La Casa de Eld
Robert Louis Stevenson
LA CASA DE ELD Robert Louis Stevenson Traducción: Betty Curtis
Tan pronto como ...
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La Casa de Eld
Robert Louis Stevenson
LA CASA DE ELD Robert Louis Stevenson Traducción: Betty Curtis
Tan pronto como las criaturas comenzaban a hablar se cerraban los grilletes y los niños y las niñas jugaban cojeando como presidiarios. Ver aquello era de lo más penoso, sin duda, y más doloroso aún aguantarlo en plena juventud, porque hasta los más crecidos, además de caminar más inseguros, padecían llagas frecuentemente. Cuando Jack tenía unos diez años empezaron a pasar por aquel país muchos forasteros. Les veía deambular sin esfuerzo por los largos caminos y ello le asombraba. —¿Por qué todos estos forasteros andan tan ágiles mientras nosotros tenemos que arrastrar nuestros grilletes? —preguntó. —Mi querido niño —contestó su tío, el catequista—, no te quejes de tu grillete, porque es lo único que da valor al hecho de vivir. Nadie es feliz, nadie es bueno, nadie es respetable si no está encadenado como nosotros. Y, además, debo decirte que es muy peligroso hablar así. Si te quejas de tu hierro no tendrás suerte, y si alguna vez te lo quitas serás fulminado por un rayo al instante. —¿No hay rayos que fulminen a los forasteros? —preguntó Jack. —Júpiter es sufrido para con los ignorantes —respondió el catequista. —Juro que desearía haber sido menos afortunado —dijo Jack—, porque si hubiera nacido ignorante quizá ahora estaría libre, y no se puede negar que el hierro es molesto y que la llaga duele. —¡Ay! —exclamó su tío—, ¡no envidies al bárbaro! ¡La suya es una triste suerte! ¡Ay, pobres almas, si al menos conocieran la alegría de estar encadenados! Pobres almas, mi corazón pena por ellos, porque la verdad es que son viles, odiosos, insolentes, de mala condición, brutos apestosos, no son realmente humanos, porque ¿qué es un hombre sin un grillete? Y ya puedes cuidarte de no tocarles ni hablarles. Después de esta charla, el niño jamás pasaba al lado de uno de los desencadenados del camino sin escupirle e insultarle, tal y como era la costumbre de los chicos de aquella zona. Un día, por casualidad, cuando tenía quince años, se adentró en el bosque; la llaga le dolía mucho. Era un día luminoso, con un cielo azul; los pájaros cantaban, pero Jack se curaba el pie. De pronto se escuchó otra canción; parecía el canto de una persona, pero mucho más alegre, y como si alguien golpeara el suelo. Jack apartó las hojas y vio a un muchacho de su misma aldea, saltando, bailando y cantando a solas en un prado verde Digitalización y corrección por Antiguo
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mientras el hierro del bailarín yacía sobre la hierba. —¡Oh, te has quitado el grillete! —gritó Jack. —¡Por Dios, no se lo digas a tu tío! —exclamó el muchacho. —Si temes a mi tío, ¿por qué no temes al rayo? —preguntó Jack. —Eso es sólo un viejo cuento —dijo el otro—. Se les explica a los niños únicamente. Unos veinte de nosotros venimos aquí, entre los árboles, y bailamos juntos noche tras noche, y no nos pasa nada. Esto provocó miles de pensamientos nuevos en Jack, le hizo reflexionar profundamente. Era un muchacho serio, no pensaba en bailar; soportaba su grillete como un hombre y se cuidaba la llaga sin quejarse. Pero no le gustaba que le mintieran ni ver que engañaban a los demás. Empezó a esperar furtivamente a los viajeros paganos, en sitios ocultos del camino, al atardecer, de manera que pudiese hablar con ellos sin ser visto. Y éstos se mostraron muy atraídos por su conversación y le contaron cosas realmente interesantes. Le dijeron que el uso del grillete no era una orden de Júpiter. Era la estratagema de un ser de cara blanca, un hechicero que moraba en el bosque de Eld. Era parecido a Glauco porque podía cambiar de forma a voluntad, pero siempre se le podía distinguir porque cuando se enfadaba glugluteaba como un pavo. Tenía tres vidas, pero la tercera muerte pondría fin de verdad a su existencia, y al ocurrir eso