince. Su pensamiento estaba fijo, en aquel instante, en la extraordinaria agitación y nerviosidad de Maruja ante el sepulcro del doctor West. -¿Sospechan ellas del joven? - preguntó atropelladamente. -¿Cómo pueden sospechar? Su apellido es Guest, que era el verdadero de su padre, si bien éste, autorizado por la ley, y a petición suya, lo cambió por el otro desde que llegó aquí por vez primera. Nadie lo recuerda. Nosotros lo hemos descubierto 231
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en sus papeles. Es completamente legal-, y bajo el apellido West ha adquirido todas las propiedades. Carroll se puso de pie y se abrochó el capote. -¿Usted podrá presentar pruebas concluyentes de cuanto ha afirmado? -Con -seguridad absoluta. -Entonces... voy a La Misión Perdida. Mañana volveré con la contestación definitiva: con la paz, o con la guerra. Dirigióse hacia la puerta; volvióse al llegar a ella, saludó militarmente y desapareció.
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XI En cuanto el capitán Carroll espoleó al caballo, tomando la enlodada carretera que conducía hasta La Misión Perdida, echó de ver la completa transformación del paisaje que se extendía ante su vista, desde la última vez que lo contemplara ; transformación algo más trascendental que la naturalmente operada por las lluvias invernales. Además de los ya conocidos fosos, cunetas y trincheras profundas,- con agua casi hasta los bordes, abiertos a lo largo de la carretera y en los adyacentes campos, veíanse peligrosos terraplenes y abultados caballones de tierra recientemente removida y amontonada, y, tendida, a nivel, una franja de traviesas de madera sobre -el fondo de un desmonte abierto en línea inflexiblemente recta a lo largo de la 233
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rica y hermosa pradera que sirve de lecho al amplio valle de La Misión. Sin embargo, hasta que no cruzó el arroyo¡ no comprendió la extensión e importancia de las últimas mejoras realizadas. Un ruido sordo y continuado, que se acercaba y hacía más claro y penetrante por momentos, y ráfagas de vapor borbotones de humo flotando sobre los sauces y volando por encima del campo que había a la derecha, hiciéronle ver que la vía férrea estaba ya en marcha. El capitán frenó y dominó a su espantado caballo, pasándose después la mano por la frente, sintiéndose impresionado por el atolondramiento de aquel que, ante paisajes desconocidos, se cree extraviado del verdadero camino. Sólo seis meses había estado -ausente, y lo encontraba ya todo cambiado y desconocido. Una sensación consoladora animó su espíritu en el momento de abandonar la carretera y penetrar en la estrecha vereda por donde se llega a La Misión Perdida. Aquí estaba todo igual excepto las zanjas sobre las que había, con más abundancia que antes, hojas marchitas y mojadas, hojas que el viento y la, lluvia 234
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arrancaron de los robles y sicamoros que bordean el sendero. Después de entregar el caballo a un criado, en vez de dirigirse al patio cruzó por el claro de césped y hierba que 'hay frente a la casa y entró en el largo pórtico exterior. Por el alero del tejado bajaba a chorros él agua de la persistente lluvia, chocando contra el emparrado de las columnas y deshaciéndose en menudísimas chispitas de espuma. Las pisadas sonaban sobre el pavimento del pórtico despertando hondos y cavernosos ecos como si las habitaciones exteriores del edificio estuviesen vacías. Los tejos y cicutas que el sol de seis meses redujera y agotara habían tomado ahora posesión del jardín dándole obscuro y tétrico aspecto, y las sombras del atardecer, densificadas por la cerrazón de la lluvia, semejaban en los ángulos espías puestos en acechoEl criado, que, siguiendo antigua, costumbre, había, puesto a su disposición las llaves y el local del ala derecha de la casa, le manifestó que doña María, le esperaba en el salón antes de la comida. Convencido de la dificultad de quebrantar la rigurosa etiqueta que regía las costumbres de la fami235
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lia y puesta su confianza en la feliz intervención de Maruja, dejóse quitar el capote por el criado que le condujo a la, soberbia y suntuosa habitación destinada para él. El silencio y la obscuridad en el vetusto caserón, tan agradables y- poéticos durante los calurosos días estivales, antajábansele ahora, pesadamente tristes y melancólicos bajo las sombras del crepúsculo y del nublado firmamento. Acercóse a la ventana y desde ella contempló unos momentos las afueras del pórtico claustral. Un sauce lúgubre y solitario parecía agitar sus manos y retorcer los brazos a impulsos del viento que empezaba a soplar en aquellos instantes. Huyendo de tanta tristeza volvióse a la chimenea en cuyo abovedado hogar ardía el fuego flameando como un cirio votivo ante la hornacina; tomó una silla y esperó en ella sentado. A pesar de su impaciencia y preocupación de enamorado, su pensamiento apenas podía separarse de la historia que había oído, y tanto y tanto insistió en ella que llegó a parecerle que el vengativo espíritu del asesino del doctor entenebrecía la casa y había tomado posesión de ella. 236
