La inocencia robada Juventud, multinacionales y política cultural
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Colección:
PEDAGOGÍA Manuales
La inocencia robada Juventud, multinacionales y política cultural
Por Henry A. GIROUX
Traducción de Pablo Manzano
Henry A. GIROUX
La inocencia robada Juventud, multinacionales y política cultural
EDICIONES MORATA, S. L. Fundada por Javier Morata, Editor, en 1920 C/ Mejía Lequerica, 12 - 28004 - MADRID
[email protected] - www.edmorata.es
Título original de la obra: STEALING INNOCENCE. Corporate culture's war on children ©2000by Henry Giroux
Queda profiibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derecfios mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y siguientes. Código Penal).
EDICIONES MORATA, S. L. (2003) Mejía Lequerica, 12. 28004 - Madrid Derechos reservados Depósito Legal: M-45.677-2003 ISBN: 84-7112-478-5 Compuesto por: Ángel Gallardo Servicios Gráficos, S. L. Printed in Spain - Impreso en España Imprime: LAVEL. Humanes (Madrid). Cuadro de la cubierta: Shaftesbury o Perdido y encontrado por William MacDuff, 1862
Contenido
Págs.
AGRADECIMIENTOS
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INTRODUCCIÓN: La inocencia de la infancia y la política de la cultura empresarial • ••• 13 Introducción, 13.—La política de lej inocencia, 16—La cultura empresarial y la apropiación de la inocencia, 2íy—La pedagogía pública y la responsabilidad de los intelectuales, 34.—F>ronóstico, 41.
PRIMERA PARTE: El poder empresarial y la cultura de la vida cotidiana CAPÍTULO PRIMERO: Fantasías d© ninfa: Los concursos Infantiles de belleza y la política de la inocencia El niño que desaparece y la política de la inocencia, 45.—JonBenet Ramsey, la raza y los peligros dei hogar, 50.—Los concursos de belleza y el impacto de lo real, 52.—La bella y la bestia: Una genealogía de los concursos infantiles de belleza, Ss.—Más allá de la política del abuso infantil, 63.
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CAPÍTULO II: La estética de la heroína y la política de la seducción 69 Introducción, 69.—La heroína y l¿\ política de la cultura popular, 73.—La política pública de la estética de la heroína, 77. CAPÍTULO III: Niños en venta: La cultura empresarial y el reto de la escuela pública 83 Preparar ciudadanos o consumidores, 83.—La política de la privatiza^¡^1^^ QQ^—Comercialización de las escuelas, 93.—La educación y los imperativos de la democracia, 100.
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Contenido
SEGUNDA PARTE: Política cultural y pedagogía pública
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CAPÍTULO IV: Educación radical y cultura en la obra de Antonio Gramsci... 107 Introducción, 107.—El asedio a la democracia y la educación, 109.—La apropiación de Gramsci, 114.—Pensar como Gramsci: La reivindicación de la lucha acerca de la escolaridad, 124. CAPÍTULO V: Paulo Freiré, el pensamiento profético y la política de la esperanza Borrar la esperanza, 131.—La eliminación de la escuela como esfera pública de oposición, 136.—Hacia una política de la esperanza, 140.— Hacer más político lo educativo, 141.
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CAPÍTULO VI: Stuart Hall y la política de la educación 149 Introducción, ^49.—¿Escuela sin política?, 151.—La lucha por la cultura, 157.—La cuitara como pedagogía pública, 159.—La pedagogía pública como política, 161. ÍNDICE DE AUTORES Y MATERIAS
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A Susan, mi amada y compañera. A Jack, Chris y Brett, que están siempre en mi corazón. A John DiBiase, mi compañero caído. A Linda Barbery una hermana a la que habría amado Gramsci. A Stanley Aronowitz, Donaldo Macedo, Roger Simon y Bill Reynolds, tesoros nacionales y hermanos hasta el final. A los chicos y chicas de la clase trabajadora de todas partes: ¡aprended, bailad y organizaos!
Agradecimientos
Todo escrito es un proyecto en colaboración, y no tengo más remedio que agradecer el apoyo y los comentarios críticos que sobre este proyecto me han brindado amigos como: Larry Grossberg, Carol Becker, Randy Martin, Micaela Amato, Don Schule, Stanley Aronowitz, Donaldo Macedo, Roger Simon, Paul Youngquist, David Theo Goldberg, Jeff Nealon, Cheryl Glenn, Heidi Hendershott, Lynn Worsham, Ralph Rodriguez, Eric Weiner, Susan Searls, Lee Quinby y otros. Susan Searls y Eric Weiner me ayudaron de modo especial con la lectura y corrección del manuscrito. También quiero agradecer el excelente apoyo prestado por Sue Stewart, mi ayudante administrativa. Mi editor, Michael Famini, apoyó gentilmente este proyecto desde el primer momento. Alan Bradshaw es un destacado director de producción y su intervención ha contribuido a la mejora cualitativa del texto. Quiero agradecer en especial a Meg Weaver su increíble trabajo de copia y corrección del manuscrito; ha mejorado cualitativamente la configuración de la obra. También quiero dar las gracias a mis alumnos por sus indicaciones, ayuda y opiniones críticas. Los ensayos que se recogen en este libro han sido revisados por completo y, en gran parte, guardan poca semejanza con los originales. Las publicaciones originales fueron las siguientes: "Nymphet Fantasies: Child Beauty Pageants and the Politics of Innocence", Social Text, 16 (4), 1998, págs. 31-53; "Heroin Chic, Trendy Aesthetics, and the Politics of Pathology", New Art Examiner, noviembre de 1997, págs. 20-27; "Rethinking Cultural Politics and Radical Pedagogy in the Work of Antonio Gramsci", Educational Theory, 49 (1), invierno de 1999, págs. 1-19; "Radical Pedagogy and Prophetic Thought: Remembering Paulo Freiré", Rethinking Marxism, 9 (4), 1996/1997, págs. 76-87.
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INTRODUCCIÓN
La inocencia de la infancia y la política de la cultura empresarial
Los niños son el futuro de cualquier sociedad. Si quieres conocer el futuro de una sociedad, mira a los ojos de los niños. Si quieres mutilar el futuro de una sociedad, simplemente, mutila a los niños. La lucha por la supervivencia de nuestros hijos es la lucha por la supervivencia de nuestro futuro. La cantidad y la calidad de esa supervivencia es la medida del desarrollo de nuestra sociedad. (Ngugi Wa Thiong'o: Moving the Centre: The Struggle for Cultural Freedoms.)
Introducción Este libro examina la naturaleza, aparentemente independiente, aunque interrelacionada, de tres mitos que operan para limitar la democracia esencial, el bienestar de los niños y la escuela socialmente comprometida. El primer mito, "el final de la historia", asume que la democracia liberal ha alcanzado su victoria definitiva y que, ahora, las ideologías gemelas del mercado y de la democracia representativa constituyen, con pocas excepciones, los valores universales de la nueva aldea global ^. Dentro de este mito, la cultura liberal se convierte en sinónima de la cultura del mercado y las celebradas libertades del consumidor se compran a expensas de las libertades de los ciudadanos. Poca atención pública se presta a los límites que las democracias deben imponer al poder del mercado o a la posible amenaza al bienestar de los niños y de la misma democracia que represente la cultura empresarial y su restringida definición de la libertad como bien privado. En pocas palabras, la combinación de la democracia con el mercado elimina la tensión entre las moralidades del mercado y los valores de la sociedad civil que no pueden
' El tema del final de la historia se hizo famoso en Francis Fukuyama: The End of History and the Last l\/lan. Nueva York: Free Press, 1992. (Trad, cast.: El fin de la historia y el último hombre. Barcelona. Planeta, 1992.) ©
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medirse en términos estrictamente comerciales, pero son críticos para la vida democrática pública. Me refiero, en concreto, a valores tales como la justicia, el respeto hacia los niños y los derechos de los ciudadanos. El segundo mito, "la inocencia de la infancia", se estructura en torno a la idea de que tanto la infancia como la inocencia reflejan aspectos de un estado natural, que trasciende los dictados de la historia, la sociedad y la política. Como señala la teórica cultural Marina Warner en esta concepción de sentido común se interpreta que los niños son "inocentes porque son criaturas ajenas a la sociedad, pre-históricas, pre-sociales, instintivas, sin razón, primitivas, afines a una naturaleza que sigue conservando su belleza natural"^. Marcados como puros y pasivos por esencia, se otorga a los niños el derecho a la protección, pero, al mismo tiempo, se les niega la capacidad de actuar y la autonomía. Incapaces de entender la infancia como una interpretación histórica, social y política, entremezclada con las relaciones de poder, muchos adultos envuelven a los niños en un aura de inocencia y proteccionismo que elimina toda idea viable de responsabilidad adulta, aunque la evoque^. De hecho, la atribución de inocencia permite en gran medida que los adultos eviten asumir la responsabilidad de su papel de preparar a los niños para el fracaso, para abandonarlos a los dictados de las mentalidades mercantiles que acaban con las redes de apoyo y de sostén que proporcionan a los pequeños unos medios suficientes de salud, alimentación, alojamiento y educación. El tercer mito, la "escolarización desinteresada", recoge la herencia de una cultura comercial en expansión continua, que aprovecha la capacidad de diálogo público y de discrepancia en beneficio de los valores del mercado. Esta omnipresente cultura comercial se aprecia también en la obsesión moderna por la carrera profesional y la especialización y en el aislamiento de los educadores con respecto a la política y las urgentes demandas de la vida cívica. Este tercer mito indica que la enseñanza y el aprendizaje se desvinculan de la mejora del mundo; los imperativos de la justicia social se rinden al fatalismo que renuncia a la política práctica con el fin de acomodar la cultura académica de la profesionalidad y la ideología de la investigación científica desinteresada. El teórico poscolonial Edward Said comenta con gran agudeza la doble dinámica de la acomodación y la privatización. Ambas dinámicas informan el estudio desinteresado y la cultura de la profesionalidad en todos los niveles de la educación:
^ Marina Warner: Six Myths of Our Time. Nueva York: Vintage, 1995, pág. 56. ^ Una serie de trabajos históricos sobre la infancia desmontan la idea universalizada de la infancia y la inocencia. Véanse: Philippe Aries: Centuries of Cfíiidliood. Londres: Cate Press, 1973, c. 1962. (Trad, cast.: Ei niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Madrid. Taurus, 1987.) Chris Jenks: Ctiildhaod. Nueva York: Routledge, 1996; Anne Higonnet: Pictures of Innocence: Tiie History and Crisis of Ideal Childhood. Nueva York: Thames and Hudson, 1998. Con respecto a la histoha de las culturas juveniles contemporáneas, véase: Joe Austin y Michael Nevin Willard (eds.): Generations of Youth. Nueva York: New York University Press, 1998. Véase también: Paul Goodman: Growing Up Absurd: Problems of Youth in the Organized System. Nueva York: Random House, 1960. (Trad, cast.: Problemas de la juventud en la sociedad organizada. Barcelona. Ediclons 62, 1975, 2." ed.) ©
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La inocencia de la infancia y la poiítica de la cultura empresarial
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Entiendo por profesionalidad considerar el propio trabajo en cuanto intelectual como algo que uno hace para vivir, entre las nueve y las cinco, con un ojo puesto en el reloj, y el otro pendiente de lo que se considera una conducta adecuada, profesional: mantener el equilibrio, no desviarse de los paradigmas o límites aceptados, vender la propia imagen y, sobre todo, mostrarse presentable y en consecuencia, no polémico, políticamente correcto y "objetivo'"*. El creciente aislamiento de académicos e intelectuales del mundo que los rodea refleja el poder que tiene la cultura empresarial para definir la enseñanza como una práctica técnica e instrumental, en vez de como un acto moral y político. Muchos educadores, alejados del mundo de la práctica política y de la vida cotidiana, están demasiado dispuestos a interpretar la cultura como un campo distante de la política y de la lucha. Con el apoyo de las presiones a favor del estudio desinteresado y sus llamadas concomitantes a la neutralidad, la objetividad y la racionalidad, este enfoque deja poco espacio para considerar cómo las ideologías, los valores y el poder configuran todos los aspectos del proceso educativo. El teórico cultural británico Richard Johnson lo plantea así: La enseñanza y el aprendizaje son prácticas profundamente políticas. Son políticas en todos los momentos del circuito: en las condiciones de producción (¿quién produce el saber?, ¿para quién?), en los saberes y en las formas mismas del saber (¿saber de acuerdo con qué plan?, ¿útil para qué?),en su publicación, circulación y accesibilidad, en sus usos profesionales y populares y en sus impactos en la vida cotidiana^. Sin embargo, el discurso al uso sobre la educación no sólo prescinde de la naturaleza ideológica de la enseñanza y el aprendizaje, sino que excluye también del ámbito político la cultura, reduciéndola a un discurso puramente estético o a una llamada cuasi religiosa para celebrar los "grandes libros" y las "grandes tradiciones" de la llamada "civilización occidental"^. En ambos casos, se rechaza, por irrelevante o poco profesional, cualquier tentativa de transformar las aulas de la nación en unos lugares en donde los futuros ciudadanos aprendan a afrontar con sentido crítico la política y el saber recibido, tanto dentro como fuera de la clase.
'^ Edward W. Said: Representations of the Intellectual. Nueva York: Pantheon, 1994, página 74. (Trad, cast.: Representaciones del intelectual. Barcelona. Paidós, 1996.) 5 Richard Johnson: "Reinventing Cultural Studies: Remembering for the Best Version", en: Elizabeth Long (ed.): From Sociology to Cultural Studies. Maiden, Mass.: Basil Blackwell, 1997, página 461. ^ Véase, por ejemplo: Harold Bloom: The Western Canon. Nueva York: Riverhead Books, 1994. (Trad, cast.: El cannon occidental. La escuela y los libros de todas las épocas. Barcelona. Anagrama, 1997, 3.^ ed.). Véanse críticas de esta postura en: Stanley Aronowitz y Henry A. Giroux: Postmodern Education. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1991, y Lawrence Levine: The Opening of the American Mind. Boston: Beacon Press, 1996; Stanley Aronowitz: The Knowledge Factory. Boston: Beacon Press, 2000. ©
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A lo largo de este libro sostengo que la política de la cultura proporciona el espacio conceptual en el que se estructura la infancia, se vive y se lucha por ella. La cultura es el terreno primordial en el que los adultos ejercen el poder sobre los niños, tanto en el plano ideológico como en el institucional. Sólo si cuestionan las formaciones y contextos culturales específicos en los que se organiza, aprende y vive la infancia, los educadores pueden comprender y cuestionar las formas en que las prácticas culturales establecen las relaciones específicas de poder que configuran las experiencias de los niños. Aunque el sentimiento popular sostiene que la cultura, sobre todo la cultura popular, carece de importancia política o educativa o no supone una amenaza directa para los niños, en la segunda parte del libro presento una serie de enfoques teóricos, basados en las obras del teórico de la política Antonio Gramsci, del teórico de la educación Paulo Freiré y del teórico de la cultura Stuart Hall. Estos enfoques consideran que la cultura es fundamental para cualesquiera formas serias de política y de pedagogía que traten de participar en el acercamiento actual a la juventud. Al final de esta introducción, comento algunas de estas cuestiones. A primera vista, parece que estas tres poderosas mitologías tienen poco en común; sin embargo, a lo largo de este libro intento demostrar que es imposible invocar una, en cualquier sentido significativo, sin invocar las otras. ¿Qué vincula estas tres mitologías aparentemente dispares? Me parece que muchas cosas: en su desarrollo, 1) excusan al mundo adulto de cualquier responsabilidad con respecto a la juventud, apelando a una economía próspera y al orden natural, y negando los papeles políticos y culturales que los educadores y la educación desempeñan en la vida de los niños; 2) reproducen las jerarquías de raza, clase social y cultura, y 3) limitan la ciudadanía a una tarea estrictamente privatizada. Los tres mitos pasan por alto las condiciones cada vez más depauperadas a las que tendrán que hacer frente las futuras generaciones de jóvenes. La infancia no es un estado natural de inocencia; es una construcción histórica. Es también una categoría cultural y política que tiene unas consecuencias muy prácticas con respecto a la forma de "pensar en los niños" de los adultos, y tiene consecuencias en cuanto a la forma de verse los niños a sí mismos''.
La política de la inocencia En nuestra cultura, la imagen más persistente del niño inocente es la de un chico blanco, de cabello rubio, de ojos azules... y los indicadores de clase media, raza blanca y masculinidad se interpretan como representativos de todos los niños. (Henry Jenkins: "Introduction: Childhood Innocence and Other Myths", en el Children's Culture Reader.)
^ Ibid., pág. 122. Ediciones Morata, S. L.
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Por una parte, al decir que la inocencia infantil es un estado natural, en cuanto opuesto a "construido", los adultos pueden ignorar sin riesgo el desequilibrio de poder entre ellos y los niños; después de todo, si los niños se sitúan fuera del alcance de la influencia adulta, carecen de medios y de derechos, excepto a que se les limite o proteja de unas fuerzas exteriores aberrantes^. Por otra parte, el mito de la inocencia de la infancia es una forma de negar los efectos de los problemas sociales reales en los niños y también una manera de desviar la atención de los adultos de los apremiantes problemas del racismo, el sexismo, los malos tratos en la familia, la pobreza, el desempleo, la reducción de la industria y otros factores sociales que hacen del final del siglo xx una época tan atroz para muchos adultos y, en especial, para los niños, que, a menudo, están indefensos ante tales fuerzas^. Cuando los adultos se aterran a la idea de que una economía floreciente de mercado libre, con su insidiosa apropiación de la libertad y el cambio, centrada en el consumidor, proporciona el mayor bien para el mayor número de personas, reducen "el papel de la política en la vida pública en beneficio de la atención exclusiva a la experiencia individual: una política de responsabilidades personales y de interés individual, en vez de una política del bien colectivo" ^°. Esta forma de ver las cosas facilita a los adultos la proclamación de que los problemas sociales son problemas individuales. Esta afirmación, a su vez, les permite reducir la esfera pública, eliminar las redes de seguridad, financiadas por el gobierno, para los niños y reemplazar la legislación de carácter social por políticas punitivas. En este enfoque, la lógica del mercado culpa a los niños —sobre todo a los pobres, los latinos o los negros— por una presunta falta de personalidad, mientras desmantela los servicios sociales que contribuían a satisfacer sus necesidades más básicas. Sin comprender las experiencias de los niños reales, la sociedad contemporánea se enfrenta a las consecuencias, a veces peligrosas, aunque difícilmente desenfrenadas, del uso de droga y de la conducta violenta, dictando sentencias de cárcel para adolescentes, tratándolos como a adul^ Quiero hacer tiincapié en que, al utilizar el término general "adultos", no trato de decir que la relación entre niños y adultos esté definida generacionalmente. Por el contrario, aunque todos los adultos sean capaces de abusar de los jóvenes, la cuestión fundamental del poder adulto no puede abstraerse de las formaciones más generales de clase social, raza y género, ni pueden separarse de la dinámica del capitalismo norteamericano, que, en mi opinión, tiay que colocarlo en el primer plano de cualquier análisis de lo que muchos jóvenes tienen que aguantar en esta época en los Estados Unidos. ^ Una comisión nacional sobre la juventud recoge esta tragedia nacional cuando reconoce que "nunca antes una generación de niños estadounidenses ha sido menos sana, menos asistida o menos preparada para la vida de lo que estaban sus padres cuando tenían la misma edad". Véase: "National Commission on the Role of the Schools and the Community in Improving Adolescent Health"; Code Blue: uniting for Healthier Youth. Washington, D.C.: National Association of State Boards of Education/American Medical Association, 1990, página 3. ^° Lauren Berlant, citado en Jenkins: "Introduction: Childhood Innocence and Other Myths", página 11. ©
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tos y construyendo cada vez más prisiones nuevas para encarcelarlos en cantidades récord ^\ Lo que complica la intersección de estos mitos —el final de la historia, la inocencia infantil y el estudio desinteresado— es su forma de borrar las relaciones explotadoras de las diferencias de clase, raza y género, incluso cuando las reproducen. Por ejemplo, la apelación a la inocencia, que hacen al unísono conservadores y liberales, ofrece protección y seguridad a los niños blancos y de clase media al definir la condición de su inocencia en el contexto de las "ideas tradicionales de hogar, familia y comunidad"''2, codificadas según la raza, la clase social y el género. Las reacciones públicas a los asesinatos de 1999 en la Columbine High School* muestran que la inocencia se expresa de acuerdo con parámetros de raza y de clase. Los comentarios de los residentes en Littleton (Colorado, EE.UU.) fueron muy divulgados por la prensa. Los residentes pusieron de manifiesto la herencia de la inocencia, codificada en clave de raza, cuando decían: "No ha podido ocurrir aquí" o "Esto no es el centro de la ciudad"''3**. La columnista Patricia Williams, de The Nation, dice que esos comentarios reflejan el "perfilado de la inocencia", una práctica que se relaciona a menudo con los chicos privilegiados de raza blanca, a quienes, a pesar de sus comportamientos, se les supone demasiado inocentes para que se tomen en serio sus conductas delictivas. Según Williams, los dos adolescentes homicidas, Dylan Klebold y Eric Harris, parecen haber estado tan envueltos en presunciones de inocencia —tras profesar su amor por Hitler, declarar su odio hacia los negros, los asiáticos y los latinos en un sitio público de la internet nada menos, bajar instrucciones para hacer bombas, acumular los ingredientes, combinarlos ante la mirada protectoramente indiferente (o quizá con la ayuda) de padres y vecinos, almacenar armas y municio" Como ha señalado Mike Males, el uso de drogas y las detenciones por delitos violentos entre los jóvenes han disminuido significativamente desde 1995. Véase: Mike Males: "Five Myths and Why Adults Believe They Are True", New York Times, 29 de abril de 1998, pág. 9. David Cole: No Equal Justice: Race and Class in the American Criminal Justice System. Nueva York, The New Press, 1999. Véase un comentario apasionado y conmovedor sobre la difícil situación en la que se encuentran los niños cuando son encarcelados con adultos en: Anthony Lewis: "Suffer the Children", New York Times, 7 de julio de 1997, pág. A23. '2 Lauren Berlant: The Queen of America Goes to Washington City. Durham, N.C.: Duke University Press, 1997, pág. 5. * El 20 de abril de 1999, a las 11:20 de la mañana, aproximadamente, dos alumnos de la Columbine High School atacaron con pistolas semiautomáticas, escopetas y explosivos a las personas que estaban en el interior del centro escolar Murieron 12 alumnos, 1 profesor y los 2 sospechosos. Hubo que llevar a 24 estudiantes a diversos hospitales y 160 fueron asistidos en la misma escuela. (N. del T.) ^5 Citado en: Patricia J. Williams: "The Auguries of Innocence", The Nation, 24 de mayo de 1999, pág. 9. ** Es conocida la tendencia que se registra en las grandes ciudades de muchos países de que las personas económicamente pudientes abandonen el centro de las poblaciones para ir a vivir a ciudades dormitorio, de manera que el centro se puebla de personas de clase social inferior y pocos ingresos. (N. del T.) ©
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nes, procurarse granadas de mano y chalecos antibalas, amenazar la vida de compañeros, matar a trece personas y a ellos mismos, herir a otras muchas y destruir el edificio de su escuela— que la comunidad no puede creer aún que haya ocurrido realmente "aquí". Todavía, sus profesores y compañeros siguen diciendo que eran buenos chicos, buenos estudiantes, ciudadanos de pro ^'*. La afirmación de Williams de que el mito de la inocencia protege a los chicos privilegiados blancos parece justificada: la prensa nacional estaba atónita ante el hecho de que dos pistoleros adolescentes, de familias ricas, pudieran haber asesinado a doce compañeros y a un profesor antes de quitarse la vida. Un periodista de televisión que informaba desde la Columbine se refería a uno de los asesinos como a "un caballero que conducía un BMW"^^. Otras informaciones de los medios de comunicación insistían en lo prometedor que era el futuro de estos chicos, atribuyendo en gran parte su conducta criminal a problemas psicológicos pasajeros. Se dijo de ellos que estaban alienados, sometidos a presiones y estresados, términos que no suelen utilizarse para describir los comportamientos criminales de los no blancos. A diferencia de los delitos cometidos por jóvenes en zonas urbanas, la matanza de la Columbine estimuló una reflexión nacional sobre la pérdida de la inocencia infantil y las amenazas a las que se enfrentaban los niños blancos de zonas ricas. El líder de la mayoría en el Senado, Trent Lott (republicano por Misuri), pidió un debate nacional sobre la juventud y la cultura. El sociólogo Orlando Patterson cuestionó la respuesta de los medios de comunicación dominantes a los sucesos de Littleton y la idea de inocencia, codificada en sentido racial, que la informaba. En una columna de la página contigua al editorial de The New York Times, se preguntaba cuál hubiese sido la respuesta pública si "estos dos homicidas no hubieran sido blancos privilegiados, sino afronorteamericanos o latinos pobres". Respondía que "casi con toda seguridad, los expertos hubieran creído necesario llamar la atención sobre su carácter étnico y su clase social" ^^. En realidad, los comentarios de Orlando se quedan cortos. Si estos chicos hubiesen sido negros o morenos, no se habría dicho que tenían problemas psicológicos, sino que eran portadores de una patología social. Es más, si unos chicos negros o morenos hubieran presentado los antecedentes de conducta delincuente de Eric Harris y Dylan Klebold, incluyendo el robo de una furgoneta y el envío de amenazas de muerte por internet a compañeros de estudios, no se les habría remitido tan sólo a un reducido número de sesiones de orientación escolar. Por el contrario, habrían sido rotundamente condenados y enviados a prisión con toda rapidez. Sin embargo, como las comunidades blancas de clase media no pueden afrontar las consecuencias de su decreciente compromiso económico y social con la juventud, por regla
1" Ibid. ^^ Citado en: Courtland Milloy: "A Lool< at Tragedy in Black, Wliite", Washington Post, 2 de mayo de 1999, pág. C 0 1 . '^ Orlando Patterson: "When They' Are Us", New York Times, 30 de abril de 1999, pág. A31. ©
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general conceden a sus hijos el beneficio de la duda, aunque su comportamiento problemático tienda ai extremo. Con frecuencia, los niños blancos de clase media están protegidos por el mito de la inocencia y se les considera incapaces de manifestar conductas de riesgo. Si muestran comportamientos desviados, a menudo se echa la culpa a la influencia "extraña" de la cultura popular (con frecuencia, sinónima en la actualidad de hip-hop) o de otras fuerzas "ajenas", alejadas de los espacios propios de la raza blanca y la riqueza. En esta retórica excluyente, la inocencia es muy discriminatoria y, por regla general, no generaliza sus privilegios a todos los niños. En una era que se extiende desde Ronald Reagan hasta George W. Bush, la idea de inocencia no se aplica a determinados niños y se está reconsiderando con respecto a otros ^''. Desde el punto de vista histórico, se ha considerado que los chicos pobres y los niños de color se sitúan más allá de los límites de la infancia y de la inocencia; se los asocia con las culturas del delito, la sexualidad desenfrenada y el uso de drogas. De hecho, se perciben muy a menudo como una amenaza a la inocencia de los chicos blancos de clase media que viven en barrios residenciales a las afueras de las ciudades, cada vez más parecidos a fortalezas, protegidos de la inmoralidad, la violencia y otros "peligros" que acechan en las ciudades multiétnicas en continua expansión ^^. Al tratar con chicos cuyas vidas no se ajustan al perfil familiar de Ozzie and Harriet*, los adultos de clase media invocan la antítesis de la inocencia. En pocas palabras, la retórica de la inocencia y su garantía de apoyo y protección no se aplican a chicos pobres, negros y morenos. Hay pruebas de que estas ideas cambiaron en la década de 1990: mientras que a los jóvenes de las minorías se los considera completamente prescindibles, ahora los chicos blancos de los barrios residenciales periféricos tienen que afrontar, cada vez con mayor frecuencia, la cólera de las autoridades adultas, los medios de comunicación y el Estado ^^. La teórica de la antropología Sharon Stephens afirma de forma convincente:
^^ Véase un brillante y conmovedor comentario sobre la política y la experiencia cambiantes de la juventud en la década de 1980 en: Lawrence Grossberg: We Gotta Get Outta Here. Nueva York: Routledge, 1992; véanse también: William Finnegan: Cold New World: Growing Up in a Harder Country. Nueva York: Random House, 1998; Angela McRobbie: Postmodernism and Popular Culture. Nueva York: Routledge, 1994. '^ He tratado esta cuestión en: Henry A. Giroux: Fugitive Cultures: Race, Violence, and Youth. Nueva York: Routledge, 1996; Henry A. Giroux: Channel Surfing: Racism, the Media and the Destruction of Today's Youth. Nueva York: St. Martin's Press, 1998. * Ozzie and Harhet\ue una serie de televisión de 435 episodios, que se desarrolló desde el 3 de octubre de 1952 hasta el 3 de septiembre de 1966. En la serie, Ozzie y Harriet Nelson se representaban a sí mismos, igual que sus padres. La serie mostraba en televisión la vida de la familia, como prototipo de la familia norteamericana de clase media, rodeada por los tabúes y usos "políticamente correctos" del momento, con respecto a las relaciones de raza y clase social. (N. del T.) ^^ Este argumento se trata en: Mike Males: Framing Youth: 10 l^yths About the Next Generation. Monroe, Me.: Common Courage Press, 1999. ©
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Hay una conciencia creciente sobre los niños en situación de riesgo. Sin embargo, lo que quiero dejar claro aquí es que también existe una sensación creciente de que los mismos niños son el riesgo y, en consecuencia, hay que eliminar a algunos niños, como personas fuera de lugar y exceso de población, mientras que a otros hay que controlarlos, reconfigurarlos y aprovecharlos para los cambiantes fines sociales. De ahí el carácter central de los niños en la política contemporánea de la cultura, tanto en calidad de figuras simbólicas como en la de objetos de formas discutidas de socialización 2°. Aunque se considere que algunos niños están en "situación de riesgo", cada vez hay más chicos a los que se considera una amenaza importante para la sociedad adulta, aunque distintos grupos —dependiendo de su clase social, su raza, género y carácter étnico— producen respuestas diferentes. La inocencia no sólo es específica de la raza, sino que también está marcada por el género. En la ¡dea romántica de la inocencia infantil ocupa un lugar central la mamá que permanece en casa, reforzada en fechas más recientes por la insistencia conservadora en los valores familiares. Cuando la vida pública se separa, una vez más, de la esfera doméstica, y cuando el papel de las mujeres se limita al concepto idealizado de la maternidad, los requisitos del ejercicio maternal se convierten en el principio definitorio que mantiene la idea de la inocencia infantil. El mito de la inocencia infantil infantiliza tanto a las mujeres como a los niños, mientras que reproduce, al mismo tiempo, un desequilibrio extremo de poder entre adultos y niños, por una parte, y entre hombres y mujeres, por otra. Los crecientes ataques contra los jóvenes no sólo son evidentes en la eliminación de los servicios apoyados por el gobierno, que se crearon teniendo presentes sus intereses, sino también en las vejaciones que a diario sufren los jóvenes. Por ejemplo, en las escuelas los niños están cada vez más sometidos a registros aleatorios que les exigen desnudarse, sujetos a vigilancia electrónica constante y obligados a someterse aleatoriamente a pruebas de consumo de drogas. A los jóvenes se les niega la dignidad y la capacidad de actuar, y no sólo en las escuelas urbanas. El renacimiento de la vigilancia, el control y la regulación ante los tiroteos escolares se ha traducido en crecientes peticiones de establecer personal de seguridad armado y colocar detectores de metales en las escuelas ricas del extrarradio. En medio de lo que en otra época se hubiera considerado como una reacción extrema, en el clima post-LittIeton, el National Center for Policy Analysis (Áe Dallas hizo público un informe en el que se solicitaba que se dotara de armas a los maestros de las escuelas públicas; los medios de comunicación lo caracterizaron como una intervención legítima^''.
^° Sharon Stephens: "Children and the Politics of Culture in 'Late Capitalism'", en: Sharon Stephens (ed.): Ciiildren and the Politics of Culture. Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1995, pág. 13. 2' Cynthia Tucker: "In Littleton's Wake, We All Turn to Movies", The Atlanta Constitution, 25 de abril de 1999, pág. 5C. ©
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La erosión de los derechos civiles de los estudiantes va acompañada, a menudo, por políticas que eliminan recreos y programas de deportes, sobre todo en las escuelas cuyos recursos financieros y medios son reducidos, escuelas integradas en gran medida por chicos pobres y de clase trabajadora. Al mismo tiempo, cada vez se excluye más a los jóvenes de los espacios públicos extraescolares que en otros tiempos les daban oportunidad de pasar el rato con relativa seguridad, trabajar con mentores y desarrollar sus propias capacidades y su sentido de valía personal. Como el mismo concepto de ciudadanía, ahora, el espacio recreativo está privatizado, en cuanto operación comercial que ha de rendir beneficios. Se acabaron los centros juveniles, los parques públicos de las ciudades, las canchas de baloncesto al aire libre o los solares vacíos en donde los chicos podían jugar a una especie de béisbol improvisado. Ahora, las áreas de juego se alquilan al mejor postor, "cerradas con vallas de acero, cancelas de hierro forjado, candados y alambre de espino" ^2. A medida que se pierden los espacios públicos, surgen nuevos servicios en el sector privado para "cuidar" a los niños. El sociólogo Mike Males afirma con perspicacia en su libro Framing Youth que estos nuevos servicios de "reparación de niños" tienen unas consecuencias nada recomendables para muchos jóvenes: A partir de mediados de los setenta, los servicios de reparación de niños irrumpieron para satisfacer el mercado. Los había de dos tipos. Las puertas de las cárceles se abrieron de par en par en la década de 1980 para recibir a decenas de miles de los adolescentes más pobres, cuyas tres cuartas partes eran de razas distintas de la blanca. El confinamiento de los jóvenes de minorías en las prisiones aumentó en un 80% en la última década... Al mismo tiempo, los centros de salud mental y de otros tratamientos consiguieron unos beneficios enormes con la terapia de cientos de miles de los niños con mejores seguros de salud... En la actualidad, el tratamiento de jóvenes es un negocio que mueve unos 25 mil millones de dólares al año, con un "récord de aumento rápido de beneficios" ^^. Con frecuencia, los jóvenes soportan la carga de unas responsabilidades y presiones nuevas e inmerecidas para "hacerse mayores". Al mismo tiempo, sus libertades se recortan y sus garantías constitucionales y derechos ciudadanos se restringen. ¿Dónde pueden hallar los niños unas narraciones de esperanza, unas esferas culturales semiautónomas, unos diálogos sobre diferencias significativas y unas identidades democráticas no fundadas en los mercados^''?
^2 Citado en: Robin D. G. Kelley: Yo' Mama's DisfunktionaH: Fighting ttie Culture Wars in Urban America. Boston: Beacon Press, 1997, pág. 44. ^^ Males: Framing Youth, pág. 12. 2" Sharon Stephens plantea una cuestión similar: "¿Cuáles son las consecuencias para la sociedad en su conjunto, si ya no hay espacios sociales concebidos, al menos, como parcialmente autónomos con respecto al mercado y a la política dirigida por el mercado? ¿Dónde vamos a encontrar los ámbitos de la diferencia, el terreno del testimonio social, la influencia crítica Ediciones Morata, S. L.
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Aunque los cuidadores adultos y una serie de escritores sobre temas sociales reconozcan las nuevas cargas que pesan sobre los hombros de los jóvenes, y manifiesten en voz alta su preocupación por cómo se está modificando la infancia, es frecuente que se definan sus temores por medio de unos discursos muy selectivos que están íntimamente relacionados con la clase social y la raza de los chicos en cuestión. Por ejemplo, autores liberales que se han ocupado de la cultura infantil, como Neil Postman y David EIkind, afirman que la línea que separa la infancia de la adultez está desapareciendo a causa de la influencia generalizada de la cultura popular y la naturaleza cambiante de la familia25. Postman cree que la cultura popular, en especial la televisión y las tecnologías al alcance de los niños, como los vídeos y los juegos de ordenador, han restado terreno a la inocencia infantil, si no la han corrompido. En realidad, el gran melodrama de la vida adolescente, tal como lo recoge la serie de televisión Dawson's Creek* y el cinismo muy en la onda de South Park, en la que un infortunado chico de 8 años, JJamado Kenny, muere de forma violenta en cada episodio, parece muy distinto del drama familiar de La tribu de los Brady (Brady Bunch)** o la inocencia de la serie de dibujos animados Carlitas y Snoopy, que educaron a una generación anterior blanca y de clase media. El acceso de los jóvenes a toda clase de pornografía en internet y a la violencia avanzada, hiperreal, de los sistemas de videojuegos de y la visión utópica, en la medida en que el dominio de la infancia —o de la vida cotidiana o de un ámbito semiautónomo de la cultura— está cada vez más plagado de valores mercantiles y de la política discursiva de la cultura postmodema global? ¿Y qué ocurre con los cuerpos y las mentes de los niños en el proceso? "Children and the Politics of Culture in l a t e Capitalism'", pág. 24. 25 Neil Postman: The Disappearance of Childhood. Nueva York: Vintage Books, 1994. (Trad, cast.: La desaparación de la niñez. Madrid. Círculo de Lectores, 1988.) David EIkind: The Hurried Child: Growing Up Too Fast Too Soon. Reading, Mass.: Addison-Wesley, 1981; David EIkind: Reinventing Childhood. Rosemont: Modern Learning Press, 1998; David EIkind; "The Social Determination of Childhood and Adolescence", Education Week, 24 de febrero de 1998, páginas 48-50. * Dawson's Creek: Serie de televisión de finales de los noventa, producida en Estados Unidos de Norteamérica y traducida en castellano como "Dawson crece" (Canal +). A lo largo de sus capítulos trata de mostrar, apoyándose en el humor, los temores e ilusiones de los adolescentes norteamericanos. El personaje principal se llama Dawson y tiene 15 años. Los otros tres personajes centrales son sus dos amigas y un amigo. South Park: Señe de dibujos animados para TV para adultos, también conocida de los televidentes españoles y, debido a su éxito, película de dibujos animados, en 1999. Creada a finales de los noventa, en 1997, en Estados Unidos de Norteamérica y adquirida por numerosas cadenas de TV de todo el mundo. Es deudora de otra serie muy conocida, "Los Simpsons", en la que utilizando un lenguaje un tanto procaz y escatológico trata toda clase de temas siempre con la intención de tratar de sacar a la luz la enorme hipocresía con la que las personas adultas se enfrentan a las problemáticas de estos colectivos sociales. (N. del T.) ** La tribu de ios Brady: Comedia para televisión producida en Estados Unidos de Norteamérica a finales de los sesenta y principios de los setenta, sobre la vida de una familia compuesta por un viudo con tres hijos varones de corta edad y su nueva esposa que aporta tres hijas de distinta edad. Aunque la convivencia no es fácil, los Brady constituyen una sólida y empalagosa familia donde cada problema y obstáculo se vencen con cariño y buen humor. Serie de gran éxito que fue adquirida por numerosas cadenas de televisión de todo el mundo. En el año 1995 se hizo también una versión cinematográfica. (N. del T.) ©
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"entretenimiento hogareño" despierta unos tipos similares de alarmas entre los adultos, educados sobre la base de algún número, ocasionalmente estimulante, de National Geographic y entre los destellos de las máquinas electromecánicas de bolas. Sin embargo, da la sensación de que Postman no sólo lamenta la pérdida de la inocencia infantil, sino también la pérdida de los principios Victorianos de severidad, trabajo duro de las familias blancas y de clase media no corrompidas por las tecnologías postmodernas de la era visual. Es curioso que el ataque de Postman contra la influencia corruptora de la cultura popular diga poco acerca del papel que desempeñan los medios de comunicación al mostrar esa cadena interminable de representaciones erróneas de los jóvenes negros y pobres. Tampoco analiza Postman la explotación que hace la cultura empresarial de la inocencia infantil y su potencial sexual. Postman pasa también por alto de qué modo presenta la cultura empresarial a los jóvenes, como sujetos y, a la vez, objetos de su transformación en bienes mercantiles, como objetos que pueden comprarse y venderse en el mercado. La añoranza de la cultura elevada o de élite de Postman constituye un sueño modernista que enfrenta la cultura de la imprenta (con su propia herencia de una imaginería racista y sexista) con la era visual, que presuntamente promueve la autocompasión y el enervante analfabetismo que mancha a los jóvenes y, al mismo tiempo, los condena a un papel pasivo y degradante en la vida. Dentro de la visión binaria de Postman, la pérdida de la inocencia infantil se atribuye directamente al ascenso de las nuevas tecnologías electrónicas y al atractivo de masas de la cultura popular. Ese enfoque dispensa convenientemente a Postman de la necesidad de cuestionar la codificación de clase social, género y raza que estructura su visión del pasado norteamericano, y de la de examinar cómo se traduce la dinámica política de un clima económico cambiante —en vez de la cultura popular— en el recorte de la financiación de los servicios públicos para los jóvenes, al mismo tiempo que se recortan sus libertades y su futuro. Lo que pasa por alto Postman es el hecho de que la cultura popular no es sólo un ámbito de enormes contradicciones, sino también un ámbito de negociación para los chicos, uno de los pocos lugares en los que pueden hablar en primera persona, producir esferas públicas alternativas y representar sus propios intereses. Es también uno de los ámbitos más importantes en donde los adultos descubren cómo se producen las identidades infantiles, cómo se aseguran las inversiones eficaces, cómo se movilizan los deseos y cómo puede relacionarse el aprendizaje con el cambio social progresista. En muchos sentidos, la postura de f^ostman es sintomática de la petición de muchos adultos y educadores, después de los asesinatos de la Columbine, para que se censure internet, se eliminen los videojuegos violentos y se restrinjan los servicios en conexión para los jóvenes. En vez de reconocer que las nuevas tecnologías electrónicas permiten a los chicos sumergirse en unas formas de comunicación social profundamente importantes, producen un conjunto de expresiones creativas y muestran unas formas de acción que son placenteras y potenciadoras al mismo tiempo, los adultos des©
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confían profundamente de las nuevas tecnologías, en nombre de la protección de la inocencia infantiles. Son raros los intentos serios de descubrir qué tipo de significados aportan los niños a estas nuevas culturas electrónicas, cómo refuerzan estas culturas la acción de los niños o lo que ellos hacen en realidad con las nuevas tecnologías de medios de comunicación ^7. En su obra sobre la adolescencia, el psicólogo infantil David EIkind culpa de la pérdida de la inocencia infantil a la naturaleza cambiante de la familia norteamericana y a las menguantes oportunidades que ésta ofrece a la mayoría de los niños. Menciona la mayor responsabilidad que recae ahora sobre los niños con el aumento de las familias en las que trabajan ambos progenitores, los padres divorciados y el enorme incremento de familias con un solo progenitor. También EIkind se muestra nostálgico con respecto a una época pasada que daba a los chicos más oportunidades de desarrollar sus propios juegos, culturas y actividades adolescentes. Según EIkind, el ascenso del "superchico" de clase media es un ejemplo clásico de los niños a quienes se les pide que realicen las mismas tareas que desarrollan sus padres en el mundo exterior, un mundo marcado por unos recursos menguantes, una competición en aumento y una exagerada idea del logro de Horatio Algores*. Ambas críticas de la cultura juvenil contemporánea interpretan la inocencia juvenil en clave nostálgica, blanca, de clase media, estática y pasiva. En estos comentarios, se niega a los niños la capacidad de actuar, y éstos viven con una funesta necesidad de protección del mundo adulto. Da la sensación de que, en cuanto tales, los jóvenes viven fuera de la esfera política, con todas las consecuencias que ese terreno distante conlleva para contemplar a los niños en el seno de las diversas fuerzas sociales, culturales y económicas que constituyen la sociedad adulta, en vez de apartados de las mismas. Aún más importante es el hecho de que esta idea selectiva de inocencia no tiene casi nada que decir acerca de una generación de jóvenes pobres y negros, que no ostentan el privilegio de definir sus problemas en esos términos tan estrictos y para quienes los reducidos límites entre la infancia y la edad adulta amenazan peligrosamente su vida y su bienestar. Por ejemplo, a medida que aumenta la guerra contra los jóvenes, los políticos como Jim Pitts, un legislador republicano por Texas, han tratado de aprobar leyes que apliquen la pena de muerte a niños de hasta 11 años. Esas leyes están dirigidas contra los chicos pobres, que viven en un mundo en el que su problema más gra-
^^ Una invectiva casi histérica contra el uso que hacen los estudiantes de internet y los videojuegos puede verse en: John Leland: "The Secret Life of Teens", Newsweek, 10 de mayo de1999,págs. 45-50. ^' Véase un importante comentario sobre los recientes ataques públicos contra los nuevos medios electrónicos de comunicación y su influencia sobre los jóvenes, en especial a la luz de 3. tragedia de Littleton, en: Henry Jenkins: "Testimony Before the U.S. Senate Committee", 4 de mayo de 1999. ^^ David EIkind: "The Social Determination of Childhood and Adolescence", pegs. 48-50. * Horatio Alger (1834-1899) fue, en su época, un famoso escritor estadounidense de novelas para jóvenes, cuya filosofía, muy acorde con los proclamados ideales norteamericanos, DOdría resumirse en: "lucha y vence" o "lucha y alcanza el éxito". (N. del T.) © Ediciones Morata, S. L.
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ve no es, desde luego, tener que hacer una cantidad excesiva de tareas para casa. Por el contrario, estos chicos viven con el temor cotidiano de que los encarcelen y con los problemas continuos de no tener suficiente comida, un alojamiento adecuado o asistencia médica. Excluidos de la mayor parte de los apoyos sociales patrocinados por el Estado y de los espacios públicos, los jóvenes latinos y negros soportan el peso de una sociedad adulta que los considera desechables y una amenaza para la vida de la clase media, o bien los cosifica mediante una lógica comercial en busca de un nuevo nicho de mercado. Cuando la idea romántica de la inocencia del siglo xviii pierde su relevancia, la infancia se reinventa, en parte a través de los intereses del capital empresarial. El mito del niño inocente como "objeto de adoración se ha convertido con excesiva facilidad en el concepto del niño como objeto y, después, en la comercialización del niño como un bien de consumo"2®. Se ha demostrado que el capital es lo bastante fuerte para renegociar lo que significa ser niño y para hacer de la inocencia una categoría comercial y sexual. De este modo, la fuerza del capital debilita o contrarresta las leyes sobre el trabajo infantil y los derechos educativos de los niños.
La cultura empresarial y la apropiación de la inocencia Es momento de reconocer que los verdaderos tutores de nuestros hijos no son ios maestros ni los profesores universitarios, sino los cineastas, ios ejecutivos de la publicidad y los proveedores de cultura pop. Disney hace más que Duke, Spielberg pesa más que Stanford, la cadena de televisión MTV triunfa sobre el MIT. (Benjamin R. Barber: "More Democracy! More Revolution!") El ascendiente de la cultura empresarial ha creado también las condiciones en las que los adultos pueden exhibir lo que una redactora de The Nation, Annette Fuentes, llama una "visión acida, casi odiosa, de la gente joven" ^o. Por ejemplo, un informe de Public Agenda* de 1997, "Kids These Days: What Americans Really Think About the Next Generation"**, se hace eco de los temores, cada vez mayores, de los adultos con respecto a los jóvenes y de su desprecio hacia ellos ^^ El informe manifiesta que dos tercios de los adultos
^^ Higonnet: Pictures of Innocence, pág. 194. 30 Annette Fuentes: 'The Crackdown on Kids", The Nation, 15/22 de junio de 1998, pág. 21. * Public Agenda es una organización de investigación de la opinión pública y de educación ciudadana, no partidista y sin ánimo de lucro, fundada en 1975 por Daniel Yankelovich, clenti'fico social, y Cyrus Vance, ex secretario de estado de los Estados Unidos. Tiene su sede en Nueva York. Su dirección en internet es: http://www.publicagenda.org/ (A/, del T.) ** "Los chicos de nuestros días: ¿Qué piensan realmente los norteamericanos sobre la generación siguiente?" (A/, del T.) 3^ Steve Farkas y Jean Johnson: Kids These Days: What Americans Really Think About the Next Generation, informe de Public Agenda, patrocinado por Ronald McDonald House Charities y el Advertising Council, 1997, págs. 1-13. © Ediciones Moraía, S. L.
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encuestados creían que los jóvenes de hoy eran rudos, irresponsables y salvajes. Otro 58% pensaba que, cuando sean mayores, los jóvenes harán del mundo un lugar peor o no mejor. Por desgracia, esas ideas no se limitan a los hallazgos de instituciones de investigación conservadoras. El ex senador Bill Bradley (demócrata, por Nueva Jersey), un destacado portavoz libera), refuerza la satanización actual de la juventud al decir que los Estados Unidos están "en peligro de abandonar a una generación de jóvenes a un estilo de vida autocompasivo y autodestructivo" ^2. Ninguna de estas posturas llama la atención sobre lo que el profesor Henry Jenkins, del MIT, llama "la dinámica del poder entre niños y adultos" 3^. Cuando los adultos invocan el mito de la "inocencia infantil" para describir la vulnerabilidad de los chicos de la clase media, mencionan como amenazas fundamentales el acoso infantil, la pedofilia y los peligros sexuales de internet 3"^. Este tipo de comentarios asume que la amenaza a los chicos de la clase media procede del exterior de las formaciones sociales en cuyo interior viven, de fuerzas que están más allá de su control. No pretendo decir que los pedófilos y los secuestradores no sean amenazas reales (aunque el peligro que suponen se exagera hasta el ridículo); sólo quiero señalar que la imagen del pedófilo se convierte en una excusa adecuada para ignorar el papel que en realidad desempeñan los valores de la clase media y las formas institucionales en cuanto amenaza a la salud y el bienestar de todos los niños. Esta presunta amenaza a la inocencia infantil obvia la contradicción entre la preocupación adulta por la seguridad de los niños y la realidad de la forma cotidiana en que éstos son tratados por los adultos. La mayor parte de la violencia dirigida contra los niños la ejercen los adultos; se incluyen aquí entre 2.000 y 3.000 casos de chicos, muchos de ellos de clase media, asesinados cada año por miembros de su familia o amigos. Es más, se habla demasiado poco tanto de una cultura empresarial que hace de los cuerpos de los niños un espectáculo constante como de los motivos de determinadas industrias que tienen un interés especial en la promoción de tales exhibiciones. La historiadora del arte Ann Higonnet aborda esta cuestión diciendo que "la sexualización de los niños no es un fenómeno marginal perpetrado por pervertidos contra una sociedad que protesta, sino un cambio fundamental promovido por industrias en regla y millones de consumidores satisfechos"^^. No se trata de que la cultura empresarial del milenio se interese sólo por la conversión de los niños en bienes de consumo o por su sexualización; se trata, más bien, de subrayar la influencia que la cultura empresarial ejerce en la redefinición de los términos mediante los que se nombran, comprenden y tratan las experiencias e identidades de los niños. Por supuesto, las industrias también tienen públicos, pero la promoción que la cultura empresarial hace 3^ Bradley, citado en: Males: Framing Youth, pág. 341. ^^ Jenkins: "Introduction: Childhood Innocence and Other Myths", pág. 23. ="* James R. Kincaid: Child-Loving: The Erotic Child and Victorian Culture. Nueva York: Routledge, 1992. 35 Higonnet: Pictures of Innocence, pág. 153. ©
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de la sexualización de los niños como guiño publicitario para satisfacer a consumidores y accionistas ha debilitado la diferencia entre infancia y adultez. Cuando se reconoce en la conciencia pública que los niños no son del todo pasivos ni inmunes y, en realidad, pueden imitar el comportamiento adulto, se invocan como espectáculo mediático las imágenes de los chicos de clase trabajadora, latinos y negros. Su comportamiento aberrante se atribuye invariablemente a las irresponsabilidades de las madres trabajadoras, el abuso creciente de drogas y otras presuntas corrupciones de la moralidad al uso en la cultura de la clase trabajadora. Sin embargo, no suele mencionarse la violencia perpetrada por los valores de la clase media y las formaciones sociales —como el consumo ostentoso, la conformidad, el esnobismo y el ostracismo— que reproducen las exclusiones raciales, clasistas y de género. Tampoco suele hablarse de la medida en que los valores de la clase media justifican y regulan las jerarquías culturales que degradan a los grupos marginados y refuerzan las desigualdades raciales y económicas. En vez de afrontar las limitaciones y sesgos de los valores de la clase media, los conservadores luchan contra el estado de bienestar, desmontan muchos programas importantes de servicios a la infancia y promueven políticas y fusiones económicas que facilitan la reducción del tamaño de las empresas, sin que el partido demócrata oponga mucha resistencia. Es más, los medios nacionales de comunicación no suelen reconocer ni criticar estas fuerzas presentes en la cultura norteamericana que destruyen la idea de la educación como un bien público o los desastrosos efectos que puede producir la política educativa conservadora sobre las familias de clase trabajadora y sus hijos. De modo semejante, los medios dominantes de comunicación invocan la cultura popular como amenaza contra la pureza de los niños, pero no las empresas que la producen y la regulan. Consideremos las siguientes contradicciones: se sostiene que la pornografía por internet es un peligro inmanente para la inocencia infantil, pero nada se dice de las empresas y sus accionistas de clase media que convierten sin descanso en bienes de consumo y sexualizan los cuerpos, los deseos y las identidades de los niños con el fin de obtener unos beneficios. Los críticos de los medios de comunicación de mayor presencia que se centran en la desaparición de la infancia no se cansan de decir que la mayor amenaza contra la inocencia infantil proviene de la música rap y no de conglomerados mediáticos como Time-Warner {que produce a muchos artistas de rap). General Electric, Westinghouse o Disney^^. La apropiación de la inocencia y la pureza infantiles que lleva a cabo la cultura empresarial no suele ser objeto de debate serio, mientras que empresas como Calvin Klein comercian con el atractivo de la inocencia infantil, explotando su potencial sexual con el fin de vender colonia, ropa interior y ropa vaquera. Ciertas revistas superficiales y de altos vuelos presentan a niñas de 14 años, al estilo de Lolita, como las supermodelos y símbolos sexuales más
36 Véase un excelente análisis de la cultura empresarial y su papel en la sociedad estadounidense en: Charles Derber; Corporation Nation. Nueva York: St. Martin's Press, 1998. ©
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recientes, mientras que Madonna aparece fotografiada en las páginas centrales de un número de Vanity Fair de 1992 con coletas y un maquillaje sensual: una evidente bebé-mujer erótica2''. En estos casos de estafa empresarial, la resonancia emocional de la inocencia infantil se carga eróticamente cuando se recontextualiza en la esfera comercial. Muchos críticos consideran que esas imágenes son una prueba más de que los niños están siendo atacados. Les preocupa menos la continua expansión de la cultura empresarial a todas las facetas de la cultura infantil de lo que les alarma la creciente sexualización de la cultura popular, con su celebración de la "indecencia" producida por el gangsta rap* (y su aparente vindicación de una industria músico-videográfica sexualmente cargada) y su potencial para incitar la presencia siempre cercana de los pedófilos. Pero las imágenes que crean ese desasosiego no se limitan a la amenaza que se percibe cercana contra la cultura dominante, constituida por los pedófilos Y los artistas del rap. Por el contrario, la amenaza a la inocencia y a la infancia adopta muchas formas. La cultura comercial ha eliminado la infancia de la discusión cívica sobre los derechos, la responsabilidad pública y la igualdad y la ha transformado en un bien de consumo. Por ejemplo, en un interminable conjunto de anuncios de los medios de comunicación de masas, la inocencia se reduce a un tropo estético o psicológico que anima a los adultos a buscar su "niño interior", a adoptar modas adolescentes y a comprar toda una serie de servicios pensados para hacerles parecer más jóvenes. Este tipo de infantilización adulta les permite identificarse con los jóvenes, al mismo tiempo que vacía la adultez de sus responsabilidades políticas, económicas y sociales y de sus funciones formativas. Demasiados adultos se basan en el lenguaje comercial de la autoayuda y de la formación de la personalidad para alimentar su propia obsesión por ellos mismos, al tiempo que pasan por alto los problemas sociales que crean a los chicos, en especial a los que se encuentran en peor situación en virtud de su clase social, género o raza. Esa indiferencia permite a los adultos imponer a los jóvenes las exigencias y responsabilidades que ellos abandonan. Al final del siglo xx, la infancia no se acaba como categoría histórica y social; simplemente, se la ha transformado en una estrategia de mercado y en una estética de moda para expandir las necesidades que, en cuanto consumidores, tienen los adultos privilegiados que viven en una cultura de mercado en la que no caben muchas preocupaciones con respecto a las consideraciones éticas, los espacios no comerciales o las responsabilidades públicas. La inocencia infantil ya no inspira a los adultos para luchar por los derechos de los niños, activar reformas que inviertan en su futuro o les proporcionen "las
^'' Me baso aquí en el excelente comentario sobre la sexualización de la juventud en: Higonnet: Pictures of Innocence, pág. 154-155. * El gangsta rap es una clase de música rap cuyas letras hacen referencia directa a las bandas urbanas, la violencia, el empleo de drogas y la degradación de las mujeres. (N. del T.) © Ediciones Morata, S. L.
