LEALTAD Y PASIÓN CONSUELO MARIÑO
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TITULO: LEALTAD Y PASION AUTORA: CONSUELO MARIÑO CANCHAL COPYRIGHT: CONSUELO MARIÑ...
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LEALTAD Y PASIÓN CONSUELO MARIÑO
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TITULO: LEALTAD Y PASION AUTORA: CONSUELO MARIÑO CANCHAL COPYRIGHT: CONSUELO MARIÑO CANCHAL I.S.B.N.: 84-95671-02-6 DEPOSITO LEGAL: SA-28-2001
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E
l caluroso día de junio se desplomaba, despiadadamente, sobre la capital del Ebro. Era la hora de comer y los zaragozanos ya se habían recluido en sus casas huyendo del sol de justicia que calentaba cada rincón de la ciudad. - Con la primavera tan fresquita que hemos tenido y va a aparecer el calor justo hoy que viene tío Mateo, con lo mal que le sienta -comentó Elena bajando las persianas para aliviar un poco la temperatura dentro de la casa. - Aunque viva en Madrid, tu tío es un alma del Pirineo. El verde, el frescor y el aire puro de la montaña le dan la vida contestó su madre, ocupada en ordenar el salón para que su cuñado se encontrara a gusto en su casa. Elena estaba poniendo la mesa con esmero, colocando con precisión la bonita vajilla que su madre tenía reservada para las grandes ocasiones. Tenían guardada otra mejor, pero nunca la ponían cuando venía tío Mateo porque a él le traía tristes recuerdos. Las copas tintinearon al chocar ligeramente unas con otras, trayéndole a la memoria fragmentos de su infancia, cuando su tía Natalia aún vivía y todos brindaban alegremente por cualquier motivo. La muerte de su tía había sido una pérdida insustituible, especialmente para Mateo, el marido, y para Rosa, su hermana. Cada vez que se reunían, todos evitaban mencionar el 3
trágico accidente, a pesar de que la imagen de Natalia estaba continuamente en sus mentes. Elena sacudió la cabeza con pesar, en un intento de desvanecer esos dolorosos recuerdos. Su tío Mateo estaba a punto de llegar y ellas tenían que mostrarse alegres para que su ánimo no desfalleciera. Querían mucho a su tío y se habían propuesto alegrarle la vida cada vez que estuvieran juntos. Bastante tenía con sentirse culpable por no haber podido acompañar a su mujer en ese nefasto viaje. Como todos los veranos, Mateo las visitaba en Zaragoza y comía con ellas antes de desplazarse a Huesca, ciudad de la que era oriundo y donde aún conservaba la antigua casona de su familia. Durante dos meses se olvidaba de sus múltiples negocios y compromisos, se instalaba en el viejo edificio del siglo XVIII y se dedicaba a restaurar los desperfectos que se ocasionaban durante el invierno. También se preocupaba de contactar con sus amigos y de recorrer las rutas de montaña que tan bien conocía. - Y a cualquiera que ame la naturaleza. El lugar donde está ubicada la casona es precioso y la casa en sí y sus jardines son una maravilla. Me encanta que tío Mateo la haya conservado en tan perfectas condiciones. Absorta en sus pensamientos, Rosa recordó con tristeza a su hermana Natalia. Había disfrutado mucho en esa casa, rodeada siempre de todo el esplendor que su marido le proporcionaba y del inmenso amor que ambos se profesaban. Muerta prematuramente, Mateo aún no había superado esa tragedia. Tampoco la familia, que siempre la echaría de menos. Las palabras de su hija la sacaron de su abstracción. - Mamá, suena el timbre. ¿Puedes abrir, por favor? - ¡Ah, sí! -exclamó Rosa todavía distraída-: seguro que es él. Mientras su madre se dirigía hacia la puerta, Elena llamó a su hermana, que siempre estudiaba hasta la hora de comer. Mari Luz se levantó de la silla en la que llevaba sentada varias horas, delante 4
de una mesa llena de temas subrayados, y se unió a Elena para recibir a su tío. Cariñoso y atento como siempre, Mateo las saludó con un fuerte abrazo, demostrándoles con su afecto el cariño que aún seguía sintiendo por la familia de su difunta esposa. - Puedes estar orgullosa, Rosa: tus hijas están cada día más guapas -comentó mirándolas con afecto. Las dos jóvenes se echaron a reír. - No sé si creerte, Mateo; desde que tengo uso de razón te oigo siempre el mismo halago -dijo Elena con sonrisa complacida-, pero me encanta. También debo decir que tú también te conservas muy bien. De estatura mediana y complexión fuerte, Mateo LópezGévora inspiraba confianza con su franca sonrisa y su mirada serena. Sólo la muerte de su mujer había logrado desquiciarlo por un tiempo, quedando restos de su dolor en su rostro y en las canas que habían blanqueado su pelo en poco tiempo. Mateo estalló en carcajadas. - ¿Ves?, por mucho que hoy en día las mujeres se hagan las modernas, en el fondo os gustan nuestros piropos. - A nadie le amarga un dulce -contestó Mari Luz con sonrisa pícara mientras se tomaba del brazo de su tío y lo guiaba hacia el comedor. - Por cierto, ¿dónde está Roberto? -preguntó Rosa. Mateo se encogió de hombros. - Ya sabes lo testarudo que es. Trabaja conmigo desde que era un crío y sabe perfectamente que lo consideramos parte de la familia; pues nada, el muy tonto dice que tendremos que hablar de nuestras cosas y que él no pinta nada. Ha prometido venir más tarde a tomar café. - Ese hombre es una joya, pero con nosotros no tiene por qué mostrarse tan discreto: su compañía nos es muy grata contestó Rosa con sinceridad. Apreciaba al ayudante y amigo de 5
Mateo. Siempre había sido muy atento con ella y cariñoso con las niñas. Mateo lo sabía, pero no podía luchar contra la testarudez de su amigo. A pesar de ser su empleado, ambos se trataban como hermanos. La lealtad entre ellos era absoluta, habiéndose hecho imprescindibles el uno para el otro a lo largo de los años. Rosa y su hija Elena habían preparado una suculenta comida. Querían mucho a Mateo y les gustaba agasajarle. A pesar de que se veían poco, el acaudalado Mateo siempre había estado pendiente de ellas, especialmente a raíz de la muerte de su padre. Él siempre estaba muy ocupado. De hecho, sus negocios lo llevaban por todo el mundo. De todas formas, hablaba con ellas por teléfono; le gustaba estar al corriente de los progresos de las chicas. Su cita con ellas en Navidad nunca fallaba, y durante los dos meses de verano que pasaba en Aragón se veían con frecuencia. - ¡Hummm... está buenísimo! -exclamó mirando a su cuñada-. No hay nadie que prepare el pollo al chilindrón como tú, Rosa. Eres una cocinera excelente. - Muchas gracias; me alegro de que te guste. - Bueno... ¿y vosotras qué me contáis? A ver, Mari Luz, ¿qué tal llevas las oposiciones? La joven movió la cabeza con gesto resignado. El tema de sus estudios era de por sí aburrido; nunca había novedad. Prácticamente se pasaba todo el día encerrada estudiando. - Con paciencia y mucho esfuerzo. Salen pocas plazas de secretario de ayuntamiento, pero estoy decidida a sacar una. Su tío le dio unas palmaditas en el hombro. - Así se habla, muchacha. Hay que encarar las circunstancias con voluntad y decisión. También sabes que si lo deseas yo te puedo conseguir un trabajo en un buen bufete de abogados. Mari Luz le sonrió agradecida. 6
- Muchas gracias, tío Mateo, pero me temo que, como muchos españoles, yo también tengo espíritu de funcionaria. Mateo se echó a reír. - Cada uno tiene que elegir su camino, y ése, sin duda, es un trabajo muy cómodo. - Si te gusta no lo hay mejor -intervino Elena-: buen sueldo, buen horario y sin temor a que en cualquier momento te manden al paro. - Entonces, Elena, ¿tus pasos también van encaminados hacia la Administración? - Quizás hacia la enseñanza. La carrera de Hispánicas no tiene muchas salidas, pero a mí me encanta la literatura y voy a poner toda mi voluntad en conseguir un trabajo digno. Mateo aprobó con satisfacción la determinación de su joven sobrina y la miró con admiración. Con 24 años, rubia y con unos ojos verde mar que cautivaban, la consideraba una de las mujeres más guapas que había conocido. Siempre le pareció sensata y prudente, un modelo de mujer y un digno ejemplo de las jóvenes de su generación. - El curso que has hecho de documentalista te ayudará, ¿no? - Yo creo que sí. He solicitado una beca para trabajar en la facultad con mi tesis. También la he solicitado en la Complutense y en algunas fundaciones de Madrid. El entusiasmo brillaba en sus ojos. Le encantaba su carrera y tenía muchas esperanzas puestas en el futuro. Se negaba a desanimarse, como le sucedía a algunos de sus compañeros. Buscaba trabajo continuamente sin desaprovechar ninguna oportunidad. A pesar de todo aún no tenía nada estable, por ese motivo ocupaba su tiempo trabajando en proyectos que ampliaran su curriculum. - Como veo que estás preparada, yo te voy a ofrecer el primer trabajo -sugirió Mateo echándose hacia atrás en la silla y mirándola con gesto enigmático. 7
Las tres mujeres dirigieron sus ojos hacia él con curiosidad. - Ya sabéis -continuó-, que la casona tiene una enorme y nutrida biblioteca. Desde que mi bisabuelo la compró, se han ido acumulando los libros y... la verdad es que yo no he tenido tiempo de catalogarlos. Podía haberlo mandado hacer, pero nunca se me ocurrió. Ahora, si tienes tiempo, te encargo ese trabajo. Elena pestañeó asombrada, completamente extasiada ante la perspectiva de un trabajo, y además un trabajo que le entusiasmaba. - ¿De verdad? Mateo le sonrió con cariño. - Pues claro, cielo. He de añadir que el sueldo... - ¡Por Dios, tío...!, pero ¿qué cosas dices...? Lo haré encantada sin... - Entonces no hay trato -contestó Mateo, tajante-. Si trabajas para mí recibirás un buen sueldo, como todos mis empleados. Si te hago este ofrecimiento es porque necesito tu ayuda para organizar de una vez por todas esa biblioteca. Aunque a ti te gusten esas labores, te aseguro que no será fácil y te llevará muchas horas. Para mí será un alivio saber que cuento contigo. Elena miró a su madre en busca de ayuda. Rosa la apoyó. - Somos familia, Mateo, y no creo que sea necesario... Mateo levantó la mano, dando por terminada la discusión. - Los negocios son los negocios y hay que mantenerlos apartados de la amistad y de los lazos familiares. Ese es un lema que los empresarios nunca olvidan. Si Elena trabaja para mí recibirá un sueldo. Si no aceptas -prosiguió mirándola con suavidad-, lo comprenderé. Quizás tengas ya hechos algunos planes para el verano... Elena se apresuró a negarlo. - No, no, si no tengo planes de trabajo. Tu oferta es muy generosa y estoy encantada de aceptarla. 8
Todo había quedado arreglado. Durante los dos meses de verano, Elena se trasladaría a Huesca y se instalaría en la casa de su tío. Sabía que el trabajo de documentación y catalogación le llevaría mucho tiempo, pero no le importaba. Le ilusionaba iniciarse en la profesión y no escatimaría horas al trabajo. Vivir en la casa de su tío ya suponía un lujo y si además se dedicaba a lo que le gustaba... en esos momentos no se le ocurría una actividad mejor. Estaba realmente encantada. Cuando Roberto llegó, todos se reunieron en el salón para tomar el café. Rosa le reprochó que no se hubiera presentado a comer y él le prometió aceptar con gusto su invitación en la próxima ocasión. - Por cierto, Mateo, ¿qué tal están tu cuñada y tus sobrinos? -le preguntó Rosa a su cuñado. - Muy bien. Inés sigue muy ocupada con su ajetreada vida social y sus instituciones de caridad. Es una mujer muy activa y cariñosa. A pesar de sus compromisos, siempre encuentra algún rato durante la semana para visitarme. Mateo apreciaba mucho a la mujer de su hermano. Los dos habían sufrido la pérdida del cónyuge, consolándose como hermanos en los momentos más difíciles. Sus sobrinos, la única familia directa que tenía, eran como dos hijos para él. Mateo los había guiado en sus estudios y los había aconsejado cada vez los jóvenes habían buscado a una especie de padre para sus confidencias y dudas. - Javier y José Luis -prosiguió Mateo- trabajan conmigo, como ya sabes. El mundo de la empresa y de los negocios lo llevan en la sangre y lo hacen de maravilla. Estoy orgulloso de ellos. - Deberían estar ya casados -saltó Roberto con gesto reprobatorio-. ¡Con todas las mujeres que les rondan y no acaban de decidirse...! Mateo miró a su amigo y se echó a reír. 9
- En el fondo eres un sentimental, Roberto. Te encantaría ver la casa llena de chiquillos revoltosos. Una candorosa sonrisa se dibujó en los labios del fiel empleado. Quería a los jóvenes como si fueran de su propia sangre y no deseaba que pasaran por la vida en la soledad que a él lo había envuelto muchas veces. Esa etapa ya estaba superada, pero deseaba que ellos gozaran de una felicidad más enriquecedora. - Ya tienen edad: Javier tiene 29 años y José Luis 28. Los jóvenes actuales andan demasiado libres. Fundar una familia los hace madurar y sentar la cabeza. - Yo creo que Roberto tiene razón -admitió Rosa-, pero hoy en día la juventud se toma estos asuntos con más calma. Antes éramos más alocados y nos lanzábamos al matrimonio con poca experiencia y menos dinero. Ahora los jóvenes se lo piensan más y desean disfrutar de las mismas comodidades que han tenido en sus casas. Ese proceso lleva tiempo. Las dos jóvenes estuvieron de acuerdo. Había muchas cosas que hacer antes de embarcarse en algo tan serio como el matrimonio: estudiar una carrera, conseguir un trabajo, adquirir algo de experiencia en la profesión... - Ese no es el caso de Javier y José Luis -insistió Roberto-. Esos dos están demasiado mimados por su madre, por todos nosotros y en especial por las mujeres... - Quizás es que no han encontrado a la mujer apropiada -intervino Mateo-. El amor no se impone, llega en el momento menos pensado -aseguró reflexivo. - Sí, pero si lo dejas pasar... Todos se echaron a reír. No había duda de que Roberto no deseaba la soltería para los sobrinos de Mateo. A pesar de ser él mismo un solterón, al parecer no lo consideraba el estado ideal.
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Había pasado una semana desde la visita de su tío y Elena había quedado en llegar a la casa de Mateo ese lunes. Estaban a principios de julio y ella necesitaría los dos meses completos para realizar bien su trabajo. Había comprado ya todo el material que necesitaría para la catalogación de la biblioteca y ya estaba impaciente por empezar. Llamaron al timbre y Elena recibió a Jorge con un beso. - ¿Qué tal está tu madre? -le preguntó el joven con gesto preocupado. - Regular. Ven, pasa; está en su dormitorio. Rosa sonrió a Jorge cuando lo vio entrar en la habitación. Le gustaba ese hombre para su hija. Además de amable, resultaba muy agradable de mirar por sus rasgos armónicos, su cálida sonrisa y sus bonitos ojos castaños. Salían desde hacía un año y, a pesar de que le llevaba diez años a Elena, parecían comprenderse bien. Rosa padecía una enfermedad cardiovascular y era continuamente vigilada en el hospital. Elena siempre acompañaba a su madre y allí había conocido a Jorge Albalá. Él era microbiólogo y desde que se conocían estaba pendiente de Rosa, ocupándose de que sus compañeros la recibieran en cuanto lo necesitaba. Jorge era un estudioso, lo que se dice una rata de laboratorio. Hombre tranquilo y bondadoso, dedicaba sus energías y la mayor parte de las horas del día a su intenso trabajo. Estaba volcado en sus investigaciones. Solamente las salidas con Elena los fines de semana le abstraían de su dura labor. - Eres muy atento, Jorge. No sé cómo podríamos agradecerte tu dedicación -susurró Rosa con gesto cansado. Jorge sonrió y le tomó una mano con delicadeza. - No hay nada que agradecer. Me conformo con que te cuides lo más posible. Vas muy bien. En unos días estarás estupendamente. 11
Con su amabilidad, Jorge siempre lograba tranquilizar a Rosa. Su presencia y sus ánimos la hacían sentirse esperanzada, olvidando momentáneamente sus preocupaciones por su enfermedad. - Mañana te toca revisión, así que nos veremos en el hospital -dijo antes de despedirse y salir de la habitación con Elena. - No te preocupes, tu madre mejorará -le aseguró a Elena al verla tan compungida-. Su enfermedad es delicada, eso ya lo sabes, pero con los cuidados adecuados la calidad de vida puede ser bastante buena -le aseguró rodeándole los hombros con el brazo para consolarla. Elena se abrazó a él melancólica, deseando creer lo que él acababa de afirmar. - Me entristece mucho que mamá tenga esas recaídas. Intenta mantenerse animada por nosotras, pero debe ser muy triste vivir esperando una nueva crisis. - La medicina avanza muy deprisa. Estoy seguro de que cada vez se controlarán con menos riesgos ese tipo de enfermedades. Jorge la animó todo lo que pudo, y aunque la noticia de la partida de Elena hacia Huesca le entristeció un poco, se alegró enormemente por ella. - Es una oportunidad excelente, Elena: un trabajo remunerado en lo que más te gusta, en un ambiente agradable y en un lugar precioso. ¿Qué más se puede pedir? Elena le besó agradecida. - Gracias por tu apoyo, Jorge. Estoy encantada con el trabajo. Sólo que... no me gusta dejar a mi madre en estas condiciones. - Ella ya estará mejor mucho antes de que te vayas y además... me tienes a mí. Yo me ocuparé de ella, no te preocupes. Ya en el portal de su casa, Jorge prometió visitarla pronto. - En cuanto tenga un rato libre iré a verte. Te voy a echar mucho de menos. 12
Ambos se besaron dulcemente, con la suavidad y calidez que caracterizaban a Jorge. Era un hombre excelente, y ella le tenía mucho cariño. Pese a que Elena ya conocía la magnificencia de la casa familiar de su tío, de nuevo se sintió impresionada ante la belleza del jardín, poblado de árboles de diferentes especies y adornado con setos de boj y bellos macizos de flores. El verde rodeaba la magnífica casona de piedra, destacando en su sólida fachada varios balcones rematados por impresionantes barandillas de hierro forjado. Cuando eran pequeñas, sus padres las llevaban allí algunos fines de semana a lo largo del verano. Durante esos días, las hermanas disfrutaban de un lujo y un espacio que las hacía inventar aventuras como si estuvieran en un palacio. Se bañaban, jugaban con su tía, a la que adoraban, en el frondoso jardín y hacían bonitas excursiones por la montaña. Al ir creciendo, los estudios y los viajes a Inglaterra impidieron esas visitas. A pesar de esas ausencias, Elena nunca olvidó ese hermoso lugar, guardándolo en su memoria como uno de los recuerdos más bellos de su infancia. Ahora que lo tenía delante, suspiró ensimismada, sintiéndose muy afortunada por tener la oportunidad de trabajar allí. Mateo la recibió con alegría y le mostró la biblioteca en la que trabajaría. Ahora le parecía aún mayor y más espectacular de lo que le había parecido de pequeña. Las estanterías de sólida madera llegaban hasta el techo, partidas por una doble planta, una especie de galería en la parte superior con el fin de facilitar el acceso a los libros más altos. Una escalera de caracol permitía ascender hasta esa galería. - Tienes ese escritorio delante del ventanal -le señaló Mateo, aunque quizás te manejes mejor en aquella mesa más grande. Es 13
la que usamos mis consejeros y yo cuando nos reunimos aquí en verano. Elena miraba en derredor extasiada, mientras daba vueltas contemplando los artesonados de los techos. - No creo que existan ya bibliotecas como ésta. Es magnífica, un placer para la vista, y no te digo para el conocimiento... Mateo la observó con satisfacción. - No sabes cómo me complace que te guste tanto. Me temo que cuando compruebes todo el trabajo que hay aquí quizás te decepcione -sugirió mirándola por el rabillo del ojo. Elena dio un respingo. - ¡De eso nada! Todo el trabajo que tenga aquí será placentero. Tras familiarizarse de nuevo con la casa y los magníficos jardines que la rodeaban, Elena se puso inmediatamente a trazar su plan de trabajo. Los primeros días se dedicó a clasificar los libros por orden alfabético y a agruparlos por secciones. Pasó muchas horas trabajando sin darse cuenta del paso del tiempo. Cada vez que el mayordomo le anunciaba que la cena estaba servida, nunca podía creer que fueran ya las nueve y media de la noche. - No puedes llevar ese ritmo todos los días, Elena. Debes aprovechar también tu estancia aquí para disfrutar de la naturaleza y de algunos baños en la piscina. La joven miró a Mateo con candor. Ese hombre era maravilloso, pendiente de cada uno de los miembros de su familia y atento siempre a las más nimias necesidades. Eran el aplomo y la sencillez con la que hablaba, la tranquila exposición de sus sensatos criterios y la determinación que transmitían sus ojos los que desvelaban ante los demás una atrayente personalidad. 14
- A pesar de las altas temperaturas, dentro de la casa se está muy bien. De todas formas suelo bañarme al mediodía. También aprovecharé los fines de semana para pasear un poco. César, el mayordomo, los interrumpió y le acercó un teléfono portátil a Mateo. - Es su sobrino Javier. Mateo habló durante un rato con él y luego le explicó a Elena que Javier acababa de llegar de los Estados Unidos. - Tenemos importantes negocios con algunas compañías americanas y ha tenido que pasar allí un año. No creo que haya sido ningún sacrificio -afirmó con sonrisa pícara-. A los jóvenes les suele gustar ese país. He de reconocer que el chico ha respondido. Durante todo el tiempo que ha estado ausente, Javier ha realizado un trabajo magnífico -admitió con orgullo. Al comprobar la valía de sus sobrinos, los había introducido en sus empresas, sorprendiéndose muy pronto de la magnífica gestión de los dos jóvenes. Siempre había tenido buenas expectativas de su trayectoria, pero no dejó de sorprenderle que los dos se involucraran en los negocios con tanta facilidad y eficacia. También le anunció que sus sobrinos llegarían el sábado para pasar allí el fin de semana. - Me alegro también por ti, Elena, así habrá en la casa gente joven con la que puedas hablar. Elena había visto a los sobrinos de Mateo dos o tres veces en su vida cuando todos eran pequeños. Después, no habían vuelto a coincidir. Los conocía por referencias: su tío hablaba mucho de ellos. El viernes por la tarde, mientras Elena estaba aún trabajando en la biblioteca, oyó el sonido de un coche en el exterior y posteriormente voces en el hall: eran los López-Gévora. La joven no salió de la biblioteca. Prefirió darles tiempo para que pudieran saludarse en la intimidad, sin que ninguna intrusa estuviera delante. 15
- ¡Bienvenidos, chicos, es un placer veros! -exclamó Mateo abrazando a sus sobrinos-. ¿Habéis tenido buen viaje? - Estupendo. -José Luis se adelantó y le presentó a la chica que los acompañaba-. Me parece que no conoces a Sonia. -La joven sonrió y alargó la mano para estrechar la de Mateo. - Encantada. Mateo le devolvió la sonrisa y saludó a la muchacha con simpatía. - El placer es mío, joven. Espero que lo pases bien en nuestra casa -le deseó con amabilidad-. Soy un hombre de suerte. De repente, este fin de semana voy a verme rodeado de dos de las mujeres más guapas que he conocido -indicó de forma enigmática. - ¿Dos? -preguntó Javier después de abrazar a su tío. - Elena, mi sobrina, está aquí. Trabajará para mí durante los dos meses de verano. Es una criatura encantadora; le gustará tener compañía de gente joven. Javier y José Luis se miraron sorprendidos, preguntándose en qué podría trabajar una chica allí. - Elena está ordenando y catalogando los libros de la biblioteca. Aunque yo creo que trabaja demasiado, ella afirma estar encantada. Os la presentaré ahora mismo -sugirió Mateo encaminándose hacia el lugar de trabajo de Elena. - Teniendo en cuenta todos los libros que hay, tiene trabajo para largo -reconoció Javier. Con una fingida mirada severa, Roberto amonestó a Javier por su larga ausencia. - Ya era hora de que volvieras a casa. Nos has tenido abandonados durante demasiado tiempo. Javier lo abrazó riendo. - ¿Tan pronto empiezas a regañarme? - Te hemos echado de menos, muchacho -afirmó emocionado el fiel empleado-; estamos muy contentos de que 16
hayas vuelto a casa sano y salvo. ¿Y... esta joven tan guapa? preguntó mirando a Sonia con una sonrisa. José Luis se la presentó como una amiga y Roberto le dirigió una mirada de satisfacción, especulando optimistamente acerca de esa "amistad". - Por fin... Al menos parece que uno de los dos piensa con sensatez -apuntilló mirando a los jóvenes con sorna. Javier levantó una mano para atajar lo que Roberto iba a decir. - Por favor, no empieces tan pronto; espera por lo menos a que descansemos del viaje -dijo con buen humor al tiempo que rodeaba con su brazo los hombros de Roberto-. Un poco más tarde, prometo escuchar tus consejos. - Para el caso que me haces... - Pero si siempre te hemos obedecido -continuó el joven con buen humor. - Casi siempre -le recordó Roberto mientras juntos dirigían sus pasos hacia la biblioteca, siguiendo a su tío. - Nos estamos haciendo viejos, Roberto. Cada día nos mostramos más sentimentales; si no nos espabilamos estos cachorros nos aniquilarán -afirmó Mateo sonriendo. El grupo entró en la biblioteca y encontró a Elena subida en la escalera, intentando sujetar unos libros. A pesar de que la casa se mantenía limpia y cuidada durante todo el año, los libros acumulaban mucho polvo. Elena los limpiaba primorosamente, lo que aumentaba su labor y las horas dedicadas al trabajo. También aumentaba su desaliño, pues el polvo se expandía principalmente sobre su persona. Vestida muy informalmente, con bermudas y camiseta y con el pelo recogido descuidadamente con una pinza en lo alto de la cabeza, Javier apreció instantáneamente la bonita figura de la joven. - ¿Necesitas ayuda, Elena? -le preguntó Mateo. 17
- No, gracias -contestó ella más bien automáticamente, concentrada en la tarea de elegir cuidadosamente los ejemplares que necesitaba en esos momentos. - Si puedes interrumpir un momento tu trabajo me gustaría presentarte a mis sobrinos. Elena se volvió, les dirigió una cálida sonrisa y descendió de la escalera. Antes de aproximarse a ellos cogió un trapo e intentó quitarse el polvo de las manos. Javier la observó detenidamente mientras ella se acercaba, sorprendiéndose de que ni la sencilla vestimenta ni su aspecto descuidado debido a las manchas de polvo disminuyeran lo más mínimo el atractivo de esa mujer. - Elena, estos son mis sobrinos: Javier y José Luis LópezGévora. Esta joven es una amiga de ellos y se llama Sonia. Los dos hombres tomaron la mano que ella les tendía y la miraron admirados. Ninguno de ellos había esperado encontrar una mujer tan guapa encerrada en la biblioteca de su tío. Los bellos ojos de Elena se movieron risueños, acogiendo con simpatía a los tres jóvenes. Los dos hermanos le parecieron muy distintos. José Luis era muy parecido a Mateo, incluso en el color castaño de sus ojos y su sonrisa afable; en cambio Javier era más alto, muy atractivo, moreno y con unos cautivadores ojos grises, quizás el típico guaperas arrogante y superficial de Madrid, pensó Elena, divertida. - Encantada de conoceros. - En realidad ya os conocíais -observó Mateo-, pero erais pequeños y no creo que os acordéis. Se acordaban sólo vagamente. Durante la cena se pusieron al día de sus actividades y Elena se sintió agradecida al contar también con la compañía de Sonia, una joven agradable con la que simpatizó inmediatamente. Javier reía de las ocurrencias de su tío y contestaba a las preguntas que Elena le hacía sobre Estados Unidos. 18
- Después de ver tantas películas americanas, uno tiene la sensación de conocer ese país, pero la realidad debe ser muy distinta. Me gustaría visitar Nueva York -expuso Elena con sencillez. - Es una ciudad de contrastes -contestó Javier-: maravillosa y miserable. La mayor opulencia, los mejores negocios y el mejor Arte se dan cita allí, pero también se encuentran las miserias más depravadas. Sin duda atrae al visitante por su espectacularidad y su variedad. Elena asintió. - Eso suele ocurrir en todas las grandes ciudades. Es triste que no se puedan erradicar esas terribles lacras. - Aún así, Nueva York es única -continuó Javier-. Es un placer recorrer sus calles, sus tiendas, asistir a las obras de teatro y visitar las galerías de arte. Creo que merece la pena conocer todo eso. José Luis se interesó por el trabajo de Elena y la conversación giró hacia el plano profesional. Ella sabía que Javier era ingeniero industrial y José Luis, químico. Los dos trabajaban en las empresas López-Gévora aunque en secciones diferentes. Sonia era informática y trabajaba en una de las empresas. Allí se habían conocido José Luis y ella. Antes de irse a dormir quedaron en desayunar temprano. Irían de excursión a Ordesa, donde recorrerían una de las rutas de montaña. A todos les agradaban las largas caminatas y a pesar de que Elena estaba desentrenada últimamente, no le achantaba el reto. La montaña le entusiasmaba, especialmente su silencio, su olor y su magia. Mateo, Roberto, Javier y Elena compartieron el mismo coche, dejando que la pareja formada por José Luis y Sonia disfrutaran del viaje a solas. 19
Los senderos, bordeados de bosques de abetos, hayas y avellanos los llevaron a través de altas montañas, bellos valles y verdes praderas. Si bien el grupo conocía muy bien el Pirineo, siempre era un placer volver a adentrarse en el embrujo del esplendor pirenaico, disfrutando de la naturaleza en su estado más puro y relajándose con la música de fondo que emitían los animales que poblaban esos contornos. Apoyado en un bastón que siempre le gustaba llevar cuando caminaba por la montaña, Mateo charlaba con Roberto acerca de las especies de árboles alineados a lo largo del camino. El grupo de jóvenes iba detrás comentando la belleza del lugar y explicándole especialmente a Sonia, que era la primera vez que visitaba los Pirineos, las características de la ruta por la que iban caminando. - Nunca me imaginé que el interior de estas montañas fuera tan precioso. Tanta belleza llega a ser sobrecogedora -comentó la joven sin dejar de mirar a todos lados. Javier miró a Elena, que en esos momentos se había detenido para contemplar más de cerca una planta de boj. Suavemente pasó los dedos por las hojas, acercándose un poco más para examinar sus pequeñas flores blanquecinas. - Siendo de aquí, supongo que tú sí conocías estos senderos -dijo Javier dirigiéndose a Elena. Ella se incorporó y se colocó a su lado para continuar andando. - Sí, cuando éramos pequeñas e incluso adolescentes, vinimos muchas veces con mis padres y mis tíos. Mi hermana y yo nos escondíamos entre los árboles y mi padre y Mateo jugaban a encontrarnos. A todos nos encantaban estas excursiones. - Son relajantes. - Desde luego; visitar estas montañas y respirar su aire puro nos ayuda a los que vivimos en las ciudades a desintoxicarnos de la polución y el ruido. 20
Javier la escudriñó con curiosidad. - ¿Y no te resultará aburrido pasarte todo el verano en esa biblioteca? Elena rió. - En absoluto. Es mi primer trabajo y estoy muy ilusionada y decidida a realizarlo bien. Mateo ha sido muy bueno al brindarme esta oportunidad. Por nada del mundo la desaprovecharía. Javier la miró con curiosidad. Afortunadamente, él no había tenido el problema de miles de jóvenes españoles a los que no les resultaba fácil encontrar un trabajo. Desde que terminó el bachillerato, su objetivo al estudiar la carrera fue trabajar en los negocios de la familia. La parte de su padre la habían heredado su hermano y él, y ahora compartían con Mateo la dirección de los negocios. Tras comer en un albergue, el grupo volvió por otra ruta distinta, admirando nuevos paisajes y disfrutando del frescor de los bosques. El día había sido espléndido, realmente satisfactorio para todos. Estaban exhaustos cuando regresaron a casa. Arrastrando los pies, Elena se dirigió a su dormitorio y se preparó un baño. Pensó en el magnífico día que habían pasado y en lo que había disfrutado Sonia conociendo las maravillas de los Pirineos. También pensó en Jorge. Hablaban mucho por teléfono y había ido a verla dos veces. Pronto cogería unos días de vacaciones para luego trabajar intensamente durante todo el mes de agosto. Jorge era un hombre excelente. La quería y se preocupaba por su madre. Gracias a él, Rosa estaba perfectamente atendida. Afortunadamente, había mejorado mucho y ahora hacía de nuevo una vida normal. A lo largo del día todos se habían ido conociendo mejor, y en el transcurso de la cena los jóvenes bromearon unos con otros, abandonando las formalidades y la rigidez de la noche anterior. Mateo los miró complacido. Sólo faltaba Jorge, el novio de Elena, 21
un joven que le había caído muy bien cuando lo conoció días atrás. Javier aún no había hallado el amor; no obstante, Mateo tenía esperanzas de que pronto encontrara también una buena chica. Sería el complemento ideal para un hombre de gran valía. A pesar de que los quería como si fueran hijos suyos, siempre había tratado de ser objetivo respecto a sus sobrinos. Los consideraba hombres inteligentes y trabajadores, dignos de una buena mujer. El problema sería dar con las más adecuadas. Tan pronto César terminó de servir el café, José Luis sugirió acercarse a la ciudad para tomar una copa. Javier no lo había pensado, pero la idea le pareció excelente. Sin conocer la razón, le apetecía hablar con Elena a solas. Ese deseo le resultó extraño. Apenas se conocían y él... normalmente, era un poco escéptico con las mujeres. Había tenido algunos ligues y muchas de las mujeres que conocía lo perseguían descaradamente; no obstante, nunca se había enamorado. Decidió que siempre era agradable conversar con una mujer guapa y simpática. - Me gustaría mucho, pero estoy rendida. Prefiero irme a la cama ahora mismo -respondió Elena levantándose para retirarse. La decepción se reflejó en los ojos de Javier. Había perdido una oportunidad de conocer mejor a una mujer que, en principio, le caía bien. Javier López-Gévora no era de los que se daban por vencido fácilmente. Buscaría otra ocasión.
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l día siguiente, después de desayunar, Elena y Sonia se dirigieron a la pista de tenis para hacer un poco de ejercicio. Javier se sorprendió al encontrar el comedor vacío. - ¿Todavía están todos acostados? -le preguntó a César mientras le servía el desayuno. La mañana era espléndida, radiante de sol. Ya se notaba el calor que amenazaba con sofocar el ambiente durante todo el día. - El único que no ha bajado es José Luis. Don Mateo está trabajando en el despacho y las señoritas están jugando al tenis. ¡Vaya! También hacía deporte. Nada más terminar el café se levantó de la mesa con la idea de dirigirse hacia la pista, pero la llamada de su tío interrumpió sus planes. Mateo tenía varios asuntos que tratar con Javier y quería solventarlos antes de que salieran hacia Madrid. - Juegas muy bien, Sonia. ¿Practicas mucho? -Cansadas y con la toalla al cuello, las dos jóvenes volvieron a entrar en la casa. - Una vez a la semana, y si dispongo de tiempo, dos. Voy a jugar a casa de una amiga y de paso merendamos juntas y charlamos... o sea, que lo que adelgazo con el ejercicio lo engordo con la merendola -respondió entre risas.
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- Por pasar la tarde con una amiga merecen la pena todos los excesos. Las dos se echaron a reír. - ¿Te apetece darte un chapuzón en la piscina? -sugirió Elena. - Estupendo. Nos vemos allí dentro de un rato. Mateo y su sobrino casi habían terminado de revisar los documentos que Javier había llevado. Todo estaba en orden. Javier trabajaba muy bien; era un hombre de negocios inteligente, cauto y meticuloso. Aunque Mateo confiaba en él por completo, le gustaba que el joven le comentara cada uno de los asuntos más importantes de una transacción. - Veo que nuestra oferta para quedarnos con la construcción de la autopista en Sudamérica es buena; ¿tenemos competidores fuertes? - Excepto la constructora americana que señalo ahí en el informe, ninguna puede ofertar a la baja. No tienen capacidad técnica ni financiera. Mateo estudió detenidamente la hoja que tenía delante. - Entonces no creo que tengamos problemas en quedarnos con la obra. Es bien conocido por todos que nuestras fechas de terminación son rigurosas, mientras que la de los americanos no siempre son fiables. - Sí, contamos con muchas posibilidades. A finales del mes que viene tenemos otra reunión con los ministros de transporte de los países por los que pasará la autopista. Mateo se echó atrás en el sillón y miró a su sobrino con orgullo. - Siento que tengas que viajar tanto, Javier. Sé por experiencia que a veces se hace pesado. -Su mujer le había acompañado en muchos viajes de negocios. Desde que ella había muerto, salir de casa se le hacía cada vez más insoportable. La ayuda de su sobrino era una bendición para él. De no ser por 24
Javier, muchos buenos negocios se habrían perdido, pues él no se encontraba con ánimos para viajar. - No me importa: me gusta. Aparte de mi familia nada me ata aquí. Mateo suspiró con desaliento. Era un sentimental y un romántico a la vieja usanza. Deseaba que sus sobrinos se enamoraran y fueran felices. Él había conocido el amor y había disfrutado con su mujer de la felicidad más absoluta, hasta que... negándose a ponerse triste, descartó bruscamente los pensamientos que lo llevaban siempre al mismo desgarrador remordimiento. Esa tortura no había aliviado su alma durante los años que se había aislado en su propia angustia y desesperación. Con voluntad y la ayuda de la familia había superado esa crisis. Por nada del mundo deseaba volver a ella. Ahora su vida se centraba en los negocios a través de sus sobrinos, que a la vez representaban una fuente de alegría para su golpeado corazón. Ellos le daban alegría y vitalidad, ahuyentando sus macabros fantasmas. De un brinco se levantó del sillón, sobresaltando a Javier. - ¡Bueno, ya está bien de trabajar! Hoy es domingo y quiero que disfrutes de las horas que te quedan aquí. Anda, ve en busca de los otros y divertíos. El agua fresca relajó a Elena. Nadó y se zambulló con placer, encontrándose cara a cara con Javier una de las veces que subió a la superficie. - Pareces un pez -le dijo él sonriendo. Elena también sonrió. - Tenía tanto calor que sólo sumergiéndome he podido refrescarme por completo. - ¿Qué tal se os dio el partido de tenis?