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Sobrehumanos esfuerzos estaba haciendo para alejar de su mente idea tan tétrica cuando le llamaron la atención unos pasos muy quedos, como furtivos, en el corredor. ¿Sería Maruja? Se puso en pie y fijó la vista en la puerta. Los pasos habían cesado... pero la puerta continuaba cerrada... No se había dado cuenta, de que no era aquella la única; que había otra en el obscuro rincón; puerta que fue poco a poco abriéndose hasta que apareció en ella, y avanzó sigilosamente, entrando en el cuarto, Pereo, el mayordomo. Valiente y sereno como era el capitán Carroll por temperamento y por educación, esta aparición inesperada y maligna, esta encarnación de la idea que dominaba y oprimía su espíritu, le dejó helado. Ya había empuñado y casi sacado del pecho su pistola «Perringer», pero al fijarse bien en los rizos grises y arrugada faz del viejo, bajó la mano, colocándola al costado. A pesar de la rapidez con que lo hizo, Pereo, con su viva y observante mirada de loco, vio el arma y frotóse las manos, riendo maliciosamente. -¡Bien! ¡bien! ¡bien! - susurró rápidamente, con una voz extrañamente apagada-. 237
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¡Puede guardarla! ¡puede guardarla! ¡Usted es muy militar y sabe cuándo y cómo ha de hacer uso de ella! ¡Bien esa arma, es providencial! -Elevó al cielo sus ojos cavernosos y añadió -¡Venga! ¡venga! Carroll avanzó hacia él. Estaba solo, en presencia de un verdadero loco... todavía bastante fuerte, a pesar de sus años, para temer de él la muerte, de un loco de quien empezaba a darse cuenta y a creer que era un asesino. Sin embargo, puso la mano en el brazo del viejo y viendo la calma en sus ojos, le dijo tranquilamente : -¿Que vaya? ¿Y &dónde, Pereo? Si acabo de llegar... -Lo sé- murmuró el viejo moviendo violentamente la cabeza-. Estaba espiándole cuando usted llegó a caballo. Por esto he abandonado la pista; pero juntos los dos, les perseguiremos... les seguiremos los pasos. ¡ E&, capitán, ea! ¡ Vamos ¡ ¡ vamos !-y fue retrocediendo poco a, poco alargando la mano hacia la puerta. -¿ Seguir a quién, Pereo?- dijo Carroll lisonjeramente-. ¿A quién busca usted? 238
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-¿A quién?- contestó el viejo, sobresaltado momentáneamente y pasándose la mano por la arrugada frente-. ¿ A quién? ¡ Ah ! ¡ Pues a doña Maruja y su gatito negro... su doncella,... Paquita! -¿Sí? ¿Y por qué? ¿Por qué seguirles la pista ? -¿Por qué ?-contestó el viejo en un ímpetu súbito de loca y desenfrenada pasión-. ¡Usted me pregunta por qué!... Porque vuelven al lugar de las citas. Porque van a encontrarse con él. ¿Lo entiende usted?... ¡Con él!... ¡con el coyote! Carroll sonrió dulcemente al oír estas palabras. -Conque... ¡ el coyote! -¡Oh! sí; ¡el coyote!- dijo el viejo en tono confidencial- pero no el coyote gordo ¿comprende usted? el coyotillo. El gardo... ¡ está muerto!... ¡muerto!... ¡muerto!... El pequeño... ¡aun vive!... Usted debe hacer con él, lo que yo, Pereo... ¡escuche!...-Y miró recelosamente alrededor de la habitación-, lo que yo, el buen viejo -Pereo, hice con el gordo. Bien; el arma es providencial. ¡Vamos! Entre los terribles pensamientos que cruzaron por la mente de Carroll mientras oyó las palabras Progresivamente fogosas y violentas de Pereo, una de ellas, una sola impresionó terriblemente su espíritu. 239
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Evidentemente el tembloroso e irresponsable desventurado que tenía delante habla planeado un crimen... Maruja estaba en peligro... Sin demostrar exteriormente la sospecha que tales palabras le habían sugerido, rápidamente concibió un plan de acción. -El tocar la campana alarmando a los criados Para entregar a Pereo en manos de ellos no hubiera sido más que revelarles el plan del maniático, si tenía alguno. Además, o podría escaparse en medio de su furia o hacerse nueva, mente el imbécil y visionario. Le pareció mejor complacerle, seguirle, confiando en que, en el momento oportuno, con rapidez y valentía, podría evitar cualquier atrocidad. El capitán Carroll volvió a fijar su serena mirada en los inquietos ojos de Pereo, y dijo sin emocionarse -Entonces... vamos; y corriendo. Usted sigales la pista; pero no olvide, amigo Pereo, que lo demás corre de mi cuenta. Este énfasis circunstancial y de momento en sus jactanciosas palabras que no tenían otro objeto que disimular la sospecha que Pereo la había inspirado, prodújole, a pesar de todo, profunda pena. 240
