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Testimonios perturbadores Ni verdad ni reconciliación en las confesiones de violencia de
Estado
Leigh A. Payne Traducción: Julio Paredes
UNIVERSIDAD DE LOS ANDES FACULTAD DE Ciencias Sociales - CESO DEPARTAMENTO DE Ciencia Política
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Primera edición: noviembre de 2009 © Leigh A. Payne © Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Ciencia Política, Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales - CESO Carrera 1ª Nº 18ª-10 Edificio Franco P. 3 Teléfono: 3 394949 - 3 394999 Ext. 3330 - Directo 3 324519 Bogotá D.C., Colombia http://faciso.uniandes.edu.co/ceso
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Para Steve, Zack y Abbe Para siempre e incondicionalmente
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Agradecimientos “¿Por qué una muchacha tan agradable como tú trabaja en un tema como éste?”. He escuchado esta pregunta más veces de las que puedo contabilizar de una forma u otra desde que empecé este proyecto. Al principio, mi respuesta se enfocaba en mi distancia personal y física frente a estos asuntos políticos. Alegaba que era precisamente por no haber experimentado nada remotamente parecido a este tipo de violencia política que podía hacerlo. Sin embargo, esta distancia crítica se rompió después de haber pasado tiempo trabajando con perpetradores, víctimas y sobrevivientes, con videos y archivos fotográficos de la violencia y con informes confesionales y testimoniales. Aunque aún no haya experimentado de manera directa una violencia de Estado autoritaria, la violencia y los violadores han formado gran parte de mi vida. Ahora debo contestar honestamente que no comprendía el precio emocional y físico que una investigación semejante iba a tener sobre mí. Pero he aprendido mucho en el camino. Espero que este proyecto contribuya a la comprensión de que la violencia política nos afecta a todos una vez empezamos a darle reconocimiento. También espero que estimule a que haya menos silencio y un diálogo más combativo que desafíe la legitimidad de la violencia autorizada por el Estado. Por la experiencia y el resultado, debo a numerosas instituciones y a numerosas personas una deuda de gratitud. Este extenso y costoso proyecto, que tuvo lugar en cuatro países, se llevó a cabo gracias al apoyo de dos fundaciones: la John and Catherine T. MacArthur Foundation’s Global Security and Sustainability Program, con agradecimientos especiales a Kennette Benedict, y la Social Science Research Council’s Fellowship on Conflict, Peace and Social Transformation, con agradecimientos especiales a Craig Calhoun, John Tirman y Itty Ibrahim. La Universidad de Wisconsin, en Madison, también ofreció apoyo a la investigación por intermedio del Departamento de Ciencia Política; la escuela de posgrado; el Instituto Internacional y sus programas afiliados en estudios internacionales, estudios africanos, estudios latinoamericanos, caribeños e ibéricos, y los Legados del Authoritarianism Research Circle; el programa del Hilldale Undergraduate Research Award; el programa de Letters and Science Honors Internship, y el programa Vilas Associate. Este proyecto y yo nos hemos beneficiado inmensamente de colegas y estudiantes lúcidos y creativos del Departamento de Ciencia Política de la Universidad
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Agradecimientos
de Wisconsin, en Madison. Gracias a aquellos colegas que conversaron conmigo a lo largo de algunos momentos de este proyecto, particularmente, Richard Avramenko, Richard Boyd, Katherine Cramer-Walsh, Michael Schatzberg, Joe Soss, Aili Tripp y Crawford Young. Los estudiantes de posgrado Yousun Chung, Valerie Hennings, Tricia Olsen, Ferry Ratigan, Marcela Ríos Tobar y Jelena Subotic contestaron muchos de los interrogantes que yo no podía abordar en solitario. Los participantes en el Theory Colloquium leyeron y criticaron de forma generosa mi trabajo en una coyuntura crítica. Estudiantes de pregrado que se embarcan ahora en sus propias carreras profesionales me proporcionaron una ayuda invaluable, en particular, Jennifer Cyr, Hillary Hiner, Jessica Menaker, Sheri Wright Linzell, Heidi Smith y Nicole Wegner. Un red interdisciplinaria de especialistas en Madison que investigan sobre violencia, memoria, narración y performance me alentaron a explorar nuevas áreas de investigación e ideas. Agradezco en particular a Severino Albuquerque, Ksenija Bilbija, Laurie Beth Clark, Eric Doxtader, Jo Ellen Fair, Susan Friedman, Kenneth George, Richard Goodkin, Heinz Klug, Mary Layout, Jacques Lezra, Toma Longinovic, Florencia Mallon, Alfred McCoy, Rob Nixon, Michael Peterson, Gay Seidman, Steve Stern, Neil Whitehead, Thongchai Winichakul y Susanne Wofford. Investigadores y profesionales en distintas partes del mundo han brindado apoyo y retroalimentación crítica. Entre mis colegas de Estados Unidos, agradezco especialmente a Rebecca Atencio, Michael Barnett, Mark Beissinger, Louis Bickford, Margaret Crahan, Pablo de Greiff, Susan Eckstein, Nancy Gates Madsen, Eduardo González, Frances Hagopian, Eric Hershberg, Martha Huggins, Brian Loveman, Eric McGilvray, Kathryn Sikkink, Marion Smiley y Timothy Wickman-Crowley. Entre los colegas que viven afuera, aunque no en países directamente relacionados con las naciones que estudio en este proyecto, agradezco en particular a David Chandler, Stanley Cohen y Carlos Iván de Gregori por su invaluable perspicacia. En Argentina, este proyecto se benefició del programa Memorias de la Represión de Elizabeth Jelin y Eric Hershberg, apoyado por el Consejo de Investigación en Ciencias Sociales, en el Instituto de Desarrollo Económico y Social de Buenos Aires, y poseedor de una red de información única en todos los rincones de América. Gloria Bonder, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, en Argentina, proporcionó retroalimentación a este proyecto tanto en Buenos Aires como en Madison. Por otra parte, el Centro de Estudios Legales y Sociales, Valeria Baruto y Patricia Valdez, de Memoria Abierta, y Nora Cortina y Estela Carlotta de Barnes, de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, ofrecieron importante material de investigación y observaciones que completaron el proyecto.
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En Chile, Carmen Carretón, de la Vicaría de Solidaridad; Teresa Valdez y Alicia Forman, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales; Elizabeth Lira, del Instituto Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos, y Felipe González, de la Universidad de Derecho Diego Portales, colaboraron todos con este proyecto en distintas etapas. Además, Rubén González y Pedro Matta me ayudaron a trabajar en ciertos detalles del caso chileno. Habría resultado casi imposible incluir el caso de Brasil, de no haber sido por algunos grupos de Derechos Humanos e investigadores que lucharon contra el silencio y lo hicieron audible. Hay que señalar en particular al Grupo Tortura Nunca Mais, especialmente, a Victoria Grabois y Cecília Coimbra. También agradezco a James Cavallaro, Danilo Carneiro, Glenda Mezarobba, Edson Teles y Aníbal Castro, por su colaboración en las fases finales de este libro. La porción de la investigación sobre Sudáfrica dependió de mi guía, amiga y colaboradora Madeleine Fullard, con quien estoy profundamente en deuda por introducirme a todo un nuevo mundo de política e investigación. El Centro de Estudios Africanos de la Universidad de Cape Town me alojó durante mi estadía; Alex Boraine permitió que usara sus vastos archivos privados, y los investigadores y el personal del Centro para el Estudio de la Violencia y la Reconciliación me brindaron generosamente tiempo, ideas y documentos. Los errores que haya cometido al hacer este proyecto no serán fácilmente perdonados por los investigadores y profesionales que me enseñaron tanto: Janet Cherry, John Daniel, André Du Toit, Nyameka Goniwe, Paul Haupt, Christina Murria, Laurie Nathan, Michelle Parlevliet, Deborah Pose, Fiona Ross, Nicky Rousseau y Wilfried Scharf. En Duke University Press recibí la provechosa ayuda de los consejos especialmente cálidos y divertidos de Valerie Millholland y de su asistente, Miriam Angress. Tres reseñadores anónimos merecen mi agradecimiento por ayudarme a transformar sustancialmente este libro desde su manuscrito original. Extiendo mi agradecimiento a Pam Morrison y Tricia Mickelberry por su cuidadosa y eficiente copiedición. También agradezco a Carol Roberts por el índice en la versión en inglés y a Andrew G. Reiter y Kathleen Pertzborn por la corrección de pruebas. Como sucede con todos los proyectos extensos, formas intangibles de ayuda llegaron de individuos que desafían una categorización simple. Quizás los sorprenda a algunos de ustedes aparecer mencionados aquí, pero sólo porque no he logrado comunicar de forma acertada lo mucho que ustedes han hecho por mí a lo largo de los años: Peg y Jim Berkvam, Jane Brodie, Catherine Jagoe, Lynn Northrup, Carol y Brad Ricker, Ned Sibert, Minette Vari, Emely Verba y Sue Williamson. Gracias desde el fondo de mi corazón por haber estado ahí cuando
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los necesité. Randy, Janet, Faith y Grace, espero que sepan lo mucho que significó aquella “escapada al Edén” que me ofrecieron. Gracias de nuevo. Para aquellos que me conocen, no los sorprenderá que termine con la idea de la “coexistencia contenciosa”. Debo agradecer a mis tres hermanos mayores Gary, Steve y Randy, y a mi hermana Sara, y a mis padres, por proporcionarme numerosas oportunidades para afilar mis armas de combate dialógico mientras crecía. Dedico, sin embargo, este libro a mi esposo Steve y a mis hijos Zack y Abbe, quienes soportaron una coexistencia contenciosa en nuestra casa. No ha sido fácil. No siempre hemos alcanzado el consenso ni logrado una discusión razonable. Pero en el caso de que la coexistencia contenciosa se interponga al tratar de expresarme con claridad, por favor no olviden que los amo para siempre e incondicionalmente. Ahora que ha llegado el momento de seguir adelante y dejar este proyecto atrás, descubro que empiezo a echarlo de menos. No estoy segura de que extrañe hablar, leer y escribir sobre tortura, asesinato, y el profundo dolor emocional de sobrevivir. Sin embargo, extrañaré la intensidad y la pasión que tan a menudo queda por fuera de los estudios académicos contemporáneos sobre la vida política. Afortunada o desafortunadamente, muchos conflictos dramáticos e irreconciliables esperan futuras investigaciones.
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Contenido
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Prólogo..........................................................................................................
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Introducción: El poder político de la confesión............................................
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Capítulo 1 La representación confesional..................................................
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Capítulo 2 Remordimiento........................................................................
43
Capítulo 3 Confesiones heroicas................................................................
81
Capítulo 4 Sadismo....................................................................................
115
Capítulo 5 Negación...................................................................................
151
Capítulo 6 Silencio.....................................................................................
185
Capítulo 7 Ficción y mentiras....................................................................
209
Capítulo 8 Amnesia...................................................................................
243
Capítulo 9 Traición....................................................................................
265
Conclusión: Coexistencia contenciosa..........................................................
297
Epílogo: Representaciones de poder.............................................................
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Bibliografía...................................................................................................
341
Abreviaturas ................................................................................................
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Prólogo ¿Qué hacer con las confesiones de los responsables de crímenes de lesa humanidad? ¿Debe promoverse que ocurran esos testimonios, a fin de que las víctimas y sus familiares puedan conocer lo ocurrido y encontrar una cierta paz al saber la verdad? ¿Deben además divulgarse ampliamente esas narraciones, para que la sociedad reflexione colectivamente sobre esas violencias sistemáticas y puedan lograrse garantías efectivas de no repetición e incluso una cierta reconciliación? ¿O deben evitarse las versiones de esos hechos atroces, por cuanto reabren heridas y dificultan la consolidación democrática? ¿O debe limitarse la divulgación de esos relatos, por cuanto se fundan en la versión de los propios victimarios, que es siempre unilateral y tiende a justificar lo ocurrido y puede incluso victimizar nuevamente a las víctimas y a sus familiares? Estos interrogantes son difíciles y de obvia importancia para toda sociedad que ha sufrido violaciones masivas de los Derechos Humanos. Estas preguntas adquieren además una clara relevancia en la actual coyuntura colombiana, debido a las versiones libres rendidas por los paramilitares que se encuentran en el proceso de justicia y paz, puesto que en nuestro país subsiste un debate importante sobre qué hacer con esas confesiones. Así, mientras que algunos consideran que esas versiones sólo deben ser conocidas en el estricto marco del proceso judicial, otros hemos defendido la importancia de que se otorgue una mayor divulgación a esas confesiones, obviamente, estableciendo salvaguardas para amparar los derechos de terceros y permitiendo espacios para que las víctimas u otros grupos sociales puedan controvertir la versión de los victimarios y ofrecer también su visión sobre los hechos. Este libro, Testimonios perturbadores, de la politóloga estadounidense Leigh Payne, ofrece respuestas muy sugestivas y pertinentes a los anteriores interrogantes, por medio de una combinación de reflexiones teóricas y un estudio detallado de siete confesiones realizadas en cuatro países: Argentina, Chile, Brasil y Sudáfrica. A pesar del número relativamente limitado de casos, su análisis comparado resulta muy fecundo, pues las transiciones han sido muy diversas y los distintos victimarios han tenido propósitos disímiles al confesar sus crímenes. Así, desde el punto de vista nacional, algunas confesiones se hicieron en un ambiente social y político extremadamente protegido para los victimarios, como
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Brasil, pues allí no sólo hubo una amnistía general y no ha habido ningún esfuerzo por enjuiciar a los responsables de crímenes atroces sino que tampoco ha habido voluntad oficial alguna de esclarecimiento de lo ocurrido; no ha habido tampoco ninguna forma de presión para que los perpetradores hablen, y en cierta forma puede decirse que no existe ninguna condena social clara al régimen militar. Eso explica que prácticamente no haya habido confesiones de victimarios en ese país, y la autora dedica un capítulo a estudiar ese ruidoso silencio brasileño, que constituye en cierta forma el octavo caso de testimonios de victimarios estudiado en el libro. En Sudáfrica, por el contrario, el ambiente era mucho menos favorable a los perpetradores, puesto que la opinión pública nacional e internacional condenaba mayoritariamente el apartheid, y quienes quisieran amnistía por sus crímenes tenían que hacer una confesión pública y total ante la Comisión de Verdad y Reconciliación para poder obtener ese beneficio; además, las víctimas tenían la posibilidad de confrontar las versiones de los victimarios. En ese país las confesiones de victimarios han sido muy numerosas y reveladoras. Unas situaciones intermedias han sido las de Chile y Argentina. Chile parece acercarse más al caso brasileño, al menos en el momento en que ocurrieron las confesiones relatadas en el libro, pues a pesar de que hubo un esfuerzo institucional de esclarecimiento histórico, con la llamada Comisión Rettig, la amnistía a los militares estaba vigente y no había prácticamente procesos contra ellos; las Fuerzas Armadas conservaban además poderes institucionales fuertes y la opinión estaba muy dividida sobre el legado de la dictadura, puesto que subsistían sectores sociales importantes y poderosos que defendían todo lo hecho por el régimen de Pinochet. Los victimarios estaban entonces muy protegidos y no ha habido muchas confesiones en ese país. Finalmente, Argentina tenía un ambiente menos protector para los victimarios que en Chile, pero sin llegar nunca a la situación sudafricana; el régimen militar había quedado desacreditado por su precario manejo económico y el desastre de la guerra de las Malvinas; la Comisión Sábato había mostrado muchas de sus atrocidades y había habido esfuerzos de persecución penal a los miembros de la Junta, que llevaron a su condena, a pesar de que luego hubieran sido indultados. Pero en todo caso, los militares conservaban poder, y el presidente de ese entonces, Menem, no era muy favorable a las revelaciones sobre las atrocidades de la dictadura. Ha habido entonces en Argentina algunas confesiones de victimarios, pero no un número excesivamente alto. De otro lado, las motivaciones y la forma de las confesiones analizadas por el libro también son muy diversas, incluso en un mismo país. Por ejemplo, en Argentina, la confesión de Scilingo, quien admitió haber participado en los llamados “viajes de la muerte”, en donde se lanzaban vivos al mar a los detenidos, parece impulsada por algún remordimiento, mientras que la narración del elegan-
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te Astiz, quien infiltró a las madres y abuelas de la Plaza de Mayo y es responsable de la desaparición de algunas de ellas, es una confesión que la autora llama acertadamente “heroica”, pues justifica todos esos hechos atroces como parte de una epopeya victoriosa de la dictadura argentina contra el comunismo. Y así, el libro describe y analiza las otras confesiones en los otros países: esa mezcla de negación y sadismo del chileno Osvaldo Romo, quien hizo parte de la policía secreta de Pinochet –la terrible DINA– y que mostraba un cierto placer al relatar la violencia ejercida contra los prisioneros, especialmente contra las prisioneras; el selectivamente olvidadizo general Manuel Contreras, ex jefe de la DINA, quien admite ciertos crímenes, en realidad muy pocos, pero niega cualquier participación en el asesinato de Orlando Letelier, por cuanto ese crimen no estaba cubierto por la amnistía; el aprendiz de literato, el oficial militar brasileño Pedro Corrêa Cabral, quien narra los crímenes en que participó como si fueran una ficción; el amnésico policía sudafricano Jeffrey Benzien, quien logró el beneficio de la amnistía a pesar de no haber ofrecido un completo esclarecimiento de la verdad; el resentido y desencantado, y si se quiere, traidor jefe de un escuadrón de la muerte en Sudáfrica, De Kock, quien no quiso convertirse en el chivo expiatorio de los crímenes de ese régimen y por ello reveló información muy valiosa sobre el funcionamiento del terror en esa época. Estas confesiones son presentadas y estudiadas en forma minuciosa y contextualizada en los distintos capítulos del libro. Los diversos testimonios, sin perder su especificidad ni su vínculo con un contexto histórico único, son, sin embargo, vistos por la autora como una suerte de representantes típicos de una forma particular de confesión, lo cual le permite estudiar cada una de las ocho confesiones en conjunción con otros testimonios semejantes ocurridos en otras épocas y países. Así, la de Scilingo es, en cierta medida, una confesión con expresión de arrepentimiento, cuya dinámica y efectos pueden entonces ser fructíferamente comparados con otras confesiones semejantes, como la Thapelo Mbelo, el policía sudafricano que confesó la desaparición de varias personas y pidió perdón, al parecer en forma sincera, a las madres de las víctimas, o la de Paul van Vuuren, otro victimario del apartheid, quien también supuestamente buscó la reconciliación con sus víctimas pero con gestos y actitudes que parecían poco veraces. El victimario chileno Oswaldo Romo, por su parte, aparece como una expresión de las confesiones típicamente sádicas, por cuanto no logra ocultar el placer que encontró en sus labores –por llamarlas de alguna manera– de torturador y puede entonces ser comparado con otros testimonios semejantes, como aquel del bosnio serbio Borislav Herak, quien admitió haber disfrutado la violación y el asesinato de mujeres musulmanas. De esa manera, el libro construye siete formas típicas (una especie de “tipos ideales” weberianos) de testimonios de victimarios, que
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muy esquemáticamente son: el arrepentido (Scilingo), la memoria heroica (Astiz), el sádico (Romo), la memoria negadora (Contreras), la confesión novelada (Corrêa Cabral), el testimonio amnésico (Benzien) y la confesión delatora (De Kock). A ellas podría agregarse el octavo caso: la ausencia total de testimonio, o el silencio, que es sin embargo, a veces una suerte de confesión por ausencia, que es el elemento dominante de la transición brasileña. Las anteriores consideraciones muestran que este libro está construido sobre una información muy rica, producto de una amplia investigación, puesto que la autora no sólo estudia detalladamente y en forma contextualizada las ocho confesiones ya mencionadas (si incluimos el silencio brasileño) y que representan el núcleo central de los capítulos respectivos, sino que además vincula esas narraciones con un número mayor de testimonios semejantes ocurridos en otros países y otros contextos. Los testimonios están además muy bien presentados y contextualizados, para lo cual, en el nivel metodológico, la autora interpreta esas confesiones como si fueran una presentación dramática, lo cual le permite disecarlas analíticamente, usando ciertas categorías de los estudios interpretativos de las actuaciones teatrales: Payne mira entonces en cada caso quién es el victimario y qué es lo que revela (u oculta) con su confesión, y cómo realiza dicha narración, esto es, quién es el “actor”, cuál es en cierta medida su argumento o “guión” y cómo fue finalmente su “actuación”. Pero también estudia cuándo, en qué contexto y por cuál medio (televisión, declaración a un periodista, ficción, etc.) efectuó su testimonio, lo cual corresponde a la noción de “escena” y “momento” de los estudios dramatúrgicos. Y luego la autora se centra (y creo que ése es el elemento esencial y novedoso de su descripción y análisis) en el examen de la reacción de la audiencia o del público frente a ese drama político que es la confesión de un victimario. Esa audiencia está integrada por los distintos sectores de la sociedad, esto es, no sólo por las víctimas o las organizaciones de Derechos Humanos sino también por los sectores políticos o los defensores de los perpetradores, y, como es natural, sus reacciones frente a esos testimonios pueden ser muy diversas e incluso opuestas. Surge entonces inevitablemente un debate o una lucha sobre la interpretación del significado de esos testimonios. La sistematización empírica de esos testimonios de los victimarios y su muy buena organización analítica en tipos básicos de confesiones de perpetradores son ya un aporte notable de esta obra, que por sí solo justifica su lectura de todos aquellos que se interesan en alguna forma por los temas de justicia transicional, esto es, por las discusiones acerca de cómo las democracias enfrentan (o deben enfrentar) los crímenes de sistema. Esta riqueza empírica no es, sin embargo, el único mérito de esta obra. El otro aporte de este texto es la interpretación fecun-
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da que hace la autora sobre el impacto de esos testimonios en la consolidación democrática. Me explico: frente a la divulgación de las confesiones de los victimarios, suelen existir dos opciones extremas: los que prefieren silenciarlas y los que les otorgan virtudes terapéuticas y reconciliadoras. Así, algunos opinan que esos testimonios deberían ser limitados o incluso evitados, por cuanto reabren heridas, impiden la reconciliación y revictimizan a los sobrevivientes y a sus familias. Por el contrario, otros sectores y autores defienden la plena divulgación de esos testimonios para que toda la verdad sea revelada, los sobrevivientes y sus familias alcancen una cierta tranquilidad al conocer la verdad y ésta contribuya a la reconciliación y a la consolidación democrática. La conclusión a la que llega Payne –inspirada en las visiones deliberativas de la democracia y a partir del análisis detallado de estos testimonios, y en especial de las reacciones de las audiencias– es contraria a esas perspectivas extremas y opuestas; la autora logra así construir una interpretación distinta y novedosa. Así, Payne es crítica frente a quienes otorgan una virtud terapéutica y pacificadora a las confesiones de los victimarios. La autora muestra que esos testimonios no suelen ser en sí mismos la verdad de lo ocurrido, puesto que son siempre versiones interesadas, que ocultan ciertos aspectos, redimensionan otros, buscan justificar las atrocidades o minimizan su impacto. Incluso, las versiones que pretenden ser más honestas, aquellas de los arrepentidos, no escapan de esas limitaciones. Y por ello las confesiones de los victimarios no cierran el debate sobre lo ocurrido, ni generan consenso, ni tranquilizan a las víctimas o a sus familias. Usualmente sucede todo lo contrario. Esos testimonios provocan discusiones intensas, muchas veces muy acaloradas, entre visiones muy opuestas. Por ejemplo, en Chile, una confesión sádica como la de Romo fue muy dolorosa para ciertas víctimas o sus familias, que atacaron duramente su divulgación, pero otros grupos de Derechos Humanos rescataron ciertos aspectos de ese testimonio como una evidencia parcial que mostraba que ciertas atrocidades que se querían ocultar efectivamente habían ocurrido, aunque cuestionaron muy duramente el lenguaje despreciativo del victimario. Por su parte, los defensores del régimen de Pinochet atacaron a Romo como un fabulador y negaron la ocurrencia de los hechos relatados por ese ex agente de la DINA, mientras que otros atribuyeron las eventuales atrocidades, exclusivamente, al espíritu sádico de Romo, a fin de disculpar al gobierno militar. En ese sentido, estos testimonios de los victimarios, lejos de ser pacificadores y reconciliadores, son perturbadores, pues alteran las visiones existentes sobre el pasado y rompen los equilibrios sociales en relación con este tema, con lo cual provocan luchas muy intensas entre distintos grupos sociales por definir el significado social y político de la confesión y del pasado. La polarización puede incluso aumentar.
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¿Significa lo anterior que tienen razón quienes se oponen a la divulgación de esas confesiones por su perturbación a la reconciliación y a la consolidación democrática? La respuesta de Payne es negativa, pues considera que la exclusión de esos testimonios, aunque se haga a veces con propósitos legítimos, como proteger la democracia o evitar nuevos sufrimientos a las víctimas, es en todo caso una restricción inaceptable de la libertad de expresión y del derecho a la información. Pero, además, Payne argumenta sugestivamente que esos testimonios y los propios debates y afrontamientos que suscitan, lejos de representar fatalmente un peligro para la democracia, pueden y deben ser vistos como oportunidades de desarrollo democrático. La idea esencial de esta autora (y creo que se trata realmente de una contribución fecunda al campo de la justicia transicional) es que después de violaciones masivas de Derechos Humanos existirán y persistirán durante mucho tiempo visiones muchas veces irreconciliables acerca de lo ocurrido. Debe abandonarse entonces la ilusión de lograr rápidamente el consenso y la armonía entre todos los actores sociales sobre la interpretación global del pasado, pero eso no hace imposible la convivencia democrática, sino que se tratará de lo que ella llama una “coexistencia contenciosa”, esto es, una convivencia en donde visiones opuestas debaten permanentemente, y a veces de manera muy acalorada, sobre el significado de lo ocurrido. Pero ese debate contencioso, conforme a una visión dialógica y conflictual de la democracia que la autora defiende, puede promover y enriquecer las prácticas democráticas, pues estimula la participación y la discusión crítica, y esa participación deliberativa termina teniendo efectos de construcción democrática. En este aspecto, el vínculo de la autora con las perspectivas contemporáneas sobre la democracia deliberativa es claro. Según estas concepciones, el valor de la democracia no reside únicamente en que las mayorías gobiernen o en que se establezcan mecanismos para evitar las posibles arbitrariedades de las autoridades. Esos elementos son obviamente importantes, pero estas visiones deliberativas resaltan que existe otro aspecto esencial en una democracia: la exigencia de que los asuntos colectivos sean discutidos públicamente, por cuanto esa controversia pública contribuye al logro de una sociedad más justa, no sólo porque esos debates ayudan a corregir errores sino también porque tienen efectos positivos en la cultura democrática. La discusión pública no sólo obliga a tomar en consideración las perspectivas y los intereses ajenos, sino que también exige que se presenten abiertamente las razones que sustentan las posiciones, con lo cual ciertas motivaciones manifiestamente injustas quedan excluidas de la discusión política, precisamente por ser socialmente inaceptables. En ese sentido, la discusión pública sobre lo ocurrido suscitada por los testimonios de los victimarios no tiene por qué obligatoriamente desestabilizar la democracia; por el contrario, dicha discusión, en la medida en que es pública,
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hace imposible negar la ocurrencia de ciertas atrocidades o resta progresivamente legitimidad a ciertas justificaciones. Por ejemplo, resulta difícil defender en un debate público la violencia sexual cometida contra prisioneras indefensas. Estos debates contenciosos tienen entonces un efecto de construcción democrática. Pero obviamente no se alcanza una reconciliación fundada en el consenso total sobre el pasado sino una coexistencia contenciosa, que no por ser contenciosa deja por ello de ser democrática o pone en riesgo la consolidación democrática. Esta conclusión puede parecer perturbadora, pero creo que Payne tiene razón cuando señala que una concepción de las transiciones semejante a la de la coexistencia contenciosa resulta ser una visión más apropiada para pensar la consolidación democrática en estas sociedades, por cuanto éstas se encuentran profundamente divididas, precisamente, por las atrocidades ocurridas. La ilusión de alcanzar rápidamente reconciliaciones consensuales puede ser engañosa y contraproducente. En un texto previo escrito con María Paula Saffon habíamos llegado a una conclusión semejante1, inspirados en una tipología de Crocker, cuando defendíamos la idea de que luego de violaciones masivas de los Derechos Humanos no podía aspirarse a alcanzar una reconciliación “gruesa” fundada en vínculos de solidaridad, consenso o afecto entre víctimas y victimarios; que esas reconciliaciones podían ocurrir en casos excepcionales pero que una visión de ese tipo sobre la reconciliación no podía ser la guía de los procesos transicionales. Que era más apropiado y realista pensar en que estos procesos debían conducir a una suerte de “reciprocidad democrática”, en donde víctimas, victimarios y el resto de la población se reconocen como ciudadanos con igual capacidad deliberativa, pero no tienen por qué estar de acuerdo sobre el significado del pasado ni tampoco las víctimas tienen el deber de perdonar a sus agresores. ¿Qué implicaciones tiene este fecundo análisis de Payne para Colombia, en particular, en relación con nuestros testimonios perturbadores, que son las versiones libres ocurridas en el marco de la Ley de Justicia y Paz? La propia autora ofrece una respuesta. En efecto, este libro, que es la traducción del texto originario de Payne, tiene un valor añadido frente a la versión inglesa, pues incluye un epílogo referido específicamente a las confesiones de los paramilitares colombianos. Y la autora destaca acertadamente algunos aspectos que han limitado el posible impacto positivo de esas versiones libres para el fortalecimiento de la precaria democracia colombiana.
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Ver Rodrigo Uprimny y María Paula Saffon (2006), “Justicia transicional y justicia restaurativa: tensiones y complementariedades”, en Rodrigo Uprimny (Dir.), ¿Justicia transicional sin transición? Verdad, justicia y reparación para Colombia. Bogotá: DeJuSticia, capítulo 3, pp. 126ss.
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Es indudable que estas confesiones han suministrado información importante sobre el paramilitarismo que antes no se tenía. Por ejemplo, la versión de alias “HH” mostró no sólo la forma como se realizaron muchos asesinatos sino que confirmaron las complicidades que tenían los paramilitares con ciertos mandos del Ejército. Pero en términos de reconocimiento de las atrocidades y de construcción de una memoria histórica favorable a la democratización de Colombia, el balance de las versiones libres es precario; ha habido esfuerzos importantes de ciertos medios escritos de comunicación por informar al público en general sobre las confesiones de los paramilitares, como la sección digital de la revista Semana, en asocio con la Fundación Ideas para la Paz, “verdad abierta”, la cual mantiene una información actualizada sobre las revelaciones de los paramilitares y se esfuerza por otorgar voz a las víctimas. De esa manera, un número un poco mayor de colombianos conoce y condena las crueldades de los paramilitares Por ejemplo, como lo destaca Payne, aunque los colombianos siguen considerando más amenazante a la guerrilla, su percepción sobre los paramilitares se ha deteriorado un poco en estos años. Pero las versiones libres se han hecho sin acceso de los medios y privilegiando las visiones de los victimarios, quienes han tendido a justificar sus atrocidades, sin posibilidad clara de controversia, pues la capacidad de las víctimas para contrainterrogar durante las versiones libres ha sido muy restringida. Este contexto ha limitado considerablemente el eventual impacto democrático de esas revelaciones sobre la opinión política colombiana, que tiende mayoritariamente aún a ignorar o a legitimar muchas de las atrocidades del paramilitarismo. Y es que un elemento esencial, conforme al planteamiento de Payne, para que esos “testimonios perturbadores”, que son las confesiones de los victimarios, puedan traducirse en un avance democrático y en creciente rechazo democrático de las atrocidades ocurridas, es que las confesiones sean públicas y los sobrevivientes y las organizaciones de Derechos Humanos puedan controvertirlas y dar su versión sobre el pasado. Y eso no ha ocurrido en Colombia sino en forma limitada. La conclusión natural, si se acoge el planteamiento de Payne, es que si queremos realmente confrontar democráticamente los crímenes de los paramilitares (y en su momento, los de la guerrilla), hay que reforzar la publicidad y divulgación de esas versiones libres, pero fortaleciendo a su vez las posibilidades de que las víctimas y otros sectores sociales puedan confrontarlas, con el fin de estimular un debate público vigoroso sobre el significado del paramilitarismo en Colombia. Una comparación del caso colombiano con lo sucedido en Sudáfrica puede ser útil para reforzar la conclusión anterior. Así, hace algún tiempo tuve la oportunidad de escuchar la interpretación del ex secretario de la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica, Paul Van Zyl, sobre el impacto que tuvieron las
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audiencias públicas, en donde los victimarios presentaban sus testimonios y eran confrontados en ocasiones por sus víctimas o por los propios integrantes del Comité de Amnistía. Como se sabe, esas audiencias fueron ampliamente divulgadas por los medios de comunicación, especialmente por la televisión, y generaron intensas discusiones. Van Zyl describió así la evolución de la opinión pública de la comunidad blanca frente a esas confesiones: antes de que empezaran las audiencias, la gran mayoría de la comunidad blanca que no estuvo directamente vinculada a esos crímenes estaba convencida de que esas atrocidades –como asesinatos, torturas, desapariciones, violaciones, etc.– eran invenciones de los opositores del apartheid. Luego de algunas semanas, y después de las primeras confesiones y el debate social que suscitaron, muchos blancos comenzaron a aceptar que esos hechos habían ocurrido, pero tendían a justificarlos, como algo que debía hacerse frente a las amenazas de la insurgencia de la ANC. A medida que esos testimonios perturbadores y las discusiones sociales sobre su ocurrencia y su significado se intensificaron, muchos blancos dieron un paso más; ya no sólo aceptaban que esas atrocidades habían ocurrido sino que además empezaron a comprender que eran éticamente injustificables, aunque tendieron a disculpar su pasividad frente a esa situación, con el argumento de que ellos no habían tenido nada que ver con dichas atrocidades y que los culpables eran otros. Pero posteriormente, mientras seguían las confesiones y aumentaban las discusiones sociales sobre el significado de las atrocidades en la estructura del régimen del apartheid, un número importante de blancos llegó a asumir que incluso si ellos no habían tenido una participación directa en esos crímenes, sin embargo, tenían una cierta responsabilidad moral, pues se habían beneficiado del apartheid y no habían reaccionado frente a la evidencia creciente de que dicho régimen recurría a esos crímenes. Hubo así una progresiva evolución de la visión de muchos blancos, que podríamos, en cierta forma, esquematizar así: i) comenzaron negando las atrocidades, para luego ii) aceptar que existieron pero tendiendo a justificarlas, iii) para luego aceptar que ocurrieron y que eran injustificables pero negando cualquier responsabilidad en los hechos hasta finalmente iv) aceptar una cierta responsabilidad moral frente a esos hechos. Esa evolución, en cierta forma, favoreció en ese país una condena social sobre el significado del apartheid y sus crímenes, que facilitó la transición a la democracia. En Colombia, desafortunadamente, la mayor parte de la población se encuentra frente al paramilitarismo aún en los momentos iniciales de la evolución sudafricana; y un factor importante en esa situación ha sido la precaria divulgación y discusión social de las confesiones de los paramilitares. Las anteriores reflexiones muestran entonces que este libro de Payne representa una contribución muy significativa no sólo al campo general de la justicia transicional sino también, específicamente, a la discusión colombiana sobre qué
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hacer con las confesiones de los victimarios. Es, pues, una obra de enorme actualidad, por su riqueza informativa y por sus conclusiones fecundas, la mayoría de las cuales tiendo a compartir. Esto no significa, sin embargo, que algunos análisis y conclusiones de la obra no me susciten interrogantes, o no me generen, para usar el lenguaje de la autora, una posible lectura contenciosa. Y hay al menos dos aspectos que me provocan muchas inquietudes, las cuales derivan del hecho de que me aproximo a estos temas no sólo con un interés académico sino con una finalidad también pragmática, que es la búsqueda de herramientas conceptuales que ayuden a superar las atrocidades en Colombia y que contribuyan a la realización efectiva de los derechos de las víctimas. Mi primera inquietud tiene que ver con un hecho que me parece obvio: incluso si uno acepta la tesis de la “coexistencia contenciosa”, creo que hay que tener en cuenta que los testimonios de los victimarios no sólo pueden a veces ocasionar intensos sufrimientos a algunas víctimas o a sus familiares sino que además implican riesgos o dificultades reales para la consolidación democrática. Por ejemplo, si no es adecuadamente institucionalizada y canalizada, esa coexistencia contenciosa, acompañada de debates que no respeten ciertos procedimientos democráticos mínimos (por ejemplo, porque recurren a agresiones físicas), puede efectivamente ser riesgosa para la democracia. La autora reconoce esos riesgos pero desafortunadamente no profundiza mucho en ellos, pues su esfuerzo central ha sido mostrar que incluso en circunstancias difíciles, la coexistencia contenciosa termina siendo más favorable a la democracia que los esfuerzos por suprimir o silenciar las confesiones de los victimarios. Tiendo a compartir esa tesis básica de Payne, pero no creo que deban desestimarse tan rápidamente los riegos antidemocráticos de esos testimonios perturbadores. En ese mismo sentido, a veces no me queda claro en el enfoque de Payne cuáles son las variables decisivas que explican que la coexistencia contenciosa haya logrado hacer avanzar una agenda democrática en ciertos contextos, mientras que en otros sus resultados hayan sido tan precarios. No digo que la interpretación que presenta la autora de los diversos casos nacionales estudiados en el libro no sea pertinente; son análisis sugestivos que tienen indicaciones interesantes al respecto, pero el libro no avanza mucho en una posible sistematización comparativa sobre cuáles son los factores que potencian los efectos democratizadores de esos testimonios perturbadores y cuáles son, por el contrario, los factores que incrementan los riesgos antidemocráticos de dichas confesiones, en distintos contextos y según se asuman diversas formas de divulgación de esas confesiones. No creo que pueda criticarse a Payne por no realizar dicho estudio comparado, pues ése no era el propósito de su obra. Es incluso posible que debamos concluir que dicho esfuerzo comparativo es muy incierto metodológicamente,
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dado el escaso número de posibles casos a ser comparados y la enorme cantidad de variables que habría que tener en cuenta. Sin embargo, considero que es un tema de enorme relevancia práctica, con el fin de poder tener mayor lucidez para enfrentar democráticamente esos testimonios perturbadores y hacer recomendaciones sobre cómo incrementar sus potencialidades democráticas y reducir sus riesgos autoritarios. Mi segunda preocupación tiene que ver con una posible interpretación de la tesis de Payne, que conduzca a una suerte de relativismo posmoderno frente a la realidad de las atrocidades ocurridas en un período de violaciones masivas a los Derechos Humanos. El punto es el siguiente: algunos podrían considerar que la tesis sobre la coexistencia contenciosa –según la cual, pueden coexistir interpretaciones diversas u opuestas sobre el pasado– implica que en realidad todas esas diversas interpretaciones son igualmente veraces, por cuanto habría distintas “verdades” acerca de lo ocurrido, todas igualmente válidas en términos epistemológicos, por lo que se trataría únicamente de una lucha social acerca de cuál de esas “verdades” triunfa. Y que entonces tan valedera sería en términos históricos la verdad de aquellos que en Argentina negaban que hubiera habido viajes de la muerte, como los narrados por Scilingo, y aquellos que afirmaban la existencia de dichos viajes. Yo no creo que Payne suscriba esa tesis, puesto que varias partes del libro señalan que muchas veces el mayor valor de los testimonios perturbadores, como los de Scilingo o Romo, es que confirmaron ciertas verdades sobre las atrocidades ocurridas que las dictaduras argentina o chilena quisieron ocultar. Esto significaría que para Payne, si bien pueden existir socialmente interpretaciones en conflicto sobre el pasado, eso no significa que no pueda establecerse, con el rigor académico de las disciplinas históricas y de las ciencias sociales, la verdad acerca de la ocurrencia de ciertos hechos, cuya existencia sólo podría ser negada por aquellos que abandonan toda pretensión de discusión racional. Como yo entiendo entonces la tesis de Payne (y es en ese sentido que la comparto), es que es inevitable que subsistan socialmente durante mucho tiempo interpretaciones encontradas sobre el sentido de un pasado de terror, pero que eso no significa que ciertos hechos no puedan ser establecidos con rigor académico como una verdad histórica racionalmente incontrovertible, aunque coexistan entendimientos diversos del sentido de esos hechos. Al escribir los anteriores párrafos, ya creo oír las burlas de quienes los acusarían de ser muy ingenuos epistemológicamente, con el argumento de que no existen hechos históricos puros, puesto que todo hecho es construido y seleccionado, con base en una filosofía de la historia y una cierta interpretación del pasado, por lo que únicamente existirían relatos diversos de lo ocurrido, frente a
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los cuales no es posible hacer un juicio de verdad. Ahora bien, tengo claro que no existen hechos históricos puros y aislados, pero eso no significa que no pueda ni deba preservarse la diferencia que existe entre la verdad o la falsedad de las afirmaciones acerca de la ocurrencia de ciertos hechos. En ese punto me apoyo en las lúcidas palabras de uno de los más grandes historiadores contemporáneos, Eric Hobsbawm, quien afirma al respecto que uno de los riesgos del abuso de la historia es: […] [e]l auge de las modas intelectuales “posmodernas” en las universidades occidentales, especialmente en los departamentos de Literatura y Antropología, que implica que todos los “hechos” que reclaman existencia objetiva son simplemente construcciones intelectuales. En síntesis, que no hay una diferencia clara entre hecho y ficción. Pero para los historiadores, incluso para los más militantemente antipositivistas entre nosotros, la facultad de distinguir entre los dos es absolutamente fundamental. No podemos inventar nuestros hechos. O Elvis Presley está muerto o no lo está. La pregunta puede ser respondida sin ambigüedades, sobre la base de la evidencia, en la medida en que dicha evidencia se encuentre disponible, lo cual sucede en ocasiones. O el gobierno turco actual, que niega el genocidio de los armenios en 1915, tiene razón, o no la tiene. La mayor parte de nosotros descartaríamos cualquier esfuerzo por negar esa masacre en cualquier discurso histórico serio, aunque no existe un camino igualmente inequívoco para escoger entre diferentes formas de interpretar el fenómeno o de incorporarlo en un contexto histórico más amplio2.
