Pátina o suciedad Ignacio Paricio
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Maquetación y tratamiento de las imágenes: Ana Paricio
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© Ignacio Paricio © Bisagra Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio o procedimiento sin la autorización previa de los titulares del © 1ª edición: Abril 2002 ISBN: 84-931320-4-7 Depósito Legal: Impreso en:
ÍNDICE 1. Pátinas 1.1 Óxidos y líquenes 1.2 Decoloración y suciedad 1.3 Pátina y tiempo
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2. Física de la pátina 2.1 Polvo 2.2 Agua y viento 2.3 Agua y porosidad
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3. La técnica de la mancha o el lavado 3.1Lavado de fachadas 3.2 Los huecos 3.3 Esquinas, impostas y otros accidentes
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4. Pátina y arquitectura 4.1 Pátina y luz 4.2 Pátina en el lenguaje clásico 4.3 Pátina en la arquitectura moderna
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5. Proyectar la pátina 5.1 Evitar la mancha 5.2 Disimular la suciedad 5.3 Proyectar la pátina
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La pátina...“que verdecía las aldabas, mordía el hierro, hacía sudar la plata, sacaba hongos de los grabados antiguos...” Alejo Carpentier, El siglo de las luces.
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Publicar un trabajo sobre los cambios que el tiempo impone a los edificios puede parecer poco oportuno en el mundo de hoy, por lo menos por dos razones. Por una parte el objetivo de la comunicación en el mundo de la arquitectura parece concentrarse en la foto de publicación. Los expertos dicen que cada edificio debe tener una fotografía paradigmática. Esa imagen puede llegar a dar la vuelta al mundo y es seguro que sustituirá a la realidad en la memoria de un universo de arquitectos y estudiantes. No importa cómo evolucione el edificio en los años siguientes, su vida se habrá quedado detenida en el instante de esa foto-retrato. Y esa foto no envejece.
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Bibliografía Parnham, P. Prevention of premature staining of new buldings. E&FN Spon. London, 1997. León Vallejo, F. J. Ensuciamiento de fachadas por contaminación atmosférica. Universidad de Valladolid. 1990 Beijer, O. Weathering on external walls of concrete. Swedish Concrete Research Council. Stocolmo, 1980 Hughes, R. & Rowe, M . The colouring, broncing and patination of metals. Thames and Hudson. London, 1991 Mostafavi, M & Leatherbarrow, D. On Weathering. The Mit Press. London, 1993. Carpentier, A. El siglo de las luces. Barral editores. Barcelona, 1970. Tanizaki. Elogio de la sombra. Editorial Siruela.
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Créditos fotográficos figura 34: Schommer, Alberto figura 86: Stierlin, Henri figura 103: Frahm, Klaus figura 132: Martinelli, Antonio
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1. PÁTINAS
Para saber qué es la pátina consultemos una vez más a María Moliner. Nos ofrece tres acepciones de esta voz muy distintas. En sus diferencias está implícito todo el conflicto que plantea este tema en el campo de la arquitectura. La pátina es: - la “capa delgada de óxido, a veces multicolor, que se forma sobre los metales” - el “debilitamiento del colorido de las cosas con el tiempo”
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- (fig.) cierto carácter indefinible que adquieren las cosas con el tiempo, que las avalora. Ciertamente la tercera de estas acepciones, la figurada, es la que goza hoy de mayor difusión. Todo el mundo entiende “la pátina del tiempo” como algo positivo, que se añade con los años a un objeto, un cuadro o edificio, aumentando su valor. Pero si nos volvemos a las dos primeras acepciones para intentar comprender qué es lo que realmente, físicamente, se añade a un objeto o un material para dignificarlo con el paso del tiempo, encontramos dos concepciones contrapuestas y poco esclarecedoras. Por una parte los óxidos de los metales, por otra la pérdida de colorido. La acepción figurada nos permite incluir, dentro de la idea de pátina, muchas otras evoluciones físicas. El amarillear de los barnices, el cuartearse de las capas de pintura, la superposición de cales y pigmentos, la aparición de capas superpuestas de pinturas de diversas épocas, el ensuciamiento de rincones de una escultura o el brillo del sobo en las redondeces de un culo de mona.
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1.1 Óxidos y líquenes La primera acepción es para los óxidos de los metales. Los metales expuestos a la intemperie se oxidan y los productos de esa transformación suelen tener un color diferente del material original. El cobre recocido, a la intemperie transforma sus rojos originales en pardos, marrones y negros fruto de la formación de unos óxidos muy adherentes. Pero, a largo plazo, consigue unos colores muy variados testimonio de la formación de sales que tienden a transformarse en minerales naturales como la malaquita (carbonato cúprico) de espectacular color verde esmeralda. Esta paleta de colores, fruto de los trabajos de Huges y Rowe, es el resultado de algunos sencillos tratamientos del latón y nos muestra que poco utilizamos los arquitectos las posibilidades cromáticas naturales de algunos metales.
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La presencia de cobre en el bronce asegura esos verdes líquidos en casi toda la escultura moldeada. Desde los tiempos clásicos el escultor cuenta con la formación de pátina sobre sus obras y Aristóteles y Plutarco comentan que la pátina es más bella si el bronce se frota con aceites y grasas (Huges y Rowe, The colouring, broncing and patination of metals). Los tratamientos tradicionales para acelerar la aparición de la pátina se basaban en la aplicación a la superficie del bronce de vinagre u orina. También las piedras con componentes metálicos cambian de color con los años. El éxito histórico de algunos tipos de piedras como la de Salamanca o la de Bateig se debe a la facilidad de su labra pero también a los cálidos tonos ocres y rojizos que las tiñen irregularmente, y de manera progresiva, conforme se oxidan esos componentes ferruginosos (fig. 7). También algunos granitos evolucionan hacia tonos cada vez más rojizos o marrones por oxidación, como muestra esta cubiertra noruega de lajas pétras (fig. 6). 6
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El cobre es el material arquitectónico más directamente asociado a la idea de pátina. Por una parte, su oxidación no progresa indefinidamente y eso garantiza su durabilidad. Por otra, consigue colores tan bellos y variados que permite resultados cromáticos sorprendentes. Según los agentes presentes en la oxidación puede pasar del verde esmeralda al marrón rojizo. Los artesanos de cubiertas solían orinar sobre las techumbres para conseguir de inmediato una imagen patinada en verde. En condiciones normales el metal se limita a oscurecer su color rojo. Con alguna protección, como en el edificio ferroviario de Lucerna de Herzog y Meuron, conserva su brillo rojizo (fig. 10 y 11). El detalle interno de la lama muestra el chorreo de la protección aplicada en este caso (fig. 12). El hierro es más peligroso porque su corrosión progresa indefinidamente. Solo la fundición estabiliza una cálida capa de herrumbre rojiza. Utilizamos este material en los bajantes del Banco de España en Girona (Clotet, Paricio, fig. 9).
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Los colores rojizos de los óxidos del acero forman una pátina muy apreciada por los arquitectos pero difícilmente utilizable por la inestabilidad del resultado. El acero acaba desapareciendo comido por el óxido y las únicas formas de detener esa corrosión exigen un mantenimiento muy costoso e incómodo. Para conseguir esos efectos sin poner en peligro la vida del elemento constructivo se está recurriendo desde hace unos años a dos soluciones: el acero corten o el acero inoxidable sin pulimentar.