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herramientas para realizar sus propios planes políticos o para participar en la producción de su propia cultura" 2^. En cambio, a medida que se incrementa la comercialización de la cultura, el único tipo de ciudadanía que ofrece la sociedad adulta a los niños es la del consumismo. Al mismo tiempo, se espera que los niños actúen como adultos, aunque las exigencias que se planteen a distintos grupos de chicos sean diferentes. A menudo, cuando se les pide que asuman unas responsabilidades enormes, responden imitando y emulando los comportamientos de los adultos, condenándoseles entonces por apropiarse de ellos. Por supuesto, cuando los chicos blancos privilegiados imitan la conducta adulta destructiva, esos actos suelen tratarse como aberraciones. Sin embargo, cuando lo hacen los chicos marginados, se convierte en un problema social del que son tanto la causa radical como las víctimas. Al mismo tiempo, los jóvenes que se niegan a imitar la indiferencia social y política de los adultos y, de hecho, asumen un conjunto de cuestiones y responsabilidades sociales importantes suelen ser marginados o ignorados ^^. Los comentarios recientes sobre los jóvenes contemporáneos olvidan, en gran medida, que lo que está cambiando, si no desapareciendo, son los vínculos sociales productivos entre adultos y niños. El tan traído y llevado concepto de infancia de nuestros días destaca hasta qué punto sigue la sociedad adulta una idea de responsabilidad social empobrecida, desde el punto de vista ético, sobre todo en cuanto a la forma de definir los adultos sus relaciones con los jóvenes. Esto se pone en evidencia ante las formas de comercialización a las que se somete cada vez más la infancia, en la renuncia a hacer inversiones sociales en los niños y en los esfuerzos cada vez mayores para debilitarlos y contenerlos. Las representaciones de los jóvenes al uso, que van desde presentar a los chicos como una amenaza para la sociedad hasta mostrarlos indefensos frente a la influencia corruptora de la todopoderosa cultura popular, sirven a menudo para eliminar cualquier sentido productivo de la capacidad de actuar de los jóvenes, dando pocas posibilidades de analizar cómo experimentan y
^8 Jenkins; "Introduction; Childhood Innocence and Other Myths", pág. 30. ^^ Véase un excelente comentario sobre cómo construyen los adultos una serie de mitos para indicar que es necesario contener a los niños para que no emulen las peores conductas de los adultos en: Mike Males: Framing Youth. Véase también el perspicaz comentario de Ann Powers sobre las diversas maneras que emplean los jóvenes para desafiar esos estereotipos y hacer un número enorme de aportaciones diversas a la sociedad, manifestando su propio sentido de su capacidad individual y colectiva de actuar, y las contribuciones sociales al mundo en general. Me estoy refiriendo aquí a: Ann Powers: "Who Are These People, Anyway?", New York Times, 29 de abril de 1998, págs. 1, 8. Con respecto a una compleja interpretación de la juventud que destruye por completo muchos de los estereotipos que circulaban sobre los jóvenes, que contemplan un mundo adulto que castiga a los chicos por su presunta imitación de la conducta adulta, emulando la violencia, véase: Jenkins: "Introduction: Childhood Innocence and Other Myths", págs. 1-37. Véase una excelente recopilación sobre la historia de las culturas de los jóvenes en: Joe Austin y Michael Nevin Willard (eds.): Generations of Youth. Nueva York: New York University Press, 1998. © Ediciones Morata, S. L.
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median en realidad los niños sus relaciones con los demás o con los adultos. En el clima posterior a los sucesos de Littleton, el pánico moral y el miedo sustituyen a la comprensión crítica, y permiten proclamar a los expertos de los medios de comunicación, como Barbara Kantrowitz y Pat Wingert, en un artículo de A/ewsiveeA^que los jóvenes blancos de los barrios residenciales de extrarradio tienen un lado oscuro y que, en general, la cultura de los jóvenes representa "El señor de las moscas" a gran escala'*°. Esas representaciones no sólo reducen la complejidad de la vida de los niños, sino que también eliminan cualquier comprensión de cómo las relaciones de poder entre adultos y jóvenes operan en contra de muchos niños. Al mismo tiempo, el discurso de esperanza se sustituye por la retórica del escepticismo y el desdén. A medida que los ataques actuales contra los jóvenes se hacen más expansivos, extendiéndose más allá del centro de las ciudades, van acompañados por numerosos filmes, libros y representaciones mediáticas que se centran en la cultura juvenil de una manera que se hubiese considerado socialmente irresponsable hace veinte años. Películas como Caramelo asesino. Juego de campeones. Diez razones para odiarte y Crueles intenciones alaban sin cesar a unos chicos salvajes, que actúan a impulsos de testosterona e infantilizados, en la cumbre de la jerarquía de una escuela represiva, o a unas chicas tan banales como ellos, pero también implacables, arrogantes y sexualmente manipuladoras, a quienes les falta muy poco para ser unas psicópatas de sangre fría. Las películas como Election tienen gran resonancia en el gran público que considera que cada vez hay más chicos blancos, de barrios residenciales suburbanos, estúpidos, egocéntricos hasta la neurosis o sexualmente desviados. Estas películas refuerzan la idea de que esos chicos tienen necesidad de tratamiento médico, controles estrictos o supervisión disciplinaria. Es más, estos ataques complementan y justifican aún más la reacción racista contra los jóvenes de las minorías que ha ido cobrando mayor auge en la sociedad norteamericana en la última década del siglo xx"*^. En la cultura popular, esta reacción puede verse en películas de Hollywood como El sustituto. Kids (Vidas perdidas) y 187, código de muerte, que se basan en el supuesto de que los chicos morenos, negros y pobres no son sólo una amenaza, sino un peligro público para la idea blanca y de clase media de la inocencia infantil y de la sociedad, porque llevan consigo la criminalidad, la corrupción, la sexualidad desenfrenada y la degeneración moral. En estas películas, no sólo se sataniza a los jóvenes, sino que son marcados como desechables, literalmente asesinados como parte de una operación de "limpieza" para hacer que las escuelas públicas y las calles de las ciudades sean lugares seguros para una población adulta de clase media y en gran parte blanca cuyos bienestar y seguridad están presuntamente asediados.
'^° Barbara Kantrowitz y Pat Wingert: "How Well Do You Know Your Kid?", Newsweek, 10 de mayode 1998, pág. 39. "^ He tratado extensamente esta cuestión en: Giroux: Fugitive Cultures, y Giroux: Ctiannel Surfing. ©
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Cuando se renegocia la línea divisoria entre la infancia y la adultez, la idea de la inocencia infantil sirve de referente histórico y social para comprender que el pánico moral actual con respecto a los jóvenes depende sobre todo de la crisis de la misma sociedad democrática y de su capacidad decreciente de ofrecer a los niños las oportunidades y recursos sociales, culturales y económicos que necesitan para sobrevivir y prosperar en esta sociedad. En ese clima perverso, la inocencia es algo más que un suelo fértil para una máquina mediática que legitima cada vez más el rostro cultural del poder empresarial. El mito de la inocencia es también la retórica de la elección de políticos y académicos que se basan en ella para criticar a las madres sin pareja, a las familias de gays y lesbianas, la herencia de la década de 1960, la cultura popular y a los mismos chicos. Las preocupaciones públicas por la pérdida de la inocencia infantil hacen que, a veces, se considere a la juventud como un recurso valioso que haya que alimentar y proteger; sin embargo, es más frecuente que la retórica de la inocencia desplace este importante sentido de la responsabilidad adulta y contemple la inocencia como algo muy excluyente. De ese modo, se traza una divisoria entre los chicos dignos de la protección adulta y los que quedan fuera del manto protector de la compasión y la preocupación adultas. No obstante y cada vez más, los chicos que quedan bajo ese manto protector padecen una pérdida de su capacidad de actuar en aras de la protección que les brinda la autoridad adulta. En esta perspectiva, la inocencia tiene poco que ver con la potenciación de los jóvenes, con el estímulo a los adultos para que sean más autocríticos respecto a su forma de ejercer el poder sobre los jóvenes o con la oferta a éstos de ambientes que los apoyen y en los que puedan producir sus propias experiencias culturales. La inocencia tiene una política que está menos definida por la conciencia de la necesidad de que los adultos inviertan en el bienestar de los jóvenes o reconozcan sus notables logros, que por la creciente distancia entre la proclamada preocupación pública por la suerte de los jóvenes y las deterioradas situaciones en las que muchos viven. El estado de deterioro de los niños norteamericanos puede apreciarse en el número creciente de los que viven en la pobreza —el 20,5% de todos los niños—, en el gran número de niños sin vivienda asequible —más de 6,8 millones—, así como en el gran número de niños norteamericanos que carecen de seguro médico. Según un estudio de 1998 del Children's Defense Report, desde 1996 han aumentado todas estas cifras. En los Estados Unidos, no sólo hay 20 millones de niños que viven en la pobreza, sino que los Estados Unidos se sitúan en la mitad inferior de los países occidentales industrializados en cuanto a la prestación de servicios de apoyo a las familias. Cuando se observa la situación prescindiendo de la lógica del mercado, parece que incluso los términos del debate sobre los niños se basan en el engaño. Para muchos comentaristas y políticos que proclaman en voz alta que la inocencia está sometida a ataques, lo que está en juego no es el bienestar de los niños. Más bien, añoran una visión mítica de la nación, la ciudadanía y la comunidad que se proyecta en gran medida en otro tiempo y en © Ediciones Morata, S. L.
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Otro lugar, cuando se protegían los valores de la clase media blanca de los males de la cultura popular, de la naturaleza mutable de la mano de obra y del aumento de la inmigración. Este discurso presenta nada menos que todo un relato bíblico de la inocencia infantil y su caída, en el que la juventud aparece como una categoría unlversalizada, la historia parece quedar al abrigo de la contaminación de fuerzas contradictorias y la sociedad adulta adquiere el brillo nostálgico de un cuadro de Andrew Wyeth. A menudo, este discurso nostálgico delata la mala fe de los adultos que dicen actuar en beneficio de los jóvenes, como se puso de manifiesto con toda claridad en la controversia sobre la juventud, la violencia en las escuelas y la cultura popular, a raíz de los acontecimientos de Littleton. Por ejemplo, en el noticiario de televisión de la Fox, el líder de la mayoría de la Cámara de Representantes, Tom Delay (republicano por Texas), utilizando vergonzosamente la tragedia para fomentar su propio plan conservador, manifestó que una respuesta a la matanza de la escuela consistiría en reintroducir a Dios en las aulas. El exsecretario de Educación, William Bennett, arremetió contra una moda popular juvenil conocida como "cultura gótica" o "los góticos" (una subcultura que se caracteriza por la ropa negra, la música industrial, un maquillaje pálido y labios pintados de negro) y utilizó la tragedia de Littleton como plataforma para denigrar la cultura popular, reforzando la idea de que los chicos "diferentes" merecen ser despreciados y ridiculizados. Parecía olvidar que muchos estudiantes de Littleton sentían que ese desprecio y ese ridículo contribuyeron a fomentar el ambiente escolar hostil que exacerbó la furia reprimida de los asesinos. Ni DeLay ni Bennett dijeron nada acerca de que esos ataques excluyen aún más a los jóvenes ni dieron un testimonio amplio que revelara que, en general, los adultos muestran poco interés por escuchar los problemas de los chicos en la escuela o por interpretar sus experiencias ajenas a los valores sociales tradicionales. La mayoría de los adultos tampoco presta atención al hecho de que la cultura de internet, los videojuegos, el rock industrial, las partidas de gladiadores en ordenador y las modas unisex constituyen recursos importantes para que los chicos desarrollen sus propias identidades culturales y su sentido de la acción social. DeLay y Bennett tampoco dijeron mucho acerca de aprobar leyes que erradiquen la pobreza que reina entre muchos niños, acaben con el acceso de éstos a las armas de fuego e inviertan la tendencia al aumento del gasto en la construcción edificando cada vez más cárceles. Estas tres cuestiones problemáticas limitan las oportunidades educativas y laborales de muchos jóvenes, sobre todo los de las clases menos favorecidas. Hay aquí más cosas en juego que el vocabulario crítico que se utiliza para entender la postura que adoptan los jóvenes dentro del orden social vigente; los autores se niegan también a hablar de la participación cada vez más frecuente de las instituciones básicas de la sociedad adulta en una cultura de la violencia más preocupada por los beneficios económicos que por las necesidades humanas y el bien público. La sociedad adulta está obsesionada con la juventud, pero se niega a ocuparse de lo que supone defender a los jóvenes, invertir en su bienestar y ofrecerles las oportunidades adecuadas para convertirse en adultos felices. ©
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Ciertos autores, como el sociólogo Mike Males, dicen que el final de la década de 1990 representa "el período más antijuvenil de la historia norteamericana'"'^. James Wagoner, presidente de la organización de servicios sociales Advocates for Youth, dice que "de manera casi universal, se ha presentado a los jóvenes como un conjunto de problemas que debe afrontar la sociedad: delincuencia juvenil, embarazos adolescentes, uso de drogas'"*^. Ambas personas señalan que, en las dos últimas décadas, la sociedad norteamericana ha sufrido un profundo cambio, en cuanto a su forma de ver a los jóvenes y en el modo de tratarlos''''. En la base de este cambio hay una serie de problemas sociales que no suelen comentarse ni analizarse críticamente, como el racismo, la pobreza, el desempleo y el desmantelamiento de los servicios de asistencia infantil. Aunque parece que los jóvenes inquietan a muchos adultos, éstos no se preocupan de escuchar sus necesidades ni de solventar sus problemas. El modo de tratar nuestra sociedad a los jóvenes y su forma de equilibrar las necesidades de las empresas y los valores democráticos pueden apreciarse en la contradicción entre la retórica de la inocencia de la infancia y la realidad de desesperanza y sufrimiento a la que se enfrentan a diario muchos niños. A continuación, quiero destacar la relación entre los ataques actuales contra los jóvenes y la responsabilidad de los educadores ante esta crisis. De este modo, resalto la necesidad de que los educadores conecten su trabajo con la tarea política de hacer que la investigación, la enseñanza y el aprendizaje formen parte de la misma dinámica del cambio democrático.
La pedagogía pública y la responsabilidad de los intelectuales ¿Qué representamos? ¿A quién representamos? ¿Somos responsables? ¿Para qué y ante quién? Si hay una responsabilidad universitaria, comienza, al menos, en el momento en que se impone la necesidad de escuchar estas preguntas, hacerlas nuestras y responder. Este imperativo para responder es la forma inicial y el requisito mínimo de la responsabilidad. Jacques Derriba: "Mochlos; or the Conflict of the Faculties". Las últimas décadas han sido una época de crisis general en la vida universitaria. Las cuestiones relativas al sentido y la finalidad de la educación superior, la naturaleza cambiante de lo que se entienda por saber en una sociedad multicultural, las crecientes discrepancias entre el mal remunerado
*2 Males: Framing Youth, págs. 8-9. ''^ Citado en: Powers: "Who Are These People, Anyway?", pág. 8. '** Un índice que mide ia calidad de vida de los niños afirma que la salud social de estos está en su punto más bajo en veinticinco años. Véase: 1996 Index of Social Health. Nueva York: Fordham Institute for Innovation in Social Policy, 1996, pág. 6. Véase también: Sylvia Ann Hewlett y Cornel West: The War Against Parents. Nueva York: Houghton Mifflin, 1998. ©
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profesorado adjunto y los ayudantes graduados, la creciente orientación de la universidad hacia la preparación profesional —con su interés por el aprendizaje de las destrezas de carácter empresarial—, las luchas por la discriminación positiva y la intensificación de los conflictos relativos al lugar de la política en la enseñanza han exacerbado las tensiones tradicionales dentro de la comunidad universitaria y entre la universidad y la sociedad. Como indica la cita anterior, Jacques Derrida, el filósofo francés, plantea oportunamente unas preguntas fundamentales, no sólo para los profesores universitarios, sino para todos los educadores y padres. En respuesta a la actual crisis de la universidad, he tratado de considerar los vínculos fundamentales entre el saber y el poder, las prácticas de enseñanza y sus efectos, la autoridad y la responsabilidad cívica. He señalado en otro lugar que la cuestión sobre lo que enseñan los educadores es inseparable de lo que significa invertir en la vida pública, situarse uno mismo y a los estudiantes que están a nuestro cargo en un diálogo público. En este razonamiento, está implícito el supuesto de que las responsabilidades de los educadores no pueden separarse de las consecuencias del saber que producen, las relaciones sociales que justifican y las ideologías que divulgan''^. En el mejor de los casos, el trabajo educativo responde a las preguntas y cuestiones suscitadas por las tensiones y contradicciones de la vida pública y los intentos de comprender e intervenir en problemas específicos que emanan de los contextos materiales de la existencia cotidiana. El trabajo educativo es, al mismo tiempo, inseparable de la política cultural y participante en ella porque, en el ámbito de la cultura, se forjan las identidades, se activan los derechos ciudadanos y se desarrollan las posibilidades de traducir actos de interpretación en formas de intervención. En este discurso, la "pedagogía" está relacionada con la vinculación de la construcción del saber con cuestiones de ética, política y poder. Para hacer más pedagógica la política, hace falta que los educadores se ocupen de cómo se desarrolla la acción dentro de unas relaciones marcadas por el poder; es decir, de cómo configuran los mismos procesos de aprendizaje los mecanismos políticos a través de los cuales se producen las identidades, se movilizan los deseos y las experiencias adquieren formas y significados específicos. Esta definición amplia de pedagogía no se limita a lo que ocurre en las formas institucionalizadas de escolarización; abarca todas las relaciones que los jóvenes imaginan suyas en el mundo. Por tanto, para comprender y superar los ataques a ia juventud que se producen en nuestros días, los educadores tienen que reflexionar sobre las dinámicas interrelacionadas de la política, la cultura, el poder y la responsabilidad, y redefinir su propio papel político. Los educadores y los demás adultos tienen que percatarse de que las fuerzas políticas, económicas y sociales que satanizan a los jóvenes y redu-
-5 Henry A. Giroux: Border Crossings. Nueva York: Routledge, 1992 (Trad, cast.: Cruzando evites. Trabajadores culturales y políticas educativas. Barcelona. Paidós, 1997.), y Henry A. Groux: Pedagogy and the Politics of Hope. Boulder: Westview Press, 1997. © Ediciones Morata, S. L.
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cen la financiación de los servicios públicos para los jóvenes también afectan a las escuelas y universidades públicas. La creciente influencia del poder empresarial en la mercantilización de la juventud y la eliminación de las esferas no comerciales en las que los jóvenes se encuentran y desarrollan una sensación de acción y autonomía está relacionada, sin duda, con (os intentos de la cultura empresarial para someter las instituciones de educación pública y superior a los imperativos del mercado. Es más, la prolongada devaluación de la educación como bien público pone de relieve la necesidad de que los educadores trabajen juntos para reivindicar las escuelas como esferas democráticas públicas. En esta lucha, es crucial el reconocimiento de que el acto de reivindicación no puede separarse de las luchas económicas, culturales y sociales más generales que afectan a las vidas de muchos jóvenes. No estoy diciendo que los educadores deban separar lo académico y lo político, el ejercicio de la política institucional de la política cultural, sino que deben buscar formas de conectar la política de la escolarización con las luchas políticas que tienen lugar en múltiples esferas e instituciones sociales'*^. En este contexto, la política cultural se construye en respuesta a las demandas de los contextos institucionales de la escolarización —con todas sus diferencias— y a las demandas y compromisos prácticos más amplios que apuntan al cambio de las estructuras ideológicas e institucionales que oprimen a diario a los jóvenes y a la resistencia a las mismas. La política cultural cuestiona la insistencia exclusiva de la cultura empresarial en el bien privado, y vuelve a conectar la teoría de la educación y la crítica con una idea del bien público que vincula la democracia en la cultura con la democracia en el dominio más amplio de la historia pública y la vida ordinaria. Definida en sentido amplio, en esta perspectiva, la cultura destruye la división entre la cultura de élite y la cultura popular y extiende el alcance de lo que constituye un objeto serio de aprendizaje desde la biblioteca y el museo hasta los medios de comunicación de masas y la cultura popular. Del mismo modo, la política de la cultura no sólo reconstituye y cartografía cómo se produce el significado, sino que investiga también las conexiones entre los discursos y las estructuras del poder material, la producción del saber y los efectos que tiene cuando se traslada a la vida cotidiana. Sin embargo, antes de que los educadores puedan volver a reflexionar lo que significa establecer conexiones con las formaciones populares, extramuros de las instituciones educativas formales, tendrán que analizar la fuerza de las estructuras institucionales e ideológicas que configuran sus propias vidas. Los educadores críticos tienen que ocuparse de lo que significa ejercer la autoridad desde sus propias posiciones y experiencias académicas, asumiendo el reto de poner el saber al servicio de una democracia más realizada. Hacer esto exige redefinir la relación entre teoría y práctica, con el fin de cuestionar el legado formalista de la teoría, que, a menudo, la abstrae de los
'^'^ Giroux: Border Crossings. (Trad, cast.: Cruzando límites. Trabajadores culturales y políticas educativas. Barcelona. Paidós, 1997.) © Ediciones Morata, S. L.
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problemas concretos y la dinámica del poder. En este sentido, la teoría se reduce a una forma de teoreticismo, una ocurrencia en la que la producción del discurso teórico se convierte en un fin en sí misma, una simple expresión del lenguaje separada de la posibilidad de cuestionar las estrategias de dominación. En vez de salvar la distancia entre las prácticas públicas y los debates intelectuales o de implementar proyectos políticos que combinen estrategias de comprensión y participación social, a menudo la teoría se convierte en un fin para el avance profesional. Separada de las luchas concretas y de los debates públicos más generales, con frecuencia la teoría otorga más importancia a la pericia retórica y al ingenio que la tarea políticamente responsable de cuestionar la inercia de las ideas del mundo de sentido común, abriendo posibilidades para nuevos enfoques de la reforma social u ocupándose de los problemas sociales más urgentes a los que tienen que hacer frente los jóvenes. Del mismo modo, en muchos enfoques liberales y críticos de la educación, la política del significado sólo es relevante en la medida en que se separe de una política amplia de participación. La lectura de textos se elimina de los contextos sociales y políticos más amplios y sólo se ocupa de cuestiones de poder dentro de una política de representación. Esas lecturas sirven, en gran medida, para celebrar una textualidad que se ha reducido a un formalismo sin vida y a la afirmación de la indeterminación como una estética transgresora. Se pierde aquí cualquier semblanza de un proyecto político radical que, como señala George Lipsitz, "se base en el estudio de prácticas culturales concretas y... comprenda que las luchas por el significado son, inevitablemente, luchas por los recursos"'*''. Al no conectar el estudio de los textos con los intereses de expandir los objetivos de la justicia económica, las campañas por los derechos de los niños, las visiones democráticas radicales y la oposición a las políticas antibienestar y de inmigración, muchos educadores conciben la política como algo en gran medida figurativo o abstractamente teórico"^. Pierden también la crucial oportunidad de establecer conexiones entre los análisis de las representaciones y estrategias de participación política, es decir, no utilizan las lecturas críticas de los textos como "vías para un análisis más extenso de las formaciones históricas"''^. Para ocuparse de los problemas de la juventud, el trabajo educativo riguroso tiene que responder a los problemas del mundo exterior, centrándose en cómo dan sentido los jóvenes a sus posibilidades de actuar dentro de las "^ George Lipsitz: "Listening to Learn and Learning to Listen: Popular Culture, Cultural Theory, and American Studies", American Quarterly 42:4, diciembre de 1990, pág. 621. "^ Digo esto en contra de los educadores que se ocupan de las cuestiones de la diterencia, tratándolas casi por completo en términos de identidad y subjetividad, al tiempo que ignoran las cuestiones relativas al materialismo y el poder, relacionadas con aquéllas. Véase: Henry A. Giroux: Impure Acts: The Practical Politics of Cultural Studies. Nueva York: Routledge, de próxima aparición. "^ Richard Johnson: "Reinventing Cultural Studies: Remembering for the Best Version", en: Elizabeth Long (ed.): From Sociology to Cultural Studies. Maiden, Mass.: Basil Blackwell, 1997, página 465. © Ediciones Morata, S. L.
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relaciones de la vida cotidiana, regulada por el poder. La motivación para el trabajo erudito no puede ser estrictamente académica; ese trabajo debe conectar con "las cuestiones sociales y políticas de la vida real en la sociedad"^°. Esto exige, en parte, que los educadores afronten las consecuencias prácticas de su trabajo en la sociedad, mientras establecen al mismo tiempo conexiones con las formas institucionales y las esferas culturales, con demasiada frecuencia ignoradas, que sitúan a los jóvenes e influyen en ellos dentro de las relaciones desiguales de poder. Es más, los educadores críticos deben reconocer que las formas de dominación que recaen sobre los jóvenes son institucionales y culturales y que una no puede separarse de la otra. Dentro de este enfoque, los efectos de la dominación no pueden eliminarse de las situaciones educativas en las que se aprende, apropia o cuestiona esa conducta. El análisis de la relación entre la cultura y la política requiere también que los educadores críticos abracer] ¡as condiciones simbólicas y materiales que estructuran las diversas formaciones sociales en las que los jóvenes se experimentan a sí mismos y sus relaciones con los demás. Es decir, cualquier forma viable de política cultural debe afrontar las maquinarias institucionales de poder que promueven la pobreza infantil, la violencia, el desempleo, la brutalidad policial, la violación, el abuso sexual y el racismo. Sin embargo, esto no basta. Los educadores deben cuestionar también las pedagogías culturales que producen significados específicos, inversiones de carácter afectivo y deseos que legitiman y garantizan actos de dominación dirigidos contra los jóvenes. Los educadores deben hacer algo más que limitarse a entrevistar a los jóvenes mediante métodos de investigación de tipo académico. Ellos mismos deben convertirse en inmigrantes (sin pasaportes), dispuestos a examinar los múltiples lugares y formas culturales que producen los jóvenes con el fin de hacer oír sus voces en la sociedad. Ann Powers, colaboradora del New York Times, ha señalado con gran perspicacia que, como los jóvenes han sido expulsados de la sociedad, han creado sus propias páginas web, programas alternativos de radio, "publicado sus propios manifiestos en folletos fotocopiados, compuesto su propia música y la han compartido grabándola en casetes, diseñado sus propias modas y dispuesto para venderlas en boutiques" ^\ Más aún, dice Powers que muchas jóvenes no se han sentado pasivamente cuando se han visto mal interpretadas en el panorama cultural norteamericano como perezosas, holgazanas, peligrosas y patológicas. En respuesta, han producido una "cultura de chicas de gran alcance, que engloba a atletas, músicas, cineastas y escritoras [que] está vigorizando el discurso de la liberación de la mujer. [Además], los grupos activistas, como YELL (Youth Education Life Line) una división juvenil de ACT Up*... han inventado nuevos
5° Tony Bennett: "Cultural Studies; A Reluctant Discipline", Cultural Studies, 12:4, 1998, página 538. ^^ Powers: "Who Are These People, Anyway?" * ACT Up es un grupo de activistas que ya tiene quince años de antigüedad, cuyos esfuerzos se dirigen a luchar contra el SIDA, sus causas y sus secuelas. (A/, del T.) Ediciones Morata, S. L.
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enfoques para una educación sexual segura" ^^ La cultura actual de los jóvenes de características diversas sugiere que los educadores y los adultos presten más atención a las formaciones culturales en las que se mueven los jóvenes, haciendo un serio esfuerzo para leer, escuchar y aprender de los lenguajes, relaciones sociales y muchos tipos de expresiones simbólicas que producen los jóvenes. El teórico cultural Jon Katz afirma de manera convincente que "los niños están en el epicentro de la revolución de la información, el principio del mundo digital. Ellos ayudaron a construirlo, lo comprenden tan bien o mejor que cualquiera [y] ocupan un nuevo tipo de espacio cultural"^^. Éste es un punto de vista particularmente importante a la luz de los ataques a los medios de comunicación y las peticiones de la censura de internet que surgieron después de la matanza de Littleton. Estos lugares tecnológicos producen unas pedagogías públicas y deben considerarse seriamente como tecnologías productoras de conocimiento y esferas que exigen, tanto a los jóvenes como a los adultos, nuevos tipos de aprendizaje y de destrezas críticas. Muchos educadores y adultos tienen que redefinir su propia comprensión de las nuevas tecnologías y de las nuevas alfabetizaciones que han producido. Los nuevos medios de comunicación, incluyendo internet y la cultura informática, han de convertirse en objetos serios de análisis educativo y de aprendizaje, sobre todo en las escuelas elementales y públicas. Las afiliaciones sociales, los grupos y las experiencias culturales que establecen estos medios deben legitimarse e incorporarse a los curricula escolares con la misma seriedad que el estudio de historia, inglés y artes del lenguaje*. Como señala Henry Jenkins, los estudiantes necesitan oportunidades de formar comunidades que apoyen sus intereses por los medios digitales y su uso, del mismo modo que las escuelas tienen que situar en el centro de los procesos de aprendizaje de los jóvenes la alfabetización relativa a los medios de comunicación y la producción de los mismos ^''. Ahora bien, para que los educadores, los adultos y otras personas se tomen en serio lo que supone vincular la crítica académica con el saber público y las estrategias de intervención, como punto de partida tendrán que reevaluar la relación entre la cultura y el poder. Para hacer esto, hace falta estar más atentos al modo de elaborarse la política en los espacios urbanos y a las formaciones culturales que experimentan toda la fuerza del ataque contra la juventud. Los educadores críticos deben dar sentido a la creencia de que el trabajo académico tiene importancia en relación con las prácticas y políticas públicas más generales. En parte, esto indica que los
52 Ibid. 53 Jon Katz: Virtuous Reality. Nueva York: Random House, 1997, pág. 173. * Artes del lenguaje o language arts es la asignatura que en el sistema educativo norteamericano abarca las disciplinas de lectura, ortografía, literatura y composición, cuyo objetivo consiste en desarrollar la comprensión del estudiante y su capacidad de utilizar el lenguaje "ablado y escrito. (A/, del T.) 5" Jenkins: "Testimony Before the U.S. Senate Commerce Committee". ©
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educadores se ocupan de lo que el teórico crítico Cornel West lia denominado la crisis de visión y sentido que caracteriza en la actualidad todos los niveles de la escuela y la cultura de los Estados Unidos. La crisis de visión refleja la desaparición política, social y cultural de las relaciones y valores democráticos de las instituciones y la cultura norteamericanas. Debido a la omnipresente desesperanza y a la posibilidad de resistencia de los jóvenes, los educadores deben vincular el trabajo educativo, dentro y fuera de las escuelas, a "lo que significa ampliar el alcance de la democracia y de las instituciones democráticas [y] ocuparse de [cómo] están destruyéndose las mismas condiciones de la democracia" ^^. Ese trabajo no sólo puede llevar a la comprensión de cómo opera el poder en determinados contextos, sino también de cómo los conocimientos y destrezas producidos y aprendidos en diversos lugares "capacitarán mejor a las personas para cambiar los contextos y, por tanto, las relaciones de poder" 5^. Esas relaciones de poder informan las desigualdades que destruyen la participación democrática en una amplia variedad de esferas culturales, incluyendo la educación pública y superior. En el clima post-LittIeton, la crisis de visión proporciona una oportunidad para que los adultos, los padres y otros organicen y encaren la crisis de sentido que invade a las sociedades del capitalismo tardío. Esta crisis está incluida en la creciente ascendencia del poder empresarial, la reducción de los espacios públicos no comercializados y la expansión de los valores mercantiles que han destruido los elementos de asistencia, respeto y compasión íiacia los demás que son fundamentales en cualquier sociedad decente y democrática. Cornel West sostiene con razón que la usurpación de los valores democráticos por los valores mercantiles se ha traducido en un "ascendente signo de los tiempos de frialdad de corazón y de mezquindad" que él llama la "gangsterización de la cultura norteamericana" 5^. Cualquier forma viable de política cultural tiene que reconocer que la "gangsterización de la cultura norteamericana" reproduce y refuerza la crisis de visión y de sentido de muchos norteamericanos, en especial de los jóvenes, que están luchando para redefinir sus identidades dentro de un conjunto de relaciones basadas en las ideas de solidaridad, justicia, servicio y convicción, valores que parecen totalmente marginales en sus vidas cotidianas y en las instituciones que les afectan. El reto de la cultura de los jóvenes no puede abstraerse de la crisis política, económica y social de la misma democracia. Este reto ha de revigorizar la relación entre el trabajo teórico y las luchas prácticas, entre la política cultural y la lucha para cambiar las maquinarias institucionales del poder. Los educadores progresistas deben cuestionarse la finalidad y el sentido de su función social y encarar críticamente sus responsabilidades de educar a estudiantes, adultos y otros para que cumplan sus obligaciones como ciudadanos
55 Cornel West: "America's Three-Fold Crisis", Tikkun, 9:2, 1994, págs. 41-42. 5s Grossberg: "Cultural Studies: What's in a Name?", págs. 252-253. 5^ West: "America's Three-Fold Crisis", pág. 42. Ediciones Morata, S. L.
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críticos y comprometidos. Con respecto a ese desafío, es fundamental la necesidad de desarrollar un lenguaje de justicia social que forme parte de una comprensión más general de lo que supone ser educado y de lo que implica educar dentro de diversos contextos culturales y sociales.
Pronóstico En la Primera parte de este libro examino diversos contextos culturales en los que muchos adultos, a pesar de su preocupación pública por la idea de la infancia, no facilitan un mínimo apoyo ni las condiciones necesarias para que los jóvenes analicen y cuestionen las formas sociales dominantes que configuran sus vidas. Más en concreto, examino cómo se apropian de la inocencia infantil las formas culturales dominantes, como en los casos de los concursos de belleza infantil, la industria de la moda y la comercialización de las escuelas públicas. Después, analizo las contradicciones y las consecuencias de estas formas culturales con respecto a la vida y el bienestar de los niños, en especial para los marginados en virtud del género, la clase social y la raza. En la segunda parte del libro, examino el ataque actual contra los jóvenes y sostengo que, con el fin de afrontar esta crisis, los educadores tienen que elaborar un nuevo lenguaje que no sólo destaque la función esencial de la cultura en la formación de unas estructuras sociales dominantes y de las relaciones desiguales de poder, sino también como un área de lucha sobre los contextos, sentidos e identidades institucionales. Al analizar el trabajo de teóricos como Antonio Gramsci, Paulo Freiré y Stuart Hall, examino la necesidad de unos diálogos críticos que comenten la importancia de vincular la cultura, la política y el contexto mediante el desarrollo de una pedagogía pública en la que la teoría responda a los problemas planteados en determinados contextos. Utilizo las obras de Gramsci, Freiré y Hall para ilustrar el carácter educativo y el funcionamiento de la cultura como práctica pedagógica y política. También aprovecho sus trabajos para demostrar el valor de la cultura en el desarrollo de una política democrática que afronte las relaciones de poder entre jóvenes y adultos. Las dos partes del libro están conectadas por la premisa de que, para tomar la política en sentido educativo y efectivo, hay que empezar por utilizar los mejores recursos teóricos disponibles a fin de cambiar los contextos y las relaciones de poder que estructuran la vida de los jóvenes. En el mejor de los casos, esto indica que la política se torna práctica al reconocer la necesidad de elaborar proyectos que surjan de determinadas formaciones, lugares y prácticas sociales. De cara a ese proyecto, es fundamental la necesidad de comenzar donde los jóvenes viven su vida en realidad. De ahí que la primera parte del libro no comience con formulaciones teóricas abstractas, sino con contextos, lugares y espacios muy concretos, en los que los jóvenes son, al mismo tiempo, el sujeto y el objeto de los deseos, las ideologías y las relaciones de poder de los adultos. Se utiliza la teoría para examinar estos contextos y para crear nuevas posibilidades imaginadas con el fin de dar testimonio ©
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de los problemas éticos y políticos que animan esos contextos y de su conexión con el panorama soc'iai en general. En este enfoque, está implícita la idea de una política cultural que destaca cómo puede utilizarse la educación para afrontar la tensión existente entre las prácticas sociales vigentes y los imperativos morales de una sociedad democrática radical. Conectando también ambas partes del libro, está la premisa de que la pedagogía, para ser crítica, debe ser efectiva. La Primera parte se centra en la amplia fuerza educativa de la enseñanza para configurar la experiencia cotidiana, entendida como una apropiación vivida de conocimientos, deseos, sentidos y valores, aunque no sea siempre un objeto críticamente analizado por quienes son configurados por él. En la Segunda parte, la pedagogía representa una forma particular de teorización que también es crítica y está orientada a la acción porque proporciona un espacio teórico para examinar los supuestos, prácticas y contradicciones de sentido común que configuran la vida diaria. Ambas partes reconocen lo que significa vivir en un mundo que ha sido radicalmente alterado por las empresas y las nuevas tecnologías electrónicas. Cada una de ellas se ocupa también de cómo las nuevas modalidades de práctica simbólica y social cambian nuestra forma de pensar sobre el poder, la acción social y la juventud y lo que significan esos cambios para expandir y profundizar los procesos de la educación democrática, las relaciones sociales y la vida pública. A lo largo de este libro, se trata la política cultural como una práctica y una forma de pensar determinadas. Se deriva de la relación entre textos y contextos, significado y poder institucional, reflexión crítica y acción informada. Es decir, proporciona unas herramientas teóricas para considerar cómo pueden analizarse el conocimiento y el poder en determinados espacios y lugares. Ese análisis es especialmente importante cuando esos contextos enmarcan la intersección del lenguaje y los cuerpos cuando se convierten en "parte del proceso de formar y trastornar las relaciones de poder" ^s. Al mismo tiempo, la política cultural da oportunidad a los padres, educadores y otros de comprender mejor cómo se han transformado los diálogos públicos de la juventud en discursos de control, vigilancia y satanización. El cuestionamiento acerca de cómo opera el poder a través de las prácticas del lenguaje y las formaciones institucionales ofrece a los progresistas la oportunidad de desafiar los innumerables estereotipos y mitos que legitiman las políticas legislativas que sirven para contener a los jóvenes y acabar con las muy necesarias inversiones sociales en su futuro. Ese enfoque no puede consistir en una serie de apelaciones vacías a la inocencia ni en la condena ritual de los jóvenes; en cambio, hay que prestar atención crítica a las condiciones históricas, sociales e institucionales que producen esas estructuras de poder e ideología que recaen sobre la juventud en su existencia cotidiana.
^^ Cindy Patton: "Performativity and Spatial Distinction", en: Eve Kosofsky Sedwick y Andrew Parker (eds.): Performativity and Performance. Nueva York: Routledge, 1993, pág. 183. ©
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PRIMERA PARTE
El poder empresarial y la cultura de la vida cotidiana
CAPITULO PRIMERO
Fantasías de ninfa: Los concursos infantiles de belleza y la política de la inocencia
Sólo en un clima de negación podría coexistir la histeria acerca de los ritos satánicos en los centros de día con la incapacidad de comprender toda la magnitud del abuso infantil. (Más de 8,5 millones de mujeres y hombres son supervivientes.) Sólo en una cultura que reprima las pruebas de los sentidos podría crecer el espectáculo infantil hasta crear una industria de cinco mil millones de dólares sin que nadie se diese cuanta. Só/o en una nacían de puritanas promiscuas padrfa ser una buena opción d^ promoción profesional poner en un niño de 6 años una niirada lasciva. (Richard Goldstein, Village Voice, 24 de junio de 1997.)
El niño que desaparece y la política de la inocencia Con frecuencia, la idea del niño que desaparece y el mito de la inocencia infantil se respaldan mutuamente. A menudo en el mito de la inocencia, se representa a los niños habitando un mundo intacto, mágico y completamente protegido de las asperezas de la vida adulta. En este marco, la inocencia no sólo borra la complejidad de la infancia y el ámbito de experiencias que viven distintos niños, sino que también ofrece a los adultos la excusa para evadir la responsabilidad de que los niños estén firmemente conectados con las instituciones sociales y culturales regidas en gran medida por los adultos y sean configurados por ellas. En este caso, Isi inocencia hace invisibles a los niños, excepto como proyecciones de las fantasías adultas, fantasías que permiten a los adultos creer que los niños no sufren con su avaricia, imprudencia, perversiones de voluntad y espíritu y que, en última instancia, los adultos no son responsables de sus acciones ^
^ Marina Warner: Six Myí)?s of Oi/r T/me. Nueva York: Vintage, 1995, &sp. Cap. 30. P¿?r supuesto, una serie de teóricos han hablado del concepto de la inocencia infantil como invención histórica. Véanse, por ejemplo: Philip Aries: Centuries of Childhood, Harrnondsworth: Penguin, 1979. (Trad, cast.: El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Madrid. Taurus, 1987); Lloyd DeMause (ed.): The Evolution of Childhood. Nueva York: Psychohistory Press, 1974. ©
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Si la inocencia constituye el carácter moral que distingue a los niños de los adultos, el discurso que se ocupa de la desaparición de la infancia en nuestra cuitura señala que está siendo amenazada por fuerzas que tienden a eliminar esa distinción. Por ejemplo, en la visión completamente modernista del mundo del crítico Neil Postman, los medios electrónicos, en especial la televisión, suponen una amenaza para la existencia de los niños y la cultura civilizada legada a Occidente por la Ilustración 2. El mismo carácter de la televisión —su formato de ritmo rápido, su visión del mundo en pildoras*, la sobrecarga de información y la organización narrativa— no sólo impide la posibilidad de que los niños desarrollen el pensamiento crítico, sino que sus contenidos eliminan de la programación las imágenes infantiles, "adultificando" al niño y promoviendo el surgimiento del adulto "infantilizado"^. Pero Postman extiende de inmediato sus tesis a otras esferas, al señalar, por ejemplo, la desaparición de la vestimenta infantil y la de los juegos de niños, la entrada de éstos en el deporte profesional y la creciente disposición del sistema de justicia penal para tratarles como a adultos en miniatura. El lamento de Postman no representa tanto una preocupación por preservar la inocencia de los niños como un grito a favor de trascender un mundo en el que la cultura popular amenaza a la cultura elevada, y pasar a otro en el que la cultura del impreso pierda su control sobre una idea limitada y dominante de la alfabetización y la formación de la ciudadanía. La pérdida de la inocencia infantil en este escenario marca el paso de un tiempo histórico y político en el que podía contenerse a los niños y socializarlos bajo la atenta tutela de instituciones reguladoras dominantes, como la familia, la escuela y la iglesia.
^ Neil Postman: The Disappearance of Childhood. Nueva York; Vintage, 1994. (Trad, cast.: La desaparición de la niñez. Madrid. Círculo de Lectores, 1988.) * En el original: sound-byte worldview. No hay una traducción directa de sound-byte. Podemos interpretarlo como una visión del mundo en fórmulas comprimidas; de ahí la traducción por la que hemos optado: "visión del mundo en pildoras". (N. del T.) ^ Véase: ibid., especialmente Cap. 8. La idea de que la televisión y la cultura popular representan la principal amenaza a la inocencia infantil es fundamental para la reivindicación conservadora de la censura, limitando la educación sexual en las escuelas, restringiendo la educación sobre el SIDA, redefiniendo el hogar como la fuente más importante de educación moral y la "gumpización"** de la historia norteamericana (en la que la década de 1960 se considera a menudo como el origen de los actuales males sociales del país). La expresión por antonomasia de esta postura aparece en los discursos, notas de prensa y escritos del ex secretario de Educación y "zar de la droga" *** William Bennett. También puede encontrarse en la legislación apoyada por grupos como la Christian Coalition, en especial la Parental Rights and Responsibilities Act de 1995. En la prensa popular abundan los ejemplos de la postura conservadora sobre los abusos infantiles, la pérdida de la inocencia y los efectos "venenosos" de la cultura popular. Véase, por ejemplo: Jeff Stryker: "The Age of Innocence Isn't What It Once Was", New York Times, 13dejuliode 1997, pág. E3. ** En el original inglés se lee Gumping, en alusión a la reorganización de la historia norteamericana según el patrón de Forrest Gump, el protagonista de la película del mismo título. (N. del T.) *** Se trata de una alusión al presunto estilo "mafioso" de William Bennett, personaje muy destacado por su derechismo a ultranza. (N. del T) ©
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Muchos políticos, impacientes por erigirse en protectores de la inocencia infantil, se han apropiado de la imagen del niño como especie en peligro. En su urgencia por implementar nuevas políticas sociales y económicas, numerosos políticos tienen a los niños por motivos de inspiración y como beneficiarios primordiales de sus reformas. Al carecer de oportunidad de votar, movilizarse o dejar constancia de sus opiniones, los niños se convierten en blancos y referentes fáciles en las discusiones sobre la elevación moral y la legitimación social. También se convierten en títeres y víctimas. Lejos de beneficiar a los niños, muchos de los programas y reformas gubernamentales promovidas a finales de la década de 1990 por Clinton y el Congreso liderado por los republicanos representan lo que el senador Edward Kennedy (demócrata por Massachusetts) ha llamado "abuso legislativo infantil'"'. La protección de la inocencia de los niños parece tener una conexión directa con el niño desaparecido, aunque no en el sentido predicho por Neil Postman. Los recortes draconianos de la reforma de la asistencia social impuestos por la Personal Responsibility and V\lork Opportunity Reconciliation Act de 1996 están teniendo un efecto devastador sobre gran número de familias pobres y sus hijos. Aunque las funciones de la beneficencia han ido reduciéndose desde 1996, un informe publicado por la National Conference of State Legislatures indicaba que entre el 40 y el 60% de los pobres que dejaron la asistencia social consiguió empleo, aunque, a menudo, con unos salarios por debajo del nivel de la pobreza. Es más se ha suprimido la ayuda concedida a un importante número de niños con discapacidades. Mientras tanto, miles de familias están perdiendo las ayudas de la asistencia social a causa de las multas por incumplimiento de las nuevas reglas de reforma de la asistencia social, y muchos de los que pierden los beneficios no encuentran trabajo. Las medidas de cumplimiento estricto, la insuficiente asistencia infantil, el empleo marginal, los bajos salarios y la falta de transportes adecuados para las familias pobres se combinan para configurar una caricatura de la reforma de la asistencia social^. En realidad, en este caso, los niños están desapareciendo directamente en el hoyo de la pobreza, el sufrimiento y la desesperación^. En resumen, el lenguaje de la inocencia sugiere una preocupación por todos los niños, pero a menudo ignora o menosprecia las condiciones en las que muchos de ellos se ven obligados a vivir, sobre todo los que suelen quedar
" Citado en: Peter Edelman: "The Worst Thing Bill Clinton Has Done", The Atlantic Monthly, 279, marzo de 1997, pág. 45. ^ Todos estos datos están tomados de dos artículos aparecidos en la página web del Children's Defense Fund (www.childrensdefense.org/): "The New Welfare Law: One Year Later", 14 de octubre de 1997, págs. 1-5, y "CDF, New Studies Look at Status of Former Welfare Recipients", 27 de mayo de 1998, págs. 1 -4. Véase también: Jennifer Welch: "American's New Urban Policy: Welfare Reform and the Fate of American Cities", Journal of American Planning Association 54: N1, invierno de 1998, págs. 8-11. ^ Con respecto a las estadísticas específicas sobre el estado de la juventud en los Estados Unidos, véanse: Children's Defense Fund: The State of America's Children Yearbook 1998. Boston: Beacon Press, 1998; Ruth Side!: Keeping Women and Children Last. Nueva York; Penguin, 1996. ©
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excluidos de la privilegiada y protectora invocación de la inocencia a causa de su raza o clase social. A los políticos les interesa poco el bienestar de los niños pobres y no blancos. En vista de ello, la inocencia surge menos como un término utilizado para destacar la desaparición de los niños que como una metáfora para anunciar un plan político conservador basado en los llamados valores familiares, en el que se considera que los niños blancos de clase media son más valiosos y merecen más recursos materiales y bienes culturales de la sociedad que los niños pobres y no blancos^. En esta apropiación selectiva, la inocencia se convierte en una venganza contra su impulso humanitario: la experiencia cotidiana de la infancia se toma como rehén de las realidades del poder y la falsa retórica del pragmatismo político. Cuando la retórica del bienestar del niño se aviva en la conciencia pública, los políticos, los periodistas y los medios de comunicación expertos en reordenar qué niños merecen los derechos y la protección adulta y qué fuerzas suponen una amenaza para ellos vuelven a hacer cada vez mayor hincapié en la inocencia. Imbuida de valores políticos e ideológicos, la inocencia, tal como la utiliza la prensa popular, no es sólo selectiva con respecto a qué niños estén en peligro y necesiten protección, sino que se utiliza también para indicar quién y qué constituyen una amenaza para ellos. Cuando los políticos, la prensa popular y los medios de comunicación utilizan cada vez más al "niño" como báculo moral, se hace cada vez más difícil a los adultos no responsabilizarse de lo que hacen a los niños. En consecuencia, la inocencia infantil parece tanto amenazada como amenazante. Según la sabiduría popular, los enemigos de los niños no se encuentran en las salas del Congreso, en los venenosos anuncios que convierten en mercancías y sexualizan a los niños pequeños o, incluso, en los incontables medios de comunicación que les culpan de todos los males de la sociedad^. Por el contrario, los agresores de niños, los pedófilos, los secuestradores y otros que los explotan de las formas más obscenas imaginables son la mayor amenaza para los niños. Aquí, la idea de la inocencia infantil sirve para algo más que para desarrollar la retórica del oportunismo político; constituye también la base del pánico moral. Tanto los conservadores como los liberales han
' Para un análisis de las premisas ideológicas de la cruzada de los valores familiares de la derecha, véase: Judith Stacey: In the Name of the Family: Rethinking Family Values in the Postmodern Age. Boston: Beacon Press, 1996. ^ Para un análisis del ataque generalizado que se está produciendo en la actualidad contra los niños, véanse: Henry A. Giroux: Channel Surfing: Race Talk and the Destruction of Today's Youth. Nueva York; St. Martin's Press, 1997; Mike A. Males; The Scapegoat Generation: America's War on Adolescents. Monroe, Me.: Common Courage Press, 1996; Charles R. Acland; Youth, Murder, Spectacle: The Cultural Politics of "Youth in Crisis". Boulder, Colo.; Westview Press, 1995; Holly Sklar; "Young and Guilty by Stereotype", Z Magazine, julio-agosto de 1993; págs. 52-61; Deena Weinstein: "Expendable Youth; The Rise and Fall of Youth Culture", en; Jonathan S. Epstein {ed.y. Adolescents and Their Music. Nueva York; Garland, 1994, págs. 6783, y varios artículos en: Microphone Fiends, eds. Andrew Ross y Tricia Rose. Nueva York: Routledge, 1994; Lawrence Grossberg: We Gotta Get Outta Here. Nueva York; Routledge, 1992. ©
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alimentado el frenesí del miedo asociado a una década de revelaciones de presuntos abusos infantiles. Empezando por el caso de educación infantil de McMartin, de 1987, una oleada de leyes inspiradas por el miedo ha atravesado la nación para proteger a los niños de los pedófiios, maníacos sexuales, sacerdotes y profesores malvados y cualesquiera otros que pudieran clasificarse como desviados sexuales que supusieran una amenaza a la inocencia de los niños ^. En este marco, el abuso infantil se reduce a la patología individual del maníaco sexual y pedófilo; el miedo y la cólera que provoca son tan grandes que el Tribunal Supremo está dispuesto a suspender determinadas libertades constitucionales con el fin de mantener encerrados a los maníacos sexuales incluso después de haber cumplido sus sentencias ^°. Sin embargo, la cuestión de los extendidos abusos infantiles no se ha limitado a inspirar un temor nacional hacia los maníacos sexuales. Apunta más allá del lenguaje de la patología individual hacia la cuestión más amenazadora de cómo trata la sociedad a sus niños, poniendo de manifiesto hasta qué punto no se les ha facilitado la seguridad y los recursos necesarios para garantizar su tranquilidad y bienestar. Aunque la mayoría de las inquietantes amenazas a la inocencia pueden ser abusos infantiles, esta forma de maltrato no puede evaluarse sólo a través de la horrible conducta de los maníacos sexuales. Hay que situar ese abuso en un conjunto más amplio de consideraciones políticas, económicas y sociales; esas consideraciones investigan profundamente las formaciones culturales que no sólo hacen de los niños marcadores visibles de la humanidad y la responsabilidad pública, sino que los ven también como un enemigo amenazador o como un simple mercado que explotar. La inversión social en la inocencia de los niños puede estar en el centro de la retórica en los salones del Congreso, pero otras fuerzas de la sociedad norteamericana alimentan agresivamente el odio y el desprecio con respecto a los jóvenes, sobre todo a los excluidos por su clase social, raza, género o por no ser ciudadanos de los Estados Unidos. Yo sostengo que la amenaza fundamental para la inocencia infantil no radica en la figura del pedófilo o en la del maníaco sexual, sino en las cada vez más reducidas esferas públicas a disposición de los niños para que ellos mismos se experimenten como agentes críticos. Los niños deben tener la posibilidad de poner en práctica sus capacidades de desarrollo individual y social sin las cargas debilitadoras del hambre, la mala asistencia sanitaria y las escuelas ruinosas, al mismo tiempo que se les faciliten los servicios sociales fundamentales, como la protección del Estado frente a padres maníacos sexuales. Cuando las ciudades se convierten cada vez más en guetos a causa de los devastadores efectos de la desindustrialización, la pérdida de ingre-
^ Véase un brillante análisis de cómo se utiliza la imagen del depredador sexual para sustraer a la discusión pública el amplio conjunto de factores sociales que contribuyen a que se produzcan los abusos infantiles en: James R. Kincaid: Child-Loving: The Erotic Child and Victorian Culture. Nueva York: Routledge, 1992. ^° Véase un análisis de la decisión del Tribunal Supremo en: Linda Greenhouse: "Likely Repeaters May Stay Confined", New York Times, 24 de junio, pág. A l 9. ©
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sos y los círculos viciosos de deterioro zonal y escolar, los niños quedan con menos servicios educativos, sociales y económicos para satisfacer sus necesidades y deseos. Cuando las escuelas públicas se abandonan o se rinden a los dictados del mercado, los niños se encuentran cada vez más aislados y alejados de los discursos de comunidad y compasión. Cuando el Estado se vacía de contenido y sólo permanecen intactos sus aparatos más brutales —policía, prisiones, etc.—, los niños tienen menos oportunidades de protegerse de un mundo adulto que les ofrece unos recursos cada vez más limitados, unos trabajos sin porvenir y unas esperanzas de futuro reducidas". Al mismo tiempo, los niños están cada vez más sometidos a unas fuerzas sociales y económicas que los explotan mediante las dinámicas de sexualización, conversión en mercaderías y comercialización''2.