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El viejo reveló un sentimiento de calurosa gratitud en sus ojos relampagueantes cuando dijo : -¡Bien; sí! Cumpliré mi palabra. Haz lo que quieras con el cachorro del coyote como he dicho: ¡Verdaderamente esto es providencial ¡Vamos! El capitán Carroll, al ver que no tenía allí el capote, tomó un poncho y se lo rodeó al cuerpo sujetándolo con la mano. Bien hubiera querido evitar esta especie de disfraz, pero no tuvo tiempo para otra cosa, y uniéndose a Pereo juntos se dirigieron a la puerta por donde el viejo entrara, y Se internaron en un largo y obscuro Pasadizo que al Parecer seguía el muro exterior del edificio que franqueaba el parque. Siguiendo a su guía por esta profunda obscuridad y pensando en cualquier excitación que provocase en aquel loco iría seguida de una lucha en medio de las tinieblas sin esperanza de que alguien viniese en su auxilio, llegaron, por fin, a una puerta que, al abrirse, dio paso al aire húmedo por la lluvia y saturado de olores campestres. Encontrábanse en un apartado paseo, oculto a la vista desde el extremo del jardín, por dos altos setos que lo bordeaban. La crecida y abundante hierba, que alfombraba el piso, y el desarreglo y abandono 241
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de los setos, indicaban que se transitaba rarísima vez por allí. Carroll, aun permaneciendo fijo al costado de Pereo, quedó repentinamente atónito y hasta llegó a temblar. -¡Mira!- dijo, señalando a una sombra que había ante ellos a cierta distancia-. ¡Mira! ¡es Maruja, y sola! Con destreza y rapidez deslizó Carroll su brazo bajo el del -viejo, por si tuviera que sujetarle, y hasta avanzó un poco poniéndose delante como para distinguir, mejor la imprecisa figura de la sombra. -¡Es Maruja... y sola! - dijo Pereo temblando-. ¡ Sola! ¡ Ah! ¡ Y no está aquí el coyote ¡ Y pasó la mano por sus ojos saltones, sanguinolentos, locos. -Sí - dijo volviéndose súbitamente a Carroll-. ¿No comprende usted? ¡Esto es un ardid! ¡Esto es una treta de las suyas!... ¡ El coyote huye con Paquita! ... ¡Vamos! Oye; ¿pero es que tú no quieres?... Entonces... ¡irá yo! Con inesperada y extraordinaria violencia, nacida de su furiosa locura, de un tirón libróse del brazo de Carroll y se lanzó veloz paseo abajo. La figura, de Maruja, evidentemente alarmada al verle acercar242
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se huyó al interior del jardín cruzando el seto, al mismo tiempo que Pereo pasó rozándola, obcecado, ciego, atento únicamente a su salvaje plan, a, su criminal idea. Sin acordarse más de su compañero ni aun de la desgraciada Paquita, Carroll saltó la barrera del seto para salir al paso de Maruja. Pero en ese momento ella, cruzaba, ya por el extremo opuesto del jardín, huyendo hacia la, entrada del patio exterior. Carroll no dudó un momento y salió corriendo tras ella. Aunque no perdió de vista, a aquella figurita obscura, flexible y agilísima que correteaba de un lado a otro, ya ocultándose tras un grupo de arbustos, ya perdiéndose en las duras sombras del anochecer, sin embargo, no pudo aproximarse a ella hasta que casi había logrado ganar ¡ a entrada del patio. Aquí Carroll perdió terreno, puesto que ella, en vez de entrar hizo un rápido cambio de frente a la derecha marchando hacia los establos. No obstante, Carroll llegó a aproximarse lo suficiente para decirle atropelladamente : -Un momento, señorita Saltonstall ; ya no hay peligro. Estoy solo. Necesito hablar con usted. 243
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Al parecer, la joven no se preocupó más que de correr con mayor velocidad. Al fin se detuvo ante la estrecha puerta oculta en el muro y buscó la llave por el bolsillo. Entonces la alcanzó definitivamente Carroll. -Perdóneme, señorita Saltonstall... Maruja; ¡es preciso que me oiga usted! ¡ Ya está usted en salvo; pero temo que se halle en peligro su doncella Paquita! Una, risita siguió a sus palabras. Cedió a, un empuje la puerta, dando paso a aquella figura menudita que se desvaneció en la sombra del pasillo, no sin antes haber dejado ver su rostro al levantarse el chal que lo ocultaba. Pero la puerta estaba, ya cerrada, y echada la llave... Carroll quedó consternado. ¡Aquellos ojos alegres, aquella faz descarada y desenvuelta, eran los ojos y la faz de Paquita!
