ISABEL LA CATÓLICA: Homenaje en el V centenario de su muerte
Dykinson S.L.
ISABEL LA CATÓLICA Homenaje en el V centenario de su muerte
ISABEL LA CATÓLICA Homenaje en el V centenario de su muerte
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Madrid, 2005
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ÍNDICE PRÓLOGO..............................................................................................
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LA LIBERTAD DEL INDIO Y LOS FINES DE LA EMPRESA AMERICANA......................................................................................... Beatriz Badorrey Martín
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INQUISICIÓN Y CIERRE DE LAS ALJAMAS EN 1480: EL CASO DE MURCIA............................................................................... Juan Carlos Domínguez Nafría
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LOS REYES CATÓLICOS Y LA ARTILLERIA............................... María Dolores Herrero Fernández-Quesada
65
EL CONTEXTO HISTÓRICO DE EL ALCALDE DE ZALAMEA DURANTE EL REINADO DE LOS REYES CATÓLICOS.............. Ángel David Martín Rubio
81
ISABEL LA CATOLICA Y LA ORDENACION JURIDICA DE LAS LEYES DE CASTILLA................................................................. Carlos Pérez Fernández-Turégano
93
EL DISCURSO SOBRE LA REALEZA EN EL PENSAMIENTO POLÍTICO CASTELLANO DEL SIGLO XV..................................... Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña
111
UN PINTOR EN LA CORTE DE LOS REYES CATÓLICOS. PEDRO BERRUGUETE: HERENCIA FLAMENCA E INNOVACIONES RENACENTISTAS EN LAS TABLAS DE SANTO TOMÁS DE ÁVILA (MUSEO DEL PRADO, MADRID).... María Rodríguez Velasco
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Índice
EL INDÍGENA AMERICANO, SUJETO Y PROYECCIÓN DE LA MODERNIDAD CASTELLANA................................................... María Saavedra Inaraja
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ISABEL LA CATÓLICA: EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA Y LA RUPTURA DEL HORIZONTE GEOGRÁFICO........................ Javier Saénz del Castillo Caballero
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PRÓLOGO Quienes escriben las páginas que siguen son profesores de la Universidad San Pablo-CEU y del Instituto de Humanidades Ángel AyalaCEU, que no han querido que pasara el V centenario del fallecimiento de Isabel I, sin dedicarle una parte de su esfuerzo investigador del año 2004. El conjunto de trabajos recogidos en este libro quiere ser un modesto homenaje a la Reina Católica; “modesto”, porque el estudio siempre debe realizarse con humildad, y “homenaje”, porque no quieren ocultar su admiración por este personaje excepcional. Los autores, como universitarios, conocen perfectamente la sagrada obligación para los historiadores de ser objetivos. Sin embargo, esa objetividad entienden que no debe ser sinónimo de “asepsia” cultural, sino de honradez científica. La Reina Isabel es una figura de dimensiones universales, pues tras sus treinta años de reinado, la fisonomía política de España y de la civilización occidental cambió radicalmente, hasta condicionar la Historia ¿Para bien? La respuesta no está en este libro. Aquí el lector sólo podrá encontrar datos para su información y argumentos para la reflexión histórica, útiles siempre que busque interpretarlos en su contexto histórico. Y es que la Historia evoluciona de atrás hacia delante, e intentar un juicio sobre el pasado desde los principios políticos y los valores culturales de hoy, sólo confundirá. Así de sencillo y, al parecer, así de complicado. A este respecto, tal vez lo más difícil para el hombre de hoy sea entender la extraordinaria dimensión espiritual de la Reina Isabel: su fe,
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Prólogo
su amor a Jesucristo y a la Iglesia, y la necesidad de salvación eterna, propia y ajena. Quien elimine esta faceta de su análisis, tanto si es creyente como si no, seguro que no acierta en su juicio. En fin, sólo nos resta agradecer su apoyo a nuestro maestro y compañero Ernesto Lejeune Valcárcel, sin quien estos trabajos no hubieran visitado la imprenta, y a la Editorial Dykinson, en la que siempre encontramos la comprensión necesaria. Gratitud que concretamos en Diana Martín.
LA LIBERTAD DEL INDIO Y LOS FINES DE LA EMPRESA AMERICANA BEATRIZ BADORREY MARTÍN
I.
EL CONCEPTO DEL INDIO
Cuando, en la mañana del viernes 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón y un pequeño grupo de españoles desembarcaron en las playas de Guanahaní no podían imaginar que aquella isleta formaba parte de un inmenso continente. En las primeras descripciones se alude a la belleza de aquellas tierras, la frondosidad de sus árboles, la abundancia de agua, la variedad de frutas y plantas, y la presencia de gente desnuda. De hecho, nada más tomar Colón posesión de la isla en nombre de los Reyes Católicos, se acercó allí mucha gente de la isla. El propio Almirante describió así el primer contacto con los naturales de aquellas tierras: “Yo [dice él], porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra Santa Fe con amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos bonetes colorados y unas cuentas de vidrios que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor con que hobieron mucho placer, y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después que venían a las barcas de los navíos adonde estábamos, nadando, y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos y azagayas, y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo lo tomaban y daban de aquello que tenían de buena voluntad. Mas me pareció que era gen-
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te muy pobre de todo. Ellos andaban todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vide más de una farto moza y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vide de edad más de treinta años; muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos, y muy buenas caras; los cabellos gruesos cuasi como sedas de cola de caballos, e cortos; ...”.1 Es decir, los españoles se encontraron con un continente poblado y esto complicó la adquisición de aquellas tierras porque, como observa Hanke: “¡Hubiera sido todo más fácil si no hubiera habido indios! Pero había incontables, miles, y la donación papal hacía mutuamente dependientes el trato dado a los indios y la justicia del dominio español”.2 En efecto, si América hubiera estado deshabitada, jurídicamente habría bastado con alegar el título de Derecho de descubrimiento pero, como señala Silvio Zavala, al encontrarse con un continente poblado la relación no era sólo de hombres a cosas, sino también de hombres a hombres.3 En consecuencia, fue preciso regular la relación con sus habitantes. Y el primer paso era establecer el concepto del indio, pues de él iba a depender su condición jurídica. La tarea no era fácil porque, como apunta García-Gallo, aunque nadie dudó nunca de que los indios fueran hombres, su distinta naturaleza y situación en razón de las diferencias étnicas, físicas y culturales, su número mayor o menor en un lugar u otro, su peligrosidad y, sobre todo, su facilidad o resistencia a la adopción de la forma de vida española, hicieron que la consideración de los indios por los españoles no fuera siempre la misma, lo que planteó el problema de la realidad indígena.4 En efecto, si en sus primeras descripciones Colón habla de unos indios pacíficos y humildes, muy pronto él mismo alude también a la barbarie y primitivismo de otros pueblos como los caribes antillanos, señalando: “Así es que no observé monstruos ni llegó a mí noticia que los hubiese, exceptuando la isla llamada Caris, que es la segunda según se “Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV”, en Obras de D. Martín Fernández de Navarrete, BAE, LXXV, I, Madrid, 1954, 95-96. 2. La lucha por la Justicia en la conquista de América, 2ª ed., Madrid, 1967, 255. 3. Las instituciones jurídicas en la conquista de América, 2ª ed. revisada y aumentada, México, 1971, 44. 4. “La condición jurídica del indio”, en Estudios de Historia del Derecho Privado, Sevilla, 1982, 167-177; la ref. en 168. 1.
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va desde la Española a la India, y la que habitan personas que son consideradas por sus circunvecinas como las más feroces; éstas se alimentan de carne humana. Poseen muchas especies de canoas, con las que llegan a desembarcar en todas las islas de la India; roban y arrebatan cuanto se les presenta”.5 También se refiere a los caribes antillanos Pedro Mártir al describir el segundo viaje de Colón, tal y como le fue relatado por el médico de la expedición, el doctor Chanca. Dice de ellos: “La costumbre desta gente de caribes es bestial: ... Esta gente saltea en las otras islas, que traen las mujeres que pueden haber, en especial mozas y hermosas, las cuales tienen para su servicio, e para tener por mancebas, e traen tantas que en 50 casas ellos no parecieron, y de las cativas se vinieron más de 20 mozas. Dicen también estas mujeres que éstos usan de una crueldad que parece cosa increíble; que los hijos que en ellas han se los comen, que solamente crían los que han en sus mujeres naturales. Los hombres que pueden haber, los que son vivos llévanselos a sus casas para hacer carnicería dellos, y los que han muertos luego se los comen. Dicen que la carne del hombre es tan buena que no la hay tal cosa en el mundo; y bien parece porque los huesos que en estas casas hallamos todo lo que se puede roer lo tenían roído, que no había en ellos sino lo que por su mucha dureza no se podía comer. Allí se halló en una casa cociendo en una olla un pescuezo de un hombre. Los muchachos que cativan córtanlos el miembro, e sírvense de ellos fasta que son hombres, y después cuando quieren hacer fiesta mátanlos e cómenselos, porque dicen que la carne de los muchachos e de la mojeres no es tan buena para comer”.6 Como se puede ver, desde los primeros relatos sobre el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo, nos encontramos con un amplio abanico de datos en torno a la población indígena, lo que alimentó el concepto y la idea europea sobre los indios hallados. En general, las posiciones oscilaron desde los planteamientos de Sepúlveda, que justificaba el gobierno español por la inferioridad y la rudeza natural de los indios que, según él, concordaba con la doctrina de los filósofos de que algunos hombres nacen para ser esclavos naturales. Hasta las tesis de 5.
Vid. la carta que escribió Colón desde Lisboa al tesorero de los Reyes Católicos Rafael Sánchez, el 25 de abril de 1493 (En “Colección de viajes y descubrimientos”, 173181; la ref. en 179). 6. Ibídem, 186.
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Bartolomé de Las Casas que sostenía que los indios eran seres humanos que había que educar y cristianizar, no semihombres para esclavizar y mantenerlos en lo que un inglés de entonces llamaba “oscuridad étnica”.7 Ante tantas y tan diversas opiniones los españoles en general, y la Corona en particular, tomaron distintas posiciones que dependieron fundamentalmente de los intereses y objetivos de unos y otros con respecto a esa población indígena. II.
FINES Y OBJETIVOS DE LA CONQUISTA
En la conquista de la América española confluyeron dos objetivos fundamentales. De una parte se buscaban bienes materiales, esto es el dominio de nuevas tierras, ingresos y prestigio. De otra, se perseguía un fin espiritual: la conversión de nuevas gentes al cristianismo. En opinión de Rumeu de Armas, cuando los Reyes Católicos y Cristóbal Colón firman las Capitulaciones de Santa Fe su principal objetivo es expansivo y económico, no misional. Es verdad que tanto en el ánimo de los monarcas como en el del Almirante estaba latente el propósito de evangelizar a los habitantes de las islas y tierras que descubrieran en su ruta hacia la India, pero “este objetivo espiritual –señala el citado autor- no prevalecía sobre aquellos otros de carácter político y material”.8 En términos parecidos se expresan Bataillon y Saint-Lu, al afirmar que el carácter mercantil de la empresa de Colón se deduce de su génesis y de sus circunstancias, pues el destino esperado del viaje no era otro que las Indias, es decir Asia y sus riquezas, y en las capitulaciones de Santa fe se concede al navegante, además de los títulos, la décima parte de las ganancias futuras. Si bien, posteriormente tanto la reina Isabel como el propio descubridor le asignaron también una finalidad misionera.9 Lo cierto es que tanto en las capitulaciones de 17 de abril como en el título expedido por los Reyes a Colón, el día 30 de ese mes, se alude a la 7.
Vid. LA TORRE “La conquista y la cruz”, Revista general de la Universidad de Puerto Rico, año XII, n. 47 (julio-septiembre, 1964); en Lewis HANKE, Estudios sobre Fray Bartolomé de las Casas y sobre la lucha por la Justicia en la conquista española de América, Caracas, 1968, 341-357, la ref. en 346 y 352. 8. La política indigenista de Isabel la Católica, Valladolid, 1969, 127-128. 9. El Padre Las Casas y la defensa de los indios, Madrid, 1994, 55.
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empresa descubridora y conquistadora de Colón, pero no al espíritu misional.10 Parece, pues, que ese espíritu surge al comprobar que las islas están habitadas por gentes muy dispuestas a la conversión a fe católica. Es precisamente entonces cuando Colón, a la vuelta del primer viaje, el 15 de febrero de 1493, escribe una carta al escribano de ración de los Reyes Católicos Luis de Santangel, en la que alude al doble propósito, espiritual y temporal, de la empresa americana.11 Para Rumeu de Armas el espíritu misional despunta por primera vez con carácter preferente en 1493, al negociarse las famosas bulas con Roma. En ellas, siguiendo el precedente portugués, se invoca el propósito misional a cambio de la soberanía de las tierras descubiertas y por descubrir, y el monopolio del comercio y navegación por las mismas y sus mares aledaños.12 La concesión pontificia resolvió el problema de la propiedad de las nuevas tierras, pero no el de sus habitantes. En efecto, aunque las bulas no decían nada sobre la libertad de los indios, los portugueses admitían a un tiempo la esclavitud de los infieles y su conversión; sin embargo, la Iglesia española había proscrito en las Canarias la esclavitud del infiel neófito y de los aborígenes que estaban en vías de conversión. La cuestión entonces era cuál iba a ser la actitud de Colón y de los Reyes Católicos con respecto a la libertad de los nuevos súbditos americanos.13 10.
V.gr., en el citado título de 30 de abril se establece: “Por quanto vos, Cristóbal Colon, vades por Nuestro mandado a descubrir e ganar con ciertas xustas Nuestras, e con Nuestras gentes, ciertas islas e Tierra-firme en la Mar Océana; e se espera que con la ayuda de Dios, se descubrirán e ganarán algunas de las dichas islas e Tierra-firme en la dicha Mar Océana, por vuestra mano e industria; e ansí es cosa xusta e rrazonable, que pues os poneis al dicho peligro por Nuestro servicio, séades dello remunerado... (En Colección de Documentos Inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones española en América y Oceanía, sacados de los archivos del reino y muy especialmente del de las Indias. Primera serie, t. XXX, Madrid, 1878, 59-60; en adelante citaré D.I.I.). 11. Así concluye su misiva: “... toda la cristiandad debe tomar alegría y facer grandes fiestas, dar gracias solemnes a la Santa Trinidad, con muchas oraciones solemnes por el tanto ensalzamiento que habrán ayuntándose tantos pueblos a nuestra Santa Fe, y después por los bienes temporales que non solamente a la España, mas todos los cristianos ternán aquí refrigerio e ganancia” (En “Colección de viajes y descubrimientos”, 167-170; la ref. en 170). 12. La política indigenista de Isabel la Católica, 128-129. 13. Ibídem, 131.
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III. LA LIBERTAD DE LOS INDIOS En el momento del descubrimiento dominaba en Europa la mentalidad religiosa propia del mundo medieval en el que todavía se vivía. Y ello, como observa el profesor Domínguez Nafría, no debe entenderse sólo en una dimensión espiritual, sino en otra infinitamente más amplia, de naturaleza política, que abarca cualquier aspecto del hombre y de la sociedad en la que habita. Desde tal planteamiento, los hombres podían estar inmersos una de estas cuatro situaciones: a) verdadera ortodoxia religiosa; b) “herejía”, es decir traición de esa ortodoxia; c) infidelidad, esto es, rechazo de la verdad revelada pese a tener conocimiento de la misma, caso de judíos y musulmanes; d) ignorancia, caso de los paganos que aún no conocen esa verdad y permanecen ajenos a la realidad cultural cristiana.14 Por lo que se refiere a los indios americanos, hubo algunas dudas acerca de su situación. Parece que la idea inicial fue la de identificarlos con los infieles pero, a la vista de los informes del propio Almirante, se incluyeron en el último grupo. Ahora bien, en la Edad Media se consideraba, por regla general, que los pueblos que no eran cristianos y carecían de una estructura política definida, similar a la europea, eran susceptibles de esclavitud. Así, en el siglo XIII, el canonista Enrique de Susa, más conocido como el Ostiense, pensaba que el Papa, por ser vicario universal de Cristo, tenía potestad tanto sobre los cristianos como sobre los infieles, pues la facultad que recibió Jesucristo del Padre fue plenaria. Creía, pues, que tras la venida del Redentor le habían sido quitados a los infieles todo principado, dominio y jurisdicción, para ser trasladados a los fieles, en derecho y por justa causa.15 En el mismo sentido, Egidio Romano afirmaba que los que no reconocen a Dios no pueden poseer justamente lo que Dios da. Y esta era la línea de actuación de los portugueses con los pueblos africanos que iban descubriendo en su viaje hacia la India. Pero había otra línea teológica, la de Santo Tomás de Aquino, que establecía una diferencia entre la ley natural –que debe aplicarse a los pueblos no cristianos– y la ley de la gracia –que no 14.
“Influencias de la conquista de América en la doctrina sobre el ius in bello”, en Derecho y Administración pública en las Indias hispánicas, Actas del XII Congreso Internacional de Historia del Derecho Indiano (Toledo, 19 a 20 de octubre de 1998), Vol. I, Cuenca, 2002, 503-545; la ref. en 506-507. 15. ZAVALA, S.: La defensa de los derechos del hombre en América Latina (siglos XVI-XVIII), México, 1982, 16.
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se les aplica–, y en virtud de ello aunque algunos pueblos no conozcan ni practiquen, e incluso cometan pecados contra natura, deben ser respetados tanto en cuanto a su autonomía para gobernarse, como en la propiedad de sus bienes, incluyendo su libertad. Para el autor de la Suma Teológica, la distinción entre fieles e infieles es de derecho divino, pero éste que proviene de la gracia, no anula al derecho humano, que se funda en la razón natural.16 Como observa el profesor Dougnac, pese a algunas vacilaciones iniciales esta será la línea seguida por la Corona.17 En consecuencia, los indios eran hombres libres a los que había que intentar atraer a la fe católica por todas las vías y maneras posibles, tal y como consta en la Instrucción dada por los Reyes a Colón, el 29 de mayo de 1493, para su segundo viaje a las Indias y para el buen gobierno de la nueva colonia.18 Pero en la práctica no fue fácil armonizar esa libertad con los dos fines principales de la empresa americana, económico y misional. Ello provocará ciertas excepciones al principio general de libertad, que estarán muy vinculadas a la prioridad que se de a uno y otro fin.
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En consecuencia, pensaba que la distinción entre fieles e infieles, no hacía desaparecer ni aún el dominio que podían tener los infieles sobre los cristianos. Si bien, posteriormente templó esta doctrina, admitiendo que la superioridad de los infieles puede desparecer justamente por sentencia u ordenación de la Iglesia que ejerce la autoridad de Dios. En todo caso, no se trata de un derecho omnipotente de la cristiandad frente al desvalimiento completo de los gentiles; bien al contrario, el pensamiento cristiano vuelve sobre sí mismo y encuentra en su seno esos elementos de derecho natural y de razón que son patrimonio de todos los hombres (Ibídem, 17). 17. Manual de historia del Derecho Indiano, México, 1994, 315. 18. “Pues a Dios Nuestro Señor plugo por su Alta Misericordia descobrir las dichas yslas e Tierra-firme, al Rey e la Reyna Nuestros Señores, por yndustria del dicho Don Cristóbal Colon su AlmiranteVisorrey e Gobernador dellas, el qual a fecho rrelacion a Sus Altezas, que las gentes quen ellas falló pobladas, conosció dellas ser gentes muy aparexadas para se convertir a Nuestra Santa Fée Católica, porque non thienen nenguna ley nin seta, de lo qual a placido e place mucho a Sus Altezas, porque todo es razón que se thenga principalmente rrespeto al servicio de Dios Nuestro Señor y ensalzamiento de Nuestra Fée Católica; por ende, Sus Altezas, deseando que Nuestra Fée Católica sea aumentada e acrecentada, mandan y encargan al dicho Almirante, Visorrey e Gobernador, que por todas las vias e maneras que podiere, procure e trabaxe a traer a los moradores de las dichas yslas e Tierra-firme, a que se conviertan a Nuestra Santa Fée católica; e para ayuda de ello, Sus Altezas ymbian allá al Doctor P. Fray Bruyl.... Xuntamente con otros rreligiosos quel dicho Almirante consigo a de llevar ” (C.I.I., XXX, 146-147).
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III.1. Primeros esclavos indios Es claro que en Colón prevalece el fin material, es decir, la idea de ganancia, lo que le lleva a admitir la esclavitud de los indios, al considerar que la venta de indígenas podía ser uno de los negocios más lucrativos del Nuevo Mundo. Recordemos que había vivido en Madeira, isla portuguesa que contaba con una numerosa población sometida a esclavitud, y que había viajado por la costa de Guinea y las islas Canarias, donde también vio esclavos trabajando en las plantaciones de caña. Así pues, como observa Hugh Thomas, Colón era producto de la nueva sociedad atlántica tan dependiente del trabajo de los esclavos.19 Por ello, no es extraño que en la citada carta de 15 de febrero de 1493, ofreciera a los reyes oro, algodón, especias y esclavos “cuantos mandaren cargar”.20 Igualmente, en un Memorial dirigido a los Reyes que entregó en la Isabela al capitán Antonio de Torres, el 30 de enero de 1494, pidió permiso a los monarcas para traer cada año desde España víveres, ganados y otras cosas necesarias para el aprovechamiento de la tierra, a cambio de esclavos caribes “gente tan fiera y dispuesta, –añade- y bien proporcionada y de muy buen entendimiento, los cuales quitados de aquella inhumanidad creemos que serán mejores que otros ningunos esclavos, la cual luego perderán que sean fuera de su tierra, y de éstos podrán haber muchos con las fustas de remos que acá se entienden de haber fecho, empero por supuesto que en cada una de las caravelas que vinieren de sus Altezas, pusiesen una persona fiable, la qual defendiese las dichas caravelas que non descendiesen a ninguna otra parte ni islas, salvo aquí adonde há de estar la carga y descarga de toda la mercadería; y aún destos esclavos que se llevaren, sus Altezas podrían haber sus derechos allá; y desto traeréis o enviaréis respuesta, porque acá se hagan los aparejos que son menester con más confianza, si a sus Altezas pareciese bien. Item, tambien direis a Sus Altezas, que mas provechoso es, y menos costa fletar los navios, como los fletan los mercaderes para Flandes, por toneladas, que no de otra manera, por ende, que yo vos di cargo de fletar á este respeto las dos caravelas que habeis luego de enviar, y asi se podrá hacer de todas las otras que Sus Altezas enviasen, si de aquella forma se tenian por servidos, pero no entiendo decir esto de las que han de venir con su licencia por la mercancía de los esclavos”.21 19.
La trata de esclavos. Historia del tráfico de seres humanos de 1440 a 1870, Barcelona, 1998, 87. 20. “Colección de viajes y descubrimientos”, 170. 21. C.I.I., XXI, 545-546.
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Aunque los reyes suspendieron por el momento esta medida, en 1495 llegó a la Península la primera remesa de indios americanos. Se trataba de 500 indios de ambos sexos, de 12 a 35 años, que habían sido esclavizados en la Española como consecuencia de la guerra declarada por Colón al cacique de dicha isla. Desde allí fueron enviados a Sevilla en cuatro carabelas.22 El obispo de Badajoz y arcediano de Sevilla, Juan de Fonseca, consultó entonces a los Reyes acerca del destino que debía darse a los cautivos recién llegados. La respuesta de los monarcas fue contundente, los indios debían venderse. Así consta en la siguiente real cédula de 12 de abril de 1495: “Cerca de lo que nos escrebisteis de los indios que vienen en las carabelas, paréscenos que se podrán vender mexor en Andalucía quen otra parte; debeislos facer vender como mexor os paresciere”.23 Sin embargo esta decisión, sin duda precipitada, hizo surgir inmediatamente en los monarcas dudas y vacilaciones. Tanto es así que unos días después escribieron otra carta al citado obispo mandándole afianzar el producto de la venta de los indios que envió el almirante, hasta consultar y estar seguros de que podrían venderlos. Así rezaba dicha carta, firmada en Madrid el 16 de abril de 1495: “Reverendo in Cristo Padre Obispo, de Nuestro Consexo: Por otra letra Nuestra, vos obimos escripto que ficiéredes vender los indios que ymbió el Almirante Don Cristóbal Colon en las carabelas que agora vinieron; e porque Nos, queríamos informarnos de letrados, teólogos e canonistas, si con buena conciencia se pueden vender éstos por sólo vos o non, y esto non se puede facer hasta que veamos las cartas quel Almirante Nos escriba, para saber la cabsa porque los ymbia acá por cautivos, y estas cartas thiene Torres que non Nos las ymbió. Por ende, en las ventas que ficiéredes destos indios, se afirme el dinero dellos por algun breve thérmino, porquen este tiempo Nosotros sepamos si los podemos vender o non, e non paguen cosa alguna los que los compraren; pero los que los compraren non sepan cosa desto, e faced a Torres que se dé priesa en su venida, e que nos ymbie las cartas”.24 SACO, J.A.: Historia de la esclavitud, Madrid, 1974, 238. D.I.I., XXX, 331-332. 24. Aunque la carta aparece fechada el día 13 en D.I.I.,XXX, 335-336, Fernández de Navarrete data la misiva tres días después, el 16 de abril (“Colección de los viajes y descubrimientos” 405). 22. 23.
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Según se desprende del texto, parece que en esos primeros años de la conquista la libertad de los indios dependió de la causa por la cual fueron hechos cautivos. Si bien en este caso los indios se vendieron, muriendo después casi todos, al parecer como consecuencia del cambio de clima.25 Y es que había que armonizar el principio establecido de la libertad de los indios con el fin económico, es decir con el fomento y explotación de las nuevas colonias, y ello no era tarea fácil. Cinco años tardó en pronunciarse la junta de letrados, teólogos y canonistas. Durante ese tiempo, pese a las dudas, se mantuvo la venta de esclavos. Así se desprende del siguiente párrafo de una carta firmada por los Reyes en Arévalo, el 2 junio de 1495, y dirigida al citado obispo de Badajoz, Juan de Fonseca, que era el encargado de pertrechar y controlar las flotas de Colón: “Ansí mesmo, el dicho Xoanoto Berardi disce, quel Almirante Don Cristóbal Colon le ymbió nueve cabezas de indios, para que los diera a algunas personas para que aprendiesen la lengua; y pues estas nueve cabezas no son para vender, salvo para aprender la lengua, vos Mandamos que se la fagais entregar luego, para que faga dellas lo quel dicho Almirante lescrebió”.26 Ese mismo día escribían otra carta al mercader florentino vecino de Sevilla, Juanoto Berardi, refiriéndose a los citados indios lenguas,27 y concluían: “E quanto a la parte de los esclavos que pedis para el Almirante, Nos, escrebimos al Obispo de Badaxoz, que vos fable cerca desto; Dalle entera fée e creencia”.28 El propio Colón, en 1496, regresó a España con treinta indios que esperaba vender como esclavos, cosa que hizo por mil quinientos maravedís cada uno, aunque la reina ordenó a Fonseca que retrasara la venta mientras no se aclararan sus implicaciones jurídicas. Pese a todo, a unos cuantos esclavos de estos cargamentos los pusieron a remar en los galeones reales. Ya a finales de los años noventa, el Almirante pensaba enviar cuatro mil esclavos al año a España, lo que, según sus cálculos, supondría un ingreso de veinte millones de maravedís, frente a un gasto 25.
SACO, J.A.: Historia de la esclavitud, 238. C.I.I., XXX, 363 (el subrayado es mío). 27. “En quanto a lo que decis quel Almirante ymbió nueve esclavos para dar a ciertas personas para aprender la lengua, e que non vos los a dado el Obispo de Badaxoz, Nos, le escrebimos que vos los dé luego” (Ibídem, 366). 28. Ibídem, 367. 26.
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de apenas tres millones. Y, aunque nunca se llegó a alcanzar esta dimensión, si consta por ejemplo que en 1499, trescientos desilusionados inmigrantes españoles regresaron de la Española, cada uno con un esclavo como regalo de despedida de Colón.29 Además de Colón, otros muchos conquistadores recurrieron a la esclavitud de los indios como fuente económica. Por ejemplo Alonso de Ojeda, a su regreso de una expedición por el golfo de Venezuela, pasó por la isla de Puerto Rico donde tomó 222 indios; al llegar a Cádiz, en 1500, vendió como esclavos a los que sobrevivieron. Ese mismo año Vicente Yáñez Pinzón llegó hasta la desembocadura del río Amazonas, allí visitó unas islas en las que esclavizó a treinta y seis personas. Y lo mismo hizo Diego de Lepe, que encontró a los indios muy alborotados por la piratería de Pinzón, por lo cual trabó lucha con ellos, hirió a muchos y esclavizó a otros.30 Se puede afirmar que en los primeros años de la conquista la causa que determinó la libertad o esclavitud de los indios fue la actitud que adoptaron con respecto a los españoles y las propuestas ideológicas occidentales. En consecuencia, los que se sometieron pacíficamente fueron respetados, pero los que se resistieron fueron hechos cautivos. E, igualmente, aquellos que se negaban a aceptar la fe católica y el modo de vida europeo, podían ser capturados y perder su libertad. En todo caso, como observa el profesor Domínguez Nafría, conviene precisar que dentro de este grupo pertinaz, no se reparó en exceso entre aquellos que eran verdaderamente refractarios, como los araucanos, de quienes, por su bajo estado de evolución cultural, apenas podían asimilar otro modo de vida distinto al suyo, caso de los caribes. Tanto unos como otros quedaron sin más consideración identificados con los infieles en cuanto al trato que debían recibir, y la consecuencia fue que se podía hacer contra ellos la guerra y someterlos sin limitaciones, en los términos bélicos más duros.31 III.2. Los Reyes Católicos ordenan la libertad de los indios Como ya hemos anticipado, la comisión de teólogos y juristas tardó cinco años en pronunciarse. Aunque no se conserva su dictamen, sí teAl parecer esto irritó a la reina, quien habría preguntado iracunda: ¿qué poder he otorgado al almirante para regalar vasallos míos? (THOMAS, H.: La trata de esclavos, 88). 30. SACO, J.A.: Historia de la esclavitud, 243. 31. “Influencias de la conquista de América en la doctrina sobre el ius in bello”, 508509. 29.
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nemos la inmediata resolución de los Reyes Católicos de devolver la libertad y restituir a sus países de origen a los indios que se trajeron de las islas. La real cédula, dirigida al contino Pedro de Torres, fechada en Sevilla el 20 de junio de 1500, decía así: “Ya sabéis cómo por nuestro mandato tenedes en vuestro poder en secuestración e depósito algunos indios de los que fueron traídos de las Indias e vendidos en esta ciudad e su arzobispado y en otras partes desta Andalucía por mandado de nuestro Almirante de las Indias; los cuales agora Nos mandamos poner en libertad, e habemos mandado al comendador Frey Francisco de Bobadilla que los llevase en su poder a las dichas Indias, e faga dellos lo que le tenemos mandado. Por ende Nos vos mandamos que luego que esta nuestra cédula vieredes le dedes e entregades todos los dichos indios que así tenéis en vuestro poder, sin faltar dellos ninguno por inventario e ante escribano público, e tomad su conocimiento de cómo los recibe de vos; con el cual y con esta nuestra cédula mandamos que no vos sean pedidos ni demandados otra vez”.32 Sabemos que fueron entregados en depósito a Diego Torres veintiún indios. De ellos, uno quedó enfermo en Sanlúcar; y una niña, por su propia voluntad, decidió permanecer en casa de Diego Escobar, para ser educada, pero en libertad. En consecuencia, tres días después, Torres entregó el resto al mayordomo del arzobispo de Toledo, salvo un mozo que entregó directamente a Bobadilla.33 Como observa Rumeu de Armas dicha cédula no es más que un testimonio, entre otros muchos, de las que se debieron dirigir a distintas personas y lugares para la liberación de los indios esclavos. El mismo se refiere al caso del tesorero Lope de León quien, antes de mayo de 1501, recogió y liberó a todos los esclavos que habían recibido, por parte de su sueldo, diversos conquistadores y pobladores de las Antillas.34 Sobre el cumplimiento de la citada disposición tenemos otros testimonios. Por ejemplo, a principios de noviembre de 1501 llegó a España Cristóbal Guerra con muchos indios que había esclavizado en Paria, isla Margarita y el golfo que forma con la Tierra Firme. Por una real cédula de 2 de diciembre de 1501 se ordenó al corregidor de Jerez de la Frontera, Diego Gómez de Cervantes, que averiguara por qué el citado Cristó32. 33. 34.
“Colección de viajes y descubrimientos”, 449-450. Ibídem, 450. La política indigenista de Isabel la Católica, 138 y 366-372.
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bal Guerra y sus compañeros prendieron y mataron a ciertos indios en la isla de Poynare, y por qué tomó otros vivos y vendió muchos de ellos en las ciudades de Sevilla, Cádiz, Jerez, Córdoba y otras partes, pues todo ello se hizo contra la real cédula de junio de 1500.35 Consideró el corregidor que como esos esclavos no habían sido hechos en buena guerra, que eran los únicos que según la orden ya publicada podían hacerse, Cristóbal Guerra fuera apresado, y además se le condenó a restituir a los indios como libres a su tierra, a costa suya y de sus acompañantes.36 En conclusión, como señala Silvio Zavala, la junta de teólogos y letrados resolvió que, en términos generales, los indios eran libres y no se podían vender, salvo los habidos en guerra justa.37 Es decir, se reconoce Y añadían: “... e siendo los dichos yndios Nuestros súbditos, e Nos, queremos saber la verdad de cómo lo susodicho pasó, e confiamos de vos que soys tal persona, que bien e fielmente fareys lo que por Nos, os fuere cometido e mandado, por la presente vos Cometemos e Mandamos, que luego vos informeys e sepays la verdad de por quantas vias e maneras la podieredes, saber quantos yndios e yndias mataron u truxeron los dichos Cristhóbal Guerra e los que con él fueron, e en que Isla los phrendieron e mataron, e quien fueron las personas que lo hicieron, e quanto truxo el dicho Cristhóbal Guerra, e quantos dellos vendió, e a qué personas, e por qué precios, e quantos están en su poder e de otras personas que non fayan sido vendidos; e ansí sabida la verdad, si allaredes lo susodicho ser e aber pasado como dicho es, tomeys luego de poder del dicho Cristóbal Guerra e de sus súbditos, todos los maravedís e precios porque fueron vendidos los dichos yndios e yndias, e tomeys los dichos yndios e yndias de poder de las personas que los thienen, rrestituyendo a cada uno el precio que a cada uno le costó; e los que non obieren seydo vendidos, los tomeys sin dar por ellos precio alguno; e ansi tomados e rrecogidos en vuestro poder, los unos e los otros los entregueys al Comendador de Lares Nuestro Gobernador de las Islas e Tierra-firme del Mar Océano, para que los lleve a la dicha Isla donde fueron tomados, e los ponga en libertad; e los maravedís que se montaren en los yndios que fueron vendidos en la Ciudad de Córdoba, Nos los ymbiad, para que Nos, Mandemos tomallos, e ymbiallos al dicho Gobernador; e ansi mismo para que seamos ynformados como a pasado lo susodicho, e de las culpas de los quen ello entendieron, Nos, ymbiad la dicha información que sobre todo ello obieredes, sinada de escribano ante quien pasare, e cerrada e sellada en manera que faga fée, para que Nos, la Mandemos ver e proveer cerca dello lo que sea xusticia. E entre tanto que Nos, la Mandamos, vos tened preso e a buen recabdo al dicho Cristóbal Guerra e a las otras personas quen ello allaredes culpados, e non los de sueltos nin fiados sin Nuestra Licencia e Mandado; para lo cual todo que dicho es e cada cosa dello, e para compeler e apremiar al dicho Cristhobal Guerra e a las otras personas que con él fueron, e a otras qualesquier personas de qualquier estado o condicion e parescer ante vos e axurar e descir sus dichos e disposiciones, e facer cumplir las otras cosas que de Nuestra parte mandaredes, e so las penas que de Nuestra parte les posieredes; las quales por la presente les ponemos e abemos por puestas; e para las ejecutar en las personas e bienes de los rremisos e ynobidientes, vos Damos poder complido con todas sus yncidencias e dependencias, anexidades e conexidades” (C.I.I., XXXI, 104-107). 36. SACO, J.A.: Historia de la esclavitud, 244. 37. Las instituciones jurídicas en la conquista de América, 45. 35.
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la pérdida de libertad por cautiverio, pero siempre que esos esclavos lo fueran por “buena guerra”. Para el profesor Domínguez, esto marca una diferencia clara entre el indio pagano capturado en guerra justa, del que lo era en guerra injusta.38 Por lo que se refiere al concepto de guerra justa, fue la Corona la encargada de establecerlo. Así, si en un principio se había considerado justa la guerra contra quienes se negaran a reconocer a los reyes de España como a sus señores o a aceptar la fe Católica, los abusos denunciados por algunos religiosos, modificaron tal planteamiento. Para Carlos I sólo sería justa aquella guerra en la que mediara ofensa previa por parte de los indios, y aún así, debía mantenerse la formalidad de leerles el requerimiento antes de practicar violencia alguna.39 Pero el propio autor del “requerimiento”, Palacios Rubios, hace una interesante puntualización. Por una parte, considera que los renuentes a someterse al dominio cristiano o que no admitían a los predicadores de la fe, daban causa a una guerra justa y, en consecuencia, podían ser esclavizados, siendo tal esclavitud de orden legal. Y, por otra, cree que también aquellos que no oponían resistencia pero eran ineptos para gobernarse o incapaces para asimilar el modo de vida occidental, podían ser llamados esclavos aunque“en sentido lato”, lo que significaba, siguiendo a Aristóteles, que debían servir a los que sabían, como los súbditos a los señores. Es decir, contra el infiel que se resiste se apela a la guerra y a la esclavitud legal; contra el obediente puede esgrimirse la servidumbre natural, que se funda en la ineptitud o barbarie. Ahora bien, esta servidumbre natural suponía un trato distinto que, en el caso de la Indias, correspondería a la institución de las encomiendas. Como apunta Silvio Zavala “el indio sometido a este régimen venía a ser considerado como hombre de condición libre, aunque sujeto a una servidumbre en sentido lato”.40 III.3. Restricciones a la libertad de los indios Lo cierto es que a partir del citado dictamen, las nuevas autoridades indianas fueron conminadas a respetar la libertad de los indios. Por ejemplo, en la Instrucción de 16 de septiembre de 1501 dada al Comendador de Lares Nicolás de Ovando, sobre lo que debía hacer en las Islas y Tierra-Firme como gobernador de ellas, se establece en primer lugar 38. 39. 40.
“Influencias de la conquista de América en la doctrina sobre el ius in bello”, 508. Ibídem, 509. La defensa de los derechos del hombre en América Latina, 28-29.
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el fin misional, esto es la conversión pacífica de los indios,41 y además se ordena al gobernador asegurar el buen trato a los indios, su libertad y el respeto a sus bienes y personas.42 Asimismo, para garantizar el fin material, especialmente la necesidad de mano de obra indígena, se compele a los indios a trabajar, eso sí a cambio de un salario justo.43 Es decir, la armonización del fin económico con la libertad del indio no se consiguió siguiendo el planteamiento de Colón de esclavizar y vender a los naturales de aquellas tierras, sino decretando en 1501 el trabajo obligatorio, a cambio de un salario justo que sería tasado por el gobernador. Pese a todo, no debió resultar fácil poner en práctica esta solución. Por ejemplo, sabemos que la citada Instrucción de Ovando planteó serios problemas de aplicación. Por ello dos años después de su promulgación, el 20 de diciembre de 1503, la reina Isabel dio una provisión en la que le comunicaba que había sido informada de que, a causa de la mucha libertad que tenían los indios huían y no querían tratar con los cristianos, que no querían trabajar, aún queriéndoles pagar un salario justo; que andaban vagabundos y, no se les podía evangelizar; y que no ayudaban a los cristianos en sus tierras, ni a sacar oro, de lo que se seguía gran perjuicio para unos y otros. Por todo ello le ordenaba que en adelante compeliera a los indios a tratar con los cristianos, a trabajar a 41.
“... porque Nos, deseamos que los yndios se conviertan a Nuestra Sancta Fée Católica, e sus ánimas se salven, porque este es el mayor bien que les podemos desear, para lo qual es menester que sean ynformados en las cosas de Nuestra Fée, para que vengan en conocimiento della, terneys mucho cuidado de procurar, sin les facer fuerza alguna, como los rreligiosos que allá están, los ynformen e amonesten para ello con mucho amor, de manera, que lo más presto que se pueda se conviertan; e para ello daréis todo el favor e ayuda que menester sea” (En C.I.I., XXXI, 13-14). 42. “Otro sí: procurareys como los yndios sean bien tratados e puedan andar seguramente por toda la tierra, e ninguno los faga fuerza, nin los rroben, nin fagan otro mal nin dapño, poniendo para ello las penas que vieredes ser menester, e ejecutándolas en las personas quen ella fueren culpantes e faciendo sobrillo los pregones e defendimientos nescesarios. ....Item: porque somos ynformados que algunos Cristhianos de las dichas Islas, especialmente La Española, thienen tomadas a los dichos yndios sus muxeres e fixas e otras cosas contra su voluntad; luego como llegaredes, daréis orden como se los vuelvan todo lo que les thienen tomado contra su voluntad, e defenderéis so graves penas, que de aquí adelante ninguno sea osado de facer los semejante, e si con las yndias se quysieren casar, sea de voluntad de las partes e non por fuerza” (Ibídem, 14-16). 43. “Item: porque para coger oro e facer las otras labores que Nos Mandamos facer, será necesario aprovecharnos del servicio de los yndios, compelir los eis que trabaxen en las cosas de Nuestro servicio, pagando a cada uno el salario que justamente vos pareciere que debieren de aber, sygund la calidad de la Tierra” (Ibídem, 16).
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cambio de su jornal y mantenimiento, y a que las fiestas y días que le pareciere se juntaran para ser doctrinados. Todo como personas libres que eran, no como siervos, pues los indios no estaban bajo el dominio de los españoles, sino en depósito o encomienda. Y para garantizar el buen trato a los indios, establecía severas penas a quienes les causaran mal o daño alguno.44 Sin embargo, los problemas de adaptación de los indios al nuevo régimen de trabajo a que se vieron sometidos, así como los abusos de los encomenderos obligándoles a esfuerzos excesivos o maltratándoles, plantearon un serio debate sobre las polémicas encomiendas que, pese a algunas modificaciones y supresiones episódicas, se mantuvieron hasta el siglo XVIII.45 Más difícil fue armonizar la libertad de los indios con el que desde las bulas era el objetivo principal de la colonización, es decir con el fin misional. Y es que para los monarcas era tan importante la conversión de aquellas gentes, que no dudaron en anteponer ese objetivo al principio de la libertad general de los indios, provocando restricciones del mismo. Así se desprende de una real cédula dada por la reina en agosto de 1503. En ella comienza señalando que fue voluntad del rey y suya convertir a todos los habitantes de las Indias, por lo cual ordenaron que nadie osara capturar o prender a los indios para hacerlos esclavos, ni les hicieran otro mal alguno en sus personas o en sus bienes, bajo las penas correspondientes. Que incluso los indios que ya se habían traído como esclavos, fueron liberados para así convencerlos de que fuesen cristianos. Además ordenaron que con los capitanes fuesen a las Indias algunos religiosos, encargados de adoctrinar en la Fe católica. Estos religiosos fueron muy bien recibidos en algunas islas, pero en otras no, concretamente en las habitadas por los caníbales nacalos, que se resistieron y mataron a algunos cristianos. Y en esa actitud permanecían, haciendo la guerra a los indios que estaban al servicio de la Corona, e incluso prendiéndolos para comérselos. Por todo ello, y debiendo tomar alguna medida, ordenó la reina a su Consejo que viesen y tratasen el caso. Decidió el Consejo que, puesto que los caníbales habían sido requeridos muchas veces para que se convirtiesen y se sometiesen a la obediencia de los reyes y tratasen bien a sus vecinos de las otras islas, y ellos no sólo se habían negado sino que además constantemente hacían la guerra a los españoles, y continuaban practicando los mismos peca44. 45.
“Colección de los viajes y descubrimientos”, 481-482. GARCIA-GALLO: “La condición jurídica del indio”, 171-174.
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dos contra natura, especialmente la antropofagia, se acordó, y la reina tuvo por bien, que en adelante cualquier persona que de su orden fuese a aquellas tierras, si se encontrase con caníbales que se resistiesen y se negasen a recibir y a oír a los españoles que iban a adoctrinarlos, pudiesen hacerlos cautivos y venderlos en cualquier lugar del reino, pagando a la Corona la parte que le correspondiere, y concluye: “porque trayéndoles de estas partes e sirviéndose dellos los cristhianos, podrán ser más ligeramente avertidos e ynstruidos a Nuestra Sancta Fée Católica”.46 IV.