JonBenet Ramsey, la raza y los peligros del hogar Aunque el concepto de inocencia pueda incitar a los adultos a proclamar públicamente su apoyo a las futuras generaciones, es más frecuente que proteja a los adultos de la realidad de la sociedad y de la influencia negativa que tienen en su contribución al empobrecimiento siempre creciente de las vidas de los niños. Por supuesto, en una sociedad, los momentos límite ponen con frecuencia de manifiesto que los niños están en peligro y que ciertos elementos de la cultura suponen una amenaza a su inocencia. Los conservadores, por ejemplo, se han centrado en los riesgos que plantea la música de rap, la violencia cinematográfica y las drogas para lanzar un ataque contra las películas de Hollywood, el mundo de la moda, las mamas adolescentes sin pareja y lo que llaman la élite cultural. Sin embargo, es raro que los críticos conservadores y liberales se ocupen de las amenazas constantes a los niños que están en el centro de las relaciones económicas, políticas y culturales dominantes: el desmantelamiento de los beneficios de la asistencia social para los niños pobres, en especial, los recortes de los seguros de salud, los vales de comida y las prestaciones de vivienda; los crecientes ataques a los jóvenes negros por medio de un sistema de justicia penal en permanente expansión y la creciente satanización de los adolescentes en los medios de comunicación. La pobreza, el racismo, el sexismo y el desmantelamiento del estado de bienestar hacen un daño enorme a los niños, pero la prensa no informa de la mayoría de los casos que ejemplifican los efectos de estas situaciones sociales; si lo hace, no suele seguirle una discusión o autoexamen público. " El concepto del estado hueco procede de Stanley Aronowitz: The Death and Birth of American Radicaiism. Nueva York: Routledge, 1996. ^^ La bibliografía sobre la publicidad y el marlieting de los deseos de los niños es demasiado extensa para citarla, pero uno de los mejores ejemplos es; Stephen Kline: Out of the Garden: Toys, TV, and Children's Culture in the Age of Marketing. Londres: Verso Press, 1993. ©
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Una excepción reciente es el caso de JonBenet Ramsey, la niña de 6 años a quien se encontró estrangulada en e( acomodado hogar de sus padres, en Boulder (Colorado), el día después de Navidad de 1996. Durante la primera mitad de 1997, la prensa dedicó su atención ai caso. Las principales redes de medios de comunicación, periódicos de información general y la prensa sensacionaiista asediaron al público con fotografías y horas de televisión dedicadas a JonBenet, refiriéndose a ella como la pequeña reina de la belleza asesinada, que aparecía muy coqueta, con un vestido ajustado y con los labios pintados de rojo brillante y el pelo rubio aclarado. El caso reveló, una vez más, que los medios de comunicación se inclinaban hacia las víctimas que se ajustan a la imagen que la cultura dominante tiene de sí misma. No sólo se trata de que a los niños blancos, rubios y de clase media se los invista de más humanidad, sino que pasan a convertirse en emblemáticos de un orden social que elimina de la conciencia cualquier reconocimiento de los niños que han sido víctimas de abusos, pero "no se ajustan a la imagen de la pureza profanada"''^. Consideremos el caso de una niña afronorteamericana de 9 años, a la que la prensa se refería como Niña X. La violaron, golpearon, dejaron ciega, la asesinaron y tiraron en el hueco de una escalera del destartalado Cabrini Green Housing Project * de Chicago. El brutal asesinato despertó un enorme interés de los medios de comunicación de Chicago, pero fue prácticamente ignorado por los medios nacionales. La raza y la pobreza reíegaron a Niña X a la no-entidad. La inocencia se aplica sobre todo a los niños blancos y de clase media, a menudo resguardados en las viviendas unifamiliares urbanas y en los santuarios seguros de la Norteamérica suburbana segregada. Sin embargo, en el caso de JonBenet Ramsey, hay algo igualmente alarmante. La inocencia también enmascara la sexualización y la transformación en bienes de consumo de las niñas a quienes se enseña a identificarse a través de los placeres y deseos de la mirada adulta. La niña se convierte en la principal incitación del deseo adulto, pero las prácticas educativas y comerciales al uso siguen sin someterse a examen porque tienen lugar dentro de formas culturales aceptables, como los concursos infantiles de belleza. Este asesinato cuestiona también el supuesto de que las familias privilegiadas son inmunes a las acusaciones de abuso infantil o descuido de los niños. La muerte de la pequeña reina de la belleza suscita graves preguntas acerca de las prácticas e instituciones culturales de la vida cotidiana que configuran la vida de los niños, a menudo de manera que destruye las posibilidades de que lleguen a la edad adulta libres de violencia, intimidaciones y abusos. Yo afirmo que, examinando con sentido crítico el concurso de belleza, podemos empezar a ver cómo el lenguaje de la inocencia oscurece de cara a '3 Richard Goldstein: "The Girí in the Fan Bubble: The Mystery of JonBenet", Village Voice, -Ode juniode 1997, pág. 41. * El Cabrini Green l-lousing Project era un conjunto de bloques de viviendas, considerado somo uno de las peores construcciones destinadas a alojar a personas de muy baja renta, doñee la delincuencia y la inseguridad eran habituales. (N. del T.) ©
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la visión del público la apropiación, la sexualización y la comercialización de los cuerpos de las niñas. Siguiendo con este razonamiento, examino cómo funciona la cultura de los concursos infantiles de belleza como un lugar en el que las niñas pequeñas descubren el placer, el deseo y los papeles que pueden asumir en la sociedad adulta. Examino también cómo se racionalizan esos concursos, cómo se mantienen gracias a las estructuras comerciales e ideológicas de la sociedad en general y cómo se reproducen, refuerzan y sostienen en esferas relacionadas con éstas, como la fotografía publicitaria y de modas, esferas que también desempeñan un importante papel en la mercantilización de los niños como objetos de placer, deseo y sexualidad. Trato de cuestionar aquí el concepto de que esos ritos son inocentes, de reconsiderar el papel que desempeñan como un elemento de una práctica cultural más general en la que se cosifica y objetiviza a los niños. Con esto no digo que todos los concursos infantiles de belleza constituyan formas de abuso infantil. Los concursos varían, tanto en su forma de realizarse como en su modo de interactuar con los públicos local y nacional. Es más, sus resultados son variables y contingentes. No obstante, los concursos de belleza, como lugares de representación, formación de la identidad, consumo y regulación, han de entenderse en relación con su forma de articularse y acoplarse con otros lugares culturales que participan en la producción y regulación de la juventud, la presentación del deseo y el cuerpo sexualizado.
Los concursos de belleza y el impacto de lo real El caso Ramsey cuestiona y trastorna las convenciones ideológicas que suelen aplicarse a las narraciones sobre la inocencia infantil. La cobertura de los medios de comunicación tras et brutal asesinato de la pequeña JonBenet Ramsey a sus 6 años da fe de ese hecho. En cierto nivel, el caso de JonBenet atrajo la atención nacional porque alimentaba el pánico frenético y moral que los norteamericanos están experimentando en torno a la amenaza del abuso infantil, impulsado por crímenes terroríficos como el secuestro y asesinato de Polly Klaas en California. De igual manera, coincidía con las durísimas campañas públicas de diversos legisladores y grupos ciudadanos que pedían la pena de muerte para los agresores sexuales, como Jesse Timmendequas, el niño agresor que mató a la niña Megan Kanka, de 7 años. En otro nivel, abrió al examen público otro ejemplo de acusado perfil de un niño que tuvo éxito en el juego de simulación de hacerse pasar por adulto. De forma no muy diferente de la de Jessica Dubroff, la niña de 7 años que aspiraba a ser Amelia Earhart y que, cuando trataba de ser la piloto más joven que atravesara Estados Unidos, murió en un accidente de aviación, JonBenet Ramsey también proyectaba la extraña habilidad de presentarse como una adulta. Sin embargo, si los límites entre la inocencia y la impureza, la niña y la adulta, estaban desdibujados en ambos casos, la notoriedad de JonBenet como objeto de fascinación pública reveló un oscuro y sórdido elemento de la cultura norteamericana. Ediciones Morata, S. L.
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Noche tras noche, las principales cadenas de televisión divulgaron grabaciones en vídeo de la pequeña JonBenet Ramsey con un vestido ajustado, con los hombros descubiertos, los labios pintados de rojo brillante y el pelo cardado y rubio claro, llevando con coqueta timidez una máscara de plumas del Mardi Gras* ante los ojos, mientras se pavoneaba por la pasarela. Representando el papel de una seductora gatita sexual, JonBenet parecía traicionar el supuesto de que la fascinación voyeurista por la niña sexualizada se confinaba a ios márgenes de la sociedad, habitados en gran medida por anormales y psicópatas. El caso de JonBenet Ramsey no sólo puso de manifiesto cómo vuelven a desplegarse en esta época conservadora las ideas regresivas de la feminidad y la belleza para formar las frágiles identidades de las niñas pequeñas, sino también con qué facilidad proyectan los adultos sus propias fantasías sobre las niñas, aunque ello signifique venderlas en la subasta de la belleza. El caso de JonBenet ofreció al público un espectáculo en el que se convertía tanto en voyeur como en testigo de su propia negativa a afrontar las condiciones más generales que contribuyen a la sexualización y comercialización de los niños en la cultura en general. El público tiene que llegar a reconocer que, a menudo, el abuso infantil tiene lugar en el hogar y que la imagen convencional del maníaco sexual ajeno al mismo es muy poco creíble tras la atención prestada al abuso infantil por celebridades como Roseanne Barr y Oprah Winfrey La idea del hogar como un espacio seguro para los niños también resultó cuestionable cuando se puso en evidencia que los Ramsey impusieron a su hija sus propias fantasías extrañas y, ai hacerlo así, le negaron la identidad adecuada a una niña de 6 años. En cambio, la situaron en la cultura de los concursos infantiles de belleza que la despojó de su inocencia, al difuminar los límites entre la niña y la adulta. Sin que se le permitiera ser una niña, a JonBenet se le dio el infortunado trabajo de protegerse a través de una estética degradante que la sexualizaba y la convertía en objeto de consumo. Con la destrucción de los límites (claramente definidos) entre la mirada protectora parental y la mirada adulta, más cosificada, parece que los padres de JonBenet despojaron a su hija de cualquier sentido de acción personal, independencia o autonomía, con el fin de reconvertirla en la imagen de sus propios deseos y placeres. Da la sensación de que, en este caso, los "cuidados" parentales se ejercieran de forma tiránica para impedir que JonBenet experimentase los placeres y las necesidades de la infancia, lejos de la mirada de unos adultos narcisistas en busca del placer. Las imágenes de las niñas de 6 años transformadas en seductoras niñas abandonadas del estilo de Lolita no se ven con facilidad. Golpean en el corazón de una cultura profundamente trastornada en su proclamado respeto a los niños y a la decencia. Mientras que la culpa de las consecuencias, a El Mardi Gras es el carnaval más animado y famoso de Luisiana, en el que se combinan ^adiciones europeas con influencias africanas. Corresponde a nuestro Martes de Carnaval (el da principal de las fiestas de Carnaval; el día anterior al Miércoles de Ceniza o comienzo de la Cuaresma). (N. del T.) ©
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menudo violentas, relacionadas con este erotizado vestuario suele recaer en las jóvenes, resulta difícil culpar a JonBenet Ramsey por este tipo de cosificación. Los ataques habituales del público contra los chicos, sugiriendo que son responsables de los males de la sociedad se desvanecen en este caso, cuando se hace más difícil para los adultos evadir la responsabilidad de lo que hacen a los niños —a los suyos y a los de los demás—^^. La imagen de JonBenet transgrede violentamente la sagrada responsabilidad asociada con la protección de la inocencia de los niños. La alarmante consecuencia y el reconocimiento de que la inocencia de la infancia se empana cuando los niños ya no pueden esperar de los adultos "protección... coherencia y una especie de dignidad" ^^ era patente en la cobertura que los medios de comunicación dieron al caso de JonBenet. El caso de JonBenet Ramsey provocó un debate poco habitual en los medios de comunicación y en la prensa nacional. A falta de las herramientas teóricas o de la voluntad política para analizar las fuerzas institucionales e ideológicas de la cultura que generan esa indiferencia hacia los niños, los medios de comunicación se centraron en lo que a menudo se llama "la extraña subcultura de los concursos infantiles de belleza". Con frecuencia, se indica que el abuso que padecen los niños en esos concursos se debía a unas madres dominantes que desean controlar la vida de sus hijas. Parece que, si las muchachas jóvenes no estuvieran en condiciones de ser cabeza de turco, sus madres estarían de más. Los medios de comunicación no suelen plantear la cuestión más importante de cómo se educa a las niñas para que se desenvuelvan en esa limitada esfera de la vida cultural o cómo esa educación regresiva de las niñas pequeñas suele ser más la norma que la excepción. Los guardianes morales tradicionales de la cultura infantil, que censurarían las letras del rap, retirarían de la circulación pública los vídeos y CD "peligrosos", boicotearían la práctica laboral de Disney a favor de gays y lesbianas y retirarían de las bibliotecas de las escuelas muchos textos clásicos, no han tenido mucho que decir sobre la sexualización de los niños en los concursos infantiles de belleza, una forma social tan norteamericana como el pastel de manzana. Tampoco están muy dispuestos a reconocer que esos concursos deben considerarse dentro de un conjunto más amplio de prácticas que incluye cada vez más acontecimientos deportivos, que apelan a los padres de las clases media y alta que parecen dispuestos a sacrificar el bienestar de sus hijos a los imperativos del éxito y la celebridad. En medio del silencio de los conservadores y de la gente de los valores familiares, los periodistas liberales y progresistas han comenzado a suscitar algunas cuestiones importantes. Por ejemplo, el presentador de la CBS Dan Rather criticó a las ^'^ Véase un tratamiento sostenido del ataque actual contra los menores, en especial los pobres, no blancos y urbanos, en: Henry A. Giroux: Fugitive Cultures. Nueva York: Routledge, 1996. Véase también: Angela McRobbie: Postmodernism and Popular Culture. Nueva York: Routledge, 1994. 15 Annie Gottlieb: "First Person Sexual", The Nation, 9 de junio de 1997, pág. 26. ©
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cadenas de televisión por emitir las grabaciones de JonBenet, afirmando que no eran más que pornografía infantil. El columnista Frank Rich escribió un valiente artículo en el New York Times, en el que decía que "el extraño mundo de los concursos infantiles de belleza no es una 'subcuitura'; es nuestra cultura. No obstante, en la medida en que la llamemos subcuitura, puede seguir siendo un problema para otros" ^^. El periodista Richard Goldstein dio continuidad a las ideas de Rich con una serie de tres artículos en The Village Voice, en la que decía que la mercantilización del niño sexual tiene una larga historia en Estados Unidos y que el caso de JonBenet "saca a la superficie tanto nuestro horror ante la eficacia con la que puede configurarse a una niña como ser sexual, como nuestra culpa por el placer que tenemos ante esa visión"^''. Para Goldstein, el caso de JonBenet desafía al público norteamericano a enfrentarse a la naturaleza real del abuso infantil, que, con demasiada frecuencia, forma parte también de la vida familiar y cobra una nueva legitimidad de una cultura dispuesta a sacar provecho de los niños como nuevo campo de producción de placer y de explotación comercial. Todas estas críticas suscitan preocupaciones válidas acerca del papel de los concursos infantiles de belleza y de cómo producen determinadas ideas de belleza, placer y feminidad que son tanto culturalmente específicas de género como degradantes. Esas críticas promueven también un debate sobre la naturaleza de las necesidades y deseos de los adultos que empujan a las niñas a los concursos y cómo esos concursos se corresponden con otras prácticas sociales que, "en silencio", reproducen unos papeles para los niños que destruyen la idea de la inocencia infantil y refuerzan determinadas formas de abuso infantil. A continuación, examino en detalle estas cuestiones, centrándome en el alcance y la popularidad de los concursos infantiles de belleza, en lo que intentan enseñar a las niñas y en las fuerzas comerciales más globales que los sostienen. Sitúo también el fenómeno de los concursos infantiles de belleza dentro de un conjunto más amplio de prácticas culturales, relacionado con ellos, en especial, el mundo de la publicidad de la alta costura y el ascenso de la modelo adolescente.
La bella y la bestia: Una genealogía de los concursos infantiles de belleza Frank Rich tiene razón al decir que los concursos infantiles de belleza representan más que una subcuitura en la sociedad norteamericana. Ted Cohen, presidente de World Pageants Inc., que publica un directorio inter^^ Frank Rich: "Let Me Entertain You", New York Times, 18 de enero de 1997, sección 1, cagina 23. ^^ Goldstein: "The Girl in the Fun Bubble", pág. 4 1 . ©
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nacional de concursos, estima que la industria de los concursos de belleza mueve alrededor de mil millones de dólares al año, con patrocinadores como Procter and Gamble, Black Velvet y Hawaiian Tropics ^^. Se estima que, en Estados Unidos, se celebran unos 3.000 al año, en los que compiten más de 100.000 niñas menores de 12 años^^. En algunos casos, han participado niñas hasta de 8 meses. La mayoría se celebran en California, Florida y Nueva York, y parece que el número de concursos en Estados Unidos va en aumento, a pesar de que muchos de ellos, sobre todo en el nivel nacional, cobran a los participantes unas cantidades que oscilan entre 250 y 800 dólares ^o. La mayoría de las participantes de los concursos locales pertenecen a familias de clase trabajadora, impulsadas por unas fantasías de movilidad social y el atractivo de un pequeño premio en metálico. Los concursos mayores y más caros parecen estar dominados por padres de clases media y alta, como los Ramsey, que tienen mucho dinero y recursos para gastar en clases muy caras de educación de la voz y de danza, preparadores para este tipo de actos, vestidos caros y cuota de inscripción 21. Los concursos constituyen un negocio lucrativo. Los promotores comercializan el placer lascivo y obtienen grandes rentabilidades, hasta 100.000 dólares por cada evento. Además, los concursos infantiles de belleza han creado a su alrededor una serie de industrias de apoyo, como modistos, consultores de imagen, preparadores de entrevistas, fotógrafos y editores22, por no hablar de la cosmética, la reducción de peso y otras "industrias de apoyo a la belleza". Las revistas comerciales del ramo, como Pageant Life, que tiene una tirada de 60.000 ejemplares, ofrecen a sus lectores imágenes y anuncios que ensalzan los ideales de la feminidad, el atractivo y la belleza, mientras comercializan a niñas pequeñas con la imagen de los impulsos y deseos adultos. En algunos casos, los padres invierten mucho dinero en artistas del maquillaje, peluqueros y preparadores para enseñar a niñas preadolescentes determinados "estilos de modelos y giros rápidos de profesio-
18 Citado en: Karen De Witt; "All Dolled Up", New York Times, 12 de enero de 1997, página D4, 13 Mientras que las estadísticas sobre los concursos de belleza infantiles varían, una serie de fuentes citan datos similares a los que yo menciono aquí. Véanse, por ejemplo: Rich: "Let Me Entertain You"; Ellen Marl<: "Pretty Babies", Vogue, junio de 1997, pág. 240; Beverly Stoeltje: "The Snake Charmer Queen Ritual Competition, and Signification in American Festival", en: Colleen Ballerino, Richard Wilk y Beverly Stoeltje (eds.): Beauty Queens. Nueva York, Routledge, 1996, pág. 13. ^° Citado en Pat Jordan: "The Curious Childhood of an Eleven-Year-Old", Life, abril de 1994, pág. 38. ^1 Tras la muerte de JonBenet, la repentina caída de la popularidad de los concursos de belleza infantiles se ha traducido en un aumento de los derechos de participación. Estos derechos, que eran 200 dólares, ahora ascienden a 500, lo que elimina a todos los concursantes, salvo a los más ricos. Véase: Alex Kuczynski: "Tough Times on the Children's Pageant Circuit", New Yorl< Times, 13 de septiembre de 1998, sección 9, págs. 1, 8. 22 Mark: "Pretty Babies", pág. 240. Ediciones IVIorata, S. L.
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nales y aficionadas"2^. Un reportaje que apareció en la revista Life en 1994 que presentaba a Blaire, una experimentada concursante de belleza de 11 años, documentaba esta tendencia. Las oportunidades de ganar de esta muchacha mejoraron cuando su madre y su padre contrataron a Tony, un preparador de la voz y maquiilador, que cobra 40 dólares por hora, para cambiar por completo su aspecto. Cuando preguntaron a su padre por qué estaba tan decidido a presentar a Blaire a ios concursos infantiles de belleza, respondió: "Soy cirujano plástico sólo del cuello para arriba. Me encanta la belleza del rostro. Sin duda, por eso estoy tan interesado por Blaire". El artículo señala que "Bruce está cautivado por la belleza de su hija, pero prefiere que esté realzada: Se disculpa ante los extraños cuando no va maquillada. Algunos padres han acusado a Bruce de realzar el aspecto de Blaire con la cirugía". Blaire dice que le encantan los concursos de belleza; es lo único que le interesa. El artículo termina indicando que Blaire carece de la espontaneidad infantil, y supone que "muestra tan poca emoción fuera del escenario porque está muy atareada corrigiéndose a sí misma ai compararse con los adultos"2"*. Es posible que a algunos les parezca que el caso de Blaire es una caricatura de la vida de los concursos, describiendo de forma muy limitada a unos padres que presionan a sus hijos con excesiva dureza y que imponen sus propios intereses y deseos a unas niñas demasiado pequeñas para decidir si, en realidad, quieren participar. Sin embargo, la literatura popular está repleta de historias de este tipo. A muchos padres involucrados en estos concursos no parece preocuparles las posibles consecuencias negativas de vestir a sus hijas de forma provocativa, poniéndoles fundas en ios dientes y pestañas postizas y haciendo que actúen en público de un modo que insinúa una sexualidad que supera con mucho su edad. La literatura popular que apoya la cultura de los concursos de belleza no se percata de que "las imágenes sexualizadas de niñas pequeñas pueden tener consecuencias peligrosas en un mundo en el que 450.000 niños norteamericanos fueron considerados víctimas de abusos sexuales en 1993" 2^. Las revistas comerciales como Pageant Life y Babette's Pageant and Talent Gazette están llenas de anuncios en los que aparecen niños pequeños adop-
23 Linda Caillouet se hace eco de una advertencia hecha por muchos académicos y periodistas de todo el país: "Los concursos de belleza han cambiado en los últimos treinta años. Las escolares van maquilladas, se exhiben como las modelos en trajes de baño y se pavonean por las pasarelas. A menudo, los padres de las niñas de hoy invierten gran cantidad de dinero en preparadores que enseñen a las niñas el estilo de las modelos profesionales y aficionadas y a girar como peonzas. Pagan a maquilladoras y a estilistas que acompañen a las niñas a los concursos. Algunas niñas utilizan máquinas de bronceado. Se ha descubierto que hay niñas de 7 años que llevan dientes postizos, pestañas postizas y lentes de contacto coloreadas". Citado en: Linda Caillouet: "Slaying Has Child Pageants on Defensive", Arkansas Democrat-Gazette, 14 de abril de 1997, pág. 1A. 2* Jordan: "Curious Childhood", págs. 62, 68. 25 Michael F. Jacobson y Laurie Ann Mazur: Marketing Madness. Boulder, Colo.: Westview, 1995, pág. 79. ©
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tando poses sugestivas. Las fotos a toda plana de las finalistas de los concursos muestran a muchachas de edades comprendidas entre 2 y 24 años. Todas las participantes están definidas por la misma estética: el maquillaje, la pose, la sonrisa y los peinados de las niñas de 6 años no se diferencian de los que llevan las jóvenes. En la estética de los concursos de belleza, la línea divisoria entre niñas y adultas desaparece; todas las imágenes exhiben el frío distanciamiento del atractivo sexual que se ha convertido en la marca registrada de la industria de los bienes de consumo. Además, las revistas están llenas de anuncios que pregonan productos de empresas denominadas, por ejemplo, "Hollywood Babe" y "Little Starlet Fashions"*, con muchos anuncios que invocan la advertencia: "No te quedes atrás"^®. Hay uno que incluso dice con entusiasmo que las aspirantes pueden inscribirse en un determinado concurso por una cuota de sólo 1 dólar por libra. Las historias de los éxitos en el grupo de menor edad (de 4 a 8 años) se centran consistentemente en la emoción de la competición, en los títulos que se obtienen y en las fulgurantes carreras profesionales como modelos de las ganadoras de los concursos de belleza. Los padres y los patrocinadores de los concursos responden a menudo a las críticas del público diciendo que la reacción de la prensa ante la muerte de JonBenet Ramsey fue excesiva, centrándose injustamente en los concursos de belleza como si de alguna manera estuvieran implicados en su muerte. Otros justifican la cultura de los concursos infantiles de belleza como una vía para que sus hijas accedan a unas carreras profesionales lucrativas como modelos o consigan becas universitarias, premios en metálico u otros tipos de recompensas. La razón que se utiliza con más frecuencia para defender los concursos de belleza es que fomentan la autoestima de las niñas, "ayudándoles a superar la timidez y [enseñándoles a] crecer"^7. Un director de un concurso de Murrieta (California) refutaba la crítica de que los concursos van en detrimento de las niñas diciendo que "muchas niñas miran los concursos de belleza como un juego prolongado de disfraces, algo que gusta a la mayoría de ellas" 2^. Pam Griffin otra proponente de los concursos, cuya hija preparó a JonBenet Ramsey, insistía en que "después de ver lo bien que lo pasaba JonBenet, hay más niñas que acuden a los concursos"^^. incluso la periodista Ellen Mark, de Vogiue, concluía que la mayoría de las niñas que participan en los concursos de belleza acaban con una historia de éxito. Según Mark, la razón de su éxito es que "los concursos las hacen especiales... A las pequeñas les gusta aparecer guapas" ^°. * "El bebé de Hollywood" y "Modas para la pequeña aspirante al estrellato". (N. del T.) 2'^ Citado en un anuncio de "Debbrah's; Nation's Top Pageant Designers", Pageant Life. invierno de 1996, pág. 26. 2^ Elliot Zaren: "Eyebrows Lift at Child Strutting in Sexy Dresses, Makeup", Tampa Tribune, 14 de enero de 1997, pág. 4. 28 Citado en: Jodi Duckett: "In the Eyes of the Beholder: Child Beauty Pageants Get Mixed Reviews", Morning Call, 6 de abril de 1997, pág. E l , 29 Ibid. 3° Mark: "Pretty Babies", peg. 283. © Ediciones Morata, S. L.
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Este argumento, al apropiarse de la ideología del feminismo liberal, destaca que las niñas consiguen afirmar su autodirección, autonomía y un fuerte espíritu competitivo mediante su participación en los concursos. Sin embargo, con frecuencia, esas críticas no se dan cuenta de que la autoestima se define, en realidad, dentro de una norma muy reducida de autonomía, impermeable al modo en que el género se crea y recrea continuamente dentro de una política de apariencias que, a menudo, se reduce al nivel de un espectáculo degradante. En este contexto, la autoestima supone asumir un código de género que recompensa a las pequeñas por su aspecto, sumisión y atractivo sexual, en vez de cuestionarlo críticamente. Unida a las formas en que la cultura en general, a través de la televisión, la música, las revistas y los anuncios, bombardea de manera constante a las jóvenes con un ideal sexualizado de feminidad, "del que se han eliminado todos los elementos amenazadores" ^\ la autoestima se convierte a menudo en un eufemismo que alude al odio hacia sí misma, a unos rígidos roles de género y a la impotencia. En la apropiación del lenguaje de la autoestima para defender los concursos infantiles de belleza se esconde una cierta paradoja, sobre todo teniendo en cuenta que estos concursos facilitan a las jóvenes unas normas de belleza que, en realidad, sólo cumple una de cada 40.000 mujeres jóvenes. Debemos preguntarnos dónde está el error que hace que unas jóvenes quieran convertirse en modelos de moda que, cada vez con mayor frecuencia, parece que nunca crecen (por ej., Kate Moss) y para quienes la belleza no sólo se define según la mirada masculina, sino que parece uno de los pocos requisitos necesarios para entrar "en el privilegiado mundo masculino" ^2. La teórica feminista Naomi Wolf tiene razón cuando dice que el problema de vincular las ideas normalizadas de la belleza sexualizada con la autoestima está en que no ofrece muchas opciones a las niñas o a las jóvenes adultas. Esto resulta especialmente cierto cuando las cuestiones relativas al placer sexual y a la autodeterminación son rehenes de las ideas de la feminidad que hacen difícil que las mujeres vayan más allá de esas representaciones infantilizadas para expresarse ellas mismas de manera potenciadora^^. Es más, al otro lado de la creación barata del atractivo de la niña de la calle en cuanto icono de moda de la belleza está la realidad de una sociedad patriarcal en la que la fantasía de ninfa revela un "sistema mediante el que los hombres imponen su autoridad sobre las mujeres y los niños"^'*. En resumen, sólo en muy raras ocasiones los defensores de los concursos infantiles de belleza se ocupan de las consecuencias de sustraer la ino^^ Susan Bordo; Unbereable Weight: Feminism, Western Culture, ant the Body. Berkeley; University of California Press, 1993, pág. 162. 32 Ibid., pág. 179. 33 Naomi Wolf: The Beauty Myth. Nueva York; Anchor Books, 1992. (Trad, cast.; El mito de la belleza. Barcelona. Salamandra, 1992.) 3" Richard Goldstein: "Nymph Mania: Honoring Innocence in the Breach", Village Voice, 17 de junio de 1997, pág. 7 1 . Esto no quiere decir que las mujeres y los niños no medien y resistan esa dominación tanto como para dejar claras las evidentes relaciones de poder que subyacen a la resurrección de la ninfa en la cultura. ©
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cencía de una niña al mostrarla como una ninfa sexualizada. Una vez más, poco tienen que decir de lo que aprenden las niñas en los concursos de belleza, cómo se verá la niña a sí misma y cómo mediará su relación con la sociedad cuando su sentido de valía personal se define en gran medida mediante una idea de belleza unidimensional y degradante. Tampoco parece que los padres ni otros participantes en ios concursos se cuestionen la conveniencia de permitir que las empresas patrocinen a las niñas. El mensaje que a menudo informa esas relaciones es que las identidades de las niñas pequeñas que se presentan a los concursos sólo tienen sentido cuando se vinculan a la lógica del mercado. Lo que aprende la niña es que, "para participar [en el] concurso, debe representar a alguien distinto de sí misma" ^^. A diferencia de los concursos que tenían lugar hace diez o quince años, los actuales, sobre todo los nacionales, ofrecen ahora premios mayores y están respaldados por empresas patrocinadoras. Es más, como se han elevado los intereses comerciales y el nivel de las inversiones, también lo han hecho su carácter competitivo, promoción y su aspecto deslumbrante. V. J. LaCour, editor de la Pageant Life Magazine y firme valedor de los concursos infantiles de belleza, cree que muchos padres recurren al maquillaje y demás medidas "extremas" porque "los padres están tratando de conseguir ventajas competitivas"^^. En algunos casos, los padres recurren a prácticas mentalmente punitivas y físicamente crueles para lograr que sus hijas actúen "adecuadamente". Lois Miller, propietaria de la Star Talent Management de Allentown (Pennsylvania), dice que ha "visto a padres que han dado pellizcos a sus hijas por ensuciar el vestido, no presentar un aspecto adecuado, no contonearse lo suficiente o no lanzar besos" 2^. A menudo, los padres responden a estas críticas diciendo que sus hijas están haciendo exactamente lo que quieren hacer y que disfrutan cuando participan en los concursos. Este argumento resulta un tanto forzado cuando los padres inscriben en los concursos a niñas hasta de 8 meses o cuando deciden que su hija de 4 años necesita un agente de talentos que establezca las "conexiones adecuadas" fuera de los concursos de belleza, como informa la revista Money. EI18 de mayo de 1997, en el período posterior a la polémica acerca de JonBenet Ramsey, Sixty Minutes, un programa de televisión que goza de mucha fama por sus reportajes de investigación, emitió uno sobre los concursos infantiles de belleza. La idea del programa, anunciada por el presentador Morley Safer, consistía en examinar si "los concursos infantiles de belleza explotan a los niños para satisfacer las ambiciones de los padres". Para situar en perspectiva histórica estos concursos, Sixty Minutes emitió cuñas de concursos infantiles de belleza que se habían visto en el programa en 1977 y después presentó tomas de vídeo de JonBenet y otras niñas participantes en un concurso reciente. El contraste era, al mismo tiempo, obsceno e informativo. Las niñas de los concursos de 1977 llevaban vestidos de niña y cintas en el pelo; manifestaban una incóenos Stoeltje: "The Snake Charmer", pág. 23. 3^ Citado en: Caiilouet: "Slaying Has Child Pageants on Defensive", pág. 1A. 3^ Citado en: Duckett: "In the Eyes", pág. E1. Ediciones Morala, S. L.
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cía infantil cuando exhibían sus talentos de niña, cantando, bailando claque y haciendo girar un bastón. No era así en las tomas del concurso más reciente. Las concursantes no parecían niñas, sino más bien jóvenes coquetas cuyos talentos se redujeran a la habilidad de moverse de manera provocativa por el escenario. Como señalaba Morley Safer, es evidente que, "en las normas de los actuales concursos de belleza, la inocencia parece haber desaparecido". Cuando preguntó a una de las madres que había aparecido en el programa de 1977 qué pensaba de los concursos actuales, respondió que no hacía mucho había ido a un concurso infantil de belleza y llegué a la puerta y me di la vuelta. Era repugnante ver los vestidos llenos de abalorios y el pelo cardado de las niñas". La postura del programa sobre los concursos infantiles de belleza era crítica, pero no tuvo en cuenta las prácticas sociales, las representaciones y las relaciones de poder que constituyen el contexto en el que florecen esos concursos en Estados Unidos. Tampoco analizó la creciente popularidad de los concursos como un elemento de la violenta y progresiva reacción contra el feminismo que se reproduce en los medios de comunicación, la cultura y las industrias de la moda, así como en el número cada vez mayor de las clases conservadoras dirigentes de la economía y la política 2^. No obstante, Morley Safer fue muy claro en relación con la premisa de que la raíz de estos abusos contra las niñas hay que situarla directamente en unas madres patentemente ambiciosas y explotadoras. La reacción antifeminista no ha impedido la aparición de críticas más informadas. Por ejemplo, algunos psicólogos infantiles sostienen que la intensa competición de los concursos se complica con el estilo nómada de vida que imponen los viajes de un hotel a otro durante las vacaciones escolares, lo que hace difícil que las niñas pequeñas hagan amigos, corriéndose el riesgo de que tengan problemas en sus interacciones sociales con otros niños. Otros especialistas infantiles afirman que, desde el punto de vista evolutivo, es tan inadecuado "enseñar a una niña de 6 años a posar como una modelo de 26 como permitirle que conduzca [y] beba alcohol" ^^. Por supuesto, hay que añadir el estrés de la competición y el peligro de destruir la confianza de la niña en sí misma, sobre todo cuando pierde, si el mensaje que recibe es que su apariencia es el aspecto más importante de su persona. El psicólogo David EIkind dice que los padres solían preocuparse por la conducta ética de los niños. Hace una década, cuando los niños regresaban de la escuela, sus padres les preguntaban si habían sido buenos. Ahora, a causa de las nuevas realidades económicas de la reducción de tamaño de las empresas y la desindustrialización, los padres tienen miedo de que sus hijos sean los perdedores'*°. Con
3^ Véase, por ejemplo: Susan Faludi: Backlash: The Undeclared War Against American Women. Nueva York: Anchor Books, 1991. (Trad, cast.: Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna. Barcelona. Anagrama, 1993.) ^^ Este párrafo se basa en gran parte en comentarios de psicólogos pediátricos citados en: Rebecca A. Eder, Ann Digirolamo y Suzanne Thompson: "Is Winning a Pageant Worth a Lost Childhood?", St. Louis Post-Dispatch, 24 de febrero de 1997, pág. 7B. "" David EIkind: "The Family in the Postmodern World", National Forum, 75, verano de 1995, págs. 24-28. ©
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demasiada frecuencia también, los padres se preocupan en la actualidad de la medida en que sus hijos se desenvuelven bien en las competiciones. La periodista Marly Harris escribe que la "masiva reestructuración de la economía crea una sociedad de 'el ganador se lo lleva todo', en la que los padres creen que, si sus hijos no acaban entre los pocos ganadores, engrosarán las filas de los muchos perdedores" "^^ Por tanto, en la década de 1990, la pregunta que se hace a los chicos cuando llegan a casa ya no es: "¿Has sido bueno [o buena]?", sino: "¿Has ganado?" Ahora, el mensaje es: ¿sacaste las mejores notas? Harris cree también que el dinero que los padres gastan en los concursos infantiles de belleza, más de 10.000 dólares por niña al año, en algunos casos, podría invertirse de forma más productiva, por ejemplo, en planes de ahorro para ayudarles a financiar el coste de una educación universitaria. Sin embargo, los atributos que se acentúan cuando definen sus identidades y su autoestima les dan pocas oportunidades de desarrollarse y expresarse'*2. A pesar de estas críticas, los concursos infantiles de belleza gozan de una enorme popularidad en Estados Unidos, popularidad que va en aumento. Es más, tienen sus defensores'*^. En parte, esa popularidad puede explicarse, como mencioné antes, por las posibilidades que ofrecen a sus promotores de hacer dinero, pero hay más cosas. Los concursos infantiles de belleza representan también lugares en los que los ritos de la Norteamérica provinciana se combinan con la ideología de la cultura del consumo de masas. Unos concursos con títulos como: "Miss Catfish Queen", "Miss Baby Poultry Princess" y "The Snake Charmer Queen Ritual Competition"* indican que esos ritos se adaptan con facilidad a los "significados locales y símbolos, valores y estética familiares, los que son relevantes para los productores, actores y consumidores del concurso"'*''. Es fácil poner en marcha esos ritos; se anuncian como "1 Marly Harris: "Trophy Kids", Money Magazine, marzo de 1997, pág. 102. *2 Como señala Annette Corrigan, 'las niñas deben tener la libertad de examinar las ilimitadas posibilidades de su humanidad y ser valoradas, como son los hombres, por mucho más que su aspecto externo o su capacidad de estimular el deseo en el sexo opuesto". Annette Corrigan: "Fashion, Beauty, and Feminism", Meanjin, 51:1,1992, pág. 108. '^3 Véase una defensa académica de los concursos de belleza, como una mera representación de las normas de la comunidad en: Michael T Marsden: "Two Northwestern Ohio Beauty Pageants: A Study in Middle America's Cultural Rituals", en: Ray B. Browne y Michael T. Marsden (eds.); The Cultures of Celebration. Bowling Green, Ohio: Bowling Green State University Press, 1994, pegs. 171-180. Marsden está tan decidido a ver los concursos como actuaciones rituales que no se da cuenta del carácter tan ideológico de su comentario cuando se centra en algunos de los aspectos más sexistas de las prácticas de los concursos. Así, para Marsden, las competiciones en traje de baño sólo prueban que "la belleza puede ser un arte". Véase un análisis más complejo en: Robert H. Lavender: "'It's Not a Beauty Pageant!' Hybrid Ideology in Minnesota Community Queen Pageants", en: Beauty Queens, págs. 31 -46. Véase también la insípida defensa que hace Susan Orlean de los concursos infantiles de belleza como ritos públicos que dan a las madres (a posibilidad de enorgullecerse cuando ganan sus hijas, y proporcionan a las concursantes la acogida de una familia "en la que todo el mundo conoce a los demás y cuidan de los demás". Susan Orlean: "Beautiful Girls", Ttie New Yorker, 4 de agosto de 1997, págs. 29-36. * "Miss Reina del Barbo", "Miss Princesa Bebé de las Aves de Corral" y "La Competición Ritual de la Reina del Encantador de Serpientes", respectivamente. (N. del T.) ^ Stoeltje: "The Snake Charmer Queen Ritual Competition", pág. 13. ©
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una forma legítima de entretenimiento familiar; son una poderosa caja de resonancia de los modelos occidentales dominantes de la feminidad, la belleza y la cultura, y desempeñan un papel crucial en los niveles local y nacional de reproducción de determinadas ideas de ciudadanía y de identidad nacional. Con frecuencia, los concursos infantiles de belleza se asumen simplemente como un entretenimiento bueno y limpio y se defienden por su valor cívico para la comunidad. Es más, mientras que los concursos adultos de belleza, como el anual de "Miss América", han sido objeto de enormes cantidades de críticas feministas'*5, pocas críticas académicas y culturales se han centrado en los concursos infantiles de belleza como objetos serios de análisis cultural''^.
Más allá de la política del abuso infantil Cualquier intento de cuestionar las prácticas y abusos sexistas presentes en los concursos infantiles de belleza debe comenzar con el reconocimiento de que estos actos representan algo más que un entretenimiento trivial. La teórica de la educación Valerie Walkerdine decía que ciertas formas de cultura popular, como el concurso de belleza, ofrecen a las niñas de clase trabajadora una forma de escapar de los discursos e ideologías limitadoras que se hallan en las escuelas y otras instituciones. La cultura popular se convierte en un ámbito de fantasía que ofrece la promesa del escape, las posibilidades y el triunfo personal. En este caso, el deseo adquiere expresión mediante un desfile interminable de imágenes y narraciones muy sexualizadas que no sólo encierra la promesa de fantasías eróticas que "les pertenecen", sino que constituyen también para estas pequeñas una importante estrategia de supervivencia''^. Según Walkerdine, las formas de la cultura popular, como un concurso infantil de belleza, ocupan un espacio público serio, en el que se ofrece a las preadolescentes de clase trabajadora unas formas de identificación de las que pueden apropiarse como prácticas de supervivencia en una sociedad que está en su contra. Sin embargo, lo que ignora Walkerdine es que, a menudo, esas fantasías se fundan en formas de identificación y esperanza que no ofrecen nada más que el timo del cumplimiento, proporcionan-
^^ Véase un análisis importante de los diferentes enfoques críticos de la belleza y la política de la apariencia que han empleado las feministas desde la aparición del primer concurso de IVIiss América en 1968 en: Corrigan: "Fasliion, Beauty, and Feminism", págs. 107-122. Lo que resulta muy interesante de este artículo es que no se dice nada de los concursos infantiles de belleza. Esto es especialmente relevante, dado que muchos de los enfoques conceptuales que versan sobre la política de la apariencia no se aplican a las niñas de 6 años. Por ejemplo, la idea de que la belleza puede interpretarse como un acto de resistencia y volverse contra la cultura dominante parece un tanto rocambolesco cuando se habla de niñas que apenas saben leer. "^ Puede hallarse una excepción en la colección de ensayos de: Cohen y cois, (eds.): Beauty Queens. " Valerie Walkerdine: Daddy's Girl: Young Girls and Popular Culture. Cambridge, Mass: Harvard University Press, 1997, pág. 166. ©
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do unas opciones limitadas a las niñas. Es más, aunque no puedan despreciarse esas estrategias como políticamente incorrectas, sino que hay que contemplarlas en el contexto de unas ideas de mayor alcance acerca de cómo se media el deseo y cómo se actúa sobre él, los costes sociales de esas identificaciones van mucho más allá de los beneficios que aportan como defensa contra unos tiempos adversos. A largo plazo, esas inversiones sirven para limitar, a menudo explotar y trastornar la vida de las clases trabajadoras. Al mismo tiempo, la aparición de formas culturales como los concursos infantiles de belleza ponen en evidencia hasta qué punto se están reduciendo las esferas públicas viables para los niños. A medida que decrecen los fondos públicos, se agotan los servicios de apoyo y se eliminan de las escuelas las actividades extracurriculares a causa de los recortes económicos, la sociedad cuenta con muy pocos espacios públicos no comerciales con los que puedan identificarse y que puedan experimentar los jóvenes. Cuando las relaciones mercantiles expanden su control sobre el espacio público, las empresas facilitan cada vez más estos espacios para que los niños vivan la experiencia de consumir objetos y bienes, con pocas oportunidades de aprender a desarrollar todas sus capacidades intelectuales y emocionales para ser ciudadanos críticos. Aunque muchos progresistas son muy conscientes de que la lucha en torno a la cultura equivale a la lucha por el significado y la identidad, también es importante reconocer que cualquier política cultural viable debe situar textos culturales específicos dentro de las relaciones de poder que configuran la vida cotidiana. Entendiéndolos dentro de un conjunto más amplio de relaciones, los concursos infantiles de belleza se convierten en objeto importante de análisis crítico por diversas razones. En primer lugar, los rígidos roles conservadores de género, que se justifican en muchos concursos infantiles de belleza, deben analizarse tanto en relación con las ideologías específicas que construyen con respecto a los niños, como en cuanto a las formas en las que estas ideologías hallan expresión en otras partes de la cultura. Lo que quiero señalar es que los valores y los motivos dominantes que configuran los concursos infantiles de belleza adquieren su significado y su atractivo precisamente porque encuentran expresión en esferas culturales relacionadas a lo largo de toda la sociedad norteamericana. Por ejemplo, al examinar las campañas publicitarias del estilo de las producidas por Calvin Klein o el creciente uso de los anuncios que muestran el ideal de la mujer moderna norteamericana como una mujer joven, extremadamente delgada, sexualmente seductora y dispuesta, resulta obvio que los procesos que operan en la cosificación de las niñas no difieren en absoluto de las relaciones sociales que tienen lugar en otros sitios. En todos estos ámbitos, se utilizan los cuerpos y las partes del cuerpo de las niñas para comercializar el deseo y vender artículos. Lo que, con frecuencia, oculta esas conexiones a la mirada pública es que los concursos infantiles de belleza se apropian de la inocencia como un tropo para hacer lo mejor para las niñas, a menudo en nombre de los valores familiares predominantes, y, sin embargo, precisamente en nombre de la inocencia, esas prácticas pueden considerarse en otros contextos como abusivas para ©
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los niños, tal como se definen en la cultura dominante en cuanto simple entretenimiento bueno, limpio y familiar. En los anuncios del perfume Obsession de Calvin Klein y en los más recientes de sus pantalones vaqueros, la inocencia se convierte en un signo fracturado y se utiliza sin excusas para presentar a los niños como objetos de deseo y a los adultos como mirones. En este caso, se transmite la inocencia en unas atractivas imágenes de pureza infantil mientras, al mismo tiempo, se sexualizan y mercantiiizan esas imágenes. La sexualización de los niños puede ser la frontera última del mundo de la moda, ejemplificada en el ascenso de modelos como Kate Moss, que representa la mujer ideal como una niña abandonada: como un palo, sin expresión y con los ojos en blanco'*^; o, sencillamente, crea celebridades de modelos adolescentes, como Ivanka Trump, que, al final de su adolescencia, se preguntan si son demasiado viejas para desarrollar una carrera profesional en esas industrias de la cultura que reducen los talentos de una mujer a las elusivas y fugaces normas del deseo, la sexualidad y la belleza. Lo que conecta el mundo de los concursos infantiles de belleza con el mundo de la publicidad y de la moda es que enseñan a las niñas a convertirse en mujeres en pequeño, mientras a las mujeres se les enseña a asumir las identidades de niñas abandonadas e impotentes. En este caso, Lolita sólo crece para retirarse en su juventud como modelo de lo que significa ser una mujer**^. Aquí, la inocencia revela una cualidad oscura: no sólo se ataca a las jóvenes en muy diversos espacios públicos, sino que se hurtan sus identidades, en especial las de las mujeres jóvenes, de diferentes maneras y en diversos espacios públicos, por el elevado cociente de placer que evocan para satisfacción de las necesidades y deseos adultos. Como referente ético, la inocencia humaniza a los niños y reclama a los adultos que les brinden seguridad y protección. Sin embargo, la inocencia toma su significado de un complejo conjunto de registros semióticos, materiales y sociales, y lo que les está ocurriendo a los niños, en muchas esferas culturales tan poco relacionadas en apariencia como los concursos infantiles de belleza y el mundo de las modelos publicitarias y de moda, indica lo vul••^ Aunque en este capítulo no he desarrollado las consecuencias que esas descripciones tienen para las mujeres, muchas feministas han publicado algunos análisis excelentes. Véase, en especial: Bordo: Unbearable. Véase una bochornosa defensa de la delgadez como la estética de la industria de la moda en: Rebecca Johnson: "The Body", Vogue, septiembre de 1997, páginas 653-658. Johnson da muchas vueltas para justificar algunos de los aspectos más misóginos de la industria de la belleza, pero, en realidad, se hunde hasta el fondo al decir que el resentimiento es la razón primordial por la que muchas mujeres critican la Imagen de las modelos flacas que invaden los medios de comunicación. Al decir que la delgadez es sólo una estética y no una moralidad, Johnson parece olvidar que, en la invocación dominante de la delgadez como norma de belleza, está la sugerencia de que las mujeres con sobrepeso son descuidadas, las mujeres ancianas son feas y las mujeres que no son blancas no son tan hermosas como las omnipresentes flacas rubias que pueblan los medios de comunicación. •"^ La obra clásica sobre esta cuestión es: Mary Pipher: Reviving Opiíelia: Saving the Selves of Adolescent Girls. Nueva York: Ballantine Books, 1994. Véase también: Nicole Peradotto: "Little Women: A New Generation of Girls Growing Up Before Their Time", Buffalo News, 26 de enero de 1997, pág. IE. ©
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nerables que en realidad son con respecto al aprendizaje de las peores dimensiones sociales de nuestra sociedad: misoginia, sexismo, racismo y violencia. Hay que entender la inocencia como metáfora abierta a diversos usos y cuyos efectos pueden ser tanto positivos como devastadores para los niños. Para que la inocencia se convierta en una categoría útil para el análisis social, el término sólo debe entenderse política y éticamente mediante las formas en que se representa y utiliza en la vida cotidiana, configuradas por el lenguaje, las representaciones y las tecnologías del poder. Para analizar una política de inocencia es fundamental la necesidad de averiguar por qué, cómo y en qué condiciones impregna cada vez más el marketing áe los cuerpos de los niños diversos elementos de la sociedad. De igual manera, los educadores y otras personas no sólo deben descubrir los intereses políticos e ideológicos y las relaciones de poder que operan en la construcción de la inocencia, sino también las formas reales en las que se despliegan las prácticas culturales para influir en la forma de aprender de los niños y de los adultos acerca de ellos mismos y de sus relaciones con los demás. La inocencia se convierte en una ideología mistificadora y en un vehículo de beneficios comerciales. En el primer caso, la inocencia es un término muy cargado que apunta a los pedófilos y a los pervertidos sexuales como las amenazas más visibles contra los niños en nuestra sociedad. Esa idea restringida de inocencia no alcanza a explicar cómo se relaciona el abuso infantil con unas esferas culturales aparentemente más benignas, como los concursos infantiles de belleza, y opera por medio de ellas. Por tanto, estos concursos no sólo se ignoran como objetos serios de análisis social, sino que se desprecian como una simple subcultura. En este caso, la inocencia protege una determinada idea de los valores familiares, que es específica de una clase social y está codificada racialmente. En una sociedad donde la juventud de clase trabajadora y los jóvenes de color se representan como una amenaza y un peligro para el orden público, la inocencia se convierte en un tropo ideológico definido mediante su contraste con los niños a quienes se interpreta como "otros". En cuanto tropo ideológico, la inocencia refuerza una política de la inocencia que legitima el capital cultural de los niños blancos, de clase media y privilegiados. Es más, el discurso de la inocencia no facilita la comprensión del modo en que las condiciones en las que aprenden los niños en lugares específicos se refuerzan y adquieren legitimidad mediante su conexión con otros lugares culturales. En el segundo caso, la inocencia queda presa de la lógica del mercado y de la enseñanza satisfactoria de las operaciones del consumismo. Esa lógica se apropia cada vez más del mito de la inocencia a través de una estética deslumbrante en la que los niños proporcionan el cebo sexualizado que crea imágenes y representaciones que bordean la pornografía. En este escenario, el sentido del juego de los niños y su desarrollo social se transforman mediante estrategias de marketing y formas de educación para el consumo que definen los límites de sus imaginaciones, identidades y sentido de la posibilidad, mientras, al mismo tiempo, facilitan, a través de los medios electrónicos de comunicación, un "tipo de entretenimiento que influís) Ediciones Morata, S. L.
Fantasias de ninfa: Los concursos infantiles de belleza y la política de inocencia
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ye de manera sutil en nuestra forma de ver a [los niños,] nosotros mismos y nuestras comunidades"^". Los educadores, los padres y los activistas preocupados deben comenzar a cuestionar y contrarrestar esas imágenes, ideologías y prácticas sociales, como parte de una política cultural que sitúa las cuestiones de la enseñanza y el poder en el centro de su proyecto. Esto supone tomar muy en serio cómo los concursos infantiles de belleza y otros entes culturales enseñan a los niños a pensar en ellos mismos a través de las representaciones, valores y lenguajes que se les ofrecen ^^ También significa expandir nuestra comprensión de la forma de estrellarse la educación sobre los cuerpos de las niñas en los concursos y del modo en que esta práctica concuerda o no con lo que se enseña a las niñas en otras esferas culturales. Las escuelas y otros ámbitos culturales deben considerar la cultura popular como un área seria de análisis. Esto sugiere que se enseñe a niños y adultos a interpretar críticamente la cultura popular. Significa también enseñarles a ser productores culturales capaces de utilizar las nuevas tecnologías para crear textos que honren y comprometan críticamente sus tradiciones y experiencias. En términos estratégicos, hay que ofrecer a los estudiantes textos, recursos y estrategias que faciliten un conjunto complejo de posiciones de sujeto que puedan abarcar, en el que puedan vivir, que puedan transmitir y con el que puedan experimentar. Hay que enseñar también a estudiantes y adultos a organizar movimientos sociales en los niveles local y nacional para presionar y boicotear a las empresas que realicen prácticas abusivas con respecto a los niños. Subyacente a esta combinación de lo político y lo educativo está el objetivo político declarado de "capacitar a la gente para que actúe más estratégicamente de manera que pueda cambiar su contexto para mejor" ^^ y g| objetivo educativo de encontrar formas para que grupos diversos de niños y adultos trabajen juntos con el fin de transformar las esferas públicas populares en ámbitos que encaren los problemas sociales por medio de consideraciones democráticas y no sólo de mercado ^^. En resumen, la socialización de los niños debe tratarse en el contexto de una exposición más general sobre la ciudadanía y la democracia, que se 5° Cohen y cois, (eds.): Introducción a Beauty Queens, pág. 10. ^^ Véase un análisis crítico de cómo se representa a las niñas pequeñas en la cultura popular y lo que ellas aprenden en: Wali<erdine: Daddy's Girl; véase también: McRobbie: Postmodernism and Popular Culture. ^^ Lawrence Grossberg: "Toward a Genealogy of the State of Cultural Studies", en: Gary Nelson y Dilip Parameshwar Gaonl<ar (eds.): Disciplinarity and Dissent in Cultural Studies. Nueva York: Routledge, 1996, pág. 143. ^^ Esto indica que los adultos no sólo se responsabilizan de cómo se estructuran las identidades de los niños dentro de unas relaciones sociales opresivas, sino también que esos adultos apoyan a los menores como los Free Children, un grupo juvenil formado por chicos de entre 10 y 16 años, que se están organizando a nivel nacional e internacional para "ayudar a los niños que padecen abusos y explotación, pero también para capacitar a los jóvenes para que crean en sí mismos y piensen que pueden desempeñar un papel activo como ciudadanos de este mundo". Craig Kielburger: "Children Can Be Active Citizens of the World", Rethinking Schools, verano de 1997, pág. 19. ©
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oponga a lo que el filósofo Theodor Adorno llama "obscena fusión de estética y realidad"^'*. Precisamente, Adorno se refiere aquí a la refutación de esas ideologías y prácticas sociales que tratan de subordinar, si no eliminar, formas de identidad fundamentales para la vida pública a una economía de cuerpos y placeres que es simple superficialidad y espectáculo. Esa exposición no sólo cuestiona las condiciones en las que aprenden los niños, lo que aprenden y cómo configura este conocimiento sus identidades y comportamiento, sino que suscita también cuestiones sobre las relaciones materiales e institucionales de poder que son fundamentales para mantener la integridad de la vida pública, una condición que es esencial que aprendan todos los niños, con el fin de que sean participantes críticos en la configuración de sus vidas y del orden social en general. El abuso de los niños se produce de muchas maneras y se ha convertido en una característica alarmante de la sociedad norteamericana. El ataque actual lanzado contra ellos por medio de una política retrógrada, el desmantelamiento del estado de bienestar y la omnipresente superabundancia de imágenes que los convierten en las principales incitaciones del deseo adulto indica que la democracia está sumida en una importante crisis. Para que la democracia nos lleve hacia adelante en el próximo siglo, tendrá que estar basada, sin duda, en un compromiso para mejorar la vida de los niños, pero no en el marco de la degradante lógica del mercado, que trata a sus cuerpos como bienes de consumo y su futuro como transacciones para la acumulación de capital. Por el contrario, los educadores críticos y otros progresistas tienen que crear una visión cultural y un conjunto de estrategias informadas por "la retórica de la ciudadanía política, cívica y económica" ^^. El reto de asumir ese compromiso nunca ha sido tan tenso ni tan urgente.