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XII Cuando el capitán Carroll dejó la carretera y tomó el sendero de una hora antes, Maruja y Paquita habían abandonado ya la casa por el mismo pasillo secreto y la misma puerta del jardín por donde saliera él con Pereo. Las jóvenes hicieron entre si un cambio de indumentaria.. Maruja vistióse con el traje de su doncella; Paquita con el de su señorita. Pero mientras la doncella andaba embarazosa y torpe con las prestadas galas, Maruja con su saya corta, y adornado corpiño, y con el chal de franjas de colores ocultando su rubia cabecita, parecía infinitamente mis coquetona y hechicera que la legítima dueña de aquel vestido. 245
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Salvaron corriendo el largo paseo y al Regar al final torcieron a la derecha hacia una puerta pequeña medio oculta en la espesura. Esta puerta daba a un viejo viñedo, venerable para la familia porque antiguamente lo trabajaron los padres, y que ahora estaba cuidado por los peones y criados. Sus largas aunque interrumpidas hileras de cepas nudosas llegaban hasta el pie de una elevación poblada, de buckeyes que marcaba el principio de la catada. Aquí fue donde Maruja se separó de la doncella, y, apretándose más el chal con que cubría su cabeza, cruzó corriendo por entre las hileras de cepas hasta llegar a un ruinoso edificio de adobe próximo a la colina. Este edificio formó parte, al principio del refectorio de la antigua Misión, pero después sirvió de albergue al viñador. Cuando estuvo cerca, fue acortando el paso poco a poco hasta llegar a la puerta donde permaneció unos momentos, vacilante, con la mano tímidamente puesta en la aldaba. Por fin la abrió empujando suavemente. La puerta cerróse apenas hubo entrado Maruja que, 246
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dando un apagado grito, se encontró en los brazos de Enrique Guest. Fue un momento solamente. Separó del cuello de Guest las manos y las colocó ante su cara como una defensa que influyó más en el ánimo del joven que los suplicantes ojos y la implorante boca de Maruja, muda y sin aliento. Sentándola en la misma silla que él había dejado, dio un paso atrás, cruzadas las manos, sin separar de Maruja sus negros Y casi salvajes ojos, su ansiosa y penetrante mirada. Fácilmente podía haberla, abrazado de nuevo. No tenía delante a aquella joven poseída de su belleza, altiva y dominador, sino una niña, tímida y asustada, estremeciéndose, luchando' con su primera profunda pasión de amor. Las palabras juiciosas, hábiles y dulces que había intentado pronunciar ; todo cuanto de útil y beneficioso atesoraba su alma como fruto de su despejado entendimiento y de su larga experiencia, para expresarlo en un caso como éste, quedó muerto en sus labios con este apasiona, do beso. Todo lo más que pudo hacer en manifestación de su dignidad de mujer, de su honradez y decoro, fue encoger sus pies diminutos ocultándolos bajo la silla al preten247
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der desesperadamente lograr el imposible de alargar lo, faldita corta, y suplicar al joven que no la mirase. -Me he visto obligada a cambiar el vestido con Paquita porque nos vigilaban- dijo recostándose en la silla y dejando caer el listado chal sobre los hombros-. He salido furtivamente de la casa de mi madre, y he caminado a campo traviesa como si fuera, una gitana. Sí, Enrique como si únicamente fuera una gitana y no... -Y no la heredera más rica y altiva del país -Interrumpió Enrique con dejos de antiguo resentimiento-. En verdad que me había olvidado de esto. -Pero si de esto yo no he dicho a usted ja, más una palabra- dijo mirándole-. Nada le dije de esto ni aquel día, en... en... en el invernadero, ni la primera vez que me habló usted de... amor, ni desde que accedí a reunirme con usted en ese sitio. Fue usted, Enriquito, quien me habló de la diferencia de nuestro rango ; usted el que nombré mis riquezas, trató de mi familia, de mi posición... cuando yo hubiera sido capaz de trocarme por Paquita, del mismo modo que, he cambiado con ella el traje, si con eso hubiera creído hacerle a usted feliz.. . 248
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-¡Perdóneme, amor mío!- dijo él doblando hasta el suelo su rodilla e inclinándose sobre la helada mano de Maruja, que había tomado con la suya, tan profundamente que casi descansaba la cabeza en su regazo-. ¡Perdóneme! Tiene usted amor propio y dignidad más que suficientes para no dejarse llevar de la pasión hasta hacer entrega de su corazón a una persona sin poder al mismo tiempo concederle su mano y su fortuna. Pero otros quizás no piensan de ese modo. También yo presumo de orgulloso y altivo, y jamás podrá decirse de mí que la haya conquistado antes de hacerme digno de que usted me aceptase. -Usted no tiene derecho a, ser más altivo que yo,, señor- dijo Maruja, poniéndose en pie como dando fuerza a sus primeras palabras, en prueba de su anterior afirmación-. No; no... Enriquito... haga el favor de... Enriquito... ¡apártese! Pero no pudo resistir y cedió. Y al continuar hablando, ella descansaba su cabeza en el hombro de él. -Este modo de vernos y hablarnos, este sigilo y este lugar... me dan vergüenza.- Esto es demasiado bochornoso, Enriquito. Creo que sería capaz de sufrirlo, de soportarlo todo a su lado, pero pública249
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mente, a la vista de todos, galanteándome y enamorándome como... como... los demás. ¡Aunque le insultasen! ¡Aunque murmurasen de su origen dudoso... de su pobreza... de su triste pasado! Si le denigraban, si le infamaban, yo le defendería y hasta les abofetearía,; cuando dijesen que no tiene padre a quien volver sus ojos, yo... hasta mentiría en defensa de usted, diciendo que le tiene ; si hablasen de su pobreza, yo les hablaría de mi riqueza, y si de sus pasados trabajos y sufrimientos, yo me enorgullecería de su valor y resisten como para soportarnos... ¡si no hacían enmudecer a, mi lengua las lágrimas de mis ojos! Enrique la besó entonces en los párpados. -Pero si amenazaban a usted ¿Y si me? ¿Y arrojaban de casa?... -Le... seguiría; volaría, detrás de usted- dijo escondiendo su cabeza en el pecho de Enrique. -¿Y qué haría usted si le dijese: vámonos ahora mismo? -¡Ahora, mismo!- repitió ella, mirándole con ojos espantados. El rostro de Enrique se entenebreció entonces reflejando su antiguo resentimiento. 250