EL TESTAMENTO DE LA REINA
En consecuencia, el fin misional provocó restricciones a la libertad general de los indios, dando lugar a una esclavitud legal de los mismos. La razón fue el carácter principal que los reyes católicos dieron a la evangelización de aquellas gentes, por encima de cualquier otra consideración legal. La importancia que tuvo el fin espiritual en la empresa americana queda patente en la cláusula décimo primera del codicilo del testamento de la reina Isabel, firmado en Medina del Campo el 23 de noviembre de 1504, donde manifiesta su posición ante tal cuestión americana con las siguientes palabras: “Item, por quanto al tiempo que nos fueron conçedidas por la sancta Se (sic) Apostólica las Yslas e Tierra Firme del Mar Océano, descubiertas e por descubrir, nuestra principal yntençion fue, al tiempo que lo suplicamos al papa Alexandro sexto, de buena memoria, que nos hizo la dicha concesión, de procurar de inducir e traer los pueblos dellas e les conuertir a nuestra sancta fe católica, e enbiar a las dichas Islas e Tierra Firme prelados e religiosos e clerigos e otras personas doctas e temerosas de Dios, para ynstruir los vezinos e moradores dellas en la fe católica, e les ensennar a doctrinar buenas costunbres, e poner en ello la diligencia deuida, segund mas largamente en las letras de la dicha conçession se contiene, por ende, suplico al rey, mi señor, muy afectuosamente, e encargo e mando a la dicha prinçesa, mi hija, e al dicho prínçipe su marido, que asi lo hagan e cumplan, e que este sea su prinçipal fin, e que en ello pongan mucha diligençia e non consientan nin den lugar que los yndios, vezinos e moradores de las dichas Yndias e Tierra Firme, ganadas e por ganar, reçiban agrauio alguno en sus personas ni bienes, mas manden que sean bien e justamente tratados, e si algund agrauio han reçebido, lo remedien e prouean por manera que no se exçeda en cosa
46.
C.I.I., XXXI, 196-200.
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BEATRIZ BADORREY MARTÍN alguna lo que por las letras apostolicas de la dicha conçession nos es iniungido e mandado”.47
La cláusula pone de manifiesto el afán misionero de la reina que tanto en Canarias como en América mantuvo como fin principal de sus proyectos la evangelización e instrucción en la fe católica de los indígenas. Por eso, a la hora de su muerte, pide al rey y a sus sucesores que sigan enviando clérigos y religiosos para instruir a los indios en la fe; además alude a la misión transculturadora y destaca el respeto y buen trato al indígena. No es extraño que alguna de sus frases –“nuestra intención fue de procurar inducir e atraer a los pueblos... e los convertir a nuestra fee católica”- quedara estereotipada en leyes y reales pragmáticas.48 CONCLUSIONES Desde los primeros relatos sobre el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo nos encontramos con un amplio abanico de datos en torno a la población indígena, lo que alimentó el concepto y la idea europea sobre los indios hallados. Ante tan diversas opiniones los españoles en general, y la Corona en particular, tomaron distintas posiciones que dependieron fundamentalmente de los intereses y objetivos de unos y otros con respecto a esa población indígena. En la conquista de la América española confluyeron dos objetivos fundamentales. De una parte se buscaban bienes materiales, esto es el dominio de nuevas tierras, ingresos y prestigio. De otra, se perseguía un fin espiritual: la conversión de nuevas gentes al cristianismo. Es claro que en Colón prevalece el fin material, es decir la idea de ganancia, lo que le lleva a admitir la esclavitud de los indios, al considerar que la venta de indígenas podía ser uno de los negocios más lucrativos del Nuevo Mundo. Por el contrario, para la Corona el fin principal que justificaba el dominio de aquellas tierras era el misional por ello, y pese a algunas dudas 47. El testamento de Isabel la Católica y otras consideraciones en torno a su muerte, estudio introductorio y comentario Vidal GONZALEZ SANCHEZ, Madrid, 2001, 50. 48. Ibídem, 205.
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iniciales, consideró que los indios eran hombres libres a los que había que intentar atraer a la fe católica por todas las vías y maneras posibles. Pero en la práctica no fue fácil armonizar esa libertad con los dos fines principales de la empresa americana, económico y espiritual, lo que provocará ciertas excepciones al principio general de libertad, que estarán muy vinculadas a la prioridad que se de a uno u otro fin. La armonización del fin económico con la libertad del indio no se consiguió siguiendo el planteamiento de Colón, de esclavizar y vender a los naturales de aquellas tierras, sino decretando en 1501 el trabajo obligatorio, a cambio de un salario justo que sería tasado por el gobernador. Todo ello como personas libres que eran, no como siervos, pues los indios no estaban bajo el dominio de los españoles, sino en depósito o encomienda. Esto justificó la existencia de las polémicas encomiendas que, pese a algunas modificaciones y supresiones episódicas, se mantuvieron hasta el siglo XVIII. Más difícil fue armonizar la libertad de los indios con el que desde las bulas era el objetivo principal de la colonización, es decir el fin misional. Y es que para la Corona era tan importante la conversión de aquellas gentes que no dudarán en anteponer ese objetivo a la libertad general. Así en 1503 la propia reina, siguiendo el parecer del Consejo, ordenó la esclavitud de aquellos que se resistiesen o negasen a recibir a los españoles que iban a adoctrinarlos, “porque trayéndoles de estas partes e sirviéndose dellos los cristhianos, podrán ser más ligeramente avertidos e ynstruidos a Nuestra Sancta Fée Católica”. El carácter prevalente del fin espiritual en la empresa americana queda patente en la cláusula décimo primera del codicilo del testamento de la reina Isabel, firmado en Medina del Campo el 23 de noviembre de 1504, donde manifiesta que cuando el Papa Alejandro VI les concedió la islas y tierra firme del Mar Océano: “... nuestra principal yntençion fue, ..... de procurar de inducir e traer los pueblos dellas e les conuertir a nuestra sancta fe católica,..”.
INQUISICIÓN Y CIERRE DE LAS ALJAMAS EN 1480: EL CASO DE MURCIA JUAN CARLOS DOMÍNGUEZ NAFRÍA
Es mucho lo que se ha escrito sobre la Inquisición española y, sin embargo, aún hay aspectos importantes sobre los que no tenemos un conocimiento preciso. Ello no es extraño, pues se trata de una institución creada en la vorágine del cambio político más trascendental de la Historia de España, en el que se mezclan multitud de factores difícilmente abarcables al mismo tiempo por el historiador. Además, siempre habrá que tener presente la evidencia de que el Santo Oficio fue un fenómeno propio de su tiempo, por lo que su estudio debe ser abordado en el contexto de cada momento histórico, con la intención de explicarlo, desde una proyección cronológica que camine de la Edad Media hacia la Moderna. Por otra parte, la Inquisición se consolida y comienza a adquirir en España una trascendental importancia e influencia política con los Reyes Católicos, pero lo cierto es que ellos no la inventaron.1 1. La Inquisición pontificia existía desde el siglo XII, había funcionado en Aragón y era prácticamente desconocida en Castilla. La solicitud de crearla en Castilla no fue una idea original de los Reyes Católicos, pues en 1442 el papa Eugenio IV había otorgado a la reina castellana María de Aragón una bula que curiosamente comienza con las mismas palabras que la de Sixto IV de 1478 —Exigit sincerae devotionis affectus— con la facultad de designar dos religiosos de su libre elección para que fueran al reino de Granada con jurisdicción extraordinaria respecto a los herejes huidos a dicho reino. Otro precedente más próximo
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Como tampoco inventaron los problemas que existían en España al llegar al trono, y uno de los más importantes era el de la convivencia con los judíos, por el rechazo social que ocasionaban, sobre todo desde finales del siglo XIV. A este respecto, acusar a los Reyes Católicos de crear la Inquisición y de expulsar a los judíos por racismo —propio de los monarcas o de la sociedad española en su conjunto— debe estimarse como una afirmación falsa por simplista y muy poco rigurosa.2 En lo que se refiere a los monarcas, sin duda Fernando e Isabel no eran hostiles a los judíos. Existen muchos datos para demostrarlo. Apenas subidos al trono atendieron numerosas peticiones para su protección, de tal forma que su comportamiento antes de 1480 puede sinteti1.
se dió en 1461, cuando Enrique IV pidió al papa Pío II el nombramiento como inquisidores del nuncio Venier y del obispo de Cartagena. El borrador de la bula estuvo redactado en el sentido sugerido por el monarca, pero la redacción definitiva no acogió la petición regia y dejó en manos del nuncio y del obispo de Cartagena la designación de los inquisidores. Probablemente la guerra civil fue la causa de que esta iniciativa no llegara a prosperar. (MARTÍNEZ DÍEZ, G., "Naturaleza y fundamentos jurídicos", en Historia de la Inquisición en España y América, obra dirigida por PÉREZ VILLANUEVA, J., y ESCANDELL BONET, B., Madrid, 1993, págs. 275-333, 282-283). 2. Benzion NETANYAHU, en su libro The origins of the Inquisition in fifteenth century Spain (Random House, Nueva York, 1995), traducido al español por Ángel Alcalá, y editado en España con el título Los orígenes de la Inquisición (Barcelona, 1999), ha sostenido la tesis de que la inmensa mayoría de los, según el autor, 600.000 conversos procedentes del judaísmo, fueron verdaderos cristianos, y que el argumento de su falsa y herética conversión no fue más que un pretexto insidioso para justificar la creación de la Inquisición y la posterior expulsión de los judíos. De esta forma, la Inquisición española fue una institución basada en un falso pretexto, que funcionó con acusaciones inventadas. En realidad, ambos fenómenos, Inquisición y expulsión, sólo respondían al racismo español, apuntado ya en los incidentes de Toledo de 1449, cuya raíz no era religiosa, sino racial. Un racismo al que Netanyahu llega a comparar con el propio del nazismo alemán: “Es verdad, nada demuestra de modo más convincente la debilidad de la llamada herejía judaica en España que la ascensión del fuerte movimiento racial contra los conversos en el mismo momento en que la cristianización de éstos los empujaba a la asimilación final… El racismo, como en otra parte hemos dicho con respecto a Alemania y España, es «el último obstáculo que el antisemitismo puede poner a la asimilación de los judíos con la mayoría de un país»” (pág. 1037 de la edición española). Semejantes argumentos fueron contestados en diversos artículos e intervenciones en congresos por José Antonio Escudero, Nicolás López Martínez, Antonio Domínguez Ortiz y Ricardo García Cárcel, quienes, sin dejar de reconocer las importantes aportaciones que el libro de Netanyahu hace al conocimiento de las judíos españoles y las nuevas fuentes en las que se basa —que valora con hábil sectarismo—, rechazan con múltiples argumentos la tesis nuclear de su autor. Una extensa muestra de estos artículos y de las respuestas del propio Netanyahu y de Ángel Alcalá, recogida por el “Dossier Netanyahu, a propósito de una polémica”, en Revista de la Inquisición, nº 8-1999, Madrid, págs. 275-346.
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zarse en la carta de 6 de septiembre de 1477, por la que declaraban a todas las aljamas bajo su protección.3 En cualquier caso, no parece necesario demostrar que los Reyes Católicos siempre estuvieron rodeados de conversos y judíos practicantes. La nómina de éstos sería muy extensa, pero baste recordar, entre los conversos, el apoyo en la primera hora de Andrés Cabrera; al obispo Juan Arias Dávila; o a los secretarios Hernando Pulgar, Fernando Álvarez y Alfonso de Ávila, del lado castellano, y los también secretarios Miguel Pérez de Almazán, Hernando de Zafra y Lope Conchillos más ligados a Fernando; además de los colaboradores judíos Abrahám Senior, Mayr Melamed e Isaac Abrabanel; o Samuel Abolafia, que atendió el suministro de las tropas durante la guerra de Granada. También se apoyaron los Reyes Católicos en los financieros Bienveniste (Abraham y Vidal), Caro, Ardutiel, Shoshan y Zemerro; en tanto que el médico de Isabel fue Lorenzo Badoç.4 Todo ello sin mencionar que por las venas de Fernando podía correr alguna gota de sangre hebrea, heredada de su madre, Juana Enríquez, hija del Almirante de Castilla Fadrique Enríquez y de Marina de Ayala.5 3.
SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., “La España de los Reyes Católicos”, en t. XVVII, vol. II de la Historia de España dirigida por MENENDEZ PIDAL, Madrid, 1983, pág. 242. “Por esta mi carta tomo y recibo en mi guarda y so mi amparo y defendimiento real a los dichos judíos de las dichas aljamas y a cada uno de ellos y a sus personas y bienes les aseguro de todas y cualesquier personas de cualquier estado que sean… y les mando y defiendo que no los hieran, ni maten ni lisen, ni consientan herir, ni matar ni lisiar.” (El texto tomado de PÉREZ, J., Historia de una tragedia. La expulsión de los judíos de España, Barcelona, 2001, pág. 76). Esta carta, por otra parte, no era ninguna novedad, pues respondía a una tradición jurídica propia de la Edad Media, tal y como recoge el Libro de los Fueros de Castilla: "Título de commo los judíos todos son del rey.- Esto es por fuero: que los judíos son del rey; maguer que sean so poder de ricos omnes o con sus caualleros, o con otros omnes o so poder de monesterios, todos deuen ser del rey en su goarda e para su seruyçio" (CVII). De hecho, esta titularidad de los reyes sobre los judíos fue el fundamento que se aplicó en la expulsión. 4. A este respecto vid. RÁBADE OBRADÓ, Mª P., Una elite de poder en la Corte de los Reyes Católicos: los judeoconversos, Madrid, 1994; y SUÁREZ FERNÁNDEZ, L, La expulsión de los judíos de España, Madrid, 1992, págs. 261-264. 5. El judaísmo que biologicamente afectaba a doña Juana, de existir, era mínimo y venía de muy lejos. En el arbol genealógico de doña Juana no se refiere con quién casó el bisabuleo de la madre del rey Católico, don Fadrique, maestre de Santiago, hijo de Alfonso XI y de doña Leonor de Guzmán, pero en un Memorial anónimo, de la segunda mitad del siglo XVI, se dice que el Maestre casó con “doña Paloma, judía de guadalcanal”. Esta es la base que hubo para afirmar que Fernando el Católico era, por parte de madre, de ascendencia judía, lo que probablemente fue un secreto a voces en los siglos XV y XVI. Además, una hermana de doña Juana Enríquez casó con el duque de Alba. (CASTRO, A., Sobre el nombre y el quién de los españoles, Madrid, 1985, págs. 51-54). En todo caso, una parte importante de la nobleza no quedó fuera de la sospecha de tener sangre hebrea, como argumentó el cardenal de Burgos, Francisco de Mendoza y Bobadilla, en el Tizón de la nobleza de España.
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En realidad el problema no era una cuestión personal de los Reyes Católicos, sino que tenía profundas raíces religiosas, mezcladas con otras circunstancias de carácter político y económico, mucho más complejas que el simple racismo antisemista. Además, este problema tenía una doble vertiente conflictiva que debe ser matizada: por una parte el rechazo contra los judíos, y por otra, contra los conversos. Semejante conflicto es evidente que respondía a motivaciones religiosas más que raciales, aunque mezcladas sin duda con la antipatía popular originado por la progresiva influencia política, eclesiástica y financiera que habían adquirido los numerosos neocristianos convertidos a lo largo del siglo XV y sus descendientes. Todo ello envuelto entre el secular desprecio de los judíos hacia los gentiles, y las siempre tortuosas relaciones entre los hebreos fieles a sus creencias ancestrales, y los que habían abrazado, con más o menos sinceridad y formación religiosa, la fe y las tradiciones cristianas. Una prueba de que la escalada social de los conversos del judaísmo alentaba enormemente su rechazo entre los cristianos viejos, es que en aquellos momentos no se planteó la expulsión de los mudéjares, que en número superior al de los judíos vivían en los reinos cristianos, aunque con una influencia social y económica sensiblemente inferior. Sin embargo, también es cierto que, a finales del siglo XV, no había recaído aún sobre los musulmanes el estigma de su falsa, interesada y herética conversión, que tan seriamente afectaba a los españoles de origen hebreo. Los moriscos terminaron siendo igualmente expulsados con el mismo objetivo de la unidad religiosa preconizado en 1492, pero esto sólo sucedió en 1609, bajo el recuerdo de la rebelión de las Alpujarras —una auténtica guerra civil— y en un marco estratégico diferente. Pues sobre esta expulsión pesó mucho el fundado temor de que los moriscos pudieran servir de “cabeza de puente” o “quinta columna” de los otomanos en el interior de España. De cualquier forma, en ambos procesos de expulsión de judíos y moriscos, no cabe duda de que el factor determinante fue el religioso, que al mismo tiempo también era político, pues la religión tenía ya un papel esencial en el nuevo Estado que habían comenzado a construir los Reyes Católicos.
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La Fe Católica también había jugado durante la Edad Media un esencial papel cohesionador en los reinos cristianos, pero en aquellos siglos la política de los monarcas había favorecido más al establecimiento de relaciones particulares con cada uno de los grupos sociales, locales o religiosos, a los que se les conferían los estatutos jurídicos que se consideraban oportunos para cada situación. En cambio, el Estado que emerge a finales del siglo XV aspiró desde el primer momento a una mayor homogeneidad y cohesión, por lo que los súbditos también debían profesar sin fisuras las creencias de sus soberanos, como fundamento y objetivo básico del nuevo Estado. Algo que explica cómo la esfera de lo religioso va a ser, a partir de aquellos momentos, mucho más controlada por los monarcas, incluso en detrimento de la propia Iglesia. Isabel y Fernando eran herederos de unas estructuras políticas, sociales y económicas procedentes de la Edad Media, que ellos no revolucionaron, sino que se limitaron a reorganizar proponiéndose grandes objetivos políticos. Así, en los primeros años de su reinado, tras haberse consolidado en el poder, su primer objetivo fue el del orden público, mediante la pacificación de los reinos, el control de las Hermandades en Castilla y la sujeción de la nobleza levantisca. El segundo, siempre directamente relacionado con el anterior, el de superar el fraccionamiento social de raíces religiosas entre cristianos, judíos y falsos conversos, considerándose más grave el problema de los falsos conversos que el de los judíos. De la misma forma que también se plantearon solucionar el problema de la conversión de los musulmanes, aunque ya tras la guerra de Granada, o el de los indios del Nuevo Mundo. Y en tercer lugar, al mismo tiempo, buscaron reformar la administración castellana y sus rentas, recuperando el patrimonio de la corona enajenado por sus antecesores o simplemente usurpado. En todo caso, la cuestión religiosa no se abordó sólo con el objeto de eliminar el problema de los falsos conversos, sino que debe enmarcarse en su más amplia acción ordenadora y revitalizadora de la vida de la Iglesia en España,6 y en su vocación misionera en las Indias, desde unas convicciones cristianas en las que los Reyes Católicos —especialmente Isabel— creían con absoluta firmeza y sinceridad. 6. No puede olvidarse que en los momentos en que se tramitaba la bula creadora de la moderna Inquisición española, en el verano de 1478 se celebraba la Congregación del clero en Sevilla, reordenadora de la Iglesia española.
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El problema de los judíos estaba muy arraigado. En 1391 el conflicto había estallado abierta y violentamente contra ellos, pero al iniciarse el reinado de los Reyes Católicos, como ya se apuntó, era mucho más peligroso y complejo por el giro que le habían dado los conversos, gracias a cuyo bautismo muchos se habían encaramado a cargos de la administración, concejiles y hasta eclesiásticos, de gran poder político y relevancia económica y social. El escándalo que ello producía era mayúsculo, pero no porque los judíos se bautizaran, sino porque se afirmaba —y se creía firmemente por toda la sociedad— que muchos de los conversos aún judaizaban, especialmente los que habitaban del río Tajo hacia el sur, lo que generaba en esas zonas un mayor rechazo con muy previsibles desórdenes públicos.7 Posteriormente, los inquisidores demostrarían que el problema era bastante real, sin que ello suponga una justificación de los medios que utilizaron para probarlo. La falsedad en la conversión al cristianismo no era inocua, ni afectaba sólo a la esfera privada o espiritual, sino que era el acto criminal más grave que se podía cometer, pues constituía un delito de “lesa majestad divina y humana” —la herejía—, tipificado y castigado por todos los ordenamientos jurídicos de los reinos cristianos con la pena de muerte ejecutada en la hoguera, la confiscación de todos los bienes del hereje, y la infamia para sus familiares y descendientes hasta la cuarta generación.8 A este respecto conviene recordar que la infamia no sólo afectaba a los descendientes de hebreos condenados por falsos conversos, sino a cualquier clase de herejes 7. Un conocido opúsculo redactado en el entorno de Tomás de Torquemada, el Tratado del Alborayque, compuesto en 1488 por Fray Fernando de Santo Domingo, afirma que en Castilla la Vieja, apenas hay herejes entre los conversos, pero en el reino de Toledo, en el de Murcia, y en toda Andalucía y Extremadura, apenas se podía hallar entre ellos ni siquiera un sólo cristiano fiel. Advirtiendo que podría ocurrir que la herejía se extendiese de éstos a aquéllos. (BAER, Y., Historia de los judíos en la España cristiana, 2 t., Madrid, 1981, II, pág. 620) 8. En Castilla los dos textos legales más significativos a este respecto eran el Fuero Real y Las Partidas, ambos pertenecientes a Alfonso X el Sabio, "Ningún cristiano non sea osado de tornarse judío nin moro, nin sea osado de facer su fijo moro ni judío, et si lo alguno ficiere, muera por ello, e la muerte sea de fuego." (Fuero Real, IV, I, 1). "Qué pena merece el Christiano que se tornare judío:Tan malandante seyendo algund christiano que se tornasse judío mandamos que lo maten por ello bien assí como si se tornasse hereje. Otrosí dezimos que deven fazer de sus bienes en aquella manera que diximos que fazen de los averes de los herejes". (Partidas, VII, XXIV, 7).
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de acuerdo con los principios del Derecho común romano y canónico.9 Para completar este complejo panorama hay que explicar que los judíos representaban para los conversos una doble y contradictoria referencia: de atracción y de rechazo. De atracción, porque para los judíos un converso al cristianismo era un pecador, y hasta un traidor, pero ni había dejado de pertenecer al pueblo hebreo, ni los rabinos podían negarse a perdonar a los arrepentidos. Por ello se les acusó a los judíos de hacer proselitismo para atraerse de nuevo a los conversos más tibios, hasta el extremo de que éste argumento fue la principal justificación del llamado “decreto de expulsión” de 1492. En lo que se refiere al rechazo que producían los judíos fieles entre sus antiguos correligionarios, no hay que olvidar que muchos conversos, especialmente los que se habían encaramado al poder y a los puestos más altos de la Iglesia, eran especialmente críticos con ellos, tal vez con objeto de mostrar así la autenticidad de su conversión o la de sus antepasados. Pues bien, a grandes problemas, soluciones contundentes. Así, para solucionar el problema de los falsos conversos (separar a las manzanas buenas de las podridas) se dio la solución de que los reyes pudieran nombrar inquisidores, lo que obtuvieron del papa Sixto IV en 1478 para solucionar el problema de los judíos, primero se decidió su confinamiento en las aljamas, para evitar el contacto con los conversos, y luego, reconocido el hecho de que la separación física entre unos y otros no era suficiente, se decreto su expulsión en 1492. Y esta es, así de sencilla y clara, la argumentación recogida por el llamado “decreto” de expulsión, de 31 de marzo de 1492: "Porque Nos fuimos informados, que en estos nuestros reynos había algunos malos cristianos que judaizaban, y apostataban de nuestra santa Fe Católica, de lo qual era mucha causa la comunicación de
Así, por por ejemplo, la Decretal de Inocencio III, de 25 de marzo de 1199, que equiparaba la herejía al delito de laesae maiestatis: “Ni en modo alguno debe omitirse este tan severo castigo con el pretexto de cierta aparente misericordia hacia los hijos del que ha perdido sus bienes, cuando dichos hijos siguen la recta fe; pues muchas veces, según el juicio divino, también los hijos sufren en lo temporal por los padres y, conforme a las penas canónicas, alguna vez el castigo recae no sólo sobre los autores de los crímenes, sino también sobre los descendientes de los condenados.” El texto en MARTÍNEZ DÍEZ, G., Bulario de la Inquisición española, Madrid, 1998, pg., 11. 9.
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JUAN CARLOS DOMÍNGUEZ NAFRÍA los judíos con los cristianos, en las Cortes que hicimos en la ciudad de Toledo el año pasado de 1480 años mandamos apartar los dichos judíos en todas las ciudades, y villas y lugares de los nuestros reynos y señoríos en las juderías y lugares apartados, donde viviesen y morasen, esperando, que con su apartamiento se remediaría. Otrosí habemos procurado, y dado orden como se hiciese inquisición en los dichos nuestros reynos, la qual, como sabéis, ha mas de doce años que se ha hecho y hace, y por ello se han hallado muchos culpantes, según es notorio; y según somos informados de los Inquisidores, y de otras muchas personas religiosas, y eclesiásticas y seglares, consta y paresce el gran daño que a los cristianos se ha seguido y sigue de la participación, conversación y comunicación que ha tenido y tienen con los judíos, los quales se prueba, que procuren siempre, por quantas vías mas pueden, de subvertir y substraer de nuestra santa Fe Católica a los fieles cristianos, y los apartar de ella, y atraer y pervertir a su dañada creencia y opinión, instruyéndoles en las ceremonias y observancia de su ley... por ende Nos, con consejo y parescer de algunos Perlados y Grandes Caballeros de nuestros reynos, y otras personas de ciencia y consciencia del nuestro Consejo, habiendo habido sobre ello mucha deliberación, acordamos de mandar salir todos los dichos judíos y judías de nuestros reynos, y que jamas tornen ni vuelvan a ellos ni alguno de ellos;..."10
No puede afirmarse que la expulsión de los judíos fuera un hecho decidido de antemano por los Reyes Católicos durante el proceso de creación de la Inquisición, aunque es muy probable que los partidarios más radicales del Santo Oficio sí tuvieran una idea mucho más nítida de que las cosas debían terminar en ese punto. Un claro indicio de ello fue la decisión de los inquisidores, promulgada el 1 de enero 1483, de expulsar a todos los judíos de la archidiócesis de Sevilla, con los obispados de Córdoba y Cádiz.11 Expulsión que también se planteó para los obispados de Zaragoza y Albarracín. Otro indicio del endurecimiento de la política contra los judíos puede ser el trato que como cautivos recibie10.
Nueva Recopilación, VIII, II, 2, y Novísima Recopilación, XII, I, 3. PÉREZ, junto con las dos provisiones reales conocidas (para Castilla firmada por Isabel y Fernando, y para la Corona de Aragón firmada únicamente por Fernando) se refiere a la existencia de otro texto de Torquemada, fechado en Santa Fe el 20 de marzo, y redactado en términos mucho más duros contra los judíos. (Historia de una tragedia, págs. 108-109). Dicho documento fue publicado por CONDE Y DELGADO DE MOLINA, R., La expulsión de los judíos de la Corona de Aragón. Documentos para su estudios, Zaragoza, 1991. 11. El mismo rey Fernando escribía en 1486: “por experiencia parece que todo el danyo, que en los cristianos se ha fallado, del delito que la heregía, ha procedido de la conversación e práctica que con los judíos han tenido las personas de su linaje.” (citado por LÓPEZ MARTÍNEZ, N., “Nueva teoría sobre el origen de la Inquisición española”, en Revista de la Inquisición, núm. 8, 1999, págs. 279-285, 283).
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ron en las poblaciones ocupadas durante la guerra de Granada. Tal fue el caso de los judíos expulsados de Málaga en 1487. Por ello, es probable que los Reyes Católicos adquirieran la convicción de que los judíos tenían que marcharse o convertirse con anterioridad a 1492, pero que no era conveniente adoptar esta medida en plena guerra. Sobre todo, como afirma Torres Fontes, teniendo en cuenta que en la década que se extiende desde 1482 a 1492, la política real se centró en la guerra de Granada, a la que se subordinaron toda clase de actividades humanas y económicas, y aunque los judíos no participaran directa ni personalmente en ella, se vieron afectados por sus exigencias tributarias, cada vez mayores, para atender el considerable gasto que suponía la contienda.12 Es posible que la expulsión se fuera posponiendo por estas razones, pero lo cierto es que, en el momento en que se completó la gran empresa de la unificación cristiana de toda España, lo que fue interpretado como una señal de la providencia divina, también se desmoronó la base política que había servido de fundamento para la existencia de la población judía dentro de sus fronteras. Tal vez pueda discutirse si la versión oficial de los hechos ofrecida por el “decreto de expulsión” esconde otras motivaciones, pero éstas siempre tendrán que valorarse desde la mentalidad del siglo XV y no desde la del XXI. En cualquier caso, tales aspectos desbordan con mucho el marco de este artículo, que se centra sobre todo en la decisión de separar a los judíos de los cristianos, adoptada en las Cortes de 1480, como una medida complementaria a la decisión de implantar la Inquisición en España y previa a la expulsión de 1492. DE LA CREACIÓN DE LA INQUISICIÓN EN 1478 A LAS CORTES DE TOLEDO DE 1480 La cuestión queda planteada de la siguiente forma. El 1 de noviembre de 1478, Sixto IV dicta la bula Exigit sincera devotionis, que autorizaba a Fernando e Isabel a nombrar inquisidores que persiguieran a los falsos conversos. Sin embargo, los monarcas no ejercieron este derecho, nombrando a los primeros inquisidores, hasta el 27 de septiembre 12. “La judería murciana en la época de los Reyes Católicos”, en Espacio, Tiempo y Forma, Revista de la Facultad de Geografía e Historia de la UNED, Serie III, 6, Madrid, 1993, págs. 177-228, 220.
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de 1480.13 ¿Cuáles fueron las razones de este retraso que ha sido calificado como vacatio legis?14 De forma previa debo hacer la observación de que no parece posible dar aún una respuesta definitiva a esta pregunta, de la que, además, se ha ocupado recientemente con más autoridad José Antonio Escudero.15 En todo caso conviene recordar que Llorente consideró a este respecto la posibilidad de que Isabel la Católica hubiera ofrecido cierta resistencia a implantar la Inquisición en sus reinos. Pese a las críticas que esta opinión ha merecido, es muy probable que no sea del todo falsa, y que la reina, influida entre otros por el cardenal Pedro González de Mendoza y por Hernando de Talavera, se inclinase por una labor misionera previa a la acción inquisitorial. Como de hecho así sucedió. Ahora bien, sin valorar tampoco la posible antedatación de la bula de Sixto IV, y sin entrar el tiempo que transcurrió entre su firma y la recepción en la cancillería de los reyes de Castilla, es evidente que por aquellos años aún se estaba en guerra con Portugal, pues el tratado de Alcaçovas no se firmó hasta el 4 de septiembre de 1479. De esta forma, pese a la favorable marcha de la guerra, cualquier estrategia prudente desaconsejaba abrir dos frentes al mismo tiempo, y las dificultades de orden público que podían crear las actuaciones de los inquisidores tenían que valorarse en este contexto bélico, así como en el de la más que probable guerra contra el reino de Granada, necesaria para devolverlo al vasallaje roto durante de la Guerra de Sucesión. El peligro de una reacción violenta por parte de los conversos no era sólo teórico, ni únicamente residía en la imaginación paranoica de los más fanáticos anticonversos. Lo cierto es que toda la trama para implantar la Inquisición se estaba urdiendo en Sevilla, y los antecedentes allí no eran nada tranquilizadores, pues la ciudad se había ensangrentado por la 13.
Los Reyes Católicos nombran en Medina del Campo, el 27 de septiembre de 1480, a los dos primeros inquisidores para Sevilla: los dominicos fray Miguel Morillo y fray Juan de San Martín. A éstos se sumaron dos ayudantes: López del Barco y Juan Ruiz de Medina. Además estaban capacitados para designar otro personal auxiliar. 14. GONZÁLEZ NOVALÍN, J. L., “La Inquisición española”, en Historia de la Iglesia en España, obra dirigida por GARCÍA-VILLOSLADA, t. III-2º: “La Iglesia en la España de los siglos XV y XVI”, Madrid, 1980, págs. 107-268, 126. 15. “Fernando, Isabel y la introducción de la Inquisición en España”, en Actas del Congreso Internacional sobre Los problemas de la intolerancia: orígenes y etapa fundacional de la Inquisición, Madrid-Segovia 20-21 de febrero de 2004”, (en imprenta).
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lucha entre Guzmanes y Ponce de León, probablemente endémica a todo el siglo XV, que casi había llegado a las últimas consecuencias a finales del reinado de Enrique IV. Lucha de bandos en la que estaban implicados judíos y conversos, decididos partidarios de Enrique de Guzmán, duque de Medinasidonia y cabeza de una casa tradicionalmente protectora de estas minorías, en su enfrentamiento con Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz. Así, en 1476 Medinasidonia incluso había proporcionado armas a cuatrocientos conversos sevillanos para hacerse fuertes en el Alcázar e impedir el acceso de la Hermandad, privándole Isabel, el 10 de septiembre de 1477, de la tenencia de dicho Alcázar, las Atarazanas y la Puerta de Jerez.16 Por este antecedente de resistencia armada, la conjura dirigida años más tarde por los conversos Diego Susán, Manuel Saunín o Pedro Fernández Benadeva, y descubierta por los inquisidores de Sevilla en 1480, puede que tuviera más fundamento del que suele atribuírsele. Incluso es probable que se desconfiara más en aquel momento de los cristianos viejos que de los conversos, pues aquéllos estaban muy exaltados por las vehementes prédicas de algunos clérigos y ya habían protagonizado con anterioridad incidentes muy violentos en Córdoba y Jaén (1473). Subversiones del orden en uno y otro sentido que los Reyes Católicos ni querían ni podían permitirse en aquellos delicados comienzos de su reinado. Además, desde otro punto de vista, era imprescindible valorar la auténtica dimensión del problema de los falsos conversos. Actuación que se va a centrar en Sevilla, donde los Reyes Católicos habían establecido la corte desde 1477, y donde fueron convencidos de la necesidad de la actuación inquisitorial. Lugar inquietante por cuanto, además de la gran importancia de esta judería y por la numerosa población judía y conversa sevillana, existía la creencia de que en esta ciudad debía aparecer el Anticristo.17 Otra cuestión añadida era la de que los inquisidores no iban a tener jurisdicción sobre los judíos, y sólo podrían actuar contra quienes estuvie16.
MONTES ROMERO-CAMACHO, I., “El antijudaísmo o antisemitismo sevillano hacia la minoría hebrea”, en Los caminos del exilio. Segundos encuentros judaícos de Tudela, Navarra, 1996, págs. 73-157, 146. Sobre el conflicto entre Medinasidonía y Ponce de León, vid. SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., “La España de los Reyes Católicos”, en Historia de España dirigida por Menéndez Pidal, t. XVII*, Madrid, 1978, págs. 268-278. 17. MONTES ROMERO-CAMACHO, I., “La minoría hebrea sevillana a fines de la Edad Media”, en Andalucía entre Oriente y Occidente (1236-1492). Actas del V Coloquio Internacional de Historia Medieval de Andalucía, coordinado por CABRERA, E., 27-30 de noviembre de 1986, Córdoba, 1988, págs. 551-568, 566.
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ran bautizados, por ello era imprescindible diferenciar previamente a unos de otros —judíos bautizados de judíos no bautizados—, cosa que según los más exaltados no era sencilla en algunos lugares de Andalucía. De ahí que se emprendiera una doble campaña en el intervalo de tiempo transcurrido entre la bula de 1478 y el nombramiento de los primeros inquisidores en 1480: una de catequización a los neoconversos y otra de separación drástica de los judíos. Decisión esta última acordada para Sevilla prácticamente al mismo tiempo que se recibía la bula de autorización para nombrar inquisidores, y que con carácter general se adoptó después por las Cortes de Toledo de 1480 para todas las ciudades de Castilla. Cortes que, por otro lado, también tuvieron la finalidad de organizar el reino en lo económico y en lo administrativo, con la mirada puesta en los proyectos de envergadura que los Reyes Católicos habían de emprender. Roma sabía que la cuestión de los conversos en España no era algo imaginario, pues la Inquisición aparecerá tras las conversaciones con el nuncio Nicolás Franco en octubre de 1477, quien había comunicado a Isabel la preocupación que sentía el papa Sixto IV por causa de los informes que estaba recibiendo acerca de este problema. A tales noticias se sumaron otros datos que los propios reyes recogieron durante su estancia en Sevilla (fines de julio de 1477-octubre de 1478). Allí se habló de la necesidad de recurrir al procedimiento inquisitorial, tal y como se había intentado ya en tiempos de Enrique IV, pero los reyes consideraban que reproducir aquel proyecto y encomendárselo a dos obispos era ineficaz, por lo que consideraron necesario que los inquisidores dependieran directamente de ellos, hasta el extremo de poder nombrarlos. Azcona señala como importantes inspiradores de esta medida a Juan de Porres (nuevo alcalde de Palos, que escribió a la reina contra los conversos en términos dramáticos) y el exaltado dominico, prior del convento de San Pablo, Alonso de Hojeda, conocido como el segundo fray Vicente. Igualmente tuvo que influir en el ánimo de Isabel su confesor fray Tomás de Torquemada, que estuvo desde el primer momento entre quienes preconizaban la Inquisición, como ya lo demuestra en su obra Las cosas que debían remediar los reyes, en la que trata con dureza a los judíos y falsos conversos, y amplía el marco de las amenazas contra la religión a los “… muchos blasfemadores, renegadores de Dios y de los Santos, y ansí mesmo hechiçeros y adivinos,” que había en Castilla.18 18.
AZCONA, T. de, Isabel la Católica, Madrid, 1993, págs. 499-500.
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Adoptada la decisión, era imprescindible que el pontífice otorgara a los monarcas la facultad para designar a los inquisidores. A lo que fueron autorizados finalmente el 1 de noviembre de 1478, por la bula Exigit sincera devotionis. Sin embargo no ejercieron este derecho por el momento, dejándose dormir la bula durante casi dos años, tiempo que debía dedicarse a una intensa catequesis de los conversos, encomendada a fray Hernando de Talavera, al cardenal Mendoza, y al obispo de Cádiz, Alonso de Solís, este último como administrador apostólico de Sevilla. La actuación se iba a concentrar en dicha ciudad, buscando probablemente un ejemplo que moviese a todos los conversos a confesar sus errores y sus culpas, recibiendo la oportuna penitencia. Para ello los tres responsables redactaron un documento pastoral a modo de catecismo, que definía con sencillez los mandamientos de la Iglesia y que debía orientarles en sus creencias y conducta religiosa.19 Pulgar describe este “catecismo” en su Crónica con las siguientes palabras: “De la forma que debe tener el cristiano desde el día que naçe, así en el sacramento del bautismo, como en todos los sacramentos que debe reçibir, e del uso que debe usar e creer, como fiel cristiano en todos los días e tiempo de su vida e al tiempo de su muerte. E mandolo publicar por todas las iglesias de la cibdat e ponerlo en tablas en cada parroquia, por firme constitución. E otrosy de lo que los curas e clérigos deven doctrinar a los feligreses, e los feligreses deven guardar e mostrar a sus fijos.”20
19. SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., Isabel I, Reina, Madrid, 2000, págs. 300-301. De esta falta de formación cristiana de los conversos sevillanos se quejaba Pulgar en una carta escrita al cardenal Mendoza, posiblemente a petición de éste, una vez que los inquisidores ya habían comenzado a actuar: “Yo creo, señor, que allí hay algunos que pecan de malos, y otros, y los más, porque se ban tras aquellos malos, y se yrían tras otros buenos, si los obiese. Pero como los viejos sean allí tan malos cristianos, los nuevos son tan buenos judíos. Sin duda, señor, creo que mozas doncellas de diez a veinte años hay en el Andalucía diez mill niñas, que dende que naçieron nunca de sus casas salieron, ni oyeron ni supieron otra dotrina sino la que vieron hazer a sus padres de sus puertas adentro. Quemar todos éstos sería cossa crudelíssima, y aún difiçile de hazer, porque se ausentarían con desesperación a lugares donde no se esperase dellos coreptión jamás; lo qual sería gran peligro de los ministros, y gran pecado.” (La carta estudiada por CANTERA, en “Fernando del Pulgar y los conversos”, en Sefarad, IV, 1944, págs. 295-348, 306-310) 20. Edición y estudio de CARRIAZO, J. de M., 2 vols., Madrid, 1943, vol. I, pág. 344. Para AZCONA (Isabel la Católica, pág. 508 y n. 76) no se trataba de un catecismo propiamente dicho, sino de una constitución en parte catequética y en parte preceptiva. F. ESCUDERO, en su Tipografía hispalense (Madrid, 1984, p. 116, n. 95) cita un Catecismo pro Iudeorum conversiones, impreso en Sevilla en 1478 a nombre de Mendoza, aunque no ha podido encontrarse ningún ejemplar.
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Se ha discutido si precisamente fueron las presiones sobre la joven reina, por parte entre otros del cardenal Mendoza y de Hernando de Talavera,21 lo que motivó este retraso en nombrar inquisidores. Tiempo durante el que incluso Isabel pudo negarse al establecimiento de la Inquisición. Esto es bastante dudoso, pero sí debieron de convencerse los reyes de que los neoconversos habían carecido de una buena instrucción religiosa, por lo que con no poco idealismo, presente también en la actividad misionera que más tarde realizó Talavera sobre los moriscos granadinos, se decidió la catequización antes referida.22 De todas formas, como ya se ha dicho, también era necesario separar a los judíos de los conversos, por eso, al mismo tiempo que los reyes solicitaban y recibían del papa la bula que les autorizaba a nombrar inquisidores, y paralelamente a la predicación catequética emprendida, Isabel y Fernando también decidieron confinar a todos los judíos de Sevilla en una aljama cerrada, pues estaban bastante dispersos por la ciudad. Proceso de concentración que, como se verá, era bastante complicado. Así, se decidió a finales de 1478 que los judíos fueran concentrados en el Corral de Jerez y el Alcázar Viejo, próximo a la puerta de Jerez. Esta decisión tiene un gran interés, porque se debió adoptar prácticamente al mismo tiempo que los Reyes Católicos recibían la bula de Sixto IV, firmada el 1 de noviembre. Ello se deduce de un documento firmado por Isabel, el 8 de diciembre de 1478, del siguiente tenor:
21.
LLORENTE, J. A., entendió que esto fue así: “La suavidad de carácter de esta excelente reina era obstáculo para establecimientos de rigor; pero se le atacó por donde siempre renunciaba a su propio dictamen... Se la persuadió ser obligación de conciencia en las circunstancias concurrentes,...” (Historia crítica de la Inquisición española, 4 vols, Madrid, 1980, I, pág. 126). Sin embargo, Pulgar, en la carta dirigida al cardenal Mendoza, ya citada, se refiera Isabel como la persona que toma las decisiones: “También me parece, señor, que la Reina nuestra señora haze lo que deue como Reina cristianísima es obligada de hazer, y no deue más a Dios de lo mandar.”(CANTERA, Fernando del Pulgar y los conversos, pág. 307) 22. LLORENTE también afirma: “Como la joven reina no tenía inclinación a la novedad, hizo suspender la ejecución de la bula, hasta ver si el mal que se había referido podía remediarse con medios más suaves. Para este fin tenía dispuesto por su orden el cardenal Mendoza, arzobispo de Sevilla, un catecismo acomodado a las circunstancias para los cristianos nuevos, el cual publicó en su arzobispado, año 1478, recomendando mucho a los párrocos la explicación frecuente y clara de la doctrina cristiana en conferencias particulares a los neófitos.” (Historia crítica de la Inquisición española, I, pág. 127)
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“Sepades que por parte del aljama de los judíos de la muy noble e muy leal çibdad de Sevilla me fue hecha relaçión por su petición que ante mi en el mi Consejo fue presentada, disiendo que ellos se temen y recelan que algunos cavalleros y personas vesinos de la dicha çibdad que ante vos las dichas justicias entienden daclarar por cabsa de se aver pasado el corral de Xeres por mandado del rey mi señor e de mi,…”23
No dispongo aún del texto del documento por el que se decide el confinamiento de los judíos en la nueva judería, por lo que desconozco el plazo que se les dio para ejecutar los traslados. No obstante, sí cabe hacer la conjetura de que esta decisión se tomara en el mes anterior al recibo de estas quejas de los judíos, es decir en noviembre de 1478 (¿al recibirse de la bula de Sixto IV de 1 de noviembre?), y que el plazo para ejecutar el traslado fuera de dos años, pues incluso había que construir las casas, porque fue el plazo que se marcó en la ulterior decisión general de confinamiento de los judíos, adoptado por las Cortes de Toledo de1480. Plazo que prácticamente coincide con los dos años de vacatio legis de la bula, ya que los primeros inquisidores sevillanos, Morillo y San Martín, fueron nombrados el 27 de septiembre de 1478, comenzando a actuar al mes siguiente, con tanta eficacia que el 6 de febrero de 1481 se celebraba en Sevilla el primer auto de fe de la Inquisición española, con seis relajados en persona y la predicación de Alonso de Hojeda, que murió a los pocos días. Es muy probable que, por tanto, la referida vacatio legis de la bula de Sixto IV, tuviera su explicación en la necesaria espera a que se considerase aceptablemente cumplida la orden de trasladar a los judíos al Corral de Jerez y el Alcázar Viejo. Además, si durante el verano de 1480 aún existía alguna duda sobre la conveniencia de nombrar inquisidores, Diego Alonso de Solís, obispo de Cádiz, el asistente de Sevilla Diego de Merlo, y el ya citado fray Alonso de Hojeda, prior del convento dominico de San Pablo, informaron a los reyes sobre la aplicación de las medidas catequizadoras de los conversos sevillanos, comunicándoles que la campaña había resultado un absoluto fracaso.24 Eran muy escasas las abjuraciones, —seguramente porque las penitencias previstas inspiraban temor— y en consecuencia recomendaban pasar a la acción y nombrar a los inquisidores, 23. SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., Documentos acerca de la expulsión de los judíos, Valladolid, 1964, doc. 33, págs. 146-148. 24. LLORENTE, Historia crítica de la Inquisición española, I, pág. 127.