5* Adorno, citado en; Geoffrey Hartman: "Public Memory and Its Discontents", Raritan, 8:4, primavera de 1994, pág. 27. ^5 Stanley Aronowitz: "A Different Perspective on Inequality", en: Henry A. Giroux y Patrick Shannon (eds.): Education and Cultural. Nueva York: Routledge, 1998, pág. 193. ©
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CAPITULO II
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Introducción Es el miedo a lo que Jean Baudhllard llama simulaciones sin referentes, una sociedad Disneyland en la que unos deseos no anclados flotan de objeto en objeto al dictado del capitalismo consumista. El cuerpo, en esa sociedad, pierde su realidad material; el dolor deja de ser un maestro y el placer se degrada a mera estimulación. (Richard Sennett: "The Social Body".) En el mundo postmoderno descrito por el filósofo Jean Baudrillard, la vida cotidiana consiste en una serie interminable de simulaciones que carecen de referentes concretos. Disneyland se convierte en el modelo de una sociedad aséptica, purgada de política, una sociedad en la que las representaciones están cada vez más homogeneizadas y dejan de ser interpretadas críticamente, en cuanto elemento de una estrategia más general de comprensión, lucha e intervención''. En este panorama mediático, las imágenes bombardean los sentidos, las identidades se hacen transparentes y unidimensionales, el espacio y el tiempo se desploman y desplazan las ideas tradicionales de lugar y de historia, y la realidad concreta se desliza hacia una sociedad virtual en la que "hay cada vez más información y cada vez menos sentido" 2. La cultura postmoderna no se ha convertido tanto en un modo de crítica cultural como en una condición política y social marcada por el ascenso del
' Este tema se trata de forma magistral en: Michael Sorkin: "See You in Disneyland", en: Michael Sorkin (ed.): Variations on a Theme Parl<. Nueva York: The Noon Day Press, 1992, páginas 205-232. 2 Jean Baudrillard: Simulacra and Simulation. Michigan: University of Michigan Press, 1994, pág.87. ©
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estado nacional del entretenimiento y la diseminación de la cultura empresarial por cada faceta de la vida^. La concentración de aparatos de producción, organización y distribución cultural en cada vez menos manos destruye la posibilidad de que la cultura sea una zona dinámica de contención, un espacio público activo que estimule el diálogo, la discrepancia y la participación crítica. La cultura se convierte, en cambio, en una esfera pública comercial, marcada por la aparición, si no el triunfo, de formas estilizadas y superficiales. En una sociedad así, "lo social se transforma en publicidad... y todas las formas actuales de actividad tienden a la publicidad, y la mayoría se agota en ello'"*. Cuando lo social se vacía de todo referente político y ético, la tensión entre entretenimiento y política se difumina, del mismo modo que la relación entre arte y comercio se hace menos controvertida. Sería reconfortante creer que el mundo de simulaciones de Baudrillard existe sólo como un discurso teórico arcano repetido sin cesar en los congresos académicos o en los retiros de Las Vegas ^. Sin embargo, la lógica de la simulación, con su indiferencia con respecto a la distinción entre representaciones de la realidad y experiencias reales, opera en diversos espacios públicos. En esos espacios, la imaginería social se redefine y se reproduce dentro de una lógica comercial que renuncia a toda demanda a la política, la compasión moral y las obligaciones de la vida pública. En una sociedad así, el arte y el comercio se combinan cada vez más en identidades globales, cuerpos mercantilizados como objetos de comercio y deseos organizados según los dictados del mercado. Se da vía libre a la creatividad en la medida en que venda mercancías; ya no sirve para conectar la transgresión artística con la resistencia política o las luchas democráticas. Como la cultura está cada vez más configurada por el mercado, los artistas y otros trabajadores culturales pueden hipotecarse cómodamente de acuerdo con la lógica del capitalismo tardío y participar en la sociedad en general como relaciones públicas intelectuales, en vez de como agentes de responsabilidad social. Por ejemplo, ciertos directores cinematográficos, como Francis Ford Coppola y Ridley Scott, someten su sensibilidad crítica y su categoría de autores con el fin de trabajar para gigantes empresariales como Disney, haciendo películas que disuelven la política en comedias blandengues o en machismo militar de muchos octanos (por ej., Jack y La teniente O'Neií). Numerosos artistas contemporáneos han seguido los pasos de Andy Warhol, utilizando su talento para hacer anuncios de Absolut Vodl<:a'^, entre otros pro-
3 Véase una serie de artículos sobre lo que Mark Crispin Miller llama en The Nation "El estado nacional del entretenimiento", véase el número de The Nation de 3 de junio de 1996. * Baudrillard: Simulacra and Simulation, págs. 87-88. 5 Me refiero aquí al infame congreso de artistas y académicos en el Whisl<ey Pete's Casino de Stateline (Nevada), que incluyó el debut de Baudrillard en un número de un club nocturno de Las Vegas. Véase: M. Corrigan: "Vive Las Vegas", The Village Voice, 19 de noviembre de 1996, pág. 13. ^ Véase el perspicaz artículo sobre arte y comercio de Luis Camnitzer: "Absolut Relativity", Third Text, 38, primavera de 1997, págs. 86-91. ©
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ductos. De manera semejante, la empresa de confección Benetton exhibe sus anuncios en diversas galerías y emplea a distintos actores y artistas para que apoyen o trabajen para la compañía. Además de difuminar la línea divisoria entre cultura y sociedad, esos artistas y empresas purgan la producción artística de cualquier referente ético, reafirmando, al mismo tiempo, \a victoria de) capital sobre la compasión humana: la responsabilidad social pierde ante los imperativos del balance final. En un mundo postmoderno, el consumo, más que la producción, impulsa la economía capitalista. Dentro de esta nueva formación capitalista, la cultura está más que comercializada, se elimina su resistencia cuando la reflexión crítica deja paso a la imagen cosificada del espectáculo. Al no discernir la diferencia entre la realidad como dato y la realidad como posibilidad, —entre una moralidad comprometida con la oposición a las formas de opresión y una política representativa, en la que la opresión, el sufrimiento y la desesperación se traducen en una estética estilizada—, el ámbito cultural impulsado por el mercado manifiesta un vacío apocalíptico. Cuando las maquinarias de la pedagogía cultural se extienden, más allá de la escuela, a los medios de comunicación electrónicos, controlados en gran medida por las empresas, las realidades de la exi;:)enencia personal y la memoria colectiva se transforman en una "utopía de caricatura" disfrazada de entretenimiento^. Dentro de esa política representativa, el comercio aparece como el portador de un tipo de arte "refrescante"; una nueva forma de producción cultural que eleva la estética como su principio organizador más importante. La cultura y la mercancía se hacen indistinguibles y las identidades sociales se configuran casi exclusivamente dentro de la ideología del consumismo. Esto aparece con claridad meridiana en el modo en que los diseñadores de la moda popular han utilizado a fotógrafos de calidad, como Steven Meisel y Richard Avedon para refundir o reformar la indignación y la resistencia como un simple vínculo con un perfume, un pantalón vaquero, una camisa o "algo tan distante y tan decorativo como un caimán"^. La política representativa y las relaciones de poder que conectan el arte y el comercio ocultan el modo en que las operaciones del poder crean unos espacios públicos en los que se configuran las identidades, se aprenden los valores y se legitiman las relaciones sociales. Por supuesto, muchos artistas, críticos culturales y teóricos sociales han comenzado a examinar esta cuestión en la segunda mitad del siglo xx. Lo nuevo no es la intersección del arte y el comercio, sino el grado en el que la política se disuelve en la patología, como ejemplifica la "estética de la heroína". Me refiero aquí a una sensibilidad exclusivamente estética, en la que la experiencia de la adicción a la droga y la pobreza se convierten en simples representaciones que enlazan el estímu^ Trato en detalle esta cuestión en: Henry A. Giroux: Disturbing Pleasures. Nueva York: Routledge, 1994. (Trad, cast.: Placeres inquietantes: aprendiendo la cultura popular. Barcelona. Paidós, 1996.) La expresión 'utopía de caricatura" está tomada de Mictiael Sorkin: Variations on a Theme Park, pág. 232. ^ Camn'ñzer: ''Ahso\ut f{e)aWny", pág. 87. ©
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lo emocionalmente cargado del espectáculo con los deseos sin dirección ni finalidad específicas del capitalismo consumista. En el contexto de esa política representativa, la estética reemplaza cualquier vestigio de sensibilidad moral, al tiempo que restringe el espacio público y el sentido de acción que se ofrece a los jóvenes y otros. Sin embargo, la estética de la heroína no sólo legitima un desdén cínico con respecto al sufrimiento humano, sino que funciona también como una retroestética en la que la política subcultural, aunque nihilista y patológica, proporciona la nueva pose desechable del marketing para obtener beneficios. En este caso, la transgresión reproduce de forma aerifica o sanciona lo que la crítica de arte Carol Becker ha llamado "manifestaciones de insania psíquica: malestar, racismo, hipocresía, desesperación" 3. Yo sostengo que la aparición de la controversia en torno a la estética de la heroína en la prensa popular, a mediados de los noventa, constituye un ejemplo importante de cómo se unen el arte y el comercio para reescribir la política de la transgresión o resistencia, como forma domesticada de enfrentamiente orientada a producir un sujeto social consumidor, en vez de crítico. La controversia de la estética de la heroína no sólo revela la forma de depurar la transgresión de cualquier apariencia de resistencia política, sino que demuestra que esa "transgresión" se domestica y se hace cómplice, situando a los integrantes de su público como mirones que pueden consumir de forma placentera los estereotipos predominantes sexistas, racistas y específicos de ciase acerca de ¡os jóvenes y ias mujeres. El crítico sociai Richard Sennett apunta a la domesticación de la resistencia cuando dice que "la política de la transgresión prevé una resistencia a las normas de la sociedad dominante que nada hace para cambiar las reglas sociales mismas. Incluso en el mejor de los casos, el discurso de la transgresión evoca un tropo cultural familiar: la libertad como la mentalidad de la alienación" ^°. Quiero decir también que el "arte nuevo" de la estética de la heroína en la fotografía de modas apunta a una política de representación que debe entenderse en relación con los presentes ataques de la derecha contra los jóvenes de clase trabajadora y las mujeres. La estética de la heroína no se limita a maximizar el placer de ver, sofisticando la estética de la pobreza cultural, sino que refuerza también un cinismo que impregna gran parte del sector público en el que los cuerpos de jóvenes y mujeres no se ven ya dentro del espacio privilegiado de la posibilidad. Desde este punto de vista, la acción se vacía de cualquier sentido de posibilidad. Los cuerpos que se presentan en imágenes estilizadas, anoréxicos, con señales de abusos físicos y paralizados por el consumo de drogas, no suscitan simpatía o compasión, sino que sirven en gran medida para reforzar nuestra imagen de la juventud como símbolo de violencia, crimen y trastorno social y de las mujeres como simples mercancías sexualizadas.
3 Caro! Becker; "The Art of Testimony", Sculpture, 16;3, marzo de 1997, pág. 28. 10 Richard Sennett; "The Social Body", Transition 71, 1997, pág. 90. ©
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Por último, quiero proponer que el surgimiento de una sociedad marcada por la creciente mercantilización y homogeneidad de la cultura no indica ni debe indicar que la resistencia política carezca de sentido. Por el contrario, hay que reflexionar sobre los ámbitos de lucha política, así como sobre las estrategias empleadas por los trabajadores culturales progresistas, y adaptarlos a las nuevas formas de lucha y de resistencia. La dominación nunca es total en sus efectos; las contradicciones surgen en todos los espacios públicos, incluso en los que parecen ser los más opresivos. Aunque, en sí mismo y de por sí, ese reconocimiento no cambia nada, es una condición previa del trabajo educativo y político que profundiza nuestra comprensión de los artistas que trabajan sobre todo en la esfera cultural, o sea, los trabajadores culturales que desempeñan un papel individual y colectivo en la revitalizacion de la vida pública democrática.
La heroína y la política de la cultura popular Vi a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas, histéricas, desnudas, arrastrándose al amanecer por las calles de los negros, buscando un furioso pinchazo. (Alan Ginsburg: "Howl", 1956.) Los altibajos del uso de la heroína y la adicción a la misma tienen una larga historia en la cultura popular y los medios de comunicación. Un linaje, que se extiende desde el escritor William Burroughs y el músico Lou Reed a los grupos musicales Sex Pistols y Jane's Addiction, y que dio al uso de la heroína una categoría de culto que va desde la década de 1950 hasta el presente. Todo esto se ejemplifica en la obra del fotógrafo y director de cine Larry Clark, que abarca desde su ensayo fotográfico inicial, Tulsa, hasta sus filmes más recientes: Kids y Ai final del edén. La imagen bohemia de la heroína se amplificó y, al mismo tiempo, se atemperó con la muerte de estrellas del rock, como Janis Joplin y Jerry García, y de los actores de Hollywood John Belushi y River Phoenix. Los rockeros grunge tienen, al mismo tiempo, un ídolo y un ejemplo trágico del uso de la heroína en el legado y en el suicidio de Kurt Cobain. Sin embargo, el rock también produjo un conjunto enorme de supervivientes de la heroína, como algunos de los miembros de Aerosmith, que hicieron truculentas confesiones acerca de la adicción y el abuso. Paradójicamente, parece que esas confesiones aumentaron el atractivo de la heroína para los chicos de clase media, al sugerir que se podía utilizar la droga durante largos períodos de tiempo y sobrevivir, destruyendo así la ecuación entre heroína y muerte. La longevidad de Patti Smith, Marianne FaithfullL, Iggy Pop y Keith Richards los convirtió en iconos de la cultura del caballo, venerada a causa de su viaje personal a través del rito definitivo contra lo establecido. Hollywood ha presentado su versión en celuloide de los ritmos de la heroína en filmes recientes, como Drugstore Cowboy, Pulp Fiction, Trainspotting y Al final del edén. Trainspotting, una de las películas relacionadas con la heroics) Ediciones Morata, S. L.
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na más discutidas de la década de 1990, encabezaba su campaña publicitaria con la memorable leyenda: "Toma el mejor orgasmo que hiayas tenido nunca. Multiplícalo por mil. Aún estás muy lejos". Sin embargo, los filmes sobre drogas, como Trainspotting y Gridlock'd, también muestran los inconvenientes de la adicción a la heroína. En el mundo del arte, Nan Goldin hizo numerosas fotografías que dan fe de los altibajos de los hábitos, adicciones y muertes de sus amigos, en las décadas de 1970 y 1980. La política representativa de la cultura del caballo antes de los noventa no sólo se presentaba a sí misma como la vanguardia de la cultura bohemia, sino que también hablaba de boquilla de crear o habitar nuevos espacios en los que la identidad, el rol y el placer pudieran liberarse de las demandas de la sociedad dominante. Por sí solo, ningún conjunto narrativo hace justicia a la complejidad del uso de la heroína en la generación de los excombatientes de la guerra de Vietnam, los bohemios y los proscritos culturales que poblaban el paisaje cultural de los antros urbanos marginados antes de la aparición de la estética de la heroína en los años noventa. Sin embargo, creo que se puede decir que el legado de los años sesenta ofrecía razones para utilizar la heroína. La experiencia no se disociaba del significado tanto como iba en pos de una trascendencia en la que el significado y el afecto se redefinían como parte de un viaje más allá de las normas y valores de la clase media. Cuando no lo impulsaba la pobreza, el sufrimiento humano y la epidemia de heroína producida por la guerra de Vietnam " , el uso de la heroína encontraba sus razones entre los intelectuales, los artistas y otros grupos marginales, fuera del marco de la moda, pero como una política sin futuro que enfrentaba la libertad existencial con un acto potencialmente autodestructivo. El tinte romántico del uso de la heroína siempre se mantuvo alejado del reconocimiento del "daño hecho" y de las vidas que destruyó. En la década de los noventa, la heroína se convirtió en la droga preferida de los profesionales de las clases media y alta que no quisieran comprometer su posición de poder o poner en peligro su destacada posición social, pero sí escapar de su vida aburrida introduciéndose en la cultura del caballo, que daba un toque romántico a los peligros y riesgos asociados con la cultura callejera de los desposeídos y los pobres. Al aparecer como la forma última de transgresión, el uso de la heroína a mediados de los noventa se convirtió en un símbolo cultural entre los ricos, famosos y progres, por combinar la postura muy en la onda de alienación y la escalofriante disposición a apropiarse de lo que se consideraba el accesorio de la moda ilegal ^^. Lo que a menudo no se dice en este contexto narrativo es que la heroína se ha hecho también
" Mike Males señala que "las encuestas del gobierno a los soldados que regresaban descubrieron que, entre el 30 y el 40% utilizaba la heroína con regularidad y una quinta parte se consideraba 'adicta'". Citado en; Mike Males; Framing Youth. Monroe, Me.: Common Courage Press, 1999, pág. 127. 12 Véanse narraciones personales sobre el uso de la heroína entre intelectuales progres en: Ann M.: "Listening to Heroin", The Village Voice, 23 de abril de 1994, págs. 25-30; Mark Ehrman: "Heroin Chic", Playboy, 42:5, mayo de 1995, págs. 66-68, 144-147. ©
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cada vez más popular entre los chicos de clase media, sobre todo entre los alumnos de high school y adolescentes mayores ^3. El uso actual de la heroína no sólo hay que entenderlo como la peligrosa postura de los aburridos y curiosos, sino también como un símbolo pernicioso de la desesperación y el pesimismo que utilizan los medios de comunicación para caracterizar falsamente a toda una generación de jóvenes ante quienes la sociedad adulta no sólo parece moralmente indiferente, sino también vindicativa. Al considerarlos perturbados y, a la vez, perturbadores, los jóvenes parecen una carga, si no una amenaza, para la vida pública. Este punto de vista pasa por alto las realidades de una generación de jóvenes asolada por la desindustrialización, la reducción del tamaño de las empresas, el desempleo y el desmantelamiento del estado de bienestar. Esos factores han creado fundamentalmente unas realidades nuevas para los jóvenes: un futuro de trabajos sin porvenir, pocos beneficios sociales y la imagen amenazante de un Estado que mueve unos aparatos de vigilancia y contención en constante expansión. Los jóvenes se dan cuenta con tanta claridad de la creciente amenaza que supone el Estado, que las revistas ilustradas, como Details, que se dirigen a los jóvenes y tratan de atender a sus ideas y percepciones, insertan anuncios de los pantalones vaqueros Diesel que transforman una situación desagradable en objeto de sátira. Un anuncio reciente de Diesel presenta a una serie de jóvenes vestidos con vaqueros, que se duchan en pleno verano con el agua de una boca de incendios, tras abrirla sin justificación legal. En el anuncio, se lee: "Para evitar que los jóvenes se conviertan en delincuentes, debe haber un policía por cada cinco jóvenes. Los individuos que hoy son capaces de abrir una boca de incendios, mañana serán probablemente pirómanos y exhibicionistas... Si metemos hoy en la cárcel a todos los jóvenes, ¡manana no habrá delincuentes!"^'' Este anuncio recoge en tono satírico las condiciones a las que se enfrentan muchos jóvenes en la actualidad, sobre todo los que se encuentran en el extremo inferior de la escala económica. Presumiéndose su carácter intrínsecamente criminal y desviado, a los jóvenes les resulta difícil encarar el futuro con cierta sensación de esperanza o de posibilidades^^. A unos chicos como éstos, la heroína les ofrece un atractivo diferente de su imagen romántica presente entre los intelectuales y los renegados culturales del pasado. La crítica musical Anne Powers capta de forma concisa la sensación de malestar social que tienen muchos jóvenes y detalla cómo fomenta un nuevo atractivo de la heroína. Escribe:
^^ Por ejemplo, en Seattle, entre 1986 y 1994, los desenlaces fatales debidos a la heroína, sobre todo entre los jóvenes, aumentaron en torno al 300%. Véase un análisis del panorama de la heroína en Seattle en: David Lipsky: "Junkie Town", Rolling Stone, 30 de mayo de 1996, páginas 35-62. ^^ El anuncio aparece en Details, marzo de 1999, págs. 32-33. ^^ Trato esta cuestión en: Henry A. Giroux: Fugitive Cultures: Race, Violence and Youth. Nueva York: Routledge, 1996. ©
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En los noventa, lejos de la despreocupación de la generación del bajón de la natalidad, la heroína está rodeada de una extraña gravedad: a diferencia del escenario de la Coca-Cola, esta cultura de la droga anuncia sus peligros de forma tan destacada como sus placeres, con un pesimismo que debe llamar la atención de unos jóvenes, que han llegado a esperar las mayores satisfacciones, al soportar su propio nivel de calamidad. Su conexión con el SIDA remacha este mensaje: no es posible que sea casual, dice la heroína. No tiene sentido para sentirse libre... Como si tantas promesas —las ofrecidas y después traicionadas por sus padres exhlppies, las contenidas en el mito tambaleante del ideal consumista, las que aparentemente les corresponden en cuanto juventud esperanzada, aunque envenenada desde su concepción por un mundo dividido, cínico y contaminado— todavía hubieran dejado hambrientos a estos chicos. Por eso se dejan seducir por el hambre, buscando algo que les ofrezca una forma de impulso y, al mismo tiempo, carente de metas ^^. Aunque las razones que se esconden tras el uso que los jóvenes hacen de la heroína sean complejas, la simple realidad es que las muertes relacionadas con la heroína se incrementaron de forma significativa en 17 de las 25 principales ciudades de Estados Unidos, entre 1991 y 1994. Es más, según Ginna Marston, vicepresidenta de la Partnership for a Drug Free America, "el uso de heroína entre... los alumnos de 8.°, 10.° y 12.° va en aumento... [y] el número de alumnos de 12.° que experimentan con heroína ascendió desde 22.500 en 1991 hasta 40.000 en 1995"^^ El hecho de que el precio de la heroína haya bajado y la droga sea más pura ha contribuido a su popularidad y al aumento de las muertes. El problema de la estética de la heroína puede entenderse y analizarse tanto en términos estéticos como políticos, en relación con el complejo legado del uso de la heroína, así como con el contexto cambiante de la facilidad de acceso a la misma y de su consumo cada vez mayor en el caso de los profesionales y jóvenes de clase media. Cuando la estética de la heroína se convirtió en objeto de atención nacional, las condiciones subyacentes que provocan su consumo y la complicidad de los anuncios de modas y del arte en la justificación de la cultura del caballo comenzaron a ser objeto de un diálogo público más general. Por desgracia, en este diálogo faltaban unos análisis serios de los límites que deben respetarse con respecto a la conexión entre el arte y el comercio, y un debate público acerca de la coincidencia de la estética de la heroína con los ataques públicos contra los jóvenes, a quienes se considera cada vez más como el origen de los problemas sociales.
^^ Ann Powers: "The Hunger", The Village Voice, 23 de agosto de 1994, pág. 29. ^^ Citado en: Pamela Reynolds: "A Fashion World Hooked on 'Heroin Chic'", Boston Globe, 26 de julio de 1996, pág. C1. ©
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La política pública de la estética de la heroína "No necesitáis exaltar la adicción para vender ropa". (Presidente Bill Clinton, 21 de mayo de 1997.) El 20 de mayo de 1997, el New York Times publicó un artículo en primera plana sobre la muerte del fotógrafo de 20 años Davide Sorrenti, relacionada con la heroína. El artículo atacaba también a los editores y fotógrafos de las revistas de modas por exaltar lo que llamaba la "imagen alargada del adicto a la heroína" y lanzaba la acusación de que la muerte de Sorrenti reflejaba el extendido uso de esta droga entre los jóvenes que trabajan en la industria de la moda. En realidad, el artículo no sólo acusaba a esta industria de exaltar el uso de la heroína como ardid publicitario, sino de ser cómplice también, si no responsable, de promover y aprobar el consumo de drogas en su propio ámbito. Al día siguiente, en una conferencia ante 35 alcaldes de todo Estados Unidos, el presidente Clinton popularizó la expresión "estética de la heroína" criticando la exaltación del consumo de la heroína que hacía la industria de la moda. Clinton dijo que la fotografía de modas hatjía transmitido un mensaje erróneo al público norteamericano, al hacer que la heroína pareciera "elegante, sexy y muy en la onda". Es más, el presidente planteó interrogantes respecto al papel que desempeña el arte en la configuración de la opinión pública y el grado en el que debe responsabilizarse de las consecuencias de sus acciones. Clinton cuestionaba el supuesto de que la convergencia de arte y comercio pueda entenderse exclusivamente bien en el lenguaje de la estética o en el de los márgenes de beneficio. Al acusar a la industria de ser política y moralmente negligente, Clinton dejó muy claro que se había excedido en su libertad y ejercido su poder de un modo poco ético y destructivo. Resumió su crítica recordando a la industria de la moda que "la glorificación de la heroína no es creativa, es destructiva. No es hermosa, es fea. Y esto no tiene nada que ver con el arte, sino con la vida y la muerte"''^. Lo que Clinton no mencionó era el papel que su propia administración desempeñaba en la expansión de la pobreza, el desempleo y los ataques de base racista contra muchos jóvenes por medio del desmantelamiento de los servicios de asistencia social y la aprobación de leyes represivas que criminalizan y apuntan injustamente a los pobres, los jóvenes y los negros. La fotografía a la que se refería Clinton había aparecido en un amplio conjunto de revistas de modas, anuncios de televisión y pasarelas de modas durante los años precedentes^^. Sin embargo, la estética de la heroína no pasó a formar parte del paisaje cultural a causa de su aparición en revistas de ^^ Clinton, citado en: Robert A. Rankin: "Clinton Rebukes Fashion Industry for 'Glorification' of Drug Addiction", Centre Daily Times, 21 de mayo de 1997, pág. 6A. '3 Amy M. Spindler dice que "en los últimos tres años, se fia visto alguna versión de la imaginería en cuestión en casi todas las revistas de modas". Véase: Amy M. Spindler: "A Death Tarnishes Fashion's 'Heroin Look'", New York Times, 20 de mayo de 1997, pág. A25. ©
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modas de vanguardia, como Detour, W, l-D y The Face, sino porque Calvin Klein popularizó la imagen en cuestión en sus campañas publicitarias, en especial su campaña publicitaria "¡ust be", anunciando la colonia "ck be", que lanzó en agosto de 1996. Señalando un momento importante de la historia de la estética de la heroína, "ck be" no sólo lanzó la imagen a la publicidad más habitual, sino que también estimuló las protestas públicas de una serie de grupos antidroga de todo el país, muchas de las cuales no quedaron reflejadas en los medios de comunicación y pasaron desapercibidas. Los anuncios de la "ck be" de Klein presentaban imágenes en blanco y negro de modelos con los ojos en blanco y con las expresiones lánguidas y enfermizas de los adolescentes de la "cultura del caballo" que esperan el siguiente pinchazo fuera de una clínica de metadona. Entre las imágenes, aparecía un cuidado resumen —"be this, be that, just be." *— que sugería, si no exaltaba, la postura trágicamente de moda del pobre yonqui de heroína. El "Sé" {"just be') parecía ofrecer una alternativa irónica a diversas campañas de anuncios: desde el eslogan ultrapatriótico del ejército "Be All That You Can Be" **, el eslogan ultradeportista "Just Do If *** de Nike, hasta el eslogan insípido y moralizante "Just say no"**** que estaba en el centro de las campañas antidroga lanzadas durante la era Reagan. En respuesta a la última, "just be" sugería que la cultura del caballo no era peligrosa, sino al día y muy en la onda. Los anuncios estimularon las protestas airadas e inmediatas, con una coalición de grupos antidroga liderados por padres que encabezaban la acusación, con la invitación a un boicot nacional contra los productos de Klein. Paula Kemp, la subdirectora de National Families in Action, pidió a "los competidores de Klein que se uniesen a la organización en el rechazo de la exaltación de la adicción en todos sus anuncios" 2°. La respuesta inmediata de Klein a la controversia fue muy representativa. Los ejecutivos de la compañía que representaban a Klein decían que ellos vendían productos, no drogas, y que los chicos y chicas de los anuncios estaban "basados en personas reales y las emociones que demostraban esas personas estaban relacionadas con sus vidas" ^^ Es obvio que, ante las notables presiones de la Casa Blanca, los competidores de Klein no mostraron preocupación alguna por el uso de la estética de la heroína para vender sus productos; de hecho, muchos aprovecharon esa estética como elemento de una importante estrategia de marketing. A la fotografía de modas de mediados de los noventa le cupo la iniciativa de llevar al extremo la estética de la heroína. Un grupo de fotógrafos jóvenes y con talento, como Corrine Day, Juergen Teller, Craig McDean, David Sims, Terry Richardson, Steven Meisel y Mario Sorrenti, se hizo más popular porque
* "Sé esto. Sé eso. Sé [tú]". (N. del T.) ** "Sé todo lo que puedes ser", (N. del T.) *** "Simplemente, tiazlo". (N. del T.) ***' "Di simplemente no". (N. del T.) ^° Tanto Kuramoto como Kemp son citados en: Warren Richey: "Boycott Groups: Klein Ads Carry Scent of 'Heroin Chic'", Tfie Christian Science Monitor, 25 de octubre de 1996, pág. 3. 21 Robert Triefus, vicepresidente de Calvin Klein, citado en ibid. ©
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su obra emulaba el "neorrealismo" que caracterizaba la estética de la heroína. Para muchos de estos fotógrafos, lo que llegó a conocerse como la imagen de la estética de la heroína fue, en realidad, su intento de presentar una alternativa a las imágenes idealizadas y casi perfectas de la belleza y el atractivo que aparecían en revistas como Harper's Bazaar o Vogue. Por ejemplo, las fotos de modas de Corrine Day publicadas en The Face, mostraban a menudo a niños pequeños sentados en sillas o tirados en sofás de segunda mano en habitaciones sórdidas en medio de un revoltijo de latas vacías de refrescos, cigarrillos y periódicos arrugados ^2. Day justificaba su obra diciendo que era una reacción contra las imágenes aerografiadas y de fantasía de hombres y mujeres que servían para destruir la verdad de la vida de las personas 2^. Las fotos de hombres jóvenes en ropa interior, con tatuajes deportivos y esmalte de uñas de color negro en sótanos sórdidos forrados de madera, realizadas por Steven Meisel, vendían representaciones de la clase marginada, en calidad de antiestética de las nociones idealizadas de la belleza. Estos anuncios aparecían en la famosa campaña de Calvin Klein de pantalones vaqueros de 1995. La estética de Meisel muestra imágenes de chicas ''white-trash"* de ligue, vendiendo sus cuerpos por dinero en aparcamientos baratos de caravanas. Entre las fotos de David Sorrenti, publicadas en las revistas Detour e l-D, que aparecieron en el New York Times poco después de su muerte, había una de la modelo James King con aspecto escuálido, despeinado y con cara de resaca, sentada en un sofá rodeado de posters de Sid Vicious y Kurt Cobain. En el número de enero de 1997 de W, una demacrada y triste modelo, empapada en sudor, se sienta acurrucada en una silla, con un brazo extendido hacia la cámara. Comentando la imagen, la reportera Pamela Reynolds, del Boston Globe, señala que "lo único que falta es la aguja" 2''. En muchas de estas fotos de modas de diseñadores, las chicas aparecen con los ojos sombreados en tonos oscuros, tiradas por los suelos de cuartos de baño, en camas de hotel deshechas y en diversos ambientes destartalados y comprometedores. La respuesta de la industria de la moda a la acusación de que el uso que hace de la estética de la heroína transmite una imagen del uso de la droga como algo moderno y de moda parece, con pocas excepciones, muy poco ingenua. Por ejemplo, Calvin Klein, en su aparición del 29 de junio de 1997 en el programa de televisión Larry King Live, se limitó a rechazar la acusación, diciendo que, como lema de modas, la "estética de la heroína" está "pasada de moda" y, al mismo tiempo, carece de toda credibilidad. Ignorando las consecuencias éticas y políticas de esos anuncios, Klein manifestó que él sólo vendía
^^ El trabajo de Corrine Day puede verse en: Camilla Nickerson y Neville Wakefield (eds.): Fashion. Berlín: Scale, 1996. ^^ Day dice: "Me gusta la belleza tal como la encuentro y no quiero perturbarla". Citado en: Holly Brubach: "Beyond Shocking", New York Times Magazine, 18 de mayo de 1997, pág. 26, * Literalmente: "basura blanca". Se refiere a chicos y chicas de raza blanca que abusan de alcohol, sexo y drogas. A veces, se confunden con aficionados a la música heavy metal, aunque éstos no se reconocen como tales. (N. del T.) ^^ Reynolds: "A Fashion World Hooked on 'Heroin Chic'". ©
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productos. King, un anfitrión que se acomoda siempre a los ricos y famosos, permitió que la falaz afirmación de Klein quedase sin réplica. Terry Jones, un editor de la revista l-D, que fue de las primeras que abrazó la imagen de la drogadicción, respondió diciendo que no creía que la estética de la heroína hubiera existido nunca como estilo. Long Nguyen, director de estilo de la revista Detour, manifestó que esas imágenes sólo representaban una ventana a la vida, haciéndose eco de la defensa utilizada por otros fotógrafos de modas ^^. En algunos casos, editores y fotógrafos de modas al unísono defienden el argumento del "realismo", invocando el trabajo fotodocumental de Nan Goldin, Lary Clark y Kim Goldberg. Laura Craik, editora de modas de la revista The Face, aludió a otra postura representativa de la respuesta del mundo de la moda a la frase de Clinton. Dijo que la industria de la moda puede seducir, pero no trafica con drogas. Para Craik, la responsabilidad del atractivo de la heroína para la gente joven recae en los camellos de clase trabajadora y en los traficantes de droga (una forma de racismo no demasiado sutil que patologiza a los blancos urbanos de clase trabajadora y a los jóvenes de color) ^^. Cada una de estas defensas merece una respuesta. En primer lugar, los trabajos de Goldin, Clark y Goldberg informan sobre determinadas comunidades que configuran la vida de los artistas. En proyectos que combinan narraciones de experiencias personales, especificidad cultural, recuerdos y contextos históricos, cada artista utiliza la fotografía para registrar cómo se conectan lo temporal, (o personal y lo político para revelar los "recuerdos peligrosos" que marcan el carácter social de las comunidades en las que han vivido y que, en parte, configuraron sus propias percepciones de la sociedad. Es más, ese trabajo suele ir acompañado por textos que no intentan situar al observador como un mirón o consumidor distante, como hacen muchas fotografías que utilizan el motivo de la estética de la heroína, sino como testigo moral. Tanto las narraciones de Goldin acerca de sus propias experiencias de abuso de drogas y de lesiones físicas como las conmovedoras imágenes de Goldberg de adolescentes drogados y sin hogar no se apropian del "otro" con el fin de vender mercancías en revistas de modas; tampoco hacen una defensa de un realismo engañoso que niega sus propias ramificaciones poUticas e ideológicas como una forma de argumento, disputa y manera de hacer inteligible el mundo 2^. A diferencia de gran parte de la fotografía de modas relacionada con la estética de la heroína, las fotografías de Goldin y Goldberg muestran la realidad de dolor y sufrimiento experimentados por quienes no tienen los recursos necesarios para comprar revistas de modas de altos vuelos y la ropa que anuncian ni la capacidad de luchar contra la cosificación de su vida de tales revistas. La obra de ambos artistas se opone con fuerza a la postura cosifica25 Tanto Jones como Nguyen aparecen citados en: Richard B. Woodward; "Wtiither Fashion Photography", New York Times, 8 de junio de 1997, pág. 58. ?6 Laura Craik; "Heroin Chic? Just Say No", The Guardian, 23 de mayo de 1997, pág. 19. ^^ Véase; Richard Harvey Brown; "Realism and Power In Aesthetic Representation", en; Richard Brown (ed.); Postmodern Representations. Bloomington; Indiana University Press, 1995, págs. 134-167. ©
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dora de la fotografía de la estética de la heroína y tiene muy en cuenta las consideraciones relativas a cómo "se elaboran la realidad y la verdad, tanto en el plano estético como en el social, en contextos históricos específicos"2^. Ambos artistas construyen imágenes del "otro" en el seno de un marco ideológico que integra las sensibilidades ética y estética. Si Goidin y Goldberg intentan resituar la violencia social en la conciencia colectiva como una patología perturbadora que destruye la vida pública, la gente de la estética de la heroína reduce las representaciones del sufrimiento humano a una estética privaíizada y a la moda que define la vida presente fuera de un contexto de lucha, pasión y esperanza. En este caso, el arte no evoca la violencia, la muerte o el sufrimiento humano como elementos de una estrategia de testimonio moral y participación social, sino que la representa con toda crudeza como unas simples imágenes más que vinculan el deseo y la acción exclusivamente con el consumismo. En el mundo postmoderno de la fotografía de modas de la estética de la heroína, el "Otro" es un objeto de consideración estética, una fuente de sensaciones, en vez de un objeto serio de evaluación moral y de responsabilidad ^s. Las realidades se pierden en las representaciones; los criterios estéticos reemplazan a las consideraciones de historia, política, poder y moralidad. Una espeluznante indiferencia con respecto a las experiencias de sufrimiento humano permite que la apatía moral y la crueldad se conviertan en principios definitorios fundamentales de la producción artística y del trabajo cultural. De modo parecido, la unión del arte y el comercio no niega la esfera política; simplemente se apropia de esa esfera, produciendo una idea de sociedad y de vida social que existe en armonía con las demandas reduccionistas y cosificadoras del mercado. Es posible que la estética de la heroína esté "pasada de moda", pero las fuerzas políticas y económicas que la justifican —fuerzas que no iba a mencionar el ex presidente Clinton— todavía siguen ahí. De igual manera, las trágicas condiciones que la estética de la heroína opta por mimetizar no son endémicas de la industria de la moda; más bien, parece que van ganando terreno en toda la sociedad. En segundo lugar, no faltan motivos para afirmar que se acusa erróneamente a la fotografía de la estética de la heroína de traficar con drogas. La industria de la droga no puede entenderse fuera de un complejo conjunto de relaciones institucionales, políticas e ideológicas de poder. Ahora bien, en esta sociedad, los medios de comunicación, incluyendo la industria de la moda, son fundamentales para configurar el sentido, los deseos y la identidad, en especial de los jóvenes. La cultura es importante, tanto en términos políticos como educativos. Desde el punto de vista político, quienes tienen el poder de controlar las maquinarias predominantes de producción cultural establecen los límites acerca de lo que puede producirse, justificarse y distribuirse en una sociedad, incluso controlando desproporcionadamente las condiciones en las que el saber se hace accesible a determinados grupos e indias Ibid.pág. 135. ^s En este caso, me baso en la obra de Zygmunt Bauman: Life in Fragments. Cambridge: Basil BlackweII, 1995, en especial: "Violence and Postmodernism", págs. 139-162. ©
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viduos. Desde el punto de vista educativo, la industria cultural desempeña un papel crucial en la configuración de la memoria pública, legitimando determinados modos de saber y formas específicas de conocimiento, y produciendo identidades y las deliberaciones que las informan. Al legitimar ciertas formas de identidad e identificación, la industria de la moda y otras esferas culturales desempeñan un papel importante, aunque en absoluto estrictamente determinista, en la configuración de "cómo llegamos a saber lo que sabemos y la vida moral que aspiramos a llevar" ^o. La industria de la moda no es responsable de causar la adicción a la heroína de los jóvenes de este país, pero es política y moralmente responsable de legitimar la cultura de la adicción como medio para vender un estilo de vida. Al mismo tiempo, es culpable de legitimar un tipo de insensibilidad moral que se ha extendido por todas partes, en el que se cosifican las imágenes de los pobres, los oprimidos y los más perjudicados, en vez de interpretarlas como víctimas de un sistema social a menudo cruel y explotador o como opositores al mismo. De igual modo, debe condenarse rotundamente la industria de la moda por no facilitar programas antidroga a quienes trabajan en su seno; la industria musical y la cinematográfica sí han establecido esos programas. En el plano educativo, parece que la industria de la moda refleja en su interior el estilo de vida de la estética de la heroína que trata de legitimar para una cultura pública más amplia; esto sugiere que, en vez de limitarse a reflejar la sociedad, trata, en realidad, de desempeñar un papel en la construcción de valores e ideologías que configuran las identidades sociales. Al confundir la realidad del sufrimiento humano con una estética que celebra una política de desesperanza y patología, la estética de la heroína no se limita a generar imágenes en las que el atractivo de la sensación barata está ligado al dinero rápido y a la notoriedad inmediata. La estética de la heroína denota también un espacio privatizado al que pueden retirarse el arte y el comercio para protegerse y proteger a sus espectadores de todo sentido de responsabilidad pública. La "estética de la heroína" debe considerarse, en términos más generales, como sintomática de una cultura impulsada por el mercado que estimula a la sociedad a considerar a los jóvenes como símbolos de degeneración social, aunque, simultáneamente, los trata como desechables y al mismo tiempo, como un ejército de reserva industrial de consumidores. La estética de la heroína celebra una sociedad que se burla del pobre, encarcela cada vez más a sus jóvenes y hace la guerra a la gente de color. Su breve ascenso al primer plano indica un discurso público, retrógrado y más general, que comparte su indiferencia burlona y celebra su apropiación envilecida del "Otro" como espectáculo divertido. La estética de la heroína ofrece una forma postmoderna de visita cultural a los barrios bajos como estímulo barato para su audiencia de gente progre, cuyos integrantes se imaginan temerarios y atrevidos cuando se apropian de las conductas, las formas de vestir, la manera de hablar y las experiencias de quienes se encuentran en los márgenes más trágicos de la sociedad.
3° Geoffrey Hartman: Public Mennory and Its Discontents", Raritan 8:4, primavera de 1994, página 28. ©
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CAPITULO III
Niños en venta: La cultura empresarial y el reto de la escuela pública
La escuela es... el tiempo ideal para influir en las actitudes, construir lealtades a largo plazo, introducir nuevos productos, probar mercados, promover el uso del muestreo y la prueba y sobre todo, generar ventas inmediatas. (Citado en; Consumer Union Education Services; Captive Kids: Commercial Pressures on Kids at Sctiools.)
Preparar ciudadanos o consumidores Uno de los legados más importantes de la educación pública norteamericana ha consistido en facilitar a los estudiantes las capacidades críticas, conocimientos y valores que les permitan convertirse en ciudadanos activos que luchen por construir una sociedad democrática más fuerte. Dentro de esta tradición, los norteamericanos han definido la escolarización como un bien público y un derecho fundamentan. Esa definición afirma con todo derecho la primacía de los valores democráticos sobre la cultura empresarial y los valores comerciales. Las escuelas constituyen un importante indicador de bienestar de una sociedad democrática. Nos recuerdan los valores cívicos que deben transmitirse a los jóvenes con el fin de que piensen con sentido crítico, participen en las relaciones de poder y en las decisiones políticas que afecten a sus vidas y transformen las desigualdades raciales, sociales y económicas que limitan las relaciones sociales democráticas. Sin embargo, a pesar del carácter crucial que ha tenido la función de la escuela pública en la
' John Dewey: Democracy and Education. Nueva York: Free Press, 1916 (Trad, cast.: Democracia y educación. Madrid. Morata, 2002, 5.^ ed.); Henry Giroux: Schooling and the Struggle for Public Life. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1988. (Trad, cast.: La escuela y la lucha por la ciudadanía. Pedagogía critica de la época moderna. México. Siglo XXI, 1993.); David Sehr: Education for Democracy. Albany: State University of New York Press, 1996. ©
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historia norteamericana, se enfrenta ahora a un ataque sin precedentes de los proponentes de la ideología del mercado que defienden con mucha fuerza una expansión sin parangón de la cultura empresarial 2. Ciertos consultores educativos influyentes, como Robert Zemsky, de la Stanford University, y Chester Finn, del Hudson Institute, "aconsejan a sus clientes, en nombre de la eficiencia, que actúen como las corporaciones que venden productos y busquen 'nichos de mercado' para salvarse". Se les aconseja que adopten esas estrategias para afrontar los retos del nuevo orden económico mundial^. Ahora, los directivos escolares proceden del grupo de los ejecutivos de empresas, empleando un estilo gerencial que considera los sistemas escolares como "grandes compañías", a los estudiantes como "clientes" y el aprendizaje como un resultado mensurable. En un artículo reciente del New York Times, se presentaba un ejemplo del nuevo directivo empresarial de la escuela. Bajo el titular: "Applying Corporate Touch to a Troubled School System"*, el artículo se centra en Andre J. Hornsby, el nuevo director del distrito escolar Yonkers, el cuarto en magnitud de la ciudad de Nueva York. Promovido como modelo del tipo de liderazgo que ahora está en boga en los sistemas escolares urbanos, el Times lo describe como "arrogante, autocrático, un egomaníaco... convencido de que los niños pobres de las minorías pueden superar sus obstáculos socioeconómicos, decidido a elevar las puntuaciones en las pruebas estandarizadas utilizando unos curricula de serie y asumiendo un enfoque casi militarista de la situación". El artículo continúa señalando que una de las primeras iniciativas del Sr. Hornsby consistió en imponer nuevas cargas de trabajo a sus docentes, lo que dio pie a una huelga y, a iniciativa suya, se libró con éxito una batalla judicial para impedir la distribución de recursos adicionales a "ocho distritos escolares que los tribunales identificaron como los más necesitados". Parece que, a pesar de la preocupación del Sr. Hornsby por los estudiantes pobres, prefirió distribuir el dinero extra entre todos los distritos escolares, "una táctica favorecida por el consejo escolar predominantemente blanco que lo contrató"*. Hornsby parece un ejemplar típico del modelo de liderazgo empresarial que nada tiene que decir acerca de las desigualdades, ejerce el poder de forma autocrática, reduce los curricula al lenguaje de las normas y los tests y se asegura de que los docentes tengan poco control sobre las condiciones de la enseñanza y el aprendizaje. Los defensores de la cultura empresarial ya no consideran la educación pública en relación con su función cívica, sino, sobre todo, como una opera2 Michael Jacobson y Laurie Masur: Laurie Marketing Madness. Boulder, Colo.: V\/estview, 1995; Alex Molnar: Giving Kids the Business. Boulder, Colo.; Westview, 1996; Consumer Union Education Service; Captive Kids: A Report on Commercial Pressures on Kids at School. Yonkers, N.Y.; Consumer Union Education Services, 1998. * "Aplicando un toque empresarial a un sistema escolar con problemas". (N. del T.) 3 Citado en Stanley Aronowitz; "The New Corporate University", Dollars and Sense, marzoabril de 1998, pág.3. '' Todas (as citas aparecen en: Randall C. Archiboid: "Applying Corporate Touch to a Troubled School District", The New York Times, martes, 12 de octubre de 1999, pág. A28. ©
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ción comercial en la que el consumismo es la única forma de ciudadanía que se ofrece a los jóvenes. En adelante, sostengo que la reducción de la educación pública a los imperativos ideológicos del orden empresarial va en contra de las demandas sociales críticas de educar a ciudadanos para que sostengan y desarrollen unas identidades, relaciones y esferas públicas democráticas inclusivas. Se basa este análisis en la premisa de que la lucha para reivindicar las escuelas públicas debe considerarse como un elemento de una batalla más general por la defensa de la cultura de los niños y el bien público. En el centro de esta lucha está la necesidad de oponerse a la influencia siempre creciente del poder y la política empresariales. La transformación empresarial de la educación pública ha tomado un rumbo diferente a medida que nos hemos ¡do acercando al siglo xxi. Ya no basta con defender que se apliquen los principios empresariales a la organización de la escuela; las fuerzas de la cultura empresarial han adoptado un plan mucho más radical. En este plan, ocupa un lugar central el intento de que la educación pública deje de ser un bien público, que beneficie a todos los estudiantes, para transformarla en un bien privado, diseñado para ampliar los beneficios de los inversores, educar a los estudiantes como consumidores y adiestrar a los jóvenes para los trabajos mal remunerados del nuevo mercado global. Y hay mucho en juego. Según el Education Industry Directory, el mercado educativo lucrativo representa unos ingresos de 600 mil millones de dólares para los partícipes empresariales s. Y éste es un mercado en expansión, "mayor que el presupuesto militar o la seguridad social"^. El aliciente de unos beneficios tan cuantiosos ha atraído a una serie de inversores, entre los que está el antiguo mago de los bonos basura, Michael Milken, junto con un número cada vez mayor de partícipes empresariales como Apple, Sony, Microsoft, Oracle y el Washington Post^. Pero la toma empresarial de las escuelas no se racionaliza en nombre de los beneficios y la eficiencia del mercado únicamente; se legitima también mediante la petición de los bonos o cheques escolares, los planes privatizados de elección de escuela y la excelencia. Aunque este discurso se envuelve en los principios democráticos de la libertad, el individualismo y los derechos del consumidor, no facilita los contextos históricos, sociales y políticos más generales, necesarios para dar significación a esos principios y hacerlos aplicables, sobre todo con respecto a los problemas a los que se enfrentan las escuelas públicas. Aunque hay gran cantidad de enfoques mercantiles de la escolarización, todos ellos comparten una misma fe en la cultura empresarial que invalida la
5 Citado en: Peter Applebome: "Lure of the Education Market Remains Strong for Business", New York Times, 31 de enero de 1996, pág. A l . ^ Citado en: Russell Baker: "The Education of Mike Milken: From Junk-Bond King to Master of the Knowledge Universe", Tlie Nation, 3 de mayo de 1999, pág. 12. ^ Véase el comentario de Russell Baker sobre el lanzamiento de Knowledge Universe de Milken, con unos ingresos de 1,2 mil millones de dólares y un apetito insaciable por comprar todo lo que parezca tener alguna posibilidad de beneficios en el mercado educativo. En: ibid., páginas 11-18. © Ediciones Morata, S. L.
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defensa de la educación pública como una esfera pública no comercializabíe, como depósito que alimente la primacía de los valores cívicos sobre los empresariales, y como derecho público que es esencial para el bienestar de los niños y el futuro de la democracia.
La política de la privatización La privatización es el movimiento de reforma educativa más poderoso desde que la crisis del Sputnik provocara, en la década de 1950, el pánico entre los educadores, cuando las escuelas se apresuraron a preparar una nueva generación de científicos que dirigiera la carrera norteamericana del espacio contra los rusos. El movimiento ha sido patrocinado por un conjunto de instituciones conservadoras, como la Heritage Foundation, el i-íudson Institute y la Olin Foundation^. Aprovechando su riqueza y su influencia en los medios de comunicación, estas fundaciones han enrolado a todo un ejército de expertos conservadores, muchos de los cuales prestaron servicio en el departamento de Educación con los presidentes Reagan y Bush. Algunos de los miembros más conocidos de este movimiento de reforma son: Chester Finn, Jr., Lamar Alexander, Diane Ravitch, David Kearns y William Bennett. Mediante la presentación de documentos políticos y artículos de fondo, apariciones en tertulias de televisión y la dirección de diversos centros de intercambio de información educativa y de recursos, estos oponentes inquebrantables a la educación pública culpan sin descanso a las escuelas de las tribulaciones económicas del país. Diane Ravitch y otros mencionan las bajas puntuaciones obtenidas en los tests, el deterioro de las destrezas básicas y la rebaja del curriculum escolar para legitimar la ideología de la privatización con su correspondiente acompañamiento de peticiones de cheques o bonos escolares, las escuelas con estatuto propio y la cesión del control total de las escuelas públicas a los contratistas empresariales ^. Las reformas más específicas se limitan a reciclar las críticas de la ideología derechista que piden la sustitución de los sindicatos de docentes y "dar a los padres la posibilidad de elección, el retorno a las disciplinas básicas y a los curricula orientados al rendimiento, los 'equipos de diseño' de gestión y la rendición de cuentas"''°.
'^ Phyllis Vine; "To Market, to Market", The Nation, 8-15 de septiembre de 1997, págs. 11-17. 3 David W. Kirkpatrick: Choice in Schooiing: A Case for Tuition Vouchers. Chicago: Loyola University Press, 1990; Diane Ravitch: Debating the Future of American Education. Washington, D.C.: Brookings Institute, 1995. Muchos de estos informes fueron elaborados por grupos de estudio de derechas con intereses en el movimiento de privatización. Por ejemplo, véase; Paul Pekin; "Schoolhouse Crock: Right-Wing Myths Behind the 'New Stupidity'", Extra!, enero-febrero de 1998, págs. 9-10. Véase una excelente refutación de la acusación de que la educación pública norteamericana se encuentra en un estado de desastroso declive en: David Berliner y Bruce Biddie: The ¡Manufactured Crisis. Reading, Mass.: Addison Wesley, 1995; Gerald Bracey; "What Happened to America's Public Schools? Not What You Think?"; American ¡Heritage, noviembre de 1997, págs. 39-52. ^° Citado en; Vine; "To Market, to Market", pág. 12. ©
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Las peticiones de privatización nacen de un movimiento de reforma que considera la educación pública como "una industria local que, con el tiempo, se convertirá en una empresa global"". Como operación lucrativa, la educación pública representa un mercado de crecimiento rápido y una productiva fuente de beneficios. La importancia de ese mercado no pasa desapercibida a conservadores como Chester Finn, Jr. y David Kearns, que tienen conexiones con grupos lucrativos de educación escolar, como el Edison Project y la North American Scliools Development Corporation, respectivamente. En el plano de la política, por todos los informes, el ataque de la derecha ha tenido mucho éxito. Más de 28 estados han promulgado leyes en apoyo de los bonos o cheques escolares, los programas de elección de escuela y los contratos con compañías lucrativas de gestión, como el Edison Project y Sabis International Scliools. Sin embargo, la idea del público en general respecto a tales operaciones parece menos entusiasta, y es lógico. Los contratos de muchas firmas, como Educational Alternatives Inc., que se hizo cargo de las escuelas públicas de Hartford y Baltimore, han tenido que rescindirse a causa de las numerosas quejas del público. Los motivos de dichas quejas van desde la forma de tratar estas firmas a los niños con trastornos de aprendizaje y las tentativas de destrucción de los sindicatos, hasta la acusación de que su curriculum y sus paquetes de tests estandarizados no consiguen la calidad de resultados educativos que, en principio, prometían esas empresas''2. No obstante, en la privatización de las escuelas públicas hay más cosas en juego que las cuestiones de la titularidad pública frente a la privada o el bien público frente a las ganancias privadas. Están también los problemas de hasta qué punto se mantiene el equilibrio entre el rendimiento individual y las cuestiones relativas a la equidad y el bien social, cómo se definen la enseñanza y el aprendizaje y qué tipos de identidades se producen cuando las historias, experiencias, valores y deseos de los estudiantes se delinean de acuerdo con los ideales empresariales y no con los democráticos. En el contexto del lenguaje de la privatización y de las reformas mercantiles, se hace gran hincapié en los niveles, las medidas de resultados y hacer que se responsabilicen más los docentes y los estudiantes. La privatización es una ¡dea atractiva para los legisladores, que no quieren invertir dinero en las escuelas, y para los norteamericanos que no desean apoyar la educación pública mediante subidas de impuestos. Esos atractivos son de naturaleza reduccionista y vacíos de contenido. No sólo eliminan de la discusión sobre los niveles las cuestiones relativas a la equidad y la igualdad, sino que se apropian de la retórica democrática de la elección y la libertad sin tratar las
'^ Citado en: ibid., pág. 11. ''^ Véase un resumen de los fracasos históricos de las privatizaciones en: Carol Ascher, Norm Fruchter y Robert Berne: Hard Lessons: Public Schools and Privatization. Nueva York: The Tw/entieth Century Fund, 1996. Véase un análisis especítico del fracaso de Education Alternatives, Inc., en Baltimore y Hartford, en: Molnar: Giving Kids ttie Business, especialmente Cap. 4, págs. 77-116. Véanse también: Vine: "To Marl^et, to Market", págs. 11 -17; Bruce Shapiro: "Privateers Flunk Schools", The Nation, 19 de febrero de 1998, pág. 4. ©
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cuestiones relativas al poder. En su negativa a afrontar las desigualdades financieras que pesan sobre las escuelas públicas, las ideas y las imágenes que impregnan este modelo empresarial de escuelas apestan a retórica de insinceridad y a política de indiferencia social. El teórico de la educación Jonathan K020I recoge muy bien este sentimiento. Escribe: Hablar de niveles nacionales y, cada vez más, de exámenes nacionales, pero no atreverse nunca a hablar de la igualdad nacional es una operación transparente de hipocresía punitiva. Así, los alumnos de las escuelas rurales pobres de Mississippi y Ohio seguirán teniendo una educación financiada con menos de 4.000 dólares al año y los niños del Bronx Sur tendrán menos de 7.000, mientras que los pertenecientes a los barrios ricos seguirán recibiendo más de 18.000 dólares anuales. Sin embargo, se dirá que todos ellos deben alcanzar los mismos niveles y, por supuesto, serán juzgados por su rendimiento en los mismos exámenes''^. Como carecen de un lenguaje de responsabilidad social, los defensores de la privatización rechazan la premisa de que el fracaso escolar pueda comprenderse mejor en el contexto de la dinámica política, económica y social de la pobreza, el desempleo, el sexismo, la discriminación por raza y clase social, la financiación desigual o una base fiscal reducida. En cambio, el fracaso del estudiante, en especial el de los pertenecientes a minorías y grupos pobres, se atribuye con frecuencia a una falta de inteligencia codificada en clave genética, una cultura de privación o, simplemente, a una patología. Libros como The Bell Curve^'^ y películas como Mentes peligrosas y 187, código de muerte refuerzan esas representaciones de los jóvenes urbanos afronorteamericanos y latinos y, de ese modo, refuerzan y perpetúan el legado de exclusiones racistas. De modo parecido, las informalidades de los planes de privatización, en los que las escuelas se limitan a imitar el mercado libre, con la premisa de que su espíritu regulador y competitivo permitirá alcanzar el éxito a los estudiantes más motivados y dotados, profundizan esas exclusiones racistas. Un elemento vergonzoso de racismo y un darwinismo social retrógrado impregna esta actitud, que niega la responsabilidad de los padres, docentes, administradores, trabajadores sociales, personas de negocios y otros miembros de la sociedad en cuanto a proporcionar a todos los jóvenes los recursos culturales, las oportunidades económicas y los servicios sociales necesarios para aprender sin tener que soportar las cargas apabullantes de la pobreza, el racismo y otras formas de opresión. Las excesivas alabanzas de los defensores de la privatización a los intereses soberanos del individuo no se limitan a retirar la dinámica del rendimiento del estudiante de las consideraciones sociales y políticas más generales; alimentan también un sistema de valores en el que la compasión, la
^3 Jonathan Kozol: "Saving Public Education", The Nation, 17 de febrero de 1997, pág. 16. 1" Richard J. Herrnstein y Charles Murray: The Bell Curve. Nueva York: The Free Press, 1994. ©
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solidaridad, la cooperación, la responsabilidad social y otros atributos de la educación como bien social quedan desplazados para definir exclusivamente la educación como un bien privado. Si la educación tiene que ver, en parte, con la creación de identidades particulares, lo que domina el modelo empresarial es la idea del estudiante como consumidor individual y de los docentes como los vendedores fundamentales''^. El estudioso de la educación David Labaree tiene razón cuando dice que ese modelo educativo destruye la idea tradicional de que la educación es un bien pijblico que debe beneficiar a todos los niños y ha de considerarse fundamental para la salud democrática de una sociedad. Sin embargo, cuando se considera como bien privado, cuyo principio organizador consiste en imitar el mercado, la educación como experiencia de la democracia se transforma en un discurso e ideología de privilegio regido por unos estrictos intereses individuales. Labaree es muy claro a este respecto: En un sistema educativo en donde el consumidor es el rey... la educación... es un bien privado que sólo beneficia al propietario, una inversión en mi futuro, no en el suyo, en mis hijos, no en los hijos de otras personas. Para que ese sistema educativo funcione con eficacia, tiene que centrar gran parte de su atención en la clasificación, ordenación y selección de los estudiantes. Tiene que facilitar diversas maneras de que los individuos se diferencien unos de otros, situándose en un centro universitario más prestigioso, en un itinerario educativo superior, en el grupo de cabeza de lectura o en el programa para superdotados ''^. En este contexto, la educación se convierte más en una inversión individual que en una inversión social, un vehículo de movilidad social para los privilegiados que tienen los recursos y el poder para hacer que importen sus elecciones y una forma de restricción social para quienes carecen de esos recursos y para quienes la elección y la rendición de cuentas ponen de manifiesto una herencia de promesas rotas y una ideología de mala fe. El modelo privatizador de la educación escolar acaba también con el poder de los maestros para proporcionar a los estudiantes el vocabulario y las destrezas del civismo crítico. En el contexto de la dinámica de imponer la uniformidad de los curricula nacionales y los tests estandarizados, los defensores de la privatización de la escuela devalúan la autoridad del maestro o profesor y subvierten las destrezas docentes dictando no sólo lo que enseñen, sino también cómo deban enseñarlo. California, por ejemplo, está promulgando leyes que imponen tanto el contenido del saber escolar como "directrices más específicas acerca de cuándo y cómo enseñar diversos principios en las materias básicas"''^.
