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ALTERNATIVA EDITORIAL http://www.alternativaeditorial.com/
[email protected] Apartado 98 - 32.080 OURENSE Galicia (Europa) Edición 2004: 1.000 ejemplares en impresión ofsset Impreso en: Gráficas Galegas (Ourense)
Depósito legal: O U - 1 3 / 2 0 0 4 ISBN: 8 4 - 9 6 0 8 5 - 2 6 - 0 Diseño portada: Xabier González Maquetación: OURENSE DIXITAL
Copyrigth María D. López Alonso, 2.004 El código Penal sanciona a “...quien intencionadamente reprodujere, distribuyere, plagiare, o comunicare públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, científica o artística o su transformación o una interpretación artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin autorización expresa de los titulares de los derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios. La misma pena se impondrá a quien intencionadamente importare, almacenare o exportare ejemplares de dichas obras o producciones sin la autorización requerida” (Art. 534-bis, a). Expresamente se prohibe la traducción, total o parcial, a cualquier idioma, lengua o dialecto, sin la autorización expresa del autor o de los cesionarios.
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Este libro se edita bajo la premisa de ser una publicación sin ánimo de lucro. La autora conserva en todo momento los derechos de propiedad intelectual de su obra y únicamente los cede para esta edición en formato impreso y en PDF.
Marta se realiza es una ficción literaria, cualquier parecido de sus personajes, lugares, diálogos o situaciones incluidas y/o descritas en la obra, con la realidad es mera coincidencia.
Dedicado a: Esa mujer que soporta el maltrato físico y psíquico, año tras año, por miedo, por cobardía, la han anulado y ya no es nada. Esos hijos que tienen en sus recuerdos esas escenas desde su niñez, desde su juventud y que las arrastrarán toda su vida. Esos hombres que saben valorar a su compañera, a su familia y cuyo primordial objetivo es hacerlos felices. Dedicado a mis dos hijos, que son mis amores.
prólogo
María Luisa Lázzaro
(*)
Leer la novela Marta se realiza es rehacer, casi, una rabiosa retrospección por la vida de muchas mujeres cercanas, tan cercanas como el sí mismo encarnado desde vivencias que se repiten una y otra vez, la mayoría de veces sin otra salida que la violencia extrema; o en el "mejor" de los casos la muerte como descanso y recomienzo de una nueva vida. En todos los tiempos muchas mujeres han sido lastimadas por sus parejas, pero, después de la famosa Revolución Industrial el maltrato se extendió hacia otros aspectos más allá del físico corporal: hacia su desvalorización como persona, como profesional. Esta nueva mujer, obligada por no tener otra opción, o por decisión propia, sale a "competir" en mercados laborales que antes le estaban vedados. Competencia con grandes desventajas, bien por los salarios inferiores, o por la triple jornada de trabajo que tenían (tienen) que desempeñar: en la empresa, en la casa (los oficios del hogar) y de guardería con los niños y con el padre de los niños
Estos hechos, de crudas realidades, son contados, desde un lenguaje cuidado estéticamente, por Marta, personaje que, como en el teatro, dramatiza su historia de mujer que ha truncado su profesionalización por casarse, tener hijos y marido a quienes debe atender -hasta altas horas de la noche- después de sus jornadas de trabajo en una empresa exigente. A cambio de: ser ignorada y silenciada por su pareja, vejada y golpeada cuando no obedece con prontitud las órdenes emanadas de quien "ejerce la autoridad del hogar". Va narrando, la autora, con una fuerza emotiva que nos impide parar hasta enterarnos de su final. Es que se va generando angustia durante la lectura, se van presuponiendo finales de mayor sumisión por miedo y hasta lástima
o mayores tragedias para la mujer. Y, nos encontramos con un final sorpresivo, aunque no extraño: la autora nos lleva por instantes de suspenso hasta concluir, de manera sutil; que apenas esboza como una pincelada negra de silencio lúgubre (mezcla de dolor y liberación) dejando, muy inteligentemente, abiertas las puertas a los lectores para que continúen la historia, huyendo del estereotipo novelesco de 7
"final feliz", pero apuntando la posibilidad de una convalecencia lenta pero gloriosa: hacia sí misma como persona. Marila (Mª Dolores López Alonso), conocida en el trabajo y entre los amigos, como Lola o Mary Lola, desde su sensible capacidad de observar y vivir, describe a esta Marta con la misma pasión con que trabaja sus pinturas y sus poemas y prosas. Me quedo con la sensación de que leer a Marta es leernos en el pan de cada día...
(*) M a r í a L u i s a L á z z a r o, desde su Mérida (Venezuela), es uno de los exponentes más importantes de la literatura venezolana, en particular, y Latinoamericana, en general. A lo largo de su amplia trayectoria, entre otros, ha obtenido el Premio Alfonsina Storni (Argentina, 1.978), Mención Concurso de cuentos El Nacional (1.981), Premio narrativa APULA (1.983), Premio El cuento feminista latinoamericano (1.988), Finalista Concurso de novela Planeta Latinoam. Miguel Otero Silva (1.990), Premio Canción Inédita(2.000),Premio certámen internacional Milena,de cartas de amor y desamor (2.002). En su bibliografía de autor, destacan títulos cómo Obra impresa individual: Poemarios y Antologías poéticas: Poemas de agua, Fuego de tierra, Árbol fuerte que silba y arrasa o últimos boleros, Nanas a mi hombre para que no se duerma, Escarcha o centella, bebe conmigo, Antología de agua, fuego, árbol y ángel. Novela: Tantos Juanes o la venganza de la sota, Habitantes de tiempo subterráneo Ensayo literario: Viaje inverso: sacralización de la sal, La inquietud de la memoria en el caos familiar Literatura infantil y juvenil: Marigüendi y la jaula dorada, Mamá, cuéntame un cuento que no tenga lobo, , El niño, el pichón y el ciruelo, , Parece cuento de Navidad, Para qué sirven los versos, Una mazorca soñadora, Un pajarito, una pajarita y la casualidad, La almohada muñeca, Antología de agua, fuego, árbol y ángel, El loro de la infancia, Epaminonda, entre recuerdos y olvidos. Participación en publicaciones colectivas: Autora invitada II Antología Internacional Sensibilidades Autora invitada V Antología Internacional Sensibilidades Antologías: Letras femeninas, Poemas Quietos, La infancia en la poesía venezolana, Flor y canto: 25 años de poesía venezolana, El cuento feminista latinoamericano, Andina, Poesía en el espejo, Escritura y desafío, narradoras venezolanas del siglo XX, Habitantes de tiempo subterráneo, Modernidad y Alteridad, Antología venezolana del poema en prosa, Coloquio Latinoamericano de Literatura, Antología de Poetas Venezolanos, nacidos entre 1930 y 1960, La poesía en Mérida, III y IV Antología Internacional Sensibilidades, Eñe, Antología Internacional de escritores en castellano Integrada en el equipo creador de la novela colectiva La Memoria de los triángulos
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prólogo
Xabier González
(*)
Sí, Marila, ahora mismo acabo de leer la última página. Ya sé que tengo que hacerte el prólogo y que el tiempo apremia pero, me vas a permitir la licencia, voy a buscar el compact-disc de "Ella baila sola", de Marta y Marila para ser más exactos; ya sé que no es muy ortodoxo, pero hay una canción que quiero que me acompañe mientras escribo. ¿No te importa, verdad?. ¡Gracias! gracias... De mayor quiero ser mujer florero, metidita en casita yo te espero, las zapatillas de cuadros preparadas, todo limpio y muy bien hecha la cama como debe ser. De mayor quiero hacerte la comida mientras corren los niños por la casa y aunque poco nos vemos yo aquí siempre te espero porque yo sin ti es que no soy nada.
"Marta... ... se realiza". ... lleva a cabo una acción que necesita. ... dirige la ejecución de la película de su vida, cansada de ser simplemente un "personaje de reparto" que obedece, sumiso, las órdenes del "director". ... se convierte en sí misma, en "mujer en efectivo", en la dueña de su ser y también de su no ser. ... y está satisfecha porque, pese a las dificultades, ha logrado cumplir con aquello a lo que aspiraba. ¿Fue fácil?. No, la vida tiende a hacernos pagar un alto precio para "dejarnos" llegar allí donde deseamos. Y "Marta se realiza" después de pagar cientos de gotitas de sangre, miles de perlas de sudor y millones de lágrimas. Por supuesto que soy consciente de que, dicho de este modo, cualquier desenlace feliz se antoja trágico... pero, lamentablemente, esa es la cruda realidad que se agazapa tras los casos de "violencia de género" y de poco, por no decir: de nada, sirve el envolver palabras en celofán para que 9
no hieran la sensibilidad de aquellos que, muchas veces y en estos casos, no hacen otra cosa que hacer nada. Me he leído con la piel cada frase de la realidad ficción que Marta y Marila, en esta novela y al unísono, nos regalan; y lo he hecho sin dejar de mirar al exterior, ni de escuchar la canción en la que, otra Marta y otra Marila, repiten incesantemente el estribillo que las ha llevado, también, a realizarse: Quiero ser tu florero con mi cintura ancha muy contenta cuando me das el beso de la semana.