Comparto totalmente esas afirmaciones de Hobsbawm y tiendo a creer que Payne también lo hace. Pero desafortunadamente algunos pasajes de su libro se prestan a una lectura cercana a ese relativismo posmoderno, que niega que se pueda indagar con rigor acerca de la verdad de ciertos hechos históricos, por lo cual hubiera sido deseable que la autora precisara el alcance de su tesis de la coexistencia contenciosa frente al debate sobre la verdad histórica de la ocurrencia o no de ciertas atrocidades. Creo que no se trata de un punto menor, pues uno de los mayores esfuerzos democráticos frente a esos testimonios perturbadores debe ser la evaluación de la veracidad de sus afirmaciones fácticas. Y no siempre será fácil hacerlo, pero eso no excluye la importancia de la labor de documentación lo más rigurosa posible de los hechos ocurridos en esos períodos de atrocidades. Es posible que no logremos llegar siempre a la verdad frente a todos esos hechos pero podemos intentar, por usar la conocida expresión de Michael Ignatieff, sobre la función de las comisiones de verdad, reducir la cantidad de mentiras que circulan libremente y “limitar el rango de las mentiras permitidas”3. La academia
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Eric Hobsbawm (1997), On History. New York: The New York Press, capítulo 1, “Outiside and Inside History”, pp. 1 a 10.
3
Michael Ignatieff (1996), “Overview: Articles of Faith”, en Index on Censorship 25. p. 113.
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cumple entonces un papel esencial frente a estos testimonios perturbadores, a fin de evaluar su veracidad, y que la coexistencia contenciosa entre interpretaciones discrepantes del pasado no desborde el marco de las mentiras permitidas. Rodrigo Uprimny Director del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad “DeJuSticia” y profesor de la Universidad Nacional.
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El poder político de la confesión Paulina: […] Que confiese. Que se siente a la grabadora y cuente todo lo que hizo, no sólo conmigo, todo, todo… y después lo escriba de su puño y letra y lo firme y yo me guardo una copia para siempre… con pelos y señales, con nombres y apellidos. Eso es lo que quiero. Gerardo: Él confiesa y tú lo sueltas. Paulina: Yo lo suelto. Gerardo: ¿Y no necesitas nada más que eso? Paulina: Nada más. Ariel Dorfman, La muerte y la doncella (1997: 51)
Las palabras de Paulina en la obra dramática de Ariel Dorfman La muerte y la doncella expresan una creencia predominante sobre el poder político de las confesiones hechas por los perpetradores de la violencia estatal. Ella sostiene que si su torturador confiesa lo que le hizo, ella no necesitará de “nada más” para continuar con su vida, para ajustar cuentas con el pasado. Lo que Paulina y Ricardo descubren, a medida que avanza la obra, es la complejidad que surge cuando los agentes de un Estado dictatorial confiesan. Sus confesiones no ajustan las cuentas con el pasado; por el contrario, las perturban. Las confesiones de los perpetradores alteran a los que las escuchan, pues, en algunos casos, por primera vez se enteran de detalles estremecedores y espeluznantes. Estas confesiones perturban, o rompen, el silencio impuesto sobre el pasado por aquellas fuerzas dentro de las sociedades democráticas que anhelan dejar el pasado atrás y cerrar la página. Estas confesiones, sin embargo, no revelan necesariamente verdades sobre el pasado. Se trata de simples informes, explicaciones y justificaciones de un comportamiento por fuera de lo normal, o de versiones personales sobre el pasado1. Como tales, perturban o fuerzan a las au-
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“Por testimonio, entonces, queremos decir una declaración hecha por un actor social para explicar un comportamiento no previsto ni desfavorable; ya sea que este comportamiento sea el suyo propio o de otros, y ya sea que la causa precisa para esta declaración surja del actor mismo o de alguien más. Un testimonio no se exige cuando la gente entra en un comportamiento rutinario, de sentido común, dentro de un ambiente cultural que reconoce este comportamiento como tal” (Scott y Lyman 1968: 46-47).
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diencias de víctimas, sobrevivientes y activistas de Derechos Humanos a reafirmar sus propias y, algunas veces, opuestas interpretaciones del pasado. Mientras que las víctimas y los sobrevivientes exigen responsabilidades, los partidarios del régimen dictatorial defienden el pasado, desmintiendo y silenciando las representaciones negativas del mismo. El conflicto irrumpe con las confesiones cuando los actores discuten sobre las interpretaciones de lo sucedido y compiten por el dominio sobre cuál interpretación determinará la agenda política, los términos del debate público y los resultados de este debate. El cargado discurso político generado por las confesiones de la pasada violencia estatal autoritaria desafía las teorías democráticas. La esperanza que se expresa en la literatura de la justicia transnacional –que las confesiones de los perpetradores deben conducir hacia la reconciliación, definida como la resolución de conflictos del pasado o como un acuerdo amistoso entre bandos rivales– pasa por alto las diferencias a menudo irreconciliables entre las víctimas y los perpetradores. Más que pedir disculpas por sus actos, los perpetradores tienden a racionalizarlos y a minimizar su responsabilidad personal, aumentando así la tensión sobre el pasado, en vez de disminuirla. Textos clave de democracia deliberativa consideran que “la toma de decisiones tras el debate entre ciudadanos iguales y libres” depende de “la racionalidad y la imparcialidad”, un resultado que probablemente no surja de discusiones polarizadas y emocionalmente cargadas sobre la pasada violencia política (Elster 1998: 1, 8). De igual forma, expertos en democracia deliberativa han sostenido que sin “reglas de mordaza” las democracias no lograrán “afianzar formas de cooperación y hermandad de otra forma inalcanzables” (Holmes 1995: 202). En lugar de promover la deliberación o la reconciliación, el diálogo sobre el pasado dictatorial parece atentar contra la democracia. Algunos grupos abogan por la censura de ideas o por una justicia vigilante. Cuando los grupos combaten por el poder político surgen entonces fisuras profundas. Los gobiernos intentan, a menudo sin éxito, reprimir el debate, en aras de la paz y la democracia. Brotan así, perturbando la democracia, la polarización ideológica, las actitudes y políticas antidemocráticas y el discurso de la guerra. Incluso dentro de este clima político poco propicio, el debate democrático sobre la violencia estatal del pasado es posible. En Testimonios perturbadores exploro la naturaleza de este debate a través de la noción de coexistencia contenciosa, una aproximación dialógica conflictual para abordar la democracia en sociedades profundamente escindidas. La coexistencia contenciosa toma prestados algunos enfoques de la democracia deliberativa, pero destaca la realidad y la importancia de la rivalidad sobre las ideas, y del conflicto sobre los valores y las metas. En estos ambientes cargados, la emoción vence a la razón, pero no
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amenaza necesariamente a la democracia. El consenso, la armonía y la igualdad son resultados poco probables. Aun así, sostengo, el debate contencioso estimula las prácticas democráticas al promover la participación política, la polémica y la rivalidad. Por medio de estos procesos se hace posible plantear desafíos públicos a las actitudes, comportamientos y valores antidemocráticos prevalecientes en la sociedad. En síntesis, la coexistencia contenciosa ofrece una comprensión más realista de las prácticas dialógicas en las democracias, así como una mejor alternativa para los procesos de reconciliación que reprimen el debate político. Las confesiones de los perpetradores permiten penetrar dentro del proceso de la coexistencia contenciosa. Los perpetradores hablan abiertamente, a pesar de las sanciones sociales y las leyes, y, algunas veces, contra su propio interés racional. Sus palabras provocan un profundo conflicto político. Este conflicto, sin embargo, es en gran parte discursivo. Exploro algunas maneras en las que las sociedades democráticas pueden encontrar, e incluso estimular, las confesiones sin amenazar el discurso democrático ni la estabilidad política. De hecho, se considera a las confesiones de los perpetradores como un sendero para fortalecer las democracias. No se trata de una idea totalmente novedosa. La Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica (CVR) convirtió las confesiones de los perpetradores en un rasgo distintivo de su proceso para el ajuste de cuentas con el pasado y la construcción de una nueva y democrática Sudáfrica. Los perpetradores de la era del apartheid gozaron de amnistía a cambio de las confesiones de violencia política. El hecho de valorar las confesiones de los perpetradores mediante un proceso público para llegar a la verdad y a la reconciliación convirtió a la CVR en un modelo para otros países que emergían de la violencia estatal autoritaria. Aun así, hasta la fecha ningún otro país ha adoptado el modelo confesional de reconciliación. Las comisiones de la verdad en otras partes han otorgado la amnistía sin exigir confesiones; en estos casos, las confesiones han surgido por fuera del aparato de justicia transicional. Sudáfrica sigue siendo un fenómeno que a menudo se explica por su propicio clima político: la deslegitimación internacional del régimen del apartheid, la derrota electoral del mismo por su antiguo enemigo (el Congreso Nacional Africano) y el liderazgo conciliador de Nelson Mandela. Incluso en el clima favorable del post-apartheid, las confesiones de los perpetradores perturban ese ajuste con el pasado, en lugar de sosegarlo. En otras palabras, la democracia en Sudáfrica avanzó gracias al diálogo contencioso, y no como consecuencia de compartir los mismos valores y propósitos, como tampoco de deliberar razonablemente ni de eludir el conflicto. Así, Sudáfrica ofrece una valiosa percepción sobre la coexistencia contenciosa. Ha demostrado que las nuevas democracias pueden sobrevivir a discursos
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profundamente perturbadores e, incluso, políticamente antidemocráticos. Las democracias, quizás, hasta pueden florecer bajo climas semejantes. La coexistencia contenciosa acoge la controversia política como un pilar fundamental de la democracia. Aún más, en lugar de abogar por las nobles y elusivas ambiciones del consenso y la reconciliación, la coexistencia contenciosa se sostiene esencialmente en un debate abierto y democrático. El debate, sin embargo, implica algo más que el discurso político (la confesión). Concentrarse sólo en el discurso o la confesión daría un poder excesivo a los perpetradores. Por lo tanto, la coexistencia contenciosa incluye la interacción de este discurso político en un contexto político más amplio. Se despliega un drama político. En el capítulo 1 examino los elementos de la acción política y su relación con la coexistencia contenciosa. Los perpetradores y sus audiencias compiten por el poder político: quiénes narran la historia del pasado (el actor), lo que narran (el argumento), la manera como lo narran (la actuación), dónde (el escenario) y cuándo (la duración) lo narran. Por otra parte, los sectores de la sociedad (las audiencias) chocan entre sí frente a las interpretaciones del significado político que hay detrás de las confesiones. Conformadas no sólo por las víctimas, los sobrevivientes y activistas de Derechos Humanos sino también por miembros del régimen dictatorial y sus partidarios civiles, estas audiencias usan las confesiones de los perpetradores para impulsar posiciones políticas particulares. Disputan sobre los hechos, sobre la interpretación de los mismos y de su significado para la política contemporánea. Por lo tanto, una investigación dentro de la dinámica política de las confesiones de los perpetradores conlleva varios niveles de análisis. Escogí cuatro países que emergían de una autoritaria violencia de Estado y que habían adoptado distintas formas institucionales para enfrentar el pasado: el manto de amnistía en Brasil; la amnistía condicional a cambio de la confesión en Sudáfrica; la amnistía sin confesión de la Comisión de la Verdad en Chile, y la colección completa de comisiones de la verdad, juicios, perdones y amnistías, y nuevos juicios en Argentina. Los escenarios institucionales y la coyuntura política, aunque fundamentales para configurar la confesión y las reacciones de la audiencia frente a éstos, no explican todo; la misma representación influye en el impacto de la confesión política. Así, usando textos, videos y grabaciones verbales de las confesiones, analicé cómo los perpetradores presentaban sus confesiones en los medios de prensa, radio y televisión. Anoté las partes de la representación original que los medios incluyeron o excluyeron y las dinámicas políticas y las consecuencias de esta edición. Adicionalmente, utilicé los medios para rastrear las reacciones a las confesiones, tratando de encontrar el mayor número posible de interpretaciones políticas. En entrevistas complementarias exploré con perpetradores confesos, con sus víctimas
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y sobrevivientes, y otros que respondieron públicamente a estas confesiones, la dinámica política de la interpretación confesional, para verificar los reportes de los medios y mi propio análisis. En cuanto el proyecto es sobre políticas públicas, con frecuencia no declaro de quiénes vienen los comentarios privados que se me han hecho. El anonimato protege a los individuos cuyos comentarios, aparentemente inocuos bajo cierta coyuntura, pueden volverlos vulnerables en un clima político distinto. Los análisis de contenido y discurso, de actuación y medios, las entrevistas y los métodos históricos comparativos me han permitido rastrear las dinámicas políticas de las confesiones: los factores que las influenciaron y el impacto que tuvieron. En los capítulos empíricos de este libro indago en las particulares formas confesionales y su impacto en el debate democrático. Cada capítulo empieza con un análisis en profundidad de alguna actuación confesional singularmente importante en un país en particular. La segunda mitad de cada capítulo compara esta confesión con otras semejantes en diferentes contextos. Este marco organizacional demuestra no sólo el profundo impacto que una única confesión ejerce sobre la política democrática en países relevantes, sino también que estas confesiones no son sucesos aislados ni están determinadas únicamente por la cultura y las instituciones. El rango de formas confesionales que analizo surge independientemente de la cultura o de las instituciones de justicia transicional. Aunque tipos particulares de instituciones pueden generar más de un tipo particular de confesión –comisiones de la verdad que engendran remordimiento, casos judiciales que provocan desmentidos–, cada país experimenta casi un conjunto completo de formas confesionales. La tentación de considerar la confesión un producto cultural derivado de las tradiciones católicas en ciertos países ignora su aparición en otras partes. La rareza de las confesiones de los perpetradores sugiere que sólo algunos individuos buscan la oportunidad de relatar su historia, de hacer historia y ajustar cuentas con el pasado. Sus motivaciones son a un mismo tiempo personales y políticas. El contexto histórico y político moldea las confesiones y las respuestas a las mismas al establecer diferentes escenarios políticos y momentos en los que los perpetradores representan su confesión y el público responde a ésta. Ciertos procesos son más relevantes que otros. Los países con organizaciones de Derechos Humanos más fuertes responden a las confesiones de los perpetradores más eficazmente que aquellos que no las tienen. Los lugares donde los perpetradores han permanecido unidos a la sombra del silencio tienden a eludir las confesiones y el conflicto que éstas pueden generar. Pero la capacidad y la fuerza política se transforman con el tiempo y con la experiencia. En efecto, las confesiones mismas pueden catapultar hacia el escenario público a las víctimas y los sobrevivientes de la autoritaria violencia de Estado, previamente silenciados e impotentes.
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El par de casos en Argentina, que presento en los capítulos 2 y 3, involucran los tipos de confesiones más comúnmente asociadas con la reconciliación –remordimiento– y aquellas que por lo general no contribuyen a la reconciliación –las confesiones heroicas–. Los perpetradores confesaron sus actividades durante la llamada Guerra Sucia en Argentina (1976-1983), el período del terrorismo de Estado bajo el mandato de la Junta Militar. Las fuerzas de seguridad secuestraban a supuestos “subversivos” y los mantenían en centros de detención secretos, torturando, asesinando y desapareciendo un estimado de 10.000 civiles y no civiles. La Junta alegaba que se trató de una respuesta al llamado del gobierno democrático y los ciudadanos argentinos para poner fin a la amenaza de la subversión izquierdista. Ampliamente desacreditados por el mal manejo económico, la malograda guerra con Gran Bretaña por las islas Malvinas y los abusos contra los Derechos Humanos, los militares expidieron una amnistía y permitieron elecciones democráticas. El presidente Raúl Alfonsín (1983-1989) reversó la amnistía y ordenó una investigación por violaciones de los Derechos Humanos a la Comisión Nacional de Desaparecidos (CONADEP), elaboró un informe oficial (Nunca más) y enjuició, condenó y encarceló de por vida a algunos miembros de la Junta Militar y otros comandantes superiores. Como el malestar entre civiles y militares aumentaba, Alfonsín adoptó las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, que finalmente dieron amnistía a oficiales de rangos inferiores por violaciones a los Derechos Humanos. El siguiente gobierno democrático de Carlos Menem (1989-1999) perdonó a los comandantes militares y los excarceló, poniendo fin a la posibilidad de llevar a cabo procesos por violación a los Derechos Humanos. Continuaron los juicios por los crímenes no cobijados bajo las leyes de amnistía, especialmente el secuestro de bebés nacidos en los centros de detención y la adopción ilegal por parte de los militares o por las familias amigas de los militares. Por otra parte, los tribunales y la rama judicial redujeron gradualmente la legitimidad de las leyes de amnistía, llevando al fallo de su inconstitucionalidad por parte de la Corte Suprema de Argentina, en 2005. Los perpetradores de Argentina hablaron abiertamente, a pesar de la incertidumbre de su suerte bajo estas fluctuantes leyes. Ninguno de los esfuerzos de las cortes, del Gobierno y de los aparatos de seguridad por silenciarlos, como tampoco sus propios intereses de autoprotección, impidió que los perpetradores confesaran. Las declaraciones, sin embargo, fluctuaban en carácter, desde arrepentidas hasta heroicas. En el capítulo 2 me concentro en la dramática aceptación por parte del oficial de la Armada Naval argentina Adolfo Scilingo de haber dirigido “vuelos de la muerte” y desaparecido detenidos en la infame Escuela de Suboficiales de Mecánica de la Armada (ESMA) lanzándolos vivos desde una avión en
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la mitad del océano. En este primer informe desde dentro del aparato de seguridad militar, Scilingo manifestó remordimiento por haber asesinado a treinta personas. Exploro los factores que contribuyeron a la confesión de Scilingo, las respuestas a la misma y, en particular, cómo los vuelos de la muerte se convirtieron en el símbolo de la crueldad del régimen. Lejos de ajustar cuentas con el pasado, o de la reconciliación con el mismo, confesiones arrepentidas como las de Scilingo conducen a un debate contencioso sobre la verdad, la justicia y la impunidad. La confesión presentada en el capítulo 3 es el anverso de la de Scilingo. El oficial de la Armada Alfredo Astiz representa a aquellos perpetradores que usan las confesiones para reafirmar la interpretación heroica del uso autoritario de la violencia por parte del régimen. Entre sus notorios actos de violencia, Astiz se infiltró en las Madres de la Plaza de Mayo, el grupo de madres que marchan una vez a la semana en la plaza frente al Palacio de Gobierno exigiendo el regreso de los niños desaparecidos. Sus operaciones llevaron a la muerte y la desaparición de algunas de aquellas madres y de sus colaboradores en la comunidad de los Derechos Humanos. Aunque en confesiones heroicas como la de Astiz se admiten actos de violencia, reviven las justificaciones del régimen dictatorial para llevar a cabo tales actos, específicamente, su papel para salvar al país de la subversión. Los gobiernos democráticos y los movimientos sociales a menudo abogan por la censura de estas confesiones para proteger la democracia y la dignidad de las víctimas y los sobrevivientes. Sin embargo, cuando los movimientos sociales abordan estas confesiones exponen sus actos como antiheroicos, llevando a un debate emocional sobre el pasado y los nuevos valores democráticos. En los capítulos 4 y 5 me concentro en Chile, y destaco dos tipos de confesiones que aparecieron para socavar, en lugar de fomentar, la democracia: sadismo y negación. Tales confesiones se llevaron a cabo bajo las secuelas de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Después de haber derrocado al presidente socialista Salvador Allende, elegido democráticamente, y de haber impuesto un régimen militar durante casi dos décadas, Pinochet perdió un plebiscito popular para su propia Constitución, forzándolo a celebrar elecciones nacionales. A pesar de un significativo apoyo al programa de recuperación económica de Pinochet, su candidato perdió las elecciones. Con Pinochet aún manejando las riendas de los poderes formal e informal, el presidente Patricio Aylwin (1990-1994), sin embargo, estableció una Comisión de la Verdad, conocida popularmente como la Comisión Rettig, encargada de investigar las violaciones a los Derechos Humanos por parte del régimen. La Comisión documentó por lo menos 3.000 asesinatos y desapariciones ejecutados por el régimen. Una
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Ley de Amnistía y el ininterrumpido poder político de Pinochet sobre la transición democrática protegieron de procesos judiciales a la mayoría de los militares. Pero incluso en este contexto, las cortes chilenas encontraron maneras de actuar en torno a los estatutos de la amnistía, investigando específicamente las desapariciones no protegidas por la ley. Después de que Pinochet fuera detenido en Londres en 1998, como respuesta a la petición de extradición dictada por el juez español Baltasar Garzón, la inmunidad de los perpetradores se resquebrajó aún más. El mismo Pinochet se sumó a las filas de los acusados por violaciones a los Derechos Humanos, mientras la Corte Suprema de Chile le negaba la inmunidad en tres oportunidades, entre 2005 y 2006. Pinochet permaneció bajo arresto domiciliario hasta su muerte, en diciembre de 2006, después de haber eludido dos juicios por motivos de salud. En este contexto, la mayoría de los miembros del aparato de seguridad de Chile guardó silencio sobre el pasado. En el capítulo 4 exploro una de las excepciones: Osvaldo Romo, un miembro civil de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), de Pinochet. Romo no sólo admitió su participación en la violencia pasada durante su confesión televisada, sino que además destilaba una especie de depravado placer ante la tortura sexual de mujeres en las prisiones clandestinas, y la desaparición de cuerpos. Los dos polos ideológicos en la sociedad chilena emergieron una vez más, usando la confesión de Romo para agudizar su interpretación de los vínculos del régimen militar con la violencia. Sin embargo, a diferencia de las confesiones heroicas, nadie aplaudió los actos de Romo. Por el contrario, los colaboradores de Pinochet negaron la historia de Romo. El debate sobre la confesión de Romo propició un consenso alrededor de las nociones de violación de los Derechos Humanos, al tiempo que permitió el desacuerdo frente a la participación del régimen. En el capítulo 5 examino los textos confesionales del pasado jefe de la DINA, el general Manuel Contreras, quien evidentemente elude la confesión al negar su participación en el asesinato del diplomático chileno Orlando Letelier en Washington, como también el de otros opositores al régimen de Pinochet, tanto dentro como fuera de Chile. Pero las evidencias de violencia forzaron a Contreras a dar explicaciones y admitir su conocimiento de la misma. Su enjuiciamiento y encarcelamiento demuestran que incluso perpetradores muy poderosos pueden fracasar en alegar con éxito su inocencia. Las formas confesionales que analizo en los capítulos 6 y 7 revelan la ausencia de mecanismos institucionales para tratar violaciones a los Derechos Humanos en el pasado. La mayoría de los estudios atribuye el lento y débil avance en la justicia transicional en Brasil al bajo nivel de violaciones allí (con un estimado por debajo de las cuatrocientas muertes). El régimen militar bra-
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sileño (1964-1985) promulgó en 1979 una amnistía encubridora, que aún sigue protegiendo a sus miembros de enjuiciamiento. Ninguna Comisión nacional de la verdad ha investigado las violaciones, como tampoco ha juzgado al régimen y sus miembros como culpables de las mismas. En su lugar, Brasil: Nunca mais (Tortura en Brasil), un reporte no oficial de violaciones a los Derechos Humanos publicado en 1985, documentó la violencia del régimen militar con datos recogidos de los propios informes legales del régimen. El informe se sustenta en la Arquidiócesis de São Paulo y en el Consejo Internacional de Iglesias, que no es una Comisión gubernamental, como soporte. Además, los familiares de las víctimas del régimen publicaron en 1985 un Dossier de muertos y desaparecidos políticos a partir de 1964 (Dossié dos mortos e desaparecidos políticos a partir de 1964). La comunidad de los Derechos Humanos en Brasil ha obtenido algunos triunfos encaminados a contrarrestar la prevaleciente Ley de Amnistía: investigaciones estatales y municipales y el reconocimiento de violaciones; una Comisión parlamentaria para investigar desapariciones (1991-94); en 1995, una Comisión Especial de Muertos y Desaparecidos Políticos (Comisião Especial de Mortos e Desaparecidos Políticos, CEMDP), que proporcionó reparación; una enmienda constitucional en 2004 para convertir las violaciones a los Derechos Humanos en delito federal, trasladando la jurisdicción más allá de las cortes de los estados; y una decisión en 2005 (aún por implementar) de poner los archivos de la dictadura a disposición del público. Aún está por verse si el reciente juicio civil al torturador Carlos Alberto Brilhante Ustra puede contribuir a la desintegración de la Ley de Amnistía. El silencio del régimen en Brasil forma el núcleo del capítulo 6. Este proceso aparentemente no dialógico y esta forma no confesional, aun así, se ajustan a mi análisis de las confesiones de los perpetradores, ofreciendo una oportunidad para explorar cómo las palabras pueden silenciar el pasado y cómo el silencio puede revelarlo. El silencio puede percibirse como la forma más efectiva en la que las fuerzas de seguridad pueden concluir la discusión sobre el pasado. Incluso movimientos sociales emprendedores algunas veces fracasan en iniciar un diálogo cuando las fuerzas autoritarias o sus seguidores suprimen la comunicación. Pero el público algunas veces interpreta el silencio como una confesión de malos actos, la negativa a revelar la verdad porque comprometería al narrador. Pocos perpetradores han confesado bajo un ambiente tan protector como éste. En el capítulo 7, sin embargo, examino una confesión –literalmente– novedosa hecha por el oficial brasileño Pedro Corrêa Cabral. El informe de ficción de Cabral, basado en sus propias experiencias, describe la participación de los militares en una masacre llevada a cabo en la región del Amazonas en la década de 1970. Su relato confirmó los testimonios de las víctimas y los sobrevivientes,
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ignorados o negados previamente por los militares. La ficción e, incluso, las mentiras pueden descubrir la verdad sobre un pasado que se ha mantenido sin revelar en otros tipo de testimonios confesionales y estimular el diálogo sobre un pasado de otra manera censurado. Al detenerme en Sudáfrica en los capítulos 8 y 9, analizo las confesiones hechas dentro y fuera de la CVR. Resultado de las negociaciones políticas que terminaron con el régimen del apartheid, la CVR incitó a los perpetradores a confesar a cambio de una amnistía. El Comité de Amnistía evaluó las aplicaciones y sostuvo audiencias para determinar la conformidad de cada perpetrador con los criterios para la revelación total de la verdad, la naturaleza política de cada crimen, su manifestación durante el período bajo mandato (1960-1994) y la proporcionalidad del acto frente a los propósitos políticos. Los perpetradores que no hacían la solicitud ni recibían una amnistía quedaban sujetos a un proceso criminal por sus actos. El Comité recibió alrededor de 7.000 solicitudes, pero sólo tuvo en cuenta unas 2.000, rechazando las otras por razones administrativas. La mitad de estas 2.000 solicitudes recibió amnistía. A la fecha, ningún perpetrador ha sido llevado a juicio por no ajustarse al proceso de amnistía. Algunos perpetradores han apelado la decisión del Comité de Amnistía y otros siguen en prisión por crímenes no sujetos a la amnistía, insistiendo en la esperanza de un perdón presidencial. En el capítulo 8 sondeo la amnesia, enfocándome en la confesión que dio el policía del apartheid Jeffrey Benzien a cambio de la amnistía, que recibió a pesar de no haber ofrecido un completo esclarecimiento de la verdad. Benzien brindó una versión esterilizada de sus actos pasados, alegando que no podía recordar los nombres de sus víctimas ni los detalles de las torturas que cometió. Las víctimas presentes en su audiencia en la CVR pusieron en duda su informe, transformando a Benzien en el representante de la brutalidad del Estado del apartheid. Al olvidar el pasado, los perpetradores no siempre pueden terminar el diálogo alrededor del mismo. Pueden, de hecho, movilizar sectores de la sociedad que llenarán aquellos detalles “olvidados”. En estos casos, el poder detrás de la confesión pasa del perpetrador hacia los sobrevivientes, quienes recuerdan y relatan los hechos que faltan. La confesión de Eugene de Kock, presentada en el capítulo 9, muestra lo que sucede cuando las fuerzas de seguridad abandonan o traicionan a sus oficiales. De Kock, líder de un escuadrón de la muerte de la Policía del apartheid (Vlakplaas), rehusó convertirse en el chivo expiatorio de la violencia de la era del apartheid. En lugar de aceptar en silencio su condena, sentencia y encarcelamiento, De Kock empezó a dar nombres de perpetradores y ofrecer detalles que derribaron la casa de naipes del régimen. La traición produce algunas de las confesiones más efec-
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tivas, por lo menos bajo la perspectiva de ofrecer la evidencia necesaria para revelar y verificar la participación del régimen en la violencia pasada. Pocos de quienes apoyan el régimen pueden ignorar la verdad que hay detrás de las confesiones hechas por los ex chicos dorados del régimen. Las diferencias al nivel del contexto político entre estos cuatro países moldean la discusión en cada capítulo sobre el impacto del momento, el escenario y la respuesta del público a los testimonios perturbadores. Sudáfrica proporcionó, por medio de la CVR, el ambiente más favorable para las confesiones de los perpetradores. La victoria electoral por parte del Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela hizo posible, sin ninguna duda, una investigación muy completa al ofrecerles a las víctimas y los sobrevivientes de la violencia de la era del apartheid representación política en el Gobierno. De igual forma, las elecciones como presidentes de ex presos políticos en Argentina (Néstor Kirchner), Brasil (Luiz Inácio “Lula” da Silva) y Chile (Michelle Bachelet) han encarado la amnistía y el silencio en estos países frente al pasado. Sin embargo, si sólo el historial del presidente determinaba los resultados políticos, uno podría ver más avances en Brasil. El (prolongado) período que ha transcurrido desde la represión y el (bajo) nivel de represión explican parcialmente por qué los grupos de Derechos Humanos en Brasil han demostrado ser menos exitosos que otros en el momento de presionar por investigación y justicia. El equilibrio de poder entre las fuerzas de seguridad y la comunidad de Derechos Humanos también influye en los resultados de cada país. Pero incluso en el ambiente poco auspicioso de Brasil, los testimonios perturbadores han fortalecido débiles movimientos por los Derechos Humanos en su enfrentamiento con el silencio impuesto por una fuerza de seguridad unida. En los capítulos empíricos, por lo tanto, no observo sólo el contexto político (tiempo, escenario y respuesta del público) sino también cómo los testimonios perturbadores alteran este mismo contexto. En la conclusión de Testimonios perturbadores sintetizo el impacto de los testimonios que perturban y la coexistencia contenciosa en la democracia. Llevo el análisis más allá de las representaciones confesionales en democracias en transición, comparando estas representaciones con las perturbadoras fotografías de abusos en la cárcel estadounidense de Abu Ghraib, en Irak, una comparación que revela no sólo el impacto positivo de los testimonios perturbadores y la coexistencia contenciosa en democracia, sino también sus limitaciones. Las prácticas democráticas de la participación, la competencia y la contienda no conducen de manera inexorable a resultados democráticos. De hecho, aquellos que anticipan la reconciliación, el consenso y el final de las violaciones a los Derechos Humanos encontrarán menos que satisfactorios los limitados resultados que surgen de la controversia alrededor de estos temas políticos. Los testimonios perturbadores y
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la coexistencia contenciosa sólo hacen que la batalla por los ideales democráticos sea posible; no aseguran su éxito. La escena final de La muerte y la doncella capta la verdadera indeterminación de la lucha política. Gerardo y Paulina se cruzan con el torturador de ella en un concierto. Nada queda resuelto; nada se olvida. La música “sigue y sigue”. Pero los actores miran hacia al escenario. Miran hacia adelante, no hacia atrás.
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Capítulo 1
La representación confesional Si he cometido una buena acción en toda mi vida, me arrepiento de ella con toda mi alma. William Shakespeare1
La confesión del personaje villano Aaron en Tito Andrónico de Shakespeare de haber cometido actos viles representa la confesión pública de un perpetrador en una representación dramática. No se trata, sin embargo, del tipo de representación que hacen los perpetradores en la vida real. Aunque Aaron admite haber causado daño y se jacta con aire satisfecho al respecto, Murray Edelman apunta, en un involuntario insulto a Shakespeare, que “sólo en las novelas malas y las tiras cómicas los personajes hacen daño de manera consciente y se jactan del mismo. En la vida real, la gente racionaliza sus actos en términos morales” (Edelman 1988: 5). Las racionalizaciones en la vida real, sin embargo, no resultan menos dramáticas que la presunción de la ficción. Las confesiones de los perpetradores son más que simple parloteo político: no sólo dicen algo, sino que hacen algo (Palmer 1997: 20)2: interpretan el pasado. Y por medio de esta interpretación fomentan un proyecto político por la democracia. El significado político detrás de la confesión genera conflicto, mientras que otros –las víctimas y los sobrevivientes– impugnan las interpretaciones de los perpetradores. El consiguiente drama político trasciende los intereses personales en este pasado y moldea el significado del pasado para la vida política contemporánea.
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Tito Andrónico, 5.3.189-90.
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Diana Taylor se refiere a hacer una representación, “llevar a cabo, realizar, hacer que algo suceda” (1994: 276). Victor Turner define la actuación como “hacer cosas en la vida de todos los días, o actuar en un escenario […] la esencia de la sinceridad –el compromiso de uno con una línea de acción por motivos éticos, quizás para lograr ‘una verdad personal’, o quizás sea la esencia de la pretensión– cuando uno ‘interpreta una parte’ con el propósito de ocultar o disimular” (1982: 102). Las confesiones de los perpetradores también se ajustan a la noción de J. L. Austin de los actos ilocucionarios del habla (1962).
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Dinámica de la representación confesional La metáfora de la representación no es nueva en las ciencias sociales. Los análisis de dramaturgia a menudo enfatizan “cuál representación se está llevando a cabo o cuál significado es el que se representa al público y cómo los elementos que componen la representación contribuyen a ese significado” (Feldman 1995: 42). Se concentran en “la gente y los grupos dentro de la sociedad que tienen acceso a recursos y que usan estos recursos para invocar y manipular el significado” (Feldman 1995: 66). Las características específicas de una representación –escena, acto, actor, acción y propósito– proporcionan un grupo de categorías para organizar las observaciones (Burke 1952). Estos análisis, sin embargo, limitan su enfoque a sucesos cotidianos ejecutados por actores sociales en gran parte inconscientes de estar actuando en –o interpretando– un escenario político (Messinger, Sampson y Towne 1962). En una representación confesional, por el contrario, un actor social toma de forma deliberada un escenario público en un drama político que suspende “el rol normal de todos los días” e “interrumpe el flujo de la vida social” (Turner 1982: 92). Por otra parte, además del actor y la actuación, del argumento y el escenario, ciertos elementos teatrales –específicamente, el público y la duración en el tiempo– extraen significado de las representaciones confesionales3. Perpetradores como actores; actuar como perpetradores. ¿Quiénes son los perpetradores y por qué existe tanta gente fascinada con ellos? Debido a que son insólitos, desconcertantes o inaceptables, intrigan al público. Los auditorios quizás creen de manera inconsciente que se pueden proteger a sí mismos si conocen más sobre los perpetradores. O quizás el público encuentra seductor el poder de los perpetradores. Los perpetradores, después de todo, “hacen” violencia; las víctimas son “[creadas]” (Taylor 1998: v). Observadores de la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica reflexionaron sobre el énfasis de los medios en los perpetradores: “El mismo tipo de intensidad en los reportajes no se les ofreció a las víctimas/sobrevivientes, a menos que tuvieran una imagen de alto perfil en sí mismas”, e incluso así los medios sólo consideran periodístico la “sensacional brutalidad” que han enfrentado las víctimas (Bird y Garda 1997: 338). La dramaturga sudafricana Jane Taylor agrega: “Lo que hace tan cautivadoras las historias 3
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“Para quiénes deben interpretar los actores”, sostiene Martha S. Feldman, “resulta importante para atribuirle un significado a la representación” (1995: 49). Ignora, sin embargo, el papel que el público desempeña en la representación misma. Además, ignora la importancia del momento, o del contexto político, para la representación. Agradezco a Craig Calhoun por esta idea del momento preciso.
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de los perpetradores se debe, en parte, a que se trata de agentes: actúan sobre otros. Todas las estructuras psicológicas de deseo, poder, codicia, temor, identificación, se invocan en estos informes. El clásico dilema de Milton en Paraíso perdido era que Satanás se convertía en el héroe de la narración, como consecuencia del inherente interés en su personalidad. Un efecto similar resultó evidente en el cubrimiento de las historias de [los perpetradores sudafricanos] De Kock, Coetzee y Mamasela”4. Los mismos perpetradores rara vez encuentran atractiva esta caracterización. No asumen, como Aaron, el personaje de Shakespeare, el papel del malhechor. Incluso cuando se jactan de su pasado violento, no aceptan la criminalidad implícita detrás de la etiqueta de “perpetrador”, que rechazan por su marca indeleble. Un ex combatiente unionista británico, por ejemplo, prefería un lenguaje que reconociera la posibilidad de un cambio de actitudes y comportamiento: “Yo solía ser un contra-pacificador”, decía. “Ahora soy un pacificador”5. Un reciente estudio sociológico se refería a los policías torturadores brasileños como “operarios de la violencia”, calificativo que hace énfasis en la creación institucional de los perpetradores, más que en unas características individuales innatas e inmutables (Huggins, Haritos-Fatouros y Zimbardo 2002). Para aquellos comprometidos con la violencia autoritaria de Estado, el papel del perpetrador no es ni neutral ni atractivo6. La atención del público puede venir de informes tanto ficticios como periodísticos que describen a los perpetradores como individuos extraordinariamente malvados, sádicos y psicópatas. Por el contrario, la mayoría de las investigaciones académicas considera a los perpetradores de la violencia autoritaria como normales. El psicólogo Dan Bar-On, por ejemplo, afirma que sólo el 5% de los perpetradores nazis se podrían calificar como psicópatas. El restante 95% se veía motivado a cometer atrocidades como resultado de un tipo particular de entrenamiento, socialización, ideología y estructura de poder. Los experimentos de obediencia llevados a cabo por Stanley Milgram en la Universidad de Yale en 1961-1962 concluían que la mayoría de los individuos obedece a la autoridad,
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Jane Taylor, “Truth or Reconciliation?”. Rhodes Journalism Review, No. 14 (mayo de 1997), edición especial, http://jms.ru.ac.za/.
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Comentarios de Martin Snodden en la conferencia Interrogating Reconciliation, Ateneo University, Manila, Filipinas, agosto 15-18 de 2001.
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Algunos observadores consideran el término perpetradores como bondadoso, porque éste sólo implica “hacer que las cosas sucedan”. El psicólogo Brandon Hamber señala que la etimología del término sugeriría sólo la capacidad de realizar, lograr, producir y efectuar cosas. Brandon Hamber, “Language Words: Journalists Talk About Translations, Terms, and Meanings”. Rhodes Journalism Review, No. 14 (mayo de 1997), edición especial, http://jms.ru.ac.za/.
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incluso cuando se les ordena infligir daño a otros individuos sin causa razonable. Los experimentos de Philip Zimbardo en 1971 en la prisión y una investigación de 2002 sobre torturadores brasileños llevada a cabo por Martha K. Huggins, Mika Haritos-Fatouros y Zimbardo aseguran que los ambientes que autorizan a los individuos para que realicen sus actos violentos, y que los recompensan, engendran perpetradores violentos. John L. Sullivan, James Piereson y George E. Marcus encontraron que bajo una serie favorable de circunstancias casi todo el mundo es susceptible de actuar violentamente contra los individuos que pertenecen a un grupo que odian. Sin embargo, los medios buscan explicaciones que diferencian a los perpetradores del “resto de nosotros”: hogares abusivos o represivos o profundas desgracias psicológicas7. Las concepciones erróneas sobre la psique de los perpetradores calan tan hondo que incluso aquellos más experimentados son susceptibles de tener estos prejuicios. La periodista Tina Rosenberg, por ejemplo, escribió: “No quiero pensar que muchos de los violentos son ‘gente como uno’: tan civilizados, tan educados, tan culturizados” (1991: 18). La periodista Jann Turner se vio a sí misma como una “Jodie Foster observando fijamente la contenida forma sicótica de un Hannibal Lecter sudafricano”, cuando entrevistó a un asesino del apartheid (1999). Recuerdo vivamente cómo me latía el corazón mientras me dirigía a la primera entrevista con un perpetrador, asumiendo que cualquier descuido de mi parte me convertiría en otra víctima más de su violencia. Los perpetradores, por lo tanto, usan las fachadas sociales para superar esta imagen cuando ocupan el escenario público. Irving Goffman define la fachada personal como “un equipo expresivo, los detalles que identificamos de manera más íntima con el ejecutante mismo y que esperamos naturalmente que acompañen al ejecutante dondequiera que vaya” (Goffman 1976: 91). Entre los rasgos de esta fachada Goffman incluye la insignia de cargo o rango, el traje, el sexo, la edad; las características raciales, la talla, la apariencia, la postura, los patrones de lenguaje, las expresiones faciales, los gestos y el lenguaje corporal.