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-Oigame, Maruja- dijo, apretando las manos de ella con las suyas-. Aunque me olvidé una vez de lo que yo era; aunque cometí aquella, verdadera locura en el invernadero, como expiación de mi culpa, juré, por lo más santo y sagrado, no abusar jamás de la bondadosa clemencia de usted, no pretender ni intentarlo siquiera, que usted se olvidase de sí misma, ni de sus amigos, ni de su familia, por mí, por este anónimo y desgraciado vagabundo. Cuando la vi a usted compadecida de mi, escuchando complaciente y cariñosa mis sinceras palabras de amor... no tuve fuerzas para, resistir, no tuve valor para renunciar al único rayo de sol que iluminó mi desventurada existencia. Y aun en la creencia de que yo tenía un buen porvenir, aun con la idea de que ante mí se había abierto, un horizonte, lleno de fundadas esperanzas, no, quise entonces decirle nada, prometí en lo íntimo de mi alma revelado a usted todo más adelante, y juré que jamás engañaría a usted ni me engañaría, a mí mismo aprovechándome de esas esperanzas para la realización de cualquier acto que pudiera acarrearnos algún día, a usted el arrepentimiento, y a mí el deshonor... He obrado mal después; lo reconozco. He pedido a usted demasiado, Maruja ... Tiene usted razón ; esta soledad... este si251
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gilo ... esta estratagema... ¡son indignos de nosotros! ¡ Cada hora que pasa -felicísimas como son para mí-; cada momento que transcurre- y eso que son para mí dulcísimos momentos-, manchan la pureza de nuestras intenciones, inutilizan la única defensa en que podemos apoyarnos y la presentan a, usted como a una, pérfida' y a mí como a un cobarde! Esto debe terminar aquí... ¡hoy -mismo! ¡Maruja... querida... mi preciosa Maruja! Sólo Dios sabe si obtendrán éxito mis planes. Ahora elija usted: o dejar que me aleje de aquí para, no, volver jamás, o seguirme... No se sobresalte, no se asuste, Maruja; óigame hasta el final... ¿Se atreve usted a desafiar todos los peligros? ¿Se atreve usted a venir conmigo esta, misma noche a la ruinosa Misión para que el anciano Padre nos dé la bendición y nos una con lazos que nadie pueda romper? La Misión está a pocas millas de aquí; podemos llevar a Paquita también para que nos acompañe. A la vuelta nos postraremos de rodillas a los pies de su madre... De no perdonarnos tendrá que arrojarnos a los dos juntos... O podemos hacer otra cosa: en vez de volver a. su casa, huir, alejarnos de esta riqueza maldita, de estas tierras infernales y de todas las miserias que están a estos campos vinculadas... huir... ¡Para siempre! 252
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Ella levantó la cabeza, poniendo sus manos sobre los hombros de Enrique mirándole atentamente como queriendo leer su verdadera intención, penetrar en su alma, con aquellos ojos escrutadores de su padre. -¿Está usted loco, Enriquito? Piense bien lo que propone. ¿Es que quiere probarme? Medítelo de nuevo, amor mío- dijo ella deslizando la mano del hombro y agarrándole el brazo nerviosamente. Sucedió un silencio momentáneo, durante el cual no separó del rostro de Enrique sus ojos anhelantes, pasionales. Pero un fuerte golpe en la puerta cerrada, acompañado de un grito lastimero, interrumpió el idilio de los jóvenes que se estremecieron. Instintivamente Guest rodeó a Maruja con su brazo. -Es Pereo- dijo ella precipitadamente en voz baja, pero ya dueña de su anterior firmeza y de su habitual, resolución-. ¡Es él, que viene persiguiéndole a usted! Váyase ; huya... Ese hombre es un loco, Enriquito; un peligroso lunático. Nos ha vigilado y nos ha seguido hasta aquí. Sospecha de usted. Huya; usted no debe encontrarse con él. Puede usted escapar por la otra puerta que da a la cañada. Si me ama usted.... - ¡Váyase! 253
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-¿Y quedar usted aquí, abandonada y expuesta a su furor? ¿Está usted loca? No; usted es quien debe marcharse por esa, otra puerta, cerrarla después, y llamar a los criados. Yo abriré a ese hombre, le sujetaré aquí dentro y me marcharé. Yo tiemble usted por mí. No hay peligro. Además, si no me -equivoco- exclamó con extraordinaria energía-, ¡difícilmente me acometerá! -¡Pero si quizás habrá alarmado la casa ¿Oye?... Primeramente se oyó un ruido continuado de lucha fuera de la puerta, y luego la voz del capitán, sosegada y tranquilizadora : -No tenga usted cuidado, señorita Saltonstall; está usted libre de todo riesgo. Le tengo bien sujeto; sin embargo, no abra usted la puerta hasta que haya llegado alguien en su auxilio. Los dos se miraron sin hablar palabra. En los labios de Guest se dibujé el torvo gesto de la desconfianza y de la acusación. Maruja, que lo comprendió todo, levantó poco a poco sus manecitas abrazando la erguida y retadora garganta de Guest. -Escúchame, alma mía- díjole dulce y tranquilamente, como si en derredor suyo no hubiese más que obscuridad y silencio y éstas bastasen para su completa seguridad-. Acaba, usted de decirme 254
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que si quiero huir con usted... si con usted quiero casarme sin el consentimiento de mi familia... a pesar de la oposición y protesta de mis amigos... ¡y al instante! Yo he vacilado... yo he dudado, Enriquito, porque en esos momentos estaba asustada... loca. Pero ahora le digo que sí; que me casaré con usted cuando quiera... donde disponga... porque... ¡te amo! sí... Enriquito, sí; le amo, y no amo a nadie más que a usted. -Entonces, salgamos ahora mismo- dijo él abrazándola apasionadamente-. Podemos llegar por la cañada, a lo, carretera antes de que venga el auxilio... antes de que nos descubran. -¡Vamos! -Sí; y el tiempo le descubrirá a usted esta gran verdad que ahora - dijole serenamente y con Enrique de mi vida orgullosamente le digo. los brazos aún alrededor de su cuello-, a nadie amé hasta hoy más que a usted ; no he conocido más amor que el suyo, ni de entregar a usted mi corazón antes ni después otro hombre puse jamás mi pensamiento! ¡Ha hecho usted lo mismo? -Sí; lo mismo. Y ahora...