su casa de hechicero desaparecería, caerían los grilletes y los aldeanos se cogerían de la mano y bailarían como niños. —¿Y en vuestro país? —preguntaba Jack. Pero entonces los viajeros, como si estuvieran todos de acuerdo, le daban largas, hasta que Jack empezó a suponer que no había ningún lugar del todo feliz, o, si lo había, sería uno que mantendría a su gente en casa, lo cual era bastante lógico. Mas la existencia del hierro pesaba sobre él. La visión de los niños cojos no se le iba de la cabeza y los gemidos de los que se curaban las llagas le obsesionaban. Finalmente, pensó que él había nacido para liberarles. Había en aquella aldea una espada de procedencia divina forjada en el yunque de Vulcano. Jamás se usaba salvo en el templo y, entonces, exclusivamente del lado plano. Colgaba de un clavo al lado de la chimenea del catequista. Una noche, temprano, Jack se levantó, tomó la espada y salió de la casa y de la aldea en la oscuridad. Caminó toda la noche a la aventura, sin rumbo, y cuando amaneció se cruzó con desconocidos camino de los campos. Fue cuando preguntó por el bosque de Eld y la casa del hechicero. Uno le indicó hacia el norte y otro hacia el sur, hasta que Jack se dio cuenta de que le engañaban. A partir de entonces, cuando Jack preguntaba a cualquiera le mostraba la reluciente espada desnuda. En ese momento el grillete sonaba en el tobillo del hombre y contestaba por él, diciendo: Todo recto. Pero el hombre, cuando su grillete hablaba, escupía y pegaba a Jack y le arrojaba piedras mientras éste se alejaba, dejándole la cabeza herida. Así llegó a aquel bosque, entró y vio una casa situada en una hondonada donde crecían hongos, los árboles se entrelazaban y el vapor del pantano la envolvía en una fina niebla. Era una casa noble y muy amplia; algunas partes eran tan antiguas como las colinas, y otras, más recientes, aunque todas sin terminar. Tenía todos los extremos abiertos, de forma que se podía entrar desde cualquier lado. Aun así, estaba en buenas condiciones y sus chimeneas humeaban. Jack entró por el aguilón; encontraba una habitación tras otra, todas vacías, pero todas Digitalización y corrección por Antiguo
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parcialmente amuebladas, de forma que se podía vivir allí. En cada una de ellas había un fuego encendido donde uno podía calentarse y una mesa preparada donde poder comer. Pero Jack no vio ningún ser vivo por ninguna parte, aunque sí algunos cuerpos rellenos de paja. —Es una casa acogedora —dijo Jack—, pero el terreno debe de ser pantanoso porque el edificio tiembla a cada paso. Llevaba un tiempo en la casa cuando empezó a sentir hambre. Entonces miró la comida; al principio tenía miedo, pero desenvainó la espada y por su brillo le pareció que era de fiar; se armó de valor, se sentó a comer y se sintió repuesto en cuerpo y alma. «Es curioso —pensó— que en la casa del hechicero haya comida tan saludable.» Estaba todavía comiendo cuando la apariencia de su tío entró en la habitación y Jack tuvo miedo porque le había quitado la espada. Pero su tío estuvo amable como nunca, se sentó a comer con él y le elogió por haberse llevado la espada. Jamás se habían sentido más a gusto los dos y Jack rebosaba de cariño hacia el hombre. —Hiciste muy bien —dijo su tío— al coger la espada y venir tú mismo a la casa de Eld; está bien pensado y es un hecho valiente. Pero ahora estarás satisfecho y podremos volver a casa del brazo a cenar. —¡Oh, Dios, no! —exclamó Jack—. Aún no estoy satisfecho. —¡Cómo! —gritó su tío—. ¿No te has calentado al fuego? ¿No te ha sustentado esa comida? —Veo que la comida es sana —respondió Jack—, pero no es prueba de que un hombre deba llevar un grillete en su pierna derecha. Al escuchar esto la apariencia de su tío glugluteó como un pavo. —¡Júpiter! —gritó Jack—, ¿será éste el hechicero? Su mano se retrajo, su corazón quedó suspendido por el amor que sentía por su tío, pero levantó la espada y asestó un golpe en la cabeza de la aparición. Ésta gritó con la voz de su tío y cayó al suelo. Una