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En el primer caso la materia oxidada protege al resto del acero, la corrosión prácticamente se detiene dando unos colores rojos y anaranjados muy apreciados. La espectacular caja del Palacio de Congresos de Bilbao (Soriano y Palacios) utiliza brillantemente esa cualidad (fig. 14). Solo debe tenerse en cuenta un mal menor, esa pátina destiñe, el agua arrastra los óxidos y mancha las superficies cercanas como muestra la fachada del polideportivo de la Mar Bella en Barcelona (Ruisanchez y Vendrell, fig. 13). En el segundo caso se utiliza un acero inoxidable al que no se aplican las últimas etapas habituales de tratamiento, de manera que su color pardo se debe a las materias residuales de la fabricación que el pulimento eliminaría. La ventaja de este acero inoxidable de color oscuro es que no destiñe indefinidamente como el corten aunque su color es más homogéneo y menos llamativo. Este es el material que caracteriza el Auditorio de Barcelona (Moneo, fig. 15 y 16). 15
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Los procesos de formación de pátina en los metales no pueden ser perfectamente previstos. La corrosión superficial del corten no llegará a dañar la chapa, pero sus manchas evolucionarán según la presencia de agua y otros aportes produciendo dibujos irregulares como los que muestra el Palacio de Congresos de Bilbao (fig. 17). Más delicado es el problema de los arrastres de los productos de la corrosión hacia zonas vecinas. No parece que la línea que el óxido está trazando en el monumento a Macià, en Barcelona, subraye la composición imaginada por Subirachs. En el edificio del Palacio de Congresos de Santander (Sainz de Oiza) el aplacado de mármol vecino ha quedado muy manchado por los arrastres del verdín de las chapas de cobre que han tomado un magnífico tono verde esmeralda, que esta imagen apenas puede reproducir (fig. 19). 18
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Forzando un poco la acepción del diccionario, podemos incluir en este punto otra pátina que brota del material y cambia su color y textura. Son los crecimientos vegetales de diversos tipos que colorean los viejos muros. Pueden ser líquenes amarillos y rojizos como en esos muros o tejados que ilustran esta página, o musgos verdosos y amarillentos como los de estos granitos gallegos (fig. 22).
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1.2 Decoloración y suciedad Óxidos y líquenes forman parte del envejecer de los materiales que se encuentran en la naturaleza. Pero la construcción, como asociación artificiosa de materiales, tiene sus propias formas de evolucionar, unas formas más próximas a la segunda acepción de María Moliner, “el debilitamiento del colorido de las cosas con el tiempo”. Un debilitamiento que puede desteñir las cales de una desvencijada galería cubana aumentando su atractivo (fig. 25), o deslucir el aspecto de una fachada de paneles derivados de la madera no muy adecuados para su uso a la intemperie (fig. 24) ¿Qué nos hace preferir ese envejecer de lo viejo y complejo a lo nuevo y simple? ¿Será que la vieja galería nunca se propuso ser eternamente joven? ¿Será que la desaparición de alguna de sus capas solo muestra la historia de su cuidadoso mantenimiento?
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Más allá de la decoloración del diccionario, la construcción tradicional nos muestra formas de envejecimiento derivadas de la desagregación superficial de sus capas de acabado. Las pinturas de cal, por ejemplo, superponen tonos y texturas de épocas diversas. El desprendimiento por falta de adherencia de algunas capas compone un imprevisible y, a veces, bellísimo palimpsesto como el que muestran las bóvedas de la figura vecina. Es el resultado de la eliminación con agua de las pinturas superpuestas y no adheridas en la sala de exposiciones Meet.room de Barcelona (B. Galí, fig. 26). 26
La degradación de los morteros es menos agradable. El desconchón de un lentejón de estuco deja al descubierto una mancha de textura granular y pobre color que raramente avalora el aspecto de la pared (fig. 27). La decoloración de muchos paramentos es una pátina producida por la acumulación de suciedad. La mugre que se fija en los recovecos de un bajorrelieve pone en valor las figuras talladas en la escalera del coro de la Arciprestal de Morella (fig. 29) o la talla al pie de un sepulcro en la catedral vieja de Salamanca (fig. 30). La que se deposita en las concavidades de un culo de mona o de las ovas de un friso dará más brillo y esfericidad a la pieza (fig. 28).
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“Siempre hemos preferido los reflejos profundos, algo velados, al brillo superficial y gélido; es decir, tanto en las piedras naturales como en los objetos artificiales, ese brillo ligeramente alterado que evoca irresistiblemente los efectos del tiempo. Efectos del tiempo, eso suena bien,
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pero en realidad es el brillo producido por la suciedad de las manos... el contacto de las manos durante un largo uso, su frote aplicado siempre en los mismos lugares, produce con el tiempo una impregnación grasienta; en otras palabras, ese lustre es la suciedad de las manos” (Tanizaki, Elogio de la sombra). Tanizaki tenía razón, en casi todas estas acepciones estamos hablando de suciedad. Se trata de porquería pero la llamamos pátina cuando ennoblece el carácter de su soporte. La hipótesis central de este cuaderno defiende que ese ennoblecimiento es un resultado más probable cuando los cambios que va a provocar la porquería añadida están implícitos en la forma o la textura del elemento original, cuando esos cambios explican el paso del tiempo como una cosa natural, mientras que consideramos que es simplemente suciedad cuando explica imprevisiones, es decir cuando introducen nuevos elementos visuales que no subrayan las intenciones originales. La suciedad indeseada, la que es imposible incorporar al espíritu original del elemento, siempre se ha evitado. La tradición cuenta con toda clase de recursos para ello. Recursos como los rectángulos de ganchillo, u otros tejidos, que protegen los brazos y respaldos de los sillones. Antimacasar es su nombre, hoy casi olvidado. Si no hay protección, será el cuidado periódico el que evitará la presencia de ese manchado heterodoxo, un cuidado que llevará al encalado anual de la casa andaluza o ibicenca. La suciedad se incorpora en el bajorrelieve, se acota en el antimacasar o se elimina en el encalado, pero nunca se olvida o se descuida.
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1.3 Pátina y tiempo El tiempo se está convirtiendo en el protagonista de este cuaderno. El tiempo que da a las cosas “ese carácter indefinible que las avalora”. Pero el idioma nos va a permitir introducir otro concepto en el relato. Las lenguas latinas gozan de una interesante ambigüedad. La palabra tiempo tanto puede introducir una referencia cronológica como meteorológica. Cuando, refiriéndonos a un edificio, decimos que la pátina refleja el paso del tiempo, tanto nos referimos a uno como a otro. En efecto, los fenómenos meteorológicos son sin duda el motor de la formación de la pátina.
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Los ingleses no pueden utilizar esta ambivalencia: time, tiempo cronológico, nada tiene que ver con weather, tiempo meteorológico. A cambio, disponen de una posibilidad lingüística muy envidiable: cuentan con el verbo weathering y un sinfín de derivados. Significa “curtir a la intemperie” y también “proteger de la intemperie con planos inclinados”. Volveremos sobre los innumerables weatherings, (protectores de la intemperie intemperizadores) que la arquitectura nos reserva. Vierteaguas, goterones o guardapolvos, cómo los de esta fachada gallega, todos son intemperizadores para los ingleses. El tiempo también pinta. Goya aludía en esta sentencia al tiempo cronológico, que indudablemente pinta, pero en la edificación la frase aún es más literal: el tiempo meteorológico pinta con la tinta de la suciedad y el vehículo del agua. El tiempo pinta a la acuarela en blanco y negro, se ejercita en la mancha o el lavado de nuestras academias y lo hace, inclemente, en las fachadas de nuestros edificios, como la lluvia en estas tablas noruegas (fig. 32). Volveremos a ello en el capítulo tercero.
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Aquí solo insistiremos en las otras formas de pintar que tiene la intemperie, en las innumerables maneras de cambiar el aspecto de los edificios con el tiempo e intentaremos discernir en qué casos esa transformación supone ese avaloramiento del que habla Moliner y cuáles supone una franca depreciación y pésima imagen.
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La pátina puede obtenerse por adición o resta de material siempre que se haga con dignidad, de una manera natural y previsible, que explique cómo el paso del tiempo afecta a la materia. Es curioso que la desagregación superficial de los materiales de acabado más moderno nunca consigue esa bella pátina, sino que solo muestra la precariedad de una construcción que no sabe envejecer dignamente. Es particularmente indeseable la degradación superficial cuando muestra la mentira o fragilidad del acabado (fig. 33). Una piedra de cierto grosor puede perder sección sin disminuir su dignidad. Incluso, en algunos tipos de piedra y para algunas formas de deterioro, ese envejecimiento puede hacerla más bella, como esta escalera de la catedral de Santiago (fig. 34). Un pavimento histórico se pule con el uso y el tiempo mostrando cada vez más su grosor, su potencia en términos geológicos. 33
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Un pavimento pétreo contemporáneo no puede desgastarse porque antes se romperá o descantillará mostrando su fragilidad. Con el tiempo los materiales delgados evidencian su debilidad. La piel se separa de los huesos y músculos y muestra descuelgues y arrugas. La construcción tenía otros recursos además del grosor, para asu mir esa manera de envejecer. De la misma manera que en el ámbito doméstico se usó el antimacasar, o los manguitos y toda clase de protecciones localizadas, en el ámbito construc tivo se utili za ron formas de protección de los elementos más some ti dos a la erosión del uso. Las cantoneras, los zócalos y los guardacantones son formas de prevenir esa manera de envejecer. La figura 36 muestra un espec ta cu lar reciclado de un cañón como guardacantón caribeño.