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Y ahora,- dijo ella con soberbio gesto mi raudo a la barrera que los separaba, de carroll ¡ABRA LA PUERTA!
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XIII Tras una rápida mirada de admiración a Maruja, Guest corrió a abrir la puerta. Los criados, que habían acudido inmediatamente al oír que se les necesitaba con urgencia, llevábanse ya al furioso loco, rendido y agotado de tantos esfuerzos hechos. El capitán Carroll quedaba sólo allí, erguido e inmóvil, ante el umbral. A una señal de Maruja, entró en la habitación. A la débil ráfaga de luz que penetró al abrirse la puerta se dio cuenta de que Maruja estaba acompañada; pero no se inmutó : ni se turbaron sus ojos, ni un músculo de su rostro se contrajo delatando sus sentimientos. La severa disciplina en que fue educado durante su juventud para la vida militar le hizo un 257
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gran servicio en aquellos difíciles instantes, haciéndole de momento dueño de la situación. -Creo innecesario explicar mi presencia en este lugar- dijo con perfecta sangre fría-. Al parecer, Pereo intentaba asesinar a alguien, o cosa semejante. Le seguí hasta este sitio. Suponía yo que podría apartarle de aquí con buenas palabras y pacíficamente, pero temí que usted abriera inoportuna e irreflexiblemente la puerta. Detúvose un momento y añadió: -Ahora me doy cuenta de cuán infundados eran mis temores. Fue ésta una adición fatal. Inmediatamente, Maruja, la Maruja, que había permanecido al lado de Guest, claramente herida, interiormente inquieta, por el remordimiento, en presencia del hombre a quien había engañado, y esperando con calma el castigo merecido, quedó transformada ante tan inesperada manifestación acusadora de sus propias, de sus habituales y peculiarísimas tretas y coqueterías femeniles. Pero pronto surgió la antigua Maruja, la de siempre, soberana, altiva, intrépida, fría e insensible, volviendo a la lucha. 258
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-Estaba usted equivocado, capitán- dijo en dulce tono-; afortunadamente, el señor Guest, a quien veo ha olvidado usted durante su ausencia, estaba conmigo, y creo que hubiera cumplido con su deber defendiéndome. Sin embargo, yo aprecio el acto de usted como si en realidad me hubiera encontrado sola, y hasta me atrevo a. afirmar que la envidia, por la buena suerte de usted al venir tan galante y valientemente a, protegerme no privará al señor Guest el que aprecie en su justo valor el acto de usted. Lo único que me causa, pena es que haya podido caer en brazos de un loco antes de estrechar las manos de los amigos. Sus ojos se encontraron. Ella, vio en los de el que la aborrecía, y esto la consoló. -Este suceso no hubiera, sido realmente un infortunio tan grande- dijo él con pasmosa calma que contrastaba con su cada vez más centelleante mirada- ya que yo traía un mensaje para usted, en el cual este loco juega un importante papel. -¿Es cuestión de negocios? - dijo Maruja alegremente, si bien denotando en el inflexible tono de sus palabras un súbito presentimiento, una, instintiva y rápida visión de un inminente peligro. 259
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-De negocios se trata, señorita Saltonstall pura y simplemente de negocios- dijo secamente Carrollaunque sea otro el nombre bajo el cual puedan haberle a usted antes presentado el asunto. -Supongo que no tendrá usted inconveniente en declararlo y exponerlo delante del señor Guest- dijo Maruja inspirada por la audacia-. Por lo misterioso que usted lo presenta debe ser interesantísimo. Si así no fuera, el capitán Carroll, que aborrece los negocios, no lo hubiera tomado con mayor entusiasmo que el ordinario. -Como los negocios interesan al señor Guest, o señor West, o como se llame desde que tuve el gusto de verle- dijo Carroll, lanzando por vez primera miradas de fuego a su rival-, no veo razón en contrario, aun exponiéndome a referir a usted lo que ya sabe. Lo diré, pues, en breves palabras, que el señor Prince me ha encargado que medie con usted y con su madre para evitar un litigio con este caballero aceptando la reclamación de sus derechos, como hijo del doctor West, a lo que de sus bienes le corresponde. La tremenda, consternación, y el marcado desaliento impresos profundamente en el rostro de Maruja convencieron a Carroll de su fatal error. 260
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Maruja había aceptado las proposiciones de aquel hombre sin conocer su verdadera posición! La burda razón con que pretendía justificar sus resentimientos con Maruja, es decir, que ella se había vendido a Guest para entrar en posesión de sus bienes, convertíase ahora en una manifiesta vileza para él. ¡Había amado Maruja a Guest sin interés! Y por su infame revelación la privaba quizás de arrojarse en sus brazos. Pero no conocía aún bien a Maruja. Porque ésta, volviéndose a Guest con ardiente mirada, le dijo : -Efectivamente ; usted es el hijo del doctor West y... Vacilé un momento. -Y... puede reclamarnos la herencia. Su, ya es. -Soy el hijo del doctor West- contesté vivamente-, aunque el derecho de revelárselo a usted en tiempo oportuno y ocasión adecuada, -era exclusivamente mío. Y créame que a nadie, y menos a un instrumento de Prince, he cedido ese derecho para que comercie con él. -Entonces- dijo fieramente Carroll, olvidándose de todo, hasta de lo que era, en medio de la cólera-, ¿negará usted, quizás, ante esta joven, que fue su 261