Cesa la música y el silencio se adueña de mi estudio como si fuera un inmigrante ilegal que entra, en patera, por la ventana; pero tu novela, Marila, sigue ahí... en mi alma. Es entonces cuando me digo que compraré el libro impreso para regalárselo a mi hija Analén porque, entre otras cosas, ella tiene ahora mismo apenas quince años... "Marta se realiza", la creación literaria como comunicación de una realidad que quizás, aunque lo ignoremos, se está dando ahora mismo en el piso de arriba o en el de abajo... en la acera de enfrente y en aquella ventana que siempre permanece iluminada hasta muy tarde... La literatura desnuda y sin el más mínimo artificio que difumine el mensaje de fondo; letras desfilando como lanceros bengalíes, hasta componer una exposición de fotografías de guerra desde primera línea de batalla. Esta novela no deja indiferente a nadie porque en cada Marta que sufre hay un ca-Ramón que paga en ella su impotencia y frustración, su incapacidad para afrontar la vida con valentía y su absoluta desesperanza de verse algún día realizado. (*) X a b i e r G o n z á l e z, en la bibliografía de autor de este escritor gallego destacan títulos en idioma castellano cómo El Efecto Doppler (novela), Corsario de ciudad (relatos) o Juegos de Olvido (poesía); en idioma gallego, Nas corredoiras do íntimo estronicio (poesía), Escritos da Nación Proibida (relatos) y su importante obra teatral estrenada: Keltike, Espada o prato, Altariac Eirin, Nemet, Cantigas para unha guerra, O Papamoscas, Petra e Karim; así como la participación en multitud de antologías internacionales, de las que cabe destacar Palabras Mansas y en varias de las auspiciadas por el Foro Sensibilidades. Su último trabajo literario es la dirección y coordinación de la novela colectiva La memoria de los triángulos, basada en una idea y guión original suyo. 10
prólogo
Belén Pérez de Prado
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Leer a Marila es fácil. Marila escribe a Marta en un ágil vivo y llano directo, es como si al relatar a Marta lo hiciera condensando y tomando como muestra de laboratorio una sección de historia social. Y la escribe dando la sensación de no querer ocupar mucho tiempo, si me apuran diría que escribe para no molestar, abre la puerta de la ficción y de algún modo se calza de Marta y la coloca como sencillo representante de muchas "ellas", para entenderlas, para permitirles hablar. A través de esta historia de Marta, la escritora Marila da un revés en los morros a la actitud del conformarse y se arriesga a abrir una puerta de ánimo que enseña que puede haber más, mucho, mucho más... Si tuviera que escoger una escena de todo el libro sin duda elegiría la que se desarrolla en la perfumería. En ella se condensan preguntas clave que tocan la consciencia, ¿de dónde vienes? ¿qué has hecho contigo?, ¿qué vas a hacer de ahora en adelante?. La dependienta, sin saberlo, toca botones en Marta con los que ella puede recordar cuanto parece haber olvidado. Usando una técnica de diálogo rápido y cotidiano, Marila crea el clima de dureza con la que se encuentra una mujer que se ha llevado a rendirse, el miedo que trae consigo incluso plantearse la posibilidad de introducir un pequeño cambio, aplicarse un alivio en forma de crema. Me quedaría sin duda con esas muestras detonantes de consciencia. En tu novela, Marila, vas pintando con trazos simples el retrato de Marta, una mujer representativa de un grupo, casi arquetípica diría yo, que casi se ha olvidado de sí hasta el punto de no reconocerse, el retrato de esperanza que supone ver que por mucho que uno se deje aplastar, por muy débil que uno se sienta, la llama del sagrario personal interno sigue ardiendo. Deja un sabor en el paladar de lo que la frustración puede llegar a suponer para el ser humano, tanto por infringir con ella violencia, como por sufrir sus consecuencias en el propio rostro, a través del retrato de actitudes, defines la falta de herramientas de relación con la que Ramón se encuentra, su impotencia por querer rete11
ner en su mano un mar que le desborda, un mar que no merece, ni aprecia. En tu libro se percibe la frustración y la tenacidad de una mujer "de a pie" que se ha visto llevada por una corriente de acontecimientos ajenos a ella y sus deseos, una boda no decidida por ella, un tener que... postponerse por entero, sueños, estudios, necesidades físicas y afectivas, postergar su vida dejando todo su poder de decisión en manos de ese otro... en un él universal tan concreto que desafortunadamente representa a muchos otros. Como si se tratara de una crema-muestra, en sus páginas se palpan todos los elementos psicológicos "de libro" que describen a una mujer asustada, el desprecio continuado, la vergüenza que lleva a esconder maquillando los golpes, la "suerte" de poder ocultar los ojos tras unas gafas, la dureza de escuchar a un hijo poner las palabras exactas a los hechos que ella esconde, el retirar la denuncia que ni siquiera puede poner en primera persona; y lo dramático no se circunscribe a la mera narración de los golpes, va más allá y nos hace percibir, a los lectores, el aliento acelerado y el monólogo interno buscando argumentos-coartadas con las que convencer a Ramón para poder alejarse "a trabajar", a ser, a lo que sea... Uno se desliza en la historia que narras con una facilidad pasmosa, tu modo de escribir se convierte en un admirable calzador en el que introducirse en la escena. La tristeza de ver a una mujer en sus mínimos, conformándose con poder fumar un cigarro tranquila, esperando a que el ogro duerma para dormir sin descansar, pendiente de esos pasos, de esa llave en la puerta, y a la vez, es un libro de esperanza y fuerza, de una sencillez tremenda en el que sin cebarse en el victimismo, consigues crear la imagen definida de una protagonista que utiliza la oportunidad que viene a su mano para reconstruirse. Es un libro en el que la escrittora, Marila, es capaz de alentar al personaje, Marta, para que saque de sí una valentía que uno siente que creía perdida. Y el personaje le responde; Marta da la cara, aunque se la partan, y aún con ella partida se mantiene firme y ofrece la espalda a una situación que parecía tan indisoluble como los vínculos con los que a veces nos esclavizamos, y mientras él rueda escalera abajo, ella puede cerrar tras de sí la puerta. Gracias a ti estoy segura de que muchas Martas pueden ver su historia hoy en estas páginas, otras mujeres se acercarán a ella, otros hombres, otros hijos e 12
hijas de situaciones semejantes tendrán una posibilidad delante de ellos de reconocerse, reconducirse y retomarse, de poder tejer sus propias alas de mariposa y eso me parece importante. Y me quedo con su rosa blanca, símbolo para mí de la fragilidad y de belleza, símbolo de la necesidad de la fuerza para no castrar sus espinas, símbolo de limpieza hidratante y de un nuevo empezar, de la línea que separa el que otro lleve tus riendas a llevarlas tú misma, me quedo con el "mañana es Lunes" en boca de Marta con el que empieza a comenzar la vida, esa otra vida. Como mujer, no puedo decirte que sea un libro que "me encanta", no puedo decir que sea "bonito", lo que en él expones duele por su triste actualidad y su verdad. Sí puedo decirte que me he bebido el libro, Marila, y que lo he hecho desde el cariño y la cercanía, engrosando las filas de aquellas que piden vivir en paz sin verse forzadas a luchar en contra de nadie, desde la militancia a ultranza de reivindicar los derechos inalienables de las personas, por uno de los más básicos de los derechos el derecho a SER en libertad , como Marta en el final que propones, una Mujer de sí misma y de quién ella decida, hasta donde así lo elija. Suerte para ti y tu libro, desde este precioso Lunes de Febrero
(*) B e l é n P é r e z d e P r a d o, en la bibliografía de autor de esta escritora residente en Iruña, destaca el libro Mujer de Nadie y la participación, como autora invitada, en las antologías Poemas entre nosotros, II Antología Internacional Sensibilidades, así como la inclusión de textos de su autoría en las antologías III, IV y V de las auspiciadas por el Foro Sensibilidades. Integrada en el equipo creador de la novela colectiva La Memoria de los triángulos, creo los textos del personaje Argiloa y coordinó la parte titulada genéricamente Argiloa y Nínfula 13
prólogo
Lola Bertrand Mira
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El mundo está lleno de "Martas", demasiadas, cada día más
Van surgiendo de la oscuridad como fantasmas dormidos durante siglos, son, las que yo llamo "mujeres transparentes", las que nadie ve. Si embargo, son una legión, una capa de tejido social muy extenso, y, hasta ahora, totalmente desamparado
Por todo esto, la novela-denuncia de Marila López, tiene su importancia y atrapa al lector desde el principio. Está narrada desde dentro, con una sencillez cotidiana que, a veces, espanta, es tremendo descubrir que en el interior de esas vidas femeninas, de apariencia normal, en multitud de ocasiones se está fraguando la tragedia. Estoy segura de que, en esta novela, muchas "Martas" se verán totalmente reflejadas: algunas desde la libertad (como yo), otras desde un presente lleno de incógnitas; pero todas asentirán en el silencio de sus propias vidas, sintiéndose un eslabón más de una larga cadena de despropósitos. He de confesar que leí la novela con ternura y respeto, considero a su autora una mujer extraordinaria, llena de fuerza y empuje, y a pesar de saber que toda la novela es pura ficción, he llegado a hermanarme con la protagonista de una manera asombros. La clave está en la esperanza que trasmite la autora a través de su personaje; porque, con sus miedos, sus temores a escuchar la llave en la cerradura, su esfuerzo cotidiano por aparentar una normalidad inexistente, su anulación total como mujer y como ser humano, Marta termina realizándose. El dolor, la inseguridad, ¡la libertad
! La autora, Marila López, nos deja en ésta novela una parte muy importante del corazón y de la lucha diaria de muchas mujeres; por esa razón, al finalizar su lectura, un extraño escozor se apoderó del fondo de mis ojos... M a r i a D o l o r e s B e r t r a n d M i r a , en la bibliografía de autor de esta escritora residente en Asturias, destacan las publicaciones en impresión digital de la novela O somos gafes o somos idiotas, las novelas cortas: Kabula, Ula, el poemario Cuatro páginas de niebla y cuatro volumenes de relatos bajo el genérico de Historias de no se sabe donde; la participación, como autora invitada, en las antologías Poemas entre nosotros, II Antología Internacional Sensibilidades y en la V Antología Internacional Sensibilidades, así como la inclusión de textos de su autoría en las antologías I, III y IV de las auspiciadas por el Foro Sensibilidades.
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prólogo
Marisa Bermúdez Malagón
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Siempre me siento muy honrada cuando un/a compañero/a escritor/a me pide que prologue uno de sus libros. Esta vez, prologar "Marta se realiza" de Marila López Alonso, me provoca orgullo pero a la vez cierto escozor. Una desazón de cicatriz como aquellas que te molestan cuando hay cambios de clima... Estoy segura, lector/a que sabes de lo que te estoy hablando si has pasado por un quirófano para que te extirpen el apéndice, te practiquen una cesárea o te vacíen un quiste... Las secuelas que deja en el cuerpo y en el alma una situación de maltrato, tema que desarrolla Marila desde un lenguaje directo, vivo, no dejan de rascar de por vida. Un cambio de humor de las personas que nos rodean, sean compañeros o superiores, el tono de una voz que se alza más de lo debido y lo que nos dice un interlocutor con su esquema corporal, enciende automáticamente un aviso doloroso, un "déjà vu" que marcó tu existencia y que ni las mejores terapias acertaron a curar... El ser humano maltratado consigue vivir con ello pero nunca ya, sin ello. Por eso valoro especialmente este "atrevimiento" de mi amiga Marila y la felicito por percibir, desde su condición de creadora, y contar el drama que muchas mujeres y menores viven en sus carnes, en el secreto de su hogar-infierno y en la ceguera del "qué dirán". Como escritora, Marila, nos deja un mensaje-legado esencial que, por sí sólo, justifica la necesidad de "Marta se realiza": hay que enfrentarse a los demonios propios para vencerlos porque hacerlo, hablar de ellos claro y alto, es un acto de valentía y también una acción de supervivencia y de querer derrotarlos. Sólo así seremos capaces de acoger segundas oportunidades para caminar por la vida con la frente bien alta.
(*) M a r i s a B e r m ú d e z M a l a g ó n, residente en Barcelona, entre su obra publicada destaca la novela Monólogos de la casada, el haber sido autora invitada en la II Antología Internacional Sensibilidades y también en la V Antología Internacional Sensibilidades, en Callejón de palabras, así como su participación, con textos seleccionados, en la I,III y IV de las antologías.auspiciadas por el Foro Sensibilidades.
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¿Quien es Marta? Una oportunidad Regalo de Reyes Isabel Y dije que me iba ¡Dios mío que ojos! Alberto Visita inesperada Sueños y realidades La vuelta a casa ¿Y ahora qué?