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La evolución de los materiales con el paso del tiempo introduce otro problema de imposible solución: ¿cómo insertar un material nuevo entre otros viejos? La velocidad de cambio es siempre mucho mayor al principio de la vida de los materiales y aunque imitemos el estado de envejecimiento de los elementos antiguos, al cabo de pocos años se evidenciarán las diferencias. Sufrimos ese problema en la restauración del Depósito de las Aguas de Barcelona (Clotet, Paricio), donde colocamos unos ladrillos manuales nuevos en las viejas fábricas (fig. 38). Utilizamos un mortero de cal que imitaba el color ocre del viejo aglomerante. Apenas transcurridos unos años, el nuevo mortero estaba mucho más claro que el antiguo. La carbonatación de su cal había poducido unos cambios de color que no se dieron en el viejo mortero ya práticamente estabilizado. El paramento que muestra el centro de la foto, el que está situado bajo el 37
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intradós del arco, tiene un remiendo que inserta cuatro ladrillos a tizón recibidos con eso mortero, hoy demasiado blanquecino. Un material de reciente puesta en obra difícilmente cogerá el paso del ritmo de envejecimiento de un material más antiguo. La calidad del envejecimiento implícita en la concepción de la pátina nos conduce a una duda razonable: ¿deben eliminarse esas muestras del paso del tiempo? Las modificaciones producidas por la exposición a la intemperie suelen entenderse como una agresión al carácter original del edificio, pero también pueden verse como una adición de rasgos nuevos a un aspecto cambiante. Tendremos que convenir entonces que la eliminación
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de esa pátina puede ser discutible. Esta es una polémica en la que este cuaderno no entrará, pero que subyace en todo su desarrollo y que es más significativa cuanto más positivo es el valor añadido por la pátina. Solo a guisa de ejemplos podemos considerar las imágenes vecinas. Es evidente que el capitel de la derecha tiene más volumen que el de la izquierda. Que la suciedad de los fondos destaca la talla de los elementos florales. Que, incluso en los grupos de columnas de la fachada lateral del Duomo veneciano, los pilares son más torneados cuando están sucios, y los fustes se destacan con más fuerza del fondo cuando el brillo de éste se empaña con el polvo.
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2. FÍSICA DE LA PÁTINA
A partir de este punto estudiaremos únicamente los mecanismos de depósito de la suciedad en los edificios, olvidando otras formas de transformación de su imagen como las oxidaciones, desconchados, decoloraciones, etc. Estos depósitos de polución pueden producir resultados sorprendentes y difícilmente previsibles, pero responden siempre al mismo proceso: migración de partículas de suciedad movidas por el agua en la superficie de las fachadas. Para conocerlo nos acercaremos a tres aspectos del proceso: - depósitos de polvo y suciedad - recorridos del agua en las fachadas -arrastre y fijación de la suciedad en los paramentos
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2.1 Polvo En una gran ciudad puede haber 5 mg de polvo por m3 de aire (100 cerca de una fábrica de cemento, 1000 en los gases de combustión industrial). Eso supone unas 150.000 partículas por m3 de las cuales alrededor del 30 %, es decir unas 50.000, miden más de 10 µ y se depositarán, impulsadas principalmente por la fuerza de la gravedad. En una ciudad limpia y en el espacio entre edificios de siete plantas de una calle de 20 m de ancho hay 1kg de polvo cada 100 m de longitud. Es decir que en el aire de una calle de una manzana de largo tenemos en amenazante suspensión 1 kg de porquería. Si hay obras o mucho tráfico, esa cifra puede multiplicarse por diez o, incluso, por cien.
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Esas partículas caen a una velocidad del orden de un par de metros por hora. Cada hora llegan al suelo, o a cualquier superficie horizontal de las fachadas, 2 o 3 mg de polvo por m2 en una ciudad limpia, 20 o 30 mg si no lo es tanto. Al cabo de un mes habrán caído de 3 a 30 gr de porquería. Son estas partículas las que, con el aire en calma, se depositarán sobre las superficies horizontales y con movimientos de aire de diversas intensidades lo harán también sobre las superficies verticales rugosas. La mayor parte del resto de las partículas, las de tamaño inferior a 10 µ , también se depositarán por vía seca, pero por su ligereza no lo harán impulsadas por la gravedad sino por mecanismos turbulentos más complejos de definir. El depósito se hará sobre todo sobre las superficies horizontales pero también se ensucian las verticales por mecanismos diversos como
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la difusión molecular, la termoforesis, etc. La rugosidad del material favorece notablemente el depósito en superficies verticales. Cuando la rugosidad es notable, el soporte puede retener a las partículas depositadas que, aunque solo sean un tercio del total en número, suponen un porcentaje elevadísimo del peso o volumen global. La persiana de la figura 42 muestra esa incidencia de la pendiente en la acumulación de la suciedad en una calle de Barcelona. En las lamas más horizontales ni se ve el plano que marca el rebaje del canto exterior. En los espacios cubiertos, el polvo mancha las partes superiores de los objetos, las partes que normalmente reciben más luz natural, y provoca efectos curiosos. Este bajorrelieve metálico valenciano (fig. 43) cargado del polvo de una obra próxima parece dibujar un negativo fotográfico de sí mismo. 29
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Esta imagen femenina (fig. 44) situada bajo el pórtico del Reichstad berlinés ha recibido el polvo en la parte superior de sus hombros, sus pechos y sus muslos, dejando limpia y luminosa la parte inferior. Ambas imágenes tienen esa inquietante manera de sombrearse con el polvo que es característica común a los cuerpos situados a cubierto, protegidos de la lluvia. El agua cambia esas formas de depósito. Expuestos a la lluvia ambos relieves tendrían otro aspecto. Unas zonas habrían sido limpiadas por el agua y otras estarían manchadas por los depósitos arrastrados de esa suciedad. Eso es a lo que nos hemos acostumbrado y por eso nos resultan sorprendentes las dos imágenes que hemos comentado.
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Las dos bases de pilastra que se muestran en las figuras 45 y 46 ejemplifican esas diferencias. La de la izquierda, situada en el interior, ha recogido el polvo sobre las molduras con amplia proyección horizontal: el cuarto bocel que une el fuste a la base y el que une la base al plinto de apoyo. La de la derecha, expuesta a la intemperie, muestra la suciedad acumulada en sus recovecos aparentemente más protegidos: la escocia entre collarines de la base y la ranura entre base y ábaco de apoyo. Es evidente, pues, que la exposición a la lluvia ha cambiado totalmente la formación de las manchas, que ha sido el agua el motor de la distribución de la suciedad por la fachada del edificio. Vamos a estudiar este asunto en el próximo punto. 45
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2.2 Agua y viento El agua pinta la fachada con el color de la suciedad que se ha depositado sobre ella. Si la polución se quedase apoyada en los planos más o menos horizontales que la recogen, los edificios apenas cambiarían de aspecto. En una visión de conjunto, el agrisado homogéneo de unos planos apenas perceptibles no tendría gran importancia. La mayor parte de esa suciedad quedaría depositada en las albardillas de los antepechos de cubierta, en los alféizares de las ventanas o en cualquier otro plano horizontal o de baja inclinación donde se hubiese acumulado.