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tal y como les autorizaba la bula de Sixto IV.25 A todo este proceso se refirió el cronista converso Pulgar:26 “Esto sabido por el rey e por la Reyna, ovieron grande pesar, por se fallar en su señorío personas que no sintiesen bien de la fe católica, e fuesen herejes e apostatas. Sobre lo qual el cardenal de España, que era arzobispo de Sevilla, fizo cierta constitución, conforme a los sacros cánones, de la forma que el cristiano debe tener desde el día que naçe, así en el sacramento del bautismo como en todos los otros sacramentos que debe reçebir, e del vso que debe usar et creer, como fiel cristiano, en todos los días et tiempo de su vida, e al tiempo de su muerte. E mandólo publicar por todas las iglesias de la çibdat, e ponerlo en tablas en cada parroquia, por firme constituçión. E otrosy de lo que los curas e clérigos deven dotrinar e mostrar a los feligreses, e lo que los feligreses deven guardar e mostrar a sus fijos. Otrosí, encargaron el Rey y la Reyna e el cardenal a algunos frailes et clérigos, e otras personas religiosas, que dellos predicando en público, dellos en hablas priuadas et particulares, ynformasen en la fe a aquellas personas, et los ynstruyesen et redujesen a la verdadera creencia de Nuestro Saluador Jesucristo; e les amonestasen et requiriesen que dexasen de facer aquellos ritos judaycos, e les mostrasen en quánta danaçion perpetua de sus ánimas et perdiçion de sus cuerpos e bienes yncurrían por lo facer. Estos religiosos a quien fue dado este cargo, como quier que primero con dulces amonestaciones e después con agras reprehensiones, traba-
SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., Isabel I, Reina, Madrid, 2000, pág. 301. CANTERA estima que el cronista era converso, a partir del texto de otra carta dirigida al Cardenal Mendoza. No era el único secretario converso de la Reina, otros dos conversos serían Fernando Álvarez y Alfonso de Ávila. El texto de la carta en la que se declara converso es el siguiente: “Sabido avrá V. S. aquel nuevo estatuto fecho en Guipúzcoa, en que ordenaron que no fuésemos allá a casar, ni morar, …”. En dicho documento se muestra además muy despreciativo hacia los guipuzcoanos, lo que sorprende teniendo en cuenta que el Cardenal, como el mismo Pulgar refiere, había nacido en esa tierra. También se mofa con prepotencia de los estatutos de limpieza de sangre: “… como si no estouiera ya sino en yr a poblar aquella fertililidad de axarafe, y aquella abundancia de campiña. Un poco parece a la ordenanza que fizieron los pedreros de Toledo de no mostrar su officio a confeso ninguno… Assi me vala Dios, señor, bien considerado no vi cosa más de reyr para el que conoce la qualidad de la tierra et la condición de la gente. ¿No es de reyr que todos o los más enbían acá sus fijos que nos sivan, et muchos de ellos por moços d’espuelas, et que no quieran ser consuegros de los que dessean ser seruidores?... No sé yo por cierto, cómo se pueda proporcionar: desecharnos por parientes y escogernos por señores; ni menos entiendo cómo se puede compadecer de la vna parte prohibir nuestra comunicación et de la otra henchir las casas de los mercaderes y escriuanos de acá de los fijos de allá, et instituir los padres ordenanzas injuriosas contra los que les crían los fijos et les dan oficios et caudales et dieron a ellos quando moços. Quanto yo, señor, más dellos vi en casa del Relator aprendiendo a escribir, que en casa del marqués Iñigo López aprendiendo a justar. Tanbién seguro a vuestra señoría que fallen agora más guipuces en casa de Fernand Aluarez et de Alfonso Auila, secretarios, que en vuestra casa ni del condestable, avnque soys de su tierra.” En la mism carta igualmente afirma que los estatutos “no eran a gusto de la Reina doña Isabel.” (Fernando del Pulgar y los conversos”, págs. 298-301). 25. 26.
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jaron por reducir a estos que judayzauan, pero apruechó poco, porque su pertinacia fue vna çeguedat tan neçia et vna ynorançia tan çiega, que como quier que negaban e encubrían su yerro, pero secretamente tornauan a reacer el él, et facer e guardar sus ritos judaycos.”27
En lo que respecta a las quejas de los judíos por su traslado, Isabel tomó “so mi seguro e so mi guarda, amparo e defendimiento real” a sus personas y bienes, para protegerles de la maldad y de la codicia de quienes podían pretender hacerles daño en unos casos, y en otros, de apropiarse de los inmuebles y negocios que debían abandonar. Defensa que quedó encomendada, en los términos más conminatorios, al asistente y demás justicias de la ciudad.28 De todas formas, tanto en éste como en otros documentos posteriores relativos al proceso de extinción de la judería sevillana, se ponen de manifiesto grandes dificultades logísticas, que posteriormente se tendrían en cuenta en la ulterior decisión de las Cortes de Toledo de 1480. Según parece, la superficie urbana dedicada a la nueva judería estaba despoblada, e incluía los hornos del bizcocho para barcos, ubicados en aquel solar, tuvieron que cederse para que los judíos edificaran en ellos sus casas a cambio del correspondiente pago a la corona. En opinión de Isabel Montes, el cumplimiento de esta orden fue bastante exacto, e incluso se conoce dónde se encontraban situadas las casas que los judíos de la collación de Santa Cruz o de la de Santa María la Blanca —la antigua judería— hubieron de abandonar para trasladarse a la nueva ubicación. Como afirma la misma autora, todo parece indicar que, cuando se instalaron en el que había de ser su último emplazamiento en Sevilla, los judíos no tuvieron otra opción que arrendar las viviendas que antes habían ocupado en diferentes lugares de la ciudad, quizás con la esperanza de poder regresar a sus hogares, como de hecho había sucedido después de 1391.29 Es27.
PULGAR, Crónica de los Reyes Católicos, t. I, págs. 334-335. SUÁREZ FERNÁNDEZ, Documentos acerca de la expulsión de los judíos, doc. 34, págs. 148-149. 29. MONTES, La minoría hebrea sevillana, págs. 558-559. Según esta autora, después del asalto de 1391, muchos judíos se habían instalado en la Villa Nueva o Barrio Nuevo, para poco después regresar a sus antiguos hogares de la vieja judería, dividida ahora en las nuevas collaciones cristianas de Santa Cruz, Santa María la Blanca y San Bartolomé el Nuevo. (“Los judíos sevillanos (1391-1492). Del asalto a la expulsión. Datos para una prosopografía”, en Actas de las III Jornadas Hispano-Portuguesas de Historia Medieval. La Península Ibérica en la era de los descubrimientos, 1391-1492, Sevilla, 1997, vol I., págs. 165-257, 202) 28.
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peranza definitivamente frustrada a comienzos de 1483, tras conocer la orden de la Inquisición de ser expulsados de Sevilla, por lo que la aljama solicitó a los reyes que se le compensará de los cuantiosos gastos de aquel traslado al Corral de Jerez y al Alcázar Viejo.30 Entre enero de 1483 y el verano de 1484, existen noticias sobre algunos judíos viviendo aún en Sevilla. Sin embargo, otros datos, tales como la venta de bienes inmuebles a cristianos o la desaparición del cementerio hebreo, testimonian el fin definitivo de la aljama sevillana.31 CORTES DE TOLEDO DE 1480 El mismo esquema de separar primero a los judíos de los conversos y luego nombrar a los inquisidores, se reproducirá los años siguientes en el resto de España. Así, pocos meses antes de nombrarse los primeros inquisidores de Sevilla, se reunieron Cortes en Toledo en 1480, celebradas en el Convento de San Pedro Mártir, cuyo ordenamiento fue promulgado el 28 de mayo del mismo año. En su ley 76, dictada a petición de los procuradores de las ciudades, se dispuso la reunión de todos los judíos en sus aljamas, así como que éstas debían quedar cerradas.32 30.
Córdoba, a 6 de julio de 1484: “Los reyes ordenan al bachiller Luis Sánchez que juzgue en la reclamación de los judíos de Sevilla, expulsados por orden de la Inquisición, que piden se les pague lo que gastaron en acondicionar el corral de Jerez y el Alcazar viejo.” (SUAREZ FERNANDEZ, L., Documentos acerca de la expulsión de los judíos, doc. 69, págs. 224-226) 31. MONTES, La minoría hebrea sevillana, pág. 566. 32 “Porque de la continua conuersacion e uiuienda mezclada de los judios e moros con los cristianos resultan grandes dannos e inconvenientes, e los dichos procuradores sobre esto nos han suplicado mandásemos proveer, ordenamos e mandamos que todos los judios e moros de todas e qual quier ciudades e uillas e lugares destos nuestros teynos, quier sean delo realengo o sennorios e vertías e ordenes e abadengos, tengan sus juderías e morerias destintas e apartadas sobre si, e no moren a vueltas con los cristianos, ni ayan barrios con ellos, lo qual mandamos que se faga e cumpla dentro de dos annos primeros siguientes, contados desde el dia que fueren publicadas e pregonadas estas nuestras leyes en la nuestra corte, para lo qual fazer e cumplir nos luego entendemos nombrar personas fiables para que fagan el dicho apartamiento, señalando los suelos e casas e sitios donde buenamente puedan viuir e contractar en sus oficios con las gentes. E si en los lugares donde ansi señalaren no tosieren los judios sinogas e los moros mesquitas, mandamos a las personas que assi diputaremos para ello, que eso mismo dentro de los tales circydos les señalen otros tantos e tamannos suelos e cosas para que en que fagan los judios sinogas e los moros mesquitas quantas tosieren en los logares que dexaren,
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El fundamento de dicha medida legal quedaba explícito en el propio texto de la norma: “Porque de la continua conuersacion e uiuienda mezclada delos judios e moros con los cristianos resultan grandes dannos e inconvenientes...” Y así se ordena que la separación: “se faga e cumpla dentro de dos annos primeros siguientes, contados desde el día que fueren publicadas e pregonadas estas nuestras leyes en la nuestra corte.” Y para controlar el efectivo 32.
e que dela synoga e mesquitas que auian primero no se apruechen dende en adelante para en aquellos vsos; a los quales dichos judios e molros por la presente damos licencia e facultad para que puedan vender e vendan a quien quisieren las synogas e mesquitas que dexaren, e derrocarlas e facer dellas lo que quisieren, e para fazer e edificar otras de nuevo tamañas como de primero tenian, en los suelos e lugares que para ello les fueren señalados, lo qual puedan fazer e fagan sin empacho ni perturbación alguna, e syn caer ni incurrir sobre ello en pena alguna ni calumpnia alguna; e mandamos por la presente a las personas que para execucion de los susodicho fueren deputados por nuestras cartas, que compelan e apremien a los duennos de las tales casas e suelos que assi fueren señalados por ellos para fazer e edificar las dichas synogas, mesquitas e casas de morada, e que la vendan a los dichos judios e moros por prescios razonables tasados por dos personas, la una persona qual fuere nombrada por los cristianos a quien tocare, y otra qual fuere deputada por el aljama de los juidios para en los suelos de los judios, e por el aljama de los moros para en los suelos de los moros, sobre juramento que primeramente fagan, que en la tal tasación se auerán bien e fielmente e sin parcialidad, e si quisieren, ayan información de officiales para mejor fazer la tasación; e quando estos dos no se avinieren, quel dicho diputado o diputados se junten con los assi nombrados por las partes, e sobre juramento que eso mismo fagan de se ayer bien e fielemente e sin parcialidad alguna en la tasa que fizieren, tasen cada vno de los dichos suelos o casas; e lo que estos tres o los dos dellos tasaren, que aquello vala e se pague, e mandamos a las aljamas de los dichos judios e moros que cada vno dellos que pongan en el dicho apartamiento tal diligencia e den tal orden como dentro del dicho término de los dichos dos annos tengan fechas las dichas casas de su apartamiento, e vivan e moren en ellas, e dende en adelante no tengan sus moradas entre los cristianos ni en otra parte fuera de los circuytos e lugares que les fueren deputados para las dichas judería y morería, so pena que qual quier judío o judía, moro o mora, que dende en adelante fuere fallado que viue e mora fuera de tales circuitos e apartamientos, pierda e aya perdido por el mismo fecho sus bienes, e sean para la nuestra camara, e sea su persona ala nuestra merced, e qual quier justicia los pueda prender en su jurisdicción, donde quiera que fueren fallados, e los embien presos a la nuestra corte ante nos, a su costa, porque nos fagamos e mandemos fazer dellos o de sus bienes lo que la nuestra merced fuere , e quales quier obligaciones que se fizieren en su fuor, no valan ni les acudan con lo que les fuere deuido, ni personas algunas non traten conillos; e mandamos a los sennores comenderos de las ciudades e villas e lugares de sennorios e ordenes e vertías e abadengos, que luego señalen e fagan señalar cada vno en sus lugares, e de su encomienda, los suelos e casas e sitios que para las dichas sinagas e mesquitas e casas ouieren menester, por manera que dentro del dicho termino de los dichos dos annos esté fecho el dicho apartamiento, e vivan e moren en él los dichos judios e moros cada vno en lo suyo, apartados, so pena que pierdan los tales sennores e comenderos todos los maravedis que en qual quier manera tovieren en nuestros libros e por nuestros preuilegios.” (Cortes de los antiguos reinos de León y de Castilla, RAH., Madrid, 1882, t. IV, págs. 149-151). La ley 117 también les prohibió la costumbre de ir cantando y dando grandes voces por las calles en los entierros, vestidos con ricos trajes de lienzo (pág. 190).
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cumplimiento del mandato se debían nombrar “personas fiables”. Así describe el cronista Pulgar lo acontecido a este respecto en las Cortes de Toledo: “El Rey e la Reyna acordaron en aquel año de enviar corregidores a todas las çibdades e villas de todos sus reynos, donde los no avían puesto. Otrosí fizieron en aquellas cortes leyes et ordenanzas, neçesarias a la buena gouernación del reyno et execuçión de la justicia, asy en lo çevil como en lo criminal. Entre las quales hordenaron vna, por la qual ynstituyeron [e confirmaron la ordenaza e constitución antigua, fecha por los reyes sus antecesores, para] que todos los judíos et moros biuiesen apartados en las çibdades e villas de morauan, e que no morasen entre los cristianos, e traxesen las señales antiguamente ordenadas… E para ejecutar este apartamiento, mandaron dar sus cartas, e enbiaron personas muy suficientes que diesen horden en ello, e lo fiziesen facer dentro de vn año.”33
No era una novedad la imposición legal de separar a judíos y moros de los cristianos en las ciudades. Ya estaba recogida por el concilio lateranense de 1215, y en Castilla, al menos, por los ordenamientos de las Cortes de Valladolid de 1351 (ley 31) y por el de Burgos de 1367 (ley 3), además de otras disposiciones como las Leyes de Ayllón de 1412 (art. 1), aunque con diversos grados de cumplimiento y olvido.34 La novedad es que, esta vez, como en tantos otras aspectos del orden público, y como ya había sucedido en Sevilla, los Reyes Católicos estaban dispuestos a que se obedeciera.35 La revitalización de estas normas segregadoras ya estaba en el ambiente de toda Castilla. Las Cortes de Madrigal de 1476 habían reclamado por el incumplimiento sistemático de tales medidas. Incluso, prácticamente al mismo tiempo que se adoptaba la decisión de aislar a los judíos sevillanos, en diciembre de 1477 se ordenó a la ciudad de Soria que cerrase su judería, para lo que se envió a Velasco de Castroverde.36 Lo mismo fue ordenado en 33.
Vol. I, págs. 423-424. LEÓN TELLO, P., “Legislación sobre judíos en las Cortes de los antiguos reinos de León y Castilla”, en Fourth World Congreso of Jewish Studies: Papers, Jerusalem, 1968, vol. II, págs. 55-63, 56-57. Estas Ordenanzas fueron más tarde aplicadas a la Corona de Aragón por Fernando I de Antequera, y recogidas y generalizadas por una bula de Benedicto XIII, de 11 de abril de 1415, dictada después del adoctrinamiento de Tortosa. (ROMANO, D. “Judíos hipánicos: coexistencia, tolerancia, marginación: 13911492. De los alborotos a la expulsión”, en La Península Ibérica en la era de los descubrimientos: 1391-1492. Actas de las III Jornadas Hispano-Portuguesas de Historia Medieval, Sevilla 25-30 de noviembre de 1991, Sevilla, 1997, t. I, págs. 25- 49, 38) 35. Los confinamientos en las juderías y sus nuevas delimitaciones se debieron de realizar en numerosas ciudades. Por ejemplo, en Ávila se ocupó de ello Rodríguez Álvarez Maldonado; en Medina del Campo, Francisco Luzón; en Palencia, el licenciado Segura (LUNENFELD, M., Los corregidores de Isabel la Católica, Madrid, 1990, págs. 136-139); 36. SUÁREZ FERNÁNDEZ, Los Reyes Católicos: la expansión de la fe, Madrid, 1990, pág. 87. 34.
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agosto de 1478 al corregidor de Cáceres, Jerónimo Valdivieso, advirtiéndole de la gravedad de permitir la convivencia de los judíos y moros con los cristianos, de tal forma que debía animar a los judíos a mudarse a un área determinada y vender las casas que habitaran entre cristianos.37 Posteriormente la medida de aislar los barrios hebreos fue confirmada por la bula de Sixto IV Ad perpetuam rei memoriam, de 31 de mayo de 1484, que respaldó esta política de Fernando e Isabel, “motu proprio, no a instancia de ninguna petición”, prohibiendo a los cristianos la convivencia con los judíos y ordenando a las autoridades mayor exigencia en el uso de trajes distintivos a los infieles.38 Tras el acuerdo de las Cortes de 1480, hubo ciudades en las que el aislamiento se retrasó año tras año. Sin embargo, también hay muchos datos de que se cumplió con la minuciosidad exigida, de lo que se derivaron no pocos problemas.39 LUNENFELD, Los corregidores de Isabel la Católica, pág. 136. La medida se había anticipado en algunas ciudades (BAER, Historia de los judíos en la España cristiana, II, pág. 774, n. 2) 38. MARTÍNEZ DÍEZ, Bulario, págs. 162-165. 39. Así en Badajoz se señalaron unas casas a las que se asignaron alquileres sumamente elevados, en León el espacio señalado resulto ser demasiado pequeño, en Medina del Campo muy alejado de la plaza. Los judíos de Palencia tuvieron que abandonar sus casas, entregadas a cristianos y alineadas a lo largo de la calle llamada gráficamente “La Mejorada”, mientras ellos se reducían a la que más tarde sería conocida como de Pan y Agua, absolutamente insuficiente para contenerlos. El municipio de Guadalajara exigió que comprasen las nuevas casas donde iban a vivir. En Burguillos el corregidor Gutierre Bravo, hizo designación de la judería: algunas calles de la misma se abrían sobre los egidos de la villa y, por demanda de ésta, Bravo cambió esa parte por otra, en donde las viviendas eran mejores, de modo que los judíos salieron ganando, aunque por oposición del concejo no se cumplió lo ordenado hasta 1490. En Orense los comisarios nombrados otorgaron a la judería la Rua Nueva, pero el concejo, en 1488, tomo la decisión de trasladarlos junto a la puerta de la Fuente del Obispo. Los judíos protestaron a los reyes y éstos les dieron la razón. En Guadalajara se ocupó de la división el mismo fray Alonso de Oropesa, con otros religiosos jerónimos, y algunos moros mantuvieron sus casas dentro de los términos de la judería. Incluso en Zaragoza, donde el ordenamiento de Toledo carecía de vigencia, en 1481 el concejo pretendió realizar la segregación, con la severa oposición de los Reyes Católicos que obligaron a rectificar a sus impulsores seglares y eclesiásticos. (SUÁREZ FERNÁNDEZ, Los Reyes Católicos: la expansión de la fe, págs. 89-90) Un interesante documento de los Reyes Católicos, de 24 de octubre de 1483, sobre la separación de las aljamas de Guadalajara en SUÁREZ FERNÁNDEZ, Documentos acerca de la expulsión de los judíos, doc. 61, págs. 209-210. También se concentraron en la propia Sevilla donde iba a comenzar la actividad de los inquisidores. Así, COLLANTES DE TERÁN, A., afirma que los judíos sevillanos había quedado dispersos por la ciudad después del asalto de 1391. Sólo en tiempos de los Reyes Católicos serían obligados a concentrarse en el Corral de Jerez y lo que se conocía como Alcázar Viejo, en las inmediaciones de la Puerta de Jerez, donde se instalaron ya en 1478. (Estudio preliminar a la obra Relación histórica de la judería de Sevilla, Valencia, 1978, pág. 10). 37.
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También debe estimarse que esta medida tenía un resultado —pretendido o no— de protección física hacía los judíos. Éstos, como se ha dicho, pertenecían a los reyes y dependían directamente de ellos. Además, aunque en clara decadencia, aún se obtenían de ellos jugosos servicios fiscales y desarrollaban otras funciones no menos importantes en el orden económico y social. Los cercados y las puertas que debían cerrar las aljamas, junto a explícitas órdenes de protección dictadas en todo momento por los monarcas o sus autoridades delegadas en las ciudades, no dejaban de ser una garantía para ellos. Como también puede que se pensara que su confinamiento podría favorecer las conversiones. En todo caso, las aljamas, sin perjuicio de la consideración discriminatoria que merezcan, no eran ni mucho menos cárceles. Sin embargo, la convivencia estaba tan deteriorada en algunos lugares como Sevilla, que han llevado a afirmar que “si los Reyes Católicos no se hubieran decidido por fin a establecer en Sevilla el tribunal de la fe,... hubieran aparecido de nuevo las matanzas y tropelías”.40 El mismo rey Fernando se justificaba en 1507: “En principio, no podimos menos hacer, porque nos dixeron tantas cosas del Andalucía, que, si nos las dixeran del príncipe, nuestro fijo, hiciéramos aquello mismo.”41 EL CIERRE DE LA ALJAMA DE MURCIA Efectivamente, esta vez se cumplió el mandato legal de separar a los judíos de los cristianos, adoptado ahora por las Cortes de 1480, y al menos en el caso de Murcia sabemos que este cumplimiento fue bastante exacto. La judería murciana era una de las más importantes de España. En el reparto del servicio y medio servicio de 1474 fue la cuarta que más cotizó. Allí la convivencia había sido aceptable, sin que se haya llegado a documentar ningún incidente grave contra los judíos hasta ese momento. Es más, como afirma Torres Fontes: “Desde el lado Murciano no deja de causar cierto asombro la considerable distancia que apreciamos entre lo que se dice y escribe sobre los judíos castellanos y la imagen que obtenemos tras conocer y analizar documentalmente el desarrollo de la judería de Murcia”. Algo que en opinión de dicho autor no debe considerarse un caso insólito.42 40. 41. 42.
GONZÁLEZ NOVALÍN, La Inquisición española, pág. 128. Recogido por CANTERA, Fernando de Pulgar y los conversos, págs. 295-348. TORRES FONTES, La judería murciana en la época de los Reyes Católicos, pág. 177.
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La separación de la aljama murciana existía desde la repoblación de la ciudad, pues Alfonso X ya dispuso. “Mandamos que ningund judío en la cibdat de Murcia no more entre cristianos, mas que ayan su judería apartad a la puerta de Orihuela, en aquel logar que los partidores les dieron por nuestro mandado.”43 El barrio estaba limitado, aunque no cercado, y además, como en otras muchas ciudades, los límites se habían ido alterando con el tiempo, pues la propia actividad comercial de los judíos hizo que abrieran sus negocios en los lugares más céntricos de la ciudad. Ya en el reinado de los Reyes Católicos, en 1475, el concejo había ordenado que los judíos que hubieran comprado casas fuera de la judería, debían venderlas a los cristianos por el mismo precio. De la misma forma que diversos acuerdos del concejo habían prohibido la venta de inmuebles a los judíos. Sin embargo, no siempre se cumplían estos acuerdos, ya que interesaba ni a unos ni a otros. Es más, algunos judíos tenían también sus viviendas dentro de la ciudad, lo que se solía tolerar en función de la personalidad de sus habitantes, por el cargo que ostentaban o, simplemente, por su utilidad pública.44 Incluso se llegó a distinguir el título propiedad del de habitación: los cristianos vendían casas, los judíos las compraban, pero no podían habitarlas, que era en definitiva de lo que se trataba. Es más, hubo cristianos que tuvieron propiedades en la judería,45 algo que no debe extrañar en un marco de dinamismo económico, en el que se garantizaban préstamos con inmuebles. La judería disfrutaba de gran autonomía interna. Sus primeros estatutos y privilegios datan de 1267, asimilándose a las de Sevilla y Toledo en lo que se refiere a sus pleitos,46 y su gobierno era ejercido por jurados junto con el rabino, aunque la personalidad de algunos, la riqueza de otros y los clanes familiares más influyentes (los Aventuriel, Abanaex, 43.
TORRES FONTES, J., “Los judíos murcianos en el siglo XIII”, en Murgetana, Murcia, 1962, págs. 3-20, 7. “Los partidores tendrían que desalojar más de cincuenta casas cristianas del sector y resarcirles con tierras u otras casas y así se tuvo íntegro el barrio con su osario, sinagoga y alcaicería, según deducimos del Repartimiento. El número de casas expropiadas sugiere una judería muy reducida o la unificación de un barrio ya con predominio hebraico anterior.” (ROSELLÓ, V. M. y CANO, G. M., Evolución urbana de Murcia, Murcia, 1975, págs. 56-57). 44. TORRES FONTES, Los judíos murcianos en el siglo XIII, pág. 9. 45. La judería murciana en la época de los Reyes Católicos, pág. 181. 46. TORRES FONTES, Los judíos murcianos en el siglo XIII, págs. 5-6.
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Cohen, Aben Alfahar, Abendaño, Botín...),47 no siempre bien avenidos, terminaba por imponerse sobre los demás. No existen datos ciertos de la población inicial judía inmediata a su conquista, pero en 1290 se le adjudicó al total de judíos del reino de Murcia la contribución de 22.424 maravedís, bastante baja, por lo que no podía corresponder a más de 1.500 personas. No obstante, en 1294 los judíos eran suficientemente numerosos o influyentes como para exigir una concordia sobre su estatuto jurídico con el concejo de la ciudad. Los pogroms antijudíos de 1391 no llegaron a Murcia gracias a las medidas adoptadas por el concejo. Sin embargo, a comienzos del siglo XV, las predicaciones de San Vicente Ferrer marcaron la señal de la decadencia de la aljama. Unos renegaron de su fe y otros se marcharon. En todo caso, a juzgar por los datos de óbitos en la peste de 1396 — 450 difuntos judíos— su contingente suponía un 7’4% del total de la ciudad. De ser válida esta proporción, la población judía en uno de sus mejores momentos, agruparía unos 1.150 individuos. En concreto, según los empadronamientos existen en la judería de la ciudad de Murcia, ésta contaba con 150 vecinos o casas en 1481; 141 en 1484; 164 o 171 en 1488; y 143 en 1490. Parece que el coeficiente multiplicador de cinco por casa es el más aceptable, lo que proporciona una población total de la judería en esta década de 700 a 900 vecinos. 48 Pese a estos datos, resulta muy arriesgado cualquier intento de cifrar el número de los judíos murcianos que se embarcaron en Cartagena tras la expulsión, aunque al tomar en consideración el número de familias que en estos años se concentraban en la judería, cabe deducir que podrían estar en torno a las setecientas personas.49 47.
Familias con notable poder económico como comerciantes y recaudadores de todo tipo de rentas del concejo e incluso del cabildo de la catedral (REYES MARSILLA DE PACUAL, F., “Los judíos y el cabildo catedralicio de Murcia en el siglo XV”, en Miscelánea Medieval Murciana, XV, Murcia, 1989, págs. 53-84). 48. El empadronamiento de 1484 proporciona 141 judíos contribuyentes, con un 30% de ellos en la categoría superior, lo cual sobrepuja la media murciana. Los 600 individuos que integrarían las familias pecheras deberían estar acompañados de otros trescientos no controlables por esta vía, con lo cual habría descendido ligeramente la cifra del siglo anterior. Cuatro años después, la cifra conjunta de 204 vecinos pecheros entre morería y judería, sugiere una mayor decadencia. (TORRES FONTES, Los judíos murcianos en el siglo XIII, pág. 11) 49. La judería murciana en la época de los Reyes Católicos, pág. 227.
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Esta había sido la situación de la judería cuando el 24 de abril de 1481, en Calatayud, los Reyes Católicos dieron poder como veedor y visitador al regidor de Segovia Juan de la Hoz,50 para que ejecutara el acuerdo de segregación de los judíos y moros en el reino de Murcia y arcedianazgo de Alcaraz, en los términos previstos por el Ordenamiento de Toledo del año anterior. El documento por el que se nombra a Juan de la Hoz tiene un gran interés. Comienza reproduciendo el texto de la ley 76 de las Cortes de 1480, y posteriormente le ordena exigir a las personas “hábiles” referidas por dicha norma, que señalen los lugares de las sinagogas, mezquitas y casas, y que de no hacerlo en el plazo marcado, los debía señalar él, pero sin posibilidad de recurso.51 50.
Posteriormente ejercería como juez de residencia en Carrión-Sahagún en 1485 (LUNENFELD, Los corregidores de Isabel la Católica, pág. 107). 51. “Sepades que en las Cortes que feísmos en la muy noble ciudad de Toledo el año que paso de mill y quatrozientos y ochenta años, a petición de los procuradores de las cibdades y villas de nuestros regnos fezímos y ordenamos una ley, su thenor de la qual es este que se sigue: [reproduce la ley 76]. E nos queriendo que la dicha ley sea ejecutada y traida a devido efecto, pue el cumplimiento della redunda en servicio de Dios y aumento y onrra de nuestra santa fe católica, y confiando de vos, el dicho Juan de la Hoz, nuestro regidor, que bien y fiel y diligentemente paredes lo que por nos vos fuere mandado, es nuestra merced de vos encomendar y cometer, y por la presente vos encomendamos y cometemos, la exsecución de la dicha ley en las ciudades y villas y lugares del regno de Murcia y en la ciudad de Alcaraz y su tierra. Porque vos mendamos que vades a cada una desas ciudades y villas y logares donde ay y viven judios y moros, o qualesquierdellos, y tomedes y juntedes con vos las personas, que segund el tenor y forma de la dicha ley, an de entender en señalarles los sitios y logares para las sinagogas y mesquitas y casas y solares en que an de bevir las quales dichas personas. Mandamos a las personas que an de elegir y nombrar segund la disposición de la dicha ley que dentro el termino que por vos para ello les fuere asignado, las elijan y nombren, y si non los elijeren y nombraren, vos las nonbredes y pongades, y asi nombradas mandamos a ellas que acebten el dicho cargo y se junten con vos, el dicho Juan de la Hoz, nuestro pesquisidor, y todos juntamente fagades el juramento que la dicha ley manda, y asi fecho , fagades y cunplades y executades todo lo contenido en la dicha ley y cada cosa y parte dello, tomando para ello el testimonio que vos quisieredes ante quien posen los auctos y racabdos que sobrillo se han de fazer. Para lo qual todo, y para fazer los requerimientos afrentas y protestaciones que a los dueños y comendadores y tenedores de las dichas ciudades y villas y logares y a cada uno dellos, vieredes que se debe fazer, vos damos poder conplido con todas sus incidencias, anexidades y conexidades y mandamos a las justicias, regidores, cavalleros, escuderos, oficiales y omes buenos y aljamas de los judios y moros desas dichas ciudades y villas y logares y a todas las otras personas a quien lo suso dicho atañere que para ello devieren ser llamados, que vengan y parescan ante vos, el dicho Juan de la Hoz, nuestro visitador, a vuestros llamamientos y enplazamientos y fagan y cumplan y ejecuten todo lo que por vos en execución de la dicha ley les fuere mandado, segund y como y en los términos que por vos les fuere
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Hay que destacar que a este mismo visitador también se le designa con idéntica fecha pesquisidor en el mismo territorio, con amplísimos poderes para cumplir con lo dispuesto en la ley 60 de las mismas Cortes de 1480. Esto es, para hacer visitas anuales a los asistentes, corregidores, alcaldes, alguaciles o merinos “y otros ministros que tienen ejercicio de justicia,…” y fiscalizar las cuentas de los propios concejos.52 Juan de la Hoz se presentó muy pronto en Murcia, y cumplió con eficacia su triple objetivo: distinción pública de judíos y moros, delimitación de la judería y revisión de las cuentas concejiles, especialmente de las recaudaciones.53 51.
mandado, y so las penas que por vos les fueren puestas, las quales nos por la presente les ponemos, y vos damos poder conplido para las ejecutar y para ejecutar eso mesmo los mandamientos que sobre la dicha razon vos y los dichos diputados que asi con vos se juntaren, dieredes y fizieredes, lo qual todo que asi por vos y ellos fuere fecho nos por la presente lo confirmamos y aprobamos de nuestro propio motu y queremos y mandamos que vala y sea firme y valedero desde agora para siempre jamás. E otrosi, queremos y mandamos que de lo que asi por vos fuere fecho y mandado en execución de la dicha ley non aya nin pueda aver apellación, nin suplicación, nin agravio, nin nullidad, nin otro remedio nin recurso alguno para ante nos, nin para ante los de nuestro consejo, nin oidores de la nuestra audiencia, nin alcaldes, nin notarios de la nuestra casa y corte y chancillería, nin para ante juez alguno. Y para fazer y conplir y ejecutar lo suso dicho o cualquier cosa dello, menester ovieredes favor y ayuda, mandamos a los dichos concejos, justicias, regidores, cavalleros, escuderos, oficiales y omes buenos asi de las ciudades y villas y logares del regno de Murcia y ciudad de Alcaraz y su tierra, como de todas las otras de los nuestros regnos y señorios, y a los diputados y capitanes de la Hermandad general della y a cada uno y cualquier dellos, que vos den y fagan dar para ello todo el favor y ayuda que les pidieredes y menester ovieredes. E los unos nin los otros non fagades ende al por alguna manera, so pena de la nuestra merced y de privación de los oficios y confiscación de los bienes de los que lo contrario fizieren para la nuestra camara, y de mas, mandamos al ome que les esta nuestra carta mostrare que los enplaze que parescan ante nos en la nuestra corte, do quier que nos seamos, del dia que los enplazare a quinze dias primeros siguientes so la dicha pena, so la qual mandamos a cualquier escribano publico que para esto fuere llamado que de, ende al que vos mostrare, testimonio signado con su signo porque nos sepamos como se cumple nuestro mandado. Dada en la ciudad de Calatayud, a veinte y quatro dias de abril del año del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mill y cuatrocientos y ochenta y un años. Yo el rey. Yo la reina. Yo Fernan Alvarez de Toledo, secretario del rey y de la reina nuestros señores, la fiz escribir por su mandado.” (Archivo Municipal de Murcia, Cartulario real 1478-1488, Fol.. 55r-56r, en TORRES FONTES, J., Don Pedro Fajardo, Adelantado Mayor del reino de Murcia, CSIC, Madrid, 1953, págs. 301-302). 52. Archivo Municipal de Murcia, Cartulario real 1478-1488, fols. 54-55r, en TORRES FONTES, Don Pedro Fajardo, Adelantado Mayor del reino de Murcia, págs. 305-307. 53. Los Reyes Católicos, por carta de 4 de junio de ese mismo año, le dan detalladas instrucciones sobre la información que deseaban obtener. El documento en Archivo Municipal de Murcia, Cartulario real 1478-1488, fols. 61v-62r, publicado en Colección de Documentos para la Historia de Murcia, t. XIX, Documentos de los Reyes Católicos (1475-1491), edición de MORATALLA COLLADO, A., Murcia, 2003, págs. 389-390.
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El 12 de diciembre de 1481, por influencia del pesquisidor Juan de la Hoz y en cumplimiento del mandato legal impuesto también por las anteriores Cortes de Madrigal de 1476,54 el concejo mandaba pregonar la obligación de los judíos de ir señalados fuera de la judería con “roldetes de paño colorado en los pechos en la parte izquierda”, pero en el mismo día otro pregón hacía saber que “ninguna ni algunas personas de cualquier ley, estado o condición que sean, non sean osados de aquí delante de decir ni facer a los dichos judíos o moros cosa ninguna sobre las dichas señales que lieven ni por ellas, de que ynjurias e ofensas les pudiera venir ni causar, apercibiéndoles que sy lo contrario fizieren se estaran veyte dias en la cadena e pagaran la pena que por el señor corregidor les fuere inpuesta.” Tampoco esto era una novedad, pues a los judíos, desde las Cortes de Valladolid de 1258, se les habían impuesto determinadas medidas prohibiéndoles vestir indumentarias lujosas y más tarde obligándoles a ir señalados.55 Ya en las Cortes de Palencia de 1313, por influencia del Concilio de Viena celebrado dos años antes por Clemente V, cuyos cánones antijudaicos había adoptado el Sínodo de Zamora, los procuradores pidieron que los judíos trajesen una señal de paño amarillo en el pecho y las espaldas en forma de roela, según lo llevaban en Francia, cosa que no se obligó a cumplir estrictamente.56 Luego, las Cortes de 1371 reiteraron esta medida practicada en toda Europa, y bajo el reinado de Enrique III, en 1405, se detalló que la señal sería un círculo de paño ber54.
En la ley 34, a petición de los procuradores de las ciudades, se afirmaba que los judíos iban vestidos “… de tal fechura que no pueden conocer si los judíos son judíos o si son clérigos o letrados de grande estado o autoridad, o si los moros son moros, o gentileshombres del palacio…”, por lo que debían llevar “señales coloradas en el hombro derecho…”, según disponían las leyes de Castilla. La distinción en el vestuario de los judíos ya venía ordenada con anterioridad por la ley de Partidas VII, XXIV, 11. 55. Cortes de Valladolid de 1258, ley 26; Jerez de 1268, leyes 7 y 8; Palencia de 1313, leyes 26 y 34; Valladolid de 1351, ley 32; Toro de 1371, ley 2; Valladolid de 1405, ley 9; Madrigal de 1438, leyes 38 y 55. 56. Prudentemente el infante don Juan, contesta con evasivas a la proposición. La medida se debía adoptar de acuerdo con los hombres buenos de las villas teniendo en cuenta “lo que fuese más servicio de Dios y del rey, y pro y guarda de la tierra.” Y es que la tradición de los monarcas españoles era la de ser reacios a adoptar este tipo de señales discriminatorias. Cuando se aprobó esta medida en el IV concilio lateranense, el rey de Castilla y el mismo arzobispo de Toeldo, recabaron y obtuvieron de la Curia pontificia, la suspensión en España del canon 68, que prescribía el empleo del signo distintivo. (LEÓN TELLO, Legislación sobre judíos en las Cortes de los antiguos reinos de León y Castilla, pág. 57).
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mejo colocado en el hombro derecho de forma manifiesta, señal de la que se les dispensaba en los caminos, por temor a que fueran molestados. De todos modos, durante el siglo XV los judíos no sólo eludieron sus señales coloradas, sino también todas las medidas prohibitorias de vestir lujosamente, tal y como se afirma en las Cortes de 1480.57 En sentido similar se extendió esta disposición pregonada para los moros, pero con mayor trascendencia, pues se solicitó a los reyes que pusieran fin al menosprecio e injurias que representaba el que “canten el çalá a bozes en sus torres de sus mezquitas”. Prohibición que debía tener carácter general desde Játiva a Murcia, porque si sólo se hacía en la ciudad, se irían donde no les fuera vedado y la morería quedaría despoblada. Cuestión que, en realidad, tenía poca importancia en Murcia, ya que en aquellos años habitaban únicamente veinte familias musulmanas. Las labores de separación de la aljama, como es imaginable, no resultaron nada sencillas. Éstas quedaron descritas en un documento del concejo, fechado el 27 de agosto de 1481,58 en el que se recoge cómo el visitador, en compañía de otros dos regidores de la ciudad, Juan de Ayala y Diego Riquelme, designados para delimitar la judería, acompañados de un escribano y tres testigos “anduvieron por sus pies las calles y casas y barrios de la judería de la dicha ciudad asaz vezes, y altercaron mucho en el negocio por donde se devia limitar y sitiar y señalar y determinar la dicha judería así con personas de la dicha ciudad cristianas de buena fama, y avida toda deliberación y acuerdo y consejo de cómo mas conplia al bien publico de la dicha ciudad y los mas sin perjuizio della y de persona alguna que se podia fazer.” Tras ello, inmediatamente procedieron a establecer los límites de la aljama: “… Y luego los dichos visitador y regidores limitaron y señalaron y mandaron que, en la calle de las adoberias que va a la puerta de Ori57.
LEÓN TELLO, Legislación sobre judíos en las Cortes de los antiguos reinos de León y Castilla, págs. 57-58. 58. “Distinción de la judería fecha por Juan de la Hoz, visitador”, en Murcia, a 27 de agosto de 1481. Archivo Municipal de Murcia. Cartulario Real 1478-1488, fols. 64v-65r, en TORRES FONTES, Don Pedro Fajardo, Adelantado Mayor del reino de Murcia, págs. 308-331.
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huela, se faga una puerta junto en par de la casa de Ferrand Diaz, xabonero, por parte de arriba de la puerta principal que hera de la dicha casa junto a la puerta, y vaya por recta linea a la casa de los herederos de Samaya, en tal manera que los portales estén de fuera de la dicha puerta y adarve y sean cerradas y las abran de parte de dentro de la dicha puerta y adarve por donde se fizieron de cada parte de la calle, por do la dicha puerta y adarve se ha de fazer sendas señales de estrellas de rayas en las paredes por donde se faga el dicho adarve y puertas.”
Posteriormente esta comisión decidió que dichas obras debían ejecutarse en el breve plazo de quince días, a cuenta de los judíos. Pago del que eran responsables los jurados de la aljama. El primer problema que surgió fue que dos almazaras, una de ellas del arcediano de Lorca, estaban ubicadas dentro de los límites, aunque debían tener puerta hacia fuera, por lo que se determinó lo siguiente: “… acordaron asi mismo el dicho Juan de la Hoz y los dichos regidores y mandaron que por quanto las almaçaras y adoberias del señor arcediano de Lorca y el almaçara de Pedro Roca estan y quedan dentro del dicho limite y sitio de la judería, que al tiempo que en ellas an de usar y entrar, que las dichas puertas esten abiertas del dicho adarve de noche y de dia, en manera que libremente en cualquier tiempo puedan usar de las dichas almaçaras y del servicio dellas el dicho señor arcediano y el dicho Pero Roca libremente y a su voluntad,…”
Posteriormente los miembros de la comisión se trasladaron a otros lugares donde señalaron el cierre y ordenaron la construcción de otras dos puertas de entrada a la aljama, que debían ponerse a costa de los judíos: “… Y después desto, en dicho dia en la dicha ciudad de Murcia, el dicho señor Juan de la Hoz, visitador suso dicho, y los dichos regidores fueron a la calle que va de San Lorencio a las espaldas de la dicha judería, por cerrar y aportallar la dicha judería de la conversación con los cristianos y quitar la partición; avida información de los parrochanos de la dicha parroquia de San Lorenzo de algunos dellos, y asi mismo andando y hollando por los pies y avidas muchas alteraciones, el dicho señor Juan de la Hoz y los dichos regidores dixeron que mandavan y mandaron que se fiziese una puerta desde el canto de la casa de Rabi Santo, al canto de la casa de Xaques, a las esquinas de los lados de las dichas casas que va a San Lorencio, de cinco tapias en alto la dicha puerta; la qual comience a fazer y la acaben los judios de la dicha judería a sus costas dentro de otros quince dias primeros siguientes, so pena de cien mill maravedis a la dicha aljama. Y después de lo susodicho, luego incontinenti, el dicho Juan de la Hoz, visitador y los dichos regidores fueron a la otra calle que va de la judería a la iglesia de San Lorencio por la plaçuela del Olmo, ade-
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JUAN CARLOS DOMÍNGUEZ NAFRÍA lante las casas de Alfonso Gil, y dixeron que mandavan y mandaron que se faga una puerta en la dicha calle encima de la tienda de Alva, que vaya por recta linea al canto de la plaçuela del dicho Olmo, por donde se fizo unas rayas como estrella por señal; lo cual asi mismo se faga a su costa de los judios de la dicha aljama dentro de otros quinze dias primeros siguientes, so pena de otros cien mill maravedis;…”
Sucedió entonces que algunos vecinos se quejaron de que el cierre de la aljama les impedía también a ellos la posibilidad de acceso a otro lugar (Santa Olalla), por lo que Juan de la Hoz y sus acompañantes, sobre la marcha, diseñaron otra calle para cuya construcción fue necesario realizar algunas expropiaciones, a cuyo pago contribuyeron sólo los judíos que habitaban la aljama antigua: “…; y por quanto Peñaranda y Pero Roca, vezinos de la dicha parrocha de San Lorencio y otros vezinos parrochanos dezian que se agiviavan, diziendo que se les quitava con las dichas puertas la calle por donde ivan a Sant Olalla. Luego el dicho señor Juan de la Hoz y los dichos regidores dixeron que porque la dicha judería que de mas apartada y destinta y atajada que se faga una calle que sea publica para la dicha ciudad y vezinos della y de la dicha collacion, la qual comience desde la dicha plaça de Alfonso Gil del Olmo y vaya por la tienda y obrador de Ayala, y después vaya por el corral y establo de Pero Ximénez, y después del dicho corral vaya la dicha calle por la cozina del dicho Alva, y después de la cozina del dicho Alva vaya la dicha calle por el corral de Rabi Leon, judio fisico, fasta salir a la calle de la dicha iglesia de San Lorencio por la otra parte, y que en el ancho de la dicha calle a la entrada por la dicha tienda de Alva aya nueve palmos, y después de la dicha tienda se de a la dicha calle todo el ancho del dicho establo y corral del dicho Pero Ximenez, y después del dicho corral y establo del dicho Pero Ximenez por la dicha cocina del dicho Alva y se den a la dicha calle otros nueve palmos de ancho fasta salir a la dicha calle que atraviesa a San Lorencio por la otra parte. Lo qual todo se faga y cumpla dentro de los otros quinze dias primeros siguientes. Por el dicho corral que se toma al dicho Pero Ximenez le den y paguen dentro de tercero dia los dichos jurados de la dicha aljama nueve mill maravedis en dineros contados forros de alcabala, y al dicho Alva por la dicha tienda y por la dicha cozina diez y seis mill maravedis dentro de los dichos tres dias, los dichos jurados en nombre de la dicha aljama, y al dicho Rabi Leon por los dichos nueve palmos de corral dos mill maravedis dentro de otros tres dias, que son todos veinte y siete mill maravedis los quales se den y paguen desta guisa: Los judios de la dicha aljama diez mill maravedis, en los quales non contribuyan ni paguen don Davi Aben Alfahar, ni Rabi Santo, nin los otros judios que junto con ellos moran por quanto estan fuera de las puertas de la dicha judería; y los diez y siete mill maravedis den y paguen los dichos don Davi, y Rabi Santo, y Abrahin Alva y Ysaque Axaquez, y los otros vezinos que de fuera de la dicha primera judería estavan, y si non esto acordaren en el repartimiento, si non, que se reparta a vista de don Ysaque Abenturiel y don Mosen Alfahar, y que los gastos de maestros y manobra de cerrar las casas de Alva y Pero Ximenez, y el corral de Rabi Leon y los atajos de
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todo ello y las puertas y arcos de los sitios y limites que estan fechos, se reparta por todos los de la dicha aljama, asi por los unos como por los otros” y en las otras cosas asi mesmo que se an fecho contribuyan los dichos judios que si don Davi alfhar y Rabi Leon y Rabi Santo y Abraham Alva y Ysaque Xaquez y los otros judios que agora tienen obradores y puertas y si de aquí adelante sacaren puertas ayan de contribuir con los dichos judios en la dicha costa.”