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madre, según acusación de Prince, la instigadora de Pereo en el asesinato del doctor West? Nueva equivocación fatal del capitán. Demasiado claramente vio Maruja -como él mismo lo vio también- el horror y la indignación pintados en el rostro de Guest, para dudar siquiera de que la idea era tan nueva como la acusación. Olvidándose Maruja de su turbación al oír tales revelaciones; de su orgullo herido y pisoteado; de la torturante duda que le había sugerido quizás la falta de confianza de Guest en ella por no haberle dicho lo que sabía; de todo, menos de sus desenfrenados sentimientos de amor, corrió a su lado. -Ni una, palabra- dijo ella en alta voz, como imponiéndole silencio, alzando su mano diminuta ante la tenebrosa faz de Guest-. No me insulte rechazando tamaña, acusación en presencia mía. Y volviéndose al capitán, continuó -Capitán Carroll, recuerdo perfectamente que usted fue presentado en la casa de mi madre como un militar y como un caballero. Cuando vuelva usted a ser lo que fue, dejando de ser un hombre de negocios, será bien recibido. Entretanto... ¡ vaya usted en hora buena! 262
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Y permaneció de pie, firme, erguida e insensible, hasta que Carroll, tras un frío saludo, retrocedió desapareciendo en las sombras de la noche. Volvióse entonces precipitadamente hacia, Guest y exhalando un fuerte gemido dejése caer sobre su pecho. -¡Ah, mi Enrique, Enriquito mío! ¿Por qué me ha engañado usted? -Lo creí así más prudente, vida mía- dijo él levantándole a ella el rostro-. Vea usted ahora aquella perspectiva de mi porvenir, de que le hablé... ¡la esperanza que me sostenía, que me alentaba! ¡Mi boyante esperanza! Yo debía ganar el corazón de usted sin hacer un llamamiento a sus sentimientos de justicia, ¡sin apelar siquiera a sus simpatías! Y lo gané. Bien sabe Dios que, de no haber logrado mi intento, por mi parte jamás hubiera usted sabido que existió en el mundo un hombre que era hijo del doctor West. Y no es esto todo; érame preciso, al conocer que tenía derecho a los bienes de mi padre, casarme con usted antes de que todo este asunto llegase a sus oídos, para que nunca pudiera decirse que en la, decisión de usted había influido otra fuerza que la fuerza del amor. Esta fue la causa de mi venida hoy 263
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a este lugar. Por esto me esforcé tanto en convencerla a que hoy mismo huyésemos juntos. Guest terminó de hablar. Maruja jugueteaba con los botones del chaleco de su novio. -Enrique mío- díjole tiernamente, ¿pensaba usted en la herencia cuándo... cuando.., me dio el beso aquel en el invernadero? -Sólo en usted pensaba. En aquellos momentos no había para mí más mundo que usted sola- contestó con gran ternura. Maruja soltóse repentinamente de los brazos de Guest. -¡Y Pereo!... Mira, Riquito... cuéntame, dime pronto... que nadie... nadie imagina, que este pobre y viejo demente fue la causa de... que... el doctor West... ¿Verdad que es falso todo?... Riquito... ¡habla! ¡dímelo! Guardó silencio un instante, diciendo después seriamente: -En la hostería encontré aquella, noche hombres extraños y sospechosos, y... creyóse sin duda que mi padre llevaba dinero encima. Hasta contra mi propia vida atentaron aquella noche en La Misión por causa de unas miserables monedas de oro que enseñé imprudentemente. Me salvé solamente por la in264
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tervención de un hombre. ¡Este hombre fue Pereo, tu mayordomo! Ella le agarró las manos y las subió hasta sus labios. -¡Gracias por estas palabras! Iremos los dos a verle, él te reconocerá y se reirá de esas mentiras. ¿Verdad que sí, Riquito? Guest no replicó. Tal vez porque estaba escuchando atentamente un confuso murmullo de voces que se aproximaban rápidamente a la cabaña. Juntos salieron de ella los enamorados confundiéndose en las negruras de la noche. Unas cuantas sombras se acercaban hacia ellos. Una de ellas era, Paquita que corrió un poco para ,reunirse con su señorita. -¡Oh! doña Maruja, ¡ese hombre se ha escapado! -¿Quién? ¡No será Pereo -Sí, Pereo. Y con su caballo. Todo el día lo tuvo ensillado en la cuadra, y con la brida puesta. Nadie se había enterado. Iba andando como los gatos cuando de pronto y cuando nadie lo esperaba apartó con furia, a un lado y a, otro a los peones lo mismo que un toro loco a las cañas del trigo.. . y... ¡míratelo! que ya, iba, volando sobre el pinto. ¡Ay! señorita. No hay caballo que pueda seguir al pinto. 265