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Dan Bar-On, Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 1 de marzo de 1998; Milgram (1974); Huggins, Haritos-Fatouros y Zimbardo (2002); y Sullivan, Piereson y Marcus (1979). De acuerdo a la investigación de Theodor Adorno, Else Frenkel-Brunswick, Daniel Levinson y Nevitt Sanford, la socialización en la familia explica cómo algunos individuos alcanzan una alta calificación en las medidas del “test-f” de las tendencias fascistas: miembros de familias represivas con padres fuertemente autoritarios tienen mayor propensión hacia un comportamiento fascista, ya que los líderes fuertes los atraen y les dan la autoridad para expresar su agresión reprimida contra grupos marginales (Adorno et al. 1950). Estudios posteriores han refutado estas afirmaciones; véase, por ejemplo, Altemeyer (1988).
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De esta manera, los perpetradores pueden echar mano de “todo el repertorio teatral de gestos, ademanes, disfraces, tramoyas y recursos escenográficos” para “impresionar o embaucar a un auditorio” (Lincoln 1994: 5). Arman y rearman su imagen; su fachada “se construye, negocia, reforma, estiliza y organiza constantemente […], un pragmático montaje de fragmentos persistentes de material que recuerda […] el ‘bricolaje’” (Carlson 1996: 49). Estas fachadas no parten de una sola pieza, sino que se derivan de roles reales y socialmente aceptados. Algunas veces los perpetradores adoptan una fachada de manera inconsciente y sincera, convencidos de que ésta representa su “verdadero ser”, el ser que les gustaría o creen ser (Goffman 1959: 19). Al mismo tiempo, pueden construir de forma deliberada y cínica una fachada apropiada, tanto personalmente como mediante el consejo de sus colegas, familiares o abogados. Estas fachadas cínicas proporcionan un pragmático “medio para alcanzar un fin”, pero un perpetrador quizás también consiga “una especie de jubilosa agresión espiritual del hecho de que puede jugar a voluntad con algo que su público debe tomar seriamente” (Gofmann 1976: 89-90). Los perpetradores usan otras técnicas, además de las fachadas sociales, para atenuar las imágenes negativas asociadas con su pasado. Por medio del “doblaje”, por ejemplo, los perpetradores presentan seres y vidas alternativos (Lifton 1986). Sus vidas sociales aparecen como incompatibles con las comunes imágenes de los perpetradores, ya que se representan a sí mismos como individuos correctos y religiosos, buenos vecinos y buenos ciudadanos, padres cariñosos, compañeros amorosos y fieles, amigos generosos y atentos. Sus vidas laborales se muestran por encima de cualquier crítica: son empleados dedicados, leales y eficientes, dispuestos a ir más allá de lo esperado y obedientes ante la autoridad. En la vida política, demuestran su patriotismo, deber a la nación, y el deseo de hacer sacrificios personales. Este doblaje reduce las características negativas asociadas a los perpetradores. El mecanismo narrativo del “renacer” ofrece una oportunidad semejante. En estos casos, los perpetradores admiten sus malas acciones pasadas, pero se consideran individuos reformados y, como tales, inmunes. El renacimiento religioso les permite a los individuos intercambiar sus pasados pecaminosos por presentes santificados. Los alcohólicos y drogadictos rehabilitados entre los perpetradores usan la misma retórica. Explican sus actos anteriores como el resultado de la intoxicación e incompatibles con sus nuevos y sobrios espíritus. La noción de Primo Levi de las “zonas grises” apunta hacia cómo los perpetradores reversan sus roles y se identifican a sí mismos como víctimas. Refieren o demuestran los efectos físicos o psicológicos de la violencia sobre sus vidas: adicción al alcohol o las drogas, insomnio, ansiedad, depresión y otras cicatrices
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de un pasado atormentado. Sugieren que no se les debe considerar responsables de los actos violentos que cometieron, ya que ellos mismos fueron víctimas de estos actos. “Aceptar hacer una representación es aceptar tomar una alternativa”; por más elaborados que sean las fachadas y los mecanismos narrativos, los perpetradores no siempre logran convencer a sus auditorios de su “normalidad” (John J. MacAloon, citado por Roach 1996: 219). Pueden carecer de una actuación efectiva o de habilidades narrativas. Demasiadas contradicciones o demasiadas incompatibilidades en sus actuaciones pueden parecerles incoherentes a sus auditorios. Aunque pueden alterar ciertas características personales (v.gr., el vestido o el peinado), otros atributos los pueden marcar de forma indeleble como perpetradores (v.gr., los antecedentes, el talle, el movimiento y el porte, el acento y las palabras escogidas, las expresiones faciales o las emociones). Las representaciones inapropiadas, como señala Goffman, pueden descarrilar los objetivos de los perpetradores: “Mostrarse torpe o descuidado, hablar o moverse mal, es ser un gigante peligroso, un destructor de mundos. Como todos los sicóticos y cómicos deben saber, cualquier movimiento verdaderamente impropio puede atravesar la delgada capa de la realidad inmediata” (1961: 80). La coexistencia contenciosa exige representaciones por parte de los actores políticos, pero comprende que tales representaciones cambian con el tiempo, los escenarios, y en respuesta a los auditorios. Estos cambios indican ajustes políticos llevados a cabo por intermedio de la interacción con otros elementos en la sociedad democrática. Cambios súbitos en una representación pueden revelar comprensión y sensibilidad frente a los sucesos políticos, las instituciones y los actores. De igual forma, aquellas partes de la representación ejecutadas de nuevo o recordadas públicamente demuestran cómo el significado político cambia con el tiempo, y en fusión con elementos teatrales y políticos. Guiones confesionales. Adaptando la elegante formulación de Ndebele, aquí argumento que los guiones confesionales permiten a los perpetradores reinventar su pasado por medio de lo narrativo (1998: 27). Los perpetradores no recuentan su pasado como ocurrió en aquel momento, como tampoco poseen necesariamente “la pretensión de verdad o exactitud”. Los relatos que cuentan pueden ser inventados, consciente o inconscientemente, para ajustarse a un momento político en particular, o por una necesidad personal (Phelan 1993: 165; Jelin 2002: 12-13, 43). Pueden incluso contradecir la creencia común de que la confesión es el reconocimiento de una culpa o un delito. Los testimonios de los perpetradores, o sus reinvenciones, sobre sus pasados incluyen remordimiento, heroísmo, sadismo, negación, silencio, ficción y mentiras, amnesia y traición.
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El público a menudo percibe las reinvenciones confesionales como manipulaciones deliberadas que minimizan la culpa, más que reconocerla. Y algunas veces es así. En otras ocasiones, sin embargo, las confesiones simplemente reflejan el proceso creativo de la intención de juntar el pasado con una memoria parcial y selectiva. La memoria es imperfecta y poco confiable, como es bien sabido entre psicólogos, historiadores, abogados y agentes encargados de aplicar la ley. Tanto los perpetradores como los no perpetradores cuentan “mentiras vitales” sobre su pasado, algunas veces de manera deliberada y otras creando relatos de manera inconsciente que agregan significado y coherencia a sus vidas (Goleman 1985). En sus confesiones, los perpetradores describen cómo recuerdan su pasado, o cómo quieren que éste sea recordado, reconstruyendo estos mismos pasados a través de lo narrativo. Crear mentiras vitales involucra varios procesos. Los perpetradores emplean, por ejemplo, “operaciones de salvamento”, la opción consciente o inconsciente de retener ciertas partes del pasado recordado y desechar otras que no se ajustan a “los discursos y deseos actuales” (Crownshaw 2000: 20-23). El contexto político presente actúa como un filtro, moldeando y modificando la memoria para que “se acomode a la comprensión y las expectativas de la sociedad en la que ésta se presenta” (Goffman 1959: 35). Las operaciones de salvamento filtran y seleccionan los hechos, observando sólo lo que resulta conveniente observar y transformando los fragmentos de la memoria en un relato coherente y consistente. Para llenar los baches de la memoria, los perpetradores usan estratagemas, agregando detalles, algunas veces fuera de secuencia, o prestados de otros momentos o de los recuerdos de otros, o incluso imaginados, pero que se creen verdaderos. Estos detalles le imprimen a la memoria cuerpo y vida y representan de forma exacta cómo recuerdan los hechos los perpetradores (o cómo quieren recordarlos), incluso si no concuerdan con la cronología ni con una serie precisa de sucesos. La socialización también enmarca las mentiras vitales. Las familias, los colegios, las iglesias y las instituciones militares moldean la manera como la gente experimenta los hechos del pasado e incluso enseñan un lenguaje específico para hablar de estos mismos hechos, o para evitar hablar de ellos. Con el tiempo, las normas sociales o las actitudes individuales transforman los valores e influyen en la manera como los individuos recuerdan su pasado. Algunas veces lo pueden hacer de acuerdo a su nueva escala de valores, para así reinventar su pasado. En otras ocasiones, no pueden escapar del lenguaje de la memoria que aprendieron originalmente y permanecen atrapados en una narrativa particular sobre el pasado.
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Los perpetradores de la violencia autoritaria de Estado no hablan de sus actos de violencia en el momento en que fueron cometidos. La ominosa declaración de Elizabeth Jelin, “Faltan las palabras, faltan los recuerdos.”, quizás explique la ausencia de una confesión en los perpetradores (2002: 36). Las reglas formales e informales de la mordaza impregnan los períodos dictatoriales. Es común que los perpetradores se rijan por las sanciones oficiales y la autocensura que les impiden hablar sobre sus actos de violencia, incluso a sus colegas, familiares y amigos y consejeros. Estas reglas de amordazamiento persisten en los períodos democráticos, algunas veces a través de la violencia, las amenazas y la intimidación. Es probable que los perpetradores borren deliberadamente sus actos de violencia más por conciencia, para poder así aprender a vivir consigo mismos sin fantasmas ni recuerdos atormentadores. El silencio y la amnesia de los perpetradores no sólo reflejan este proceso de aprendizaje, sino que además pueden usarse de manera instrumental para evitar las represalias. Cuando los perpetradores hablan abiertamente, a menudo evocan el vocabulario que les enseñaron durante el régimen dictatorial: negación, justificación, excusas y eufemismos que ocultan sus actos de sí mismos y de los demás. Incluso pueden hacerlo cuando sienten remordimiento por sus actos pasados, pues simplemente no cuentan con otro vocabulario. El lenguaje de la guerra, en particular, de la “guerra no convencional” (contrainsurgencia), impregna sus confesiones, depurando las atrocidades. El vocabulario de la “interrogación” o la “eliminación” del enemigo en una “guerra”, por ejemplo, oculta la realidad del secuestro, la tortura, la ejecución, el envenenamiento, la violación y la desaparición de prisioneros mantenidos en los centros secretos de detención (Cohn 1987). Los perpetradores califican a las indefensas víctimas en aquellos campos como enemigos salvajes cuya derrota requiere de las virtudes militares del autosacrificio, el patriotismo, el heroísmo y la valentía. Como soldados, sostienen los perpetradores, tienen el deber de defender la nación del comunismo, el terrorismo o la barbarie. Al afirmar que los fines (enfrentar las amenazas contra la nación) justifican los (a menudo inarticulados) medios, los perpetradores se retratan a sí mismos como fuerzas del “bien” contra las fuerzas del “mal”. Los perpetradores deben justificar o excusar estos actos sólo cuando el silencio y la negación dejan de funcionar y emergen evidencias de atrocidades. En el contexto de la guerra, en oposición a un marco de Derechos Humanos, la naturaleza de la violencia puede representarse a favor de los perpetradores, que a menudo acusan a sus enemigos, los subversivos, de la violencia, afirmando que, de hecho, los regímenes dictatoriales impiden la violencia más extrema. Destacan los premios, decoraciones, promociones, ascensos, prestigios y conmemoraciones
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que han recibido por su valentía frente al enemigo (2001). Y debido a que sus testimonios “suenan verdaderos”, ciertos auditorios los aceptan. La afirmación de un general de la Fuerza Aérea de Chile resulta ilustrativa: “[…] yo no condeno a esos grupos [militares], probablemente sin ellos el daño al país hubiera sido más grande. Cuando se mira el tema, en un primer momento, ellos aparecen como los monstruos, pero la verdad es que les debemos mucho, en el sentido de haber derrotado a la subversión”8. No es una sorpresa que los perpetradores no cuestionen sus “misiones” del momento. Por lo general, viven aislados en comunidades de fuerzas de seguridad. Los regímenes dictatoriales controlan los medios y la oposición política, eliminando del debate público los puntos de vista alternativos. Los lazos sociales refuerzan la lealtad al régimen y sus actos a través de las redes familiares y de amigos, los partidos y los festejos. Las instituciones religiosas (en especial, la Iglesia católica de Argentina y la Iglesia reformista holandesa de Sudáfrica) a menudo apoyan los regímenes dictatoriales y sus actos (Osiel 2001). Sólo durante la transición de un poder dictatorial los perpetradores consiguen ver sus actos desde una perspectiva diferente. Sin embargo, el abandono de las mentiras vitales amenaza sus fundamentos morales y su fe en sí mismos y en los demás, de tal forma que la mayoría se aferra con tenacidad a versiones aprendidas o adoctrinadoras del pasado. Los defensores del régimen también se aferran a la versión heroica, o al mito de salvación, del régimen dictatorial. Al explicar la evidencia creciente de violencia, los perpetradores adoptan el lenguaje del error: los errores humanos explican por qué individuos inocentes mueren en las guerras; los errores burocráticos explican por qué los comandantes no consiguen enterarse ni detener la violencia ejercida por renegados, fuerzas delincuentes y elementos emocional o mentalmente inestables dentro de las fuerzas de seguridad. Al hacer referencia a la falibilidad humana e institucional, los perpetradores niegan cualquier responsabilidad moral frente a la violencia sistemática. A lo sumo, los perpetradores quizás admitan crímenes por omisión o por no haber podido detener la violencia, pero no crímenes por comisión ni por actuar violentamente. Condenan la violencia, sin condenar el régimen. Las confesiones por remordimiento o traición, raras como son, se alejan de estos códigos narrativos y desafían las justificaciones y excusas autoritarias. El público difícilmente acoge estas confesiones, dudando de su sinceridad, juzgándolas como instrumentadas, o encuentra en las mismas las justificaciones y excusas del régimen. Estos guiones, por lo tanto, rara vez satisfacen a un auditorio 8
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General retirado de la Fuerza Aérea Fernando Matthei, citado en Guzmán (2000: 13).
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que busca la condena del régimen. Pero aun así, algunos auditorios los usan, como también las otras formas confesionales, para este fin. Los guiones confesionales a menudo poseen ramas narrativas múltiples, entrelazadas y algunas veces contradictorias. Aunque puede surgir una forma narrativa dominante –remordimiento, heroísmo, negación, sadismo, silencio, mentira, amnesia, traición–, otras formas se infiltran. Las confesiones también se modifican con el tiempo, cuando sale a la luz nueva información y cuando cambian el contexto político y las oportunidades. Incluso el dinámico proceso dialógico que inician las confesiones puede alterar estas mismas confesiones. Los perpetradores aprenden nuevos lenguajes para expresar sus puntos de vista sólo a través de la interacción con las víctimas y los sobrevivientes que los enfrentan. O adoptan perspectivas nuevas, depurando sus posiciones para volver los argumentos más precisos, más o menos incendiarios, o para reformar sus confesiones después de que la edición y la expoliación para el consumo público han distorsionado su intención original. Incluso los cambios más sutiles en un guión, o cuáles partes del guión se hacen públicas, revelan cómo los actores empiezan a vivir unos con otros en coexistencia contenciosa. Escenarios confesionales. Vivian Patraka lo anima a uno a ampliar la noción de escenario más allá de su arquitectura –“terreno, construcciones y puntales físicos”– y a incluir su papel en la creación de significado (1996: 100). Patraka identifica dos tipos de escenario: lugar de representación y espacio de representación. Los lugares de interpretación producen un significado y una representación del libreto (1996: 100). Uno esperaría, por lo tanto, que los perpetradores nieguen su pasado, permanezcan en silencio o aleguen amnesia para evitar el veredicto de culpabilidad en la Corte. Los acuerdos de negociación, por otra parte, promueven la traición. Las comisiones de la verdad y las sentencias de reducción de penas alientan el arrepentimiento. Las confesiones “hechas para la televisión” acarrean invenciones heroicas, sádicas o exageradas. Los lugares de la representación influyen profundamente en los tipos de confesiones que producen los perpetradores. El espacio de la representación, sin embargo, complica el significado y la representación del libreto al generar “múltiples maneras de interpretación” (Edelman 1985: 108)9. Estos espacios “no sólo condicionan los actos políticos”, sino que se convierten en los lugares donde los significados del pasado se impugnan y rehacen (Auslander 1999: 5). El espacio de la representación abre el acceso a 9
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Para modificar una declaración de Bruce Lincoln, los escenarios confesionales no están donde se autoriza la representación, sino donde se llevan a cabo las disputas sobre quién da la autorización, qué se autoriza y cómo se autoriza (1994: 142).
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otros actores políticos. Las víctimas y los sobrevivientes, por ejemplo, pueden apoderarse del escenario confesional, reduciendo el control de los perpetradores sobre sus confesiones e, incluso, subvirtiendo o desmontando el proyecto político que éstos esperaban adelantar. La respuesta del público a la cobertura por parte de los medios de comunicación sobre las confesiones ilustra el concepto del espacio de la representación. Aunque los perpetradores quizás preparen la confesión para un escenario en particular, como la sala de la Corte o las comisiones de verdad, los medios terminan tomándosela. Las versiones “mediatizadas” de las confesiones, o aquellas “divulgadas en televisión, o como audio o grabaciones de video, y en otras maneras basadas en las tecnologías de reproducción”, reemplazan las versiones originales, en vivo y sin editar que no han sido vistas por la mayoría del público (Fair y Parks 2001: 50). Por razones de políticas oficiales, limitaciones de espacio, accesibilidad de lugares y tiempo, conocimiento del suceso, o por alguna exigencia, la mayor parte del público se pierde la versión en vivo, pero se queda con la mediatizada. Las representaciones mediatizadas, sin embargo, no son copias fieles de las originales. Horas o días de testimonios se reducen a minutos en programas de radio y de televisión o a unas cuantas frases en una crónica impresa. Las decisiones sobre qué excluir e incluir en los relatos periodísticos crean un significado que quizás se aparte del mensaje pretendido por los perpetradores. Los medios, por ejemplo, buscan material dramático y quizás distorsionen una confesión al reproducir sólo pequeños segmentos de la misma: gritos y quejidos, rabia o risa, burlas y lágrimas. El trabajo con la cámara puede crear o reducir la emoción: puede hacer un zoom sobre los perpetradores, haciéndolos ver más grandes que el tamaño natural, o retirarse hacia atrás para invitar a la audiencia “a ver el dolor de los otros pero no sentirlo” (Auslander 1999: 118). Los programas de radio eliminan las expresiones faciales explicativas. Los medios impresos aplanan las inflexiones. Los medios, en síntesis, poseen un enorme poder sobre cuál confesión ve e interpreta el público. Debido a que la mayoría de la gente es testigo de las confesiones por medio de testimonios mediatizados, estos testimonios se convierten, efectivamente, en el hecho confesional, no en una interpretación del mismo, reforzando el adagio que dice que “nunca ‘conocemos’ un hecho sino sólo su cubrimiento hecho por lo medios”10. Las versiones mediatizadas, por lo tanto 10
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Peggy Phelan no tiene en cuenta los hechos representados en los medios en absoluto: “La única existencia de las representaciones sólo se da en el presente. La representación no puede ser guardada, grabada, documentada, ni participa de otra forma en la circulación de representaciones de representaciones: una vez sucede, se convierte en algo diferente a la representación […] [La representación] se vuelve sí misma con la desaparición”. Además, le da valor al ambiente mediático sólo como una herramienta para recordar la representación misma: “El documental de una
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tienden a borrar la original (Fuoss 1999). Al ser conscientes de este potencial, los perpetradores algunas veces exigen tiempo al aire en vivo, sin cortes y sin editar, para presentar sus confesiones públicas. De otra forma, quizás se encuentren en la incómoda posición de contradecir su propia confesión o en lo que se ha convertido a través de los medios. A pesar de su poder, las representaciones mediatizadas no “hablan por sí mismas”, presentan una interpretación no controvertida de las confesiones de los perpetradores, o dictan un significado político al público. Algunas veces describen con exactitud a los perpetradores en toda su complejidad: brutales y vulnerables al mismo tiempo, culpables e inocentes, poderosos y débiles, ofreciendo múltiples interpretaciones de sus pasados. Algunas veces las versiones mediatizadas incluyen comentarios de otras perspectivas sociales, incluso opuestas. Los medios, en otras palabras, se convierten en el espacio de representación en donde el público discute la importancia política de las confesiones de los perpetradores respecto a la violencia pasada. Incluso, si los medios producen un significado y una representación de libreto, el público puede usar esta descripción para impugnar estos significados. La literatura de la justicia transicional se concentra en establecer el conjunto correcto de instituciones, a menudo ignorando el papel que cumplen los medios en la generación del significado político alrededor de estas instituciones. Las múltiples representaciones de poder que ocurren en la justicia transicional y los escenarios mediatizados revelan la dinámica de la coexistencia contenciosa y cómo los actores políticos sortean sus diferencias y aprenden a hablar entre sí. Oportunidad de la confesión. Vivimos en una época de confesiones. Los invitados revelan sus más profundos secretos en programas de televisión con mucha audiencia, como Oprah. En páginas web como postsecret.com la gente envía confesiones profundamente personales y anónimas en medios artísticos. Los líderes públicos admiten escándalos personales. Gobiernos, naciones, empresas, instituciones religiosas y organizaciones políticas confiesan sus pasadas equivocaciones políticas o sociales. Sin duda, la confesión nunca desempeñó un papel tan grande en la vida política y social. Pero a pesar del predominio de la confesión, los perpetradores se mantienen reacios a confesar sus secretos más profundos sobre el pasado dictatorial. En la mayoría de los casos, guardan silencio para evitar reprerepresentación sería entonces sólo un estímulo para la memoria, un aliento de la memoria para convertirse en presente” (1993: 146). Phillip Auslander, al afirmar que la pureza de una representación en vivo surge de un sentimiento de nostalgia y paranoia, cuestiona la separación de las dos formas (en vivo y mediatizadas) de representación. Lo vivo, sostiene, no puede existir sin su opuesto: lo reproducible. Auslander (1996: 210n2).
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salias violentas o legales. Ciertos factores personales, institucionales y políticos sólo muy pocas veces consiguen animar a los perpetradores a que superen el miedo a la retaliación y hablen abiertamente sobre su pasado. La proximidad de la muerte –una enfermedad terminal, la vejez, un accidente trágico– o una curación psíquica y física más general impelen a ciertos perpetradores a hablar. Al acercarse al final de sus vidas o al tener la esperanza de empezar una nueva vida, se dan cuenta de que ya no tienen nada que perder revelando su pasado. De hecho, después de revaluar sus actos, algunos quizás consideren la expiación por sus crímenes pasados completamente necesaria para la salvación personal. Enfrentar la propia muerte parece también inspirar empatía entre algunos perpetradores hacia sus víctimas y los familiares de las víctimas, motivándolos a pedir perdón. Las confesiones públicas les ofrecen a algunos perpetradores un camino de curación del trauma físico o psicológico inducido por sus pasados actos de violencia: insomnio, ansiedad, depresión, crisis emocional o adicción. Con la creencia de que la confesión ahuyentará los demonios que los persiguen, algunos perpetradores esperan empezar una vida nueva y más sana al purgar el daño que les causaron a otros. Los perpetradores en busca de salvación probablemente buscarán actos de confesión privados, por encima de los públicos. Un cálculo racional, sin embargo, llevará a otros a convertir en público su testimonio. Quizás los perpetradores hablen abiertamente contra sus compañeros, comandantes, o las fuerzas de seguridad en general, si perciben que los riesgos de la confesión pública pueden llegar a ser menores que los riesgos de guardar silencio. Un patrón de maltrato, traición, abandono o castigo dentro de las fuerzas de seguridad, por ejemplo, puede llegar a convencer a algunos perpetradores de que se convertirán en chivos expiatorios y que la confesión pública puede ofrecerles más protecciones institucionales que una silenciosa lealtad hacia el régimen desaparecido. En su mayoría, los perpetradores, sin embargo, temen represalias por parte de las fuerzas de seguridad y aguardan a que otros perpetradores pongan a prueba las amenazas explícitas o implícitas de la deslealtad. A menudo suceden cadenas confesionales, cuando una confesión desata otras semejantes. Estas cadenas algunas veces se producen sólo después de que un perpetrador ha puesto a prueba la seguridad de hablar y despeja el camino para las siguientes confesiones. Las cadenas confesionales también se producen cuando los perpetradores intentan “corregir” las impresiones creadas por confesiones previas, limpiando así los nombres y reputaciones “mancillados” de los perpetradores. Las cadenas confesionales también suceden cuando periodistas, fiscales y otros perpetradores “sacan a la luz” a otros perpetradores, alentándolos a enfrentar al público y relatar su propia historia. Las cadenas confesionales
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también pueden resultar de rumores sobre recompensas financieras o incentivos legales. Algunas veces estas cadenas afectan sólo a ciertas ramas particulares de seguridad, ya que otros sectores pueden demostrar ser más efectivos en asegurar el silencio. Las transiciones políticas crean incentivos institucionales particulares y materiales que motivan a algunos perpetradores a hablar a pesar de represalias potenciales. Los perpetradores algunas veces consideran el silencio como el riesgo más grande, particularmente cuando los convenios institucionales ofrecen amnistías a cambio de la confesión, como sucede con la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica, la Gacaca en Ruanda y los programas estatales para testigos. Las decisiones de los perpetradores de confesar quizás dependan de las conjeturas personales frente a las probabilidades de salir a la luz pública y de un juicio. Los acuerdos institucionales que reducen penas de cárcel, tales como negociación de penas o audiencias de reducción de penas, también inducen a algunos perpetradores a hablar a cambio de su libertad. Los perpetradores también pueden lograr recompensas materiales por anticipado o la fama por sus confesiones. El mercado de los medios algunas veces les paga a los perpetradores por sus historias o los convierte en celebridades. De esta forma, algunos perpetradores venden de manera intencional sus relatos, a menudo exagerando su valor material. Escriben, o planean escribir, libros confesionales, aunque muy pocos alcanzan ventas significativas, ganancias materiales o fama. Sólo aquellos perpetradores que trabajan con periodistas para contar su historia consiguen un acceso a un público más amplio. La coexistencia contenciosa destaca cómo lo que motiva las confesiones de los perpetradores son los dramas políticos revelados y siempre cambiantes, y no sólo los incentivos personales o institucionales. Las confesiones empiezan de forma cautelosa, reafirmando los eufemismos seguros y el lenguaje codificado. Con el paso del tiempo, y en la interacción con las víctimas y los sobrevivientes, los perpetradores deben aprender una nueva manera de hablar sobre su pasado. Las actitudes cambian cuando cambia el lenguaje, y así los perpetradores aprenden a comprender un nuevo punto de vista. Como subraya Jelin, “El paso del tiempo histórico, político y cultural necesariamente implica nuevos procesos de significación del pasado, con nuevas interpretaciones. Y entonces surgen revisiones, cambios en las narrativas y nuevos conflictos” (2002: 57). El mismo acto de la confesión pública, en otras palabras, fuerza a los perpetradores, en algunas oportunidades por primera vez, a comprender lo que hicieron y su impacto en las vidas individuales y en la historia de la nación. Al explicarles a aquellos por “fuera” del represivo aparato de seguridad lo que sucedió exactamente, y, en particular, al verse cuestionados por las víctimas o sus
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representantes, los perpetradores empiezan a verse a sí mismos y a sus actos sin el escudo protector del discurso oficial (Beverly 1996: 276; Laub 1992: 59-63). El acto confesional les permite a los perpetradores “conocer” el hecho: hablar de lo indecible e inscribir el hecho por primera vez, rompiendo con la versión oficial y el silencio que se les ha impuesto. Algunas veces las confesiones aparecen mucho después de finalizar el régimen dictatorial. Como lo han evidenciado la captura y el posterior juicio a criminales de guerra nazis, las confesiones tardías pueden incitar al drama político y al debate contencioso mucho después de haber cesado las atrocidades. Los auditorios confesionales. Siguiendo a Stanley Fish (1980), también argumento que los textos confesionales están vacíos de significado en sí mismos y que requieren “comunidades interpretativas” para crear este significado. En el caso de las confesiones de perpetradores, estas comunidades surgen entre los auditorios que los observan como testigos. Aunque los perpetradores intentan controlar las interpretaciones de sus presentaciones, los auditorios se las apropian y les imponen sus propios significados. Los auditorios confesionales se asemejan a la noción del espectador de Augusto Boal, quien “ya no delega a los personajes el poder ni de pensar ni de actuar en su lugar. El espectador se libera; ¡piensa y actúa por sí mismo! ¡El teatro es acción!” (1996: 97). Alfred Jarry afirma que el proceso de los auditorios que interpretan una representación es inevitable. “En cualquier obra escrita”, escribe, “existe un significado oculto, y cualquiera que sepa cómo leer ve ese aspecto de la obra que tiene sentido para él” (1996: 210). Los auditorios no descubren el significado que se les oculta de manera deliberada o inconsciente. En su lugar, usan las representaciones confesionales para adelantar sus propios proyectos políticos. Las confesiones actúan como catalizadores y como herramientas: como catalizadores, encienden el debate sobre temas previamente silenciados o adormecidos en la sociedad; como herramientas, le ofrecen al público una representación que puede usar para sus propios fines. El público explota las confesiones según lo que los perpetradores digan y pretendan, según cómo lo digan, quiénes son y según dónde y cuándo hagan la representación. El público no aborda las representaciones confesionales de manera uniforme ni en un vacío político11. Los auditorios traen consigo historiales, experiencias, 11
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Fish (1980) sostiene que las comunidades interpretativas extraen el significado de normas y representaciones establecidas, creando así una convergencia de las normas. Susan Bennett considera al espectador “como un miembro de una comunidad interpretativa ya constituida […] [que] ofrece un horizonte de esperanzas moldeadas por los elementos de la pre-representación” (1997: 139). Bennett explora esta idea a través de las dudas de Brecht sobre una percepción fija y uni-
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perspectivas políticas e intereses creados que moldean las interpretaciones. Los auditorios reaccionan ante las confesiones desde alguna de las cinco posiciones preestablecidas: cínica, traumática, curativa, de retribución y de redención. Las víctimas y los sobrevivientes (y quienes son solidarios con ellos) abordan las confesiones desde perspectivas cínicas, traumáticas, curativas y de retribución. Los seguidores del régimen dictatorial abordan las confesiones desde perspectivas traumáticas y de redención. Cada posición involucra un correspondiente proyecto político. Los auditorios cínicos desconfían de que los perpetradores vayan a revelar la verdad sobre el pasado. Consideran a los perpetradores lo suficientemente poderosos como para eludir cualquier castigo serio. Presuponen que las confesiones consistirán en estrategias de encubrimientos, negaciones e inculpación a las víctimas. Desechan las confesiones arrepentidas como insinceras. Asumen que las confesiones de los perpetradores son sólo un instrumento: para evitar ser juzgados y condenados, para reducir una sentencia de cárcel, para conseguir un beneficio material, o para aumentar su poder y prestigio12. Desde el punto de vista del público cínico, los perpetradores que se someten al proceso de justicia transicional saldrán ilesos e incluso parecerán virtuosos. Anticipándose a una batalla de pérdida de poder frente a los perpetradores, los auditorios cínicos abogan por comisiones de verdad no procesales, manejadas por víctimas, que silencian a los perpetradores. La Comisión de la Verdad de El Salvador, por ejemplo, permitió a las víctimas y a los sobrevivientes nombrar a los perpetradores, identificar sus actos de violencia y condenar esta misma violencia, al tiempo que excluía a los perpetradores de este proceso político. Este modelo es inconsistente con la coexistencia contenciosa. Consentir la censura y la exclusión política estimula los procesos antidemocráticos. Aún más, tiende a aislar a los perpetradores en un enclave dictatorial, aumentando su potencial poder y atractivo dentro de la sociedad. En contraste, someter las ideas de los perpetradores al escrutinio público “reduce el campo de las mentiras permisiversalmente compartida de la misma representación dentro de un público. Edelman sugiere que los espectáculos políticos dan origen a “incertidumbres, interpretaciones y contradicciones” y no a “generalizaciones conclusivas. La comprensión política está en la conciencia del rango de significados que proporcionan los fenómenos políticos y en la apreciación de sus potencialidades para generar un cambio en las acciones y creencias. Esto no brota al designar alguna única interpretación como un hecho, una verdad o un descubrimiento científico” (1988: 123). 12
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Van Zyl ofrece una manera “instrumental” de abordarlo cuando sostiene que “la experiencia internacional indica que los perpetradores tienden a revelar los crímenes sólo cuando creen que no hacerlo así los pone en riesgo, y que este riesgo es significativamente mayor que las consecuencias de confesar estos crímenes” (2003: 6).
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bles” y disminuye su poder político, evitando que promuevan doctrinas sagradas imposibles de condenar (Ignatieff 1996). La rígida posición de los cínicos frente a los perpetradores también ignora los complejos niveles de culpa y responsabilidad por actitudes y comportamientos antidemocráticos dentro de las comunidades del perpetrador y la víctima13. La transparencia, el pensamiento crítico y el debate experimentado sobre el pasado ofrecen la oportunidad de construir una cultura democrática más fuerte. En su comprensible deseo de remover a los perpetradores de posiciones de autoridad, los cínicos podrían, paradójicamente, incrementar su poder y debilitar la práctica y los resultados democráticos. El enfoque traumático, al igual que el cínico, demanda silenciar a los perpetradores, pero por razones diferentes: su objetivo es proteger a las víctimas y a los supervivientes de revivir la violencia autoritaria; a los testigos del régimen y a las nuevas generaciones, de escuchar las confesiones; a las fuerzas de seguridad, del colapso institucional a raíz de las confesiones, y a la sociedad democrática, de la polarización política. El enfoque traumático se basa en la noción que los testigos –particularmente, las víctimas y los sobrevivientes de la violencia de Estado– no experimentan las confesiones desde una distancia segura y crítica, sino como parte de sus vidas presentes. Las confesiones de los perpetradores invaden sus espacios seguros, entrando a sus salas a través de la televisión; a sus cocinas, por la radio; a las rutinas diarias, por medio de los periódicos y los titulares en los kioscos y las conversaciones con amigos y compañeros, por medio de las referencias populares al hecho confesional. Por otra parte, las confesiones públicas toman a los testigos desprevenidos, que no escogen y no se pueden preparar para estos encuentros. Como los aromas y las palabras y otros recordatorios mentales y físicos de un pasado violento, ver y escuchar a los torturadores en los medios traumatiza y vuelve a traumatizar a los individuos, creando estados de miedo, impotencia y parálisis. Los perpetradores ejercen un impacto particularmente profundo sobre las víctimas y los sobrevivientes. Las confesiones sádicas y heroicas justifican la violencia y exageran el papel de las víctimas en las amenazas contra la nación. Las confesiones heroicas a menudo elogian a las víctimas caídas y denigran a los sobrevivientes que se “quejaban”, hecho que mina la integridad de los sobrevivientes. La negación impide a las víctimas y a los sobrevivientes confirmar la violencia que experimentaron y su traumático impacto en sus vidas presentes. 13
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“Los agresores tienen sus propias defensas contra la verdad, pero las víctimas también. La gente que se considera víctima de agresiones tiene una comprensible incapacidad para creer que también cometieron atrocidades. Los mitos sobre la inocencia y la victimización son un poderoso obstáculo en el camino para confrontar hechos desagradables” (1996).
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Las confesiones, sostiene el enfoque traumático, asaltan de nuevo a las víctimas y a los sobrevivientes, paralizándolos del miedo, forzándolos a refugiarse en el silencio y la autoculpación. Las confesiones exponen a la atrocidad, en algunos casos por primera vez, a aquellos que ni fueron testigos ni experimentaron la autoritaria violencia de Estado; de esta forma, traumatizan a los espectadores y a las generaciones de la era posautoritaria, principalmente, a las víctimas de abuso físico y psicológico. Los espectadores también enfrentan el creciente trauma de culpabilidad por no creer en los testimonios de las víctimas, por culpar a las víctimas, por apoyar un régimen capaz de tales atrocidades, por no haber sido capaces de actuar para prevenir la violencia e, incluso, por beneficiarse de este régimen dictatorial. La sociedad democrática enfrenta el trauma cuando resurgen las viejas posiciones ideológicas y políticas y amenazan la estabilidad política. Muchos de los partidarios del proceso democrático temen una batalla de desestabilización, de “memoria contra la memoria”. Imaginan que las fuerzas autoritarias pueden movilizarse de nuevo y postergar la transición hacia la democracia. Para evitar un resultado semejante, muchos apoyan las soluciones “pragmáticas” de silenciar el debate sobre el pasado o de formar comisiones de la verdad altamente proscritas, como en Chile, en las que no aparecen ni los nombres de los perpetradores ni actos específicos (O’Donnell y Schmitter 1986; Zalaquett, 1992). Quizás algunos miembros de las fuerzas de seguridad sean partidarios de la misma posición si sienten que la institución militar se ve amenazada por la fragmentación. Quizás aboguen por un manto de amnistía y silencio, como en Brasil, para evitar las tensiones entre los de línea suave y línea dura entre los militares y entre las nuevas y viejas generaciones de las fuerzas de seguridad, y para prevenir el señalamiento entre las ramas militares. Una defensa nacional fuerte y unida, sostiene esta clase de auditorio, protege del trauma a los ciudadanos y a la nación. La coexistencia contenciosa manifiesta que la democracia no puede suprimir el debate. Los esfuerzos encaminados a lograrlo generarán conflicto entre “las fuerzas sociales que demandan marcas de memoria y quienes piden la borradura de la marca”, y sobre quién está autorizado para recordar el pasado y sobre cuál forma de recordar sería la apropiada y legítima (Jelin 2002: 60; Jelin 2003). Es probable que al final resulte ser más perjudicial para la democracia censurar la memoria política que permitirla, sin importar lo doloroso que pueda ser el canje entre el daño psicológico a los individuos y los beneficios para el sistema político. El auditorio curativo considera esencial el diálogo abierto –incluida la participación por parte de los perpetradores– para la salud de los individuos y la
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sociedad. El proceso de saneamiento comienza con el reconocimiento por parte de los perpetradores, a través de la confesión, de que la violencia ocurrió. Este reconocimiento verifica los testimonios de las víctimas, permitiéndoles sobreponerse a los insultos de los perpetradores respecto a que nadie escuchará ni creerá sus historias. Las confesiones tienen el potencial de confirmar las experiencias de las víctimas previamente silenciadas, desatendidas o no creídas14. Los psicólogos sostienen que el silencio de la sociedad perpetúa la autoculpación, la confusión y la rabia de las víctimas, y que todas impiden la recuperación (Flanigan 1992: 106). Para restablecer su salud mental, las víctimas y sus familias necesitan saber que alguien cometió una violencia inmerecida, ilegal e inmoral en su contra. Incluso si los perpetradores no revelan por completo los detalles ni se disculpan por sus actos, los debates que engendran reconocen y condenan la violencia pasada. El investigador sudafricano Hermann Giliomee capta este efecto cuando sostiene que “Una nación […] se construye sobre grandes olvidos y grandes recuerdos”. Donald Woods agrega: “Estamos acostumbrados a escuchar tantas quejas sobre los malos días pasados que las aseveraciones de gente como nosotros contra la Policía de seguridad eran exageraciones, eran antipatrióticas […] y falsas”15. La confirmación de estas “exageraciones”, por medio de las confesiones de los perpetradores, restaura la credibilidad de aquellos que fueron testigos y que soportaron y condenaron la violencia pasada. Las confesiones ayudan aún más al proceso curativo proporcionando detalles perdidos: quién hizo qué, a quién, cuándo, dónde y cómo. En algunos casos sólo los perpetradores han sido los únicos testigos de estos hechos, o han sobrevivido para contar la historia. Con esta información, las familias de las víctimas pueden llevar a cabo los rituales curativos del entierro y el duelo. Los certificados legales de defunción, basados en la confirmación de los hechos por parte de los perpetradores, también generan políticas de seguros de vida o de pensiones que necesitan las familias para su supervivencia física y su bienestar, particularmente cuando la víctima contribuía de manera significativa en los ingresos del hogar. Las comunidades terapéuticas y religiosas aconsejan el perdón como hecho necesario para que los individuos puedan construir una vida nueva después de acontecimientos violentos. El perdón libera a las víctimas y a los supervivientes de una rabia dañina, irresuelta e indiferenciada, y elimina el poder que los per-
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Elizabeth Jelin explora cómo el silencio evita que los recuerdos de las víctimas circulen, aislando y atrapando a las víctimas en una repetición ritual de su dolor. La expresión social, por el contrario, permite la búsqueda de un significado político que surja de las experiencias pasadas. Jelin (2002: 62).