¿Quién es Marta? ¿Que quién es Marta? Marta soy yo, una mujer de cuarenta y muchos, años madre de dos hijos, chica y chico, de once y trece años respectivamente. Quería sentirme útil y busqué un trabajo cuando los hijos fueron un poco mayores, y aquí estoy, realizándome tras el mostrador de la recepción de un Hotel de cuatro estrellas en horario de diez a una y media... y de tres a ocho. Me levanto antes que salga el sol. Cada mañana recojo la lavadora de la noche anterior, separo la ropa de plancha, doy los últimos toques a la comida de medio día y dispongo los desayunos. Coloco las tazas sobre la mesa, las servilletas, el azúcar, los bollitos con su mantequilla y mermelada ya untados, y salgo corriendo -¡siempre corriendo!- al cuarto de baño a darme una ducha y arreglarme. Apenas me queda tiempo de pasarme un peine y la barra de labios. Veo mis uñas, -¡ufff! tengo dos descascarilladas -, pero no tengo tiempo de retocarlas. Llamo a los chicos por tercera vez y, mientras éstos se visten, tomo un papel y voy remirando por la cocina para hacer una lista de compra al mismo tiempo que voy dando sorbos a mi taza de café, siempre de un lado a otro. La música de fondo son los gritos que están dando los dos angelitos porque uno está en el baño y no acaba de salir y en el otro baño está el padre. Cuando por fin terminan los desayunos, mochilas colgadas, zapatos atados, digo un hasta luego desde la puerta al que responde una voz soñolienta desde uno de los baños. 23
Marta se realiza
Montan en el coche y salgo disparada a dejar a los críos en el colegio antes de tomar la carretera que me llevará al hotel que está en las afueras de la ciudad. Siempre llego raspando con la hora, menos mal que tenemos un aparcamiento para el personal. Me cuelgo mi mejor sonrisa y empiezo la jornada monótona como todos los días. El teléfono solicitando alguna plaza para fechas concretas, tomar nota y documentación de los que llegan, hacer facturas a los que se marchan, atender al señor de la quinientos seis que no le funciona el agua caliente, la señora del doscientos cinco necesita una cama supletoria, etc. Todas estas cosas hacen que mi cabeza no le dé vueltas a otras en las que no quiero pensar. Como el avestruz, la entierro en esta vorágine de acontecimientos diarios. El director de relaciones públicas, se acerca todos los días a dar un vistazo y siempre con la misma pregunta: - ¿Todo bien señorita Gaitán? - Todo bien señor Salamanca. Como todos los días, el señor Salamanca alza su cabeza y me mira de arriba abajo a través de sus gafas. Estaciona sus ojos en mis manos, que en ese momento están guardando unas facturas en sus sobres. - Debería cuidar vd. sus uñas señorita. Para atender un público tan selecto no están demasiado presentables. - Lo haré señor Salamanca, no me ha dado tiempo. - El tiempo para el cuidado personal es imprescindible, señorita Gaitán; más aún cuando se atiende un público tan selecto. ¡Que tío más pelmazo con el público tan selecto! Cuando llega la hora del descanso, y como la mayor parte de los días, me como un bocadillo y aprovecho para ir a hacer la compra. Voy siempre corriendo, camino del supermercado, paso por una perfumería grande y llamativa que no hace mucho han inaugurado. Me acuerdo de mis uñas y entro decidida a comprar un bote de esmalte. - ¿Qué desea usted? 24
Marta se realiza
- Un bote de esmalte de este color- y muestro mis manos un poco avergonzada. - Pues ese color precisamente no lo tenemos, en verdad no se hace ya, es un poco antiguo. Tenemos una gama de última moda, que además, viene con la barra de labios del mismo tono. En la oferta entra una sombra de ojos al 50% de su precio. - Pero yo... - Lléveselos, esta sombra con el color de sus ojos le quedará preciosa. Y debería ponerse una crema para esas arruguitas que le están saliendo; si las controla ahora no va a notar el paso de los años. - Es que yo sólo quería... - Esta se la pone cada mañana antes del maquillaje. Y esta otra para el cuello y el resto de la cara. - Es que yo no utilizo maquillaje. - Ahora comprendo su cara de cansancio, y sin una hidratación adecuada le hacen aparentar mucha más edad. Este maquillaje es hidratante así que al mismo tiempo que le ilumina el rostro se lo mantiene hidratado. - Mire, este botecito es para revitalizar las uñas, veo que las tiene usted cortas, pues bien, este líquido le da dureza, y no se le partirán fácilmente. Esto es un regalo de la firma. - Pero si yo sólo... - No lo dude más señora, parecerá usted mucho más joven y perderá ese aire de cansancio que tiene su cara. ¿Aire de cansancio? Lo que tengo es un cansancio de plomo, no de aire. - Le he puesto este colorete que va de oferta con el maquillaje. - Mire señorita, me paso el día de pié, me arden las plantas, tengo mucha prisa, así que por favor... - Para el cansancio de las piernas le viene ideal esta crema, debe dársela con un pequeño masaje siempre hacia arriba, notará el alivio en media hora y para sus doloridos pies esta que ve aquí; se la pone después de un baño muy caliente, masajeándosela por todo el pie, no sólo por la planta. Es milagrosa. Yo no sé si me cogió en la hora tonta, si mi cansancio ya no me 25
Marta se realiza
dejaba pensar ni articular una palabra más... lo cierto es que salí con una bolsa muy artística llena de un montón de frasquitos que no sabía cuándo puñetas los iba a utilizar. Pagué con la tarjeta y me fui corriendo, como siempre, hasta el súper, pero cuando iba a entrar, miré el reloj y me di media vuelta pues me quedaban doce escasos minutos para volver al trabajo. Cuando por fin llegué a casa, ya estaban los chicos pegados al televisor, después de un rato de disputas, que si primero tú, que si yo fui la primera ayer, metí en un baño a cada uno y me dispuse a seguir corriendo. El papá en el salón ante otro televisor, era sordo, ciego y mudo para todo lo que no fuese el partido que estaban retransmitiendo en esos momentos. Me puse en faena: poner la lavadora, preparar la cena, la comida para mañana, regar las plantas, ordenar un poco la casa, recoger un sin número de vasos repartidos por todas partes, sacar la ropa de los cuatro para el día siguiente, rellenar unos impresos del ayuntamiento para solicitar campamento para los chicos, limpiar los zapatos, tirar la basura y... y... y... Entré en mi cuarto muerta de sueño, hacía mucho que todos dormían, encendí la lamparita de noche para no despertar al señor "ronca-alto", volqué la bolsa y me puse a repasarlos... Ante mis ojos casi cerrados, un montón de frasquitos con tapones a cuál más artístico. ¿De dónde se saca el tiempo para utilizar todo esto?, me pregunté. Se los regalaré a mi hermana, que como está soltera, tiene tiempo para todo. Fui guardándolos uno a uno otra vez en la bolsa: leche desmaquilladora, tónico para después, crema hidratante de noche, crema hidratante de día, sales para el baño de pies, crema masaje para piernas y pies, crema antiarrugas, leche corporal, barra anteojeras, sombra de ojos, barra de labios de última moda, endurecedor de uñas, mascarilla para las pestañas... lo que no veía por ninguna parte, era la maldita laca de uñas que fui a comprar.
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Una oportunidad Hoy me he encontrado con una sorpresa en el trabajo. A los chicos les dan las vacaciones este jueves, y el viernes tienen la entrega de notas y una pequeña fiesta. Ellos han insistido en que vaya a verlos, que tienen un teatrito y participa la chica en él. Desde anoche estoy dándole vueltas a la cabeza y maldiciendo el no tener el don de la omnipresencia que me sacaría del atolladero. Cuando llega el Sr. Salamanca, como todos los días, le comento mi deseo de hablar con el jefe de personal. Me contesta que no estará en unos días, pues está seleccionando personal para el nuevo hotel que se inaugurará en la costa en breve. - ¿Puedo servirle en algo, señorita Gaitán? Le miro, lo suficiente para quedar convencida de que no me sirve para nada, y decido ir a ver al director por mi cuenta. Le comento a mi compañera que me voy a ausentar unos minutos y me encamino al despacho de dirección. Toco con los nudillos y cuando oigo: "adelante", abro la puerta y entro. - ¿Dígame? -me pregunta sin levantar los ojos de unos papeles. - Sr. Director, querría pedirle permiso... Entonces levanta la vista y al verme me responde: - ¡Ah! Marta es usted... ¿Qué sucede? - Pues verá usted: mis hijos tienen la entrega de notas el viernes, tienen una fiesta y me han pedido si puedo acompañarlos; esto sería en la tarde... - A ver, ¿quién está esa tarde? Ya sabe que los viernes hay mucho movimiento. - Sí, pero en la mañana estaré, seguiría sin descanso hasta las 4. - Bueno Marta, tómese la tarde libre, ya buscaré alguien que la sustituya. Y ya que está aquí le quiero comentar algo. 27
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- Usted dirá... - Ya estará enterada de la inauguración de nuestro nuevo hotel. Necesitaremos parte del personal de aquí para que ponga al día al nuevo contratado para aquel. Reuniré mañana a todos para ver con quienes puedo contar. Me gustaría que usted, que lleva ya tiempo con nosotros y conoce nuestras costumbres, fuese una de ellas, pero comprendo que la familia puede ser un impedimento. Iría como ayudante de Jefe de Relaciones Públicas. Esto es una subida importante y además con estancia y manutención en el hotel, ¡claro! Más un suplemento por desplazamiento. Me gustaría que lo pensara al menos, sólo serían un par de meses y podría librar algún fin de semana y venir a pasarlo con la familia. - Piénselo Marta, es una buena oportunidad. - Lo pensaré Don Manuel, aunque... - Piénselo, piénselo... - Buenos días don Manuel y muchas gracias. Y yo, obediente, me puse a pensar y pensar todo el día en su oferta. Al principio me pareció imposible, pero a medida que pasaban las horas iba haciéndoseme más factible. Llamé a mi hermana y se lo conté. Me dijo que me mataría como no aceptara. Que los niños estaban de vacaciones y que la abuela, nuestra madre, estaría encantada de llevarlos al campo con ella ese tiempo. Cada vez lo estaba viendo menos problemático. El único punto sería Ramón, mi marido, ¡con lo comodón que era! Se lo diría cariñosa y melosa de forma que no tuviese más remedio que aceptar: "Cariño tengo un problema y no sé cómo resolverlo. Dime qué te parece que haga". Y le iría refiriendo el hecho para acabar preguntándole su parecer, esto les infla y se sienten convencidos de que necesitamos su aprobación. Pero... ¿y si dice que no? Mejor será entrarle dándolo por hecho: "Mira cariño: me trasladan a la costa para la inauguración del nuevo hotel, será sólo un mes o dos, en tanto aprende el nuevo personal que han contratado. Vendré algunos fines de semana. De los niños no tienes por qué preocuparte, se quedarán con mi madre, se los llevará al campo, ya sabes cuanto les gusta a ellos estar en la finca". De todas formas será una lotería y no tengo ni idea cómo reaccionará. Hacía mucho tiempo que no tenía ni voz ni voto para nada. 28
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Poco a poco había ido perdiendo mi capacidad de decisión, hasta el extremo de no saber nunca qué hacer en un momento determinado. Tampoco me atrevía a preguntarle mi parecer, porque esto equivalía a una serie de calificativos, de los que estaba más que cansada de oír. Así, casi sin darme cuenta, la vida se me había convertido en una monotonía insoportable que mitigaba gracias al trabajo. Muy de tarde en tarde me daba cuenta de que, desde que me casé, nunca había estado unos días sola sin el director de orquesta marcándome las pautas y los tiempos... Quizás por eso estaba tan nerviosa que, sin ser muy consciente de ello, daba la sensación de que iba a cometer un hecho delictivo. Al llegar a casa, me fui al cuarto a ponerme cómoda. Di una pequeña patada en el aire para quitarme el zapato: tras dar dos vueltas, quedó al revés. No sé por qué me vino a la mente la imagen del torero cuando tira la montera después de brindar y ésta queda boca arriba. Es señal de mala suerte y a veces extienden el capote como probándolo y lo arrastran hasta dar la vuelta a la montera. Yo quise hacer algo parecido y alcé la otra pierna, tirando el otro zapato y apuntando sobre el primero. No sirvió de mucho, ni lo rozó, pero éste si quedó al derecho. Así pues, me dije que tenía un 50% de probabilidades de salir victoriosa. Durante la cena les pregunté a los chicos si les apetecería pasar unos días en el campo con la abuela. Contestaron gritando. - Sí, sí, qué guay. ¿Cuándo, mami? - Os llevaría el sábado, pues yo voy a estar fuera unos días. El padre miraba el televisor, y como siempre, sordo, mudo y ciego, no se había enterado de nada, sólo una mirada furibunda cuando gritaron y ya está. Cuando los chicos se fueron a la cama, me dispuse a abordar el tema. - Cariño, quiero decirte algo. Se levantó y me miró como si fuera una aparición. - ¿Qué te ocurre ahora? - Nada, es que... voy a estar unos días fuera. - ¿Cómo dices? - Pues que se inaugura el hotel de la costa y el director me ha propues29
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to ir un tiempo para preparar al nuevo personal. Voy con muy buenas condiciones y sacaremos un dinero extra para la obra que queremos hacer en la cocina y en los cuartos de baño. - Pues le dices que no, que tú tienes una familia. - Ya lo he arreglado, Ramón. Los chicos se los lleva mi madre al campo, ya sabes cuánto les gusta y... - ¿Y yo... ? - Tú eres mayor y puedes arreglártelas bien, además puede venir un día a la semana la asistenta que hemos llamado algunas veces. - ¡Tú estás loca! ¿Cómo crees que después de trabajar puedo ponerme a hacer la comida? - Yo la hago todos los días y no me pasa nada. - Esa es tu obligación, y la mía velar por la familia. - Yo también velo por la familia; puedes comer fuera esos días, será sólo un pequeño problema. No me dio tiempo a reaccionar: me miró con los ojos tan abiertos que parecían iban a salírseles de las órbitas, alzó la mano... y ¡plas! Caí sobre un lado del sofá con un dolor tremendo en la nariz y en la boca. La cara me ardía. Me llevé la mano a la nariz y me di cuenta que estaba sangrando. Fui al cuarto de baño a lavarme y a tratar de cortar la sangre. En el espejo me vi el labio reventado. Una rabia sorda me invadió. No era la primera vez que esto sucedía, esto venía de largo. Él se asomó a la puerta y dijo: - Lo siento, sabes que te quiero y no deseo hacerte daño, pero tú siempre me provocas -dijo mientras me pasaba una mano por la cabeza. Es cierto, pensé, me quiere pero yo siempre le provoco. A veces no sé ni siquiera pensar. He oído tantas veces lo mal que lo hago todo que, cada vez que tenemos un encontronazo, por desgracia también cada vez más frecuentes, no puedo evitar preguntarme una y otra vez en qué me he equivocado. Tantas que lo primero que se me viene a la cabeza es precisamente eso: me he equivocado en algo, y como consecuencia, asumo una vez más que la culpa es mía y que eso le provoca.