^^ Esto resulta particularmente cierto cuando las escuelas participan en concursos de patrocinio mercantil, pues los maestros emplean un valioso tiempo de enseñanza en entrenar a los chicos a recoger tiques de caja, vender productos a sus amigos y vecinos o aprender las reglas para aportar beneficios a las empresas que, después, ofrecen premios a las escuelas. Véase: Molnar: Giving Kids ttie Business, especialmente Cap. 3. '^ David Labaree: "Are Students 'Consumers'?", 17 de septiembre de 1997, pág. 48. " Kathleen Kennedy Manzo: "California School Board Infusing Pedagogy Into Frameworks", Education Weel^, 11 de marzo de 1998, pág. 7. ©
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En esta perspectiva, la enseñanza se desgaja por completo de los contextos sociales y culturales que configuran las tradiciones, historias y experiencias particulares de una comunidad y una escuela. De ahí que este modelo de reforma educativa no reconozca que los estudiantes provienen de entornos distintos, llevan consigo al aula experiencias culturales diversas y se relacionan con el mundo de formas diferentes. Ya no se da importancia a que los maestros empiecen por aquellos lugares, historias y experiencias que constituyen la vida real de los estudiantes para conectar los saberes que aprendan con los marcos de referencia existentes. En cambio, en el modelo empresarial, la enseñanza traduce el intercambio educativo a intercambio financiero, el aprendizaje crítico al dominio, y el liderazgo a gestión. Esta perspectiva carece de la capacidad de reconocer las historias de los estudiantes, los relatos que informan sus vidas y el imperativo educativo de integrar esa información en redes de significados que enlacen lo cotidiano con lo académico. La educación empresarial se opone a ese enfoque crítico porque no puede estandarizarse, rutinizarse y reducirse a un curriculum prefabricado; por el contrario, una práctica educativa crítica y transformadora toma muy en serio las capacidades de los docentes de teorizar, contextualizar y hacer honor a las vidas diversas de los estudiantes. Dista mucho de un sistema educativo empresarial, basado en un modelo industrial de aprendizaje que representa una violación flagrante de la misión educativa democrática. En el modelo empresarial de enseñanza, con su curriculum obligatorio, unas prácticas docentes impuestas de arriba abajo y unos tests nacionales para medir los niveles educativos, opera una lógica debilitadora. Con la tendencia a los curricula y la enseñanza estandarizada, "ios docentes y las comunidades, despojados de la capacidad de utilizar sus propias ideas, juicios e iniciativas en cuestiones de importancia, no pueden enseñar a los niños a hacerlo"''^. Esos enfoques tienen poco que ver con enseñar a los estudiantes a desarrollar las destrezas críticas y la conciencia de las operaciones del poder que les permitan situarse en el mundo e intervenir en él y configurarlo eficazmente^^. Por el contrario, las políticas educativas empresariales eliminan esos enfoques críticos, definiendo menos la enseñanza como una actividad intelectual que como un modo de transmisión estandarizado, mecánico y completamente pasivo. El sociólogo Stanley Aronowitz dice que ese sistema funciona en gran parte para "medir" el progreso del estudiante mientras, al mismo tiempo, reproduce un sistema de itinerarios que imita las profundas desigualdades raciales y económicas de la sociedad. Escribe:
^8 Deborah W. Meier: "Saving Public Education", The Nation, 17 de febrero de 1997, página 24. ^3 Alan O'Shea: "A Special Relationship? Academia and Pedagogy", Cultural Studies, 12:4, 1998, págs. 521-522. Ediciones Morata, S. L.
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Antes los educadores liberales, por no hablar de los radicales, insistían en que la educación es fundamentalmente una actividad de autoexploración en la que, mediante encuentros intelectuales y afectivos, el estudiante intenta descubrir su propia subjetividad; ahora casi todo el espacio de aprendizaje está ocupado por un elaborado aparato de tests que mide el "progreso" del estudiante en la ingestión de curricula impuestos desde fuera y, de forma más solapada, proporciona un instrumento de clasificación para reproducir las desigualdades inherentes al sistema capitalista de mercado ^°. La función principal del maestro o profesor convertido en administrador de la clase consiste en legitimar la concepción mercantilista del aprendiz como simple consumidor de información, por medio de asignaturas y prácticas educativas impuestas. Sin embargo, esas reformas reciben apoyo, a pesar de una larga tradición de crítica del modo en que los docentes están siendo despojados de sus destrezas y tratados "cada vez más como instrumentos impersonales de un procedimiento burocrático, en vez de como intelectuales reflexivos y creativos cuya visión de la educación importa realmente" 21. Es más, en los modelos de enseñanza estandarizada presentados por las empresas, es difícil ofrecer a los estudiantes oportunidades de pensar de manera crítica sobre los conocimientos que adquieren, de apreciar el valor del aprendizaje como algo más que el dominio de porciones discretas de información, o cómo utilizar el saber como una forma de poder para luchar contra las injusticias en una sociedad mercantilizada, fundada en profundas desigualdades de poder. Dados los intereses creados que tienen los conglomerados empresariales en convertir a los estudiantes "en consumidores y vías hacia una amplia base de consumidores", es muy improbable que se permita a las escuelas fomentar la oposición a las ideologías empresariales. Y esto se hace cada vez más probable a medida que las grandes corporaciones van controlando las compañías editoriales, revistas, periódicos y otras fuentes productoras de conocimientos. Por ejemplo, el colaborador del New York Times Russell Baker, refiriéndose a la incursión de Michael Milken en la educación lucrativa, especula acerca de si una escuela Milken permitiría que ios docentes y los estudiantes examinaran críticamente la corrupción financiera que caracterizó una serie de escándalos empresariales en la década de los ochenta, incluyendo la forma de utilizar Milken su poder como traficante de bonos basura y asesor financiero para reducir el tamaño de diversas compañías y, como colofón, dejar sin trabajo a miles de personas. En respuesta a tal cuestión, Baker escribe que un antiguo colega dice: "'De ninguna manera'". Concluye que "esas ideas parecen confirmarse en un libro publicado por una editorial apoyada por Mil-
2° Stanley Aronowitz; "Introduction", en: Paulo Freiré Pedagogy of Freedom: Ethics, Democracy, and Civic Courage. Lanham, Md.: Rowman and Littlefield, 1998, pegs. 4-5. 2^ Svi Shapiro: "Public School Reform: The Mismeasure of Education", TMun 13:1, invierno de 1998, pág. 54. Véanse también: Henry A. Giroux: Teactiers as Intellectuals. Westport, Conn.: Bergin and Garvey Press, 1988 (Trad, cast.: Los profesores como intelectuales. Hacia una pedagogía crítica del aprendizaje. Barcelona. Paidós-M.E.C, 1990.); Stanley Aronowitz y Henry A. Giroux: Education Still Under Siege. Westport, Conn.: Bergin and Garvey Press, 1993. © Ediciones Morata, S. L.
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ken: Knowledge Exchange. Su Business Encyclopedia cita con aprobación el papel desempeñado por Milken en el mercado de bonos basura, sin mencionar la devastación económica y social relacionada con aquél" ^^ Podemos plantearnos también la cuestión de la censura en relación con una serie de corporaciones que han realizado grandes inversiones para obtener un lugar en el mercado de la educación. Por ejemplo, en determinados círculos, se ha criticado mucho a Disney por impedir que sus emisoras de radio transmitieran noticias y reportajes críticos ^3. A la luz de tales imputaciones, es concebible que D/sney ejerza el mismo tipo de censura sobre los materiales curriculares utilizados en las escuelas que se mostraran críticas, por ejemplo, de la subcontratación de la producción de ropa y juguetes de su marca a fábricas explotadoras de sus trabajadores de países como Haití, Birmania, Vietnam y China ^4. Además, si esos conglomerados empresariales pueden reducir de forma drástica el "exceso de maestros" con el fin de mejorar la relación coste-eficacia, también pueden justificar y seleccionar con facilidad unos materiales docentes que contribuyan positivamente a sus campañas de relaciones públicas, Por último, no es una cuestión menor que el proyecto que impulsa la privatización no sólo alabe a los individuos competitivos y movidos por intereses personales que traten de satisfacer sus propias necesidades y aspiraciones, sino que lo haga también en el contexto de un diálogo sobre la decadencia del sector público, una exagerada lamentación contra la vida pública. En realidad, de ese modo, debilita el papel que puedan desempeñar las escuelas públicas para mantener las experiencias, esperanzas y sueños de una democracia viva para las generaciones sucesivas de estudiantes. El objetivo principal de la privatización es que las escuelas públicas se adapten a las necesidades del mercado y reflejen de forma más completa los intereses de la cultura empresarial: esencialmente, el sector privado debería controlar y tener la propiedad de las escuelas públicas. Aunque esto represente el ataque más directo contra la escolarización como esfera pública, el programa no se detiene aquí. Una estrategia diferente, pero no menos importante y peligrosa, del desmantelamiento y sustitución de las escuelas públicas patrocinados por las grandes corporaciones consiste en la promoción de la elección de escuela, los cheques escolares y las escuelas concertadas con estatuto propio, corno formas de abrir las escuelas públicas a los contratistas privados y, al mismo tiempo, de utilizar el dinero de los impuestos públicos para financiar formas privadas de educación. Ambos enfoques tratan la educación como un bien privado y ambos transforman el papel del estudiante de ciudadano en consumidor educativo. Sin embargo, como señala el teórico 22 Baker: "Education of Mike Milken", pág. 17. 23 Trato esta cuestión en: Henry A. Giroux: The Mouse That Roared: Disney and the End of Innocence. Lanham, Md.: Rowman and Littlefield, 1999. (Trad, cast.: El ratoncito feroz: Disney o el fin de la inocencia. Madrid. Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2001.) 2" Russell Mokhiber y Robert Weissman: Corporate Predators. Monroe, Me.: Common Courape Press, 1999, páp, 168.. ©
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de la educación Jeffrey Henig, el auténtico peligro de la privatización no se limita a que la transferencia de estudiantes a las escuelas privadas detraiga dinero de las escuelas públicas, sino en que eso promoverá un proceso, que ya está operando en la sociedad, orientado a debilitar "los foros públicos en los que puedan tomarse democráticamente las decisiones con consecuencias sociales" 25.
Comercialización de las escuelas La cultura empresarial no sólo puede apreciarse en la cesión del control de las escuelas públicas a contratistas empresariales. También es visible en la creciente comercialización del espacio y los curricula escolares. Mucfias escuelas públicas, carentes de dinero, han tenido que alquilar espacios de sus vestíbulos, autobuses, servicios, minutas mensuales de comidas y cafeterías escolares, transformando esos espacios en refulgentes vallas publicitarias para el mejor postor empresariales. Las noticias escolares, las exposiciones de clase y los trabajos de los alumnos han sido reemplazados por anuncios de Coca-Cola, Pepsi, Nike, películas de Hollywood y toda una letanía de productos diversos. Invadidas por fabricantes de dulces, de cereales, compañías de calzado de deporte y cadenas de comida rápida, cada vez con mayor frecuencia, las escuelas presentan a los estudiantes el mensaje nada sutil de que todo está en venta, incluyendo las identidades, los deseos y los valores de los alumnos. Seducidas por el señuelo de los equipamientos gratuitos y el dinero, las escuelas efectúan con demasiada facilidad la transición de la publicidad al ofrecimiento de mercancías comerciales en forma de materiales curriculares diseñados para crear un vínculo de fidelidad con la marca y abrir mercados a costa de la clientela cautiva de la escuela pública. Aunque las escuelas puedan extraer un pequeño beneficio financiero de esas transacciones entre escuela y empresas, los beneficios reales van a las corporaciones que gastan millones en publicidad para llegar a un mercado estimado de unos 43 millones de niños escolarizados "con un poder adquisitivo de más de 108 mil millones de dólares al año y la capacidad de influir en el gasto de los padres" e^. La lógica comercial que impulsa este movimiento de reforma basado en el mercado es también evidente en la manera de considerar la cultura empresarial las escuelas, no sólo como inversiones para obtener importantes beneficios, sino también como campos de entrenamiento para educar a los estu-
^5 Jeffrey Henig: "The Danger of Market Rethoric", en: Robert Lowe y Barbara Miner (eds.): Selling Out Our Schools. Milwaukee: Rethinking Schools Institute, 1996, pág. 11. Véase también: Jeffrey Henig: Rethinking School Choice. Princeton, N.J.: Princeton Unversity Press, 1994. ^^ Consumer Union: Captive. 2^ Phyllis Sides: "Captive Kids: Teaching Students to be Consumers", en: Selling Out Our Schools: Vouchers, Markets, and the Future of Public Education. Milwaukee: Rethinking Schools Publication, 1996. pág. 36. © Ediciones Morata, S. L.
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diantes de manera que se definan como consumidores, en vez de como actores sociales polifacéticos. Cuando las escuelas intentan obtener dinero para textos, curricula y actividades extracurriculares, establecen acuerdos de colaboración con empresas que están demasiado dispuestas a facilitar paquetes curriculares gratuitos, como en el caso de Channel One, que proporciona a cada escuela 50.000 dólares en equipamiento electrónico "gratuito", incluyendo aparatos de vídeo, televisores y antenas de televisión por satélite, con la condición de que las escuelas emitan un programa de diez minutos de acontecimientos de actualidad y material de noticias, junto con dos minutos de publicidad 2®. Diversas compañías quieren capitalizar las escuelas pobres de recursos económicos, con el fin de lograr un punto de apoyo para promover el aprendizaje como un modo de crear "consumidores en formación". Por ejemplo, ZapMe, una empresa de Silicon Valley, "ofrece a las escuelas ordenadores personales gratuitos y acceso a internet, a cambio del derecho a presentar en pantalla una corriente constante de anuncios. Las escuelas participantes deben prometer también que el sistema se utilizará, como mínimo, cuatro horas por cada jornada escolar" 2^. A menudo, el maridaje entre comercio y educación se produce en escuelas con recursos demasiado escasos para supervisar críticamente cómo se estructura el aprendizaje o reconocer la aparente oferta generosa por arte de magia de las empresas. Bastarán algunos ejemplos. En un reciente tema de portada, la revista Business Week informaba que la escuela elemental Pembroke Lakes del Broward County (Florida) había adoptado un paquete curricular patrocinado por McDonald. Comentando lo que había aprendido con el curriculum un niño de 10 años, Business Weel< decía que "Travis Licate aprendió recientemente a diseñar un restaurante McDonald, cómo funciona un McDonald y cómo solicitar un puesto de trabajo y realizar la entrevista al efecto en /WcDona/d gracias a la clase de siete semanas, patrocinada por la compañía, que pretendía enseñar a los niños aspectos del mundo laboral"2°. Cuando le preguntaron a Travis si el curriculum merecía la pena, respondió; "Si quieres trabajar en un McDonald's cuando seas mayor, ya sabes lo que hay que hacer... También, McDonald's es mejor que Burger Kin^'^\ Según el Center for Commercial-Free Public Education*, Exxon elaboró un curriculum que enseña a los pequeños alumnos que el derrame de petróleo de Valdez**
^^ Véase un extenso análisis de Channel One en: Henry A. Giroux: Disturbing Pleasures: Learning Popular Culture. Nueva York: Routledge, 1994, especialmente Cap. 3, págs. 47-67. (Trad, cast.: Placeres inquietantes: aprendiendo la cultura popular. Barcelona. Paidós, 1996.) 29 Steven Manning: "Classrooms for Sale", New York Times, 4 de marzo de 1999, pág. A27; véase también: Steven Manning: "Zapped", Tlie Nation. 27 de septiembre de 1999, pág. 9. 30 Tema de portada: "This Lesson Is Brought to You By", Business Week, 30 de junio de 1997, pág. 69. 31 Ibid. * "Centro para la educación pública sin publicidad comercial". (N. del T.) ** Se refiere al desastre del superpetrolero Exxon Valdez, que, en marzo de 1989, derramó unos 41 millones de litros del crudo que había embarcado en el puerto de Valdez (Alaska). (N. del T.) ©
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fue un ejemplo de protección ambiental. El centro cita también el curriculum patrocinado por Nike, que enseña a los alumnos cómo se elabora el calzado Nike, pero no menciona "la porción del proceso de manufactura que se realiza mediante la explotación de los trabajadores" ^2. No hace mucho, la editorial McGraw-Hill publicó un texto de matemáticas para la escuela elemental lleno de anuncios de productos como Nike, Gatorade y Sony PlayStation. Otra compañía ofrece un libro de ejercicios de matemáticas que "pretende enseñar matemáticas a los alumnos de tercer grado, haciéndoles contar Tootsie Rolls" ^^* Esos curricula tienen poco que ver con el aprendizaje crítico y mucho con discursos viciados sobre la ciudadanía, sugiriendo a los estudiantes que las únicas funciones abiertas a ellos se definen mediante el espíritu del consumismo. La versión del civismo que presenta este sistema educativo comercial degrada la vida pública y privatiza el aprendizaje, sacándolo del contexto de los valores y consideraciones no comerciales^'*. Muchos sistemas escolares no sólo aceptan los curricula patrocinados por empresas, sino que también alquilan espacio en sus instalaciones, en sus autobuses e, incluso, en las cubiertas de sus libros. Por ejemplo. Cover Concepts Marketing Services, Inc. proporciona a las escuelas forros gratuitos de libros estratégicamente diseñados para promover productos de marcas como Nike, Gitano, FootLocker, Starburst, Nestle y Pepsi. Los forros se distribuyeron a más de 8.000 escuelas públicas y llegaron a un público compuesto por más de 6 millones de alumnos de liigii school, junior high y escuela elemental^^. En Colorado Springs (Colorado, EE.UU.), la Palmer High School permite que Burger King y Sprite se anuncien en los laterales de sus autobuses escolares. En Salt Lake City, la Youthtalk Advertising Agency coloca tableros acrílicos publicitarios en los servicios y cafeterías de las escuelas. La compañía estima que más de "80.000 estudiantes ven los anuncios mientras están en los urinarios y sentados en los inodoros de los servicios" 2^. Diversas escuelas públicas y privadas están autorizando también a las empresas a poder utilizar a los estudiantes como públicos cautivos para investigaciones de mercado durante la jornada escolar. Utilizando el tiempo de los alumnos a cambio de recursos de la industria, muchas escuelas establecen acuerdos de colaboración con empresas, mediante los cuales los estudiantes se convierten en objetos de investigaciones de grupo de carácter mercantil. Las empresas proporcionan a las escuelas dinero, equipamientos
^^ Citado en: -'Reading, Writing... and Purchasing", Educational Leadership, 56:2 (1998), página 16. 3^ Manning; "Classrooms for Sale", pág. A27. * Marca del mayor fabricante del mundo de caramelos y bombones. (N. del T.) ^'^ Véase un brillante análisis de la forma de privatizarse el civismo en una cultura empresarial en expansión en: Laurent Berlant: The Queen of America Goes to Washington. Durham, N.C.: Duke University Press, 1997. 5^ Consumer Union: Captive Kids, pág. 9. 36 Ibid., pág. 26. ©
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O curricula a cambio del derecho de poder utilizar a los estudiantes en tests de sabores, experimentos con diversos productos o respondiendo a encuestas de opinión en las que se les formulan preguntas que van desde: "qué fuentes de noticias utilizan [hasta] qué programas de televisión les gustan" 3''. Aígunos educadores deseosos de justificar semejantes actos de mercantilismo manifiesto dicen que estas prácticas constituyen una auténtica experiencia de aprendizaje para los alumnos; a menudo, con tales posturas, parece que se limitan a repetir las palabras de los consultores de investigación que afirman que, en realidad, esos enfoques mercantiles están potenciando a los chicos. Por ejemplo, Martha Marie Pooler, la directora de la escuela elemental Our Lady of Assumption, de Lynnfield (Massachusetts, EE.UU.), convino en aceptar 600 dólares para su escuela a cambio de que una empresa utilizara a sus alumnos en un test de sabor de cereales. Ella justificó este tipo de intrusión empresarial diciendo que el test suponía un beneficio educativo en la medida en que era similar "a realizar un experimento de la clase de ciencias"2^. Pooler forma parte de un creciente número de educadores que se niega a afrontar los graves problemas éticos implicados en la autorización a las empresas para que realicen investigaciones de mercado con niños que deberían estar aprendiendo unos conocimientos y destrezas críticos que, en último término, les permitieran negarse a participar en estas acciones explotadoras. De hecho, los estudiantes no sólo no tienen nada que decir en cuanto a su participación en esos tests de mercado, sino que, junto con sus maestros, parecen indefensos ante los cambios de prioridades de la escuela de la educación a los productos comerciales. Andrew Hageishaw, un director de programa del Center for Commercial-Free Public Education de Oakland (California, EE.UU.) dice, con toda la razón, que "las compañías están convirtiendo las escuelas en agentes de venta de sus productos... [y] van a cambiar las prioridades de la educación al... consumo"39. La National Association of State Boards of Education* manifesto no hace mucho que ¡as escuelas que ofrecen al público cautivo de los niños de sus aulas como pasto para la obtención de beneficios comerciales están colaborando en prácticas que constituyen tanto un acto de "explotación como una violación de la confianza pública'"*". Esas violaciones de la confianza pública plantean un reto importante a los educadores, padres y ciudadanos interesados que quieran proteger a los niños de la intrusión empresarial en su vida. Las escuelas se están transformando en esferas comerciales, en vez de en esferas públicas, en donde los alumnos quedan sometidos a los antojos y
^^ Mary B. W. Tabor: "Schools Profit From Offering Pupils for Market Research", New York Times, 5 de abril de 1999, págs. A1, A16. 3« Ibid., pág. A16. 3^ Citado en: Steven Manning: "How Corporations Are Buying Their Way into America's Classroom", Ttie Nation, 27 de septiembre de 1999, pág. 12. * "Asociación nacional de consejos estatales de educación". (N. del T.) "" Tabor: "Schools Profit From Offering Pupils for Market Research", pág. A16. ©
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prácticas de los analistas de mercados, cuyos planes nada tienen que ver con el aprendizaje crítico y mucho con la reestructuración de la vida cívica a imagen de la cultura del mercado''^ El valor cívico —que mantiene los principios no comerciales más básicos de la democracia—, en cuanto principio definidor de la sociedad, se devalúa cuando el poder empresarial transforma el saber escolar, de manera que a los estudiantes se les enseña a reconocer marcas o aprender las actitudes apropiadas para un trabajo futuro en puestos poco especializados y con bajos salarios. Ya no enseñan a conectar el significado del trabajo con los imperativos de una democracia fuerte. Lo que vincula a Channel One, Nike, Pepsi, la Campbell Soup Company, la McDonald Corporation y todo un conjunto de empresas diferentes es que sustituyen el aprendizaje real por la propaganda empresarial, trastornan el necesario equilibrio entre lo público y lo privado y, de ese modo, tratan las escuelas como cualquier otro negocio. El intento de redefinir el significado y la finalidad de la escolarización como un elemento de la economía de mercado, en vez de como una característica fundamental de una democracia arraigada, se basa en un modelo de sociedad en el que la "responsabilidad del consumidor [está] mediada por la relación con el mercado educativo [en vez de] que la responsabilidad esté mediada por la relación con toda la comunidad de ciudadanos"'*2. Lo más perturbador del enfoque mercantilista de la escolarización es que no contiene ninguna consideración especial del vocabulario de la ética y de los valores. El educador británico Gerald Grace afirma con perspicacia que, cuando la educación pública se convierte en un medio para alcanzar un beneficio, distribuir un producto o formar a unos sujetos consumidores, la educación reniega de sus responsabilidades de crear una democracia de ciudadanos, mudando su centro de atención a la producción de una democracia de consumidores"*^. El hecho de criarse en el seno de un medio empresarial se ha convertido en una forma de vivir para la juventud norteamericana. Esto resulta evidente cuando las fusiones empresariales consolidan el control de activos y de mercados, sobre todo cuando extienden su influencia sobre los medios de comunicación y su gestión de la opinión pública. Sin embargo, también se pone de manifiesto en el acelerado mercantilismo de todos los aspectos de la vida cotidiana, incluyendo la "comercialización de las escuelas públicas, la redenominación de calles públicas por patrocinadores comerciales, el uso del
V Esta cuestión se trata con mayor detalle en: Molnar: Giving Kids the Business. Véase un análisis más general de la relación entre la cultura empresarial y la escuela en: Joe Kincheloe y Stiirley Steinberg (eds.): KinderCulture: Ttie Corporate Construction of Ctiildtiood. Boulder, Colo,: Westview, 1997. (Trad, cast.: Cultura infantil y multinacionales. La construcción de la identidad en la infancia. Madrid. Morata, 2000.) *^ Gerald Grace: "Politics, Markets, and Democratic Sctiools: On the Transformation of School Leadership", en: A. H. Halsey, Hugh Lauder, Phillip Brown y Amy Stuart Weils (eds.): Education, Culture, Economy, Society. Nueva York: Oxford, 1997, peg. 314. "3 Ibid., pág. 315. ©
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Mercedes de Janis Joplin *, los anuncios en los servicios e [incluso la comercialización] del agua embotellada oficial de una visita papal"'*'*. Aunque es de sobra conocido que la cultura de mercado ejerce una poderosa función educativa en cuanto a la movilización de deseos y la configuración de identidades, no deja de sorprender el hecho de que un número cada vez mayor de encuestadores señale que, cuando se pide a los jóvenes que den una definición de democracia, éstos respondan refiriéndose a "la libertad de comprar y consumir lo que se quiera, sin restricciones gubernativas'"*^. Arropado en el lenguaje de la competencia empresarial y el éxito individual, debe reconocerse en el actual movimiento de reforma educativa un ataque en toda regla tanto contra la educación pública como contra la misma democracia. Cualquier persona que se preocupe por la educación pública debe tomar en serio la advertencia del crítico social David Stratman de que el objetivo de ese movimiento "no consiste en elevar las expectativas de nuestros jóvenes, sino en restringirlas, sofocarlas y aplastarlas""^s. Esto resulta especialmente cierto si la educación pública ha de desempeñar un papel fundamental en el establecimiento de unos límites a la cultura mercantil, la afirmación del lenguaje de la compasión moral y la expansión del significado de la libertad y la elección a consideraciones más generales de equidad, justicia y responsabilidad social. Como la cultura mercantil impregna el orden social, amenaza con reducir la tensión entre los valores mercantiles y los valores democráticos, como la justicia, la libertad, la igualdad, el respeto a los niños y los derechos de los ciudadanos como seres humanos iguales y libres. Sin esos valores, los niños quedan relegados al papel de calculadoras económicas y el creciente desprecio de la vida pública, que parece ir ganando terreno en los Estados Unidos, resulta intocable. La historia es muy clara con respecto a los peligros del poder empresarial desenfrenado. Cuatrocientos años de esclavitud; la segregación racial vigente, aunque no oficial; la explotación del trabajo infantil; la aprobación de unas crueles condiciones de trabajo en las minas de carbón y en los lugares carentes de protección para los trabajadores, y la destrucción del medio ambiente son circunstancias impulsadas por la ley de maximización de beneficios y minimización de costes, en especial cuando la sociedad civil no presenta ningún poder que sirva de contrapeso a esas fuerzas. Esto no pretende decir que las empresas sean el enemigo de la democracia, sino destacar la impor-
* La cita alude a la canción "Mercedes Benz", de Janis Joplin, que, siendo una canción de protesta contra el materialismo, fue utilizada por la marca alemana en un famoso anuncio de sus vehículos. Janis Joplin fue una cantante norteamericana, típica de la contracultura de la década de 1960, que murió por una sobredosís de droga en 1970. (N. del T.) •*•* R. George Wright; Selling Words: Free Speech in a Commercial Culture. Nueva York: New York University Press, 1997, pág. 181. *^ Ibid., pág. 182. "•^ David Stratman: "School Reform and the Attack on Public Education", Dollars and Sense, marzo-abril de 1988, pág. 7. ©
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tanda de una sociedad civil democrática fuerte que limite el alcance y los efectos de la cultura empesarial''^. John Dewey afirma con razón que la democracia requiere trabajo, pero que el trabajo no es sinónimo de democracia''^. El crítico de la educación Alex Molnar advierte, con toda razón, a los educadores que el mercado no proporciona "orientaciones acerca de las cuestiones de justicia y equidad que están en el centro de una sociedad civil democrática" "^3. El poder de la cultura empresarial, cuando se deja sin control, respeta poco los límites y menos aijn las necesidades sociales básicas, como la necesidad de alimentos incontaminados, una asistencia sanitaria decente y unas formas seguras de transporte. Esto se puso de manifiesto, por ejemplo, en las recientes revelaciones acerca de la ocultación de las pruebas que revelan la naturaleza adictiva de la nicotina practicada por las empresas tabaqueras. En franca violación de las consideraciones de salud más generales, estas corporaciones promovieron efectivamente la adicción de los jóvenes fumadores para aumentar sus ventas y beneficios. Es más, cuando las empresas multinacionales incrementan su control de la circulación de la información en los medios de comunicación, no se hace mención de cómo destruyen los principios de justicia y libertad que deben estar en el centro de nuestras instituciones cívicas más vitales. El desarrollo de un vocabulario que afirme valores no mercantiles, como el amor, la confianza y la compasión, tiene especial importancia para las escuelas públicas, cuya función, en parte, consiste en enseñar a los estudiantes la importancia del diálogo crítico, el debate y la toma de decisiones en una democracia participativa. Recientemente se produjo un incidente en una escuela pública de Evans (Georgia, EE.UU.), que sirve de ejemplo de cómo puede utilizarse la cultura empresarial para castigar a los estudiantes que cuestionan el enfoque empresarial del aprendizaje. La Greenbrier High Scliool decidió participar en un "Día de la educación", en el contexto de un concurso de! distrito patrocinado por los ejecutivos de Coca-Cola. Cada escuela que participaba en las concentraciones del concurso patrocinado escuchaba conferencias de los ejecutivos de Coca-Cola, analizaba el contenido de azúcar de la Coca-Cola en las clases de química y se reunía para "una fotografía aérea de los cuerpos de los estudiantes vestidos de rojo y blanco y formando la palabra 'coke'. El premio por ganar el concurso del distrito: 500 dólares"^°. Dos estudiantes deci-
^^ No quiero decir que las empresas no puedan desempeñar un papel fundamental en la expansión de los valores democráticos. Véase, por ejemplo, el papel de grupos como Business Leaders for Sensible Priorities, que han presionado para reducir los gastos militares en beneficio de la inversión en recursos públicos, como las escuelas, la asistencia sanitaria, etcétera. Véase el importante anuncio insertado por el grupo en contra del incremento de los gastos militares en New York Times de 24 de marzo de 1999, pág. A21. "8 Dewey: Democracy and Education. (Trad, cast.: Democracia y educación. Madrid. Morata, 2002, 5.^ed.) ^^ Molnar: Giving Kids the Business, pág. 17. 5° Esta cuestión se examina en: Ken Saltman: "Collateral Damage: Public School Privatization and the Threat to Democracy", tesis doctoral, Pennsylvania State University, mayo de 1999, pág. 92. ©
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dieron estropear la foto, quitándose sus camisetas para exhibir logotipos de Pepsi. Ambos fueron expulsados temporalmente por maleducados. Con ello aprendieron que el derecho individual a disentir, a expresar libremente sus opiniones e ideas y a cuestionar la autoridad, cuando se ejerce en el contexto de la cultura comercial, es un delito punible. En este contexto, la elección se refiere a escoger el refresco correcto y no al derecho de cuestionar si las escuelas deben convertirse en vallas publicitarias de intereses empresariales.
La educación y los imperativos de la democracia Cuestionar la invasión del poder empresarial es esencial para que la democracia continúe siendo un principio definidor de la educación y de la vida cotidiana. Con el fin de movilizar ese cuestionamiento, los educadores tienen que crear organizaciones capaces de proporcionar una concepción alternativa del significado y la finalidad de la educación pública, que relacione la educación con la expansión y la profundización de la democracia. Los educadores deben crear también coaliciones políticas que tengan el poder y los recursos necesarios para promover leyes que limiten la supremacía del poder empresarial sobre las instituciones y mecanismos de la sociedad civil. Este proyecto requiere que los educadores y los estudiantes faciliten el fundamento racional y movilicen la posibilidad de crear enclaves de resistencia, nuevas culturas públicas y espacios institucionales que destaquen, alimenten y evalúen la tensión entre la sociedad civil y el poder empresarial, mientras, al mismo tiempo, destacan los derechos de los ciudadanos sobre los derechos de los consumidores. Los educadores, las familias y los miembros de la comunidad tienen que revigorizar el lenguaje, las relaciones sociales y la política de la escolarización. Debemos analizar cómo configura el poder los conocimientos, cómo la enseñanza de unos valores sociales más generales proporciona unas garantías en contra de la conversión de las destrezas cívicas en destrezas de entrenamiento laboral, y cómo la escolarización puede ayudar a los estudiantes a reconciliar las necesidades, en apariencia opuestas, de libertad y de solidaridad. Como educadores, tenemos que examinar unos modelos alternativos de educación que cuestionen la transformación de las escuelas públicas en entes empresariales. Por ejemplo, ciertos educadores innovadores, como Deborah Meier, Ted Sizer, James Comer, y organizaciones, como el Rethinking Sciiool Coilective, entre otros, están dedicando todos sus esfuerzos a vincular las políticas educativas con las prácticas de clase para expandir el alcance de la libertad, la justicia y la democracia. En términos estratégicos, con el fin de revitalizar el diálogo público, los educadores deben tomar en serio la importancia de defender la educación pública como institución cuya finalidad consiste en educar a los estudiantes ©
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para una ciudadanía activa ^^ La escuela es un lugar que ofrece a los estudiantes la oportunidad de involucrarse en los problemas más profundos de la sociedad y adquirir los conocimientos, las destrezas y el vocabulario ético necesarios para participar de forma activa en la vida pública democrática. Los educadores tienen que unirse local y nacionalmente para defender las escuelas públicas como indispensables para la vida de la nación, porque constituyen una de las pocas esferas públicas que quedan en donde los estudiantes pueden adquirir los conocimientos y destrezas que necesitan para aprender a dominar, asumir riesgos y desarrollar los conocimientos precisos para la deliberación, los argumentos razonados y la acción social. Lo que se cuestiona es la posibilidad de dar a los alumnos una educación que les permita descubrir el sueño y la promesa de una democracia efectiva y, en especial, la idea de que, en cuanto ciudadanos, como señala el historiador Robin Kelley, "tienen derecfio a unos servicios públicos, una vivienda decente, protección, seguridad, apoyo en tiempos difíciles y, lo más importante, cierto poder de decisión" 52. Los críticos sociales Carol Ascher, Norm Fruchter y Robert Berne recogen la gravedad de tamaño proyecto cuando dicen que: la urgencia de resolver las desigualdades de la escolarizaclón es, quizá, la razón más importante para continuar la lucha por la reforma de la educación pública. Porque nosotros no sobreviviremos como república ni avanzaremos hacia una auténtica democracia a menos que podamos estrechar la distancia entre ricos y pobres, reducir nuestras divisiones raciales y étnicas y crear un sentido más profundo de comunidad ^^. Sin embargo, hace falta algo más que defender la educación pública como elemento central para desarrollar y fomentar el adecuado equilibrio entre las esferas públicas democráticas y el poder comercial, entre unas identidades fundadas en unos principios democráticos y unas identidades impregnadas en formas de individualismo competitivo y autointeresado que celebran sus propias ventajas materiales e ideológicas. Dados los intentos actuales de los legisladores estatales para limitar el poder que los educadores tienen sobre el curriculum y la enseñanza en clase, es crucial, desde el punto de vista político, que se defienda a los educadores como intelectuales públicos que pres-
5' Hay una serie de libros que estudian la relación entre la escuela y la democracia; he aquí algunas de las recientes aportaciones críticas más importantes: Elizabeth A. Kelly: Education, Democracy & Public Knowledge. Boulder, Colo.: Westview, 1995; Wilfred Carr y Anthony Hartnett: Education and ttie Struggle for Democracy. Filadelfia: Open University Press, 1996; David Sehr: Education for Public Democracy; James Fraser: Reading, Writing and Justice: Scfiooi Reform as if Democracy Matters. Albany: State University of New York Press, 1997; véanse también: Henry A. Giroux: Schooling and the Struggle for Public Life. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1988 (Trad, cast.: La escuela y la lucha por la ciudadanía. Pedagogía crítica de la época moderna. México. Siglo XXI, 1993.), y Henry A. Giroux: Pedagogy and the Politics of Hope. Boulder, Colo.: Westview, 1997. 52 Robin D. G. Kelley: "Neo-Cons of the Black Nation", Black Renaissance Noire 1:2, verano-otoño de 1997, pág. 146. 53 Ascher, Fruchter y Berne: Hard Lessons, pág. 112. ©
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tan un servicio indispensable a la nación. Esa reivindicación no puede hacerse sólo en nombre del estudio y la profesionalidad desinteresados, sino en términos del deber cívico que tienen esos educadores de facilitar a los estudiantes los conocimientos y destrezas que necesitan para participar en las conversaciones públicas que están teniendo lugar sobre cuestiones cruciales de carácter político, social y cultural, y configurarlas. Los educadores de las escuelas de la nación representan la conciencia de una sociedad; configuran las condiciones en que las generaciones futuras aprenden acerca de sí mismas y de sus relaciones con los demás y el mundo, así como también emplean unas prácticas de enseñanza que, por su misma naturaleza, son morales y políticas y no sólo técnicas. En el mejor de los casos, esas prácticas dan fe de los problemas éticos y políticos que animan el panorama social general. La organización contra la toma empresarial de las escuelas supone también luchar para proteger la negociación colectiva y los beneficios sanitarios para los maestros, desarrollar la legislación para impedir que unos docentes mal preparados asuman responsabilidades en clase y trabajar para poner más poder en manos del profesorado, los padres y los estudiantes. En este país, los educadores de la escuela pública están sometidos a unos ataques masivos. No sólo pierden cada vez más autonomía y capacidad para una enseñanza imaginativa, sino que recae sobre ellos la carga, sobre todo en los centros urbanos, de unas aulas abarrotadas, unos recursos limitados y unos legisladores hostiles. Esos educadores necesitan constituir alianzas con los padres, los movimientos sociales y los legisladores progresistas en torno a una plataforma común que resista la transformación de las escuelas en entes empresariales, la reducción de las destrezas de los docentes y la limitación del aprendizaje a los estrechos dictados de la eficiencia y la normalización. Pueden organizarse comités locales y nacionales para proteger las escuelas públicas, evitando que queden sometidas a los antojos e intereses de las empresas. Esas organizaciones pueden presionar a los legisladores para que aprueben leyes que erradiquen los anuncios con logotipos y marcas comerciales de los terrenos escolares, de los libros, los muros de las escuelas y los laterales de los autobuses escolares. Steve Manning destaca el papel desempeñado por los padres en Seattle, al organizarse en contra de la comercialización de las escuelas públicas. Escribe; En Seattle, los padres organizaron una serie de "ensayos de comercialismo" de las escuelas de la ciudad, recogiendo tantos ejemplos como pudieron de materiales comerciales. Sus hallazgos contribuyeron a detener una política del distrito que hubiera permitido la publicidad empresarial en las escuelas y llevaron a la formación de un grupo de trabajo conjunto de escuela y comunidad para estudiar la cuestión ^'^.
^'^ Manning: "Classrooms for Sale", pág. A27. Ediciones Morata, S. L.
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Hay que divulgar esas acciones y desarrollar las relaciones entre padres y movimientos sociales por todo el país, que puedan aprender unos de otros a detener esa comercialización de la configuración de las políticas escolares. La influencia cada vez mayor de las empresas en la educación norteamericana refleja una crisis de visión con respecto al significado y la finalidad de la democracia en una época en la que "las culturas de mercado, las moralidades de mercado, las mentalidades de mercado [están] destrozando la comunidad, debilitando la sociedad cívica [y] destruyendo el sistema de educación de los niños" 5^. Sin embargo, esa crisis representa también una oportunidad única para los educadores progresistas para reafirmar el significado y la importancia de la democracia —definida radicalmente como una lucha para combinar la distribución de riqueza, renta y saber, con el reconocimiento y la valoración positiva de la diversidad cultural— destacando la primacía de la política, el poder y la lucha como cometido educativo. Los educadores tienen que salir al paso del avance del poder empresarial resucitando una noble tradición que se extiende desde Horace Mann hasta Martin Luther King, Jr., en la que se afirma la educación como un proceso político que anima a las personas a identificarse como algo más que sujetos consumidores, y la democracia como algo más que un espectáculo de la cultura de mercado. Pueden observarse las pruebas de esas luchas en distritos escolares de todo el país, en donde los estudiantes, los padres y los activistas de la comunidad luchan contra la comercialización de las escuelas. Steven Manning, del Open Society Institute de Nueva York, informa que la estudiante y activista Sarah Church lideró con éxito una campaña para impedir que Pepsi-Cola cerrara un contrato de venta en exclusiva con la Berkeley High School, a cambio de un marcador electrónico para el estadio de fútbol americano, valorado en 90.000 dólares. Destaca también la aprobación de la Commercial Free Schools Act del San Francisco School Board. Como señala este autor, la "disposición prohibe que el distrito firme contratos de venta de bebidas en exclusiva o adopte materiales educativos que incluyan nombres de marcas comerciales"^®. Por último, conviene recordar que el debate sobre la educación pública versa en realidad sobre la forma que adopten las relaciones entre las empresas y la vida pública en el próximo siglo. Los estudiantes no han perdido de vista el significado y la finalidad de ese debate. Durante la primera semana de marzo de 1998, los estudiantes de 100 colleges celebraron diversas concentraciones para protestar contra la intrusión y creciente implicación de las empresas en la educación pública y superior s^. Para los que trabajamos en esas instituciones, así como para quienes se preocupan por la difícil situación de los niños de este país, es hora de que demos ejemplo del significado y la importancia del valor cívico con nuestras propias acciones.
55 56 room", 5^
Cornel West: "America's Three-Fold Crisis", Tikkun 9:2, 1994, pág. 42. Véase: Steven Manning: "How Corporations Are Buying Their Way into America's Classop. cit., pág. 15. "Short Subjects", Chronicle of Higher Education, 13 de marzo de 1998, pág. A l 1. © Ediciones Morata, S. L.
SEGUNDA PARTE
Política cultural y pedagogía pública
CAPITULO IV
Educación radical y cultura en la obra de Antonio Gramsci *
Introducción Sesenta años después de su muerte, Antonio Gramsci brilla aún como uno de los grandes teóricos políticos del siglo xx. Nacido en Cerdeña en 1891, Gramsci se estableció en Turin, al norte de Italia. Tras abandonar el partido socialista, fundó el Partido Comunista Italiano, a cuyo frente estuvo desde 1924 hasta que fue encarcelado por el régimen fascista de Mussolini en 1926. Durante su juicio por crímenes contra el Estado, el fiscal del gobierno dijo: "Tenemos que impedir que este cerebro funcione durante veinte años". Gramsci murió en 1937, al siguiente día de su excarcelación. Durante el tiempo en que permaneció en prisión, escribió sin descanso sobre la cultura y la política, en un estilo críptico, con el fin de evitar a los censores de la cárcel. Más tarde, sus notas fueron sacadas clandestinamente de la prisión y publicadas. Pronto fue reconocido como una de las principales figuras del marxismo occidental, especialmente por su obra sobre la cultura, la sociedad civil, la educación y la hegemonía como forma de liderazgo cultural y social. Al negarse a separar la cultura de las relaciones sistémicas de poder o la política de la producción de conocimientos e identidades, Gramsci redefinió el modo de influir de la política en la vida cotidiana, mediante la fuerza de sus prácticas, relaciones y discursos educativos. Esta postura contrasta de forma radical con la de un número creciente e insistente de teóricos progresistas contemporáneos, que separan la política de la cultura y la lucha política de las prácticas educativas. A diferencia de Gramsci, esos teóricos destacan una política materialista que ignora hasta qué punto se han convertido las formaciones culturales en uno de los medios principales por los que los individuos afrontan y comprenden las circunstancias materiales y las fuerzas que configuran sus vidas. En un extraño
Quiero agradecer a Nick Burbules su ayuda editorial en este capíluio. ©
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giro de la política, muchos progresistas e intelectuales de izquierda consideran ahora la cultura como algo ornamental —una carga que recae sobre la política de clase— o idéntico a la vilipendiada política de identidad ^. La obra de Gramsci cuestiona esta postura y, al mismo tiempo, proporciona un marco teórico para comprender que la clase social se vive siempre a través de las modalidades de raza y género 2. Es más, la obra de Gramsci supone una importante rectificación política con respecto a las teorías sociales que no reconocen la intervención de la política educativa en la configuración y articulación de las divisiones entre distintas formaciones institucionales y culturales. Para Gramsci, en el mejor de los casos, la teoría social expande el significado de lo político cuando toma conciencia del modo en que la educación opera a través de sus propias prácticas culturales. La educación actúa de manera que se legitimen sus cuestiones motivadoras, se aseguren ciertas modalidades de autoridad y se dé prioridad a determinados "marcos institucionales y regias disciplinarias mediante las que se forman sus imperativos de investigación" 3. Según Gramsci, habría que abordar la cultura como parte de una nueva configuración política y de un conjunto de condiciones históricas que emergieron a principios del siglo xx en las sociedades avanzadas de Occidente. Los intelectuales no podían hacer frente a las soluciones institucionales del capitalismo y a la política cambiante de la formación de clases sin tener en cuenta cómo se estaban estructurando el sentido común y el consentimiento en unas esferas públicas, marcadas por la aparición de nuevas tecnologías y de unas prácticas educativas específicas, aunque cambiantes. Esa comprensión no sólo requería prestar una atención nueva a "la cultura en su función y consecuencias políticas'"*, sino que destacaba la cuestión de cómo podían transformarse las esferas culturales alternativas en ámbitos de lucha y de resistencia, animados por un nuevo grupo de intelectuales. Aunque el contexto en el que leemos ahora las obras de este autor es radicalmente diferente del contexto histórico en el que se desarrollaron su política y sus teorías, las ideas de Gramsci acerca de la relación entre cultura, educación y poder constituyen un importante recurso teórico para estudiar los retos a los que hacen frente en la actualidad la educación pública y la superior en los Estados Unidos. Aquí analizo la importancia de la obra de Gramsci, en especial sus trabajos sobre la educación, destacando, en primer lugar, la natura-
^ Por ejemplo, véanse: Todd Gitlin: The Twilight of Common Dreams. Nueva York: Metropolitan Books, 1995; Richard Rorty: "The Dark Side of the Academic Left", Chronicle of Higher Education, 3 de abril de 1998, págs. B4-B6. 2 Véase una crítica de la tendencia de teóricos como Todd Gitlin a enfrentar la política de clase con la política de identidad y cultural en: Robin D. G. Kelley: Yo' Mama's Disfunktional: Fighting the Culture Wars in Urban America. Boston: Beacon Press, 1998, especialmente Cap. 4: "Looking Extremely Backward: Why the Enlightenment Will Only Lead Us into the Dark", págs. 102-124. Véase también: Henry A. Giroux: Impure Acts: The Practical Politics of Cultural Studies. Nueva York: Routledge, de próxima aparición, ^ John Frow y Meghan Morris, citados en: Lawrence Grossberg: Bringing It All Back Home: Essays on Cultural Studies. Durham, N.C.: Duke University Press, 1997, pág. 268. * Terry Cochran: "Culture in Its Sociohistorical Dimension", Boundary, 21:2, 1994, pág. 157. ©
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leza de los intentos que la derecha realiza actualmente para subordinar la educación pública y la superior a las necesidades del capital —reemplazando la finalidad y el significado de la educación como bien público por los correspondientes en cuanto bien privado— y el papel central que desempeña la política cultural como punta de lanza de ese ataque. Además, examino las tentativas de los teóricos de la derecha, como E. D. Hirsch, Jr., para apropiarse de las ideas de Gramsci sobre la educación para un proyecto educativo conservador. Por último, concluyo analizando las consecuencias que la obra de Gramsci podría tener para defender la educación como bien público y para situar la pedagogía cultural como un elemento central de cualquier discurso de política radical.
