El costal de los pecados Tus líneas me tropiezan, hendiduras, pechos, viento, fuga del éxtasis. Reconstruyo el movimiento desde ti, desde el costal de tus pecados sabios, transfigurado en tu humedad; con mis bordes esparcidos y mortales, con la definición pasando entre estas piernas, piernas que te entrarán para morir en la pequeña y tormentosa muerte de la carne, piernas que te entrarán para nacer, aunque la furia de tus huecos las castiguen.
Abel G. Fagundo (Abel González Fagundo) 1973 Agramante Jagüey Grande. Cuba, Poeta. Premio Rilke al joven poeta en 1998. (Entre otros) Ediciones Matanzas publicó en 1991 el cuaderno de poemas:“El sitio de las memorias” .Ediciones Vigía publicó, “Golpes de Dios”, en 1999. Ediciones Matanzas Publicó en 2001 el libro “Extinción” . Sus Poemas aparecen en antologías nacionales como “Los parques”, “La madera sagrada”, Poetas en Matanzas V y revistas como el Caimán Barbudo, Revista Matanzas y otras.
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POESÍA DE AMOR
Mariposa Gitana
Mariposa Gitana
Extraña Salvaje
El extranjero hambriento
Para Aliuska Qué locura me inventas carne en giros, en plena luna llena y tú desafiando la violencia de los lobos, redentora, con las piernas por ego, con tus ojos eslavos y esa densidad de reina que ataca mi silueta retorcida y esquiva.
Yo tengo una extraña que nació salvaje, de su lejanía se hizo el polvo, de su soledad mi tiempo...
Qué locura te inventas mariposa gitana nocturna, detén tu lengua ahora el alivio del hambre en esas selvas que riegan tu fragilidad.
Amarra en estas manos tu trozo del abismo, hazle el amor al Buitre, a veces por milagro, suele trasformarse en oruga la oscura mariposa.
Detén por un instante el apetito, vuela sobre mí, anida en este sexo devórale las hojas a su árbol.
Creencias
Ebria, en la majestad de sus costumbres, se niega a sostener mi próxima mordida, mi discurso en favor de otras nostalgias, maníaca y mortal, herida entre sus mitos como la musa fuerte de un loco sin historia.
Creo en el amor, ese es mi disparate... me extingo diminuto entre sus viejas trampas, duelo
Compraventa No puedo hoy pagarte entera; pero me alcanza para toda una tarde con tus senos, para toda una tarde con tus ojos.
Poesía. Abel González Fagundo
Ella nunca me dijo Ven, esta es mi ciudad, puéblala con tus nombres y tus farsas. Me abrió pequeñas puertas, rincones donde la poca luz y mi frío extranjero me impidieron desbordar enteramente su delgadez. Si sólo hubiese sido el hombre exacto, aquel que tiene el mapa de sus puentes y llega en medio de la noche mal herido y hambriento con la confianza salvadora del abrazo. Ese hombre que la desnuda acariciando su cabello y numera sus canas como quien cuenta mundos. Yo quería estrangular la soledad que vive en sus poemas, destruir con mis labios ese verso homicida que profetiza los finales eternos, y me desangra en medio de aquel callejón que es todo un cosmos. Ella nunca me dijo: Ven, esta es tu agua, aquí puedes beber aún con el insomnio de tus desventuras, este en mi manantial y en el tu boca puede reconciliarse con su sed.
Sólo escuché el silencio, el susurro sintético de aquel teléfono que me explotaba en los oídos quejándose de soledad como un poema nuestro. Ella nunca me dijo: Soy, arriésgate a sembrar en mi tu idiotez de muchacho, descúbreme de una vez, no habrán versos en mis costas que esperen para degollarte.
La Jardinera Ella hizo su flor de papel, no malgasta las noches en dilataciones vagas o resúmenes de ausencia. No trafica promesas, no le importan. El invierno le es tan simple como una gota fría en la ventana. Nada discute del amor, lo bebe con los ojos, con su silbar de alma suicida. Sólo le sobreviven sus flores, frágiles, como cualquier poema.
Poesía. Abel González Fagundo
Las mariposas y el rey
La raza de Eva
Cerámica
Gaviota
A Dayli, antes En la delgada grieta entre los viejos maderos de la puerta el párpado rompe su espacio miserable, justo al instante cuando el joven suele ser sus dos costillas suele ser mariposa y trono. Detrás del agujero, ella, dibuja entre sus manos el pecho sudoroso de la amante. Mientras arrodillada bajo las otras grietas, la joven, mariposa en su lecho, quebranta entre sus labios la soledad del rey.