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- Muy bien; sobre todo a Sonia. Está en plena forma -señaló dirigiendo su mirada hacia la joven madrileña-. ¿Tú también juegas al tenis? Ambos iniciaron un largo de la piscina mientras hablaban. - Jugué hace tiempo. Ahora practico el baloncesto con unos amigos y, cuando tengo tiempo, el golf. - Según he oído es bastante difícil conseguir dominar ese deporte. - Lo es, pero hago lo que puedo. Me gusta el reto que supone conseguir una buena técnica y acertar en el tiro. Además, me gusta respirar el aire puro del campo y pasear mientras charlo con mis amigos. - El entorno del golf es muy atractivo. Esos campos tan verdes y cuidados... Una llamada de José Luis interrumpió su conversación. - Si no salís pronto, las bebidas se calentarán -dijo señalando la bandeja que César acababa de depositar sobre una mesa resguardada del sol bajo una amplia sombrilla. Elena y Javier salieron de la piscina y se unieron a José Luis y Sonia mientras se secaban con las toallas. - Humm... ¡qué bien se está aquí! -exclamó Javier estirando las piernas indolentemente mientras saboreaba la fresca limonada. Esta paz y este entorno apaciguan el ánimo de cualquiera. - Es un sitio maravilloso -coincidió Elena-. Ni en sueños hubiera pensado en un lugar mejor para pasar el verano. - ¿Y no te gustaría disfrutar también de unos días en la playa? -le preguntó Sonia. - También me gusta ir a la playa, pero te aseguro que desde que estoy aquí no la he echado de menos. José Luis volvió a llenar los vasos de todos. - Podrías animarte a venirte con nosotros a Menorca. Sonia y yo nos reuniremos allí con un grupo de amigos. Elena miró risueña a José Luis. 26
- Fui en una ocasión y me gustó mucho, pero este verano no cambiaría esto por nada; me encuentro agustísimo. Gracias de todas formas. - Si lo dices por tío Mateo estoy seguro de que no le importará que te ausentes unos días -insistió José Luis. Elena agitó una mano para descartar esa idea. - No es por eso, es simplemente que no quiero moverme de aquí. Tengo un trabajo que realizar, un trabajo que me encanta y una maravillosa casa con un entorno único para disfrutar, ¿qué más se puede pedir? La mirada de Javier se posó valorativamente sobre Elena. Al parecer era una mujer de criterios firmes y eso le gustaba. - Elena tiene razón -coincidió Sonia cerrando los ojos y exponiendo la cara al sol-, en estos momentos no se me ocurre ningún otro lugar donde se pueda estar mejor que aquí. Tras el aperitivo, la comida se sirvió en un bonito porche, desde el que se contemplaba la piscina y parte del espléndido jardín. Mateo los acompañó, alegrándoles la comida con su buen humor y sus divertidas anécdotas. El tiempo pasó muy deprisa. Se acercaba la hora de partir y Javier se asombró de no desear marcharse tan pronto. Inexplicablemente, una sensación de nostalgia lo envolvió, como si por primera vez un poderoso sentimiento lo perturbara hasta el extremo de desconcertarlo. Era absurdo y una verdadera estupidez sentirse atraído por una mujer a la que apenas conocía. Él no creía en los flechazos, le parecían bobadas de adolescentes; sin embargo, no le apetecía alejarse de allí, y esa era la pura verdad. - Y bien, chicos; ¿dónde pensáis pasar este año las vacaciones? -les preguntó Mateo mientras él y Elena los acompañaban hasta la salida. - Sonia y yo iremos a Menorca. Unos amigos tienen allí una casa y nos han invitado a pasar unos días. 27
Javier aún reflexionaba cuando su tío se dirigió a él. - ¿Y tú, Javier?, ¿volveré a verte por aquí? - Creo que volveré pronto. Lo he pasado muy bien -contestó impulsivamente dirigiendo de forma instintiva sus ojos hacia Elena. Su tío le dio unas palmadas en el hombro. - ¡Estupendo! El fin de semana que viene llegan la madre y la hermana de Elena, y tú vendrás otro. Me gusta que Elena cuente con más compañía que la mía y la de mis empleados. La joven hizo un gesto de impaciencia. - No tienes por qué preocuparte, Mateo. Estoy encantada con mi trabajo aquí y en ningún momento me he sentido sola. Por favor, no pienses que me aburro o algo semejante. Mateo le pasó cariñosamente el brazo por los hombros. - Ya lo sé, cielo, pero no es sólo por ti. La verdad es que a mí me encantan también las visitas de familiares y amigos. Javier había pensado volver el fin de semana siguiente para demostrarse a sí mismo que esa mujer le era completamente indiferente. ¡Pero qué tontería...! ¡Por Dios, él era un hombre hecho y derecho! Las mujeres le importaban sólo... en su justa medida. Todas sus cavilaciones eran absurdas, no tenían sentido. Sin duda se encontraba en baja forma; las neuronas debían habérsele debilitado con el calor... Descartando esos pensamientos estuvo seguro de que en cuanto llegara a Madrid se olvidaría de todos esos desvaríos. Su madre les dio la más cálida bienvenida. A pesar de ser una mujer de múltiples actividades, se sentía sola cuando sus hijos no estaban con ella. Desde la muerte de su marido ellos colmaban el vacío que había dejado su ausencia. Aun aceptando que tarde o temprano se irían para formar su propio hogar, se alegraba de tenerlos aún en casa. Desde la muerte de su amado esposo se había propuesto no ser una madre absorbente y egoísta, por ese 28
motivo se había buscado tareas que la mantuvieran entretenida. Deseaba para sus hijos la misma felicidad que ella había tenido. Ese era su mayor anhelo, que disfrutaran de la vida y... a ser posible del amor verdadero de una mujer que les diera paz y dicha. - ¿Qué tal lo habéis pasado?, ¿cómo está Mateo? - Estupendamente: contento y en plena forma. Ya sabes cómo disfruta en su tierra -contestó Javier besando a su madre. Inés asintió reflexiva, recordando tiempos felices, cuando se reunían todos en Huesca y disfrutaban del tranquilo verano de las montañas. - Aquel es un lugar precioso. A vuestro padre también le gustaba mucho. - Parece que esa casa atrae a toda la familia -comentó José Luis enigmáticamente. - ¿Lo dices por vosotros? Inés había pasado momentos maravillosos en Huesca, pero tenía que reconocer que sus hijos parecían tenerle poco apego; apenas iban y si lo hacían era solamente para solucionar asuntos de negocios con Mateo. - No, lo digo por Elena, la sobrina de Mateo. Inés sonrió, recordando a la hija de Rosa, la bonita muchacha a la que no veía desde hacía mucho tiempo. - ¿La habéis conocido? -preguntó sorprendida-. No sabía que pasara en Huesca los veranos. - Trabaja en la biblioteca de tío Mateo; digamos que la está ordenando. Al parecer su carrera está relacionada con esas actividades. Mientras se dirigían al jardín para cenar en el porche, Inés recordó la información que Mateo le había dado acerca de la joven. - Sí, por lo visto ha estudiado Literatura y... 29
- Ha hecho también cursos de documentación... -terminó Javier sin darse cuenta de su pronta intervención. Para su propia perplejidad el tema le interesaba y él se reveló contra ello-. Bueno... y por aquí... ¿ha habido alguna novedad durante los tres días que hemos estado ausentes? - Nada aparte del calor y de mis actividades cotidianas. Bueno, sí ha habido algunas llamadas para ti -afirmó mirando a Javier-, de amigos y... amigas -añadió con una mueca de complicidad-, especialmente de Lucía Pinar. Javier suspiró sin mucho interés. Por el contrario, este nuevo tema no captaba para nada su atención. - ¿Quería algo en especial? Su madre lo miró con desaliento. Le fastidiaba que una mujer con tantas cualidades como Lucía no hubiera sido capaz de conmover el corazón de su hijo. Conocía a esa muchacha y le gustaba porque, aparte de ser bastante completa, quería a su hijo. Era una pena que él no sintiera lo mismo. - No me dijo nada en concreto. Sólo me preguntó si iríamos a Marbella este año. No le pude informar con seguridad puesto que todavía no sé qué vamos a hacer. Javier pareció satisfecho con la respuesta de su madre. - Quizás tú ya tengas planeado... - No -se apresuró a negar Javier-. Por el momento tengo mucho trabajo y permaneceré aquí. Más adelante ya veré. Inés miró a su hijo y decidió sacar el tema a colación. - Lucía es encantadora y te tiene mucho cariño. Teniendo en cuenta que es una amiga, quizás deberías acompañarla... Javier miró a su madre con expresión suspicaz. - Es una amiga, mamá, como bien sabes, nada más. Si me reúno con ella será también en compañía de otros amigos. De todas formas, como te he dicho, por el momento no tengo nada decidido. Inés lo miró resignada. 30
- Ya lo sé, hijo. No creas que pretendo meterme en tu vida y en tus sentimientos; lo único que quiero es que seáis felices, que encontréis el verdadero amor. Una sonrisa cínica curvó la atractiva boca de Javier. - Sé que existe porque tú y papá disfrutasteis de ese sentimiento, pero eso no quiere decir que llegue al corazón de todos los mortales. Quizás en estos tiempos sea más difícil identificarlo -continuó reflexivamente- Vivimos en una época bastante materialista y precipitada, sin tiempo para analizar nuestros propios sentimientos. José Luis no estaba de acuerdo con los argumentos de su hermano. Él sí creía en el amor y de hecho empezaba a sentirlo por Sonia. - ¡Hombre!, tampoco hay que ser tan drástico. - No intento ser categórico -se defendió él-, simplemente constato lo que creo. Inés miró a sus dos hijos con orgullo. Los dos eran buenos y honestos y lo único que quería era que fueran felices. - Todos tenemos corazón, Javier -insistió su madre acariciándole la mano- y el corazón necesita calidez y ternura. Tarde o temprano todos llegamos a sentir esa necesidad. No tengo la menor duda de que lo sabrás enseguida, en cuanto tu corazón sienta una opresión perturbadora y a la vez relajada, que te mueva a seguir la luz que irradia una determinada persona. Yo diría que la descripción de ese sublime sentimiento es muy difícil, pero su calor nos abrasa irremediablemente. La mente de Javier se sublevó contra todas esas teorías blandengues que nada tenían que ver con él. Sin embargo, sus pensamientos se vieron involuntariamente inundados de las imágenes de una mujer que él ni siquiera quiso considerar. Elena Villareal había aparecido de pronto en su mente y él, furioso, hizo un brusco ademán para descartarla. 31
- Veo que estás hoy muy romántica mamá -le dijo sonriendo para desviar sus propios temores-, y que conste que me gusta que conserves con la misma ilusión tus ideales y tus recuerdos. Nunca los olvidaría ni dejaría de sentirlos, pensó Inés emocionada. Javier se dedicó de lleno al trabajo. Todas las mañanas aparecía temprano en la oficina y después de despachar con su secretaria se dedicaba a realizar y a contestar las llamadas más urgentes. Hablaba con Mateo todos los días, informándole de los asuntos del día y pidiéndole su opinión acerca de los negocios que consideraba más arriesgados. Preguntaba por todos en general, anulando su deseo de saber algo más de Elena. Mateo la nombraba algunas veces de forma espontánea, pero él siempre se quedaba con las ganas de conocer mucho más acerca de ella. A pesar de que descartaba ese deseo intentando borrarla instantáneamente de su mente, para su decepción raramente lo conseguía. Contestó a las llamadas de Lucía Pinar, siendo cálidamente acogido por ella. Salieron una vez y otra coincidieron en una cena de amigos comunes. Lucía estuvo a su lado en todo momento; esa dedicación le halagó, pero ni siquiera la seguridad de saber que ella seguía interesada en él logró modificar su anhelo de desear tener a otra mujer a su lado. ¡Era para volverse loco! Por las noches, después de cenar, cuando se sentaba en una de las tumbonas del jardín, contemplaba ensimismado el brillo de los faroles en el agua de la piscina, recordando otra piscina en la que había disfrutado como quizás no lo había hecho nunca. Tras regodearse en esas imágenes, Javier erradicaba bruscamente todos los pensamientos que estuvieran relacionados con Elena. ¡No podía ser!, era una tontería considerar siquiera la cuestión. En vista de que su propia mente había decidido ponerse en contra de él, se propuso llenar cada hora del día hasta caer 32
exhausto. Tras el trabajo quedaba con los amigos en las terrazas que habían crecido en Madrid a lo largo de los paseos, llegando a casa más tarde de lo que era usual en él. De una vez por todas quería asegurarse de su capacidad para olvidarse de lo que era absurdo. ¡Por Dios bendito!, sólo había visto a esa mujer en una ocasión, ni siquiera la había tratado por un tiempo, que es lo normal para que alguien sienta interés; no podía ser posible... con todas las mujeres que conocía desde hacía años y nunca se había sentido tan perturbado ni tan... eufórico a la vez. Aguantaría; esa locura se le pasaría. Realmente no tenía sentido. El hechizo desaparecería tal y como había aparecido.
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ara su desazón, Javier no la olvidó. Le desquiciaba su obsesión, esa especie de capricho infantil que no era comprensible a su edad. Apenas conocía a la mujer que invadía sus pensamientos en el momento menos pensado. No sabía nada de ella. Las únicas referencias que tenía de Elena eran las que su tío esbozaba recordando su infancia y juventud. Él era un hombre con relativa experiencia, había viajado mucho y había conocido a muchas mujeres, sin que ninguna de ellas se hubiera instalado en sus pensamientos más tiempo de lo que habían durado sus cortas relaciones. Quizás con Elena llegara a pasar lo mismo, eso sería lo más probable, pero por el momento... deseaba volver a verla cuanto antes. A pesar de su oposición y tras meditarlo mucho, decidió volver a Huesca para terminar de una vez por todas con la obsesión que le provocaba esa mujer. En cuanto la viera de nuevo, esa especie de capricho infantil se desmoronaría por su propio peso. Ese espejismo de las vacaciones, su belleza, el
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pacífico entorno... se desvanecerían como por arte de magia. La realidad no podía ser así, estaba fuera de toda lógica. A pesar de todos sus sensatos razonamientos, no pudo evitar sentir un júbilo especial cuando, transcurridas tres semanas desde que había estado en Huesca, el viernes dejó su despacho temprano, tras coger la documentación que necesitaba enseñarle a Mateo, y se dirigió directamente al aeropuerto para coger el primer avión que salía para Zaragoza. "De todas formas tengo que ir. Hay asuntos importantes que requieren la opinión de Mateo" -intentaba justificarse, olvidando a propósito que el teléfono, el fax y el correo electrónico estaban para algo. Para Elena, en cambio, el tiempo pasaba velozmente. Había adelantado bastante su tarea: una cuarta parte de la biblioteca estaba ya ordenada y catalogada, aunque todavía le quedaba mucho trabajo por delante. Había disfrutado enormemente con su madre y su hermana. Mateo había sido un anfitrión excelente, enseñándoles de nuevo los lugares más bonitos de los alrededores y ofreciéndoles lo mejor de su casa. Rosa estaba muy bien y se había ido encantada de haber visto a su hija tan contenta. La llegada de Javier volvió a alterar su horario. Si bien Elena no había contado con tener los fines de semana tan ajetreados, desde luego no podía ser descortés con el sobrino de Mateo. Javier López-Gévora era un hombre guapo y agradable. Le caía bien y no le importaba acompañarle. El problema era que ella se había hecho un método de trabajo y tenía los días contados. Jorge había ido a verla entre semana y ahora estaba pasando unos días con su familia en la playa antes de incorporarse al intenso trabajo de agosto. Javier entró expectante en el amplio vestíbulo de la casona. Su tío y Roberto salieron enseguida a recibirle, no así Elena. - Casi no me creo que estés aquí de nuevo -decía Mateo mientras se acercaba a él con los brazos abiertos. 35
- Seguro que trae asuntos urgentes en su portafolio, si no este ingrato no hubiera venido a vernos tan pronto... -se quejó Roberto-. Los veranos siempre prefiere pasarlos con sus amigos y... amigas -añadió con retintín- en esas playas infestadas de gente. Javier lo miró con paciencia y lo abrazó con el mismo cariño que a su tío. - Un quejica, eso es lo que eres -le reprochó Javier riendo-. Anda, cuéntame qué novedades hay por aquí. Roberto levantó una ceja con perplejidad. - ¿Novedades? Serás tú el que nos traiga noticias. Aquí solamente disfrutamos de una encantadora y plácida monotonía. Javier se echó a reír. - Roberto, tú siempre tan gráfico... - Bueno, dejaros de cháchara y vayamos al porche -los interrumpió Mateo mientras cogía a su sobrino por el brazo y abandonaban el vestíbulo. Javier miró en derredor, sin que ninguna pista le indicara el paradero de Elena. - ¿Estáis solos? - ¿Solos?, no. César debe estar poniendo la mesa y Elena se estaba dando un chapuzón en la piscina antes de comer. Nada más atravesar las cristaleras del salón y adentrarse en al porche, los ojos de Javier se deslizaron con rapidez por la piscina, dando inmediatamente con su objetivo. Su corazón se agitó al instante, sufriendo una auténtica convulsión en el momento en el que la joven se levantó impulsivamente de la tumbona en la que tomaba el sol para atender a la llamada de Mateo. En biquini y con la melena mojada cayéndole por la espalda, estaba espectacular. Sin poder dejar de mirarla fijamente, momentáneamente Javier se quedó sin habla, fijando únicamente la imagen de Elena en su retina y escuchando los latidos de su propio corazón. 36
Elena los miró sorprendida, no esperaba que llegara nadie tan inesperadamente. Con ademán apresurado cogió el pareo que tenía apoyado en el respaldo de la tumbona y se envolvió en él mientras se acercaba hacia los tres hombres. - Mira quién ha venido, Elena -exclamó Mateo abriendo una cerveza y vertiéndola a continuación en una jarrita. - ¡Qué sorpresa! Bienvenido, Javier. - Gracias -contestó él todavía un poco aturdido. Cuando Elena llegó hasta él, Javier se inclinó y le dio dos besos. - Si te apetece, tienes tiempo de darte un baño antes de comer -le sugirió Mateo ofreciéndole la cerveza. - El agua está estupenda -dijo Elena mientras cogía el vaso que le ofrecía Roberto. - Sí, con este calor me apetece refrescarme. Subiré a ponerme el bañador. Más tarde y tras haber hecho unos largos en la piscina que le habían despejado bastante la cabeza, Javier, Elena, Roberto y Mateo comían agradablemente bajo la acogedora sombra del porche. - Tienes que convencer a tu madre para que pase unos días aquí con nosotros -le pidió Roberto a Javier. Mateo hizo un movimiento negativo con la cabeza. - Está tan ocupada con sus actividades y con tantos compromisos que atender que nunca tiene tiempo para venir comentó divertido. Él se lo había pedido muchas veces a su cuñada, comprendiendo también que ella prefiriera pasarlo bien con sus amigas en los lugares de moda. - Quizás este año acceda -respondió Javier-. Todavía no ha hecho planes para agosto. - ¿Y tú la acompañarás como otros años? - No lo sé todavía. Este año parece que todos andamos retrasados en nuestros planes. 37
Después de comer, Mateo y Roberto se retiraron a dormir la siesta. Javier había tenido esperanzas de que Elena se quedara con él charlando en el porche, pero para su desilusión también se retiró aduciendo que tenía mucho trabajo. No volvió a verla hasta la hora de cenar y una vez más rechazó su ofrecimiento de salir con él a tomar una copa. Esa mujer parecía bastante esquiva. Decidió recurrir a la ayuda de su tío para tener la oportunidad de disfrutar de Elena a solas. Veía que se le pasaba el tiempo y no lograba estar con ella. - ¿Has estado alguna vez en un campo de golf, Elena? -le preguntó Javier mientras desayunaban todos en el jardín. - No. Los he visto de lejos, pero nunca he entrado en ninguno. - Entonces te llevaré a uno muy bonito que hay cerca de aquí -dio por hecho. Era una táctica que quizás con Elena diera mejor resultado que la mera petición. Elena lo miró cohibida, sintiéndose un poco apurada de tener que rechazar cada una de sus proposiciones. No es que le disgustara acompañarlo, pero se había hecho un plan de trabajo y si seguía perdiendo los fines de semana, nunca terminaría. Jorge quizás volviera el sábado siguiente, y en ese caso tampoco podría trabajar. - Me encantaría, pero... - ¡Elena, por favor, ya está bien de trabajo! -protestó su tío-. Una cosa es que me ayudes con la biblioteca, y otra es que te encierres en ella durante todo el verano. - Mateo tiene razón, Elena -intervino Roberto-. Te hará bien salir con Javier y airearte un poco. Ya verás como te alegras. Javier la miró con aparente inocencia, agradeciendo internamente el apoyo de su tío y de Roberto. Lo pasaron muy bien. Recorrieron las instalaciones, el campo mientras Javier le mostraba los pasos hasta llegar al 38
"green", observaron a los jugadores y finalmente, en la zona de prácticas, Javier trató de enseñarle el "swing" para iniciar el lanzamiento de la bola. Se rieron mucho con la inexperiencia de la joven. Elena fue incapaz, la mayor parte de las veces, de golpear ni siquiera la bola. Definitivamente, como le ocurría a todos los principiantes, necesitaría dar clases si quería algún día practicar el golf. - Parece que mis habilidades en este deporte son nulas comentó riendo mientras abandonaban el campo de golf-. Ya había oído que era difícil dominarlo. Acabo de comprobar que aún es más duro de lo que parece. - Vamos, no seas derrotista -le dijo Javier-; nadie domina un deporte el primer día. Son precisas muchas horas de práctica para conseguir jugar bien. A pesar de todo es difícil que salga un partido perfecto; siempre se falla en algo. El sábado, Javier tampoco logró que Elena saliera con él por la noche. Lo habían pasado muy bien juntos. Con todo, ella consideró que la amistad entre ellos tenía un límite. El joven lo aceptó con resignación. Por mucho que le apeteciera estar con Elena, sabía que no venía a cuento agobiarla. Javier volvió a Madrid convencido de que Elena Villareal le gustaba mucho, a pesar de los prejuicios que lo habían atosigado antes de volver a verla. Aun siendo consciente de que se habían tratado muy poco y de que no tenía por qué salir nada serio de esa breve amistad, su ánimo había cambiado desde que la conocía. Se sentía distinto, como si tuviera un nuevo aliciente que superar. Javier se consideraba un hombre práctico y juicioso; no pensaba hacerse ilusiones acerca de algo que seguramente duraría muy poco, al menos eso es lo que le había pasado las otras veces que había salido con mujeres. Antes de que la relación tomara un cariz serio, en esas ocasiones, él ya se había desilusionado y había retrocedido. Quizás ahora le sucediera lo mismo, por eso decidió que no valía la pena darle muchas vueltas al asunto. 39
Para su perplejidad, su mente se encontraba en completo desacuerdo con sus resoluciones. La imagen de Elena apenas se apartaba un momento de sus pensamientos; era incluso peor que antes. Esa obsesión le desquiciaba y le desconcentraba: ¡era demencial! Cuando a la semana siguiente sus pasos lo volvieron a llevar directamente al aeropuerto nada más abandonar la oficina, no podía creer su estupidez: ¿es que acaso había sido embrujado por aquellos ojos verde mar? ¡Qué tontería!, en cuanto estuviera con ella de nuevo el hechizo desaparecería. Elena era una mujer más de las que él había conocido; ésta no tenía por qué ser una relación distinta. Al igual que la vez anterior, sólo pudo disfrutar algunos ratos con ella. Fueron suficientes para cerciorarse de lo que su corazón y su mente ya le habían venido anunciando anticipadamente. Como por inercia, el viernes siguiente repitió la misma operación, sin plantearse siquiera otra actividad que pudiera complacerle más que encontrarse en Huesca con Elena Villareal. Aunque era muy consciente de que ella solamente le dedicaría algunas horas de su tiempo, le merecía la pena disfrutar de su compañía y contemplar sus bellos ojos y su radiante sonrisa. Si las visitas anteriores los habían sorprendido, ésta, tan seguida, hizo sospechar a Mateo y a Roberto. Ambos hombres se dedicaron una mirada cómplice al verle entrar en el vestíbulo esbozando una amplia sonrisa, como si los dos amigos hubieran comprendido al instante lo que estaba ocurriendo. A pesar de haber notado las cálidas miradas que Javier le dedicaba a Elena y su insistencia en estar con ella, Mateo había descartado que se tratara de un interés serio por ella, no queriendo darle ninguna importancia. Ahora empezaba a preocuparse. Quería a su sobrino como a un hijo y no deseaba que sufriera. Elena era una mujer guapa y maravillosa, muy capaz de cautivar a 40
cualquier hombre, pero estaba comprometida con un buen hombre, al que ella parecía querer. Meterse entre ellos e intentar separarlos no le parecía moralmente correcto. Javier tenía que saberlo, estar al tanto de lo que ocurría; debía convencerle de que se apartara del peligro. El sábado, después de desayunar, aprovechando que Elena estaba trabajando en la biblioteca, Mateo llamó a su sobrino a su despacho. - He traído algunos papeles que tienes que firmar -dijo Javier sacando unos documentos del portafolio. Mateo los cogió automáticamente y los dejó sobre la mesa sin mirarlos. Sus ojos seguían fijos en su sobrino. - Gracias, Javier, pero no es de negocios de lo que quiero hablarte. Ante el gesto interrogativo del joven, Mateo continuó. - ¿Estoy equivocado al pensar que te sientes atraído por Elena? Más directo imposible. Javier caviló durante unos segundos mientras miraba a su tío con expresión meditativa. - ¿Tanto se me nota? - Bastante -contestó Mateo serio-. Desde que tu hermano y tú entrasteis en la adolescencia, sólo habéis aparecido por aquí dos fines de semana durante los veranos: uno en julio y otro en septiembre. Sin embargo, desde que conociste a Elena llevas viniendo cuatro seguidos; ¿no es obvio que ese repentino cambio tiene una razón poderosa? La expresión grave de su tío le indicó que no estaba de acuerdo con el giro que estaban tomando las cosas. Siempre habían sido sinceros el uno con el otro; no le ocultaría lo que su tío ya había captado con mucha intuición. - Me gusta Elena y deseo conocerla mejor. Una sombra de pesar nubló el semblante de Mateo. Había tenido esperanzas de que sólo fuera un flirteo; la respuesta tan 41
clara de su sobrino contradecía sus expectativas y podía traer problemas. - No eres de los que se enamora fácilmente; de hecho, creo que no has querido nunca a una mujer. Podrías elegir la que quisieras entre los mejores partidos de España, e incluso tienes todavía a tus pies a Lucía Pinar, muy bella e hija de una de las mayores fortunas de este país, ¿por qué persigues entonces a Elena? Apenas la conoces. El tono de su tío no mostraba alegría y eso lo inquietó y lo enfureció. - ¿No me consideras lo suficientemente bueno para ella? -preguntó con un cierto desdén. - Al contrario, estimo que podrías ser el mejor hombre para ella y para cualquier mujer buena. Reúnes muchas cualidades para enamorar a una mujer, pero no debes desplegarlas precisamente con Elena -afirmó categóricamente-. Ella tiene novio, un buen muchacho al que tuve el placer de conocer hace poco. Forman una buena pareja y no sería de caballeros meterse en medio. Javier se quedó perplejo. La decepción se reflejó en su mirada, y su tío también atisbó un rictus de irritación por esa contrariedad. - Ella no me ha dicho nada -respondió con aspereza. - Porque no habrá salido ese tema en la conversación. Estoy seguro de que si insistes con ella se apresurará a comunicártelo. Los ojos del joven brillaban retadores. - Esperaré entonces a que llegue ese momento -contestó cortante. La desilusión lo había dejado paralizado, experimentando por primera vez un amargo resquemor en el corazón. Mateo inspiró con paciencia y trató de suavizar su tono. Quizás su forma de atajar ese asunto no había sido la más 42
adecuada. Javier era un hombre íntegro y seguro. Siempre había sabido muy bien lo que quería. No admitiría prohibiciones ni cortapisas a sus deseos si estos entraban dentro de sus esquemas morales. Mateo sabía que se había precipitado e intentó suavizar su actitud. - No te metas en campo ajeno, Javier... Javier se levantó bruscamente, rodeó la silla en la que había estado sentado y apoyando las manos en el respaldo miró a su tío con furia. - Elena está soltera, es libre, por lo tanto tengo el mismo derecho que los demás a acceder a ella. La obstinación del joven enfadó a Mateo. Aunque hacía mucho que no discutía con su sobrino, Mateo no estaba dispuesto a callarse lo que consideraba que no estaba bien. El momento de educar a Javier ya había pasado hacía mucho tiempo, pero ni su edad ni su irritación impedirían que él lo recriminara si era necesario. - ¡No está libre! -exclamó su tío levantándose con genio. Intentando calmarse volvió a sentarse despacio-. Nunca me he metido en vuestra vida privada. Solamente os he dado consejos cuando me los habéis pedido; sin embargo, en este caso es distinto. Elena es también sobrina mía y no quiero que ni tú ni ella resultéis dañados. Javier comprendió la posición de su tío, a pesar de la terrible frustración que suponía para él. La situación era delicada, y en este caso Mateo no podía ser parcial. Los quería a los dos y les deseaba la mayor felicidad. Si él creaba problemas, el clima de armonía se deterioraría, dando lugar a posibles desavenencias en la relación familiar. - No quiero ofenderte, Mateo, ni tampoco hacer daño a Elena. No obstante, se trata de mi vida y yo también tengo derecho a ser feliz. "La vida es dura y hay que luchar por lo que uno quiere..." Como puedes comprobar no olvido tus lecciones -le 43
recordó Javier con calma-. Lo que sí te prometo es que si es verdad que Elena está enamorada de ese hombre, que lo quiere profunda y apasionadamente, me retiraré elegantemente. Por el contrario, si descubro que lo que hay entre ellos no es lo suficientemente sólido y firme como para que yo me sacrifique y que puedo llegar a tener alguna posibilidad, mi ataque será total. A pesar del peligro que llevaban implícitas las palabras de Javier, un brillo divertido asomó a los ojos de Mateo y estalló en carcajadas. - Eres increíble, muchacho. Si en todas las reuniones de negocios embistes con razones tan poderosas, no me extraña que tus éxitos sean tan sonados. Javier no sonrió. Para él el tema que estaban tratando era lo suficientemente serio como para no tomárselo a broma. - También he tenido fracasos. - Cierto, y pienso que esta misión que tú mismo te has encomendado será uno de ellos -vaticinó Mateo levantando una ceja. Javier sostuvo su mirada retadora con energía y aceptó gustoso el guante que su tío le lanzaba-. No olvides lo que has prometido -le recordó Mateo antes de que Javier saliera del despacho. - Sabes perfectamente que siempre cumplo mis promesas. Javier salió de la casa y comenzó a pasear por el jardín sumido en preocupantes reflexiones. Excepto la muerte de su padre, que le había afectado profundamente pocos años atrás, todo había resultado fácil en su vida. Nacido en una familia muy rica y querido por todos los que le rodeaban, desde muy pequeños, Javier y su hermano fueron preparados para llevar en el futuro las riendas de los importantes negocios que su padre y su tío habían levantado con mucho trabajo y esfuerzo. Los dos jóvenes habían colmado las expectativas de los mayores con creces. Buenos estudiantes y mejores empresarios, su tío sabía 44
desde hacía mucho tiempo que el día que él se jubilara, las empresas López-Gévora quedarían en las mejores manos. Su educación había sido excelente y su éxito con las mujeres, rotundo. Durante un tiempo estuvo saliendo con Lucía Pinar. Ambos jóvenes parecían estar a gusto juntos y muchos habían dado por hecho una unión entre ellos. Se confundieron: la relación fracasó. Lucía aún seguía enamorada de Javier, pero el joven no llegó a sentir nada más que un ligero aprecio por ella. Eso mismo le había ocurrido con otras mujeres, llegando a la conclusión de que enamorarse no era tan fácil como aparentemente parecía. Ahora, por primera vez, conocía lo que era interesarse realmente por una mujer, y al parecer se había fijado en el objetivo equivocado. Habitualmente, nada más conocerle, las mujeres le colmaban de atenciones, todo lo contrario de lo que le había sucedido con Elena. Ella lo trataba con educación, como a un pariente al que hay que tenerle una cierta consideración y respeto. La actitud de la muchacha era frustrante para él, y por primera vez se encontraba con un muro que le dificultaba el acceso a la mujer que él deseaba. Unos pasos a su espalda interrumpieron sus cavilaciones. - ¿Qué te preocupa, muchacho? Te veo muy pensativo. Javier miró a Roberto, fornido y bonachón, como siempre, y sonrió. Guardaespaldas, chófer, confidente y amigo de su tío, llevaba tanto tiempo trabajando para la familia que todos lo consideraban como uno más de ellos. Quería y protegía a Javier y a José Luis como si fueran sus propios hijos, y más de una vez había discutido con Mateo a causa de los chicos. - Algunos negocios dan a veces quebraderos de cabeza contestó el joven, evasivo. Una mueca socarrona torció la boca del hombre. - Sí, sobre todo los negocios del corazón. Javier se volvió bruscamente y lo miró con ojos desorbitados. 45
- ¿Es que acaso eres brujo? Roberto movió la cabeza condescendiente. - Te conozco desde que naciste, muchacho. Aunque te lo propusieras, no lograrías engañarme. Javier le respondió con una mueca desdeñosa. - No te hagas el sabihondo, Roberto. No me ocurre nada. Ves fantasmas donde no existen. El fiel amigo lo miró fijamente y levantó una ceja, comunicándole con ese gesto que no le creía. - Tu tío tiene razón, Javier. Aléjate de aquí y olvídate de la joven. Tienes cientos de mujeres donde elegir. ¿Por qué complicarte la vida con la que sólo te puede traer dolores de cabeza? A Roberto no le faltaba razón, pero Javier no estaba de humor para consejos. - A Mateo le ha faltado tiempo para irte con el cuento... - Tu tío no me ha contado nada, pero tengo ojos en la cara y he observado cómo miras a Elena. Teniendo en cuenta esto, tus frecuentes visitas y la expresión avinagrada que mostrabas hace un rato cuando saliste de su despacho, no hace falta ser un lince para atar cabos y sacar conclusiones muy sencillas. Javier relajó los músculos y procuró suavizar su expresión. - Agradezco tu preocupación, pero éste es un asunto que me concierne sólo a mí. La obcecación del joven irritó a Roberto. - No es de bien nacidos robarle la mujer a otro -la voz de Roberto sonó helada y acusadora. Sus palabras le dolieron profundamente. Por primera vez en su vida de adulto, los dos hombres a los que más quería se oponían tajantemente a sus deseos. Era desalentador, pero no estaba dispuesto a permitir que nadie frustrara sus intenciones. - He tenido tres padres a lo largo de mi vida: el verdadero, mi tío y tú, y los tres me habéis educado muy bien, así que no 46
olvides que mis principios son tan dignos como los tuyos. A pesar de ser joven veo lo que sucede a mi alrededor, y te aseguro que sé discernir muy bien entre lo que es bueno y lo que es malo, entre lo que es correcto o incorrecto -afirmó enérgico-. Te ruego que no me juzgues tan a la ligera. El leal amigo bajó los brazos en señal de derrota. - Muy bien; perdona si te he ofendido. Tenía que darte mi opinión: era mi obligación. Ahora eres tú el que debe adoptar la decisión más honrada. "¿Más honrada para quién?", se preguntó Javier con desaliento. El resto del día se mantuvo alejado de Elena. Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para conseguirlo. Era muy consciente de que antes de enseñar sus cartas tenía que meditar detenidamente. Su comportamiento durante esas semanas no había sido digno de él. Se había mostrado impulsivo y espontáneo, como lo hubiera hecho un jovencito en su primera relación. En su trabajo, él no era así. Su mente era racional, metódica y prudente, muy capaz de estudiar minuciosamente durante varios días las ventajas, inconvenientes y los puntos débiles de cualquier proyecto que tuviera intención de emprender. Consideraba la elección de mujer el trabajo más importante que cualquier hombre pudiera llevar a cabo, y precisamente por eso debía mostrarse más cauto de lo normal. Sabía que su felicidad dependería de que esa elección fuera la correcta. La reflexión y la calma se hacían imprescindibles antes de decidirse a diseñar un plan para conquistar a Elena Villareal, si es que sus sentimientos continuaban igual después del tiempo que pensaba tomarse para pensar. Los viajes de negocios se sucedieron uno detrás de otro, en un intento de poner en orden sus ideas y discernir con objetividad el alcance de su atracción por Elena. Llamó también a varias 47
amigas a las que no veía desde hacía mucho tiempo con el fin de difuminar su recuerdo. - ¿Irás este año a Marbella? Estaban cenando un grupo de amigos en casa de uno de ellos, y como solía suceder cada vez que se reunían, Lucía Pinar se las había ingeniado para que la colocaran al lado de Javier. Javier la miró y adoptó una expresión de duda. - Todavía no lo sé. Si mi madre insiste la acompañaré unos días. Sus amigos se reúnen allí y siempre termina por convencerme. Los ojos de Lucía brillaron ilusionados. - ¡Anímate!; sabes que siempre eres bienvenido a mi casa. La mayoría de los que estamos aquí pasaremos en Marbella unos días. Nos vamos el lunes, cuando el tráfico esté más fluido. La amabilidad de Lucía no fue suficiente para convencerlo. - Me gusta ir a Marbella y estar con vosotros -le concedió él, pero estoy agobiado de trabajo. Con otro hombre, Lucía ya estaría desplegando sus artes femeninas para intentar persuadirlo, sin embargo sabía muy bien que con Javier López-Gévora no le servirían. Javier era demasiado directo y astuto como para dejarse engañar. Midiendo sus palabras, Lucía continuó insistiendo. - Estamos en agosto; todo el mundo tiene derecho a descansar en verano -contestó sonriente. - Y descansaré. Quizás vaya a Huesca de nuevo. -Él mismo se sorprendió de su respuesta. A pesar de sus propósitos, al parecer su mente continuaba obsesionada con el mismo objetivo. - ¿A Huesca?, ¿otra vez? -preguntó Lucía extrañada-. Parece que últimamente te atrae más la montaña que el mar. Lucía no conocía la existencia de Elena. A ella y a Javier no les ataba nada, pero mientras él continuara estando libre, no perdía la esperanza. Si seguían viéndose y pasando el mayor tiempo posible juntos, podría ser que Javier llegara a declararse. Al 48
fin y al cabo, ella tenía mucho que ofrecer. Paradójicamente, contaba con muchos pretendientes. Para su desgracia, Lucía no quería a ninguno de ellos. - Me gusta el Pirineo, y además tengo muchos asuntos que tratar con mi tío. Pese a que Lucía se sintió defraudada, disimuló su malestar y fingió indiferencia. - Bien; la oferta sigue en pie. Si te decides, te recibiremos encantados. La joven esperó en vano. La madre de Javier había decidido pasar los últimos días del verano con unos amigos en la Costa Azul y Javier se vio libre del compromiso de acompañarla. Solo en Madrid, Javier tuvo mucho tiempo para meditar sobre su catastrófica situación emocional. Después de aceptar que Elena Villareal le gustaba y que se había erigido en el centro de todos sus pensamientos, su estado mental era caótico. Un viernes en el que su impaciencia lo había llevado otra vez al aeropuerto, en el último momento y tras intentar reprimir las voces que atormentaban su mente recordándole enérgicamente lo que estaba bien y lo que estaba mal, cogió un vuelo a Málaga, con la esperanza de acallar su conciencia y suavizar la melancolía que oprimía su corazón. La bienvenida por parte de Lucía no pudo ser más cariñosa. Sin poder reprimirse, se abrazó a él, eufórica de que finalmente Javier hubiera aceptado su invitación. Él la saludó con afecto, pero completamente ajeno a los intensas emociones que ella sentía. - Me alegro de que te hayas decidido a venir. Te aseguro que este fin de semana no tendrás tiempo de aburrirte. Javier levantó una ceja esperando una explicación. - ¿Alguna celebración en especial? - Aparte de la playa y el golf, que a ti te encantan, mañana celebramos una fiesta en casa a la que vendrán muchos de 49
nuestros amigos, incluso algunos a los que no has visto durante mucho tiempo. La perspectiva era agradable, la solución ideal para olvidarse del otro lugar al que él hubiera deseado realmente haber ido. Los padres de Lucía lo recibieron con sincera alegría, sin molestarse en disimular la satisfacción que les daría que Javier se convirtiera en su yerno. El padre de Lucía, también un hombre de negocios, conocía perfectamente la trayectoria del joven LópezGévora. Todo en él le agradaba, considerándolo el hombre ideal para su hija y el mejor y más sagaz administrador para sus negocios. Javier López-Gévora igualaba la valía de su hija, una mujer inteligente y eficaz en sus empresas. Aparte de tener una buena planta, ese joven era honesto y prudente, muy capaz de hacer feliz a la mujer que se adueñara de su corazón. El señor Pinar había sufrido una gran desilusión cuando la relación de su hija con Javier se había disuelto. Aunque no sabía exactamente lo que había ocurrido entre los dos jóvenes, le alegraba que no hubieran perdido la amistad. Quizás no todo estuviera perdido. Lucía y Javier seguían viéndose y al parecer cada día estaban más unidos. Un grupo considerable de jóvenes se reunió por la mañana en la playa, disfrutando satisfactoriamente del agua fresca del mar y reuniéndose luego en un chiringuito para tomar el aperitivo. Lucía apenas se separó de Javier, dando a entender a todos los que les rodeaban, especialmente a las mujeres, que entre ellos aún existía un vínculo especial. Javier notó claramente su intención y se lo tomó a broma. Entre Lucía y él no había nada ni nunca lo habría, él se lo había dicho anteriormente con la suficiente franqueza; si Lucía no sabía escuchar ni comprender era su problema. Ahora era su invitado y tenía toda la intención de portarse de la forma más respetuosa con ella y con su familia; ahí se acababa toda su caballerosa obligación. 50
- Estás muy guapa, Lucía -le dijo Javier mientras bailaban en el transcurso de la fiesta. - Gracias, Javier. No sabes lo contenta que estoy de que estés aquí -continuó mirándole con ojos tiernos mientras se acercaba un poco más a él-. Lo estamos pasando tan bien que estoy decidida a rogarte que te quedes más tiempo. Tanto mis padres como yo estaríamos encantados. - No puedo... - Por favor, no seas malo. Me harías tan feliz... Su cuerpo se tensó ante la súplica de ella. Los ruegos por parte de Lucía lo habían agobiado en varias ocasiones; no estaba dispuesto a soportarlos más. - No me lo pidas, Lucía, porque no accederé a tus demandas -le contestó con frialdad-. Mañana por la mañana volveré a Madrid. Lucía le conocía y sabía que no debía abusar de su confianza. Moviéndose con cautela, quizás lograría algo de Javier. Si lo atosigaba y lo forzaba a tomar decisiones a las que él se oponía, lo perdería para siempre. - Muy bien, muy bien -accedió ella sonriendo-, sólo quería que te divirtieras y te olvidaras por un tiempo del trabajo. Al fin y al cabo el verano pasa rápido y hay que aprovecharlo. Javier suavizó su expresión. - No te preocupes; en Madrid estaré muy ocupado y no tendré tiempo de aburrirme. Más tarde, paseando solo por el jardín, oliendo el aroma de las flores que perfumaban el ambiente con su fragancia, Javier sintió una nostalgia desoladora. Estaba rodeado de gente, una gran parte de ellos amigos, y sin embargo se sentía solo, vacío, ausente, como si fuera una marioneta a la que habían puesto en un escenario en el que realmente no deseaba estar. No entendía muy bien lo que le pasaba. Intuía que su indiferencia se debía 51
únicamente a la ausencia de la persona en la que él más pensaba últimamente. Cuando minutos después Lucía interrumpió sus pensamientos, en parte lo agradeció. Por otro lado no pudo evitar la frustración que le supuso volver a la realidad. Su trabajo, su familia y sus amigos eran su realidad actual. Elena Villareal era sólo una quimera, una ilusión que él no estaba seguro de poder alcanzar algún día.