El asedio a la democracia y la educación Mientras el mundo entra en el siguiente milenio, las cuestiones relativas a la cultura adquieren una relevancia fundamental para comprender cómo reorganizan la política y el poder las fuerzas sociales y económicas que afectan profundamente y regulan la vida cotidiana. La política de la cultura no sólo se aprecia en las formas en que los recursos y el conocimiento simbólicos han reemplazado a las destrezas tradicionales como fuerza productiva primordial de la sociedad, sino también en el papel que desempeña actualmente la cultura como principal fuerza educativa que garantiza la autoridad y los intereses de los grupos dominantes. Las tecnologías de los medios de comunicación han redefinido el poder de determinados grupos para construir una política representativa que desempeña un papel crucial en la configuración de las identidades del yo y del grupo, así como en la determinación y demarcación de diferentes concepciones de la comunidad y de la pertenencia a la misma. Los conservadores y las crecientes fuerzas de la nueva derecha no han olvidado la idea de que la cultura se ha convertido en un ámbito importante de oposición y en herramienta de poder ^. Comenzando con Ronald Reagan y George Bush, en la década de los ochenta, y culminando con la revolución republicana de Newt Gingrich, en la década de los noventa, los conservadores han tomado el control de la industria en continua expansión de los medios electrónicos de comunicación y de los nuevos sistemas mundiales de comunicación, poniendo de manifiesto que la política ha asumido una importante función educativa en la era de la información®. El
5 Lawrence Grossberg: "Toward a Genealogy of the State of Cultural Studies, en: Gary Nelson y Dilip Parameshwar Gaonkar (eds.): Disciplinarity and Dissent in Cultural Studies. Nueva York: Routledge, 1996, pág. 142. s Véanse, por ejemplo: Herbert I. Schiller: Culture Inc.: The Corporate Takeover of Public Expression. Nueva York: Oxford University Press, 1989; Erik Barnouw (ed.): Conglomerates and the Media. Nueva York; Free Press, 1997; Edward S. Herman y Robert W. Chesney: The Global Media. Washington: Cassell, 1997 (Trad, cast.: Los Medios globales. Los nuevos misioneros del capitalismo corporativo. Madrid. Cátedra, 1999.); Robert W. Chesney: Rich Media, Poor Democracy. Urbana; University of Illinois Press, 1999. ©
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reconocimiento del valor político de la definición de la cultura como un ámbito de lucha y, al mismo tiempo, como esfera de educación ha llegado a ocupar un lugar central en el cambio social y político. Los conservadores han superado con facilidad a los progresistas en la batalla por el control de la producción de conocimientos, valores, identidades, deseos y de las prácticas sociales fundamentales para lograr el consentimiento de diversos sectores del público norteamericano a las políticas neoliberales. Utilizando el poder de la prensa, los medios electrónicos y las emisoras de radio como ámbitos de política cultural, los conservadores han empleado sus masivos recursos financieros y fundaciones para influir en variados sectores de la industria cultural y de los medios nacionales de entretenimiento''. Las fundaciones y grupos conservadores han desempeñado también un papel clave para educar y persuadir a una nueva generación de intelectuales públicos para luchar sin descanso contra todas las facetas de la vida democrática; los grupos en situación desventajosa por motivos de raza, edad, género, clase social y falta de ciudadanía cargan con la peor parte de este ataque vicioso. Con profunda ironía, las fuerzas conservadoras se han apropiado de la celebrada idea de Gramsci acerca de que "toda relación de 'hegemonía' es necesariamente una relación educativa"^. De este modo, han reafirmado el papel de la cultura como fuerza educativa para la reproducción social y económica, y han librado una intensa batalla ideológica en diversos ámbitos culturales, como los medios de comunicación, y en importantes esferas culturales, como las escuelas públicas, las artes y la educación superior. Los efectos del ataque actual de la derecha contra la democracia pueden observarse en el desmantelamiento de las ayudas del Estado a los inmigrantes, las personas de color y los trabajadores. Como he indicado en este libro, esos ataques son evidentes en la aprobación de políticas sociales que promueven la desindustrialización, la reducción del tamaño de las empresas y las reformas del mercado libre. A modo de ejemplo, la reciente legislación de reforma de la asistencia social impedirá que unos 3,5 millones de niños reciban cualquier tipo de ayuda gubernamental y, por tanto, enviará a un mayor número de menores a engrosar las filas de más de 14,7 millones de niños que ya viven en la pobreza en los Estados Unidos^. A medida que las políticas conservadoras abandonan la política de inversión social para adoptar otra de contención social, los servicios del Estado se vacían y se reducen a sus funciones más represivas: disciplina, control y vigilancia ^°. Esto no sólo resul^ Henry A. Giroux: "Talking Heads: Public Intellectuals and Radio Pedagogy", Art Papers, julio-agosto de 1995, págs. 17-21, 8 Antonio Gramsci: Selections from the Prison Noteboot^s, trad, al inglés y ed. por Quintín Hoare y Geoffrey Nowell Smith. Nueva York: International Publistiers, 1971, pág. 350. (Trad, cast.: Cartas desde ia cárcei. Madrid. Cuadernos para el Diálogo, 1975.) 3 Children's Defense Fund: State of America's Ctiildren Yearbool< 1998. Boston: Beacon Press, 1998. Más en concreto, "en 1995, 14,7 millones de niños (21% de los niños estadounidenses) vivían en la pobreza, 2,1 millón más que en 1989" pág. 17. ^° Esta cuestión se trata en: Stanley Aronowitz: Tlie Death and Rebirth of American Radicalism. Nueva York: Routledge, 1996, ©
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ta evidente en estados como California y Florida, que invierten más en encarcelar a personas que en educar a sus poblaciones en edad post-secundaria, sino también en el desproporcionado número de varones afronorteamericanos de todo el país que ingresan en las cárceles o quedan sometidos al control del sistema de justicia penaP^ Los resultados de esta batalla contra la democracia y la justicia social y económica pueden apreciarse también en el resurgir del racismo, marcado por una legislación anti-inmigrantes, como la proposición 209 de California, el desmantelamiento de la discriminación positiva y la reaparición de las ideologías racistas que intentan demostrar que las diferencias de inteligencia son características raciales y, al mismo tiempo, están determinadas genéticamente ^2. En este caso, los ataques en clave racial contra los delincuentes, las clases marginales y las madres a cargo de la asistencia social se justifican, en parte, merced a una retórica darwinista social, reforzada desde el ámbito político, que convierte en chivos expiatorios a las personas de color, al tiempo que las culpa de los problemas sociales que se traducen en su explotación, padecimiento y opresión ^^. En el contexto de este ataque generalizado contra la democracia, la educación pública se hia convertido en una de las esferas públicas más discutidas en la vida política del cambio de siglo. Más que cualquier otra institución, las escuelas públicas sirven de peligroso recordatorio tanto de las promesas como de las insuficiencias de las fuerzas sociales, políticas y económicas que configuran la sociedad. Haciendo suyas las contradicciones de la sociedad en general, las escuelas públicas constituyen un referente crítico para medir el grado en el que la sociedad norteamericana cumple con su obligación de facilitar a todos los estudiantes los conocimientos y destrezas necesarios para participar en la vida pública democrática y configurarla. Como ámbitos que reflejan el presunto compromiso con el legado de la democracia, las escuelas cuestionan y al mismo tiempo, son una amenaza para las tentativas de con-
" Sobre esta cuestión, véanse: Michael Tonry: Malign Neglect: Race, Crime, and Punishment In America. Nueva York: Oxford University Press, 1995; James G. Miller: Search and Destroy: African-American Males in the Criminal Justice System. Nueva York: Cambridge University Press, 1996; Fox Butterfield: "Crime Keeps on Falling, But Prisons Keep on Filling", New York Times, 28 de septiembre de 1997, sección 4, pág. 1; David Cole: No Equal Justice: Race and Class In the American Criminal Justice System. Nueva York: The New Press, 1999. ^^ En este caso, me refiero en concreto a la muy divulgada obra de Charles Murray y Richard J. Herrnstein: The Bell Curve. Nueva York: Free Press, 1994. Véanse tres importantes respuestas críticas a Murray y Herrnstein en: Russell Jacoby y Naomi Glauberman (eds.): The Bell Curve Debate. Nueva York: Random House, 1995; Joe L. Kincheloe, Shirley Steinberg y Aaron D. Gresson III (eds.): Measured Lies: The Bell Curve Examined. Nueva York: St. Martin's Press. 1996; Claude Fischer, Michael Hout, Martin Sanchez-Jankowski, Samuel Lucas, Ann Swidler y Kim Voss: Inequality by Design: Cracking the Bell Curve Myth. Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1996. ^^ Véanse, por ejemplo: Kofi Buenor Hadjor: Another America: The Politics of Race and Blame. Boston; South End Press, 1995; Andrew Hacker: Two Nations: Black and White, Separate, Hostile, and Unequal. Nueva York: Scribner, 1995; Manning Marable: Beyond Black and White. Londres: Verso, 1995; David K. Shipler: A Country of Strangers. Nueva York: Vintage. 1998. ©
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servadores y liberales de separar la "elección de escuela" del discurso de la democracia y la equidad, y de reducir la ciudadanía a un asunto en gran medida privatizado en el que las responsabilidades cívicas se reducen al acto de consumir. En su calidad de eufemismo de la privatización, la "elección" libera a las escuelas de la pretensión de servir al bien público. Las instituciones ya no se plantean para beneficiar a todos los miembros de la comunidad y las escuelas se remodelan en términos mercantiles, con el fin de prestar servicio a los intereses limitados de los consumidores individuales y las políticas económicas nacionales. Despreciando el papel que las escuelas pueden desempeñar como esferas públicas democráticas, los conservadores han redefinido el significado y la finalidad de la escolarjzación de acuerdo con los intereses del capitalismo mundial. A medida que se reduce el apoyo financiero a las escuelas públicas, los conservadores tratan cada vez más de someter a todas las instituciones educativas al control empresarial por medio de las peticiones de privatización, cheques o bonos escolares y los llamados programas de elección de escuela. Enfocando de otra manera la tradición de la escolarización como un bien público, los conservadores dejan de lado la equidad como elemento de la excelencia, mientras subsumen la misión política de la escuela en la ideología y la lógica del mercado. Del mismo modo, los conservadores han lanzado un ataque incesante contra los sindicatos de maestros y profesores, reclamando la vuelta a los enfoques autoritarios de la enseñanza y apoyando el aprendizaje mediante ejercicios y memorización al pie de la letra. En este escenario, la educación pública se sustituye por instituciones educativas financiadas con capital privado, que pueden ignorar sin problemas los derechos civiles, excluir a ciertos estudiantes a los que se prive de sus derechos en virtud de su clase social o raza y difuminar convenientemente las líneas divisorias entre la religión y el Estado. Con este ataque contra la educación, estamos asistiendo a la eliminación de la escuela pública como ámbito potencial para la expansión del bien público y al reacondicionamiento de la misión de la educación superior dentro del discurso y la ideología del mundo empresariaM"*. En esta perspectiva, la educación superior está siendo agresivamente despojada de sus impulsos utópicos. Destruidas como reservas de pensamiento, escritura, enseñanza y aprendizaje críticos, las universidades están remodelándose para satisfacer los intereses del comercio y la regulación. En las acometidas contra las esferas públicas no comerciales, la misión de la universidad se convierte en simple instrumento; se rediseña en gran medida para ponerla al servicio de los
''' En relación con la transformación empresarial de la universidad, véanse algunas excelentes fuentes recientes: Evan Watkins: Work Time: English Departments and the Circulation of Cultural Value. Stanford, Calif,: Stanford University Press, 1989; Stanley Aronowitz y William DiFazio: The Jobless Future. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1994, especialmente Cap. 8, pegs. 226-263; Cary Nelson (ed.): Will Teach for Food: Academic Labor in Crisis. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1997; Randy Martin (ed.): Chalk Lines: The Politics of Work in the Managed University. Durham: Duke üniversiíy Press, 11998. ©
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intereses empresariales cuyo objetivo es reestructurar la educación superior de acuerdo con las directrices del capitalismo mundial. En concreto, esto significa resaltar el conocimiento instrumental, en vez del esencial, transfiriendo el poder de los profesores a los administradores y convirtiendo la cultura universitaria en cultura empresarial^^. A medida que el curriculum del primer ciclo universitario se desprende de las materias (típicas en las humanidades) que no se traduzcan de inmediato en consideraciones de mercado, los programas se vacían y reducen a programas de servicios para los negocios. No sólo reemplaza el conocimiento instrumental al saber esencial como fundamento de la investigación, los escritos y la enseñanza, sino que reduce a los intelectuales de la universidad a tecnócratas de bajo nivel. Su función consiste en gestionar y justificar las reducciones, la producción de conocimientos y las prácticas laborales que caracterizan el poder institucional y la cultura de la universidad orientada a la empresa. El principio definidor del ataque derechista contra la educación superior y la escuela pública es el desmantelamiento de todas las esferas públicas que se nieguen a ser definidas estrictamente mediante la lógica instrumental del mercado. De ahí que la batalla lanzada contra la educación deba entenderse como un elemento de una lucha mucho más general a favor de la vida pública democrática, la función política de la cultura, el papel de los intelectuales y la importancia de la pedagogía como práctica política y moral en la configuración de los diversos aspectos de la vida diaria. Lo que aquí está en juego es la cuestión de cómo "pensamos" la política en términos gramscianos, es decir, cómo creamos una nueva cultura reformulando el significado de la política cultural, el compromiso intelectual y el cambio educativo^^. En resumen, ¿cómo podemos reafirmar la primacía de una política no dogmática y progresista, mediante el análisis de la relación de la cultura, en cuanto fuerza para la resistencia, con el poder, la educación y la acción? Lo que hace falta es entender que la cultura configura la vida cotidiana de la gente: que la cultura constituye un principio definidor para comprender cómo pueden librarse las luchas sobre el significado, la identidad, las prácticas sociales y las maquinarias institucionales del poder, mientras inserta de nuevo lo educativo en lo político y lo expande mediante el reconocimiento de la "fuerza educativa de toda nuestra experiencia social y cultural, que enseña activa y profundamente"^^. El legado de Gramsci es importante para los progresistas porque proporciona un análisis perspicaz y de gran alcance del modo de operar de la educación en cuanto elemento de un conjunto político más amplio de discursos y relaciones sociales orientado a promover el cambio ideológico y ^^ Véanse, por ejemplo: Bill Readings: The University in Ruins. Cambridge: Harvard University Press, 1996; Stanley Aronowitz: The Knowiedge Factory. Boston: Beacon Press, 2000. '^ La idea de pensamiento en términos gramscianos procede de Paul Bove: "Foreword", en: Marcia Landy: Film, Politics, and Gramsci. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1994, pág. xvi. " Raymond Williams: Communications. Nueva York; Barnes & Noble, 1967, pág. 15. ©
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estructural. Sin embargo, a pesar de la política y las intenciones de Gramsci, los conservadores han utilizado su obra para justificar una visión profundamente reaccionaria de la educación y de los procesos de aprendizaje y de persuasión. Analizo aquí en detalle cómo se han apropiado de la obra de Gramsci el profesor de educación Harold Entwistle, en su libro Antonio Gramsci: Conservative Schooling for Radical Politics, y, en fechas más recientes, E. D. Kirsch, en su libro T/?e Schools We Need, para impulsar un plan educativo profundamente conservador. Los escritos de Gramsci sobre educación representan un legado problemático para los progresistas. No obstante, yo mantengo que, cuando se leen en el contexto histórico apropiado y en relación con su proyecto revolucionario, la obra de Gramsci permite a ios educadores radicales reflexionar sobre la naturaleza política del trabajo educativo como un elemento de la lucha más general para desarrollar la relación entre el aprendizaje y el cambio democrático y social, por una parte, y la práctica intelectual comprometida y la lucha política, por otra^^.
La apropiación de Gramsci Aunque la obra de Harold Entwistle y la de E. D. Hirsch están separadas por una década, ambos comparten puntos de vista similares del valor del enfoque conservador de la escuela^^. Ambos autores no sólo justifican que las escuelas sean agentes de reproducción social y económica, sino que defienden unas prácticas de clase basadas en el aprendizaje de una cultura común, unas reglas disciplinarias rígidas, un modelo educativo autoritario y unos curricula estandarizados. Al mismo tiempo, conviene señalar que Entwistle considera la obra de Gramsci con mucha mayor seriedad y hace algunas aportaciones valiosas, tanto en sus críticas de algunas formas progresistas de educación política como en sus sugerencias para replantear la política de la educación de adultos. En su trabajo sobre Gramsci, Hirsch intenta reapropiarse de Entwistle para ponerlo al servicio del conservadurismo de la derecha que culpa a los progresistas educativos de los Estados Unidos del deterioro de la enseñanza y el aprendizaje en las escuelas públicas. El "descubrimiento" de Hirsch de que Gramsci es, en realidad, un hombre-anuncio del pensamiento conservador combina la mala fe de la falsa representación con el reduccionismo de un fervor ideológico que parece burlarse del sentido
^^ Joseph Buttigieg acierta cuando dice que. aurnque los escritos de Gramsci sean fragmentarios, sus ideas sobre "la relación entre el trabajo teórico de los intelectuales y la praxis política" son muy claras. Véase; Joseph Buttigieg: "After Gramsci", Midwestern Modern Language Association. 24:1, primavera de 1991, pág. 93. ^^ Harold Entwistle: Antonio Gramsci: Conservative Schooling for Radical Politics. Boston: Routledge and Kegan Paul, 1989: E. D. Hirsch. Jr.: The Schools We Need. Nueva York: Doubleday, 1996. ©
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político y de la precisión histórica2°. Aunque las razones para que un abigarrado conjunto de educadores radicales se apropie de la obra de Gramsci puedan estar abiertas a interpretaciones diversas, no cabe duda de que Hirsch fuerza los límites de la plausibilidad cuando alinea a Gramsci con teóricos contemporáneos de la educación, de orientación derechista, como Diane Ravitch y Charles Sykes. Esa apropiación no sólo representa una forma de falsedad teórica y de oportunismo político, sino que es también una afrenta a todo lo que Gramsci mantuvo en cuanto renegado revolucionario marxista. Entwistle y Hirsch comparten una visión de la escuela que contrasta con las teorías educativas radicales de su época; sin embargo, toman de la obra de Gramsci una base racional para las prácticas docentes conservadoras, en su intento de redefinir, por una parte, las relaciones entre la escuela y la sociedad y, por otra, los intelectuales y sus responsabilidades sociales. Aunque el libro de Entwistle presenta una interpretación más extensa de Gramsci, Hirsch aplica directamente las consecuencias de esa interpretación conservadora a cuestiones que afectan a la enseñanza y el aprendizaje en Estados Unidos. Es más, Hirsch se basa en la obra de Gramsci y en la de sus propios contemporáneos conservadores, en un esfuerzo falaz para elaborar lo que él llama plan de reforma educativa "pragmático" y bipartidista, en vez de "ideológico" y conservador. A continuación, examino cómo se apropian ambos autores de Gramsci y analizo las consecuencias de su trabajo para la teoría de la escuela y de la educación. El libro de Harold Entwistle representa uno de los primeros análisis exhaustivos de la relevancia de los escritos de Gramsci sobre la escolarización para la teoría y la práctica de la educación 21. Partiendo de su detallada interpretación de esos escritos, Entwistle rechaza, por errónea, la forma previa de interpretar la obra de Gramsci, y desprecia a los "nuevos sociólogos de la educación", así como a otros teóricos radicales de la educación que llegaron a destacar en Inglaterra, en los decenios de 1970 y 1980. Tras resucitar al Gramsci "real", Entwistle procede a descartar a los críticos radicales que presuntamente malintevpretavan la obra de Gramsci. H resto del libro de Entwistle se centra en la relevancia de los escritos de Gramsci para la educación de adultos; acaba con la "notable" conclusión de que la lección que puede
2° En varias ocasiones, Hirsch interpreta erróneamente en su libro el trabajo de los teóricos críticos de la educación. Por ejemplo, malinterpreta la obra del sociólogo francés Pierre Bourdieu, diciendo que su análisis del "capital cultural" es importante porque sienta las bases para que los niños de clase trabajadora tengan éxito en las escuelas. Por supuesto, para Bourdieu, el capital cultural era una categoría específica de clase, basada en la idea marxista del valor de cambio y utilizada para poner de manifiesto cómo se utiliza el capital cultural de la clase media en las escuelas para jusWlcav formas de desigualdad de c\ase. Véase e\ anáWsis de Walter Feinberg de la distorsión de la obra de Bourdieu que efectúa Hirsch en: "Educational fvlanifestos and the New Fundamentalism", Educational Researcher, 26;8, noviembre de 1997, páginas 27-35. ^^ Mi análisis de Entwistle se basa en una revisión anterior en: Henry A. Giroux: "Essay Review of Antonio Gramsci: Conservative Schooling for Radical Politics by Harold Entwistle", Telos, 45, otoño de 1980, págs. 215-225. ©
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extraerse de la obra de Gramsci es que las escuelas no proporcionan el medio adecuado para "una educación radical y antihegemónica"^^. Para Entwistle, Gramsci es un "duro" tirano cuyas ideas de la disciplina, el conocimiento y la hegemonía lo hacen más compatible con Karl Popper y Jacques Barzun (a los que alude de forma positiva) que con los gustos de Karl Marx, Paulo Freiré o, a estos efectos, de John Dewey, incluso. Si tomamos en serio la versión de Entwistle como modelo de la educación socialista, tendremos que aceptar la afirmación de que Gramsci apoyó sin reservas la deferencia hacia la autoridad, la memorización de datos al pie de la letra y la sumisión ciega a las normas impuestas como principios educativos básicos. Esta afirmación no concuerda precisamente con la petición de Gramsci de una práctica y un proyecto educativos orientados a generar "cada vez más intelectuales orgánicos entre los hijos del campesinado y el proletariado" ^3. El teórico literario conservador E. D. Hirsch se hace eco de un argumento similar. Presenta la obra de Gramsci como una respuesta crítica a las reformas educativas de Giovanni Gentile, puestas en marcha durante el mandato de Benito Mussolini, en la década de 1920, reformas que resaltaban la "emoción", el "sentimiento" y "las necesidades más inmediatas del niño". Según Hirsch, el fracaso de estas reformas sirvió como prueba de la insuficiencia de lo que incorrectamente denomina fundamentos básicos de la teoría crítica de la educación. En oposición a esta forma de pedagogía "progresista", Hirsch sostiene que Gramsci ofrece una base racional para los métodos conservadores, como "cantar y memorizar la tabla de multiplicar", diciendo que son necesarios para que "las clases oprimidas aprendan a leer, escribir y comunicarse, y para adquirir suficientes conocimientos tradicionales para comprender los mundos de la naturaleza y la cultura que los rodean"^4. Lo que Hirsch y Entwistle no consiguen descubrir en sus interpretaciones selectivas de Gramsci es que su preocupación por los "datos" y el rigor intelectual sólo tiene sentido como crítica de las metodologías anodinas que separan los datos de los valores, el aprendizaje de la comprensión y la emoción del intelecto. Como señala el teórico social David Forgacs, en la introducción a An Antonio Gramsci Reader, Gramsci parte del punto de vista, no del maestro, sino del alumno, y defiende enérgicamente que el proceso de aprendizaje es un movimiento hacia el conocimiento de sí mismo, el dominio de sí mismo y, por tanto, la liberación. La educación no es una cuestión de distribución de "conocimientos enciclopédicos", sino de desarrollar y disciplinar la conciencia que el aprendiz ya posee ^^.
22 Entwistle: Gramsci, pág. 177. 23 Douglas Holly: "Antonio Gramsci: Conservative Schooling for Radical Politics", British Journal of tlie Sociology of Education, 1:3, 1980, pág. 319. ^'* Hirsch: Sctiools We Need, pág. 7. 25 David Forgacs: "Working-Class Education and Culture: Introduction", en: David Forgacs (ed.); An Antonio Gramsci Header. Nueva York; Schocken, 1988, pág. 54. ©
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La insistencia de Gramsci en el rigor intelectual y la disciplina sólo pueden entenderse en el contexto de su preocupación más general por que los estudiantes desarrollen una comprensión radical de cómo el pasado informa el presente, de manera que puedan liberarse de las ideologías y los supuestos de sentido común que constituyen las creencias fundamentales del orden dominante. Gramsci era muy claro respecto a la distinción entre los datos de aprendizaje que amplían la percepción del orden social general y la simple adquisición de información, incluso en sus primeros escritos, antes de que lo encarcelaran, comprendía la relación entre una práctica educativa basada en la memorización al pie de la letra y la naturaleza conservadora de la cultura a cuya legitimación servía. Por ejemplo, en 1916, escribió: Debemos acabar con la costumbre de pensar que la cultura es conocimiento enciclopédico, en la que el hombre [sic] se considera un simple contenedor en el que verter y conservar datos empíricos o hechos brutos inconexos, que tendrá que encasillar a continuación en su cerebro, como en las columnas de un diccionario, con el fin de poder responder más tarde a diversos estímulos del mundo exterior. Esta forma de cultura es verdaderamente dañina, en especial para el proletariado. Sólo sirve para crear inadaptados, personas que se creen superiores al resto de la humanidad porque han acumulado en su memoria cierta cantidad de datos y fechas que sueltan a la menor oportunidad para elevar casi una barrera entre ellos y los demás ^^. Hirsch ignora la crítica de Gramsci del conocimiento enciclopédico, diciendo que el anti-intelectualismo y el desarrollismo románticos [pensamiento crítico y teoría crítica social], tal como los entendía Gramsci, son lujos de la clase comerciante que no puede permitirse el pobre... Hoy día, la visión de la Ilustración del valor del conocimiento es la única que podemos permitirnos. Cuando los enciclopedistas del siglo xvii trataron de sistematizar el conocimiento humano en un conjunto de libros, estaban poniendo su esperanza de progreso en la experiencia siempre creciente del género humano^''. Para Hirsch, la producción de conocimientos de la clase media se realiza únicamente con buenas intenciones. Hirsch parece incapaz de abordar críticamente la relación entre conocimiento y poder o la que existe entre ideología y política. El examen de la forma de combinarse la cultura y el poder para producir los conocimientos que con frecuencia legitiman determinados intereses raciales, de clase y de género iría en contra de su programa educativo general: enseñar a los niños un núcleo básico de conocimiento de "datos". Para Hirsch, la utilización más importante del conocimiento enciclopédico consiste en inculcar disciplina mental; es más, la finalidad primordial de la educación
26 Antonio Gramsci: "Socialism and Culture", en: Paul Piccone y Pedro Cavalcante (eds.): History, Piíiiosopiíy, and Cuiture in ttie Young Gramsci. S. Luis: Telos Press, 1975, págs. 20-21. 27 Hirsch: Sciioois We Need, pág. 113. ©
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no es sólo transmitir ese conocimiento, sino impedir que lo destruyan las formas de "anti-intelectualismo" de la comunidad educativa norteamericana cuyo legado se extiende, según Hirsch, desde "la 'economía del hogar' y 'compras' de los años veinte a todas las formas de 'pensamiento crítico y destrezas de resolución de problemas' de los noventa" ^^. Para Gramsci, la producción de conocimientos y su recepción y transformación era histórica, dialéctica y crítica. Rechazaba el simple objetivismo y exigía que la escolaridad fuese "formativa, sin dejar de ser 'instructiva'". La tarea educativa suponía, en parte, "mitigar y hacer más fértil el enfoque dogmático que, inevitablemente, debe caracterizar estos primeros años"^^. Esa tarea no era fácil y exigía, por una parte, la necesidad de "poner límites a las ideologías libertarias"; por otra parte, era necesario reconocer que "los elementos de lucha contra la escuela mecánica y jesuítica se han exagerado de forma un tanto insana" ^°. El sistema educativo de Gramsci se basa en un principio en el que un confortable humanismo es sustituido por un radicalismo práctico, un radicalismo que no separa falsamente la necesidad y la espontaneidad, la disciplina y la adquisición de las destrezas básicas de la imaginación, sino que las integra. En cambio, Entwistle y Hirsch interpretan la visión de la escolaridad de Gramsci como si sometiese la enseñanza a una estúpida rutina. De ese modo, dan a entender que esa práctica educativa puede y debe mantenerse a expensas del espíritu. Las interconexiones entre disciplina y pensamiento crítico en ¡a idea de la escolaridad de Gramsci sólo sirven de apoyo a una idea conservadora de la educación si, con respecto a los conceptos de disciplina y autocontrol físicos, se hace caso omiso de su insistencia en la importancia de desarrollar un proyecto político militante, "que exige la formación de un proletariado militante y autoconsciente, que luche sin descanso por su derecho a gobernarse a sí mismo..."^^ En otras palabras, la afirmación de Gramsci de que, para el estudiante, "siempre será un esfuerzo aprender la autodisciplina y el autocontrol físicos; el alumno tiene, en efecto, que someterse a un entrenamiento psicofísico"^^ se distorsiona gravemente si no se entiende en el contexto de las demás observaciones que hace sobre el aprendizaje y el desarrollo intelectual. Gramsci no sólo hacía hincapié en este punto de vista en sus primeros escritos de 1916, sino también con la misma energía en los Cuadernos de 1921 -1935. En los últimos, escribe: "Hay que persuadir a muchas personas de que estudiar también es un trabajo, y muy agotador, con su propio
28 Ibid.
23 Gramsci; Selections from the Prison Notebooks, pág. 30. (Trad, cast.; Cartas desde la cárcel. Madrid. Cuadernos para el Diálogo, 1975.) 3° Ibid., págs. 32-33. 31 J e r o m e Karabel: "Revolutionary Contradictions: Antonio G r a m s c i a n d t h e Problem of Intellectuals", Politics and Society, 6, 1976, p á g . 1 7 2 . 32 G r a m s c i ; Selections from the Prison Notebooks, p á g . 4 2 . {Trad, cast.: Cartas desde la
cárcel. Madrid. Cuadernos para el Diálogo, 1975.) ©
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aprendizaje específico, que abarca músculos y nervios, así como el intelecto"^^ (la cursiva es mía). Para Gramsci, había una tensión dinámica entre la autodisciplina y la comprensión crítica. En consecuencia, lo que a menudo parece una paradoja en su obra sobre educación es, en realidad, una aprobación matizada y dialéctica de una práctica educativa crítica y disciplinada, informada por una idea de la autoridad del aula radical. Al distinguir entre la autoridad del aula, que está al servicio de la acción crítica, y la autoridad utilizada para promover la conformidad y la lealtad al Estado, Gramsci proporciona un referente político para criticar a las escuelas que, según él, son simples negocios burgueses. De acuerdo con Gramsci, toda práctica docente ha de examinarse e implementarse en el contexto de una comprensión general de cuál pueda llegar a ser la finalidad de la escolaridad y cómo se articula esa visión de la educación política con un proyecto democrático más amplio. En este caso, se considera que las escuelas son lugares fundamentales y formativos para la producción de identidades políticas, para fomentar las luchas individuales para reclamar cultura y para la educación de los intelectuales orgánicos. En "Cuestiones de cultura", Gramsci afirma que la adquisición del poder político debe coincidir con el "problema de conseguir poder intelectual" 2". Para que la escuela ofrezca a los estudiantes de clase trabajadora y de otros grupos subordinados los conocimientos y destrezas necesarios para el liderazgo político, no pueden limitarse a ser, como Hirsch, en particular, querría, campamentos de instrucción para los intelectualmente maleables. Gramsci es muy claro sobre esta cuestión: Una escuela que no hipoteque el futuro del alumno, una escuela que no fuerce su voluntad, su inteligencia y creciente conciencia para hacerle seguir unas vías hasta una estación predeterminada. Una escuela de libertad y libre iniciativa, no una escuela de esclavitud y precisión mecánica. Los hijos de los proletarios también deben tener abiertas a ellos todas las posibilidades; deben ser capaces de desarrollar su propia individualidad de un modo óptimo y, por tanto, de la forma más productiva, tanto para ellos como para la sociedad ^^. Para Gramsci, un análisis de la educación sólo puede entenderse en relación con las formaciones sociales y culturales existentes y las relaciones de poder que éstas suponen. Gramsci destacaba que la escolarización sólo constituye una forma de educación política, dentro de una red más amplia de experiencia, historia y lucha colectiva. Dada su visión de la educación política, es difícil reducir la teoría de la enseñanza y el aprendizaje de Gramsci a una metodología rígida, como el aprendizaje de memoria, que los conservadores respaldan sin preguntarse si está involucrado en los mecanismos de consentimiento, sentido común y relaciones sociales dominantes u ofrece resistencia a ellos.
33 Ibid. ^* Gramsci: "Men or Macliines", pág. 62. ^^ Ibid., pág. 64. ©
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Hirsch se apropia de Gramsci para justificar unas relaciones autoritarias en el aula, en donde los estudiantes queden privados del derecho básico a hacer preguntas y plantear cuestiones perturbadoras y urgentes. Este autoritarismo fomenta la sensación de que el punto de vista del alumno es irrelevante. Tanto para Hirsch como para otros educadores conservadores, las escuelas no son disfuncionales porque opriman a los estudiantes de los grupos subordinados, sino porque el legado de la educación progresista destaca "la [educación] 'según un proyecto', 'práctica', 'de pensamiento crítico' y la llamada 'educación democrática'", en vez de un curriculum básico de datos e información 3^. En particular, Hirsch aprueba una visión reduccionista de la acumulación de información, en la que la relación crítica entre la cultura y el poder no se somete a examen, excepto como pretexto para urgir a la clase trabajadora y a los grupos subordinados que adquieran la cultura predominante a fin de reproducir el orden social. Hirsch destaca este aspecto con toda claridad: Hay que enseñar a las clases oprimidas a dominar los instrumentos del poder y la autoridad —la capacidad de leer, escribir y comunicarse—, y a adquirir unos conocimientos tradicionales suficientes para comprender los mundos de la naturaleza y la cultura que las rodean. No debe estimularse a los niños, particularmente a los hijos de los pobres, a que crezcan "naturalmente", lo que los mantendría ignorantes y los haría esclavos de la emoción. Deben aprender el valor del trabajo duro, adquirir los conocimientos que llevan a la comprensión y dominar la cultura tradicional, con el fin de disponer de su retórica, como el mismo Gramsci había aprendido a hacer 3''. La consecuencia de esto es que cualquier intento de enseñar a los niños de clase trabajadora los aspectos específicos de su historia, sus experiencias y memorias culturales se traducirá simplemente en una forma de infantilismo educativo. Más importante aún es el hecho de que Hirsch pase por alto una preocupación fundamental que está presente en toda la obra de Gramsci; las destrezas no son universales y deben abordarse en un contexto que plantee determinados problemas y cuestiones que los educadores, por no hablar de los estudiantes, deben comprender y afrontar. Las destrezas cobran relieve en la medida en que se relacionen con los contextos históricos y sociales que les dan sentido. De modo semejante, Hirsch da por supuesto que el bajo rendimiento de los estudiantes de clase trabajadora se deriva de la pereza intelectual, y nada tiene que ver con unas escuelas que cuentan con una financiación escasa, las rebajas fiscales o la política urbana. Por el contrario, para Hirsch, las aulas con exceso de alumnos, los recursos de aula insuficientes y los edificios escolares ruinosos no desempeñan ningún papel en el rendimiento escolar de los alumnos de clase trabajadora y de otros grupos subordinados. El enemigo real del aprendizaje de los estudiantes, según Hirsch, es el legado crítico del progresismo y su negativa a impulsar el aprendizaje de memoria, un curriculum
36 Hirsch: Schools We Need, pág. 7. 3^ Ibid. Ediciones Morata. S. L,
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básico y una enseñanza uniforme, y no la fuerza del sesgo racial y de clase social, las malas condiciones laborales de los docentes o la pobreza ^^. Por supuesto, aunque Gramsci estaba profundamente preocupado porque los estudiantes aprendieran "datos" y formas específicas de conocimiento, no defendía que el contexto de ese aprendizaje fuese irrelevante. Creía que el aprendizaje tenía que ser riguroso, pero significativo, organizado en asignaturas, pero relacionado con actividades prácticas. Haciendo suyas las "Tesis sobre Feuerbach" de Marx (el educador debe ser educado), Gramsci creía que "la relación entre maestro y alumno es activa y recíproca, de manera que cada docente es siempre un alumno y cada alumno, un maestro"2^. Al decir que la relación entre maestro y alumno no da lugar al elitismo ni a la pedantería estéril, Gramsci introduce un principio importante en la estructuración de las relaciones sociales del aula. El concepto del maestro como aprendiz indica que los docentes deben ayudar a los estudiantes a apropiarse críticamente de sus propias historias, pero también deben mirar críticamente su propia función como intelectuales públicos opositores, situados en formaciones culturales y en relaciones de poder específicas. En este caso, Gramsci no sólo ataca implícitamente las formas de enseñanza autoritaria, sino que critica con dureza el supuesto de que el conocimiento deba tratarse como algo dado, más allá de la dinámica de interrogación, crítica e implicación política. Gramsci no tenía interés alguno en facilitar a las escuelas que produjeran una cultura al servicio de la autoridad represiva y del poder del Estado, como tampoco en apoyar a unos maestros e intelectuales reducidos a lo que él llamaba "expertos en legitimación"'*°. Tanto Hirsch como Entwistle pasan por alto que los significados y valores selectivos se producen en las escuelas y son reforzados por los mecanismos de control económico y político activos en la sociedad dominante. Por eso, ambos autores despolitizan la relación entre poder y cultura, aunque Hirsch se muestra especialmente vehemente en la justificación del papel dominante y opresivo que desempeñan las escuelas al definir cuáles son los conocimientos y prácticas sociales legítimos. Para Hirsch, esta postura se traduce en la petición de un curriculum nacional común que destaque la adquisición de conocimientos básicos y los tests estandarizados'•^ Hirsch no tiene idea
38 Véase un análisis de las escuelas en un contexto político, cultural y económico más general en: Henry A. Giroux: Pedagogy and the Politics of Hope. Boulder: Westview Press, 1997. 3^ Gramsci: Selections from the Prison Notebooks, pág. 350. (Trad, cast.: Cartas desde la cárcel. Madrid. Cuadernos para el Diálogo, 1975.) •^o Gramsci, citado en: Edward Said: The World, the Text, and the Critic. Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1983, pág. 172. "^ Véanse análisis detenidos de la obra de E. D. Hirsch en: Stanley Aronowitz y Henry A. Giroux: "Schooling, Culture, and Literacy in the Age of Brol<,en Dreams: A Review of Bloom and Hirsch", Harvard Educational Review, 58:2, mayo de 1988, págs. 171-194; Barbara Hernstein Smith: "Cult-Lit: Hirsch, Literacy and the National Culture", South Atlantic Quarterly, 89:1, invierno de 1990, págs. 69-88; Walter Feinberg: "Educational Manifestos and the New Fundamentalism", Educational Researcher, 26:8, noviembre de 1997, págs. 27-35; Kristen L. Burns: "Questioning Core Assumptions: A Critical Reading of and Response to E. P. Hirsch's The Schools We Need and Why We Don't Have Thenf', Harvard Educational Review, 69:1, 1999, págs. 67-93. © Ediciones Morata, S. L.
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de que esa postura es contradictoria con el proyecto opositor planteado por Gramsci: la educación como medio para crear intelectuales orgánicos cuyo cometido consiste en identificar los intereses sociales que se esconden tras el poder; cuestionar las ideas tradicionales de cultura, poder y política, y poner en común esos conocimientos como base para organizar diversas formas de lucha de clases con el fin de crear una sociedad socialista. La lucha de clases o el objetivo del socialismo no pueden estar más alejados de la política de Hirsch. En vez de reconocer la necesidad de dar valor a las "identidades despreciadas y a los productos culturales de grupos denigrados"''2, Hirsch quiere "salvar" a los niños más desfavorecidos despojándolos de sus identidades e historias mientras se integran en la cultura dominante. En este sentido, el curriculum facilita la legitimación de formas del capital cultural de la clase media que sirven de bunker, institucionalmente sancionado, en contra de aprender y vivir con las diferencias''^. Dice Hirsch que, aunque ía enseñanza del multiculturalismo pueda tener algún valor, en último término es perturbadora para los estudiantes de las clases inferiores, porque se enfoca mediante "esfuerzos psicológicos de aficionados [que] fracasan porque [se traducen] en mentiras a los niños sobre sus logros... y llevan a un mayor desgaste de su autoestima"'*'*. A Hirsch no se le ocurre que las escuelas puedan estar provocando el fracaso de los estudiantes por medio de modelos de enseñanza, inclusión en itinerarios de enseñanza y evaluación, de motivación racial. ¿Debemos dar por supuesto que tos curricula que representan el capital cultural de la clase media, referente último con respecto al cual haya que juzgar siempre las narraciones de la historia, la identidad y la experiencia social, son, sin lugar a dudas, estimulantes para los niños de clase trabajadora? ¿O acaso el almacenamiento y la inclusión en determinados itinerarios educativos, a menudo incluidos en los curricula escolares, en perjuicio de las minorías de raza, clase social y género, actúan en su beneficio? Esta postura no es simplemente ingenua, sino un constructo de la política reaccionaria, que se hace pasar por sentido común y es completamente opuesta a la idea de Gramsci del papel que la educación debe desempeñar en la liberación de los grupos subordinados. A diferencia de Gramsci, ni Entwistle ni Hirsch proporcionan un lenguaje crítico para deconstruir la base de privilegios que se otorgan a la cultura dominante. En ningún momento intentan considerar la cultura como los principios de vida, compartidos y vividos, característicos de diferentes grupos y clases sociales, cuando emergen en medio de unas relaciones desiguales de poder y luchas. Entwistle e Hirsch tampoco abordan críticamente el modo en que las "^^ Nancy Fraser; "From Redistribution to Recognition? Dilemmas of Justice in a 'PostSocialist' Age", New Left Review, 212, julio-agosto de 1995, pág. 71. [Trad, cast.; "¿De la redistribución al reconocimiento?". New Left Review, (Edit. Akal) n.° 0, (2000) pegs. 126-155.] *3 Stuart Hall: "Subjects in History; Making Diasporic Identities", en: Wahneema Lubianco (ed.); Tlie House that Race Built. Nueva York: Pantheon, 1997, pág. 297. "" Hirsch; Scfiools We Need, pegs. 103-104. ©
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cuestiones del poder, la historia, y los privilegios de raza, género y clase social operan para codificar unas prácticas educativas ideológicas específicas como una simple acumulación de conocimientos desinteresados "que pueden intercambiarse en el mercado mundial por una movilidad ascendente"'^^. En efecto, quitan importancia a unos estilos culturales desigualmente valorados y a las formas en que las prácticas educativas dominantes menosprecian las múltiples lenguas, historias y experiencias presentes en una sociedad multicultural. En particular Hirsch, acaba legitimando un discurso cultural homogeneizador, que institucionaliza diversas técnicas de control para salvaguardar los intereses y el poder de los grupos dominantes. Al final, tanto Entwistle como Hirsch apoyan una visión monolítica de la cultura y el saber: el producto de una historia única y duradera y de una visión contraria a la idea y la política de la diferencia. La política cultural presente en esta visión de la educación guarda silencio respecto a la validez y la importancia de las experiencias de las mujeres, los negros y otros grupos excluidos de la narrativa de la historia y la cultura dominantes. Por tanto, no emerge ahí una comprensión crítica del interés de Gramsci por la cultura como campo de lucha o como espacio de intereses enfrentados en el que los grupos dominante y subordinados dan sentido a sus circunstancias y vidas dentro de unas jerarquías desiguales de poder y posibilidades. Entwistle y Hirsch no se limitan a ofrecer una interpretación no ilustrada y reduccionista de la cultura; se apropian de la postura gramsciana acerca de que las escuelas son agentes de reproducción social y cultural y, al hacerlo, defienden esta postura, en vez de criticarla. En lugar de entender la cultura como un almacén de datos, conductas y prácticas inmutables, Gramsci relaciona inextricablemente la cultura con los resultados de la lucha sobre los procesos complejos y a menudo contradictorios del aprendizaje, la persuasión, la acción y el liderazgo. La cultura versa sobre la producción y autorización de determinadas formas de vida transmitidas en las escuelas mediante los curricula manifiesto y oculto, para legitimar el capital cultural de los grupos dominantes, al tiempo que marginan las voces de los subordinados. Si, en los discursos de Entwistle y Hirsch, el poder está relacionado con la cultura, la consecuencia teórica es una idea de cultura de la que se ha eliminado su propia complicidad en el fomento de unas relaciones sociales y unas prácticas educativas que reproducen las peores dimensiones de la escolaridad. Por ejemplo, este análisis no contempla la idea del creciente control empresarial de algunas escuelas ni sus efectos sobre docentes y estudiantes; también se echa de menos la consideración de cómo la pobreza, el racismo y el sesgo de género estructuran los curricula escolares, afectan a la distribución de los recursos económicos entre las escuelas y configuran la organización de la mano de obra docente. Aunque es burda la interpretación que
"^ Chandra Talpade Mohanty: "On Race and Volee: Challenge for Liberal Education in the 1990s", Cultural Critique, n.° 14, invierno de 1989-1990, pág. 184. © Ediciones Morata, S. L.
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hace Hirsch de Gramsci, en comparación con el extenso análisis de Entwistle, ambos teóricos comparten un proyecto ideológico conservador en su interpretación del papel de los intelectuales y la finalidad de la escolarización. Los dos autores representan versiones diferentes de la misma ideología, profundamente comprometida con despojar la democracia de sus posibilidades críticas y emancipadoras. A continuación, concluyo señalando los aspectos de la obra de Gramsci que podrían utilizarse para desarrollar algunos principios teóricos importantes para una teoría crítica de la escolarización y la educación.
Pensar como Gramsci: La reivindicación de la lucha acerca de la escolaridad Teniendo en cuenta los ataques actuales dirigidos contra la escuela y la vida pública en general, es imprescindible que los educadores progresistas desarrollen un lenguaje de crítica y de posibilidad, un lenguaje que sea crítico y, a la vez, ofrezca alternativas productivas, junto con nuevas estrategias de comprensión e intervención para reivindicar y reforzar la lucha por mantener la escuela pública como característica central de la vida democrática. La obra de Gramsci es enormemente útil a este respecto, porque nos recuerda de manera convincente que cualquier intento de abordar la naturaleza y la finalidad de la escolaridad debe formar parte de una política global, más general, de cambio social. En términos de Gramsci, la escolaridad formaba parte siempre de un conjunto mayor "de relaciones dirigidas y movidas por la autoridad y el poder"^s. De ahí que la lucha sobre la escolaridad esté inextricablemente unida con la lucha contra el poder abusivo del Estado, por una parte, y con la batalla por "crear unas esferas públicas más equitativas y justas dentro y fuera de las instituciones educativas'"*^, por otra. Gramsci deja claro también que, la enseñanza y la política educativa son el resultado de luchas sobre las relaciones de significado y sobre las relaciones institucionales de poder. Asimismo deja claro que esas luchas no pueden abstraerse de la construcción de la identidad nacional y lo que supone ser un ciudadano activo. En este contexto, la práctica educativa está inseparablemente basada en una posición y proyecto normativos orientados a superar las bruscas desigualdades y ias formas de opresión que sufren ¡os grupos subordinados. Los contornos teóricos e ideológicos del proyecto de Gramsci no ofrecen soluciones inmediatas a los problemas a los que se enfrentan los educadores norteamericanos. Tampoco es posible apropiarse sin más de la obra de Gramsci, fuera de su propia historia y de los retos que ésta le planteaba. Sus extensos escritos sí dan oportunidad de suscitar cuestiones acerca de lo que significa replantear la lucha por la escolaridad en nuestra propia época, un momento
••s Said: The World, the Text, and the Critic, pág. 169. *^ Mohanty: "On Race and Voice", pág. 192. © Ediciones Morala, S. L.
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que exige rigor teórico, valor moral y audacia política. El análisis que hace Gramsci del papel político y social de la cultura en el establecimiento y la reproducción del poder del Estado moderno representa una esfera teórica crucial para los educadores progresistas. En su análisis, no sólo ocupa un lugar central el importante reconocimiento de la cultura como un terreno de consentimiento y de lucha, sino también el imperativo político de analizar cómo distintos grupos dan sentido a su vida. Para Gramsci, la política de la cultura era inseparable de una política que proporcionara las condiciones para que los educadores reflexionaran críticamente sobre cómo se produce, se adopta y se transforma el saber como fuerza para el cambio social y la lucha colectiva. La relevancia práctica de su obra sobre la cultura y la enseñanza puede hacerse más clara comentando dos cuestiones: el papel de la educación básica y la relevancia de la petición de Gramsci de unas prácticas docentes que infundan en los niños el aprecio de la autodisciplina y un conjunto de destrezas intelectuales. Aunque sea crucial reconocer la petición de Gramsci de considerar diversos niveles de la escolaridad como ámbitos de lucha, también es imprescindible reconocer que, para él, la educación era fundamental para proporcionar a los jóvenes y a los adultos el conocimiento y las destrezas que les permitan regirse por sí mismos y no limitarse a ser gobernados. Más aún, tan importante como esto es que los ciudadanos sean capaces de utilizar la sociedad civil como enclave público desde el que organizar sus energías morales y políticas como actos de afirmación, resistencia y lucha. Aunque Gramsci no creía que las escuelas patrocinadas por el Estado establecieran por sí solas las condiciones para el cambio social, señaló que tenían un papel que desempeñar fomentando la tensión entre los principios democráticos de la sociedad civil y los principios dominantes del capitalismo y el poder empresarial. Para Gramsci, el proyecto de educación liberal estaba ligado al principio socialista fundamental de educar a la persona completa, capaz de hacer comentarios generales sobre la política, la cultura y la sociedad, más que a la preocupación tradicional por educar a las masas como especialistas, tecnócratas y demás expertos profesionales. Gramsci insistía en que los intelectuales críticos tenían que utilizar su educación con el fin de saber más que sus enemigos y, al mismo tiempo, dar trascendencia a ese saber, haciéndolo valer en todos los lugares de la vida cotidiana en los que se librara la lucha contra los poderosos. Aunque la obra de Gramsci no es transparente ni trasladable tal cual a contextos históricos y políticos diferentes, parece razonable afirmar que, para él, la educación estaba profundamente involucrada en el proyecto de promover la democracia económica y política, y que ese proyecto tiene hoy especial importancia para articular una defensa progresista, si no radical, de la educación pública y superior. En su sentido más amplio, la postura de Gramsci ofrece a los progresistas una base teórica para cuestionar los esfuerzos actuales de la cultura empresarial por definir la educación pública y superior como un bien privado, en vez de público. Esa educación serviría también para cuestionar la creciente presión de la sociedad dominante para utilizar las artes liberales con el fin de afirmar la primacía ©
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de los derechos de los consumidores por encima de los derechos de los ciudadanos, los valores comerciales sobre los valores democráticos. La insistencia de Gramsci en la importancia de la cultura y la enseñanza en la construcción de un sujeto social, en vez de un sujeto consumidor, adaptable y despolitizado, constituye el contexto de la importancia que otorga a las destrezas, el rigor, la disciplina y el trabajo duro. Por ejemplo, como señalé antes, no puede interpretarse su tantas veces citada recomendación de enseñar destrezas a los niños pequeños como una simple legitimación de una teoría conservadora de la educación. Gramsci reconocía que, en las "nuevas" reformas italianas, que sostenían que las personas debían descubrir las verdades por sí mismas, se estaba privando a los niños de las destrezas básicas que les permitieran leer, escribir y luchar en relación con problemas complejos, así como prepararse para utilizar esas destrezas para expandir sus capacidades como intelectuales críticos y ciudadanos. Para Gramsci, los enfoques educativos que se negaban a ocuparse de esas cuestiones renunciaban a utilizar su autoridad para facilitar a los niños las desfrezas, los conocimientos y la disciplina necesarios para asumir el papel de intelectuales críticos u orgánicos. Gramsci cuestionaba con razón esas prácticas educativas que afirmaban el presunto desarrollo natural del niño como base para devaluar la autoridad de la clase. En este escenario, la autoridad no pasaba del maestro al estudiante, sino que se hacía invisible, sin más. En resumen, esas prácticas proporcionaron a los funcionarios de educación de Mussolini una base para ocultar su autoridad, al tiempo que limitaban las capacidades de los estudiantes, en especial los de clase trabajadora, para aprender las destrezas necesarias para la comprensión, la participación crítica, la resistencia y, más importante aún, la lucha cívica. Hirsch se equivoca: el análisis de Gramsci no es una justificación del aprendizaje memorístico, sino un intento de analizar el contexto para enseñar a los niños las destrezas que necesiten para ser ciudadanos comprometidos y cuestionar toda práctica educativa que rehuse mencionar los intereses políticos que configuran su proyecto. Para Gramsci, el aprendizaje de las destrezas, la disciplina y el rigor carecían de valor en sí mismos y de por sí. Estas materias sólo eran significativas cuando se consideraran como partes de un proyecto radical más amplio, que integrara la autoridad al servicio del cambio social y entendiera la cultura como el terreno en el que esa autoridad se convirtiera en objeto de autocrítica y en la base del análisis y la lucha sociales. De ahí que el interés de Gramsci por la cultura como medio de política y de poder sea importante para los educadores progresistas, porque cuestiona las teorías de la reproducción social y cultural que exageran el poder como fuerza de dominación. Gramsci es extremadamente sensible a la naturaleza productiva del poder, como terreno complejo y, a menudo, contradictorio de dominación, lucha y resistencia. Mucho antes que el filósofo francés Michel Foucault, Gramsci cuestionó el despliegue, la representación y la adopción de la cultura con el fin de comprender cómo opera el poder para producir no sólo formas de dominación, sino también complicidad y discrepancia. El completo análisis de la cultura y el poder de Gramsci proporciona un importante modelo teórico para ©
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vincular la política cultural y el discurso de la crítica con un lenguaje de esperanza, lucha y posibilidad. Por supuesto, Gramsci no presenta, ni debe esperarse que lo haga, un programa para esa lucha, pero su visión del liderazgo y su teoría de los intelectuales constituyen un poderoso desafío a los ideólogos y teóricos conservadores que reducen la función de los intelectuales a su dominio técnico o les rinden un indiscutido homenaje como guardianes culturales y servidores del poder opresivo del Estado. La teoría de Gramsci sobre la hegemonía como forma de liderazgo social y enseñanza cultural es también un elemento inestimable de pensamiento educativo crítico. Al destacar la fuerza educativa de la cultura, Gramsci expande la esfera de lo político, señalando los diversos espacios en los que se despliegan, viven y se movilizan las prácticas culturales al servicio del conocimiento, el poder y la autoridad. Para Gramsci, el aprendizaje y la política están inextñcabíemente relacionados y no sólo tienen lugar en las escuelas, sino en un vasto conjunto de lugares públicos. Aunque no podía prever cómo se configurarían el saber y el poder en las tecnologías postmodernas que surgieron en la edad de los ordenadores rápidos y de otros medios electrónicos de comunicación, Gramsci se percató de la importancia política y educativa de la cultura popular y de la necesidad de tomarla en serio cuando cartografió las relaciones entre la vida cotidiana y las formaciones del poder. Es evidente que el reconocimiento de Gramsci de que había que incorporar el estudio de la vida cotidiana y la cultura popular a la lucha por el poder y el liderazgo es tan relevante hoy como lo fue en su época. Esto cobra especial verosimilitud cuando se cuestiona o se trata de transformar el curriculum modernista, absorto en su celebración del canon occidental tradicional y su negativa a abordar las historias, experiencias y culturas de los grupos marginados. Para que ios educadores críticos puedan exponer (os argumentos a favor de la especificidad de la enseñanza con respecto al contexto —una enseñanza que no sólo sortee la diferencia, sino que tome en serio el imperativo de hacer que el saber sea significativo, de manera que pueda hacerse crítico y transformador—, deben expandir los curricula para incluir en ellos los elementos de la cultura popular que desempeñan un papel destacado en la configuración de los deseos, necesidades e identidades de los estudiantes. Esto no quiere decir que los estudiantes ignoren el curriculum de orientación occidental o prescindan de la cultura impresa, como que redefinan las relaciones entre saber y poder y cómo se utiliza el segundo para movilizar deseos, configurar identidades y asegurar determinadas formas de autoridad. No basta con que los estudiantes estén instruidos en la cultura impresa de las humanidades o en las historias de los grupos oprimidos. La educación crítica exige que los docentes y los estudiantes aprendan también a interpretar críticamente las nuevas culturas tecnológicas y visuales que ejercen una poderosa influencia en sus vidas, así como en su concepción de lo que significa ser un sujeto social comprometido en actos de ciudadanía responsable. Además, deben dominar las herramientas de estas tecnologías, ya sean la programación informática, la producción de vídeo o de revistas, con el fin de crear esfe© Ediciones Morata, S. L.
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ras públicas alternativas que participen de forma efectiva en lo que Gramsci llamaba la cultura nueva y opositora. Las cuestiones que Gramsci suscita en torno a la educación, la cultura y la lucha política tienen también importantes ramificaciones para teorizar acerca de los educadores como intelectuales públicos y cómo éstos pueden cuestionar los terrenos institucionales y culturales a través de los cuales se asegura la autoridad dominante y se legitima el poder del Estado. La teórica del cine Marola Landy está en lo cierto cuando dice que una de las aportaciones más importantes de Gramsci al cambio político es el reconocimiento de que el "estudio de los intelectuales y su producción es sinónimo del estudio del poder político'"*^. La preocupación de Gramsci por la formación y la responsabilidad de los intelectuales surge de su reconocimiento de que no sólo son fundamentales para fomentar la consciencia crítica, eliminar los aspectos engañosos de las relaciones sociales dominantes y perturbar el sentido común, sino que tenían también la responsabilidad de situar la educación política en el contexto de un proyecto más global. Este proyecto estaba orientado a la liberación de los pueblos oprimidos como agentes históricos, en el marco de una cultura revolucionaria. Según Gramsci, la educación política exigía que los intelectuales no pudieran ser neutrales ni ignorar los problemas sociales y políticos más apremiantes de su época. Dentro del marco de referencia gramsciano, los nuevos intelectuales tenían poco que ver con el proyecto humanista tradicional de hablar a favor de una cultura universal o abstraer la cultura del funcionamiento del poder, la historia y la lucha, en nombre de una árida profesionalidad. Como críticos culturales, los intelectuales gramscianos se negaban a definir la cultura como una mera estética refinada del gusto y la cortesía. Por el contrario, su cometido consistía en facilitar formas de liderazgo que salvaran la distancia entre la crítica y la política, la teoría y la acción, y las instituciones educativas tradicionales y la vida cotidiana. Para Gramsci, el papel del intelectual comprometido era una cuestión de compasión moral y práctica política orientada a superar la distancia entre la teoría y la práctica. El análisis de Gramsci indica que los intelectuales contemporáneos deben asumir las tareas públicas de convertirse en lo que él llama "persuasores permanentes y no simples oradores'"*^. Esa persuasión no sólo tiene lugar en los confines aislados y seguros de las universidades, sino en aquellas esferas de la vida diaria en las que los grupos subordinados cargan con el peso de la coerción y la dominación. No cabe duda de que el discurso de Gramsci sobre la educación y la función política de los intelectuales "orgánicos" proporciona un importante fundamento teórico para cuestionar el sentido y la función de la educación pública y superior en un momento en el que no sólo están vendiendo sus curricula, sus espacios y edificios a las empresas, sino que están
'^ Landy: Film, Politics, and Gramsci, pág. 26. '^^ Gramsci, citado en: Cochran: "Culture in Its Sociohistorical Dimension", pág. 153. Ediciones Morata, S. L.