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Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 16 de marzo de 1998.
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petradores tienen sobre ellos. Aunque casi todos los miembros de la comunidad curativa concuerdan en que las víctimas y los sobrevivientes necesitan saber qué es lo que están perdonando para que el proceso sea efectivo, no se muestran de acuerdo frente a la trascendencia que tiene el arrepentimiento de los perpetradores sobre este conocimiento y perdón16. Las confesiones de los perpetradores, particularmente aquellas de arrepentimiento, pueden contribuir al proceso de curación tanto de la sociedad como de víctimas individuales. Proporcionan un camino a los perpetradores para que se reincorporen a la comunidad, reconstruyendo lo que destruyeron, explicando su pasado y pidiendo perdón17. Las confesiones también contribuyen a que se llegue a una historia transparente y oficial de la violencia. Cuando los perpetradores admiten lo que han hecho, vuelven imposible la duda. Como afirma el periodista sudafricano Donald Woods, “Incluso quienes apoyaron a esta gente en el pasado tienen que enfrentar el hecho. Ahora, lo han escuchado salir de sus propias bocas, las de esta gente. Estas cosas increíblemente horribles que un ser humano le ha hecho a otro ser humano. Y admitirlas. Y decir: ‘Lo golpeé con un látigo de acero’, ‘Lo acuchillé varias veces’, ‘Quemé el cuerpo’ […] Ahora finalmente deben aceptar con toda seguridad [que] todas estas cosas sucedieron”18. La Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica –con su institucionalizado proceso confesional y las audiencias del Comité de Amnistía, con la confirmación de los testimonios de las víctimas en el Comité de Violaciones a los Derechos Humanos y con el conjunto de psicólogos, trabajadores sociales y figuras religiosas para estimular la curación y el perdón– personificó el auditorio curativo ideal. Los abogados de la Gacaca en Ruanda, o las cortes comunitarias, también consideran el reconocimiento por parte de los perpetradores de su culpabilidad en hechos violentos y de su expiación a través de proyectos comunitarios como componentes esenciales para la reconciliación y la restauración de la confianza en comunidades desgarradas por el genocidio. 16
Mientras algunos defensores del perdón reconocen la necesidad de las víctimas de perdonar sin una disculpa, otros fijan la capacidad de perdonar en que los perpetradores reconozcan la gravedad de sus actos, como se expresa a través de las confesiones de arrepentimiento. El arzobispo Próspero Penados del Barrio, de Ciudad de Guatemala, sugiere que la carga del perdón descansa en los perpetradores, no en las víctimas. Para la reconciliación personal ellos deben arrepentirse, reconocer su culpa y buscar perdón. Jeffrey (1995: 8).
17
Paul van Zyl apunta que en Sierra Leona y en Timor Oriental “algunos perpetradores han proporcionado a las comisiones de verdad evidencias, primero que todo, por un deseo de reintegrarse a la comunidad, no por el temor a un proceso judicial y el deseo de tener borradas sus deudas criminales” (2003).
18
Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 16 de marzo de 1998.
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Pero el enfoque curativo no deja de tener sus críticos. El perdón como componente del proceso de curación y reconciliación, sostienen algunos críticos, impone un peso excesivo en las víctimas y los sobrevivientes. No sólo deben recuperarse de sus pasados traumáticos, sino que su propia recuperación depende del hecho de perdonar a aquellos que los hirieron. Otros críticos cuestionan si el recuerdo como curación puede terminar siendo un tiro por la culata, creando antipatía hacia las víctimas y los sobrevivientes que insisten sin descanso en sus reclamaciones, a pesar de otros importantes asuntos de la sociedad. Algunos observadores ponen en cuestión si un recuerdo sin fin cura o si la salud depende, quizás, por el contrario, de dejar el pasado en el pasado19. En efecto, quienes abogan por la justicia retributiva consideran los juicios, y no la justicia del perdón, como curativos para los individuos y las sociedades, puesto que restauran la igualdad de las víctimas y los perpetradores frente a la justicia, establecen el conocimiento y reconocimiento de los crímenes y sientan precedentes que disuaden a futuros violadores (Malamud Goti 2003). El enfoque de castigo aboga por las confesiones bajo el marco de la justicia retributiva. Estos auditorios consideran esenciales los juicios por los crímenes cometidos por estados dictatoriales, para establecer el imperio de la ley, fortalecer la democracia y persuadir a futuros violadores de los Derechos Humanos. Las confesiones cumplen un papel vital en este proceso al determinar los hechos de los crímenes: qué sucedió, cuándo, dónde, por quién, contra quién y bajo las órdenes de quién. Los procesos judiciales, además, marcan el rompimiento del gobierno democrático con el pasado dictatorial y su compromiso con las garantías legales, procesales y morales para los ciudadanos; ingredientes clave para restablecer la confianza entre los ciudadanos y los gobiernos destruidos por el régimen dictatorial. Las amnistías generales, por otra parte, como afirma Paul van Zyl (2003), “socavan el imperio de la ley, provocan rabia y cinismo entre las víctimas y los ciudadanos y promueven la impunidad”. “Los juicios”, aún más, “han sido pensados para enseñar una lección” (Malamud Goti 2003; Méndez 1997; Orentlicher, 1991). Demuestran la igualdad ante la ley. Las actividades ilegales de todos los ciudadanos, incluidas las fuerzas políticas de la élite, serán juzgadas por las leyes del país. Cuando la investigación y el proceso judicial juzgan a los criminales del régimen, todos los ciudadanos reconocen que ni el silencio, ni las órdenes desde arriba, ni los favores políticos 19
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Como afirma Ignatieff: “El pasado continúa atormentado porque no ha pasado. Estos lugares no están viviendo bajo un orden consecutivo de tiempo, sino en uno simultáneo, en el que el pasado y el presente son una continua, aglutinada masa de fantasías, distorsiones, mitos y mentiras […] Para quienes narran la historia, ayer y hoy eran lo mismo” (1996: 119-21).
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proporcionan inmunidad20. Antes de llevar a cabo o ejecutar órdenes ilegales, los perpetradores potenciales deben pensar primero si se arriesgan a un juicio, teniendo en cuenta que anteriores perpetradores, que creían que sus crímenes quedarían impunes, no se inquietaban por consideraciones semejantes. La mayoría de los críticos de la disuasión se concentra en la falta de evidencias. Las teorías sobre la disuasión asumen que los Juicios de Núremberg establecieron la amenaza de un proceso judicial por crímenes de guerra que persuadiría a futuros perpetradores de no cometer atrocidades. No pueden explicar por qué los perpetradores de genocidios y violencia de Estado de la pos Segunda Guerra Mundial ignoran esta amenaza. La escasez de más juicios locales e internacionales difícilmente convencerá a los perpetradores de que enfrentarán sentencias por sus actos ilegales; por el contrario, este hecho demuestra que la mayoría de los perpetradores quedará literalmente impune de asesinato21. Hasta que los juicios no se conviertan en procesos estándar, reinará la impunidad. Por otra parte, algunos críticos sostienen que si los juicios condenaran de manera efectiva a los perpetradores de la violencia de Estado, los líderes con antecedentes criminales simplemente intentarían mantener el poder, en lugar de arriesgarse a un juicio, cediéndolo. En resumen, la evidencia concreta no ofrece vínculos entre la justicia retributiva y la disuasión22. Una crítica adicional al enfoque retributivo es el impacto que tienen los juicios fallidos. Cuando los fiscales pierden casos, los perpetradores quedan completamente exonerados. Ni se les perdona ni se les amnistía; se declara que no son culpables. Estas derrotas lanzan la poderosa señal de que los perpetradores pueden, cuando se les acusa, “quedar libres de culpa”. También amenazan el poder y la capacidad del sistema judicial. Las famosas absoluciones de Magnus Malan en Sudáfrica, la cabeza de la fuerza policial del apartheid, y de Wouter Basson, experto en armas 20
Al establecer la responsabilidad individual, las cortes evitan la atribución de una culpa colectiva, que a menudo estimula un conflicto mayor. May (2003).
21
Michael Johnson hizo la observación en el Social Science Council Program on Global Security and Cooperation, International Law, and International Relations, Workshop on International Criminal Accountability, Washington, 6-7 de noviembre de 2003. Véase también Morris (2003). Mark Osiel (2001) argumenta de forma persuasiva que en su mayoría los perpetradores carecen de la autonomía, la información o el deseo de determinar si las órdenes que recibieron eran lícitas o no. Confiaban en sus comandantes, una confianza reforzada por incitación de compañeros, familiares, iglesias, y los medios que reafirman lo que ellos están haciendo. Esperar que los soldados desobedezcan órdenes de superiores de confianza por defender la ley en un estado de emergencia quizás sea irreal.
22
El juez Richard May (2003) comentaba que la disuasión resulta de un pensamiento social en el que cometer violencia de Estado es tan inimaginable como “ir a la bañera con las medias puestas. Uno simplemente no lo hace”.
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químicas al servicio de la inteligencia del apartheid, demuestran que, a pesar de la apabullante (aunque circunstancial) evidencia de culpabilidad, las cortes no siempre condenan. Los juicios infructuosos quizás ocasionen más daño a la construcción de un Estado de Derecho y de disuasión que ningún juicio. El enfoque de redención surge entre quienes apoyan el régimen dictatorial: funcionarios, pasivos o activos, militares o civiles, del Estado dictatorial y actores no estatales. Los auditorios orientados hacia la redención acogen las confesiones que defienden el régimen y glorifican su papel heroico al salvar a la nación de la subversión. Aceptan de forma tangencial la tortura y el asesinato como los únicos medios para terminar con el caos y la violencia generados por las fuerzas enemigas. También hacen referencia a los documentos legales que legitiman el régimen y el uso de la fuerza. Esta perspectiva desde las obligaciones del régimen rechaza las confesiones de arrepentimiento y busca silenciarlas. Las fuerzas de seguridad y sus partidarios emplean una gran variedad de tácticas para reprimir las confesiones arrepentidas: ataques ad hóminem, intimidación, e, incluso, la violencia. Los seguidores del régimen lanzan reparos públicos, por ejemplo, sobre la sinceridad y el conocimiento de los perpetradores arrepentidos, sugiriendo que trabajan para los enemigos del régimen. Fabrican evidencias de inestabilidad financiera para sugerir que estos perpetradores ofrecen confesiones ficticias al mejor postor. Y sacan de los armarios de los perpetradores secretos vergonzosos: adicción, problemas de salud mental, divorcios. En algunos casos, estas tácticas pueden resultar contraproducentes: la existencia de dificultades financieras o personales podrían confirmar las experiencias traumáticas que soportan estos perpetradores en sus secretas y violentas existencias; la intimidación y la violencia contra los perpetradores arrepentidos legitiman sus reclamos al poner al descubierto el aparato coercitivo que provocó sus actos violentos. Aun así, al pintar a los perpetradores arrepentidos como fuerzas de delincuentes dispuestas a mentir por una recompensa monetaria, el público redentorista a menudo consigue atribuir la violencia a ciertos individuos inmorales, o “manzanas podridas”, en las, por el contrario, nobles fuerzas de seguridad. En efecto, el auditorio de la redención comparte, al menos de forma pública, el respeto por los Derechos Humanos y condena a las “manzanas podridas” particulares que cometieron crímenes y mancharon el régimen. Incluso se apropian del lenguaje de los Derechos Humanos. Sin embargo, cuando exclaman “¡Nunca más!”, se trata de un llamado a estar vigilantes contra la “subversión” izquierdista que ha amenazado la estabilidad política, y que se requiere de la fuerza militar
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para restablecer el orden. Acusan a los “subversivos” de violación de los Derechos Humanos y aplauden al régimen por haber dado fin a la amenaza del comunismo. Algunas veces consideran los mecanismos de la justicia transicional como faenas orquestadas por los mismos izquierdistas que han hecho tambalear la seguridad de la nación, para amasar poder y debilitar a sus adversarios en las fuerzas de seguridad. Aunque algunas veces se les descarta como extremos lunáticos, o como impopulares elementos extremistas rezagados del período dictatorial, estos públicos redentoristas son incitados a la acción debido a las confesiones. Además de denigrar a los perpetradores arrepentidos, ratifican a los heroicos. Los medios los reclaman como los representantes de los puntos de vista del régimen. Tienen resonancia dentro de ciertos sectores de la sociedad, precisamente, porque su posición no parece ser una “sarta de mentiras”. Dan voz también a una facción silenciada: aquellos que apoyaron en silencio el anterior régimen, a pesar de las evidencias de los crímenes y de un cambio en el clima político23. Llevar incluso estas perspectivas extremas a un diálogo público puede demostrar ser benéfico para la democracia. La coexistencia contenciosa declara que el debate público expone la debilidad dentro de cada una de las perspectivas en discusión. Los seguidores del régimen pueden sentir que el público redentorista perjudica la imagen del régimen más que las víctimas y los sobrevivientes. Es posible que sigan apoyando el régimen, pero se distancian de la posición extrema que toma el público redentorista. El debate público, por lo tanto, puede ayudar a debilitar la polarización social al crear un rango de perspectivas distintas sobre el pasado.
La coexistencia contenciosa y la representación confesional “La democracia nació en actos transgresores”, proclama Sheldon Wolin, y las representaciones confesionales, sin duda, califican como transgresoras (1996: 37). Ocasionan profundos desacuerdos con respecto al pasado audible, visible, físico y público. Provocan conflictos, ya que los auditorios chocan entre sí a raíz 23
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“Descubrir que sus héroes eran culpables de crímenes de guerra”, escribe Ignatieff, “es admitir que las identidades que defendían eran ellos mismos manchados. Por eso es que las sociedades a menudo son tan reticentes a entregar a los suyos a los tribunales contra crímenes de guerra, por eso es que las sociedades viven vehementemente ‘en negación’ frente a hechos que resultan evidentes para todo el mundo fuera de la sociedad. Los crímenes de guerra desafían las identidades morales colectivas y, cuando estas identidades se ven amenazadas, la negación es, en realidad, una defensa de todo lo que uno considera querido” (1996: 118).
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de las interpretaciones del pasado y sus significados para la práctica democrática contemporánea. Surgen cismas profundos e irreconciliables como respuesta a las confesiones de los perpetradores, el mismo tipo de cismas que han socavado anteriores experimentos democráticos y dieron paso a represivos regímenes dictatoriales. Estos cismas dividen a las Fuerzas Armadas, debilitan la seguridad nacional. Vuelven a traumatizar a las víctimas. Reafirman las versiones autoritarias sobre los valores nacionales. Existen, por lo tanto, múltiples, lógicas y prudentes razones para sofocar las transgresoras confesiones de los perpetradores y evitar así que minen el gobierno y la cultura democráticos. Como consecuencia del conflicto que generan, los testimonios perturbadores desafían algunos de los aspectos de la democracia deliberativa, la principal forma dialógica de abordar la democratización. Por una parte, los testimonios perturbadores comparten con la democracia deliberativa el objetivo de hacer que “los ciudadanos de un Estado liberal […] aprendan a conversar entre sí” para “resolver el constante problema de vivir juntos” (Ackerman 1989: 8, 12). Sin embargo, quienes participan en las representaciones confesionales tienden a violar algunos de los prerrequisitos defendidos por los especialistas de la democracia deliberativa. Difícilmente aceptan, por ejemplo, las “reglas de mordaza” o la “coerción conversacional”. Por esta razón, lo más probable es que algunos especialistas pongan los temas contenciosos, como la pasada violencia de Estado, “por fuera de la agenda conversacional del Estado liberal” (Ackerman 1989: 16). Yo planteo, por el contrario, que las representaciones confesionales pueden contribuir a la democracia por medio del diálogo y la deliberación públicos. Planteo cinco razones centrales sobre la construcción de la coexistencia contenciosa en las nuevas democracias. Primera, los temas de la violencia de Estado no pueden quedar por fuera de la discusión pública. Los perpetradores confiesan. Y cuando lo hacen, provocan un profundo conflicto dialógico. A pesar de los esfuerzos de los estados democráticos por legalizar y, mediante otras maneras, prevenir este debate, éste sucede. Las emociones explosivas desbordan incluso aquellos mecanismos institucionales diseñados para conducir el debate hacia una deliberación constructiva y razonable. La intensidad emocional y las diferencias irreconciliables arrasan con estas restricciones. Los temas de la violencia de Estado permanecen en la agenda conversacional de las nuevas democracias porque así lo demandan los ciudadanos, y a los medios les encantan. Segunda, las nuevas democracias, e incluso las ya establecidas, se verían mejor servidas si acogieran estos asuntos. Al hacerlo, podrán reconocer la exigencia pública por luchar con las tensiones subyacentes frente al pasado. Las representaciones confesionales abordan valores democráticos esenciales: libertad de expresión, justicia, y la protección de los Derechos Humanos. Las
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democracias no se pueden dar el lujo de suprimir este debate. El diálogo, como señala Bruce Ackerman, es “la primera obligación de la ciudadanía” (1989: 6). Reprimirlo es saldar el pasado por medio del silencio y de un presunto acuerdo. “No ganamos nada al afirmar falsamente que la comunidad política tiene un pensamiento uniforme en asuntos profundamente conflictivos”, advierte Ackerman (1989: 16). Tercera, las representaciones políticas dramáticas, como las confesiones, ponen en práctica la democracia. Incrementan la participación democrática y el debate alrededor de temas importantes. Los auditorios prestan atención a las confesiones por el drama que generan: la ruptura del silencio; novedosas perspectivas “desde adentro”; un lenguaje pintoresco con respecto a la violencia; una actuación atractiva; un lenguaje emotivo; un cubrimiento mediático emocionante, y una ruidosa, visible, intensa y conflictiva respuesta del público. Estos aspectos de la representación confesional no sólo atraen a quienes participan entre los afectados de manera directa, o a quienes están comprometidos con la violencia del régimen, sino que incluyen también a aquellos que fueron testigos “neutrales” durante el régimen dictatorial, así como a las nuevas generaciones de ciudadanos. Las representaciones confesionales se convierten en catalizadores para ampliar la participación política y expandir el debate político. A través de la participación y el debate, los ciudadanos ejercen derechos democráticos. La enunciación de puntos de vista contrarios a aquellos que prevalecen en la sociedad pone en práctica la libertad de expresión. También puede mejorar la calidad del debate. Cuando los perpetradores llevan a cabo confesiones públicas, deben considerar cuidadosamente cuáles son el contenido y el estilo de presentación más apropiados para convencer a su auditorio. El diálogo consiguiente, por otra parte, fuerza a los confesores a refinar sus afirmaciones, a adoptar un lenguaje más efectivo, una mejor argumentación, mayor precisión o claridad. Por medio de este proceso, los perpetradores afilan su propia idea y su propia comprensión del conflicto. El debate no tiene un único lado. Los auditorios participan no sólo escuchando sino también hablando. Empiezan a comprender los temas que se tratan, particularmente, en espectáculos políticos altamente dramáticos. Las representaciones permiten que los temas les interesen a los asistentes. Expuestos a un amplio rango de opiniones y respuestas, los oyentes empiezan a formular sus propios puntos de vista políticos. Las representaciones confesionales hacen efectivos el debate democrático y el acceso a la información. Como argumenta de manera sucinta Seyla Benhabib, “La deliberación es un procedimiento para estar informado” y para crear una “mentalidad más amplia” en la sociedad (1996: 72).
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El proceso de expresión y escucha políticas enseña un nuevo lenguaje y expone a los ciudadanos a perspectivas contenciosas que resultan imposibles cuando se silencia el debate. Cuando los perpetradores hablan por primera vez, se inspiran en la terminología y las creencias que aprendieron a través de la socialización en las fuerzas de seguridad; aunque este adoctrinamiento quizás no refleje su verdadera naturaleza, se ha convertido en su lenguaje e identidad únicos. La representación de la confesión, particularmente en la interacción con el público, les enseña a los perpetradores nuevas palabras que probablemente reflejen de manera más precisa sus convicciones personales. Asimismo, los fuerza a confrontar perspectivas alternativas sobre el pasado y a reconsiderar, en consecuencia, las suyas propias. Por medio de la representación, los perpetradores ganan confianza en sus creencias, incluso si estas mismas creencias se ven alteradas por el proceso. Cuando escuchan y ven el perjuicio que han causado a los ciudadanos y sus familias, sus ideas “privadas” sobre el pasado quizás cambien. Poner la democracia en práctica también implica el desarrollo de habilidades de movilización que les permiten a los grupos poder competir. Refiriéndose a la participación en las representaciones confesionales, Jelin identifica “emprendedores de la memoria” o líderes que transforman los hechos –como las confesiones– en proyectos de acción política. “Los militantes de la memoria” llevan a cabo estos proyectos. Estos dos actores políticos cumplen un importante papel en el objetivo de ganar proximidad hacia el escenario público, ayudando a los miembros del grupo a sobreponerse a la oposición y la intimidación, a hablar abiertamente y establecer la legitimidad moral del grupo dentro de la sociedad. Aunque Jelin advierte que una movilización supremamente exitosa puede llevar a una “saturación de la memoria” y a un “retroceso de la memoria”, o a la resistencia incluso entre los auditorios favorables a enfocarse exclusivamente en la pasada violencia de Estado autoritaria, las nuevas confesiones de los perpetradores pueden activar movimientos por la memoria previamente adormecidos (Jelin 2002: 51-62)24. Cuarta, el debate contencioso trastoca las relaciones de poder en la sociedad, hecho que puede conducir a más resultados democráticos. Sin embargo, los especialistas y expertos en la democracia temen que la confrontación puede ocasionar polarización y una batalla política por la victoria del grupo más poderoso. Una victoria de este tipo puede llevar a una élite que se adueñe del control, ya que la élite posee más recursos políticos en las democracias liberales. Jane Mansbridge aboga por el fomento de “enclaves de resistencia” que desafíen el poder de la 24
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Jelin admite que existe el peligro doble de “una ‘excesiva presencia del pasado’ en la repetición ritualizada, en la compulsión que lleva al acto y en la amenaza de un olvido selectivo” (Jelin 2002: 6).
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élite por medio del debate (1996). Este modelo, aunque atractivo en términos de incrementar el diálogo, puede intensificar la polarización política frente a temas contenciosos, ya que lleva a un grupo de ciudadanos a oponerse al Estado. Para prevenir los efectos potencialmente desestabilizadores de la polarización, la nuevas democracias intentan silenciar los enclaves opositores (por ejemplo, prorrégimen vs. antirrégimen) y seguir el curso de una ruta intermedia hacia un consenso sobre el pasado. La búsqueda de la neutralidad y el consenso en temas políticos profundamente contenciosos, sin embargo, ha demostrado ser ineficaz. Incluso esta búsqueda puede ser innecesaria. La coexistencia contenciosa sostiene que el diálogo acaba con los polos en oposición, mientras que la censura los atrinchera. Mansbridge explora el impacto negativo de los enclaves aislados o censurados. Si los miembros de un grupo sólo conversan entre ellos mismos, entenderán exclusivamente un lenguaje y un conjunto de valores dados. Blindados del debate y el escrutinio públicos y protegidos de la argumentación, los miembros leales adoptan de forma inconsciente la filosofía del grupo. La discusión pública de estos asuntos podría revelar que no los sustenta ninguna evidencia confiable y, por lo tanto, socavar su atractivo dentro del grupo. Para evitar este desgaste, los enclaves quizás intenten refinar las ideas para enfrentar los desafíos retóricos de mejor manera. En el proceso, sus partidarios más extremistas quizás se aparten, acusando al grupo de capitular ante influencias moderadas. El proceso dialógico promueve, por lo tanto, la moderación y debilita la polarización política. Iris Young considera los procesos dialógicos en sí mismos como promotores de cambio en las relaciones de poder, en cuanto promueven “una concepción de la razón por encima del poder” (Young 1996: 122). La argumentación se convierte en un recurso político accesible a una variedad de grupos. Abrir el debate a formas de discurso contenciosas, afirmativas y emotivas hace que el proceso sea más incluyente y dirige los recursos de poder hacia grupos incapaces de un “discurso desapasionado y descarnado” (Young 1996: 124). Young describe este proceso de la comprensión de “las diferencias culturales, la perspectiva social o el compromiso exclusivista como recursos que se deben aprovechar para alcanzar el entendimiento en la discusión democrática, en lugar de considerarlos como divisiones que deben superarse” (Young 1996: 120). El debate contencioso, en síntesis, no sólo atrae un amplio rango de ciudadanos sino que también amplía su acceso a recursos políticos (la palabra), de tal manera que puedan incidir en los resultados políticos. Las representaciones confesionales se ajustan al análisis de Young al alejar el poder político del régimen dictatorial y dirigirlo hacia un programa de Derechos Humanos y justicia. Esto sucede por medio de la representación pública que lleva al debate público la negación, las justificaciones y las excusas frente a la autorita-
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ria violencia de Estado. Una vez que estas racionalizaciones se hacen públicas, las víctimas, los sobrevivientes y los activistas de los Derechos Humanos las pueden enfrentar. Pueden movilizar a sus propios constituyentes en actos representativos que generan evidencias y argumentaciones que refutan las versiones autoritarias del pasado. Consiguen acceso a los medios. Confrontan a los espectadores e, incluso, a algunos elementos prorrégimen de la sociedad con la hipocresía de estas versiones. De este modo, socavan las ideas autoritarias. Las confesiones generan debate alrededor de temas que conciernen al público y también ofrecen un marco para debatir las interpretaciones que se plantean sobre estos mismos asuntos. La intensidad emocional y el significado que poseen les permiten a los distintos grupos elaborar una argumentación efectiva para defenderlas o atacarlas. Quinta, la ganancia extra de la contención es llegar a más resultados democráticos. Si bien los enfoques de la democracia deliberativa acentúan el proceso por encima de los resultados finales, la promoción de estos modelos está definitivamente motivada por la recompensa de los frutos democráticos. Y aunque la controversia no puede garantizar resultados democráticos, éstos son en todo caso una expectativa inherente al proceso: participación en el debate político, desarrollo de recursos políticos (dialógicos), un hábil uso de estos recursos y el giro de la balanza del poder hacia grupos previamente silenciados o excluidos. El debate público puede también fortalecer las normas democráticas. Para participar en el debate público, uno debe desarrollar un nuevo lenguaje –democrático–. De esta forma, los perpetradores no defenderán de manera pública el secuestro, la tortura, el asesinato o la desaparición de ciudadanos; por el contrario, usarán eufemismos aceptados en las democracias: detención, interrogación y abatido en combate. Los perpetradores adoptan el lenguaje de las normas democráticas, defendiendo la protección de la justicia (para crímenes de guerra cometidos por el enemigo) y de los Derechos Humanos (para los miembros de las fuerzas de seguridad y sus familias). A pesar de que un nuevo idioma pueda apenas disfrazar viejas actitudes, puede desempeñar también un papel transformador. Al llevar a cabo un giro en los términos del debate, los perpetradores reflejan un cambio en cuanto a las normas. Al articular estas normas, las difunden. Al difundirlas, los perpetradores no sólo satisfacen a los guardianes del orden democrático sino que también incorporan el uso del debate en sus propios segmentos sociales. En otras palabras, todo el mundo se convierte en demócrata, por lo menos en el nivel lingüístico. El autoritarismo, aunque defendido en el pasado como políticamente eficaz, recibe poco apoyo en la actualidad. En otras palabras, la democracia como sistema político preferido genera poco debate; lo que es debatible es la calidad y el alcance de la democracia y los medios por los que se ha alcanzado. Al hacer uso del lenguaje de los Derechos
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Humanos, la justicia y la libertad de expresión, las confesiones de los perpetradores refuerzan ese mismo lenguaje, como una medida para valorar la democracia. Los grupos dentro de la sociedad quizás no estén de acuerdo en las definiciones sobre la violación de los Derechos Humanos, pero están de acuerdo en condenarla como un todo. La manera como se haga justicia conjurará profundos debates ideológicos, pero el consenso alrededor de la democracia dictaminará que debe hacerse justicia. La controversia sobre el pasado no desaparece; se mantiene perturbadora y sin resolver. Sin embargo, en las imperfectas democracias los grupos en contienda aprenden a vivir juntos, a coexistir con sus diferencias irreconciliables. Aprenden, por medio de la práctica, a usar los recursos políticos del discurso para negociar los términos de la democracia. En los estudios de caso que vienen a continuación, los conflictos generados por las confesiones de los perpetradores ejemplifican la coexistencia contenciosa. En cada uno de los casos, las organizaciones de activistas de Derechos Humanos, de víctimas y sobrevivientes han encontrado la manera de usar las confesiones para impulsar sus particulares objetivos respecto a la democracia. A menudo han superado grandes obstáculos, incluso conflictos internos, durante el proceso. Hacen del caso de la coexistencia contenciosa un modelo democrático.
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Remordimiento Lo que usted llama pasado, para mí, no sólo es presente sino que también será futuro. Cargar en mi conciencia con la muerte de treinta personas no es superable […] Tampoco creo que pueda hablarse de pasado cuando el propio Presidente está rodeado de importantes personajes del gobierno militar […] El pasado será el pasado, triste pero pasado al fin, sólo si los responsables, partícipes y encubridores del genocidio de la ESMA declaran la verdad, dejando los cargos y honores a quienes los merecen por tener sus manos y conciencias limpias […] [Yo] pertenecí a una mafia, actualmente enquistada en el poder […] Son los mismos que creen que los muros de una cárcel, las amenazas a mi familia o incluso mi anunciado asesinato podrán callar lo inevitable: el definitivo conocimiento de la verdad […] [M]e han impartido órdenes inmorales y he cumplido órdenes inmorales. No miento ni eludo mi responsabilidad […] El presente exige la verdad. Hasta que ésta llegue, no podemos hablar del pasado, salvo que seamos hipócritas o suframos amnesia senil. Adolfo Scilingo1
En 1995 el capitán retirado de la Armada Adolfo Scilingo rompió el silencio del régimen militar argentino y narró su historia sobre la violencia pasada. Confirmó afirmaciones hechas por las víctimas y los sobrevivientes sobre los vuelos de la muerte. En 1997, aún estacionado en la Escuela de Suboficiales de Mecánica de la Armada (ESMA), había recibido órdenes de llevar a cabo estos vuelos. En dos oportunidades trasladó aproximadamente a quince detenidos drogados a un avión, los desvistió y los lanzó a su muerte en el océano. En los años siguientes, treinta hombres, mujeres y niños asesinados remorderían su conciencia. La confesión de Scilingo sacudió a la nación. No admitiría nada nuevo: el reporte oficial de la Comisión de la Verdad en Argentina, Nunca más, estudios académicos, numerosos informes de agencias de Derechos Humanos y muchos testimonios de sobrevivientes y novelas testimoniales habían ya reportado la cifra y los nombres de los torturados, asesinados y desaparecidos; las técnicas utilizadas por el régimen militar; los secretos centros de detención donde ocurrieron las 1
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“De Scilingo para Neustadt”, Página/12, 12 de diciembre de 1995.
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torturas y los asesinatos, e incluso los vuelos de la muerte2. Lo que sorprendió al país fue que Scilingo, como miembro del aparato represivo de la dictadura, desafiaba su código de silencio y negación, y admitía públicamente haber cometido atrocidades ordenadas por sus comandantes3. Como afirmó Osvaldo Barros, sobreviviente del campo de tortura de la ESMA y miembro de la AEDD (Asociación de ex Detenidos Desaparecidos), “Lo que dijo Scilingo ya se sabía […] A pesar de saberlo, nos conmueve el hecho de escucharlo de las propias bocas de quienes ejecutaron este método. Las declaraciones tienen una enorme importancia, por venir de uno de los protagonistas directos, y esperamos que sirvan para despertar la conciencia de nuestra sociedad”4. Por otra parte, Scilingo no era un rebelde dentro de las Fuerzas Armadas; había apoyado fervientemente la “guerra contra la subversión” del régimen militar. Era un confeso anticomunista, orgulloso de luchar una guerra patriótica y defender a su país: “Ganamos una guerra. Hice lo que hice porque estaba absoluta y completamente de acuerdo”5. Incluso, admitió en el sumario la necesidad de utilizar métodos “no convencionales” para eliminar aquello que él y sus compañeros militares consideraban una amenaza de la izquierda contra el país. Sin embargo, cuando puso en práctica estos métodos, Scilingo se enfrentó a un dilema. No pudo soportar las técnicas de detención de la ESMA, por ejemplo. Comparándolas con los campos de concentración nazis, preguntó retóricamente: “¿Han visto fotos de Auschwitz?”6. Su propio horror, frente a la indiferencia que percibió entre sus colegas, lo llevó a cuestionar su idoneidad para el servicio. 2
La Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas, Nunca Más (1992), Acuña y Smulovitz (1991), Brysk (1994), Graziano (1992), Americas Watch y Amnistía Internacional publicaron sus informes basados fundamentalmente en archivos recogidos por grupos defensores de los Derechos Humanos de Argentina, como el Centro para Estudios Legales y Sociales y las Madres de la Plaza de Mayo. Los testimonios incluyen Preso sin nombre, celda sin número de Timerman, y La escuelita de Partnoy, y las novelas testimoniales, entre las que se incluye la colección Otras armas de Valenzuela.
3
Como respuesta a la confesión de Scilingo, un portavoz de las Madres de la Plaza de Mayo afirmó: “Sabíamos todo esto desde hacía mucho tiempo. También sabíamos que la Iglesia católica estaba involucrada en el caso de los desaparecidos. Lo que no comprendemos es por qué uno de los suyos ha decidido hablar”. Rosa Pantaleón, de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, agregó: “No estamos sorprendidos. En 1979 se encontraron cuerpos en Uruguay […] pero nunca se dio explicación alguna. De hecho, siempre hemos sabido de estas atrocidades, pero la verdad parece estar emergiendo sólo hasta ahora”. “ESMA Accuser Under Fire,” Buenos Aires Herald, 4 de marzo de 1995.
4
“La primera confesión”, Página/12, 4 de marzo de 1995.
5
Hora Clave, 2 de marzo de 1995. El periodista Horacio Verbitsky puso las cintas de sus entrevistas con Adolfo Scilingo en este programa. Scilingo mismo apareció en el programa el 9 de marzo de 1995.
6
Adolfo Scilingo, entrevistado por Mike Wallace, “Historias de la Guerra Sucia”, 60 Minutos, CBS, 2 de abril de 1995.
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Scilingo reaccionó de igual manera frente a los vuelos de la muerte. En el sumario los aceptó. Pero cuando el mismo Scilingo casi cae por el hueco del avión hacia la muerte, comprendió por primera vez que estaba asesinando gente. Atormentado por sus actos homicidas, Scilingo alegó que “quizás habría si mejor haber caído”7. Scilingo intentó permanecer en silencio. Anestesió su conflicto interno con drogas y alcohol, que lo llevaron a la adicción. Buscó consuelo por medio de confesiones privadas a sacerdotes militares, pero no encontró ningún alivio en sus promesas de haber llevado a cabo un acto cristiano, no un pecado, al separar el trigo de la paja y proporcionar a los prisioneros una “muerte cristiana”. Cuando relató sus problemas a un comandante, recibió tratamiento psiquiátrico, pero con el precio de ningún ascenso en la Armada. Con su carrera militar en un callejón sin salida y destrozado por la adicción, el insomnio, las úlceras y las inquietantes imágenes, Scilingo se retiró. Dejar el servicio, sin embargo, no puso fin a las pesadillas de Scilingo. Incapaz de vivir con él mismo y sus actos, se separó de la familia, dejando casi en el abandono a su esposa y sus hijos. Se involucró en dudosos negocios financieros que empobrecieron a la familia. Finalmente, Scilingo se convirtió en cristiano, hecho que él cree lo ayudó a recomponer su vida de nuevo. El Juicio a los Generales, transmitido por la televisión argentina en 1985, incitó a Scilingo a enfrentar su pasado militar. Los generales, para asombro de Scilingo, rehusaron aceptar cualquier responsabilidad en torturas, asesinatos y desapariciones. Negaron el uso sistemático de la represión y afirmaron que los informes de violencia se basaban en mentiras lanzadas por enemigos ideológicos y en “errores y excesos” cometidos por oficiales de rangos más bajos. La negación de los generales ponía al desnudo la única justificación ética para sus actos: seguir órdenes en una guerra patriótica. Al rebatir que hubieran dado esas órdenes, los generales presentaban a sus compañeros como asesinos a sangre fría y no como soldados leales. En palabras de Scilingo, “Entré en la Escuela Naval como marino y terminé como asesino” (Blixen 1996). En lugar de mostrarse silenciosamente en desacuerdo con la interpretación de los generales de la Guerra Sucia, Scilingo empezó una campaña individual para revelar la verdad. Escribió numerosas cartas, entregando algunas personalmente, y rogó a los militares y funcionarios del gobierno que admitieran públicamente el uso de métodos no convencionales en la guerra contra la subversión. Nadie respondió sus cartas ni cumplió sus peticiones. 7
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El principal catalizador para la confesión pública de Scilingo fue la negativa del Senado al ascenso de sus antiguos compañeros de la Armada, debido a sus violaciones a los Derechos Humanos durante el régimen militar. Para Scilingo, los capitanes Antonio Pernías y Juan Carlos Rolón eran oficiales leales, como él. Habían recibido recompensas y ascensos gracias a su valentía y servicios. Estos “servicios” habían implicado torturas, que confesaron durante las audiencias en el Senado. Sin embargo, ninguno de sus comandantes los defendió en las audiencias, ni admitieron los necesarios “métodos no convencionales”. Bajo la perspectiva de Scilingo, los comandantes se escondieron detrás de la defensa de “excesos y errores” hecha por los generales, saboteando, por lo tanto, las carreras de oficiales leales y eficientes. El cobarde silencio que traicionó a aquellos oficiales impulsó a Scilingo a hablar: “La Armada es culpable. ¿Qué es lo que se quiere esconder? Los que me critican dicen que lo que ocurrió en la Guerra Sucia fue una patriada para salvar al país de caer en las manos del comunismo. Bueno, si están tan orgullosos, ¿por qué ocultan el tema de los desaparecidos? ¿Cuál es el problema? Es incoherente: yo me siento orgulloso de haber participado en la guerra contra la subversión, pero por otro lado sigo ocultando la verdad. Entonces, es cierto: tenemos vergüenza, tienen vergüenza de decir lo que hicimos” (Blixen 1996). Después de agotar todos los canales militares y gubernamentales para expresar sus quejas, Scilingo escogió a un impensable confesor para un acto público: Horacio Verbitsky. Reconocido periodista de izquierda y activista comprometido con los Derechos Humanos, Verbitsky había escapado por poco de la detención y de una posible desaparición en uno de los vuelos de la muerte de la ESMA. Había construido su carrera profesional en la prensa de oposición, Página/12, y en libros donde reveló las atrocidades militares. Scilingo no tenía dudas de que Verbitsky creería y publicaría su historia, confianza que no tenía en los medios de la derecha. Scilingo inicialmente se acercó a Verbitsky en el metro de Buenos Aires, ofreciéndole una historia sobre sus experiencias en la ESMA. Verbitsky confundió a Scilingo con otra de las víctimas de la violencia de la ESMA. Nada sobre Scilingo le advirtió a Verbitsky de su papel como perpetrador de este misma violencia; tenía el aspecto de cualquier vecino amable o de un tío lejano, no de un asesino en masa. En lugar de la postura erecta y el semblante orgulloso o la arrogancia y el aspecto fariseo que Verbitsky habría asociado con algún oficial del régimen militar, el porte encorvado y sumiso de Scilingo expresaba, por el contrario, la vergüenza y el dolor de una víctima torturada. Mostraba una actitud más de derrota que de orgullo frente al pasado. Evitaba las galas militares. Parecía completamente normal: ni demasiado educado ni ignorante; ni rico ni
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pobre; ni fanático religioso ni ateo; bien acicalado y bien vestido, pero tampoco de forma ostentosa. Tampoco sonreía demasiado, ni se replegaba furioso, no desplegaba calidez ni frialdad. Pequeños gestos confirmaban su estado emocional: morderse el labio inferior, acicalarse el bigote o presionar las manos sobre la cara para cubrirse los ojos y la boca. No sollozaba y tampoco manifestaba horror en el rostro o el cuerpo, pero algunos ademanes sutiles demostraban su arrepentimiento y dolor. Tampoco dramatizaba ni menospreciaba sus actos, permitiendo sólo de vez en cuando que una lágrima rodara por su cara. Representaba, por la apariencia, a alguien que ha vivido bajo las reglas de la convención, la cortesía y la decencia. Una vez Scilingo reveló su papel en la ESMA, Verbitsky dudó de volverlo a ver. Sorprendentemente, Scilingo cumplió con la primera cita. Y a pesar de la dura interrogación de Verbitsky, Scilingo volvió de nuevo para grabar su relato. Verbitsky desempeñó un papel fundamental en el moldeamiento de la confesión, rechazando, por ejemplo, el uso de eufemismos por parte de Scilingo, forzándolo a nombrar las atrocidades que él y otros cometieron. Scilingo se puso a la defensiva en algunos momentos, atrincherándose en el lenguaje que había aprendido en la ESMA, como en esta respuesta a los cargos lanzados por Verbitsky: “Ninguno de los oficiales de la Armada participó en secuestros, torturas y eliminaciones clandestinas. Toda la Armada participó en detenciones, interrogatorios y eliminación de subversivos, que podría haber sido por distintos métodos” (Verbitsky 1995: 42). Scilingo se aferraba a las justificaciones morales de sus actos. “El fusilamiento es otra inmoralidad”, afirmó en una ocasión. “¿O está mejor? ¿Quién sufre más, el que sabe que lo van a fusilar o el que murió mediante este método?” (Verbitsky 1995: 39). Por medio del antagonismo, Verbitsky obligó a Scilingo a que verbalizara lo que él, como individuo, había hecho. Scilingo discutió con él. Cambió de tema. Volvió a los asuntos que podía explicar, al tiempo que evitaba otros. Cuando se sintió atrapado, como si se viera retenido contra su voluntad, incluso rogó: “No quiero hablar de eso. Déjeme ir” (Verbitsky 1995: 58). Al confesar, Scilingo logró cortar definitivamente con su pasado y admitió públicamente las atrocidades. Inicialmente, rechazó la idea del remordimiento: “No soy un arrepentido, los hechos son demasiado aberrantes; es demasiado fácil: me arrepiento y asunto arreglado” (Blixen 1996). Pero empezó a tomar responsabilidad y a sentirse mejor consigo mismo en el proceso: “Aunque parezca un poco egoísta decirlo, mi confesión pública me ha brindado cierto alivio. Antes, tenía un secreto del que no podía hablar con nadie. Ahora puedo hablar con todo el mundo. Pero el problema aún existe” (Verbitsky 1996: 153). Agregó: “Digo que me hizo bien hablar, que me siento mejor. Me voy a sentir mal mientras viva.