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Haga Dios que no logre entrar en la vía del ferrocarril. ; que, como lo odia tanto, en su locura, pueda, hacer alguna atrocidad. -Mi caballo está, ahí en la espesura, del montecillo- susurró Guest al oído de Maruja-. Hace tiempo que he medido su velocidad con la del pinto. Una, palabra de usted y... yo traeré a ese hombre si lo encuentro vivo. Ella apretóle la mano diciéndole -Sí; corra... Y antes de que los asombrados sirvientes pudieran descubrir quién era el acompañante de su señorita, Guest había marchado. La obscuridad era completa. Tarea, absolutamente imposible hubiera sido el alcanzar al fugitivo para cualquier otro que no fuese Guest, quien había hecho un estudio práctico de la topografía de La Misión Perdida, y conocía, perfectamente el habitual camino' Y acostumbrado picadero del mayordomo, en sus deseos de evitar un encuentro con él. Sospechando fundadamente que en su estado de locura se habría dejado llevar por la costumbre, Guest espoleó su caballo lanzándose a lo largo de la carretera hasta que alcanzó el sendero que conduce 266
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al ya descrito anfiteatro cubierto de hierba, que una vez fue su favorito lugar de ensayo y entrenamiento. Desde entonces el anfiteatro había participado de la terrible transformación causada en el valle por la, vía férrea. Por el arco más bajo cruzaba la línea, para lo cual habíase abierto una, profunda trinchera a través de una de las herbosas colinas. Vio Guest confirmadas sus sospechas cuando al entrar allí apareció un fantástico jinete corriendo a galope tendido en torno del círculo, reconociendo en él sin dificultad a Pereo. Como realmente no había otra salida que el sendero de entrada, puesto que la otra era inaccesible a consecuencia de la vía férrea, esperó tranquilamente a que el loco diese dos vueltas por la, pista de arena, no perdiéndole de vista, Y dispuesto a lanzarse hacia él en cuanto disminuyese la, velocidad de su carrera. De pronto, se dio cuenta de un extraño ejercicio del misterioso jinete, y cuándo éste pasó velozmente por el arco del círculo, más próximo al lugar desde donde vigilaba, vio que iba lanzando un lazo... Una horrible visión pasó entonces como un relámpago por su mente. ¡Le pareció estar pre267
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senciando el criminal ensayo del asesinato de su padre! Un silbido lejano que procedía del apartado bosque vino a calmar su nerviosa exaltación en el mismo instante en que, al parecer, también cedía la, velocidad del furioso jinete en sus evoluciones. Guest confió en que el desgraciado viejo no podría, escapar en. aquellos momentos. El tren se aproximaba, y su aparición en el anfiteatro como terrible y gigantesca fiera de ojos de fuego, espantaría. indudablemente a Pereo hacia la entrada del vallecillo guardada por Guest. Temblaba, ya la colina por la trepidación y el eco resonante del monstruo que llegaba, cuando, horrorizado, vio Guest al loco avanzar velozmente hacia la trinchera. Espoleó a su caballo y salió en su persecución. Pero el tren salía ya por la, estrecha senda, seguido por el furibundo jinete que llegó a colocarse y aun a seguir breves momentos locamente delante de la máquina. Guest le gritó, pero su voz perdióse entre el estruendo del convoy. De la mano de Pereo vióse salir volando un objeto. Y el tren pasó veloz... 268
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Jinete y caballo quedaron allí, en la trinchera, arrollados, aplastados, horriblemente deshechos, mientras la silla vacía del asesino, atada al extremo de un lazo continuó agarrada, y fluctuando en el aire, a la chimenea de aquel elemento de progreso que el asesinado había introducido en el país. El crimen quedó vengado. * * * El casamiento de Maruja con el hijo del difunto doctor West fue considerado en el valle de San Antonio como uno de los planes más admirablemente concebidos y diestramente madurados del llorado genio. Cómo sucede en casos semejantes, hubo muchos que dijeron que el doctor les había confiado este secreto hacía, lo menos diez años. Además circuló como cosa corriente la especie de que la viuda, Saltonstall fue simplemente nombrada administradora de los bienes en beneficio de la joven y gentil parejita cuya, unión estaba en aquel entonces proyectada. 269
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Tal vez una persona, solamente una,. se resistió a creer en parte lo que se decía. Esta persona no era otra que Santiago Prince, conocido por el sobrenombre de Aladino. Años después, aseguróse que hizo, con tono de verdadera, autoridad, esta, rotunda, afirmación : «Que entre todas las combinaciones imaginables en cuestión de negocios, solamente una era incierta: la combinación de... el hombre y la mujer.»
FIN
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