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destruyendo incluso la idea humanista del intelectual como proveedor de arte y cultura. Es más, la idea del educador político de Gramsci constituye una importante corrección de la idea conservadora de que debe menospreciarse a los intelectuales por radicales, porque "toman partido" o rechazan la idea de que el máximo valor de la actividad académica sea la indagación desinteresada y desapasionada. Gramsci reconocía que la reivindicación conservadora de una educación desideologizada no es en absoluto apolítica ni independiente de valores. En términos contemporáneos, esa clase de educación se ofrece cada vez más bajo los auspicios de instituciones conservadoras, como la Olin Foundation, que están deseando financiar la reforma de los curricula, dotar cátedras y facilitar dinero para promover reformas de libre empresa y "no sometidas a valores". La obra de Gramsci no se limita a cuestionar la reducción de los intelectuales a repetidores de las empresas, sino que amplía el significado y el papel de éstos en relación con sus funciones sociales y capacidades individuales. Los cambios en los medios de comunicación, las modalidades de producción y las necesidades socioeconómicas del Estado amplían el papel que desempeñan los intelectuales al ejercer la autoridad, producir conocimientos y asegurar el consentimiento. Para Gramsci, los intelectuales desempeñaban un papel político y social crucial en la integración de pensamiento y acción para los grupos subordinados. Este papel formaba parte de un proyecto más amplio para afirmar la primacía de la educación política mucho más allá del limitado círculo de los gacetilleros de partido o los académicos de la universidad. Más aún, Gramsci no sólo sugiere que los grupos marginales promuevan a sus propios intelectuales, sino que está expandiendo las condiciones para la producción de conocimientos y el conjunto de lugares en los que puede darse el aprendizaje para la autodeterminación. Ésta es una cuestión importante porque legitima la llamada a los progresistas para que promuevan a sus propios intelectuales y creen sus propias esferas públicas, dentro y fuera de los lugares tradicionales de aprendizaje, como parte de un esfuerzo más general para expandir los focos de resistencia y la dinámica de la lucha democrática. Por último, la teoría radical de la educación política de Gramsci facilita un lenguaje ético para cimentar el trabajo intelectual en un proyecto que no sólo exige compromiso y riesgo, sino que reconoce también el imperativo ético de dar testimonio del sufrimiento colectivo y de proporcionar un referente para traducir ese reconocimiento en un compromiso social. Este proyecto sugiere que los intelectuales deben ser autocríticos, con el fin de abordar la naturaleza de sus propias situaciones, intereses creados y privilegios institucionales. Es más, deben permanecer en diálogo constante con los trabajadores culturales, que despliegan su autoridad como maestros, investigadores, teóricos y planificadores, para poner de manifiesto y transformar las condiciones opresivas a través de las cuales se estructuran y diferencian los individuos y los grupos. Para Gramsci, los intelectuales críticos deben empezar reconociendo su compromiso con la "densidad, complejidad y valor histórico-semántico de la cultura", un compromiso que los sitúa en el marco de las posibilidades de ©
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creación de poder de la política ^°. En la actualidad, la obra de Gramsci sirve de recordatorio de que "la democracia requiere un cierto tipo de ciudadano... ciudadanos que se sientan responsables de algo más que de su propio rinconcito bien dispuesto; ciudadanos que quieran participar en los asuntos de la sociedad, que insistan en ello; ciudadanos con fibra; ciudadanos que mantengan sus ideas sobre la democracia al nivel más profundo"^''. En este contexto, la educación se convierte en fundamental para un liderazgo de principios, la acción crítica y la tarea constante de mantener viva la idea de la justicia, mientras se lucha colectivamente en muchos frentes para reestructurar la sociedad con el fin de expandir las posibilidades de democracia. La interpretación que hace Gramsci de la cultura, la educación política, el papel y la responsabilidad de los intelectuales y la necesidad de luchar a favor de la igualdad y la justicia son puntos de partida fundamentales para que los progresistas reflexionen sobre el actual ataque contra la escuela pública y los mismos fundamentos básicos de la democracia, y se enfrenten a él.
^° Sobre la contribución de Gramsci a esta cuestión, véase; Said: The World, the Text, and the Critic, pág. 171. 5' Paul Berman: "The Philosopher-King Is Mortal", New York Times Magazine, 11 de niayo de 1997, pág. 37, © Ediciones Morata, S. L.
CAPITULO V
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Pensar en la historia como posibilidad es reconocer la educación como posibilidad. Es reconocer que, si la educación no puede hacerlo todo, puede conseguir algunas cosas... Uno de nuestros retos como educadores es descubrir qué es posible históricamente en el sentido de contribuir a la transformación del mundo, dando lugar a un mundo que sea más redondo, menos anguloso, más humano. (Paulo Freiré: "Diálogo: cultura, lenguaje y raza".)
Borrar la esperanza Impulsados por el éxito inicial de su ataque al estado de bienestar a principios de los ochenta, muchos conservadores y liberales unieron sus fuerzas para desmantelar todas las esferas públicas no gobernadas por los imperativos del mercado \ Además, realizaron un ataque continuado y sin descanso contra los espacios públicos que dan a los intelectuales la oportunidad de "discutir abiertamente cuestiones de vital importancia pública, editar folletos y ^ Mi referencia a la esfera pública se basa primordialmente en los siguientes trabajos: Jürgen Habermas: The Structural Transformation of the Public Sphere, trad, al inglés por Thomas Burger. Cambridge, Mass.: MIT Press, 1989 (Trad, cast.: Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. Barcelona. Gustavo Gili, 1999, 6.^ ed.); diversos artículos recogidos en: Craig Calhoun (ed.): Habermas and the Public Sphere. Cambridge, Mass.: MIT Press, 1992, especialmente Nancy Fraser: "Rethinking the Public Sphere: A Contribution to the Critique of Actually Existing Democracy", págs. 99-108; Oscar Negt y Alexander Kluge: Public Sphere and Experience: Toward an Analysis of the Bourgeois and Proletarian Public Sphere. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1993; Chantal Mouffe: The Return of the Political. Londres: Verso, 1993 (Trad, cast.: El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical. Barcelona. Paidós, 1999.); Bruce Robbins (ed.): The Phantom Public Sphere. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1993. ©
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periódicos, participar en discusiones acaloradas, pero cívicas"^ y desplegar unas prácticas políticas que contribuyan a mantener viva, como dice el poeta Robert Haas, "la idea de justicia, que va a morir en nosotros todo el tiempo"^. Sin embargo, la amenaza al trabajo intelectual crítico no sólo es evidente en los intentos de eliminar las esferas públicas de oposición que conectan a los educadores, artistas y otros a una política cultural insurgente"*. La misma idea de cultura como terreno de lucha, es decir, el reconocimiento de la cultura y el poder como práctica política y educativa constitutiva, está, como mencioné antes, sometida a los ataques de un número creciente de progresistas de izquierdas. Envueltos en un escepticismo profundamente enraizado, muchos intelectuales de izquierdas rebajan el concepto mismo de lo político. En algunos casos, los discursos autocomplacientes sobre la naturaleza "reaccionaria" de la esperanza se utilizan para reforzar la descalificación de toda forma de política cultural que reclame el cambio social. Al descalificar esas reclamaciones por moralmente dogmáticas, los proponentes de esta postura dicen que cualquier proyecto político es, en principio, totalitario y opresivo; estos defensores dejan convenientemente a otros que juzguen el fundamento de sus propias afirmaciones. Este tipo de participación crítica carece de un objeto, meta o finalidad fundamental, excepto la sugerencia de que todos los proyectos de emancipación son desesperadamente esencialistas y dogmáticos. Es casi imposible encontrar en este trabajo una idea de lo que constituya un acto de resistencia o de lo que habría que esperar que consiguiese ese acto como forma de práctica política^. Por desgracia, ese trabajo no puede explicar los espacios de discusión ni la justificación del íntimo vínculo entre teoría y acción. Una segunda forma de crítica que legitima la indiferencia política y que ha adquirido cierta ascendencia en los círculos académicos se deriva de una versión de la teoría postestructuralista —una crítica radical de las perspectivas convencionales de la cultura, el lenguaje y la razón— que resalta la primacía del diálogo y las formaciones discursivas y celebra las ideas de indeterminación, actuación y transgresión. En estos enfoques, la política cultural 2 Stanley Aronowitz; "The Situation of the Left in the United States", Socialist Review, 23:3, 1994, pág. 59. 3 Sarah Pollock: "Robert Haas", Mother Jones, marzo-abril de 1997, pág. 22. " Mi idea de la esfera opositora o antipúbíica está desarrollada en Negt y Kluge: Public Sphere and Experience. Véanse también: Henry A. Giroux; Border Crossings: Cultural Workers and the Politics of Education. Nueva York: Routledge, 1992 (Trad, cast.: Cruzando límites. Trabajadores culturales y políticas educativas. Barcelona. Raidos, 1997.), y Stanley Aronowitz y Henry A. Giroux: Education Still Under Siege. Westport, Conn.: Bergin and Garvey Press, 1993. 5 Un ejemplo clásico de este tipo de crítica puede encontrarse en Ulan Gur-Ze'ev: "Toward a IMonrepresentative Critica! Pedagogy", Educational Theory, 48:4, otoño de 1998, páginas 463-486. Este articulo señala que Freiré comparte un idealismo dogmático que sitúa su trabajo en el mismo campo de los ideólogos nacionalsocialistas. Dice también que la enseñanza de Freiré es aerifica en cuanto que plantea el conocimiento de los oprimidos como evidente de por sí y no problemático. Esos artículos no sólo son estúpidos desde el punto de vista teórico, sino que esconden un cinismo mezquino que destierra la esperanza del mismo ámbito de la política. © Ediciones Morata. S. L.
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se centra, en gran medida, en los acontecimientos como textos culturales y en cómo se "presentan, 'autorizan' o hacen 'excesivos'"^. En este diálogo, hay una tendencia creciente —sobre todo cuando la idea se hace más popular en Norteamérica— a "privilegiar los textos culturales sobre la práctica como lugar de lo social y lo político"''. En este enfoque, los textos no privilegian el análisis crítico, sino la actuación, y los textos comprometedores se convierten en ocasión para una especie de exhibición lingüística. No obstante, el interés exclusivo por los textos corre el riesgo de reproducir procesos de cosificación y aislamiento, como cuando lo eficiente se encuadra fuera del contexto de la historia, el poder y la política. En este caso, los textos quedan atrapados en un formalismo que a menudo lleva a considerar ciertas cuestiones, como el compromiso propio con el "Otro", el deber ético de decidir entre lo que es mejor y lo que es peor y, por extensión, los derechos humanos, como carentes de sentido, irrelevantes o vestigios del pasado. En su momento más reduccionista, este enfoque de la política cultural cae víctima de un enfoque unilateral de la política como retórica en la que la dimensión política de esa práctica "se transforma en invisible por considerarla puramente eficiente... Lo que uno hace se convierte en inmaterial. Lo que "es" es simplemente una actuación"^. En estos enfoques, se echa en falta el intento de especificar los "efectos políticos más amplios de las luchas sobre el significado y la identidad en la esfera pública"^. Es más, tales enfoques no consiguen relacionar las cuestiones de la representación con los problemas del poder, la economía y la política. En consecuencia, tienen poco que decir sobre los efectos de esos discursos en la sociedad en general o sobre las condiciones materiales de su producción (el teórico crítico Herbert f\/larcuse fue muy oportuno al referirse a este tipo de trabajo como "scho¡arshit"^°*). Es más, este tipo de discurso es anodino y carece de todo "sentido de la textura de la opresión social y del daño que hace"^\ Cualquier apelación que haga a lo eficiente y transgresor.
^ Simon Frith: Performance Rites. Cambridge, Mass.; Harvard University Press, 1996, página 204. ' Herman Gray: "Is Cultural Studies Inflated?", en: Gary Nelson y Dilip Parameshway Goankar (eds.): Disciplinarity and Dissent in Cultural Studies. Nueva Yorl<: Routledge, 1996, pág. 211. ^ Citado en: Joy James: Trascending tlie Talented Tenth: Black Leaders and American Intellectuals. Nueva York: Routledge, 1997, pág. 175. ^ Richard Johnson: "Reinventing Cultural Studies: Remembering for the Best Version", en: Elizabeth Long (ed.): From Sociology to Cultural Studies. Maiden, Mass.: Basil Blackwel!, 1997, página 464. •° Marcuse, citado en: Stanley Aronowitz: "The Unknown Herbert Marcuse". Social Text. 17:1, primavera de 1999, pág. 139. * Marcuse hace un juego de palabras con scholarship ("erudición") y su neologismo scholarshit, de pronunciación casi igual, pero con el significado de "saber-mierda" o "conocimientobasura". Optamos por dejarlo sin traducir, dado que es imposible reproducir el efecto buscado por el autor. (N. del T.) " Martha C. Nussbaum: "The Professor of Parody", The New Republic 22 de febrero de 1999, pág. 42. Aunque estoy de acuerdo con algunas de las cuestiones generales planteadas en el artículo de Nussbaum, creo que su crítica de Judith Butler está completamente equivocada y reduce la postura de ésta a una caricatura. ©
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es puramente gestual y vacía: un atrevimiento que no amenaza a nadie y sólo ofrece la falsa esperanza de ironía y picardía, sin el lastre de las participaciones, compromisos y acción social prácticos^2. Esos ataques a las ideas relacionadas de la esperanza, la política y el cambio social no carecen de valor en cuanto apuntan a la necesidad de resucitar la idea del utopismo "concreto" del gran educador brasileño Paulo Freiré, que recoge una idea del cambio social que es histórica, condicional y contextual. Para Freiré, el utopismo consiste en la idea, aparentemente pasada de moda, de que la educación, en sentido amplio, consiste en intervenir en el mundo con el fin de cambiarlo. Freiré creía que la intervención no podía reducirse sin más a un acto discursivo; tampoco podía sucumbir a las seducciones de la política contemporánea y del relativismo epistemológico. Informada por el carácter práctico de una esperanza que era anticipadora y no sólo compensadora o mesiánica (la promesa de un futuro perfecto), en el paisaje político de Freiré, la intervención asume la responsabilidad de cuestionar y transformar las relaciones sociales opresivas, enraizadas en el lenguaje, la vida cotidiana y las formaciones materiales de poder. En términos de Freiré, un acto de intervención basado en la utopía significa luchar a favor de "cambios radicales en la sociedad en áreas como la economía, las relaciones humanas, la propiedad, el derecho al empleo, a la tierra, a la educación y a la salud" •'3.
La obra de Freiré tiene especial importancia por presentar un análisis crítico de la relación entre lo político y lo educativo. Ofrece una redefinición de los educadores, los estudiantes y otros progresistas como individuos que traspasan límites, e intelectuales públicos que participan en negociaciones intertextuales entre diferentes lugares de producción cultural. Los conceptos del traspaso de límites y del intelectual público destacan tanto la naturaleza cambiante de las esferas públicas de oposición como los problemas que plantean como lugares de formación de la identidad, política y lucha; también prestan atención a los tipos de trabajo cultural que tienen lugar cada vez más en el espacio limítrofe entre la "alta" cultura y la popular; entre la institución y la calle; entre lo público y lo privado. En este caso, el trabajo intelectual está marcado por formas de invención, especificidad y crítica, así como por el reconocimiento de la necesidad de indagar en las condiciones necesarias para que las personas se conviertan en agentes capaces de configurar las condiciones y fuerzas cruciales que influyen en sus vidas. Una de las aportaciones duraderas de Freiré al cambio radical ha sido su análisis de la educación radical y la importancia que otorga a que el trabajo
^^ Dos ejemplos típicos de este discurso, caracterizado por Martha C. Nussbaumm como "quietismo jaleante", pueden encontrarse en; Elizabeth Ellsworth: Teaching Positions. Nueva Yorl<: Teachers College Press, 1997; Mimi Orner, Janet Miller y Elizabeth Ellsworth; "Excessive Moments and Educational Discourses that Try to Contain Them", Educationai Ttieory, ASA, otoño de 1996, págs. 71-91. ^^ Citado en; Stanley Aronowitz; "Introduction", en; Paulo Freiré; Pedagogy of Freedom. Lanham, Md.; Rowman and Littlefield, 1998, pág. 6. © Ediciones Morata, S. L.
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educativo se fundamente en la especificidad de determinadas luchas y contextos. Freiré nunca consideró su propia obra como una simple metodología; creía que era una forma de comprender cómo se despliegan las prácticas educativas dentro de las formaciones discursivas y las relaciones materiales de poder, y como una forma de ver cómo las mismas prácticas configuran las condiciones para cuestionar y alterar ese poder en beneficio de una política transformadora y democrática. Como yo creo que lo mejor del trabajo teórico debe utilizarse para responder a determinados contextos y luchas, esquematizo, en primer lugar, la crisis actual que afronta la educación pública en los Estados Unidos. El razonamiento que expongo se basa en los Capítulos 111 y IV y apoya la idea de que, cuando la educación pública toma un cariz empresarial, no cumple su promesa de facilitar a los jóvenes las destrezas y conocimientos que necesitan para participar activamente en la configuración de la historia y el orden social vigente. En segundo lugar, vuelvo a la obra de Freiré para facilitar una base teórica para reflexionar sobre la naturaleza de la crisis de la escolaridad y la vida pública. Asimismo, me remito a la obra de Freiré como forma de afirmar lo político, lo cultural y lo social como categorías centrales mediante las que redefinir la conexión crucial entre la teoría y la práctica educativas, por una parte, y la política cultural y el cambio social, por otra. La obra de Paulo Freiré es importante porque desafía con rigor el escepticismo y la desesperanza que impregna gran parte del debate sobre la escuela norteamericana. Como uno de los educadores radicales más importantes del siglo xx. Freiré constituye un modelo ejemplar de lo que significa ser un intelectual público opositor, en vez de un intelectual de relaciones públicas. Su obra no sólo atraviesa las zonas de la academia, normalmente segregadas, y el mundo de la política y el compromiso social, sino que reúne los mapas y posibilidades imprevistos de la teoría con la política práctica de las consideraciones educativas cuando se entrecruzan con la vida cotidiana y las formaciones sociales más generales. Al mismo tiempo, quiero aclarar que, aunque reivindique la importancia de la obra de Freiré porque cuestiona una "esperanza que ha perdido el norte" ^'^, no creo que sus teorías y experiencias educativas puedan trasladarse sin más de su contexto latinoamericano original y aplicarse en su misma escala en los Estados Unidos. Freiré insistió en muchas ocasiones en que su obra no estaba sujeta a aplicaciones tácticas o metodológicas estrictas ^^. Sin embar-
^•^ Paulo Freiré: Pedagogy of Hope. Nueva York: Continuum Press, 1994, págs. 8-9. (Trad, cast.: Pedagogía de la esperanza. Reencuentro con pedagogía del oprimido. Madrid. Siglo XXI, 1994.) ^5 Véanse en especial; Paulo Freiré: The Politics of Education. Westport, Conn.: Bergin and Garvey, 1985 (Trad, cast.: La naturaleza política de la educación. Cultura, poder y liberación. Barcelona. Paidós M.E.C., 1990.); Paulo Freiré y Donaldo Macedo: Literacy: Reading the Word and the World. Westport, Conn.: Bergin and Garvey, 1987; véase también: Henry A. Giroux: "Introduction", en Freiré: Politics of Education, págs. xi-xxv. © Ediciones Morata, S. L.
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go, su filosofía educativa, junto con su política revolucionaria, su teoría de la práctica y su fuerte compromiso con la cultura cotidiana del oprimido proporciona a los educadores un sentido de solidaridad, valor y valiosa orientación. De modo semejante, para que los educadores sean fieles al espíritu de la obra de Freiré, deben tratarlo más con respeto crítico que con reverencia. En otras palabras, su obra debe someterse a un continuo debate sobre su relevancia política y educativa, y ha de ser explotada teóricamente respecto a los grandes ideales sociales que configuran su idea de la política, la teoría social y la función de los educadores y demás trabajadores culturales como intelectuales comprometidos y públicos. La obra de Freiré exige un examen crítico porque ofrece importantes ideas teóricas y prácticas para reflexionar sobre la finalidad de la escuela y las implicaciones políticas de la educación cultural, en cuanto elemento de una lucha más general por la libertad y la democracia.
La eliminación de la escuela como esfera pública de oposición Como instituciones progresistas, las escuelas norteamericanas han sido consideradas con frecuencia como esferas públicas democráticas, en donde los estudiantes podían aprender a dominar las capacidades de la conciencia crítica, aprender a participar en el debate público y alterar las estructuras de poder que configuraban su identidad y existencia sociaP^. Vistas desde esta perspectiva, la escolaridad y la política vinculaban las operaciones del poder y la autoridad con la lógica de la libertad y los imperativos de la esperanza para las generaciones de los jóvenes. Fundadas en unas relaciones sociales democráticas y en los conocimientos de carácter opositor que revelaban nuevas posibilidades para una amplia revitalización de la vida pública, la esperanza y la visión social constituían las condiciones fundamentales que hacían necesaria la educación crítica y posible la política. Diversos autores, desde Thomas Jefferson hasta Horace Mann y John Dewey, reconocieron de distintas maneras que la escolaridad debe entenderse dentro de las consideraciones sociales, políticas y económicas más generales que configuran la sociedad ^^. Liberales y conservadores por igual consideraban a menudo que las escuelas públicas eran vitales para la vida de la nación, aunque de distintas maneras. Los liberales decían que las escuelas eran esenciales para dar a los estudiantes los conocimientos y destrezas que necesitaban para convertirse en ciudadanos críticos. Por su parte, los con-
^^ Véanse análisis clásicos de esta postura en: George Counts: Dare the School Build a New Social Order. Nueva York: John Day, 1932; Lawrence Cremin: The Transformation of the School: Progressivism in American Education, 1876-1957. Nueva York: Random House, 1961. Análisis críticos más recientes de esta postura pueden encontrarse en; Aronowitz y Giroux; Education Still Under Siege; James Fraser; Reading, Writing, and Justice: School Reform as If Democracy Matters. Albany, N.Y.: State University of New York Press, 1997. '^ Sobre esta cuestión, véase; Cremin: Transformation of the School. ©
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servadores manifestaban a menudo que las escuelas públicas debían educar a los estudiantes para que fuesen unos trabajadores eficientes y productivos. Con independencia de la magnitud de estas diferencias, ambos grupos creían que las escuelas debían considerarse como bienes públicos ^^. Conviene señalar que, a menudo, la prueba de la premisa profundamente enraizada de que las escuelas eran un bien público hallaba su expresión en la petición de que éstas solucionaran las "crisis" y conflictos recurrentes que reflejaban los problemas más apremiantes de la sociedad. Por ejemplo, la crisis de Little Rock*, en la década de 1950, marcó la lucha para la integración nacional de las escuelas, tras la trascendental decisión del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, de 1954, en la causa Brown vs. Board oí Education**, que declaraba que las escuelas separadas para niños negros y blancos eran intrínsecamente desiguales. Desde esa sentencia, las escuelas públicas han sido el centro de una serie interminable de luchas, manifestadas en forma de "crisis" nacionales. Una breve lista de tales crisis recoge los siguientes acontecimientos: la lucha por la descentralización escolar del centro de las ciudades de la nación; el pánico por el Sputnik^ las prisas por educar a los estudiantes con el fin de que los Estados Unidos ganaran la carrera espacial y la Guerra Fría; la amenaza de balcanización y la petición de que las escuelas enseñen una cultura común; las luchas actuales de los conservadores para organizar las escuelas de acuerdo con modelos empresariales con el fin de afrontar el desafío de la competencia económica japonesa en el nuevo orden mundial. En cuanto lugares discutidos, las escuelas públicas constituían un referente crítico para una política de lo cotidiano en donde la relación entre saber
'8 Véase un sucinto comentario sobre esta cuestión en: David F. Labaree: "Are Students 'Consumers'?" Education Week, 17 de septiembre de 1997, págs. 18-19. * En el verano de 1957, el municipio de Little Rock, capital del Estado de Arkansas, decidió proceder a la progresiva integración de sus escuelas, comenzando por la high school (más o menos equivalente a nuestros institutos de bachillerato). El gobernador del Estado se opuso a esta medida en la Little Rock Central High School y el 2 de septiembre, víspera del comienzo del curso, dispuso que la Guardia Nacional (fuerzas militares a disposición de los gobernadores de los estados, salvo requerimiento del gobierno federal de los EE.UU.) rodeara el centro para impedir la entrada de estudiantes negros. Un juez federal expidió un mandamiento en contra del empleo de la Guardia Nacional para los fines pretendidos por el gobernador del Estado, retirándose la fuerza el 20 de septiembre. Finalmente, un congresista del Estado y el alcalde de la ciudad solicitaron la protección federal. El entonces presidente Eisenhower acabó poniendo bajo las órdenes del gobierno federal a la Guardia Nacional de Arkansas y envió una fuerza del Ejército bajo cuya protección entraron en el centro los 9 estudiantes negros el 25 de septiembre. (N. del T.) ** Mantenemos la fórmula habitual de designación de las causas judiciales en los Estados Unidos. Se trata del proceso promovido en solicitud de protección del derecho fundamental a la igualdad por el padre de Linda Brown, una niña de Topeka (Kansas), a la que no admitieron en una escuela blanca muy próxima a su casa, teniendo que desplazarse todos los días más de kilómetro y medio, atravesando las vías del ferrocarril, para llegar a su escuela negra. Tras muy diversos avalares, la causa acabó en el Tribunal Supremo. El 17 de mayo de 1954, el magistrado Earl Warren, del Tribunal Supremo de los EE.UU., leyó la decisión unánime del mismo que declaraba inconstitucional la segregación en las escuelas por atentar contra el derecho de todos los ciudadanos a una igual protección legal. (N. del T.) ©
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y poder, así como entre aprendizaje y responsabilidad social, cobra importancia como elemento de una reconstrucción más general de la vida democrática. En las escuelas públicas fue donde el poder, la autoridad y los valores chocaron del modo más patente cuando se puso de manifiesto que todas las prácticas educativas presuponen alguna visión del futuro y que todas las formas de enseñanza se basan en principios excluyentes y representan formas particulares de organizar el presente y de preparar a los estudiantes para el futuro. En un análisis final, la batalla sobre la escolaridad formaba parte de una guerra más global sobre la ideología, la cultura, la garantía de determinadas formas de autoridad y la legitimación de una identidad nacional reglamentada. Sin la menor duda, tras el velo de inocencia y de buena voluntad democrática, las escuelas manifestaban en gran medida su preferencia por quienes eran varones, blancos y ricos. Sin embargo, a pesar de sus funciones represivas, el poder dominante puso en evidencia sus dificultades para organizar las escuelas como agentes de reproducción social y cultural. Las escuelas también eran focos de resistencia, contradicciones y esperanza. En otras palabras, las escuelas públicas incorporaban tanto las ideologías dominantes como la posibilidad de resistencia y de lucha, y diversos grupos las defendían como elementos fundamentales para preparar a los estudiantes a asumir las responsabilidades de expandir los horizontes de la democracia y la ciudadanía crítica ^^. Desde la elección de Ronald Reagan para la presidencia, en la década de los ochenta, y la expansión del control neoconservador sobre los aparatos de gobierno locales, estatales y nacional, el debate sobre la naturaleza y la finalidad de la escuela pública ha cambiado de forma espectacular. Ya no se presume que las escuelas públicas sean lugares sociales y culturales importantes, a través de los cuales se afronten las diversas crisis que afectan al ejercicio de la justicia y la igualdad. Tampoco se consideran esenciales para la reconstrucción de la vida pública democrática. En realidad, como señalé en el Capítulo III, la misma presencia y el legado de las escuelas como esferas públicas esenciales para educar a los estudiantes como ciudadanos responsables y críticos es considerada como una amenaza por los defensores de la privatización, o despreciada por los conservadores como en gran medida irrelevante, ya que la misión intelectual y política de la escuela ha sido asumida en gran parte por el sector empresarial de la sociedad. Al cuestionar la relación entre la escolaridad y la justicia, los conservadores han redefinido en una medida importante el papel de la educación pública. Las escuelas públicas, junto con la sanidad y los servicios sociales, se definen ahora como elementos perturbados y perturbadores, al mismo tiempo; en efecto, muchos conservadores y liberales consideran que las escuelas, como elementos clave
^^ Véase un análisis de la escuela como ámbito de reproducción y resistencia en: Giroux: Theory and Resistance in Education. Westport, CT: Bergin and Garvey Press, 1983 (Trad, cast.: Teoría y resistencia en educación. Una pedagogía para la oposición. México. Siglo XXI, 1992.), y Giroux: Schooling and the Struggle for Democratic Public Life. (Trad, cast.; La escuela y la lucha por la ciudadanía. Pedagogía crítica de la época moderna. México. Siglo XXI, 1993.) © Ediciones Morata, S. L.
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del Estado de bienestar que constituyen un recurso importante para la reproducción de una apariencia, al menos, de la vida democrática, son el origen de los problemas más apremiantes de la sociedad 2°. Al mismo tiempo que el desmantelamiento del estado de bienestar, los recortes de los programas de empleo y el incremento de las políticas antiinmigratorias, la educación nacional ha experimentado unos recortes draconianos de ayudas federales que han destruido su capacidad de proporcionar unos recursos suficientes y apoyo institucional. Esto adquiere un relieve especial en las escuelas públicas de los centros urbanos 21. Cuando las escuelas públicas pierden su base financiera, se reducen sistemáticamente las destrezas de los profesores y se amontonan de forma desproporcionada los estudiantes pobres y los marginados por motivos de raza, quedando cada vez más sometidas a la influencia ideológica de las fuerzas empresariales. Esas escuelas no sólo se enfrentan a las absurdas críticas de que destruyen los valores occidentales, promueven una política lesiva de identidad y subvierten el carácter moral mediante la enseñanza de la educación sexual; también están sometidas a los ataques de una serie de agresivos conservadores de extrema derecha que dicen que las escuelas públicas, junto con otros bienes públicos, deben privatizarse y someterse a las formas de regulación y organización del mercado. En el discurso de la nueva derecha sobre la escolarización, las cuestiones de la excelencia dejan de lado los problemas de la equidad. Al mismo tiempo, las referencias a la educación de los estudiantes para la ciudadanía crítica y el valor cívico se han quedado hipotecadas a los dictados del mercado, y casi eliminadas en las reivindicaciones de los bonos escolares y las alabanzas a la elección individual. Ahora, las escuelas ofrecen a las empresas unos mercados nuevos para anunciar sus mercancías en el contexto de unas acciones más globales para transformar a los jóvenes en unos sujetos que se limiten a comprar cosas, en vez de convertirse en sujetos críticos que participen activamente en todos los aspectos de la vida social ^2. Se ha elevado la petición de la sustitución de la educación pública por instituciones educativas privadas que pueden prescindir sin problemas de los derechos civiles, excluir a estudiantes a los que se relegue por motivos de clase social o de raza y difuminar convenientemente las líneas divisorias entre la religión y el Estado.
2° Una exposición clásica sobre esta cuestión puede verse en: Newt Gingrich: To Renew America. Nueva York: Harper Collins, 1995. 2'' Véase un excelente análisis del ataque de la derecha contra el estado de bienestar en: Stanley Aronowitz: The Death and Rebirth of American Radicalism. Nueva York: Routledge, 1996. Un análisis de cómo afecta de modo especial este ataque a los niños puede verse en: Ruth Sidel: Keeping Women and Children Last. Nueva York: Penguin Books, 1996. ^^ Trato esta cuestión en: Henry A. Giroux: Channel Surfing: Race Talk and the Destruction of American Youth. Nueva York: St. Martin's Press, 1997. © Ediciones Morata, S. L.
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Hacia una política de la esperanza La vida y la obra de Paulo Freiré constituyen un valioso recurso para cuestionar la supremacía del modelo industrial de educación empresarial y su "flagrante violación de la misión educativa democrática" ^s. La creencia de Freiré en la escuela democrática —unida a su fe en la capacidad de las personas de resistir a las instituciones e ideologías opresoras y transformarías— se ha forjado en un espíritu de lucha atemperado por las duras realidades de su encarcelamiento en Brasil y su posterior exilio en Ginebra (Suiza) y un profundo sentido de humildad, compasión y esperanza. Agudamente consciente de que muchas versiones contemporáneas de la esperanza no estaban ancladas en la práctica y carecían de concreción histórica. Freiré denunció reiteradamente esas fantasías románticas, y le apasionaba recuperar y rearticular la esperanza a través de la "comprensión de la historia como oportunidad y no como determinismo"^''. Para Freiré, la esperanza es una práctica de testimonio, un acto de imaginación moral que estimula a ios educadores progresistas para ir por delante de la sociedad, reflexionar trascendiendo las configuraciones presentes del poder, con el fin de imaginar lo impensable en términos de cómo vivir con dignidad, justicia y libertad. La esperanza, para Freiré, no es mesiánica, sino estratégica, nacida de las contradicciones presentes que marcan a todas las sociedades. La esperanza exige un anclaje en prácticas transformadoras, y una de las tareas de los educadores progresistas es "desvelar oportunidades de esperanza, sin que importen los obstáculos que pueda haber" 2^. Subyacente a la política de la esperanza de Freiré está una visión de la educación radical que se sitúa en las líneas divisorias en las que siguen produciéndose y reproduciéndose las relaciones entre dominación y opresión, poder e impotencia. Freiré dice que la democracia radical exige la producción y la lucha constantes por el saber, las destrezas, los valores y las relaciones sociales con el fin de desarrollar unas prácticas educativas dinámicas que sean fieles al espíritu de las formas abiertas y democráticas de un civismo insurgente. En parte, el proceso de la educación radical supone escuchar a los pobres, a los oprimidos y demás grupos subordinados, y trabajar con ellos para que puedan hablar y actuar con objeto de cambiar las condiciones materiales y sociales concretas que los explotan y los oprimen. La política de la esperanza de Freiré se fundamenta en un proyecto que rechaza el sectarismo de la izquierda ortodoxa y el autoritarismo de un conservadurismo retrógrado. Según Freiré, la opresión material y la implicación afectiva que vincula a los grupos oprimidos a la lógica de la dominación no
23 Aronowitz; "Introduction", en: Freiré Pedagogy of Freedom, pág. 4. 2* Freiré: Pedagogy of Hope, pág. 9 1 . 25 Ibid., p á g . 9. ©
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puede comprenderse en toda su complejidad en la lógica singular de la lucha de clases2^. Es más, los mecanismos de dominación, tanto económicos como ideológicos, no pueden comprenderse sin tener en cuenta que, en muchos casos, los oprimidos participan realmente en su propia opresión. Como señala el sociólogo Stanley Aronowitz, Freiré reconoce que "los oprimidos están situados dentro de una estructura económica y social y ligados a ella no sólo por su trabajo, sino también por las condiciones de su ser psicológico" 2''. Para Freiré, la naturaleza profética de la política y la educación se funda en una idea generalizada de emancipación, que reconoce las múltiples formas de opresión material, ideológica y psicológica que operan en la sociedad. Sin embargo, a diferencia de la tendencia postestructuralista a trasladar diversas formas de opresión por motivos de clase social, raza y género al espacio discursivo de las "posturas de sujeto". Freiré se niega a separar la política de la representación de las relaciones sistémicas de poder. En este sentido, el compromiso de Freiré con el marxismo se atempera por su compromiso con las tradiciones críticas de la teología de la liberación, el freudismo, el existencialismo, el humanismo radical y el marxismo más abierto de Antonio Gramsci y Amílcar Cabral.
Hacer más político lo educativo El papel de un educador que sea pedagógica y críticamente radical es evitar ser indiferente... Por el contrario, una forma mejor de proceder es asumir la autoridad como maestro cuya dirección de la educación incluye ayudar a los aprendices a involucrarse en la planificación de la educación, ayudándolos a crear la capacidad crítica para considerar y participar en la dirección y en los sueños de la educación, en vez de limitarse a seguirlos ciegamente. (Paulo Freiré y Donaldo Macedo: "Un diálogo: Cultura, lengua y raza".) Por desgracia, muchos de los seguidores de Freiré han reducido su teoría de la educación a una metodología o conjunto de técnicas de enseñanza que destacan el diálogo, la afirmación de la experiencia del estudiante y la descentralización del poder en el aula^^. Lo que se ha perdido en este análi26 Por supuesto, esta postura se articula con toda claridad en los primeros trabajos de Freiré, como: Pedagogy of the Oppressed, trad, al inglés por Myra Bergman Ramos. Nueva York: Seabury Press, 1973 (Trad. casV.Pedagogia del oprimido. Madrid. Siglo XXI, 2002, 16.^ ed.), pero también puede hallarse en obras posteriores. 2'' Stanley Aronowitz: "Paulo Freire's Democratic Humanism", en: Peter McLaren y Peter Leonard (eds.): Paulo Freiré: A Critical Encounter Nueva York: Routledge, 1993, pág. 17. ^^ Un ejemplo reciente de esto puede verse en: Alice Mclntyre: Matóng Meaning of Whiteness. Albany: State University of New York Press, 1997, pegs. 19-20. Mclntyre dice que la obra de Freiré es una "metodología de aprendizaje", como si esa "metodología" pudiera entenderse fuera del contexto histórico específico, la teoría política radical y el conjunto específico de formaciones y condiciones sociales que la produjeran. La negativa a contextualizar la obra de Freiré delata la negativa positivista a abordar la relación entre los proyectos políticos y la aparición de formaciones educativas concretas. © Ediciones Morata, S. t.
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sis es la herencia de la política revolucionaria de Freiré. Para Freiré, la educación problematizadora no apunta a una metodología, sino a una teoría social cuya meta es la liberación de los individuos y grupos como sujetos Inistóricos, mediante un proceso educativo crítico que supone tiacer más político lo pedagógico y más pedagógico lo político. Para Freiré, la pedagogía es política porque su tarea consiste en revitalizar cuestiones de acción individual y social, así como examinar críticamente cómo se produce y aplica el poder y cómo se le opone resistencia a través de un conjunto de historias, formaciones sociales, instituciones y prácticas significantes. Según Freiré, la educación no se ocupa sólo del perfeccionamiento individual, sino de la transformación social orientada a crear las condiciones para que el oprimido supere las formas materiales, ideológicas y psicológicas de dominación, al tiempo que resucita y expande la trama de las instituciones democráticas. En esta perspectiva, la educación y la política se informan mutuamente dentro de un proyecto más general que requiere ocuparse de la ciudadanía como "una invención social que exige cierto conocimiento político, un conocimiento nacido de la lucha por la ciudadanía y la reflexión sobre ella"^^. La llamada de Freiré a la autodeterminación política y para que los oprimidos se conviertan en agentes no sólo expresa un alejamiento de cierto vanguardismo —una idea jerárquica y elitista de liderazgo— que marcara sus primeros trabajos, sino que señala la necesidad de que los educadores se ocupen del vasto conjunto de experiencias que informa los valores y las historias que los estudiantes llevan consigo al aula y demás lugares educativos. Según Freiré, los educadores críticos deben estar siempre atentos a lo específico y lo contingente; una de las primeras tareas consiste en recuperar y repensar de qué formas se relaciona la cultura con el poder, y cómo y dónde opera simbólica e institucionalmente como una fuerza educativa, política y económica. Para Freiré, la cultura y el poder deben organizarse mediante la comprensión de cómo lo político se convierte en pedagógico, es decir, cómo los mismos procesos de aprendizaje constituyen los mecanismos políticos a través de los cuales se configuran las identidades, se movilizan los deseos y adquieren forma y significado las experiencias. En este sentido, la pedagogía pasa a ser fundamental para la tarea de hacer significativo el conocimiento para hacerlo crítico y transformador. Para Freiré, la pedagogía es siempre el resultado de unas luchas que son históricamente específicas y "los sitios, metas y formas de lucha deben entenderse en su contexto" ^°. Esas luchas se definen por medio de cuestiones sociales y proyectos políticos que no pueden darse de antemano; emergen en respuesta a formaciones y problemas específicos acerca de dónde están las personas, cómo viven en concreto y qué podría suponerles abrir unas "nuevas posibilidades imaginadas para
29 Paulo Freiré: Letters to Christina: Reflections on My Life and V\lork. Nueva York: Routledge, 1996, pegs. 113-114. (Trad, cast.; Cartas a Cristina. Reflexiones sobre mi vida y mi trabajo. México. Siglo xxi, 1996.) 3° Lawrence Grossberg: Bringing It All Back Home: Essays on Cultural Studies. Durham, N.C.: Duke University Press, 1997, pág. 264. © Ediciones Morata, S. L.
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cambiar [esos] contextos" ^^ Haciéndose eco de la idea de Antonio Gramsci de que "toda relación de 'hegemonía' es necesariamente una relación educativa" ^2, Freiré nos recuerda que la educación tiene lugar en muchos lugares, y señala también cómo se construye a los estudiantes y a otros como sujetos y se les somete a unas relaciones de poder dentro y a través de espacios públicos muy diversos. Freiré nos informa consistentemente de que las luchas políticas se ganan y se pierden en esos espacios que vinculan las narraciones de la experiencia cotidiana con la gravedad social y la fuerza material del poder institucional. Cualquier enfoque educativo radical que se llame a sí mismo freireano tiene que reconocer el carácter central de lo particular y contingente en la configuración de los contextos históricos y los proyectos políticos. Tomando siempre muy en serio lo que supone vincular la lucha política con los contextos que dan lugar a unos problemas sociales apremiantes, Freiré desarrolla unas prácticas educativas forjadas en las luchas que afronta. Para Freiré, la política tiene que ver con la creación y el cambio de contextos, y la educación no es la simple aplicación práctica de esa política, sino una lucha eficiente en la que la enseñanza y el aprendizaje reflejan la necesidad de los grupos subordinados y marginados de desarrollar sus lenguas, historias y culturas, con el fin de configurar su propio sentido de la acción política y cultural. Comprometido con lo específico y lo contextual. Freiré no ofrece recetas para quienes necesitan parches teóricos y políticos instantáneos. Tampoco desea afirmar ni idealizar las experiencias de los estudiantes o los grupos subordinados. Freiré se negó incluso a reducir el saber y la política a biografía o a idealizar la marginalidad. Más importante para él es que la pedagogía es estratégica y, en el mejor de los casos, va más allá de la simple exposición detallada de modelos de dominación y de resistencia mediante un discurso y una política de articulación y transformación. Consideradas como parte de una práctica política más general para el cambio democrático, las pedagogías radicales no pueden considerarse como un discurso a priori que haya que reafirmar, una metodología que implementar o un mantra para afirmar de manera aerifica las voces de los oprimidos. Por el contrario, para Freiré, la educación es un acto teóricamente riguroso, político y eficiente organizado en torno a la "ambivalencia instructiva de unos límites trastornados"^2, una práctica de desconcierto, interrupción e intervención que es el resultado de las luchas históricas, sociales y económicas en curso. En la teoría radical de la educación de Freiré, la práctica docente crítica supone trasladar el poder del maestro a los estudiantes. Sin embargo, en vez de sugerir que los educadores radicales abandonen la autoridad. Freiré les 31 Ibid., pág. 262. 32 Antonio Gramsci: Selections from the Prison Notebool^s, trad, al Inglés por Q. Hoare y G. Smith. Nueva York: International Press, 1971, pág. 350. (Trad, cast.: Cartas desde la cárcel. Madrid. Cuadernos para el Diálogo, 1975.) 33 Homi Bhabha: "The Enchantment of Art", en: Carol Becker y Ann Wiens (eds.): The Artists in Society. Chicago'. New Art Examiner, 1994, pág. 28. ©
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llama a afirmar la autoridad al servicio de la creación de una clase participativa y democrática en la que sus exposiciones y explicaciones sean una característica fundamental del diálogo y la crítica en el aula. En esta perspectiva, los maestros se convierten en el "otro", estimulando a los estudiantes a que piensen más allá de las convenciones del sentido común, para expandir los horizontes de lo que saben, y desarrollen una conciencia crítica, en vez de limitarse a aprender a pensar críticamente. La conciencia crítica invita a aprender a teorizar, a pensar en sentido relaciona) y a hacer juicios basados en pruebas y una comprensión exhaustiva de los acontecimientos. El pensamiento crítico es de orden inferior y se refiere más al dominio de destrezas, técnicas y métodos específicos. La conciencia crítica da oportunidad a los estudiantes de captar la naturaleza formativa de su propio aprendizaje y lo que esto significa para la adecuada educación como función crítica. Es crucial aquí el reconocimiento de que, mientras que el maestro "es un actor en la escena social y política, la tarea del educador consiste en estimular la acción humana, no en moldearla a la manera de Pigmalión"^'*. Al mismo tiempo, Freiré evita el papel del educador como facilitador que vuelca toda la autoridad en los estudiantes, un educador que, en principio, calla ante la injusticia. Freiré rechaza también el uso de la autoridad del maestro para subsumir lo político en lo personal, y se opone a confundir la pedagogía radical con una mera enseñanza compasiva: "Lo que se enseña no es problemático; el único problema consiste en cómo enseñar sobre la base del afecto". En este enfoque antifreiriano, la finalidad de la autoridad del maestro consiste en facilitar a los estudiantes unas formas de terapia que se centran en gran medida en elevar su autoestima, motivarlos y hacer que se sientan bien. Para Freiré, la educación nunca fue una simple herramienta para la motivación del estudiante ni la definió como una herramienta terapéutica para hacer felices a los alumnos. Por el contrario, la finalidad del diálogo era el cambio individual y social; su objetivo no era la afirmación personal. Es más, cuando la autoridad de la clase se reduce a una forma de exaltación emocional —cambiando a un maestro omnisciente por un estudiante victimizado y vulnerable—, para Freiré, representa "la falsa generosidad del opresor" ^s. Freiré se opone al ejercicio de la autoridad del maestro al servicio de un modelo educativo que sitúa a los estudiantes como víctimas frágiles y delicadas de la cultura dominante "con necesidad de protección" ^6. Basándose en parte en la obra de Freiré,
3" Aronowitz: "Introduction", en: Freiré Pedagogy of Freedom, págs. 10-11. 25 Freiré: Pedagogy of the Oppressed, pág. 142. (Trad, cast.: Pedagogía del oprimido. Madrid. Siglo XXI, 2002, 16.^ ed.) 36 Jane Gallop; Feminist Accused of Sexual Harassment. Durham, N.C.: Duke University Press, 1997, pág. 62. Gallop relata una escalofriante historia sobre sus propias colegas que se opusieron a un congreso que estaba organizando, con la excusa de que a las estudiantes las haría "desgraciadas o les recordaría experiencias dolorosas". Gallop critica con toda la razón esta postura y dice que "quienes estábamos planeando el congreso consideramos que nuestro deber primordial era promover el conocimiento. En la medida en que éramos docentes, teníamos la responsabilidad de facilitar el máximo aprendizaje posible a nuestras estudiantes. Proteger a las estudiantes de unos conocimientos que les hicieran sentirse incómodas parecería, en ©
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Laurent Berlant, profesor de lengua inglesa de la Universidad de Chicago, recoge con brillantez algunos problemas políticos y educativos generados por el modelo terapéutico cuando se emplea en algunas versiones de la educación feminista. La idea de la "falsa generosidad" fia llegado a predominar de tal manera en la apropiación de la obra de Freiré que quiero explicar con más detalle sus consecuencias, citando con cierta extensión la crítica que hace Berlant de esta postura. Esta auténtica simbolización del poder de la docente para hacer posibles ciertas cosas lleva constante e incoherentemente a la perplejidad, al agotamiento y a unos sentimientos de dominación, aislamiento y abandono, tanto de los estudiantes como de las docentes. En lo más profundo de las ambiciones y la socialización de la docente feminista... está la promesa... de hacer que el aprendizaje sea personal, socialmente transformador y una fuente de apoyo en el plano generacional. Este deseo todavía inspira a las trabajadoras del sistema universitario para hacerse vulnerables a unas imposibles expectativas más elevadas acerca de las relaciones personales, institucional e intelectualmente mediadas, que se integran en el proyecto pedagógico feminista. Motiva para adoptar unos tipos de funciones terapéuticas y de consejo que sobrepasan nuestra pericia; nos motiva a identificarnos en exceso con la felicidad o infelicidad de los estudiantes como fuente de nuestro valor; motiva nuestras formas de proteger a los estudiantes de experimentar los diversos tipos de ambivalencia que tenemos con respecto a ser llamados de este modo a la categoría de personas^''. Para Freiré, los educadores tienen la obligación de soñar y trabajar con sus estudiantes con el fin de crear las condiciones necesarias para vivir, como él dice, en "un mundo que sea menos opresivo y más humano hacia los oprimidos"^^. Los educadores radicales tenemos también la responsabilidad de plantear a los estudiantes las opciones críticas con respecto a los lugares que puedan ocupar en la sociedad. Freiré reconoce convincentemente que los educadores nunca pueden imponer sus puntos de vista a los estudiantes o, como él dice, "transformar la presencia de los aprendices en una sombra de la presencia del educador" ^9. Sin embargo, esto no debe considerarse como una mera defensa de enseñar
último término, un fracaso de nuestra enseñanza, poniendo por encima de nuestro cometido como profesoras otras relaciones diferentes... Asumíamos que lo que más necesitan las mujeres es el conocimiento y que las estudiantes son lo bastante fuertes como para aprenderlo" (págs. 61 -62). Aunque esta crítica se aplicaba a algunas versiones de la educación feminista, la idea de que el objetivo educativo es fiacer que los estudiantes se sientan bien —y, a la inversa, no provocarles incomodidades en el proceso de aprendizaje— se ha convertido en una de las características definitorias de una serie de líneas de prácticas educativas críticas. Quiero señalar que esa postura es la antítesis ideológica y educativa de lo que Freiré tenía presente cuando tiablaba de dialogar y compartir el poder con los alumnos. ^'' Laurent Berlant: "Feminism and the Institutions of Intimacy", en: E. Ann Kaplan y George Levine (eds.): The Politics of Research. Nueva York: Routledge, 1997, pegs. 153-154. 3^ Freiré, citado en Freiré y Macedo: "A Dialogue", pág. 214. 33 Ibid., pág. 202. ©
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múltiples perspectivas o como la aprobación de lo que el profesor de lengua inglesa Gerald Graff llama enseñanza de los conflictos''°. Por el contrario. Freiré sostiene que los educadores deben desarrollar unas prácticas docentes críticas fundadas en las realidades y problemas sociales concretos y existentes, y mostrar ante los estudiantes "una presencia activa en la práctica educativa"'*^ Según Freiré, los educadores deben crear sus prácticas educativas dentro de un proyecto social democrático y hacerse con la autoridad con el fin de "estimular a los aprendices a vivir una presencia críticamente consciente en el proceso pedagógico e histórico"'*2. En este proyecto, el papel del educador es directivo y está informado por la teoría. Los educadores críticos no pueden imponer sus puntos de vista a los estudiantes diciéndoles lo que tienen que pensar, pero pueden "enseñarles la importancia de adoptar una postura que se fundamente en un compromiso riguroso con todo el conjunto de ideas sobre un tema""^2, insistiendo en el carácter social y no meramente individualista del aprendizaje y de la lucha. La educación radical de Freiré insiste en que los aprendices se conviertan en objeto de su propia educación, abordando críticamente, mediante el diálogo y el debate, las condiciones históricas, sociales y económicas que limitan y, al mismo tiempo, facilitan nuestra comprensión del saber como poder. Según Freiré, la consideración crítica de la autoridad no puede justificarse en términos exclusivamente metodológicos, como en (a enseñanza de confíictos o en la mera participación en el diálogo. Al ejercer y defender la autoridad del maestro, los educadores deben ser capaces de nombrar su propia situación, articular su proyecto y punto de vista de forma abierta, revelar sus sesgos, negarse a silenciar a los estudiantes y abrir al debate crítico su propio sentido y uso de la autoridad. Es imposible ser fiel al espíritu de la obra de Paulo Freiré sin reconocer en él al modernista "a la antigua usanza" que es. No puede imaginar una política sin sujetos, esperanza, justicia y la necesidad de adoptar una postura sin ser un doctrinario. Sin embargo, al mismo tiempo, aporta con toda seriedad un giro posímoderno cuando destaca la naturaleza cambiante de la diferencia, el poderoso papel que desempeña la cultura mediada por la electrónica en la configuración de las identidades y la importancia del carácter cambiante de la producción del saber en la era de las tecnologías informáticas. Combinando la importancia modernista otorgada a la justicia y la emancipación con la crítica postmoderna de los discursos de alcance global, su visión de la autoridad
'^° Gerald Graff: Beyond the Culture Wars: How Teaching the Conflicts Can Revitalize American Education. Nueva York: Norton, 1992. Véase una perspicaz refutación del ataque de Graff contra ¡a pedagogía radica) en: Freiré y Macedo: "A Dialogue", págs. 188-228. ^1 Freiré y Macedo: "A Dialogue", pág. 202. ^^ Freiré, citado en ibid. ^•3 bell hooks: "Black Students Who Reject Feminism", Chronicle of Higher Education, 13 de julio de 1994, pág. A44. hooks presenta también un excelente análisis feminista del sistema educativo de Paulo Freiré en: bell hooks: "bell hooks Speaking About Paulo Freiré -The Man, His Work", en McLaren y Leonard (eds.): Paulo Freiré, págs. 146-154. ©
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es una de sus aportaciones perdurables a la teoría crítica. En vez de escapar de la carga y la política de la autoridad, le imprime un registro emancipador y defiende sin cesar la postura de que cualquier forma de educación crítica que se limite a equiparar la autoridad con la dominación es parte del problema. La autoridad es fundamental en la política y debe fundirse con el lenguaje y la práctica de la libertad. Freiré cuestiona el hecho de separar la cultura de la política, llamando la atención de cómo funcionan las distintas tecnologías de poder dentro de las instituciones para producir, regular y legitimar formas particulares de saber, afiliarse, sentir y desear. Sin embargo. Freiré no comete el error de muchos de sus contemporáneos de combinar la cultura con la política del lenguaje y del significado. La política es más que un gesto de traducción, representación y diálogo. La política se refiere también a la movilización social contra las prácticas económicas, raciales y sexistas opresivas implantadas por la colonización, el capitalismo global y otras estructuras de poder. Una teoría crítica de la alfabetización y de la cultura es fundamental para el proyecto educativo radical de Freiré, pero la alfabetización y la cultura no pueden comprenderse aparte de los registros igualmente importantes de la economía material del poder, los recursos y los medios. Freiré destaca reiteradamente la cultura como un ámbito importante de lucha política, pero también insiste en que, para que esa esfera tenga alguna relevancia educativa radical, los estudiantes y los educadores deben evaluarla de manera crítica, para que puedan intervenir en las circunstancias materiales que han configurado sus vidas. Para Freiré, una política cultural que carezca de una dimensión histórica o ignore las maquinaciones de poder que configuran las relaciones entre las escuelas, la vida diaria y el discurso no llega a descubrir el potencial revolucionario de la educación crítica y anula el proyecto de reconstrucción social. El corpus de la obra de Paulo Freiré surgió de una vida de lucha y compromiso. Su obra es siempre inestable y perturbadora, inquieta y, sin embargo, atrayente. A diferencia de tanta prosa académica y pública, políticamente árida y moralmente vacua, que caracteriza gran parte del discurso educativo contemporáneo, la obra de Freiré está impulsada consistentemente por una saludable furia a causa de la opresión y el sufrimiento innecesarios de los que fue testigo durante sus viajes por todo el mundo. Su obra exhibe una calidad vibrante y dinámica que le permite crecer, rehusar las fórmulas fáciles y abrirse a nuevas realidades y proyectos políticos. Freiré elaboró una teoría del cambio y el compromiso sociales que no era elitista ni populista. Tenía una profunda fe en la capacidad de las personas corrientes para convertirse en agentes críticos en la configuración de la historia, pero también se negaba a idealizar la cultura y las experiencias de quienes soportan el peso de las condiciones sociales opresivas. Combinando rigor teórico, relevancia social y compasión moral, la obra y la política de Freiré dan un nuevo significado a los registros de la vida cotidiana, mientras afirman la importancia de la teoría crítica y la educación radical para abrir el espacio de la crítica, la posibilidad y la práctica. La teoría y el lenguaje son instrumentos de lucha y de posibilidad, que dan sentido a la experiencia y una dirección política a la acción, y Freiré ©
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condenó una y otra vez los intentos de reproducir la división binaria de la teoría y la política'*'*. Las cuestiones que examina Freiré en su teoría y en su práctica educativas tienen una enorme relevancia respecto al modo que utilicen los educadores y otros progresistas para definir el papel de la escuela pública, hagan de la educación un principio definidor de la política y afirmen la importancia de las escuelas como esferas democráticas públicas. En una época en que la educación pública está siendo eliminada u orientada hacia las salidas profesionales, es absolutamente crucial que ios educadores la defiendan como uno de los pocos lugares en los que la democracia pueda experimentarse o, al menos, reconocerse como algo fundamental para educar a los estudiantes del futuro. La apasionada defensa de Freiré de la democracia radical constituye un recurso fundamental para que los educadores críticos y otros progresistas reivindiquen la educación pública como ámbito de educación y lucha democráticas. Contra el elitismo de los conservadores como Alian Bloom, William Bennett, Diane Ravitch y E. D. Hirsch, Freiré presenta una apasionada defensa de la cultura popular como punto de partida educativo para desarrollar múltiples vocabularios y alfabetizaciones que permitan a las personas negociar el ámbito público, aceptar en serio los imperativos de la creación de una democracia transnacional y expandir las capacidades individuales y colectivas para el compromiso social. Freiré nunca abstrae sus métodos de una visión más general de libertad; tampoco cede en su defensa de un sentido internacional de responsabilidad. Ofrece a sus lectores un lenguaje de crítica y de posibilidad que reivindica un nuevo sujeto colectivo, constituido a través de múltiples fronteras y dispuesto a luchar y batallar por el cambio social. De la inoportuna muerte de Freiré en 1997, se deriva un legado que lo rodea como una gran figura que tuvo un maravilloso sentido de la vida y una pasión por vivir'*5. Para él, la vida era demasiado hermosa para no compartir sus riquezas y beneficios con los demás. La presencia de Freiré en el mundo convirtió la poesía en política y la humildad en un requisito del compromiso político; nunca redujo el sufrimiento de los demás a sus propios deseos, necesidades o política. La intransigencia moral no tenía cabida en su guión. Quizá por eso pudo hablar con personas muy diferentes con tal compasión y amor. Estaba atento a los demás sin servirse de ellos, comprometido con la eliminación de la opresión, pero sin intransigencias respecto a su papel en la tarea; estaba comprometido políticamente, pero era muy consciente de la complejidad de la lucha y estaba convencido de que las cuestiones sociales complejas no podían reducirse a un conjunto de actividades prescritas. "" Sin duda, Freiré se habría mostrado de acuerdo de buena gana con la idea de Stuart Hall de que "sólo a través del modo en que nos representamos e imaginamos, llegamos a saber cómo estamos constituidos y quiénes somos. No hay forma de escapar de la política de la representación". Stuart Hall: "V\/hat Is This 'Black' in Popular Culture?", en: Gina Dent (ed.): Black Popular Culture. Seattle: Bay Press, 1992, pág. 30. Al mismo tiempo. Freiré estaba tan preocupado por lo que hacen los educadores con el lenguaje como con la descodificación de sus significados. "5 Paulo Freiré murió de un ataque al corazón el 2 de mayo de 1997, en un hospital de Sao Paulo (Brasil). ©
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CAPITULO VI
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Todos queremos hacer lo mejor para nuestros hijos. Pero, ¿qué es la educación sino el proceso por el que la sociedad inculca sus normas, estándares y valores —en pocas palabras, su cultura— a la generación siguiente, con la esperanza y la expectativa de que, de este modo, guiará, canalizará, influirá y configurará en líneas generales las acciones y creencias de las generaciones futuras, de acuerdo con los valores y normas de sus padres y el sistema de valores predominante en la sociedad? ¿Qué es esto si no una reglamentación: el gobierno moral de la cultura? (Stuart Hall: "Centrality of Culture: Notes on the Cultural Revolutions of Our Time", en: Media and Cultural Regulation.)