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Esto es algo que no se puede superar”8. Scilingo resumió de la siguiente manera el prolongado dolor y la culpa: “No soy un canalla. Los canallas duermen perfectamente bien, y yo, desde el primer vuelo que hice, no puedo dormir si no tomo lexotanil o bebo alcohol […] Quiero decirles a todos ustedes que me escuchan: me siento como un asesino. Como ser humano no puedo superar el hecho de haber empujado desde un avión en vuelo a otros seres humanos dormidos”9. Scilingo reconoció, en retrospectiva, cómo la confesión transformó su perspectiva. Subrayó: “Fíjese incluso que yo siempre me he referido a los métodos ordenados como detener, interrogar y eliminar al enemigo. Me costaba decirlo con otras palabras […] secuestrar, torturar y asesinar”10. El proceso de confesión e interacción con el público lo transformó. Antes de cada entrevista me tomaba un lexotanil y me preparaba una actitud dura. Tenía miedo de que me vieran llorar, porque me parecía que eso no era de militar. Por eso en el programa [televisivo] de Grondona dije que habíamos ganado la guerra, y eso confundió a alguna gente. Alguien me dijo que le parecía contradictoria mi posición, que no entendía si yo estaba arrepentido o no de lo que había hecho […] En aquel momento yo estaba convencido que hacíamos lo correcto. Hay gente que preferiría una novela rosa, que yo dijera que me obligaron, que fue en contra de mi voluntad o de mi opinión […] eso no es cierto. Todos estábamos convencidos. Ahora han pasado casi veinte años. Por supuesto que estoy arrepentido. Más que eso, estoy destruido por lo que hice. Pero he empezado a romper el caparazón militar. Si tengo lágrimas en los ojos no me preocupa que me las vean. No sólo estoy sintiendo como ser humano. También estoy empezando a pensar como una persona común. Además, esto modificó mi vida familiar. Hay cosas que le conté a usted [Verbitsky] y a Mike Wallace que no las había hablado ni siquiera a mi esposa. Yo casi no hablaba con mis hijos. Ahora hablamos todos los días. Y en este momento me vuelve a impresionar que hayamos podido hacer lo que hicimos […] nosotros éramos una fuerza armada y deberíamos haber actuado de otro modo. Podríamos haber actuado de otro modo11.
Scilingo persiguió de manera consistente su propósito de restaurar la dignidad a las Fuerzas Armadas. Sin embargo, su estrategia pasó de respetar el régimen a criticarlo, y a cuestionar su impacto en el honor de las Fuerzas Armadas. Dejó de considerar la violencia como un mal necesario, y en su lugar buscó la expiación. Como lo dijo él mismo: Pudimos haber ofrecido un mea culpa verdadero y permanente y pagar nuestras deudas. Y su efecto más importante habría recaído en aquellos que permanecen en la institución, gente que es nueva y no tiene las manos manchadas. Les ayudaría a reflexio-
8
Horacio Verbitsky, “‘Comencé a romper el caparazón’”, Página/12, 4 de abril de 1995.
9
Hora Clave, 2 de marzo de 1995. Cintas de las entrevistas de Verbitsky con Scilingo.
10
Horacio Verbitsky, “‘Comencé a romper el caparazón’”, Página/12, 4 de abril de 1995.
11
Ibid.
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nar, como un recordatorio de lo que no deben hacer. El Presidente debería ordenarle al comandante de la Armada que informara al país de todo lo que sucedió durante aquellos años, dar la lista de los desaparecidos. Me hizo bien hablar, también le hará bien a la sociedad y le hará bien a la Armada. Especialmente a las nuevas generaciones de las Fuerzas Militares, de tal forma que no continúen soportando el estigma de la ESMA. De otra manera, no estaremos seguros de que estas cosas no vuelvan a suceder algún día. (Verbitsky 1996: 153)
La representación confesional de Scilingo se llevó a cabo en distintos escenarios y se encontró con diversas respuestas. Señalando la importancia de la confesión, Verbitsky recalcó: “Ya no hay dos historias [de nuestro pasado], ahora hay una sola historia. Tenemos la verdad, y eso es muy importante en un país donde no hay justicia”12. El relato de Scilingo se convirtió en el símbolo de las atrocidades del régimen militar. La decisión de construir un parque de la memoria en las riberas del río de la Plata, por ejemplo, reflejó el papel central que desempeñó el río en los vuelos de la muerte del régimen. En un concierto de conmemoración de la fundación de la Abuelas de la Plaza de Mayo, se soltaron globos en el aire, en contraste con los cuerpos lanzados desde los aviones durante los oscuros días del régimen dictatorial. Cuando falleció una de las fundadoras del movimiento de las abuelas, sus amigos se congregaron en la ribera del río para esparcir sus cenizas y flores, uniendo de forma simbólica a ella y a sus hijos desaparecidos. La atención puesta por los medios en la confesión de Scilingo, sin duda, aumentó su influencia en el recuerdo de las atrocidades cometidas por los militares. Los medios transformaron a Scilingo en una inmediata celebridad. Verbitsky reprodujo en programas de televisión y radio partes de las entrevistas grabadas, y publicó transcripciones de ellas en Página/12 y en el libro El vuelo. Scilingo, por su parte, apareció también en televisión y radio, y publicó su propio libro, Por siempre nunca más. El relato causó sensación en todos los mercados de medios de comunicación y en algunas de las fuentes internacionales más importantes: 60 Minutos, Time, Newsweek, el New York Times y Los Angeles Times, en Estados Unidos; The Economist, en Gran Bretaña, y Veja, en Brasil. Aunque nunca se confirmaron, hubo rumores de que Scilingo vendió los derechos a Hollywood. Esta confesión de alto perfil generó múltiples respuestas. Desencadenó una reacción en cadena de confesiones, mientras los torturadores buscaban ganancias monetarias, la expiación personal o sus quince minutos de fama gracias a los relatos de la Guerra Sucia. Estas confesiones corroboraron las afirmaciones de Scilingo sobre el uso sistemático de la represión, no sólo en la Marina sino en 12
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“Más que Watergate”, Página/12, 26 de marzo de 1995.
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todas las ramas de las Fuerzas Armadas. Confirmaron los vuelos de la muerte, el tráfico de bebés y de bienes robados de los hogares de los detenidos, las detenciones secretas, los interrogatorios bajo tortura, los escuadrones de la muerte, las desapariciones y la rotación de oficiales dentro del aparato represivo, para asegurar una culpa y un silencio colectivos13. Los medios presentaron a Scilingo bajo una luz positiva, como una figura sencilla y arrepentida: “Scilingo se quitó la máscara de tal forma que podemos ver el rostro de un hombre transfigurado por el dolor y que ha limpiado su conciencia. El sistema quería que siguiera llevando la máscara, como tantos otros asesinos que caminan en libertad y quizás duermen profundamente”14. Pero muy pocos testigos de su confesión compartieron esta perspectiva. Scilingo, por ejemplo, recibió poco apoyo por parte de sus compañeros. Sólo algunos compartieron públicamente su arrepentimiento, respondiendo en su lugar con confesiones heroicas y denunciando a Scilingo como un “llorón” y “traidor”. También intentaron silenciarlo. Alguno le ofreció dinero para que se mantuviera en silencio. Un superior inmediato expresó su preocupación por la familia de Scilingo cuando expresó la amenaza ligeramente velada de que perdería los beneficios de salud si continuaba con su confesión. La esposa de un amigo protestó en su contra, por el hecho de ignorar el impacto que tenía en otros su confesión, a lo que Scilingo respondió: “Está todo muy bien, pero, ¿qué hago con mis 30 muertos?” (Blixen 1996). El comando superior también intentó silenciar a Scilingo. Emilio Massera, ex almirante de la Armada, simplemente negó los vuelos de la muerte. Su sucesor en el momento de la confesión de Scilingo, el almirante Enrique Molina Pico, destituyó a Scilingo de la Armada y evitó cualquier discusión acerca de su confesión. Cuando Scilingo confrontó el silencio de Molina Pico en una carta pública, exigiendo que confirmara o negara los vuelos de la muerte, no recibió respuesta alguna15. El Jefe del Estado Mayor, general del Ejército, el teniente general Martín A. Balza, sin embargo, respondió a la confesión de Scilingo y transmitió una disculpa institucional. Balza puso en duda la legitimidad del golpe militar y el régimen que 13
Raúl Alberto Guarú admitió que durante su servicio militar en 1976 presenció pelotones de fusilamiento en la ESMA, y sabía que mucha gente estaba enterrada allí. Agregó: “Yo sabía que arrojaban personas vivas al mar, por comentarios que me hicieron suboficiales”. “Hubo entierros en la ESMA”, Clarín, 11 de marzo de 1995.
14
Victor A. Nuccetelli, “Scilingo” (carta al editor), Página/12, 11 de junio de 1996.
15
“Scilingo apunta a Camillón”, Página/12, 15 de marzo de 1995.
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implantó, y condenó las órdenes y la implementación de “métodos ilegítimos”16. Según afirmó, “Nadie está obligado a cumplir una orden inmoral o que se aparte de las leyes y reglamentos militares. Quien lo hiciera, incurre en una conducta viciosa, digna de la sanción que su gravedad requiera. Sin eufemismos digo claramente: delinque quien vulnera la Constitución Nacional. Delinque quien imparte órdenes inmorales. Delinque quien cumple órdenes inmorales. Delinque quien, para cumplir un fin que cree justo, emplea medios injustos, inmorales”17. Algunos observadores interpretaron la disculpa de Balza como un esfuerzo por detener la arremetida confesional, al asumir la responsabilidad institucional. En una movida que reforzaba esta opinión, Balza animó a sus soldados a dirigirse a los comandantes superiores o a los sacerdotes (y no a los medios) para sus confesiones. Pero no tuvo éxito. Las confesiones públicas continuaron18. La Iglesia católica, difamada en la confesión de Scilingo, respondió de manera ambigua. Monseñor Emilio Bianchi de Carcano, por ejemplo, negó categóricamente la afirmación de Scilingo de que la Iglesia sabía o justificaba los vuelos de la muerte19. El cardenal Antonio Quarracino negó saber personalmente de los llamados métodos de la Guerra Sucia: “Nunca el Episcopado argentino ni sus autoridades fueron consultadas sobre la licitud o viabilidad de los procedimientos denunciados para la eliminación de detenidos, ni jamás dieron alguna forma de asesoramiento”20. Como consecuencia de la confesión de Scilingo, sólo algunos funcionarios admitieron su culpa y pidieron disculpas por el papel de la Iglesia21.
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16
“El fin nunca justifica los medios: texto completo del mensaje del jefe del Estado”, Página/12, 26 de abril de 1995.
17
Horacio Verbitsky, “El ídolo caído”, Página/12, 6 de agosto de1995.
18
No fue una sorpresa que el público de Balza se dividiera como resultado de su testimonio. La comunidad por los Derechos Humanos lo criticó como tibio y poco dispuesto a romper con la tesis del régimen de los “Dos Demonios”, según la cual tanto los “subversivos” como los militares compartían la responsabilidad por la violencia. Miembros de las Fuerzas Armadas, por el contrario, creían que Balza había ido demasiado lejos en su crítica a los militares. En un notable ataque, el general Luciano Benjamín Menéndez, que había dirigido el campo de concentración La Perla, criticó a Balza por referirse a la “represión”, en lugar de decir “operaciones militares”, y por no haber usado el término “agresión marxista” al describir al movimiento guerrillero. Gabriel Paquini, “Un grave error”, Página/12, 28 de abril de 1995.
19
Jason Webb, “Grupo por los Derechos Humanos dice que los sacerdotes colaboraron”, Reuters, 8 de marzo de 1995.
20
“La Iglesia no abre sus actas secretas”, Clarín, 11 de marzo de 1995.
21
Tanto el obispo de Morón, Justo Laguna, como el obispo de Puerto Iguazú, Joaquín Piña, ofrecieron disculpas por los errores de líderes individuales durante la dictadura. Laguna insistió en que la Iglesia es sagrada, pero que los individuos dentro de ella pueden equivocarse. Piña sugería que pedir perdón es la manera cristiana, y que la Iglesia no debería mantenerse por encima del proceso de reconciliación. “Con veinte puntazos”, Página/12, 6 de mayo de 1995.
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Lo más notable fue que el obispo de Viedma, monseñor Miguel Esteban Hesayne, confirmó que la Iglesia sabía de los métodos de tortura del régimen, ya que el Ministro del Interior había intentado justificarlos durante una conferencia de cuarenta minutos ante líderes de la Iglesia. Hesayne llamó a los sacerdotes a que negaran la comunión a miembros del alto comando mientras no se arrepintieran públicamente, alegando que “el pecado de tortura y de sacrilegio fue público; por lo tanto, también el arrepentimiento debe ser público”22. El gobierno de Carlos Menem, al igual que los militares y la Iglesia, no hicieron ningún intento por confirmar ni rechazar las afirmaciones de Scilingo, sino que las impugnaron. Menem se refirió a Scilingo como “canalla” y “mitómano”. Para poner en duda la integridad de Scilingo, Menem se concentró en los oscuros negocios financieros de Scilingo. Y bajo inventados cargos de fraude, Menem suprimió a Scilingo su estatus de militar retirado y lo encarceló por casi dos años23. Para que nadie pasara por alto su mensaje, Menem advirtió a los soldados respecto a hacer contactos con los medios, alentándolos en su lugar a confesarse con sus sacerdotes24. El ministro de Asuntos Exteriores, Guido DiTella, se concentró en las inconsistencias internas que hacían poco confiable la confesión de Scilingo (Blixen 1996). La subsecretaria de Derechos Humanos, Alicia Pierini, acusó a Scilingo de enriquecerse con su violencia: “A los que trabajamos en materia de Derechos Humanos, estos personajes que primero mataron y ahora quieren hacer negocio con la sangre derramada nos producen mucha indignación”25. 22
El general Albano Harguindeguy, ministro del Interior bajo el general Jorge Videla, supuestamente hizo el discurso para los clérigos. “Los represores no comulgan en Viedma”. Página/12, 6 de mayo de 1995.
23
Scilingo permaneció en prisión desde 1995 hasta 1997, cuando la documentación probó que no había cometido fraude; el caso equivalía a haber firmado un cheque sin fondos por el costo de siete videos. Horacio Verbitsky, “Los pecados capitales”, Página/12, 5 de mayo de 1996. Como afirma el activista Martín Abregú: “No creo que el objetivo fuera silenciarlo, porque era evidente que Scilingo quería seguir hablando […] Creo que su encarcelamiento fue una manera de desalentar la confesión de otros”. Calvin Sims, “In Exposing Abuses, Argentine Earns Hate”, New York Times, 29 de octubre de 1995.
24
Horacio Verbitsky, “Una generación después”, Página/12, 30 de abril de 1995.
25
Contrario a Pierini, Julio César Strassera, el fiscal en el Juicio a los Generales, consideró a Scilingo de esta manera: “El hombre está arrepentido, y está atormentado […] Lo gravísimo es la falta de interés del Gobierno argentino en el esclarecimiento de aquellos hechos […] No hay negocios detrás del testimonio de Scilingo. No hay ningún interés subalterno”. Verbitsky confirmó la opinión de Strassera, agregando detalles como su rechazo a recibir compensación por las entrevistas, la falta de salario por parte de la Armada, su desempleo, su incapacidad para pagar las cuentas y el rechazo de una oferta por parte de Hollywood para hacer una película con su historia, porque no la trataba con suficiente seriedad. Horacio Verbitsky, “Saber o no saber”, Página/12, 12 de octubre de 1997.
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Menem, además, acusó a Scilingo de motivaciones políticas. Como la confesión de Scilingo coincidió con las elecciones nacionales, Menem culpó a Scilingo de un intento de arruinar sus opciones de reelección 26. Las confesiones de Scilingo y de otros más retaron el gobierno de Menem, ya que éste había perdonado a los líderes de la Junta que habían ordenado los vuelos de la muerte y otras atrocidades. Scilingo refutó que probablemente él votaría por Menem, no por su historial en Derechos Humanos, sino porque había estabilizado la economía. Scilingo enfrentó amenazas físicas e intimidación, que atribuyó a los intentos de las fuerzas gubernamentales y militares de acallarlo. Poco después de su salida de prisión, en septiembre de 1997, un grupo de individuos no identificados metió a Scilingo en un auto; luego lo condujeron a un lugar apartado, grabaron las iniciales de tres periodistas en su cara y le advirtieron que si seguía hablando, él y los tres periodistas morirían 27. Ésta no fue la primera amenaza que recibió Scilingo. En julio de 1995 una de sus hijas encontró bajo la puerta de su apartamento una carta con la dirección remitente del “Comando de Liberación”; la carta decía: “Basta de denuncias penales, basta de denuncias periodísticas, cine, libros. Pensá en tu familia. Menem te encerró, nosotros te sepultaremos”28. Scilingo recibió otra amenaza, firmada “G.T. 3.2.2”, que hacía referencia al perverso Grupo de Tarea de la ESMA comprometido en secuestros, torturas y asesinatos: “¿Te olvidaste lo que te dijimos sobre tu familia? ¡Sabemos lo del libro! ¡Tenés los días contados! ¡Pedí declarar pronto, así te volamos en un traslado! Tenemos gente que sabe tus pasos. Ya sabés cómo actuamos”29. Mientras estaba en prisión, Scilingo recibió un paquete que incluía una carta bomba falsa y una caja con una esvástica pintada. La dirección remitente escrita a mano decía: ESMA. La comunidad de Derechos Humanos estaba en desacuerdo sobre cómo responder a Scilingo. La Asociación de las Madres de la Plaza de Mayo exigió la condena y el encarcelamiento de Scilingo. La presidenta de las Abuelas de la Plaza de Mayo, Estela Carlotto, puso en duda la sinceridad de Scilingo y la utilidad de su confesión para la comunidad de Derechos Humanos: “[Su entidad] no
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26
El ministro de Defensa, Óscar Camilión, también acusó a Scilingo de usar su testimonio con fines electorales, debido al momento. “Scilingo ratificó su denuncia contra el jefe de la Armada”, Clarín, 11 de marzo de 1995.
27
Sus secuestradores trazaron con un cuchillo sobre sus mejillas y frente las letras M, G y V, como indicación de los periodistas Magdalena Ruiz Guiñazú, Mariano Grondona y Horacio Verbitsky.
28
Horacio Verbitsky, “Gente nerviosa no debería andar suelta”, Página/12, 7 de julio de 1995.
29
“Scilingo bajo amenaza”, Página/12, 9 de noviembre de 1995.
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se sentaría en la misma mesa con un ex represor que no se arrepienta y que sólo confiese sus crímenes, como Scilingo, para conseguir el ascenso de los cuadros inferiores, mientras sigue diciendo que la represión ilegal fue una guerra”30. Por el contrario, el director del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) en aquel momento, Emilio Mignone, hizo un llamado a la comunidad de Derechos Humanos a sacar ventaja de la confesión de Scilingo. Explicó que él no exigiría justicia para Scilingo, por las siguientes razones En primer lugar, porque no creo que haya que utilizar las declaraciones en su contra, porque nos está dando una mano. Su declaración es útil, señala a quienes son los más responsables, los altos mandos. Hace una contribución dolorosa. Yo creo en el arrepentimiento de los seres humanos y creo que hace un aporte, porque con su testimonio, si bien no se puede obtener la justicia, sí puede lograrse una sanción moral. En segundo lugar, tampoco le haría un juicio porque sería un proceso inútil, terminaría en una absolución. Scilingo está amparado por la Ley de Obediencia Debida. Pero además hay otra cosa: tenemos que fomentar que haya otros que cuenten, que aparezcan diez, veinte oficiales como Scilingo y abrumen a la Armada con sus declaraciones y la institución tenga que replantear su posición31.
Otro activista del CELS, Martín Abregú, resumió: “¿Queremos a Scilingo? ¡Por supuesto que no! Pero no queremos que él u otros Scilingos dejen de hablar”32. Estas opiniones diferentes dentro de la comunidad de Derechos Humanos no fueron obstáculo para que sus miembros usaran la confesión para promover objetivos políticos. Aunque esperaban que Scilingo les ayudara a identificar a los desaparecidos, el recuerdo personal le falló. Quizás el lapso de tiempo transcurrido desde los vuelos de la muerte hasta su confesión le bloqueó la memoria, o quizás Scilingo no pudo hacer coincidir los sonrientes y saludables individuos de las fotografías con los treinta cuerpos demacrados y torturados que había lanzado desde el avión. Scilingo tampoco pudo ayudar a la comunidad a encontrar las listas de los desaparecidos a las que él y otros habían hecho referencia. En el Juicio a los Generales, los prisioneros de la ESMA Carlos Muñoz y Víctor Melchor Basterra habían testificado haber visto las listas. Scilingo y otros perpetradores confesos confirmaron también su existencia. Un soldado recluta, Luis Muñoz, testificó haber 30
“Por una nueva CONADEP”, Página/12, 22 de marzo de 1995.
31
Andrea Rodríguez, “Que haya otros que cuenten”, Página/12, 5 de marzo de 1995.
32
Calvin Sims, “In Exposing Abuses, Argentine Earns Hate”, New York Times, 29 de octubre de 1995.
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llevado todos los días a los cuarteles militares listas de personas secuestradas33. Circulaban rumores sin confirmar sobre listas en archivos privados y bóvedas en bancos de Suiza. Balza ordenó a los soldados revelar información sobre las listas, sin ningún provecho. En síntesis, Scilingo no pudo ayudar a que la comunidad de Derechos Humanos lograra cumplir con el más fundamental compromiso ante las víctimas y los sobrevivientes: identificar a los muertos. La comunidad de Derechos Humanos también usó la confesión de Scilingo para ejercer la justicia de reparación. En particular, exigió el reconocimiento oficial y formal, la condena y una disculpa por el sistemático uso de la violencia bajo el régimen militar, para garantizar así que no volviera a repetirse. La disculpa de Balza resultó ser apenas satisfactoria para los grupos de Derechos Humanos. La comunidad también exigió la destitución o el retiro de cualquier individuo implicado en aprobar, ordenar o ejecutar la violencia; pero sin existir investigaciones de los crímenes, estos propósitos resultaron inalcanzables. Más adelante la comunidad de Derechos Humanos exigió una disculpa oficial por parte de la Iglesia católica por su comportamiento durante la dictadura. La Iglesia finalmente emitió una disculpa en septiembre de 2000, pero no hizo públicos los documentos que la comunidad de Derechos Humanos creía podrían revelar su grado de complicidad. Un activista del CELS subrayó la importancia de estos proyectos de reparación: “Sólo estas actitudes, al haberse frustrado legalmente la acción del poder judicial, podrán lograr la reconciliación y la paz de la comunidad argentina”34. A pesar de los obstáculos legales, la comunidad de Derechos Humanos usó la confesión de Scilingo para poner fin a la impunidad en Argentina. Le exigió a Scilingo que diera nombres de torturadores. Al principio, Scilingo se resistió. Alegó que él sólo podía hablar de sí mismo y expresó su deseo de que otros dieran un paso adelante y asumieran su responsabilidad. Cuando los principales líderes no sólo no dieron un paso adelante sino que lo difamaron y amenazaron, Scilingo empezó a dar nombres. Lo llevó a cabo bajo distintos marcos legales y contribuyó en la investigación y enjuiciamiento de otros perpetradores. Testificó en audiencias, por ejemplo, donde se acusó al general Jorge Videla y al almirante Massera y a otros involucrados en el secuestro de bebés nacidos en cautiverio, uno de los pocos crímenes que no cobijaba la Ley de Obediencia Debida. También participó en la investigación internacional del asesinato del adolescente sueco-argentino Dagmar Hagelin y la desaparición de dos monjas francesas.
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33
“El turno de El Olimpo”, Página/12, 28 de abril de 1995.
34
Horacio Verbitsky, “Y Brown se quedó solo”, Página/12, 28 de abril de 1995.
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El testimonio internacional más notable de Scilingo implicó un viaje a Madrid en 1998 para testificar como parte de la investigación del juez Baltasar Garzón sobre desaparición de ciudadanos españoles en Argentina35. A pesar de los rumores que aseguraban lo contrario, Garzón no le ofreció inmunidad a Scilingo, y apenas unas horas después de llegar a Madrid y encontrarse con el juez, Scilingo fue encarcelado. Al principio, Scilingo toleró su situación en Madrid, afirmando: “estoy con buen ánimo porque sabía a lo que venía cuando viajé desde Buenos Aires. Espero que todo esto sirva para algo”36. Garzón usó de manera efectiva a Scilingo para identificar y arrestar a los oficiales de la ESMA implicados en el asesinato de ciudadanos españoles y otros actos criminales37. Scilingo pidió a estos ex compañeros que asumieran su responsabilidad. En una carta abierta al vicealmirante Luis María Mendía, por ejemplo, escribió: “Sea hombre por una vez en la vida. Dé la cara ante la justicia española”. Y bromeó: “Pida que lo escolte su compañero, el cobarde Emilio Eduardo Massera”, pero concluyó que los iba a esperar en vano, ya que ninguno de los dos tenía la suficiente “hombría” ni el “honor” de comparecer38. Refiriéndose a los ataques que había enfrentado en Argentina, Scilingo afirmó que “se sentía más seguro en una cárcel española que en Buenos Aires”39. Sin embargo, a medida que empezó a pasar el tiempo, Scilingo perdió la paciencia con el proceso en España. Sin un permiso de trabajo ni un empleo, empezó a quejarse: “Me encuentro económicamente arruinado […] Garzón no puede pedirme que me muera de hambre”40. Por otro lado, después de varios ata35
Dos jueces españoles –Manuel García Castellón y Baltasar Garzón– han hecho uso de la demandas de jurisdicción universal para investigar, extraditar y juzgar militares amnistiados en Chile y Argentina. Marlise Simons, “Madrid Throws Cold Water into Latin Atrocities”, New York Times, 4 de enero de 1998. El caso más famoso tuvo que ver con el intento fallido de extraditar al general Augusto Pinochet a España desde Inglaterra, para enfrentar un juicio por abusos a los Derechos Humanos en Chile. Los jueces lograron extraditar, de México a España, a Ricardo Miguel Cavallo, ex teniente de la Armada en la ESMA. En diciembre de 2005 Cavallo enfrentó cargos por el secuestro de 227 personas (incluidos 16 bebés) y la tortura de otras 116.
36
Juan Carlos Algañaraz, “Scilingo quiere medios para vivir en España”, Clarín, 14 de noviembre de 1997.
37
Verbitsky afirma que los casos del juez Garzón, particularmente los de Carlos Daviou, inteligencia de la Armada, Carlos José Pazo y Gonzalo Torres de Tolosa dependieron de los testimonios de Scilingo.
38
Fernando Mas, “Scilingo reta a un almirante para que testifique en España”, La Nación, 3 de noviembre de 1997.
39
“Scilingo bajo amenazas”, Diario Popular, 14 de enero de 1998.
40
Juan Carlos Algañaraz, “Liberan a Scilingo bajo fianza”, Clarín, 19 de noviembre de 1997. Para mayo de 1999, Scilingo debía US$10.000 de arriendo; restaurantes que antes frecuentaba rehusa-
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ques verbales y físicos, su anterior sensación de seguridad empezó a mermar41. Y la frustrada esperanza de poder convertirse en testigo protegido por el Estado lo llevó a acusar al juez Garzón de haberlo “engañado y traicionado”42. Scilingo presentó varias demandas legales para conseguir apoyo financiero por parte del Gobierno y las Fuerzas Armadas argentinas, recibir un empleo o apoyo en España y lograr la libertad de su detención española43. Ignorado, olvidado, abandonado y encarcelado, Scilingo reapareció en el escenario público en 2005, esta vez no como un perpetrador confeso, sino como condenado. Juzgado, encontrado culpable y sentenciado en España, Scilingo enfrenta una condena de 640 años. El juicio del juez Garzón resultó exitoso, incluso después de que Scilingo se retractó de su anterior confesión y de haber pertenecido a la ESMA o de participar en los vuelos de la muerte. En efecto, Scilingo rehusó recordar hechos de su vida pasada, respondiendo “No sé nada” y “No me acuerdo” a preguntas específicas que le hizo Garzón44. Scilingo alegó que había inventado su confesión anterior para perjudicar a Massera, pero Verbitsky defendió la verdad dada en la confesión anterior de Scilingo y llevó a España cintas para confirmarlo. ron atenderlo porque no pagaba las cuentas; su abogado en España, Fernando de Gallo, abandonó sus servicios sin cobrar los US$51.000 que Scilingo le adeudaba; debía US$150 en cuentas de urgencias médicas; y alegaba no poder pagar los rayos X que el odontólogo le ordenó, por no tener los US$40 para la cuenta. Vivía principalmente de la caridad católica y española.
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Sólo una semana después de su liberación de arresto domiciliario, Scilingo fue atacado por el familiar argentino de una persona desaparecida, que lo reconoció en el hotel. Scilingo empezó a cambiar de hotel cada dos días para evitar ataques. Después de que una líder del apoyo español a las Madres de Mayo, Andrea Benítez, le gritó en la calle, él intentó atacarla y después sus guardaespaldas la empujaron y patearon. Ella terminó en el hospital y después puso una demanda contra Scilingo. La gente le gritó “¡Asesino!”, mientras pasaba por los corredores hacia la citación.
42
Mariano Gondar, “Scilingo ayuda al Gobierno por el juicio de España”, Perfil, 14 de junio de 1998, 10.
43
Scilingo, con el tiempo, ha lanzado varios ataques legales. En 1995 denunció al comandante de la Armada, almirante Enrique Molina Pico, por encubrimiento y por no querer asumir ninguna responsabilidad. Presentó una demanda por difamación contra el presidente Menem, Guido Di Tella (Relaciones Exteriores) y Alicia Pierini (subsecretaria para los Derechos Humanos del Ministerio del Interior). También presentó cargos contra el juez Miguel Solimine, por ordenar su arresto por presunto fraude, que lo obligó a permanecer en la cárcel por dos años, hasta que la corte de San Isidro falló el caso nulo e inválido. En 2001 presentó un fallido caso de conflicto de intereses contra el juez Garzón. También intentó presentar cargos contra el juez Garzón por haberlo secuestrado, engañándolo para que fuera a España, por no tener jurisdicción sobre él, por violar la ley internacional al retenerlo y por revelar información sobre su paradero, hecho que llevó a que lo atacaran. Utilizó la ley militar argentina para argumentar que los soldados (en lugar de sus comandantes) eran legalmente responsables de ejecutar las órdenes sólo si excedían estas órdenes de alguna forma.
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Juan Carlos Algañaraz, “Reclaman el arresto de Scilingo”, Clarín, 6 de noviembre de 1999.
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Muchísima gente y muchísimos grupos dependían cada vez más de la pasada confesión arrepentida de Scilingo para aceptar su negación y amnesia. Además, reconocer que pudo haber mentido antes sugería que el gobierno de Menem quizás había acertado en identificarlo como un “canalla”, hecho que perjudicaba todos los caminos que su confesión había abierto para el reconocimiento público de fundamentales hechos en la historia política de Argentina.
El remordimiento bajo una perspectiva comparativa Las dramáticas revelaciones hechas por Scilingo catalizaron el debate sobre la violencia autoritaria de Estado. Para las víctimas y los sobrevivientes, Scilingo confirmaba desde el interior del aparato de seguridad del régimen dictatorial los rumores sobre los vuelos de la muerte. Hizo más difícil para los argentinos ignorar o negar la verdad sobre las atrocidades cometida por el régimen y sus fuerzas de seguridad. Su confesión, por otra parte, reconocía los crímenes. Y Scilingo dejaba en claro que los vuelos de la muerte no habían sido accidentales, sino parte de un esfuerzo sistemático por borrar la oposición al régimen. El conocimiento y el reconocimiento, el pedir perdón y un mínimo de justicia fueron temas que aparecieron en el debate público sobre el pasado. Pero el testimonio probó ser más complejo que todo esto. Un análisis comparativo de los elementos teatrales en la representación –actor y actuación, montaje y momento, texto y público– revela los desafíos que las confesiones arrepentidas plantean para ajustar estos testimonios con el pasado. “Las complejas vicisitudes del ser”. ¿Por qué alguien tenía que creer en el relato de Scilingo y en su disculpa? Estaban, por supuesto, aquellos que querían creer en Scilingo, porque confirmaba los rumores que habían escuchado, explicaciones que podían comprender, sobre las desapariciones. De igual forma, estaban aquellos que no valoraban sus palabras porque no querían creer en ellas. La perspectiva de un miembro del público depende de forma significativa de sus antecedentes personales, pero también depende de la manera como los perpetradores se presentan a sí mismos. Mark Behr, un escritor sudafricano que se identificó como colaborador del régimen del apartheid (escudado en el hecho de ser líder del movimiento estudiantil anti-apartheid), sugiere que una vez los perpetradores confiesan, su identidad queda entrelazada de manera inextricable con los actos que cometieron. Las confesiones borran por completo todas las otras identidades y todos los otros aspectos de sus vidas. Como Behr mismo lo afirmó: “Fui y soy un amigo, un hijo, un colérico, un amante, un camarada, un mentiroso, un satírico, un solitario y
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todas las múltiples cosas que conforman una identidad. Sin embargo, sabía, como lo sé ahora, que decir que a uno le pagaron por trabajar secretamente contra la lucha por la justicia en Sudáfrica lo reducirá a una única cosa: agente del régimen de Sudáfrica. Siempre he sospechado que la única voz que la gente escuchará desde ese momento en adelante –a pesar de las complejas vicisitudes del ser– será la voz de la traición: una voz en la que no se puede confiar, una voz incapaz de la verdad”45 (1997: 118-19). Paradójicamente, el acto de la confesión hace ver a los perpetradores menos –o nada– confiables: el hecho de que hayan sido capaces de cometer atrocidades genera dudas sobre la honestidad de su posterior arrepentimiento. Muy raras veces los perpetradores consiguen elaborar el tipo de confesiones arrepentidas que convenzan al público de su sinceridad. Un ejemplo de alguien que logró hacerlo es el del policía negro del apartheid Thapelo Mbelo, quien confesó ante la Comisión de Verdad y Reconciliación (CVR) su participación en el asesinato y desaparición de siete activistas anti-apartheid en Guguleto Township. Su representación confesional continuó por fuera del proceso de la CVR, cuando se reunió con las madres de las víctimas. Frente a las cámaras de televisión, Mbelo pidió disculpas ante una comunidad profundamente hostil que desconfiaba de este joven policía negro, que había escogido unirse a la Policía blanca y matar a su propia gente. La representación confesional de Mbelo alteró el punto de vista de la comunidad. Mbelo expresó en sus palabras, en su rostro y en su cuerpo el dolor que sentía como consecuencia de sus actos. De espaldas a la cámara, algunas veces tapándola por completo, transformó la conversación en un acto íntimo y personal con la comunidad a la que le había causado daño. Lloró y se acercó a cada una de las personas, pidiéndoles su perdón. Incluso, algunas personas escépticas aceptaron la mano y el abrazo de Mbelo, sin perdonar nunca sus actos, pero la mayoría lo perdonó46. Paul van Vuuren, un policía blanco del apartheid, también ofreció una confesión televisada a la familia de sus víctimas. Había participado en el asesinato de un policía negro, Richard Motasi, de quien suponía que iba a revelar las actividades de los escuadrones de la muerte de la Policía, y a la esposa de Motasi, Irene,
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Behr fingía ser un eminente líder de la Unión Nacional de Estudiantes Surafricanos en la Universidad de Stellensbosch, entre 1986 y 1990, al tiempo que filtraba información sobre el movimiento estudiantil anti-apartheid a sus jefes en el aparato de seguridad.
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Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 23 de noviembre de 1997.
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puesto que había sido testigo del asesinato. Después de su audiencia de amnistía con la CVR, Van Vuuren buscó al joven hijo de la pareja, Tshidiso, que había sobrevivido al mortal asalto contra sus padres. En el encuentro televisivo, Van Vuuren parecía la quintaesencia del policía bóer: corpulento, agresivo y arrogante. Ofreció al apuesto y sereno adolescente Motasi una palma carnosa y la estrechada de manos de la redención, para de inmediato entrar en materia: Van Vuuren: Toda la gente dice siempre que debemos decir que lo sentimos, que debemos pedir perdón. ¿Lo sientes tú? Y decir, simplemente decir “Lo siento” es una expresión vacía, ¿entiendes lo que quiero decir? ¿Puede uno sentirlo verdaderamente, sabes? Es la primera vez en mi vida, no, la segunda, no, es la tercera vez en mi vida que me encuentro contigo, pero… eh… lo siento. No soy el tipo de persona que viene y dice lo siento. Ni siquiera te conozco, ¿entiendes lo que digo? Si miro hacia atrás a todo lo que sucedió y el apartheid y el presente, entonces siento lo que te sucedió a ti, a tus padres y a ti. Porque fue una pérdida de vidas humanas. Y por eso lo siento. Eh… sé que tú… que tú debes odiarme. Sé que si alguien asesinara a mis padres… me sentiría… quizás habría odiado mucho más que tú. Y, eh, no puedo decir realmente cómo me sentiría. Sólo puedo imaginar cómo me sentiría. Motasi: No tengo padres. Mi abuela puede morir en cualquier momento, pues ahora está muy vieja. Así que si ella muere, ¿quién me va a cuidar? Van Vuuren: [después de una pausa] Sí, ésa es una pregunta difícil. Eh, podrías venir a vivir conmigo. Yo te cuidaría [sonríe un poco]. Motasi: Así como lo dijo usted, es muy difícil de decir. Es muy difícil de decir que uno lo siente, pero para mí es como si usted hubiera hecho algo muy malo, ve, y es como si yo no pudiera perdonarlo, no puedo, porque es muy difícil para mí47.
El arrepentimiento de Van Vuuren tuvo el efecto contrario. Parecía estar intimidando al joven huérfano para que lo perdonara, sin ofrecerle otra cosa distinta a una disculpa vacía. Motasi logró algo más de Van Vuuren: la promesa televisada de cuidar de él. Pero esta promesa puso al descubierto la insinceridad detrás de la visita de Van Vuuren a Motasi. El rostro de Van Vuuren pareció reflejar la sensación de haber quedado moralmente emboscado por el adolescente. Posteriores rumores confirmaron esta sensación: aparentemente, Van Vuuren abandonó el estudio presa de la ira, condujo hasta la hacienda de caza de su padre y mató a todos los impala que pudo encontrar. Quizás Van Vuuren haya sentido remordimiento pos sus actos, pero su representación no pareció más que un truco publicitario de relaciones públicas. Los esfuerzos tanto de Mbelo como de Van Vuuren por convencer al público de su arrepentimiento demuestran las dificultades que enfrentan los per47
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Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 8 de junio de 1997.