Finalmente se ordena que sean dos de los judíos más importante de la comunidad —Mosen Aben Alfahar e Isaque Abenturiel—, quienes determinaran el orden interno de la aljama: “… que mandava y mando que esten y pasen por lo que entre ellos declararen y determinaren don Mosen Aben Alfahar y don Ysaque Abenturiel”
Finalmente, a petición de los jurados y procuradores de la aljama, el escribano les entregó copia del acuerdo. La delimitación de la judería, como queda expuesto, se realizó con minuciosidad: cierre de calles, apertura de otras para aislarlas y establecimiento de tres puertas exteriores, que eran los únicos accesos a la misma. Dichas puertas se cerraban por la noche, al tocar el alguacil la campana, eran especialmente vigiladas por el concejo el día de viernes santo, en que algunas tradiciones castellanas consideraban que los judíos debían recibir escarnio por el deicidio que cometieron sus antepasados. Del contexto también se deduce la ausencia de muralla o cercado, en tanto que las puertas no harían más que cerrar las calles.59 La resolución, aunque rigurosa, puede considerarse un beneficio para la vecindad judía con ampliación del circuito antiguo casi hasta el doble. Se daba así cabida en la aljama a bastantes casas adquiridas por los judíos, entre los que se encontraban varios de los más destacados miembros de esta comunidad, aunque los gastos de la reforma y ampliación siempre fuera a costa de los presuntos beneficiados. Mayor trascendencia pudo tener el cierra de las tiendas que tenían abiertas algunos judíos en la ciudad, especialmente en la plaza de Santa Catalina y sus aledaños, como lugares más céntricos y concurridos. Sin 59.
También queda claro que la judería llegaba hasta la muralla de la ciudad, por haberse concedido al zapatero judío Samuel Azobeb en 1475 una torre del adarve “que es a espalda de su casa en la judería.” (ROSELLÓ y CANO, Evolución urbana de Murcia, pág. 57).
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embargo, en opinión de Torres Fontes, al no existir anotación oficial por parte del concejo de que se hiciera efectivo el cierre de las tiendas, como en tantas otras ocasiones semejantes, sería una orden obedecida pero no cumplida.60 La estancia del pesquisidor Juan de la Hoz en Murcia también hizo que se pusieran de manifiesto viejos conflictos entre ambas comunidades, tales como la tenencia por los judíos de esclavos cristianos —radicalmente prohibida y que se demostró falsa—, e incluso de esclavos moros y negros, que sólo podían adquirir en copropiedad con cristianos. También se discutieron, a veces judicialmente, otros asuntos, como el monopolio que casi disfrutaban los judíos, siempre mejor informados, en el rentable negocio de los rescates de moros cautivos, o la obligación de los judíos cuantiosos de mantener armas y caballos. Cosa que en diversas ocasiones había propuesto el concejo y que en algunos casos habían aceptado los reyes. Al final, se sustituyó esta prestación por la de mantener 30 espingarderos para la vigilancia de la muralla. Lo que no es extraño al ser aquellos momentos peligrosos por la guerra de Granada.61 Los judíos también continuaron con su labor de arrendadores y recaudadores de rentas reales y concejiles, actividad que casi monopolizaron en Murcia durante el reinado de los Reyes Católicos, pero no sólo se ocuparon de las rentas del concejo, sino también del diezmo eclesiástico. Y algún problema serio hubo con este tributo, pues los judíos llegaron al extremo de hacer el “vino judiego” en su granero central con la uva destinada al pago del diezmo y delante de los propios contribuyentes cristianos: “ellos mismos pisan la uva e guardan el cubo en el que las pisan que no lleguen los cristianos a ella después de pisada por ellos; ni menos quieren que tengan los cristianos el vino e si lo tañen derramanlo e ante lo quieren perder que no bever; e si lo han de medir con la cantara que los cristianos han medido el vino, no lo mediran fasta tanto que ellos ayan lavado la tal cantera con muchas aguas e muchas vezes con çeremonias reprobadas en nuestra ley, asi como si los cristianos fuesen gentes o personas suzias o leprosas.” Actividades a las que dedicaban el domingo, lo que ofendió aún más a los cristianos. Al final se prohibió bajo multa que la elaboración del vino kasher se hiciera en el granero central.62 60. 61. 62.
La judería murciana en la época de los Reyes Católicos, pág. 185. La judería murciana en la época de los Reyes Católicos, págs. 186-189. La judería murciana en la época de los Reyes Católicos, págs. 201-202.
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Poco duró el nuevo período de esta judería, pues el 31 de marzo de 1492 la gran mayoría de sus habitantes, al no admitir la conversión, fueron expulsados, embarcándose en el cercano puerto de Cartagena. Y ello, entre los abusos de los genoveses, que habían sido sus principales competidores en muchas actividades mercantiles. En aquel momento, la Inquisición ya se había hecho presente en la ciudad. Al principio hubo cierta oposición, e incluso cuando el fenómeno inquisitorial era ya imparable en Castilla, el concejo de Murcia escribió en enero de 1486 a Torquemada informándole de que Murcia estaba limpia de malos cristianos, aunque no Orihuela, ciudad del mismo obispado pero realenga del reino de Valencia.63 Finalmente, la creación del tribunal del Santo Oficio de Murcia se comunicó al Concejo por carta del 29 de mayo de 1488,64 presentándose el 9 de junio siguiente los dos primeros inquisidores: Sancho de Calancha y González del Fresno. Por último, a modo de conclusión, cabe considerar que si los Reyes Católicos tenían decidido expulsar a los judíos desde el mismo momento en que se crea la Inquisición, carece por completo de sentido que se adoptara y ejecutara esta decisión de concentrarlos en las aljamas y cerrar éstas, que, como se he visto, tantas dificultades ocasionaron en toda Castilla.
63.
La judería murciana en la época de los Reyes Católicos, págs. 191-192. BLAZQUEZ MIGUEL, J., El tribunal de la Inquisición en Murcia, Madrid, 1986, pág. 11. Sobre este tribunal también vid. DOMÍNGUEZ NAFRÍA, J. C., La Inquisición de Murcia en el siglo XVI: el Licenciado Cascales, Madrid, 1991, págs. 9-59. 64.
LOS REYES CATÓLICOS Y LA ARTILLERIA MARÍA DOLORES HERRERO FERNÁNDEZ-QUESADA
I.
INTRODUCCIÓN
En el contexto histórico del Medievo europeo hay que situar la temprana utilización de las primeras bocas de fuego en la Península Ibérica. La indiscutible condición de pionera de la artillería española, convierte a estos materiales en un referente indispensable, para la investigación histórica del progreso técnico en el viejo continente europeo. El equilibrio fue la nota más definitoria en las relaciones de poder entre los señores feudales que contaban con similares medios militares ante un eventual enfrentamiento o conflicto armado. Sin embargo, la quiebra de esa igualdad de fuerzas se inicia como consecuencia de la utilización de la pólvora en las armas de fuego. La aplicación de esta materia explosiva a la primitiva artillería peninsular, será el desencadenante de un proceso trascendental. Ciertamente, la difusión del uso de la pólvora causó una auténtica revolución en la civilización europea. Su aplicación al ámbito militar puso fin a la Neurobalística, relegando al ostracismo progresivo a aquellos espectaculares “ingenios militares” o máquinas de guerra que habían configurado el arte militar en la Antigüedad. De hecho, en la Historia Militar Universal se abrió una nueva etapa, marcada por el uso de la pólvora, la Pirobalística, de fuerte idiosincrasia
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empírica, en la que la primitiva artillería dio sus primeros pasos como arma ofensiva. De esta forma, los orígenes de la artillería española se encuentran –desde el punto de vista cronológico- en aquel extenso y apasionante periodo histórico del Medievo, e inmersos en la ya imparable carrera tecnológica entre armas ofensivas y defensivas que tendrá su máxima expresión y desarrollo en el Renacimiento. En la Historia del Arma de Artillería, se corresponde con los siglos XIV y XV, una primera etapa de su devenir histórico, en la que se constata la prevalencia de los materiales de hierro y de grandes dimensiones que terminó definitivamente a principios del siglo XVI con el predominio de la artillería de bronce fundido. Y precisamente, a la hora de trabajar en la artillería de los Reyes Católicos, desde el punto de vista de las piezas, nos estamos refiriendo a la artillería de esta primera época. En este sentido, el reinado de los RRCC fue la linde definitiva que marcó el agotamiento histórico del feudalismo, provocando paralelamente el diseño y progresiva consolidación del nuevo estado centralista moderno, en manos de las monarquías absolutas, que se impuso en toda la Europa civilizada. Sin duda, las décadas del gobierno conjunto de Isabel y Fernando se manifiestan como un periodo de clara transición histórica. La unificación territorial determinó la transformación en el plano político, social o económico hacia el nuevo estado centralista moderno, de tal forma que los RRCC transitaron con éxito desde los últimos rescoldos del sistema feudal hacia la estructura poderosa de la monarquía absoluta. Durante el XV, en ese proceso de fortalecimiento del poder real y control centralista, los nuevos monarcas absolutos utilizaron en su empresa todos los medios a su alcance, destacando entre ellos como eficaz herramienta, la militar. En este sentido, resulta evidente que de la temporalidad de las tropas señoriales, se derivó a la progresiva estructuración de un ejército real. Y, como aportación fundamental, cabe recordar que el primer esbozo de ejército permanente, el primer diseño orgánico, lo han encontrado los historiadores en las tropas y contingentes que reunieron Isabel y Fernando en la Guerra de Sucesión de Castilla y, especialmente, en la etapa final de la Reconquista peninsular. En el último tercio del siglo XV, los ejércitos de los RRCC fueron ya un símbolo de su poder y un instrumento indispensable para su mantenimiento y consolidación. En aquel reinado el Ejército fue tomando
Los Reyes Católicos y la Artillería
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cuerpo como institución de la monarquía, con un carácter más determinado por la permanencia. En consecuencia, en España se observa que este periodo, también lo fue de transición en el ámbito militar. Y en este contexto, la Artillería resultó ser un instrumento decisivo en el proceso de configuración de los ejércitos reales en tiempos de los RRCC. En la construcción del Estado Moderno e integrada en su nueva estructura militar, la incorporación de la última tecnología armamentística, manifiesta una vez más a la artillería como la “ultima ratio regis”, como ese potente factor y activo agente en el desarrollo de las campañas de aquel fin de siglo, aportando el incontestable impacto (militar y sicológico) del fuego artillero ante el expectante enemigo. El reinado de Isabel y Fernando, en la historia de los materiales de artillería, cerró una primera y larga etapa histórica, la del hierro y las grandes bocas de fuego. Paralelamente, se asistió a la apertura de un segundo periodo de absoluto protagonismo del bronce fundido, que alcanzó momentos de desarrollo espectacular con la impresionante artillería imperial española. II.
TRADICIÓN ARTILLERA CASTELLANO-ARAGONESA
Como consecuencia de la firma de la “Concordia de Segovia”,1 con la unión política real, se inició un proceso de aproximación y suma de la artillería castellana y la aragonesa que dio como resultado final, como total, la formación de la artillería de los RRCC. En la empresa de unificación territorial castellano-aragonesa, se sumaron las artillerías de ambos reinos, con lo que el arma salió reforzada. Y aquella acertada suma, condicionó positivamente la evolución técnica y militar de la artillería española. Sin duda, tanto la artillería de los Trastámaras como la aragonesa, acumulaban una importante tradición y experiencia independiente.2 Por una parte, la artillería isabelina no era otra que la heredada de Juan II y Enrique IV. Tenía su orígen en los materiales integrados en la El texto original de este compromiso real, se conserva en el ARCHIVO MUNICIPAL DE SEGOVIA (AMS) 2. HERRERO FERNÁNDEZ-QUESADA, M. Dolores. “La artillería de los Reyes Católicos. Semblanza y procedencia”, capítulo de la obra que sobre Artillería y Fortificación en tiempos de los Reyes Católicos edita el Ministerio de Defensa. En prensa. 1.
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Armería de los Trastámaras que se encontraba en el Alcázar de Segovia, referente obligado de la historia militar española, siendo reconocida como antecedente de las colecciones reales que finalmente se reunieron en la Real Armería de Madrid.3 Tan relevante depósito de armas fue muy valorado por la Reina, hasta el punto que en 1504, lsabel mandó realizar el libro de “Inventarios de las cosas que estaban en el Tesoro del Alcázar de Segovia”, en el que estaba integrada la Armería,4 junto a la relación de las “joyas de la Corona”, platería, ricos tapices... La herencia artillera de Isabel, custodiada en buena parte en el alcázar segoviano, sin duda aportó su contribución a la hora de defender su derecho dinástico al trono castellano Por otra parte, en el proceso de formación de la artillería de los RRCC, resultante de la unión de los contingentes artilleros de Castilla y Aragón, cabe recordar la nada desdeñable aportación artillera fernandino-aragonesa. En este sentido, hay que destacar la tradición artillera de los Ejércitos de Aragón, históricamente dotado con excelentes piezas. Fernando de Aragón heredó una relevante artillería, de gran prestigio, como consecuencia de las frecuentes campañas emprendidas por su reino, por su política expansionista. El Coronel Arantégui5 en su obra realizó una cotejación entre ambas artillerías, isabelina y fernandina, a favor de Aragón, por su evidente superioridad en materiales, personal y organización.6 Y ciertamente, en lo concerniente a las bocas de fuego, Aragón presentaba un mayor desarrollo y avance con respecto a la artillería castellana. Como dato, cabe citar que en 1410 contaban con ribadoquines,7 piezas menos pesadas, mas aligeradas y adecuadas para campaña; al igual que ya en 1440 se constató la presencia de cerbatanas en Cataluña, considerándose a Aragón como la cuna de la artillería de campaña. 3.
VALENCIA DE DON JUAN, Conde de, Catálogo histórico-descriptivo de la Real Armería. Madrid, 1898. 4. El libro de los “inventarios...” fue copiado e incorporado a la colección de Documentos inéditos para la Historia de España, recopilación realizada por el Marqués de la Fuensanta del Valle. Madrid, Imp. De Miguel Ginesia, 1883. (Se toma el dato de la obra de Oliver El Alcazar de Segovia, 1917, quien apuntaba que el original debería estar en el Archivo de Simancas). 5. ARANTEGUI Y SANZ, José, Historia de la artillería española. Madrid, 1885. 6. Este será un reproche excepcional a la magnífica la obra de Arantegui, por parte de Adolfo CARRASCO Y SAYZ, en Apuntes históricos sobre la artillería española, por el Comandante Don José Arantegui y Sanz. Madrid, 1891 7. AGAR, Luis, Diccionario ilustrado de Artillería. Madrid, 1853
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III. LA ARTILLERÍA EN EL REINADO DE LOS REYES CATÓLICOS En el reinado de los RRCC, los materiales de siglos anteriores fueron utilizados en las diferentes empresas militares, ya que en esta primera etapa de la historia artillera, la evolución técnica del arma era lenta, sin que se detectaran grandes novedades que las retiraran del uso o la función militar,8 de ahí que siguieran operativas en el último tercio del XV. Así, en los trenes de artillería de los RRCC se encontraban integradas piezas contemporáneas, del XV, pero también del XIV. Curiosamente, en buena parte del reinado, la artillería vivió momentos de cierto estancamiento, más centrados en atender a las sucesivas campañas que al fomento del progreso técnico del arma, aunque coincidiendo con el final del siglo, se inició un proceso de avance tecnológico imparable. Desde el punto de vista de la fabricación de los materiales, todos los autores coinciden en afirmar que aún coexistían diversos sistemas de fabricación de las bocas de fuego, aunque finalmente se pasó de la forja a la fundición. En nuestro país tenemos el privilegio de constatarlo a través de la excepcional colección de artillería antigua que aún se conserva en el Museo del Ejército español.9 Para la fundición de bocas de fuego, el hierro comenzó a alternarse con la llamada “fuslera”, o aleación de cobre y estaño en proporciones variables, según el maestro fundidor. Lo variable de la proporción tenía como objetivo conseguir piezas más resistentes, que presentaran un menor índice de reventones en el transcurso de la práctica artillera. Durante el siglo XV el hierro forjado se alternó con los materiales de fuslera y, en esa misma centuria se comenzaron a fundir materiales de una sola pieza, algunos ya de hierro colado. Por tanto, los materiales artilleros con que contaban ambos monarcas se corresponden con la llamada “artillería de la primera época”, de los siglos XIII, XIV y XV, presididos por el predominio de la fundición de materiales de artillería de hierro forjado. Aquellas bocas de fuego no eran de una pieza, sino que estaban formadas por dos piezas diseñadas para que se acoplaran en una. Por una parte, la recámara que acogía la Sigue siendo de obligada consulta la obra de Jorge VIGON, Historia de la Artillería Española. Madrid, 1947. 9. HERRERO FERNÁNDEZ-QUESADA, Mª Dolores. “La presencia artillera en el Museo del Ejército. Historia y colecciones”, en Militaria. Revista de Cultura Militar, Madrid, Universidad Complutense, 1997. 8.
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pólvora, dándosele fuego a través de un orificio, el “oído”.; y, por otra, el tubo o caña, más alargado, en el que encajaba la recámara por la parte posterior. De esta forma, podemos afirmar que las piezas de la primitiva artillería española eran “recamaradas”, aunque para la realización del tiro artillero, cada una de las cañas siempre disponía de dos o más recámaras para su servicio.10 Ya en los últimos años del reinado, se fue imponiendo la fundición de cañones de una sola pieza. De igual forma, hay que reparar en que, por supuesto, eran materiales de “avancarga”, es decir, que se cargaban por la boca, sistema que no cambió hasta el siglo XIX, cuando finalmente se consolidó y generalizó la retrocarga. Sin duda, hablamos de aquellas inmensas bombardas y cañones de la época, que eran construídas por medio de un sistema de duelas batidas a la fragua, unidas después con una capa de aros anchos del mismo metal. En las uniones de estos, se situaban otros mas estrechos, como refuerzos y, en algunos de ellos, se colocaban a derecha e izquierda, grandes argollas destinadas a facilitar su movilidad, así como su asentamiento en los respectivos montajes. En este sentido, también cabe señalar que la artillería antigua se montaba sobre un fuerte banco de madera, siempre en proporción con los grandes tamaños de las piezas, asegurando la bombarda a las argollas laterales, con una abrazadera y sotabragas de cuerda. Finalmente, a la altura de la boca, madera y cuña descansaban sobre un cepo formado por dos barrotes verticales con un travesaño horizontal que servía para graduar la puntería, subiéndolo o bajándolo.11 Por lo que respecta a la denominación de las piezas hay diferentes tesis que varían según los autores y las zonas de la Península a las que se hace referencia. En este sentido, únicamente se recordará que según Arantégui, parece que fue en el siglo XV cuando se empezó a utilizar la voz “cañón”, puede que derivado del nombre de un fundidor de bombardas que trabajó en Navarra llamado Kane, cuyo apellido fue transformándose en caino, canyon, cano y canon. 12 Catálogo de los objetos que contiene el Real Museo Militar a cargo del Cuerpo de Artillería, Madrid, 1856. Este catálogo, el siguiente publicado por CARRASCO Y SAYZ, así como los sucesivos, son fuentes imprescindibles para el estudio de esta artillería; de la misma forma que las exhaustivas fichas redactadas por los Coroneles Jefes de la Planta de Artillería del Museo. 11. CARRASCO Y SAYZ, Adolfo, Apuntes históricos sobre la artillería española... ya citada. 12. Esa es la teoría que ARANTEGUI formula en su ob. ya citada con anterioridad. 10.
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A la hora de ceñirse a la artillería de los RRCC, tanto las Crónicas (especialmente la de Hernando del Pulgar) como la documentación de Simancas, rigurosamente investigada y analizada por Arantégui en su obra, indican una ralentización en la evolución del arma. Pero en los últimos años del reinado, se detecta un proceso de dinamización y progreso artillero notorio. En este sentido se puede afirmar que el reinado presenció el ocaso de la primitiva era de las bombardas, y la consolidación de la artillería como sistema de armas, perdiendo progresivamente su carácter circunstancial en el planteamiento y desarrollo de las campañas. En suma, con la artillería de Isabel y Fernando se pusieron las bases de un nuevo periodo de la historia del arma que alcanzó su máxima expresión con la impresionante artillería imperial del XVI.13 En la historia de la artillería, además de los materiales, hay un aspecto fundamental que aparece recogido en toda la tratadística desde sus orígenes: la organización. Y, ciertamente, en el reinado de los RRCC y en las sucesivas campañas y empresas militares se aprecia la primera aportación seria de orgánica para regular la llamada “gente de artillería”, hasta entonces agrupada entre sí con el resto de las tropas, pero de forma desestructurada. En aquel reinado se esboza la organización de un embrión de cuerpo, integrado por una tropa, un personal y una oficialidad de perfil muy definido y especialmente selecto.14 El vértice de aquella embrionaria pirámide corporativa artillera, fue ocupado por el “Maestro Mayor de Artillería”, cargo institucionalizado por Isabel y Fernando, que nunca se asignó de forma baladí a cualquier noble o General. Más bien al contrario, los monarcas elegían militares con conocimiento de las nuevas tecnologías armamentísticas, y siempre con condiciones de continuidad.15
HERRERO FERNÁNDEZ-QUESADA, Mª Dolores. “Cañones y castillos: La Artillería y la renovación de la arquitectura militar”, en Las fortificaciones de Carlos V, Madrid, 2000; así como para la descripción de los materiales, Orígenes del Museo del Ejército. Aproximación histórica al primer Real Museo Militar español, Madrid, 1996. 14. SOTTO Y MONTES, Joaquín, “Organización militar de los Reyes Católicos (1474-1517), en Revista de Historia Militar, num. XIV, Madrid, 1963. 15. Vid.SALAS, Ramón, Memorial histórico de la artillería española, Madrid, 1831, capítulo en el que trata sobre “personal”. 13.
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Sin duda, una de las señas de identidad histórica de la artillería española, ha sido la meditada selección del personal a su servicio, siempre con un perfil determinado por un importante nivel técnico-.científico.16 En este sentido, ya los RRCC contaban con expertos dedicados a la artillería, remunerados de acuerdo con lo específico de su cometido, aludidos en la documentación como “bombarderos”, que acompañaban a los contingentes militares reales. Asimismo, en este reinado se sucedieron nombramientos como “Capitanes y Administradores de la Artillería” que ya desvelaban la existencia de personal dedicado expresamente a las tareas y necesidades concernientes a la artillería, históricamente sujeta a una autonomía administrativa dentro de los ejércitos.17 Con estos mínimos protocolos organizativos, en la Guerra de Granada la artillería estuvo presente entre los contingentes militares de los Reyes Católicos, por lo que finalizadas tan históricas campañas, fue recompensada por los monarcas con la permanencia, con carácter fijo, del personal destinado a su servicio. Este reconocimiento se sustanció en la primera Ordenanza artillera de la historia, que Isabel y Fernando aprobaron en 1503: Ordenanza para la buena gobernación de la gente de sus guardas, artillería, y demas gente de guerra y oficiales de ella.18 Siempre relacionado con la artillería, para los monarcas fue motivo de reflexión reiterada la fórmula para conseguir el abastecimiento de materiales artilleros. Este aspecto, también desde los orígenes del arma ha formado parte de su idiosincrasia. Así, por lo que concierne a la producción o faceta industrial del Arma, cabe recordar que los RRCC para las sucesivas campañas y, especialmente para la empresa militar de la conquista de Granada, a lo largo del reinado establecieron centros para la fabricación de materiales de artillería en Medina del Campo, Baza, El Pedroso y Burgos, para, por fin, abrir la fundición de Sobre el perfil de los aspirantes a artilleros, vid. La obra del gran tratadista artillero Luis COLLADO, en su Platica manual de artillería en la qual se tracta de la excelencia del arte militar y origen, y delas máquinas con que los antiguos començaron a usarla, de la invención de la pólvora y artillería, Milán, 1592. 17. HERRERO FERNÁNDEZ-QUESADA, Mª Dolores. En capítulo ya citado de la obra Al pie de los cañones. La Artillería española. Madrid, 1993. 18. Vid. SALAS, Ramón, Su ya citado Memorial histórico de la Artillería Española, Madrid, 1831 16.
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Málaga. De igual forma, Atarazanas de Barcelona19 tuvo actividad fabril desde 1463.20 Pero fue concretamente con ocasión de la Guerra de Granada cuando Isabel y Fernando apreciaron las ventajas de la continuidad del personal al servicio de la artillería, afirmándose su carácter permanente en los últimos años del siglo XV, también cuando se decidieron a abrir fundiciones. De esta forma, fue configurándose como principal centro industrioso artillero, el de Medina del Campo, al que se unió después Baza. En esta última ciudad y en Málaga situaron también los Reyes Católicos las primeras maestranzas artilleras. La principal fundición en la época fue, por derecho propio, la de Medina del Campo21 de donde salieron piezas que comenzaban a testimoniar el progreso técnico de los materiales, siendo foco de la vanguardia tecnológica europea en aquel reinado, especialmente en los últimos años. A la hora de evocar nombres propios, no se puede obviar el del Maestro Bartolomé, excelso y puntilloso fundidor español. Sin duda, la fundición de bronce fundido será la revolución técnica del momento. Ante el reto técnico por excelencia, lograr bocas de fuego mas ligeras que las bombardas, de menor calibre, los reyes trasladaron a España técnicos foráneos, maestros fundidores alemanes y franceses, autores de piezas mas ligeras, quienes introdujeron en España el sistema de fundir los materiales de artillería de una sola pieza, abandonándose en el reinado de Isabel y Fernando la fundición de las bombardas y el sistema precedente de forjado con duelas y aros.22 IV.
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Antes de iniciar un breve recorrido por diferentes acciones y campañas en las que se contó con la intervención de la artillería en el reinado 19. CARRASCO Y SAYZ, Adolfo. “Apuntes de la historia de la fundición de artillería de bronce en España”, en Memorial de Artillería, Madrid, 1887. 20. VIGON, Jorge, Historia de la Artillería Española. Madrid, 1947 21. ARANTEGUI Y SANZ, J., ob. ya citada, es imprescindible para trabajar sobre aquel centro fabril. 22. CARRASCO Y SAYZ, Adolfo, “Apuntes de la historia de la fundición de artillería de bronce en España”, en Memorial de Artillería, Madrid, 1887.
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de los RRCC, es necesario recordar el tenor de la praxis artillera, determinada mayoritariamente por lo empírico sobre lo científico. Para que esto último se impusiera –la fundamentación científico-matemática de la práctica artillera- tendría que pasar un tiempo considerable aún.23 Desde los orígenes del arma, con la utilización de aquellos impresionantes “truenos”, se aprecia una notable evolución, y el peso del aprendizaje a la hora de llevar a cabo el tiro artillero. Aún así, su resultado no estaba exento de expectación, casi de emoción. La respuesta de los materiales en función de la bondad de su fundición o su desgaste, de la carga de pólvora o, incluso, del clima y variaciones de temperatura, modificaban sistemáticamente la trayectoria y el alcance de los proyectiles. Sin embargo, ya en el siglo XV, la presencia artillera en cualquier contingente militar de la época era un signo de poder y de disuasión importante. La artillería se destinaba con más frecuencia a los asedios o la defensa de las plazas que a la campaña, de tal forma que - los historiadores coinciden en señalar24- que hasta la batalla de Olmedo (1467) no se puede encontrar en Castilla un atisbo a modo de antecedente, de la artillería de campaña. En aquella contienda, parece que por primera vez de forma documentada, se asentó una bombarda armada para intervenir en los primeros enfrentamientos. Este precedente de la artillería de campaña, será todo un referente en el diseño de las campañas de los RRCC.25 En España, durante los siglos XIV y XV, se produjo una rápida difusión de la artillería, incorporándose paulatinamente en las campañas de Castilla y, especialmente, en las del Reino de Aragón. De hecho, la centuria se inició con el conflicto sucesorio de Aragón, a la muerte de Martín el Humano, que contó con episodios trascendentales de la historia artillera española como el sitio de Balaguer en 1413. Sin duda, otro referente histórico para la artillería española finisecular. Hasta Balaguer, en los sitios, aún dominaba la poliorcética sobre la artillería, pero este “modus operandi” se tornó definitivamente a raíz de Tendría que llegar el siglo XVIII, como se desarrolla en HERRERO FERNÁNDEZ-QUESADA, Mª Dolores, Ciencia y milicia en el siglo XVIII. Tomás de Morla, artillero ilustrado, Segovia, 1992, y Catálogo de la Biblioteca del Real Colegio de Artillería de Segovia. Fondos artilleros y de fortificación. Segovia, 1992. 24. Han trabajado sobre esto autores reconocidos como Ramón de SALAS, en su ya clásico Memorial histórico de la artillería española, Madrid, 1831; el propio ARANTEGUI y los numerosos trabajos publicados sobre el tema por CARRASCO Y SAYZ. 25. ALMIRANTE, José, Bosquejo de la historia militar de España. 1923. 23.
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aquel histórico asedio, en el que se impuso la artillería. Por primera vez en la historia del arma, los sitiados contaban también con bocas de fuego (más de treinta piezas entre gruesas y menudas), y la artillería consiguió efectos demoledores sobre la fortificación, lo que aceleró el desarrollo del sitio y la rendición. Como novedad, Don Fernando de Antequera, llevó obreros que sobre el terreno, reparaban los materiales artilleros e, incluso, fabricaban proyectiles, empleándose ya de hierro emplomado, con lo que el tiro ganó en precisión. El dato habla por sí mismo, cuando recordamos que en Balaguer con artillería se consiguió en tres meses lo que en sitios de la anterior centuria, como el célebre de Setenil, se logró en cuatro años con l a utilización de la neurobalística.26 Sin duda, la seña diferencial que ha hecho del sitio de Balaguer un hito histórico artillero, fue que la artillería se impuso a las antiguas máquinas de guerra de forma definitiva, marcando premonitoriamente las líneas de evolución de la artillería en el siglo XV. En el transcurso de esta centuria se aprecia una mayor presencia de la artillería en las campañas, integrada en el grueso de las tropas, como nueva forma de acción. La eficacia del fuego artillero hizo que progresivamente se integrara en campaña, lo que se constata con los Reyes Católicos, especialmente impulsado por Fernando de Aragón. De hecho, se pasó de la excepcional posesión de piezas de artillería por los diferentes reinos y su utilización puntual, a la constatación de que las tropas de los RRCC, contaban ya con un contingente artillero que, en determinados momentos, llegó a ser decisivo. Lo cierto es que, ya en los ejércitos de la pareja real, se puede hablar de “trenes de artillería” integrados tanto por las piezas como por el ganado encargado de su arrastre, personal a su servicio, tipología de las municiones... En este sentido, cabe recordar que fue determinante el papel jugado por la artillería en las campañas de la Guerra de Sucesión al trono de Castilla y, de forma especial, en la Guerra de Granada. La potencia de fuego de los nuevos materiales condicionó su mayor presencia en los ejércitos de estos monarcas, lo que nos sitúa ante la configuración y el nacimiento de la llamada “artillería de campaña”, más móvil, que ya no permanecía fija en los asentamientos. Este será uno de los retos técnicos ARANTEGUI Y SANZ, José, “El sitio de Balaguer en 1413 bajo el punto de vista del empleo de la Artillería”, en Memorial de Artillería. Madrid, 1887. 26.
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y de progreso de la artillería desde entonces y en los siglos sucesivos, lograr la fundición de piezas cada vez mas aligeradas para su incorporación a campaña y su mayor capacidad de movimiento, capaz de coordinarse con el resto de las tropas, sin ser una pesada rémora. Durante el conflicto dinástico castellano, se sucedían los asedios de ciudades con pertrechos de artillería, como en el dilatado sitio de Burgos, donde las bombardas y demás artillería constituían un total de seis baterías que, junto a la acción de las minas subterráneas, fueron determinantes. Entre otras cosas, porque da la impresión de que la artillería se manejaba ya de forma mas racional, no permaneciendo inmóvil en su asentamiento, sino que, al final de las operaciones militares, se la situó suficientemente cercana a los parapetos, abriendo brecha de unos veinte pasos de ancho, lo que aceleró la rendición de la plaza.27 Por otra parte, la batalla de Toro en 1476, ante el asombro de Fernando de Aragón, puso en evidencia el conocimiento y empleo de la artillería de campo por los portugueses, quienes ya en los primeros enfrentamientos causaron problemas a los castellanos, que manifestaron un importante grado de destreza con los materiales.28 Precisamente tras la batalla de Toro se otorgó el cargo de “Maestro Mayor de la Artillería Española” a Micer Domingo Zacarías, por primera vez en la historia del arma, aunque ya desde 1342 se habían constatado documentalmente nombramientos específicos de este tenor para la artillería, pero de Navarra, Aragón o Castilla.29 Desde el trono castellano-aragonés, los Reyes Católicos, emprendieron la Guerra contra el Reino de Granada, que cerraría el dilatado proceso de Reconquista, ante la toma de Zahara por los moros en 1481, que tuvo su contrapunto con la conquista de Alhama de Granada por los cristianos. En aquellas campañas, la artillería jugó papeles relevantes en múltiples ocasiones, computándose en seis años hasta quince sitios con artillería. Fernando planeó reunir material de diferentes puntos de la Península, con el que –a pesar del fracaso al cerco de Loja- se llevó a cabo con 27.
OLIVER COPONS, Arturo, “Las artillerías de guerra en el reinado de los Reyes Católicos”, en Memorial de Artillería, Madrid, 1883. 28. Vid. la obra clásica de Jorge VIGON, Historia de la artillería española. Madrid, 1947. 29. CUERPO DE ARTILLERIA, Apuntes acerca de la antigua organización de la Artillería Española. Escalafón de 1889, Madrid, 1889.
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posterioridad la toma de Tájara, Córdoba y, especialmente, las de Alora y Setenil. Ambas se rindieron ante el derribo de sus murallas por parte de un gran tren de artillería. Secuencias similares tuvieron lugar en Coín, Catarma y Benamoquí, y en definitiva en todo el camino de su marcha hacia Málaga. En el asedio a Ronda, se registró una importante actuación artillera, derribándose las murallas con piezas de gran calibre, continuando su labor posteriormente con materiales artilleros de menor tamaño. Los cambios de ruta eran continuos por lo abrupto del terreno, que dificultaba el transporte de aquella pesada artillería, a pesar de lo cual –según la Crónica de Hernando del Pulgar- la artillería intervino en la conquista de Loja, en 1486. e Illora, donde un certero disparo hizo blanco en la torre que almacenaba todas las reservas de pólvora de los moros. De esta forma, se utilizó con mas frecuencia artillería mas ligera, piezas de menor calibre, como una caña de bombardeta de hierro forjado que se conserva en Cádiz, que Mora Figueroa fechó en el último decenio de la guerra de Granada.30 En su avance hacia Málaga, Fernando el Católico formó un poderoso ejército en el que 1.500 carretas estaban destinadas exclusivamente al arrastre de la artillería. En 1487 se organizó la campaña contra VélezMálaga, y dada la envergadura que presentaba aquella empresa militar, fueron llamados dos prestigiosos artilleros: Diego de Vera y Francisco Ramírez de Madrid. El primero participó en otros sitios de la guerra de Granada, y adquirió, años después, renombre por su intervención al frente de la artillería en las campañas del Gran Capitán en Italia.31 El segundo, Francisco Ramírez de Madrid ya acompañó como secretario, en la batalla de Toro a Isabel la Católica, quien le nombró para sus servicios “Obrero Mayor de los alcázares y alcazabas de Sevilla”. Fue Capitán de Artillería en la Guerra de Granada desde 1482, y sus intervenciones le valieron el nombramiento de “Inspector general”,así como ser conocido con el sobrenombre de “el artillero”, siendo considerado en la historia del arma, de forma honorífica y tradicional, como el “primer artillero”.32 30. MORA-FIGUEROA, Luis, Caña de lombardeta del siglo XV en el castillo de Arcos de la Frontera (Cádiz), Cádiz, 1982. 31. ALMIRANTE, José, “Diego de Vera”, en Memorial de Artillería, Madrid, 1887. 32. Sobre Ramírez de Madrid, esposo de la “Latina”, hay innumerables referencias en toda la bibliografía clásica y contemporánea artillera. Su iconografía también es muy conocida y reproducida, pues su retrato se encuentra entre los fondos del Museo del Ejército.
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En Vélez Málaga, los RRCC respaldaron la intervención artillera con cuatro mil hombres destinados a solventar los problemas derivados del traslado y transporte. Asimismo, el sitio de Málaga contó también con apoyo artillero. Aquí Ramírez de Madrid protagonizó una acción decisiva, al tomar un puente fortificado, que permitió el acercamiento a las murallas de las baterías de artillería de calibres más ligero, en su intento por batir eficazmente cortinas y torres. Esto provocó una masiva salida de los enemigos sitiados, que a su vez atacaron prioritariamente los pertrechos y artillería, defendidos por los cristianos con tesón, y, por fin, en septiembre de 1487, se produjo la rendición.33 Fernando se decidió a emprender la conquista de la zona oriental del reino de Granada, consiguiendo su propósito al tomar Baza el 4 de diciembre de 1489, sin intervención digna de mención por parte de la artillería, lo mismo que ocurrió con la toma de Granada después de dos años de cerco. Sin embargo, Baza ha resultado ser de vital importancia en el devenir histórico artillero. De hecho, en el Museo del Ejército, en lugar destacado se encuentran las recámaras de las bombardas que se emplearon en Baza en el reinado de los RRCC, testimonio único y excepcional de aquella impresionante artillería. Inmensas recámaras, con su propia e intensa historia militar, que pasados los siglos, fueron localizadas en el XIX haciendo de pilares en la carnicería de la plaza de aquella ciudad. Según el testimonio de vecinos y miembros del Ayuntamiento “estas recámaras pertenecían a cañones cuyas cañas tenían tres varas y media de longitud, y su calibre el mayor de las balas que se han encontrado en aquel campo, es de 61 pulgadas de diámetro...”.34 En cualquier caso, lo que no se puede negar es que en los contingentes militares empleados por los RRCC en esta guerra, estuvo presente la artillería española, en ocasiones como refuerzo, y en otros momentos, como testigo presencial de acontecimientos fundamentales para el desenlace de las campañas. De la misma forma, no se podría cerrar este capítulo dedicado a la artillería de los RRCC, sin una breve mención a la artillería que estuvo impli“La artillería en las campañas de los Reyes Católicos”, en HERRERO FERNÁNDEZ-QUESADA, M.D., capítulo primero, de la obra Al pie de los cañones... ya citada. 34. La documentación consultada y toda la información recabada sobre la artillería de Baza se trata en HERRERO FERNÁNDEZ-QUESADA, M.D. en la obra mencionada en citas anteriores sobre Orígenes del Museo del Ejército.... 33.
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cada en las empresas militares de la política exterior del reinado. En este sentido, cabría recordar que como consecuencia de la Liga Santa contra el monarca francés, además de un importante ejército al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, los Reyes Católicos hicieron partir de Málaga una pequeña escuadra con un potente tren constituido por sesenta y tres piezas de artillería y 80 artilleros mandados por el Capitán Diego de Vera, que participaron en la conquista de Nápoles. Más tarde, y ante una nueva invasión francesa, el Gran Capitán se repliega a Barleta y, desde allí, pone sitio a la plaza de Ruvo, asaltada tras las brechas abiertas por la artillería española, que actuó con gran celeridad en el transporte y movimientos del material, siendo muy eficaz la acción de los falconetes dirigidos por Vera. Asimismo, es obligado mencionar la batalla de Ceriñola, donde la descarga de las trece piezas artilleras españolas abocó a los franceses al ataque frontal, causa fundamental de su derrota. En efecto, porque sobre aquella formación compacta, Diego de Vera descargó el fuego artillero ante el terror y la dispersión inmediata del enemigo, que, además, perdió toda su artillería. En aquella acción interesa destacar que la artillería española en Ceriñola –y dentro de los límites de sus márgenes de actuación en aquella época-, dirigida por tan ilustre y reputado artillero, se manifestó hábil y diestra en las maniobras de campo abierto, en un claro avance de la táctica artillera. Y, para finalizar, la misma línea se siguió en el ataque de Castilnovo y sitios de Gaeta y Garellano. Una vez terminadas las campañas, Diego de Vera se quedó en Nápoles al frente de su capitanía, compuesta por un Maestre de Artillería y 70 artilleros. Vera fue requerido igualmente por Fernando el Católico a la hora de emprender la expedición a Orán, en cuya conquista, y con tan solo cuatro falconetes, se facilitó la ocupación. Junto a Pedro Navarro, otro gran artillero, continuó la conquista hasta Bugía y Trípoli. Tras este vertiginoso y casi virtual recorrido artillero en las campañas de los RRCC, se pone de manifiesto el protagonismo de aquellas dos artillerías, castellana y aragonés, a que, en plena concordia, asumieron empresas militares comunes coronando el fin del siglo XV, en el que ya unívocamente y con propiedad se puede hablar de la artillería española.
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Sin duda aquellos antiguos e impresionantes materiales de artillería, iniciaron y protagonizaron en la parte que les correspondía, un apasionante periplo histórico estrechamente vinculado a la unificación territorial del Reino de España, en los albores ya de la Edad Moderna.
EL CONTEXTO HISTÓRICO DE EL ALCALDE DE ZALAMEA DURANTE EL REINADO DE LOS REYES CATÓLICOS ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO
LA HISTORICIDAD DE EL ALCALDE DE ZALAMEA: POSTURAS ENCONTRADAS «Con que fin el autor da a esta historia verdadera. Los defectos perdonad». Con estas palabras puestas en boca de Pedro Crespo, el inmortal alcalde de Zalamea, concluyó Calderón de la Barca su Comedia Famosa “El garrote más bien dado”, más conocida precisamente por el apelativo del protagonista que hemos citado: El alcalde de Zalamea. Zalamea de la Serena es un municipio bajo-extremeño perteneciente a la comarca de La Serena, tierras que —desde la Reconquista— se integraron en los dominios de la Orden religioso-militar de Alcántara y cabeza de un Priorato nullius dioecesis que llevaba su nombre. Son numerosas las huellas de monumentalidad que ha dejado en Zalamea su espléndido pasado: el santuario protohistórico de Cancho Roano,1 el Dystilo sepulcral romano,2 su castillo,3 la Parroquia de Nuestra Señora 1.