Acude con su raza a despojar la muerte, sobre ella se ha vertido la impotencia de cada generación, los moradores y sus líquidos seculares. El marinero, desterrado de sí por tantos mares, el joven, su impaciencia que a chorros se le encima como ríos que quieren fecundar aún contra la evidencia del desierto. Jueces, poetas, asesores de turno, la danza de reyes y vencidos, los puteros de España,(la patria / desmadrada), la carroña de los viejos barrios. Un seno sobre el músculo que se inmola, el pezón que divierte a los borrachos, casi insensible, ya de tanta leche y tanta baba, amamantando con alcohol a los idiotas que buscan encontrar a mamá en esa mala fuente.
Poetisa Si abres la entrepierna para matar y te floreces, eres mi poetisa no el sexo ciego, solo el poeta sin sus ojos.
Poesía. Abel González Fagundo
Se que estarás ahora tendida en tu alcoba parisina con la ventana abierta para que entre el fuego de la noche, la voz del comprador, el humo negro y denso que arrastra la Europa.
Estas manos comidas por la sal, donde el otoño cruel vertió el destino de sus hojas, Estas manos blandas e imperfectas como el pan, te hicieron cuerpo entre sus dedos mansos, te hicieron carne entre sus puntas húmedas.
Se que estarás ahora pensándome, fumando un cigarrillo y ese nombre francés inapropiado, lejos, agotada en tus carnes tan húmeda que puedo sentir las vibraciones.
Estas manos que tejen y entretejen el hilo de tu sombra, que con sus picos profanaron tu lirismo, que con sus ojos te soñaron fuego, movimiento cadencioso de dos cuerpos que arden en el oficio del amor. Estas manos profetas de su vicio, morirán deformadas en el barro tu desnudez, morirán mientras moldea el ceramista entre los dedos, las manos que aun te faltan para profanarme.
El viejo grueso, raptor de aves, limpia su flaccidez, en un instante con su lengua, su mar de baba borrará mis últimas huellas Eres París, la fiesta, la francesa, son pocas las gaviotas que llegaron. Iría de prisa en tu búsqueda sin pasaportes, de polizón en los veleros, París queda a la vuelta de los sueños, pero tu sexo tan distante que no sé si me atreva a cruzar sus océanos
Poesía. Abel González Fagundo
Aves en guerra
Fábulas de la exorcista
Es tu prontitud la que define, tu equidad de humedades y refugios, apenas me desnudas nace el mito.
Sé que estás aquí, pálido todavía y todavía ,erguido, en el deslumbramiento de tu alma. Dulce María Loynáz
Tengo tu libertad que es como no tener.
Matamos a un hombre aquel diciembre primero con tus labios después con la tibieza de mis dedos. Su sexo tembloroso ante tu boca mi sexo retorciéndose de manos. Se tragaba tu seno, hambriento, yo te soplaba el otro con tristeza.
No distingo la esencia del animal soy la víctima, no sé si bebes o me quiebras si me alimento en tu resaca o me transformo en polvo, poco importan las muertes tu vocación es renacer hasta que el contrincante, quien adolece, ponga fin al horror que presupone lo eterno. No das la espalda pues sabes que el vencido siempre estará dispuesto a asesinar, con un mordisco, con un beso, tal ves con una seña.
Poesía. Abel González Fagundo
Te bañó con su muerte, eras tú, abierta como un ángel bebiendo de dos ramas llenándote de árboles en toda la humedad de la llovizna.
En la iluminación, al borde del último de los desprendimientos, yo le arranqué los ojos, los brazos, la sonrisa, mientras en tu estallido le quebrabas la piel, la fantasía. Jamás nos perdonamos yo a ti por el delirio tú a mí por las dolencias, sé que lo desentierras en diciembre, le salvas un instante y lo matas con las mismas pasiones del invierno, y luego ya enterrado entre los muros espera su cadáver con paciencia la caída de las próximas hojas en otoño.
Era él, tan cerca de mi aliento, de un lado te mordían yo curaba la herida con mi lengua. De un lado el animal del otro el hombre. Era yo, con tus muslos tu abdomen y su fiebre, el sudor que ya de tanta carne se evapora.
Poesía. Abel González Fagundo