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ablaba con su tío casi todos los días y sabía cómo se iban desarrollando las cosas en Huesca. A pesar de estar ya en septiembre, Elena seguía allí. No tenía en perspectiva ningún trabajo, por lo que continuaba catalogando la biblioteca de la casona de Mateo. Su deseo por verla era cada día más apremiante, tanto que le asustaba. Jamás había sentido nada semejante. Algunas mujeres le habían gustado mucho y él había salido encantado con ellas. Sin embargo, en ningún momento necesitó verlas continuamente ni la imagen de ninguna de ellas había martilleado su mente constantemente como le ocurría ahora con Elena. La represión frustrante a la que se había visto obligado a someterse le resultaba cada día más enloquecedora. En un vano intento de olvidarse de ella para no interponerse en su camino y para no disgustar a su tío, se había mantenido alejado de Huesca. ¡Todo había sido inútil! Desgraciadamente, su interés por esa mujer aumentaba a cada instante y el intenso anhelo de volver a tenerla a su lado le resultaba cada día más difícil de soportar. Una noche, aburrido, sin apetencia por ningún plan en concreto y mientras hacía "zapping" ante el televisor, Javier recordó la conversación telefónica que había mantenido ese día con su tío. Habían hablado de negocios, de su madre, de su
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hermano y de... ¡becas! De pronto se acordó de la escueta frase en la que Mateo, contestando a una pregunta suya, le había comentado sucintamente los proyectos de Elena. Deseaba conseguir una beca... ¿Habría solicitado alguna en Madrid? Un súbito regocijo agitó su corazón, lanzándole a lo que quizás sería una locura. Tras haber estado casi dos meses reprimiendo sus deseos y tratando de esconder lo que era más que evidente, Javier supo en esos momentos que ya no podía aguantar ni un día más sin ver a Elena. Durante dos meses su vida había sido una mentira, y él no estaba acostumbrado a mentirse a sí mismo. Tenía que ver a Elena, hablar con ella y averiguar toda la verdad sobre lo que sentía. No podía continuar en la incertidumbre y en el vacío. Se encontraba en un momento crucial de su vida, y tenía que recabar información para elegir el camino adecuado. A través de su tío se informó de lo que deseaba y se puso en movimiento. Llamó a Joaquín Calpe, su amigo más íntimo, y le habló de Elena. La familia materna de Joaquín había creado una fundación hacía muchos años con el fin de difundir el arte y la cultura española. La Fundación Vegaño también ofrecía varias becas para la Universidad y él quería a toda costa que una de esas becas, ya solicitada por Elena según le había dicho Mateo, le fuera concedida. Al parecer su expediente era magnífico, por lo que tendría posibilidades; mucho mejor si él la ayudaba. Javier no desaprovecharía esa oportunidad; tenía que conseguir que Elena se trasladara a Madrid y estuviera cerca de él. Sólo en esas circunstancias tendría posibilidad de conquistarla. Pero eso no estaba bien, le decía su conciencia con insistencia. Él era una persona honrada que procuraba seguir unas pautas de moralidad y de ética. No tenía derecho a interponerse entre Elena y su prometido. ¿Y qué pasaba con él?, ¿por qué se le condenaba a rendirse y a renunciar para siempre a la mujer que 54
deseaba?, ¿es que él no era un ser humano con los mismos sentimientos que los demás? Si ellos se querían de verdad, él lo sabría enseguida. Entonces se alejaría, pues todos sus intentos por conseguir un corazón que ya pertenecía a otro hombre serían inútiles. En caso contrario... El demonio del egoísmo anidó en su mente, alentando el primitivo deseo de que las circunstancias reales se inclinaran a su favor. Quería a Elena para él, la necesitaba y deseaba más que nada en el mundo tenerla a su lado. - ¿Tan interesado estás en ella? -le preguntó Joaquín sorprendido mientras comían. Un gesto de determinación se reflejó en su expresión. - Estoy dispuesto a lo que sea con tal de que Elena venga a Madrid. Tras unos instantes de perplejidad, Joaquín estalló en carcajadas. - ¡Por fin te has enamorado! Debes reconocer que eres duro de pelar; finalmente... has caído como todos los demás. - Pese a que aún no sé en qué grado me encuentro -aceptó, siguiendo el buen humor de su amigo-, me da la impresión de que lo mío es bastante grave -reconoció riendo-. Pienso en Elena a cada instante y quiero tenerla a mi lado continuamente. Esta sensación de dependencia de unos sentimientos tan fuertes es nueva para mí y no puedo evitarlo. Con Elena estoy muy a gusto y no pienso renunciar a ese placer. - Te comprendo, amigo; yo me encuentro en las mismas circunstancias... o peor: lo mío está todavía más avanzado. Los dos jóvenes se echaron a reír. El camarero del restaurante los miró divertido mientras esperaba a que le pidieran el postre. Tan pronto el hombre se retiró, Javier y Joaquín continuaron con sus confidencias. - Dalo por hecho, Javier. Una de nuestras becas será para Elena. 55
Javier respiró aliviado y miró a su amigo, agradecido. - Muchas gracias, Joaquín. - También yo te debo favores, así que estamos en paz. Elena estaba muy satisfecha con su trabajo. No solamente había catalogado una buena parte de la biblioteca sino que también había limpiado cada libro y protegido la madera de las estanterías contra los pequeños insectos que podían perjudicar el papel. Su labor estaba siendo bastante completa y, a pesar de su oposición, su tío se lo recompensaba con creces. El viernes, Jorge llegó puntual, como era habitual en él. Mateo lo recibió con simpatía y Elena le dedicó un cariñoso abrazo y una cálida sonrisa. A raíz de la discusión con su sobrino, Mateo se había propuesto observar a la pareja de enamorados. Lo había hecho discretamente durante todo el verano, llegando a la conclusión de que ambos jóvenes se querían con un amor sereno y más bien amistoso. Se trataban con cariño y respeto. Era evidente que se admiraban y se tenían una sincera confianza, pero en ningún momento había visto reflejada la pasión en los ojos de Elena. Jorge Albalá era un hombre tranquilo, educado, paciente y completamente volcado en su profesión. Quería a Elena a su manera, y esa clase de amor era suficiente para él. Todas sus energías, pasión y ambición las volcaba en su laboratorio y en sus investigaciones. Elena representaba a la mujer bella y cariñosa, el remanso de paz y sosiego que Jorge necesitaba tras abandonar el trabajo después de muchas horas de dedicación. Ambos parecían contentos y conformes con esa situación, y Mateo no tenía nada que objetar. Su único temor era que Javier descubriera lo que él había visto tan claramente. Afortunadamente, llevaba dos meses sin aparecer por allí. Al parecer, había escuchado sus consejos y se había alejado de Elena. 56
Voces en el hall sacaron a Mateo de su ensimismamiento. Poco después, la puerta de la salita de estar se abrió y apareció Javier acompañado de Roberto. Durante unos segundos, Mateo lo miró sorprendido, como si sus pensamientos lo hubieran invocado a aparecer tan repentinamente. Luego sonrió, reconociendo lo equivocadas que habían sido sus deducciones. - Parece que nuestro querido Javier por fin se ha decidido a visitarnos -dijo Roberto con un cierto resquemor. El joven le dedicó una sonrisa maliciosa. - Os echaba de menos... - Qué considerado... -respondió el amigo continuando con la broma. Mateo se levantó y saludó a su sobrino con afecto. - Me alegro de verte -expresó con sinceridad-. ¿Ha venido tu hermano contigo? - Desde que tiene novia no hay quien lo vea -contestó Javier con un gesto divertido. - Me complace enormemente que se sienta feliz. Tú deberías imitarle -le aconsejó Roberto con una expresión cargada de reproche. Como si fuera tan fácil... Javier vagó su mirada por la habitación y miró a su tío con un gesto interrogativo. - ¿Estáis solos? Los dos hombres mayores se dedicaron una mirada fugaz cargada de significado. - Jorge ha venido a pasar el fin de semana con Elena y han salido a dar una vuelta. Javier notó cómo el corazón se le encogía nada más recibir la información de su tío. La realidad de la situación de Elena le sería mostrada de la forma más cruda, es decir, viéndola con el hombre que ante los ojos del mundo tenía todos los derechos sobre ella. Javier se había quedado paralizado, sin saber qué decir, 57
dudando de su capacidad para soportar verla sonreír a otro hombre. Esa escena la había descartado siempre de su mente, negándola con todas sus fuerzas. - Supongo que querrás comer algo. Te traeré la cena -sugirió Roberto, interrumpiendo los turbios pensamientos que empezaban a amargarle la estancia en casa de su tío. - No te molestes; no tengo hambre -contestó con voz apagada. Pesadamente, se sentó en el sofá, al lado de su tío y comenzó a contarle las últimas noticias de Madrid. - Gracias a que os tengo a vosotros puedo disfrutar del verano aquí -reconoció Mateo-. No obstante, ya debo volver a Madrid. - ¿Dejarás a Elena aquí sola? Mateo miró a su sobrino con insolencia. - ¿Para que lobos como tú merodeen por aquí libremente? ¡Ni hablar! Javier se echó a reír. Sabía que su tío bromeaba, aunque en sus palabras había un fondo de verdad. Sin duda le conocía muy bien. - Veo que no cejas en tu empeño de alejarme de ella. Mateo agitó las manos y suspiró. - Te aseguro que no pienso entrometerme. En su momento consideré que tenía que darte mi opinión respecto a este asunto y lo hice. Ahora eres tú el que tiene que decidir. Javier agradeció la discreción de su tío. Tenerlo en contra hubiera sido muy desagradable. Su neutralidad sería lo más cómodo para todos. A la mañana siguiente, Javier conoció por fin a Jorge Albalá. Elena los presentó, dando a entender a Jorge que Javier era como una especie de primo suyo. A Javier le desagradó esa alusión; de ningún modo quería que la idea de un parentesco anidara en la mente de Elena. Ese pensamiento la distanciaría de él. ¡No eran 58
primos ni los unía ningún lazo familiar! Eran tan libres como cualquier pareja para iniciar una relación si lo quisieran. Para su sorpresa, Jorge le cayó bien. Teniendo en cuenta su estado emocional, hubiera sido mucho más cómodo lo contrario. Desafortunadamente, tuvo que reconocer que era un hombre agradable y educado. A lo largo del fin de semana tuvieron ocasión de charlar y conocerse un poco más, aunque cada vez que ese hombre acariciaba a Elena o le cogía la mano, él sufría como una especie de convulsión, temiendo que un impulso desesperado lo empujara a abalanzarse sobre él. La opinión de Javier respecto a Jorge no cambió: era una buena persona. A Elena se la veía contenta y confiada con él. También notó en la relación una tibieza que no llegó a comprender. Él nunca había tenido novia, pero si Elena Villareal fuera suya, le sería sumamente difícil esconder la pasión que sentía por ella. Jorge Albalá lo lograba, mostrándose más bien como un amigo atento y cariñoso. Elena lo aceptaba así, adoptando ella misma una postura amigable y solícita. Aparentemente, la armonía reinaba entre ellos. Sin embargo, y para su placer, Javier no llegó a vislumbrar la "chispa" que inflama los sentidos de los enamorados. Los hechos estaban de su parte, pensó con un regocijo que llegaba a aturdirlo, lo que quería decir que empezaría a preparar las armas que lo convertirían en un rival implacable para Jorge Albalá y para cualquier otro que osara acercarse a Elena Villareal. A todos les sorprendió que Javier no regresara a Madrid el domingo por la tarde. Según explicó, había decidido cogerse unos días de vacaciones. Había trabajado durante todo el verano y necesitaba descansar. - Me extrañó que no reservaras unos días en agosto para pasarlos en Marbella con tus amigos -comentó Mateo con curiosidad. 59
- Sólo estuve un fin de semana. Este año no me apetecía pasar más tiempo en la playa. He preferido adelantar algo el trabajo. También estuve algunos fines de semana con Joaquín en su finca de Ciudad Real. - ¿Qué tal están sus padres? - Muy bien; ya sabes que viven en el campo la mayor parte del año. Están encantados. Prácticamente ya han dejado las asesorías en manos de los hijos. - Hacen bien. Por cierto, ¿cuándo se casa Joaquín? - No creo que tarden mucho. Están buscando piso; en cuanto lo tengan decidirán la fecha de la boda. Mateo le dedicó una mirada muy significativa. - Supongo que detrás de él empezarán a casarse todos tus amigos; al fin y al cabo ya tenéis edad de formar una familia. En el rostro de Javier apareció una sonrisa cáustica. - ¿Tú también quieres casarme? - Sólo si te enamoras de verdad; si no es así no merece la pena embarcarse en semejante empresa. -Su expresión se había vuelto más seria. Su matrimonio había sido maravilloso y por su culpa... Javier miró a su tío, preocupado. Sabía lo que estaba pensando y prefirió cambiar de conversación. El sufrimiento que lo había destrozado durante años empezaba a mitigarse, por ese motivo todos en la familia procuraban evitar cualquier tema que le trajera tristes recuerdos. - Ahora, si me disculpas, iré a tratar de sacar a Elena de esa polvorienta biblioteca. Espero que acceda a dar un paseo conmigo. Mateo meneó la cabeza, preocupado. - Llevas en la sangre la tenacidad, hijo, y he de reconocer que es muy loable -señaló Mateo con gesto divertido antes de que el joven saliera del despacho. 60
Como todos los días, Elena había abierto los enormes ventanales de la biblioteca para que entrara el sol. Javier encontró la habitación iluminada y las mesas llenas de libros, pero no vio a Elena. Recorrió la habitación con los ojos minuciosamente y decidió que ella no estaba allí. Se disponía a marcharse para buscarla en otra parte de la casa cuando escuchó un ruido procedente de la galería superior de la biblioteca. Miró hacia arriba y la llamó. Elena bajó poco rato después cargada de libros. - ¡Ufff...!, parece que este trabajo no termina nunca. Es increíble la cantidad de libros que atesoran estas estanterías. Javier la miraba admirado. Aun con ropa de trabajo, despeinada y llena de polvo le gustaba. Estaba guapísima y él no encontraba mayor placer que mirarla y estar a su lado. - Aquí hay trabajo para rato. No tienes por qué acapararlo todo en tan poco tiempo. Su mirada verde y su radiante sonrisa alteraron sus más profundas emociones. Jamás se había sentido así ante una mujer: pletórico y alborozado. Parecía increíble, y él era el primer sorprendido. - Ya lo sé, pero me gusta. Para mí no es ningún sacrificio estar aquí. Me gusta tanto lo que hago que no me entero del paso del tiempo. - Llevas ya muchas horas aquí. He venido para pedirte que me acompañes a dar un paseo por el jardín. - Bueno..., la verdad es que quería terminar estas fichas... - Por favor... déjalas para mañana -le rogó con expresión suplicante-. Te aseguro que no se van a escapar... Elena se echó a reír y reconoció que tenía razón. - Bien, pero antes dame unos minutos para cambiarme y adecentarme un poco. Un reflejo de triunfo brilló en los ojos de Javier: "por algo se empieza..." 61
Mientras el sol se ponía en el horizonte, los dos jóvenes pasearon y charlaron. Apenas se conocían y Javier quería saberlo todo sobre Elena. - ¿Piensas seguir aquí mucho tiempo más? - Mientras mi madre siga bien, me quedaré hasta que me salga otro trabajo. Tengo algunos proyectos, pero no sé si conseguiré llevar a cabo alguno. Javier la miró embobado, reprimiendo con esfuerzo las ganas de cogerle la mano. - ¿Qué proyectos son esos? -Él controlaba su intención de conseguir alguna beca, pero quería conocer todos los demás. Elena suspiró. - Bueno... lo normal cuando se acaba de terminar y se es novata, ya sabes: solicitudes de trabajo, de becas, empezar la tesis... no sé, cualquier cosa que pueda colmar mis expectativas. Javier se tranquilizó. Al parecer, sus planes solamente estaban dirigidos a conseguir fines profesionales, no personales. El que ella no hubiera nombrado a Jorge apaciguó mucho su ánimo. - ¿Y quieres permanecer en Zaragoza o no te importaría trasladarte a otro lugar? -Deseaba confirmar lo que Mateo le había contado. Era esencial para él. - He solicitado becas también en Madrid. Si tengo la suerte de que me concedan alguna, me iré enseguida -afirmó con un brillo de entusiasmo en sus ojos. En la semipenunbra del atardecer, Elena no pudo vislumbrar la amplia sonrisa de Javier: "ya te tengo, Elena, muy pronto habré conseguido conquistarte". Después de cenar, Elena volvió a negarse a salir con Javier, ante la impasibilidad y silencio de Mateo. Habían estado juntos un rato en el jardín y para ella era suficiente. Consideraba que las cosas estaban bien como estaban y no había por qué complicarlas. 62
En cuanto Elena se retiró, Javier le lanzó a Mateo una mirada cargada de furia. - ¡Gracias por tu ayuda! -le espetó con genio. Mateo lo observó con paciencia. - Te dije que no me entrometería en lo que decidieras respecto a Elena. Tampoco te ayudaré, Javier. Sabes lo que pienso y no he cambiado de opinión. De un brinco, el joven se levantó de la silla y se dirigió hacia la puerta. Sus ojos brillaban de una forma salvaje cuando se volvió para mirar a su tío. - Aunque no está en mi ánimo ofender a nadie, no voy a darme por vencido. Sabes perfectamente lo endiabladamente persuasivo que puedo llegar a ser. Al día siguiente, y después de pasarse media noche planeando su asedio, durante la comida, Javier decidió atacar por uno de los flancos más vulnerables de Elena: el Arte. Todavía no la conocía bien, pero según había deducido después de sus cortas charlas, era una enamorada no sólo de la Literatura sino también de todo lo relacionado con el Arte. - Me gustaría visitar el Monasterio de Piedra. Según he oído decir, es magnífico. Elena se volvió hacia él con ojos desmesuradamente abiertos. - ¿Que todavía no lo conoces...? -preguntó sin poder creerlo. - Lo visité con mis padres cuando era muy pequeño, pero no me acuerdo absolutamente de nada. No quiero que pase otro año sin conocerlo. - ¡Por supuesto que no puedes dejar de verlo! ¡Es una maravilla! Mateo le dedicó a su sobrino una mirada llena de admiración. 63
- Estoy de acuerdo con Elena; no puedes perderte un monumento tan espléndido. - ¿Tú lo conoces bien, Elena? -preguntó Javier con expresión inocente. - Bastante bien. He ido muchas veces y además tuve que hacer en una ocasión un trabajo sobre él. - Entonces serás la mejor guía. ¿Puedes acompañarme, por favor? Era consciente de que la había acorralado. Elena no podía dar nada más que una respuesta. - Por supuesto. Será un placer enseñártelo. Mateo aplaudió la habilidad de su sobrino con un significativo movimiento de cabeza. No había duda de que era digno hijo de su padre, el hombre más inteligente que jamás había conocido.
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l parque del Monasterio de Piedra apareció ante ellos como un vergel en medio de las tierras más bien áridas del entorno. Rodeado de una larga muralla, el idílico paraje natural hechizaba profundamente al visitante. Elena observó a Javier, orgullosa de enseñarle algo tan espectacular como ese monasterio. - Estoy realmente impresionado. Este es un lugar verdaderamente notable. Su admiración fue en aumento conforme Elena le enseñaba las edificaciones y le explicaba los diferentes estilos arquitectónicos reunidos en un único monumento. Le habló del modo de vida de los monjes cistercienses y le mostró la mezcla de estilos románico, gótico y barroco que se podían apreciar en la iglesia. También visitaron la sala capitular, construida en el siglo XII en estilo gótico, y el resto de las dependencias abiertas al público. - Jamás hubiera conseguido una guía mejor. -Sus ojos la acariciaron suavemente, expresando con su resplandor su admiración por la mujer que lo miraba en esos momentos-. Gracias por acompañarme -continuó Javier sin apartar su sugerente mirada. Elena se quedó atrapada momentáneamente en su magia; pestañeando 65
asombrada, interrumpió el hechizo y dirigió sus pasos hacia el parque que rodea al monasterio. Desde los miradores pudieron contemplar las bellas cascadas que permiten deslizar sus aguas a través de la exuberante vegetación y que van a parar a pequeños ríos y cristalinos lagos. También pasearon por las zonas verdes y descansaron en los bancos situados en recogidas y silenciosas áreas. - He conocido muchos lugares y creo que muy pocos superarían la belleza de este recinto -expresó entusiasmado Javier mientras comían en uno de los restaurantes del parque-, aunque... la compañía también influye... He de reconocer que nunca había tenido una acompañante tan guapa. Elena sonrió. - Muchas gracias. Yo, en cambio, estoy convencida de que, solo o acompañado, este lugar siempre conmueve. - Quizás, pero yo prefiero haberlo visitado contigo contestó con seriedad, dedicándole una mirada cargada de significado-. Deseaba pasar más tiempo a tu lado y esta excursión me ha brindado esa oportunidad. Creo que nunca olvidaré este conjunto monumental. Había hablado sin rodeos y Elena se sintió azorada. Aunque había notado que Javier la miraba de una forma especial y no disimulaba su deseo de estar con ella, hasta esos momentos se había mostrado prudente y nunca se había atrevido a expresar sus gustos tan abiertamente. - Eres muy amable -cortó Elena con rapidez, no tomando en consideración sus palabras-. Ahora, cuando terminemos de comer podemos continuar... Su intento de cambiar de conversación y de no darse por enterada de lo que Javier claramente había insinuado, lo irritó bastante. Desde que se conocían, Elena lo había tratado con respeto y amabilidad, pero en ningún momento había vislumbrado ni un pequeño indicio de que ella estuviera interesada 66
en él. Por el contrario, Javier sí lo estaba en ella y no iba a ser tan tonto de al menos no intentarlo. Las evasivas palabras de Elena le indicaban claramente que ella estaba dispuesta a eludir el tema y evitarse problemas. Esa mujer tendría que aprender que ese no era su estilo: raramente se daba por vencido y menos lo haría en un tema tan importante. - Elena, por favor, no me trates como a un crío ni pretendas cerrar los ojos ante lo evidente -le espetó cortante-. Me gustas y lo sabes, y no pienso andarme con rodeos ni ahora ni en el futuro. ¡Vaya!, el niño madrileño había salido gallito, pensó la joven enfadada. No había dudas de que reunía muchas cualidades para salirse siempre con la suya en lo que a asuntos de mujeres se refería. Era evidente que no la conocía. Si así fuera sabría que a ella los coqueteos no le iban, y menos las aventuras pasajeras. - Es loable que seas tan directo, pero me temo que yo no tengo nada que ver con tu futuro. Siento de veras que te hayas fijado en mí, pues me veo obligada a asegurarte que te has equivocado de mujer. Se expresó con más brusquedad de lo que era normal en ella, sin adivinar que su actitud lo tentaría aún más. ¡Quién lo iba a decir...! La aragonesa sacaba sus garras. De nada le serviría. Durante los tres días que había convivido con Elena y Jorge se había dado cuenta de que el enamoramiento profundo y apasionado no se daba entre ellos. Teniendo en cuenta este importante detalle, Javier había deducido que si bien se sentían a gusto juntos, como dos buenos amigos que se entregan mutuamente lealtad y confianza, su relación nada tenía que ver con lo que él esperaba de una pareja que iba a compartir una vida. A él le había ocurrido lo mismo con Lucía Pinar y con algunas otras, y desde luego, eso no era amor. Lucía le agradaba. Era una buena amiga y él valoraba sus cualidades. Le habría hecho la vida agradable si él la hubiera aceptado, pero Javier exigía más 67
del matrimonio. Quería enamorarse, sentir la pasión, la ternura y el regocijo que aporta el amor. Tenía casi treinta años y aún no había sentido esas emociones. Al conocer a Elena Villareal su corazón se había conmovido por primera vez: esa mujer le gustaba, le atraía y la deseaba. Tenía que tratarla más, indagar en sus propios sentimientos y cerciorarse de que la chispa que se había encendido en él al conocerla era auténtica. Al parecer había muchos obstáculos en su camino hacia ella, pero él los salvaría con eficacia. Apoyándose indolentemente en el respaldo de la silla, Javier la miró fijamente, sin alterar el aire arrogante que tanto había molestado a Elena. - ¿De veras? ¿Y en qué te basas para decir eso? - Yo ya salgo con un hombre y tú lo sabes; estoy a gusto con él y no necesito otro -respondió con furia. Quizás para convencerse a sí misma de que sus palabras tenían realmente consistencia. - Estás a gusto con él... -repitió Javier irónico-, ¿y no sientes nada más? La ira chispeó en los bonitos ojos de Elena. Ese hombre era insufrible, mucho más de lo que había pensado en un principio. Había apreciado su planta y su notable atractivo nada más conocerlo. Teniendo en cuenta su posición, su dinero y su físico, era lógico pensar lo peor de él: engreído, arrogante y mimado. Apenas lo había tratado, pero al parecer no se había equivocado. Ahora le había tocado el turno a ella. Se había encaprichado de la novedad y, acostumbrado a conseguir todo lo que quería, se había propuesto "adquirirla" también a ella, como el último de sus trofeos. - Mis asuntos privados sólo me conciernen a mí. No creo que te importe lo que yo sienta o deje de sentir -contestó con irritación. 68
La había creído más dócil. Se había equivocado: tenía más carácter de lo que parecía a primera vista. Ese descubrimiento era interesante. También le dificultaba el camino hacia su meta. Javier suavizó su actitud. Las formas que había empleado para iniciar su cortejo no habían sido las más apropiadas. En su vehemencia por convencerla se había precipitado. Era inaudito que hubiera cometido semejante error. Ahora tendría que enmendarlo. Se incorporó un poco, se apoyó en la mesa y le dedicó a Elena una arrepentida mirada. - Siento haberte molestado, Elena, no era esa mi intención. Perdona... simplemente estaba expresando lo que sentía en esos momentos. La joven lo miró con recelo, tratando de descifrar si su arrepentimiento era real o simplemente trataba de congraciarse por alguna razón. Decidió que debía darle un margen de confianza, aunque sólo fuera por su tío Mateo. Intentando sonreír con naturalidad, aceptó sus disculpas. - Muy bien; no tiene importancia. Elena se levantó y Javier la siguió hasta la salida. Durante el camino de vuelta hablaron de temas intrascendentes, sin ninguna conexión con el asunto que los había enfrentado en el restaurante. A partir de ahí se trataron con cortesía y respeto. En ningún momento Javier volvió a dar un paso en falso. De vuelta en Madrid Javier supo por Joaquín que a Elena Villareal se le había concedido una beca para hacer la tesis en el Departamento de Literatura de la Complutense. Cuando Joaquín elogió el expediente de la joven, Javier sonrió satisfecho: su recomendación había sido tan sólo un pequeño empujón para que Elena consiguiera lo que se merecía por méritos propios.
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- ¡Ah!, y muchísimas gracias por tu generosa donación a la fundación -señaló Joaquín-. No estabas obligado, Javier. ¡Por Dios!, somos amigos. - Éste favor vale por todos los demás que yo te haya podido hacer. La seriedad con la que se expresó hizo convencerse a Joaquín de que Javier estaba realmente prendado de la joven aragonesa. La noticia llenó de júbilo a Elena. Había conseguido una beca como ayuda para hacer la tesis y trabajar en el Departamento de Literatura de la Complutense. La concesión de una beca no resultaba fácil, pues era mucha la gente que las solicitaba. A pesar de conocer sus méritos había intentado conseguir alguna ayuda sin éxito. ¡Finalmente lo había logrado y su felicidad era completa! - Me alegro mucho por ti, Elena. Me enorgullece que vayas consiguiendo las metas que te propones -afirmó Mateo con sinceridad-. No deseo meterme en tu vida ni en tus planes, pero quiero que sepas que en Madrid tienes mi casa a tu disposición. Elena sonrió agradecida. - Acepto tu generoso ofrecimiento. Más adelante buscaré un apartamento para independizarme. - No hay prisas. Si lo deseas también tendrás trabajo en mi casa. La biblioteca no está tan abandonada como la de aquí, pero creo que necesita un poco de orden. Elena lo abrazó con cariño. - Estaré encantada; será una forma de pagar tu hospitalidad. Mateo la miró con desaprobación. - ¡Ni hablar! Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Mi casa será la tuya durante todo el tiempo que quieras. El trabajo que realices como bibliotecaria será pagado aparte. Elena estaba tan contenta que no tuvo ganas de discutir y aceptó la proposición. 70
La última semana de septiembre la pasó con su madre. De nuevo, tuvieron que ir al hospital para una revisión. Jorge las acompañó y les dedicó toda su atención. Era un hombre maravilloso y ella le estaría eternamente agradecida. Dejar a su madre con su hermana y con Jorge la tranquilizaba. De no haber tenido esa suerte nunca hubiera solicitado una beca fuera de Zaragoza. Al día siguiente de llegar a Madrid, Mateo fue invitado a cenar en casa de su cuñada Inés. Ambos vivían en Somosaguas, muy cerca el uno del otro. Allí estaban también sus sobrinos Javier y José Luis. Tras un caluroso recibimiento, Inés se colgó afectuosamente del brazo de su cuñado y se dirigieron al comedor. - Después de estas largas vacaciones, espero que hayas descansado, querido. Bien sabe Dios que las tenías bien merecidas -señaló Inés con cariño. Su cuñado y ella se tenían un afecto especial, como dos hermanos que se unen en la desgracia, tras haber perdido ambos prematuramente al ser amado. - Vengo completamente repuesto. Mi casa de Huesca y la montaña son como un remanso de paz que cura todas mis tensiones. - Bien es cierto que tampoco has dejado de trabajar... -le recordó Javier. - Pero sin prisas ni "stress". ¡Tú eres el que no ha parado! - Y que lo digas -intervino José Luis-, ni siquiera ha querido ir a la playa; se ha conformado con un mísero fin de semana en Marbella. Javier y su tío se dedicaron una mirada cómplice. Los dos sabían el porqué de ese cambio. Mateo no le delató. - También Javier se ha aficionado a los Pirineos -comentó Inés-. Este verano ha ido con más frecuencia. - No exageres, mamá. Sólo he ido cuatro o cinco veces. El resto del verano lo he pasado viajando por asuntos de trabajo. 71
- Deberías haberte venido conmigo a la Costa Azul; lo hemos pasado estupendamente y además hubieras conocido a dos bellas jóvenes que acompañaban a sus padres. Mateo carraspeó intencionadamente mientras trataba de disimular la risa, lo que provocó que Javier le dedicara una agria mirada. - Tendrás que presentárselas a Javier -continuó Mateo con osadía-. Al parecer es el único que nos queda sin emparejar añadió mirando también de soslayo a José Luis. Inés asintió, mientras se llevaba a la boca un trozo del exquisito postre de chocolate que acababa de servir el mayordomo. - Tu tío tiene razón, Javier. Si quieres organizo una reunión y te presento a esas dos chicas. Te aseguro que eran encantadoras y muy preparadas. Si no te espabilas te van a arrebatar las mejores... "La que yo he elegido no me la quitará nadie". Si su madre supiera... A pesar de su aparente prudencia y de su delicadeza a la hora de tratar los temas del corazón, Javier sabía que su madre nunca se rendía. Quería encontrarle novia, "una buena mujer que te quiera de verdad", como siempre decía, y hasta que no lo consiguiera no descansaría. Según ella, el amor conyugal era muy gratificante: aportaba serenidad al espíritu y también salud. Nada era comparable a la felicidad de un matrimonio bien avenido. Javier sabía que ella hablaba por experiencia. Sus padres habían disfrutado de la intensa dicha que anidaba en los profundos sentimientos de una pareja enamorada. Cuando su padre falleció, una parte importante murió también en el interior de su madre. La luz que la guiaba se había apagado y ahora el amor de sus hijos y el cariño de su familia y de sus amigas daban vida a la parte de su corazón que aún palpitaba. Javier clavó a su tío con su acerada mirada. Mateo le sonrió con expresión inocente. - Quizás más adelante. Ya lo pensaré. 72
- La verdad, hijo, no sé para cuándo lo vas a dejar... A Inés también le gustaban mucho los niños y tenía ganas de ver corretear a sus nietos por la casa. De todas formas, al comprobar de nuevo el poco entusiasmo que mostraba su hijo en el tema, prefirió dejarlo momentáneamente. Ya surgiría una ocasión mejor. Elena ya conocía la casa de su tío. Había estado allí varias veces cuando vivía su tía. Seguía siendo magnífica, bonita y acogedora, a pesar de los cambios que había sufrido. Esperanza, el ama de llaves de su tío, una mujer de mediana edad, afable y enérgica, la abrazó con cariño y luego la acompañó en su recorrido por la casa. - Hace tanto que no vienes por aquí que quizás ya no te acuerdes de la distribución de las habitaciones -dijo sonriendo mientras recorrían el pasillo al que daban acceso los cuartos. Esa joven era guapísima, muy parecida a su añorada señora. - Sí me acuerdo. Es difícil olvidar una casa tan bonita. Mi tía tenía mucho gusto. La expresión de Esperanza se entristeció al oír la alusión a su querida señora. - La señora era una mujer maravillosa: buena, respetuosa y cariñosa. En esta casa todos la adorábamos, empezando por el señor. Su muerte fue una desgracia para todos. Elena recordó el golpe que supuso para su madre la muerte de su única hermana. Al enterarse de la noticia no podía creerlo. Su hermana Natalia, aún joven, llena de vida y completamente enamorada de su marido había muerto en un accidente de avión. - Creo que mi tío aún sufre su pérdida -dijo Elena melancólica. La muerte de su tía los hacía sufrir a todos, en especial a su marido y a su hermana. El peso de la pena y de la culpa había enloquecido a Mateo durante mucho tiempo. 73
Afortunadamente, parecía que su espíritu se iba calmando poco a poco. - Desde que la señora falleció, don Mateo se ha aislado por completo del mundo. Todo su interés está puesto en los negocios y en su familia; fuera de eso, su único consuelo es encerrarse en casa y disfrutar de la compañía del señor Roberto, su único amigo. - Quizás si llegara a perdonarse... - Eso sería como un bálsamo para su alma atormentada contestó el ama de llaves con expresión apenada. Ya en la biblioteca, Elena se detuvo en el centro de la habitación y la contempló despacio. No tenía la magnificencia ni la antigüedad de la de Huesca; tampoco contaba con tantos volúmenes, pero era grande y bien nutrida de libros. Le pareció cálida y cómoda, disfrutando anticipadamente del trabajo que le esperaba allí. Mateo organizó una cena familiar ese mismo viernes. Le gustaba mucho estar con Elena. Sus conversaciones eran interesantes y le agradaban las ideas de la joven. Por otro lado, le apenaba que tuviera como única compañía a un hombre mayor. Inés la abrazó con cariño y le expresó su complacencia de que se hubiera trasladado a vivir a Madrid. - A Mateo le vendrá bien tu compañía. Aunque él jamás se queja, no es agradable encontrarse siempre solo cuando uno vuelve a casa. Bien es cierto que Roberto le acompaña mucho, pero tu presencia le será muy grata. - Yo también estoy encantada. Mateo es un hombre maravilloso. - ¿Qué tal se encuentra tu madre? Supongo que ahora que estás aquí vendrá más a Madrid, ¿no? Me encantará verla y charlar con ella. Elena sonrió agradecida. Su madre tenía razón: Inés era una mujer encantadora. 74
José Luis y Sonia la saludaron con afecto, mostrándose encantados de tenerla allí. - Ahora nos veremos con frecuencia -señaló Sonia-. Ya sabes que si necesitas algo de mí no tienes más que llamarme. - Lo haré con mucho gusto. Dado que sólo conozco los monumentos más importantes de Madrid, estoy segura de que tu ayuda me será muy necesaria. Vestido con un pantalón beig claro y una camisa azul, Elena consideró que Javier estaba muy guapo. Se acercó a ella y le dio dos besos, lo mismo que habían hecho los demás. Desde que había entrado en la casa no había dejado de observarla. Vestida con una camiseta de lentejuelas en gris plata y una falda en seda del mismo color, Javier admiró su sencillez y su buen gusto. El tiempo no había aminorado su atracción por ella. Cada día le gustaba más, y para su satisfacción, él ya había culminado con éxito la primera fase de su plan. - Bienvenida a Madrid, Elena. Espero que te gusten la ciudad y sus habitantes -dijo con una sonrisa enigmática-. Yo también me ofrezco para ayudarte en todo lo que necesites. - Gracias -contestó Elena con una cierta distancia. Todavía no había olvidado la escena que tuvo lugar entre ellos en el restaurante del Monasterio de Piedra y no se fiaba de él. Ella le atraía; Javier lo había confesado sin recato y sería prudente alejarse de ese hombre lo más posible. Javier la acompañó hasta la mesa, arreglándoselas con habilidad para que Elena se sentara a su lado. - Es una suerte que tu madre cuente con la ayuda de tu hermana -comentó Inés dirigiéndose a Elena-. Rosa debe cuidarse mucho. Tener a su lado a su hija será un alivio. - Desde luego. También cuenta con Jorge, que es médico y está siempre muy pendiente de ella -explicó Elena. - ¿Es un amigo vuestro? -preguntó Inés. 75
- Estoy saliendo con él. No es cardiólogo sino microbiólogo, pero siempre acompaña a mi madre en sus revisiones y la visita en casa con frecuencia. Es un hombre maravilloso y nosotras le estamos muy agradecidas. "¡Agradecimiento!", claro, ¡cómo había sido tan estúpido de no caer en eso!, pensó Javier. Jorge era una buena persona: atento, servicial y quería a Elena. Ella lo apreciaba y le estaba agradecida por todo lo que hacía por su madre. Seguro que ante la declaración de Jorge, ella había sido incapaz de rechazar sus atenciones. Esa era toda la historia. Si Elena era tan leal como parecía, a él le quedaba una ardua tarea por delante. Su única posibilidad era el amor. Sólo si lograba enamorar a Elena Villareal conseguiría que ella rompiera con Jorge y lo aceptara a él. - Es una suerte contar con un amigo tan bueno -comentó Inés. A pesar de negarse en un principio, todos terminaron por convencer a Elena de que, después de cenar, acompañara a José Luis, Sonia y Javier a tomar unas copas en los sitios de moda. - Tienes que divertirte, Elena -le aconsejó Mateo-. No debes pensar sólo en el trabajo. - Yo también estoy de acuerdo, querida. No te preocupes por los gamberros -continuó Inés de broma-, mis hijos te escoltarán y te protegerán. Elena estuvo a punto de atragantarse. Si supiera esa mujer que el mayor peligro para ella lo representaba su querido hijo Javier, no habría hablado tan a la ligera. Teniendo a todos en contra, sus argumentos se debilitaron por sí solos. Su sorpresa y preocupación llegaron más tarde al ver cómo José Luis y Sonia se dirigían a un coche y Javier cogía el suyo, con la clara intención de hacer el corto trayecto por separado. - Pensé que iríamos todos juntos -comentó mirando a los dos jóvenes que se alejaban mientras Javier le abría la puerta. 76
- Es más cómodo para José Luis disponer de su propio coche. Era natural. Las parejas siempre buscaban independencia e intimidad. - ¿Adónde vamos? Javier la miró divertido, sabiendo muy bien lo que ella estaba pensando. Durante la visita al Monasterio de Piedra había sido tan tonto como para alertarla con su franqueza y ahora Elena se andaba con mucho cuidado. - A un lugar de copas que han inaugurado recientemente y que se ha puesto muy de moda. Allí solemos encontrarnos con amigos; creo que te gustará. Elena asintió y miró al frente en silencio. Estaba tensa y no sabía qué decir. A pesar del malentendido que había tenido con Javier en Zaragoza, esperaba que él se hubiera olvidado del asunto y pudiera reinar la armonía entre ellos. - ¿Habrías aceptado salir si te lo hubiera pedido yo? - Casi sabía la respuesta, pero necesitaba confirmarla para comprobar si Elena había cambiado de parecer. Vano deseo el suyo: Javier insistía en el tema que ella quería dar por zanjado. - Sabes que no. Me he visto acorralada y no he podido negarme. Teniendo en cuenta lo que piensas no es lo más prudente. Javier sonrió con buen humor. - No voy a obligarte a nada, Elena. Se trata simplemente de salir a tomar una copa. ¿Es eso tan malo? - No lo es; siempre que no sea con frecuencia y que estemos con más gente. Javier la miró de reojo, deleitándose brevemente en su bonito perfil. - ¿No te fías de mí? 77
- No te conozco lo suficiente como para emitir un juicio. Espero que respetes mi situación y no... insistas. En los ojos de Javier se reflejó un fulgor perverso. - ¿Si insistiera lograría algo? Elena hizo un movimiento negativo con la cabeza. - Perderías el tiempo. Te aconsejo que no te fijes una meta imposible. Los argumentos de Elena estaban siendo erróneos. Inocentemente estaba estimulando el espíritu osado de Javier. - Me gustan los retos, de no ser así habría fracasado en los negocios -le informó con aplomo, sabiendo que si se lo proponía, ninguno de sus razonamientos lo detendría. - Yo no soy un negocio. - Dicen los entendidos que hoy en día conseguir una buena mujer es el mejor de los negocios. Elena bufó irritada. - Desde luego tu concepto del amor es realmente conmovedor. Tu mentalidad materialista lo evalúa todo en cifras de negocio: ¿cuánto me puede aportar este matrimonio...? Me emociona tu sensibilidad -exclamó con tono irónico. Javier la miró imperturbable. - Todos buscamos la felicidad, de una forma o de otra. Si algo nos gusta mucho tratamos de adquirirlo. En mi caso, si una mujer me hace feliz intento conseguirla, así de simple -expuso con franqueza-. ¿No es un buen negocio, o buena suerte o como quieras llamarlo lograr lo que te hace dichoso? Elena hizo una mueca de desagrado. - Por supuesto que sí, pero esa felicidad puede ser muy efímera o engañosa cuando se confunde con un capricho. ¿Eres de los enamoradizos que creen encontrar la felicidad cada vez que le presentan a una mujer? Te advierto que hay mucha gente así y terminan equivocándose. 78
- Con las mujeres con las que he salido sólo me he sentido... a gusto -afirmó recalcando la última palabra, el mismo término que Elena había utilizado al definir su relación con Jorge-, pero yo a eso no lo llamo amor. Elena le lanzó una mirada desdeñosa. - No creo que sepas lo que significa esa palabra -contestó Elena con voz fría, enfadada porque Javier le recordaba sus propias palabras, pronunciadas unos días antes. Javier levantó una ceja y la miró con insolencia. - ¿Tú sí? Elena se movió incómoda y lo miró con el rostro encendido de indignación. - ¡No pienso seguir con esta conversación! No tienes derecho a indagar en mi intimidad. Una expresión de triunfo se dibujó en el rostro de Javier. Elena evadía su pregunta. No podía contestar porque tampoco conocía ese sentimiento y temía que él lo descubriera. - Sólo te he hecho una pregunta... - La cual no contestaré -respondió Elena tajante, dando por zanjada la conversación. Habían llegado al lugar de reunión. En silencio y con el gesto más bien serio, los dos jóvenes entraron en el local y se dirigieron hacia la mesa desde la que varias personas les hacían señas con las manos. Javier y Elena se acercaron a ellos y se hicieron las presentaciones. Lucía Pinar miró a Elena con recelo. Sabía quién era porque José Luis y Sonia habían hablado de ella antes de que llegara la pareja. Todo el mundo tenía primos y primas y Lucía no le había dado importancia al asunto... hasta que vio a Elena: guapa, un tipo perfecto y unos ojos verdes que atraían desde el primer instante. La alarma se disparó rápidamente en su cerebro. Reconocía que todavía no tenía motivos para preocuparse; en el fondo era normal que Javier, un hombre 79
soltero, acompañara a una pariente durante sus primeros días en Madrid. Elena no conocía la capital y estaría bastante despistada. Lucía saludó a Elena con amabilidad y se ofreció a ayudarla si necesitaba algo. Lo mismo hicieron los demás, especialmente Joaquín Calpe y su novia, Angela. Sencilla y espontánea, Elena contestaba con buen humor a las preguntas y a las bromas de los amigos de los López-Gévora. Javier la observaba, un tanto dolido de que con él no se mostrara tan abierta. Confiado en el éxito que siempre había tenido con las mujeres, Javier había dado un paso en falso con Elena; corregirlo ahora no le iba a resultar fácil. Tras dejar el concurrido local llegaron a una discoteca. Con dificultad, consiguieron una mesa y lograron sentarse. Los amigos de Javier solicitaron a Elena para bailar uno detrás de otro. A Javier no le sorprendió, pero le fastidió bastante. Por primera vez sentía celos y empezaba a reconocer que era una emoción incómoda y perturbadora. - Me alegro de que tu prima se lo esté pasando tan bien -le dijo Lucía cuando se quedaron solos en la mesa. - No somos primos -contestó ligeramente malhumorado-. No tenemos absolutamente ningún parentesco. La mujer de mi tío Mateo era hermana de la madre de Elena. Rosa es viuda, y Mateo siempre ha estado muy pendiente de ella y de sus hijas. Lucía seguía intrigada. - Nunca os había oído hablar de Elena. - Nos vimos en algunas ocasiones cuando éramos pequeños, pero apenas nos acordamos. Realmente la hemos conocido este verano en Huesca. La luz empezó a abrirse camino entre la maraña de dudas en el cerebro de Lucía. - ¿Huesca?, creí que había dicho que vivía en Zaragoza. Una vez que Javier terminó de explicarle todo, Lucía comprendió acongojada lo que durante el verano le había estado 80
preocupando. Javier sólo había ido a Marbella dos días, no consintiendo pasar más tiempo con sus amigos. Había viajado mucho y los fines de semana que había podido se había ido a Huesca. El enigma le había martilleado la cabeza incesantemente a Lucía. Ahora acababa de saber la verdad. Todavía era una sospecha. Conocía lo suficiente a Javier López-Gévora como para descubrir muy pronto si ella estaba en lo cierto. Javier no sabía fingir y raramente disimulaba: era bastante transparente. Consideraba su tiempo muy valioso y nunca lo perdía a lo tonto. - Ven, vamos a unirnos a los demás -sugirió Javier dirigiendo su mirada hacia la pista de baile. Lucía le siguió con el corazón bastante dañado, deseosa de descubrir lo que realmente estaba sucediendo en la mente de Javier... o en su corazón. Acababan de reunirse con el grupo cuando el ritmo de la música cambió por completo. Los armónicos acordes de una lenta melodía animó a las parejas a unirse en un baile pausado e íntimo. Javier fue muy rápido, mucho más que Elena, que había pensado volver a la mesa para beber algo. Sin previo aviso la tomó por la cintura e inició el baile con ella. Elena lo miró con severidad, enfadada por su osadía. Él le sostuvo la mirada y continuó bailando, sin ninguna intención de ceder. - Estoy cansada. Me apetecería tomar una copa. - La tomaremos después. Ahora quiero bailar contigo. - ¿Y siempre consigues lo que quieres? -le preguntó con acento sarcástico. Empezaba a sospechar que la voluntad de ese hombre podría ser muy peligrosa para ella. Javier la miró fijamente con una penetrante mirada gris. - Con empeño y perseverancia raramente fallo. Elena desvió la cara con genio y suspiró con impaciencia. - Eres un engreído y un maldito cabezota... ¿es que no podemos mantener un diálogo normal, como personas civilizadas? 81
- Me considero bastante civilizado -contestó Javier con aplomo-. No miento, no finjo y no engaño a la gente. ¿No consideras estas cualidades meritorias en una persona? - ¡Desde luego que sí! -Exclamó desconcertada. Ese hombre era de lo más irritante, y siempre se las arreglaba para que sus deducciones fueran aplastantemente lógicas-. No he querido insultarte, perdona, pero has de reconocer que conmigo no te has portado como un caballero. Javier la miró con incredulidad. - ¿No? Me gustaría saber en qué momento te he faltado al respeto. - Sabiendo que salgo con otro hombre no deberías acosarme -Elena le dedicó una mirada suplicante, como si le estuviera pidiendo con el corazón que no lo hiciera-. No está bien, y tú lo sabes. Hace poco que nos conocemos y todavía estás a tiempo de rectificar. Por favor, recapacita y seamos amigos. En ningún momento estuvo en su pensamiento suplicar a Javier López-Gévora, pero ahora tenía miedo de él... y de ella misma. Javier era un hombre muy atrayente y empezaba a darse cuenta de que a ella no le resultaba indiferente. Para su desgracia, no le desagradaba. Si bien en un principio lo consideró solamente guapo, ahora sentía algo especial cada vez que lo veía, una especie de estremecimiento interno, bastante perturbador, que no había sentido nunca, ni con Jorge ni con nadie. Su amor por Jorge era sereno y afectivo. Elena sabía muy bien que la chispa que enciende el fuego de un gran amor no había prendido en ella; tampoco la necesitaba. Su vida con Jorge sería pacífica y feliz. No pedía nada más. Le debía mucho y ella jamás le dejaría. Conmovido, Javier la estrechó más contra él y le habló al oído. - Para mí es como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo, porque siempre te he estado buscando -susurró con voz 82
emotiva. Elena cerró los ojos, luchando por acallar los fuertes latidos de su corazón-. Nada más verte hubo algo en ti que me atrajo, Elena, algo que provocó que mi corazón saltara alegre en mi pecho, cobrando nueva vida. No sabría describirlo ni cómo llamarlo; sólo sé que nunca lo había sentido antes. Estando a tu lado me siento feliz, pletórico. El mundo me parece mejor y la vida nunca ha sido tan valiosa para mí como desde ese momento -Javier se apartó un poco y la obligó a que lo mirara. Quería ver su expresión mientras él le abría su corazón-. Jamás he manifestado mis sentimientos de esta manera porque estaba vacío. Ahora estoy lleno de ti y no pienso renunciar a esta dicha. Elena permaneció quieta, en silencio, tratando de hacer frente al violento oleaje que se le venía encima en medio de un mar lleno de dudas, lealtades y pasiones. Javier apretó la mano de Elena contra su corazón y se la acarició suavemente, sintiendo su calor a través de la camisa. - No me replicas, Elena, ¿no tienes nada que decir? preguntó esperanzado. Ella lo miró con gesto compungido. - Tu sinceridad es abrumadora, y me siento halagada de que un hombre como tú haya puesto su interés en mí. No obstante, debo descartarlo y rogarte que te olvides de mí. Conoces mi situación y eso no cambiará. Lo siento, Javier, de veras. Era una constatación y él no estaba preparado para aceptarla. Elena liberó su mano de la de él para alejarse, pero Javier la tomó del brazo y la acercó de nuevo. - No le quieres, ¿verdad? Ella lo miró apesadumbrada, lamentando profundamente todo lo que estaba ocurriendo entre ellos dos. - No te obsesiones con fantasías, Javier. Terminarías dañado y también causarías pena a otras personas. Por favor, reflexiona con sensatez y admite que te has equivocado. 83
Un resplandor de determinación ardió peligrosamente en sus ojos. Elena lo captó y se inquietó seriamente. - El problema es que yo no creo estar equivocado. Elena trató de disimular su estado de ánimo cuando se reunieron de nuevo con los demás. A pesar de haberle rogado, no había conseguido alejar a Javier. Su obstinación le traería problemas, encontrándose indefensa para solventarlos ella sola. Javier había perdido la sonrisa. De nuevo Elena le rehuía y lo detenía en su intento de acercamiento. Le desquiciaba su actitud, especialmente su negativa a analizar sus propios sentimientos. Lucía los observaba con atención, notando inmediatamente que algo anómalo había irritado tanto a Elena como a Javier. La joven aragonesa campeaba el temporal con bastante acierto. En cambio, la expresión severa y ausente de Javier era un indicio claro de su estado de ánimo. Lucía estaba intrigada y preocupada. Algo estaba ocurriendo, y a ella le interesaría mucho averiguar de qué se trataba.