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Pero la suciedad se mueve arrastrada por el agua, que la toma en suspensión y la lleva fuera de esos planos horizontales donde se ha depositado principalmente. Si ese movimiento la conduce hacia el paramento exterior de la fachada, la suciedad de las albardillas manchará inmediatamente la parte superior del edificio y la de los alféizares chorreará bajo las ventanas. Aparecerán unas manchas de un gris cada vez más claramente marcado debajo de cada uno de esos planos horizontales. Bajo ese flujo perfectamente homogéneo, todas las manchas tendrían que tener una intensidad similar. Las cosas son mucho más complicadas porque la cantidad de agua que hay en cualquier punto del edificio depende de múltiples factores. Vamos a ver la incidencia, en la distribución del agua de lluvia por la fachada, del más importante de estos factores: el viento. El viento hace que en la parte superior del edificio se acumule la mayor parte del agua. El tercio superior de la superficie de una fachada recibe entre el 50 y el 60 % de la lluvia total que la moja. Este dato tan sorprendente se ha obtenido en túneles de viento, pero puede confirmarse con la observación directa de las fachadas cuando se inicia una lluvia torrencial. Siempre se moja primero la parte superior. Sin una observación atenta, esa concentración podría atribuirse al vertido de aguas de la cubierta o de la albardilla que cubre el antepecho de la terraza. A veces hay aportes de ese tipo que se concentran en las uniones entre las piezas de esa albardilla, pero las figuras que acompañan este texto
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no dejan lugar a dudas sobre la forma de mojarse la fachada en sus metros más altos (fig. 47). La medianera de fibrocemento del patio de mi casa muestra una suave distribución de las gotas de lluvia que se concentra en la parte alta pero no llega a formar los churretones que corresponderían al vertido de una cubierta, por otra parte imposible en este caso. En la figura 48, los copos de nieve dibujan la dirección del viento, que los proyecta contra la fachada en la parte superior de la medianera. La explicación física de ese fenómeno está en las turbulencias que la presión del viento produce delante de una fachada. Si la lluvia cayese verticalmente la fachada nunca se mojaría.
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El viento hace que la lluvia tenga un recorrido más o menos inclinado. Pero si imaginamos la acción del viento directamente contra el plano de una fachada vertical de longitud indefinida, comprenderemos que las líneas de su recorrido de algún modo deben desviarse para conducir el aire dándole salida por encima de esa fachada. Eso producirá una zona de aire prácticamente estático delante de la fachada en la que el agua caerá verticalmente, sin apenas mojarla (fig. 49). Sin embargo, en la parte superior el viento circula a gran velocidad y baja presión, según el teorema de Bernouilli, buscando el paso por encima del edificio. Ese movimiento del aire y las turbulencias producidas por los filetes que no consigan superar la altura del edificio empujarán al agua de lluvia hacia ese tercio superior que acumulaba doble agua que el resto de la fachada. Los gráficos de esta página fueron publicados por Beijer en el año 80 y han sido repetidamente citados en todos los estudios sobre la materia. Es especialmente interesante el esquema que relaciona la altura de un edificio de cinco plantas situado en el centro de Estocolmo con la cantidad de lluvia recibida (fig. 50). Con trazo continuo lluvia intensa, con trazo discontinuo lluvia ligera. Como pude verse, alrededor del 50 % del agua azota el cuarto superior de la fachada en ambos casos. En la mitad inferior apenas se recibe lluvia alguna.
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La figura 51 describe el movimiento de las gotas de agua impulsadas por vientos de diferentes velocidades. En todos los casos el agua se estrella contra la coronación del edificio, pero su ángulo de incidencia se hace casi horizontal cuando el viento llega a una velocidad de 10 m/s. Un fenómeno similar se producirá en las esquinas del edificio, donde el aire escapará lateralmente y por lo tanto la lluvia mojará las zonas próximas. La figura 52 muestra cómo se reparte la lluvia en una fachada sometida a un viento frontal. La acanaladuras del Altesmuseum de Berlín dibujan con todo detalle la mayor abundancia de agua en la zona exterior (fig. 53).
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Los elementos salientes y los planos horizontales, volados o no, producirán también turbulencias en el flujo de viento y como consecuencia aparecerán irregularidades en el reparto de la lluvia. Sabemos muy poco de la incidencia de los vuelos y aleros salvo unos gráficos publicados por Herbert en 1974 (fig. 55) que parecen sugerir que un vuelo de cierta importancia en la parte alta del edificio reduce notablemente el aporte de agua. Es razonable pensar que las turbulencias descritas anteriormente afecten a toda la fachada bajo el vuelo de un buen alero. Si esto fuese así, se justificaría mucho más el uso de este elemento tradicional cuyo papel sería muy discutible si imaginamos una lluvia impulsada horizontalmente por el viento. Volveremos sobre este punto en el último capítulo. Las combinaciones de la disposición de elementos salientes de la fachada, retranqueos y huecos, pueden dar lugar a toda clase de fenómenos locales como la abundancia de agua provocada por los dos toldos sobre esa pilastra bilbaína (fig. 54). Pero siempre aparecerá un factor dominante: la parte superior de la fachada y, sobre todo, los planos horizontales de remate del edificio recibirán grandes aportes de agua porque sobre ellos pasan los flujos de viento con más carga de lluvia.
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2.3 Agua y porosidad La lluvia moja, pues, la parte superior de las fachadas, mientras que las zonas bajas suelen mojarse solo cuando llega hasta ellas la lámina de agua que se ha formado en la parte superior. La lámina de agua es una fina película de apenas unas décimas de milímetro de grosor. Se desplaza a una velocidad del orden de 1 metro cada minuto y desciende formando recorridos irregulares guiados por las características de la superficie y de la propia suciedad arrastrada y depositada. Para que se forme esa lámina de agua es necesario que el aporte sea superior a la absorción del paramento. El material incide en el proceso con su tersura y permeabilidad. Si el material es impermeable y terso, la lluvia enseguida formará una película de cierto grueso que se deslizará por gravedad. Si el material es permeable y rugoso, la película tardará mucho en formarse y le costará más iniciar su desplazamiento. Si la fachada es de un material muy poroso, absorberá mucha agua de lluvia y la polución arrastrada se detendrá muy cerca del lugar de vertido. Si el material es poco absorbente, el agua sucia resbalará y se desplazará hacia abajo dejando limpia la zona más alta.
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Beijer y Johanson, en el 76, observaron la formación de esa lámina en la fachada de hormigón de un edificio de veinte metros de altura. Tardó 18 minutos en formarse la lámina en la parte superior y, aunque la lluvia fue muy intensa, la lámina nunca alcanzó el suelo. La figura 57 muestra el tiempo que tardará en formarse la lámina de agua para diversos regímenes de lluvia y diversas porosidades del paramento. Es un dato fundamental para prever acontecimientos en el diseño de una fachada, puesto que la porosidad es muy variable.
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En una fachada de ladrillo, la absorción es tan elevada que nunca llega a formarse la lámina de agua. En las fachadas de hormigón, la lámina llega a formarse pero no suele llegar, en su descenso, hasta la parte inferior de la fachada porque es absorbida antes por las zonas más secas. Evidentemente estas afirmaciones son muy generales puesto que hay ladrillos de porosidades muy distintas. En el caso del hormigón, el vibrado y el tipo de encofrado o tratamiento de acabado pueden cambiar radicalmente la porosidad.
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En la figura 59 la suciedad vertida por el pavimento de este porche del Convent dels Àngels (Clotet, Paricio) ha sido inmediatamente fijada en la pared por la alta absorción de los ladrillos.
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3. LA TÉCNICA DE LA MANCHA O EL LAVADO
Cuando ingresé en la Escuela de Arquitectura todavía se exigía la técnica del lavado. Agua y tinta china. Para oscurecer el dibujo: un poco más de tinta y el pincel casi seco. Para aclarar: mucha agua con el pincel bien limpio (siempre que no se haya secado la capa anterior). La lluvia y el viento usan la polución para pintar nuestras fachadas con la técnica del lavado. La lluvia arrastra las partículas depositadas sobre los planos horizontales y los conduce por la fachada. El resultado de ese arrastre depende de la proporción entre agua y suciedad. Un poco de agua y mucha suciedad significa que se producirá un tono oscuro que tiñe intensamente la fachada. Mucha agua y poca suciedad producirán un teñido muy claro. Si continúa la lluvia y se ha agotado el acumulo de porquería, el agua limpia lavará cada vez más la zona por la que corre dejando una mancha especialmente clara. El resultado de ese lavado es muy difícil de prever. Incide el volumen de depósitos de suciedad, la rugosidad y porosidad del paramento y la cantidad y la frecuencia de paso del agua, de una lluvia movida por una imprevisible combinación de viento y gravedad. Cualquier mínima irregularidad, cualquier insospechada diferencia en alguna de las características enumeradas, provocará que la relación agua suciedad sea diferente entre dos puntos quizás muy próximos, quizás de características aparentemente similares. El resultado puede ser que uno esté cada vez más limpio y otro cada vez más sucio.