Cfr. MALUQUER DE MOTES, Juan, et all, «Cancho Roano, un Palacio-Santuario del siglo V a.C.», Revista de Arqueología, 74, pp.36-49 2. Cfr. GARCÍA Y BELLIDO, Antonio, El dystilo sepulcral romano de Iulipa (Zalamea de la Serena), Anejos del Archivo Español de Arqueología, Madrid, 1966. 3. NAVAREÑO MATEOS, Antonio, Arquitectura militar de la Orden de Alcántara en Extremadura, Editora Regional de Extremadura, Mérida, 1987.
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de los Milagros... algunos de ellos, auténticos hitos de importancia regional y nacional. Pero hay que reconocer que el mayor renombre de Zalamea no le viene de ninguno de los motivos alegados sino del porfiador y honrado personaje al que aludíamos al comienzo de estas líneas: Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea. Incluso entre las calles empinadas que rodean al castillo se nos enseña una modesta casa labradora de dintel granítico que, se asegura, fue el escenario principal de los sucesos que inmortalizara Calderón y que constituyen la trama de su obra: «Estando unas tropas españolas de paso por Zalamea, camino de Portugal, un capitán de ellas, don Alvaro de Ataide, fuerza a una doncella, hija de Pedro Crespo y la abandona luego en el campo. Pedro Crespo, que acaba de ser nombrado alcalde, hace prender al burlador y le ruega primero que repare la ofensa; pero al negarse áquel, lo hace ajusticiar. Don Lope de Figueroa, jefe de las tropas, protesta airado por lo que juzga violación del fuero militar pero el rey Felipe II que va también camino del reino vecino, se presenta en el pueblo y aprueba lo hecho por Pedro Crespo».4
Muchas veces, sin embargo, realidad histórica, literatura y memoria no caminan por los mismos senderos y, si bien todos recuerdan que Calderón de la Barca llamó «historia verdadera» a la justicia de Pedro Crespo, hay división de opiniones en cuanto a la interpretación correcta de esta afirmación: 1. Para cierta historiografía —sobre todo regional y local— el suceso ocurrió realmente tal y como lo relata Calderón. Así, por citar un ejemplo, en 1947 se afirmaba: «Fue D. Frey Francisco Rol de Acosta [...] el Prior que tuvo Magacela en la fecha de su paso por este territorio del rey D.Felipe II para la guerra de anexión del trono de Portugal. Hasta algún tiempo parece que hizo el rey estancia en estos lugares y tuvo ocasión de presenciar lo que en Zalamea dio motivo a nuestro famoso Calderón de la Barca (que tuvo por aquí familia) para su inmortal comedia “El alcalde de Zalamea”».5
Esta postura parece difícilmente sostenible. Calderón sitúa la acción de su drama en el verano de 1580, año en que, efectivamente, Felipe II atravesó Extremadura por Guadalupe con dirección a Badajoz y Portugal, donde sería proclamado solemnemente rey por las Cortes de Tomar (1581). Pero 4.
ALBORG, Juan Luis, Historia de la Literatura Española. II, Gredos, Madrid, 1974, p.695. 5. NARANJO ALONSO, Clodoaldo, «El Priorato de Magacela (I)», Revista del Centro de Estudios Extremeños, septiembre-diciembre, 1947, p.420.
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en ninguna de las detalladas crónicas de la época hay constancia de que el monarca o don Lope de Figueroa —a quien Calderón presenta como maestre de campo y cabo del tercio que se habría alojado en Zalamea—estuvieran presentes en la villa que, además, no se encuentra en la ruta citada.6 2. Dada la fuerza de esta argumentación, la postura que ha prevalecido es la contraria. Aun reconociendo que hay datos relacionables con la violación de la moza de Zalamea7 y que la figura de Pedro Crespo procede de una evolución folklórica que fue aumentando en significación e importancia hasta ser incorporada a la literatura y al teatro, se acaba concluyendo que Calderón «ha tenido a mano noticias de la vida militar que conocía por su hermano, para la elaboración de su drama, en el que recoge una tradición literaria de tipos y situaciones»8 o se afirma, más rotundamente «la falta de veracidad histórica rigurosa de la anécdota dramatizada».9 3. Sin embargo, el hallazgo de un interesante documento en el Archivo General de Simancas10 nos permite aventurar una tercera hipótesis: en la base del El alcalde de Zalamea no hay exclusivamente una crónica histórica ni una simple tradición literaria sino lo que podríamos llamar elaboración literaria de un hecho con fundamente histórico. Es decir: ocurrieron unos sucesos durante el Reinado de los Reyes Católicos que Calderón conoció, ignoramos cómo y transformó de acuerdo con sus necesidades poéticas y su intencionalidad. LA ACTUACIÓN DE LOS REYES CATÓLICOS EN EXTREMADURA Y LOS PERSONAJES DE LA TRAMA DE ZALAMEA El documento a que nos estamos refiriendo es un «Perdón a favor de Gómez Fernández de Solís, capitán de la gente del Arzobispo de Sevi6. VALBUENA BRIONES, Angel, Introducción a El alcalde de Zalamea, Cátedra, Madrid, 1992, 25-26 7. Cfr. MENÉNDEZ PELAYO, Marcelino, Obras de Lope de Vega. XII, RAE, Madrid, 1901, p.CLX 8. VALBUENA BRIONES, Angel, op. cit., p.29 9. DÍEZ BORQUE, José María, Introducción a El alcalde de Zalamea, Castalia, Madrid, 1979, p.63 10. Archivo General de Simancas; Registro General del Sello, junio-1491, fol.31. Agradecemos sinceramente a Dª.Isabel Hernández del Centro de Estudios Históricos del CSIC, la transcripción del texto y a D. Jesús María García Añoveros, de la misma institución, su interés.
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lla, vecino de Zalamea, que dio muerte a Pedro Trejo, de la gente del Maestre de Alcántara, burlador de Leonor de Solís, prima del primero». A simple vista, este texto —recogido del catálogo del Archivo— recuerda inmediatamente el argumento de El alcalde de Zalamea pero una lectura atenta no hace sino confirmar esa posibilidad. En efecto, el 12 de junio de 1491 los Reyes Católicos otorgaron en la Vega de Granada su perdón a Gómez Fernández de Solís, capitán de las tropas del Arzobispo de Sevilla y vecino de Zalamea, lugar de la orden de Alcántara, donde vivía con su madre y parientes hacía «quatorze o quinze años, pocos más o menos». En Zalamea se encontraba Pedro de Trejo, vecino de la ciudad de Plasencia, con cargo de cierta gente del maestre de Alcántara. El de Trejo «con el mucho fauor que allí tenía tuuo manera de tener parte con Leonor de Solís, prima de vos, el dicho Gomez de Solís, a la qual dize que al prometer casarse con ella, lo qual dize que fiço a fin de la engañar, como después paresçió, porque avnque muchas vezes sus parientes della le rogaron que se casase con ella, dize que no lo quiso facer, antes burlándose dello, menospreciándola, e avn por mayor ynfamia dellos dize que procuró que vn criado suyo tuuiese parte en otra hermana de la dicha Leonor de Solís, que era menor que ella, lo cual era contra su voluntad della, e que vista por todos sus parientes la mengua que había en lo susodicho, hablaron muchas veces con el dicho Pedro de Trejo que cumpliese lo que avía prometido a la dicha Leonor de Solís acerca de su casamiento, e que nuca lo quiso fazer». La situación se complicó aún más cuando, una noche, Pedro de Trejo entró por la fuerza en casa de Leonor de Solís y su hermana lo relató a Gómez Fernández de Solís quien se presentó ante el de Trejo y «después de algunas pláticas prestadas sobre el caso dize que le distes de palizas e que dende a dos oras, al mesmo desta, a los deste, asy mesmo de palos, e que vos, como onbre que no se lo devía sufrir, syntiendo como esa razón vuestra injuria, ansy por lo que tocaua a la ynfamia de vuestras parientas como por lo que con vos avía pasado, proposytos de le matar, e matastes al dicho Pedro de Trejo a puñaladas». Más tarde, los propios parientes de Pedro de Trejo reconocieron la culpa de éste y perdonaron la muerte que había ocurrido «con tan justa causa» y los Reyes, catorce o quince años más tarde confirmaron su perdón y remitieron el caso de su justicia civil o criminal.
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Encontramos perfectamente identificados tanto a Leonor como a Gómez Fernández de Solís entre los descendientes de Diego de Cáceres y Solís y Leonor de Noroña. De este matrimonio nacieron:11 1. Fernán Gómez de Solís. Duque de Badajoz y Señor de Salvatierra y Villanueva de Barcarrota. Contrajo matrimonio con doña Beatriz Manuel de Figueroa, hermana del segundo conde de Feria. Padres de: 1.a) 1.b) 1.c) 1.d) 1.e)
Pedro de Solís Manuel. Gómez Fernández de Solís, Señor de Malpartida, casado con doña Catalina de Silva, sin sucesión. Gabriel de Solís, clérigo. María Manuela, casada con Álvaro de Bazán, y Catalina, casada con Juan Vera de Mendoza.
2. Gómez de Solís, Maestre de la Orden de Alcántara y Mayordomo Mayor del Rey Enrique IV. 3. Gutierre de Solís, Conde de Coria, casado con doña Francisca de Toledo. Con tres hijos. 4. Diego Fernández de Solís, de quien proceden los Marqueses de Rianzuela. 5. Leonor, casada en Trujillo con Francisco de Hinojosa. Con sucesión. 6. Mencía, mujer de Diego Hernández de Escobar. De ambos proceden los Condes de Mora 7. María, casada con Galín Pérez Pantoja, cuyos hijos fueron 7.a) 7.b) 7.c) 7.d)
11.
Diego de Solís, de quien se carece de noticias. Leonor de Solís, de quien se carece de noticias. María de Solís, de quien se carece de noticias. Francisco de Solís, electo Maestre de Alcántara, que en 1474 se capituló para casar con doña María Enríquez, hija de los primeros Duques de Alba (que después fue Condesa de Feria), recibiendo en dote el Condado de Coria.
Cfr. CADENAS Y VICENT, Vicente, Diccionario Heráldico, Hidalguía, 1954; ATIENZA NAVAJAS, Julio de, Diccionario Heráldico de Apellidos, Aguilar, Madrid, 1.959; GARCÍA CARRAFFA, Alberto y Arturo, Enciclopedia heráldica y genealógica hispano-americana, Madrid, 1.935.
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7.e)
7.f) 7.g)
Pedro Pantoja, Señor de la villa de Santiago de Cacem, en Portugal, donde dejó ilustre sucesión. Casó con doña Catalina del Caño. Gutierre de Solís, marido de doña Francisca Rengel de Tapia. Con sucesión. Isabel de Solís, mujer de Francisco Ulloa. Con sucesión.
Los hechos ocurridos en Zalamea hay que situarlos hacia 1476-1477, cuando se estaba llevando a cabo el proceso de unificación y de doblegamiento de la nobleza emprendido por los Reyes Católicos y en el que correspondió a Extremadura un importante protagonismo.12 En la Alta Extremadura imponían su ley los Zúñiga o Stúñiga, duques de Arévalo y señores de Béjar, así como don Juan de Pacheco, marqués de Villena, quienes apoyaron la proclamación de doña Juana en Trujillo. Don Pedro de Portocarrero, por su parentesco con el de Villena, parecía dominar al sur del Guadiana desde Jerez y Los Santos. Todo ello alentó la intervención de Alfonso V de Portugal. Isabel también contaba con buenos respaldos y movilizó a su favor las banderías existentes. Por lo que a nosotros nos interesa, la reina opuso los Solís —señores de Magacela— contra don Juan de Zúñiga —hijo del duque de Arévalo y aspirante al maestrazgo de la Orden de Alcántara, como el clavero don Alonso de Monroy—. Después de conseguir que Plasencia volviese al realengo se atrajo a don Juan de Zúñiga, abriendo así mayor brecha en el bando contrario, aunque eso alargaría el conflicto al oponer sus aspiraciones al maestrazgo de la Orden frente a los Solís y Monroy. Hasta 1477 la plaza de Trujillo no se entregó a Isabel, quien desde ella pacificó Extremadura, concediendo perdón a los rebeldes de Badajoz, estableciendo la Santa Hermandad y mandando destruir algunos castillos. La reina acudió también a Cáceres para establecer la paz entre sus caballeros divididos en bandos y linajes con una solución que suponía la pérdida de libertades municipales en aras de la concordia nobiliaria y el poder real. Todavía resistieron el clavero Monroy y otros en Medellín y Montánchez hasta el encuentro final de La Albuera y la firma de la paz de Alcaçovas (1479). 12. Cfr. GONZÁLEZ, Julio, «Introducción histórica», VV.AA, Extremadura, Noguer, Madrid, 1979, pp.78-80. MARTÍN MARTÍN, José Luis - GARCÍA OLIVA, María Dolores, Historia de Extremadura, II, Los tiempos medievales, Universitas Editorial, Badajoz, 1985, pp.373-380; RUBIO MERINO, Pedro, «Badajoz: Edad Media Cristiana», Historia de la Baja Extremadura, I, Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes, Los Santos de Maimona, 1986, pp.666-673; SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis, Isabel I, Reina, Ariel, Barcelona, 2002.
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LOS SUCESOS DE ZALAMEA Y EL DRAMA DE CALDERÓN El paralelismo entre los hechos ocurridos en Zalamea a finales del siglo XV y los luego dramatizados por Calderón resulta evidente, tanto en lo que toca a los personajes como a las situaciones: Pedro de Trejo se convierte para Calderón de la Barca en el Capitán don Alvaro de Atayde; Leonor de Solís y su hermana en Isabel e Inés, Gómez Fernández de Solís, primo y vengador, cede paso a Pedro Crespo, un personaje de tradición literaria13 muy apropiado para encauzar los valores propuestos por el dramaturgo; y finalmente, los hechos se trasladan desde el turbulento período de la lucha protagonizada por los Reyes Católicos al reinado de Felipe II, símbolo de los mejores momentos de la Monarquía española y de un poder real que, lejos de cuestionar la validez de los principios morales, interviene para restaurar el equilibrio cuando éstos, y quizás también el orden social que sustentaban, han sido alterados. El error, tanto de los que han afirmado la historicidad estricta como de los que la han negado consiste, pues, en haber puesto el acento más en los personajes que en la trama, olvidando que, como afirma Valbuena Briones, Calderón: «Busca ofrecer un cuadro verosímil, aunque no vacile en cambiar el lugar o el tiempo o en modificar la participación de las figuras históricas si con ello se beneficia la fórmula teatral que aplica a la pieza».14 En conclusión, puede afirmarse que la verosimilitud15 de El alcalde de Zalamea no se consigue sólo por artificio literario sino que responde a unos sucesos reales, a unas pasiones que se desataron en la villa pacense de Zalamea de la Serena a finales del siglo XV. Uno de los temas de fondo de este drama es el honor, y como tal podrá seguir siendo considerado por los literatos, pero en adelante no cabe olvidar que detrás de El alcalde de Zalamea se esconde también un suceso histórico. 13.
Es probable que el nombre de Pedro Crespo apareciera por primera vez en la literatura en este pasaje publicado en 1599: «Acuérdome que un labrador en Granada, solicitaba por su interese un pleito en voz de su concejo contra el señor de su pueblo, pareciéndome que lo había con Pero Crespo, el alcalde del, y que pudiera traer los oidores de la oreja», MATEO ALEMÁN, Guzmán de Alfarache, Espasa-Calpe, Madrid, 1972, p. 66. 14. Cit. por DÍEZ BORQUE, José María, op. cit., p.62 15. Lope de Vega dijo en el Arte Nuevo de hacer comedias que «es máxima que sólo ha de imitar lo verosímil».
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Transcripción del documento GÓMEZ FERNANDES DE SOLÍS Perdón R.G.S. 1491 Don Fernando e Doña Ysabel, etc., por quanto por parte de vos, Gómez Fernandes de Solís, capitán de la gente del arçobispo de Seuilla, nos fue fecha relación diziendo que puede auer quatorze o quinze años, pocos más o menos, que vos, biviendo en Çalamea, lugar de la horden de Alcántara, con vuestra madre e parientes que allí morauan, estaua a la razón en la dicha villa Pedro de Trejo, vecino de la cibdad de Plazencia, con cargo de cierta gente del maestre de Alcántara, e que con el mucho fauor que allí tenia tuuo manera de tener parte con Leonor de Solís, prima de vos, el dicho Gomes de Solís, a la qual dize que al prometer casarse con ella, lo qual dize que fiço a fin de la engañar, como después paresçió, porque avnque muchas vezes sus parientes della le rogaron que se casase con ella, dize que no lo quiso facer, antes burlándose dello, menospreciándola, e avn por mayor ynfamia dellos dize que procuró que vn criado suyo tuuiese parte en otra hermana de la dicha Leonor de Solís, que era menor que ella, lo qual era contra su voluntad della, e que vista por todos sus parientes la mengua que había en lo subsodicho, hablaron muchas veces con el dicho Pedro de Trejo que cunpliese lo que avía prometido a la dicha Leonor de Solís acerca de su casamiento, e que nunca lo quiso fazer, e que vna noche el dicho Pedro de Trejo entró por fuerça en casa de la dicha Leonor de Solís e su hermana, de lo qual dize que la menor se vos quexó dello, e que vos fuistes al dicho Pedro de Trejo e después de algunas pláticas prestadas sobre el caso dize que le distes de palizas e que dende a dos oras, al mesmo desta, a los deste, asy mesmo de palos, e que vos, como onbre que no se lo devía sufrir, syntiendo como esa razón vuestra injuria, ansy por lo que tocaua a la ynfamia de vuestras parientas como por lo que con vos al avía pasado, propósytos de le matar, e matastes al dicho Pedro de Trejo a puñaladas, a que después conosçido por sus parientes quanto a su culpa lo sobredicho se fiço, e al poco cargo que vos teníades en ello, vos perdonaron su muerte segund lo mostrastes ante algunos de nuestro consejo, e que nos suplicárades que pues con tan justa cabsa aviádes fecho la muerte de dicho Pedro de Trejo e érades perdonado de sus parientes, vos perdonásemos la nuestra justicia, ansy ciuil como criminal, que nosotros avíamos e teníamos e podríamos aver e tener contra vos e contra vuestros bienes por la dicha razón, o vos proueyésemos acerca dello como la nuestra segund fuese, e nos a contado lo susodicho e buenos e señálados seruicios que nos avedes fecho, especialmente en la guerra de los moros, enemigos de nuestra santa fe católica, e por vsar de clemencia e piedad con vos, tuvímoslo por bien, e por ende, por la presente, sy soys perdonado de los parientes del dicho Pedro de Creso, vos perdonamos e remitimos la nuestra justicia, asy ciuil como criminal, que nosotros avemos e tenemos e podríamos auer e tener contra vos, el dicho Gomes de Solis, o contra vuestros bienes, por cabsa e razón de la muerte del dicho Pedro de Trejo, non enbargante, e después que la facistes aveyes entrado e estado en la nuestra corte, e por esta nuestra carta e por su traslado según derecho, puede mandar a la nuestra justicia mayor e a sus lugartenientes, a los
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del nuestro consejo, a oydores de la nuestra avdiencia, a los alguaziles de la mi casa e corte e chancillería, e a todos los corregidores e asystentes, alguaziles, misiuos e otras justicias qualesquier de todas las cibdades e villas e lugares de los nuestros reynos e señoríos, ansy a los que agora son como a los que serán de aquí adelante, que nos guarden e cunplan e fagan guardar e cunplir este dicho perdón e remisión que nos vos fazemos, e por cabsa e razón dello vos no prendan al cuerpo, infieran, ni molesten, nin maten, ni lisiasen, ni consientan faser ni matar, ni prender, ni lisiar, ni prendan, ni facer ni fagan, ni consientan facer otro mal ni daño ni desaguisado alguno en vuestra persona ni en los dichos vuestros bienes ni en cosa de lo vuestro, a pedimiento de parte ni de nuestro procurador fiscal, e procurar de la nuestra justicia ni de su oficio, ni en otra manera alguna non enbargante, qualesquier procesos que sobrello se ayan fecho e señias que ayan dado contra vos a nos, por la presente las reuocamos, cesamos e anulamos, e de por uida e de ningund valor e efecto, e sy por la dicha razón vos están cursados, tomados e ocupados o enbargados algunos de los dichos vuestros bienes, mandamos que vos los den e tornen e restituyan luego, saluo los que por las tales señias o por algunas condiciones de los perdones de las partes, fueron o son adjudicados a las partes querellosas antes que perdonasen o después de aver perdonado, o sy algunos de los dichos bienes están vendidos o rematados por las costas a omezillos? e desprecios a otros derechos algunos, porque nuestra yntinción no es de perjudicar en ello al derecho de las partes a que toca, e alçamós e quitamo toda mácula e ynfamia en que por aver fecho la dicha muerte en la manera que dicha es, ayays caydo e yncurrido, e vos restituimos en vuestra buena fama yntegrum segund o en el estado en que estaríades antes e al tiempo que lo susodicho fuese por vos fecho e cometido, lo qual quisimos e mandamos que asy se faga e cumpla, no enbargante las leyes que dicen que las causas de perdón no valan sy no fueran o sean escriptas de mano de nuestro escriuano de cámara e refrendadas en las espaldas de dos de nuestro consejo o de letrados, e otrosy la ley que dice que las causas dadas contra ley o fuero e derecho deven ser obedecidas e no cunplidas e que los fueros e derechos no pueden ser derogados saluo por ciertas e otras qualesquier leyes e hordenanças e primacías, esenciones destos nuestros reynos e señoríos, que en contrario de lo susodicho sean o ser puedan cursas como rey e reyna e señores de nuestro propio motu e ciertas ciencas e poderío real absoluto de que queremos vsar e vsamos, en esta parte dispensamos con ellas e con cada vna dellas e de cada vna dellas este dicho perdón e remisyón que nos vos fazemos, os sea guardado e cunplido en la manera que dicha es, quedando en su fuerça e vigor para adelante, e a los vnos ni los otros no fagades ni fagan en deal por alguna manera so pena de la nuestra, desde XV años, etc. Dada en el condal de la vega de Granada, a XII días del mes de junio, año del nascimiento del nuestro Señor Jesuchristo de MIIIIXCI años. Yo, el rey, yo, la reyna, yo Fernán de Aluares de Toledo, secretario del rey e de la reyna, nuestros señores, la fize escriuir por su mandado en forma redacionada destos.
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ISABEL LA CATÓLICA Y LA ORDENACIÓN JURÍDICA DE LAS LEYES DE CASTILLA CARLOS PÉREZ FERNÁNDEZ-TURÉGANO
El 11 de diciembre de 1474 fallecía en Madrid el rey Enrique IV. Dos días después, Isabel se proclamaba reina de Castilla en la ciudad de Segovia. Daba inició así un reinado que, tras las dificultades iniciales derivadas de la guerra civil que enfrentó a Isabel con Juana la Beltraneja, se caracterizaría por el enorme esfuerzo de Isabel en superar los problemas heredados de reinados anteriores. La reina era consciente de la necesidad de recuperar la estabilidad política, social y económica de la que Castilla no disfrutaba desde hacía décadas. Por ello, y tras la firma con su marido de la Concordia de Segovia en 1475, que venía a regular la participación de cada uno en la gobernación de Castilla, ambos se pusieron manos a la obra en la labor de pacificación y estabilización del reino. La historiografía ha sido unánime tanto a la hora de enumerar los problemas que azotaban Castilla (el reino se encontraba en la más completa anarquía, la autoridad real era desobedecida en cada uno de sus territorios, los nobles habían impuesto su ley, la economía se encontraba en bancarrota, la inseguridad había alcanzado cotas alarmantes) como a la hora de valorar acertadamente las medidas adoptadas por los Reyes Católicos para poner remedio a estos males (fortalecimiento del poder real, consiguiente disminución de los privilegios de los nobles, recuperación de la paz y seguridad de sus súbditos en ciudades y caminos).
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Sin embargo, a los anteriores habría que añadir otro problema que estorbaba ya desde hacía más de un siglo el adecuado gobierno del reino de Castilla: el desorden jurídico legal existente. En efecto, tras varios siglos de una ingente producción legislativa de diferente naturaleza y origen (fazañas, cartas pueblas, fueros, legislación real y de Cortes), la realidad es que era muy complicado, tanto para los particulares como para las mismas autoridades, conocer cuál era el Derecho vigente en cada momento. Testimonios sobre esta situación hay muchos; por ejemplo, Pérez Martín ha señalado lo siguiente: “La situación de la legislación vigente en Castilla a finales de la Edad Media era la de una masa de leyes abundante, confusa y dispersa”.1 E indica una de las causas de ello: “Los reyes castellanos no ponían en sus pragmáticas cláusulas derogatorias, con lo cual era difícil saber exactamente cual era el derecho vigente”.2 García Gallo señalaba otras de las razones que habían conducido a esa situación de confusión en que se encontraba la legislación castellana al final de la Edad Media: “A los ordenamientos de Cortes, como genéricamente se designan las leyes dadas en ellas, hay que añadir a partir del siglo XIV las reales pragmáticas con que los monarcas legislan sobre materias de interés general, con la misma fuerza y vigor que si hubieran sido dictadas por las Cortes, y a todo ello las provisiones o mandatos de gobernación que dictan los reyes o las autoridades subordinadas en el ejercicio de la función de gobierno. Se produce así un cúmulo de disposiciones de diferente autoridad, dispersas, con frecuencia olvidadas, muchas veces dudosas, contradictorias entre sí, o posteriormente modificadas, o que no responden a las necesidades del momento, y que en ocasiones corren en ejemplares no conformes con los textos originales”.3
Con anterioridad, otro ilustre historiador del Derecho como Martínez Marina tampoco dejó lugar a dudas: “¿Quién sería capaz en esa época, aún después de muchos años de estudio y meditación, de formar idea exacta de la jurisprudencia nacional? ... en los tribunales reinaba la ignorancia, por todas partes cundía el desorden, prevalecía la injusticia, 1. PÉREZ MARTÍN, A., “La legislación del Antiguo Régimen (1474-1808)”, en Legislación y jurisprudencia en la España del Antiguo Régimen, Valencia, 1978, págs. 7276, 16. 2. Ibidem, pág. 16. 3. GARCÍA GALLO, A., y PÉREZ DE LA CANAL, M.A., prólogo al Libro de las Bulas y Pragmáticas de los Reyes Católicos, Instituto de España, Madrid, 1973, vol. I, págs. 9-29, 12.
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medraba el interés y el desvalido era oprimido”.4 En definitiva, como también expuso Floranes, “... en la administración de Justicia ninguna qüestion puede ofrecerse mas delicada, que quando viene a disputa si tal o qual Codigo tiene autoridad legislativa”.5 Ya los monarcas castellanos anteriores a Isabel la Católica procuraron poner remedio a este calamitoso estado de la legislación del reino. Bien es cierto que la iniciativa en este sentido partió de las propias Cortes castellanas, que reiteradamente solicitaron una rápida y eficaz solución: “... la nación clamó muchas veces en Cortes generales pidiendo el remedio, y una compilación sucinta y metódica de los ordenamientos y leyes del reino, a cuya indigesta y confusa multitud atribuían el origen de todos los males”.6 Así, en las Cortes celebradas en Madrid en 1433, los procuradores solicitaron a Juan II el nombramiento de algunas personas del Consejo de Castilla con el fin de que “... vean las dichas leyes e ordenamientos asi de los dichos reyes mis antecesores como mias, e desechando lo que pareciere ser superfluo, copilen las dichas leyes por buenas e breves palabras e fagan las declaraciones e interpretaciones que entendieren ser necesarias ...”.7 El rey accedió a ello: “A esto os respondo que dezides bien e yo lo entiendo asi mandar fazer”.8 Sin embargo, pese a esta declaración real, nada de ello se llevó a cabo. La razón es bien sencilla, pues los conflictos sociales y políticos que marcaron el rumbo de su reinado impidieron que el rey prestara la debida atención a otra cuestión que no fuera pacificar sus tierras.9 4.
MARTÍNEZ MARINA, F., Ensayo histórico-crítico sobre la legislación y principales cuerpos legales de los reinos de León y Castilla, especialmente sobre el Código de las Siete Partidas de don Alonso el Sabio, BAE, Madrid, 1966, nº 194, págs. 5-354, 283. 5. FLORANES, R. de, Disertaciones sobre la autoridad legislativa de todos nuestros Codigos de legislación anteriores al recopilado ultimo de 1567, que oy govierna, con sus aumentos, B. Nacional (en adelante B.N.), ms. 11.230, siglo XVIII, pág. 2. 6. MARTÍNEZ MARINA, Ensayo histórico-crítico, pág. 283. 7. Cortes de los antiguos Reinos de Leon y Castilla, Real Academia de la Historia, Madrid, 1866, t. III, pág. 182. 8. Ibidem. 9. En el Ordenamiento de Montalvo promulgado años más tarde quedó reflejada de la siguiente manera esta situación: “Y porque parece, que en las Cortes, que hizo el señor Rey don Juan, que sancta gloria aya, en Madrid, año de la salvación de mil y quatrocientos y treinta y tres años a suplicacion de los procuradores de las ciudades y villas de estos Reynos, mandó y ordenó, que todas las dichas leyes, y ordenanzas fuesen en un volumen copiladas ordenadamente por palabras breves bien compuestas. Lo qual por entonces no se hizo”. Copilacion de Leyes del Reino, de Alfonso Díaz de Montalvo, 1484, ed. facs., Valladolid, 1986.
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Idéntica solicitud presentaron los procuradores al rey Juan II en las Cortes de Valladolid de 1447, con similar resultado, ya que nada se hizo en ese sentido. Tampoco su sucesor, Enrique IV, logró poner un mínimo de orden en la confusa legislación castellana, a pesar de que también fue apremiado en Cortes a ello. En las celebradas en Madrid el año 1458, y a petición de los procuradores, decidió “... que todas las dichas leyes, y ordenanzas fuesen ayuntadas en un volumen, y cada una ciudad, o villa tuviesen un libro de las dichas leyes, y que por ellas fuesen librados, y determinados todos los pleitos, y causas, y negocios que ocurren”.10 No obstante, ni ahora, ni tras las Cortes de Toledo de 1462, cuando Enrique IV nombró a cinco letrados con ese exclusivo encargo, la situación encontró enmienda ni cura alguna. De nuevo en este caso fueron las circunstancias políticas las que imposibilitaron que se cumpliesen los designios reales en esta materia tan importante. La rebelión protagonizada por Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, Pedro Girón, maestre de la Orden de Calatrava y su antiguo favorito, el marqués de Villena, obligaron a Enrique IV a emplear todas sus fuerzas en sofocar a los rebeldes, como así ocurrió en la batalla de Olmedo de 1467.11 Por tanto, al iniciarse el reinado de los Reyes Católicos todavía no había visto la luz ese cuerpo legal que, en forma de recopilación o copilación, armonizara las múltiples leyes y disposiciones castellanas y estableciera cuáles eran aquellas que los tribunales del reino podían aplicar, y, en consecuencia, se consideraban vigentes, y cuáles no. Según Martínez Marina, no sólo los monarcas eran responsables de esta situación, sino que también tenían cierta responsabilidad los jurisconsultos y letrados que, en su opinión, desatendían “... la obligación de la ley, y abandonando vergonzosamente el Derecho patrio, a consecuencia de su mala educación literaria, se entregaron exclusivamente al estudio del Código, Digesto y Decretales y al de los sumitas y comentadores ...”.12 González Sánchez, estudioso de la figura de Isabel la Católica, ha señalado recientemente que nada más iniciarse su reinado tanto la reina como su marido Fernando echaron en falta la existencia de “... una refundición ordenada y clara, de todo el fárrago de leyes, muchas superfluas y Ibidem. Tampoco llegó a cumplirse la sentencia arbitral dictada en Medina del Campo el 16 de enero de 1465, en la que se manifestaron otra vez, entre otras cuestiones, los deseos del reino de ordenar la vasta y confusa legislación castellana. 12. MARTÍNEZ MARINA, Ensayo histórico-crítico, pág. 285. 10. 11.
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contradictorias, dispersas en buen número de cuerpos legales que estaban vigentes en los reinos castellanos”.13 Y coincidiendo con Martínez Marina, exponía que “... era harto difícil moverse con soltura en el intrincado laberinto de un Derecho Científico que se asentaba aún en el Fuero de Justiniano, en las Decretales, Fuero Viejo de Castilla, Leyes de La Partida, centenares de Ordenanzas y usos locales que estaban reclamando una urgente refundición en un solo cuerpo legal de fácil manejo”.14 En consecuencia, tres eran los problemas a los que tuvo que encontrar una solución la reina Isabel en esta materia: la multiplicidad de normas existentes, el carácter contradictorio de muchas de ellas y el carácter superfluo de las mismas. Además de que algunas de esas normas se encontraban ya derogadas, si no de forma expresa, sí tácitamente. Esto es lo que se halló Isabel la Católica al enfrentarse a sus primeros meses y años de gobierno, pues en algunos asuntos que se le plantearon no se encontró la norma aplicable y en otros había varias disposiciones que podrían adaptarse al supuesto concreto. Así lo ha expuesto Clemencín: “La experiencia de los negocios dio á conocer á Isabel lo insuficiente de las leyes en unas materias, lo redundante en otras, lo incoherente en todas. Tocó los defectos de nuestra legislación, no sólo dividida y despedazada en cuadernos disonantes, hijos de tiempos y circunstancias diversas, como lo encontró al ocupar el trono ...”.15
Tal era el estado de la legislación castellana que muchas veces la resolución de un asunto se demoraba más tiempo del debido o nunca se solucionaba por no conocerse la norma adecuada. Esto producía enormes perjuicios a los ciudadanos a “... quienes muchas veces se les causaban largas dilaciones haciéndoles esperar inútilmente en las antesalas de las Curias. Con harta frecuencia se veían obligados a regresar a sus hogares sin la anhelada solución para sus problemas”.16 Evidentemente esto chocaba frontalmente con el principio o máxima que la reina Isabel se marcó como objetivo de su reinado: el bien de sus súbditos. ¿Cómo se enfrentaron a esta situación los Reyes Católicos? Pues según Martínez Marina, “... comprendiendo que la equidad y vigor de las 13.
GONZÁLEZ SÁNCHEZ, V., El testamento de Isabel la Católica y otras consideraciones en torno a su muerte, Madrid, 2001, pág. 200. 14. Ibidem. 15. CLEMENCÍN, D., “Elogio de la Reina Católica doña Isabel”, en Historia de Isabel la Católica, por el Barón de Nervo, Madrid, págs. 253-334, 289. 16. GONZÁLEZ SÁNCHEZ, El testamento de Isabel la Católica, pág. 200.
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leyes y la justicia es la base sobre que estriba necesariamente la prosperidad de las naciones y el orden de la sociedad ...”,17 trataron de poner un poco de orden en el confuso panorama del Derecho castellano. En todo caso, el conseguir este objetivo no era fácil, dada la multiplicidad de normas existentes. ORDENAMIENTO DE MONTALVO En 1480, en vías de pacificación el reino de Castilla, se celebraron Cortes en la ciudad de Toledo. En las mismas se encargó al célebre jurista Alonso Díaz de Montalvo la elaboración de un único cuerpo legal “... donde estuvieran recopiladas todas las leyes, ordenanzas y pragmáticas posteriores al Fuero Real, á Las Partidas y al Ordenamiento de Alcalá;”.18 Nacido en 1405, Montalvo tenía una bien ganada fama de buen jurista. En los reinados tanto de Juan II como de Enrique IV había ocupado diversos empleos, como el de corregidor o el de oidor en la Audiencia castellana, el órgano supremo de la administración de justicia. Ejerciendo estos empleos había tenido lógicamente un contacto diario con el Derecho castellano y había comentado diversas obras como el mismo Fuero Real o Las Partidas. Había escrito una obra titulada Solemne Repertorium seu secunda compilatio,19 y además, fue nombrado miembro del Consejo Real justo en aquellos años, lo que no deja lugar a dudas acerca de la confianza que en él tenía depositada Isabel la Católica.20 Cuatro años dedicó Alonso Díaz de Montalvo a cumplir el encargo recibido. El 11 de noviembre de 1484 presentó el trabajo realizado,21 publicándose con el título de Ordenanzas Reales e imprimiéndose por primera vez en Huete en el mismo año de 1484.22 En el prólogo de esta MARTÍNEZ MARINA, Ensayo histórico-crítico, pág. 286. LADREDA, M. F., Estudios históricos sobre los Códigos de Castilla, La Coruña, 1896, pág. 153. 19. BARRERO GARCÍA, A. Mª., “Los repertorios y diccionarios jurídicos desde la Edad Media hasta nuestros días. Notas para su estudio”, en AHDE, Madrid, 1973, XLIII, págs. 311-351, 322. 20. PÉREZ MARTÍN, A., “La legislación del Antiguo Régimen (1474-1808)”, en Legislación y jurisprudencia en la España del Antiguo Régimen, Valencia, 1978, págs. 7276, 17. 21. LADREDA, Estudios históricos, pág. 153. 22. MARTÍNEZ MARINA, Ensayo histórico-crítico, pág. 286. 17. 18.
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obra se indicaba cuál fue el deseo de la reina Isabel y su marido el rey Fernando al encargar su redacción a Montalvo: “... rrey don fernando y rreyna doña Isabel ... E deseando y queriendo que en sus rreynos y señoríos la justicia florezca y se faza y administre justa y derechamente según deven aquellos que tovieren cargo de la fazer asi en la su casa y corte ...”.23
Lisa y llanamente, que en Castilla se hiciera justicia, que las personas encargadas de administrarla lo hicieran en tiempo y con arreglo a unas leyes concretas por todos conocidas. Para ello habían ordenado a Montalvo hacer una recopilación: “... Mandaron q se fiziese copilacion de las dichas leyes y ordenanzas y prematicas juntamente con algunas leyes mas provechosas y necesarias usadas y guardadas del dicho fuero castellano en un volumen por libros y titulos de partidos y convinientes cada una materia sobre si Quitando y desando las superfluas [ ... ] rrevocadas y derogadas y aquellas que no son nin deven ser en uso”.24
Considerada la obra de Montalvo como la primera recopilación castellana, por real cédula de 20 de marzo de 1485 se ordenó que todas las villas y lugares tuvieran a su disposición los ocho libros de que constaba y resolver todos los pleitos de acuerdo a su contenido.25 ¿Qué recogía en concreto el Ordenamiento de Montalvo?: las ordenanzas, pragmáticas y leyes de Cortes dictadas en Castilla desde el reinado de Alfonso XI, y algunas disposiciones del Fuero Real de Alfonso X el Sabio. Todas ellas “... aparecen generalmente precedidas de la indicación del rey que las promulgó, la fecha y el lugar de promulgación”.26 La obra, tal y como ordenaron los reyes, tuvo una efectiva aplicación práctica, como lo demuestra el hecho de que se llegaron a hacer cuatro nuevas ediciones de la misma en el plazo de treinta años: 1488, 1495, 1500 y 1513.27 No obstante, cabe preguntarse si realmente el Ordenamiento de Montalvo vino a clarificar, o paliar al menos, como aspiraba Isabel la Católica, el desordenado Derecho castellano. Nada más fácil que recurrir a las palabras de la propia reina para llegar a la conclusión de que su 23.
Copilacion de Leyes del Reino, de Alfonso Díaz de Montalvo, 1484. Ed. facs. Valladolid, 1986 (B. N., R/101162). 24. Ibidem. 25. MARTÍNEZ MARINA, Ensayo histórico-crítico, 287. 26. PÉREZ MARTÍN, La legislación del Antiguo Régimen, pág. 18. 27. GONZÁLEZ SÁNCHEZ, El testamento de Isabel la Católica, 201.
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anhelo no se vio satisfecho. En el punto nueve de su codicilo, de 1504, ella misma reconocía que a lo largo de su reinado había tenido el deseo de “... mandar reducir las leyes del Fuero e ordenamientos e prematicas en un cuerpo, do estouiesen mas breuemente e mejor ordenadas, declarando las dubdosas e quitando las superfluas, por euitar las dubdas e algunas contrariedades que cerca dellas ocurren e los gastos que dellos se siguen a mis regnos e subditos e naturales ...”,28
pero que “... a causa de mis enfermedades e otras ocupaciones no se ha puesto por obra”.29 Pero es que además la doctrina coincide con la reina en esta afirmación, al achacar al Ordenamiento de Montalvo que lo único que supuso fue el “... añadir un código más a la inmensa multitud de los que entonces formaban y aun hoy día forman parte del derecho español”.30 Ladreda, por su parte, afirmó que después de la publicación del Ordenamiento de Montalvo podía apreciarse en Castilla “...el mismo desorden que reinaba en la legislación; la misma contradictoria inteligencia que se daba á las leyes del Fuero Real y de las Partidas; igual falta de texto legal para la decisión de muchos litigios y otros graves males que ya quedan apuntados ...”.31 En cierto modo el Ordenamiento de Montalvo de 1484 supuso un avance respecto de la situación anterior, tanto porque representaba la inequívoca intención real de remediar el caos legislativo como por ser la primera recopilación castellana. Siete años después, en 1491, la reina Isabel mandó hacer una reimpresión de Las Partidas, que seguían siendo en todo caso la fuente principal del Derecho castellano. Se trataba de facilitar la resolución de aquellos pleitos y litigios que no pudieran solventarse con arreglo a las leyes vigentes, lo cual suponía el reconocimiento implícito de los defectos y errores de la obra de Montalvo. El prólogo de la edición de Sevilla, obra de Estanislao Polono, decía que en ausencia de otras leyes los pleitos deberían resolverse “... por los libros de las Siete Partidas ...”.32 28. Codicilo de Isabel la Católica, núm. 9, en GONZÁLEZ SÁNCHEZ, El testamento de Isabel la Católica. 29. Ibidem. 30. ANTEQUERA, J. Mª., Historia de la legislación española desde los tiempos más remotos hasta la época presente, Madrid, 1849, pág. 238. 31. LADREDA, Estudios históricos, pág. 158. 32. GONZÁLEZ SÁNCHEZ, El testamento de Isabel la Católica, pág. 201.
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LIBRO DE BULAS Y PRAGMÁTICAS DE JUAN RAMÍREZ No cejaron los Reyes Católicos en su empeño de armonizar la legislación castellana. Un año antes del fallecimiento de Isabel, en 1503, veía la luz una nueva obra que vino a aportar un poco más de orden: el denominado Libro de Bulas y Pragmáticas de Juan Ramírez. A diferencia del Ordenamiento de Montalvo, que como ya queda dicho no fue sancionado por los reyes, ahora Isabel y Fernando promulgaron oficialmente el Libro de Bulas y Pragmáticas mediante la real provisión de 10 de noviembre de 1503. La obra fue impresa también por Ladislao Polono en Alcalá de Henares.33 Respondía este texto al encargo que años antes habían hecho los Reyes Católicos al Consejo de Castilla para corregir y reunir en un solo cuerpo legal todas las pragmáticas dictadas por ellos mismos y por sus antecesores, así como una serie de bulas papales dictadas a favor de la jurisdicción regia. El prólogo de la obra no deja lugar a dudas: “Don Fernando y Doña Isabel ... sepades que los reyes (de gloriosa memoria) nuestros progenitores y nos después que reynamos: quiero madado hazer y auemos hecho algunas cartas y pragmáticas sanciones y otras provisiones que conciernen a la buena gobernación de nuestros reynos y de algunas cibddades y villas particulares dellos y a la administración de la nuestra justicia. E porq como algunas dellas ha mucho tiepo q se dieron y otras se hizieron en diversos tiepos: estan derramadas por muchas partes: no se saben por todos: i aun muchas de las dichas justicias no tienen complida noticia de todas ellas, pareciendo ser necesario y provechoso: mandamos a los del nuestro consejo que las hiciesen juntar y corregir y ympremir con algunas de las bullas que nuestro muy sancto padre ha cocedido a favor de nuestra jurisdicción real porque pudiesen venir a noticia de todos. Los quales lo fizieron ansi ...”.34
Parece ser que dirigió la elaboración de la obra Juan Ramírez, de ahí el título con el que se la conoce. Era éste secretario del Consejo de Castilla desde el año 1495.35 El Libro de Bulas y Pragmáticas, al igual que el Ordenamiento de Montalvo, se aplicó de manera efectiva en los tribunales. De nuevo las Ibidem. Libro de las Bulas y Pragmáticas de los Reyes Católicos, Madrid, 1973, ed. Instituto de Empresa, 2 vols. (vol. I). 35. Ocupó dicho empleo desde 1495 hasta 1521 (PÉREZ MARTÍN, La legislación del Antiguo Régimen, pág. 21). 33. 34.