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l ritmo del trabajo se impuso en las vidas de Elena y Javier, sin permitir que la intensa actividad impidiera a Javier insistir siempre que tenía oportunidad. Elena no le otorgaba ni una concesión. Para frustración del joven López-Gévora se había convertido en una maestra en el arte de esquivarlo. Dedicada a recopilar bibliografía para su tesis y a trabajar en la documentación para la publicación de trabajos, Elena relegó a un oscuro rincón de su mente el conflicto que había surgido entre Javier López-Gévora y ella. Las circunstancias también la favorecían, pues Javier tenía que realizar de nuevo un viaje a América. Su ausencia le daría tiempo para poner sus pensamientos en orden y tranquilizar su espíritu, bastante alterado desde que ese hombre había irrumpido como un huracán en su vida. Javier acudió a casa de su tío el día antes de iniciar el viaje para hablar sobre las gestiones que realizaría en América. Anunció su intención de quedarse a cenar, lo que desconcertó momentáneamente a Elena. Rectificó inmediatamente, diciéndose que era absurdo comportarse como una niña asustada. Los problemas de la vida había que resolverlos y ella se encargaría de solucionar éste cuanto antes. A pesar de su expresión apesadumbrada, Javier intentó comportarse con naturalidad, 85
decisión que le resultaba siempre difícil cuando Elena estaba cerca de él. - Espero que no te resulte muy pesado este viaje, hijo, y que puedas solventar todas las cuestiones que llevas pendientes. La sonrisa con la que le contestó Javier no le pareció a su tío muy alegre. - Estoy acostumbrado, no te preocupes. Procuraré volver cuanto antes -añadió mirando a Elena de soslayo. Elena los escuchó interesada hablar de negocios, comprobando con frustración cómo su admiración por Javier López-Gévora no disminuía a pesar de todos sus esfuerzos. Quizás la partida de Javier era la solución para los dos. La ausencia siempre distanciaba a las personas. Era factible que sus sentimientos cambiaran durante ese tiempo. No estaba muy segura de que fuera realmente eso lo que deseaba, pero sí sabía sin ninguna duda que sería lo más práctico y lo más conveniente para ambos. Cuando terminaron de cenar y tanto su tío como Roberto se despidieron de él deseándole un buen viaje, Javier le pidió a Elena que le acompañara hasta la puerta. Ella se mostró sorprendida, pero delante de Mateo fue incapaz de negarse. Su tío era una buena persona y quería a Javier como a un hijo. Por nada del mundo lo ofendería. - Espero que tengas un buen viaje. - Y yo espero que me eches de menos todo el tiempo que esté ausente -contestó Javier con una pícara sonrisa-. No dudes de que yo sí me acordaré de ti. Elena bajó los ojos y suspiró. - Yo creo que, por el contrario, lo mejor para ambos es que aproveches este viaje para olvidar que nos hemos conocido. Sería lo más prudente. Javier le acarició la mejilla suavemente y le sonrió con ternura. 86
- No estoy de acuerdo. Considero una suerte haber tenido la dicha de encontrarte. Tomándole la mano se la apretó, y tras darle un beso en la cara salió de la casa. Las palabras de Javier habían sido como una maldición. Le resultaba de lo más irritante; no sólo no podía olvidarlo sino que lo recordaba con mucha más frecuencia de lo que era conveniente. A pesar de sus esfuerzos y de su firme decisión de no acceder a ningún avance de ese hombre, Elena pensaba en Javier López-Gévora. Cierto que la imagen de Jorge aparecía a continuación, como si él encarnara al ángel bueno que le recordaba cuál era su deber. Jorge y ella no tenían un compromiso formal. Cuando Jorge le pidió que saliera con él, Elena accedió, aclarando que lo harían sólo como período de prueba. Debido a la enfermedad de su madre, las cosas se habían ido complicando. La amistad y el cariño entre ellos era innegable. Elena lo admiraba y le debía mucho: no lo traicionaría ni lo dejaría plantado por otro hombre. Durante los dos meses que Javier estuvo ausente, los contactos no se rompieron entre ellos, tal y como Elena hubiera preferido. Javier la llamaba con frecuencia y le expresaba lo que sentía en esos momentos, recalcando muy especialmente su imperioso deseo de volver a verla. - No conoces Nueva York, Elena -le dijo en una ocasión-, ¿por qué no coges un avión el viernes y pasas el fin de semana aquí conmigo? Yo te lo enseñaría todo; lo pasaríamos de maravilla..., por favor, Elena... Elena no podía creerlo. Estaba decidido, cada vez más decidido, y al parecer ella no contaba con medios para detenerlo. A partir de ese día no volvió a ponerse al teléfono. 87
En el departamento, el ambiente era muy agradable. Elena se llevaba bien con sus compañeros y con los catedráticos. Su horario era intenso y ella procuraba concentrarse por completo en su trabajo. Hizo amistad con Sergio Ribera, un joven becario como ella. Se ayudaban mucho el uno al otro y estaban preparando una publicación sobre la prosa en el siglo XVIII. - ¿Has quedado para comer? -le preguntó Sergio un día. - No. Tomaré un bocadillo en la cafetería y subiré enseguida al departamento. Quiero terminar algunas consultas antes del viernes. - Entonces nos veremos allí a las dos, ¿te parece? Elena enseguida vio a Sergio al entrar en la cafetería de la facultad. En esos momentos, estaba charlando con una chica. - Hola, Elena... mira, quiero presentarte a Cruz Muñoz, becaria en Físicas. Ambas jóvenes se saludaron con simpatía y mientras comían se pusieron al día acerca de las actividades de cada una. Elena supo que Sergio y Cruz se habían conocido en esa misma cafetería y desde entonces salían juntos. - ¿Y tú no echas de menos Zaragoza? -le preguntó Cruz. - Mucho. Me encanta mi tierra y su gente; además, mi familia está allí -reconoció con nostalgia-. Procuramos vernos con frecuencia. Afortunadamente, todos comprenden que cada uno debe intentar encontrar el mejor medio de vida, aunque sea en otra parte. - Y hablando de medio de vida, ¿has solicitado el puesto de profesora de literatura española en la Universidad americana de Ohio? -le preguntó Sergio. - Te refieres a la plaza de ayudante, ¿no? - Sí, claro -contestó el joven, sabiendo muy bien que con su poca experiencia difícilmente podrían acceder a otro puesto en la Universidad. 88
- El catedrático me ha animado a hacerlo. Me encantaría vivir en EE.UU. por un tiempo. Supongo que habrá solicitudes a patadas, pero por intentarlo que no quede. Los tres se hicieron amigos, y el fin de semana que Jorge fue a verla a Madrid salieron los cuatro juntos. - Jorge es un gran tipo -comentó un día Sergio-. Hacéis una buena pareja. Elena sonrió. Todos captaban enseguida la bondad de Jorge. La vida sería dulce y agradable a su lado. - Es un hombre maravilloso. Los sábados, o Sonia o Angela, la novia de Joaquín, la llamaban para que saliera con ellos. El grupo en general le caía bien, pero quería desconectarse de todo lo que tuviera que ver con Javier López-Gévora. Sus emociones se debatían entre el temor y el deseo de volver a verlo. Luchaba constantemente contra esa atracción. Ni siquiera cuando Jorge iba a verla lograba apartar de su mente el temor a la amenaza que suponía Javier. Ese hombre había desequilibrado su espíritu sereno y apacible. Hasta conocerlo, ella se conformaba con lo que tenía y lo aceptaba con alegría. Era sosegadamente dichosa, sin ambiciones en ningún terreno. Ahora su razón y su corazón entablaban frecuentes luchas, perturbando hasta la locura la cómoda quietud de su rutinaria vida. - Por Dios, Elena, no puedes pasarte los fines de semana encerrada -le decía un día Sonia mientras trataba de convencerla de que saliera-. Esta noche iremos al teatro y luego a cenar. Anímate, por favor. Elena no quiso ofender a Sonia y accedió. Era muy consciente de que quizás se estaba metiendo en la boca del lobo. También sabía que no podía rechazar indefinidamente la amabilidad de esas personas. Vestida con un elegante traje de chaqueta negro, su bonito pelo recogido y llevando como único adorno una gruesa 89
gargantilla de bisutería, Elena estaba espléndida. José Luis alabó su belleza. Al verla, Joaquín comprendió el afán de Javier por conquistarla. Elena era una mujer muy guapa y además, encantadora. La obra de teatro resultó muy entretenida. Ya en la calle, mientras recorrían la acera en dirección a los coches, Angela se agarró de su brazo y le preguntó por Javier. - No sé cómo estará. No hablo nunca con él -fue la fría respuesta. Angela captó enseguida la intención de Elena. - No me interpretes mal, Elena. Tanto Javier como tú me caéis bien, pero he de advertirte que no me va el papel de Celestina. Conmigo no hace falta que te pongas a la defensiva. Elena suspiró, sintiéndose arrepentida por su brusca salida. - Perdona, Angela, tú no tienes culpa de mis problemas. Sólo que... bueno, Javier no tiene nada que ver conmigo... - No, excepto en el pequeño detalle de que está enamorado de ti -expuso Angela con una claridad que la dejó boquiabierta. - Pero ¿qué dices? -preguntó con gesto de alarma, negándose una vez más a reconocer lo que ya Javier le había expuesto anteriormente con bastante claridad.- ¡Estás equivocada! Sabes que Javier es un hombre que podría tener las mujeres que quisiera. Yo soy sólo un capricho: se le pasará con el tiempo. Angela la miró con expresión irónica. - No te engañes, Elena. Conozco a Javier desde hace mucho tiempo y sé muy bien cómo es -le aclaró la joven madrileña para que no hubiera malentendidos-. Ha tenido ligues, por supuesto: es un hombre guapo, interesante, inteligente y rico, pero puedo asegurarte que ni Joaquín ni yo le hemos visto nunca enamorado. Ahora lo está de ti y tendrás que aceptar esa realidad. Otra cuestión es que tú decidas rechazarlo o no: yo ahí no me meto, pero por favor, no intentes eludir la verdad cerrando los ojos ante lo que es más que evidente. 90
Si bien la sinceridad de Angela la perturbó más de lo que ya estaba, estaba decidida a seguir luchando. - Yo no estoy libre, Angela, y Javier lo sabe, por tanto me niego a considerar cualquier argumento que intente relacionarnos a Javier y a mí -contestó tajante-. Lo siento, Angela, pero me gustaría que entendieras mi posición. Angela movió la cabeza asintiendo. - La respeto, por supuesto. Te aseguro que yo solamente he querido constatar un hecho, nada más... Elena se mordió el labio arrepentida. - Ya lo sé. La culpa es sólo mía; por favor, perdóname. Elena apenas durmió esa noche, pensando en las palabras de Angela. Su vida se había convertido en una encrucijada en la que se sentía atrapada. Javier abrazó a Roberto en el aeropuerto, sintiéndose más contento que nunca de estar de vuelta en casa. - Bienvenido a casa, muchacho. Ya empezábamos a echarte de menos. La ironía de Roberto le encantaba. - ¿Es que hasta ahora no os habíais dado cuenta de que estaba ausente? -preguntó el joven entre carcajadas. - Hummm... tu madre te ha nombrado algunas veces y supongo que algunas de tus amigas habrán llorado tu ausencia. Javier lo miró divertido y le pasó el brazo por el hombro mientras se dirigían hacia el coche. - ¿Qué tal están todos? - Bastante bien. - ¿Y Elena? -Si no preguntaba por ella estallaría. Incluso en las reuniones de negocios, en las que siempre mantenía su mente fría y despejada, concentrada únicamente en el asunto que tenía entre manos, su imagen se había abierto hueco entre la maraña de pensamientos. En varias ocasiones le había resultado muy difícil 91
no caer en la tentación de volver a Madrid para verla. La intensidad de su deseo por ella anulaba a veces su capacidad lógica. Su profunda añoranza le hacía vulnerable a cualquier posibilidad de volver a contemplarla. Roberto lo miró con socarronería. Al parecer Javier no había tenido en cuenta ni sus palabras ni las de su tío. Estaba enamorado, eso era evidente, y no permitiría que nada ni nadie se interpusieran en su camino. - Está en Zaragoza. La expresión del joven se nubló con desilusión. - ¿Cuándo vuelve? - El domingo o el lunes, no lo sabía. Ha ido a pasar el fin de semana con su familia. - ¿Es que su madre está peor? - Al contrario: gracias a Dios está muy bien. "Entonces ha ido a encontrarse con Jorge", pensó Javier, herido. Durante su estancia en EE.UU. y Sudamérica la imagen de Elena con Jorge también lo había atormentado. A pesar de que la había llamado muchas veces, apenas había conseguido hablar con ella. Invitado a fiestas, reuniones y cenas, Javier había tenido multitud de oportunidades de ligar con mujeres guapas y encantadoras que no hubieran dudado en ofrecerse a él sin titubear; él, en cambio, las había rechazado drásticamente; ante su propia perplejidad, ninguna de ellas le había tentado lo suficiente como para embarcarse en una aventura. Sólo Elena Villareal estaba continuamente en sus pensamientos y sólo a ella anhelaba; era la mujer de su vida, y él no cejaría hasta conseguirla. El lunes por la noche, poco antes de que Esperanza anunciara la cena, Javier se presentó en casa de su tío. - ¿Hay suficiente comida para uno más? -le preguntó al ama de llaves nada más abrirle la puerta. 92
La mujer rió de buen humor mientras cogía el abrigo de Javier. - Los miembros de la familia siempre tienen un plato en esta casa. Javier la besó agradecido. - ¡Qué haríamos nosotros sin ti...! En la salita sólo estaba su tío leyendo el periódico. Levantando la mirada y quitándose las gafas, sonrió a su sobrino. - ¿Has descansado ya del viaje? El viernes parecías agotado. - He tenido todo el fin de semana para dormir y hacer el vago. Ya estoy de nuevo en forma. - Este año apenas has descansado. ¿Por qué no te coges unos días de vacaciones? - Tal vez. ¿Pasarás la Navidad en Zaragoza? Mateo observó a su sobrino, tratando de analizar su expresión calculadora. - Claro. Sabes que siempre paso la Nochebuena y Navidad con Rosa y las chicas y la Nochevieja con vosotros. ¿Por qué lo preguntas? Reacio a contestar, Javier se sintió incómodo. Finalmente miró a su tío con solemnidad y no se anduvo por las ramas. - Deseo estar con Elena en Navidad. No quiero que se vaya a Zaragoza. Si nos ponemos de acuerdo podríamos celebrarla todos juntos. Mateo suspiró dubitativo. Quería mucho a su sobrino, pero no deseaba interferir en la situación sentimental de Elena. Le constaba que entre ellos no había nada serio... aún, y eso ya era un alivio. Elena parecía defenderse bien de Javier. Le gustaba su formalidad y su lealtad hacia Jorge. Por otro lado, también deseaba que su sobrino fuera feliz. - Pensaré en ello. - Gracias. ¿Está Elena en casa? 93
Mateo suspiró resignado, rindiéndose ante la tozudez de su sobrino. - Creo que anda en la biblioteca. Desesperado por verla, Javier entró en la biblioteca con un brillo de ansiedad reflejado en sus ojos. Sentada delante del escritorio, rellenando las fichas de los libros que tenía amontonados sobre la mesa, Elena levantó la cabeza al oír la puerta y vio a Javier. Sabía que estaba en Madrid. Ella había llegado el domingo por la noche y se lo habían comunicado. Su corazón latió con fuerza al reconocerlo y un ligero temblor agitó sus manos. Hacía dos meses que no se veían, y en contra de su sentido común y de todos sus principios, se sentía ahora más viva. Sin mediar palabra, Javier se plantó en dos zancadas delante de Elena, la miró fijamente, expresando con su cálida mirada todo el placer que en esos momentos le provocaba su cercana presencia. Alargando la mano, la tomó por el brazo, la levantó del sillón y estrechándola fuertemente contra él, la besó con una pasión nacida de lo más hondo de su corazón. Sorprendida por su reacción, Elena no se rebeló. Subyugada por unas sensaciones que jamás había sentido, le devolvió el beso. Estaban hechizados, entregándose sin palabras lo que sus corazones gritaban desde hacía mucho tiempo. Javier la abrazaba con desesperación, acariciándole con adoración el cuello, el hombro y la espalda. Elena respondía instintivamente a la intensidad de sus besos, completamente volcada en avivar la chispa de pasión que ese hombre había encendido en ella. - Te deseo tanto y te he echado tanto de menos... -le susurró Javier, anhelante-. Elena..., mi Elena... Elena hubiera podido pronunciar esas mismas palabras dictadas por el corazón, pero con la diferencia de que ella se sentía culpable de esas emociones y Javier estaba orgulloso y 94
pletórico del placer y la energía que la chispa de la atracción y del amor proporcionaban a su corazón y a su vida. Asustada de sus sentimientos y del camino al que podría llevarla su flaqueza: traicionar sus propios principios, Elena se apartó bruscamente de Javier y lo miró con expresión acusadora. - ¡Esto es una locura!; no tenía por qué haber sucedido. Por favor, no vuelvas a tentarme -le suplicó en un intento de aliviar su conciencia. Él trató de acercarse de nuevo para abrazarla y contarle en susurros todo lo que sentía. Elena dio un paso atrás enfadada, deteniéndole con la mano extendida. - No vuelvas a tocarme, Javier. Te lo prohíbo. Con el corazón palpitándole violentamente en el pecho, Javier la miró decepcionado y le habló con tono de reproche. - Me has respondido, Elena. Durante unos minutos, has sido mía. Lamentablemente, parece que sigues resistiéndote a aceptar la realidad; te niegas, absurdamente, a reconocer la verdad entre nosotros. Prefieres continuar arropada por el manto de hipocresía y mentira que tú misma te has confeccionado. Elena tembló de furor, experimentando un agudo dolor por la cruda verdad que él acababa de exponer. - ¡Cómo te atreves a juzgarme! No me conoces y tampoco sabes lo que siento... - Desde luego es difícil saber lo que pasa por tu cabeza, teniendo en cuenta cómo te engañas a ti misma -le espetó Javier con saña-. Mi reacción al verte hoy ha sido espontánea y la tuya también. De haberlo pensado con tu mente fría y controlada -la acusó sin piedad-, no me habrías besado como lo has hecho. Estoy convencido de que nunca has besado así, con el corazón rebosante de pasión, ternura y amor, como tampoco lo había hecho yo hasta ahora.
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¡Dios Santo!, no había fallado en ninguna de sus deducciones. Sin embargo, por dignidad y lealtad, ella tenía que contradecirlas. - Me temo que te excedes en tus conclusiones, Javier. Llevas persiguiéndome desde que nos conocimos y en esta ocasión simplemente me has cogido desprevenida y en un... mal momento, digamos. Ten por seguro que no volverá a suceder. Javier la miró atónito. Sus palabras le habían molestado bastante, sin embargo en vez de reaccionar con furor le dedicó una sonrisa maliciosa. - Mal momento... ¿me crees tan ingenuo como para no reconocer una verdadera entrega? ¡Vamos, Elena...!, te conozco lo suficiente como para saber que no habrías reaccionado tan... apasionadamente de no haberte sentido fuertemente atraída hacia mí. Lo que tu mente niega, tu cuerpo lo afirma. Yo te he tentado, eso es cierto, pero he comprobado lo que ya intuía desde hacía tiempo, por mucho que tú te empeñes en negarlo. En su interior, Elena se sentía consternada y culpable. Se había delatado como una imbécil y ahora le resultaría muy difícil si no imposible que Javier la creyera y respetara sus deseos. - Ha sido un error absurdo y lo reconozco. Conmigo no tienes ninguna posibilidad, Javier. Por favor, convéncete de una vez. Javier no se alteró al escuchar sus bruscas palabras. A Elena tampoco se le escapó el fulgor amenazador que brilló en el gris de sus ojos. - Si me conocieras más no te habrías atrevido a sugerirme una cosa semejante -le espetó él con arrogancia-. Cuando me empeño en conseguir algo, jamás me doy por vencido. No sé si es bueno o malo, pero soy muy constante y tenaz. Por suerte o por desgracia, tú eres la mujer que me gusta, la única que deseo, y como estoy convencido de que yo tampoco te soy indiferente, no pararé hasta conseguir que seas única y exclusivamente mía; no me 96
conformaré con menos -le advirtió con un brillo de batalla en sus ojos. La misma expresión beligerante se reflejó en el rostro de Elena. - Eres el hombre más arrogante y soberbio que he tenido la desgracia de conocer. No toleraré que me intimides ni que te impongas a mí. Soy dueña de mis actos y muy libre de hacer lo que me dé la gana. Te aseguro que no aguantaré tus caprichos. Una perversa sonrisa se dibujó en los labios de Javier. - Tengo muchos defectos, es cierto, pero sé muy bien lo que quiero, y puedes apostar lo que desees a que no renunciaré a lo que más anhelo en el mundo. De pie, pálida y sobrecogida, Elena oyó asustada el portazo que había seguido a la salida de Javier de la habitación. Desamparada y sola, pensó en la incontrolable perspectiva que se dibujaba en su horizonte. Javier López-Gévora había desestabilizado su vida con una fuerza arrolladora. Si quería defender sus principios tendría que luchar contra él y contra la atracción que le inspiraba. Se enfrentaba a un poderoso rival y ella temía flaquear ante el enemigo. Elena era muy consciente de que si lo hiciera ya no habría marcha atrás. Durante el resto de la semana no vio a Javier, pero no por ello dejó de sentirse desasosegada e inquieta. La dura discusión entre ellos acudía una y otra vez a su mente, perturbando su espíritu y alterando el equilibrio emocional que siempre la había caracterizado. El viernes cogió un avión para Zaragoza. No la esperaban y se encontró a su madre, tumbada en el sillón, ligeramente indispuesta, y a Jorge, sentado a su lado, atendiéndola. Su hermana le dio un abrazo y la tranquilizó. - Ya está mejor. He llamado a Jorge por precaución, pero no creo que sea nada importante. Elena besó a su madre y a Jorge. 97
- No te preocupes, cariño; ya estoy bien. Jorge asintió para tranquilizar a Elena. - Mañana hablaré con mis compañeros para que le hagan una nueva revisión. Elena le acarició la mano. - Gracias, Jorge. Elena acompañó a su madre durante todo el día, contándole para entretenerla las anécdotas más divertidas de su estancia en Madrid. Su madre sonreía, encantada de que su hija hubiera acertado trasladándose. En ningún momento nombró a Javier, tratando de evitar cualquier gesto que delatara su preocupación y congoja al verse envuelta en un problema con el que no había contado. Por la noche, mientras paseaban cogidos de la mano, Jorge le explicó despacio la situación de su madre. - Sólo ha sido una pequeña crisis. De todas formas, repetiremos las pruebas de nuevo. Ha estado muy bien hasta ahora. No creo que debas preocuparte. Elena se acercó a él y le besó. - No sé qué haríamos sin ti. Eres muy bueno, Jorge, y yo siempre te estaré agradecida. - No tienes por qué; con mi ayuda o sin ella, tu madre sería igualmente bien atendida. - Puede ser, pero es un alivio tenerte a ti. Jorge le dedicó una sonrisa bonachona y le preguntó por su trabajo en Madrid. - Muy bien, aunque preferiría estar aquí, cerca de vosotros. -Sería lo más cómodo por el bien de todos, y lo más sensato. Quizás en la distancia lograra alejarse también mentalmente de Javier López-Gévora. - No podías dejar pasar esa oportunidad, Elena. Somos jóvenes y tenemos que enderezar nuestra carrera lo mejor que podamos. No es fácil conseguir una beca, y además estás 98
cómodamente instalada en casa de tu tío; creo que has tenido mucha suerte. - Claro que sí: no me quejo. Trabajo mucho, tanto en la facultad como en la biblioteca de mi tío, pero me gusta lo que hago y además estoy rodeada de gente encantadora. - ¿Qué tal están tu tío y sus sobrinos? Elena vaciló momentáneamente al recordar el último encuentro con Javier. - Muy bien. Después de cenar juntos, Jorge la acompañó hasta su casa. - Tenía ganas de verte, Elena. Te echaba de menos -dijo rodeándola con sus brazos. Elena respondió a sus besos con más efusividad que nunca, en un intento de sentir la misma arrasadora pasión que Javier había despertado en ella. Para su desolación comprobó que sólo sentía ternura y cariño, no la enloquecedora atracción que Javier había desencadenado en su interior nada más tocarla. Era horrible llegar a una conclusión tan desastrosa. Acongojada, reconoció que su instinto se lo llevaba advirtiendo desde hacía tiempo sin que ella quisiera aceptarlo. - Pensábamos que ya no te reunirías con nosotros -le dijo Joaquín a Javier al ver a su amigo tomar asiento en la mesa donde estaban todos. Aún furioso por la actitud de Elena y por haber huido a refugiarse en los brazos de otro hombre, Javier, cansado de pensar y de deambular como un tigre enjaulado por su casa, había decidido finalmente reunirse con sus amigos para intentar olvidar y calmarse. - El amigo pródigo volvió a casa -comentó Lucía, muy contenta de que Javier hubiera aparecido solo-. ¿Qué tal por Nueva York? Te llamé varias veces cuando estuve allí, pero me dijeron que en esos momentos estabas en Sudamérica. 99
- Sí, he estado viajando mucho, y desde luego no por placer. - Parece que hasta que no terminéis esa autopista pasarás en América mucho tiempo. Coincidiremos, sin duda -afirmó con seguridad-; yo también tengo que viajar por allí de vez en cuando. - Es probable -contestó Javier con desgana. Lucía lo notaba distante, ausente, y se preguntaba qué le habría ocurrido. Intentó que se animara a bailar con ella. Por mucho que insistió no logró convencerlo. Javier no se encontraba de humor para bailes. - Llamé a Elena el viernes y me dijo Esperanza que se había ido a Zaragoza -comentó Angela-. ¡Vaya nostalgia que tiene de su tierra! - Es natural; allí tiene a su familia y a sus amigos -señaló Lucía mientras observaba atentamente a Javier-. Aquí todos le somos extraños. Quizás con el tiempo se acostumbre... Angela también lo miró. Apreciaba mucho a Javier y sabía lo que le estaba sucediendo. Le había visto con Elena, y su expresión cada vez que estaba con ella era el paradigma de la felicidad. Hacía poco que se habían enterado de que Elena tenía un novio en Zaragoza, y esa parecía ser la poderosa razón de que ella no lo aceptara. - Quizás -fue la escueta respuesta de Javier. Angela, hija del más famoso cirujano plástico de España, acostumbraba a dar una fiesta en su casa todos los años antes de Navidad. Tanto su cumpleaños como el de su padre eran en diciembre, por lo que aprovechaban para agasajar a los amigos de ambos ese mismo día. - No puedes faltar, Elena -le decía un día Angela mientras merendaban en una cafetería. Ambas jóvenes habían congeniado muy bien y quedaban con frecuencia para charlar un rato-. Es una fiesta muy tradicional en nuestra familia y me gusta que asistan mis amigos. 100
Elena improvisó con rapidez. - Me gustaría, Angela, de verdad, pero como sabes procuro irme a Zaragoza los fines de semana. - Vamos, Elena, no me decepciones. Tu madre está bien y estoy segura de que le alegrará que te diviertas. De ninguna manera quería desilusionar a su amiga. Angela era encantadora y había sido muy buena con ella. Su problema no tenía por qué afectar a los demás. Javier y ella apenas se veían. Aún no se habían reconciliado. Él había intentado hablar con ella por teléfono sin éxito. A pesar de que Javier se mantenía distante y con el gesto hosco, no desaprovechaba ninguna ocasión en la que hubiera una mínima oportunidad de encontrarse, como si se hubiera propuesto que Elena no lo olvidara. - Muy bien, Angela. Muchas gracias por tu invitación. Será un placer acudir a tu fiesta. La expresión de Javier cambió radicalmente en cuanto se enteró de que Elena asistiría a esa fiesta. De lo que sí estaba seguro era de que él sería su acompañante. Elena también lo sabía con antelación y no podía hacer nada por evitarlo. Siempre que su tío la animaba a que saliera con sus sobrinos y sus amigos no era consciente de la continua tentación a la que se veían sometidos Elena y Javier cada vez que estaban juntos. Mateo y Javier esperaban en el hall a que Elena bajara. Javier dirigió sus ojos hacia la escalera en cuanto oyó sus pasos. Como siempre, la visión de esa mujer enloqueció todos sus sentidos. Los dos hombres admiraron el bonito pelo, brillante y sedoso cayéndole sobre los hombros. El abrigo beig que llevaba con el cuello de piel en el mismo color favorecía sus bellos rasgos. Ella siempre colmaba sus expectativas. Se sentía orgulloso de haberse enamorado de una mujer semejante, por muchos problemas que esa elección le trajera. 101
- ¡Estás guapísima, Elena! -exclamó su tío mirándola fijamente-. Me recuerdas mucho a tu madre y... a mi mujer cuando tenían tu edad. Elena se acercó a él y le dio un beso. Su tío trataba siempre de mostrarse alegre y con buen humor. Tras sufrir unos años la triste amargura que suponía para él la ausencia de su mujer, había logrado sobreponerse, al menos aparentemente, procurando en la medida de lo posible hacerle agradable la vida a todos los que lo rodeaban. Eso no impedía que cada vez que la mención de su difunta esposa salía a colación, sus ojos se ensombrecieran automáticamente. - Gracias, tío Mateo. Javier los contemplaba con expectación. Teniendo en cuenta la tirantez que había existido entre ellos últimamente, no podía prever la reacción de Elena. De todas formas, cualquier actitud que ella adoptara, prefería que fuera espontánea y no forzada. Vestido con smoking estaba muy guapo. Su porte y su intensa mirada podrían desequilibrar cualquiera de sus propósitos, pensó Elena. Tendría que estar en guardia. Consciente de la presencia de su tío, Elena actuó con naturalidad acercándose a Javier y besándole en la mejilla. - Hola, Javier. Gracias por acompañarme. Él le tomó la mano delicadamente y se la besó. - El honor es mío. Mateo miró a su sobrino y sonrió resignado: "no hay duda de que su voluntad es inquebrantable". Sabía muy bien que nada de lo que él dijera haría desistir a Javier de su empeño. - Me sorprendió cuando me enteré que asistirías a la fiesta. Ultimamente no dejas de viajar a Zaragoza. Iban en el coche, camino de Puerta de Hierro, donde la familia de Angela tenía su residencia. Elena deseaba que hubiera 102
armonía esa noche entre ellos, por ese motivo la desanimó su tono de reproche. - Angela insistió y no quise desilusionarla. Es una buena amiga; se porta muy bien. - Sí, te aprecia mucho y según he podido comprobar su capacidad de convicción es superior a la mía. Todavía estoy esperando que contestes mis llamadas. Elena miró su perfil y suspiró. - Sabes que nunca las contestaré. No puedo ni debo hacerlo y no lo haré. Por favor, Javier, trata de comprender. - No acepto esta situación, Elena, no es natural. Tú y yo... - No quiero discutir hoy contigo -le interrumpió Elena tajante-. Somos jóvenes y afortunados; vamos a la fiesta de una buena amiga y deseo estar alegre. Por favor, Javier, no me amargues la noche. - Es lo último que querría. Sólo deseo que razones y aceptes la verdad, Elena, la que te dictan tus sentimientos más profundos. Afortunadamente para la joven zaragozana, habían llegado ya a la puerta de la casa y no pudo contestar. La entrada, muy grande y perfectamente decorada, estaba ya llena de gente. Una camarera se acercó a ellos para recoger sus abrigos. Javier ayudó a Elena, y fue entonces cuando vio el vestido que llevaba. Impresionado y a la vez turbado por las distintas emociones que lo embargaban, contempló con admiración el bonito vestido de encaje beig con forro marrón que marcaba a la perfección la espléndida figura de Elena. Sus ojos se detuvieron extasiados en los bonitos hombros desnudos y en el brillo satinado que la luz de las lámparas reflejaba en su piel, para pasar instantes después a su bello rostro. En el momento en el que sus ojos se encontraron, Elena le sonrió. - ¿No te gusta? - Demasiado hermoso para compartirlo. Angela y Joaquín se acercaron a ellos y los abrazaron. 103
- ¡Por fin estáis aquí! Ven, Elena, te presentaré a mi familia; luego nos reuniremos con los amigos. Los padres y los hermanos de Angela la acogieron con simpatía, al igual que el resto de la gente que ella le presentó. Javier no se apartaba de su lado. Él era su acompañante y no permitiría que nadie le estropeara esa oportunidad. Su propósito fue casi imposible de cumplir, pues inmediatamente un grupo de conocidos lo solicitó y lo alejó de Elena. - Un vestido precioso, Elena -dijo Lucía nada más verla-, te sienta de maravilla. -Lo había dicho de corazón. A pesar de que Elena se había interpuesto en su camino, le caía bien. Era agradable y sencilla, y lo que más le asombraba era que no parecía tener interés por Javier. Se había enterado de que tenía novio en Zaragoza y admitía que eso la había tranquilizado bastante. Ella parecía estar enamorada puesto que iba mucho a su tierra. Lo que Lucía ignoraba era que, desgraciadamente para ella, eso no suponía ningún freno para Javier en su afán por conseguirla. - Lo mismo digo, Lucía; estás muy guapa. - Gracias. ¿Qué tal tu trabajo en la facultad? - Estoy encantada. Tengo unos compañeros excelentes y lo que hago me entusiasma. - Mis padres conocen mucho a Ignacio Pradera. Son amigos desde hace muchos años. - ¡Qué casualidad! Él me dirige la tesis y nos llevamos muy bien. Vale muchísimo y, de hecho, es el que me ha animado a solicitar un puesto temporal de profesora ayudante en EE.UU., en la Universidad de Ohio. Un reflejo de esperanza iluminó la cara de Lucía. - ¿Y crees que lo conseguirás? - Es muy difícil. No creo que tenga esa suerte. La mente de Lucía comenzó a maquinar apresuradamente un plan que posiblemente la ayudaría a conseguir lo que tanto anhelaba. 104
Cuando Javier consiguió acercarse de nuevo a ellas, Angela intentó llevarse a Elena para presentarle a unos primos suyos que querían conocerla; Javier se lo impidió. - Más tarde, Angela; ahora voy a bailar con Elena, si no te importa -afirmó dándolo por hecho al tiempo que tomaba a Elena por la cintura. - ¡Por supuesto!, ya habrá tiempo más tarde -contestó Angela, captando con rapidez la mirada de Joaquín. Lucía los vio alejarse apesadumbrada. ¿Habría realmente algo entre ellos? Su instinto le decía que sí, al menos por parte de Javier. Ella también estaba rodeada de amigos que la solicitaban para bailar y para mucho más. Desgraciadamente, su corazón aún no estaba libre. Seguía enamorada de Javier. Él nunca lo había estado de ella, según le confesó en una ocasión. Después de intentarlo todo sin conseguirlo, había llegado a la conclusión de que su única esperanza residía en que, con el tiempo, Javier terminara por quererla. Mientras Elena siguiera en Madrid, quizás eso sería muy difícil. Si, por el contrario, Elena se fuera y Javier se sintiera abandonado, quizás acudiera a ella para consolarse.