Introducción Durante los últimos cuarenta años, Stuart Hall, el destacado teórico británico de los estudios culturales, ha producido un impresionante corpus de trabajos sobre las relaciones entre la cultura y el poder y la función formativa de la cultura como práctica política y educativa, producida y mediada en diferentes contextos sociales, relaciones espaciales y conjeturas históricas \ Rehusando confinar la cultura en unas estrechas categorías epistemológicas, el estudio exclusivo de textos o en cuestiones de gusto, Hall sostiene que el poder cultural es lo que distingue los estudios culturales de otras disciplinas y áreas académicas2. Desde su punto de vista, la política cultural "combina el estudio de las formas y signifi-
^ Una excelente bibliografía de la obra de Stuart Hall puede encontrarse en una recopilación de sus escritos realizada por David Morley y Kuan-Hsing Chen: Stuart Hall: Critical Dialogues in Cultural Studies. Nueva York: Routledge, 1996. 2 Esto no quiere decir que Hall subestimara la importancia del trabajo deconstructivo con respecto al análisis de diversos textos culturales. Por el contrario, mostrándose en contra de un enfoque exclusivo sobre la textualidad, Hall escribe: ©
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cados simbólicos con el estudio del poder" o, más en concreto, con lo que él llama la "inserción de los procesos simbólicos en contextos sociales y su imbricación con el poder"3. Según Hall, la cultura es fundamental para comprender las luchas acerca del significado, la identidad y el poder. Ha escrito mucho sobre la importancia de la fuerza política de la cultura y sus diversas formas de desplegar el poder para configurar identidades y subjetividades en un circuito de prácticas que van desde la producción y distribución de bienes y representaciones a un interés siempre creciente por la reglamentación y el consumo"*. La obra de Hall proporciona un importante marco de referencia para hacer que la pedagogía sea fundamental para la teoría y la práctica de la política cultural. Su obra es también crucial para comprender la pedagogía como un modo de crítica cultural que es esencial para cuestionar las condiciones en las que se produce el saber y se ponen en su lugar, se negocian, se adoptan o se rechazan las posturas subjetivas^. Hall lanza también un desafío crítico y estratégico a la violenta reacción contra la pedagogía y la política de la cultura que ha surgido en los Estados Unidos gracias a ideólogos tan distintos como el profesor de lengua inglesa Harold Bloom, el filósofo Richard Rorty y el sociólogo Todd Gitlln^. En este debate, no sólo es esencial la cuestión de cómo pensamos acerca de la política, y comprendemos la dinámica de la cultura en el seno de unas prácticas discusivas y unas relaciones materiales de poder cambiantes, sino también cómo podemos "investigar las condiciones de posibilidad de la acción"^, como indica el teórico cultural Larry Grossberg. El texto está abstraído de su contexto institucional, de su contexto histórico —esa forma que yo llamaría "estudios culturales literarios" es profundamente turbadora—. Hay que trabajar sobre el texto, pero también hay que trabajar sobre el contexto; hay que conocer algo de la historia de la sociedad en la que funcionan las instituciones, así como de lo que constituyen las tecnologías de los medios de comunicación y cómo se financian. Por eso, creo que ha habido una especie de reducción al texto, en sentido estricto, no al texto en sentido amplio, indicando lo que yo llamo giro discursivo. 3 Stuart Hall, citado en Julie Drew; "Cultural Composition; Stuart Hall on Ethnicity and the Discursive Turn", Journal of Composition Theory, 18:2, 1998, pág. 184. * Peter Osborne y Lynne Segal: "Culture and Power: Interview with Stuart Hall", Radical Philosophy, n.° 86, noviembre-diciembre de 1997, pág. 24. 5 Hall elabora su teoría de la cultura en una serie de libros pensados para la colección Culture, Media, and Identities Series de la Open University y publicados por Sage en los Estados Unidos. Véanse, por ejemplo: Stuart Hall, Paul du Gay, Linda Janes, Hugh Mackay y Keith Negus: Doing Cultural Studies: The Story of the Sony Walkman. Thousand Oaks, Calif.; Sage, 1997; Stuart Hall: Representation: Cultural Representations and Signifying Practices. Thousand Oaks, Calif.: Sage, 1997; Stuart Hall; "The Centrality of Culture: Notes on the Cultural Revolutions of Our Time", en: Kenneth Thompson (ed.): Media and Cultural Regulation. Thousand Oaks, Calif.: Sage, 1997. 6 Véase un excelente análisis de la obra de Stuart Hall en: Lawrence Grossberg; "History, Politics, and Postmodernism; Stuart Hall and Cultural Studies", Bringing It All Back Home: Essays on Cultural Studies. Durham, N.C.: Duke University Press, 1997, págs. 174-194. Véase también Morley y Chen (eds.): Stuart Hall. " Harold Bloom: The Western Canon. Nueva York: Riverhead Books, 1994 (Trad, cast.: El canon occidental. La escuela y los libros de todas las épocas. Barcelona. Anagrama, 1997, 3.'^ ed.); Richard Rorty: Achieving Our Country: Leftist Thought in Twentieth Century America. Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1998 (Trad, cast.: Forjar nuestro pais. El pensamiento de ©
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Para teóricos como Hall y Grossberg, la cultura es un terreno pedagógico y político estratégico, cuya fuerza como "lugar crucial y arma de poder en el mundo moderno"^ puede comprenderse, en parte, en su especificidad contextual. Sólo puede captarse esa especificidad en relación con unos discursos y prácticas públicos más generales, cuyo significado se halla en la articulación de la cultura con otros ámbitos, contextos y prácticas sociales. A continuación, sostengo que la atención que presta Hall a la relación entre cultura y política facilita un valioso servicio a los educadores, al contribuir a una idea de pedagogía pública que hace de lo pedagógico un principio definidor de la política cultural. Es más, la obra de Hall amplifica el papel que los educadores pueden desempeñar como intelectuales públicos que trabajan en diversos lugares y proyectos para expandir las posibilidades de las luchas democráticas y la transformación social. Para Hall, esas luchas no están predefinidas; en cambio, descansan sobre el imperativo ético y político de hallar y usar "los recursos intelectuales con el fin de comprender [y transformar] lo que mantiene las vidas y las sociedades en las que vivimos, profundamente antihumanas en la capacidad de vivir con la diferencia"®. Sin embargo, antes de que llevemos algunas contribuciones de Hall a la política de la educación pública, quiero referirme al reciente ataque contra la educación y la política cultural que ha atravesado las fronteras ideológicas. Examino también cómo esos argumentos destruyen la posibilidad de hacer más pedagógica la política, como parte de un proyecto democrático más general de cambio social radical. La obra de Hall constituye un importante correctivo teórico y político de tales razonamientos. Concluyo examinando las consecuencias de los escritos de Hall para quienes creemos que la pedagogía es fundamental para cualquier idea de una política cultural radical y que el desarrollo de una política cultural es una condición fundamental previa a la comprensión de las luchas sobre el significado, el poder y las identidades en las esferas públicas, como la educación pública y la superior.
¿Escuela sin política? Lo sorprendente del actual ataque contra la educación, sobre todo a la luz de la comercialización y privatización crecientes, es la negativa de muchos teóricos a reflexionar de nuevo sobre el papel que puedan desempeñar los académicos en la utilización de la universidad (y la escuela pública) como izquierdas en los Estados Unidos del siglo xx. Barcelona. Paidós, 1999); Richard Rorty; "The Inspirational Value of Great Works of Literature", Raritan, 16:1, 1996, págs. 8-17; Todd Gitlin: The Twilight of Our Common Dreams. Nueva Yorl<: Metropolitan Bool<s, 1995. ^ Lawrence Grossberg: "Identity and Cultural Studies. Is That All There Is?", en: Stuart Hall y PaulduGay (eds.): Quesí/onsofCu/fura/tóení/fy, Thousand Oaks, Calif.: Sage, 1996, pág. 102. '^ Lawrence Grossberg: "Toward a Genealogy of the State of Cultural Studies", en: Gary Nelson y Dilip Parameshwar Gaonkar (eds.): Disciplinarity and Dissent in Cultural Studies. Nueva York: Routledge, 1996, pág. 142. ©
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esfera pública fundamental. Esta esfera pública debería fomentar unas ideas nuevas de valor y acción cívicos y ocuparse de lo que significa hacer lo pedagógico más político en una época de conservadurismo, racismo y corporativismo crecientes. Aún más sorprendente es el fundamento común que comparte un número creciente de progresistas y conservadores en relación con las cuestiones educativas básicas. La seducción de los parches metodológicos rápidos, en los que la pedagogía se reduce a técnicas o a esquemas instrumentalizados de rendición de cuentas, ha contaminado en gran medida a los educadores, atravesando las fronteras ideológicas. No obstante, en fechas más recientes, el debate sobre la política cultural ha generado resentimientos de los intelectuales, tanto de la derecha como de la izquierda. Para los conservadores, como Harold Bloom, Lynn Chaney, Chester Finn, Jr., y William Bennett, la cultura no tiene política; es el depósito de la belleza y los valores trascendentales y la portadora de las tradiciones más sagradas de la civilización occidental. Con frecuencia, los conservadores denuncian las ideas de política que cuestionen esta selecta interpretación de la cultura y su sesgo etnocéntrico como una simple versión de "corrección política" ^°. En esta perspectiva, la cultura sirve de figura retórica para separar el saber del poder y reducir el papel de la universidad al imperativo de enseñar lo "mejor que se ha pensado y conocido en el mundo"". Sin embargo, el ataque a la política cultural y el papel que desempeña como fuerza política y educativa no se limita a los conservadores, sino que es evidente también en los trabajos de un grupo de progresistas. A diferencia de los teóricos conservadores, los intelectuales como Todd Gitlin, Michael Tomasky y Jim Sleeper hablan desde la posición estratégica de la política de izquierdas, pero manifiestan un desprecio similar por la política cultural, la cultura popular, la pedagogía cultural y todas las ideas de política de identidad que contemplan las diferencias basadas en la raza, el carácter étnico, el género y la orientación sexual ^'^. En este discurso ortodoxo de izquierdas y liberal, las luchas culturales contemporáneas, sobre todo las emprendidas por los movimientos sociales organizados en torno a la sexualidad, el género, la raza, la política de representación y, más en general, la multiculturalidad, no se consideran más que como un débil sustituto de la política del "mundo real", sobre todo la que se centra en las desigualdades de clase social, trabajo y económicas ^^. Según Gitlin, los movimientos sociales que rechazan la primacía de la clase social dejan en mal lugar a la política porque sirven sobre todo para escindir a la
1° Stuart Hall: "Race, Culture, and Communications: Looking Backward and Forward at Cultural Studies", Rethinking Marxism, 5:1, primavera de 1992, págs. 17-18. " Critico el ataque conservador contra la corrección política en: Henry A. Giroux: Fugitive Cultures. Nueva York: Routledge, 1996, especialmente págs. 165-184. '2 Matthew Arnold: "Sweetness and Light", en: Ttie Compiete Prose of Matthew Arnold, Vol. 5, ed. R. H. Super. Ann Arbor: University of Michigan Press, 1960-1977, pág. 113. 13 Véanse: Gitlin: The Twilight of Our Common Dreams; Michael Tomasky: Left for Dead: The Lite, Death and Possible Resurrection of Progressive Politics in America. Nueva York: Free Press, 1996; Jim Sleeper; The Closest of Strangers. Nueva York: Norton, 1990. ©
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izquierda en sectas de identidad, sin "afrontar las cuestiones de la equidad y la redistribución económica" ^^, y no ofrecen una visión unificadora de un bien común capaz de desafiar al poder empresarial y las ideologías de derechas. Este análisis omite una historia de la ortodoxia de izquierdas en donde la política de clase se utilizó para despreciar y domesticar las modalidades de la raza, el género y la orientación sexual, negando la autonomía y la significación política de estas fuerzas y movimientos sociales. Es más, esos movimientos se desarrollaron con independencia de la política basada sólo en la clase social, a causa, precisamente, de la subordinación de distintos grupos sociales que se organizaron para articular sus respectivos objetivos, historias e intereses, aparte de la ortodoxia de la política de clase. Dentro de esta posición marxista ortodoxa, se olvida la historia del sectarismo de clase, la categoría de clase se toma de forma reduccionista y la política se define de un modo tan estricto que congela la relación abierta y cambiante entre la cultura y el poderes. Es más, como señala Stuart Hall, en esta forma de análisis sectario, es imposible comprender cómo se vive en realidad la clase social a través de las experiencias cotidianas que se configuran mediante la raza y el género. Cabe decir aún que esa crítica basada en la clase social encuentra su antítesis en una versión de los estudios culturales que es pura caricatura. Por ejemplo, Gitlin dice que los estudios culturales constituyen una forma de populismo decidido a encontrar resistencia en la más mundana de las prácticas culturales, a ignorar las desigualdades económicas, cada vez más profundas, y a prescindir por completo de las relaciones materiales de poder. Trivial en su negativa a discriminar entre una cultura de excelencia y la cultura del consumidor, los estudios culturales, en esta perspectiva, se convierten en símbolo de mala fe y de irresponsabilidad política. Dice Gitlin que, para los teóricos de los estudios culturales, es irrelevante que los afronorteamericanos padezcan graves injusticias materiales, porque lo que de verdad importa es que "tienen el rap" ^^. Parece que, para Gitlin y sus seguidores, los estudios culturales deben "liberarse de la carga de imaginarse que constituyen una práctica política" ^^, ya que gran parte de su trabajo se desarrolla en la universidad —según Gitlin, un lugar que ya no sirve para que los intelectuales se ocupen de las cuestiones más apremiantes de nuestra época—. En vez de responsabilizarse de lo que Hall llama "traducir el saber a la práctica de la cultura" ^^, los académicos, según Gitlin, deben poner la "política real" por delante de las cuestiones culturales, "no confundir la academia con el mundo [y] dedicar sus esfuerzos a organizar grupos, coaliciones y movimientos"^^ con el
^'^ El desarrollo más sostenido de este argumento de Gitlin se encuentra en The Twilight of Our Common Dreams. 15 Judith Butler: "Merely Cultural", Social Text, 15:52-53, otoño-invierno de 1997, pág. 266. 1*= Véase un perspicaz análisis de esta postura en: Grossberg: "Cultural Studies", páginas 245-271. 1^ Todd Gitlin: "The Anti-Political Populism of Cultural Studies", Dissent, primavera de 1997, página 8 1 . 18 Ibid., pág. 82. 13 Stuart Hall: "The Emergence of Cultural Studies and the Crisis of the Humanities", October, n.° 53, verano de 1990, pág. 18. ©
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fin de ocuparse de los problemas más urgentes causados por las desigualdades capitalistas. Estos teóricos menosprecian a los movimientos sociales como simplemente culturales, y desprecian lo cultural como terreno serio de lucha política. Por desgracia, esta crítica no sólo no reconoce hasta qué punto están entrelazadas las cuestiones de raza, género, edad, orientación sexual y clase social, sino que se niega a reconocer también la función educativa de la cultura en la construcción de identidades, movilización de deseos y configuración de los valores morales. La izquierda economicista desprecia las cuestiones de la capacidad de actuar y de la resistencia en los estudios culturales como formas retrógradas de pedagogía, mientras que una incitación antiintelectual y antiteórica a la organización y la elaboración y distribución de panfletos desplaza la pedagogía cultural. Lo inquietante de esta postura es que sus proponentes parecen completamente inconscientes de la complejidad de los puntos de vista que caracterizan el campo de los estudios culturales. Esta postura no distingue entre los diversos trabajos teóricos realizados por los estudios culturales en Australia, el Reino Unido, Canadá, Latinoamérica y los Estados Unidos. Sin embargo, esto no se detiene en la simple construcción de una caricatura; hay también una representación errónea hecha a propósito de lo que realmente hacen muchos teóricos de los estudios culturales. Quienes dicen que la economía política está ausente del trabajo de los teóricos de los estudios culturales o quienes sostienen que se limitan a ¡dealizar la cultura popular o reducen la política a cuestiones de identidad, mientras hacen ostentación de la naturaleza material e institucional del poder, ignoran por completo los estudios que se están realizando en este campo 2°. Es más, muchos progresistas, que se apropian del ataque ortodoxo de la izquierda a la combinación de la política, la cultura y el poder, pasan por alto la tentativa de algunos teóricos de los estudios culturales para reafirmar la relevancia política y educativa de la cultura para el cambio social. En consecuencia, la llamada alternativa progresista a los estudios culturales no sólo separa la cultura de la política, sino que tampoco da lugar a la comprensión de las contradicciones presentes en las instituciones dominantes. El examen de esas contradicciones abre las posibilidades políticas y sociales para oponerse a la dominación, hacer un trabajo crítico en las escuelas y otras esferas públicas o fomentar la capacidad de los estudiantes para cuestionar las formas de autoridad y las operaciones del poder de carácter opresivo. Por ejemplo, cuando los teóricos sociales, como Francis Muihern, dicen que los estudios culturales tratan de subordinar o subsumir el significado de lo político en la cultura popular, no sólo malinterpretan los estudios culturales, sino que afirman, sin querer, que, donde la cultura es simplemente educativa, no es deliberada y, en consecuencia, no es poU-
2° Gitlin; "The Anti-Political Populism of Cultural Studies", ©
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tica^^ Éste es un movimiento imprudente, que no capta la aparición de la información como un nuevo modo de producción en la era posfordista. Testigo de esta transformación, Stuart Hall defiende el carácter central de la cultura en la formación de las identidades subjetiva y social ^2. Como señala Hall, el giro intelectual hacia la cultura popular supone algo más que facilitar la conexión entre la teoría y lo popular. Por el contrario, el compromiso intelectual con lo popular "no es indulgencia ni afirmación; es un compromiso político, intelectual, pedagógico. Guste o no, todo el mundo vive ahora en lo popular, de manera que crea un conjunto de lenguajes comunes. Ignorar las posibilidades pedagógicas de los lenguajes comunes es extremadamente político" ^3. Muihern carece de un vocabulario para examinar la fuerza educativa de la cultura popular. Tampoco tiene ningún interés por comprender cómo pueden utilizarse las prácticas pedagógicas para perturbar las formas dominantes de sentido común y proporcionar categorías alternativas, mapas de significado y un conjunto de posibilidades a través de las cuales las personas puedan imaginarse y definirse como actores sociales y descubrir su propia capacidad de acción política. En la obra del educador australiano lan Hunter, también están presentes los argumentos en contra de la relevancia de la pedagogía en la política cultural. Al descartar la pedagogía como otro simple instrumento para reconciliar al yo con la sociedad dominante (que Hunter llama, tomándolo de Foucault, gubernamentalidad), rechaza cualquier posibilidad de crear formas de práctica pedagógica que llamen la atención crítica sobre las formas en que pueda utilizarse la autoridad para acabar con la reproducción social y cultural de las ideologías y prácticas dominantes que caracterizan las esferas públicas, como las escuelas públicas y la educación superior. Reduciendo toda la pedagogía a la imposición de la autoridad dominante, Hunter sólo puede imaginar la autoridad pedagógica al servicio de los intereses de la regulación moral y el control social. El diálogo autorreflexivo sobre el trabajo académico se desprende de su argumento, como la posibilidad de que docentes y estudiantes se muestren críticos de las mismas formas institucionales, relaciones académicas y disciplinas reguladoras que constituyen los complejos y variados espacios de la escolarización. Dentro de esta idea estrecha de las relaciones entre cultura y política, no hay posibilidad de imaginar las escuelas como un lugar para oponerse a la autoridad dominante, para desestabilizar la complacencia de las estrategias de dominación o para que los educadores reelaboren la autoridad institucional desde una postura de crítica comprome-
2' Una fuente particularmente importante sobre los estudios culturales se encuentra en: Grossberg: Bringing It All Back Home. Menciono este libro porque la obra de Grossberg desafía el análisis simplista que fiace la mayoría de los críticos y señala a un conjunto de teóricos del campo que abordan diversos proyectos teóricos y políticos. 22 Francis ÍVluIhern: "The Politics of Cultural Studies", Monthly Review, 47:3, julio de 1995, páginas 31-40. 23 Véase: Stanley Aronowitz: The Politics of Identity, en especial el capítulo: "On Intellectuals". Nueva York: Routledge, 1992, págs. 125-174. Hall: "The Centrality of Culture", págs. 207-238. ©
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tida. A estos teóricos^'', les parece imposible que pueda cuestionarse el legado de tal regulación cultural, volverlo sobre sí mismo o utilizarse como recurso para volver a sentar las bases de la enseñanza como práctica deliberativa al servicio de una política cultural progresista. No pretendo decir que las prácticas institucionales forjadas en las condiciones económicas, culturales y políticas dominantes no ejerzan una enorme fuerza en la configuración de las condiciones en las que tiene lugar la educación. Sin embargo, reconocer esto, como señala el teórico de los estudios culturales Alan O'Shiea, no justifica la presuposición de que el poder esté por completo del lado de la dominación en las escuelas, que los docentes y estudiantes sólo puedan ser cómplices de las formas de poder dominantes, aunque puedan cuestionar sus estructuras, ideologías y prácticas2^. En este modelo actualizado de reproducción social y moral, la crítica y la discusión sólo pueden provenir del exterior de la escuela institucional, planteadas por críticos culturales "incontaminados" por las tecnologías morales que esas instituciones imponen sobre los "desventurados" reformadores y radicales. Esa crítica no se basa sólo en pretéritos informes funcionalistas de la sociedad y sus formas sociales; también legitima un modelo totalizador del poder que marca la retirada de la tentativa de hiacer más pedagógica la política, cuando celebra al mismo tiempo el papel marginado del crítico imparcial. Esto no sólo representa el agotamiento de una mala versión de la política foucauitiana, sino que también señala una forma de parálisis teórica (no un simple antiutopismo) que rebaja el problema más crucial de cómo la cultura, en cuanto terreno de lucha, funciona en el plano educativo para configurar las posibilidades de acción política y de compromiso crítico dentro de las formas culturales e institucionales dominantes. Se pierde aquí una atención crítica al modo en que docentes y estudiantes podrían estructurar y mediar la autoridad educativa como forma de autocrítica o como respuesta a las historias, formaciones institucionales y fuerzas culturales concretas que se apoyan en ios
2" Hall, citado en: Drew: "Cultural Composition", pág. 183. 26 Véase: lan Hunter: Rethinking the School. Nueva York: St. Martin's Press, 1994. (Trad, cast.: Repensar la escuela: subjetividad, burocracia y crítica. Barcelona. Pomares-Carredor, 1998.) Esta postura la defiende también: Tony Bennett: "Out in the Open: Reflections on the History and Practice of Cultural Studies", Cultural Studies, 10:1, 1996, págs. 133-153. Una versión particularmente elocuente, aunque pobre desde el punto de vista teórico, se encuentra en: Maria Koundoura; "Multiculturalism or Multinationalism?", en: David Bennett (ed.): Multicultural States. Nueva York: Routledge, 1998, págs. 69-87. Parece que la mayoría de estos críticos conoce poco o nada de la larga historia de los debates habidos en los círculos educativos norteamericanos sobre las cuestiones de la reproducción, la resistencia y la política de escolarización. Destaca de modo especial la desinformación de Koundoura sobre esta cuestión, citando un artículo para respaldar su ataque a la "pedagogía fronteriza". Véase una revisión de la bibliografía de la resistencia en: Stanley Aronowitz y Henry A. Giroux: Education Still Under Siege. Westport, Conn.: Bergin and Garvey Press, 1994. Una crítica interesante de la obra de Tony Bennett e lan Hunter y los límites de la gubernamentalidad, tal como la aplican, puede verse en: Toby Miller: Technologies of Truth. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1998, y en Alan O'Shea: "A Special Relationship? Cultural Studies, Academia and Pedagogy", Cultural Studies, 12:4, 1998, págs. 513-527. ©
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lugares en los que enseñan y aprenden. Esta versión del poder y el control políticos no tiene un lenguaje para entender la pedagogía como el producto de luchas específicas que tienen lugar en variados contextos marcados por unas relaciones desiguales de poder, unas oportunidades diferenciadas de resistencia y diversos recursos para la transformación social. En este discurso, la pedagogía no tiene sitio para participar críticamente en las conversaciones públicas en marcha sobre las cuestiones cruciales de carácter social y político. La obra de Stuart Hall presta un importante servicio teórico y político ante los ataques actuales contra la política cultural y los intentos de desacreditar la función que los educadores pueden desempeñar como intelectuales públicos que trabajan en un conjunto diversificado de esferas públicas que se extienden desde la universidad hasta los medios de comunicación de masas. A continuación, quiero centrarme en algunos elementos importantes de la obra de Hall que constituyen lo que, en sentido amplio, llamo "teoría de la pedagogía crítica pública".
La lucha por la cultura Para Hall, la cultura configura el marco de referencia constitutivo para hacer político lo pedagógico, teniendo en cuenta que nuestra forma de aprender y lo que aprendemos está vinculado inmanentemente con las estrategias de comprensión, representación y perturbación. Estas estrategias dan oportunidades para que los individuos participen y transformen, cuando sea necesario, las circunstancias ideológicas y materiales que configuran sus vidas. Una de las aportaciones imperecederas de Hall ha consistido también en hacer más pedagógica la política. Al señalar reiteradamente las diversas formas de relacionarse la cultura con el poder, y cómo y dónde funciona la cultura como fuerza educativa, política y económica, tanto simbólica como institucionalmente. Hall dice que la pedagogía cultural es el resultado de determinadas luchas acerca de representaciones, identificaciones y formas de actuar concretas. Tanto la urgencia como la relevancia de esas luchas quedan más claras cuando se definen las cuestiones de las identidades y las identificaciones. En palabras de Hall, esas cuestiones se definen "utilizando los recursos de la historia, el lenguaje y la cultura en el proceso de llegar a ser, más que de ser: no tanto "quiénes somos" y "de dónde venimos", sino qué podemos llegar a ser, cómo hemos sido representados y cómo influye esto en cómo podamos representarnos a nosotros mismos" 2^.
^^ Alan O'Shea: "A Special Relationship?" Otro desafío al modelo de la gubernamentalidad puede verse en un brillante artículo sobre la pedagogía y los estudios culturales de Richard Johnson: "Teaching Without Guarantees: Cultural Studies, Pedagogy and Identity", en: Joyce Canaan y Debbie Epstein (eds.): A Question of Discipline. Boulder, Colo.: Westview Press, 1997, págs. 42-73. (Trad, cast.: Una cuestión de discipiina. Pedagogía y poder en los estudios culturales. Barcelona. Paidós, 1998.) © Ediciones Morata, S, L.
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Para Hall, la pedagogía pública, en cuanto lucha por las identificaciones, es fundamental para suscitar cuestiones más generales sobre la forma de producirse las ideas de la diferencia, la responsabilidad cívica, la comunidad y la pertenencia al grupo "en ámbitos históricos e institucionales específicos, en formaciones y prácticas discursivas específicas, mediante estrategias enunciativas específicas" 2^. Esas estrategias no sólo se organizan en torno al modo de teorizarse el significado, sino también en torno a la lucha que implica lo que no hace mucho ha llamado Hall el "gobierno de la cultura"^s. Con esta expresión, se refiere a la lucha por el control, la regulación y la distribución de los recursos que median el conjunto de capacidades y posibilidades que capacitan a los individuos y a los grupos sociales para escoger, hacer suyas y transformar determinadas ideas de identidad, deseo y capacidad de acción. Para Hall, la política cultural se refiere, en parte, a la regulación y distribución de los recursos. Sin embargo, nuestra capacidad de pensar la política también está mediada por el modo en que la cultura rige realmente, la forma en que configura "nuestra conducta, acción social, prácticas humanas y, de ese modo, la forma de actuar las personas en las instituciones y en la sociedad en general". Nuestra capacidad de pensar la política también depende de las formas en que establece el terreno "a través del cual los límites marcan las diferencias como lugares potenciales de protesta por el significado, una política de identidad"2^. En resumen, la cultura es constitutiva de la capacidad de actuar y de la política porque proporciona los recursos a través de los cuales los individuos aprenden a relacionarse con ellos mismos, con otros y con el mundo que los rodea. Para Hall, la cultura no navega a la deriva ni es inmóvil. Sin embargo. Hall no se conforma con reconocer que la cultura es un terreno de lucha. En el transcurso de su carrera, ha insistido en que los trabajadores culturales profundicen en el significado de lo político desarrollando unas prácticas educativas que recojan y cuestionen las estrategias de representación, las formas institucionales y las tecnologías de poder que condicionan y son condicionadas por el juego indeterminado del poder, el conflicto y la opresión en la sociedad. La cultura es el campo social en el que el poder cambia una y otra vez, en el que se configuran las identidades, aunque siempre en tránsito, y en el que la capacidad de actuar se sitúa a menudo donde menos se reconoce. En este discurso, la capacidad de actuar no está prefigurada ni siempre presente, sino que está sujeta a negociación. La capacidad de actuar ofrece esperanza y un ámbito de lucha para integrar el trabajo, el juego, la vida y el deseo dentro de las prácticas y las estructuras democráticas. El modo de "situar el lugar de la política cultural" sigue siendo esencial para cualquier idea viable de una política preocupada por la forma en que los individuos y los grupos sociales reexaminen el papel que desempeñan las fuerzas educativas existentes en el mantenimiento de las relaciones dominantes de poderlo. 27 28 29 30
©
Stuart Hall: "Identity: Who Needs Identity?^ pág. 3. Ibid. . pág. 4. Hall: "The Centrality of Culture" , páq. 237. Ibid. , pág. 232.
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Según Hall, la fuerza educativa de la cultura reside en la atención que presta a las representaciones y ios discursos éticos, como auténticas condiciones del aprendizaje, la capacidad de actuar, el funcionamiento de las prácticas sociales y la misma política. La cultura da sentido a las formas, configuraciones y prácticas mediante las que las personas viven sus existencias cotidianas. Como fuerza educativa, la cultura está saturada de política. En su más amplio sentido, la cultura ofrece tanto los recursos simbólicos como los materiales, así como el contexto y el contenido necesarios para la negociación de conocimientos y destrezas. Mediante esta negociación, la cultura permite una interpretación crítica del mundo, desde una posición de acción y de posibilidad, aunque en el seno de unas relaciones desiguales de poder. La naturaleza cambiante de las representaciones, el espacio y las instituciones de la cultura en los tiempos modernos es fundamental para la comprensión de su función educativa. Por una parte, la cultura es esencial, en la medida en que, como complejo de instituciones, nuevas tecnologías, prácticas y productos, fia expandido mucho "el alcance, el volumen y la variedad de significados, mensajes e imágenes que pueden transmitirse" en el tiempo y en el espacio ^•'. Por otra parte, la explosión de la información producida en el ámbito cultural registra el cambio de pensamiento sobre el saber como tuerza primordial de producción, si no como fuerza productiva clave. En estos términos, la cultura es más que "un texto o un bien de consumo"; es el lugar "de la producción y la lucha por el poder" ^2 \_Q primacía de la cultura como fuerza esencial y epistemológica destaca su naturaleza educativa como ámbito en el que continuamente se transforman las identidades y se activa el poder. En este contexto, el aprendizaje no sólo se convierte en el medio para la adquisición de la capacidad de actuar, sino en el mismo concepto de cambio social.
La cultura como pedagogía pública Según Hall, la fuerza educativa de la cultura redefine la política de poder, la naturaleza política de la representación y el carácter central de la educación como principio definidor del cambio social; expande también nuestra comprensión del impacto público de la pedagogía como práctica educativa que "opera tanto dentro como fuera de la academia" ^^, expandiendo su alcance a través de muchos lugares y esferas. Como práctica eficiente, la pedagogía actúa en todos los espacios públicos en los que opera la cultura para asegurar las identidades; efectúa el trabajo de acercamiento para negociar la relación entre saber, placer y valores; y convierte a la autoridad en algo fundamental y, al mismo tiempo, problemático para la justificación de prácticas sociales, comunidades y formas de poder. Precisamente, este legado de poli-
31 Hall: "Subjects in History", pág. 289. 3^ Hall y cois.: Doing Cultural Studies, pág. 23. 3^ Grossberg: "Cultural Studies", pág. 248. ©
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tización de la cultura y de insistencia en la naturaleza pedagógica de la política hace tan importante la obra de Hall en el momento presente. Si se negocia, hace y rehace la capacidad de actuar dentro de las relaciones simbólicas y materiales de poder, y se activa en contextos históricos y relaciónales diversos y cambiantes, no puede eliminarse de las posibilidades autorreflexivas de la educación, ni puede eliminarse de la dinámica de la política cultural. La teoría de la articulación de Hall tiene considerable importancia para los educadores críticos cuando se analiza la forma de operar de la autoridad y el poder para vincular textos a contextos, la ideología a relaciones específicas de poder y los proyectos políticos a las formaciones sociales existentes^'*. Para los educadores, ésta es una perspectiva importante que apunta al carácter central del contexto en la configuración de la pedagogía cultural, como forma de política práctica. No sólo emergen los proyectos políticos de determinados contextos, sino, como los contextos cambian cuando se modifican las relaciones entre cultura y poder, esos proyectos sólo se hacen prácticos si permanecen abiertos, parciales e incompletos. En la obra de Hall, es fundamental la idea de que la pedagogía pública se defina por medio de sus funciones eficientes, su trabajo continuo de mediación y su atención a las interconexiones y luchas que tienen lugar en relación con el saber, el lenguaje, las relaciones espaciales y la historia. Para Hall, la pedagogía pública representa una práctica moral y política y no un simple procedimiento técnico. Lo que aquí está en juego no es sólo la llamada a vincular la pedagogía pública con prácticas interdisciplinares, transgresoras y de oposición, sino también conectar esas prácticas con proyectos más generales, pensados para fomentar la democracia racial, económica y política, para lograr un nuevo equilibrio y expandir lo que Stuart Hall y David Held han denominado "dimensiones individuales y sociales de los derechos de ciudadanía"^^. El concepto de articulación no sólo proporciona una base teórica para "el establecimiento de una relación de la falta de relación o, con mayor frecuencia, el establecimiento de una relación a partir de otra"^^. La articulación reafirma también la naturaleza política del trabajo cultural, dando un significado a los recursos que los estudiantes llevan consigo a los diversos lugares de aprendizaje, mientras que, al mismo tiempo, somete los aspectos específicos de esos significados a unos interrogantes más generales y al diálogo público. Éste es un concepto crucial para cualquier idea de una pedagogía pública. En ese proyecto, ocupa un lugar central la necesidad de comenzar en aquellas intersecciones en las que las personas viven sus vidas y en donde se produce, asume y discute el significado en las desiguales relaciones de poder que
3'' Hall; "Race, Culture, and Communications", pág. 11. 35 Uno de ios comentarios más incisivos sobre el significado y la importancia de la teoría de la articulación de Hall puede verse en; Lawrence Grossberg: "On Postmodernism and Articulation; An Interview with Stuart Hall", Journal of Communication Inquiry. 10;2, verano de 1986, páginas 45-60. 3^ Stuart Hall y David Held; "Citizens and Citizenship", en: Stuart Hall y Martin Jacques (eds.): New Times: Ttie Changing Face of Politics in tfie 1990s. Londres: Verso, 1990, págs. 173-188. ©
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estructuran los actos mundanos de las relaciones cotidianas. En este contexto, la pedagogía pública forma parte de una práctica crítica diseñada para comprender el contexto social de la vida cotidiana como relaciones vividas de poder. Hall ha insistido consistentemente en que los trabajadores culturales deben examinar de un modo crítico cómo operan los significados para resonar con ideologías que se producen en otros lugares. Los trabajadores culturales deben examinar también cómo operan los significados para legitimar y producir determinadas prácticas, políticas y relaciones sociales. Los educadores no pueden tratar los textos culturales como si fueran herméticos o puros; esos enfoques ignoran con frecuencia cómo se vinculan las representaciones con formas sociales, el poder y las luchas públicas más generales. El abordaje de los textos culturales como una forma de pedagogía pública supone negarse a limitar nuestro análisis de los textos populares centrándonos en los significados polifónicos presentes en esos textos o empleando estrategias formalistas para descifrar lo que se percibe como significados preferidos del texto. Por el contrario, una pedagogía crítica pública debe determinar cómo, en determinadas condiciones históricas, ciertos significados llegan a ser más legítimos como representaciones de la realidad, y asumen la fuerza de las premisas de sentido común que configuran un amplio conjunto de discursos y configuraciones sociales presentes en el orden social dominante. La obra de Hall destaca la necesidad de que los educadores se centren en las representaciones como modalidad de intercambio público, con el fin de examinar, como atestigua el crítico cultural Herman Gray, las formas en que "estas imágenes, en especial los significados históricos y contemporáneos que llevan consigo y las ideas que expresan, se alinean y realinean con unos discursos más amplios"^''. Como discursos públicos, las representaciones pueden comprenderse por las formas en que configuran y atestiguan los problemas éticos que animan unos debates más generales en la cultura dominante. Las consecuencias de este argumento sugieren una política cultural que investigue cómo se articulan los textos populares en unas estructuras de afectos y significados mediadas por redes de poder y dominación vinculadas a las condiciones históricas, sociales y económicas específicas de su producción.
La pedagogía pública como política He expuesto que la obra de Hall apoya la idea de una pedagogía pública, interdisciplinar en su continua participación cruzando las fronteras entre unos saberes y otros, transgresora en su desafío a la autoridad y al poder e intertextual en su intento de vincular lo específico con lo nacional y transnacional. El proyecto subyacente a esas estrategias pedagógicas puede adoptar muGrossberg: "Cultural Studies", pág. 259. ©
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chas formas, pero su impulso más profundo está enraizado en cuestiones de compasión y responsabilidad social orientada a profundizar y extender las posibilidades de acción crítica, justicia racial y democracia económica y política. La obra de Stuart Hall es agradablemente teórica, contextual y rigurosa: es accesible, pero evita las respuestas fáciles. No obstante, lo más importante es el intento de Hall de hacer práctica la esperanza y convertir la justicia social en el fundamento de su política cultural y su pedagogía. La obra de Hall instruye y perturba, abre un diálogo pero rehusa la adhesión rígida a una postura que clausura la deliberación y la reflexión. Por último, los escritos de Hall se han negado siempre a limitar los ámbitos de la educación y de la política a los "privilegiados" por los defensores de la política "auténtica". La organización de sindicatos, las manifestaciones en las calles por una legislación que frene los delitos empresariales y la organización de los trabajadores para promover vías radicales de política social son formas importantes de práctica política, pero el trabajo en las escuelas públicas, en la industria de la televisión, en bufetes jurídicos, museos o en un amplio número de esferas públicas diferentes no constituye para Hall una forma menos respetable o menos importante de trabajo político. En realidad. Hall ha pedido continuamente a los intelectuales que "aborden las cuestiones centrales, urgentes y más perturbadoras de una sociedad y una cultura del modo intelectual más riguroso que podamos" 2^. Ha instado a los trabajadores culturales a que acepten este reto en diversos ámbitos educativos y, de ese modo, ha abierto la posibilidad de trabajar dentro de las instituciones dominantes, sin dejar de desafiar su autoridad y sus prácticas culturales. Para Hall, el contexto de ese trabajo exige afrontar una importante paradoja de las sociedades capitalistas: utilizar la misma autoridad conferida en instituciones como las escuelas para trabajar en contra de esa autoridad. Esas estrategias no constituyen una retirada de la política, como creen Gitlin y otros, sino una expansión de la posibilidad de la política y la capacidad de actuar hacia las mismas instituciones que operan para acabar con las ideas de la conciencia crítica y la acción política. En este contexto, la autoridad lucha contra la tendencia a ser cómplice, y abre la posibilidad de ser opositor, transformador y contestatario. Este discurso sitúa la pedagogía pública y la política cultural "en las líneas divisorias en donde la relación entre dominación y subordinación sigue produciéndose; líneas que se extienden hasta la misma academia"^^. La reivindicación de Hall de una política cultural necesita de una pedagogía pública en la que el aprendizaje se hace indispensable para el mismo proceso de cambio social, y el cambio social se convierte en condición previa de una política que se mueve en la dirección de un orden social menos jerárquico y más radical y democrático.
38 Herman Gray: Watching Race. Minneapolis: University ot Minnesota Press, 1995, página 132. 38 Hall: "Race, Culture and Communications", pág. 11. ^° John Beverly: "Pedagogy and Subalternity: Mapping the Limits of Academic Knowledge", en: Rolland G. Paulston (ed.: Social Cartography. Nueva Yorl^: Garland, 1996, pág. 352. ©
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índice de autores y materias
ÍS7(película), 31, 88.
Bienestar infantil, 48.
Abuso Infantil, 49, 55, 67. Acomodación, 14.
BLOOM, Allan, 148. BLOOM, Harold, 150, 152. BRADLEY, Bill, 27.
ADORNO, Theodor, 68.
Brown vs. Board of Education, 137.
Aerosmith, 73. Al final del Edén (película), 73.
Bush, George, 20, 86, 109.
BURROUGHS, William, 73.
ALEXANDER, Lamar, 86.
Anuncios de vaqueros Diesel, 75. Apple, 85. ARONOWITZ, Stanley, 90, 141.
Articulación, 160. AscHER, Carol, 101. Autoestima, 59. Autoridad, 119-122, 144-147, 159. Avedon, Richard, 71. Babette's Pageant and Talent Gazette (revista), 57. BAKER, Russell, 91-92. BARBER, Benjamin R., 26. BARR, Roseanne, 53. BARZUN, Jacques, 116.
BAUDRILLARD, Jean, 69-70. BECKER, Carol, 72.
Bell Curve, The (libro), 88. Belushi, John, 73. BENNETT, William, 33, 86, 148, 152.
Bennetton, 71. BERLANT, Laurent, 145. BERNE, Robert, 101.
CABRAL, Amilcar, 141.
Calvin Klein, 28, 64, 78-80. Campbell Soup Company, 97. Capacidad de actuar, 3 1 , 73, 134, 144, 150, 154, 158, 162. Caramelo asesino (película), 31. Caratos y Snoopy (dibujos animados), 23. Caso de la Mcl\/lartin Preschool (1987), 49. Center for Commercial-Free Public Education, 96. CHANEY, Lynn, 152.
Channel One, 94, 97. Church, Sarah, 103. Clark, Larry, 73, 80. Clase social, 108, 152-153. Clinton, 8111,20,47, 77,80, 81. Cobain, Kurt, 73, 79. Coca-Cola, 99. Cohen, Ted, 55-56. Columbine High School. Homicidios de 1999, 18, 19,33. COMER, James, 100. Ediciones Morata, S. L.
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índice de autores y materias
Commercial Free Schools Act (San Francisco), 103. Comercialización de las escuelas, 93100, 103. Concurso de belleza Miss América, 63. Concursos de belleza, 51-63, 65. COPPOLA, Francis Ford, 70.
Corrección política, 152. Cover Concepts Marketing Inc., 95.
Services,
CRAIK, Laura, 80.
Crueles intenciones (película), 31. Cultura, 15, 36, 107-110, 113, 123, 132, 156-161. — comercial, 14, 36. — de mercado, 13-14. — empresarial, 17, 24, 26-34, 70, 83-86, 93-100, 103. — popular, 20, 23-25, 28, 29, 63, 127, 148, 155. — postmoderna, 69. — y mercancía, 7 1 .
Educational Alternatives, Inc., 87. Elección de escuela, 112. E/ecí/on (película), 3 1 . ELKIND, David, 23, 2 5 , 6 1 . ENTWISTLE, Harold, 114-116, 118, 121-
124. Esferas públicas, 49-50, 63, 65, 72, 112, 131, 162. Espacio recreativo, 22. Estética de la heroína, 71-82. Estudios culturales, 153-155. Exxon, 94. Face, The (revista), 78, 79. Faithfull, Marianne, 73. Familia norteamericana, 25. Feminismo, 61, 145. FINN, Jr., Chester, 84, 86, 87, 152.
FootLocker, 95. FORGACS, David, 116. FOUCAULT, Michel, 126, 155, 156. FREIRÉ, Paulo, 16, 4 1 , 116, 131, 133-136,
140-148. Dawson's Creek (programa de televisión), 23. Day, Corñne, 78, 79.
FRUCHTER, Norm, 101. FUENTES, Annette, 26.
DELAY, Tom, 33.
Garcia, Jerry, 73. General Electric, 28.
Democracia, 13, 40, 67, 100-103, 109114. Derrame de petróleo de Valdez, 94. DERRIDA, Jacques, 34, 35.
Desaparición de la infancia, 45-47. Deseo, 64, 68, 72. Defa//s (revista), 75.
GENTILE, Giovanni, 116.
Ginrich, Newt, 109. GiNSBURG, Alan, 73. Gitano, 95. GiTLiN, Todd, 150, 152-154, 162. GOLDBERG, Jim, 80.
Detour (revista), 78,79.
Goldin, Nan, 74, 80.
DEWEY, John, 99, 116, 136.
GOLDSTEIN, Richard, 45, 55. GRACE, Gerald, 97. GRAFF, Gerald, 146. GRAMSCI, Antonio, 16, 4 1 , 107-130, 141,
Diez razones para odiarte (película), 31. Discriminación positiva, 111. Disney, 54, 69, 70, 92. Drogadicción, 71, 73. — Véase también: Uso de la heroína. Drugstore Coiv/boy (película), 73. Dubroff, Jessica, 47. Economía capitalista, 7 1 . Edison Project, 87. Educadores, 14, 35-40, 100-103. Educación pública, 83-86, 135-139. Educadores. Véase también: Educación pública. Ediciones Morata, S. L.
143. GRAY, Herman, 161.
Gridlock'd {pe\\cu\a), 74. Griffin, Pam, 58. Guerra de Vietnam, 74. HAAS, Robert, 132.
HALL, Stuart, 16,41, 149-162. Harper's Bazaar (revista), 79. HARRIS, Eric, 19. HARRIS, Marly, 62.
165
índice de autores y materias HELD, David, 160. HENRY, Jeffrey, 93.
Heritage Foundation, 86. HiGONNET, Ann, 27. HiRSCH, Jr., E. D., 109, 114-124, 126, 148. Hogar como lugar seguro, 53. Hornsby, André J., 84. Hudson Institute, 86. HUNTER, Ian,
155.
I-D (revista), 78, 79. Indiferencia política, 132. Industria de la moda, 78-82. Infancia, 14-16,29-32. Iggy Pop, 73. Inocencia de la infancia, 14, 65-66. como característica moral, 46. . Idea del siglo xviii, 27. . Ideal de, 2 1 . . Mito de la, 17-18, 45. -—. Política de la, 16-26, 32. . Protección de la, 47. . Retórica de la, 32. Intelectuales, 15, 128-130, 131, 134, 162. Internet, 23, 24, 27, 28, 39. Jane's Addiction, 73. JEFFERSON, Thomas, 136.
JENKINS, Henry, 16,27, 39. JOHNSON, Richard, 15. JONES, Terry, 80.
Joplin, Janis, 73. Juego de campeones (película), 31. Kanka, Megan, 52. KANTROWITZ, Barbara, 3 1 . KATZ, Jon, 39.
KEARNS, David, 86, 87. KELLEY, Robin, 101. KEMP, Paula, 78.
Kennedy, Edward, 47. Kids {Vidas perdidas) (película), 73. King, James, 79-80. KING, Jr., Martin Luther, 103. Klaas, Polly, 52.
LA COUR, V. J., 60.
LABAREE, David, 89. LANDY, Marcia, 128.
L/fe (revista), 57. LIPSITZ, George, 37.
Littleton (Colorado). Véase: Columbine High School. Homicidios de 1999. LoTT, Trent, 19. MACEDO, Donaldo, 141.
Madonna, 29. Maestro como "otro", 144. MALES, Mike, 22 , 34. MANN, Horace, 103 ,136.
MANNING, Steven, 102-103. MARCUSE, Herbert, 133. MARK, Ellen, 58. MARSTON, Ginna, 76. MARX, Karl, 116, 121.
Marxismo, 107, 115, 141, 153. Maternidad, 21. McDean, Craig, 78. McDonald Corporation, 94, 97. McGraw-Hill, 95. Medios de comunicación, 18, 23, 28, 32, 39, 46, 54. MEIER, Deborah, 100.
Meisel, Steven, 7 1 , 78, 79. Mentes peligrosas (película), 88. Microsoft, 85. Milken, Michael, 85, 91-92. MILLER, Lois, 60.
MoLNAR, Alex, 99. Moss, Kate, 59, 65. MULHERN, Francis, 154.
Multiculturalismo, 122 Música rap, 28, 54. Mussolini, Benito, 107, 116, 126. National Center for Policy Analysis, 2 1 . National Geographic (revista), 24. Nestle, 95. NGUYEN, Long, 80.
Nil<e, 95. Niña X, 51. North American Schools Corporation, 87.
Klein, Calvin. Véase: Calvin Klein.
Olin Foundation, 86, 129. Oracle, 85.
KOZOL, Jonathan, 88.
O'SHEA, Alan, 156.
KLEBOLD, Dylan, 18, 19.
Development
Ediciones Morata, S. L.
166
Pageant Life (revista), 56, 57. PATTERSON, Orlando, 19.
Pedagogía, 34, 42, 142-144, 150-152, 154, 155. — pública, 160-162. Pena de muerte, 25. Pensamiento crítico frente a conciencia crítica, 144-146. Pepsi, 95, 97. Perfilado de la inocencia, 18. Personal Responsibility and Work Opportunity Reconciliation Act{^ 996), 47. Phoenix, River, 73. PiTTis, Jim, 25. Pobreza, 32, 7 1 . Poder, 40, 42, 71, 123, 159. Política cultural, 35-38, 42, 123, 161. — de representación, 4 1 , 71, 72, 141. la esperanza, 140-141. Pooler, Martha Marie, 96.
índice de autores y materias
Sabis International Schools, 87. Safer, Morley, 60. SAID, Edward, 14. SCOTT, Ridley, 70.
Seguro médico, 32. SENNETT, Richard, 69, 72.
Sex Pistols, 73. Sexualización de los niños, 26, 50, 53, 54, 55. Sims, David, 78. Sindicatos de maestros, 112. Sixty Minutes (programa de televisión), 60. SizER, Ted, 100. SLEEPER, Jim, 152.
Smith, Patti, 73. Sony 85. Sorrenti, Davide, 77, 79. Sorrenti, Mario, 78. Starburst, 95.
POPPER, Karl, 116.
STEPHENS, Sharon, 20. STRATMAN, David, 98.
Pornografía, 23, 28. POSTMAN, Neil, 23-24, 46-47.
Superchicos, 25. Sustituto, E/(película), 31.
POWERS, Ann, 38, 76.
SYKES, Charies, 115.
Privatización, 14, 86-93, 112. Producción cultural, 70. — del conocimiento, 117-118. Proposición 209 (California), 111. Publicidad, 65, 70, 93, 95. — Véase también: Comercialización de las escuelas. Pulp Fiction (peli'cula), 73. Racismo, 111. Ramsey, JonBenet, 50-58. Rather, Dan, 54. RAVITCH, Diane, 86, 115, 148.
Reagan, Ronald, 20, 86, 109, 138. Reed, Lou, 73. Relaciones entre maestro y alumno, 121. Representación, 133, 161. Representaciones de la juventud, 3 1 . Resistencia, 154. Rethinking Scliool Collective,ÍQQ. REYNOLDS, Pamela, 79. RICH, Frank, 55.
Richards, Keith, 73. Richardson, Terry, 78. Roles de género, 59, 64. RoRTY, Richard, 180. Ediciones Morata, S. L.
Tecnología, 23-25, 127. Televisión, 23-24, 46. Teller, Juergen, 78. Teoría, 36. Textos culturales, 133, 161. Time-Warner, 28. Timmendequas, Jesse, 52. Tiroteos en la escuela, 2 1 . Véase también: Columbine High School. Homicidios de 1999. ToMASKY, Michael, 152. Trabajo educativo, 35, 37. Tra/nspoff/ngf (película), 73. Transgresión, 72, 74. Tribu de los Brady, La (programa de televisión), 23. Trump, Ivanka, 65. Tulsa (ensayo fotográfico), 73. Uso de la heroína, 73-76. Utopismo, 134. Valor cívico, 103, 152. Vicious, Sid, 79.
índice de autores y materias
Videojuegos, 23, 24. Violencia, 33. Vogue (revista), 79. 1/1/(revista), 78.
167
Westinghouse, 28. WILLIAMS, Patricia, 18. WINFREY, Oprah, 53. WiNGERT, Pat, 31. WOLF, Naomi, 59.
WAGONER, James, 34.
WALKERDINE, Valerie, 63. Warhol, Andy, 70. WARNER, Marina, 14.
Youngtalk Advertising Agency, 95. ZapMe, 94.
WEST, Cornel, 40,
ZEMSKY, Robert, 84.
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Henry A. GIROUX revela en este libro cómo la cultura empresarial está invadiendo la vida de niñas y niños, intentando "robar su inocencia" para incorporarlos rápidamente al mercado, convirtiéndolos en consumidores. Examina tres grandes mitos dominantes en nuestra sociedad: 1) que el triunfo de la democracia y de la cultura liberal está relacionado con el triunfo del mercado, 2) que tanto la infancia como su característica "inocencia" reflejan aspectos de un estado natural y no les afectan la historia, la sociedad, el poder y la política, 3) que la enseñanza y el aprendizaje ya no están vinculados a la mejora del mundo, asumiendo así un fatalismo que se disimula con la cultura del profesionalismo. Contemplando los concursos infantiles de belleza, la violencia en las escuelas y la omnipresente seducción nihilista de la publicidad, el autor presenta un panorama poco tranquilizador del mundo que rodea en la actualidad a chicos y chicas. No obstante, también examina las obras de Antonio GRAMSCI, Paulo FREIRÉ y Stuart HALL para revisar sus lecciones sobre cómo promover una educación y un ambiente cultural más realista y sano para la infancia. Henry A. GIROUX ocupa la cátedra Waterbury de Educación Secundaria de la Facultad de Educación de la Pennsylvania State University. Colección: Psicología
EDICIONES MORATA, S. L. Mejía Lequerica, 12. 28004 - Madrid
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