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3.1 Lavado de fachadas Un edificio de geometría elemental, un prisma de fachadas ver ti ca les sin vuelos de ningún tipo y envuelto por un material ho mo gé neo de aristas perfi ladas y continuas debería mancharse homogéneamente según los fenómenos expuestos. Siempre será difícil predecir si esa mancha será limpia o sucia, es decir, si será más oscura por arriba con churretones descendentes o será más claro por lo alto y se os cu re ce rá a brochazos ver ti ca les por la par te inferior. Las figuras que ilustran esta página muestran un tipo de resultados muy común cuando el aporte de agua es importante y la fachada
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de baja permeabilidad. La parte superior de la fachada está limpia y los brochazos claros muestran hasta dónde ha llegado el agua en su lavado de la superficie de fachada. Los dos edificios tienen elementos comunes que explican este resultado: un régimen de lluvias abundante y una superficie rugosa, mortero en Bilbao (fig. 61) y monocapa de resinas en Oporto (fig. 63). La primera característica supone un mayor depósito de suciedad. La segunda implica importantes aportes de lluvia que lavarán la parte de arriba pero no llegarán hasta el suelo porque el revestimiento retendrá la lámina descendente entre sus poros y granos.
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Si el edificio tiene tanta altura como la torre de Valencia y su revestimiento es tan rugoso como el del hormigón que envuelve este edificio, no hay duda de que será inevitable que la coronación del edificio presente un lavado claro muy destacado (fig. 64). Podremos explicar esa situación pero difícilmente conseguiremos preverla. Si la polución en la zona fuese un poco menor, la lluvia más abundante y, sobre todo, el material un poco más impermeable, probablemente llegaría a lavarse toda la fachada. Evidentemente si la textura fuese más tersa, porque el tendido estuviese planchado o porque se tratase de una piedra pulida o un vidrio, es casi seguro que estas fachadas estarían completamente limpias. Pero tampoco está tan claro. Si el aporte de suciedad es suficiente se formarán manchas en los bordes de la lámina de agua sobre cualquier tipo de material, por impermeable que sea. Una vez iniciado el depósito de suciedad, esa rugosidad será el soporte para que la mancha crezca rápidamente. La figura 65 muestra las manchas de
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la cubierta del museo Guggenheim de Bilbao, a pesar de la tersura de la lámina de titanio. El clima y otros factores pueden complicar estas previsiones introduciendo manchas que se generan de otras maneras, como las de tipo biológico. Grandes cantidades de agua en un material muy poroso pueden producir una mancha oscura en coronación por la formación de musgos y algas, que difícilmente serán arrastrados por nuevos aportes de agua. La coronación de este muro del Museo del Pueblo Gallego (Siza, fig. 67) muestra que el lavado limpio solo ha podido aclarar unas estrechas franjas vecinas a las juntas de las piedras de albardilla. Una vez depositada la suciedad y formada una capa de cierto grosor, los nuevos aportes de agua se abren paso con mucha dificultad y es casi imposible que la mancha desaparezca por sí sola. La figura 66 muestra unos canalículos dibujados por el agua limpia en la suciedad acumulada en el fuste de una columna.
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3.2 Los huecos El alféizar vierte aguas a la fachada. Su proyección horizontal hace que se moje antes que el paramento vertical, como muestra esta fotografía del Rijkmuseum tomada a poco de iniciarse la lluvia. Con los primeros vertidos se desborda toda la suciedad acumulada en ese plano horizontal. Por ello es tradición volar el alféizar y formar un goterón para alejar agua y suciedad de la fachada. Como difícilmente el viento será absolutamente perpendicular a la fachada, esos vertidos se harán sobre todo por los lados del alféizar volado, marcando esa especie de bigotes orientales que muestra la figura 68. Muchos esfuerzos de diseño de la buena construcción han intentado evitar esos vertidos levantando los lados del alféizar. Seguro que es una magnífica solución para reducir la presencia del agua en la fachada, pero tengo cada vez más dudas de que eso reduzca las manchas. Fijémonos en la ventana superior de esa misma figura. La mancha se sitúa bajo toda la longitud del alféizar. Parece como si la fachada estuviese más limpia allí donde no hay huecos.
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En el extremo opuesto observemos los efectos de este balcón de un caserón pamplonica (fig. 70). La fachada aparece muy sucia salvo en los dos puntos por los que el balcón ha vertido aguas. Es decir que, en muchos casos, los efectos del lavado limpio predominan sobre el sucio y el agua del alféizar limpia al antepecho. La figura 71 es aún más ilustrativa. Los vuelos del alféizar están muy rotos, como mordidos. Allí donde no hay vuelo la fachada está más limpia que donde el alféizar está completo. Parece que esta fachada tendría mejor aspecto si el arquitecto no hubiese dado vuelo a las piedras que hacen de alféizar. Probablemente estas observaciones no pueden generalizarse. Es posible que con materiales muy permeables la absorción sea tan inmediata que fije la suciedad sea cual sea la cantidad de agua aportada. Es el caso del porche del Convent dels Àngels que veíamos en la página 38. Pero sí podemos afirmar que en paramentos de hormigones o piedras más o menos compactas, la observación nos lleva a pensar que el vuelo del alféizar no contribuye a la limpieza de la fachada.
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La fachada lisboeta de la figura inferior es uno más de los muchos ejemplos que se podrían aportar. Las piedras colocadas a modo de escamas están más limpias en la parte superior de cada antepecho, porque el agua que ha resbalado sobre los vidrios y atravesado el alféizar ha efectuado un lavado limpio sobre ellas. Un material más impermeable habría conseguido que todo el antepecho estuviese limpio. Es frecuente que esa mayor limpieza aparezca en la parte superior de la fachada, donde, como hemos visto, el aporte de agua es mucho mayor. La fotografía 72, tomada en la plaza de San Agustín del barrio del Raval en Barcelona, ejemplifica muy bien los temas que estamos tratando. El antepecho situado bajo la ventana más alta apenas se ha manchado mientras que los inferiores están cada vez más sucios. Esta imagen sigue confirmando que la lluvia cae con más intensidad en las partes altas de los edificios y que en esas zonas el lavado limpio
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puede mantener la imagen de la fachada sobre todo si los alféizares no vuelan. Sin embargo, en la parte baja de las fachadas el agua casi siempre es insuficiente para limpiar todo el paramento y la suciedad se marca, sobre todo, bajo los vuelos de los alféizares donde no llega ni el agua depositada sobre estos ni la lámina descendente que ya ha sido absorbida por el paramento (fig. 73). Como siempre, estos resultados dependerán sobre todo de la porosidad del paramento y de la presencia de otros obstáculos al movimiento de la lámina. La fachada veneciana de la figura 74 muestra la importancia de la cantidad de agua aportada. La ventana de la izquierda está cubierta por un balconcillo. Eso ha reducido la cantidad de agua que recibe de la parte alta de la fachada y ese caudal apenas es suficiente para lavar el alféizar. Parte de su borde está oscuro y apenas hay vertidos sobre el antepecho. La ventana de la izquierda recibe tanta agua que ha lavado el borde del alféizar y además ha manchado con amplios vertidos sucios el antepecho inferior. 47
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3.3 Esquinas, impostas y otros accidentes Hasta aquí hemos tratado todos los problemas imaginando fachadas de dimensión horizontal indefinida sometidas a la acción de un viento perpendicular. Para acercarnos a la complejidad real tendremos que considerar muchas otras situaciones. Por ejemplo, un viento de componente oblicuo respecto a la fachada llevará el agua de los alféizares hacia una de las jambas de manera que el vertido se hará por una de las esquinas del hueco. Las esquinas son escapes del viento, como la parte superior del edificio. En las zonas próximas la velocidad del viento es mayor y el agua más abundante. Las esquinas tendrán con frecuencia un lavado limpio, como la parte alta de los edificios. El edifico logroñés de la figura 75 muestra en su parte izquierda el resultado de la combinación de ambos factores. 48
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Para acercarnos a la realidad aún tendremos que incorporar el resto de irregularidades que podrán tener enorme influencia en la distribución del agua, los resaltes horizontales o impostas y molduras, los retranqueos verticales y pilastras, los huecos con guardapolvo, los vierteaguas sobre huecos, la humedad ambiente, etc. Las dos imágenes inferiores muestran los efectos de algunos obstáculos sobre el movimiento del agua. En la fachada del cine Capitol de Barcelona (fig. 76) el tímpano curvo lanza el agua hacia los lados dibujando dos trazos que continúan su curvatura. En este hotel de las Ramblas (fig. 79), la rotulación está cerrando el paso al lavado limpio e iniciando la formación de manchas sucias.