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Regalo de Reyes Alargué el brazo y anulé la alarma del despertador. Llevaba mucho tiempo despierta y había dormido a ratos con tremendas pesadillas. Siempre que tenía pesadillas eran en torno a momentos vividos similares al de anoche. Había uno que lo tenía grabado de una manera especial y nunca faltaba. Fue una víspera de Reyes; había llevado a los chicos a ver la cabalgata; después de llegar a casa, cenaron y se acostaron prontito. Ramón salió temprano aquella tarde y era más de la una y aún no había regresado, por lo que me fui al salón a preparar los regalos. Envolví algunos que faltaban, los coloqué en la mesa grande que previamente había sembrado de caramelos, y me puse a inflar globos que iba soltando por todo el salón. Sólo quedaba poner los cartelitos a los regalos, función exclusiva de Ramón, ya que, según él, y a pesar de mis tres años de derecho, no sabía escribir. Estaba sopla que te sopla cuando llegó. Le comenté que sólo tenía que poner los nombres a cada paquete. - Estos de aquí son de la nena, los de la izquierda son del chico, aquí están los tuyos y éste es el mío - dije señalando un sobre con un pañuelo que me había comprado. Todos los años me tocaba decidir los regalos y comprarlos, aunque siempre había algo que hacía mal, según él. Observé que se ponía a desenvolver un paquete y le pregunté qué hacía. Me contestó que como estaba tan loca, igual había puesto los de la nena para el chico. - No, no estoy tan loca, los he elegido, los he comprado y los he envuelto yo... como siempre, ¿aún crees que no sé qué es cada uno? - Eso es cosa de las madres. 31
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- Es cosa de ambos y si no te fías de lo que hago, haber venido antes. Me cogió de la muñeca tan fuerte que me hizo daño. - ¿Quién te crees que eres para decirme a la hora que tengo que llegar? - Yo no te he dicho a la hora que tienes que llegar, sólo que si no te fías de lo que hago, lo hagas tú. - Eres mi mujer y me debes respeto, procura no olvidarlo. Levantó el brazo, y vi su puño cerrado que se me venía, no me dio tiempo a nada. Sentí el impacto en el ojo. Fue un dolor tremendo, creí que el ojo me había estallado. Me puse la mano y salí corriendo al baño para echarme agua fría. Al volverme, en la puerta del salón estaba mi hijo. No sé qué tiempo llevaría allí y si había presenciado la escena. Corrió hacia mí y se abrazó a mis piernas. - Cariño, vete a la cama, es muy tarde. Me puse hielo, pero no sentía alivio alguno. Al día siguiente, después que los chicos vieron sus regalos y desayunaron, me vestí para ir a urgencias, ya que no podía abrir el ojo y lo tenía ensangrentado. Al salir el chico dijo que se venía conmigo; no tenía ganas de discutir y me lo llevé. Tomé un taxi y fui al centro más cercano. Cuando el médico me estaba examinando, me preguntó qué me había pasado. - Un balonazo, respondí. Mi hijo miró al doctor y muy serio dijo: - No, no ha sido un balonazo, ha sido un puñetazo de mi padre. El médico se me quedó mirando y respondió. - Señora, no se hace ningún bien ocultando la realidad. Deberá ir a revisión cada cinco días hasta asegurarnos que no existe una lesión más seria. Además estoy obligado a dar parte, lo sabe usted, ¿verdad? Aquel mediodía Ramón se presentó con un gran ramo de flores. Cinco días después me llegó una citación de la comisaría, pero no me presenté. Tenía un pánico tremendo. ¡Estoy tan cansada! 32
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Siempre que estoy en casa ando de un lado para otro sin parar, pero sin dejar de darle vueltas a lo que se ha convertido mi vida. Es una inquietud que no me abandona nunca. Quiero salir de este estado, pero no sé cómo. Cada día me siento más hundida, más inútil, más nada. Sólo me sostiene una cosa: mis hijos. Este hecho volvía a revivirlo cada vez que tenía alguna pesadilla, y a veces despierta se me colocaba en la cabeza y no había manera de desecharlo. Malditas las ganas que tenía de ir a trabajar esta mañana, pero menos eran las de quedarme en casa. Dejé el desayuno preparado como cada día y una nota donde explicaba que había ensalada en el frigorífico y en el horno tortilla de patatas y filetes empanados. No quería que el padre tuviese que preparar nada. Les añadí en la nota que a las cinco estaría en casa para llevarlos a la fiesta. Me metí en el baño con la bolsa de la perfumería dispuesta a tratar de disimular al máximo el moratón de la nariz y la hinchazón del labio. Me puse el maquillaje luminoso, espesándolo donde tenía el golpe, me retoqué con los coloretes, y, ya puesta, pues... la sombra en los ojos, el rímel, y, ¿cómo no?, ese color de última moda en los labios. ¡Ajajá! Ni yo me reconocía. ¡Qué pestañas!, ¡qué ojos!, ¡qué labios!, pero si parecían los de Yola Berrocal tan hinchaditos. ¡Al final iba a tener razón la dependienta! Me encontré tan atractiva, que me dediqué un guiño desde el espejo. Al no tener que llevar a los chicos al cole, tenía tiempo de sobra, así que desayunaría fuera. Me ajusté las gafas de sol, ¡qué gran invento! Y salí de casa sin dar portazo ni decir hasta luego. Al llegar al hotel, como faltaban unos veinte minutos, me dirigí a la cafetería aún sin cambiarme. Para el trabajo utilizábamos una falda azul, blusa blanca y chaqueta a juego con el escudo del hotel. Me senté en una mesita y enseguida llegó Manolo, uno de los camareros. - ¿Qué va a tomar la señora? 33
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- Café con leche y croissant, Manolo. - ¡Señorita Marta! No la había reconocido, perdone, está usted preciosa. ¡Pues no que me sentí hasta bien! Fui a cambiarme y me dispuse a trabajar. Mi compañera me llenó de piropos, y lo más gracioso fue cuando llegó el Sr. Salamanca a su revisión diaria. - ¿Todo bien seño...rita... Gai... tán. - Todo bien Sr. Salamanca. ¿Le sucede algo? - No, no, estaba distraído. Con mi sonrisa más irónica le pregunté: - ¿Cree usted que estoy correcta para atender a este público tan selecto? - Por supuesto, está usted... está usted... Se marchó sin terminar la frase y colorado como un pavo. Y yo no sé por qué me sentí contenta y con ganas de reír. ¿Será que estoy de verdad loca? Bueno, loca no, pero sí un poco tocada. Tocada es como me gustaría estar, ¡qué puñetas! Pero de otra manera. A pesar de mis cardenales, no he tenido mala jornada hoy. Creo que debería pintarme un poco todos los días. Me ayudará a sentirme mejor. No cabe la menor duda que el aspecto físico influye en el ánimo, ¿o es al revés? No lo sé. La verdad es que cuando tienes el ánimo mal, no tienes ganas de nada, y mucho menos de ponerte a pintarte. Luego cuando te ves tan demacrada, con las ojeras rodeando tus ojos por la falta de descanso, por haber dormido poco y mal, todavía te vienes más abajo. Es la pescadilla que se muerde la cola ¿Pero qué aliciente vas a tener para maquillarte cada mañana?. Cuando tienes veinte años no te hace falta maquillaje alguno, pero cuando pasan los años y has remontado los cuarenta, tienes que retocarte un poco para disimular algo las incipientes arrugas que el paso de los años no te ha perdonado. Por supuesto, ésta es la teoría con la que estoy totalmente de acuerdo; otra cosa es la práctica.
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Isabel Llegué a casa mucho antes de la hora prevista. El director había pasado por recepción a las tres y pico, y, al verme, me dijo que me marchara. Afortunadamente, el padre ya no estaba en casa, así que tranquilamente me puse a vestir a la nena. En el teatro, hacía de mariposa, y salía colgada del techo. El traje me había costado tres noches de insomnio. Lo más difícil fueron las alas. El contorno era un alambre y luego forradas con un tul brillante y casi transparente con una serie de figuras geométricas en colores, simétricas, que le había pintado. Tenían unas cintas para sujetar en los brazos y darle movimiento. Unos leotardos rojos y un gorro con dos antenas rematadas con sendas bolitas, completaban la vestimenta. Tengo que confesaros una cosa... No es porque yo sea su madre, ¡pero estaba preciosa! Nos metimos en el coche. Juan Ramón estaba más nervioso que su hermana. Cuando llegamos al colegio, la nena quiso que le colocara las alas antes de entrar, pues en el coche no podía sentarse con ellas puestas. El colegio tenía un patio en la entrada y a la derecha de la puerta principal, había otra que daba acceso al salón de actos donde se celebraban todos los acontecimientos importantes. Dentro ya del colegio, existía otro patio muy grande, bordeado por una galería con columnas. En esa galería, dos puertas daban acceso al salón: una directamente al patio de butacas, y la otra comunicaba con una sala espaciosa donde se preparaban los que iban a salir al esce35
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nario, ayudados por los profesores, autores del evento. Estaba todo repleto de familias con sus hijos. En el salón, el director fue nombrando a los alumnos por cursos, entregando al padre o madre las calificaciones finales. Recogí la de mis hijos, que eran estupendas, y me salí fuera a fumarme un cigarrillo. Sentí de pronto que alguien me abrazaba por la espalda. Al volverme, me encontré con mi antigua compañera de carrera y amiga de siempre: Isabel. - ¡Qué alegría Isabel!, ¿cómo estás? - Bien, ¿y tú? Te he llamado cientos de veces y no dabas señales de vida nunca. - El trabajo, la casa, los niños; ya sabes. - ¿Ha venido Ramón contigo? - No, estamos de malas. - ¿Y cuándo no? No sé por qué no lo mandas a freír monas. - Cualquier día, aunque ya sabes el miedo que le tengo. - Razón de más. Isabel había sido mi compañera de estudios y mi confidente después. Yo tenía el proyecto de terminar la carrera antes de casarme, pero a Ramón le entraron las prisas al poco tiempo de morir su madre. Me aseguraba que después de casados la terminaría, pero enseguida empezó a poner pegas, y a decirme que no me hacía falta por lo que acabé por dejarla a mitad del cuarto año. Al principio seguía viéndome con Isabel y los amigos, pero a Ramón no les caían bien y fuimos espaciando cada vez más los encuentros, y cuando al cabo de unos años vinieron los críos, terminamos por vernos solamente una o dos veces al año. Isabel se había casado con Rafa, otro compañero dos cursos mayor que nosotras, y juntos montaron un despacho, que al parecer, les iba estupendamente. Me habló de la pandilla, de Esteban, que siempre le preguntaba por mí. "Ya sabes cómo estaba de colado por ti", me dijo. Yo le conté mis últimos acontecimientos, incluidos el traslado a la costa y la trifulca que 36
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habíamos tenido a cuenta de ello. - ¿Y vas a ser capaz de perder esta oportunidad también? - Estoy hecha un lío, no sé qué hacer. - ¿Qué no sabes qué hacer? Ni se te ocurra dejar de ir. - No sé, Isabel, es capaz de matarme. - A ver cuándo te decides de una vez y pides la separación. - Lo estoy considerando, pero sé que él me quiere. - ¡Anda, no digas tonterías! Si tú supieras la cantidad de mujeres que pasan por mi despacho, casadas con hombres que las quieren mucho, pero que las cosen a tortas. Es el típico agresor dominante que luego viene con los perdones y con el rollo de que no va a pasar más y el consabido regalito. - Vamos para dentro, esto está a punto de empezar - dije por cortar el tema. - Sí, te llamaré y no te voy a dejar en paz hasta que no te espabiles. Isabel me había dicho cientos de veces que debería tomar una decisión. La decisión estaba más que tomada, pero no tenía valor para ponerla en práctica y afrontarla. Por un lado, el miedo a Ramón, al que creía capaz de cualquier cosa en un momento de arrebato; y por otro lado, estaba mi falta de decisión para hacer algo que saliese fuera de las pautas marcadas para el cotidiano "dejar pasar las horas de cada día", que era lo que hacía; sobrevivir nada más. Entramos en el salón y Rafa nos hizo señales para que nos sentáramos donde él estaba. A los pocos minutos se levantó el telón. Allá, colgada del techo y moviendo sus vistosas alas, estaba mi hija. Se lo dije a Isabel y me contestó que el suyo era el hongo amarillo de la derecha. Miré alrededor y vi que la mayoría de los asistentes eran parejas o familias enteras, me dio la sensación de qué la única que estaba sola era yo. Un nudo en la garganta me atenazaba, mientras dos lagrimones se perdían mejilla abajo hasta mi hinchada boca. Cuando todo terminó, nos despedimos con la promesa de llamarnos y yo me fui a casa. Cenamos y me puse a preparar el equipaje de los chicos para el 37
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día siguiente. La nena no quería quitarse el traje para que la viese su padre, pero a las once estaba muerta de sueño y como no había venido aún, accedió a acostarse. Yo terminé tardísimo y me acosté también. Instintivamente pensé: ¡Ojalá no venga! Pero vendría, más tarde o más temprano, vendría. Estos momentos, cuando todo estaba tranquilo y podía pensar, eran los mejores momentos de cada día, ¡pero eran tan escasos! Yo necesitaba esos momentos para mí, eran los únicos que dedicaba enteramente a mi persona. Sentarme en el salón y fumar un cigarrillo antes de acostarme, era algo primordial que sólo podía hacerlo cuando estaba sola. En mi cabeza confeccionaba un sinfín de planes, todos sueños irrealizables, que empezaba por romper esta cadena que me tenía atada y que me dejaba sin movimiento alguno, y a veces me impedía hasta respirar. Por eso, mi viaje a la costa era como un poquito de sueño hecho realidad, y creo que lo tengo bien ganado y merecido.