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i continúas mirándome así levantarás rumores -le reprendió Elena mientras bailaban. Javier sonrió sin apartar sus ojos de ella. - Estás preciosa, Elena, y me gustas mucho. Francamente, no encuentro nada más agradable hacia donde dirigir la mirada. - Siempre tienes que decir la última palabra, ¿verdad? - Sólo cuando realmente tengo algo que decir. Elena se echó a reír. Ese hombre era imposible. Cuanto más lo conocía más difícil le parecía deshacerse de él. - ¿Has tenido novia alguna vez? - Nunca. - ¿Y amigas? - Algunas. - ¿Y con todas seguiste la misma táctica que conmigo? - No hizo falta. Digamos que ésta es la primera vez que intento conquistar a una mujer. Las demás no me interesaron tanto como para tomarme esa molestia. Elena gruñó con indignación. - ¿Es que no eran dignas del potentado y atractivo Javier López-Gévora? Javier sonrió con picardía. 106
- ¿Piensas que soy atractivo? - Sí. - ¡Qué alivio...!; me esquivas tanto que he llegado a creer que me considerabas deforme. -Al verla reír, Javier se sintió feliz-. Las mujeres con las que he salido eran todas encantadoras. Nunca he tenido nada que reprocharlas, pero yo no logré enamorarme de ninguna de ellas -confesó con franqueza-. No sirvo para fingir, y tampoco me gusta perder el tiempo. El amor es esquivo, según he podido comprobar, y no hay que dejarlo escapar cuando llega. Elena no podía estar de acuerdo. Había circunstancias en las que otros sentimientos podían sustituir al amor. - ¿Y tú crees que ha llegado? -preguntó vacilante, como si quisiera constatar la comprobación de sus propios sentimientos. Javier la estrechó firmemente contra él y le habló suavemente. - Estoy absolutamente convencido. Te quiero, Elena, con pasión, ternura, entrega... con todo mi corazón -declaró con el pecho henchido de gozo-. Jamás he pronunciado estas palabras antes; sólo son para ti, el amor de mi vida, la mujer que alegra mis días y mis noches, la que da vida a mi espíritu, a todo mi ser. Elena permaneció en silencio, conmovida por su declaración y llorando interiormente por no tener libertad para exponer sus propios sentimientos. - Me siento orgullosa de inspirarte esos sentimientos, Javier -dijo quedamente-, pero yo... no puedo quererte. La sonrisa se esfumó repentinamente de la expresión del joven madrileño. - ¿Que no puedes? Que yo sepa ni ante la ley ni ante la Iglesia estás atada a ningún hombre. - Hay otros tipos de lazos... - Sólo dime si me quieres -la interrumpió él con impaciencia. - ¿Para qué?, eso no tiene importancia; la cuestión es... 107
- Para mí no hay nada más importante. Yo te he abierto mi corazón, te he dicho lo que siento. Te rogaría que tuvieras la honestidad de hacer tú lo mismo. Por favor... Elena vaciló. Lo que él pedía era justo. Javier había sido sincero y valiente al declararle su amor a una mujer que lo venía rechazando desde hacía meses. Contaba con toda su admiración. Elena, en cambio, no creía prudente decirle la verdad, hablarle de sus verdaderos sentimientos; la asustaba poner un arma de ese calibre en sus manos. Los amigos vinieron a salvarla. Casualmente, se acercaron para que los acompañaran a las bien nutridas mesas, dispuestas con atrayente esplendidez. - No habéis dejado de bailar. Es hora de que comáis algo -les ordenó Angela tomando a Elena por el brazo. A Javier le sentó mal la interrupción, pero sabía que no podía enfadarse. Elena le debía sinceridad, y esa misma noche ella confesaría la verdad. La comida parecía exquisita y las fuentes estaban perfectamente presentadas. Elena y Javier llenaron sus platos y se sentaron con los demás. Entre risas y cotilleos, los jóvenes brindaron y se desearon una feliz Navidad. A partir de ese momento, Elena y Javier apenas pudieron estar juntos. Angela dispuso variar de pareja para poder hablar con todos. A Lucía le encantó la idea; esa sería su única oportunidad para poder estar con Javier. Elena no dejó de ser solicitada, levantando ampollas en el ánimo de Javier por tenerla tan cerca y tan lejos a la vez. Cansado de los saludos y de tener que dedicar sonrisas cuando el objeto de su atención se alejaba o lo alejaban continuamente de él, Javier decidió dar la fiesta por terminada. - Joaquín, espero que nos disculpes con Angela y que nos despidas de todos; pienso llevarme a Elena ahora mismo -le confió a su amigo. 108
Joaquín sonrió y lo golpeó suavemente en el hombro. - Lo entiendo. Vete tranquilo. Javier se acercó a Elena, que estaba charlando con Angela, y ésta se opuso categóricamente a que abandonaran su fiesta tan pronto. - Además, tengo algo importante que enseñarle a Elena; estoy segura de que te gustará. - No lo dudo. En esta casa todo es precioso. - Sí, debo reconocer que mi madre tiene buen gusto. Angela la llevó al despacho de su padre y le enseñó una serie de libros de los siglos XVIII y XIX en sus primeras ediciones. Elena los hojeó y se quedó maravillada. - Pero esto es un tesoro, Angela, ¡y están perfectamente conservados...! La joven madrileña asintió con orgullo. - Mi padre colecciona libros antiguos y los cuida primorosamente. Asiste a todas las subastas y visita los mercadillos más insólitos. Disfruta buscando primeras ediciones añadió devolviendo los libros a la vitrina-. Por cierto, Elena, espero que lo estés pasando bien. Por admiradores no será... señaló con una mueca traviesa-, aunque Javier trata de acapararte todo el tiempo... - Es muy tenaz. Ya me lo advirtió. Angela quería que Javier fuera feliz. Era íntimo de Joaquín y ambos le apreciaban mucho. - Sí lo es. Debe quererte mucho para emplear todas sus energías en ti -dijo a título de información-. Javier es un buen hombre, Elena. Tú no lo conoces mucho, y yo quiero que sepas que a pesar de que a veces pueda parecer arrogante y duro, no lo es. Por el contrario, es sencillo, cariñoso y el más leal de los amigos. La mujer que logre conquistarlo será muy afortunada. Te aseguro que lo han intentado muchísimas sin conseguirlo. A Elena le gustó la lealtad de Angela hacia su amigo. 109
- No dudo de tu palabra, Angela; te creo, pero yo... tengo mi vida... mis problemas. - Sé a lo que te refieres y, desde luego, eres tú la que tiene que resolverlos. Yo sólo he querido darte una información veraz. Poco después apareció Javier y le preguntó a Angela si podrían permanecer un momento a solas Elena y él. - Por supuesto. Aquí estaréis tranquilos. Cuando la anfitriona cerró la puerta del despacho al salir, Elena supo que esa noche sería decisiva para ambos. Javier había sido sincero momentos antes y exigiría que ella también lo fuera. - Antes fuimos interrumpidos y me gustaría que reanudáramos nuestra conversación. -Elena se sentía aturdida, sin fuerzas para reaccionar. Javier había sido muy listo persiguiéndola sin descanso y ahora parecía que su asedio había concluido con una definitiva derrota para ella. Cansada de luchar contra él y contra sus propios sentimientos, Elena se sentó en un sofá y lo miró con expresión desvalida-. Deseo saber cuáles son tus sentimientos hacia mí -expresó Javier sin rodeos, sentándose a su lado-; por favor, Elena, dime la verdad. Era innegable que ambos estaban enamorados y, a pesar de las circunstancias, no dejaba de ser maravilloso. Javier había sido testigo de su reacción, igual de apasionada que la de él, tras dos meses sin verse. Sería inútil mentirle. Mostrándose sincera quizás le facilitara las cosas y la ayudara. Javier la contemplaba fijamente mientras Elena reflexionaba. Con suavidad le cogió la mano y se la apretó. - ¿Me quieres, Elena? Los ojos de Elena parecieron derretirse bajo su insistente mirada. El corazón le latía apresuradamente en el pecho, lleno de júbilo, mientras la razón la urgía una y otra vez a que se comportara juiciosamente y no exteriorizara sus verdaderos sentimientos. 110
- Sí -afirmó sin titubear, rindiéndose sin remedio ante la embestida de la oleada de emociones que la envolvían cada día más. Una explosión de felicidad convulsionó el cuerpo de Javier, iluminando a continuación todo su ser con una especie de fogonazo de placidez y alegría eterna. De pronto, su corazón, acelerado hasta hacía unos segundos, recuperó su ritmo normal, y sus músculos, después de haber permanecido en tensión demasiado tiempo, se habían relajado, por fin. - Dímelo entonces, amor mío; quiero oírtelo decir -le rogó acercándose más a ella. - Te quiero, Javier; estoy enamorada de ti... Él no la dejó terminar. Acariciándole la nuca, acercó su boca a la de él y la besó con voracidad y entrega, intentando demostrarle a través de sus besos y sus caricias todo lo que sentía. Elena le correspondió con la misma efusividad, dando rienda suelta al torrente de amor que su corazón había estado reprimiendo. Javier insistía, sin ninguna intención de detenerse, hasta que unas voces cerca de la puerta les alertaron de que no se encontraban solos. Estaban en una fiesta, con mucha gente moviéndose por la casa, y en cualquier momento podían ser sorprendidos. A Elena le espantó esa idea. Hasta que su relación con Jorge no quedara resuelta, no daría luz verde al amor que ardía en sus corazones. A partir de ese momento los ojos de Javier brillaron con más intensidad y su talante se volvió más jovial. Una mueca de agradable satisfacción cruzó las facciones de Angela y Joaquín al ser testigos del cambio en la expresión de Javier y Elena. De todos modos, los jóvenes no se atrevieron a insinuar nada hasta que su amigo no les hablara voluntariamente de esa relación. 111
De vuelta a casa, Elena quiso aclarar algunos puntos antes de seguir adelante. Javier apenas la dejaba hablar; estaba tan exultante que lo único que deseaba era disfrutar de su dicha. - Ahora estamos solos; anda, dame la mano y... un beso, por favor -le pidió sonriendo. Elena también sonrió, se acercó a él y lo besó en la cara. - Estás conduciendo; necesitas las dos manos. Javier no discutió, pero en cada uno de los semáforos en los que debían detenerse le cogía la mano y se la besaba. - He ansiado esto durante tanto tiempo que ahora todo me parece poco -se justificó enlazando sus dedos con los de ella. - Yo también lo deseo, pero hemos de esperar, ser pacientes hasta que hable con Jorge -puntualizó en un susurro-. Ha sido siempre muy bueno conmigo y con mi familia. No podría faltarle al respeto. Por favor, compréndelo. - Lo entiendo, y admiro que no desees ofenderlo -admitió comprensivo-. ¿Cuándo hablarás con él? - En Navidad. Pasaré en Zaragoza las vacaciones y tendré ocasión de encontrar el mejor momento. La respuesta de Javier fue el silencio y una expresión más bien seria. - ¿Qué ocurre, Javier?, ¿no te parece bien? - Desearía que me dedicaras parte de las vacaciones. Podríamos ir a esquiar, o a un lugar cálido si lo prefieres... - No puedo, lo siento. Javier miraba al frente con gesto grave. En la euforia de hacía un rato no había pensado en las circunstancias de Elena. La realidad lo golpeaba ahora atrozmente y él no estaba seguro de poder resistirlo. - Deseo que lo nuestro sea, por el momento, un secreto entre tú y yo, Javier, hasta que mi situación con Jorge haya sido aclarada. 112
- Y yo deseo que lo aclares mañana mismo -contestó él impaciente-. No quiero compartirte ni un segundo, Elena: no podría soportarlo. - Lo entiendo -afirmó tomándole la mano-. Esto no es fácil para ninguno de los dos; por favor, ten paciencia. A pesar de lo difícil que le resultaba aceptar, Javier intentó comprender. Había logrado que Elena le quisiera y lo confesara, y por el momento debía conformarse con eso. Cambiando su expresión, Javier le acarició el rostro con dulzura. - Será muy duro para mí, pero lo haré por ti -dijo acercándose a ella y besándola-. Respecto a las vacaciones... si yo cedo algo, tú también tendrás que hacerlo, ¿no te parece? Un cierto desaliento se apoderó de Elena. Javier era muy exigente y ella prefería solucionar ese asunto con calma y con tacto, sin que nadie se sintiera dañado. - Déjame pensarlo, por favor. Javier abrió la puerta del chalet de Mateo y Elena le precedió en su camino hacia el vestíbulo. La joven se volvió para despedirse, pero Javier se le adelantó ayudándola con el abrigo y tomándola a continuación estrechamente entre sus brazos. - No quiero separarme de ti. Me gustaría pasar toda la noche contigo, sentirte a mi lado y contemplar tu maravillosa sonrisa nada más despertarme. Sus besos, exigentes e intensos, la dejaban sin aliento, provocando en Elena un fuego que la hacía arder con el mismo anhelo que él. - Es tarde. Creo que debemos despedirnos. Javier la miró con fijeza y le pasó un dedo suavemente por el rostro. - En contra de mi voluntad. Elena le dedicó una mirada llena de amor. - Todo se arreglará, de verdad. 113
Por más vueltas que le daba, Elena no lograba encontrar una excusa que aliviara su sensación de culpabilidad. ¿Había sido débil ante la profusión de sentimientos que la habían arrastrado sin control?, ¿o por el contrario, como ser humano, su corazón la había guiado hacia la felicidad natural que todas las personas buscan? Su amor por Javier era un hecho. Su corazón lo había detectado hacía tiempo, pero ¿la eximía eso de su culpa por no haber sido leal y honesta con Jorge...? Resultaba obvio que hasta que su situación con Jorge no se solucionara, su conciencia no descansaría tranquila. Al día siguiente recibió una llamada de su madre informándola de su llegada a Madrid el viernes junto con su hermana. - ¿De verdad?, ¡Qué alegría, mamá! Eso me indica que te encuentras muy bien. - Estupendamente. Inés y Mateo me han convencido para que asistamos el viernes por la noche a la cena que organiza Inés para celebrar la Navidad -la informó muy contenta-. Además, me hace ilusión hacer compras en Madrid. Hace mucho tiempo que no voy a la capital. - ¡Qué bien lo vamos a pasar las tres...! -exclamó Elena, alborozada. - También se lo he dicho a Jorge, pero tiene guardia. Elena sintió alivio. En las actuales circunstancias sería demasiado tenso que Jorge, Javier y ella coincidieran en una cena familiar precisamente en casa de Javier. Era mejor para todos que esos encuentros nunca tuvieran lugar. Durante esa semana, Javier la llamó todos los días y la visitaba por las noches a la hora de cenar. Mateo y Roberto comprendieron enseguida lo que sucedía y les preocupó. - El amor es un sentimiento muy poderoso, Mateo; difícilmente se puede luchar contra él -le recordó Roberto-. Javier está enamorado y no prescindirá de tu sobrina. Ya sabes lo tozudo que es. - Somos aragoneses: nobles y cabezotas. Javier es igual que su padre y... que yo -afirmó suspirando en profundidad. 114
- Pero ¿qué pasará con ese muchacho, con el novio de Elena? - No lo sé, Roberto, y daría cualquier cosa para que nadie resultara dañado. Ese joven médico me cae bien, me parece un buen hombre. - Quizás Elena y él no estén realmente enamorados; tal vez se trate tan sólo de una profunda amistad -sugirió Roberto como una hipótesis, queriendo disculpar el amor que había surgido entre Javier y Elena. Mateo se encogió de hombros, cansado de cavilar acerca de algo que no estaba en sus manos solucionar. Él conocía muy bien la fuerza del amor; todo lo arrasaba, dejando en su camino tristeza y desolación cuando desaparecía. - Tanto Javier como Elena son dos personas adultas y sensatas. Estoy seguro de que llevarán sus asuntos con discreción. El viernes por la tarde, Elena recibió a su madre y a su hermana con gran alegría, quedándose atónita cuando Jorge apareció tras ellas, sonriente y jovial, como era característico en él. - ¡Jorge...! Me había dicho mi madre que... Él sonrió y la abrazó. - He podido cambiar la guardia. Me apetecía pasar unos días en Madrid contigo. Durante unos instantes, Elena creyó que los violentos latidos de su corazón lo harían estallar en su pecho. Un estremecimiento de frío y de calor alternativamente la recorrió el cuerpo, provocándole una desazón que no estaba muy segura de poder controlar. Tras un corto titubeo Elena pudo por fin reaccionar. - ¡Magnífico...! -exclamó abrazándose a él-. Visitaremos los lugares que tú quieras. Su mente trabajaba con rapidez intentando buscar una salida. ¡No la había! Jorge estaba allí y ella debía comportarse con naturalidad. A lo largo de la semana Javier y ella habían hablado de la cena familiar, contando con que más tarde pudieran escaparse con José Luis y Sonia y pasar luego un rato a solas. Ya no sería posible. Ella podría sobrellevarlo porque tenía una deuda 115
con Jorge y no le decepcionaría. La reacción de Javier era lo que le preocupaba. Mientras se vestían, Elena habló a su madre y a su hermana de la facultad y de sus progresos en la tesis. Les relató también sus actividades durante los fines de semana que no iba a Zaragoza y los nuevos amigos que había hecho. - ¡Qué envidia! -exclamó Mari Luz-, y yo encerrada estudiando. - Sí, pero si apruebas tienes el porvenir asegurado -la animó Elena-. Aun reconociendo lo duro que es preparar una oposición, tienes que continuar con la misma voluntad que has demostrado hasta ahora. - ¡Qué remedio...! Elena eligió para la cena un traje de muselina verde bordada, corto, de manga larga y con cuello a la caja. Como complemento varios collares de perlas de bisutería y zapatos de tacón alto forrados en el mismo tono. Mari Luz prefirió el negro para esa noche. Rubia como su hermana, el color oscuro hacía resaltar su espléndida melena. - Por fin conoceré al guapo sobrino de Mateo. Según nos comentaste está de miedo, ¿no? -preguntó Mari Luz con buen humor. Elena se echó a reír. - Lo comprobarás muy pronto y... me darás la razón. A lo largo del corto trayecto que separaba las dos casas, a Elena le costó disimular el nerviosismo y la inquietud que sentía. Jorge le hablaba y le tomaba la mano, mostrándose tan atento y cariñoso como siempre. Se sintió culpable y enferma a causa de los remordimientos. Se había dejado arrastrar por la atracción de Javier, por su tenaz determinación. Le quería, eso era cierto. Sentía un amor profundo por él, pero... había otros sentimientos tan importantes como el amor que había que considerar en la misma medida. Por Jorge sentía afecto, un sincero aprecio y sobre todo agradecimiento; no merecía un desplante. Javier tendría que comprenderlo.
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l mayordomo abrió la puerta, y enseguida acudieron a recibirlos Inés, sus hijos y su nuera. El ambiente distendido y alegre reinó durante unos minutos, hasta que Elena se atrevió a dirigir sus ojos hacia Javier. Estaba pálido y serio, ausente y desquiciado, absolutamente decepcionado por la presencia de Jorge. Sus planes, ansiosamente esperados, acababan de desmoronarse de una forma que él consideró cruel. Su fría mirada la acusó sin piedad, como si Elena hubiera maquinado ese encuentro para pararle los pies. Con gusto, Elena le hubiera explicado allí mismo la verdad de lo que había pasado, pero en esos momentos, rodeados de sus familias, resultaba de todo punto imposible. La situación no podía ser más violenta y si Dios no lo remediaba, se volvería desastrosa de un momento a otro. Tragándose el disgusto y tratando de controlar la rabia que lo consumía, Javier saludó a Rosa, a Mari Luz y a Jorge con amabilidad y cortesía. - ¡Qué alegría teneros aquí! -exclamó Inés, encantada-. Por fin Mateo puede tener a sus dos familias juntas. - Es un placer volver a verte, Inés, y te agradezco mucho que hayas organizado esta cena. Mateo se merece esta alegría comentó Rosa. Dedicándole una sonrisa, Inés se acercó a Jorge.
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- Tenía ganas de conocerte, Jorge. He oído hablar mucho de ti. - Muchas gracias; lo mismo digo -contestó el joven respondiendo al saludo de Inés. Elena se unió a su familia y entró con ellos en el comedor. Javier en cambio se rezagó un poco con el propósito de calmarse y recuperar la compostura antes de verse sometido de nuevo al tormento de ver a Elena con Jorge. Inés y Rosa hablaron animadamente durante toda la cena. Mari Luz, sentada al lado de Javier, contestaba encantada a las preguntas que él le hacía. Había comprobado que su hermana no exageraba cuando le había hablado de él. Era guapo, educado e inteligente; el único problema radicaba en que el joven madrileño parecía estar más pendiente de lo que hacía y decía la pareja formada por su hermana y por Jorge que por lo que hablaban los demás. Elena evitaba su mirada, lo que resultaba un enigma para ella. Mari Luz empezó a sospechar que a Javier López-Gévora le gustaba su hermana más de lo que a primera vista era conveniente. La sugerencia por parte de Mateo de reunirse todos ese año en Madrid para pasar la Nochebuena fue rechazada con pesar por Mari Luz. - Sería estupendo, tío Mateo, pero sólo estaremos aquí hasta el domingo. No puedo perder ni un día de estudio. Lo siento, de verdad. Mateo lo comprendió inmediatamente. Si Mari Luz tenía que estar en Zaragoza, su madre y su hermana la acompañarían. - Entonces lo haremos como todos los años. Repartiré mi tiempo entre mis seres queridos. La decepción se reflejó instantáneamente en el rostro de Javier, dando paso rápidamente a una intensa furia. - Podríais venir entonces en Nochevieja -sugirió Javier en un último intento, dedicándole a Elena una mirada muy significativa. 118
- Yo descanso día y medio al final de año -comentó Mari Luz-, pero solemos tener planes en esas fechas, ¿verdad, Elena? - Es normal, -coincidió José Luis-; me imagino que iréis a esquiar, como hacemos nosotros. - Sí, vamos al Pirineo. El año pasado estuvimos en Formigal. Si queréis podéis añadiros al grupo -les ofreció Mari Luz a los dos hermanos-. Lo pasaremos muy bien. Elena permaneció callada, esperando con ansiedad la respuesta de Javier. Deseaba que aceptara y rechazara la oferta a la vez. Quería estar con él, eso era lo que anhelaba su corazón, pero también sabía que si estaba Jorge, ella no le haría daño. Javier no aceptó. Quería estar solo con Elena, no con un grupo, y menos si en ese grupo estaba Jorge. Su objetivo ahora sería convencerla. Mientras todos charlaban antes de despedirse, Javier se acercó a Elena y le habló quedamente al oído. - ¡Inventa una excusa y reúnete conmigo ahora mismo en mi despacho! -su tono, imperioso y autoritario no le dejó a Elena ninguna duda acerca de la ira que luchaba por reprimir-. Sé convincente, Elena, porque te aseguro que mi paciencia ya ha sido puesta a prueba lo suficiente por esta noche. Elena lo miró aterrorizada, sintiendo la fuerte presión de sus dedos sobre su brazo. Fue inútil intentar desasirse. Javier no estaba de broma y a ella sólo le quedaba un camino para que el escándalo no estallara en ese mismo momento. - He olvidado el bolso, vuelvo enseguida -le comentó a su hermana, que era la que estaba más cerca de ella. Los demás seguían charlando en el vestíbulo y no repararon en su ausencia. Segundos después, Javier desapareció tras ella. Esperándole nerviosa en medio de la habitación, Elena se frotaba las manos con desazón, temiendo lo que podría suceder si Javier no se atenía a razones. 119
Nada más cerrar la puerta tras él, Elena intentó iniciar una explicación. No fue posible. En dos pasos se plantó delante de ella, la aferró con fuerza y la besó con fiereza, salvajemente, neutralizando enérgicamente cualquier movimiento de Elena para detenerlo. - ¡Eres mía, Elena, solamente mía porque yo tengo tu amor, así que no vuelvas a venirme con jueguecitos de esta clase! Ella se apartó con genio dándole un empujón. - ¡Eres un salvaje!, ¡cómo te atreves...? - He sufrido esta noche todos los tormentos del infierno y te juro que no volverá a suceder -expresó implacablemente-. Tú y yo nos queremos y hemos hecho un trato. Quiero que lo cumplas inmediatamente. Una sombra de aprensión cruzó por los ojos de Elena, intuyendo la desazón de Javier y vaticinando lo que podría hacer. - Todo ha sido una casualidad, Javier, te lo juro. Yo no sabía que venía Jorge, de verdad. Al verlo aparecer con mi familia he sido la primera sorprendida. Debes creerme, cariño -continuó acercándose de nuevo a él. Viendo la incredulidad y la obstinación reflejada en su semblante, Elena tomó su rostro entre sus manos y lo miró directamente a los ojos-. Jamás traicionaría el amor que te tengo. Para mí es sagrado. A pesar de estar enfadado y bastante tenso, Javier intuía que Elena decía la verdad. La creía, quería creerla; la idea de que quisiera jugar con él quedó inmediatamente descartada de su mente. - Te creo, Elena. Lo único que espero es que no vuelva a suceder. No podría soportarlo. -Su mirada sombría la preocupó, adoptando la determinación de hablar con Jorge en la primera ocasión propicia que surgiera. Unas voces llamándola desde el hall alertaron a la pareja. No disponían de más tiempo. Inquieta, Elena se aproximó más a 120
Javier y depositando en sus labios un beso fugaz salió veloz del despacho. Antes de acostarse, ambas hermanas charlaron acerca de la velada familiar. Las dos estaban muy satisfechas de cómo había transcurrido la reunión, pero había algo que martilleaba en la mente de Mari Luz y que deseaba aclarar. - Quizás tenga mucha imaginación o tal vez me meta donde no me llaman, pero... ¿no has notado que Javier te mira un tanto insistentemente?, no sé, como si le gustaras mucho... A Elena le sobresaltó su pregunta. Javier disimulaba muy mal y su hermana era muy intuitiva. De todas formas, aún no era el momento de contar lo que había sucedido entre ellos. Por ahora era mejor para todos que las cosas continuaran como estaban. - Puede ser. Debido al champán, creo que esta noche estábamos todos demasiado alegres -contestó de forma evasiva. Mari Luz se encogió de hombros y no insistió con el tema. Apreciaba a Jorge, y aunque sabía por su hermana que el amor que los unía era más bien sosegado y amistoso, no tenía por qué hacer deducciones precipitadas. Al día siguiente, el teléfono sonó en la residencia de Mateo a las diez de la mañana. Como era habitual, Roberto lo cogió y reconoció inmediatamente la voz de Javier. - Buenos días, Roberto. Ponme con Elena, por favor. Su tono determinado preocupó al leal amigo. Si Javier no se andaba con cuidado pondría en un aprieto a Elena. La situación parecía delicada y por el bien de todos tendrían que ser prudentes. - Está desayunando con Jorge en estos momentos... - No te he preguntado eso -contestó Javier cortante-. Ponme con ella, por favor. - ¿Y no sería más aconsejable que llamaras más tarde? Se hizo un tenso silencio al otro lado de la línea telefónica. - Quiero hablar con ella ahora. 121
- Piensa, Javier... - Por favor, Roberto, no estoy de humor para discusiones. O la avisas inmediatamente de que tiene una llamada telefónica o me presento ahí ahora mismo: tú eliges. Roberto suspiró con desaliento. Sería inútil luchar contra la testarudez de ese muchacho. - Muy bien; espera un momento. Unos instantes después Elena cogió el auricular. Aunque Roberto había sido muy discreto, ella sabía muy bien de quién se trataba. - ¿A qué hora podré verte? -Javier fue directo al grano; no tenía ninguna intención de andarse con rodeos. Elena comenzó a temer la impaciencia de Javier. - No... no creo que sea posible. - No hablarás en serio... - Jorge estará conmigo todo el día, y también mi madre y mi hermana. No puedo desaparecer sin dar una explicación. Ten paciencia, Javier, por favor -le rogó en un susurro. - Desde ayer no sabes el esfuerzo que estoy haciendo para no estallar. No me digas que ya no te veré hasta después de vacaciones porque no lo aceptaré. Elena cerró los ojos con pesar. - Me temo que así será, Javier. El domingo por la tarde me iré con ellos. No creas que eres el único que lo siente -se apresuró a añadir-; no obstante, debes entender mi postura; por favor... - Aunque ya tengas vacaciones, hasta el miércoles no es Nochebuena. Puedes quedarte hasta ese día. Elena inspiró apesadumbrada. - Saben que tengo vacaciones. No sirvo para poner excusas ni para mentir. No quiero hacerlo. Javier permaneció callado durante unos segundos, intentando calmar el arrebato de furia que comenzaba a dominarlo. 122
- ¿Y qué pasa conmigo? - Creí que todo había quedado claro cuando hablamos. Hasta que yo no solucione... - También quedamos en que lo harías cuanto antes -la cortó él. - No he tenido tiempo. Javier hizo una pausa, reconociendo a regañadientes la verdad de su argumento. - Eso es cierto -le concedió él-. Espero que lo encuentres durante estos días. Elena suspiró aliviada; gracias a Dios Javier se atenía a razones. - Gracias por tu comprensión, Javier. Te quiero y te deseo una Feliz Navidad. - Yo también te quiero, amor, muchísimo; por favor, vuelve pronto. El sábado lo pasaron haciendo compras. También volvió a visitar con Jorge el Museo del Prado, donde le explicó con impecable precisión algunas de las salas en las que ambos estaban interesados. Por la noche, acompañados de Mateo, cenaron fuera y asistieron a una obra de teatro. El fin de semana había sido muy completo, especialmente para Rosa, que había logrado encontrar todo lo que deseaba comprar. Javier no tenía vacaciones ni las quería. Al menos trabajando estaría lo suficientemente entretenido como para no volverse loco pensando en Elena y en lo que estaría haciendo. Vano intento. Enseguida se dio cuenta de que en muy raras ocasiones desaparecía su bella imagen de su mente. Como casi todos los años, la Nochevieja acostumbraban a celebrarla en alguna estación invernal. Inés y Mateo no esquiaban, pero les gustaba contemplar el ambiente deportivo y disfrutar de Javier y José Luis en esas fechas tan señaladas. El día dos de enero se volvían a Madrid y los jóvenes se quedaban esquiando 123
con sus amigos. Ese año, Javier no estaba tan animado como los anteriores. Deseaba desesperadamente estar con Elena y sabía que la echaría de menos en cualquier lugar al que fuese. Hablaba todos los días con ella desde la oficina, adonde la joven lo llamaba. Elena le había pedido que no la llamara a su casa: no quería preocupar a su madre. Javier lo entendía, aunque le molestaba no poder comunicarse con la mujer que quería todas las veces que deseara. Pasaron la Nochevieja en Sierra Nevada. El grupo de amigos había optado por una estación alemana, pero Mateo e Inés preferían ese año quedarse en España. Permanecieron dos días en Granada. José Luis y Sonia se quedaron durante toda la semana; Javier optó por volver a Madrid el día dos con su madre y su tío. El resto de las vacaciones las dedicó a trabajar intensamente. - No entiendo -le decía una mañana su madre a Javier- que no te hayas quedado en la nieve a disfrutar con tu hermano. Te encanta esquiar y sin embargo renuncias a ello para volver al trabajo. Creo que te excedes, hijo. Los negocios van bien, no hace falta que les dediques todas las horas del día. - He esquiado mucho durante los dos días que hemos estado allí. Este año es suficiente con eso. Quizás más adelante vuelva. - Si es que encuentras un hueco -le reprochó su madre-. ¿Por qué no te reúnes con tus amigos? Te encuentro muy serio, Javier, ¿te ocurre algo? Javier sonrió a su madre, admirando su intuición. Como madre había notado el cambio que se había experimentado en él. Por suerte, no tenía ni idea de lo que se trataba. - Nada en absoluto, al contrario, me encuentro mejor que nunca, mamá; por favor, no te preocupes. No era el momento para hablar. Más adelante, cuando Elena y él pudieran formalizar su relación, le contaría la buena noticia. 124
El teléfono sonó e instantes después el mayordomo le acercó el auricular al comedor. Durante unos minutos, Javier habló con Lucía, que lo llamaba desde la estación invernal alemana. A pesar de estar su madre delante, habló con total libertad, negándose una y otra vez a reunirse con ella. Lucía era como él, muy tenaz. Desafortunadamente para la joven, ella no era el objetivo que perseguía su corazón. - Me parece que has estado un poco cortante con esa chica, ¿no crees? -lo acusó su madre con suavidad. - Teniendo en cuenta que no aguanto que intenten convencerme con insistencia de algo que no deseo hacer, he sido bastante educado. Inés garraspeó con suavidad y tomó un sorbo de su taza de café. - Lucía es una chica excelente y creo que siempre ha estado enamorada de ti. Javier continuó con la mirada baja, atento a la tostada que estaba untando con mantequilla. - Admito sus cualidades, pero tiene que aceptar que yo nunca la he querido. La aprecio como amiga, nada más. Su madre lo miró furiosa. - ¡Pues no sé qué pides en una mujer! Lucía es guapa, inteligente, culta y te quiere, ¿es que hace falta algo más? - No podemos inclinar el amor en una determinada dirección, mamá, sino que surge espontáneamente y tú lo sabes muy bien. Inés levantó las manos en un gesto de acatamiento. - Es cierto, yo sé lo que es el amor y... lo que es vivir sin él cuando el ser querido nos abandona -comentó melancólica, recordando a su marido difunto, al que tanto había querido-. También es cierto que a veces el amor no surge a primera vista. 125
En algunas ocasiones, a base de tratar a una persona, de ir conociendo su cualidades, uno termina por enamorarse. Javier sonrió compasivo. Su madre deseaba que fuera feliz, tanto como ella lo había sido con su padre, ignorando que él ya lo era. Estaba locamente enamorado de Elena y solamente ella hacía rebosar su corazón de dicha. - Si te refieres a Lucía Pinar, sé que es una mujer muy valiosa, además de guapa, pero es tan solo una amiga; jamás podrá significar otra cosa para mí. Su afirmación fue tan categórica que Inés no insistió. Su hijo era un hombre seguro y con mucho sentido común; esas cualidades la tranquilizaban. El día siete de enero la estación de tren bullía de gente que volvía de pasar las vacaciones con su familia. El pitido de las máquinas y el anuncio de entradas y salidas de trenes se oían incesantemente en el amplio vestíbulo. Javier había llegado con mucho tiempo. Elena volvía a Madrid y él tenía el corazón rebosante de ansiedad. Había estado tantos días sin verla... En cuanto el tren procedente de Zaragoza finalmente se detuvo en la vía, Javier comenzó a andar paralelo a él escudriñando cada uno de los compartimentos. Todos venían llenos. Por fin se vieron, y durante unos instantes no pudieron dejar de mirarse. Empujada por el aluvión de gente que deseaba abandonar el tren, Elena se apresuró a bajar, precipitándose alborozada en los brazos de Javier. - ¡Por fin estás aquí, amor mío! Ya no podía soportarlo más. ¡Qué felicidad tenerte de nuevo entre mis brazos! Elena correspondió a su abrazo y a su vehemente beso. Nunca había sentido una dicha semejante. Javier López-Gévora la hacía vibrar, le daba vida. Él era el hombre al que ella amaba y al que siempre amaría. Su situación no podía ser más contradictoria 126
con sus propios principios; no obstante, era real, era la que salía de lo más hondo de su corazón. Desgraciadamente... era un amor clandestino, porque ella aún no había tenido valor para desengañar a Jorge. Abrazados y mirándose a los ojos, ajenos a todo el tumulto que los rodeaba, caminaron por el andén y dejaron la estación para entrar en el aparcamiento. Antes de poner el coche en marcha, Javier la acercó de nuevo a él y la besó apasionadamente. Elena lo seguía, notando cómo su corazón palpitaba a la par que el suyo. Javier estaba enteramente entregado, completamente confiado en que Elena era solamente suya. - Te necesito tanto, Elena... -susurraba acariciándola delicadamente-. Vayamos a mi casa. Quiero estar a solas contigo, demostrarte mi amor, tenerte... Elena abrió los ojos y lo miró extrañada. - ¿A tu casa? Pero cómo se te ocurre... - Tengo un piso de mi propiedad en el centro de Madrid. Mi hermano tiene otro: fue parte de la herencia de mi padre. Vivimos todavía en Somosaguas porque mi madre así nos lo ha pedido. Hasta ahora no me ha importado, pero desde que te conozco deseo contar con un lugar sólo para ti y para mí. Elena comprendió que Javier ya había hecho sus planes. En circunstancias normales hubiera sido maravilloso. Desafortunadamente, su relación aún no podía ser formalizada. - No puede ser, Javier; por mucho que lo desee no puedo acompañarte. Javier se enderezó en su asiento y la miró receloso. - ¿Por qué no? - Porque aún no he roto mi relación con Jorge. Yo... - ¿Cómo has dicho? -preguntó con una mirada devastadora. - No he podido, no he tenido valor para hacerle daño... 127
- Pero sí lo tienes para hacérmelo a mí -le espetó acusadoramente. Elena lo miró desolada, odiando tener que desilusionarlo de esa manera. - Es lo último que desearía. Te quiero, Javier, eso nunca lo dudes; lo único que te pido es un poco más de tiempo. Javier golpeó el volante con furia. - ¿Tiempo?, ¿cuánto tiempo? Has tenido dieciséis días para aclarar esta situación y no lo has aprovechado. ¿Qué tiene que suceder para que te decidas? Elena se llevó una mano a la frente en un gesto de preocupación. Las circunstancias parecían ponerse en contra de ellos, de su amor, y ella no sabía cómo solucionarlo. - Esto es muy difícil para mí. Te pido comprensión. Javier le lanzó una mirada cargada de reproche. - Me considero bastante comprensivo y tolerante, pero he de advertirte que mi comprensión no llega hasta el extremo de compartir a la mujer que amo con otro hombre. Elena trató de suavizar el enfrentamiento. Javier estaba muy disgustado y ella no quería herirlo. - Ninguna persona normal consentiría eso. Nuestra situación es un tanto... anómala y ya la conocías cuando decidiste declararte. Yo te pedí paciencia y tú accediste... - Tú también me prometiste que solucionarías esta situación inmediatamente. Por lo que veo tu idea de la rapidez no coincide con la mía. Su voz cortante y su humor tempestuoso la inquietaron seriamente. Elena se encontraba en un difícil dilema. Por otra parte, entendía la reacción de Javier. - Te ruego que me comprendas -le pidió dedicándole una mirada llena de aflicción. Su tono lo conmovió momentáneamente. Con todo, aún no estaba preparado para ceder. 128
- ¿Y qué sugieres que hagamos mientras te decides a contarle la verdad a Jorge? -Su tono frío provocó en Elena una profunda aprensión. Vaciló durante unos segundos, sabiendo que su respuesta lo enfurecería aún más. - El secreto sobre nuestro amor debe continuar. No quiero provocar murmuraciones. Javier la miró con severidad. - Me temo que es tarde para eso. No me cabe duda de que la mayoría de nuestros conocidos sospechan algo. Yo no he disimulado mi interés por ti; para cualquiera con ojos en la cara era más que evidente. - Sólo quedará en sospecha, Javier. No podemos salir juntos. Los ojos de Javier se entornaron peligrosamente. - ¿Hablas de un amor platónico? - Sólo será temporal... - ¡Muy romántico! -exclamó irónico-, pero esta es la vida real, Elena. Tengo casi treinta años y puedes apostar lo que quieras a que no pienso conformarme con mirarte de lejos. Quiero una relación estable, completa y absolutamente normal entre un hombre y una mujer, ¿me entiendes?, ¿o es que no me consideras con los suficientes derechos como para reclamarte? La preocupación y la incertidumbre se reflejaron en el rostro de Elena. - Dado que ambos nos hemos declarado nuestro amor y hemos aceptado esa realidad, tienes todos los derechos. Yo lo único que te ruego es que no me los exijas aún y que me des más tiempo. Javier cerró los ojos, afligido. Elena le exigía demasiado y él no estaba muy seguro de poder soportarlo; tampoco deseaba preocuparla más de lo que ya estaba, ni que ella sufriera a causa de su impaciencia. - Muy bien; acepto lo que me pides... con unas condiciones. 129
El ánimo de Elena volvió a derrumbarse. - Doy por hecho que tus relaciones con Jorge se terminaron en el momento que aceptaste mi amor. Exijo -continuó Javier- que bajo ninguna circunstancia vuelvan a reanudarse. Desde que te conozco, cada vez que lo pensaba me ponía enfermo. - Bueno... Jorge y yo... - No quiero saber nada al respecto, Elena. Tú y yo iniciaremos una nueva vida juntos y lo de atrás quedará olvidado exigió categórico-. Llevaremos nuestra relación en secreto, como tú quieres, pero nos veremos a diario, o al menos siempre que podamos. Y por último, quiero que termines con Jorge en la primera oportunidad que surja; es decir, ¡inmediatamente! Mi paciencia no creo que aguante mucho más. Elena se doblegó a sus exigencias: no había otro camino. Él había cedido un poco y ella tendría que ceder otro tanto. En esos momentos, sólo su tolerancia podría salvar su amor.