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Recordemos, además, las diferencias de permeabilidad de los diferentes materiales que pueden hacer que un mismo elemento constructivo, un paramento que sobresale del plano de fachada, tenga lavado limpio en un caso (fig. 77) y sucio en otro( fig. 78). 49
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Por fin nos quedará la presencia de juntas y uniones, sobre todo la incisiva presencia de juntas entre las piezas que forman albardillas y alféizares. Estas últimas se convertirán en unos canalillos por los que se verterán las primeras gotas de lluvia, las más sucias, que marcarán indeleblemente la fachada.
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4. PÁTINA Y ARQUITECTURA
Hemos visto cómo se forman las manchas de suciedad en nuestras fachadas pero aún no sabemos por qué en algunos casos esas manchas avaloran las cosas, y las llamamos pátina, y en otros casos las afea gravemente, y entonces las llamamos churres o manchurrones. Los tres puntos siguientes se acercarán a las razones de esa diferente consideración y a su papel en la arquitectura: - pátina y luz - pátina en el lenguaje clásico
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- pátina en la arquitectura moderna
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4.1 Pátina y luz Ya enunciamos la hipótesis general según la cual calificamos de pátinas a las transformaciones, introducidas por el tiempo, que subrayan el carácter de los objetos. Eran pátinas los óxidos no destructivos de algunos metales, los líquenes de las piedras y las exhibiciones de sucesivas capas de pintura que nos explicaban las atenciones que aquel muro había recibido a lo largo de su vida. En este punto añadiremos un factor específico que distinguirá pátinas de suciedades en el mundo de la arquitectura: la luz. La suciedad transportada por el agua se acumula en unos lugares que muchas veces coinciden con las zonas sombreadas, subrayando aún más el volumen de las formas.
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La luz, como el polvo, también cae sobre los objetos y su papel es tan importante como para que Le Corbusier definiera la arquitectura como “el sabio juego de las formas bajo la luz». Pues bien, la suciedad puede contradecir, desdibujar las sombras naturales de las formas arquitectónicas o subrayarlas y de eso dependerá, según esta hipótesis, que la consideremos o no como pátina. La figura 84 muestra una arquivolta del Duomo milanés. No hay duda de que la suciedad está dando relieve a la caligrafía del moldurado. La precisión con la que la suciedad se ha colocado en los fondos sombreados no parece casual. Pero aún es más espectacular el efecto de la columnata de la Biblioteca Sansovina en Venecia (fig. 85). La aparente luminosidad de los fustes no es debida a la luz que cae en ese momento sobre ella, sino a la inteligente disposición de la inevitable suciedad que se acumula en el friso y en los capiteles y se lava en la parte delantera e inferior de las pilastras. Esta única imagen tendría que ser suficiente para convencernos del elaborado papel de la conducción de las aguas en la arquitectura clásica.
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4.2 Pátina en el lenguaje clásico Esa coincidencia entre sombras y pátinas es habitual en la composición arquitectónica clásica. Y no lo es por casualidad; siglos de prueba y error han decantado un sutil conocimiento que ha conseguido hacer de la necesidad virtud y han encontrado la manera de que los edificios envejezcan reforzando la expresión de su volumetría. Una imagen clásica: la basa del Templo de Dídimo con su elaborada talla helenística (fig. 86). La suciedad se ha fijado en la parte superior de la escocia y en la inferior del bocel. El agua ha lavado durante siglos el mármol de las zonas opuestas: la parte inferior la escocia y la superior del bocel. El resultado de suciedad y limpieza, sombras y luces refuerza inequívocamente la volumetría de la moldura. Por cierto, escocia viene de scotia, sombra en latín.
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Los recursos fundamentales de la arquitectura clásica son la cornisa y la imposta. Ambas consiguen alejar el agua sucia de la fachada y repartir el flujo horizontalmente para impedir el lavado limpio. Hemos visto también, en el punto anterior, el cuidadoso diseño de las arquivoltas del Duomo milanés (fig. 85) como ejemplo de la preocupación del gótico con la distribución de la suciedad. Pero es el barroco, en este caso el de Orihuela, con sus atormentadas fachadas, el estilo que puede ofrecernos más y mejores imágenes del valor de la pátina reforzando sombras. La hornacina de la derecha ahonda su profundidad con la sombra de la pátina, mientras que en la figura de la fotografía inferior la dama se levanta luminosa sobre la sombra del arco roto y del arquitrabe. En la portada de la Iglesia de Santa Justa (fig. 89), todo el alarde escultórico gana con la pátina lo que pierde con la entrada de agua entre unas piedras que lavan irregularmente el arquitrabe troceado. 88 89
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Esta imagen del Altesmuseum de Berlín muestra cómo pierden efecto los recursos contra las manchas al aumentar la escala del orden clásico. La cornisa no llega a proteger todo el friso, el arqui tra be ape nas protege las pilastras y estas solo mantienen su lava do limpio hasta la mitad de su altura, donde las acanaladuras empiezan a mancharse. Los plintos y basas aparecen ya com ple ta men te manchados (fig. 92). A la izquierda una columna salomónica aparece inusitadamente contrastada por la escasa protección del vuelo del arquitrabe, que ha dejado en la sombra y cargado de pátina las zonas más altas y las más profundas, pero ha permitido un intenso lavado limpio de las formas abombadas de la espiral de piedra. El papel de la imposta es evidente hasta los inicios del siglo veinte. Una arquitectura aparentemente tan libre como la de Gaudí no deja de pellizcar o plegar la fachada para formar goterones en cada planta y repartir, en lo posible, el flujo del agua. Esa intención es evidente en
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la composición general de la Pedrera o en las profundas cejas que protegen la planta noble de la casa Batlló (fig. 94). Los elementos constructivos diseñados originalmente para conducir las aguas por la fachada, los weathering ingleses, los aleros, las impostas, los bateaguas, capirotes y goterones, tenían tal importancia en la imagen del edificio que su valor iconográfico y estilístico supero ampliamente a su valor preventivo llegando a conseguir el olvido de su objetivo original. El diseño y factura de esos elementos evoluciona obsesionado por las connotaciones simbólicas y llega a convertirse en el más seguro identificador de los estilos arquitectónicos. En ese tránsito muchos de ellos pierden por completo su utilidad como en los frontones rotos del barroco que veíamos en la página anterior o en el simbólico guardapolvo de los bajos del edificio Mapfre de Barcelona (93). 93
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4.3 Pátina en la arquitectura moderna La arquitectura moderna ha hecho apología de la abstracción, de la elementaridad geométrica y de la tersura de las superficies. El paradigma edificado ha sido durante décadas una forma geométrica sencilla, un prisma puro, cuyas superficies no mostrasen ni una arruga, ni un pliegue. Consecuencia de esta planeidad es la fragilidad de su imagen ante el paso del tiempo y frente a los movimientos de la suciedad. Los peligros fundamentales son dos: vertidos de los planos horizontales y lavados de las grandes superficies verticales. Estas dos vistas de la Escuela de Arquitectura de Oporto de Álvaro Siza son ejemplos de ambos problemas. La figura de la izquierda muestra los efectos del vertido de un simple pasamanos sobre el paramento exterior. La suciedad acumulada sobre el plano horizontal se ha depositado entre los granos del paramento. El acabado de fachada en este edificio, como en casi todos los que el arquitecto realiza desde hace ya unos años, está formado por un tendido de resinas y arena muy granada, armado y colocado sobre
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una lámina de aislamiento térmico. La imagen obtenida, de una tersura rutilante, parece exigir una apariencia siempre joven y sufre mal las huellas de la intemperie. El material es bastante impermeable, por lo que el agua corre sin ser absorbida como en el ladrillo. Sin embargo, como es granujiento, retiene bastante suciedad. La lluvia ha lavado las esquinas y la parte más elevada, mientras que la suciedad se acumula en las partes menos mojadas. Las diferencias entre las zonas siempre lavadas y las partes donde la suciedad dificultará el paso del agua se incrementará, facilitará nuevos acúmulos y hará cada vez más llamativas esas manchas. Para evitar ese proceso puede recurrirse a materiales aún más impermeables, materiales que por su acabado absolutamente terso no retengan casi nada de polvo. Es lo que ha hecho Meier en el Macba de Barcelona con sus habituales aplacados de aluminio. La solución parece adecuada para las grandes superficies planas, pero allí donde la geometría es más compleja ha tenido que recurrir a los tradicionales revocos y sufrir las consecuencias de los vertidos sucios de las albardillas.