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Y dije que me iba Apenas eran las nueve de la mañana, y sonó mi móvil. Era mi hermana. Salí corriendo al salón, más que por no despertar a Ramón, para que no se enterara de la conversación. Me dijo que a las diez estaría en casa y que si me venía muy mal, ella se llevaría a los niños al campo y así me dejaba más tiempo para preparar mi equipaje. ¡Claro que me venía bien!, me había dedicado al equipaje de los chicos y con el mío aún no había comenzado. Los llamé para que se fuesen preparando. Estaban como locos de contentos. Ramón entró en la cocina cuando aún estaban desayunando. - ¿A qué viene tanto alboroto esta mañana? - ¡Ay papi! Es que nos vamos con la abuela al campo, -dijo la nena. - Nos lo dijo mamá en la mesa el otro día, -terció el chico. - Sí, sí, tú estabas papi, ¿no te enteraste? No dijiste nada. - ¿Y si yo digo que no? - No, papi, ¡porfa! -los ojillos le brillaron ante la posibilidad de no ir. - Esto pasa porque vuestra madre no os inculca el respeto que se le debe a un padre. Quiere irse de pingoneo por ahí, ¿es qué no os lo ha dicho? - No va de pingoneo papá, va a trabajar, -defendió Juan Ramón. - En esta casa todo el mundo hace lo que le viene en gana y la figura del padre es meramente decorativa. Y dirigiéndose a mí dijo: - Te vas a acordar de esto. - Luego hablamos si quieres -le contesté. Él dio media vuelta y salió de la cocina. Mi hermana se presentó, como anunció, a las diez. Los chicos estaban ya impacientes esperando y con todo preparado. Le puse un café y hablamos un poco mientras lo tomaba. En ese momento entró 39
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Ramón y por saludo le dijo: - Tú eres la que le metes a tu hermana en la cabeza estas ideas tan descabelladas. - Marta es mayorcita y sabe lo que tiene que hacer, aunque no lo haga muchas veces, por ti precisamente. - Tú lo que debes hacer es no inmiscuirte en nuestro matrimonio. - Yo no me meto para nada en vuestro matrimonio, siempre que tú te comportes como debes... y punto. No quiero seguir hablando, pues quizás se me pueda escapar algunas cosas que no te gustaría oír. - ¿Pero qué dices? - Lo que oyes... tú sabes muy bien a que me refiero. Ramón dio la vuelta y se marchó murmurando por lo bajo y con un cabreo imponente. Cuando se marchaban les dije a los chicos que fueran al salón a despedirse del padre. Después, montaron en el coche de mi hermana y se marcharon. A mi se me humedecieron los ojos. Iba a estar algún tiempo sin verlos y no estoy acostumbrada a separarme de ellos. Para no pensar, me enfrasqué de lleno en preparar mi equipaje, ya que aún no había decidido la ropa que me llevaría. Mi hermana era más pequeña que yo. Estudió idiomas y al mismo tiempo hizo diseño, y cuando terminó puso una boutique de ropa y complementos. Asistía a todos los desfiles habidos y por haber, pues mantenía relaciones con las mejores firmas del mundo. A mí me tenía perfectamente vestida, estaba siempre regalándome modelitos y demás, pues me comentaba que eran del muestrario, aunque yo tengo mis dudas. Gracias a ella yo tenía un ropero de lo más surtido. Terminé casi a medio día. Me fui a la cocina a preparar algo de comida, y en ello estaba cuando apareció Ramón. Por su cara deduje que tenía ganas de guerra, por lo que me preparé mentalmente. - ¿Así que te vas por encima de todo? - Por encima de nada: me voy a trabajar. - ¿Y si yo digo que no? - No tienes ningún derecho a ello. - ¿Qué no tengo derecho, qué no tengo derecho? ¡Soy tu marido! - Ya sé que eres mi marido, tengo demasiadas marcas para olvidarlo. 40
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- ¡No haces más que provocarme! - No, no te provoco, esa es tu justificación cada vez que me cruzas la cara. - Estás tú muy rebrincada hoy, se nota que has hablado con tu hermana. Bien: tú vete, pero atente a las consecuencias. Había ido subiendo en tono cada vez más y estaba encolerizado. Me armé de valor y, con voz serena, le respondí: - No me amenaces, Ramón, estoy cansada, muy cansada de tus amenazas, de tus voces, de tus golpes. Creo que nos va a venir bien a los dos estar un tiempo sin vernos. Ya hablaremos a mi vuelta, pero si tú no cambias, yo no estoy dispuesta a continuar así. Eso de: "te vas a acordar", "te vas a arrepentir", "te prevengo", "no te tolero", "no te consiento", "no te permito"... eran las frases más oídas en mis últimos años. Frases que me dejaban muda la mayoría de las veces. No sé de dónde saqué los redaños esta vez para plantarle cara y contestarle como lo hice. Yo no sé si mis palabras le había frenado, el caso es que se dio la vuelta y se marchó. Recordé las muchas veces que Isabel me había dicho que esta clase de hombres, se crecen y apoyan su fuerza en el miedo que saben despiertan en la pareja, pero que si te echas un poco para adelante, le plantas cara, si ellos no te ven acobardada, se vienen abajo. La verdad es que nunca me había atrevido a hablarle así y os aseguro que estaba bastante serena. Comí algo y dejé la mesa preparada por si quería tomar alguna cosa, pero no le llamé. El director me había dicho que me tomara el sábado y domingo para mi traslado, pero que el lunes en la tarde me quería allí, que él se iría el domingo. Tenía tantas ganas de salir de casa que me marcharía ya mismo y disfrutaría el fin de semana allí, como un turista. Bajé el equipaje al garaje, lo dispuse en el coche y subí de nuevo a despedirme. Estaba comiendo en la cocina; me acerqué y le dije que me iba e hice ademán de darle un beso. No se movió, sólo me dijo con un tono irónico: "Que te diviertas mucho". Cuando salí del ascensor, se me acercó Rosario, la portera. Hacía mucho tiempo que habíamos puesto el telefonillo en la puerta de entrada, pero la comunidad no había querido despedir a los porteros 41
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pues llevaban muchos años, así que su misión, además de cuidar las partes comunes del bloque, se reducía a supervisar las entradas y salidas de los vecinos. Ella sabía perfectamente toda la vida de cada uno y siempre que salías del ascensor, estaba limpiando el polvo a los buzones, que no por ello estaban más relucientes. - ¿Se van ustedes de vacaciones? He visto salir a sus hijos esta mañana. - Buenas tardes, Rosario. Mis hijos sí se han marchado de vacaciones, yo voy a trabajar. - ¡Ah! como la veo con equipaje... - Porque voy fuera. Hasta la vuelta Yo quería cortar la conversación pero ella siguió. - ¿El señor no va con usted? - No, Rosario, el señor tiene trabajo todavía y, si me permite, tengo prisa. - Perdone, doña Marta, y tenga usted buen viaje. Al día siguiente, toda la comunidad sabría que me había marchado de viaje, sin mi marido, que mis hijos habían ido por otro lado. ¿Y a mí qué me importaba? Salí por fin y me dirigí a la carretera que me llevaría a la libertad, al menos unos días. Cuándo ya tomé la autovía, solté un grito con todos mis pulmones: ¡Jiuuuuuu, estoy respirando!. Puse la radio, justo en ese preciso momento estaba sonando la canción de Pasión Vega: "María". "... Recuerda la primera vez que él le juró que fue sin querer y en los hijos que vivieron prisioneros de su miedo. María soñaba con ser la princesa de los cabellos de oro y boca de fresa. María se fue una mañana María, sin decir nada. María ya no tiene miedo, María empieza de nuevo... "María, yo te necesito", María escapó de sus gritos. Se bebe las calles, María, María..." 42
¡Dios mío que ojos! Don Manuel, el director, me había explicado cómo llegar al hotel. Además, tenía una tarjeta de propaganda del mismo, donde, al dorso, venía un plano muy completo, por lo que no me costó ningún trabajo encontrarlo. A la entrada, una gran puerta de hierro daba acceso a un enorme jardín, y al fondo estaba la puerta principal del edificio. Al cruzar la cancela, un guardia de seguridad se me acercó. Le enseñé mi tarjeta de identificación del trabajo y me dijo que ya le habían anunciado mi llegada. Me indicó la puerta del garaje para dejar el coche; y me dijo que lo aparcara en la parte que ponía "Personal". Él iba a avisar a un botones para que bajara por mi equipaje. Le di las gracias y bajé al aparcamiento. Efectivamente: en la parte izquierda había una serie de plazas con rótulos que ponían "Personal". Apenas salí del coche, ya estaba allí el botones; era un chaval jovencito con ojillos picaruelos. - Bienvenida, señorita Marta, yo soy Raúl, para lo que necesite. - Encantada Raúl, espero que seamos buenos amigos. Sacó el equipaje y me precedió hacia un ascensor que me dejó en recepción, donde una señorita uniformada me dio la bienvenida y me dijo que D. Manuel había adelantado su viaje y ya estaba en el hotel. Había dado orden de que se le avisara de mi llegada. Le comenté que primero quería instalarme y que luego bajaría. Subimos a la habitación, en la sexta planta. Raúl me abrió la puerta, dejó las maletas, abrió las cortinas, y la puerta del baño, encendió las luces y me deseó feliz estancia. Yo tomé de mi bolso unas monedas y se las ofrecí, pero él muy digno dijo que entre compañeros, no. Tomé su mano y se las puse en la palma diciéndole "Chissss, sólo por esta vez y sin que nadie se entere". 43
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Me dedicó una sonrisa y se marchó. Cerré la puerta y me tiré en la cama, ¡sí, me tiré! Me parecía estar viviendo un sueño. Por mucho trabajo que tuviera, el estar en aquel hotel, sin guisar, sin poner lavadoras, sin fregar trastos... y sobretodo sin Ramón, era ya más que suficiente para sentirme estupendamente. La falta de los chicos era lo único negativo. Pasó un instante hasta que me asomé a la terraza; daba al jardín de la entrada; por la parte derecha, y asomando un poco la cabeza, se veía el mar. Era comprensible, las habitaciones con vistas al mar eran para los clientes, pero la vista que yo tenía era también preciosa. De vuelta al interior, me afané en colocar cada cosa en su sitio y a colgar los vestidos. El cuarto de baño estaba adornado por un gran espejo bordeado por dos armarios, también con puertas de espejos, y estantes de cristales. Allí coloqué las cosas de aseo en uno, y en el otro... ¿Queréis saber qué puse en el otro?, muy sencillo: todos los frasquitos de la famosa bolsa de la perfumería; me di una ducha, me cambié de vestimenta dispuesta a saludar a mi jefe. Llamé a la recepcionista y le dije que bajaría en un instante. Cuando llegué abajo, ya venía Don Manuel hacia mí. Me saludó muy cariñosamente, me dijo que no me esperaba hasta mañana o el lunes, y que me iba a presentar al Jefe de relaciones Públicas, con quien iba a trabajar. Tomamos por un pasillo, detrás de la recepción, donde había una serie de puertas con diferentes rótulos, y me fue explicando: "Ésta es la del director, que no está en este momento. Ésta siguiente es la de su secretaria. Éste es mi despacho"... y así me fue diciendo de cada puerta, aunque no hubiera hecho falta pues en cada una de ellas estaba la placa indicativa. - Mañana habrá una reunión de todo el personal para conocernos, ahora sólo te presentaré a tu compañero de trabajo. No sé por qué se me vino la imagen del Sr. Salamanca, y pensé que todo no podía ser tan positivo. Llamó a la puerta y, al oír: "pase", abrió y me franqueó la entrada. El Jefe de personal ya se había levantado y venía hacia nosotros. ¿Os ha pasado alguna vez esto que os voy a contar? De buenas a primeras os cruzáis con un hombre cualquiera, camarero, depen44
