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SEGURO A CUALQUIER VELOCIDAD LARRY NIVEN ¿Pero cómo, usted pregunta, pudo haberme fallado un vehículo? Puedo ver ya el terror en sus ojos ante la idea que su vehículo, también, pudiera fallar. Ahí está, con una vida de duración indeterminada, un ser potencialmente inmortal, tomando todas las precauciones posibles contra la abrupta terminación de vuestro espíritu, y todo para nada. El campo disruptor del triturador de basuras de su cocina podría expandirse repentinamente para tragarlo. Su cabina de transferencia podría hacerlo desaparecer del punto transmisor y olvidarse de depositarlo en el punto receptor. Una pasarela móvil podría acelerar hasta llegar a los ciento cincuenta kilómetros por hora y después ladearse para lanzarlo contra un edificio. Cada una de las plantas productoras de la especia elevadora de la tensión vital en los Mil Mundos, podría morir de la noche a la mañana, dejando que usted envejeciera y sus cabellos se volviesen grises, y usted arrugado y artrítico. No, nunca ha sucedido eso en la historia humana, pero si un hombre no puede confiar en su vehículo, entonces, por el amor de Dios, ¿en qué puede confiar? Descanse tranquilo, lector. No fue tan malo. En primer lugar, todo sucedió en Margrave, un mundo en las primeras etapas de la colonización. Había salido hacía veinte minutos de Lago Triángulo y me dirigía hacia la región de los aserraderos de Río Serpentino, volando a una altura de unos mil pies. Durante varios días las máquinas habían estado cortando árboles que eran todavía demasiado jóvenes, y se necesitaba un mecánico para que modificara algo en la configuración del cerebro principal. Navegaba con el piloto automático, jugando un complejo solitario a dos bandas en el asiento posterior, con la cámara enfocada para tener una película, en caso de ganar, que respaldase mis fanfarronadas. Entonces un roc se dejó caer volando sobre mí, enroscó diez uñas gigantescas alrededor de mi vehículo, y se lo tragó. En seguida usted ha comprendido que esto no podía haber sucedido en ningún otro lugar que no fuese Margrave. En primer lugar, en cualquier mundo civilizado no habría usado un vehículo para un viaje de dos horas. Habría tomado una cabina de transferencia. En segundo lugar, ¿en qué otra parte puede uno encontrar rocs? En cualquier caso, aquel maldito y enorme pájaro me atrapó y me comió, y todo se volvió oscuro. El vehículo continuó su vuelo, ignorando al roc, pero el viaje se volvió turbulento cuando el roc intentó volar y no pudo. Escuché sonidos, como si se estuviera moliendo algo, provenientes del exterior. Probé con la radio y no capté nada. O bien las ondas no podían traspasar toda aquella carne que me rodeaba, o el descenso por la garganta del ave se había llevado mis antenas. No parecía haber ninguna otra cosa que yo pudiera hacer. Encendí las luces de la cabina y continué jugando. Los ruidos continuaban, y ahora pude ver qué era lo que los causaba. En algún momento el roc se había tragado varias rocas, por la misma razón que un pollo traga arenilla: para que le ayuden en la digestión. Las rocas estaban arañando las paredes del vehículo debido a los movimientos peristálticos, intentando romperlo en trozos más pequeños para que los viscosos jugos digestivos pudiesen actuar. Me pregunté cuán inteligente sería el cerebro principal. Cuando viese un roc deslizarse hasta posarse en el campamento, y cuando comprendiese que el ave era incapaz de volar, por mucho que chillase y agitase las alas, ¿extraería la computadora maestra la conclusión correcta? ¿Comprendería
que el pájaro se había tragado un vehículo? Me temía que no. Si el cerebro principal fuese tan inteligente..., se dedicaría a los negocios por su cuenta. Nunca lo averigüé. De repente, mi asiento se enroscó en forma de un capullo a mi alrededor como una madre sobreprotectora, y choqué de lleno contra un montón de carne a casi quinientos kilómetros por hora. El capullo se desenroscó por sí mismo. Las luces de la cabina continuaban mostrando un fluido rojizo a mi alrededor, pero que se enrojecía más y más. Las piernas habían dejado de rodar. Mis cartas estaban esparcidas por toda la cabina, como una tormenta de nieve . Obviamente, había olvidado algo al programar el piloto automático. El roc había estado bloqueando el radar y el sonar, con los resultados esperados. Unas pequeñas pruebas mostraron que mi motor había fallado debido al impacto, mi radio continuaba sin funcionar, y mis cohetes de emergencia se negaban a ser disparados en el interior de la barriga de un roc. No había forma de salir, no sin abrir la puerta a un desbordamiento de jugos digestivos. Podría haberlo hecho si hubiese tenido un traje de vacío, pero, ¿cómo iba yo a saber que necesitaría uno en un viaje de dos horas en vehículo? Sólo podía hacer una cosa. Recogí mis cartas, barajadas, y comencé otro juego. Pasó medio año antes que el cuerpo del roc se descompusiese lo bastante para dejarme salir. Durante aquel tiempo gané cinco partidas de un complejo solitario doble. Sólo obtuve películas de cuatro de ellos, pues la cámara dejó de funcionar. Me alegro de decirle que el elaborador de alimentos de emergencia funcionó espléndidamente, aunque con cierta monotonía; el generador de aire no se averió jamás y la televisión-reloj funcionó a la perfección como reloj. Como televisor sólo mostraba ondas de estática a todo color. El lavabo se estropeó alrededor de agosto, pero pude arreglarlo sin demasiados problemas. El 24 de octubre, a las dos de la tarde, forcé la puerta, me abrí camino por la piel y carne momificadas entre un par de las costillas del roc y respiré profundamente aire de verdad. Éste olía a roc. Había dejado la puerta de la cabina abierta y pude oír al generador de aire gimiendo alocadamente mientras intentaba absorber el olor. Disparé unos cuantos cohetes, y unos minutos después un vehículo descendió y me llevó a casa. Ellos dijeron que yo era el ser humano más peludo que habían visto en su vida. Después he preguntado al señor Dickson, el presidente de Transportes Generales, por qué nunca decidió incluir un depilador en los depósitos de emergencia. Se supone que alguien que se ha extraviado debe aparentarlo me dijo. Si usted está usando la cabellera crecida durante un año, sus rescatadores sabrán de inmediato que usted ha estado perdido por algún tiempo y adoptarán el procedimiento adecuado. Transportes Generales me ha pagado una suma más que adecuada en compensación por el hecho que mi vehículo fue incapaz de manejar un roc. (He escuchado que ellos están cambiando las garantías para el modelo del próximo año.) Ellos me han prometido una suma similar por la escritura de este artículo. Al parece hay un extraño y posiblemente perjudicial rumor respecto a mi tardanza en llegar a Río Serpentino. Descanso asegurado, lector. No sólo sobreviví sin daños al accidente, sino que también obtuve un substancioso beneficio. Su vehículo es perfectamente seguro, siempre que haya sido construido después del 3100 d.C.
FIN Título Original: Safe at Any Speed © 1967. Edición Digital de Arácnido. Revisión 3.