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a reunión había empezado cuando irrumpieron en la sala de juntas Jesús Pinar y su hija Lucía, que se había convertido en una valiosa ayuda para su padre en varios de sus negocios. Después de disculparse, Lucía pasó a sentarse al lado de Javier López-Gévora. Los Pinar y los López-Gévora no tenían negocios en común, pero ahora se habían asociado para comprar, reformar y explotar un enorme edificio en el centro de Madrid. En esa reunión estaba previsto estudiar los planos que habían llevado los arquitectos y aprobar o no los proyectos. - Siento llegar tarde. El avión se retrasó -se disculpó Lucía. - ¿Llegas ahora mismo de viaje? De haberlo sabido hubiéramos retrasado esta reunión; tampoco había tanta prisa dijo Mateo tras saludarla. - Viene de EE.UU.; quizás invirtamos también en el norte -contestó su padre-. El dólar está bajo. Nuestros socios americanos consideran que es un buen momento. Lucía cambió drásticamente de conversación. Javier estaba escuchando y no quería que averiguara el motivo real de ese viaje. Le había costado varias entrevistas con el decano de la facultad de Letras de la Universidad de Ohio, pero finalmente había conseguido que accediera a consultar su ofrecimiento en la
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siguiente junta de la facultad. Lucía ofrecía dinero al Departamento de Lengua Española para potenciar la enseñanza del español. Se había presentado como una mecenas interesada en divulgar todo lo que tuviera que ver con la cultura española. Ella aportaría mucho dinero a la facultad. A cambio, elegirían como profesora ayudante de literatura a una amiga suya con un expediente extraordinario. Elena había solicitado ese trabajo y ella la ayudaría a conseguirlo. Si la aceptaban cumpliría sus dos objetivos: complacer a Elena y alejarla de Javier. Aunque aparentemente no salían juntos, si lograba que se separaran, los sentimientos, si es que existían, se diluirían en el olvido. Elena entró en casa y se quitó el abrigo y la bufanda. Era un frío día de enero y anunciaban temperaturas aún más bajas para el resto del mes. También iba a nevar, por lo que su madre le había aconsejado que no viajara a Zaragoza ese fin de semana. A ella le venía bien; quería retrasar su próximo encuentro con Jorge. Javier era el que insistía: se resistía cada vez con más vehemencia a continuar con esa situación. Al abrir la puerta de su habitación y encender la luz, sus ojos se abrieron desmesuradamente con sorpresa. El dormitorio al completo estaba lleno de ramos de flores. Despacio, contempló cada uno de ellos, tocando suavemente y oliendo los maravillosos pétalos, hasta que encontró una tarjeta en el ramillete que contenía seis rosas rojas. "Muchas gracias por estos seis meses de felicidad" "Te quiero" Se sintió emocionada, querida, adorada, notando cómo su corazón rebosaba de amor. En esos momentos necesitaba a Javier; quería abrazarlo y demostrarle todo lo que sentía por él. Desafortunadamente, no estaba en Madrid. Se encontraba de viaje y no volvería hasta dentro de dos días. Le llamó al móvil. En esos 132
momentos no pudo hablar con él. Le dejó un cálido mensaje en el buzón de voz. - Según me han informado, tu habitación se ha convertido en un bello jardín -le comentó Mateo mientras cenaban. Su sonrisa pícara le indicó claramente a Elena que su avispado tío no estaba ajeno a los amores entre Javier y ella. Aun no teniendo ninguna intención de inmiscuirse en los asuntos de sus sobrinos, a Mateo le gustaba que Elena confiara en él. La joven aragonesa no se avergonzaba de estar enamorada de Javier; sin embargo, tampoco se vanagloriaba de su conducta. El amor que sentían Javier y ella era auténtico e irrefrenable. También reconocía que ese amor no había llegado en el momento más adecuado. - Supongo que te imaginas quién las ha enviado. - Estoy seguro de que ha sido mi sobrino Javier. -Hizo una pausa para observar a Elena-. Está muy enamorado de ti, y por lo que he podido observar, a pesar de vuestra discreción, a ti no te es indiferente. Elena se sentía incómoda. No quería que Mateo cambiase su buen concepto de ella. Le horrorizaba que la considerara una coqueta o infiel a una promesa. - Nos queremos: por primera vez siento amor por un hombre -confesó con sinceridad. - No es mi intención criticarte, Elena. Javier y tú sois adultos y estoy seguro de que sabéis muy bien lo que hacéis. A pesar de su comprensión, Mateo se merecía una explicación. - Jorge es un hombre maravilloso: bueno, atento, educado..., y yo le estoy muy agradecida por todo lo que ha hecho por mi madre. Me pidió salir con él y no tuve valor para negarme. Nuestra relación era sólo de prueba, esa fue mi condición. He sido feliz con él, porque un hombre como él aporta serenidad y dulzura. Lamentablemente, a pesar de todas sus atenciones, no 133
conseguí enamorarme de él. He comprobado que el amor llega en el momento más imprevisto y de forma arrolladora. Yo no contaba con eso. Mateo comprendió perfectamente a su sobrina. Él había conocido el amor y lo que ello significaba: pasión, entrega, ilusión, ternura, dedicación... No había nada más perfecto y completo. Lo sentía mucho por Jorge: perdería a Elena irremediablemente. Aunque le doliera momentáneamente, era lo mejor para los dos. Una relación sin un amor mutuo, profundo y verdadero, jamás puede funcionar. Se puede vivir en pareja por una serie de intereses: afectivos, de agradecimiento, económicos..., pero eso estaba muy alejado de una auténtica unión por amor. - Os quiero mucho a los dos, y lo único que deseo es que seáis felices. Al día siguiente, Sergio, uno de sus compañeros de trabajo, pasó a buscarla a las nueve. Vivía cerca de Somosaguas y se había ofrecido a recogerla. Era el cumpleaños de Cruz, su novia y buena amiga de Elena, y lo iban a celebrar con un grupo de amigos. - Primero iremos a tomar unas tapas -le explicó Sergio-, y luego nos uniremos a la "movida". Lo pasaremos muy bien y conocerás nuevos sitios; no todo va a ser trabajo y estudio... No hacía ni una hora que Elena había salido cuando Javier se presentó en casa de su tío. - ¡Vaya, qué sorpresa! -exclamó Roberto al verle-. Has adelantado tu vuelta, ¿no? - Sí, terminé el trabajo antes de lo que creía -contestó mirando a su alrededor, buscando a Elena. Ambos entraron en la salita y se unieron a Mateo. - Los días que estás fuera debes pasarte las 24 horas trabajando para terminar tan pronto -comentó Mateo al verle-. ¿Ha ido todo bien? - No quieren que nos hagamos con el total control del grupo. No subían del 40%; yo les he convencido para que sea el 134
50%. Si estás de acuerdo, la semana que viene podemos ya hacer la compra del 50% de las acciones del grupo Mayor-Fuentes. - ¡Fantástico! -exclamó Mateo encantado-. Tienes una impresionante capacidad negociadora. No creí que consiguieras más del 40%. ¡Enhorabuena! Esperanza entró en la habitación y le ofreció algo de comer. - ¿Elena ha cenado ya? - No está; ha salido. Una expresión suspicaz apareció en su rostro. - ¿Con José Luis y Sonia? -miró a Mateo; su pregunta iba dirigida a él. - No, con un compañero. Creo que iban a celebrar un cumpleaños. Esa respuesta le sentó peor. ¿Con un compañero?, ¿y adónde demonios habrían ido? A pesar de que a duras penas pudo controlar su furia, se vio obligado a calmarse. No tenía sentido montar una escena sin un motivo razonable. Volvía a sentir celos, unos celos atroces, como no había sentido nunca hasta que conoció a Elena. El amor era grato y dulce, la sensación más placentera y plena que existía, pero también tenía su parte negativa, como era el miedo a perder al ser amado. Javier cenó con su tío y con Roberto. Cuando todos en la casa se retiraron, entró en la biblioteca y decidió esperar a Elena. No dormiría tranquilo hasta que ella le diera una explicación. Adormilado en un sillón, se sobresaltó al oír ruidos en el exterior. Acercándose a la ventana descorrió las cortinas y vio un coche que llegaba. Elena y un hombre se apearon. - Espero que lo hayas pasado bien -le dijo Sergio-. Mis amigos son a veces un poco gamberros, pero son buena gente. - Me han parecido agradables y divertidos. Ha sido una noche estupenda. Muchas gracias por todo -contestó Elena. Sergio se acercó a ella, le dio un beso y se despidió. 135
Mientras entraba en casa, un rictus de diversión apareció en su rostro al recordar los chistes y anécdotas que habían contado los amigos de Sergio. Intentando no hacer ruido para no despertar a nadie, Elena cerró la puerta con sigilo. La luz del hall estaba encendida; Esperanza siempre la dejaba así cuando ella salía por la noche. Se disponía a quitarse el abrigo para dirigirse a su habitación cuando reparó en la figura que, indolentemente apoyada sobre el quicio de la puerta de la biblioteca y con las manos metidas en los bolsillos, la observaba con una expresión severa y acusadora. Los ojos de Elena se iluminaron de alegría, sintiendo cómo su corazón palpitaba con más fuerza al verle. - ¡Javier...! -Antes de iniciar el primer paso para correr hacia él, su voz glacial la detuvo. - ¿Un nuevo enamorado para añadir a tu colección? -La pregunta le dolió profundamente porque Javier no estaba de broma. Su mirada feroz y su tono grave le indicaban que había malinterpretado su salida con Sergio y estaba celoso. - Estás equivocado, Javier, yo... - Mis ojos no mienten y creo que la escenita que acaban de presenciar estaba muy clara -contestó subiendo el tono de voz. Elena miró a su alrededor preocupada, temiendo que la discusión que involuntariamente acababa de desencadenarse entre ellos despertara a su tío y a los demás. Acercándose a él con calma pasó a su lado para introducirse en la biblioteca. Si tenían que discutir lo harían a puerta cerrada, no en la entrada, donde podrían despertar a toda la casa. Javier la detuvo, se situó a su espalda, le quitó el abrigo y la sujetó por los hombros acercándola a él. - ¿Quién era ese hombre? -le preguntó apoyando la cara en el pelo de Elena, oliendo el aroma que él tanto añoraba. - Un compañero. - Eso ya lo sé, pero ¿qué tiene que ver contigo? 136
Elena dio un respingo e intentó apartarse. Javier la sujetó con más fuerza contra él. - No sé qué es lo que ha pasado esta noche por tu cabeza, Javier, pero te aseguro que Sergio es sólo un compañero con el que me llevo muy bien. - Es evidente, hasta el punto de salir juntos en cuanto yo me doy la vuelta. Indignada, Elena hizo un brusco movimiento y se alejó de él. - ¡Cómo puedes decir eso! ¿Por quién me tomas? - Explícame entonces qué ha sucedido -le exigió tomándola por la cintura y acercándola a él de nuevo-; no me gusta verte con otro hombre. Todo había sido una casualidad: el cumpleaños de Cruz, la ausencia de Javier y su vuelta a Madrid antes de lo previsto. Lo que había comenzado como algo tan inocente como una reunión de amigos, podía terminar en un drama absurdo. - ¿Crees que querría seguir acumulando problemas con los hombres? No, gracias, contigo ya tengo bastante. Eres como un ciclón, Javier, un ciclón que lo arrolla todo a su paso. - No soy tan temible, amor. Yo simplemente te he despertado a la vida, como has hecho tú conmigo. -Su mirada se volvió aún más suspicaz-. ¿Pretendes desviarte del tema que nos ocupa? Ibas a explicarme quién era el hombre con el que has salido esta noche. Elena suspiró con resignación. - Es un compañero y se llama Sergio. Hoy era el cumpleaños de su novia, Cruz, que también es amiga mía. Simplemente he estado con ellos y con sus amigos celebrándolo. Javier la miró pensativo. - ¿Y en vez de acompañar a su novia te acompaña a ti?
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- ¡Por supuesto que no! -contestó enfadada-. Cruz vive en el centro de Madrid y Sergio cerca de aquí. Me trajo sólo porque le cogía de camino. Era una razón muy lógica y Javier la creyó. Confiaba en Elena. Se había ofuscado porque le había decepcionado profundamente no encontrarla esperándole, no porque dudara realmente de ella. Inclinando la cabeza la besó en los labios. - Te ruego que me perdones, amor mío; mi carácter a veces es bastante impetuoso. Nunca había sido posesivo ni me había mostrado celoso... hasta que te conocí -reconoció acariciándola con su amorosa mirada-. Lo siento, cariño; eres maravillosa y yo te quiero con locura. Es el miedo a perderte el que me lleva a veces a provocar un completo descontrol de mis emociones. Elena estaba conmovida. Mirándole fijamente, le acarició el rostro y lo acercó a ella, besándole a continuación con tal intensidad que los corazones de ambos comenzaron a palpitar de forma desbocada. - Gracias por quererme, amor. Estoy muy orgullosa de ti, de tu amor y de tu... paciencia. Yo también te quiero muchísimo y... nunca me perderás. Los labios de Javier, insistentes y posesivos, la besaban con exigencia, queriendo demandar sin demora la prueba de lo que ella acababa de confesar. Elena intentó apartarse, pero Javier no se lo permitió. Decidido a continuar, sus caricias, cada vez más íntimas, provocaban en los dos un fuego que de no ser sofocado inmediatamente, ya no podría ser extinguido. Javier la arrastró con él hasta el sofá. Ninguno de los dos deseaba detenerse; la necesidad que tenían el uno del otro era demasiado apremiante. No obstante, Elena, luchando contra su propio deseo, le rogó que la soltara. - No puedo, Elena: te necesito demasiado. 138
- Lo sé, cariño, lo sé; también yo a ti, pero debemos esperar hasta que yo hable con Jorge. Javier la miró con ira, completamente frustrado por su rechazo. - ¡No quiero esperar! No le quieres, nunca le has querido; no estás traicionando nada. -Volviendo a tomarla entre sus brazos, Javier la miró con gesto de súplica-. Demuéstrame que me amas, Elena, demuéstrame que estás conmigo y sólo conmigo -le rogó besándola con ternura. El desaliento oprimió el corazón de la joven aragonesa. Javier la necesitaba y no estaba dispuesto a esperar. Convencerle de que cediera sería cada vez más difícil. El problema se agigantaba al ser Elena muy consciente de que ella tampoco podía claudicar. Si lo hiciera, su integridad y sus principios quedarían irremediablemente dañados. Lo miró apenada mientras se apartaba de él lentamente. - Que te amo es tan cierto como que el sol sale cada mañana; eso no cambiará jamás, pero no me entregaré a ti mientras no sea completamente libre de mis propias ataduras morales -aseveró con determinación-. Si bien me dolería profundamente, entendería que no lo aceptaras: tú eres libre y no tienes por qué aguantar mis problemas... - ¡Tus problemas y tus alegrías son también los míos! -saltó Javier con indignación-, pero eso no tiene nada que ver con... -¡Sí tiene que ver! En estos momentos lo que más deseo es estar contigo; también sé que si lo hiciera no sería completamente feliz. Mi mala conciencia anularía parte de la dicha que encontraría en tus brazos. Mi entrega a ti sería física, pero no perfecta, hermosa, sublime... Javier se sintió derrotado. Sentándose pesadamente en el sofá, apoyó los codos en las rodillas y se pasó las manos por el pelo. 139
- Sabes que no soportaría que tu entrega no fuera total. El día que vengas a mí libremente, exigiré que seas absoluta y completamente mía. Elena no había esperado otra cosa. Ella tampoco soportaría recibir menos. Las semanas pasaban, y a pesar de que Elena había ido dos fines de semana a Zaragoza para ver a su madre, no había tenido oportunidad de hablar con Jorge. Javier se desesperaba; cada vez llevaba peor la clandestinidad de sus relaciones. Estando juntos eran felices. El amor que ambos compartían era firme y seguro, pero la amistad de Elena con Jorge era como un fantasma que se interponía irremediablemente entre ellos. Durante dos semanas, Javier tuvo que realizar una serie de viajes de negocios, al cabo de los cuales regresó con la firme decisión de solucionar de una vez por todas su situación con Elena. Estaba harto de secretos, de no poder hacer una vida normal como pareja y de tener que disimular cada vez que estaban con gente. Su paciencia se había agotado, y si Elena no se atrevía a decirle la verdad a Jorge, lo haría él. El retraso de aviones debido a la huelga de los controladores franceses había impedido que Javier pasara el fin de semana con Elena. Llegó el lunes por la mañana y sólo tuvo tiempo de ducharse y acudir a la cita que tenía para comer con dos ejecutivos de una de las empresas del grupo. Pese a que el restaurante estaba lleno, el encargado los condujo inmediatamente a uno de los reservados donde solían reunirse los empresarios para hablar de negocios. Muchos de los que estaban allí se conocían. Javier saludó a varios de ellos y quedó con algunos para posteriores reuniones. Una voz que venía desde el fondo captó su atención. - Javier... Joaquín Calpe ya se había levantado y se dirigía hacia él. 140
- Veo que estás acompañado. Te esperaré en la barra para tomar más tarde un café, ¿te parece? - Estupendo. El punto de vista de los dos ejecutivos coincidía: la inversión que la empresa había hecho en adquirir nueva maquinaria para el bobinado más rápido de los cables de alta tensión estaban dando ya resultados positivos. - Se ahorra tiempo, capacitándonos para abastecer a nuestros clientes con mucha más rapidez que con la antigua maquinaria. Javier quedó satisfecho con las explicaciones de los dos hombres. Tras varias puntualizaciones más acerca de otras secciones de la fábrica, Javier dio la comida por concluida. Después de comer recogió las carpetas con los informes detallados y se reunió con Joaquín. - Sigues tan activo, Javier... y me imagino que dentro de poco viajarás de nuevo a EE.UU por una buena temporada ¿no? una expresión cómplice se dibujó en la cara del joven Calpe-. La autopista que estáis construyendo en Sudamérica será una buena excusa para pasarte con Elena todo el tiempo que desees. Javier no sabía de lo que estaba hablando su amigo; sin embargo, enseguida empezó a sospechar que algo importante que él ignoraba estaba sucediendo. - Por ahora no tengo previsto desplazarme a Sudamérica. Hombres de confianza supervisan minuciosamente cada uno de los trabajos de la autopista. Pero... ¿por qué lo dices?, ¿y qué tiene que ver Elena con América? Joaquín se dio cuenta inmediatamente de que la noticia de la que él se había enterado por pura casualidad, Javier la ignoraba. Había metido la pata y ya no sabía cómo dar marcha atrás. Javier y él eran íntimos amigos, sin secretos, pero no quería inmiscuirse en su relación con Elena Villareal. 141
Javier notó el cambio en la expresión de Joaquín. Estaba violento, avergonzado de haber hablado de algo que él también debería saber. - ¿Te importa que nos sentemos tranquilamente en una mesa y hablemos sin rodeos? -sugirió Javier con un cierto acento severo en su tono. Joaquín asintió, sabiendo que ya no podría evitar el interrogatorio de su amigo. - Siento haberme precipitado, Javier. He dado por hecho que tú sabías... bueno -continuó azorado-, creo que es mejor que te lo explique Elena. El rostro pétreo de Javier le provocó una incómoda agitación. - No me moveré de aquí hasta que me cuentes qué está sucediendo. Valoro mucho nuestra amistad, Joaquín; por favor, no me hagas dudar de ella. No le quedaba otra alternativa. Joaquín tenía que decirle lo que había oído. Lo que esperaba era que su error no alterase la buena armonía de la pareja. - Mis padres dieron anoche una cena para varios de sus amigos y entre ellos había algunas personas conectadas con la Fundación Vegaño. Asistieron dos miembros del Departamento de Literatura de la Complutense y uno de ellos, sabiendo que yo conocía a Elena, me habló de las posibilidades que Elena tenía para conseguir la plaza de profesora ayudante de literatura española que solicitaba la Universidad de Ohio. Javier sacudió la cabeza negativamente. - Ese profesor debe haberse confundido. Elena no ha solicitado ninguna plaza en el extranjero; me lo habría dicho. Javier quería creerlo así. Deseaba con ansiedad que Elena tuviera la suficiente confianza con él como para contarle todos sus proyectos-. ¿Te comentó algo más?
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- Pues no; al decirme que una persona con enorme influencia había apoyado a Elena, pensé que se trataba de ti. Si no has sido tú... Esta segunda información alertó la intuición de Javier y le convenció de la veracidad de las palabras del profesor. - Excepto a nosotros, Elena no conoce a personas influyentes aquí. - ¿Y tu tío Mateo? Javier volvió a negar de nuevo. - Me lo habría dicho. - Quizás Elena tenga otros amigos que... - No; los que tiene son compañeros becarios como ella. No, tiene que ser alguien con el suficiente interés y dinero como para erigirse en mecenas de la universidad y donar una sustanciosa cantidad de dinero. Nuestras universidades no admiten dinero de particulares, pero las americanas sí. Joaquín se encogió de hombros. - Pues no se me ocurre... -de pronto la imagen del profesor hablando con los padres de Lucía Pinar, muy amigos de sus padres, le hizo concebir la idea de que quizás Lucía... - Javier, tú saliste un tiempo con Lucía, y según me contaste, no funcionó. ¿Tú crees que ella sigue sintiendo algo por ti y desea alejar a Elena? Javier lo miró sorprendido. De aquello hacía ya bastante tiempo y además no había existido nada importante entre ellos. De repente, recordó que en la última reunión con los Pinar, el padre de Lucía había comentado que ella había estado en el norte de EE.UU. y Ohio estaba en el norte. ¿Sería sólo una coincidencia? - Es cierto que me llama mucho, pero no creo que se atreviera. ¿Por qué se te ha ocurrido? - Vi cómo el profesor y los Pinar se saludaban amistosamente. Era sólo una idea. 143
Javier apreciaba a Lucía y la consideraba una buena amiga. Ella estaba a gusto con él, pues siempre buscaba su compañía y le invitaba con insistencia a cualquiera de las casas que tenían desperdigadas por el mundo. Era muy generosa y hospitalaria. Con todo, Javier no creía que su amabilidad escondiera ya sentimientos que jamás podrían ser correspondidos. Estaba desconcertado, y también fastidiado por la noticia. Si ese profesor estaba en lo cierto, Elena tendría que responder ante él y aprender de una vez por todas que jamás le permitiría hacer proyectos a sus espaldas. Si esa noticia era verdadera, ejercería todo su poder y utilizaría el dinero que fuera necesario para que Elena no consiguiera esa plaza. - Es una pista muy débil, pero es la única que tenemos. Iré ahora mismo a ver a Lucía. Quiero saber la verdad antes de enfrentarme a Elena. Joaquín estaba preocupado. Si Elena había cometido el error de ocultárselo a Javier lo pagaría caro. Lo lamentaba profundamente por ella, por los dos. Estaban enamorados y quizás por un error absurdo rompieran una relación maravillosa. La secretaria de Lucía lo hizo pasar inmediatamente. Conocía muy bien al guapo y rico hombre de negocios Javier López-Gévora. De hecho, hacía un tiempo se había especulado por la oficina acerca de la posibilidad de una relación seria entre su jefa y el señor López-Gévora. La relación como pareja no cuajó, quedándose tan sólo en amistad, al menos aparentemente, pues ella sabía muy bien que su jefa aún suspiraba por ese hombre. - ¡Qué sorpresa, Javier! ¿Algún problema con los proyectos del nuevo edificio? Toma asiento, por favor. Javier se sentó en uno de los dos sillones que había delante de la mesa de despacho, cruzó las piernas con aplomo y la miró especulativamente. 144
- No; nuestro negocio en común va muy bien. Lo que vengo a averiguar es si tú sabías que Elena había solicitado una plaza como profesora ayudante en la Universidad de Ohio. Lucía se quedó muda de horror. No tenía ni idea de cómo se habría enterado, pero la calma tenebrosa que mostraba y la expresión amenazadora de su mirada le indicaban que la ira bullía dentro de él como un volcán. - Sí, me lo comentó un día Elena. Me pareció una idea excelente y la animé para que siguiera adelante -Lucía conocía lo suficiente a Javier como para saber que si llegaba a mentirle perdería su amistad para siempre. - ¿Te pidió ella ayuda o esa iniciativa partió sólo de ti? Javier no estaba seguro de nada. Decidió arriesgarse lanzando la pregunta que podría servir para averiguar la verdad o para provocar el enfado de Lucía. Por suerte para él había dado en el clavo y la joven tuvo que doblegarse a la evidencia. - Elena es encantadora, tiene un expediente magnífico y me cae bien. Me pareció buena idea ayudarla. Si ella quiere irse... - Teniendo en cuenta el poco tiempo que hace que la conoces te has tomado mucho interés y... excesivas molestias, diría yo -señaló despectivo-. Si ha sido por ayudarla, tu generosidad es de agradecer, pero si lo has hecho para alejarla de mí, jamás te lo perdonaré. -Su tono letal y el determinante ultimátum la hicieron estremecerse-. Quiero a Elena -declaró ya sin tapujos ni rodeos- y no permitiré que nadie la separe de mí. Si aprecias en algo mi amistad te sugiero que retrocedas y soluciones el problema. El dolor que sintió Lucía al oír la confesión de Javier reconociendo su amor por Elena dio paso a una intensa furia por su arrogancia y excesiva perspicacia. - ¿Pretendes coartar su carrera sólo porque tú deseas retenerla a tu lado? ¿No crees que es una actitud un tanto machista y egoísta? 145
Aparentemente, eso parecía. Javier quería sobre todo que Elena fuera feliz, pero hasta que su relación no estuviera lo suficientemente consolidada tenían que permanecer juntos. Más adelante ya habría tiempo para que ella realizara sus más soñados proyectos. - Mi conducta sólo nos incumbe a Elena y a mí. Cualquier influencia externa que perjudique nuestra relación la combatiré sin piedad -la amenazó beligerante-. Por el bien de todos te sugiero que no vuelvas a meterte en mis asuntos. No perdonaré una segunda intromisión. Lucía levantó la barbilla con indignación y lo miró airada. - Perdona, pero yo no me he metido en tus asuntos contestó ofendida-. Elena y yo estuvimos hablando y sólo he tratado de ayudar a una amiga. - ¡Amiga? -vociferó con irritación-, pero si apenas la conoces... Sinceramente, me cuesta mucho creer que te hayas tomado tantas molestias por una desconocida. Tiene que haber algún otro motivo más poderoso. Furiosa, Lucía se levantó de un salto del sillón y lo miró con ira. - No me gustan tus insinuaciones, Javier. Pensé que éramos amigos... - Los amigos no se traicionan -señaló él mordaz. Con una expresión beligerante en sus ojos, la joven volvió a sentarse con aplomo y le lanzó una mirada acusadora. - Me parece que no eres el más indicado para hablar de traición. Según tengo entendido, Elena tiene novio y tú, muy convenientemente, pareces haber olvidado ese pequeño detalle. Era la tercera persona que le lanzaba esa misma acusación. Aunque le doliera reconocerlo, estaban en lo cierto. Hacía tiempo que Elena tenía que haber solucionado ese asunto. No había razón para que su relación fuera fácilmente criticable por todos. 146
- Sean los que sean los problemas que existan entre Elena y yo a ti no tienen por qué importarte. Tú y yo siempre nos hemos llevado bien, a pesar de que nuestra relación no funcionó. Por favor, no lo estropees empeñándote en algo que es imposible. La personalidad de ese hombre siempre la había atraído. Podía ser arrogante y tierno, indomable y suave, dulce e implacable... un hombre único y maravilloso, al que merecía la pena amar. Su corazón, duro y esquivo, había logrado permanecer libre. Ahora latía acelerado por Elena Villareal, una mujer que igualaba cada una de sus cualidades y que había logrado, con su dulzura y su belleza, proporcionarle la felicidad y el placer que Javier siempre había estado esperando. Lucía comprendió todo eso y descubrió que no tenía ningún derecho a interponerse entre Javier y Elena. El amor no se imponía sino que llegaba en cualquier momento. Era un sentimiento que nacía en el corazón de los enamorados y contra el que era imposible luchar. Tras comprender su error, lo único que deseó fue tener la fortuna de encontrar también algún día el amor verdadero; un amor correspondido, entregado y para siempre. - Siento haberte ofendido, Javier. No tuve nunca la intención de perjudicar a Elena. - Lo sé, pero te olvidaste de que con tu... "ayuda" me perjudicabas a mí. - Tampoco pensé en eso, perdona... - Admito tus disculpas, Lucía. Procuraré olvidar este desagradable incidente -la tranquilizó levantándose y dirigiéndose hacia la puerta-. Te rogaría que lo solucionaras cuanto antes. Cuando Javier salió, Lucía envidió su situación privilegiada: estaba enamorado y dispuesto a defender su amor contra viento y marea. La ilusión que había representado Javier López-Gévora para ella había sido tan sólo un espejismo. Acababa de comprender que era una pérdida de tiempo soñar con metas 147
imposibles. Ese hombre no era para ella, nunca lo había sido. Su corazón pertenecía a otra mujer y nada ni nadie cambiaría eso.
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omo solía hacer casi todos los días, Elena saludó a su tío al l egar, charló un rato con él y se dirigió a la biblioteca. Mateo le recriminaba que se tomara ese trabajo tan en serio cuando no había ninguna prisa. - Estarás cansada; quizás te apetezca más leer o ver la televisión -le había dicho muchas veces. Elena siempre contestaba que para ella no suponía ningún esfuerzo trabajar con libros. Le gustaba y era una satisfacción enorme ver las estanterías con los volúmenes ordenados y catalogados. Se disponía a rellenar las fichas que había dejado el día anterior sobre la mesa, cuando la puerta se abrió y apareció Javier. Los ojos de Elena brillaron de alegría al verle. Se levantó y corrió hacia él, siendo acogida dulcemente entre sus amorosos brazos. El disgusto y la preocupación que tensaban el rostro de Javier desaparecieron al instante. Elena estaba con él, le quería y lo demás no importaba. Ambos se besaron anhelantes, con fervor, manifestándose con embeleso todo el amor que brotaba de sus corazones. Nada importaba cuando estaban juntos. Sólo ellos dos existían, rodeados por el amor que los unía cada día más.
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El sonido del teléfono interrumpió el abrazo. Reacios a separarse lo dejaron sonar unos instantes, hasta que Elena se acercó al aparato y lo descolgó con desgana. Era Jorge. Elena se enderezó nerviosa y miró a Javier con expresión afligida y culpable. Él no se anduvo con contemplaciones. Estaba enfadado y demasiado crispado como para ser comprensivo. Pronunciando una maldición le dio la espalda y se dirigió hacia el sillón, donde se dejó caer con el rostro distorsionado de violencia contenida. Atravesándola con una mirada letal, Javier sentía que cada una de las respuestas de Elena al hombre que estaba al otro lado de la línea telefónica era como un mazazo para su corazón y para su orgullo. La última respuesta de Elena antes de colgar el auricular: "y yo también", fue la gota que colmó el vaso. - ¡Y yo también te quiero!, ¿es eso lo que has querido decir? -explotó colérico. - No... - ¿No?, ¡no me mientas, maldita sea! ¡Estoy harto de este engaño, de esta farsa y del maldito secreto que me has obligado a guardar! -rugió desaforado poniéndose en pie bruscamente-. Me has manipulado a tu antojo, has jugado con mis sentimientos y yo he sido tan imbécil como para consentirlo. Se acabó, Elena: mi paciencia se ha agotado. Cuando madures y aprendas a enfrentarte a tus problemas con valor y a solucionarlos de forma inmediata, ya sabes dónde encontrarme. Elena estaba consternada, deshecha, sin creerse aún que Javier le estuviera dando un ultimátum. No comprendía muy bien su explosión: esa llamada no era para tanto. Jorge le había dicho que la recordaba con mucha frecuencia. Elena también le recordaba, pero por distintos motivos. - No puedes estar hablando en serio, Javier. Jamás he tenido la intención de engañarte. Te quiero... - ¡Mentira, no me lo has demostrado! -chilló sin control. 150
- ¡No es verdad! Te lo he dicho y te lo he demostrado. Ahora estás enfadado, pero sabes muy bien que... - Unos cuantos besos furtivos no son una auténtica demostración de amor. Ese sentimiento implica mucho más y tú no has tenido valor para asumirlo. El miedo a perderlo le desgarró el corazón. Javier y ella estaban enamorados, no podía ser que por su falta de paciencia renunciaran a lo que podía ser un gran amor. - Mis profundos sentimientos hacia ti están más que asumidos y tú lo sabes. - Muy bien -acercándose al teléfono con paso decidido lo descolgó y se lo alargó para que ella lo cogiera-; llama ahora mismo a Jorge y háblale de mí, de lo que sentimos el uno por el otro, de nuestra relación, de nuestro futuro... ¡Hazlo ahora mismo! Los ojos de Elena se encendieron de furia y lo taladraron como un rayo candente. - ¡Estás loco si piensas que yo haría algo semejante! -aseveró con ira-. ¿Me crees tan irresponsable como para dañar con tanta crueldad a una buena persona? No sería capaz, y menos a un hombre que es digno del aprecio de toda mi familia. Javier se sintió herido. - Al parecer yo sí soy digno de ser maltratado. - Nunca te he maltratado. Conocías mi situación cuando me conociste y aun así insististe conmigo. Sólo te pedí paciencia. Obcecado en su rencor, Javier no estaba preparado para ceder. - Llevas ocho meses jugando conmigo, Elena; el margen que te di se ha terminado. Espero que soluciones tus asuntos y que vuelvas a mí completamente libre. No aguanto más este sucedáneo de noviazgo que tu te has fabricado. - Javier, por favor, no seas tan drástico. Los dos estamos juntos en esto, debemos permanecer unidos... 151
- Ya no; al parecer, un abismo nos separa y yo no tengo por qué soportar más esta situación. - No puedes estar hablando en serio..., te ruego que te calmes y hablemos civilizadamente. Javier no desperdició ni un segundo en reconsiderar su postura. Acababa de tomar una determinación y ninguna súplica la cambiaría. - No. Exijo que cojas ahora mismo el teléfono y le hables de mí a Jorge. Le quiero en este instante fuera de tu vida; ya no me conformo con menos. Su tono autoritario y seguro la irritó enormemente. La había perseguido insistentemente hasta enamorarla, y ahora se negaba a aguantar ni un día más en esa situación. Era absurdo. Las cosas se podían solucionar sin hacer daño a los demás. Sólo se necesitaba un poco de generosidad y tolerancia. Al parecer, Javier se había cansado. Su orgullo y arrogancia sobrepasaban al espíritu de sacrificio y al amor que esa relación tan especial necesitaba. Levantando la barbilla con un gesto altivo, Elena no tuvo reparos en desafiarlo abiertamente. - Tendrás que conformarte con menos, porque a partir de ahora no volverás a verme. Su camino airado hasta la puerta fue interceptado rápidamente por Javier. - ¿Cómo has dicho? - Tú tienes tus reglas y yo las mías. No permitiré que me tomes y me dejes cada vez que te dé la gana -afirmó cortante-. Ya no te interesa esta relación y la has dado por terminada. ¡Que así sea! -respondió con genio, tirando del brazo que él aún retenía. - Eso que pretendes no te resultará tan fácil -le advirtió sin rodeos-. No soy un pelele, Elena, y cuanto antes lo aprendas mejor para los dos. Ni artimañas ni lágrimas harán que me doblegue a ningún juego. Sabes lo que quiero y en tu mano está dármelo. ¡Piénsalo! 152
Durante un mes, Javier se mantuvo ocupado viajando. Se había alejado a propósito de Madrid con la idea de darle a Elena un margen de tiempo para que solucionara el asunto que los separaba. Sabía muy bien que de quedarse cerca de ella la resolución que dolorosamente había adoptado podría quedar fácilmente debilitada. Aun amándola más que nunca y echándola desesperadamente de menos, no podía volverse atrás ahora. Elena necesitaba una lección, tomar una importante decisión con urgencia y tenía que hacerlo sola. Triste y abatida, Elena se había dado cuenta de que le sería muy difícil seguir con una vida normal sin Javier. Seguía queriéndole, completamente enamorada de él, pero no estaba decidida a ceder. Aún le dolían su abandono y sus exigencias. Sabía que tarde o temprano rompería definitivamente con Jorge. Después de haber conocido el amor era absurdo e inútil conformarse con menos. A pesar de que Javier y ella habían terminado, era muy consciente de que tampoco podía seguir con Jorge. Tras pensarlo mucho, la solución era alejarse de España; tenía una remota posibilidad si conseguía la plaza de profesora en Ohio. - Aún no nos han respondido, pero espero que lo hagan antes del verano -le informó el catedrático-. Lucía Pinar, una amiga tuya, estaba interesada en ayudarte; debe conocer a alguien en la universidad americana. Elena se quedó de piedra. ¡Lucía Pinar! Se llevaban bien, pero apenas se conocían, ¿por qué querría ayudarla? Habían mantenido una conversación de pasada acerca de ese tema. No pensó que Lucía volviera a acordarse. Elena quedó con ella para comer el sábado. Quería darle las gracias por su interés y preguntarle abiertamente si sus influencias eran lo suficientemente buenas como para conseguir que la 153
eligieran a ella. Pensándolo bien, alejándose de Jorge quizás consiguiera que él se desanimara. No quería perder a Javier, pero estaba aturdida y no sabía cómo salir del lío en el que se había metido. Ambas jóvenes se saludaron amablemente, y tras unos minutos de charla, Lucía se enteró de que Elena había hablado con el catedrático y que Javier no le había comentado nada acerca de la entrevista que mantuvo con ella. - No me des las gracias; para mí es relativamente fácil ayudarte -reconoció Lucía con franqueza-. Pero... ¿realmente estás interesada en aceptar la plaza en caso de que te la concedieran? Deberás permanecer allí durante un año y... bueno... estarás muy lejos de tu familia. - No será fácil. De todas formas, creo que es lo mejor. Lucía se preguntó si Javier sabría algo de esa reunión. Lo dudaba mucho. Estaba segura de que él no la hubiera consentido. - ¿Y qué piensan al respecto Mateo y Javier? ¿Están de acuerdo? - Valoro mucho la opinión de mi tío, pero ésta es una decisión que debo tomar yo sola. Decididamente, Javier no sabía nada. Elena no le había nombrado y su instinto le decía que algo había sucedido entre ellos. Podría ayudarla y lo habría hecho con gusto, pero su amigo era Javier y no podía ponerse en contra de él. Lucía había cambiado. Javier le había abierto los ojos y le había hecho ver que su obsesión por él era absurda. Ella era una mujer valiosa, muy capaz de amar y de conseguir ser amada por el hombre que estuviera destinado para ella; un hombre que la mereciera y que fuera digno de su amor. - Deseo ayudarte, Elena. Me pareces una mujer inteligente y agradable; no obstante, debo advertirte que es duro vivir durante tanto tiempo alejada de la familia. Por favor, piénsatelo. 154
"¡Era increíble!", pensó Lucía. "¡Le estaba echando un cable a Javier López-Gévora en asuntos de amor!" - Gracias por tu ayuda y por tus consejos, pero creo que en estos momentos es lo que más me conviene. A su vuelta, Javier estuvo a punto de desmoronarse y acudir a casa de su tío a cenar. Sus ganas de ver a Elena eran tan apremiantes que dudaba poder mantener su voluntad tan inquebrantable como hasta ese momento. Elena alivió su desasosiego marchándose el viernes a Zaragoza. Sus esperanzas renacieron: si aún no había hablado con Jorge, lo haría ese fin de semana. Javier y ella llevaban un mes separados y era insoportable. Era absurdo y doloroso en exceso mantener esa agonía. La llamada de Lucía le sorprendió, así como su acuciante interés por verle pronto. Intrigado, accedió a encontrarse con ella. Quedaron para tomar una copa el sábado, antes de reunirse con los otros. Guapa y elegantemente vestida, Lucía lo saludó con un beso, sin dejar de apreciar de nuevo el atrayente empaque de ese hombre. - Elena me llamó -le informó nada más sentarse-. Quiere que la ayude a conseguir la plaza en Ohio. -A esas alturas no se iba a andar con rodeos. Conocía a Javier muy bien y sabía que le gustaba hablar con claridad. El camarero se acercó, apuntó lo que querían y se alejó hacia la barra. La información de Lucía lo preocupó y la miró con expresión inquieta. Elena quería alejarse de él y eso le dolió; era la forma de solucionar el problema de la manera más fácil. Desafortunadamente para ella, él no estaba dispuesto a aceptar ese sistema. Javier era de los que luchaban en el campo de batalla y cara a cara con el enemigo. Elena tendría que hacer lo mismo; no le daría la ventaja de la huida. - ¿Aceptaste? 155
- Le dije que lo pensara, aunque me pareció que no estaba muy dispuesta a seguir mi consejo. -Una nube de preocupación oscurecía el gris de los ojos de Javier. El enfado entre la pareja parecía bastante grave. También parecía evidente que Javier aún no había decidido romper. Si así fuera no le importaría que Elena se fuera. - ¿Quieres decir que si Elena decide seguir adelante le conseguirás ese puesto? Lucía lo miró reflexiva. - Somos amigos, Javier, y si te lo cuento es porque deseo lo mejor para vosotros dos. No sé si es acertado que coartes a Elena, pero confío en tu inteligencia e intuición para decidir qué es lo mejor para vuestra relación. -Haciendo una pausa, esbozó una sonrisa sardónica-. Además, no creo que me lo permitieras. - No es mi intención frenar la carrera de Elena. Deseo que progrese y que consiga todos sus objetivos. El asunto es que éste no es un buen momento para una separación. Más adelante contará con toda mi ayuda para hacer lo que quiera. Decidida a no inmiscuirse en asuntos ajenos, Lucía aceptó su explicación. Conocía a Javier y estaba segura de que cumpliría lo que decía. Era un hombre razonable y justo; de ninguna manera perjudicaría a la mujer que amaba. Tanto su familia como Jorge sabían que Elena había solicitado hacía unos meses un trabajo como profesora ayudante de literatura española en una universidad americana. Les habló nuevamente de esa posibilidad, con más esperanzas de conseguirlo que antes. - Es una satisfacción para mí que consigas las metas que te fijas, cielo, aunque... bueno, me va a dar mucha pena tenerte tan lejos -le comentaba su madre, compungida. Elena sonrió condescendiente. 156
- Todavía no hay nada seguro. En el caso de que me aceptaran, vendré en vacaciones y siempre que me necesites. - Por mí no tienes que preocuparte, hija. Ya sabes que Jorge y tu hermana me atienden de maravilla. Su madre quedaba en buenas manos y eso la tranquilizaba muchísimo. Por la noche, Jorge la recogió y fueron a cenar a un restaurante íntimo y tranquilo al que les gustaba acudir. Allí habían hablado de proyectos, de sentimientos y de lo que esperaba cada uno de la vida. Si bien habían sido reuniones tranquilas y amistosas, en ningún momento Elena había sentido la complicidad y la atracción que la unía a Javier cada vez que estaban juntos. Descartó ese pensamiento. Javier era un cabezota impaciente y ella no quería pensar en él. - ¡Me alegro tanto por ti, Elena...! -exclamó Jorge tras escuchar su explicación acerca de la posibilidad de pasar un año en EE.UU-. Será un magnífico reciclaje tanto del inglés como de la Literatura. Elena sonrió, se apoyó en la mesa y le tomó una mano. - Jorge; eres tan bueno y comprensivo... - No siempre -contestó él azorado-. Me encanta mi trabajo, me satisface por completo y tengo muchas ambiciones y proyectos. Teniendo en cuenta esto, ¿cómo no voy a comprender que sientas lo mismo? Elena le sonrió con dulzura. - Estaré un año fuera, o quizás más, y yo... - Te comprendo, Elena. Yo también he tenido la suerte de ser aceptado por un año en el Instituto Pasteur de París. Quería darte la noticia personalmente, por eso no te lo comenté por teléfono. Elena rió con regocijo y le dio un beso. Sabía desde hacía tiempo el interés de Jorge por ese puesto. No había nadie que lo mereciera más. 157
- ¡Pero eso es magnífico! ¡Cuánto me alegro, Jorge! Eres inteligente y trabajador, uno de los mejores médicos que conozco, sin duda el más idóneo para ese trabajo. ¡Mi enhorabuena! - Gracias. Al parecer, vamos a estar separados mucho tiempo. Trabajaremos intensamente en nuestros proyectos y conoceremos a mucha gente, en especial tú -parecía dubitativo y un poco cortado. Elena se mantuvo en silencio y lo escuchó con atención-. No quiero que te sientas coartada, atada a mí. Sé que nuestra amistad durará siempre, pero considero acertado que nos sintamos libres para llevar a cabo con más soltura cualquier ambición de trabajo que pueda surgir. -Jorge hizo una pausa para observarla y darle tiempo para la reflexión-. No quiero hacerte daño, Elena. Lo he estado pensando mucho y creo que es lo mejor para los dos. Cuando empezamos a salir tú misma dijiste que sería de una forma amistosa, para conocernos mejor. Creo que fue una decisión inteligente. ¡Dios santo!, ese hombre era maravilloso. Intentando no hacerla daño y animándola para que llevara sus proyectos intelectuales hasta el final le daba la libertad con una comprensión y caballerosidad admirables. Elena estaba emocionada. Sin estridencias y con enorme generosidad, Jorge había solucionado el problema que la preocupaba desde hacía tiempo. ¿O Jorge habría intuido que entre ellos nunca podría existir un gran amor? - Estoy de acuerdo, Jorge. Los dos vamos a emprender una nueva etapa profesional y lo que tú sugieres es lo más prudente. Valoro mucho nuestra amistad y espero que la mantengamos siempre. Ahora fue Jorge el que le tomó la mano y se la besó. - No dudes en llamarme si alguna vez me necesitas. - A nadie acudiría con más confianza. Jorge la tranquilizó cuando Elena le preguntó por la evolución de la enfermedad de su madre. De momento no había 158
motivos de preocupación. El cardiólogo que la trataba era amigo suyo. Con él estaría perfectamente atendida. Su madre reaccionó con disgusto en cuanto se enteró del final de las relaciones entre Jorge y ella. Para Rosa el joven médico era el yerno ideal, el mejor marido para su hija. Escuchó los argumentos de Elena e intentó ser comprensiva. - Sois dos personas adultas e inteligentes. Supongo que si lo habéis decidido así es porque lo consideráis lo mejor para los dos. Yo lo que quiero es que seas feliz, Elena, y que algún día, aparte de la satisfacción del trabajo, llegues a conocer el verdadero amor. Elena ya sabía lo que era el amor y estaba convencida de que no había nada que se lo pudiera comparar. Angela y Joaquín habían fijado la fecha de la boda, y ahora estaban organizando una fiesta para su despedida de solteros. La pareja estaba feliz, disfrutando de cada momento que les llevaba la preparación de la ceremonia. En oposición a su estado de ánimo, lamentaban profundamente la situación de Javier. Lo que habían pensado que sería solamente una riña entre enamorados, se había convertido casi en una completa ruptura. A pesar de que Javier aún seguía esperando la decisión de Elena, llevaban distanciados dos meses. La relación secreta que habían llevado no era del dominio público. Sólo ellos y la familia de Javier la conocían; los otros sólo lo sospechaban. Javier no había disminuido el ritmo de trabajo. Le distraía de su preocupación principal, que era Elena. La había visto varias veces en casa de su tío y había sido peor, pues ella se había mostrado fría y distante, aprovechando la menor excusa para alejarse de él y encerrarse en la biblioteca. Javier empezaba a hartarse de esa situación. Si Elena le quería debería haber solucionado ya el problema. La incertidumbre le mataba y él ya no tenía paciencia para aguantar más tiempo. El sábado sería la fiesta de Joaquín y Angela. Sabía por ellos que Elena acudiría; esa sería 159
una buena oportunidad para hablar con ella. Estaba decidido a solucionar esa misma noche los conflictos que los separaban. Llamó a Elena y no la localizó. Le dejó el mensaje a Esperanza: el sábado la recogería para ir juntos a la fiesta. Elena lo añoraba terriblemente. Javier se había mantenido alejado de ella, tal y como había dicho, no habiendo intentado ningún tipo de acercamiento. Sólo se habían visto las escasas veces que habían coincidido en casa de su tío. Tenía el corazón desgarrado. Le quería y deseaba estar con él, pero no encontraba la forma de salir de esa situación. Estaba segura de que en cuanto Javier se enterara de que pretendía irse a EE.UU, volverían de nuevo las disputas. Le había pedido ayuda a Lucía Pinar, pero lo había hecho antes de que Jorge y ella rompieran definitivamente. De haber sabido que Jorge iba a ser tan comprensivo, nunca hubiera solicitado ese trabajo ni habría hablado con Lucía. Quería solucionar ese enredo cuanto antes. Necesitaba a Javier; había sido muy feliz con él y no quería perderlo. Hablaría con él en la primera ocasión que tuviera. Esa ocasión no llegó en toda la semana porque Javier estaba de viaje y no volvería hasta el sábado. La ilusión de estar con él en la fiesta y pasar juntos el fin de semana se desvaneció cuando Jorge la llamó para decirle que iría a Madrid ese mismo sábado para despedirse. El domingo por la tarde cogería el avión para París y deseaba estar con ella esos dos días. Le halagó la amabilidad y la candidez de Jorge. Ahora eran amigos y su reacción podía considerarse como normal entre amigos; la cuestión era... el momento; no era el ideal para que Jorge apareciera; sin embargo, Elena no podía fallarle. Por suerte para los novios, el día de la fiesta amaneció magnífico, un soleado y caluroso día de mayo. El ágape y el posterior baile tendrían lugar en los jardines, donde se habían 160
instalado largas mesas para la cena fría y una tarima en la parte de la piscina para la orquesta. Elena, del brazo de Jorge, vestida con un traje negro ajustado al cuerpo y con pronunciado escote en la espalda, fue calurosamente recibida por los novios. Joaquín y Angela se miraron sorprendidos: habían esperado verla con Javier. - ¿Qué habrá ocurrido? -se preguntó Joaquín nada más alejarse la pareja-; tenía entendido que Javier vendría con Elena. Angela se encogió de hombros. - Espero que Javier se lo tome con calma y no deje de venir por eso. Acompañada de Roberto, Elena había recogido a Jorge en el hotel y se habían dirigido a casa de Angela. Jorge seguía tan encantador como siempre, y para Elena, teniendo en cuenta su atribulado estado de ánimo, significaba el mejor de los acompañantes. Eran amigos; se tenían un enorme aprecio y un gran respeto. Lo pasarían muy bien. Javier llegó a casa de su tío Mateo y preguntó por Elena. - ¿Elena? Ya salió. Roberto la ha acompañado a la fiesta. Se lo pidió tan decidida que creí que tú no podías llegar a tiempo. Un brillo siniestro se reflejó en sus ojos. Esa expresión inquietó a Mateo. Sabía que últimamente la pareja no estaba en los mejores términos y se temía una reacción contundente por parte de Javier. - Quizás no sabía que vendrías a buscarla. Javier interrogó a Esperanza. La mujer sí le había dado el mensaje a Elena. - Y ella me dio otro para ti: me dijo que te vería en la fiesta. Elena seguía enfadada con él. Rechazaba su ofrecimiento de acompañarla, sin saber que Javier ya había decidido solucionar esa misma noche los problemas que los separaban. Era totalmente absurdo seguir así. Se querían y tenían que estar juntos, eliminando las barreras que obstaculizaban su amor. 161
Joaquín y Angela se alegraron mucho de verlo. Según dedujeron, la pareja seguía caminos distintos. Les costaba reconocerlo, después de verlos tan enamorados, pero ante lo avidente, dedujeron que Javier había terminado por asumirlo. - Enhorabuena a los dos -dijo saludándolos cariñosamente-. Sois magníficos y os merecéis el uno al otro. - Tú también mereces esta felicidad, Javier -contestó Angela, intentando consolarlo-, y con el tiempo sé que la encontrarás. Javier la miró extrañado. - ¿Con el tiempo? Ya la he encontrado, Angela, y tú lo sabes muy bien... Sus últimas palabras quedaron en el aire cuando al girar la cabeza para contemplar el jardín reparó en Elena, hermosa y exquisita, vestida de negro y peinada con un bonito moño italiano que dejaba al descubierto su bello cuello, y en el hombre que la tomaba familiarmente por la cintura. ¡Era Jorge! No podía creer que Elena se hubiera atrevido a tanto, a desafiarlo tan abiertamente. Aquello era una provocación que él no toleraría. Si Elena quería guerra, la tendría: aceptaría el reto que ella acababa de lanzarle tan arrogantemente. - Creí que sabías que Elena iba a venir con Jorge -comentó Angela con tono de preocupación. Recuperando la compostura, Javier entrecerró los ojos peligrosamente y curvó sus labios en una cínica sonrisa. - Ahora ya lo sé; esa mujer tiene la gran capacidad de sorprenderme continuamente. Joaquín lo miró con aprensión. - Espero que te diviertas, Javier. Puedo presentarte... - Tranquilo, Joaquín, estaré bien. Por favor, disfrutad de vuestra fiesta. Lucía se acercaba a ellos, pero antes de llegar al lugar donde estaban, Javier se volvió de nuevo hacia Angela. 162
- Por cierto, Angela, ¿podría utilizar alguna habitación para hablar en privado con alguien? Los novios se miraron inquietos. - Por supuesto. Ya conoces el despacho de mi padre. Allí estarás tranquilo. Javier le dio las gracias y salió al encuentro de Lucía. - Llegas el último; estamos todos en aquel rincón -dijo señalándole el lugar donde estaban sentados los amigos-. Está muy animada la fiesta, ¿verdad? - Sí, las mismas caras de siempre -respondió él con desgana. Javier estaba de mal humor, y Lucía sabía muy bien por qué. - ¿Vienes a comer algo? - No, ve tú; primero voy a saludar a alguien -respondió mirando a su alrededor. No veía a Elena. El jardín estaba bien iluminado, pero había mucha gente y no era fácil distinguir a cada uno de los invitados. Con una copa en la mano, Javier deambuló por el césped, con el paso seguro y elegante que lo caracterizaba. Su paseo duró poco tiempo, pues enseguida fue abordado por numerosos conocidos que se paraban a charlar con él. Seguía escudriñando los grupos, hasta que divisó a la pareja bailando sobre la improvisada pista de madera. Elena estaba guapísima, pero no era con ese hombre con el que tenía que estar bailando sino con él. Ella le pertenecía, era suya porque estaban enamorados; cuanto antes lo entendiera Jorge, mejor para todos. Se acercó a ellos en cuanto tuvo oportunidad y saludó a Jorge con fría cortesía, intentando contener la ira que lo consumía. A Elena la miró con ardor de arriba abajo, lo que provocó que la joven se ruborizara involuntariamente y le taladrara acusadoramente con sus bonitos ojos verdes.