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diente, revisor... y el pensamiento os ha gritado ¡Dios mío que tío más guapo!. Pues eso fué lo que ocurrió cuando Don Manuel dijo: - Alberto, ésta es Marta, una mujer que vale mucho, cuídamela que sólo os la voy a dejar un par de meses, ni uno más. Yo extendí mi mano, pero Alberto me puso un beso en la mejilla mientras susurraba un saludo de bienvenida. - Es un placer Marta, espero ser más un amigo que un jefe... Don Manuel, gracias por su préstamo, lo cuidaré como a un tesoro. Las piernas me temblaban. Era un tipo que llamaría la atención por donde quiera que pasara, y, para colmo, ¡puñetas!, hasta el nombre lo tenía bonito. - Yo os dejo -dijo Don Manuel-. Encárgate de enseñarle las dependencias. Miré la estancia sin saber dónde poner los ojos, y pregunté: - ¿Dónde me instalaré don Alberto? - Por favor Marta, si empiezas llamándome don Alberto, ¿cómo vamos a ser amigos? Y abriendo una puerta lateral me dijo que aquel sería mi despacho, y que la puerta la podía dejar abierta si no me parecía mal. - No, no me parece mal. - Siéntate, te voy a explicar en qué consiste nuestro trabajo. Me senté frente a él y no sabía dónde mirar. Me estaba hablando y por educación debía mirarle. Estaba muy moreno, y en su cabello negro le plateaban un poco las sienes. Sus ojos claros me miraban casi sin pestañear, y yo me vi de pronto hipnotizada por ellos. Creo que no me enteré muy bien de todo lo que me estaba explicando. Interiormente me estaba diciendo: "¿Dos meses?, ¡Dios mío! Me quedaría toda la vida frente a esos ojos".
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Alberto La fiesta de inauguración, fue todo un éxito. Habían sido invitados altos personajes de la política y de la jet set. Un conjunto amenizaba la noche con diferente música. En las mesas y en la barra, se habían distribuido bandejas con los más exquisitos bocados. Los camareros uniformados iban y venían sirviendo las bebidas. Las mujeres lucían trajes de fiesta que daban un colorido especial al lugar. Centros con flores adornaban todo el recinto desde la entrada. Los dos directores y Alberto recibían a las personas que iban llegando. Además de los invitados, también podían asistir los clientes que tenían reservada habitaciones a partir de este día. Más tarde, D. Manuel dijo unas palabritas sobre los servicios del hotel y agradeció la asistencia. Cuando terminó de hablar, vino hasta donde yo estaba y me invitó a bailar; muy cumplido, me dijo que estaba muy elegante. En realidad era así, me había puesto un vestido largo de color rojo, con tirantes y un gran escote en la espalda, completado con un chal trasparente de gasa blanca en cuyos extremos llevaba unas pequeñas florecillas a juego con el color del traje. Había utilizado los frasquitos de la perfumería y me encontraba atractiva. Cuando terminó la pieza, me acompañó fuera de la pista. En ese momento se acercó Alberto con una rosa blanca y me la ofreció diciendo: - Una rosa para la flor más hermosa de la noche. Le corté un poco el tallo y me la puse en el escote. - Está en el sitio ideal. ¿Bailamos? - Bailemos - dije Nos fuimos a la pista y enlazó mi cintura, y con la otra mano aprisionó la mía. Me sentía como si volara. Hacía tanto tiempo que no 46
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bailaba, ¡con lo qué me ha gustado siempre!. Me miraba a los ojos, y yo estaba algo turbada; apenas hablábamos. Cuando terminó la música, yo hice ademán de retirarme a un lado, pero él tiró de mi mano hacia sí. Cuando sonaron los acordes de nuevo, me rodeó la cintura con sus brazos, y yo crucé mis manos detrás de su cuello. No sé cuanto tiempo pasaría; dejábamos de bailar a veces para tomar algo, y era ya muy tarde cuándo le dije que quería retirarme. Me acompañó a la recepción, tomamos nuestras llaves y subimos en el ascensor. Me tomó por la barbilla y me puso un leve beso en la boca. Yo sonreí sin saber qué decir. Cuando llegamos a mi puerta, me abrió ésta y cogió mi cara entre sus manos y me volvió a besar, pero no fue ni tan leve ni tan rápido. Me separé y lo empujé en el brazo, al tiempo que me despedía. - Buenas noches, que descanses. Ha sido una linda velada. - Sí, ha sido una noche para recordar. Me temo que no me vas a dejar dormir muy bien. - Eres un guasón - le respondí. - Soñaré contigo..., hasta mañana. Se fue marchando de espaldas, me tiró un beso con los dedos y luego dio la vuelta y desapareció en su habitación. Yo cerré la puerta y me pellizqué para asegurarme que estaba despierta. Me desnudé, quité las pinturas y me acosté. La cara de Alberto revoloteaba a mi alrededor y no me dejaba conciliar el sueño. Pero estaba feliz, ¿qué era lo que me sucedía. Cuando la fruta está madura, con un pequeño zarandeo de sus ramas, o una leve ráfaga de aire, es suficiente para que ésta caiga. Cuando llevas un tiempo sin oír unas lisonjas dedicadas a tu persona, sin una sola frase que no sea de crítica; tienes tanta necesidad de cariño, de palabras amables, de sentirte alguien, que la fruta va madurando. De repente encuentras a alguien que se muestra atento, interesado por lo que dices o haces, o simplemente te demuestra un mínimo de atención, aunque sólo sea por cortesía, mera y simple cortesía; la fruta que está más que madura, cae. A la semana, sabíamos todo el uno del otro, y pocos días más tarde, parecía que nos conociésemos de toda la vida. 47
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Teníamos trabajo, pero lo mejor de todo es que pasábamos muchas horas juntos. A veces, cuando tenía que salir del despacho, se acercaba a mi mesa, me cogía la cara con una mano y me ponía un beso suave en los labios. Lo peor era que el día que yo libraba, él trabajaba, y el que libraba él, yo tenía que quedarme de guardia. A las ocho dejábamos el despacho y aprovechábamos esas horas para bajar a la playa o hacer alguna compra. No teníamos que hacer acto de presencia hasta la noche, cuando se habría el salón de baile. Aunque sólo se requería la presencia de uno de los dos, estábamos un rato juntos, y luego uno se marchaba a descansar y el otro se quedaba hasta el cierre que solía ser a las dos de la madrugada. A la mañana siguiente, al que le había tocado hacer noche, empezaba su trabajo mucho más tarde. Muchas noches que me tocaba a mí, él se quedaba también. Hablaba casi a diario con mis hijos, que estaban radiantes. La abuela le había regalado un pony a la nena y a Juan Ramón le dejaba montar un caballo. Antonio, el hijo del administrador de la finca, les estaba enseñando a montar. Me sentía enamorada como una chiquilla y empecé a preocuparme de mi arreglo personal, a ponerme las cremitas, a pintarme todos los días, a mirar y remirar la ropa que me ponía cuando me quitaba el uniforme. Ni yo me reconocía. La verdad, no sé exactamente si era amor aquella sensación que sentía. Cada lunes, desde el día de la fiesta, encontraba en mi mesa una rosa blanca; no hacía falta ninguna tarjeta, para saber de quien era. Un detalle que me encantaba. Alberto había insistido varias veces, desde la primera semana, en quedarse en mi cuarto o que yo fuera al suyo, pero no había accedido, y no por falta de ganas precisamente. Ramón se interponía una vez y otra. Las pocas veces que habíamos estado juntos, yo no estaba relajada ni tranquila, era como si sintiera unos ojos vigilando todos mis actos. Era el miedo que le tenía a Ramón, tan arraigado dentro de mí, que hasta a un montón de kilómetros me sentía atemorizada. 48
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No le había echado de menos ni un momento. Creo que el poco cariño que me quedaba, si es que quedaba alguno, se había acabado de disipar. Tenía que hablar con él antes de seguir adelante. Pero... ¿seguir adelante, de qué? Tengo que ser realista, me dije. Aquello era un bonito sueño que terminaría en unas semanas. Volvería a mi lugar de nuevo: mis hijos al colegio, y Ramón, ¡otra vez Ramón!, siempre como la espada de Damocles, encima de mi cabeza. Lo que tenía que hacer era vivir el momento y no pensar en nada más. Pero sentía una especie de remordimiento. Yo tan justa, tan enemiga de las falsedades y mentiras, le estaba poniendo los cuernos, ¡así de claro!, a mi marido; por muy hijo de puta que fuera, seguía siendo mi marido, era el padre de mis hijos. Llamé a Isabel y le conté todos los acontecimientos. Quedó en llamarme, pues en ese momento estaba con un cliente. Sólo me dijo: "La vida Marta, son tres días, vívelos, no los dejes escapar". Una noche me llevé un susto tremendo. Estaba dormida cuando el ruido de un coche me despertó, tenía la radio puesta; se escuchaba una emisora de deporte y era la que Ramón solía poner cuando conducía. Me levanté y me asomé a la terraza. Abajo, un Volvo azul como el suyo, estaba aparcado en la entrada del hotel, un poco a la izquierda de mi terraza. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue que Ramón había venido, y ya fui incapaz de dormir en toda la noche. A la mañana siguiente, el coche no estaba en la entrada; posiblemente estaría en el garaje. Pero estaba temiendo que en cualquier momento Ramón aparecería por alguna parte. Sólo le había llamado una vez, y me contestó de tan mala forma que le dejé claro que no volvería a llamar, si quería hablar conmigo, que me llamara él; afortunadamente no lo había hecho. Bajé, como si fuese una delincuente, mirando para todos lados, segura y al mismo tiempo, temiendo encontrármelo de un momento a otro.