cosilla blanca, exangüe, huyó de la habitación. El grito resonó en los oídos de Jack, sus rodillas se golpeaban una con la otra y su conciencia le recriminaba; sin embargo, se sintió fortalecido y despertó en sus huesos el deseo de la sangre de aquel encantador. —Si han de caer los grilletes —dijo él— debo terminar con esto, y cuando llegue a casa encontraré a mi tío bailando. Y salió en persecución de la cosilla exangüe. En el camino se cruzó con la apariencia de su padre. Estaba indignado y se le quejó amargamente, le rogó que cumpliera con su deber y le ordenó volver a casa mientras tuviera tiempo. —Porque aún puedes —le dijo— estar en casa antes de la puesta del sol y todo te será perdonado. —Dios sabe —respondió Jack— que temo tu ira, pero tu ira no prueba que un hombre deba llevar un grillete en su pierna derecha. E inmediatamente la apariencia glugluteó como un pavo. —¡Oh, cielos, el hechicero otra vez! —gritó Jack. La sangre le corrió por el cuerpo en dirección contraria y sus articulaciones se le rebelaron por el amor que sentía hacia su padre, pero levantó la espada y la clavó en el corazón de la aparición. Ésta clamó con la voz de su padre y cayó al suelo. Una cosilla blanca, exangüe, huyó de la habitación. Digitalización y corrección por Antiguo
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El grito resonó en los oídos de Jack y su alma se enturbió, pero de repente se llenó de rabia. —He hecho lo que no me atrevo ni a pensar —dijo—. Llegaré hasta el final o moriré, y cuando llegue a casa ruego a Dios que esto no sea más que un sueño y encuentre a mi padre bailando. De modo que se fue tras la cosilla exangüe que había escapado, y en el camino se encontró con la apariencia de su madre llorando. —¿Qué has hecho? —exclamó ella— ¿Qué es lo que has hecho? Ay, ven a casa, donde puedes estar a la hora de dormir, antes de hacerme más daño a mí y a los míos, porque ya es suficiente matar a mi hermano y a tu padre. —Querida madre, no es a ellos a quien he matado —dijo Jack—; no era más que el hechicero, que había adoptado su forma. Y aunque lo hubiese hecho ello no probaría que un hombre deba llevar un grillete en su pierna derecha. Al decir esto la apariencia glugluteó como un pavo. Nunca supo cómo lo hizo, pero blandió la espada de un lado y partió a la aparición justo por la mitad. Ésta clamó con la voz de su madre y cayó al suelo, y, al caer, la casa que rodeaba a Jack también desapareció, quedándose solo en el bosque, mientras el grillete también caía de su pierna. —Bien —dijo—, el hechicero está muerto y el grillete ha desaparecido. Pero los gritos resonaban en su alma y el día, para él, era tan oscuro como la noche. —Ha sido un asunto doloroso —se dijo—. Me apartaré del bosque para ver el bien que he conseguido para los demás. Pensó en dejar el grillete donde yacía, pero al darse la vuelta para irse cambió de opinión; así que se agachó y se puso el grillete en el pecho. El áspero hierro le irritó y el pecho comenzó a sangrarle. Cuando dejó el bosque tras de sí y alcanzó el camino encontró a gente que volvía del campo. Y aquellos que encontró ya no llevaban grillete en la pierna derecha, sino que, ¡fíjense bien!... lo llevaban en la pierna izquierda. Jack les preguntó qué significaba y le respondieron que era la nueva moda, porque se habían dado cuenta de que la vieja era una superstición. Entonces les miró detenidamente y vio que tenían una llaga nueva en la pierna izquierda y que la vieja de la pierna derecha aún no había cicatrizado. —¡Que Dios me perdone! —exclamó Jack— Desearía estar ya en casa. Y cuando llegó a casa encontró a su tío con una herida en la cabeza, a su padre con el corazón atravesado y a su madre partida en dos. Y se sentó en la casa vacía, junto a los tres cuerpos, y lloró. MORALEJA Viejo es el árbol y rica la fruta, Muy vieja y gruesa la leña. Leñador, ¿es fuerte tu valor? ¡Cuidado!, que la raíz está liada Al corazón de tu madre y a los huesos de tu padre. Y, como la mandrágora, llega con dolor.
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