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petradores en el momento de hacerlo. ¿Cómo podrían estos hombres –después de vincularse cada uno a la fuerza policial del apartheid y de haberse mantenido en la misma después de conocer su brutalidad– persuadir al público de que ahora se sienten arrepentidos? Ni quienes apoyaron el apartheid ni quienes se opusieron creerían fácilmente que una persona podría pasar de forma tan radical de ser un policía dedicado o un violento torturador a sentir verdadero arrepentimiento. El escepticismo sigue presente en el caso de Van Vuuren, que es el epítome del policía del apartheid: blanco, privilegiado y leal. Aunque tal vez se haya sentido arrepentido por el muchacho al que dejó huérfano, muy pocos creyeron que hubiera lamentado la violencia del apartheid. De haber sido así, habría abandonado la fuerza policial y buscado una carrera menos perjudicial. Mbelo no contaba con esas mismas opciones. Como lo había demostrado el asesinato de Motasi a manos de Van Vuuren, unirse a la Policía no protegía a los negros de la violencia. De haberse negado Mbelo a cumplir órdenes o de haber intentado dejar la fuerza policial, quizás se habría convertido en otra de las víctimas del apartheid. Debido a que pudo haber enfrentado la muerte por negarse a cometer atrocidades, el remordimiento de Mbelo ante esta realidad parecía más creíble. La apariencia física de los perpetradores puede contribuir a las interpretaciones que elabora el público sobre su identidad y sinceridad. Los torturadores muy corpulentos parecen en parte monstruos –como lo vino a descubrir Van Vuuren–, particularmente, cuando se enfrentan a víctimas o sobrevivientes diminutos. El lenguaje corporal también es importante. Scilingo, un hombre no muy grande para empezar, inclinaba la cabeza a menudo, como si se mostrara avergonzado por sus actos. El alto, delgado y carismático Mbelo, que no llenaba el encuadre de la cámara con su figura, se desplomó cuando abrazó a los familiares de sus víctimas, dándoles poder a aquellos a quienes había hecho daño. El traje y la presencia, el aseo y el cuidado, pueden reforzar, o debilitar, las motivaciones del perpetrador. Para las confesiones de arrepentimiento, los perpetradores deben parecer humildes y modestos, evitando, por un lado, la ostentación o, por el otro, una apariencia descuidada. Demasiada estilización puede indicar una representación cínica; muy poco cuidado podría sugerir deficiencias de carácter. Saber quién lo es, sin embargo, resulta ambiguo, con mucho espacio para la interpretación. Mbelo tenía que vencer a aquellos que no podían confiar en un hombre que había traicionado tan violentamente a su propio pueblo y a su raza para su ascenso personal. Scilingo, al explicar por qué alguien con todos los privilegios de la clase media podría ser persuadido de cometer atrocidades, describió su aislamiento en el mundo militar: haber sido educado en una familia de militares y rodeado de amigos, compañeros y familiares defensores del régimen;
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haber pasado por el adoctrinamiento durante la instrucción militar; su dedicación al país; su obediencia y la fe en sus oficiales superiores; su lealtad. Había confiado más en las Fuerzas Militares y en sus valores que en los suyos propios, hasta cuando fue demasiado tarde y ya había asesinado. Los perpetradores experimentan cambios como resultado de sus experiencias. La transformación religiosa de Scilingo le dio las herramientas para admitir su arrepentimiento48. La edad y la madurez quizás ayuden, como en el caso de Virgilio Paz Romero, uno de los cubanos implicados en el asesinato del diplomático chileno Orlando Letelier en Washington. D.C., en 1976. Romero atribuyó sus actos a la inmadurez: “En esa época, tenía entre 23 y 24 años. Era un joven lleno de ideas. He pensado en eso en el presente […] En retrospectiva, fue un grave error humano”49. Los colaboracionistas enfrentan desafíos mayores que los de los perpetradores al intentar romper limpiamente con su pasado, debido a la marca de la traición. Las colaboracionistas chilenas Luz Arce y Marcia Merino, por ejemplo, traicionaron a todos sus antiguos partidarios. Las dos ocuparon posiciones de poder antes del golpe en Chile: Arce, miembro del Partido Socialista, había servido en la antigua fuerza de seguridad personal del presidente Salvador Allende y se encontraba con él en el Palacio de La Moneda el día del golpe; Merino había ocupado una las altas posiciones en la guerrilla armada del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Las dos fueron arrestadas por la Policía secreta chilena, la DINA, poco después del golpe del 11 de septiembre de 1973, y empezaron a colaborar sólo después de enfrentar torturas y amenazas de muerte. Se convirtieron en informantes, traicionando a sus antiguos camaradas, y participaron en el encarcelamiento, la tortura y el asesinato de estos mismos camaradas. Las fuerzas de seguridad recompensaron sus acciones nombrándolas agentes pagados de la DINA. Al final de la dictadura, confesaron estas actividades y expresaron su arrepentimiento por la violencia que ayudaron a perpetuar. Pocos simpatizaron con este pacto fáustico de Arce y Merino. Otros, tanto de la izquierda como de la derecha, sintieron que Arce y Merino confesaron primero que todo para restablecer su situación en la democracia y para vender sus testimonios, lo que sólo 48
Un caso memorable entre los perpetradores “vueltos a nacer” (born again) es el de “Duch”, o Kang Kek Ieu, el antiguo director de la cárcel Tuol Sleng del Khmer Rouge y responsable de 14.000 asesinatos que sucedieron ahí dentro. Chandler (1999: 20-23).
49
Virgilio Paz Romero hizo este comentario en una conferencia de prensa en Miami en agosto de 2001, después de que el Servicio de Inmigración y Naturalización (INS) lo liberara de la condena a prisión. Arrestado en 1991, se había declarado culpable y había sido sentenciado por el cargo de conspiración para asesinar a Letelier. Alex Veiga, “Cuban Exile Regrets Role in Chilean Diplomats’ Death in 1976”, Associated Press, 1 de agosto de 2001.
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reforzó este patrón de la traición para beneficio personal, en esta oportunidad a expensas de sus compañeros de la DINA50. Algunos colaboracionistas consiguen superar el escepticismo que genera su arrepentimiento por medio de la representación. Kimani Peter Mogoai, por ejemplo, admitió ante la CVR su participación en el asesinato perpetrado por la Policía del apartheid de tres líderes de la Port Elizabeth Black Consciousness Organization, la llamada PEBCO 3. Mogoai trabajó para la Policía como un askari, es decir, un activista del Congreso Nacional Africano (CNA). La Policía del apartheid lo había capturado, torturado y amenazado de muerte, a menos que traicionara a sus camaradas y trabajara para el aparato de seguridad del apartheid. Los askaris, como los colaboracionistas en todas partes, resultaban ser armas efectivas usadas por el régimen dictatorial contra las fuerzas de liberación. El aparato de seguridad se aprovechaba de sus historiales, raza, destrezas de lenguaje, contactos y conocimientos para infiltrar el movimiento de oposición y eliminar a sus líderes. Como en el caso de Arce y Merino, durante la reconciliación los askaris no recibieron ningún apoyo por parte de sus antiguos compañeros ni de los jefes de la dictadura. Mogoai, sin embargo, superó esta desconfianza al expresar un arrepentimiento visual, auditivo, palpable y aparentemente sincero: “He aceptado esta oportunidad para decir la verdad y para expresar el torturante remordimiento por estos años perdidos y la vergüenza por un pasado malvado y mezquino […] Me veo hoy a mí mismo como una deshonra para mi madre, mi familia, mis familiares, mis amigos, y para las familias de la PEBCO 3, así como para la nación. Pido perdón desde mi más profundo arrepentimiento. Lo digo aquí hoy, así como no lo pude decir en los días iniciales por obvias razones. Les agradezco”51. Durante esta representación confesional, Mogoai lloró, su cuerpo parecía destrozado por el dolor y haber sufrido tanto física como psicológicamente por sus actos criminales. La manera como actuó fue importante. Mbelo también lloró y buscó de manera física el apoyo de un salón lleno de madres heridas y furiosas, cuyos hijos él había asesinado. Scilingo intentó controlar las emociones, mordiéndose el labio, bajando la cabeza, cubriéndose los ojos y la boca adolorido, pero dejando de vez en cuando que una lágrima rodara por su afligido rostro. Su postura desplomada
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A pesar de la invaluable perspectiva que proporcionaron desde el interior del aparato de seguridad, Arce y Merino nunca se reintegraron totalmente a la sociedad chilena. Merino se ocultó de la luz pública, retirándose a la vida de una “creyente”. Arce abandonó Chile para unirse a su hijo en México.
51
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 5 (Windows of History), grabación 5 (“Tell Us about It”).
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parecía soportar el peso del insomnio, la ansiedad, la adicción, los ataques y las amenazas en su contra y el encarcelamiento que enfrentaría por sus actos violentos y su confesión. Estas expresiones corporales de dolor trazan sobre los perpetradores el sufrimiento que les causa el pasado. Arce y Merino, cuyas confesiones fueron hechas por escrito, no pudieron comunicar con el mismo éxito su angustia y, por lo tanto, se vieron limitadas en la propia capacidad para sobreponerse a las dudas respecto a su sinceridad. Actuar también puede, sin embargo, reforzar la sensación de insinceridad. Cuando el corpulento Van Vuuren se puso al frente de Motasi, el delgado huérfano de 14 años, pareció estar arrastrándolo hacia el perdón, en lugar de estar en la expiación de su pasado. Van Vuuren, incluso, parecía estar usando a Motasi para promoverse a sí mismo. Muchos vieron a Scilingo de la misma forma, considerándolo capaz de llegar a cualquier extremo para llamar la atención, incluso si esto significaba mentir y enfrentar la prisión. Creían que había inventado los vuelos de la muerte, escenificado o inventado los secuestros y las amenazas en su contra, y que se había encontrado voluntariamente con el juez Garzón sólo para recibir publicidad. Scilingo se retractó de su confesión sólo cuando la publicidad alrededor de su caso expiró y enfrentó un encarcelamiento ignominioso y sin ningún acceso a los medios en un país extranjero. Para convencer al público de su sinceridad, los perpetradores arrepentidos deben actuar su parte; deben construir su papel para explicar cómo pudieron cometer esas atrocidades en el pasado y sentirse arrepentidos de ellas en el presente. Aquellos que ocupan posiciones de poder en la sociedad o en el régimen dictatorial tienen que demostrar ser más diestros en este esfuerzo. Los historiales de privilegio, por lo general, juegan en contra de los perpetradores arrepentidos, a menos que puedan persuadir al público de haber ejercido la violencia bajo amenazas de muerte. La actuación persuasiva ayuda. Los perpetradores que exhiben el sufrimiento de forma física por su pasado violento, o que mediante otras maneras representan actos de expiación creíbles cuentan con mayores posibilidades de persuadir al público a su favor. La ambigüedad, sin embargo, provoca un intenso debate, incluso dentro de comunidades especializadas, frente a la sinceridad de esta representación. “En el curso de una guerra, la vida se pierde”. “Me gustaría que vinieran y confesaran para que así nos podamos reconciliar”, ruega una viuda que sobrevivió a la violencia del apartheid52. Pero muchas cosas se interponen en el camino para 52
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Testimonio de Monica Nquabakazi Godolizi ante la Comisión de Verdad y Reconciliación: Comité por los Derechos Humanos, East London, 15 de abril de 1996. Casos EC0003/96, EC0004/96, EC0005/96.
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crear el tipo de confesión que las víctimas y los sobrevivientes necesitan para reconciliarse con el pasado, sobre todo por el hecho de que los perpetradores tienden a excusar y justificar sus actos, en lugar de arrepentirse sinceramente. El uso persistente del lenguaje de la guerra por parte de Scilingo en su confesión de arrepentimiento, por ejemplo, fue cuestionado por los líderes de Derechos Humanos, ya que los términos de la guerra justificaban el asesinato como necesario y legítimo. De haber usado Scilingo el lenguaje del terrorismo de Estado y reconocido la inmoralidad y la ilegalidad de los actos del régimen, probablemente los grupos de Derechos Humanos habrían encontrado más creíble su arrepentimiento. La confesión de Aboobaker Ismail, comandante del brazo militar del CNA, ilustra aún más cómo las justificaciones basadas en la guerra pueden debilitar una intención de arrepentimiento. En la audiencia de amnistía ante la CVR, Ismail pidió perdón por el atentado de Church Street en Ciudad del Cabo, donde murieron diecinueve personas (incluidos once oficiales de la Fuerza Aérea y dos camaradas del movimiento de liberación) y quedaron heridos 217 civiles, entre negros y blancos. En su disculpa, sin embargo, defendía la legitimidad de sus actos: “Me arrepiento por la muerte de civiles inocentes caídos como consecuencia de la lucha por la justicia y la libertad. En el curso de una guerra, la vida se pierde. El daño y la pérdida de vidas de ciudadanos inocentes resultan algunas veces inevitables […] Luchábamos una guerra justa por una causa justa contra la supremacía blanca […] Me siento orgulloso por la valentía, la disciplina y los desinteresados sacrificios por parte de los cuadros de las Unidades de Operaciones Especiales que trabajaron bajo mis órdenes. Muchos de ellos entregaron sus vidas en la búsqueda de la libertad para toda Sudáfrica”. El abogado que representaba a las víctimas de Ismail objetó la presunción de que “mecanógrafos, telefonistas y gente que trabajaba con libros” formaran parte de la “maquinaria militar”. Ismail insistió: “Ningún aparato militar podría funcionar tampoco sin la ayuda de toda esta gente del sector administrativo. ¡Son objetivos militares legítimos! […] Cuando uno combate, ¿qué es lo que hace? ¡Mata gente! Lo militar es lo militar. ¡Eran objetivos!”53. Al llamar “objetivos” a sus víctimas, justifica y excusa sus muertes. En este nivel, el arrepentimiento de Ismail difiere ligeramente de la defensa hecha por el policía del apartheid Carl Botha: “No hay absolutamente nada de lo que me sienta avergonzado […] Me había gustado seguir simplemente con mi vida […] Estábamos en una zona 53
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South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 3 (Worlds of License), disco 2, canción 4 (“Fires of Revolution”).
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de guerra […] Pienso que el pasado es el pasado”54. Las víctimas y los sobrevivientes esperan que se les pida perdón por los actos de violencia ilegales e ilegítimos. Por lo general, no sucede así. Pero algunas veces sí. La confesión de Scilingo estuvo cerca, pero sólo gracias a la conducción hecha por Verbitsky, quien llevó a Scilingo a comprender por qué los militares no podían, cómo él lo deseaba, defender las atrocidades que habían cometido. La ex líder nacionalista serbia Biljana Plavšic aceptó su culpa no sólo por los métodos y las consecuencias de la guerra sino por la guerra misma, en su confesión ante el Tribunal Criminal Internacional para la ex Yugoslavia: He llegado ahora a la convicción y a la aceptación del hecho de que muchos miles de personas inocentes fueron víctimas de un empeño organizado y sistemático por expulsar a los musulmanes y croatas del territorio reclamado por los serbios. En aquel momento, me convencí con facilidad de que se trataba de un asunto de supervivencia y defensa propia. De hecho, fue mucho más. Nuestro liderazgo, del cual yo era parte necesaria, siguió un propósito que sacrificó innumerables víctimas inocentes. Las explicaciones de la defensa propia y la supervivencia no ofrecen ninguna justificación. Al final, se dijo, incluso entre nuestra propia gente, que en esta guerra habíamos perdido toda nuestra nobleza de carácter […] Pienso que el miedo, un miedo enceguecedor […] llevó a la obsesión, especialmente entre aquellos de nosotros para quienes la Segunda Guerra Mundial era un recuerdo viviente, y los serbios nunca más permitirían convertirse en víctimas. Con esto, nosotros en el mando violamos el deber más básico de todo ser humano, el deber de contenerse y respetar la dignidad humana de los otros. Estábamos comprometidos con llevar a cabo todo lo que fuera necesario para imperar. A pesar de haber sido informada repetidamente sobre quejas de conductas crueles e inhumanas contra los no serbios, me negué a aceptarlas e incluso a investigarlas. De hecho, me sumergí en el abordamiento del sufrimiento de las inocentes víctimas de guerra serbias55.
Plavšic siguió intentando aclarar su responsabilidad y arrepentimiento individual por la guerra: “He aceptado la responsabilidad por mi participación en esto. Esta responsabilidad es mía y sólo mía. No se extiende a otros dirigentes, que tienen el derecho de defenderse a sí mismos. Y, ciertamente, no debe extenderse a nuestro pueblo serbio, que ya ha pagado un terrible precio como consecuencia de nuestro liderazgo. Saber que soy responsable por semejante sufrimiento humano y por manchar el espíritu de mi pueblo siempre estará conmigo”56 . 54
Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 22 de marzo de 1998.
55
Testimonio de Biljana Plavšic ante el Tribunal Criminal Internacional para la ex Yugoslavia (TCIY), 17 de diciembre de 2002, 609-10 (transcripción).
56
Ibid., p. 610.
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El testimonio de Plavšic ejemplifica una narrativa del arrepentimiento que elude las usuales justificaciones por las vidas perdidas en la guerra. Pero al mismo tiempo advierte sobre las barreras que existen para generar este tipo de guiones arrepentidos. Primero, Plavšic socava su único pilar de apoyo –los nacionalistas serbios– sin conseguir apoyo nuevo por parte de sus antiguos opositores. Sus opositores quieren verla juzgada y condenada por estos actos. Sus antiguos aliados quieren que se censure su confesión. Sólo muy rara vez los perpetradores abandonan todo el apoyo en una comunidad para llevar a cabo confesiones arrepentidas. Segundo, Plavšic como mujer y política quizás haya enfrentado menos barreras que los soldados hombres para encontrar una estructura narrativa y un timbre emocional, a fin de expresar su arrepentimiento (Jelin 2002: 109-10). Los soldados, por ejemplo, pocas veces se disculpan por su pasado; buscan elogios del mismo. Por lo general, no se acogen al lenguaje del arrepentimiento, quizás temiendo que puedan sonar como “imbéciles farsantes”, como alegaba la leyenda del béisbol Pete Rose cuando se refería a la dificultad de expresar arrepentimiento por su adicción al juego57. Los perpetradores, por lo general, no logran crear confesiones de arrepentimiento creíbles, debido a que expresan muy poca emoción. El “superespía” del apartheid, Craig Williamson, por ejemplo, estremeció al público por su falta de emoción frente al asesinato de una niña de seis años: “Cuando me enteré del asesinato de la niña, fue como haber recibido el golpe de un balde de agua fría […] No existe nada que me haya sucedido en la vida que lamente más. Llevar a cabo un ataque contra alguien que uno no conoce es una cosa, pero llevarlo a cabo contra alguien que uno conoce es muy difícil. El hecho de que estos individuos fueran enemigos míos y, por lo tanto, de mi país no lo hace más fácil”58. Williamson expresó una emoción vacía con la analogía del “balde de agua fría” Al referirse a una niña de seis años como su “enemigo”, justificaba sus actos. Del mismo modo, una emoción excesiva, o inapropiada, también puede debilitar las confesiones de arrepentimiento. En las audiencias ante el Comité de Derechos Humanos (y no de amnistía) de la CVR, el sudafricano Yassir Henry expresó remordimiento por su participación en el asesinato de Anton Fransch, su ex comandante en el Ejército del CNA, Umkhoto we Sizwe. Henry elaboró un complicado relato en el que admitió haber traicionado a Fransch al revelar su paradero a la Policía. Sin embargo, más que asumir su propia responsabilidad, Henry acusó a otros.
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57
Pete Rose, entrevistado por Terry Gross, “La leyenda del béisbol Pete Rose”, Fresh Air, National Public Radio, 28 de enero de 2004.
58
Stephané Bothma, “La muerte de un niño es el ‘mayor remordimiento’ de un espía”, Business Day, 15 de septiembre de 1998.
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Acusó al mismo Fransch por haber revelado su posición a Henry, que tuvo que dar esta información cuando la Policía lo detuvo y lo interrogó y amenazó con asesinar a su familia. También acusó a la Policía por haberlo puesto como soplón, para proteger a su propio espía. Este testimonio, que Henry ofreció posteriormente en distintos foros nacionales e internacionales, produjo dudas respecto a su sinceridad. ¿Por qué Henry se transformó él mismo en víctima y desperdició la oportunidad de expresar remordimiento por su implicación en la muerte de Fransch? ¿Cómo tuvo la capacidad de evocar la misma emoción profunda en cada recuento del suceso? Su arrepentimiento terminó sonando ensayado e insincero. ¿Dónde descansa la culpabilidad? Creo que no puedo ser considerado el único responsable de la muerte de Anton Fransch. Y el papel desempeñado por la Policía de seguridad tiene que quedar expuesto. [grita] ¡Deseo! ¡Ser reconocido! ¡Por quien soy y por lo que soy! Para que así se pueda rectificar la falsificación de mi historia. Quiero conocer la persona que informó sobre mí. Sólo entonces seré capaz de reconciliarme con mi experiencia y con la muerte de Anton [la voz se le quiebra por completo]. ¡Que el CNA reconozca su papel en mi sufrimiento! Que me restituya mi rango militar. Y que la CVR me ofrezca la posibilidad de despertar de esta pesadilla en la que he vivido durante tantos años, para que así yo también pueda tomar parte en el proceso de curación que está sucediendo en nuestro país. (En Krog 2000: 73)
Las partes que se dejan en silencio en las confesiones de arrepentimiento, como el mutismo de Henry frente a su propia culpabilidad, a menudo debilitan el efecto de sinceridad. Mark Behr preparó una confesión de arrepentimiento emocionalmente profunda, pero ocultó detalles sobre la agencia para la cual espiaba, sobre a quién reportaba directamente, sobre cuál miembro de su familia lo había incitado a esta posición, cuánto dinero había recibido y qué información había revelado59. Al guardarse esta información, siguió protegiéndose, y protegió a aquellos que habían trabajado en el aparato del apartheid. Un reportero sintetizó la impresión que Behr generó con su confesión: “Behr podría ser perdonado por espiar el movimiento anti-apartheid, incluso si lo hizo por emoción o por un dinero efectivo extra inmediato. Pero, algo muy simple, tenía que haberse arrepentido primero. No lamentarlo por él. Lamentarlo por lo que había hecho”60. La combinación de emoción profunda con un gran silencio lleva al público a sospechar que lo que lamentan los perpetradores es haber sido atrapados, no sus actos cometidos. Aquellos, como Behr y Henry, con talento para la escritura y la actuación diseñan confesiones de manera tan ingeniosa que parecen y se sienten arrepentidos, pero algunas veces sólo convencen al público del deseo por parte de los perpetradores 59
Nic Borain, “El olor de las manzanas podridas”, Mail and Guardian, 12 de julio de 1996.
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Ibid.
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de encontrar un sitio en la nueva democracia, no de su sincero arrepentimiento por el papel que desempeñaron en la violencia pasada. Los testimonios de arrepentimiento eficaces requieren de consistencia entre el guión y la representación, lograda por el policía del apartheid Brian Mitchell61. En fila para la pena de muerte por su participación en el asesinato de once personas en Trust Feed (su sentencia fue conmutada más tarde a treinta años de prisión), Mitchell regresó a la comunidad para pedir perdón: “Los ojos de Brian Mitchell se llenaron de lágrimas y observaron vidriosos al tiempo que los familiares de aquellos que había asesinado sollozaban. Todo su cuerpo empezó a sacudirse. Y no paraba de tragar saliva”62. Entre sollozos, Mitchell explicó que lo había perdido todo: su esposa lo había dejado y no había vuelto a ver a sus hijos. Casi rogó a sus víctimas que lo perdonaran: “Comprendo que el perdón no llega sin un alto precio. Se trata de algo que debe venir de lo profundo del corazón. Y sólo puedo pedirle a la gente que estuvo implicada directa o indirectamente, y que se vio afectada por este caso, que considere perdonarme”63. Mitchell siguió al pie de la letra este eficaz guión y su representación, con la promesa de trabajar con la comunidad de Trust Feed para reconstruirla. Algunos grupos de reconciliación en Sudáfrica y de comunidades empresariales en Estados Unidos alabaron el arrepentimiento de Mitchell, ya que fue más allá de las palabras y las promesas y pasó a actos de expiación. Sin embargo, los comentarios hechos por Mitchell fuera del escenario, así como sus anteriores confesiones, arrojaron dudas sobre su sinceridad. En anteriores testimonios procesales y conversaciones privadas conmigo, Mitchell había insistido en su inocencia, acusó a los agentes especiales de mentir sobre su incriminación y alegó que él no estaba presente la noche del ataque, y que fue su comandante en jefe (ya muerto) quien dio la orden. Mitchell también admitió que no habría hecho la solicitud de amnistía de no haber sido encarcelado. Finalmente, declaró que de haber matado combatientes anti-apartheid, en lugar de “víctimas inocentes”, se habría “alegrado muchísimo”. Sólo pasando por alto estas afirma-
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Brian Mitchell había sido el comandante en jefe de la estación de Policía de New Hanover. Les ordenó a cuatro “jefes especiales”, vinculados al partido Inkatha Freedom, atacar a los activistas del Frente Unido Democrático en el área. Aunque los participantes en el ataque discrepaban en los detalles, todo terminó en casas y negocios incendiados y la velación de once personas. El 30 de abril de 1992 Mitchell fue sentenciado a muerte por once cargos de asesinato y condenado a tres años de prisión por cada dos cargos de homicidio intencionado. En 1994, después de haber estado en espera del cumplimiento de la pena de muerte, la sentencia fue cambiada por treinta años de prisión. En 1996 Mitchell recibió la amnistía por su confesión ante la CVR.
62
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 3 (Worlds of License), disco 1, grabación 3 (“Return to Their Land”).
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Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 20 de octubre de 1996.
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ciones y las actitudes detrás de las mismas, podría uno confiar en la sinceridad de la confesión de Mitchell. Las evasivas son una trampa para los perpetradores arrepentidos. El oficial de la Policía del apartheid Gideon Nieuwoudt cayó en esta trampa. Acompañado de un equipo fílmico sudafricano, visitó a la familia de Siphiwe Mtimkulu, a quien había asesinado, para pedir perdón. La familia lo recibió con reticencia. Lo conocían por algunas visitas anteriores cuando, disfrazado de vendedor de Biblias, había ido a espiar a Mtimkulu. Mtimkulu le había advertido a su familia que desconfiara de Nieuwoudt. Mientras las cámaras registraban el tan publicitado encuentro de arrepentimiento, la familia de Mtimkulu presionó a Nieuwoudt para que confesara. Se negaban a perdonarlo hasta que no hiciera una confesión. Pero Nieuwoudt, insistiendo en la audiencia frente a la CVR, negó su responsabilidad en el asesinato de Mtimkulu. Exasperado por las evasivas de Nieuwoudt frente a su responsabilidad, el hijo de Mtimkulu agarró una jarra y la rompió en la cabeza de Nieuwoudt64. Las disculpas, sin admitir responsabilidad, suenan vacías. Quizás el mayor obstáculo de los guiones de arrepentimiento son los imperdonables actos de violencia llevados a cabo por el perpetrador. No hay palabras que puedan reconciliar de forma adecuada a las víctimas y los perpetradores de atrocidades, y los perpetradores reconocen la imposibilidad de expresar lo correcto. Como afirmó Scilingo, “Es muy fácil decir ‘Lo siento’ y que todo esté bien”. Luz Arce dijo: “Siento que es parte del ‘precio’ –derivado de acciones propias y de otros– que hace mucho entendí que debo pagar para vivir en mi patria […] He dicho que pido perdón, pero no lo espero” (Arce 1993: 19). Un arrepentimiento profundo requiere aceptar que ciertos actos no son perdonables y que las palabras por sí solas no pueden reconciliarlos con el pasado. Dirk Coetzee, jefe de los escuadrones de la muerte de la Policía, los Vlakplaas, refleja esta opinión en su testimonio sobre el asesinato del abogado por los derechos civiles Griffiths Mxenge: “[Siento] una profunda mezcla de emociones de ira, de enconada ira por permitir que me involucraran en esta locura. Ah […] humillación, vergüenza y la impotencia ante el patético: Siento mucho lo que hice. ¿Qué… qué… qué otra cosa puedo ofrecerles [a la familia de Mxenge]? Una nada patética. Por eso, con toda honestidad, no espero que la familia Mxenge me dé su perdón, pues no sé cómo podría ser capaz de perdonar alguna vez a un hombre como Dirk Coetzee, si él me hubiera hecho lo que yo les hice a ellos”65. 64
Where Truth Lies, VHS, dirigido por Mark J. Kaplan (Oley, Penn: Bullfrog Films, 1999).
65
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 3 (Worlds of License), disco 1, canción 5 (“Till the Day I Die”). En esta emisión del programa, Mhleli Mxenge, el hermano de Griffith Mxenge, afirmó: “De hecho, no espero arrepentimiento. De hecho, yo podría contestar esa pregunta de
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Para convencer a las víctimas y a los sobrevivientes de su sinceridad, los perpetradores arrepentidos deben escuchar a aquellos a quienes hicieron daño. En lugar de sobreponerse a ellos, necesitan comprometerse en un diálogo sobre el pasado. Tienen que comprender lo que hicieron bajo los términos de las víctimas, no bajo los suyos. Esto implica plegarse al poder de las víctimas, en beneficio de la coexistencia. “Las cosas salieron terriblemente mal”. Recientes innovaciones en el diseño institucional de la justicia transicional –principalmente, la CVR de Sudáfrica y la Gacaca de Ruanda– han creado incentivos para confesiones de arrepentimiento, que, paradójicamente, han incrementado de este modo las dudas sobre la sinceridad de los perpetradores. El público asume que los perpetradores expresan su arrepentimiento de forma insincera e instrumental, para beneficiarse de los incentivos institucionales (v.gr., amnistía, perdón, reducción de penas). Brian Mitchell, por ejemplo, no hubiera expresado arrepentimiento por voluntad propia sin el estímulo de una amnistía por parte de la CVR. La historia de Mitchell se complicó aún más por su experiencia en prisión: después de estar dos años en la lista de espera para la pena de muerte, Mitchell estaba sobrio y recientemente convertido a la religión. Además, no estaba solo al sacar partido de la CVR con respecto al incidente de Trust Feed. Thabane Nyoka, cuya madre había muerto en el ataque a Trust Feed, se había acercado a Mitchell. Nyoka afirmaba que su madre se le había aparecido en un sueño y los conminaba a evitar la venganza y buscar la reconciliación con Mitchell. Como lo explicó Nyoka: “Recibí terapia por el trauma. Lo he perdonado y lo he aceptado. Deseaba escuchar sus disculpas y pedirle a la comunidad su perdón. Entiendo que él no puede restituir a la comunidad por sí mismo. Por otra parte, nosotros no podemos esperar a Brian para fortalecer a la comunidad” (Institute for Justice and Reconciliation s. f.: 1). Nyoka le sugirió a Mitchell un proyecto de reconciliación al que el Instituto para la Justicia y la Reconciliación (IJR) prestó su apoyo. De hecho, la labor de Mitchell con Trust Feed se convirtió en un modelo para el programa de reconciliación del IJR. Mitchell invirtió su tiempo y dinero si él ha estado en una corte judicial, si ha sido enjuiciado y sentenciado, ya saben. Por lo tanto, estoy totalmente en contra de ofrecerle una amnistía a Dirk Coetzee”. Otro hermano, Fumbathe, afirmó: “Mi hermano fue asesinado como un bestia en un matadero, saben, por no haber hecho nada. Una víctima inocente. Así que simplemente imaginen, la palabra perdón para mí en cuanto a lo que concierne a Dirk Coetzee no existe en nuestro diccionario”. Coetzee respondió: “Hay una cosa con la que tendré que vivir hasta el día de la muerte: son los cuerpos de la gente que maté que tendré que arrastrar conmigo hasta la tumba. ¿Arrepentimiento? Le puedo asegurar que mucho, muchísimo”. Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 22 de marzo de 1998.
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limitados para viajar, trabajar y obtener fondos para el proyecto de desarrollo en Trust Feed66. Para algunos residentes de Trust Feed, la contribución de Mitchell fue sumamente significativa. Otros ven sus esfuerzos con más escepticismo67. Fostus Sibonge, a quien le incendiaron el almacén y la casa durante el asalto, representa las dudas de la comunidad: “Nunca le creí a Brian desde un principio, y por eso fue que le dije que nunca lo perdonaría hasta que no lo viera haciendo algo práctico referente al desarrollo […] Para mí, él no ha hecho lo suficiente. No me atravesaré en el camino de la comunidad si quiere escucharlo pidiendo perdón. Por esa razón es que tomo parte en organizar su visita […] Creo que los abogados de Brian le aconsejaron solicitar la amnistía porque vieron la oportunidad de convertirse en héroes en la historia de este país” (Institute for Justice and Reconciliation s. f.: 1). El escepticismo también sale a la superficie cuando los perpetradores comparecen demasiado tarde y sólo después de verse inducidos por los mecanismos institucionales, cuando revelan muy poco e ignoran cuánto tiempo su silencio e incertidumbre han torturado a los sobrevivientes. Nomonde Calata juzgó de esa forma la confesión de arrepentimiento hecha por el policía del apartheid involucrado en el asesinato de su esposo, asesinado en un incidente conocido como los Cuatro Asesinatos de Cradock. Los cuatro hombres habían salido de Cradock el 27 de junio de 1985 para asistir a la asamblea del Frente Unido Democrático en Port Elizabeth. Nunca regresaron con vida. Sus cuerpos mutilados y carbonizados fueron hallados fuera de la ciudad, pero sólo hasta febrero de 1998 alguien admitió haber cometido el asesinato. Un documento que se filtró implicaba a la Policía en el asesinato y en el encubrimiento. El policía Eric Taylor admitió haber estado involucrado en el asesinato, en la audiencia de febrero de 1998: “Yo… eh… también golpeé al señor Fort Calata por la espalda con un objeto de hierro, más o menos a la altura donde la nuca se una a la cabeza. Se desplomó y tuve la 66
El plan, aún en borrador, incluía un centro de recursos comunitarios donde habría un centro de arte y manualidades, un museo, una biblioteca y un centro de cómputo y un centro de educación para adultos.
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La confianza y los recursos fueron las principales barreras que enfrentó Mitchell para trabajar eficazmente con la comunidad. El IJR y sus vínculos con los donantes pudieron haber ayudado a Mitchell y al Trust Feed a sobrepasar la barrera de los fondos, pero la confianza seguía siendo un problema. En la entrevista que sostuve con él, Mitchell aseguró haber ayudado, protegido y alentado a la población negra dentro de la comunidad a ser útil, aunque al mismo tiempo hizo comentarios racistas, como “los zulúes son perezosos”, incluso aunque estuvo rodeado de meseros zulúes muy trabajadores. Aún ignora lo mucho que el racismo, el desempleo y el analfabetismo atormentaron a la comunidad. Entrevista de la autora, Zululand, Kwa Zulu-Natal, Sudáfrica, 16 de octubre de 1996.
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impresión de que estaba inconsciente. Los miembros negros [del aparato de seguridad] empezaron entonces a apuñalarlo con cuchillos [para que pareciera un atraco violento]”68. Poco antes de presentar el testimonio, Taylor se había encontrado con Nomonde Calata para ofrecerle una disculpa. Como él mismo afirmó: “La necesidad de encontrarme con la señora Calata en realidad provino de una perspectiva cristiana. No creo que la amnistía fuera más importante para mí que una reconciliación en ese momento. Estaba muy conmovido. Creo que es una experiencia que permanecerá conmigo durante mucho tiempo”69. Para Nomonde Calata, sin embargo, la expresión de arrepentimiento de Taylor no borraba su acto homicida y la prolongada tortura de haber buscado la verdad en vano: “Bueno, él estaba esperando que yo le dijera que lo perdonaba. Pero eso no fue lo que le dije. Me sentí muy herida cuando lo vi. ¡Estaba furiosa! Ah… Me sentía como alguien que escuchaba por primera vez noticias de mi marido. Y pensé que era una persona muy dura. Había esperado el momento apropiado para comparecer, para así poder recibir el perdón. ¿De parte mía? Aun así me había dejado sufrir durante tanto tiempo con mis hijos. No puedo perdonar al señor Taylor. No puedo perdonar a nadie. No los puedo perdonar a ellos”70. Las confesiones hechas en un momento calculado para recibir beneficios, por lo general, debilitan la credibilidad en el arrepentimiento de los perpetradores, como sucedió en el caso de Behr, quien reveló su pasado como espía del apartheid sólo después de amenazas de desenmascaramiento. Behr ofreció una excusa justificable: que de haberlo admitido antes habría perjudicado al movimiento estudiantil anti-apartheid, al que había infiltrado y había aprendido a respetar, al revelar que éste contenía espías como él sin saberlo71. Más adelante afirmó que su experiencia dentro del movimiento de liberación lo había transformado y convencido de que su infiltración era “moralmente insostenible”: “No era posible para mí ver todo esto, escuchar a toda esta gente hablar, experimentar su humanidad y permanecer política y personalmente inconmovible” (Behr 1997: 117). Pero también admitió otras razones menos admirables: “No contaba con la fuerza moral para enfrentar las consecuencias de mi traición” y “además aún quería el dinero” (Behr 1997: 119). También lo preocupaba su imagen pública: “No iba a hablar después de haber visto la manera en la que los informantes habían sido expuestos públicamente y después
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South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 3 (Worlds of License), disco 2, grabación 3 (“I Can’t Forgive Them”).
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Ibid.
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Ibid.
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Anthony Holiday, “Behr Adds to Fears of Informers”, Cape Times, 22 de julio de 1996.
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de haber alcanzado yo mismo un punto de comprensión de por qué el acto de espionaje era vergonzoso y estaba desprovisto de cualquier defensa, y por qué los informantes eran públicamente humillados, y los sospechosos de ser informantes, en ocasiones, incluso asesinados” (Behr 1997: 119). La fama internacional de Behr como un cruzado anti-apartheid le ha significado, después de todo, ganar concesiones y becas importantes para estudiar y trabajar fuera de Sudáfrica. Su novela El olor de las manzanas [The Smell of Apples] se convirtió en un himno a la batalla contra el apartheid, descrita en una reseña (anterior a la confesión) como “uno de los documentos que los comisionados [de la CVR] deben leer mientras luchan por comprender y resolver el alma del apartheid en Sudáfrica” 72 (Behr 1997: 115). La confesión de Behr desató un torrente de diatribas en su contra. Un periodista lo describió como “un personaje rimbombante interesado sólo en la autopromoción” y presumiblemente en la promoción de su nueva novela, Traición [Betrayal]73. Otros lo llamaron un “cazador glamoroso” que se presentaba con “sus credenciales como el perpetrador contrito, como el hijo pródigo”, para diferenciarse de todos los otros activistas por la liberación que escriben novelas y testimonios, para describirse a sí mismo como alguien más complejo e interesante, su vida y su trabajo más fascinantes, su perspectiva única. El público juzgó su confesión cínicamente, caracterizándola como una estratagema para controlar su imagen nacional e internacional y vender así más libros. El público, sin ninguna duda herido por su traición, exageró el beneficio personal que Behr obtendría de su confesión. La confesión de Behr fue un simple testimonio sin diálogo, impidiendo que aquellos a quienes hirió lo confrontaran de manera directa por sus actos. Los perpetradores que confiesan bajo un proceso deliberativo, a menudo lo encuentran transformador. El arrepentimiento de Scilingo, por ejemplo, emergió sólo a través de la confrontación entre Scilingo y Verbitsky, quien ofrecía una manera distinta de pensar el pasado y un correspondiente lenguaje de arrepentimiento. La interacción sacó a Scilingo del ámbito seguro de la negación y el heroísmo, forzándolo a enfrentar el daño que había causado. La CVR proporcionó un ambiente similar para algunos perpetradores. El arzobispo Desmond Tutu, al mando de la CVR, guió a los perpetradores en el 72
Behr cita un artículo sin especificar del City Press. El libro The Smell of Apples había recibido el Premio M-Net en 1996, el Premio Debut de CNN, el Premio Eugene Marais de 1994 y el Premio British Betty Trask en 1995.
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Justin Pearce, “How Author Was Forced to Confess”, Mail and Guardian, 12 de julio de 1996.
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arte del arrepentimiento. Demostró estar tan determinado a producir confesiones arrepentidas, que líderes de la CVR de la comunidad legal se sintieron obligados a clarificar el propósito de la Comisión. El juez Hassen E. Mall, quien formó parte del Comité de Amnistía de la CVR, declaró: “Nosotros no tenemos en cuenta, por ejemplo, si un hombre viene y dice: ‘Me arrepiento de lo que hice’ […] Usted sabe que un hombre podría venir y decir: ‘Me arrepiento de los que hice’, y quizás haya muy poco que pueda decir para justificar su delito”74. Tutu, sin embargo, buscó y encontró ocasiones para la reconciliación personal entre los perpetradores y las víctimas. Un encuentro ahora famoso con la líder del CNA, Winnie MadikizelaMandela, ilustra sus esfuerzos. Tutu: Hay gente allá afuera que quiere abrazarte. Yo… yo aún te doy mi abrazo porque te quiero y te quiero profundamente. Hay muchos allá afuera que desearían hacerlo también si tú fueras capaz de decirte a ti misma: “Algo salió mal”. Y decir: “Lo siento. Lo siento por mi participación en lo que salió mal”. ¡Te lo suplico! ¡Te lo suplico! ¡Te lo suplico! ¡Por favor! Eres una gran persona y no sabes cuánto aumentará esta grandeza tuya si dijeras: “Lo siento. Las cosas salieron mal. Perdón”. ¡Te lo suplico! Madikizela-Mandela: Digo que es verdad. Las cosas salieron terriblemente mal. Por eso, me siento profundamente arrepentida75.