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Visita inesperada Después de una mañana intranquila, en la que Alberto me preguntó un montón de veces qué me pasaba, se me encendió una lucecita. En la recepción estaban los nombres de todas las personas alojadas, e incluso, si utilizaban el aparcamiento del hotel, la marca y matrícula del coche. Me fui al libro de entradas y revisé las registradas desde el día anterior. A las dos de la madrugada, había llegado un tal Francisco Valdés. Su auto un Volvo azul, matrícula de Barcelona. Respiré aliviada y volví al despacho, ya tranquila. Decir que estaba realmente feliz, no reflejaría mi estado de ánimo verdaderamente. Vivía en una nube, sí, pero no se me apartaba de la cabeza la situación real. De todas formas, había aprendido algo muy importante. Había aprendido a vivir sin Ramón. Ya estaba decidida, en cuanto regresara, hablaría con Isabel para poner en marcha mi separación. No, no podría volver a vivir el infierno que venía soportando. Ni por Alberto, ni por nadie; por mí y sobretodo por mis hijos. Pero todo este arrojo y valentía, ¿no se me vendría abajo en el momento en que me encontrase con Ramón? No, no podría ser así, tengo que llegar hasta el final. Tengo necesariamente que volver a vivir en paz. Una tarde, cuando terminamos el trabajo, Alberto me dijo que quería enseñarme algo. Después de cambiarme, nos fuimos en su coche hasta una urbanización de reciente construcción, situada en primera línea de playa. Era un bonito sitio, con unos amplios jardines alrededor de la piscina, y una salida entarimada hasta la misma playa. El piso, muy amplio, tenía una gran terraza cara al mar. Estaba a medio amueblar. 50
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Después de verlo, le pregunté: - ¿Es tuyo? - Sí, me lo han entregado no hace mucho, aún le quedan retoques, como ves. - Precioso, me ha gustado mucho y está lleno de detalles. - Quiero hablar contigo. -Ya estamos hablando, ¿no? - No te salgas por la tangente. Me tomó por los brazos y prosiguió: - Te quiero, eso lo sabes de sobra, pero quisiera saber cuales son realmente tus sentimientos hacia mí. No sé cuál es tu juego, apenas hemos hecho el amor unas pocas veces, y tú siempre en tensión y como asustada. Aparte de esto, yo te he sentido ilusionada; tienes que olvidarte de tu vida, de tu pasado y empezar de nuevo, conmigo o sin mí, pero romper con todo eso que te tiene atada y que no te deja ser tú misma. - Tengo un miedo atroz, estoy completamente anulada, aún no sé cómo he tenido el valor de venir. Esto es un paréntesis en mi vida. Pero mi verdadera vida, está allí, con mis hijos. - Eso no es una razón convincente. Tus hijos pueden estar aquí igualmente, al lado de su madre, y les alejarías del infierno en que se están criando. - Ramón me mataría, tú no lo conoces. - No eres la primera mujer que se separa, ni serás la última. - Ramón no es una persona normal. - Por muy raro que sea, habla con él, dile que quieres separarte, y cuando pongas tu vida en claro, ya lo sabes, yo estaré esperándote. Fue la primera vez que hicimos el amor sin esa sensación de las otras veces, en las que me parecía que alguien estaba vigilándome. Me sentí tremendamente feliz. Aquel viernes, yo estaba terminando de preparar unos envíos. Había pasado la mañana seleccionando fotografías del hotel, y una vez hechas las copias, debían ser enviadas a distintas agencias de viajes junto con el escrito que tenía que firmar el director. Eran casi las dos de la tarde cuando Alberto entró en mi despacho; se acercó y me preguntó si me quedaba mucho. - No, todo está a la espera de la firma. 51
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- Se lo llevo al director; ve bajando al comedor, que ahora voy yo. - Te espero. - No, no sea que me demore, espérame abajo. El comedor, en la planta baja, era un amplio salón con una puerta corredera al fondo. Ésta solía abrirse cuando no quedaban mesas libres, y era allí donde solía comer el personal. Dejé mi bolso en la mesa que, desde el primer día, solíamos ocupar, y tomé una bandeja para ir sirviéndome. Apenas me había sentado, apareció Alberto, seguido de mi hermana y mis hijos. ¡Casi me da algo! Me abracé a ellos y empecé a hacerles mil preguntas. Alberto propuso cambiarnos a otra mesa mayor, y así lo hicimos. Fue una comida deliciosa, en la que no paramos de hablar. Marga, mi hermana, me explicó que pretendían darme una sorpresa, pero cuando llamaron, no había habitación libre. Le dijo a la señorita que era mi hermana, y que, por favor, no me dijera nada. Pidió que le pasara con Don Alberto, y él lo solucionó todo. -Eres un cielo - le dije. Fue un fantástico fin de semana. Alberto me había dejado muchas horas libres para disfrutar con ellos, y así lo hice. Marga, aprovechó el primer momento en el que los niños estaban en la piscina para preguntar. - Bueno, dime, cuéntame de "pe a pa", sin guardarte ni una coma. - Dime tú, ¿qué te ha parecido? - Un tío estupendo, amable, atento, guapo, buen tipo. ¡Hija!, ¿qué más quieres? ¡Y te come con los ojos!, por cierto, que los tiene divinos. - ¿Qué te voy a contar? Me gusta muchísimo, me siento feliz a su lado, es todo lo que una mujer puede soñar, pero... - ¿Qué pero ni manzana? Es que crees que tu lindo Ramón está rezando una novena a Santa Gema; no sabes tú muy bien quien es Ramoncito. - Es mi marido, el padre de mis hijos. - Pues no lo parece, ¡hija! ¿A quién te crees que engañas? A ti solita, ¿o crees que cuando tienes un ojo morado, o el labio reventado, no sé de qué es exactamente? ¿Quién se cree lo del pico de la ventana, el picaporte o la puerta? ¿Es que piensas que soy tonta? Debías haber tomado 52
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una solución hace muchos años, la primera vez que se le fue la manita. Ya te lo ha dicho Isabel cientos de veces. Y ahora me vienes con remordimientos y tonterías, ahora que puedes ser feliz. Los niños, igual estudian allí que aquí, y además, no te olvides que la casa es tuya, te la regaló mamá cuando te casaste. ¿Crees que a tus hijos no les hace daño el ambiente semanal que les regaláis?. Lee el libro de Roddy Doyle: "La mujer que se daba con las puertas". Te vendrá bien, y a lo mejor te espabilas. La llegada de los chicos, reclamando una toalla, cortó la conversación. Y empezamos a recordar tiempos atrás; de la abuela y las temporadas en el campo con ella. La finca El Paraíso, donde estaba mamá ahora, fue de su madre, y cuando nos daban las vacaciones, nos pasábamos con ella una temporadita que siempre se nos hacía corta. La abuela era una mujer única. Tenía una memoria prodigiosa que para mí la quisiera yo ahora; guardaba en ella todo el refranero, así que cuando hablaba, siempre soltaba alguno que viniera a cuento. Recordamos cuando, por las mañanas, entraba en nuestra alcoba para despertarnos. - ¡Hala, perezosas, arriba!, que "a quien madruga, Dios le ayuda". - Abuela, un ratito más, que "no por mucho madrugar, amanece más temprano" - "Pues uno por madrugar, se encontró un costal" - respondía. Y ya muertas de risa le contestábamos: "más madrugó el que lo perdió". Mis hijos se divertían con nuestros recuerdos. - ¿Recuerdas cuando invitaste a Ramón, para que lo conociera la abuela? -dijo mi hermana. - ¡Claro!, llegó muy educado, atento y servicial; como era entonces. Cuando se marchó, salimos corriendo a preguntarle a la abuela qué le había parecido. Ella muy seria nos contestó: "A los mariditos hay que conocerlos detrás del cerrojito". Es que tenía un sentido especial para conocer a las personas. - Ramón no le gustó nunca, - dijo Marga. No querían regresar muy tarde, así que poco después ya estábamos despidiéndonos. 53
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Se me hizo un nudo en la garganta cuando los vi partir, pero me aguanté hasta que se marcharon, para que no me viesen triste. Alberto me pasó un brazo por los hombros y entramos dentro. La semana próxima iría a hablar con Ramón, pensé... No digo que Alberto no influyese en mi decisión, no. Pero cuando has probado la vida lejos de Ramón, cuando ves que puedes vivir y no sólo vivir, sino que además te das cuenta de que es precisamente lejos de Ramón cuando vives, cuando respiras, cuando te sientes nuevamente alguien. Me era difícil pensar en volver de nuevo a los insultos, a los golpes, a las denostaciones, a vivir pendiente de la llave de la puerta. No, decididamente no, no volvería otra vez a eso; mejor, mucho mejor muerta, ¿muerta? ¡Nooo! ¿y mis hijos? ¿qué iba a ser de ellos? Decididamente mi vida con Ramón ha terminado, no puedo ni debo seguir aguantando ni un día más sus desprecios, sus insultos, sus golpes. No estaba dispuesta y terminaría de una vez por todas. El único sentimiento que me quedaba hacia Ramón era uno muy lejano, muy pequeñito, muy insignificante. Era el padre de mis hijos, y todo por un maldito polvo que no puede llamarse de otra manera, porque nunca hubo otra cosa más que eso, malditos polvos. Siempre me pregunto cómo de algo así pueden nacer dos hijos tan estupendos como los que yo tenía.