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- Estás preciosa, Elena. Pensé que me esperarías para acompañarte a la fiesta. Sin duda era la noche ideal para que tú y yo... Elena se quedó petrificada por su audacia. Javier iba a por todas; su paciencia se había agotado y parecía dispuesto a revelarle a Jorge la verdad sobre ellos dos. Tenía que evitarlo, ahorrarle a Jorge un disgusto completamente innecesario a esas alturas. - José Luis y tú sois muy amables -le cortó sonriendo, conteniendo la furia-, pero ni vosotros ni tío Mateo tenéis por qué estar siempre pendientes de mí. Javier se disponía a contestar de forma incisiva cuando la llegada del padre de Angela y de unos colegas de Jorge evitaron el desastre. Uno de ellos había estado en el Instituto Pasteur, lo que provocó que se metieran de lleno en una interesante conversación profesional. Aprovechando ese golpe de suerte, Elena inventó una excusa y se apartó del grupo. Tenía que alejar a Javier de allí como fuera. Javier la siguió, como ella esperaba. Inmediatamente, la tomó fuertemente por el brazo y la introdujo en la casa. Elena intentó zafarse de él sin éxito. En el despacho, y antes de que Elena pudiera reaccionar con más contundencia, la estrechó fuertemente contra él y acalló sus protestas con un largo e intenso beso. Elena se opuso a él y luchó para separarse. Javier la dominó fácilmente, demostrándole cada vez con más gentileza la pasión y el amor que sentía por ella. Elena se calmó y correspondió con el mismo ardor, necesitando con desesperación su cariño y sus caricias. Aún jadeantes, ambos se miraron profundamente en silencio, reflejándose en sus ojos la congoja de haber tenido que llegar a una situación tan drástica. - ¿Por qué me haces esto, Javier? - No he tenido más remedio. No podemos seguir así; no estoy dispuesto a aguantar ni un día más -le aseguró con una nota 164
amarga en su tono-. Hablaremos con Jorge, y esta misma noche la pasarás conmigo. - ¡No! -gritó Elena separándose bruscamente de él. Necesitaba más tiempo; le debía un merecido respeto a Jorge-. Hoy no podemos; esperaremos un poco más. Por favor, Javier; sólo unos días. El regusto amargo de la decepción empezó a torturarle de nuevo. Otra vez había hecho el idiota cediendo. Su desesperado amor por Elena seguía dominándolo y ella se aprovechaba de esa debilidad. - Ruegas en vano, Elena -respondió con peligrosa serenidad-. Creo que ya he aguantado demasiado tus caprichos. Desde que nos conocimos fue bastante obvio mi interés por ti. Tú, con tu indecisión y tus dudas, has hecho imposible que nuestra relación fuera normal. -Elena lo miró compungida. Javier tenía su parte de razón, aunque de ninguna manera ella se había guiado por motivos caprichosos. - Tengo conciencia, Javier, y valores que me enseñaron desde pequeña. La lealtad y la honradez son algunos de esos valores, y desde luego no los voy a traicionar por que tú no quieras esperar unos días más. Un resplandor de indignación ardió en los ojos de Javier. - ¿Y no te enseñaron a ser honesta contigo misma?, ¿a enfrentarte con tus propios sentimientos y afrontarlos con valentía? - Estoy muy orgullosa de lo que siento por ti: es profundo, bonito y sincero... - ¡No es verdad! -la interrumpió lleno de furor-. Si tus sentimientos fueran tan intensos como los míos, no permitirías que nada ni nadie nos separara, ni siquiera la lealtad hacia un amigo. Elena lo miró asombrada, herida de que él dudara de su amor. 165
- Te quiero, Javier, muchísimo... - ¡Entonces demuéstramelo, maldita sea! -gritó con genio-. Empecemos de nuevo hoy mismo y olvidemos el pasado. Lentamente se acercó a ella, le acarició el rostro y la abrazó-. Quédate conmigo, Elena, quédate conmigo siempre. Ella se acurrucó entre sus brazos. La emoción la envolvía hasta el extremo de hacerla temblar. Había deseado tanto estar así con Javier... - Es lo que más deseo, cariño, estar contigo siempre. Tenemos toda una vida para estar juntos; ahora sólo te pido unos días, un día... Elena notó inmediatamente la rigidez de su cuerpo. Apartándola lentamente de él, la miró con ojos helados. - Veo que no me has entendido, Elena. En esta ocasión no hay prórroga: o te despides hoy mismo de Jorge y pasas la noche conmigo, o te despides de mí para siempre. Te aseguro que prefiero sufrir dolorosamente tu ausencia hasta que logre olvidarte, antes que continuar con este juego un día más. -La gravedad de su tono le indicó que esa vez Javier no cedería. Esa era su última palabra y ninguna súplica la cambiaría. De todas formas, ella tenía que intentarlo. - Sólo es un día; por favor, Javier... - Un día para estar con él. Luego se irá y aquí estará el idiota del suplente para entretenerte, ¿no es así? Que Javier la creyera tan egoísta y fría la ofendió enormemente. - ¡Cómo puedes pensar eso de mí! No me conoces... - ¡Decídete, Elena! No estoy dispuesto a perder más tiempo con esta historia. - ¡No seas cabezota! Es absurdo que te comportes de una forma tan irracional. Piénsalo, por favor. - Estoy esperando, Elena -insistió con un tono carente de emoción. 166
- Un día más, por favor. Mañana por la noche estaré contigo. Los ojos de Javier se entrecerraron de una forma diabólica, anunciando el golpe de gracia que extinguiría para siempre la llama que hacía tiempo se había encendido entre ellos. - Y esta noche con Jorge, brindándole una suculenta despedida -añadió con un claro significado-; lo que se dice un fin de semana al completo -terminó con maldad. Fue algo incontrolable y ninguno de los dos pudo hacer nada por evitarlo. La bofetada resonó en la habitación silenciosa. La mano de Elena se estrelló contra el rostro de Javier, terminando violentamente con cualquier indicio de reconciliación que hubiera podido existir. Elena se llevó la mano a la boca, asustada, no pudiendo creer lo que acababa de hacer. Sus ojos se inundaron de lágrimas que luchaban por derramarse amargamente por su rostro. - Perdona, Javier, perdóname, te lo suplico. Los ojos de Javier la atravesaron como finos estiletes, pero no contestó. Repuesto de la inicial perplejidad, se dirigió, hundido y destrozado, hacia la puerta, notando lastimosamente el cruel peso que oprimía su corazón. Sola en la habitación, Elena se echó a llorar. Había perdido a Javier, el amor de su vida, el único hombre al que había amado y al que siempre amaría.
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estrozada, Elena se refugió en el trabajo y en la biblioteca. Javier no atendía a sus llamadas, por mucho que ella insistía en dejarle mensajes en el contestador automático y en el buzón de voz de su móvil. No se perdonaba lo que le había hecho y su única esperanza era que él sí lo hiciera algún día. Él tenía parte de la culpa de su arrebato de ira, pues sus palabras no podían haber sido más ofensivas. Aun así, su reacción había sido excesiva. Tenía que haberse controlado y haber tratado de razonar. Su instinto debería de haberla advertido que la paciencia de Javier había llegado a su límite. Había cometido un doloroso error y, para su desgracia, quizás las consecuencias fueran irreversibles. Mateo y Roberto estaban preocupados por ella. No sabían lo que había pasado entre la pareja, pero el motivo que los había vuelto a distanciar debía haber sido muy serio. De otra forma, Elena no estaría tan triste y hundida. - Llevas días muy alicaída, Elena. ¿Podemos ayudarte en algo? -le preguntó un día Mateo con una mirada tan bondadosa que la conmovió. Elena sonrió débilmente, en un gesto de agradecimiento.
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- Me temo que no. Estoy tratando de localizar a Javier, pero todos mis intentos han sido en vano. - Desde hace una semana aproximadamente está viviendo en su casa, en el piso que tiene en el centro. Según dice, ahora sale muy tarde del trabajo y prefiere quedarse allí. Elena también le había llamado a ese teléfono y tampoco había obtenido respuesta. Javier estaba todavía enfadado, muy enfadado y, en parte, no le faltaba razón. Las circunstancias en las que se conocieron no habían sido las más propicias para iniciar una relación seria. Javier deseaba lo que era imposible en esos momentos y quizás ella no se había movido con el suficiente tacto. El hecho era que seguían separados y cada día más distantes. Su defensa a ultranza de Jorge y su obsesión por no ofenderlo, habían destruido lo que podía haber sido una profunda y sincera relación. Elena sabía que había perdido a Javier, pero quería su perdón. Era un tormento pensar que él pudiera odiarla el resto de su vida. Angela la llamaba y la animaba para que saliera con ellos los fines de semana. - Por favor, Elena, dale ese gusto a una novia. Me caso el sábado que viene, y ya sabes que en las bodas no siempre se puede estar con las personas que uno desea. El viernes nos reunimos todos, y no me gustaría que faltases. Elena accedió a regañadientes. No quería imponer su presencia a Javier; al fin y al cabo ellos eran sus amigos. Ella era la intrusa. Javier no se presentó; según comentaron, ese día tenía un compromiso ineludible. Joaquín le preguntó por Jorge. - Está en París, trabajando durante un año en el Instituto Pasteur -les informó Elena con orgullo. Jorge le había escrito y estaba encantado. Era un hombre dedicado a su carrera y esa era la oportunidad que muchos deseaban. 169
- Parece que os alejáis cada vez más -comentó Angela. - Es cierto, y a partir de este verano, mucho más. - ¿A qué te refieres? -preguntó Joaquín, interesado. - Mi inglés no es malo, pero necesito perfeccionarlo por si consigo el puesto en la Universidad de Ohio -contestó mirando a Lucía. La joven madrileña evitó la mirada. Elena ya no contaba con su ayuda, aunque ella no lo supiera-, así que me iré este verano a Canadá. Me han hablado muy bien de un curso intensivo, eficaz y en plena naturaleza. No conozco Canadá y me apetece muchísimo. Angela la miró pensativa y a Joaquín le preocupó esa información. Quizás estando tan lejos consiguiera olvidar a Javier. Tenía todavía pendiente terminar el trabajo de la biblioteca de la casa de su tío en Huesca. Tendría que dejarlo para más adelante. Si la aceptaban en Ohio quería defenderse perfectamente en inglés en su vida cotidiana. La fluidez que Elena pretendía sólo la conseguiría practicando lo más posible. Javier escuchaba cada noche los mensajes de Elena varias veces. Le gustaba escuchar su voz, era una necesidad, y el anhelo que tenía de ella le resultaba cada día más insoportable. Todavía no se explicaba como conseguía reunir la fortaleza suficiente para permanecer lejos de ella. El primer paso había sido cambiarse al centro. Estar cerca hubiera sido aún más difícil. Elena le había pedido perdón muchas veces a través del teléfono, pero aún no estaba preparado para perdonar que esa fatídica noche ella hubiera preferido pasarla con Jorge en vez de con él. La bofetada había quedado ya borrada de su mente. Sus palabras fueron crueles, provocándola adrede, y la reacción de Elena fue la correcta. El juego había terminado. No volvería a acercarse a ella hasta que estuviera libre, si es que alguna vez lo 170
estaba. Le dolía sólo de pensarlo, pero no había otra solución. La vida que él hubiera querido tener con Elena no era compatible con juegos ni aventuras. Elena sonrió a su tío. Estaba muy guapo con un impecable traje azul marino, camisa clara y una corbata en tonos azules de seda. - ¡Pero qué elegante! Mi humilde persona palidece a tu lado -dijo de broma, haciéndole reír. - Estás guapísima, Elena. Contigo de mi brazo seremos la admiración de la boda. Mateo tenía razón. Elena estaba muy favorecida con un traje de chaqueta en crepé verde con los puños y ribetes en marrón y un bonito sombrero en marrón. - El honor es mío, caballero -dijo cogiéndose de su brazo. - No soy yo precisamente el que debería acompañarte habiendo tantos caballeros jóvenes suspirando por ti -dijo Mateo con gesto solemne, sabiendo muy bien quién sería el hombre apropiado como pareja de Elena. Elena levantó una ceja sonriendo, pasando cariñosamente la mano por el brazo de su tío. - En estos momentos no se me ocurre ninguno que pueda compararse contigo. - ¿Estás segura? Elena entendió perfectamente la intención de su pregunta, pero no la tuvo en cuenta. Ese no era un buen momento para ponerse triste. Se había propuesto que su tío se divirtiera lo más posible en la boda. Roberto los dejó en la puerta de la iglesia, llena de gente que entraba lentamente hacia el interior. Los apretones de mano se sucedían uno detrás de otro, y Elena también saludó a varios amigos, entre ellos a Lucía Pinar y a sus padres. No vio a Javier. Según le había informado Mateo, José Luis y Sonia vendrían 171
acompañados de su madre. Se suponía que Javier vendría solo desde su casa. Mateo y Elena abrazaron al novio y le dieron la enhorabuena. - Tranquilo, muchacho; estas cosas hay que hacerlas con calma -le aconsejó Mateo con expresión traviesa-. Y te aseguro que merece la pena. - ¿Ves, Elena? -contestó Joaquín-, los jóvenes siempre debemos hacer caso de los mayores. Una triste sonrisa se dibujó en los labios de la joven. Ella había conocido el amor y lo había dejado escapar. Ahora tendría que seguir adelante con el vacío que proporciona esa ausencia. El silencio del templo, adornado con hermosas flores blancas, la ayudó a serenar su espíritu. El lugar invitaba al recogimiento, y ella pediría por la felicidad de sus amigos. También sabía que su corazón lloraría la pérdida del futuro en común que Javier y ella habían proyectado. La gente seguía entrando y colocándose en los bancos. La novia llegaría muy pronto, y el camino hasta el altar, alfombrado de rojo, debería estar despejado cuando Angela hiciera su aparición. Elena miraba al frente cuando la familia López-Gévora llegó a la altura de ellos. Inés los saludó cariñosamente, y para su asombro, Javier se colocó a su lado. Cruzó unas palabras con Mateo, en cambio a ella no se dirigió en ningún momento. Elena estaba tensa, incómoda. Si no pensaba hablarla, ¿por qué no se había puesto en otro lado? La entrada de la novia interrumpió sus pensamientos. Angela estaba muy guapa. Con un vestido clásico que le sentaba de maravilla y un tocado muy favorecedor, la felicidad se reflejaba en su rostro, dando a sus ojos una luminosidad especial. Angela captó enseguida la presencia de Javier al lado de Elena. En el momento en que las miradas de las dos amigas se encontraron, 172
Angela le sonrió, dedicándole durante unos segundos un gesto muy significativo. Elena tradujo rápidamente el mensaje, lamentando profundamente que su amiga estuviera equivocada. Javier estaba allí, a su lado, sólo de una forma casual. Esa anécdota no significaba nada y menos teniendo en cuenta su talante reservado y hermético. Durante el breve ceremonial de los votos matrimoniales, Javier y ella se miraron instintivamente durante unos segundos, como si esas promesas, claramente confirmadas ante la presencia de todos los invitados, hubieran desencadenado una profunda añoranza en el interior de los dos jóvenes. El momento pasó enseguida, volviendo ambos a la misma actitud distante que habían mantenido desde el principio de la misa. En el momento de darse la paz, Elena lo miró con la mano extendida, esperando que no tuviera la desfachatez de negarse a estrechársela. Por el contrario y para su perplejidad, Javier se acercó más a ella y le dio un beso. ¡La idea le vino de pronto!, tan repentinamente, que Elena no tuvo tiempo para considerarla. - Dime que me perdonas, Javier, dilo -le obligó tomándole ligeramente de la solapa mientras sus rostros continuaban aún unidos. Javier se apartó un poco y la miró asombrado. - Elena, por favor, estamos en... -susurró. - Dilo o te lo preguntaré en voz alta. -Ya no podía volverse atrás. Esa era la oportunidad que había estado esperando. Que Dios los ayudara si él se negaba a susurrar lo que su corazón necesitaba. Su mirada gris se perdió en el verde mar de los ojos de Elena, admirando y queriendo hasta la locura el bello rostro que se enfrentaba a él. - Sí, te perdono. 173
Elena cerró los ojos y le soltó. - Gracias. Durante el resto de la ceremonia, Elena se sintió más relajada. Por fin había conseguido lo que la había estado perturbando día y noche. Sólo Dios sabía qué le depararía el futuro, y si en ese futuro entraría Javier o no, pero por lo menos su conciencia descansaría tranquila. Su relación con Jorge había quedado solucionada felizmente y Javier había accedido a perdonarla. Si bien su corazón aún continuaba destrozado por la ruptura con Javier, con su perdón lo había aliviado de un agónico peso. El aperitivo que siguió a la ceremonia de la boda los separó de nuevo. Javier conocía a casi todos los invitados y era abordado continuamente por unos y otros. Elena, protegida por el grupo de amigos, fue presentada a jóvenes y mayores. Primorosamente adornadas con exóticas flores, las mesas se habían colocado debajo de una gran carpa que había sido instalada en el jardín del club privado donde se celebraba el banquete. Acompañada de José Luis y de Sonia, Elena buscó su nombre en las mesas reservadas para los amigos de los novios. Para su sorpresa, la habían colocado al lado de Javier, indicio claro de que el reciente matrimonio tenía aún esperanzas de una reconciliación entre ellos. Javier llegó el último y no le sorprendió que el único asiento que quedaba libre fuera contiguo al de Elena. No había duda de que Angela no se daba por vencida. Al grupo de amigos se habían añadido dos jóvenes, hermanos de un cuñado de Joaquín. Uno de ellos coincidió al otro lado de Elena, y desde un primer momento se mostró encantado de charlar con ella. Entre plato y plato, la conversación fluía entre todos, aunque a Javier empezaba a molestarle que el familiar de Joaquín intentara monopolizar a Elena. Era natural que los hombres se 174
fijaran en una mujer como ella, sobre todo cuando daban por hecho que era libre. Ahí estribaba el problema: para él no lo era, en cambio para los demás, que la habían visto solamente una o dos veces con Jorge y que desconocían por completo la extraña relación que había existido entre ellos dos, sí lo era. La situación no podía ser más exasperante. - ¿Pasarás el verano en Madrid? -le preguntó el joven, expectante. Angela, que en esos momentos se acercaba para llevar el primer trozo de tarta a sus amigos, tocó en el hombro al pariente de su marido y lo desilusionó inmediatamente. - Me temo que como no te acerques a Canadá, este verano no la verás -contestó Angela con un brillo divertido en sus ojos. Su mirada se cruzó con la de Elena y ambas se dedicaron una sonrisa cómplice. Todos olvidaron enseguida el comentario y comenzaron a charlar cariñosamente con los novios. Todos, menos Javier. No había entendido el corto diálogo entre las dos amigas y eso le incomodó. Su instinto lo alertó, advirtiéndolo que algo empezaba a torcerse peligrosamente. - ¿Qué ha querido decir Angela con eso de Canadá? -le susurró a Elena al oído. ¡Vaya!, después de casi no haber cruzado palabra durante toda la cena, ahora resultaba que estaba interesado en ese detalle en concreto. - Quizás haga un curso de inglés intensivo este verano allí. Si consigo el puesto en Ohio quiero hablarlo con total fluidez. O sea, que continuaba empeñada en marcharse a América. - Tu inglés debe ser bueno, teniendo en cuenta que has estado asistiendo a cursos en el extranjero desde que eras pequeña; no creo que te haga falta irte tan lejos para practicar respondió él en tono más bien seco. - Creo que no lo hablo mal, pero dos meses allí... 175
- ¿Dos meses? ¿Y qué hay de la biblioteca de mi tío en Huesca? Según dijiste querías terminar el trabajo este verano. Javier estaba muy irritado, y Elena empezó a preguntarse por qué. Dado su desinterés últimamente. ¿Qué podía importarle que ella se alejara durante dos meses? - Cuando lo dije no sabía lo de Ohio. De todas formas pienso terminarlo más adelante. - Lo de Ohio quizás no salga, no es seguro. Me da la impresión de que te estás precipitando con ese viaje a Canadá. A Elena le enfureció que echara por tierra todos sus argumentos, que la desanimara tan fríamente. Sería por fastidiarla. A pesar de haberla perdonado de palabra, era obvio que en su corazón todavía anidaba el rencor. - ¿Lo dices porque crees que mi expediente no es lo suficientemente bueno? Javier la miró sorprendido. Ni siquiera había pensado en eso. - Nada de eso: tu expediente es magnífico. Ahora fue Elena la que se extrañó de su afirmación tan categórica. - ¿Y cómo lo sabes? Javier se sintió acorralado. Había tenido un desliz y tenía que subsanarlo. Tras unos segundos de vacilación, encontró la respuesta adecuada. - Mateo me lo comentó. - Bien, si no es eso, ¿entonces por qué dudas de que puedan elegirme? Javier la miró con enojo; esa conversación le estaba desquiciando. Sólo de pensar que Elena pudiera irse tan lejos... - ¿Por qué tienes tanto interés en alejarte de aquí? -contestó él con otra pregunta. Su tono sonó gélido, cargado de una furia contenida. - Ya te he dicho antes la razón. 176
- Para practicar inglés no hace falta trasladarse a la otra parte del mundo -señaló con genio. Elena adoptó una expresión de impaciencia: ahora sí que no entendía nada. - No te comprendo, Javier. ¿Se puede saber qué es lo que pretendes?, ¿qué es lo que quieres? -le preguntó desconcertada. La tensión que Javier había estado reprimiendo durante tantos días, se desató en esos momentos. - ¿Que qué es lo que quiero? -repitió claramente furioso. Todos lo miraron sorprendidos al verlo levantarse inesperadamente. Sin dar ninguna explicación tomó del brazo a Elena y la obligó a incorporarse. - ¿Nos disculpáis un momento? -se excusó mirando a los invitados que rodeaban la mesa. Extrañados, los amigos se encogieron de hombros. Solamente Joaquín y Angela intercambiaron una sonrisa cómplice, muy felices por el maravilloso día que estaban disfrutando. - ¿Se puede saber adónde vamos? -preguntó Elena, jadeante, intentando seguir el ritmo de los precipitados pasos de Javier. Llevándola firmemente del brazo, Javier se dirigió sin mirar a nadie hacia el interior del edificio. Él era también socio de ese club y lo conocía muy bien. Atravesaron uno de los salones, bajaron unas escaleras que accedían a un largo corredor y abrió una de las puertas que daban a él. Hizo entrar a Elena y luego cerró. Era una sala de juegos. Había varias mesas para jugar a las cartas, pero en esos momentos estaban vacías. Los dos jadeaban por la carrera y durante unos instantes permanecieron en silencio, observándose expectantes el uno al otro. - ¿Quieres saber lo que quiero?, ¿de verdad quieres saberlo? -preguntó Javier mirándola con dureza. Una honda preocupación se reflejó en los ojos de Elena. 177
- Sí, por favor. Esto es una locura; estamos destrozándonos... - ¡Quiero derechos! -exclamó con tono enérgico mientras la atravesaba con su mirada acerada. Había decidido cortar por lo sano: la ley de su parte; era la única salida. La perplejidad se reflejó en el rostro de Elena. No entendía muy bien a lo que se refería. - ¿Derechos? ¿Te refieres a que... reanudemos nuestra relación de nuevo, que... deje de ser secreta, que aparezcamos como novios? -Quizás se estaba excediendo en sus especulaciones. No se le ocurría otro significado a las palabras de Javier. - ¡No!; quiero que aparezcamos como marido y mujer. Elena pestañeó, sorprendida, y lo miró fijamente. - ¿Me estás pidiendo que...? - Sí, te estoy pidiendo que te cases conmigo lo antes posible. Elena se sintió exultante, feliz, como si la vida hubiera vuelto con energías renovadas a su corazón. La dicha la inmovilizó, dejándola paralizada, incapacitada momentáneamente para hablar, y esa reacción molestó a Javier. - ¿Dudas, Elena?, ¿quizás por Jorge? -le preguntó con tono de desconsuelo-. Si es verdad que me quieres... - Jorge no tiene nada que ver con esto. Hablamos antes de que se fuera a París y quedamos como amigos. Los ojos de Javier se iluminaron de alegría; durante mucho tiempo se habían mantenido apagados y, de pronto, recobraron la luz de esperanza que los hacía brillar con un fulgor especial desde que había conocido a Elena. - ¿Entonces?, ¿es que no me quieres lo suficiente? El corazón de Javier latía acelerado, esperando la respuesta que le daría la felicidad o le hundiría para siempre. - Te quiero muchísimo, como no he querido nunca a nadie. No hay nada, absolutamente nada, que pudiera hacerme más feliz 178
que convertirme en tu mujer y pasar el resto de mi vida a tu lado. Una sonrisa plena, llena de la más rebosante dicha, se dibujó en sus labios mientras cogía la mano que Javier le ofrecía. Lentamente la acercó a él y comenzó a besarla suavemente en los labios. - ¿Cuándo? - Teniendo en cuenta que, oficialmente, iniciamos nuestra relación ahora, creo que no nos quedará más remedio que esperar un tiempo. Javier la miró risueño. - Nos enamoramos en julio, hace casi un año. Ese tiempo es aceptable para una relación. Creo que septiembre es un mes estupendo para fijar la fecha de la boda, ¿no te parece? Elena se echó a reír mientras se abrazaba a él, feliz. Cogidos de la mano salieron de nuevo al jardín. La comida había terminado y algunos invitados ya se habían levantado de la mesa y paseaban por el césped. Joaquín y Angela les hicieron señas con las manos indicándoles que se acercaran. Tan pronto llegaron a la altura de la mesa principal, Angela les señaló dos platos con un trozo de tarta en cada uno. - En vista de que tardabais en volver, os hemos guardado el postre. No puedo permitir que no probéis mi tarta de boda comentó Angela mirándolos sonriente, muy contenta de que la pareja a la que tanto apreciaban se hubiera reconciliado en su propia boda. - Muchas gracias, Angela, eres un encanto. La tomaré a la salud de los novios -contestó Elena dándole un beso a su amiga. A continuación cogió la copa de champán que Joaquín les ofrecía y los cuatro brindaron por la felicidad de los novios. - Yo brindo también por vosotros -expresó Joaquín levantando su copa-, para que algún día disfrutéis de la misma dicha que nosotros. Los tres le siguieron en el brindis. 179
- Ya somos muy felices -le aclaró Javier-, y a partir de septiembre lo seremos aún más. Los novios los miraron sin comprender exactamente qué era lo que les estaba dando a entender su amigo. - ¿Septiembre?, ¿a qué te refieres? -preguntó Angela con curiosidad. Elena y Javier se miraron sonrientes. - Hemos decidido casarnos en septiembre. Angela abrió los ojos desmesuradamente y se abalanzó sobre Elena, abrazándola con fuerza. - ¡Dios Santo! ¡Qué maravillosa noticia! - Tenéis la primicia. Sois los primeros en saberlo. Inés, la madre de Javier, miró a los cuatro jóvenes que reían y bromeaban, luego se inclinó hacia Mateo, sentado a su lado. - Me gusta ver feliz a mi hijo. Ultimamente, estaba triste y demasiado serio. Creo que está enamorado de Elena, y ella... bueno, es una buena chica, pero no sé si le corresponde manifestó un tanto apesadumbrada. Mateo la tranquilizó inmediatamente. - Sí le corresponde. A Jorge lo apreciaba como a un amigo, pero no estaba enamorada de él. Javier y Elena se quieren, y yo intuyo que van a ser muy felices. La noticia de la boda los llenó de júbilo, aunque Inés se escandalizó del poco tiempo que tendrían ella y Rosa para prepararlo todo como era debido. - ¿Me acompañas a casa? Tengo que cambiarme y además tenemos muchas cosas de las que hablar. La boda había terminado, y tras despedirse de los novios, Elena y Javier volvían a Madrid. - Sí, estoy deseando conocerla. Javier le tomó la mano y se la besó. - Podemos vivir ahí o en otro sitio. Estando contigo me da igual. 180
Elena le dio un beso y luego apoyó la cabeza cariñosamente sobre su hombro. - A mí también, cariño. Situado en el centro, frente al Retiro, el edificio era una sólida y bella edificación de principios de siglo. A Elena le gustó mucho, y también le gustó el elegante portal y el rellano al que accedía el piso de Javier. Se lo mostró despacio, orgulloso de poder ofrecer un hogar a la mujer amada. Elena contemplaba cada estancia con admiración. Pasó del salón al comedor y al cuarto de estar, luego a la cocina, muy alegre y confortable, y al resto de las habitaciones. Decorado con gusto y con sobriedad, le gustó especialmente la combinación de muebles antiguos y modernos. - Me encanta, cariño, es una casa preciosa. Javier la abrazó. - Me alegro, pues a partir de ahora éste será nuestro hogar. -Javier la besó dulcemente, acurrucándola entre sus brazos amorosamente-. Tenía tantas ganas de que vinieras, de tenerte aquí conmigo... Te quiero, Elena, con toda mi alma y con todo mi corazón, y deseo que seas mía para siempre. Elena se apartó un poco, le tomó la cara entre sus manos y le dedicó una solemne y cálida mirada. - Yo también lo deseo. Mi amor por ti es sincero, fiel y eterno. Convertirme en tu esposa es para mí un honor, un orgullo y la mayor felicidad. - Ardo sólo con pensar en tenerte, amor -susurró quitándose la chaqueta y aflojándose la corbata-, pero no es mi intención precipitarme. Quiero que tú lo desees tanto como yo. Elena lo miró conmovida. Javier la necesitaba muchísimo, y sin embargo le daba tiempo para que se relajara y se acostumbrara a esa nueva circunstancia. Javier se alejó hacia la parte del salón donde estaba el equipo de música y lo conectó. Tomada por la cintura y estrechada suavemente contra el cuerpo de Javier, Elena supo por primera vez lo que era vibrar en 181
los brazos del hombre amado. Durante unos segundos se sintió flotando en el aire. Cuando logró recobrar la serenidad, se acercó aún más a él y ambos iniciaron el baile acompasadamente. Javier la acariciaba suavemente y posaba sus labios con delicadeza en la cara y en el cuello de Elena, hasta que sus miradas se encontraron y sus bocas se unieron en un beso ansioso y profundo. Envueltos con el manto de la agradable melodía, los enamorados empezaron a demostrarse lo que desde hacía tanto tiempo habían anhelado. Cogiéndola en sus brazos, Javier se dirigió al dormitorio y la depositó suavemente sobre la cama, sin dejar de besarla. Elena le seguía con placer en cada uno de sus avances, demostrándole con su entrega todo el amor y la pasión que sentía por él. Colmados de felicidad y de plenitud, en la semipenumbra del anochecer, ambos se miraron sonrientes, diciéndose con los ojos, lo que sus cuerpos habían expresado vehementemente.