Madikizela-Mandela se resistió a los ruegos de Tutu; su disculpa se produjo después de un prolongado período de negación, defensa y evasivas. Al final, ella no asumió ninguna responsabilidad personal por sus actos. Pero expresó lo que deseaba Tutu: lo humano del arrepentimiento. ¿Qué consiguió Madikizela-Mandela al expresar su arrepentimiento ante Tutu o la CVR? Las víctimas y los sobrevivientes a menudo exageran el beneficio instrumental que los perpetradores consiguen al mostrar arrepentimiento. E ignoran los riesgos que suponen las confesiones de arrepentimiento. Como reconocidos activistas anti-apartheid, Madikizela-Mandela y Behr enfrentaron perjuicios severos a sus reputaciones por haber admitido que dentro del movimiento de liberación hubo actos criminales. Los perpetradores dentro de las estructuras militares incluso corren el riesgo de morir, como quedó demostrado con el asesinato del colaborador chileno René Muñoz Alarcón, quien había expresado su arrepentimiento por colaborar con las fuerzas de inteligencia chilenas en la muerte de sus anteriores compañeros socialistas. La advertencia dejada por los asesinos fue muy clara: otros perpetradores que revelaran sus
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Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 14 de julio de 1997.
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South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 4 (Portraits of Truth), grabación 10 (“I Beg You!”).
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historias correrían la misma suerte. Casi todo perpetrador cuenta con un ejemplo de represalias que guía su decisión de guardar silencio. Los perpetradores confiesan su arrepentimiento sólo después de haber sobrepasado el temor a las represalias. Por lo tanto, las confesiones de arrepentimiento a menudo se dan tarde, no sólo como respuesta a los incentivos institucionales sino también por autoprotección76. Ni el momento indicado ni los convenios institucionales predicen, ni explican, las confesiones de arrepentimiento. Generan, sin embargo, un debate sobre cómo interpretar las representaciones confesionales. Y algunas veces estos debates conducen hacia ese tipo de sucesos transgresores que construyen la democracia. “El arrepentimiento es irrelevante”. Los hechos por sí solos rara vez curan a los individuos o a las sociedades. Para que exista curación, los individuos exigen arrepentimiento. Dawie Ackerman, por ejemplo, confrontó a los asesinos de su esposa en las audiencias de amnistía de la CVR. No sólo exigió información sobre su asesina incursión en St. Andrews Church, sino también una disculpa. Dawie Ackerman: ¿Puedo pedirles a los solicitantes que se den la vuelta y me miren de frente? Ésta es la primera oportunidad que hemos tenido para mirarnos directamente a los ojos. Quisiera preguntarle al señor [Khaya] Makoma, quién efectivamente entró a la iglesia. Mi esposa se encontraba sentada justo al lado de la puerta por donde usted entró. Llevaba puesto un abrigo azul. ¿Recuerda si le disparó? Khaya Makoma: Recuerdo que hice algunos disparos. Pero no pude identificar [a nadie]. No sé a quién le disparé o no, pero mi arma apuntaba a la gente… Dawie Ackerman: Es importante para mí saber si esto puede ser posible. Tan importante como es para su gente que ha sufrido saber quién mató. No sé por qué es tan importante para mí, es… sólo… […] Desearía escuchar de cada uno de ustedes, mientras me miran directamente a la cara, que están arrepentidos de lo que han hecho. Que lo lamentan y que desean reconciliarse personalmente. Solicitante de amnistía: Estamos arrepentidos de lo que hicimos. Aunque mucha gente murió durante la lucha, no lo hicimos por nuestra propia voluntad. Era la situación en la que estábamos viviendo, por favor perdónenos. Dawie Ackerman: Quiero que ustedes sepan que los perdono incondicionalmente77.
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El general francés Jacques Massu, a la edad de 52 años, confesó las atrocidades que había cometido en la Batalla de Argelia casi medio siglo antes. El tiempo y la edad convencieron a Massu de que “la tortura no es indispensable durante el tiempo de la guerra. Lo habríamos hecho sin ésta. Cuando pienso en Argelia, me entristezco. Habríamos podido hacer las cosas de manera diferente”. Florence Beaugé, “Torture en Algérie: Le remords du général Jacques Massu”, Le Monde, 22 de junio de 2002, reimpreso en Gaspari (2002: 44).
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Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, Vol. 3 (Worlds of License), disco 1, grabación 7 (“In the Eye”).
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Ackerman, al igual que Tutu, pareció estar preocupado por la verdadera naturaleza de la disculpa: le dio mayor importancia al acto del perdón que a la sinceridad del arrepentimiento. Necesitaba de esa excusa, así fuera una fórmula, para su propia sanación. Como afirmó el viudo de un asesinato en la era del apartheid: “Parte de la terapia es verse expuesto, saber y escuchar a la gente decir ‘Lo siento’”78. La CVR de Sudáfrica exigía que la gente se curara, por medio de expresiones de arrepentimiento y perdón, incluso si eran fingidas. La madre de una de las víctimas de Thapelo Mbelo sintetizó su comprensión de lo que significaba reconciliarse con el pasado: “Esta cosa llamada reconciliación… si la entiendo correctamente… si significa que este torturador, este hombre que asesinó a Christopher Piet [su hijo], si significa que vuelve a ser humano de nuevo, este hombre, y que yo, y todos nosotros, recuperamos nuestra humanidad… entonces estoy de acuerdo, lo apoyo en su totalidad” (Cynthia Ngewu, citada en Krog 2000: 142). Pero muchas víctimas y sobrevivientes no aceptaron un arrepentimiento superficial y en su lugar buscaron arrepentimientos y remordimientos verdaderos o expresiones significativas de expiación que reconocieran el impacto económico de las muertes de miembros productivos de la familia. Muchos sudafricanos se resintieron por la superficialidad del proceso de la CVR: “Bien, si demuestran arrepentimiento de verdad, estoy seguro de que la familia aceptará sus excusas. Pero ahora dicen mentiras. Nos hacen poner más furiosos”, comentó un sudafricano79. Otro más declaró: “Mi primera impresión fue: ‘Este tipo parece realmente arrepentido’. Pero con el tiempo, fue: ‘No, no, no. No está ni siquiera cerca de la verdad’. Y eso destruyó toda la simpatía que sentía por él”80. “El arrepentimiento es irrelevante”, declaró Ana María Careaga, sobreviviente de tortura e hija de uno de los desaparecidos en Argentina81. Sus breves palabras hablan también por aquellos que interpretan de manera cínica el arrepentimiento de los perpetradores. Juzgan estas confesiones como oportunidades que aprovechan los perpetradores para sacar beneficios legales (por medio de la amnistía, el perdón o una reducción de sentencia), económicos (por medio de
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Entrevista con Joe Solvo en Need to Know, dirigido por Jann Turner, Channel 4, UK Television, 1993, retransmitido en Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 7 de julio de 1996.
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Velile Goniwe, Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 22 de marzo de 1998.
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Mbuyi Mhlawuli, Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 22 de marzo de 1998.
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Ana María Careaga, entrevistada por la autora, Buenos Aires, Argentina, 2 de agosto de 2002.
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las apariciones en los medios y las ventas de libros) y morales (restaurando la humanidad del perpetrador) de sus pasados actos violentos. Estas confesiones, alegan Careaga y otros, les dan a los perpetradores el control sobre el proceso transicional y dentro de él. El activista de Derechos Humanos Martín Abregú, refiriéndose a la confesión de Scilingo, dijo: “Una vez más, se están planteando preguntas esenciales sobre la vida pública de un jefe del Ejército, y eso, en un país como Argentina, es cosa seria”82. Las víctimas y los sobrevivientes arrastran la carga de ofrecer una respuesta apropiada a las confesiones de arrepentimiento de los perpetradores. Se espera que se muestren agradecidos. Se espera que consideren las confesiones como regalos inesperados y generosos. Pero para aceptarlas, las víctimas y los sobrevivientes deben sobreponerse al trauma, el miedo y la rabia. Deben perdonar lo imperdonable. A las víctimas y los sobrevivientes, en otras palabras, se les exige un estándar de salud mental y espíritu magnánimo que no se espera de los perpetradores. Simplemente con admitir la violencia que ejercieron, por otro lado, los perpetradores cumplen, y a veces sobrepasan, las expectativas sociales de su papel en el proceso de reconciliación. Reaccionando contra este doble estándar para las víctimas y los perpetradores en el proceso de reconciliación, el poeta, escritor y comentarista de radio sudafricano Sandile Dikeni escribió: “Los europeos la adoran [la literatura confesional blanca]. Eleva de nuevo muy alto la moral de la gente blanca, me fuerza a admitir que no son completamente malos. ¡Se sienten arrepentidos, hombre! Te asesinaremos si no perdonas. Te abrazarán hasta matarte y no tienes otra opción. ¡Y la detesto!”83. Los comentarios de Dikeni son una ilustración de la reticencia con la que el público se enfrenta a las confesiones de arrepentimiento. Donde el poder dictatorial aún mantiene el poder, el público en la sociedad y en el Gobierno censura estas confesiones para proteger la imagen de las fuerzas de seguridad. En el caso de Scilingo, los testigos denigraron públicamente su versión de la historia, lo atacaron físicamente, lo intimidaron y le enviaron un mensaje claro de intolerancia para los “llorones” desleales. Donde las confesiones de arrepentimiento amenazan con romper la paz y reabrir viejas heridas políticas, los gobiernos democráticos las censurarán, algunas veces, como en el caso de Scilingo, con multas y encarcelamiento. 82
Martín Abregú, citado en Página/12, 18 de marzo de 1995, y reimpreso en Feitlowitz (1998: 224).
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Mark Gevisser, “Sandile Dikeni, Poet and Radio Broadcaster: A Voice of Truth and Dissent”, Mail and Guardian, 26 de julio de 1996.
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Lo que este público intenta censurar –la verdad– es lo que muchos otros desean. El arrepentimiento es irrelevante, en palabras de Careaga, no porque no cause un profundo impacto en las respuestas del público, sino porque su intención en dar fin, no inicio, al diálogo.
Conclusión El arrepentimiento ofrece la posibilidad de un cierre, de ajustar cuentas con el pasado. Si los perpetradores admitieran solamente sus crímenes, sostiene la teoría, la sociedad podría seguir avanzando. Las confesiones de arrepentimiento tienen, por lo tanto, un alto crédito político. Estas ideas existen sólo en abstracto. En la realidad, muy pocos públicos creen en las confesiones de arrepentimiento, y en su lugar las consideran instrumentales e insinceras, manipuladoras, una forma de eludir dolorosas discusiones políticas y personales. Existe la sensación de que las confesiones de arrepentimiento ponen un excesivo peso sobre aquellos que ya han sufrido –víctimas y sobrevivientes–, en nombre de una curación individual y nacional. La coexistencia contenciosa reconoce que pocas sociedades aceptan el cebo del arrepentimiento. No permiten que estas confesiones ajusten cuentas con el pasado. Por el contrario, las interpelan, excavando para encontrar sinceridad, un significado más profundo o formas concretas de expiación. La mayoría de las sociedades, en otras palabras, no permite que los perpetradores arrepentidos se suelten del anzuelo tan fácilmente. Las confesiones de arrepentimiento generan conflicto. Sin embargo, es por medio de este conflicto que los perpetradores empiezan a comprender una perspectiva diferente. Escuchan y empiezan a comprender el mal que han cometido, las pérdidas personales, económicas y emocionales que infligieron a los individuos y a las comunidades. Se dan cuenta de que esto no se logra por medio de disculpas fingidas, sino del aprendizaje de un nuevo lenguaje y una nueva forma de interactuar en las comunidades. Por otra parte, debido a que no todas las víctimas ni todos los sobrevivientes ni los seguidores del régimen comparten la misma reacción ante las confesiones de arrepentimiento, la polarización política no consigue salir a la superficie. En su lugar emerge una diversidad de puntos de vista, que genera debate y fuerza a los perpetradores y sus públicos a afinar sus habilidades expresivas e interpretativas. El proceso de fragmentar la memoria, evitando los polos, y de generar el debate sobre el pasado no es un subproducto derivado exclusivamente de las con-
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fesiones arrepentidas de los perpetradores. De hecho, en su mayoría, las confesiones, si se usan de forma efectiva por parte de quienes las administran, pueden tener el mismo efecto. Las confesiones de arrepentimiento pueden ser “irrelevantes” para la memoria política, pero sólo porque otras formas de confesión pueden resultar igualmente efectivas para generar versiones conflictivas y un debate público sobre el pasado y su relevancia para el presente.
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Capítulo 3
Confesiones heroicas Yo nunca torturé. No me correspondía. ¿Si hubiera torturado si me hubieran mandado? Sí, claro que sí. Yo digo que a mí la Armada me enseñó a destruir. No me enseñaron a construir, me enseñaron a destruir. Sé poner minas y bombas, sé infiltrarme, sé desarmar una organización, sé matar. Todo eso lo sé hacer bien. Yo digo siempre: soy bruto, pero tuve un solo acto de lucidez en mi vida, que fue meterme en la Armada […] Yo no discutía, primero, porque soy milico de alma, y lo primero que me enseñaron es que hay que obedecer a los superiores. Pero, además, porque estaba de acuerdo. Eran el enemigo. Tenía mucho odio adentro. Habían matado a dos mil de los nuestros. ¿Sabés por qué mata un milico? Por un montón de cosas: por amor a la patria, por machismo, por orgullo, por obediencia […] Yo soy el hombre mejor preparado técnicamente en este país para matar a un político o a un periodista. Alfredo Astiz, entrevistado por Gabriela Cerruti1
El antiguo capitán de la Armada Alfredo Astiz estremeció a la nación argentina con su confesión hecha a la periodista Gabriela Cerruti, quien la publicó en la revista de noticias Trespuntos. Astiz ya era conocido en varios círculos como el hombre que había infiltrado a las Madres de la Plaza de Mayo. En 1997, haciéndose pasar por un joven que buscaba a su “hermano desaparecido”, Astiz pronto se ganó el afecto de las Madres de la Plaza de Mayo. Lo llamaban el Ángel Rubio, debido a su atractiva apariencia y dulzura. Después de descubrir que había organizado la toma de la iglesia de Santa Cruz y la de varias casas, que llevaron al secuestro y desaparición de doce personas (incluidas dos monjas francesas) asociadas con las Madres de la Plaza de Mayo y otros grupos de oposición, lo empezaron a llamara el Ángel de la Muerte2. Su identidad como oficial de la Armada fue revelada sólo después de haber abandonado Argentina e intentado infiltrar el movimiento de solidaridad argentino en París. Un antiguo prisionero de uno de los más notorios centros de tortura de Argentina lo reconoció y alertó al movimiento. Advertido por otro compañero infiltrado, Astiz escapó a Espa-
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Gabriela Cerruti, “El asesino está entre nosotros”, Trespuntos, 14 de enero de 1998, pp. 6-9.
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Entre estos desparecidos estaban una de las fundadoras de Madres de la Plaza de Mayo, dos monjas francesas, jóvenes militantes de la Vanguardia Comunista, activistas de los Derechos Humanos y “espectadores inocentes”.
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ña. Pero la noticia de que el capitán de la Armada Alfredo Astiz se había hecho pasar por Gustavo Niño, un hombre joven en busca de su hermano desaparecido, y por Alberto Escudero, el joven exilado en París, se filtró en la comunidad de Derechos Humanos de Argentina. Cuando su rostro apareció en las páginas centrales de los periódicos argentinos en 1982, rindiéndose ante los británicos durante la guerra de las Malvinas, la comunidad de la oposición tuvo pruebas de las conexiones. Después de la dictadura, los sobrevivientes de los centros de tortura aportaron nuevos detalles sobre el involucramiento de Astiz en asesinatos políticos, principalmente el de Dagmar Hagelin, una adolescente sueca-argentina a quien asesinó después de confundirla con una líder del movimiento guerrillero de los Montoneros. La comunidad de Derechos Humanos empezó a levantar cargos legales contra Astiz. A pesar de que la Corte Suprema de la Fuerzas Armadas lo halló inocente de asesinato en 1987, más tarde las cortes civiles lo sentenciaron. Astiz afirma que pasó nueve meses durante la presidencia de Raúl Alfonsín esperando un juicio y sirviendo parte de la condena antes de que la Ley de Obediencia Debida lo dejara libre. Las cortes francesas lo encontraron culpable como reo ausente por el asesinato de las dos monjas, y otros países exigieron su extradición para que enfrentara cargos de asesinato de varios civiles3. Los militares parecieron sancionar a Astiz con el retiro obligado, pero después lo contrataron en secreto para el Servicio Nacional de Inteligencia (SNI). Astiz enfrentó de nuevo las cortes como resultado de su confesión para Trespuntos4. Acusado y sentenciado por una serie de crímenes, incluidos la apología del delito y amenazas a la democracia, Astiz recibió una sentencia de arresto carcelario de tres meses y una multa. Las Fuerzas Armadas también lo sancionaron por haber llevado a cabo una entrevista no autorizada y por mostrar irrespeto a la jerarquía militar. Fue licenciado y se le retiraron todos los beneficios de su rango, incluidas la pensión y las prestaciones de seguridad. Las cortes internacionales siguieron presionando la extradición. El juez Baltasar Garzón usó las afirmaciones de Astiz en Trespuntos para adelantar casos en su contra 3
En una visita a Argentina, Jacques Chirac se refirió a Astiz como un “asesino”. Eduardo Febbro, “Francia sigue sin olvidar”, Página/12, 16 de enero de 1998. Italia pidió la extradición de Astiz por el asesinato de tres ciudadanos italianos: Angela Maria Aietta, nacida en Italia, y la madre de Dante Gullo, líder peronista; Susana Pegoraro, descendiente italiana, cuya hija nació en cautiverio y fue adoptada ilegalmente, y el padre de Susana, Juan Pegoraro.
4
Hebe de Bonafini, de la Asociación de las Madres de la Plaza de Mayo, consideró la reacción del presidente Carlos Menem ante Astiz como una estrategia para distraer a los ciudadanos de otros temas políticos polémicos y la autojustificación del “autogolpe”. “Reclamos y denuncias judiciales”, Clarín, 16 de enero de 1998.
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en las cortes españolas y exigió el arresto inmediato por parte de la Interpol, en caso de abandonar Argentina5. Los cargos contra Astiz resurgieron de nuevo con la revocación de las leyes de inmunidad bajo la presidencia de Néstor Kirchner (de 2003 a 2007)6. El historial y el aspecto físico de Astiz atrajeron la atención pública. Como hijo de un reconocido vicealmirante de la Armada, Astiz parecía estar bien posicionado para ascender a las alturas de mando de la rama más respetada entre las Fuerzas Armadas de Argentina; y tenía el aspecto y el atuendo correspondientes. Un periodista norteamericano lo describió como un “joven rubio con el rostro angelical de un niño de cinco años y la sonrisa de Kennedy” (Rosenberg 1991: 79). Su cabello rubio y sus ojos azules, raros en ese país, para muchos significaban belleza, fortuna y poder. Su elegante estilo reflejaba buena crianza, buenos modales, educación y buen gusto. Semejante a un muñeco Ken, Astiz contaba con un traje para cada ocasión y para cada oportunidad fotográfica: chaquetas blancas, azules, jeans y suéteres informales pero elegantes, camisetas polo y vestidos de baño. Se “complementaba” con hermosas mujeres argentinas. Las cámaras de los noticieros captaban a la pareja, bronceada y en forma, al lado de la élite nacional en exclusivos resorts, clubes de yates y discotecas. Su pasión por Calder y Van Gogh completaba la imagen de hombre culto. Pero estas imágenes de belleza, educación y refinamiento chocaron contra la imagen que surgió dentro de la comunidad de Derechos Humanos durante la dictadura y que pasó a ser pública con las confesiones en Trespuntos, y sus posteriores efectos. El deterioro físico de Astiz coincidió con su muerte social. Aunque aún seguía en la compañía de bellezas argentinas y siendo visto en clubes exclusivos, Astiz ya no poseía el físico de su juventud. Parecía ahora un hombre promedio de edad madura que tal vez pasaba los días y las noches de fin de semana echado en un sofá, viendo partidos de fútbol en la televisión y bebiendo cerveza, y ya no
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Uno de los casos de las cortes españolas fue presentado por Federico Gómez por la desaparición de su padre, Conrado Higinio Gómez, y por el robo de sus pertenencias por parte del personal de la ESMA. Un panel de jueces determinó que las cortes civiles necesitaban investigar si el robo de las propiedades de Gómez formaba “parte de la estrategia de represión terrorista” o si constituía desobediencia por parte de los implicados. Los jueces determinaron que Gómez padre fue detenido el 10 de enero de 1997, visto en la ESMA y más tarde desaparecido. Su desaparición constituía un crimen contra la humanidad. Argentina, por lo tanto, fue obligada por la ley internacional a juzgar o extraditar al perpetrador para su juicio.
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Uno de los presidentes en el ínterin, Adolfo Rodríguez Saá, se mostró de acuerdo con la revisión de la política de extradición del presidente Fernando de la Rúa. Desafortunadamente, para las cortes internacionales y para los activistas locales por los derechos humanos, Rodríguez Saá abandonó la oficina muy pronto y su sucesor, el presidente Eduardo Duhalde, evitó una vez más llevar a Astiz a la justicia por medio de las cortes internacionales.
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el entusiasta oficial de la Armada de antaño. Cerruti describió los botones de la camisa perfectamente planchada de Astiz que parecían a punto de reventar por su gordura extra. Descubrió que sus ojos, ya no del mismo azul brillante de antes, estaban enrojecidos alrededor, como si luchara por contener las lágrimas o una furia sicótica7. El nerviosismo había reemplazado el brío y la jactancia. Los periodistas describían a Astiz como una forma congelada en la sala de la Corte que ocasionalmente parpadeaba o que se retorcía constante e involuntariamente a lo largo de toda la audiencia. Su postura decaída ocultaba a la vista ese rostro y esa expresión alguna vez adorados. Hablaba casi de manera inaudible, obligando a los jueces y a los asistentes a esforzarse para escucharlo. Su “sonrisa Kennedy” perdió su encantó y se volvió siniestra. Cerruti menciona que esa sonrisa fue constante a todo lo largo de su entrevista de dos horas, “[…] da lo mismo si está relatando un asesinato o contando lo que él considera un chiste. Como si quisiera seducir, y es patético. Como si quisiera dar miedo, y es patético”8. Cuando volvieron a encontrarse, la sonrisa había desaparecido. Quizás Astiz había perdido su capacidad o su deseo de seducir, impresionar o asustar. Cerruti describió su rostro enrojecido e hinchado mientras batía las manos y le gritaba para contradecir su artículo de periódico. Cerruti escribió que no supo si Astiz quería matarla, o salir corriendo y ponerse a llorar9. Los periodistas usaban alternativamente los términos “frío” y “hostil” para describir su aspecto en la Corte, sin mencionar nunca su sonrisa. Astiz perdió también la confianza en sí mismo y el humor. En Children of Cain (Hijos de Caín) la periodista Tina Rosenberg describió al joven Astiz por su sonrisa: “Astiz se rio, con la cabeza echada hacia atrás y los dientes resplandecientes mientras se alejaba, así como en las fotos de los periódicos. Su risa era burlona, victoriosa, la risa de un hombre que sabe que quedará libre por el resto de sus días” (1991: 141). Astiz mismo recuerda su humor burlón; refiriéndose a la infiltración de las Madres de la Plaza de Mayo, afirmó: “Yo lo que hice fue infiltrarme, y eso es lo que no me perdonan. Porque me infiltré dos veces. Cuando me acusan de otras cosas me enojo, pero de eso me río”10. Pero ahora, apuntó Cerruti, cuando reía, uno podía ver que Astiz había perdido algunos de aquellos impecables dientes. Una metáfora, quizás, de los agujeros que el tiempo y la verdad habían hecho en su perfecta fachada. 7
Gabriela Cerruti, “La conversación”, Trespuntos, 21 de enero de 1998, p. 9.
8
Gabriela Cerruti, “El asesino está entre nosotros”, Trespuntos, 14 de enero de 1998, p. 6
9
Gabriela Cerruti, “Astiz en el banquillo”, Trespuntos, 8 de abril 1998, p. 20.
10
Gabriela Cerruti, “El asesino está entre nosotros”, Trespuntos, 14 de enero de 1998, p. 11.
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Astiz compensaba su pérdida de estatus y de buena apariencia con historias. En la entrevista con Trespuntos glorificó su papel en el régimen militar: “Hicimos de todo”, sostuvo. “A mí me decían: andá a buscar a tal, yo iba y lo traía. Vivo o muerto, lo dejaba en la ESMA, y me iba al siguiente operativo”11. Cuando le preguntaron cuántas personas había asesinado específicamente, Astiz advirtió intrigante: “Nunca le hagas esa pregunta a un militar”. “¿Por qué?”, insistió Cerruti. “Porque preferimos no saberlo”. Aun así, Astiz ofreció información sobre actos específicos, tales como su implicación en el asesinato de Juan Roqué, el tercero en la comandancia de los Montoneros. En un tiroteo, en el que Astiz aseguraba que casi lo matan y lo dejó temblando por días, la Armada finalmente mató a Roqué haciendo estallar su casa12. Astiz también reclamaba créditos por su heroica labor en el centro de detención de la ESMA. “¿Qué querés que te diga [sobre la ESMA]? ¿Que era lo de las Carmelitas Descalzas, precedido por la Madre Teresa? No, no era. Era el lugar para encarcelar al enemigo”. Continuó hablando sobre el peligro al que se enfrentó en su trabajo: Si todo eso no está muy alto [los valores de amor a la patria, obediencia, orgullo], uno no sale todos los días a hacer su trabajo. No es hacer un balance en una empresa. Es arriesgar lo único que uno tiene, que es el cuerpo. Es el lugar donde se guarda la mente. ¿Sabés el cagazo que pasás? Todos los días, a cada rato. Yo sé que alguien me puede matar. Me temblaban las patas en cada tiroteo, te duele todo el cuerpo, yo paso mucho miedo, pasé mucho miedo. Yo me moría del cagazo. Y al día siguiente tenés que salir de nuevo. ¿Vos te creés que se puede hacer todo eso si uno discute las órdenes todos los días? Y así como uno aprende a no discutir órdenes cuando está abajo, aprende a cuidar a su gente cuando está arriba. Es lo primero que te enseñan. Sos responsable de tu gente. Lo peor que te puede pasar en la vida es que se mate alguien de los tuyos. Y ni te digo si es cumpliendo una orden tuya. Por eso todo esto que me pasa a mí ahora no es nada comparado con lo que pasé13.
La confesión de Astiz reveló los secretos detrás del silencio y la negación militar. No atribuía la violencia a la “propaganda izquierdista” ni a los “errores” ni “excesos de oficiales delincuentes”, sino a sus propias acciones y órdenes. Esto llevó a un periodista a preguntarse si Astiz hablaba “quizás sin darse cuenta [de
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11
Ibid., p. 8.
12
El periodista Miguel Bonasso, sin embargo, suscitó dudas sobre la versión de Astiz, alegando, por el contrario, que Roqué se encontraba solo en la casa y que había empezado a disparar contra Astiz y sus compañeros para defender su vida. Al darse cuenta de que no saldría de ahí con vida, Roqué se pegó un tiro. La implicación de Bonasso, por lo tanto, era que Astiz se daba el crédito por asesinatos que no había cometido y por sobrevivir a atentados contra su vida que no existieron. Miguel Bonasso, “Las mentiras de Astiz”, Página/12, 20 de enero de 1998.
13
Gabriela Cerruti, “El asesino está entre nosotros”, Trespuntos, 14 de enero de 1998, p. 18.
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que estaba revelando] lo que la Armada siempre quiso ocultar”14. Astiz confirmó, por ejemplo, el proceso sistemático de acorralar y exterminar a la oposición: En el 82 le dije a un amigo que me preguntó si había desaparecidos: seguro hay seis mil quinientos. No más de diez mil, seguro. Así como digo que están locos los que dicen que eran treinta mil, también deliran los que dicen que están viviendo en México. Los limpiaron a todos, no había otro remedio […] Los mataron. ¿Qué iban a hacer? Ya estaba la experiencia del 73, que los habían metido presos. Y después los amnistiaron, y salieron. No se podía correr el mismo riesgo. No había otro camino15.
También implicó a la Armada en la desaparición de individuos que sólo significaban una ligera amenaza para el régimen, entre quienes estaban los periodistas Mario Bonino, Rodolfo Walsh y Edgardo Sajón, quienes nunca tomaron las armas y que sólo hicieron uso del arma de la opinión16. Astiz transformó su infiltración y la desaparición de algunos miembros de las Madres de la Plaza de Mayo en el acto heroico de un soldado, al calificarlas de subversivas. “Cumplí con mi trabajo”, explicó. “Eran montoneras. Recibían órdenes de los Montoneros. Yo respeto a los que piden por sus hijos desaparecidos, pero las madres los usan para comerciar, por dinero o por política”17. En el mundo de Astiz, cualquier oposición al régimen, por más leve que fuera, constituía una subversión18. Astiz consideró que su confesión era un acto de heroísmo que sus comandantes no tenían el coraje de llevar a cabo. “Las Juntas fueron cobardes”, aseguró. “La verdad es que fueron cobardes, no se bancaron salir a decir que había que fusilarlos a todos”19. También consideraba al general del Ejército Martín Balza un “cretino” por sugerir que los soldados debían desobedecer órdenes antiéticas o ilegales: “¿Cómo va a decir que hay órdenes que no hay que obedecer? No existirían las Fuerzas Armadas si eso fuera cierto”20. Y Astiz criticó al comandante en jefe, el presidente Calor Menem, como “el peor [presidente] de todos. Mucho 14
Luis Bruschtein, “La Marina me enseñó a matar”, Página/12, 15 de enero de 1998.
15
Gabriela Cerruti, “El asesino está entre nosotros”, Trespuntos, 14 de enero de 1998, p. 7.
16
Sajón, por ejemplo, que se había desempeñado como secretario de Prensa durante la dictadura del general Alejandro A. Lanusse, nunca tomó las armas contra el régimen ni se unió a ningún movimiento de izquierda. Mientras que el asesinato de Sajón se le había atribuido previamente a la Policía, las revelaciones de Astiz abrieron otra ruta de investigación y acusación para los sobrevivientes.
17
Gabriela Cerruti, “El asesino está entre nosotros”, Trespuntos, 14 de enero de 1998, p. 11.
18
Astiz también consideraba peligrosa a la Vanguardia Comunista, un idealista grupo maoísta que creía en la resistencia pasiva y la lucha prolongada, y Astiz preparó ataques que hicieron desaparecer a la mayoría del grupo.
19
Gabriela Cerruti, “El asesino está entre nosotros”, Trespuntos, 14 de enero de 1998, p. 7.
20
Ibid., p. 9.
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‘hermanito, hermanito’ y después te mata. ‘Hermanito, hermanito’, y me pasó a retiro; que Alfonsín no había podido hacerlo”21. Aunque Scilingo y Astiz compartían la opinión de que sus comandantes eran cobardes, adoptaron distintos puntos de vista con respecto a su propia violencia. Astiz consideraba sus actos como nobles: “No, yo no me arrepiento de nada. No soy prefecto, puedo haberme equivocado en algo menor, pero en lo grande no me arrepiento de nada. Scilingo es un traidor. Y hay una cosa que aprendí de mi madre y que es el único consejo que te puedo dar: cuidate de los traidores. El que traicionó una vez traiciona siempre”22. Astiz no había esperado la notoriedad que recibió por su heroica confesión a Trespuntos. Respondió retirándose en el silencio y rehuyendo a la prensa, que lo acechaba sin descanso. Rechazó incluso las más prestigiosas oportunidades mediáticas, incluida la posibilidad de ser entrevistado por el popular y sensacionalista periodista de televisión Mauro Viale23. Astiz limitó sus apariciones públicas a los juicios y las audiencias, y en éstos habló lo menos posible. Pero periodistas de todos los medios periodísticos del país cubrieron cada juicio y audiencia, reportando cada palabra que pronunciaba, independientemente de su trivialidad, e improvisaban historias sobre cada tic y contracción que hacía, sobre cada prenda de ropa que vestía y cada respuesta pública que recibía. La confesión y las representaciones posconfesionales hechas por Astiz dominaban los medios de noticias24. A raíz de este cubrimiento surgieron múltiples imágenes de Astiz. Lo más obvio era que apareciera como un asesino despiadado y un símbolo del peligro de conceder inmunidad a los perpetradores ante procesos judiciales. La confesión y las confrontaciones posconfesionales de Astiz contribuyeron a crear esta imagen. Para Cerruti, Astiz hablaba de sí mismo como el asesino mejor entrenado, que podía ser convencido de actuar contra periodistas, políticos, y otros que amenazaran la nación. Para los periodistas ahora resulta que no existió la subversión. Tienen que cuidarse, van a terminar mal […] Igual, te digo, que no nos sigan acorralando, porque no sé cómo vamos a responder. Están jugando con fuego. Es como si Cassius Clay entra a tu casa
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21
Ibid., p. 11.
22
Ibid.
23
Según Cerruti, sin embargo, Astiz no se negó a ser entrevistado por Mauro Viale, sino que sólo negoció un pago. Gabriela Cerruti, “Astiz del dicho al hecho”, Trespuntos, 28 de enero de 1998.
24
Como indicador relativo de la obsesión de los medios con Astiz, puedo mencionar que los artículos de prensa de una gran variedad de periódicos de Argentina ocuparon veintidós disquetes completos, mientras que las historias referentes a Scilingo sólo completaron tres. Ningún otro perpetrador argentino consiguió siquiera acercarse a la notoriedad de Astiz.
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y te pega un día, dos, tres, al final te cansás y aunque seas más chico le partís una silla en la cabeza. Igual, no somos más chicos. Las Fuerzas Armadas tienen quinientos mil hombres técnicamente preparados para matar. Yo soy el mejor de todos. Siempre me vienen a ver. Yo les doy siempre el mismo mensaje: tranquilícense, hay que esperar, pasó en todos los países. Pero no sé hasta cuándo [los puedo contener]25.
Algunos actos y afirmaciones posteriores reforzaron las amenazas de Astiz. Trespuntos, por ejemplo, recibió una llamada de alguien preguntando por Cerruti. Evocando el lenguaje de la dictadura, la voz lanzó una advertencia: “Decile que somos el Comando Cueva. Que se cuide porque es boleta”26. Y resulta difícil no identificar la amenaza implícita en la respuesta de Astiz al abogado acusador: “Si se mata una hormiga o un elefante es lo mismo, se le mata de diferente manera, pero mueren igual. Una persona que se muere de un disparo en la cabeza muere igual siendo abogado o médico o lo que sea”27. La imagen de Astiz pasó así a representar no sólo sus actos pasados sino también lo que estos actos auguraban a la democracia argentina contemporánea. Al identificar el peligro que la inmunidad de Astiz significaba para la democracia, Nora Cortinas, de la Línea Fundadora de las Madres de la Plaza de Mayo, declaró que Astiz “exalta[ba] los crímenes que él y su banda habían cometido, pero amenaza[ba] con cometerlos de nuevo”. El sindicato de periodistas en Buenos Aires exigió que Astiz enfrentara un juicio y revelara la información que alegaba poseer respecto a la responsabilidad de la Armada en la muerte de periodistas. El sindicato quería justicia no sólo por los asesinatos pasados, sino por la continuada violencia contra los periodistas después del final de la dictadura. El gobierno democrático se concentró en las amenazas actuales de Astiz, no en su pasado28. Censuró y condenó las afirmaciones de Astiz sobre la violencia, 25
Gabriela Cerruti, “El asesino está entre nosotros”, Trespuntos, 14 de enero de 1998, p. 11.
26
Cerruti conectó el Comando Cueva con Massera, ya que él había creado una sociedad secreta en un salón del Círculo Naval que llamaban la Cueva. Cerruti, “Astiz del dicho al hecho”.
27
“Astiz reiteró veladas amenazas a la prensa”, Clarín, 21 de enero de 1998. La aparición de una esvástica con el nombre de Astiz en una conmemoración por los desaparecidos en San Justo, Matanza, fue ampliamente interpretada como una amenaza igual a los activistas de los Derechos Humanos.
28
En contraste con el gobierno de Menem, el ministro de Justicia Raúl Granillo Ocampo creía que Astiz finalmente apoyaba la democracia, como lo evidenciaban otras frases en la entrevista a Astiz: “Apuesto a este sistema. Aunque a mí no me conviene, a mí me conviene el caos, yo me sé mover mejor en el caos. Pero creo en la democracia. Y creo que durante un gobierno democrático las Fuerzas Armadas deben ser democráticas” (Cerruti, “El asesino está entre nosotros”, p. 9). Granillo enfrentó una dura crítica en Página/12 y también por parte de Aníbal Ibarra, el vicepresidente de la legislatura de Buenos Aires, por sus manifestaciones en defensa de Astiz. Estos críticos creían que Granillo se concentraba sólo en el delgado velo que cubría el llamado de Astiz por una intervención militar si el gobierno democrático iba en contra de la inmunidad o si des-
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no sus actos de violencia. El ex portavoz del presidente Alfonsín, Federico Polak, defendió esta censura: “Que un personaje como Astiz tenga la posibilidad de exponer en la tapa de los diarios cómo mataban a la gente pero no se arrepienta no contribuye a la reconciliación. Estas personas no tienen derecho a la libertad de expresión, es un tema que supera la libertad de prensa y este tipo de notas no deberían aparecer”29. Menem trató a Astiz de “canalla”, encerrándolo en prisión para censurarlo y advertir a otros posibles confesores sobre el peligro de dar testimonios30. Los comentarios de Astiz reflejaban muy mal el perdón de Menem. Como anotaba uno de los compañeros de Menem del Partido Peronista: “Estas personas [en referencia a Astiz] no pueden estar sueltas, no pueden estar en la calle […] Los beneficiados con el indulto hoy hacen una exaltación de la violencia, como si hubiesen sido actos virtuosos las barbaridades cometidas, y eso produce en todos una sensación de rechazo”31. Tomando una perspectiva ligeramente distinta, algunos públicos contrastaron la imagen heroica de Astiz con evidencias de su cobardía. La presidenta de las Abuelas de la Plaza de Mayo, Estela Carlotto, se refirió a Astiz como un “cobarde asesino” que no enfrentó al enemigo en batalla, sino que asesinó en la calle a una adolescente que escapaba de él. No mostró su valor militar, sino que secuestró y desapareció madres desarmadas que buscaban a sus hijos desparecidos, y a otros defensores de los Derechos Humanos. Un periodista resumió irónicamente así la valentía de Astiz: “Nos guste o no, hay en el mundo un hombre que se llama Alfredo Astiz. Tiene cuarenta y siete años, es rubio, se cree lindo y se jacta de saber matar a la gente. Su especialidad son las jovencitas y las monjas indefensas. De ingleses ni hablar”32. La última frase hacía referencia al papel de Astiz en la guerra de las Malvinas, que profundizó su imagen de cobarde. El periodista Miguel Bonasso le recordó al público que Astiz se rindió sólo 45 minutos después del inicio de la guerra –algunos aseguran que sin disparar un solo tiro– y pasó el resto de la guerra como prisionero político en Gran Bretaña33. truía la ESMA. En opinión de los críticos, Granillo ignoraba la reafirmación del tutelaje militar sobre el sistema democrático. “Granillo cree que Astiz es, al menos, un demócrata”, Página/12, 18 de enero de 1998.
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29
Federico Polak, citado en “La voz de un asesino”, Página/12, 16 de enero de 1998.
30
Cristian Alarcón, “Otra vez monumento al indulto”, Página/12, 18 de enero de 1998.
31
Ramón “Palito” Ortega, antiguo candidato a la Presidencia, citado en “Astiz prefiere el auxilio de la defensora oficial”, La Nación, 29 de enero de 1998.
32
Bartolomé de Vedia, “El límite del perdón”, La Nación, 25 de enero de 1998.
33
Bonasso, “Las mentiras de Astiz”.