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Ni siquiera el museo judío de Berlín con sus chapas de acero inoxidable (fig. 98) o el Guggenheim con sus láminas de titanio (fig. 99), han podido evitar los guiños de la suciedad criticando sus tersas imágenes, manchas difusas en una parte, churretes concentrados en la otra. A pesar del vertiginoso presupuesto de mantenimiento de este último edificio, la suciedad está dejando unas huellas que no contribuyen a mejorar su aspecto.
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La arquitectura moderna no quiere envejecer. Quiere conservar indefinidamente la tersura de la piel de sus primeros años. Un objetivo muy difícil, imposible a largo plazo. Esa rabiosa voluntad de conservar una apariencia de juventud queda en evidencia y ridiculiza al edificio cuando este sufre el paso del tiempo. El tiempo tiene que dejar su huella, los edificios evidencian los materiales que soportan sus débiles tendidos de mortero; las relaciones entre estructura y cerramiento, entre pieles y huesos, van transluciéndose al exterior.
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Pero es sobre todo la obsesiva búsqueda de la tersura lo que acelera la aparición de sucias manchas en su piel. Auguste Perret recordó, a propósito del tema, esta frase de André Gide: “Lo que parecerá pronto la más viejo, es lo que al principio habrá parecido lo más moderno, cada complacencia, cada afectación es la promesa de una arruga” (citado por P. Colllins en Splendeur du betón).
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5. PROYECTAR LA PÁTINA
Si nos preocupa la huella del tiempo en nuestros edificios tendremos que aprender a enfrentarnos con todos los fenómenos que hemos descrito. Según el tipo de composición arquitectónica adoptada, en función de los materiales de fachada pero, sobre todo, de acuerdo con nuestros propios criterios sobre el envejecer, podremos adoptar una de las siguientes posturas, o quizás, una combinación de todas ellas. - Evitar la mancha 63
- Disimular la suciedad - Proyectar la pátina
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5.1 Evitar la mancha Evitar que una fachada se manche es una empresa difícil pero podemos recorrer algunas de las condiciones que hay que cumplir para intentarlo. La pátina, como hemos visto ampliamente, se forma por el irregular movimiento de una suciedad empujada por el agua y fijada por la porosidad del material. Para evitar que se inicie ese proceso tendremos que jugar con los tres factores provocadores: la suciedad, el agua y la porosidad. La primera condición consistirá en evitar vertidos a la fachada de la suciedad acumulada en las superficies horizontales: las albardillas y los alféizares de las ventanas.
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Albardillas Las albardillas de coronación de antepechos o de los bordes de una cubierta plana sin protección perimetral nunca deben verter agua en la 64
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fachada. Para ello no es suficiente con que su perfil sea horizontal o, incluso, que presente cierta inclinación hacia el interior de la cubierta; el viento empujará la suciedad hacia el exterior en cuanto esta empiece a flotar con las primeras gotas de lluvia. La única solución es darle una fuerte pendiente hacia el interior. Si es posible será mejor incluso dibujar un plano casi vertical, un afilado pliegue hacia arriba, en el borde exterior, que retenga esa agua sucia para que en ningún caso pueda verterse hacia afuera. El tejado de la figura 106 tenía una pendiente de más de treinta grados y sin embargo el agua había empujado el agua obligándola a remontar la cumbrera y caer por la fachada, como muestran los lavados verticales.
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Los puntos más delicados serán los que corresponden a las juntas entre las piezas que forman la albardilla. La primera agua sucia desbordará por esos puntos dibujando en la fachada los temidos churretes. Para evitarlo, deberá conseguirse que el material cierre esa junta, recomponga exactamente el perfil general de las piezas que forman la albardilla, sin que en ese perfil superior del edificio se señalen como incisiones los puntos de unión. Alféizares Si las ventanas y sus vidrios no están exactamente enrasadas con el paramento de fachada, los alféizares se convertirán en planos de acumulación de suciedad. Ya han pasado los tiempos en los que la limpieza doméstica incluía pasar el trapo por esos planos bajo las ventanas.
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El problema es antiguo y ha recibido la atención de grandes maestros de la arquitectura. La solución clásica consiste en volar el plano del 66
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alféizar más allá del paramento de la fachada para verter las aguas lejos de esta. No suele ser suficiente, el agua, impulsada por el viento, se mueve hacia los lados de la ventana y se derrama con su suciedad por las aristas laterales de ese vuelo. En algunos casos se ha evitado ese vertido lateral levantando los extremos del alfeizar para conducir toda el agua hacia afuera. De todas maneras el vuelo no garantiza la limpieza del plano inferior. El agua se vierte sin impulso y es normal que sea empujada por el viento para chocar de nuevo con la fachada poco más abajo. El papel del goterón es dudoso cuando la presión y dirección del viento pueden ser cualesquiera. Si además el vuelo no tiene un rotundo goterón su papel puede ser contraproducente, como en este imposta, que reúne los vuelos de los alféizares un un edificio moderno de Portoalegre (fig. 110). 67
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La solución más radical es la que utilizó Carlo Scarpa, hace más de veinte años, en la Banca Popolare de Verona (fig. 112). Tras esas ventanas circulares, el alféizar se ha convertido en una bandeja de recogida de aguas que se conducen a través de un tubo hasta verterlas libremente por la pequeña gárgola que aparece en fachada unos metros más abajo. La velocidad de salida por la presión de la carga del vertido hará más difícil que se manche el paramento. El mismo recurso, aunque con una construcción mucho más elaborada, fue utilizado por Botta en el edificio Ransila de Lugano (fig. 111). El alféizar escalonado de ladrillo está apoyado en la recogida de aguas que se vierten al exterior por una gárgola de ladrillo. 111
La fachada ventilada con hoja exterior claramente diferenciada brinda una nueva gama de posibilidades que han sido utilizadas modernamente en nuestro país por lo menos en un par de ocasiones: en el edificio de
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Carburos Metálicos en Barcelona de Amadó y Domenech (fig. 113), y en los Laboratorios Universitarios de Santiago de Compostela de Manolo Gallego (fig. 114). En ambos casos la hoja exterior es una lámina de piedras colgadas que se separan de la fachada formando una cámara. Las fayancas, o vierteaguas de la carpintería, no llegan hasta el haz exterior de la fachada sino que vierten sus aguas sucias en la cámara ventilada. Es una solución perfecta desde este punto de vista, pero que exige que el haz exterior de la hoja interior sea perfectamente impermeable. Es decir que reduce el papel de la hoja exterior a la definición de la imagen del edificio. Las medidas anteriores pueden evitar el aporte localizado de suciedad, pero no evitan que la suciedad difusa de la fachada se lave en las partes superiores y se concentre en las inferiores. La imagen resultante es el negativo de la que producían la albardillas mal diseñadas. En este
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caso, la parte superior de la fachada quedará perfectamente lavada, clara, mientras que donde la porosidad detenga el movimiento del agua aparecerán manchas de suciedad. Por lo tanto, en los casos en los que la suciedad de la fachada pueda llegar a destacar sobre las partes limpias, para evitar la aparición de manchas, tendremos que conseguir que no se acumule un exceso de agua en la parte superior de la fachada. Parece razonable pensar que los tradicionales aleros son capaces de cumplir esa función. Las líneas de flujo del viento que veíamos estrellarse contra la parte superior del edificio iniciarán su ascenso más lejos de la fachada para sortear el alero, y el área de turbulencias que protege la fachada del azote directo de la lluvia ocupará en este caso toda la altura del edificio. No tengo pruebas de ensayos de aerodinámica que confirmen este punto. Solo los esquemas publicados por Beijer (pag. 34), muestran la reducción de aportes cuando se amplía el vuelo de un saliente. 70
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La observación directa sí que me ha dado pruebas de la eficacia de esta solución. La figura 115 muestra dos edificios de vivienda, vecinos y muy similares, a poco de iniciarse una fuerte lluvia. Ambos son de ladrillo y tienen una composición de fachada similar. El que tiene alero aún no ha empezado a mojarse. En el que no tiene ningún vuelo de cubierta han aparecido unas fuertes manchas de agua que ya empapan el ladrillo y que iniciarán el descenso, si la lluvia continúa y la porosidad de la cerámica no puede absorberlas. Por fin tenemos que considerar una tercera posibilidad: conseguir un lavado limpio en toda la fachada. La suciedad se deposita con más facilidad allí donde el material es más poroso. Recordemos que si el material no es absorbente y su superficie es tersa, la lámina de agua descenderá por toda la fachada sin empapar el paramento. Por lo tanto, no llegará a depositar la suciedad que arrastra y la llevará hasta el pie del edificio. El más habitual es el vidrio, pero también podríamos citar algunas piedra pulimentadas como las del zócalo del edificio de L' illa de Baracelona (Moneo y Solà-Morales, fig. 116).