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continuas reimpresiones de la obra en los años posteriores acreditan esta circunstancia. La doctrina ha emitido un juicio favorable sobre este volumen. Así, García Gallo ha señalado uno de los grandes aciertos de esta compilación: “Puesto que al insertar numerosas disposiciones el Libro de las bulas y pragmáticas daba en gran medida solución a las dificultades que el conocimiento de las leyes presentaba, a partir de su aparición fue diariamente utilizado en la aplicación del derecho”.36 En el mismo sentido, Pérez Martín afirma que esta obra “... fue muy usada en los tribunales hasta la aparición de la Nueva Recopilación”.37 Por su parte, González Sánchez la ha calificado de apéndice complementario del Ordenamiento de Montalvo, de tal manera que las dos obras formaban “... el código ordinario de legislación castellana al final de la vida de la Reina Isabel”.38 Aunque la anterior afirmación de González Sánchez no deja de ser verdad, a esos dos cuerpos legales por él citados habría que añadir, como legislación vigente en Castilla en esos primeros años del siglo XVI, Las Partidas, los fueros municipales, las diferentes provisiones, pragmáticas o cédulas no incluidas ni en el Ordenamiento de Montalvo ni en el Libro de Bulas y Pragmáticas y la normativa de diferente índole fruto de la incesante producción legislativa de los años del reinado de Isabel la Católica, todo ello en virtud de lo dispuesto por el Ordenamiento de Alcalá de 1348. Por tanto, la situación estaba muy lejos de clarificarse en el momento del fallecimiento de la reina. Así lo testimonió en 1747, dos siglos y medios después, Juan Antonio Samaniego, consejero de Castilla, con ocasión de estar realizándose una reimpresión de la Nueva Recopilación. Sus palabras, recogidas por Galván, son esclarecedoras: “ 6. De lo dicho resulta con claridad que en el citado año 1505 muerta ya la señora Reyna Dª Isabel y en que se publicaron las Leyes de Toro havia en España por lo que toca a Cuerpos Generales de Leyes, por donde sentenciar los Pleytos, el celebre de las Leyes de las siete Partidas del señor Rey D. Alonso el Sabio ... Y asimismo el Fuero Real castellano, que el mismo señor Rey D. Alonso el Sabio mandó componer y publicar ... Y asimismo el ordenamiento general de Leyes formadas en las Cortes de Alcalá en tiempo del señor Rey D. Alonso el onzeno ... Y otro ordenamiento general de Leyes de tiempo de los Señores Reyes Católicos ... y formó su Real Consejero el D. Alphonso Diaz de Montalvo ... 36.
GARCÍA GALLO y PÉREZ DE LA CANAL, Libro de las Bulas y Pragmáticas,
pág. 26. 37. 38.
PÉREZ MARTÍN, La legislación del Antiguo Régimen, pág. 21. GONZÁLEZ SÁNCHEZ, El testamento de Isabel la Católica, pág. 201.
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7. Ademas de dichos quatro Cuerpos generales de Leyes de estos Reynos havia en el citado año de 1505 todos los Quadernos particulares de las Leyes y Pragmáticas formadas y publicadas por los mismos señores Reyes Católicos ...”.39
Vencida por los problemas políticos y especialmente por las desgracias familiares, con la pérdida de varios de sus hijos, la reina Isabel I la Católica fallecía en Medina del Campo el día 26 de noviembre de 1504 a la edad de cincuenta y cuatro años. Y si en vida no había podido ver totalmente cumplido uno de sus objetivos de gobierno, como era la tan anhelada ordenación jurídica de las leyes de Castilla, fue después de su muerte cuando de manera más nítida se quiso hacer realidad ese deseo. Ello sería posible gracias a los mandatos por ella dispuestos en su testamento, y más concretamente en el codicilo, redactado poco antes de morir. LEYES DE TORO Sin embargo, antes de entrar de lleno en el estudio de sus disposiciones testamentarias, conviene referirse a la promulgación en 1505, ya fallecida Isabel, de las denominadas Leyes de Toro. Estas tenían su origen en las Cortes celebradas en Toledo en 1502, donde de nuevo los procuradores de las ciudades solicitaron a los Reyes Católicos la superación de “... aquel caos legislativo en que se hallaba la nación ...”.40 En concreto, como indicaba doña Juana, reina de Castilla tras el fallecimiento de su madre, en el prólogo de las Leyes de Toro, en Toledo a Isabel y Fernando les fue “... fecha relacion del gran daño y gasto que recibian mis subditos, y naturales a causa de la gran differencia y variedad que auia en el entendimiento de algunas leyes destos mis Reynos ...”.41 De este párrafo puede deducirse que uno de los grandes pro39. La minuta de Juan Antonio Samaniego se encuentra, como señala Galván, en AHN, Consejos, leg. 12.432, 2. Para conocer la problemática de las recopilaciones castellanas y de la reforma de la Novísima Recopilación, es de obligada consulta GALVÁN RODRÍGUEZ, E., Consideraciones sobre el proceso recopilador castellano, Las Palmas de Gran Canaria, 2003. Obra ésta que ha servido de enorme ayuda para la redacción del presente trabajo. 40. LADREDA, Estudios históricos, pág. 161. 41. Quaderno de las Leyes de Toro y nuevas decisiones, hechas y ordenadas en la ciudad de Toro, sobre las dudas de derecho que continuamente solian y suelen ocurrir en estos Reynos, en que auia mucha diversidad de opiniones entre los Doctores y Letrados de estos Reynos, 1505.
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blemas de la legislación castellana era no sólo la innumerable cantidad de normas, sino sobre todo la contradicción que entre muchas de esas normas existía, lo que provocaba que un mismo caso unas veces se resolviese de una manera y otras en forma contraria: “... aun en las mis Audiencias se determinaua y sentenciaua un caso mismo, unas vezes de una manera, y otras vezes de otra ...”.42 Quizás, en consecuencia, fuese ese el principal escollo a resolver. Ante la petición realizada en las Cortes de Toledo, Isabel y Fernando acordaron allí mismo encargar a varios juristas del Consejo de Castilla y de la Audiencia que examinasen las leyes dudosas y las aclarasen. Este era, en efecto, el objeto del mandato realizado por los reyes; no se trataba de elaborar un cuerpo legal nuevo a modo de recopilación, sino de “... aclarar, corregir y suplir el derecho anterior, uniformando su inteligencia para que fuera fácil dirimir las disputas que á cada momento ocasionaba en los Tribunales la contradicción y opuesto sentido de las innumerables leyes á la sazón vigentes”.43 En las Cortes de Toro de 1505 se promulgó definitivamente esta obra, conocida como las Leyes de Toro, tras tres años de trabajo a cargo de una comisión de juristas, entre los que destacó Palacios Rubios. Formaban el texto un total de 83 leyes, destacando en ellas dos circunstancias: en primer lugar, que en la ley primera se recordaba el orden de prelación de fuentes establecido en el Ordenamiento de Alcalá de 1348; y, en segundo lugar, que cada una de esas leyes lo que hacía era resolver “... una duda o armonizar contradicciones, y revisten en conjunto un carácter conciliador”, tal y como habían ordenado en 1502 los Reyes Católicos.44 No se siguió en esta obra ningún tipo de orden ni sistemática (recordar que no se trataba de ordenar ni recopilar la legislación vigente, como se había hecho en el Ordenamiento de Montalvo o en el Libro de Bulas y Pragmáticas de Juan Ramírez), sino que simplemente se solventaban algunas dudas y contradicciones en leyes que versaban sobre las más diversas materias de Derecho civil o privado: familia, sucesiones, contratos, etc.45 Ibidem. LADREDA, Estudios históricos, pág. 165. 44. MARTÍNEZ ALCUBILLA, M., Códigos antiguos de España, Madrid, 1885, vol. II, pág. 756. 45. Ibidem. 42. 43.
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No pudo ver publicada esta obra la reina Isabel. A pesar de ello, las Leyes de Toro no aportaron la solución al desorden del Derecho castellano, aunque tampoco era esa su finalidad. En este sentido, Martínez Alcubilla entendió que las “...Ordenanzas de Montalvo habían sido más bien obra de ensayo y de preparación, y las 83 leyes de Toro no abarcaron la extensa variedad de las relaciones jurídicas, sino que fueron únicamente reguladoras de algunas instituciones referentes al derecho privado”.46 Es más, algún autor entiende que cada vez que los Reyes promulgaban un nuevo texto con intención ordenadora el resultado era el contrario: “Pero era fatalidad de los Reyes Católicos: cada reforma suya complicaba más y más el ya indescifrable enigma del Derecho nacional”.47 Por tanto, se proponía como solución la redacción de una gran cuerpo legal en el que se recogiese todo el Derecho vigente y que expresamente derogase el anterior: “Lo que hacía falta era poner término de una vez a la anarquía legislativa que reinaba; lo que urgía no eran paliativos ni soluciones transitorias, sino una reforma radical, un Código completo, ordenado, científico ... que sirviese de regla común y derogase todas las leyes anteriores”.48 La reina Isabel era perfectamente consciente de esta necesidad de depurar de una manera definitiva el Derecho de Castilla. En el testamento otorgado el 12 de octubre de 1504 no hizo referencia alguna a esta cuestión. Quizás apercibida por sus consejeros, y sabedora que en su última disposición testamentaria había hecho omisión de algunas cuestiones imprescindibles para el buen gobierno de sus reinos, decidió otorgar el 23 de noviembre del mismo año, sólo tres días antes de morir, un codicilo en el que completaba algunos puntos dispuestos en el testamento e incluía nuevas determinaciones dirigidas expresamente tanto a su marido Fernando como a su hija Juana. Entre ellas, la relativa a la formación de un cuerpo en el que se recogiesen todas las leyes, ordenamientos y pragmáticas, modificándolas si fueren contrarias a la libertad e inmunidad eclesiásticas o al buen gobierno de sus súbditos. Por su interés, se reproducen estas palabras recogidas en el codicilo de Isabel la Católica, también otorgado, al igual que su testamento, en Medina del Campo:
46. 47. 48.
MARTÍNEZ ALCUBILLA, Códigos antiguos, pág. 757. LADREDA, Estudios históricos, pág. 165. Ibidem.
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CARLOS PÉREZ FERNÁNDEZ-TURÉGANO “... por ende suplico al rey, mi señor, e mando e encargo a la dicha princesa, mi hija, e al dicho principe su marido, e mando a los otros testamentarios, que luego hagan juntar un prelado de ciencia e de consciencia con personas doctas e sabios e experimentados en los derechos, e vean todas las dichas leyes del Fuero e ordenamientos e prematicas, e las pongan e reduzcan todas a un cuerpo, onde esten mas breue e compendiosamente compiladas. E si entre ellas fallaren algunas que sean contra la libertad e inmunidad eclasiástica, o otra costumbre alguna introducida en mis regnos contra la dicha libertad e inmunidad eclesiástica, las quiten, para que dellas no se use mas, que yo por la presente las reuoco, casso e quito. E si algunas de las dichas leyes les parecieren no ser justas o que no conciernen el bien publico de mis regnos e subditos, las ordenen por manera que sean justas a seruicio de Dios e bien comun de mis regnos e subditos, e en el mas breue compendio que ser podiere, ordenadamente por sus titulos, por manera que con menos trabajo se pueda estudiar e saber”.49
De este texto se deben destacar varias cuestiones. En primer lugar, no es de extrañar la alusión que hace Isabel la Católica a las normas contrarias a la libertad e inmunidad eclesiástica, que ordena no incluir en el futuro cuerpo legal y que además ella deroga expresamente por medio del propio codicilo. Resultaría ahora superflua cualquier consideración acerca de la religiosidad de la reina y la protección que otorgó a la Iglesia durante todo su reinado. En segundo lugar, cabe resaltar de nuevo la referencia al “bien comun de mis regnos e subditos” como objetivo prioritario de su gobernación. Ese fin podría lograrse por diferentes medios, y uno de ellos era que los ciudadanos conocieran con certeza el Derecho aplicable en cada caso y que la justicia se administrase correctamente y en un tiempo prudencial; en definitiva, que existiera en Castilla cierta seguridad jurídica en todos los sentidos. Y en tercer y último lugar, la reina deseaba que el nuevo cuerpo legal que se elaborase fuese breve y estuviese ordenado por títulos, lo que indica la preocupación y conocimiento de la reina sobre estas cuestiones jurídicas, a las que no era en absoluto ajena. Fue este mandato incluido en su codicilo el gran legado de la reina Isabel en materia jurídica. Como señala Martínez Marina, Isabel la Católica “... jamás había perdido de vista el importante asunto de la reforma de la jurisprudencia nacional, no lo olvidó aun en el último trance de su vida ...”.50 Sin embargo, el mismo autor constata que no “... se cumplieron por entonces los bellos deseos de la Reina Católica ni tuvo efec49. Codicilo de Isabel la Católica, núm. 9, en GONZÁLEZ SÁNCHEZ, El testamento de Isabel la Católica. 50. MARTÍNEZ MARINA, Ensayo histórico-crítico, pág. 288.
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to la proyectada reforma del código legislativo”.51 Así ocurrió realmente que, en los años inmediatamente posteriores al fallecimiento de Isabel, no llegó a promulgarse un nuevo cuerpo legal que ordenara definitivamente el Derecho castellano. PROYECTO DE GALÍNDEZ DE CARVAJAL Y ello a pesar de que Fernando el Católico, cumpliendo el mandato incluido en el codicilo de su esposa, debió de encargar a Lorenzo Galíndez de Carvajal la redacción de la obra. Galíndez de Carvajal había nacido en Plasencia en 1472. En 1499 era ya oidor en la Chancillería de Valladolid, y en 1502, concretamente el 26 de octubre, los Reyes Católicos le promovieron a consejero de Castilla, por lo cual cabe deducirse que era de la completa confianza de los monarcas.52 Es más, él mismo dice que estuvo presente en la redacción y otorgamiento de los testamentos de Isabel la Católica y, posteriormente, de Fernando: “... entrambos testamentos del Rey y la Reyna Católicos, a cuyo otorgamiento y a su ordenación me hallé ...”.53 Presente Galíndez de Carvajal en el momento de redacción del testamento de Isabel la Católica, se puso a trabajar en la elaboración de una compilación ordenada por títulos. Tarea en la que no sólo participó él, sino también, como señala González Sánchez, el licenciado Tello, que por entonces era fiscal del Consejo de Castilla. Así, en 1506 se entregaron a esta persona un total de 120.000 maravedís para pagar a un bachiller y a dos escribanos que le ayudasen a “... compilar todas las leyes y ordenamientos y pragmáticas del Reino en un volumen, según lo manda la Reina Católica en su codicilo”.54 51.
Ibidem. FLORANES, R. de, Vida y obra del Dr. D. Lorenzo Galíndez Carvajal, del Consejo y Camara de los Sres. Reyes Católicos D. Fernando y Dª Isabel, y de Dª Juana y D. Carlos su hija y nieto, Siglo XVIII, págs. 1-5. 53. Esta cita se encuentra en un memorial o registro breve de los lugares donde la reina y el rey estuvieron desde 1468 a 1516, realizado o completado por Galíndez de Carvajal, reproducido íntegro en la obra de FLORANES, R. de, Anales breves del reinado de los Reyes Católicos D. Fernando y Doña Isabel, de gloriosa memoria, que dexó manuscritos el Doctor D. Lorenzo Galíndez Carvajal, de su Consejo y Cámara, y de la de los Reyes Doña Juana y D. Carlos su hija y nieto, Correo Mayor de los Reynos del Peru, exc. (B.N., ms. 11.174). 54. Recogido por GONZÁLEZ SÁNCHEZ, El testamento de Isabel la Católica, pág. 201, de AGS, Casa Real, leg. 6, fol. 185. 52.
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Parecería, por tanto, que uno de los últimos deseos de la reina Isabel iba a hacerse realidad pocos años después de su fallecimiento; sin embargo, no fue así. Galíndez de Carvajal murió sin concluir el encargo recibido, aunque sí que lo inició: “Fue continuando el Sr. Galíndez en su empresa de unas y otras leyes, cotejo de las Partidas y colección de las demas del Reyno que queria ver juntas y arregladas en un solo cuerpo metodico la excelente Reyna católica”.55 Existen todavía bastantes lagunas sobre la figura de Galíndez y el trabajo concreto que realizó. Se cree que fallecido Galíndez antes de 1530, su obra pasó a manos de sus hijos.56 Así consta en una petición que las Cortes de Valladolid de 1523 hicieron a Carlos V en el sentido de hacer de una vez por todas la definitiva recopilación de las leyes castellanas, cumpliendo así con el mandato de la abuela del monarca, Isabel la Católica: “... somos certificados que el Doctor Carvajal ... dejó recopiladas e puestas por orden todas las Leyes, é Privilegios destos Reynos, é fechos libros dellas ... e somos certificados que sus hijos tienen estos libros ...”.57 ¿Qué pasó a partir de entonces con los trabajos, más o menos completos, elaborados por Galíndez de Carvajal? A día de hoy todavía se trata de una obra inédita.58 Escudero entiende que es ahora cuando se puede dar por cerrada la primera de las dos fases que a su juicio comprendería el proceso recopilador de las leyes de Castilla iniciado por los Reyes Católicos. Habría comenzado dicha fase “... en 1484 con el Ordenamiento de Montalvo; prosigue en 1503 con el Libro de las Bulas y Pragmáticas de Juan Ramírez, y concluye, tras el requerimiento de la reina en el codicilo de su testamento en 1504, en el sentido de comisionar para estas tareas a un prelado de ciencia y conciencia, con la designación de Galíndez de Carvajal ...”.59 Por consiguiente, hasta aquí el resultado, más bien poco satisfactorio, del objetivo de ordenación de las leyes castellanas que Isabel la Católica se había marcado al inicio de su reinado. Aún aportando FLORANES, Vida y obras del Dr. D. Lorenzo Galíndez Carvajal, pág. 20. ESCUDERO LÓPEZ, J. A., “Sobre la génesis de la Nueva Recopilación”, en AHDE, Madrid, 2003, LXXIII, págs. 11-33, 18. 57. MARTÍNEZ MARINA, Ensayo histórico-crítico. 58. ESCUDERO, citando a Jordán de Asso y De Manuel, señala que quizás parte de la obra de Carvajal podría encontrase en la Biblioteca de El Escorial (Sobre la génesis de la Nueva Recopilación, pág. 18). 59. Ibidem, pág. 16. 55. 56.
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cierto orden en la legislación de Castilla, e incluso llegar a aplicarse en la práctica, ni el Ordenamiento de Montalvo ni el Libro de Bulas y Pragmáticas, ni tampoco las Leyes de Toro constituyeron ese cuerpo legal ordenado por títulos y comprensivo de toda la legislación vigente que la reina deseó siempre ver impreso. Ahora bien, no puede negarse tampoco que Isabel la Católica y su marido el rey Fernando tienen el honor de haber sido pioneros en el tan necesario proceso de ordenación y recopilación de la legislación castellana en los inicios de la España moderna. Y que su decidida apuesta por la consecución de tal objetivo ejerció su influencia más allá de sus propias vidas. Así, en las Cortes celebradas durante el reinado de su nieto Carlos I y de su bisnieto Felipe II (Segovia, 1532; Valladolid, 1544; Toledo, 1559) se sucedieron reiteradas peticiones para realizar esa recopilación. En este sentido, no puede dejar de señalarse al menos un hilo de continuidad (en definitiva, la necesidad y la técnica recopiladora eran las mismas) entre la recopilación que ansiaba Isabel la Católica y la obra que definitivamente vio la luz en 1567, ya en el reinado de Felipe II, conocida como la Nueva Recopilación. Dos circunstancias confirmarían esta apreciación; en primer lugar, el mismo prólogo de la Recopilación de las Leyes destos Reynos, o Nueva Recopilación, en el que se denuncia la misma situación de confusión legal que había conocido Isabel la Católica al acceder al trono: “... de q ha resultado y resulta confusión, y perplexidad, y en los juezes q por ellas han de juzgar dudas y dificultades ...”60 y a cuya enmienda dedicó la reina, como se ha visto, grandes esfuerzos. Y, en segundo lugar, el hecho indubitable de que la Nueva Recopilación no fue más que una nueva edición actualizada del Ordenamiento de Montalvo, al que tomó como modelo, junto con algunos añadidos. Incluso se incluían algunas pragmáticas recogidas en el Libro de Bulas y Pragmáticas de 1503. De ahí la conexión entre la Nueva Recopilación y la obra recopiladora del reinado de Isabel la Católica. Así, González Sánchez ha llegado a afirmar que el texto de 1567 “... venía a hacer justicia y honor ...” a la reina Isabel.61 No obstante, Pérez Martín reconoce que aún existiendo esa relación entre la obra de Montalvo y la Nueva Recopilación, ésta no respondió al objetivo pretendido por Isabel la Católica, que en su opinión era 60. 61.
Recopilación de las Leyes destos Reynos, ed. 1640. Reed. 1982. GONZÁLEZ SÁNCHEZ, El testamento de Isabel la Católica, pág. 201.
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el siguiente: “El proyecto de recopilación, tal como aparece en el codicilo de Isabel la Católica y tal como parece ser que se encomendó a Carvajal, parece ser que se trataba de una obra verdaderamente renovadora: recoger en un cuerpo breve y ordenado la legislación vigente”.62 En todo caso, es opinión común entre la doctrina que la Nueva Recopilación no cumplió con las expectativas creadas, y que no fue, ni mucho menos, ese cuerpo legal que Isabel la Católica había ideado en su codicilo más de seis décadas antes: “... la Nueva Recopilación defraudó las esperanzas de los que veían en perspectiva una obra legal, más completa y hasta si se quiere consumada”.63
62. 63.
PÉREZ MARTÍN, La legislación del Antiguo Régimen, pág. 29. MARTINEZ ALCUBILLA, Códigos antiguos de España, pág. 757.
EL DISCURSO SOBRE LA REALEZA EN EL PENSAMIENTO POLÍTICO CASTELLANO DEL SIGLO XV MANUEL ALEJANDRO RODRÍGUEZ DE LA PEÑA Universidad San Pablo CEU
INTRODUCCIÓN El día de Navidad de 1406 moría en Toledo el rey Enrique III de Castilla. Durante su larga agonía, la corte, en compañía de los procuradores de las ciudades del Reino se había reunido en la catedral para preparar la ceremonia inmediata de acatamiento del sucesor, el infante don Juan. Una vez producido el fallecimiento del soberano se ponían en marcha cuatro actos ceremoniales bien diferenciados, teniendo cada uno su propio significado: el llanto por el monarca fallecido, el desfile simbólico de la continuidad dinástica, la lectura pública del testamento y el enterramiento1. En efecto, apenas había fallecido Enrique III entró una gran cantidad de gente en la catedral para realizar el llanto por el soberano en lo que era una ceremonia perfectamente sincronizada. A continuación se inició un gran desfile por la ciudad encabezado por el infante, acompañaJosé Manuel NIETO SORIA, Ceremonias de la Realeza. Propaganda y legitimación en la Castilla Trastámara, Madrid, 1993, pp. 98-118. 1.
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do de los principales caballeros presentes, enarbolando el condestable de Castilla, don Ruy López Dávalos, el estandarte del Reino y entonándose la frase ritual Castilla, Castilla por el rey don Juan. Después era preceptivo izar el estandarte de Castilla sobre la torre del homenaje de la ciudad en un acto que simbolizaba la continuidad dinástica. La lectura del testamento se hacía en presencia de la reina y de los procuradores de cortes para proceder finalmente al enterramiento en la capilla de los Reyes Nuevos de la catedral de Toledo en presencia de todos los religiosos y clérigos de la diócesis. Durante los nueve días siguientes se decretaba un riguroso luto en todo el Reino y se oficiaban misas de exequias en infinidad de iglesias repartidas por León y Castilla. Sin duda, el sepelio de un monarca y la proclamación de su sucesor en la Baja Edad Media suponía un calculado acto propagandístico que renovaba periódicamente la mística de la monarquía como consecuencia de las formas de pompa que éste implicaba y de la participación de la masa popular en su transcurso. La acción de gobierno de los reyes bajomedievales se veía rodeada de diversos procedimientos retóricos y propagandísticos destinados a persuadir, ya que desde siempre gobernar es hacer creer. Las ceremonias políticas que tenían al Rey por protagonista eran el epicentro de esta propaganda apoyada en la puesta en escena de una determinada imagen del poder. La corte real se convirtió, de hecho, en un teatro político en el que el Rey era el actor protagonista. En realidad, la Castilla del siglo XV vivió, según ha puesto de relieve José Manuel Nieto Soria, una transición del Rey oculto al Rey exhibido, es decir, de una persona real oculta al pueblo en los aposentos de sus castillos a un gobernante expuesto a la curiosidad de sus súbditos en un sinfín de ceremonias públicas.2
Es éste precisamente el momento en que se introdujeron en la corte castellana los usos de la etiqueta real, regulándose detalladamente a partir de 1440 aspectos como las vestimentas de los oficiales de la corte, el número máximo de integrantes de un séquito dependiendo de la categoría del personaje o los protocolos a seguir para cada ceremonia.
2. Vid. José Manuel NIETO SORIA “Del rey oculto al rey exhibido: un síntoma de las transformaciones políticas en la castilla bajomedieval” Medievalismo, pp. 5-27, 2, 1992.
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En las sociedades tradicionales anteriores a la Modernidad racionalista como lo era la medieval, un componente esencial del poder político era la dimensión de lo que Max Weber denominó liderazgo carismático. De esta forma, el ritual, los símbolos, los gestos, la retórica y la ceremonia ocupaban un lugar clave en la consolidación del poder en ausencia de la victoria militar, que era al fin y al cabo el principal instrumento de legitimación, si bien bastante difícil de adquirir en tiempos de paz. Hay que tener en cuenta que la Castilla Trastámara vivía una auténtica crisis de legitimidad de origen debido al particular modo de acceder al trono del fundador de la dinasía, a través de la guerra civil y el asesinato del anterior monarca3. Por consiguiente, los reyes Trastámara iban a mostrar un interés especial en rodearse de una parafernalia que suscitara la adhesión del pueblo. En este sentido, Robert Brian Tate ha escrito que “la vida de las entidades políticas depende menos de sus instituciones que de las ideas, sentimientos y creencias de los gobernantes y los gobernados. Estas mentalidades las moldea la conciencia que cada uno se forma de su pasado. Un grupo social, una sociedad política, una civilización se define por la memoria, esto es, por la historia, no necesariamente por la historia que en verdad pasó, sino la historia que le impusieron sus historiadores”. CASTILLA CABEZA DE ESPAÑA La imagen de la Realeza castellana en el siglo XV estuvo, por consiguiente, condicionada por la memoria histórica heredada, es decir, por el legado ideológico recibido de los siglos anteriores. Y el legado más importante fue, sin duda, el de Alfonso X el Sabio (1252-1284), verdadero configurador de la conciencia imperial de Castilla y de la idea de un Rey soberano dentro del proceso de formación del Estado moderno. Sus instrumentos fueron la promulgación de las Siete Partidas (el código jurídico más importante de su época) y la redacción de la Estoria de España (primera crónica en lengua vernácula que daba una memoria común a los españoles). De este modo, frente a las pretensiones centrífugas de los nobles, el Rey sabio, elegido en 1257 emperador alemán, fijó en las mentalidades poVid. Luis Suárez Fernández «Monarquía Hispana y revolución Trastámara», Real Academia de la Historia, Madrid, 1994. 3.
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líticas castellanas el ideal de un destino imperial unido a la empresa de edificación de la monarquía hispánica, un ideal que se haría realidad dos siglos después con los Reyes Católicos y su nieto Carlos V. Ahora bien, tras la muerte de Alfonso X en Sevilla, canceroso, abandonado por todos y traicionado por su hijo Sancho, el ideal alfonsí de una monarquía hispánica dotada de la auctoritas imperial cayó en cierto olvido. Alfonso XI intentó revivirlo con su recuperación de las Siete Partidas a través del Ordenamiento de Alcalá, pero la guerra civil entre Pedro el Cruel y Enrique Trastamara supuso una nueva oportunidad para que la nobleza castellana redujera a la Realeza a la insignificancia. Sería el rabino Moisés de Burgos (1352-1435), converso al catolicismo con el nombre de Pablo de Santa María y elevado solo diez años después a la mitra episcopal de la misma ciudad (un caso insólito que recuerda al del actual cardenal-arzobispo de París, Jean Marie Lustiger), quien reintrodujera en tiempos de los Trastamara el concepto alfonsí de la Realeza tras un siglo de abandono. Lo hizo a través de una crónica universal en verso de gran belleza, las Siete edades del Mundo, obra dedicada a la reina madre Catalina de Lancaster en la que recuperaba la conciencia alfonsí de un destino imperial para España bajo la égida de Castilla.4 Es de señalar que este libro se encontraba en la biblioteca personal de Isabel la Católica. Su hijo, el también obispo de Burgos Alfonso de Santa María (13861456),5 defendería años después en un célebre discurso ante el Concilio de Basilea (1434) la existencia de cinco grandes naciones en la Cristiandad, una de las cuales sería España, por delante de la propia Inglaterra en la jerarquía de naciones europeas:6 los reyes de España, entre los cuales el principal e primero e mayor es el rey de Castilla e de León, nunca fueron subjetos al emperador (alemán)... Es de recorrer a las historias en las cuales manifiestamente parece que en tiempos de los godos muchos de los príncipes de España se llamaron emperadores, e tenían la silla imperial en Toledo y regían a toda España e a aquella parte de Francia que oy dicen Lengua de hoc (Languedoc). 4.
Vid. Alan DEYERMOND, “Historia universal e ideología nacional en Pablo de Santa María”, Homenaje a Álvaro Galmés de Fuentes, Madrid, 1985, vol. 2, pp. 313-324 y Jean SCONZA, “A Reevaluation of the Siete edades del Mundo”, en La Crónica, 16,1987-1988, pp. 94-112. 5. También conocido como Alfonso de Cartagena. 6. Esta idea la expondría con más detalle en su Anacephaleosis.
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Al igual que habían hecho antes Rodrigo Jiménez de Rada o Alfonso el Sabio se aludía al pasado común visigótico para situar a España como una unidad histórica con vocación de Imperio y nada menos que dos mil quinientos años de antigüedad ya que Alfonso de Santa María se retrotrae al mítico rey Gerión como fundador del Regnum Hispaniae. En 1463, durante los años de crisis del reinado de Enrique IV el Impotente, sería Rodrigo Sánchez de Arévalo, secretario personal del cardenal Juan de Torquemada, quien levantara de nuevo la antorcha del destino imperial de la monarquía hispánica con un panfleto político escrito en latín llamado Libellus de situ et descriptione Hispaniae, una obra que alcanzaría entonces gran difusión. Las ideas expuestas en este panfleto las desarrolló con mayor precisión y rigor en un tratado también en latín impreso en Roma en 1467 llamado De Monarchia orbis en el que reclamaba para el rey de Castilla la plenitud del poder (plenitudo potestatis) en paridad con el emperador alemán en la línea de lo que venía defendiendo en todos los foros europeos el obispo Alfonso de Santa María. En esta misma línea, Juan de Mena, secretario privado del Rey, postulaba en 1444 en su muy leído Laberinto de Fortuna (poema político dedicado a Juan II con cuatro ediciones de imprenta a finales del siglo XV) una monarquía fuerte frente a la nobleza, en lo que representaba un claro apoyo al ambicioso programa de construcción de un Estado moderno que estaba emprendiendo el condestable de Castilla, don Álvaro de Luna, por esos años. Bien llamativos nos parecen los versos dedicados por Juan de Mena a cantar la gloria de su soberano, Juan II: Será rey de reyes, señor de señores, Sobrando e venciendo los títulos todos E las fazañas de los reyes godos E la rica memoria de los sus mayores.
Alan Deyermond ha señalado, en este sentido, que Juan de Mena anuncia el designio de Elio Antonio de Nebrija de convertir en tiempos de los Reyes Católicos al castellano en “la lengua compañera del Imperio”, ya que abogó por dotar a la lengua castellana de la misma dignidad del latín en tanto que lingua capax Imperio.7 La transformación del es7. Alan DEYERMOND, “La ideología del Estado moderno en la literatura española del siglo XV”, Realidad e imágenes del poder. España a fines de la Edad Media, ed. A. Rucquoi, Valladolid, 1988, p. 181.
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pañol en la seña de identidad de un Imperio mundial estaba a la vuelta de la esquina. Ya a finales del siglo XV, en torno a 1488, Juan Barba culminará la evolución de este arquetipo político en un largo poema de quinientas estrofas de arte mayor intitulado Consolatoria de Castilla, en el que se perfilaba una monarquía hispánica instrumento de la Providencia para la construcción de un Imperio universal cristiano. El mesianismo que traslucirán las cartas de Cristóbal Colón a la hora de interpretar el descubrimiento del Nuevo Mundo ya se adivina en el mensaje político de esta Consolatoria de Castilla: “CERTA SÇIENCIA E PODERÍO REAL ABSOLUTO”: LA AUTORIDAD DE LA MONARQUÍA. El rasgo más característico de la propaganda política favorable al Rey en el siglo XV fue, sin duda, la definición de la fórmula cancilleresca poderío real absoluto, esto es, la preeminencia del Rey o lo que en el siglo XVII Jean Bodino llamaría soberanía. Lo que se pretendía era que el soberano pudiera, en tanto que supremo hacedor de las leyes, derogarlas o aplicarlas por su libre iniciativa sin atender a las objeciones de las Cortes. Esto es lo que se ha denominado como gobierno por la gracia, una concepción política que potenciaba un ejercicio absolutista de la Realeza apoyado en la obediencia sin reservas hacia un monarca cuyo único límite debía ser la búsqueda del bien común.8 Ahora bien, no todos los tratadistas del siglo XV coincidían, ni mucho menos, en la defensa del poderío real absoluto. En 1436, a la edad de veintiséis años, un joven y brillante catedrático de filosofía moral de la Universidad de Salamanca, Alfonso de Madrigal, conocido como el Tostado, escribía un tratado en latín sobre la mejor política titulado De optima política. Apoyándose en el libro segundo de la Política de Aristóteles, Alfonso de Madrigal sostenía que el mejor régimen posible, el sistema político ideal, era el monárquico, ya que ningún otro resume mejor las leyes de la Naturaleza. Curiosamente, también señalaba que el régimen monárquico, para ser perfecto, debe combinarse con el democrático ya que debe ser el pueblo quien elija al soberano y ratifique Vid. Salustiano DE DIOS, Gracia, merced y patronazgo real. La Cámara de Castilla entre 1474-1530, Madrid, 1993. 8.
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sus leyes de forma que éstas sean beneficiosas para el bien común.9 Lo mismo era válido en su opinión para la Iglesia. Quizá sus ideas fueran demasiado avanzadas para su tiempo, ya que siete años después, al exponerlas en Siena ante un selecto grupo de profesores y prelados fueron condenadas como erróneas y cercanas a la herejía conciliarista (que pretendía despojar al Pontífice de su autoridad en el seno de la Iglesia), lo que dio inicio a una larga polémica entre Alfonso de Madrigal y el cardenal español Juan de Torquemada que se tradujo en una larga serie de panfletos agresivos a cargo de uno y de otro. No obstante, ello no impidió que Alfonso de Madrigal obtuviera la cátedra de teología de Salamanca en 1454 y que fuera elegido obispo de Ávila poco después sin problema alguno. Sin duda, el clima intelectual de la Universidad medieval era mucho más libre de lo que algunos han querido hacernos creer.10 En el fondo de esta disputa yacía el debate ya milenario por entonces entre aquellos que atribuían la auctoritas (es decir, el poder de hacer y deshacer leyes) a la universitas populi, esto es, al conjunto del pueblo, y aquellos que se la otorgaban al soberano. La unión de auctoritas y potestas (poder legislativo y poder ejecutivo) en una única institución era equivalente a lo que los canonistas medievales bautizaron como plenitudo potestatis, lo que puede ser traducido como “plenitud del poder” y que vendría a ser equivalente al actual concepto de “soberanía”. El Pontífice, el emperador y los reyes aspiraban a que se les reconociera por todos esta plenitudo potestatis. Rodrigo Sánchez de Arévalo, según hemos dicho, fue un acérrimo defensor de reconocer al mismo tiempo la plenitudo potestatis para el Papa y para el rey de Castilla, argumentando en su ya mencionada De monarchia orbis que una corporación colectiva “no tiene alma” (universitas non habet animam) en la que depositar la auctoritas que viene de Dios. Tan solo el individuo sería, por consiguiente, receptor de la gracia de Dios que confiere la plenitud del poder. Sin embargo, el cardenal Juan de Torquemada, de quien era secretario, le discutió la atribución de la plenitudo potestatis al rey de Castilla y la circunscribió al 9.
Adeline RUCQUOI, “Democratie ou monarchie. Le discours politique dans l`Université castillane au Xve siècle”, El discurso político en la Edad Media, ed. Nilda Guglielmi, Buenos Aires, 1995, pp. 240-242. 10. De hecho, tendrá discípulos señalados como Pedro de Osma y Fernando de Roa.
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Papa y al emperador en exclusiva en otro tratado publicado para negar las tesis de su secretario. Ciertamente, resulta divertido comprobar cómo un cardenal español y su secretario personal sostenían una discusión pública sobre teoría política en tierras italianas. Sea como fuere, lo cierto es que, examinando los varios centenares de diplomas emitidos por la chancillería real castellana a lo largo del siglo XV comprobamos que el encabezamiento más común de un documento regio era el siguiente: y declarar de mi cierta ciencia y deliberada voluntad y poderío real absoluto y de plenitudine mea potestatis que... Ciertamente, la fórmula del Derecho canónico del siglo XIII Rex est imperator in regno suo (“el Rey es emperador en su reino”) había cuajado en el discurso de la Realeza castellana. Con todo, no deja de ser cierto que el poderío real absoluto de los documentos todavía era más un objetivo que una realidad, pero estaba anunciando la creación de la Monarquía autoritaria de los Reyes Católicos. LA SACRALIZACIÓN DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA La reivindicación de la plenitudo potestatis para la monarquía hispánica estaba, sin duda, muy asociada al desarrollo de una sacralización de la Realeza castellana. En este sentido, resultaba significativo el tratamiento dispensado al rey Juan II en el Regimiento de vida para un caballero en tanto que cristianísimo señor. Era de todos bien sabido (y así lo hace constar por estas mismas fechas Diego de Valera en su Ceremonial de príncipes) que esta intitulación se reservaba a los reyes de Francia desde hacía siglos (le Roi très chrétien), por lo que su atribución al Rey de Castilla, de alguna forma, rompía con la etiqueta establecida con el fin de realzar la aureola sacral del soberano castellano. En un manual político de autor desconocido dirigido a los Reyes Católicos, el Directorio de príncipes, se adoptaba también esta intitulación de origen francés para realzar la sacralidad de la Monarquía hispánica, proclamando a Isabel y Fernando bienaventurados, christianissimos, felicísimos e invictíssimos príncipes, puestos en lugar de Cristo en la tierra, çésares augustos, acrescentadores de vuestro imperio e muy real estado e de nuestra sancta fe católica, a vuestras altezas todo el mundo llama a grandes voces sanctos reyes de España (caps. 74-75). El Directorio de príncipes les proponía además a los Reyes Católicos una mi-
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sión mesiánica, recuperar Tierra Santa para la Cristiandad como un paso previo al dominio del mundo entero: pues sin duda a aquesta virtud la muy cierta esperança de vuestras altezas está junta, con la qual la Casa sancta de Jerusalén vos está cada día esperando y por esto los tesoros de la Tierra a vuestra real majestad son descubiertos, por que con estos la caridad encendida de vuestras altezas los lleve a ser monarcas del Mundo (c. 75). En esta línea iban las apelaciones a la sacra e real majestad de Juan II o Enrique IV que leemos en el Laberinto de Fortuna de Juan de Mena (versos 777-780) o en las obras de Rodrigo Sánchez de Arévalo. No hay que olvidar que hasta el siglo XIII el concepto político romano de maiestas se había reservado en exclusiva al propio Dios en los espejos de príncipes cristianos. Pero es que, según se avanza en el siglo XV, va adquiriendo perfiles cada vez más definidos lo que los tratadistas de la época definieron como la monarquía divinal en donde, en el fondo, se estaba describiendo en clave teológica lo que, en clave política, se estaba enunciando con términos tales como poderío real absoluto o plenitudo potestatis.11 Esta teología política de la Realeza tenía consecuencia prácticas. Por ejemplo, la de que la persona del Rey fuera intocable en tanto que ungido por Dios en la ceremonia de coronación se expresó con claridad en las cortes de Olmedo (1445): que ninguno non sea osado de tocar a su Rey e príncipe como aquel que es ungido de Dios nin aun de decir de él ningunt mal nin aun lo pensar en su espíritu, mas que aquel sea tenido por vicario de Dios e onrrado commo por excelente e que ningunt non sea osado dele resistir, porque los que al Rey resisten son vistos querer resistir a la ordenança de Dios. Quedaba claro a partir de esta disposición de Cortes que se pretendía blindar de alguna forma al soberano frente a toda rebelión nobiliaria contra su autoridad. Y es que preocupaba y mucho el precedente que el propio fundador de la dinastía Trastámara había establecido al rebelarse contra el rey Pedro el Cruel acudiendo a la acusación de tiranía. Ciertamente, desde los tiempos de San Isidoro de Sevilla se consideraba que era legítimo y moral derrocar e incluso asesinar al Rex tyrannus, entendiendo por “tirano” a aquel que viola la ley de Dios o la tradición jurídica consuetudinaria. Por tanto, todos estos mecanismos sacralizadores de la Realeza castellana no José Manuel NIETO SORIA, Orígenes de la Monarquía Hispánica: propaganda y legitimación, Madrid, 1999, p. 33. 11.
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serían, al fin y al cabo, sino instrumentos de protección frente a la doctrina del tiranicidio que la propia Iglesia sustentaba desde hacía siglos. La teoría del carácter divino de la Monarquía hispánica y la preeminencia política que de ello se derivaba la encontramos expuesta en el siglo XV en los tratados de Alfonso de Cartagena, Rodrigo Sánchez de Arévalo, Juan de Alarcón y Diego de Valera. Este último escribía que los reyes tienen el lugar de Dios en la tierra, por lo que lealmente deben obedecerle los nobles y caballeros y seguir su entendimiento y voluntad. Estas concepciones las expondrá en detalle en su Doctrinal de príncipes, manual político dedicado a Fernando el Católico en el año 1474 que presentaba al Rey como cúmulo de virtudes políticas cristianas e introducía la noción de que su advenimiento había sido profetizado en tanto que salvador de España: es profetizado de muchos siglos acá, que no solamente seréis señor destos reinos de Castilla e de Aragón, que por todo derecho vos pertenecen, mas avreis la monarquía de todas las Españas e reformaréis la silla imperial de ínclita sangre de los godos de donde venís (c. 173). El canónigo murciano y capellán de Isabel la Católica, Diego Rodríguez de Almela defendería esta visión mesiánica al trazar en su crónica del reiando una conexión providencial directa entre Don Rodrigo, el Rey pecador que causó la pérdida de España en manos del Islam y don Fernando, el Rey restaurador que la devolvió a su antigua gloria. Similares ideas defendería en esos mismos años Gómez Manrique (14101490): en su tratado intitulado Regimiento de príncipes dedicado en el año 1479 a los Reyes Católicos. Pero resulta quizá preferible detenerse en otra obra de mayor enjundia como la de Juan de Alarcón, fraile agustino, reformador de su Orden, quien desarrollaba estas concepciones en el Libro del regimiento de los señores, dedicado en el año 1400 al condestable de Castilla don Álvaro de Luna. El Libro del regimiento contenía una semblanza política del óptimo Rey en tanto que miles christianus que debe evitar el pecado y seguir el camino recto pero, sin duda, el aspecto más interesante de su contenido radica en la formulación de una teoría del origen divino del poder. La misma línea argumental adoptará Sánchez de Arévalo en la Suma de la Política (año 1454) al comparar al Rey con la cabeza del cuerpo político y por tanto la depositaria del alma de Castilla en lo que era la enésima utilización de la imagen del cuerpo humano como alegoría de un Reino que utilizaran Platón y San Pablo.
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No hay que olvidar, a propósito de esto, que las cortes de León y Castilla, reunidas en la villa de Olmedo en 1445 declaraban de forma palmaria que el Rey, cuyo corazón está en las manos de Dios y Él lo guía e inclina a todo lo que le place, del cual es el vicario e tiene su logar en la tierra e es cabeça e coraçón e alma del pueblo. Algunos autores como el italiano Lucio Marineo Sículo, Hernando del Pulgar o Pedro Mártir de Anglería iban a ir más allá en este discurso sacralizador de la Realeza castellana al trasladar la creencia francesa en el poder taumatúrgico de los reyes ungidos a la Realeza española que jamás había sido acreditada con semejantes dones curativos. De este modo, estos intelectuales atribuirán a los Reyes Católicos, ungidos del Espíritu Santo para gobernar las Españas, la capacidad de curar las fístulas del mismo modo que se creía que los soberanos franceses curaban las escrófulas imponiendo las manos. Podemos concluir este epígrafe mencionando una canción de Antón de Montoro dedicada a Isabel la Católica resulta indicativa del proceso de sacralización de la Realeza española vinculado en este caso a la fama de santidad de la Reina:12 Alta Reina soberana: Si fuérades antes vós Que la hija de Santa Ana (la Virgen perfecta) De vós el Hijo de Dios Recibiera carne humana.
No hace falta decir que la utilización extrema por Antón de Montoro (un judío converso al catolicismo) de la hipérbole sagrada suscitó no poca controversia en aquellos tiempos, siendo objeto de duros ataques por rozar la blasfemia. “REX CAPUT MILITIAE”: EL REY Y EL IDEAL CABALLERESCO Alfonso de San Cristóbal, capellán, predicador y confesor del Rey, tradujo para Enrique III el Epitome Rei Militaris de Vegecio. Esta traducción encerraba un enorme interés en el contexto de exacerbación del ideal caballeresco entonces imperante en la corte de Castilla. El soberaMaría Rosa DE LIDA DE MALKIEL, Estudios sobre la literatura española del siglo XV, Madrid, 1977, p. 295. 12.