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osa no podía creerlo al enterarse de la noticia. Apenas conocía a Javier. También consideraba que la pareja se habían tratado muy poco, puesto que se habían visto por primera vez en julio y en esos momentos Elena era novia de Jorge. La única información que había tenido acerca de él y de su hermano a lo largo de esos años había sido a través de Mateo. Su tío los adoraba y siempre hablaba bien de ellos, ensalzando en todo momento todas y cada una de sus cualidades. - Si le quieres y eres feliz, yo también lo soy, hija. Sólo te pido que estés segura. El paso que vas a dar es muy importante y no conviene precipitarse. Sois jóvenes, no hay por qué tener tanta prisa. A Elena le conmovió la comprensión de su madre. Teniendo en cuenta la versión que tenían todos de los hechos, era natural que lo consideraran un noviazgo excesivamente corto. De hecho lo iba a ser, pues Javier se negaba a alargarlo más. Según decía, se conocían lo suficiente y se querían profundamente; no había motivos para demorar la boda. - Sé lo que tú esperabas y deseabas, mamá, pero Jorge y yo no podíamos seguir engañándonos a nosotros mismos. Yo no le amaba; nunca hubiera podido casarme con él -confesó
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llanamente-. Seguimos siendo amigos y le deseo de todo corazón que encuentre la felicidad que yo he encontrado con Javier. - Ya me parecía a mí que ese hombre te miraba con excesiva insistencia cuando estuvimos allí en Navidad. Se ve que ya estaba coladito por ti. Elena no pensaba dar más explicaciones que las estrictamente necesarias, por lo que decidió pasar por alto el comentario de su hermana. Como todas las tardes desde que se habían comprometido, Elena, finalizada la larga reunión de departamento, se dirigió en su coche a casa de Javier. Ese era ahora su punto de encuentro. Querían estar solos, charlar y descubrir nuevas cosas de la vida de cada uno, y sobre todo, gozar de una intimidad que en otro sitio les hubiera resultado imposible. Al cerrar la puerta y escuchar la música que provenía del salón, un brillo de regocijo centelleó en los ojos de Elena. En pocos instantes Javier salió a su encuentro y ambos se besaron apasionadamente. - En cuanto entras en esta casa, todo recobra vida. No sé cómo he podido aguantar tanto tiempo sin ti. Elena lo acarició con dulzura. - Yo tampoco, sin embargo esa ausencia en nuestras vidas hace que ahora disfrutemos de cada momento con más intensidad. Llevada de la mano de Javier, Elena entró en el comedor. Sus pies se detuvieron repentinamente y su expresión se iluminó por la sorpresa al ver los maravillosos ramos de flores que adornaban la habitación. La mesa, puesta exquisitamente y adornada con un sencillo centro de violetas y margaritas, relucía bajo la luz que irradiaban las velas de los dos bonitos candelabros. Elena dio unos pasos hacia adelante para observar el efecto con detenimiento. 184
- ¡Qué maravilla! -exclamó admirada, vagando sus ojos, despacio, por toda la habitación. Su corazón palpitaba con fuerza, con tanta que temió que estallara al no poder albergar tanta dicha-. Gracias, cariño. Me emociona pensar que todo esto lo haces por mí. Javier se acercó a ella por detrás, le pasó los brazos por la cintura y la aferró contra su pecho. - No es nada, comparado con lo que tú te mereces, teniendo en cuenta la felicidad que me das. El olor de las flores y el resplandor de las velas los envolvía como un manto cálido y lleno de paz, haciéndoles olvidar todo lo que fuera ajeno a su amor y al escenario que era testigo de su mutua entrega. - Sólo devuelvo la que tú me proporcionas. Javier la ayudó a sentarse y él se colocó a su lado. - El día de la boda de Joaquín y Angela me declaré un tanto precipitadamente debido a las circunstancias; hoy quiero hacerlo de forma oficial. -El resplandor de las velas se reflejaba en los bellos ojos de Elena, provocando destellos que se dirigían como suaves hondas hacia el cálido gris de la mirada de Javier. Antes de que Elena tuviera tiempo de preguntar, Javier sacó un estuche pequeño y se lo ofreció. Ella lo abrió despacio, con el corazón palpitándole violentamente en el pecho. Un sencillo aro, de diseño moderno, con diamantes en forma de diminutas láminas combinado con oro, brilló al levantar la tapa. Elena lo miró extasiada, admirando la bonita joya que tanto simbolizaba para ambos. - Es precioso, amor, muchísimas gracias -expresó con emoción dándole un beso. - Este es un anillo de compromiso, Elena -recalcó para que ella comprendiera muy bien su significado-: para lo bueno y para lo malo. ¿Sigues queriendo casarte conmigo? 185
Dedicándole una sonrisa enigmática le entregó el anillo con delicadeza para que él se lo pusiera. - No hay nada que desee más. Javier le tomó la mano y se la besó con devoción. - Este es el primer paso para una vida juntos. Sentados en el sillón, después de cenar, Javier le ofreció una copa de champán y ambos brindaron por el presente y el futuro juntos. - No concibo ya mi vida sin ti, Elena. Siempre me consideré un hombre afortunado; sin embargo, cuando te conocí y me enamoré de ti comprendí que no había tenido nada comparado con el alborozo y la ilusión que tú habías hecho nacer en mi corazón. El amor es... grandioso, siempre que se sienta de verdad. Elena asintió sonriendo. - Por eso mi relación con Jorge no podía prosperar. Fuiste muy intuitivo desde el principio, Javier, más que yo. - Tú también lo intuías, por ese motivo no tuviste relaciones íntimas con él. Elena se quedó de piedra. Javier nunca había mencionado ese tema. Era la primera vez que lo sacaba a colación. - Era de esperar que te dieras cuenta. Una vez te lo quise explicar y no me lo permitiste: no deseabas saber nada de mi relación con Jorge. Te molestaba cualquier alusión a su persona, así que decidí no nombrarlo en tu presencia. Javier la abrazó, recordando muy bien los tormentosos momentos en los que ambos habían discutido acaloradamente a causa de Jorge. - Estaba furioso porque no me aceptabas. Ahora es distinto: tú eres mía y él es sólo un viejo amigo. Elena lo besó con la misma fogosidad que él, despertando ambos de nuevo a la incontrolable fuerza de la pasión. Era casi media noche cuando Elena intentó incorporarse. Javier la detuvo y volvió a tumbarla sobre la cama. 186
- Quédate conmigo. Llama a casa y les dices que se te ha hecho tarde y que dormirás aquí. - No puedo hacer eso, Javier. Vivo en casa de Mateo y le debo respeto. Él es ahora como un padre para mí, y yo... bueno, creo que es mi obligación guardar las formas. Javier intentó convencerla con caricias y besos. - No somos unos críos, Elena, y además nos casamos dentro de dos meses. ¿Qué crees que piensan los demás que hacemos aquí? Lo ven natural, cariño, y comprenderían perfectamente que pasáramos la noche juntos e incluso que viviéramos juntos. Javier no lo consiguió. Elena comprendía sus argumentos, eran bastante razonables. No obstante, consideraba que, teniendo en cuenta el poco tiempo que faltaba para estar juntos definitivamente, no había por qué molestar a los demás. - Tú lo has dicho. Sólo son dos meses; poco tiempo para intentar mantener un noviazgo tradicional. Sé que ni mi familia ni la tuya se atrevería a criticarnos, pero yo prefiero no darles esa opción -concluyó con determinación. Javier no quería enfadarse, estropear los mágicos momentos que habían compartido, sin embargo empezó a notar cómo una oleada de ira se encendía en su interior. - He esperado un año para poder estar contigo con unos derechos mínimos. ¿No crees que merezco tenerte más tiempo conmigo?, ¿disfrutar juntos del tiempo libre que tenemos? Deseaba complacerlo más que nada en el mundo, pero no podía ceder. Ambos habían tenido mucha suerte. A pesar de tener una serie de circunstancias en contra, al final todo se había solucionado felizmente, ¿por qué desear aún más en esos momentos? - Te mereces todo y tienes todos los derechos, ya te lo dije una vez. También te dedico todas mis horas libres... 187
- Pero no te quedas conmigo -continuó lamentándose Javier-; te levantas en mitad de la noche y te vas, abandonándome... A Elena le hizo gracia su tono quejumbroso y se echó a reír; luego se acurrucó de nuevo junto a él y lo besó. - Te quejas como un niño caprichoso, amor. No me voy en medio de la noche ni te dejo aquí solo y abandonado. Tú siempre te vienes conmigo. - Porque no quiero que andes por ahí sola tan tarde. Si te quedaras... - Javier... - ¡Ya lo tengo! -exclamó incorporándose repentinamente-. Viajaremos los fines de semana. Los pasaremos juntos: solos y sin interrupciones. Elena movió la cabeza con una sonrisa condescendiente. - De acuerdo... - Gracias, amor mío; serán unos fines de semana inolvidables. Elena abandonó por completo su trabajo en la biblioteca de Mateo. Le daba pena dejar la catalogación a medias, pero no tenía tiempo material ni siquiera para estar en casa. El tiempo que no estaba en la facultad lo pasaba con Javier, y los fines de semana salían de viaje hasta el domingo por la noche. Su intención era terminar ese trabajo algún día, aunque no sabía cuándo. - Me temo que tu sobrino se ha vuelto demasiado acaparador con Elena. Si casi no la vemos... -se quejaba un día Roberto mientras cenaban Mateo y él. Mateo lo miró y torció los labios en una mueca burlona. - Veo que tú también te has encariñado con ella. Nos estamos haciendo viejos, Roberto -añadió con un suspiro-; cada día estamos más sentimentales y necesitamos más a los seres queridos a nuestro alrededor. Roberto suspiró moviendo la cabeza. 188
- Es verdad; esa joven da mucha vida a esta casa, al igual que los chicos cuando vienen. - Refunfuñando, cambió su tono, enfadado-. De modo que antes, Javier no salía de aquí, esperando como un perrito faldero que esa muchacha le dedicara aunque fuera una sonrisa, y ahora... la quiere sólo para él, como si los demás no tuviéramos derecho a compartir su felicidad. Las carcajadas de Mateo resonaron en el comedor. - ¡Ay, Roberto!, cómo se ve que ya no recuerdas cuando eras joven... - Sí me acuerdo, y desde luego no era tan egoísta. - Pues claro que sí, igual que lo era yo con Natalia -recordó nostálgico, recuperando todos los bellos recuerdos que tenía de ella-. La quería con locura y sólo deseaba estar a su lado. Al igual que Javier, era muy celoso de mi intimidad, deseando atesorar únicamente para mí cada uno de los momentos que ella me dedicaba. Roberto olvidó su malhumor y contempló a su amigo con piedad. Habían pasado ya varios años, pero él sabía muy bien que el tormento de Mateo aún no había terminado y quizás nunca finalizaría. - Natalia era una mujer maravillosa y te adoraba. Sus ojos te miraban de forma especial y vivía completamente entregada a ti. Mateo movió la cabeza pensativo, sabiendo que Roberto no se equivocaba en sus palabras. - Le fallé, Roberto. Cuando más me necesitaba, le fallé. Esa acusación se la había hecho día y noche durante años, sin que su corazón hubiera sanado aún de esa herida. - No fue culpa tuya que el intenso tráfico te impidiera llegar a tiempo de coger el tren. Esto ya lo hemos hablado muchas veces... - ¡Fue esa maldita reunión!, no tenía que haber asistido -exclamó con furia. 189
Roberto se apoyó en el respaldo de la silla con cansancio, lanzando a su amigo una mirada cargada de congoja. - Tenías que estar en esa junta y había tiempo de sobra para viajar luego a Zaragoza. Fueron los atascos y la impaciencia de Natalia por encontrarse cuanto antes al lado de su hermana enferma la que la llevaron a tomar el primer avión a Zaragoza. Esa es la verdad y no considero justo que sigas martirizándote por algo de lo que no eres culpable. Mateo había escuchado muchas veces estos argumentos de boca de Roberto. Los exponía con tanta convicción que deberían haber aliviado sus remordimientos hacía mucho tiempo. Por desgracia, no había sido así. Si él hubiera llegado a tiempo de coger el tren en el que pensaban viajar juntos, Elena no hubiera optado por otra alternativa, no hubiera cogido el nefasto avión que se estrelló a mitad de camino. El peso de la culpa oprimía su corazón, impidiéndole recuperarse con una mínima esperanza de la pena que ya de por sí había supuesto para él la muerte de su mujer. El catedrático la llamó a su despacho una mañana y le entregó una carta para que la leyera. Elena así lo hizo, quedándose muda por la sorpresa al terminar la última línea. - ¡Enhorabuena, Elena! Parece que a los americanos también les ha convencido tu expediente. Es una gran oportunidad: adquirirás experiencia, perfeccionarás tu inglés y ganarás puntos para tu currículum -la animó el profesor con entusiasmo. Era para saltar de alegría; un paso de gigante para su futuro profesional; sin embargo... Elena no estaba exultante; ese no era el momento. - Para ser justos, esta designación no sólo se lo debo a mi expediente sino también a sus buenas referencias y a la ayuda de una amiga. 190
- Estás perfectamente capacitada para desarrollar ese trabajo. De todas formas, envían otra carta con una segunda opción por si tú no pudieras incorporarte en la fecha prevista. Elena se sintió más aliviada con esta segunda información. No quería perjudicar a nadie ni dejar a los americanos en la estacada. Su cabeza estuvo ocupada con ese pensamiento durante todo el día. Apenas pudo concentrarse en lo que hacía. Su vida había cambiado mucho desde que solicitó ese puesto, y últimamente, ni siquiera había pensado en ello. No quería irse, ya no. En otras circunstancias habría emprendido esa aventura sin titubear. Ahora estaba Javier a su lado, y él era para Elena lo más importante. La secretaria de Javier le anunció que su amiga Lucía Pinar deseaba verle. - ¿Verme?, ¿es que está aquí? - Sí, señor, y... parece nerviosa. Según sus propias palabras tiene que hablar con usted urgentemente. La secretaria abrió la puerta y Lucía entró en el amplio e iluminado despacho de Javier. Él se levantó, se acercó a ella y la saludó con un beso. - Buenos días, Lucía, ¿qué te trae por aquí? La joven abrió el bolso y sacó la carta que acababa de recibir. Luego se la extendió a Javier. Intrigado, él se sentó con la carta en la mano, la leyó y palideció automáticamente nada más terminarla. Levantando la vista del papel, la miró severamente. - Creí que habíamos quedado en que solucionarías este asunto. - Y lo hice -contestó ella con expresión angustiada, temiendo el reproche de Javier-. Volví allí y hablé con el decano. La oferta del dinero siguió en pie, pero les comenté que Elena ya 191
no podría aceptar el puesto. Fui muy clara, ¿cómo iba a pensar que aun así se lo concederían? Fastidiado, Javier volvió a levantarse y se dirigió hacia el gran ventanal desde el que se contemplaba todo el paseo de la Castellana. Se sentía inquieto, nervioso, muy preocupado acerca de lo que podría ocurrir a partir de ese momento. - Si Elena aún no ha recibido la notificación, todavía tenemos tiempo de anular ese nombramiento -sugirió esperanzado, girándose para mirarla. Lucía negó tristemente con la cabeza. - Lo sabe; el departamento ya ha recibido esa información. El catedrático me lo comunicó esta mañana a primera hora, lo que quiere decir que le habrá dado a Elena la buena noticia inmediatamente. Con la mirada perdida, Javier continuó delante del paisaje urbano que se vislumbraba a través del enorme ventanal. El corazón le latía dolorosamente; se sentía perturbado, desconsolado, furioso... Esa carta suponía un golpe certero en su punto más vulnerable: Elena, la mujer a la que él amaba. Un golpe a todas sus ilusiones, a su felicidad. - No aceptará, no lo puedo permitir -aseveró mirando al vacío. Lucía cerró los ojos con aflicción, lamentando lo que le estaba ocurriendo a Javier. Elena y él se iban a casar en septiembre, pero si Elena aceptaba el puesto en la universidad americana, la boda tendría que ser retrasada, puesto que ella debería estar en EE.UU a finales de agosto. - Tendréis que hablarlo detenidamente y con calma, Javier. Se trata del futuro profesional de Elena y deberás mostrarte comprensivo. - También se trata de mi vida, de mi felicidad. ¡No quiero que Elena se aleje de mí!; ¡no lo consentiré! 192
Lucía intentó que recapacitara. En esos momentos estaba ofuscado, pero Javier era un hombre razonable y quería lo mejor para Elena; sin duda encontrarían la solución adecuada. - No puedes hablar así. Tienes que darle libertad para elegir. Elena es una mujer preparada... - Su libertad termina donde empieza la mía y viceversa. Somos adultos y nos hemos comprometido voluntariamente, sabiendo muy bien que al casarnos perderíamos parte de esa libertad de la que ambos hemos disfrutado hasta ahora. No nos importa: nos compensa por completo. - No me cabe duda, Javier. -Viendo que en esos momentos él no estaba preparado para recibir consejos, se levantó para despedirse-. En fin, espero que lo resolváis a satisfacción de los dos. Lucía se marchó apesadumbrada. Cuando decidió enseñarle a Javier la carta en la que el decano de la facultad de Letras de Ohio le daba las gracias por el dinero recibido y le comunicaba la decisión del consejo, sabía la conmoción que produciría en su ánimo. Ese nombramiento era de lo más inoportuno, pero ella tenía que aclarar la cuestión con Javier. No quería que pensara que le había engañado. Había hecho todo lo que había podido siguiendo los dictados de Javier. Ahora dependía de la decisión de Elena y de la comprensión de Javier que el asunto se solucionara en los mejores términos. Elena seguía dándole vueltas al tema mientras conducía desde la facultad a casa de Javier. Reconocía que le encantaría aceptar el puesto, siempre que no tuviera que separarse de Javier. Eso era imposible: él vivía en Madrid, tenía su trabajo en Madrid y no podía abandonarlo durante un año. Era absurdo ni siquiera pensarlo, y sin embargo... para ella sería como un regalo caído del cielo. 193
En el momento de aparcar el coche, ya había decidido que no se lo comentaría, ¿para qué? Eran felices, querían estar juntos y muy pronto se casarían. La noticia le turbaría muchísimo, y no quería ponerle en el trance de tener que elegir. Si se lo prohibiera, ella se enfadaría, y eso provocaría una nueva discusión. No, no; decididamente, era mejor olvidarse del tema y quedarse con lo que tenía en la mano, que era sin ninguna duda lo que más deseaba. Elena había llegado ese día más temprano de lo normal y se sorprendió al encontrar a Javier en casa. Sentado en el sofá del salón parecía abatido y furioso. La noticia que Lucía le había comunicado por la mañana era una contrariedad, un maldito obstáculo en su camino, y le tenía muy preocupado. Se levantó en cuanto vio a Elena y la besó con efusividad, como si temiera perderla otra vez. - Tus saludos son de lo más elocuentes, cielo. Me encanta que seas tan cariñoso. - Esto es sólo una pequeña muestra, amor -dijo manteniéndola todavía abrazada. - Hmmm... el plan no está mal, pero primero voy a cocinar algo para los dos -comentó con naturalidad. Javier se sorprendió de su aplomo. ¿Es que la noticia no la había alterado ni siquiera un poco? - Has venido hoy muy pronto -comentó Elena dirigiéndose a la cocina. Él la siguió-. ¿Tenías hoy poco trabajo? - Ciertos asuntos... preocupan a veces, y hoy he recibido una noticia que me ha inquietado. La cabeza me iba a estallar de tanto darle vueltas, así que preferí volver a casa y... descansar. - Bien hecho, cariño. ¿Ha sido una mala noticia? ¿Puedo ayudarte en algo? Javier eludió sus preguntas. Antes de responder quería que Elena le hablara del tema que lo tenía tan alterado. - ¿Y tú? ¿Has tenido un buen día? 194
La vacilación que la atenazó durante breves instantes, apenas fue perceptible. Javier, en cambio, sí notó una ligera inquietud en su expresión. - Como siempre: el trabajo avanza satisfactoriamente. La rutina diaria me encanta. Una agitación interior lo conmocionó dolorosamente: Elena no le estaba diciendo la verdad. ¿Por qué?; ¿es que no quería preocuparlo con la noticia de Ohio?, ¿o es que temía su reacción y no deseaba discutir?, ¿o lo que pretendía era comunicárselo en el último momento, cuando todos los planes estuvieran ya hechos y no pudiera echarse atrás? - ¿Sí?, y esa... rutina ¿se prolongará durante el verano?, ¿también en septiembre...? No me has contado nada respecto al inicio del nuevo curso. No sé siquiera si coincidirá con nuestra boda. Su tono frío, cargado de reproche, molestó a Elena, haciéndola sospechar que algo importante preocupaba a Javier, algo que le disgustaba y que ella ignoraba. - ¡Por supuesto que no coincidirá!, pero ¿cómo se te ocurre pensar...? - Si no me cuentas tus planes, si no eres completamente sincera conmigo, puedo pensar cualquier cosa. Elena dejó lo que estaba haciendo y bajó la cabeza. ¡Lo sabía!, ¡Javier conocía ya la noticia!, pero... ¿Cómo se había enterado tan pronto? - ¿Quién te lo ha dicho? -preguntó en un tono bajo de voz. - Lucía, pero hubiera preferido que me lo contaras tú. ¿Por qué no lo has hecho? Elena levantó los ojos y lo miró arrepentida. - Porque no quería disgustarte. Javier apretó la mandíbula y le lanzó una mirada acusadora. - ¿Quieres decir que no pensabas hablarme de tus planes, de tus preocupaciones o alegrías, compartir conmigo tus proyectos? 195
Pero ¡qué clase de relación te crees que tenemos para ocultarme a mí, tu futuro marido, el hombre con el que vas a compartir tu vida, lo que sientes, lo que te alegra o te disgusta...? Elena estaba desconcertada, triste. Había cometido un error que tendría que enmendar inmediatamente. Javier estaba muy ofendido, y desde luego con razón. No podían empezar con secretos y misterios: ese sería un mal comienzo. Muy enfadado, Javier se giró bruscamente y abandonó la cocina. Elena se limpió las manos en un paño y lo siguió. - Perdóname, Javier, por favor. Mi silencio estaba motivado por una buena razón, pero... me he equivocado. Te disgustara o no tenía que habértelo contado todo. Sólo he querido evitar que nuestra felicidad se empañara. Sentado en un sillón, con la mirada al frente y el ceño fruncido, Javier no se movió. - ¿Y cuándo pensabas decírmelo?, ¿el día antes de la boda, el día después o tenías en mente mandarme una postal desde Ohio dándome la noticia? Su comentario incisivo la dolió, pero lo soportó como un castigo por su temeridad. Había llegado el momento de que la discusión terminara. No quería disgustos ni enfados con Javier. Ambos lo pasaban muy mal, y ya habían padecido bastante durante los meses anteriores. Sentándose a su lado, le tomó la mano y se la besó. - He sido una tonta, cariño; deben ser los nervios de antes de la boda. Por favor, no te enfades conmigo... Javier no retiró la mano que Elena le acariciaba, pero permaneció impasible. - ¿Qué has decidido, Elena? - No hay nada que pensar ni que decidir. Si aceptara ese puesto de trabajo tendríamos que separarnos, y yo sólo quiero estar contigo. Por nada del mundo me alejaría de ti o aplazaría nuestra boda. 196
El corazón de Javier se conmovió. No obstante, esa explicación no era suficiente para su espíritu alterado. - La oferta de esa Universidad en EE.UU. es una oportunidad, un paso importante en tu carrera; no puedo creer que no te haga ilusión, o que no hayas pensado que soy un obstáculo para tus ambiciones. A Elena le indignaron sus palabras, le dolieron; sin embargo, se armó de paciencia para no empeorar la situación. Tomándole de la barbilla con dulzura, hizo que la mirara. - Te quiero, Javier, muchísimo, y al contrario de ser un obstáculo en mi vida, eres mi felicidad. No quiero estar sin ti ni un día, ni un minuto, y esa es la verdad; eso es lo que realmente siento. Javier se derrumbó instantáneamente y la besó con desesperación, necesitando su amor, su apoyo y su confianza más que nunca. Esa noche, la entrega de ambos fue aún más intensa, con una pasión alimentada por la certidumbre del amor profundo y verdadero que se transmitían continuamente. Elena lo dejaba todo por él, y Javier se lo compensaría con creces.
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avier tuvo que ausentarse dos días de Madrid por negocios, y Elena aprovechó para trabajar a tope en la biblioteca. Charlaba con Mateo y con Roberto siempre que podía. A Ellos les gustaban esas conversaciones y los dos se mostraban encantados con la boda. También se quejaban del poco tiempo que pasaba la pareja con ellos. - Pues ahora os vais a aburrir de mí -contestó Elena con buen humor-. Pienso dedicaros estos días enteritos a vosotros -les prometió mostrándoles su sonrisa más cautivadora. - No nos hagas caso, querida -dijo Mateo para que ella no se sintiera preocupada-. Es solamente que los jóvenes dais mucha alegría a esta casa. - Vosotros también nos la dais. Con pocas personas nos encontramos tan a gusto como con vosotros. Es solamente que... - Lo entendemos, cariño. Lo importante es que vosotros seáis felices. - Sí, eso es verdad -saltó Roberto-, pero tengo yo que hablar con Javier para recordarle cuando no salía de esta casa persiguiéndote por todos los rincones... Mateo y Elena se echaron a reír. - Y ¡cuánto me alegro yo de eso! Tardaba tanto que llegué a temer que mi sobrino no se enamorara nunca. Fue una suerte que
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os conocierais. Por otro lado, debo admitir que, al principio, no me pareció bien que te cortejara -reconoció Mateo. Era lógico que su tío hubiera pensado así, sobre todo al ignorar que ella nunca había estado enamorada de Jorge. - Al parecer, Javier tenía razón; de no haber insistido quizás no te hubiera conseguido -apostilló Roberto. Elena levantó una ceja en un gesto de incredulidad. - Ni todo un ejército le hubiera disuadido de perseguirme. He comprobado que cuando se empeña en algo... - No lo sabes muy bien, hija... -aseguraron los dos hombres a la vez. Elena le comentó al catedrático que no podía aceptar el empleo que le ofrecía la universidad americana. El profesor no podía creerlo e intentó convencerla de que no rechazara semejante oportunidad. Sus argumentos eran muy válidos, de ninguna manera podían ser rebatidos; no obstante, Elena había adoptado una decisión y no la cambiaría. - Muy bien, Elena, pero al menos tómate un tiempo para pensarlo. No tienes por qué precipitarte: los americanos te dan un margen para que lo medites. Elena aceptó esa concesión; tampoco quería contrariar a su jefe. Cuando Javier volvió, Elena y él aprovecharon ese fin de semana para ir a Zaragoza y visitar a la familia de Elena. Rosa los recibió con cariño y los agasajó con generosidad. Para alegría de Elena, su madre y Javier conectaron enseguida. A Rosa le gustó el futuro marido de su hija y le satisfizo enormemente que estuvieran tan enamorados. Aunque Javier conocía Zaragoza, aprovechando que estaban allí, Elena lo guió a través de la ciudad, haciendo un recorrido por las principales calles y monumentos: el Pilar, la catedral, algunos palacios y las zonas nocturnas frecuentadas por la juventud. 199
Fueron dos días inolvidables, dos días en la bonita ciudad que sería testigo de su enlace matrimonial. Javier lo estaba pensando desde el día que Elena y él habían estado hablando del asunto de Ohio. Aunque no habían vuelto a mencionarlo, el tema no había quedado descartado de su mente. Estaba estudiando varias posibilidades, teniendo en cuenta sus responsabilidades en las empresas López-Gévora. Una tormenta de verano había oscurecido el cielo hasta dejarlo completamente cubierto de densos nubarrones que descargaban gran cantidad de agua. No era tarde, pero Elena tuvo que encender la luz al entrar en casa. Cuando más tarde llegó Javier, la cena ya estaba hecha y la mesa puesta. Ese día se había retrasado. - No sé qué habrás cocinado, pero huele estupendamente dijo Javier abrazándola y besándola con ansiedad-. Me alegro que cenemos hoy aquí. Hace un día horrible. - Cierto. Hemos celebrado el final del curso entre truenos y relámpagos. - No me lo recuerdes; sólo pensar que tienes que irte... Elena le tomó de la mano y le llevó hasta la mesa. No quería que la cena se enfriara. - Cariño, sabes cómo disfruto nuestros momentos juntos, pero no puedo permitir que mi madre organice la boda sola. Y además... tengo que elegir el traje. Nadie se lo puede probar por mí -agregó con buen humor. Javier gimió con impotencia, reconociendo que Elena tenía toda la razón. - Reconozco que soy un acaparador; todo el tiempo que estoy contigo me parece poco. Elena le dio un beso antes de servirle la cena. - No te preocupes, amor, a mí me pasa lo mismo. 200
Los dos se abrazaron riendo, sintiéndose acariciados por la dulce ternura del amor. Después de cenar, sentados ya en el sillón con una copa de champán en la mano, Javier le pasó la mano por los hombros y la miró en profundidad, con una expresión que confundió un poco a Elena. - Te gustaría aceptar el trabajo en EE.UU., ¿verdad? Elena lo miró sorprendida, ajena por completo a lo que estaba pasando en esos momentos por su mente. - ¿A qué viene eso ahora? La última vez que hablamos sobre este tema, quedó muy claro que no nos separaríamos. - ¿Y si no tuviéramos que hacerlo? Elena se quedó inmóvil, mirándolo extrañada. - Por favor, Javier, explícate. Javier se giró suavemente para dejar la copa sobre la mesa, luego la tomó de los hombros e hizo que lo mirara. - He estado reflexionando mucho, cariño, y no quiero ser un obstáculo en tu carrera. Tienes el mismo derecho que yo a progresar, así que voy a buscar una salida. Elena abrió los ojos desmesuradamente, todavía bastante desconcertada por lo que él proponía. Javier la tranquilizó dedicándole una deslumbrante sonrisa. - Como sabes, tenemos varios proyectos ya iniciados en América. Yo voy con frecuencia y tengo mi cuartel general en Nueva York. He estado estudiando el tema y es factible que podamos vivir en Ohio durante un año -explicó ilusionado, ante el asombro de Elena-. Tengo que viajar de todas formas, así que lo mismo me da hacerlo desde Cleveland que desde Nueva York. Tan pronto Elena pudo recuperarse de la sorpresa, se abrazó a él con fuerza y lo cubrió de besos. - ¿Podrías hacerlo?, ¿de verdad que podrías hacerlo?
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- Lo haremos, amor. Nos casaremos y viviremos en Ohio durante un año. Mañana daré orden de que nos localicen una bonita casa para alquilar. Las efusivas gracias de Elena encendieron a Javier, respondiendo con pasión a cada una de sus caricias. - Estoy emocionada, amor mío -dijo con ojos brillantes-; has organizado todo esto por mí. ¡Eres maravilloso! El día que debía partir para Zaragoza se acercaba, y Elena tuvo que aceptar que durante un tiempo no podría seguir con su trabajo en ninguna de las bibliotecas de su tío. Sólo tendría tiempo para terminar de catalogar los libros que tenía sobre la mesa y ordenarlos en su sitio. Elena se iba y ya no volvería en mucho tiempo, puesto que después de la boda el matrimonio se marchaba a EE.UU. Mateo quería ofrecerles una fiesta, una especie de despedida de solteros a la que asistirían familiares y amigos. Ayudado por Inés, ambos organizaron la cena y el baile. Todos estuvieron de acuerdo en que, debido al buen tiempo, sería mucho más agradable al aire libre. La empresa encargada de la preparación de la fiesta colocó las mesas para los platos fríos, el estrado para la orquesta y la pista de baile al lado de la piscina. La madre y la hermana de Elena vendrían el mismo día de la celebración y volverían a los dos días con Elena. Javier la visitaría en Zaragoza siempre que pudiera. Elena se miró al espejo y le gustó cómo le quedaba el vestido. Rojo, con escote de pico y adornado a un lado con un llamativo broche de bisutería, la hacía parecer espectacular. El pelo se lo recogió en un moño informal y se calzó las sandalias de tacón alto. Era temprano; tenía tiempo para ir un rato a la biblioteca y tratar de ordenar algunas de las fichas que no había podido completar la noche anterior. Su familia y Mateo se estaban 202
arreglando; los únicos que andaban por la casa eran los camareros que entraban y salían continuamente de la cocina. Elena terminó las tres fichas que había dejado incompletas y se apresuró a colocar los libros en su sitio. Miró el reloj antes de volverse, dándose cuenta de que todavía faltaba más de un cuarto de hora para que llegara Javier. Calculando con rapidez decidió coger dos libros más. Al sacarlos de la estantería un papel se deslizó entre ellos hasta caer al suelo. Elena se agachó para cogerlo y depositarlo de nuevo en su sitio cuando reparó en la firma de su tía. Se tambaleó mareada, teniendo que apoyarse en la estantería para controlar la debilidad que empezaba a envolverla. ¡La fecha!, era la fecha del día de la muerte de su tía. Los ojos se le llenaron de lágrimas y el corazón le palpitaba acelerado en el pecho. ¿Qué significaba aquello? Despacio, acongojada por la pena que sentía, volvió a la mesa y sujetó la hoja bajo la lámpara. A través de la cortina de las lágrimas, Elena deslizó sus ojos por las redondeadas letras de su tía. "Amor mío, no te sientas culpable por no haber podido acompañarme. Sé que lo habrías hecho si hubieras podido. Yo estoy terriblemente angustiada por mi hermana y no puedo esperar más para acudir a su lado. Cogeré el primer avión que salga para Zaragoza. Reúnete allí conmigo en cuanto puedas. Te quiere Natalia." De nuevo las lágrimas inundaron el rostro de Elena al comprobar el profundo amor que siempre se habían tenido su tía y su marido. Ni siquiera en esos instantes de tensión y de nerviosismo por los que atravesaba Natalia perdió la confianza que tenía en su marido. El amor que los unía era tan firme y sólido que en ningún momento dudó de que el mayor deseo de Mateo en esos momentos sería estar a su lado. Algo lo impedía, de eso 203
estaba segura, y con esa pureza de corazón y de sentimientos se despedía de él para siempre. El corazón de Elena sufría también por Mateo, el hombre que había perdido a su mujer prematuramente y que había vivido todos esos años con el tormento de los remordimientos. El timbre sonó y la voz de Javier se oyó en el vestíbulo. Con manos temblorosas Elena guardó la hoja en uno de los cajones del escritorio y trató de limpiarse las lágrimas. Le enseñaría su descubrimiento a Javier, y, por supuesto, también a Mateo, pero no esa noche. Mateo los quería mucho, y su enorme deseo de agasajarlos le había llevado a organizar esa fiesta. No se la estropearía por un descubrimiento que, después de tantos años, podía esperar perfectamente un día más. Él se iba a alegrar enormemente cuando leyera el cálido mensaje de su mujer, aliviando, en parte, su culpa, pero en un primer momento los dolorosos recuerdos llenarían su corazón de angustia, impidiéndole disfrutar de la alegría que suponía para él esa reunión. - Elena no está en su habitación -le comunicó Esperanza a Javier mientras lo contemplaba admirativamente-. Creo, Javier, que el smoking nunca te había sentado tan bien como hoy. ¿Serán... los toques del amor y la dicha los que te hacen mostrar esa sonrisa radiante? Javier abrazó al ama de llaves mientras reía a carcajadas. - Tú siempre tan aguda, mi querida Esperanza, pero... en esta ocasión tienes razón. Creo que nunca había sido tan feliz. La mirada de la mujer expresaba regocijo. - Todos lo estamos. Elena y tú hacéis una buena pareja, como la que formaban don Mateo y la señora -recordó con nostalgia-. Estoy segura de que seréis tan felices como ellos. Antes de retirarse, Esperanza se volvió: - Quizás Elena esté entre esos libros, como siempre. 204
Cuando Javier abrió la puerta de la biblioteca, Elena ya estaba en medio de la habitación dirigiéndose hacia él. Sin decir una palabra, se lanzó a sus brazos y lo besó emocionada. Javier le devolvió el beso con el mismo amor que ella le demostraba, encantado de que Elena lo necesitara tanto como él a ella. - Una bienvenida maravillosa, cariño. Me tientas a quedarme aquí, a solas contigo, toda la noche. Elena trató de reír, pero la risa no llegó a sus ojos. - Si me perdonas, tengo que subir un momento a mi habitación. - Primero quiero contemplarte, tenerte para mí aunque sólo sea un momento, antes de que los ojos de los varones que asistirán a la fiesta se posen ávidos sobre ti -comentó con buen humor. Elena se apartó un poco y los ojos de Javier la recorrieron con admiración de arriba abajo. - ¿Te gusta? -preguntó girando en redondo, haciendo un esfuerzo por disimular su estado de ánimo. - Hermosa, realmente, preciosa... excepto por un detalle. Elena frunció el ceño y lo miró desconcertada. - ¿A qué te refieres? -le preguntó intrigada. Javier se acercó a ella y la tomó por los brazos suavemente, clavando su mirada en los ojos de Elena. - Tus ojos están tristes; ¿por qué has llorado? Su seguridad la desconcertó, pero intentó disimular para que nada les aguara la noche. - ¿Llorado? No, no... -continuó titubeante-, es sólo la emoción de... esta noche. Es nuestra despedida de solteros y... - Elena... -la cortó Javier enfrentando de nuevo sus ojos-, ¿qué te ha ocurrido? Necesito saberlo, cariño. No disfrutaré de esta feliz noche si no me cuentas lo que te preocupa. Por favor, amor, confía en mí. 205
Elena levantó su mirada hacia él y sonrió débilmente. - En realidad es una buena noticia. No quería que el recuerdo nos entristeciera, por eso pensé que sería mejor postergarla. Javier seguía esperando pacientemente. - Nada enturbiará esta maravillosa noche. Elena cerró los ojos y asintió afligida. Se dio la vuelta y se encaminó hacia el escritorio. Rodeándolo se sentó en el sillón y abrió el cajón en el que había guardado la nota de su tía. A continuación se la alargó a Javier, que la cogió confundido. Elena lo miraba mientras él leía, observando cómo sus músculos tensos se relajaban a medida que sus ojos avanzaban a través de la hoja. - ¡Este testimonio es maravilloso, Elena! En vez de enfadarse por la ausencia de su marido en un momento tan importante para ella, Natalia le declara a Mateo su amor y su total confianza. Impresionado por la nobleza de corazón de su tía, Javier alargó la mano y atrajo a Elena hacia él. Abrazados, ambos sintieron el calor y la entrega del ser amado. - Este descubrimiento, justamente hoy, parece tener un significado, amor. Quizás Natalia nos esté dando sus mejores consejos para construir una vida juntos -sugirió Javier con entusiasmo. - Amor y confianza: unos cimientos muy sólidos para iniciar un buen matrimonio. Todavía con el papel en la mano, Javier miró a Elena pensativo. - ¿Dónde lo has encontrado? - Creo que estaba dentro de un libro, en los primeros estantes. Al ir a cogerlo se escurrió entre las hojas. Con aire distraído Javier dirigió sus ojos hacia la estantería y luego de nuevo a la mesa. 206
- No lo entiendo. Se supone que si esta hoja ha aparecido en esta habitación es porque Natalia la escribió aquí... -divagó reflexivo- y el mejor sitio para hacerlo es esta mesa. - O aquella más grande -puntualizó Elena señalando la que estaba más alejada de la ventana-, en la que yo también he trabajado con frecuencia. - Sí, sí, pero... entonces ¿cómo ha ido a parar a las estanterías? Lo lógico es que Natalia la dejara aquí, en un sitio visible para que Mateo la encontrara, ¿no? Elena movió la cabeza y se encogió de hombros. - Mateo no la vio. Al volver a casa y ser informado de que su mujer había partido hacia el aeropuerto, supongo que intentó seguirla de alguna manera -sugirió Elena como una posibilidad-. Más tarde... bueno ya conocemos la tragedia que nos golpeó a todos -masculló con tono apesadumbrado-. A partir de ahí todo quedó olvidado. Cualquier miembro del servicio que limpiara esto no reparó en la nota, limitándose a guardar un simple trozo de papel en cualquier libro que estuviera sobre la mesa. - Es una buena deducción. Algo así debió pasar. Elena apoyó la cabeza sobre el hombro de Javier. Se sentía afligida por la pérdida que había supuesto para Mateo la trágica muerte de su mujer. Por otra parte, la reconfortaba saber que esa nota supondría un gran consuelo para él. Javier le acarició la espalda con ternura y depositó un suave beso sobre su pelo. - Ya todo está aclarado, cariño. En cuanto termine la fiesta le entregaremos a Mateo el último mensaje de su mujer. Estoy seguro de que le servirá de gran alivio y le infundirá nueva vida a su corazón. La fiesta fue un éxito. Rodeados por sus familias y sus más queridos amigos, Elena y Javier departieron alegremente con todos y brindaron montones de veces por su felicidad. 207
- Se empeñó y lo consiguió -le comentó Roberto a Mateo mientras observaban a la gente divirtiéndose, y muy especialmente a la pareja homenajeada, que bailaba, ensimismados el uno en el otro, en la improvisada pista de baile-. Me alegro mucho por los dos: se merecen el uno al otro. - Hemos tenido suerte con los chicos, Roberto. Ambos valen mucho y han acertado en la elección de mujer. - Como acertaste tú -afirmó Roberto, convencido. Siempre admiró mucho a Natalia, especialmente por el gran amor que siempre demostró a su marido. - Natalia era única, y yo aún la amo. Roberto ya lo sabía. Su amigo jamás olvidaría a su mujer. Javier le acariciaba la mano mientras bailaban y la estrechaba cariñosamente contra él. - ¿Sabes lo que me gustaría? -le susurró al oído. Elena sonrió. - Sí, pero no lo sugieras porque no puede ser. - ¿Es que hemos llegado ya a tal nivel de complicidad que nos leemos el pensamiento? - No olvides que las mujeres somos muy intuitivas y... tú eres bastante transparente, amor. Javier la separó un poco y la miró con expresión culpable. - No tanto, cariño. Si lo fuera por completo no tendría que confesarte algo que no sabes. Elena emitió un profundo suspiro. - ¡Por el amor de Dios, Javier! Sólo hace un año que nos conocemos. Es natural que ignoremos prácticamente todo el uno del otro. - No me refiero a eso. Se trata... -parecía dubitativo, temeroso de que Elena se enfadara-. Antes tengo que aclarar que lo hice porque estaba enamorado. Ahora me preocupa que tú te lo tomes... 208
- Por favor, Javier, ¿quieres explicármelo? Tampoco será tan grave... - ¿Prometes no enfadarte? Elena torció la cabeza y lo miró con expresión recelosa. - No sé, no sé... esto me suena raro -Sus ojos chispeaban con buen humor-. Muy bien..., te lo prometo. Hoy estoy contenta, muy feliz, y nada de lo que digas podrá irritarme. El rostro tenso de Javier pareció relajarse. - Yo... quería que te vinieras a Madrid a toda costa. Deseaba con ansiedad tenerte cerca, así que hablé con los responsables de la Fundación Vegaño, la familia materna de Joaquín, para que estudiaran tu magnífico expediente con más detenimiento y te concedieran la beca. Elena lo miró perpleja. ¡Había sido él! Uno de sus sueños más perseguidos se había hecho realidad gracias a Javier... Sus ojos brillaron de felicidad y su rostro adquirió una luminosidad radiante. - ¡Nunca te lo agradeceré bastante, amor mío! -exclamó abrazándose a él-. Gracias a tu audacia y a tu seguridad yo he podido escribir mi tesis y conseguir al mejor hombre que jamás he conocido. Asombrado por su reacción, Javier se había quedado sin habla. - Pero... ¿de verdad que no te has... ofendido? - ¡Cómo me va a ofender una maniobra tan inteligente? Sin tu ayuda quizás no lo hubiera conseguido. Me sentiría avergonzada si mi expediente fuera malo, pero no lo es. Creo que me merezco un puesto de trabajo como cualquiera con mis mismos méritos -aseveró con convencimiento-. A Lucía ya le he dado las gracias. Ha sido muy generosa intercediendo por mí en la Universidad de Ohio. Es tan encantadora que insiste que cuando fue a hablar con el decano, el Consejo de la facultad ya había decidido ofrecerme el puesto a mí. No sé si creerla... 209
- A mí también me lo comentó: es verdad. Elena se echó a reír. - Es natural que quieras creerlo, cariño... - No, lo digo porque yo intenté... - Es igual, amor; la cuestión es que todo ha salido maravillosamente bien, y yo... me siento completamente unida a ti. No sé cómo agradecer... Javier la acercó a él todo lo que pudo, teniendo en cuenta que estaban rodeados de gente, y le dedicó una significativa mirada. - Sí, amor mío, te daré muchas oportunidades para que me lo agradezcas... muchísimas, te lo aseguro. La risa de Elena vibró en la noche, alegre y enamorada, como un eco anticipado de la dicha que ambos estaban dispuestos a compartir.
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