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En cualquier caso, el recurso al lavado limpio exige que la fachada además de impermeable sea tersa, para que no recoja suciedad. Deben evitarse siempre los aportes localizados de porquería que dejan su huella incluso en el vidrio. Bastará un punto, una junta de una carpintería, por que llegue bastante suciedad a un vidrio, para que éste se manche en poco tiempo con un churrete vertical. Una vez adherida la primera incrustación esa zona frenará el movimiento del agua, se reducirá el efecto del lavado y se facilitarán los posteriores depósitos de suciedad. Es el caso de la figura 118, que evidencia ese problema en un edificio tan bien mantenido como el Museo Guggenheim de Bilbao. Si el plano de fachada no es absolutamente vertical sino que tiene cierta inclinación, la suciedad puede depositarse en materiales tan tersos y poco porosos como el PVC. La fotografía 117 muestra un edificio zaragozano construido por la empresa Hypar, hace unos veinticinco años, con paneles prefabricados de plástico.
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5.2 Disimular la suciedad Un recurso opuesto consistirá en utilizar materiales cuya textura sea tan gruesa que disimulen las manchas. Si el material tiene una superficie grumosa, los depósitos se depositan de forma similar entre esos grumos y contribuyen a incrementar el aspecto irregular del material. Es el caso del travertino romano, como el que utilizamos en la fachada de la ampliación del Convent dels Àngels o de algunas otras piedras sedimentarias lacustres como la de Banyoles. También puede imitarse con las piedras artificiales de acabado basto como en el edificio de oficinas que aparece en la figura 120. El ladrillo explota maravillosamente este recurso. La frecuencia de juntas, las diferencias de tono y el grano del dibujo hacen que el dibujo de la mancha sea mucho más confusa que en los estucos y revocos. La figura 121 muestra un vertido provocado por el alféizar justo al lado del aclarado, producido por el lavado limpio bajo el paramento macizo, pero el contraste queda disimulado por el dibujo y la variedad tonal del ladrillo. En cualquier otro material esa mancha sería mucho más aparatosa pero aquí parece perfectamente admisible.
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En las figuras que ilustran esta página se comparan dos fachadas venecianas de similar composición: a la izquierda (fig. 122), un caserón de viviendas situado en el Campo S. Biagio, a la derecha (fig. 124), un edifico público en el Campo S. Stefano. La primera fachada, en ladrillo, parece mucho más limpia que la segunda, que muestra la acumulación de suciedad bajo el vuelo de cubierta, la imposta inferior y balcón de la primera planta. Es el contraste de esta suciedad con el perfecto lavado limpio de la parte superior e inferior de la fachada lo que destaca en la composición. En la primera, la diferencia de tono entre el ladrillo sucio y el limpio es mucho menor y la fachada conserva una imagen más próxima a la original.
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La textura rugosa que disimula la pátina se ha conseguido muchas veces con revestimientos de chino lavado, incrustaciones de cantos de río (chinas) en morteros. Una versión moderna de esta solución son los paneles prefabricados de hormigón con acabados de áridos insertos o conseguidos por lavados al ácido o al chorro de agua, que tanto se utilizaron en los años setenta. Estos edificios de viviendas de la Diagonal de Barcelona (fig. 123), construidos hace más de treinta años, muestran la eficacia de la solución. En esta misma línea, que busca el disimulo de la mancha en el grano y textura del paramento, se utilizan a veces hormigones muy toscos en
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los que los defectos del material resumen las manchas añadidas por la suciedad. Los hormigones brutalistas de los cincuenta adoptaron eficazmente esta línea.
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5.3 Proyectar la pátina Las últimas soluciones citadas nos acercan al más difícil todavía en esta materia: conseguir que la mancha refuerce la composición, hacer que parezca un elemento previsto desde el primer momento en la concepción arquitectónica de la fachada. Hemos visto utilizar este recurso con los metales, como es el caso del acero corten tan brillantemente insertado por Cesar Portela en el granítico cementerio de Finisterre y por tantos otros arquitectos, en elementos en los que la mancha natural de la progresiva corrosión consigue una valiosa pátina, y ofrece una atractiva riqueza cromática desde el momento de su puesta en obra.
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Pero este recurso puede extrapolarse a los hormigones en los que las manchas de desencofrante o la irregularidad del vibrado aportan matices y dibujos a los paramentos. En el Cementerio de Igualada, Miralles y Pinós utilizaron este recurso con gran sensibilidad (fig. 125, 127 y 128). En el Banco de España en Girona (fig. 129 y 130) hicimos algunos intentos de previsión de las consecuencias del paso del tiempo. Para recoger las manchas sucias de la cubierta colocamos a sardinel las 127
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hiladas superiores de la fachada incorporando un dibujo vertical en la zona donde esperábamos posibles manchas de trazo vertical. Lo cierto es que suponíamos que surgirían verdines y líquenes en puntos de la fachada, sobre todo en la orientación norte, pero solo se han producido en formaciones orgánicas en las ranuras horizontales, donde cambiamos el ladrillo perforado por un ladrillo macizo que exigía más temperatura de cocción y eso implicaba una mayor carga de arena que hacía granujienta su superficie.
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Nadie como Carlo Scarpa para proyectar la decadencia, en casi todas sus obras la pátina del tiempo es un factor incorporado al proyecto. El muro de la fundación Querini Stampalia nunca parecerá sucio porque con su grano dibuja unas manchas que la intemperie solo puede matizar y subrayar. Probablemente es en otro cementerio, el de la familia Bión, donde jugó más a fondo esta baza. Los líquenes han tapizado con toda naturalidad los paramentos, maderas y hierros (fig. 132). ¿Será casual esta coincidencia? Constato ahora que este es el tercer cementerio que ejerce como ejemplo de arquitecturas en las que se ha proyectado, en la medida de lo posible, el paso del tiempo. ¿Será porque son espacios en los que la presencia del tiempo es tan dramáticamente evidente? Pero el tiempo pasará también por todos nuestros edificios y no hay duda de que serán mejores si la intemperie deja su huella sin afearlos o dañarlos sino avalorándolos como quería María Moliner. Siempre deberíamos intentar proyectar la pátina. 131
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