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no, en tanto que cabeza de la caballería de su Reino, caput militiae, era el destinatario lógico de cualquier reflexión sobre este particular. Pero Alfonso de San Cristóbal aprovechó esta traducción para transmitir al Rey y su círculo un mensaje nada subliminal sobre la caballería cristiana y las batallas espirituales en tanto que verdadero fundamento de la monarquía.13 El cronista real Pedro López de Ayala (1332-1407) fue uno de los primeros impulsores de este ideal caballeresco en la corte castellana a través de su famoso Rimado de Palacio (c. 1385). Mosén Diego de Valera, hijo de judío converso y una hidalga, caballero de cuatro Órdenes de caballería de diferentes reinos (el propio emperador le armaría caballero), seguiría sus pasos décadas después componiendo el importante tratado Ceremonial de príncipes y caballeros (c. 1458), obra que marcó un hito en su género al familiarizar a la nobleza castellana con los usos aristocráticos y la prelación de dignidades que regían entonces en el Sacro Imperio Romano Germánico. A ello hay que unir la traducción al castellano del Árbol de las batallas del francés Honoré Bouvet y el De Militia del italiano Leonardo Bruni de Arezzo, principales referencias cuatrocentistas del espíritu caballeresco europeo. Además, la introducción en Castilla en el año 1427 por parte del rey Juan II del mos italicum, esto es, la tradición jurídica italiana a partir de las recopilaciones de Bartolo de Sassoferrato, terminaría por favorecer la plena asimilación hispánica de los ideales aristocráticos en boga en el resto de Europa. No en vano, Juan II fue el destinatario de dos tratados que abordaban la relación entre el Rey y el ideal caballeresco: la Avisaçion de la dignidad real y el Regimiento de vida para un caballero. En ellos se le hablaba de la sagrada carga de la caballería que el Rey lleva sobre sus hombros en tanto que suprema encarnación del miles christianus (“soldado de Cristo”). Esta milicia cristiana implicaría un compromiso moral del Rey con la defensa de la Iglesia y con el reparto de limosnas a los más necesitados. La senda abierta por estos dos tratados fue seguida por otros espejos de príncipes castellanos del siglo XV como el Vergel de príncipes, un tratado sobre el ocio caballeresco (caza, montería, música, entrenaJesús RODRÍGUEZ VELASCO, El debate sobre la caballería en el siglo XV. La tratadística caballeresca castellana en su marco europeo, Salamanca, 1996, pp. 37-44. 13.
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miento militar) compuesto por Rodrigo Sánchez de Arévalo para el joven rey Enrique IV en 1456, el Nobiliario vero (1492) de Ferrán Mexía de Jaén (dedicado a Fernando el Católico) o la Carta al Rey sobre los caballeros de Castilla dirigida por fray Hernando de Talavera también a Fernando el Católico. Ahora bien, como ha apuntado Jesús Rodríguez Velasco, toda esta tratadística dirigida al Rey en tanto que epicentro del ideal caballeresco no pudo impedir un fenómeno paralelo de descentralización de la teoría política de la milicia cristiana que reforzaba a la aristocracia castellana en perjuicio del soberano.14 En realidad, la Castilla cuatrocentista de los Ayalas, los Guzmanes y los Mendozas era un reino plagado de cortes principescas que rivalizaron con la del propio Rey en boato y esplendor. Las célebres “mercedes enriqueñas” habían enriquecido sin medida a numerosas familias nobiliarias que optaron por el bando Trastámara durante la guerra civil castellana. Personajes como el condestable de Castilla, el marqués de Santillana, el marqués de Villena o el conde de Haro, por poner solo algunos ejemplos, no se sentían inferiores a su soberano. Y, al igual que el Rey, eran destinatarios de tratados sobre la caballería cristiana como, por ejemplo, el Tratado de la perfección del triunfo militar (1459) dedicado por Alfonso de Palencia al comendador mayor de la Orden de Calatrava o el Doctrinal de caballeros dedicado por el obispo Alfonso de Cartagena (c. 1435) al conde de Castro y Denia. En el mismo sentido, obras como el célebre El Victorial de Gutierre Díaz de Games (1448) cantaban las glorias militares de caballeros castellanos como Pedro Niño, conde de Buelna, quienes disputaban así el protagonismo literario al Rey. Así, leemos en el prólogo del Victorial que se escribió la obra por enxemplo a los buenos caballeros e fidalgos que an de usar oficio de armas. Ahora bien, sin duda el principal exponente de esta ideología aristocrática fue el Doctrinal de privados de Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana (1398-1458), en el que se exponía con maestría la cosmovisión propia de la nobleza castellana, entonces triunfante tras la ejecución de su enemigo acérrimo, don Álvaro de Luna. J. RODRÍGUEZ VELASCO, El debate sobre la caballería en el siglo XV, op. cit., pp. 45-46. 14.
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El propio marqués de Santillana, paradigma del noble cultivado del quatrocento, dedicó en 1437 al joven Enrique IV una disertación conocida como el Centiloquio en la que ponderaba el ideal del buen caballero cristiano y le exhortaba a practicar la virtud política de la prudencia según los preceptos de Cicerón. El aristócrata se permitía aleccionar a su soberano sobre el buen gobierno de sus estados. La nobleza castellana vivía por entonces días triunfales. Y es que surgían entonces aristócratas que aunaban en sus personas las armas y las letras, poseedores de grandes bibliotecas y tan buenos soldados como conocedores de la doctrina política de la caballería. Algunos de ellos, como el conde de Haro, Pedro Fernández de Velasco, actuaron ciertamente como reyes fundando hospitales e incluso órdenes de caballería (Orden de la Vera Cruz), lo cual estaba en principio reservado al monarca en exclusiva (Alfonso XI había creado la Orden de la Banda Real, la principal Orden de caballería española de la Baja Edad Media y Fernando de Antequera la Orden de la Jarra y el Grifo para la Corona de Aragón). CONCLUSIÓN: EL FUNERAL DE ISABEL LA CATÓLICA En contraste con el llamativo despliegue ceremonial, casi diríamos, con la teatralización de la política que tuvo lugar durante el siglo XV bajo los reyes Trastamara, despliegue que citábamos al comienzo de esta conferencia, los funerales de Isabel la Católica a finales de Noviembre de 1504, con los cuales quiero finalizar mi exposición, llaman la atención del historiador por su escaso empaque y más bien discreta ceremonia. Siendo enormemente solemne, lo cierto es que el enterramiento de la Reina Católica fue modesto si lo comparamos con el de sus antepasados Trastamara, monarcas de menor categoría humana, moral y política que doña Isabel. Lo cierto es que la propia reina había ordenado ser enterrada con el hábito franciscano y prohibido expresamente en su testamento hacer el menor gasto en sus exequias. Su esposo Fernando dispuso, cumpliendo su última voluntad, que no hubiera pompa alguna en las ceremonias fúnebres, ni en Medina del Campo primero ni en Granada después, lugar de reposo definitivo de sus restos mortales.
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Pero acaso esta austeridad se debiera también, como apunta Nieto Soria, al hecho de que la imagen de virtud cristiana de la soberana fallecida estuviera tan asentada en la conciencia popular que no tenía sentido llevar a cabo una exhibición ceremonial de la majestad regia aunque ello se le hubiera pasado por la cabeza al rey Fernando15. En efecto, la reducción de las honras fúnebres de Isabel la Católica a su mínima expresión coincidió con amplias muestras de duelo popular y la celebración espontánea de misas por su eterno descanso por parte de todos los concejos de Castilla. Y es que, en definitiva, la transmisión al pueblo del mensaje de una Realeza carismática y sacralizada solo alcanzaba su mayor eficacia cuando el propio monarca era él mismo un ejemplo de virtudes cristianas. El exceso de pompa y ceremonia bajo los reyes Trastámara, tanto en sus funerales como en sus coronaciones, no había sido más que un síntoma de lo débil de su legitimidad política y de lo escaso de su prestigio personal. El bombardeo propagandístico desplegado por los intelectuales cortesanos había intentado ocultar el dudoso origen de la Monarquía Trastámara nacida de una guerra civil. De ahí la retórica altisonante sobre una Monarquía divinal. Sin embargo, la humildad de las honras fúnebres por Isabel la Católica tenía un significado claro: el mensaje era la propia persona de la Reina, fallecida en aroma de santidad. No era necesario ya ningún otro aditamento ceremonial. El ideal del óptimo Rey cristiano que habían venido anunciando, exigiendo, definiendo y predicando en Castilla una cincuentena larga de espejos de príncipes y tratados políticos a lo largo de todo el siglo XV había tomado forma en el recipiente más inesperado para ellos: una mujer.
15.
J.M. METOSORLA, “Ceremonias de la realeza”, op. cit., pp. 109-110.
UN PINTOR EN LA CORTE DE LOS REYES CATÓLICOS. PEDRO BERRUGUETE: HERENCIA FLAMENCA E INNOVACIONES RENACENTISTAS EN LAS TABLAS DE SANTO TOMÁS DE ÁVILA (MUSEO DEL PRADO, MADRID) MARÍA RODRÍGUEZ VELASCO
Nacido en Paredes de Nava (Palencia) hacia 1445, Pedro Berruguete es en el último cuarto del siglo XV el introductor de las formas renacentistas en la escuela de Castilla, conjugando en su pintura innovaciones aprendidas en Italia con claras reminiscencias goticistas de raigambre hispana.1 Aunque no fue oficialmente pintor de corte de los Reyes Cató1. Sobre la datación de su nacimiento se han planteado diversas hipótesis, siendo inicialmente aceptada 1450 como fecha más aproximada. ZAMPETTI, P., Il palazzo ducale di Urbino e la galleria Nazionale delle Marche, Roma, 1956, p. 27. En GARCIA Felguera, M.S. (coord.), Pedro Berruguete, Cuadernos de Arte de la Fundación Universitaria Española, Madrid, 1985, p. 5 se presentan referencias bibliográficas que datan el nacimiento del pintor entre 1440 y 1455. Sin embargo en la actualidad el estudio llevado a cabo por Pilar Silva para la gran exposición monográfica del pintor, celebrada entre abril y junio de 2003 en Paredes de Nava (Palencia) para conmemorar el V centenario de su muerte, apunta a 1445-1446, partiendo de los documentos que avalan su estancia en Italia. AA.VV., Pedro Berruguete. El primer pintor renacentista de la Corona de Castilla, Junta de Castilla y León, 2003, p. 16.
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licos, lo cierto es que en varias ocasiones trabajó bajo patrocinio real, como en las diez tablas realizadas para el Convento de Santo Tomás de Ávila que se conservan en el Museo del Prado.2 Berruguete elaboraría estas obras entre 1493, año en que se concluyó la iglesia proyectada por Martín de Solórzano, y 1499, fecha en la que comenzaría el retablo mayor de la Catedral de Ávila.3 Aunque poco se sabe de su formación inicial, lo más significativo es que su inquietud artística le impulsó a realizar un viaje a Italia, donde trabajaría en uno de los centros intelectuales más destacados del Quattrocento, la corte de Federico de Montefeltro, duque de Urbino. Hoy en día se admite que el “Perus Spagnuolus” citado en un acta notarial del 17 de abril de 1477 es Pedro Berruguete, residiendo ya entonces en las dependencias del palacio ducal y colaborando con Justo de Gante en la decoración del studiolo de Federico de Montefeltro.4 El programa decorativo muestra una galería de hombres ilustres donde es difícil determinar hasta donde llega la participación de cada maestro, aunque hoy en día los estudios radiográficos permiten afirmar la intervención de Berruguete en el retrato del Duque y de su hijo Guidovaldo. Aunque no sea objeto de este trabajo profundizar en la estancia italiana de Berruguete, es esencial reseñar la profunda huella que dejó en su pintura, especialmente en lo que se refiere a la monumentalidad de las figuras o a la nueva concepción del espacio de acuerdo a la perspectiva matemática y monofocal impulsada por los maestros del Renacimiento italiano. 2.
Las pinturas, citadas de acuerdo a la catalogación del Museo del Prado son: Santo Domingo y los albigenses (nº 609); Santo Domingo resucita a un joven (nº 610); Sermón de San Pedro (nº 611); San Pedro en oración (nº612); Muerte de San Pedro (nº 613); El sepulcro de San Pedro Mártir (nº 614); Aparición de la Virgen a una comunidad (nº 615); Santo Domingo de Guzmán (nº 616); San Pedro Mártir (nº617); Auto de Fe (nº 618). Museo del Prado: Catálogo de las pinturas. Madrid, 1996, pp. 27-29. 3. Esta es la aproximación cronológica más reciente, realizada por Pilar Silva en el Catálogo de la Exposición de Paredes de Nava. AA.VV., Op. Cit. (2003), p. 35. Dataciones anteriores apuntaban al intervalo 1490-1496 tomando como referencias la época en que Santo Tomás de Ávila fue sede de la Inquisición y la muerte de Torquemada. LAÍNEZ Alcalá, R., Pedro Berruguete, pintor de Castilla. Madrid, 1943, p. 78. CAMÓN Aznar, J., Pintura del siglo XVI, “Summa Artis”, Tomo XXIV, Madrid, 1970, p. 186. 4. MARÍAS, F. y PEREDA, F., “Petrus Hispanus en Urbino y el bastón del Gonfaloniere: el problema Pedro Berruguete en Italia y la historiografía española”, Archivo Español de Arte, LXXV (2002), p. 380. En este texto se presenta el acta notarial dada a conocer por PUNGILEONI, L., Elogio storico di Giovanni Santi, pittore e poeta padre del gran Raffaello de Urbino, Urbino, 1822, p. 49. Ambas referencias son retomadas por Silva Maroto en el Catálogo de la Exposición del 2003, p. 45.
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La referencia de Urbino es clave para entender la obra desarrollada a su vuelta a Castilla en 1483, donde debe conciliar los avances aprendidos con las tradiciones artísticas locales exigidas por sus comitentes y todavía ancladas en las convenciones góticas.5 De este modo su pintura no supone una ruptura respecto a las tendencias hispanoflamencas, sino que se convierte en síntesis perfecta de las dos escuelas más relevantes en la Europa del siglo XV, la flamenca y la italiana. Esta simbiosis se observa de modo claro en las diez tablas que, procedentes del Monasterio de Santo Tomás de Ávila, se conservan actualmente en el Museo del Prado. El Monasterio de Santo Tomás fue palacio de verano de los Reyes Católicos entre 1493 y 1499, por lo que dichas tablas se convierten en una muestra más del trabajo realizado por Berruguete para la corte, aunque, como se indicaba anteriormente, no conste documentalmente que fuera pintor oficial de la misma. Originalmente nueve de las tablas, dedicadas a Santo Domingo de Guzmán y San Pedro Mártir, se ubicarían en los extremos del transepto conformando dos grandes retablos, mientras que la décima, Auto de Fe, se situaría en la Sacristía, donde permaneció hasta que fue adquirida por el Museo del Prado en 1867.6 Aunque en la actualidad estas pinturas se exponen de modo independiente en el Museo, la temática del conjunto y la selección de los santos protagonistas responde por un lado a la orden dominica que desde su fundación vivió en este Monasterio y por otro al hecho de que Santo Tomás de Ávila fue sede de la Inquisición en Castilla entre 1490 y 1496. Al trazar la posible reconstrucción de los dos retablos se observa como en ambos Berruguete sintetiza la doble representación iconográfica de los santos, simbólica en la tabla central, a partir de símbolos parlantes que individualizan e identifican las figuras, y narrativa, mediante las escenas más significativas de su vida que protagonizarían las calles laterales.7 Estas dos variantes son inspiradas por una fuente literaria co5.
Diego Angulo ya señaló que las figuras de reyes que conforman las predelas de los retablos castellanos de Paredes de Nava son fruto y consecuencia de los sabios que decoraron el studiolo de Urbino. ANGULO, D., Pedro Berruguete en Paredes de Nava, Barcelona, 1946, pp. 31-32. 6. En el siglo XIX las nueve tablas que formarían parte de los retablos se encontraban en el claustro alto, de donde pasarían en 1836 al Museo de la Trinidad y de allí a la colección del Museo del Prado. 7. La estructura del retablo del altar mayor del Monasterio, dedicado al santo titular y también realizado por Berruguete, podría servir de referencia para la reconstrucción de los retablos de San Pedro Mártir y Santo Domingo de Guzmán.
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mún que desde finales del siglo XIII se había convertido en referencia clave para la comprensión de la iconografía de los santos, la Leyenda Dorada escrita hacia 1264 por el dominico Santiago de la Vorágine. Las imágenes de Santo Domingo de Guzmán y San Pedro Mártir son muestra de la tensión entre tradición y modernidad que revela la pintura de Berruguete entre 1490 y 1496, años que se barajan para la realización de los dos retablos.8 Santo Domingo, fundador de los predicadores y San Pedro de Verona, primer mártir de la orden, se recortan sobre un fondo brocado de oro cuya suntuosidad refleja el esplendor castellano bajo el gobierno de los Reyes Católicos, pero sobre todo anula la proyección espacial en profundidad y se convierte en referencia a la divinidad siguiendo los parámetros de la estética medieval seguramente exigidos por los comitentes. Sin embargo Berruguete introduce recursos que muestran su conocimiento de la perspectiva lineal impuesta ya en Italia, por un lado a través de las losetas del suelo y por otro abriendo los laterales a jardines exteriores, escuetamente representados, pero que suponen la introducción de luz natural y refuerzan la sucesión de planos en la pintura. Esta consideración espacial da mayor libertad de movimiento a sus figuras, especialmente en el caso de San Pedro Mártir, rompiendo con la frontalidad y el hieratismo característicos de las imágenes medievales de los santos planteadas a modo de iconos. Aunque a primera vistas las dos tablas centrales pudieran parecer casi iguales en su planteamiento, por su fondo y por el punto de vista bajo desde el que se observan los personajes, Berruguete cambia la ubicación de las figuras en la caja espacial dando mayor monumentalidad a Santo Domingo de Guzmán al adelantarlo en el plano pictórico hacia el espectador. La dualidad medieval-renacentista observada en el espacio, se plasma también en la representación de las figuras. La tipología utilizada por Berruguete responde a los prototipos medievales que sintetizaban a través de los símbolos parlantes lo más destacado de la vida de los santos. De esta forma, San Pedro Mártir muestra al espectador un libro abierto donde se puede leer claramente el inicio del Credo (“Credo in Deum...”) para significar su defensa de la fe en los procesos contra los herejes, pues fue nombrado Inquisidor de la Fe en Milán en el año 1232.9 Las palabras ins8.
GARCÍA Felguera, M.S. (coord.), Op. Cit. (1985), p. 10. RÉAU, L., Iconografía del arte cristiano. Iconografía de los santos. Tomo 2, Vol. 5, Barcelona, 1998, p. 69. 9.
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critas en el libro cobran además especial protagonismo en la narración de su vida recogida en la Leyenda Dorada, pues se cuenta como desde su infancia aprendió el Credo y defendió sus contenidos frente a las réplicas de su propia familia.10 Asimismo Santiago de la Vorágine relata como en el momento del martirio el santo comenzó a recitar el credo, e incluso que escribió en la tierra la palabra “Credo” con su propia sangre.11 No faltan en la representación de Berruguete las armas utilizadas en su martirio, el machete en la cabeza y la hoja de puñal en el pecho. Ambas sintetizan uno de los episodios representado en una tabla lateral del retablo, su muerte a manos de un sicario en el bosque de Barlassina cuando se dirigía a presidir un proceso contra los herejes de Milán.12 Indicación de que San Pedro de Verona murió violentamente por su defensa de la fe es la palma que porta en su mano derecha, atributo genérico en la iconografía de los mártires. La peculiaridad respecto a otras figuras son las tres coronas superpuestas en dicha palma. Sobre ellas se ha dicho que pudieran aludir a las tres virtudes teologales resaltadas por Inocencio IV en la canonización del santo, pero en consonancia con el libro es más probable que simbolicen su creencia en la Trinidad.13 La figura de Santo Domingo de Guzmán se debe interpretar también a partir de los elementos secundarios que la completan. Al igual que el personaje anterior, porta un libro en su mano derecha, aunque en esta ocasión no se lee inscripción alguna, sino que sirve de soporte a una vara de tres azucenas o lirios blancos que simbolizan la pureza de su orden, así como la defensa de la virginidad de María que el Santo hizo en sus escritos. Pero la composición está dominada en primer término por una gran cruz, sostenida a modo de báculo, rematada en su parte supeVORÁGINE, S. de la, Leyenda Dorada, Madrid, 1999, pp. 265-266: “... El niño replicó a su tío, diciéndole que él seguiría recitando el Credo en la forma en que lo había aprendido y entendiendo cada una de sus palabras de la misma manera que las entendía el catecismo en que las había estudiado...”. 11. Ibidem, p. 268: “...Después comenzó a recitar el símbolo de la fe, porque ni siquiera en el momento de su muerte dejó de pregonar sus creencias”. 12. Ibidem, p. 268. También la Leyenda Dorada inspira estos dos elementos pues al describir el martirio dice como “el energúmeno aquel lo insultó, lo acometió, alzó su espada, la enfiló hacia la cabeza del Siervo de Dios y le asestó repetidos golpes...” y concluye el relato indicando que “el asesino consumó su crimen atravesando con un puñal el corazón del santo”. 13. FERNÁNDEZ, A. y BERMÚDEZ, C., El placer de leer un cuadro. La pintura de Berruguete en el Museo del Prado, Madrid, 2002, p. 35, relacionan las tres coronas con la exaltación del Santo hecha por Inocencio IV en su canonización. 10.
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rior con flores de lis. Este símbolo, emblema de la Inquisición, recuerda que Santo Domingo presidió dicho tribunal y también que el Monasterio de Santo Tomás de Ávila fue su sede castellana entre 1490 y 1496. Esta cruz sirve de arma para combatir un lobo que Santo Domingo aplasta contra el fuego en la parte inferior de la composición, símbolo del mal combatido por la Inquisición. Berruguete completa estas indicaciones con la inscripción del nimbo, donde se puede leer con claridad la identificación del santo y el cargo que ocupó: Santo Domingo Enquisidor. La descripción de las figuras se completa con algunos rasgos aprendidos por Berruguete durante su estancia en Urbino, ya que el tratamiento de las vestimentas así como la incidencia de la luz sobre las formas refuerzan su carácter plástico hasta dar una apariencia casi escultórica a los dos santos. En este sentido su proyección desde un punto de vista bajo, planteamiento seguido también en algunas figuras del studiolo de Urbino, subraya la monumentalidad de los protagonistas. Por otra parte Berruguete supera el hieratismo medieval presentando gran realismo en el tratamiento de las manos y en la mayor humanización de los rostros, también modelados por la luz. En las dos tablas Berruguete plasma por una parte un mayor naturalismo, propio del mundo flamenco, al trabajar a San Pedro Mártir y por otra una mayor idealización, propia de la estética renacentista, en el rostro de Santo Domingo. Las escenas que en origen completarían los dos retablos exponen de modo explícito algunas de las referencias ya sugeridas por los símbolos comentados. La narratividad de estas tablas conlleva multiplicación de figuras y recreación de exteriores e interiores que obligan a Berruguete a jugar con planteamientos espaciales aprendidos en Italia, aunque todavía se acusan reminiscencias goticistas, especialmente en lo que se refiere al empleo del oro o a la dificultad de plasmar el movimiento de algunos personajes. En la Oración de San Pedro Mártir se retoman recursos ya utilizados en las tablas centrales para escenificar la celda del santo. Así, las líneas y dibujos geométricos del suelo proyectados en profundidad chocan con el gran panel dorado que conforma gran parte del fondo, apenas abierto en su parte izquierda a un paisaje exterior. En este caso el brocado de oro no solo ensalza el protagonismo de las dos figuras sino que
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destaca mediante inscripciones el diálogo entre el santo y la divinidad, recurso medieval que evoca las filacterias góticas y que ayuda sin duda a identificar esta imagen con un conocido episodio de la vida del Santo. En éste se cuenta como, acusado San Pedro de romper la clausura, se defendió explicando que mientras oraba se le habían aparecido Santa Catalina, Santa Cecilia y Santa Inés. No obstante sus superiores lo destierran a Jesi y lo recluyen en una celda donde tendría lugar el diálogo plasmado por Berruguete, en el cual el santo exclama “Ego Domine in te innocens patior” y Cristo crucificado le replica “Et ego, Petro, quid feci”. También en este caso Berruguete utiliza la perspectiva “sotto in su”, punto de vista bajo, pero sobre todo juega con distintas alturas situando al santo sobre un escalón y a Cristo sobre un altar, de gran simplicidad pero cuyas líneas acentúan la profundidad espacial. Una observación detenida de la imagen destaca el gran estudio anatómico del Cristo Crucificado y muestra además la fusión de motivos ornamentales renacentistas y mudéjares, que se concretan respectivamente en el relieve vegetal del zócalo y el diseño del mantel que cubre el altar. En la escena de la Predicación de San Pedro Mártir, más conocida como Milagro de la nube Pedro Berruguete multiplica las figuras en un espacio exterior, observándose arcaísmos que revelan cierta impericia por parte del artista. Al igual que en la pintura anterior la ordenación general obedece a dos niveles para destacar en altura la figura del Santo, predicando sobre un estrado ornamentado con un damasquinado mudéjar. Adquieren especial protagonismo las manos de San Pedro, pues con sus dedos parece contar y señalar las tres personas de la Trinidad afirmadas en el Credo. Este gesto centraliza la mirada del grupo de personajes que asisten a la predicación, destacados por la individualización de rasgos y expresiones, así como por la variedad de ropajes que revelan la prosperidad de las ciudades castellanas bajo el reinado de Isabel la Católica y evocan los comienzos italianos del pintor. Aunque se trata de un episodio que tiene lugar en Milán, Berruguete lo convierte en una estampa de la Castilla del siglo XV.14 No falta la nota humana y anecdótica en la persona de Fray Domingo, a menudo com14.
En este sentido Laínez Alcalá señala la semejanza del espacio representado por Berruguete con la plaza de San Juan de Ávila. LAÍNEZ Alcalá, R., Op. Cit. (1943), p. 150. También se ha dicho que el edificio del fondo podría ser la Cartuja de Miraflores. AA.VV., Op. Cit. (2003), p. 192.
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pañero de viaje del santo, dormitando en este caso en la escalera de primer término, ajeno a la predicación. Con toques superficiales de luz Berruguete destaca el brillo de las telas y equilibra cromáticamente la composición. Pero la luz se convierte también en protagonista de un espacio generado por la alternancia del claroscuro hasta la plazuela que cierra la tabla en profundidad. Frente a este planteamiento, las reminiscencias flamencas perduran en el panel de oro que sirve de marco a la figura del Santo. Entre el pueblo, también reacciones de asombro ante el milagro de la nube, narrado por Santiago de la Vorágine en la Leyenda Dorada y recogido en la parte superior de la pintura. En el texto se cuenta como al presidir el Santo el proceso contra un obispo hereje éste le desafió para que protegiera al pueblo del sol abrasante mediante la aparición de una nube.15 Durante un tiempo la escena se consideraba una predicación genérica del santo, pues la nube se ha descubierto tras retirarse los repintes en la restauración previa a la Exposición monográfica organizada en la iglesia de Santa Eulalia, en Paredes de Nava (Palencia), para conmemorar el V Centenario de la muerte del pintor. Pese a la modernidad de la concepción espacial, Berruguete no parece dominar la medida de las figuras respecto al plano ocupado en la composición. Consciente de que la nitidez de contornos debe perderse a medida que se profundiza en la obra, no hay relación proporcional entre la monumentalidad de los personajes de la escena principal y las pequeñas figurillas que se dispersan anecdóticamente en el fondo de la obra sin precisión alguna. Dentro de la serie de tablas que componen el retablo el estudio del paisaje se realiza en la escena de La muerte de San Pedro Mártir que tuvo lugar, de acuerdo al relato de la Leyenda Dorada, en el viaje entre el convento de Como y Milán cuando el Santo se dirigía a presidir un proceso contra herejes.16 Berruguete hace explícito el martirio sugerido en la tabla central por los símbolos parlantes, presentando al Santo en el momento de escribir sobre la arena con su propia sangre la palabra “Credo”. Frente a la serenidad de San Pedro contrasta la expresión temerosa de Fray Domingo, que parece huir, aunque la Leyenda Dorada 15.
VORÁGINE, Santiago de la, Op. Cit. (1999), p. 267: “...Seguidamente hizo la señal de la Cruz, y al poco rato apareció en lo alto una nube en forma de gigantesca mariposa que protegió a la concurrencia contra los abrasadores rayos del sol”. 16. Ibidem, p. 268.
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refiere que también fue herido en el ataque. Berruguete convierte la figura de este fraile en un estudio perfecto del movimiento, destacando el trazo de los pliegues quebrados y angulares siguiendo los modelos flamencos a través de un dibujo de gran precisión. Los hábitos de los frailes muestran también un gran estudio lumínico sobre el blanco y el negro, colores en los que difícilmente se consigue la variedad tonal introducida por Berruguete. La vida interior que emana de sus personajes y el tratamiento de los monjes han llevado a ciertos estudios a considerar estas figuras como precedente de la obra de Zurbarán.17 En cuanto al paisaje, Berruguete combina el detallismo flamenco y la recreación amurallada de Como al modo de las ciudades nórdicas, con la alternancia luz-sombra para definir una profundidad subrayada por la orilla sinuosa del río que se pierde en el horizonte. Estos recursos, tomados del Quattrocento italiano y que podría haber contemplado en las obras que Piero della Francesca realizó para la corte de Urbino, se intensifican con una captación atmosférica que difumina contornos a medida que nos adentramos en la composición.18 Siguiendo la narración de Santiago de la Vorágine las escenas de la vida de San Pedro se completan en el retablo de Santo Tomás de Ávila con la Adoración del Sepulcro de San Pedro Mártir. El pintor recoge en concreto el milagro por el cual las lámparas colgadas ante su sepulcro se encendían sin mediación alguna.19 Las radiografías han mostrado 17. FERNÁNDEZ, A. y BERMÚDEZ, C., Op. Cit. (2002), p. 70. Pilar Silva pone en paralelo la espiritualidad transmitida por los dos pintores en la representación de los monjes. AA.VV., Op. Cit. (2003), p. 190. 18. La vinculación estilística con Piero della Francesca ha sido considerada en otros estudios, como los de Laínez Alcalá, Angulo y Zampetti. LAÍNEZ Alcalá, Op. Cit. (1943), p. 38; ANGULO Iñiguez, D., Pintura del siglo XVI, “Ars Hispaniae”, Tomo XII, Madrid, 1954, pp. 84 y ss. ZAMPETTI, P., Op. Cit. (1956), p. 15. Señala también el trabajo de los dos pintores para la corte de Urbino BOZAL, V., Piero della Francesca, Madrid, 1993, p. 33. También el Catálogo de la Exposición de Paredes de Nava subraya cómo Berruguete pudiera haber aprendido el tratamiento lumínico de Piero della Francesca incidiendo éste en la tridimensionalidad del espacio, el modelado de las figuras y la diferenciación de texturas. AA.VV., Op. Cit. (2003), p. 38. Para subrayar la relación que pudo haber entre los dos pintores, en la p. 52 se recoge incluso la hipótesis planteada por Gamba en 1927 sobre la intervención de Berruguete en la Pala de Brera, obra de Piero della Francesca, en la que completaría las manos de Federico de Montefeltro. GAMBA, C., “Pietro Berruguete”, Dedalo, VII (1926-1927), p. 662. 19. VORÁGINE, S. de la, Op. Cit. (1999), p. 269: “Multitud de veces sucedió que las lámparas colgadas junto a su sepulcro por los devotos, ellas solas, sin ayuda ni industria de nadie, prodigiosamente se encendieron”.
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como Berruguete rectificó la disposición espacial inicial para hacer coincidir el rayo de luz con la llama encendida de la lámpara. Este detalle indica la importancia del dibujo como punto de partida de su pintura y la valoración de la matemática en su construcción de la caja espacial. A menudo la restauración de las obras de Pedro Berruguete muestra una preparación minuciosa de sus composiciones a partir de un detallado trazado geométrico que puede ser retocado a lo largo de la realización de la pintura.20 Además en este caso la rectificación reafirma la temática, frente a la lectura de Yarza que plantea la posibilidad de que el sepulcro sea el de Santo Domingo, por la semejanza con el Arca que contiene sus restos en el Convento de los dominicos en Bolonia.21 Berruguete subraya el milagro por el gesto indicativo del fraile dominico que custodia el sepulcro, por el asombro del joven que da la espalda al espectador o por la mirada de los dos hombres que acceden al templo. Con ello el pintor da sentido a la expresividad de las figuras en consonancia con el contenido de la obra.22 Esta tabla pone también de manifiesto el resurgir que en la Edad Media habían tenido las peregrinaciones hasta las reliquias de los santos para pedir su favor, como muestra el ciego que, acompañado por su lazarillo, llega hasta la tumba de San Pedro Mártir, o la mujer arrodillada ante ella. Entre las escenas dedicadas a Santo Domingo de Guzmán sobresale por su tratamiento espacial la Aparición de la Virgen a una comunidad, donde sin embargo no aparece representado el santo protagonista del retablo. Berruguete introduce al espectador en el interior de una iglesia cuya profundidad es definida no solo por las líneas arquitectónicas o el enlosado del suelo, sino también por la procesión de los frailes dominicos en dos filas paralelas contrapuestas. Pese al estudio previo de la composición, el pintor vuelve a caer en incoherencias al situar proporcionalmente los personajes en el espacio, pues tanto el monje de primer término, como los que se arrodillan ante el altar resultan excesivamente 20.
La preparación de las obras de Berruguete se explica con detenimiento en GARRIDO, M. del C., “Contribución al estudio de la obra de Pedro Berruguete, utilizando los métodos físico químicos de examen científico: ‘La Anunciación’ de la Cartuja de Miraflores (Burgos)”, Archivo Español de Arte, 1978, pp. 307-322. 21. YARZA Luaces, J., “Una imagen dirigida: los retablos de Santo Domingo y San Pedro Mártir de Pedro Berruguete”, Historias inmortales, Barcelona, 2002, pp. 48-49. 22. Sobre la relevancia de los gestos en la interpretación de las pinturas, GARNIER, F., Le langage de l’image au Moyen Age (Signification et Simbolique), París, 1982 y GARNIER, F., Le langage de l’image au Moyen Age. Grammaire des gestes, París, 1989.
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pequeños respecto al resto. Se podría hablar incluso, como nota arcaizante propia de la tradición medieval, de perspectiva inversa en la representación del ayudante del primer plano. Sin embargo, como contrapunto, también se ha advertido en la concepción espacial de esta tabla su vinculación con el Quattrocento italiano, trazando un paralelismo con la ordenación central del Juicio Final de Fra Angelico conservado en el Museo del Convento de San Marcos de Florencia.23 Destaca también en esta tabla la apertura lateral de la iglesia a un claustro que bien podría situarse en el propio monasterio de Santo Tomás de Ávila. En él se aprecia un episodio anecdótico, casi trabajado al modo de las miniaturas de los manuscritos iluminados y de gran valor iconográfico. Berruguete ha tenido que eliminar una columna para mostrarnos al demonio tentando a un fraile para no asistir al oficio. Frente a la serenidad y el orden del resto de la composición, estas pequeñas figuras concentran el movimiento, pero además el pintor hace un pormenorizado estudio anatómico en la figura antropozoomorfa y alada del demonio.24 A la arquería de acceso al claustro se opone una entrada lateral donde un grupo de fieles se convierten en testigos de la aparición concentrando en ella sus miradas. El pintor presenta una doble figuración de la Virgen, coronada y rodeada de ángeles músicos caracterizados con instrumentos castellanos en la visión celestial, y como Madre y trono de la divinidad en el retablo que se abre sobre el altar. Este pequeño tríptico refleja la multiplicación de este tipo de piezas en el siglo XV, tanto para interiores eclesiásticos como para la devoción privada de las familias burguesas, facilitando su tamaño el intercambio y la comercialización en las ferias castellanas así como la difusión de modelos, especialmente desde los Países Bajos. La temática de esta obra y la doble iconografía mariana recuerdan el patrocinio de la Virgen sobre la orden dominica, que determinó la dedicación del sábado a la Virgen y generalizó el rezo del Rosario. 23.
AA.VV., La pittura in Europa. La pittura spagnola. Tomo primo, Milán, 1995, p.
191 24. La figura del diablo admite aspectos cambiantes en su tratamiento iconográfico. En este sentido Flores Arroyuelo indica que “la opinión más difundida era que el diablo podía manifestarse en cualquiera de las formas que el hombre alcanzaba a ver, sentir o presentir”. FLORES Arroyuelo, F.J., El diablo en España, Madrid, 1985, p. 35. Son numerosas las referencias hechas en la Leyenda Dorada a la tentación del maligno sobre los frailes dominicos y sobre el propio Santo Domingo. VORÁGINE, S. de la, Op. Cit. (1999), pp. 440-456.
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Santo Domingo de Guzmán fue conocido como el “taumaturgo” y esto se manifiesta en dos de las tablas que completarían su retablo: Santo Domingo y los albigenses y Santo Domingo resucitando al joven Napoleón, episodios ambos narrados en la Leyenda Dorada.25 La primera de las pinturas, el milagro de los albigenses, recoge el instante en que el libro de Santo Domingo sale despedido del fuego, mientras los textos herejes se queman en la hoguera que centraliza la obra dividiendo los personajes en dos grupos contrapuestos.26 Entre las figuras destaca la diferenciación de clases sociales a partir de las vestimentas, enriquecidas en muchos casos con damasquinados y brocados que ponen de manifiesto la prosperidad del comercio textil entre Castilla y los Países Bajos. También desde el punto de vista decorativo sobresale la encuadernación de los libros, evocando en sus tracerías repertorios mudéjares, aunque el episodio tuvo lugar en Tolousse.27 Destaca la gesticulación de las manos por la que las figuras adquieren vida interior y parecen comentar entre sí el milagro completando el significado de esta pintura y subrayando su carácter narrativo. Berruguete combina en esta composición la luz simbólica procedente del tapiz dorado del fondo, la luz natural, que entra por la arquería y la ventana del lado izquierdo de la composición y la luz del fuego, que implicaba gran dominio técnico por parte de los pintores. Esta última le obliga a subrayar la proyección de la sombra de los dos hombres que introducen el primer plano de la composición, el que aviva el fuego y el que arroja los libros herejes. Sin embargo, la posición inestable de este último podría manifestar falta de dominio del movimiento en profundidad por parte de Berruguete, si bien su aparente desproporción pueda ser intencionada para corregir el efecto óptico del espectador que contemplaría el retablo desde una altura inferior. La tabla de Santo Domingo resucitando al joven Napoleón incide en la narratividad de la pintura al unificar distintos tiempos y espacios. La 25.
Ibidem, pp. 441 y 447. Ibidem, p. 441: “...Estupefactos quedaron cuando tras arrojar a la lumbre el mencionado escrito vieron cómo éste permaneció un buen rato en ella sin quemarse y, al cabo de cierto tiempo, salió de entre las llamas despedido por el aire sin que el fuego hubiese producido en él ni la más leve chamuscadura...”. En el Museo del Prado se conserva otra obra de Berruguete reproduciendo este mismo tema. Datada hacia 1470-71, su procedencia es desconocida y llegó por la donación de doña Rosa Vaamonde en 1898. AA.VV., Op. Cit (2003), p. 100. 27. RÉAU, L., Iconografía del arte cristiano. Iconografía de los santos, Tomo 2, Vol. 3, Barcelona, 1997, p. 394-395. 26.
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lectura de la escena debe comenzar en el exterior, donde en un paisaje escarpado el joven Napoleón Orsini, sobrino del Obispo Esteban, cae del caballo.28 En el interior de la iglesia los padres suplican a Santo Domingo la resurrección del niño y el santo la concreta con la señal de la cruz. Completan la representación el obispo Esteban y su séquito, así como dos frailes, situados en una capilla u oratorio posterior que subraya la profundidad espacial mediante la sucesión de estancias diferenciadas por un arco propio del gótico isabelino. De nuevo modernidad italiana y tradición hispana se funden en la composición. A pesar del tratamiento lineal de la perspectiva y de la monumentalidad de las figuras, que revelan la admiración de Berruguete por la escultura del Quattrocento, se evidencias ciertos arcaísmos, como el tratamiento casi decorativo de la figura animal en movimiento, la desproporción de las figuras del fondo, trabajadas de modo anecdótico y la posición de Santo Domingo que parece flotar, ajeno a sus acompañantes. Sin duda la tabla más significativa en relación con el Monasterio de Santo Tomás como sede de la Inquisición castellana es el Auto de Fe, exponente de los cuadros de historia en los comienzos del Renacimiento español. Berruguete recrea un episodio del siglo XIII como imagen de la sociedad castellana en el reinado de los Reyes Católicos, pues la lectura de la composición sintetiza los juicios de la Inquisición celebrados en las plazas públicas castellanas. Aunque protagonizada por Santo Domingo de Guzmán, las dimensiones de la tabla y las descripciones que la sitúan originariamente en la sacristía del monasterio hacen pensar que fuera una pintura independiente, y no parte del retablo dedicado al santo. Sobre un estrado portátil de madera Santo Domingo, identificado por los lirios y por el estandarte de la cruz, preside el juicio, disponiéndose a escuchar la lectura de cargos contra el condenado que un fraile dominico dirige ante su presencia. Entre su séquito, a la derecha del santo, se ha dicho que el dominico representado pudiera ser Fray Tomás de Torquemada, inquisidor general del Santo Oficio desde 1483, que vivió en el Monasterio de Santo Tomás de Ávila y que se baraja como posible comitente de esta pintura.29 Esta hipótesis cobra fuerza teniendo en cuen28.
Ibidem, p. 447: “Un joven sobrino de Don Esteban, cardenal de Fossanova, fue sacado muerto del fondo de una sima a la que había caído juntamente con su caballo desde lo alto de un precipicio. Santo Domingo, ante cuya presencia llevaron el cadáver del difunto, oró sobre él, le devolvió la vida y lo dejó tan entero y sano como estaba antes de sufrir el accidente”. 29. FERNÁNDEZ, A. y BERMÚDEZ, C., Op. Cit. (2002), p. 46-47.
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ta que Hernán Nuñez de Aralte, secretario y tesorero de la reina Isabel, al disponer en su testamento las donaciones iniciales para crear el Monasterio de Santo Tomás nombró a Torquemada ejecutor de sus voluntades junto a su mujer, Doña María Dávila.30 No sería el único personaje histórico incluido en la pintura si se considera que lo representado no es un juicio genérico, sino el arrepentimiento del hereje Raimundo de Corsi convertido en auto de fe del siglo XIII.31 Sin embrago la fidelidad de Berruguete en la recreación de detalles ha hecho pensar también que se recrea uno de los juicios más conocidos del siglo XV en Ávila, el celebrado en 1491 contra los asesinos del niño de Laguardia. El pintor pudo haber contemplado el proceso contra estos herejes que, encabezados por Benito García de Mesuras, habían crucificado a un niño, empapando con su sangre una Hostia Sagrada que los Reyes Católicos entregaron a Torquemada para salvaguardarla en el Monasterio de Santo Tomás.32 Considerando cualquiera de los dos casos, lo más notable de esta pintura son los pormenores en cuanto a las fases del auto y las vestimentas. A partir del doble estrado que contrapone a los acusados y al tribunal, se observa la lectura de los cargos y la posibilidad del arrepentimiento y la consiguiente absolución o la persistencia en la herejía, que conllevaba la muerte en la hoguera como se recoge en el ángulo inferior derecho que cierra la narración plástica. En cuanto a los ropajes, a la riqueza y variedad de telas comentada en otras tablas, se suman los sambenitos y corozas propios de los condenados por la Inquisición. En el caso de la ciudad de Ávila los sambenitos, donde se inscribían las faltas de cada acusado, eran expuestos públicamente en la iglesia de Santo Tomás, lo que reforzaría el significado original de esta pintura en dicho Monasterio. Peculiaridad de esta tabla es el hecho de que Berruguete haya sustituido el celaje por una capa de plata que subraya el protagonismo de las figuras e introduce una cierta ambigüedad espacio-temporal. A pesar de esto, destaca la proyección en profundidad de las sombras de las difeYARZA Luaces, J., Los Reyes Católicos. Paisaje artístico de una monarquía. Madrid, 1993, pp. 34-35. NIETO Caldeiro, A., Ávila. Su historia y sus monumentos. Ávila, 1994, p. 166. 31. ANGULO, D., Op. Cit. (1954), p. 96. 32. YARZA Luaces, J., Op. Cit. (1993), p. 38. 30.