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Sueños y realidades Cuando terminé lo que traía entre manos, subí a mi habitación y me puse un bañador para bajar a la playa. Alberto había estado haciendo gestiones por el hotel, toda la tarde. Me senté cerca de la orilla, encogí mis piernas y las rodeé con mis brazos, descansé mi barbilla sobre las rodillas y me quedé mirando el mar. El mar siempre ha tenido para mí un atractivo especial, igual me gusta cuando éste está calmado, con olas tranquilas que llegan hasta la orilla en suave caricia, como si está agitado, con grandes olas que rompen con fuerza y bañan la arena con su espuma plateada. Y así estaba esta tarde, y yo, envidiando esa fuerza sin medida que traía el oleaje. Siempre había sido una persona intrépida y nada miedosa. Siendo una cría, ya corría a caballo por la finca. Cuando la abuela me veía se llevaba las manos a la cabeza y decía "esta niña me va a dar más de un susto". ¡Si la pobre viese en lo que se ha convertido su niña! Una miedosa, constantemente asustada, incapaz de tomar decisiones por sí misma. Aún no me explico cómo he sido capaz de venir en contra de Ramón; el miedo a la vuelta, no había quién me lo quitara. El sábado por la noche, le había comentado a Alberto, que como ese domingo lo tenía libre, me iba a acercar a casa. Me levanté pronto y me puse en camino. Tenía idea, también, de llamar a Isabel y hablar con ella. Era temprano cuando llegué. Abrí la puerta con cuidado, para no despertar a Ramón; pues al ser fiesta, aún estaría durmiendo. En el salón, un montón de copas y botellas casi vacías, me dio la bienvenida. Todo estaba revuelto, los cojines por los suelos, ceniceros llenos de colillas, copas volcadas sobre la mesa, en fin, un desastre. Ramón tenía un sueño profundo, así que si abría el ropero, para coger algunas cosas, ni se iba a enterar. 55
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En el pasillo, que llega a un pequeño distribuidor de las puertas de los dormitorios, tenía una pequeña alacena, hecha en mármol, con unos entrepaños de cristal. Allí guardaba mi colección de miniaturas de cristal de roca, de las que me sentía orgullosa. Una botella medio vacía y dos copas volcadas, habían tumbado parte de mi tesoro. Las cogí de allí y entré en el dormitorio. Ramón dormía plácidamente, a su lado, una mujer también dormía. A ambos lados de la cama había ropa diseminada por los suelos. Alcé el brazo con la botella y las dos copas, que aún no había soltado, lo separé cuánto pude de mí, y las dejé caer. Las copas hicieron ruido, pero el impacto de la botella sobre el pavimento, fue explosivo. Los dos dieron un salto y se sentaron en la cama. Me es imposible describir la cara de ambos. Me habría gustado que las hubiesen visto. - ¿Qué haces aquí?, balbuceó Ramón al cabo de unos segundos. - Es mi casa, ¿no? Mejor pregunto yo, ¿qué hace esa mujer aquí?. Y, a propósito, ¡no quiero veros a ninguno de los dos cuando vuelva!... ¡a nin-gu-no! Y salí dando un portazo, para ir a ver a Isabel. No, no vayáis a pensar que, encontrar a Ramón en la cama con otra mujer, es lo que me impulsa a ir a ver a Isabel para ultimar mi separación. Ya hacía muchos años que lo decidí, y nunca encontraba el valor o el momento oportuno, ¿miedo?, seguramente. Porque saber que Ramón se veía con otras mujeres, tampoco era nada nuevo, aunque la desfachatez de meterlas en mi casa y en mi cama, sí era una novedad. Pero en realidad esto era lo de menos. Cuando terminasen mis días en la costa, volvería a mi casa con mis hijos y viviría en paz, ¡oh!, esa ansiada paz que parecía no me iba a llegar nunca. Isabel, tenía mis papeles hacía bastante tiempo, pero siempre le ponía una excusa para que no cursara la demanda de separación. Le conté el episodio, y le dije que pusiera en marcha todo cuanto antes. - Alega maltratos físicos y psíquicos y lo que te venga en gana. - Repasemos el dossier, me dijo. Estuvimos viendo la documentación toda la mañana, y a medio día, decidimos ir a tomar algo. 56
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Yo no volví por casa, tomé el coche y volví a la costa, pero no quise decirle a Alberto nada de lo que había pasado. Me quedaban dos semanas allí, y por más esfuerzos que hacía, no lograba estar tranquila. Él debía intuir que algo me había sucedido, pero no insistió para saberlo. Estaba más atento y cariñoso, si cabe, que nunca, y esto iba haciendo cada vez más penosa la inminente partida. A medida que pasaban los días, me iba llenando de pavor, y los ánimos me abandonaban poco a poco. No tenía ni capacidad para pensar. Decidí, eso sí, que a la vuelta, le pediría cita a Alfredo. Alfredo, además de mi psiquiatra, era amigo, y me había tratado muchas veces cuando la depresión, a la que era muy dada, hacía su aparición. Él me había ayudado a remontar el mal momento, y conocía mi vida y mis puntos flacos. Ahora que mi marcha estaba tan cerca, no quería decidir ni hacer planes. Lo más importante en estos momentos era normalizar mi vida y dejar atrás tantos años de convivencia ¿convivencia?, no, no era convivir lo que yo hacía, era más bien sobrevivir. Una vez todo volviera a la normalidad, ya tendría tiempo de pensar y decidir sobre la oferta de Alberto. En estos momentos no debía dejarme llevar por estos dos meses pasados a su lado. Todo había sido un sueño, pero la realidad se imponía nuevamente, y en esa realidad había una razón, o mejor dos razones, de mucho peso: mis hijos. Llegado el día, estuve despidiéndome de todos. ¡De verdad que me costaba marchar!. Luego, en mi habitación, con lágrimas en los ojos, me despedí de Alberto. Me volvió a repetir que me estaría esperando, y que me llamaría todos los días.Quiso acompañarme al coche, pero le pedí que no lo hiciera. Así que bajé sola al garaje, donde ya Raúl me había guardado el equipaje. Salí al patio de la entrada, y quise mirar por última vez la terraza de mi cuarto. Allí estaba Alberto. Me tiró un beso con la mano, y yo, se lo devolví. Hice un esfuerzo para serenarme. Limpié mis ojos llorosos, que me impedían la visión, y arranqué.
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La vuelta a casa Hablé con Don Manuel, pues necesitaba una semana para ordenar la casa y descansar algo. Me dijo que no había inconveniente, pues no había cogido las vacaciones aún. Estaba en casa, cuando noté la llave de la puerta, sentí el sobresalto de toda la vida, cada vez que sentía abrir la puerta. Mi hermana tenía una llave, pero jamás la utilizaba, siempre llamaba; por lo tanto, el único que podía entrar en este momento, era Ramón. Así fue. Entró dando voces y blandiendo un sobre, que al momento intuí que sería la demanda, que ya le había llegado. - ¡Hija de puta! ¿dónde estás?... te voy a matar, te debí matar hace tiempo. ¡Eres una maldita cabrona que no ha aprendido todavía quién soy yo! Se me vino encima y empezó a darme bofetones a diestra y siniestra. Yo me tapé la cara con los brazos, siempre lo hacía, pero él me cogió del pelo y me chocó contra la mesa, después me tiró al suelo. Allí empezó a darme patadas por todas partes. Sentí que se me iba la vida, y ya no recuerdo más. No sé cuánto tiempo habría pasado. Cuando abrí o intenté abrir los ojos, todo estaba en silencio, parecía que ya no estuviera. Tenía sangre por todas partes y en el suelo un gran charco. Me arrastré como pude hasta el teléfono y tiré del cable, hasta que cayó cerca. Marqué el número de mi hermana, mientras rezaba mentalmente para que no me saltara el contestador. - Diga. - Ven, Marga, ven urgente. Y dejé caer el auricular, mientras perdía nuevamente el conocimiento. 58
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Cuando desperté de nuevo, me vi en una habitación blanca. Tenía un gotero inyectado en un brazo, en la cabeza notaba un vendaje, el otro brazo escayolado hasta el codo, y un pie en alto. Me costaba respirar, y sentía dolor en todo el cuerpo. No sé cuántos días llevaría allí. Según me dijeron, hacía más de una semana. Poco a poco me fui recuperando, y cuando estuve mejor, insistí en marcharme del hospital. Marga había insistido para que me fuese un tiempo a su casa, o a casa de mamá; pero no quise, no quería que me viesen los chicos en este estado. Así que me fui a casa, temiendo encontrarme con Ramón. Afortunadamente no estaba, parecía habérselo tragado la tierra. Mi hermana venía varias veces al día, me traía yogures, zumos y batidos; lo único que tomaba. No quería hablar ni ver a nadie. Me pasaba el día de la cama, al sillón, al que había acercado un taburete, para descansar el pié que tenía lastimado; la muleta siempre al alcance. Además un brazo en cabestrillo, y un sin fin de contusiones por todo el cuerpo. Me habían dado de alta hacía dos días, y Marga, venía a quedarse por la noche. Me había contado que le puso una denuncia a Ramón, y que ahora estos casos los resolvían por juicio rápido, pero no me dijo el resultado. Creo que no me lo quiso decir. También me contó que Alberto la llamaba diariamente para saber de mí, que, por consejo de Isabel, no se acercó al hospital. Que me dijera que se moría de ganas de verme. Y de estar a mi lado en estos momentos.
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¿Y ahora qué? Sentí el ascensor y me quedé a la escucha. Los vecinos de la planta estaban de vacaciones. Tomé la muleta y me acerqué a la entrada. En ese momento, Ramón abrió la puerta. - ¡Vaya!, pero si mi mujercita está en casa. - No te acerques Ramón. - No estás tú muy en condiciones para impedírmelo, por lo que veo. - ¡No te acerques!, - grité - ¿Sabes cuánto me ha costado darte un escarmiento? -dijo irónico-, sólo treinta y seis euros. Menos que una buena cena... Y siguió avanzando hasta donde yo estaba. Me miraba con su irónica sonrisa, recreándose en mi pavor. Alargó la mano, y me cogió por la garganta y empezó a apretar y a apretar, casi no podía respirar. En ese momento... fue sólo un instante... la rabia, la impotencia y el recuerdo de las fuerzas del oleaje de un mar embravecido, se apoderaron de mí. Saqué mi brazo del cabestrillo, lo alcé y lo impacté con todas mis fuerzas en su cara. Él se tambaleó, pero antes que se rehiciera, volví a darle otra vez. Profirió varios insultos, y yo, mientras se reponía, abrí la puerta del piso para ponerme a salvo. Llamé al ascensor, pero antes que subiera, él había salido y tiraba de mí hacia la escalera. Tenía un pánico terrible. Tomé la muleta y la enganché en los barrotes de la barandilla y me así a ellos con las pocas fuerzas que tenía. El brazo escayolado me dolía horrores, lo mismo que el pie. Alargó una mano asiendo el extremo de la muleta, desde el primer o segundo escalón. Él no podía ver que la muleta estaba trabada en los barrotes, sólo veía mi brazo por encima, así que siguió tirando. El 60
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tope de goma que tienen al final las muletas le servía para que no le resbalase la mano. En ese momento, saltó éste y al quedarse sin resistencia, perdió el equilibrio y salió rodando escaleras abajo. Me quedé como atontada, pensando que podía ser yo quién estuviera rodando, y me puse a llorar. Pero no sentí ni pena, ni el más mínimo sentimiento compasivo. Entré en casa, cerré la puerta, recogí el sobre de la demanda que estaba en el suelo, lo dejé en la bandeja de la entrada, y volví al sillón. Mi hermana llegó una hora después. No hablamos nada. Tomó una fregona y limpió las manchas de la entrada, luego me comentó algo sobre que más tarde vendría Alfredo. Yo seguía sin hablar, con la mirada perdida en la nada. Me levanté y me fui a la cama. En la mesilla tenía un frasco de tranquilizantes que estaba tomando para dormir. Tomé un vaso de agua y tragué las tres últimas grageas que quedaban. Abrí los ojos. Estaba en una habitación blanca y pulcra. A un lado había una gran ventana, con una reja de hierro forjado. Al fondo, una lámina con un paisaje de Monet. Dos personas hablaban muy bajo, cerca de la puerta. Por la voz, reconocí a Alfredo y a mi hermana, pero no entendía muy bien lo que decían. - Y, ¿cuánto tiempo estará así? - No lo sé Marga, creo que en un mes o dos estará como nueva. Ahora mismo está sedada, necesita descansar. Lo ha pasado muy mal y tiene que borrar de la cabeza, esas escenas que ha vivido. Tú tranquila, ya se irá recuperando. - Alberto quiere venir a verla, si tú se lo aconsejas. - Creo que mejor esperar un poco de tiempo - explícaselo. - No quiere ver, o mejor no quiere que la vean los niños. Ya les he explicado a ellos que ha sufrido un accidente y todavía no pueden verla. Miraron hacia mí y se acercaron al verme con los ojos entreabiertos. Me preguntaron cómo estaba, pero yo seguía sin hablar. Mi hermana se inclinó y me puso un beso en la frente, y Alfredo me dio una palmadita en el cachete, y dijo algo así cómo: "mi chica valiente". Y salieron de la habitación. 61
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Yo volví a cerrar los ojos, no quería pensar ni ver a nadie. Al cabo de unos minutos, sentí que la puerta volvía a abrirse, y entró una enfermera; traía un vaso con una rosa blanca, y la colocó en la mesilla. - Su rosa, dijo, y se marchó. Volví la cabeza y la miré. Era una hermosa rosa blanca llena de vida. Toda esa vida que a mí me faltaba en estos momentos. Su aroma, se expandió por la habitación y me vino a la memoria la figura de Alberto y aquellos días en los que al entrar en mi despacho encontraba una rosa esperándome. Quise esbozar una sonrisa, que se quedó en mueca. Cerré los ojos, y dije para mí: hoy es lunes...
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