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rentes figuras, convirtiéndose la luz en factor determinante para la creación del espacio. En su conjunto las tablas procedentes del Monasterio de Santo Tomás de Ávila, conservadas actualmente en el Museo del Prado, son expresión del gusto dominante en la corte de los Reyes Católicos, de fuerte carácter goticista pero abierto ya a las innovaciones renacentistas en lo que se refiere a la monumentalidad de las figuras y a la configuración de la caja espacial en profundidad. Podría decirse que en los aspectos decorativos Pedro Berruguete responde a las expectativas de sus comitentes, a través del empleo del oro, las molduras arquitectónicas isabelinas, los detalles ornamentales mudéjares y las ricas vestimentas donde toques luminosos superficiales matizan las diferentes texturas.33 En este sentido, el detallismo plasmado en sus pinturas llegó incluso a plantear la hipótesis de un posible viaje de formación a los Países Bajos, aunque a falta de datos objetivos, lo más probable es que estudiara la pintura flamenca en Castilla, donde ésta era la tendencia artística dominante. Pero por otra parte las pinturas comentadas revelan la huella de su viaje a Italia y su trabajo en corte de Urbino. El profundo dibujo subyacente, sacado a la luz por las radiografías hechas en los procesos de restauración de las obras de Berruguete, da lugar a un modelado casi escultórico de los personajes, especialmente en el tratamiento de cabezas y vestimentas. No en vano su observación y estudio de las tallas italianas, y más tarde su estrecha colaboración en Castilla con maestros como Alejo de Vahía, le llevan al dominio de la anatomía, de los gestos y las actitudes hasta dotar a sus figuras de una profunda vida interior. Los estudios científicos realizados sobre estas obras también revelan correcciones respecto a la configuración de la caja espacial, lo que muestra su preocupación por la perspectiva geométrica y por la distribución de la luz. Fuera ya de consideraciones estilísticas, las tablas de Santo Tomás de Ávila son un exponente más del gran papel de los Reyes Católicos como mecenas e impulsores del arte, quizá conscientes de que el esSilva Maroto piensa que el modo en que Berruguete aborda algunas de sus arquitecturas no debe interpretarse como signo de goticismo, sino como reflejo de la realidad que él observa. SILVA Maroto, Mª. P., “La iconografía como clave para una mejor comprensión de la personalidad de Pedro Berruguete”, Cuadernos de Arte e Iconografía, II, nº 4 (1989), p. 139. 33.
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plendor del arte manifestaba la prosperidad y estabilidad de su gobierno. A través de las obras encargadas por la reina Isabel, o de aquellas que apoya especialmente hasta ser consideradas de fundación real, como este monasterio abulense, se muestra un mayor peso del gusto flamenco que domina por encima de la apertura a las formas renacentistas en la escuela de Castilla. Basta comparar la preciosista traza tardogótica de Gil de Siloé en el sepulcro de sus padres Juan II e Isabel de Portugal en la Cartuja de Miraflores (Burgos) y la tipología plenamente italiana del monumento funerario del príncipe Don Juan, obra del florentino Domenico Fancelli (1512), realizado años después de la muerte de la reina en la iglesia del Monasterio de Santo Tomás de Ávila. En este sentido Yarza señala que los manuscritos de la corte isabelina, especialmente los Libros de Horas como manifestación más personal del gusto de los comitentes, revelan el mayor aprecio de la reina por las formas flamencas.34 Isabel la Católica ha sido considerada una gran promotora del arte del siglo XV y, teniendo en cuenta que la colección del Museo del Prado está definida esencialmente por el gusto de los reyes españoles, a través de las tablas procedentes del Monasterio de Santo Tomás (Ávila), Pedro de Berruguete se presenta como pintor de gran relieve en el reinado de Isabel I, solo comparable con Juan de Flandes. Además sus tablas se convierten en muchas ocasiones, más allá de la síntesis de formas nórdicas e italianas, en estampas de la sociedad castellana de la corte de los Reyes Católicos, como se ha puesto claramente de manifiesto en el Auto de Fe.
34.
Ibidem, pp. 94-95.
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ANEXO FOTOGRÁFICO: 1.
Pedro Berruguete: San Pedro Mártir (Museo del Prado nº 617)
2.
Pedro Berruguete: Santo Domingo de Guzmán (Museo del Prado, nº 616)
3.
Pedro Berruguete: Oración de San Pedro Mártir (Museo del Prado, nº 612)
4.
Pedro Berruguete: Predicación de San Pedro Mártir (Museo del Prado, nº 611)
5.
Pedro Berruguete: Martirio de San Pedro Mártir (Museo del Prado, nº 613)
6.
Pedro Berruguete: Adoración del sepulcro de San Pedro Mártir (Museo del Prado, nº 614)
7.
Pedro Berruguete: Aparición de la Virgen a una comunidad (Museo del Prado, nº 615)
8.
Pedro Berruguete: Milagro de los albigenses (Museo del Prado, nº 609)
9.
Pedro Berruguete: Curación de Napoleón (Museo del Prado, nº 610)
10.
Pedro Berruguete: Auto de Fe (Museo del Prado, nº 618)
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EL INDÍGENA AMERICANO, SUJETO Y PROYECCIÓN DE LA MODERNIDAD CASTELLANA MARÍA SAAVEDRA INARAJA
INTRODUCCIÓN Como ha señalado Julián Marías, la primera Nación Moderna de la Historia fue España. Este autor indica que antes existieron “otras cosas”: Imperios, ciudades- estado, reinos... más o menos grandes, pero no pueden considerarse propiamente “naciones”.1 Entre los aspectos de la Modernidad, señalados por J. Marías, destacaré dos: a) Presencia de una monarquía que establece un poder efectivo. Los reyes consolidan su soberanía, sin intermediarios entre ellos y sus súbditos. b) Existencia de un proyecto histórico coherente, que se manifiesta en empresas que van más allá de los asuntos locales.2 Estos dos aspectos se manifiestan y se ponen en práctica de modo singular en la América española. Y será así bajo el impulso directo de la Corona. 1.
MARÍAS, Julián, 2000, pp. 151-152. “La visión de conjunto, el ensanchamiento del horizonte, es la característica de la nación española creada por los Reyes Católicos”, ib, p. 163. 2.
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La proyección ultramarina, ¿fue una necesidad castellana? ¿correspondía así al impulso aragonés por el Mediterráneo? ¿era una necesaria continuidad del proceso reconquistador, que había configurado la realidad y la esencia española a lo largo de 8 largos siglos? En cualquier caso, la proyección española en América supuso por encima de todo un reto. España no buscaba América, se lo encontró, y lo que encontró fue un terreno “virgen” desde el punto de vista político, para construir allí algo auténticamente “moderno”. No había que derribar viejas estructuras medievales, ni luchar contra hábitos señoriales que dificultaban la actividad directa del monarca para implantar su soberanía. Tierras nuevas pero, sobre todo, gentes nuevas sobre las que crear las bases de un Estado Moderno. Porque el descubrimiento más importante no fue de carácter geográfico, sino el humano, las gentes, los pobladores de las tierras descubiertas que tenían que ser encajados en ese proyecto histórico, coherente, que iniciaban los Reyes Católicos. Castilla, España, aceptó ese reto que se le venía encima, y desempeñó su tarea lo mejor que supo, rompiendo moldes muy arraigados en la época. ¿Cómo es la Castilla que llega a América? ¿Es un reino medieval, o es ya el Estado Moderno? Es la Nación renacentista que se revuelve para terminar de encajarse en un molde creado por ella misma, liberado de vestigios medievales. Y lo que proyecta en América es precisamente ese molde, y así la América española apenas participa de alguna forma medieval. Es una creación moderna, es la “modernidad” querida y creada por los Reyes Católicos, que en Ultramar no tiene que enfrentarse a viejas resistencias aún operantes en toda Europa. EL SÚBDITO AMERICANO Varios son los problemas que se planteaban con la expansión atlántica castellana, y que no encontrarán respuesta hasta el definitivo asentamiento y posesión castellana de América. Los principales fueron el de la población aborigen (su naturaleza), la soberanía de los reyes en las tierras descubiertas y conquistadas, y el de la condición ética que debía aplicarse a la soberanía monárquica.3 3.
HERNÁNDEZ SÁNCHEZ – BARBA, M., Madrid, 2001.
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A finales de la Edad Media, dos eran las principales corrientes acerca de la dignidad de la persona humana que afectaban a la concepción del infiel. La tradición más extendida era aquella que afirmaba que el infiel, al no participar de la Gracia, tampoco tenía en plenitud la condición humana. Por tanto, si el derecho natural era una participación en el orden de la gracia querido por Dios, aquellos que no vivían en la comunidad de los creyentes no poseían en plenitud esa naturaleza: no tenían derecho a los dones de la vida, libertad y propiedad, y como consecuencia eran susceptibles de ser esclavizados. Esta teoría era defendida, entre otros, por Enrique de Susa, cardenal de Ostia. En cambio, a partir del siglo XIII se desarrolló otra línea de pensamiento que afirmaba que todo hombre, por el hecho de serlo, había merecido la redención, y por tanto participaba plenamente de los derechos inherentes a la naturaleza humana: libertad, vida y propiedad. Entre otros, desarrolla este planteamiento Tomás de Aquino. Esta será la corriente que, frente a las opiniones generalizadas de la época, se empeñarán en practicar y difundir los Reyes Católicos entre sus nuevos súbditos americanos. Por otra parte, la necesidad de buscar el bien común, uno de los principios cristianos del orden político practicados por Isabel I, que ve y siente la necesidad de extenderlo a los aborígenes de América (una vez resuelta la duda acerca de su verdadera condición humana). Y la reina Católica lo hace en un momento en que en Europa predominaba la doctrina citada anteriormente, que justificaba la esclavitud. Esto ya implica una gran modernidad para su tiempo, como señaló Mario Hernández Sánchez – Barba.4 El planteamiento pues, era muy distinto al que representaban otros soberanos. En el caso de los Reyes Católicos (y pienso que con mayor fuerza debe aplicarse esta postura a la reina Isabel) era el siguiente: los vasallos de las monarquías no son esclavos cuya sujeción es servil, sino súbditos de una sujeción civil en la que el príncipe debe mirar al bien común de aquellos sobre quienes gobierna.5 Dos aspectos que están directamente relacionados: la principal obligación de los Reyes españoles en América es difundir el evangelio en aquellas tierras. De hecho, la primera legitimación de su soberanía se 4. 5.
Ibidem. Ibidem.
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pide precisamente al Papa. Pero si estos pobladores son susceptibles de recibir la fe Católica y ser por tanto incorporados a la Iglesia Católica, por el mismo motivo han de ser de pleno derecho súbditos libres de la corona castellana, y como a tales se les debe tratar. LAS LEYES DE INDIAS Las consecuencias derivadas de estos planteamientos son de una enorme trascendencia, y se plasmarán, entre otras cosas, en el gran monumento levantado por los españoles en América: el Derecho Indiano. Las Leyes de Indias, dirigidas a reglamentar toda la vida en la América española según el criterio y la voluntad de los soberanos, serán, junto con la religión católica y la lengua castellana, los grandes legados de la Corona española en América. Cada comportamiento negativo que llegaba a conocimiento de la Corona era respondido por la misma con una norma, una ley o una sentencia condenatoria. De este modo, las leyes para las Indias se construyeron sobre el conocimiento de la realidad americana, y muchas de ellas para evitar o condenar los posibles –o reales y constatados- abusos de los colonos. Tal es el caso de una Real Cédula publicada el 5 de febrero de 1504 para Venezuela, en la que se declaraba que Alonso de Ojeda había hecho la guerra injusta a indios pacíficos, y por tal la reina le condenaba a pérdida de todos sus bienes. Más tarde Ojeda sería absuelto por falta de pruebas, pero ahí quedaba el testimonio del profundo rechazo de la Corona a los medios ilícitos para imponer su soberanía o promover la expansión de la fe. Cierto que las leyes no consiguieron que desapareciera la violencia en las actitudes de los colonos, pero sí al menos lograron mitigarla, y quedan como huella de la profunda preocupación de los soberanos por mantener la legitimidad en el ejercicio de su soberanía en ultramar. LA MODERNIDAD EN EL SISTEMA INDIANO DE GOBIERNO Como señalaba J. Manuel Pérez Prendes, el Estado Moderno resultó particularmente acelerado e intensificado en el sistema indiano de gobierno.6 6.
PÉREZ PRENDES, J. Manuel, 1989
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Esta radicalización vino principalmente favorecida, como ya apuntábamos antes, por la exitosa lucha iniciada por los Reyes Católicos para eliminar las instancias intermedias que sustrajesen súbditos a su poder directo. El punto de partida era el convencimiento de que el realengo era manifestación de lo moderno, mientras que lo señorial era resquicio de lo medieval, y por tanto, arcaico. En este sentido, y siguiendo a Pérez Prendes, es en el que podemos afirmar que el sistema indiano actuó como motor de aceleración del Estado Moderno, en cuanto que fomentó y disciplinó unos cuadros y aparatos de actuación jurídico-política que se acostumbraron a tener por completo bajo su acción directa a tierras, gentes y asuntos sin asomo de competencias o rivalidades con otros poderes, si de naturaleza distinta y número menor, no por ellos menos ralentizadores, si se los hubiera dejado existir, de semejante fábrica y talante de oficiales regios.7 Además, esta manera de gobernar en la que la presencia del rey se hace sentir en cada uno de sus funcionarios, y a través de las leyes continuamente emanadas desde la península, vino a ser favorecida por determinadas actuaciones que en absoluto perseguían este objetivo. Tal es el caso de las continuas disposiciones nacidas en España como consecuencias de las críticas acerca del comportamiento de los españoles en tierras americanas. El proceso de autocrítica de la conquista, único por sus características y dimensiones, tendrá diferentes etapas y son varios los nombres que pueden señalarse como protagonistas e impulsores de dicho proceso. Señalemos dos que a mi modo de ver lograron un significativo cambio de rumbo en la labor española en América, y determinaron de alguna manera la orientación de la misma: a) Fray Antonio de Montesinos, fraile dominico que con su famoso sermón en el domingo de Adviento de 1511 en la iglesia mayor de la Española logró arrancar del regente Fernando las famosas Leyes de Burgos de 1512. b) Fray Bartolomé de las Casas, dominico igualmente, nombrado Protector de Indios, y que con sus alarmantes escritos a punto estuvo de conseguir que el emperador más poderoso de la Historia Moderna renunciara a continuar con la presencia española en América, movido por 7.
Ib. p. 20.
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un serio problema de conciencia. Quizá el fruto más llamativo de su acción fueron las controvertidas Leyes Nuevas de 1542. La labor española en América fue, como todas las empresas llevadas a cabo por el hombre, una tarea plena de contrastes, dando lugar a la “realidad dual” señalada por Pérez Prendes.8 Una cosa es la voluntad de los soberanos, y las disposiciones que se ordenan para que se cumpla tal voluntad, y otra – a veces muy diferente- son los comportamientos particulares. Cierto que hubo funcionarios corruptos, conquistadores con afán insaciable de oro, encomenderos cuyo comportamiento era el menos adecuado para quien debe preocuparse de la cristianización de los indios que tiene bajo su cuidado. Pero no es menos cierto que por parte de la Corona se procuró desde el principio evitar estos abusos, corregir los errores. No siempre fue fácil, y la distancia no era la menor dificultad. Son muy grandes las distancias y mucho el tiempo que se empleaba en atravesar el Atlántico. En España se conocía con retraso cuál era la realidad americana, y las disposiciones creadas para corregir los defectos de la administración o determinadas actitudes podían llegar a las autoridades americanas cuando ya un comportamiento delictivo se había generalizado, y era difícil rectificarlo. La dispersión de los españoles por el continente americano fue la causa de que se desarrollaran comportamientos incontrolados. La Corona creó una red de funcionarios gobernada por el rigor de la ley para proteger al indio. Pero es necesario afirmar que la fuerza que asumió con mayor firmeza la defensa del indio fue sin duda la Iglesia.9 En cualquier caso, junto a las graves alteraciones demográficas, el afán de lucro satisfecho gracias al trabajo del indio y del negro, el tremendo descenso demográfico provocado por los nuevos hábitos laborales y la expansión de enfermedades nuevas en América, es necesario señalar que se ganó la batalla por la proclamación de la dignidad y libertad del ser humano, en la que desde el principio se empeñó la Corona y de manera muy personal Isabel la Católica. En esta batalla, la Corona contó con el apoyo y el estímulo de aquellas voces que se alzaban en América tratando de defender los derechos 8. 9.
Ib. ESTEVA FABREGAT, C, 1989.
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de los indígenas frente a los desmanes de algunas de las autoridades locales y su permisión de determinados comportamientos en absoluto acordes con la voluntad de los monarcas. LAS NORMAS E INSTRUCCIONES DE LA PRIMERA HORA ESPAÑOLA EN AMÉRICA Destacaremos a continuación algunas de las actuaciones legislativas que emanaron de la Corona durante el reinado de los Reyes Católicos, y en las que se percibe claramente el interés de los monarcas por defender y proteger a sus nuevos súbditos.10 Instrucciones a Colón para el segundo viaje (29 de mayo de 1493) En estas Instrucciones se encuentran ya dos objetivos de los Reyes Católicos que nada tenían que ver con los descubrimientos y mucho con la colonización: a) Inicio de la evangelización. Como responsable de la misma irá Fray Bernardo Boyl b) Organización de establecimientos permanentes desde los que se pudiera practicar el comercio.11 En todo momento, los reyes recomendaban al Almirante dar buen trato a los indios. De hecho, cuando a su regreso, y como consecuencia de la falta de oro y la necesidad de hacer negocio, Colón decida traer 500 indios para vender como esclavos, provocará la cólera de la reina. Además, de los 500, fueron 200 los muertos como consecuencia de las inhumanas condiciones del viaje. Isabel insistía en que su gobierno tenía que hacer cristianos y no otra cosa, y por tanto no podía tolerar que los nuevos súbditos fueran así maltratados.12
Los textos completos de las leyes que se van a comentar pueden consultarse en RUMEU DE ARMAS, A., Política indigenista de Isabel la Católica, Instituto “Isabel la Católica de Historia Eclesiástica”. Valladolid, 1969. 11. SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., 1990. 12. Ib. 10.
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Real Cédula prohibiendo esclavitud de los indios (20 de junio de 1500) El 12 de abril de 1495, los reyes enviaban a Juan Rodríguez de Fonseca un Cédula en la que ordenaban vender los esclavos que Colón les había enviado. Pero días más tarde, el 16 del mismo mes, se produce una rectificación. Dudas de conciencia obligan a los reyes a aplazar esa venta hasta recibir el parecer de teólogos, letrados y canonistas sobre el carácter ético de esa decisión. Cinco años tardarán en decidir y cambiar el destino de aquellos indios. Una nueva Cédula, dirigida al contino Pedro de Torres con fecha 20 de junio de 1500 obliga a restituir la libertad a aquellos indígenas, que serán trasladados a tierras americanas por el pesquisidor Francisco de Bobadilla. A partir de ahora, los reyes se convertirán en celosos defensores de la libertad de los indios, sus nuevos súbditos, personas libres, vasallos de la Corona de Castilla. Instrucciones a Ovando (16 de septiembre de 1501) Tras el fracaso del gobierno de Colón en la Española, los reyes deciden nombrar gobernador a Frey Nicolás de Ovando, Comendador de la Orden de Alcántara y hombre honesto de su total confianza. En las instrucciones que proporcionan al gobernador, que debe acabar también con el régimen de Bobadilla se encuentran los siguientes objetivos:13
13.
•
Velar por la evangelización de los indígenas
•
Establecer un régimen de autoridad, que acabe con los distintos partidos españoles
•
Procurar el buen orden entre los indios, evitando abusos tanto por parte de españoles como de los antiguos caciques.
•
Acrecentar la rentabilidad de La Española, impulsando especialmente la minería (necesidad de oro para pagar las empresas en el Mediterráneo, tanto en Nápoles como frente a los turcos) LUCENA SALMORAL, M., (coord.), 1982.
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Acerca de la mano de obra, se insistía en que los indios debían percibir un salario por su trabajo por trabajar al servicio de los españoles. Además, y quizá esta es una de las características peculiares de esta labor, se debía incentivar la iniciativa de los propios indígenas, para que buscaran minas y las trabajaran por su cuenta. En la primera etapa ovandina, las cosas no fueron favorables para los intereses españoles ni indígenas. Casi el la mitad de los 2.500 españoles que llegaron en la expedición de Ovando murieron víctimas de enfermedades, dentro del primer año. Por otra parte, la actitud hostil de los indígenas de algunas zonas de la isla provocó una respuesta excesivamente brutal por parte del gobernador, que aplicó el sistema de castigo habitual en las rebeliones. Nuevas instrucciones de 29 de marzo de 1503: el primer proyecto indigenista14 En marzo de 1503, desde la Corte se despachan a Ovando nuevas instrucciones, que incluyen ampliaciones dedicadas a los naturales. Se habla en ellas de la necesidad de establecer a los indígenas en pueblos que habrían de fundarse, en los que vivirían ellos con sus familias. Además, se pondría en cada pueblo un “juez-protector” de plena confianza del gobernador. Estos indios trabajarían para los españoles, pero cobrando un jornal. Se promoverían matrimonios mixtos entre indígenas y españoles, para favorecer la integración y asimilación. Donde fuera necesario se establecerían hospitales para pobres, dirigidos tanto a indígenas como a españoles. Para beneficio de todos, los españoles deberían procurar la formación laboral del indígena, lo que redundaría en mayor beneficio económico de ambas comunidades. Se ha llegado a hablar, haciendo referencia a estas Instrucciones, de la “primera utopía en América”, orientada a la creación de una sociedad de integración muy peculiar.15 14. 15.
Ib. Ib.
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Últimas instrucciones a Ovando (20-12-1503) Pero esta utopía no llegaría a realizarse cumplidamente en América. Por una parte, el enfrentamiento de algunos indios contra los españoles provocó guerras en las que murieron muchos indígenas y generó tremenda desconfianza entre el resto, que no veían atractivo reintegrarse en esa nueva sociedad, evitando en la medida que podían el contacto. Además, al no querer los indios entrar en el plan tan “idealmente” creado por la Corona, los colonos exigieron de la reina una rectificación. Y en Cédula dictada por la reina el 20 de diciembre de 1503, se insta a forzar a los indios a trabajar, a cambio de un jornal y de la comida. La presión de los colonos, por tanto, modifica la primera postura de la reina Isabel. El Gobernador de la Española, Ovando, le aseguró que los indios gozaban de excesiva libertad, y dificultaban su conversión. Entonces Isabel ordena que los colonos les obliguen a congregarse y a trabajar para ellos en sus haciendas y en la extracción del oro a cambio de un jornal. Esto traerá consecuencias adversas para los indígenas, no previstas ni deseadas por la reina, la cual ya no dispuso de tiempo para evitarlas, por su pronto fallecimiento. Con esta medida se abría la mano a la posibilidad de establecer una esclavitud, si no de derecho, sí al menos de hecho. El codicilo de la reina Como señala Luis Suárez, tiene toda la lógica el pensar que en los últimos días en la tierra de Isabel la Católica pasaran por su mente, dejando profundo daño en su conciencia las negras páginas de la Española.16 Y la repuesta, enérgica a pesar del lamentable estado de la reina, fue ese bello documento que es el Codicilo firmado muy poco antes de su fallecimiento. En él se insiste en lo que había sido el deseo de la reina desde que tuvo cierto conocimiento de la realidad americana. Si la principal justificación de la presencia española en América es la evangelización de sus pobladores, los españoles deben crear las condiciones necesarias para que aquellos, que son súbditos libres de la Corona, sean protegidos 16.
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y defendidos en todos sus derechos. Triunfa en el pensamiento de la reina Católica, hasta el último de sus días, el imperativo de la justicia y del bien común. Las leyes de Burgos (27-12-1512) Las protestas airadas de personas como Antonio de Montesinos provocaron una reacción decidida a favor de la persona del indio. En la práctica, la respuesta se materializó nuevamente en un documento jurídico, las leyes de Burgos de 1512, esta vez bajo el impulso de Fernando, pues la reina había fallecido años antes. Cierto que estas leyes reconocieron y reglamentaron las encomiendas, que tan tristes consecuencias tendrían para muchos indígenas, pero el punto de partida era un avance: el reconocimiento de la libertad y la dignidad del indio, como ser racional. CONCLUSIONES Pérez Prendes17 afirma que, siendo prudentes a la hora de enjuiciar el sistema indiano, no se puede afirmar con rotundidad que constituyera propiamente un Estado de derecho, pero sí que contenía elementos vertebradores y esenciales de este. Estos elementos por él señalados, y que aprovecho para terminar este trabajo son los siguientes: 1.- Existencia de la garantía del súbdito para reclamar, respecto de actuaciones administrativas exorbitantes, a la ley. 2.- Legitimación constitucional de la iniciativa crítica respecto a los principios o la práctica de la gobernación y la justicia. 3.- Eliminación de la plena autonomía de la voluntad de la parte más poderosa en el contrato de trabajo. 4.- Fomento de la comunicación directa entre el Rey sus súbditos sobre toda clase de temas. 5.- (y a mi juicio el aspecto más destacable): Afirmación de la dignidad de la persona humana, considerada anterior a cualquier reconocimiento hecho de ella por la ley y por tanto, superior a la norma misma. 17.
O.c. pág. 22.
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Por tanto, percibimos de manera clara que en América se dieron, bajo el impulso directo de la Corona, y con mayor o menor fortuna, los principales pilares que constituyeron el Estado Moderno, con unas peculiaridades que lo diferencian de otras realidades, también modernas, pero que aún arrastraban el peso de reminiscencias de corte medieval y con elementos de primacía señorial. BIBLIOGRAFÍA ESTEVA FABREGAT, C: La Corona Española y el indio americano. Asoc. López de Gómara. 1989. HERNÁNDEZ SÁNCHEZ BARBA, Mario: “Conciencia moral y dominio soberano: Isabel la Católica y la dignidad del súbdito americano”. Mar Oceana. Madrid 2001. LUCENA SALMORAL, M (Coord): “Descubrimiento y fundación de los reinos ultramarinos”. En Historia general de España y América. Rialp. Madrid, 1982 MARÍAS, Julián: España inteligible. Alianza ed. Madrid, 2000 PÉREZ PRENDES, J. Manuel: La Monarquía Indiana y el Estado de Derecho. Asoc. López de Gómara. Madrid, 1989 RUMEU DE ARMAS, Antonio: Política indigenista de Isabel la Católica. Instituto “Isabel la Católica de Historia Eclesiástica”. Valladolid, 1969 SUÁREZ FERNÁNDEZ, L.: Isabel I, Reina. Ariel. Barcelona, 2001 SUÁREZ FERNÁNDEZ, L: Los Reyes Católicos. La expansión de la fe. Rialp. Madrid, 1990.
ISABEL LA CATÓLICA: EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA Y LA RUPTURA DEL HORIZONTE GEOGRÁFICO JAVIER SAÉNZ DEL CASTILLO CABALLERO
¿QUÉ ES EL HORIZONTE GEOGRÁFICO? Decir horizonte geográfico equivale a decir idea de la Geografía. En un primer momento, podemos entender esa idea como el conocimiento que se tiene de la misma Geografía; pero me interesa aquí hablar del horizonte geográfico no tanto como conocimiento cuanto como concepción de ella. Ahí radica uno de los aspectos en que el Descubrimiento de América, y dentro de este proceso, el papel protagonista de Isabel de Castilla, supone una ruptura del horizonte geográfico que existía en su época. Ruptura que es históricamente decisiva, porque las repercusiones de ese cambio no afectan sólo a la noción que en la época se tenía de la Geografía como ciencia, sino especialmente a la concepción que desde la política se tenía sobre quiénes habitan en esta Tierra que la Geografía pretende estudiar, los hombres, y cual es su relación con el poder y sobre qué principios se fundamenta esa relación. En resumen, tal ruptura afecta a la idea misma de humanidad hasta entonces existente. Todos sabemos lo que significa la palabra Geografía: “descripción de la tierra”. Hoy en día entendemos ese término no en un sentido meramente descriptivo, como nos viene dado por su propia etimología, sino
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que bajo ese término nos referimos a un conocimiento analítico de la Tierra en todos sus aspectos, no sólo los que se corresponden con la denominación tradicional de Geografía física (geología, geomorfología – relieve–, climatología, botánica y zoología), sino también los aspectos relativos a la presencia del hombre sobre el terreno y que designamos como Geografía humana. La Geografía de nuestros tiempos es, pues, lo que en muchas enciclopedias de hoy encontramos definido, por ejemplo en la famosa Espasa, como “la ciencia que estudia las acciones, reacciones e interacciones del suelo, el clima y los seres vivos entre sí, en una determinada región de la tierra y en un momento dado de su historia”. En síntesis, la Geografía está compuesta de un continente: la Tierra, las tierras si se quiere, y un contenido: las cosas, flora, fauna... incluso el hombre. El conocimiento de la Geografía es, pues, el conocimiento de todo ello en su conjunto y en sus partes. Y el dominio de un espacio geográfico, para poder ser tal, debe serlo del mismo modo: el dominio del conjunto y de cada una de sus partes, continente y contenido, incluido el hombre que lo habita. EL HORIZONTE GEOGRÁFICO ANTERIOR A 1492 En 1492 se tenía una noción del conocimiento geográfico bien distinta de la que acabo de exponer. La Geografía de la época, continuadora directa de los conocimientos de la antigüedad, se circunscribía estrictamente a lo que hoy llamamos “Geografía descriptiva”. Siguiendo esta especie de juego con las definiciones del diccionario, una Geografía cuyo fin último es representar la Tierra de modo que se dé cabal idea de su forma, que no es poco. Porque, aunque ésta sea una idea limitada, es cuando menos imprescindible para tener una concepción global de nuestro planeta. Tan no es poco esa concepción que, en cualquier caso, la importancia de ese conocimiento –horizonte– se consideraba tan vital entonces, el año del Descubrimiento, como nos lo puede parecer ahora, y tan vital como se entendía con anterioridad, ya desde esa antigüedad clásica. Sirvan como muestra de esa importancia que históricamente se daba a la Geografía el magisterio que sobre esta disciplina del saber dictaba uno de los autores grecorromanos más importantes, el griego Estrabón, geógrafo a caballo entre el siglo I a. C. y el siglo I d. C., quien comienza su Geografía con estas palabras:
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«Si alguna actividad hay que sea propia del filósofo, precisamente lo es la Geografía, disciplina que hemos elegido ahora para estudio. Y por muchas razones es obvio que no pensamos erróneamente. En efecto, los primeros que se animaron a entrar en contacto con ella fueron filósofos (…) Por lo demás, la multiplicidad de conocimientos, único camino mediante el cual es posible acceder a este tipo de trabajo, no se da en otro hombre sino en aquel que fija su atención en las cosas divinas y humanas, cuyo conocimiento se dice que constituye precisamente la filosofía. Y asimismo su utilidad, siendo como es muy polifacética (…), prescribe implícitamente el mismo tipo de hombre [el filósofo], el que ocupa sus pensamientos en el arte de vivir y la felicidad» (Geografia, Libro I, 1.1).
Aún más ilustrativo es este mismo texto más adelante, donde continúa Estrabón su obra fundamentando la utilidad de la Geografía y su importancia para el hombre culto en general y para el político en particular (Libro I, cap. 1.16–final), y especialmente sus palabras a este último respecto: «Así pues, como ha quedado dicho, la Geografía se dirige en su mayor parte al ámbito y a las necesidades del gobierno. Pero es que también la mayor parte de la filosofía ética y política gira en torno al ámbito del gobierno (…) Así pues, si la filosofía política gira en su mayor parte en torno a los gobernantes, y si gira también a su vez la Geografía en torno a las necesidades propias del gobierno, ésta última presentará cierta superioridad a este respecto. Pero esta superioridad tiene una proyección práctica» (Geografía, Libro 1, 1.18).
De todas formas, a pesar de la impresión que puede causar el sentido geopolítico de estas palabras, esa idea de la Geografía que se tiene en la Antigüedad y en todo el periodo anterior a la empresa colombina, como decía al principio de este epígrafe, es una concepción básicamente física. Si analizamos pormenorizadamente este texto –en el que Estrabón sintetiza toda la labor geográfica grecorromana anterior a él, de Homero a Eratóstenes, de Hiparco a Polibio– y la posterior obra de Claudio Ptolomeo, geógrafo del siglo II d. C., que se fundamenta directamente en Estrabón y que supone la culminación de la Geografía clásica, y la cual será el referente indiscutible de esta materia en Occidente durante toda la Edad Media y hasta la era de los descubrimientos, veremos que el elemento humano de la Geografía apenas aparece como hoy lo entendemos. Veamos, por ejemplo, lo que dice la Cosmografía de Ptolomeo, el breve compendio que durante siglos recoge los conocimientos y las concepciones que en Europa se observan de manera casi indiscutible sobre esta materia, y el referente fundamental sobre la Geografía en el momento del Descubrimiento:
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JAVIER SAÉNZ DEL CASTILLO CABALLERO «Capítulo 1: En qué se diferencian la Cosmografía y la Corografía »La corografía es una representación, por medio de figuras, de todo el mundo conocido, con todas las cosas que de manera general se relacionan con él. (…) Lo propio de la cosmografía, en cambio, es presentar el mundo habitado conocido como un todo continuo, decir cuál es su naturaleza y situación, y se interesa, en este sentido, sólo por las cosas que se relacionan con ello en aspectos más generales, como los pueblos mayores, las ciudades notables, los montes y los ríos más importantes, y todo aquello que es digno de mención en cualquier aspecto. »Capítulo 2: Los presupuestos de la cosmografía »1) Cuál es el objeto de la cosmografía y en qué se diferencia de la corografía, téngase por explicado, aunque sucintamente, en lo que antecede. »2) Como el propósito ahora es describir la tierra habitada de nuestro orbe guardando al máximo las proporciones entre sus partes, juzgamos necesario empezar diciendo que lo primero en este asunto es el relato de los viajes; éste proporciona gran cantidad de noticias transmitidas por quienes con el mayor cuidado exploraron diversos países. Y de estas observaciones y noticias, unas se basan en la Geometría y otras en la observación de las estrellas fijas. En lo que a la Geometría se refiere, manifiesta, con la simple medida de las distancias, de qué forma están situados los lugares entre sí. En lo que se refiere a las observaciones de los cielos, muestra las posiciones de aquellos lugares por medio de las estrellas fijas, utilizando el astrolabio y el gnomon inventado para captar las sombras. Y este [procedimiento] es realmente seguro y no ofrece dudas; el primero [el geométrico], en cambio, es imperfecto y necesita del segundo.»
Vemos, pues, que hay una noción general del territorio, aunque no lo conozcamos en todos sus detalles. Igualmente ocurre con los hombres: se tiene una idea general del género humano, aunque no conozcamos todos los pueblos; y lo más importante, un sistema de relaciones entre pueblos procedente de la tradición grecorromana que basa el discurso de “alteridad” sobre la dialéctica entre civilización y barbarie, afirmando la diferencia entre tales pueblos, “ellos” y “nosotros”, idea que podemos seguir a lo largo de toda la época clásica, desde las primeras palabras de la Historia de Heródoto hasta la Germania de Tácito. Este sistema quizá pareciera incluso antiguo en la época del Descubrimiento, pero se hallaba perfectamente vigente, consolidado por una costumbre de siglos y por una lógica del discurso totalmente asumida y contundente. El territorio es durante todo este tiempo algo relativamente definido y estable, aunque no lo conozcamos plenamente: un único espacio, una
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isla rodeada por el Océano, en la que lo más importante es la división en tres partes según la disposición de las tierras emergidas y su configuración por el relieve, el paisaje y el clima. Más importante aún que la división en dos partes según estén pobladas o no: ecúmene y anecúmene, la tierra habitada y la tierra no habitada, entendiendo como tal no sólo dónde hay población, sino dónde se puede producir ésta de forma organizada o socializada (civilizada, si se quiere). El ser humano habita el territorio, es cierto. Incluso lo modifica con su acción directa sobre el mismo. Pero en este territorio, el hombre no es considerado realmente como un elemento sustancial de la geografía, sino casi como algo accidental: algo que está ahí, pero que no forma parte intrínseca del espacio. Quizá porque el hombre tiene piernas en lugar de raíces, y por tanto puede moverse de un lugar a otro, incluso sin volver jamás al terreno que abandonó, o porque por la misma condición lo que haga o pueda hacer el hombre en el territorio lo podrá hacer lo mismo el que esté allí como el que llegue, aunque permanezca en ese espacio sólo temporalmente. Por eso, como acabo de decir, aunque el hombre lo habite no forma parte inalterable del mismo, como sí parecen hacerlo los ríos y las montañas, o el clima, o la vegetación (aunque sepamos que esto tampoco es inalterable, pero en cualquier caso su alteración requiere un tiempo, el tiempo geológico, mucho mayor que el que el tiempo histórico, que es al que se reduce la experiencia humana, puede abarcar) A partir de esta concepción, hombre y geografía son elementos que pueden entenderse perfectamente disociados. No digo que fuera exactamente así ni que lo fuera siempre, lo que quiero es constatar que la Geografía de la época, como Geografía descriptiva, es una Geografía esencialmente física. LAS REPERCUSIONES DE LOS VIAJES Y DESCUBRIMIENTOS MEDIEVALES En esa concepción física, los descubrimientos son básicamente un perfeccionamiento del mundo en que vivimos, de nuestro propio ámbito, más que el conocimiento de otros mundos como novedad completa. Se llega a los lugares, más o menos conocidos, aunque lo sean de forma remota, a lugares más o menos legendarios, y se establecen comunicaciones. Es lo que hacen el franciscano Giovanni da Pian de Carpini o Marco Polo en el siglo XIII, como pioneros de los viajes europeos a
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oriente. Los árabes Al Idrisi, en el siglo XII, e Ibn Batuta, autor de una descripción significativamente titulada A través del Islam, en el siglo XIV (el célebre León el Africano, autor de una Descripción de África, nos queda fuera de época: nació en 1483, luego apenas tenía 9 años cuando se produjo el Descubrimiento), o el almirante chino Cheng Ho y sus viajes por los océanos Índico y Pacífico, son otra cosa, porque ni siquiera son viajes fuera de su propia sociedad musulmana o asiática. En cualquier caso, sean viajeros europeos, musulmanes o asiáticos, a pesar de que oigamos muchas veces hablar de “descubrimientos” al referirse a estos y otros personajes, no podemos ni con mucho hablar de ellos en tales términos, sino meramente de viajes, recordando, eso sí y en su pleno sentido, las palabras de Ptolomeo que antes he citado. Con estos viajes hay una integración del conocimiento, una integración física, es decir, geográfica, pero no humana: cada sociedad, cada pueblo, es otro elemento que está allí, con el que me relaciono también, pero que no integro como parte de mi propia sociedad. Entre otras cosas porque no hay una integración política de esos territorios, y por tanto tampoco de su contenido. Esta es la novedad que se introduce en los siglos XIV y XV con la exploración atlántica. Ahora sí podemos hablar con propiedad de descubrimientos y no solamente de meros viajes, porque se alcanzan tierras e islas cuya existencia, no sólo su configuración, nos era totalmente desconocida. El gran medievalista Luis Suárez ha hablado en más de una ocasión de ello y ha expuesto claramente que 1492 no es un punto de partida sino de llegada, pues el Descubrimiento de América no es un hecho aislado sino un hito en un proceso descubridor que a lo largo de todo el siglo XV parte de la península Ibérica y se desarrolla en el océano Atlántico. En este proceso se descubren tierras, pero son tierras NUEVAS, y sobre esas tierras nuevas ahora sí establecemos nuestro dominio, nos las APROPIAMOS. Pero esas tierras nuevas están habitadas, y surge entonces la gran cuestión: ¿qué hacemos con esos habitantes? En primer lugar, si aceptamos que son hombres, que es lo que se acepta en ese momento, que son seres humanos, con todas las implicaciones que eso supone, esto conlleva un planteamiento decisivo: somos cristianos, luego nuestro deber está en cristianizarlos; porque si son humanos, Cristo también ha muerto para redimirles a ellos. Pero esta
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aceptación de la “humanidad” de estas gentes desconocidas no es algo que se aceptara de forma inmediata. Si bien la corriente tomista de la escolástica lo afirmaba así desde el primer momento, los filósofos que seguían las doctrinas de Enrique de Susa y de Gil Romano lo negaban con rotundidad. Se abre entonces una discusión teórica, de carácter filosófico y jurídico–político, que no queda zanjada hasta que la Iglesia, por decisión del Papa como cabeza de la misma, se define contundentemente por la primera postura en plena coherencia con el mensaje de Cristo: en 1341, el Papa Clemente VI lo afirma así en la bula Tua devotionis sinceritas, en la que establece el reino en Canarias por primera vez. He dicho hace un momento que esto era un planteamiento decisivo: porque cristianizarlos significa también tratarlos como cristianos, es decir, como hermanos. Y para un rey, eso significa convertirlos en sus súbditos, en sus hijos desde el punto de vista político (que no moral ni espiritual porque ese es el papel de Dios y de la Iglesia y no es esa la naturaleza de la función del monarca), y no como pueblos dominados o como gentes sometidas o incluso como esclavos. En segundo término, eso significa cambiar la concepción que sobre las relaciones con otros pueblos se mantenía desde la antigüedad. Ante el reto de encontrarnos con gentes con las que nadie ha tenido contacto antes, se rompe con la idea de alteridad tal y como he explicado al principio. Se supera esa diferenciación de los pueblos humanos entre bárbaros y civilizados, que en su formulación grecorromana heredada durante el Medioevo permitía el dominio de unos por otros, por la idea de la unión del género humano, tal y como esta noción se entiende desde el cristianismo, unión y unicidad de los hombres, todos hermanos hijos de un solo Dios, y por tanto súbditos por igual para un príncipe cristiano. Esta es la clave de la cuestión, la revolución que desde el mensaje de Cristo trastoca toda esta serie de conceptos geopolíticos, jurídicos y filosóficos. Revolución que además no se queda tan sólo en una alteración de los fundamentos de la doctrina, sino que implica su desarrollo en la práctica del gobernante, pues arrastra consigo todas las obligaciones morales del cristiano en su relación con los demás, pues esas gentes ya no son sólo “los otros”, sino que son también “el prójimo”. Esa nueva doctrina política, sustentada de manera esencial y determinante en la religión y la moral cristianas, es la que está detrás de las discusiones que sobre la esclavitud de los guanches se producen durante la conquista de las islas Canarias, como primer ejemplo de esa obli-
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gación moral que no se puede ya evitar. Discusiones que se zanjan precisamente en la misma década en que se produce el Descubrimiento, en 1490, con la firme decisión de la reina de ordenar la libertad de los que se han esclavizado. Conviene recordar sobre esto el respeto de Isabel hacia las leyes, las instituciones y los procedimientos legales y administrativos, lo que ahora llamamos el Estado de Derecho (que es esto y no otra cosa), respeto que es tal que dicha liberación no se formaliza definitivamente tras la resolución en 1495 de los recursos legales que los afectados habían presentado contra la resolución de la Corona. Este asunto de la esclavitud y liberación de los guanches es precisamente lo que ha llevado al citado Luis Suárez a afirmar repetidamente, y con todo acierto, que “Canarias fue el antecedente de cuanto luego sucedería en las Antillas”. Porque esta misma decisión es la que toma la Reina Católica al contacto con América, al constatar que aquello no son las Indias de Oriente sino un Nuevo Mundo, y que esas gentes no son los súbditos del Kan para los que Colón llevaba sus credenciales en ese primer viaje de 1492. Nuevo mundo y nuevas gentes, no los que teníamos previsto encontrar, luego es necesario cambiar de planes. Y esos planes nuevos no se harán de forma improvisada, sino a la luz de esas nuevas ideas, de esas nuevas concepciones geopolíticas que se acaban de dilucidar con la experiencia canaria, y que llevan consigo esa nueva formulación de la unidad, y también la unicidad, del genero humano según el cristianismo. Y por eso la reina, ante los proyectos de Colón de lograr la riqueza mediante la esclavización de los indios, reacciona inmediatamente prohibiendo tal cosa y afirmando la condición de los naturales de las Indias como sus súbditos, iguales a los de los reinos de Castilla. Decisión que, tomada en 1495, al llegar a la península los primeros indios esclavizados por Colón, no se formalizará definitivamente hasta 1501, resueltos todos los recursos legales –¡otra vez el respeto a la Ley!–, cuando así lo ordene en su Real Cédula de 1501 al gobernador Nicolás Ovando. Y para despejar cualquier tipo de duda al respecto, esta actitud la lleva Isabel hasta incluirla en su propio testamento, en el famoso codicilo que le añade días antes de su muerte, cuando posiblemente ya veía acercarse su final. A partir de entonces y ya en América, el horizonte geográfico ya no es un horizonte sólo físico, sino también un horizonte humano. El hombre no es un accidente del territorio, sino una parte de él, y si el territo-
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rio pasa a ser nuestro, los hombres también pasan a ser nuestros súbditos, pasamos a integrarlos en nuestra sociedad. Estas ideas, que como he expuesto, son resultado de la universalidad y del mandato evangelizador del catolicismo, se imponen como principio de la acción política de la monarquía española en Indias por la decisión firme y consecuente de Isabel, y como tal, elevadas ya a categoría jurídico–filosófica. Por su decisión firme y consecuente, acabo de decir: esa es la clave. Porque es una reina firme, decidida y resuelta, una mujer consecuente con sus creencias religiosas, y por eso no ceja en su empeño hasta conseguir que así sea. Esa es la ruptura del horizonte geográfico que se produce tras el Descubrimiento y de la que Isabel de Castilla es protagonista.
ESTE LIBRO SE ENTREGÓ A LA IMPRENTA EL 8 DE ABRIL DE 2005, DÍA DE LAS EXEQUIAS POR S.S. EL PAPA JUAN PABLO II LAUS DEO