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Los periodistas también desafiaron con cifras la idea de Astiz de estar luchando contra un enemigo malvado. Impugnando la legitimidad de la guerra contra la subversión, Bonasso alegaba que sólo 200 miembros de las fuerzas de seguridad murieron entre 1974 y 1976, mientras que las fuerzas de seguridad eliminaron 1.500 “subversivos” durante este mismo período antes de la dictadura34. Uki Goñi también puso en duda la afirmación de Astiz de los 2.000 muertos en las fuerzas de seguridad. Goñi encontró que durante la dictadura (1976-1983), sólo la ESMA asesinó a 4.000 subversivos. Por el contrario, durante toda la década de 1970 sólo 21 miembros de la Armada murieron, siete de ellos antes del golpe de 1976 (Goñi 1996: 166-67). Estas respuestas a la confesión heroica de Astiz desafiaron las relaciones de poder dentro de la sociedad argentina. Revelaban que Astiz ya no era temido y que sus amenazas de violencia probaron ser vanas. Para demostrar aún más su pérdida de poder, los ciudadanos lo enfrentaron de forma directa. Los manifestantes recibían a Astiz en cada una de sus apariciones en la Corte demandando justicia y llamándolo “asesino”, “torturador”, “genocida” e “hijo de puta”. Algunas veces le lanzaban huevos y botellas. Cuando un hombre pasó frente a una manifestación gritando “¡Viva Astiz!”, la multitud lo detuvo y lo agarró a puñetazos, reventándole la cara. Las autoridades aumentaron la seguridad y el control de la multitud tanto dentro como fuera de la Corte, para prevenir estallidos violentos. Aun así, miembros de los hijos e hijas de los desaparecidos (HIJOS), haciéndose pasar por estudiantes de Derecho, ocuparon la primera fila de las sillas para los espectadores en la Corte y se quitaron las chaquetas, exhibiendo en sus camisetas las leyendas “Cárcel al torturador” y “Cárcel para los asesinos”, al tiempo que cantaban su canción emblema: “Te va a pasar como a los nazis”. Alrededor de Buenos Aires aparecieron carteles de Astiz con el aviso “Por los compañeros, escúpalo”. La Madres de la Plaza de Mayo pegaron carteles de Astiz cerca de sus clubes nocturnos favoritos, instando a las jóvenes a no tener contacto con un reconocido asesino. Astiz no podía moverse por Argentina sin enfrentar a los manifestantes. Cuando llegó de visita donde vivía un tío suyo en Luján, los manifestantes lo expulsaron. En Rosario 150 personas salieron a las calles para insultarlo. Varios pueblos lo condenaron como persona no grata35. Sus puertas de escape desaparecieron: muy pocos pueblos ofrecieron refugio; los procesos internacionales evitaban el exilio; y sus enemigos lo descubrían también cuando usaba entradas traseras y salidas encubiertas. Incluso sus detractores lo enfrentaban en sus propios círculos 34
Ibid.
35
Entre las municipalidades están Monte Hermoso, Gualeguay, la ciudad de Buenos Aires, San Carlos de Bariloche, Bahía Blanca, Luján y Azul.
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sociales. Dos prominentes individuos de las comunidades militares y jurídicas, por ejemplo, abandonaron una fiesta de bodas en Bahía Blanca cuando apareció Astiz36. Sus aliados naturales en la sociedad militar y en la civil empezaron a distanciarse. Aldo Rico, responsable de un levantamiento militar que promovió la Ley de Obediencia Debida, simplemente se refirió a los comentarios de Astiz como “lamentables”. El ex general Antonio Domingo Bussi, encontrado culpable de una masacre en Tucumán en los setenta, perdonado como resultado de la Ley de Obediencia Debida, y posteriormente nombrado gobernador de Tucumán, rechazó públicamente las declaraciones de Astiz: “Es hora de curar definitivamente las heridas. Regresar al pasado nunca ayuda”37. Pocos antiguos compañeros políticos y militares de Astiz permanecieron fieles a él. Astiz enfrentó varios asaltos verbales y físicos en restaurantes, bares, salones de baile y otros centros sociales que frecuentaba. Un ex prisionero de la ESMA, por ejemplo, descubrió a Astiz en un famoso resort de esquí en Bariloche. Gritándole “hijo de puta” y “asesino de adolescentes”, golpeó a Astiz en el rostro dos veces y lo pateó en los genitales. Al explicar su reacción, el ex prisionero afirmó: “Lo que pasó en ese momento es que no pude soportar ver la realidad de verlo caminando por la calle […] sentí que tenía que hacer algo al respecto […] fue una trompada de indignación e impotencia”38. Pero se trataba también de un golpe que simbolizaba un cambio de poder en la sociedad argentina. En una calle de Buenos Aires, dos estudiantes universitarios que no tenían ninguna conexión directa con los centros de desaparición o tortura reconocieron a Astiz en su auto. Lo escupieron, golpearon el auto y le pegaron en la cara, zafándole una prótesis dental. Los pasajeros en un bus aplaudieron y gritaron dando su aprobación. Una mujer gritó: “¡Bien pibes!, ¡mátenlo a ese hijo de puta!”39. Al principio, Astiz levantó cargos contra estos ataques físicos, pero se volvieron muy frecuentes y costosos de proseguir. Entonces decidió cambiar de actitud, refiriéndose a su tolerancia como un “acto de servicio a la patria y a la institución [militar]”40.
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36
El capitán Pedro Taramasco y el juez federal Luis Dardanelli Alsina abandonaron la recepción de la boda. “Otro repudio a Astiz”, Clarín, 24 de diciembre de 1997.
37
“Rico y Bussi, en contra del marino”, La Nación, 21 de enero de 1998.
38
“Chávez ya se prepara contra Astiz”, Página/12, 17 de septiembre de 1995.
39
“El ángel de la muerte viene golpeado”, Página/12, 6 de octubre de 1995. En 1997 un grupo de adolescentes en Gualeguay (Entre Ríos) atacó a Astiz en un club de baile después de que se pavoneara anunciando: “Soy el capitán Astiz y quiero visitar el lugar”. Después de tratar de convencer a los dueños de que lo expulsara, una mujer joven escupió a Astiz en la cara. Astiz la agarró del brazo, ella se soltó y estalló una pelea. Graciela Mochkofsky, “Por el derecho de admisión”, Página/12, 5 de agosto de 1997.
40
“El ángel de la muerte viene golpeado”, Página/12, 6 de octubre de 1995.
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La comunidad de Derechos Humanos consideró estas formas de justicia vigilante contra Astiz como algo natural, pero infortunadas, como resultado de su inmunidad legal frente a una condena. Nora Cortinas subrayó que encontraba “saludable que cuando la gente ve a un asesino impune por las calles reaccione de la manera que siente en ese momento”. Pero agregó: “No queremos venganza pero seguimos insistiendo en que haya justicia, que todos los genocidas estén en la cárcel.”. Ella y el anterior director de la CELS, Emilio Mignone, adjudicaron a la impunidad el aumento de los actos vigilantes contra ex torturadores41. La confesión de Astiz movilizó a aquellos que exigían el procesamiento legal de los crímenes del Estado dictatorial. Con la imposibilidad de usar los recursos legales locales, los grupos pidieron a la jueza María Servini de Cubria que arrestara y extraditara a Astiz para que enfrentara un juicio en el extranjero42. Los activistas de Derechos Humanos, en conjunto con la coalición política Frente Grande, marcharon por las calles de Buenos Aires con una inmensa pancarta y los gritos “¡Astiz asesino! ¡Extradición ya!”. También escribieron una carta dirigida al ministro de Relaciones Exteriores criticando la postura del presidente Fernando de la Rúa en contra la extradición. Para los ex prisioneros políticos, el proceso contra Astiz parecía bastante simbólico. Consideraban a Astiz alguien no peor, y quizás menos malvado, que otros oficiales del régimen militar. La visibilidad y el poder simbólico de Astis, sin embargo, les permitieron avanzar en sus demandas de justicia. Como lo dijo uno de los sobrevivientes: “Desafortunadamente necesitamos símbolos. Lástima que haya sido Astiz […] yo hubiera preferido que hubiera sido Acosta” (Elisa Tokar, citada en Rosenberg 1991: 99). Jorge “El Tigre” Acosta había sido el superior de Astiz en la ESMA y en el Grupo de Tareas 3.3.2., y en su mayoría los prisioneros sobrevivientes lo describían como un sicópata que disfrutaba con el dolor de los demás. Al mantenerse tras bambalinas, evitaba la notoriedad pública43. Un informante de la Armada describió a Astiz como una “figura emblemática”, que junto con Massera recibieron toda la culpa por los excesos de la dictadura y como si nadie más hubiera estado comprometido44. 41
“Que la gente reaccione” y “Van a repetirse”, Página/12, 6 de octubre de 1995.
42
Éstos incluían el Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ); Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH); Madres de la Plaza de Mayo, Grupo Fundador; Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD); Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDH), La Plata; Liga Argentina por los Derechos del Hombre y Confederación General del Trabajo de Argentina (CGT).
43
Aparentemente, la Armada consideraba a Acosta un peligro y lo licenció sin honores después de posar para la portada de una revista, con el uniforme de la Armada puesto y entregándole el quepis a una mujer de “manera indecorosa”. Rosenberg (1991: 139).
44
Pablo J. Gaggero, “Sus amigos aseguran que seguirán amparándolo”, La Nación, 28 de enero de 1998.
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Astiz, y no Acosta, se convirtió en el rostro del régimen, debido a que Astiz buscaba la atención por medio de un comportamiento de alto riesgo (Goñi 1996: 106). Durante la dictadura, un sobreviviente de la ESMA declaró: “Le gustaba tener público […] Teníamos que estar a su disposición” (Sara Solarz de Osatinsky, citada en Goñi 1996: 166). Salía con mujeres montoneras, vistiéndolas y llevándolas fuera del centro de tortura. Cuando infiltró el movimiento de las Madres de la Plaza de Mayo, enfrentó públicamente a la Policía, haciéndose pasar como portavoz de las familias de desaparecidos ante la BBC, y aparecía en las semanales marchas en la Plaza de Mayo (Goñi 1996: 167). Aglutinaba a los prisioneros en discusiones sobre marxismo. Defendía a Fidel Castro ante sus superiores. Se le pidió que apareciera encubierto como judío bajo el apellido de Abramovich45. La entrevista para Trespuntos parecía confirmar la emoción que sentía Astiz por su comportamiento arriesgado. Muchos, sin embargo, consideraron la entrevista como una emboscada, sosteniendo que la falta de inteligencia de Astiz le impedía calcular de manera precisa la respuesta pública a su confesión. Un oficial de la Armada dijo: “No es tan brillante como lo hacen creer. Tiene una mentalidad de 24 años, no maduró nunca”46. Para algunos, arrogancia y no destreza caracterizaba al Grupo de Tareas (GT) 3.3.2. que había entrenado a Astiz: “Hay marinos, ex montoneros e investigadores del tema ESMA que sostienen que el GT332 era una máquina de relojería perfecta que actuaba con lógica rigurosa tras objetivos precisos. Pero algunos de los policías que intentaron enseñar a los marinos cómo reprimir más eficientemente y ciertos sobrevivientes no montoneros de la ESMA afirman que el GT actuaba dentro de un frenesí caótico fruto de su propia inaptitud para la tarea encomendada. Este libro se inclina por la teoría del desorden y del error” (Goñi 1996: 173). Perplejo ante el comportamiento de Astiz, un juez ordenó una valoración psicológica para determinar si Astiz podía o no comprender las consecuencias de sus actos y si su “inusual orgullo” resultaba del placer obtenido de infligir dolor a otros. Los resultados dieron que Astiz era “normal”47. Otros explican la “teoría de la emboscada”, de acuerdo a la característica sumisión de Astiz ante otros. Alfredo Bravo, diputado del Partido Frepaso, describió la subordinación de Astiz así: “Cerruti describe la automatización de Astiz […] Llegaba a la mañana, le decían a quién debía ir a secuestrar, él lo hacía y lo traía, vivo o muerto. No parecía haber ninguna inteligencia superior detrás de esto, ni ninguna
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45
“Para el último preso en la ESMA, Astiz es ‘una persona siniestra’”, La Nación, 19 de enero de 1998.
46
Juan Castro Olivera, “La influencia de Massera”, La Nación, 18 de enero de 1998.
47
“Las pericias no ayudan a Astiz”, Clarín, 6 de febrero de 1998.
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elaboración ideológica”48. Esta opinión sugería que alguien había inducido a Astiz a confesar. El capitán Aurelio “Za Za” Martínez, según Cerruti, le dijo a Astiz que aceptara la entrevista para pulir su imagen. Otros sugerían que fue Massera quien ideó la confesión, con la ayuda de Martínez, para desacreditar al gobierno de Menem y a la dirección de la Armada bajo el almirante Carlos Marrón, y restablecer así el prestigio de Massera49. El mismo Massera no quiso ofrecer ninguna opinión al respecto, negándose a convertirse en “carne para los tigres”50. Se refirió, sin embargo, a Astiz como “loco”, y a su confesión, como una “tontería”51. Astiz sostuvo en la Corte que Cerruti le había puesto una emboscada. La acusó de haber violado la ética profesional al publicar una conversación confidencial. Algunos periodistas creyeron en las afirmaciones de Astiz, señalando su típica renuencia a conversar oficialmente; sostuvieron que con frecuencia Astiz había aceptado hablar, pero sólo después de que le aseguraran que sus comentarios serían atribuidos a “un informante”, “una fuente” o “un amigo”52. Los libros sobre Astiz no incluían entrevistas personales, basándose a su vez en testimonios de segunda mano. Tina Rosenberg escribió: “Sabía que nunca había hablado con los reporteros” (1991: 140). Incluso en la entrevista con Cerruti, Astiz confirmó su rechazo a hablar públicamente, afirmando no haber dado ninguna entrevista en diecisiete años53. Cerruti citó las siguientes palabras de Astiz: “Pero yo no quiero hablar. Por eso no doy reportajes, ni acepto fotos. Porque ya está, no hay que hablar más”54. De hecho, Astiz describió su esfuerzo por mantenerse en silencio como una “guerra”: “Yo estuve en cuatro guerras. Y en más de treinta combates. Estuve en la guerra contra la subversión, estuve infiltrado en la línea enemiga con los chilenos, cuando decían que no había guerra, estuve en las Malvinas y estuve de observador en Argelia. Ésta es mi quinta guerra. Quedarme callado, haber aguantado todo este tiempo sin decir nada, es mi última guerra”55. Cerruti negó que hubiera ganado esa guerra, asegurando, por el contrario, que Astiz, como 48
Cerruti, “La conversación”.
49
“Bravo ve una maniobra del masserismo”, Clarín, 19 de enero de 1998.
50
Juan Castro Olivera, “La Armada, en busca de una depuración”, La Nación, 20 de enero de 1998. El pretendido complot posiblemente habría que tenido que implicar a un hombre medio, como Martínez, debido a que aparentemente Astiz guardaba un prolongado malestar porque Massera no había promovido al padre de Astiz al rango de almirante.
51
“Astiz quedó libre y prepara su defensa ante once denuncias”, Clarín, 28 de enero de 1998.
52
Sergio Moreno, “Una conspiración muy funcional a los planes de la Marina de Guerra”, Página/12, 21 de enero de 1998.
53
Cerruti, “Astiz en el banquillo”, p. 22.
54
Cerruti, “El asesino está entre nosotros”, p. 11.
55
Ibid., p. 9.
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en las Malvinas, se había rendido sin luchar y después había mentido sobre las circunstancias. Cerruti describió la entrevista no como una emboscada sino como una convergencia de intereses. Ella había buscado una historia en la candente discusión alrededor de los temas de arrasar la ESMA para transformarla en un monumento y de acabar con las leyes de inmunidad. Martínez había deseado tener de nuevo un lugar de atención pública. Cerruti consideraba a Astiz como un imprudente oficial que se había dejado arrinconar por la sociedad, abandonado por sus compañeros y ansioso de mostrarse como el bueno en una película de vaqueros. Cerruti aceptaba que quizás Astiz había malinterpretado el historial suyo. Quizás él la había tomado erróneamente como una “hija de la Armada”, puesto que él sabía que ella había crecido cerca de la base naval de Bahía Blanca. Probablemente también había malinterpretado la amistad de Cerruti con la hija de Acosta, como si este hecho significara simpatía hacia el régimen militar. Una rápida mirada al libro de Cerruti Herederos del silencio habría disipado todas estas equivocaciones. En todo caso, Cerruti negó haber acordado con Astiz una entrevista confidencial, alegando no haber sostenido nunca “una conversación informal” con asesinos. Astiz, afirmó Cerruti, comprendió sus planes de publicar los resultados e incluso la llamó después de la entrevista para aclarar una afirmación, presumiblemente antes de que el artículo saliera para la imprenta. Astiz desafió públicamente a Cerruti. Negó de tajo los particulares comentarios sobre Balza y Menem. También alegó que como militar habría hablado de “combate” y no de “asesinato”. Negó cualquier conocimiento sobre las muertes de periodistas o líderes izquierdistas. Astiz confirmó la afirmación más incendiaria sobre su entrenamiento como asesino, pero la calificó como un chiste56. Astiz concluyó: “Me importa documentar en la causa que no dije lo que la periodista dice que dije y afirmar enfáticamente que además tampoco pienso o siento del pasado y del presente lo que ella quiere hacer creer que pienso o siento”57. Para dejar las cosa claras, Astiz afirmó: “Fui oficial de Marina por vocación, dedicando mi vida a una institución a la que respeto y quiero. Por causa del Servicio Naval me tocó participar de un enfrentamiento lastimoso en el que creo haberme comportado correctamente y en el lado adecuado”58.
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56
“Las ‘bromas’ pesadas del señor Astiz”, Página/12, 4 de abril de 1998.
57
“Jamás hablé de matar”, Página/12, 10 de marzo de 1998. Astiz exigió la grabación de la entrevista. Cerruti, sin embargo, sólo pudo mostrar notas posteriores a la entrevista, alegando que prefería evitar la intimidación de los informantes que podrían generar las grabaciones y las notas de la entrevista.
58
Victoria Ginzberg, “Estuve en el lado adecuado”, Página/12, 4 de marzo de 2000. La abogada de oficio de Astiz, Perla Martínez de Buck, reforzó sin advertirlo la credibilidad del informe de
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El juez Claudio Bonadío decidió a favor de Cerruti, rechazando los cargos de Astiz en su contra. Cuestionaba por qué razón Astiz se sometería a una “conversación informal” con una periodista desconocida durante “un clima político tan cargado” sin exigir un acuerdo formal para que la entrevista permaneciera como confidencial. El juez concluyó: “No hubo ningún pacto explícito que estableciera que la entrevista no iba a ser publicada. Astiz sabía qué estaba haciendo y la importancia y el efecto público de sus palabras”59. Como respuesta a los hallazgos del juez, los aliados de Astiz presentaron una imagen alternativa: un hombre de la integridad de Astiz no pudo haber hecho los comentarios que le atribuía Cerruti. El abogado Juan Aberg Cobo –amigo de Astiz y que después se convirtió en su agente publicitario– se refería a Astiz como alguien “fiel”, “amado” y malinterpretado por los medios60. Incluso antes de la entrevista de Astiz en Trespuntos, Aberg insinuó al cuerpo periodístico que habían fracasado en desacreditar a Astiz a pesar de todos los esfuerzos por hacerlo: “Pero te cuento una cosa para que te des cuenta. Íbamos caminando juntos hace poco por la calle cuando nos paró una pareja mayor. ‘¿Usted es Astiz?’, preguntó el hombre. ‘Sí’, contestó Astiz un poco preocupado por cuál pudiera ser la reacción. Pero el hombre le extendió la mano. ‘Le quiero agradecer todo lo que ha hecho por nuestro país’ […] ¿Y vos sabés que él no dijo nada? Pero cuando seguimos caminando vi por el costado del ojo cómo le corrían las lágrimas por la mejilla” (Juan Aberg Cobo, citado en Goñi 1996: 208). Los defensores de Astiz se presentaron en el juicio. Quince testigos de la defensa, incluidos cuatro antiguos superiores de la Armada, describieron a Astiz con términos superlativos, como “un caballero”, que “siempre tuvo en la Armada una actitud positiva, civilizada, nada violenta”, un “ejemplo” para los jóvenes y un “demócrata”61. Esta delegación condenó la sentencia como “el más claro ejemplo de la ilegalidad, persecución y discriminación a la que estamos sometidos quienes vestimos el uniforme de los vencedores del terrorismo”. Más adelante usaron el juicio para demostrar cómo la confesión de Astiz había desviado al país de la paz: “No será posible alcanzar las fórmulas de conciliación que venimos Cerruti al subrayar el profundo respeto de Astiz hacia el poder político, la subordinación a la Constitución, el amor por su país, la apatía política, el espíritu de sacrificio, la devoción constante y la disposición a morir por sus ideales. 59
Daniel Gutman, “Condenaron a Astiz por apología del delito, pero no va a la cárcel”, Clarín, 9 de marzo de 2000.
60
David Cox, El hombre que sabe demasiado”, Trespuntos, 14 de enero de 1998.
61
“Varios almirantes defendieron a Astiz en el juicio”, La Nación, 29 de febrero de 2000; “Cinco opiniones sobre un fallo polémico”, Página/12, 9 de marzo de 2000.
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reclamando para poder sepultar, definitivamente, los odios y revanchismos que continúan asolando la convivencia nacional”62. Astiz había intentado proteger esta imagen de integridad personal y militar en la entrevista de Trespuntos. Sostenía, por ejemplo, haber objetado el secuestro de bebés por parte del régimen. “No, nunca [secuestré bebés], y me opuse mucho [a ello]. Ésa fue una de mis grandes discusiones. Yo devolví bebes63”. Una ex prisionera política confirmó la historia de Astiz, relatando cómo él se había hecho pasar por su esposo (a quien la Armada había desaparecido), de tal manera que ella pudiera bautizar a su hijo nacido en prisión; cómo él había permitido que el niño visitara a su familia, y cómo la había ayudado a salir del país con su hijo64. Astiz continuó visitando a los padres de ella después de su exilio, interpretando erróneamente como afecto la dependencia que tenían de él para garantizar la seguridad de la familia. Astiz también creía que los prisioneros políticos aprendieron a mostrar agrado y respeto por su integridad: “pero lo que ellos no quieren contar, y por eso no habla la mayoría de los sobrevivientes de la ESMA, es que la mayoría de ellos colaboraba, y hasta nos teníamos afecto. Porque uno le va tomando afecto a la gente con la que tiene que convivir muchos días”65. Astiz consideraba su lealtad hacia sus compañeros y superiores como algo central para su integridad militar. Rehusó delatar a compañeros culpables, incluso si su testimonio iba a servir para limpiar su nombre. Aclaró que los testigos del asesinato de Hagelin identificaron a un hombre rubio, de ojos cafés, y no al Astiz ojiazul. Astiz insinuó que podía, aunque no lo haría, nombrar al asesino: “No voy a decirlo. Yo hablo por mí. No soy como [Alfredo] Scilingo. Por eso me respetan tanto en la Armada. Nunca voy a hablar en contra de un camarada”66. Aquellas actividades que podían perjudicar su reputación como un soldado caballeroso, las negó. El trabajo especializado, afirmó, le impedía enterarse sobre muertes y desapariciones: “No sé [cómo se mataba a los subversivos], yo hasta ahí
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62
”Reacciones adversas por la condena a Astiz”, La Nación, 10 de marzo de 2000. Cerruti agregó: “Fue muy impresionante ver reaccionar a los testigos de la Armada como un bloque, presentando a Astiz como una figura mítica. Aunque haya crímenes cometidos por hombres, hay una ideología de la institución que permite verlos de esa manera”. Citada en “Cinco opiniones sobre un fallo polémico”, Página/12, 9 de marzo de 2000.
63
Cerruti, “El asesino está entre nosotros”, p. 8.
64
Silvina Labayrú escogió un “protector” distinto dentro del centro de tortura, pero testificó sobre sus experiencias como prisionera en la ESMA ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). Labayrú se había hecho pasar por la hermana de Astiz cuando éste se infiltró en la Madres de la Plaza de Mayo, Goñi (1996).
65
Cerruti, “El asesino está entre nosotros”, p. 8.
66
Ibid., pp. 9-10.
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no llegaba”67. “Nunca torturé”, alegó. “No era mi trabajo”. Tampoco pudo identificar a ninguna víctima ni ningún hecho específico. “No me acuerdo. Me acuerdo de muy pocos nombres”, aseguró, puesto que las redadas se volvieron “una rutina, trabajo de todos los días”. O, afirmó, la memoria le fallaba porque “fueron muchísimos [operativos]. Era el trabajo de todos los días. Llegaba a la mañana, me daban la orden y salía”68. Para el momento del juicio, Astiz alegaba haber olvidado incluso los detalles que había discutido en el artículo de Trespuntos. Cuando Nora Cortinas le preguntó sobre su infiltración en las Madres de la Plaza de Mayo, pretendió no recordar. “Entiendan” –explicó– “que ha pasado mucho tiempo”. El negar el recuerdo de la ubicación de la ESMA y de la posición de Massera durante la dictadura exhibía la amnesia como estrategia para descarrilar el proceso legal en su contra69. Goñi considera el giro de Astiz del heroísmo a la amnesia y la negación como un detrimento para la democracia. La confesión de Astiz rompía el implícito pacto de silencio dentro del aparato de seguridad. La discusión pública, el enfrentamiento público y el compromiso político con respecto al pasado y su impacto en el presente sistema democrático florecieron en este ambiente. Que se concluyera con la “ley de silencio” impuesta después de la confesión de Astiz descargaba de los militares el juicio y la sentencia. La ley de silencio terminó con las posibilidades de un debate. Los militares, el gobierno democrático y elementos de la comunidad por los Derechos Humanos reforzaron el silencio. Los perpetradores se mantuvieron en silencio para evitar represalias públicas y privadas –incluidos asaltos violentos, repudio, y la pérdida de privacidad, salario, pensión, seguridad social y estatus– o un proceso judicial70. A pesar de lo problemáticas que puedan ser quizás las confesiones al exponer la verdad sobre el pasado, Goñi las considera preferibles a la ausencia de un compromiso político con el pasado y su influencia sobre el presente. Pero Goñi exagera la imposición de la ley de silencio en Argentina. Incluso después de que Astiz dejó de hablar, su caso generó polémica. Por ejemplo, surgió el debate sobre las condiciones de su arresto. Mercedes Meroño, de las Madres de la Plaza de Mayo, reflexionó sobre la “celda de detención” de Astiz en la base 67
Ibid., p. 7.
68
Ibid., p. 8.
69
“Astiz dejó sin respuestas las preguntas sobre personas desaparecidas”, Clarín, 20 de enero de 1998.
70
Carlos Pacheco, “Uki Goñi: Alfredo Astiz es el inconsciente colectivo de la ESMA”, La Maga, 28 de enero de 1998, pp. 46-47.
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militar de Azul, que incluía un chalet reservado para oficiales de alto rango, una campo de golf y una piscina: “Creo que esta condena es casi un premio para Astiz. Es una burla al pueblo que se parece mucho a un juego perverso en el que lo juzgamos pero no lo juzgamos; lo hicieron pero no lo hicieron, [los militares] son culpables pero no son culpables”71. Los mismos cargos imputados generaron cinismo entre las víctimas y los sobrevivientes, pero Cerruti afirmó: “Todos sabemos que Astiz debe ser condenado por lo que hizo y no por sus declaraciones periodísticas, pero lo único para celebrar es que en este país esté prohibido reivindicar el terrorismo de Estado”72. Algunos consideraron la menuda y suspendida sentencia de Astiz como insignificante a la luz de sus actos. Sin embargo, ninguna forma de justicia habría compensado de forma adecuada sus crímenes, como afirmó uno de los hijos de las víctimas de Astiz: “Tampoco me gustaría matarlo. Tal vez sea una utopia, pero quisiera que tuviera que vivir con eso toda su vida. O encarcelarlo y que pague por lo que hizo. Que para todo el mundo sea culpable; que no se sienta un intocable, que no sienta que tiene razón. Si lo mato, va a morir pensando que tenía razón. No, tiene que saber, de alguna forma, que no tiene la razón, que es un animal”73. En efecto, Astiz enfrentó el castigo más severo que pudiera haber imaginado: la pérdida de identidad. Él le había descrito a Cerruti su feroz apego al Ejército: “No, nunca me casé”, dijo. “La Armada es mi vida, mi familia, mi hogar”74. Al despojarlo de su rango militar, los altos mandos militares despojaron a Astiz de su identidad y su orgullo. Los periodistas reportaron con júbilo no disimulado cuando Astiz respondió “desempleado” ante la pregunta del juez sobre su profesión. A Hebe de Bonafini, de la Asociación de las Madres de la Plaza de Mayo, le preocupaba que Astiz se convirtiera en una celebridad: “Lo que me parecería mal es que ahora todos los medios lo empiecen a buscar y le paguen para que hable y cuente cómo secuestraba y torturaba, como hicieron con Scilingo”75. Astiz se volvió efectivamente una celebridad, pero más infame que famosa. Con una imagen tan dañada y fuera de su control, Astiz se refugió en el silencio, la negación y la amnesia. Sus defensores no pudieron sobreponerse al estigma público. En lugar de promover el régimen, o su heroísmo personal, la confesión de Astiz lo aisló,
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71
“Cinco opiniones sobre un fallo polémico”, Página/12, 9 de marzo de 2000.
72
Gabriela Cerruti, citada en “Cinco opiniones sobre un fallo polémico”, Página/12, 9 de marzo de 2000.
73
Martín Roqué, citado en Diego Rosemberg y Patricia Rojas, “La hora de la verdad”, Trespuntos, 28 de enero de 1998.
74
Cerruti, “La conversación”, p. 10.
75
“La voz de un asesino”, Página/12, 16 de enero de 1998.
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desacreditando tanto a él como a sus ideas. Incluso aquellos que quizás de otra forma habrían compartido sus opiniones se distanciaron de él.
Comparación de confesiones heroicas La confesión de Astiz revela cómo las confesiones heroicas pueden hacer mucho para catalizar el debate democrático sobre el pasado, y quizás incluso más que las confesiones de arrepentimiento. En cuanto resucitan el lenguaje del régimen del valor militar, ofrecen la oportunidad de replicar a esa visión de régimen y sus actos pasados. Como sostiene el periodista Horacio Verbitsky, incluso los “Los intentos de Alfonsín y Menem por imponer el olvido y la impunidad produjeron el efecto paradójico de profundizar la conciencia social sobre los hechos” de la historia reciente del país76. Tener a uno de los “caballeros navales” del régimen admitiendo el uso sistemático de atrocidades –incluso jactándose al respecto– hacía imposible para los seguidores del régimen pretender otra cosa. Para los espectadores, el hecho de escuchar que grupos activos dentro de las Fuerzas Militares aún consideran los golpes de Estado y el asesinato como formas aceptables del compromiso político hace palpable el peligro de la impunidad y la falsa certeza de que el pasado ha quedado atrás. La confesión de Astiz y sus consecuencias demuestran cómo públicos diferentes pueden usar las confesiones heroicas para adelantar objetivos políticos particulares, estimular el debate e incluso equiparar algunos de los términos de ese debate. “Súper espía”. Quiénes son los perpetradores, qué han hecho y cómo se presentan a sí mismos son componentes clave de las confesiones heroicas. Astiz disfrutaba con la notoriedad, incluso antes de que su confesión apareciera en Trespuntos; de hecho, Cerruti lo entrevistó debido a su reputación. Quién fue y qué había hecho preparó de antemano al público para confrontarlo o defenderlo. Craig Williamson tuvo una reputación similar en Sudáfrica. Su historial y sus logros como alto espía del apartheid atrajeron la atención del público. Proveniente de una acomodada familia inglesa, Williamson había asistido a exclusivos centros de estudio liberales que formaban progresistas blancos seguidores del movimiento de liberación. Sin embargo, Williamson, desafiando su pasado, o quizás explotándolo, se unió a la Policía del apartheid, infiltrando y asesinando a aquellas élites que compartían su pasado social. Primero, se infiltró en el movimiento estudiantil anti-apartheid UNESA (Unión Nacional de Estudiantes Sudafrica76
Horacio Verbitsky, “De la verdad a la justicia”, Página/12, 5 de mayo de 2000.
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nos). Más tarde, alegando falsas amenazas contra su vida, abandonó Sudáfrica y se infiltró en IUEF (Fundación para el Intercambio Internacional Universitario), con sede en Ginebra, que mantenía extensos contactos con el CNA alrededor de todo el mundo. Como miembro de la Policía sudafricana, Williamson orquestó atentados contra activistas y centros anti-apartheid fuera de las fronteras de Sudáfrica. Williamson describía su labor en términos heroicos: “El enemigo nos estaba volando y matando y nosotros los estábamos volando y matando. No éramos policías, éramos soldados acostumbrados a pelear una guerra secreta”77. Williamson parecía mostrarse a sí mismo como un James Bond de la era del apartheid, y algunos de sus atentados –el más conocido, la bomba en la sede del CNA en Londres en 1982– quizás se hayan ajustado a esa imagen. Pero arruinaría esta imagen con el envío de los paquetes bomba que acabaron con la vida de Ruth First en Mozambique, en 1982, y Jeanette Schoon y su hija de seis años, Katryn, en Angola, en 1984. Williamson pidió disculpas ante el CVR por el asesinato de Katryn: “Quiero decir que lo siento. Lo que hice estuvo mal […] En aquel momento creía que era algo justificado, pero nunca apunté deliberadamente contra los inocentes”78. Williamson había intentado dar otras respuestas anteriormente. En el momento del asesinato, por ejemplo, había culpado a los Schoon por usar a sus hijos como “detectores de bombas” al permitirles jugar en el patio con paquetes sospechosos. En el CVR pudo afirmar de forma inequívoca: “El asesinato de un niño nuca puede, de ninguna manera, ser justificado”79. Al defender el asesinato de First y de Jeanette Schoon como un acto honorable, Williamson provocó el debate. Describió a las dos mujeres como “nuestras enemigas revolucionarias”, pero los medios contraargumentaron al retratarlo como un hombre “vengativo” cuyos objetivos no representaban ninguna amenaza real al Estado del apartheid80. Ni First ni Schoon estuvieron nunca involucradas en el ala armada del CNA. Las dos eran maestras en el exilio, planteando únicamente una distante amenaza ideológica al régimen del apartheid. Reconociendo quizás que la justificación de los asesinatos se sostenía sobre una base muy débil, Williamson sugirió que la bomba que mató a First había sido pensada para su esposo, Joe Slovo. Como jefe del Partido Comunista Sudafricano y de la milicia 77
“The Generals Deserted Us: Former Security Policemen”, South African Press Association, 21 de octubre de 1996.
78
“Williamson Had Qualms About Killing Woman He Knew as Friend”, Cape Times, 16 de septiembre de 1996.
79
John Yeld, “I Can´t Justify Killing a Child, Admits ‘Superspy’”, Cape Argus, 17 de septiembre de 1998.
80
Ibid.
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del CNA en el exilio, Slovo pudo haber representado para el régimen un legítimo objetivo político. Pero Williamson no pudo explicar por qué había enviado un paquete bomba contra Slovo a la oficina de First en el Centro de Estudios Africanos en la Universidad Eduardo Mandlane en Maputo81. Por otra parte, el asesinato de Schoon y su hija por parte de Williamson permitió a los medios mostrar el modus operandi de Williamson como inepto y vengativo, nada característicamente favorable para un “súper espía”. Con la reproducción de fotografías de la joven y sonriente Jeanette Schoon y su hija y de la elegante e imponente Ruth First, los medios socavaron aún más la defensa de Williamson de haber combatido exitosamente la amenaza comunista en el exterior contra Sudáfrica. Por el contrario, al asesinar a estas tres personas, sugerían los medios, Williamson había cometido una equivocación horrible o, aún peor, las había atacado de forma deliberada con un acto terrorista82. Como escribió un reportero: “Matar a Slovo, jefe de la dirección de Umkhonto we Sizwe y jefe de las operaciones especiales del CNA, podría discutirse como un acto de guerra. Asesinar a su esposa fue un acto de terror puro, sin importar lo radical de su política anti-apartheid. Las muertes de las Schoon no resultan menos bárbaras en su crueldad. Más que ofrecer justificaciones, como las páginas con evidencias de la alta densidad de puestos antiaéreos cubanos alrededor de Lubango, donde fueron asesinadas las dos, y la insinuación de que la joven y su madre estaban colaborando de alguna forma con el Ejército cubano en contra de la fuerza de defensa sudafricana, sólo sirven para resaltar la naturaleza terrorista de este acto”83. Williamson no poseía el aire triunfal de Astiz, lo que llevó a que las descripciones en los medios fueran menos elogiosas. En lugar de asemejarlo a un Kennedy, un periodista ridiculizó el papel de Williamson como “gladiador anticomunista, allá arriba con Ronald Reagan y Margaret Thatcher, los vencedores de la Guerra Fría”84. Muchos hicieron comentarios sobre su tamaño: “Ahí está Craig Williamson, cuya gordura pantagruélica le da más la apariencia de un comilón 81
La renuncia de Ruth First al Partido Comunista en 1964 (dieciocho años antes de su asesinato) y sus reconocidas discrepancias con el CNA frente a la posición de las mujeres en sus rangos generó dudas sobre la afirmación de Williamson de ser un blanco político.
82
El abogado para el caso de las familias de First y de Schoon, George Bizos, intentó mostrar al Comité de Amnistía de la CVR cómo Williamson había atentado contra Schoon por venganza personal, debido a que Schoon había sospechado del papel de Williamson como infiltrado y había empezado a destapar su encubrimiento. Para recibir la amnistía por parte de la CVR, los aspirantes deben tener un motivo político, no personal.
83
Stephen Laufer, “An Anomaly Who Still Sees Himself as a White Knight”, Business Day, 17 de septiembre de 1998.
84
Ibid.
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que de policía, y cuyo gusto por la traición personal le ganó el mote del ‘súper espía’ de Sudáfrica”85. Otros vincularon su tamaño e historial con desórdenes psicológicos: “El volumen es su protección […] Debajo de esa grasa se encuentra un hombre flaco adolorido […] Su tamaño, su profunda lealtad a un sistema que desprecia sus antecedentes anglosajones, así se empeñara en reclutar partidarios angloparlantes, los videos de los ataques del CNA para justificar sus propios atentados, y sus horas de conferencias sobre comunismo ante el Comité, sugieren que algo se esconde ahí dentro […] Verdaderamente, si Williamson tuviera que decir toda la verdad tendría que cavar profundo en su propia psique”86. Esta psique fue lo que obsesionó a la prensa, particularmente, a la prensa blanca liberal y a sus lectores. Williamson planteaba un acertijo. Como un hombre con todas las oportunidades y toda la capacidad y todas las conexiones para seguir un camino diferente, decidió trabajar para el Estado del apartheid y asesinar a sus oponentes desarmados. Él es el producto de lo que han tenido que ofrecer los colegios angloparlantes más elegantes de Johannesburgo. Habla con fluidez. Es inteligente. Posee intuición comercial, como lo demuestra su empresa, que provee una amplia gama de suministros para el gobierno de Angola […] Y aun así encontró necesario crear un hogar para sí mismo en el corazón de un sistema declarado como crimen contra la humanidad por los países miembros de las Naciones Unidas; un hogar en el corazón de una cultura que no era la suya, de un lenguaje que no era el suyo […] ¿Es por esto que tantos sudafricanos blancos de clase media han mostrado un interés tan desproporcionadamente agudo en su solicitud [de una amnistía]? Esta repugnancia apunta hacia algo más allá del hecho de que algunos de ellos conocían y valoraban a sus víctimas, que lo conocieron cuando se hacía pasar como opositor del sistema. Muchos de ellos han asistido a las audiencias, otros necesitan hablar de él87.
Williamson, quizás reconociendo el escaso éxito para alcanzar el estatus heroico como consecuencia de sus hazañas no heroicas, giró hacia la imagen menos intrépida del héroe despreciado: la del patriota leal y esmerado. El abogado de Williamson declaró: “El abogado George Bizos [abogado de las familias Fisrt y Schoon] describió a Williamson como alguien doble pero todo apunta a lo bien que llevó a cabo este difícil trabajo”88. Williamson puso en duda su imagen de “súper espía”: “Francamente, desearía no haber escuchado nunca este término. 85
David Beresford, “Coetzee’s ‘Fairy Tales’”, Weekly Mail and Guardian, 11-17 de septiembre de 1998.
86
Laufer, “An Anomaly Who Still Sees Himself as a White Knight”.
87
Ibid.
88
Allen Levin, citado en Maureen Isaacson, “First’s Friend Gives Chilling Testimony”, Sunday Independent, 28 de febrero de1999.
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Estoy harto y cansado de esta guerra en la que he luchado durante 26 años. Deseo alejarme de las leyendas urbanas y las medias verdades que rodean mi vida como espía”89. Las representaciones confesionales realizadas por Astiz y Williamson ilustran cómo el público explota las contradicciones en las presentaciones que los perpetradores hacen de sí mismos, para desafiar su heroísmo. Al subrayar las características físicas, los acicalamientos o posturas, el público puede reemplazar lo heroico por una imagen de cobardía. También puede explotar actos, defectos o sombras en los antecedentes de los perpetradores, para contrarrestar etiquetas heroicas como “súper espía” o “caballero naval”. Circularon rumores sobre las ganancias ilegales de Williamson, por ejemplo. Así como se descubrió en los casos de héroes intachables como Alberto Fujimori, Augusto Pinochet y Ferdinando Marcos, las acusaciones de corrupción pueden restringir el apoyo de forma dramática. Los actos y el teatro de operaciones de sus adversarios también pueden afectar el estatus heroico de los perpetradores. Muy pocos aclamarán a perpetradores que hayan usado la violencia contra niños y mujeres desarmados. Asesinar a los detenidos en centros clandestinos de tortura carece de todo el prestigio heroico del campo de batalla. Debido a que ciertos actos no son precisamente heroicos, en particular, la ejecución sumaria, la violación o el asesinato de objetivos no militares, los perpetradores por lo general evitan confesarlos. La tortura, sin embargo, pertenece a una categoría especial. Por lo menos en abstracto, los militares y los funcionarios del Gobierno la defienden. Ernesto Geisel, ex dictador de Brasil, por ejemplo, afirmó: “Yo creo que la tortura en ciertos casos se vuelve necesaria, para obtener confesiones” (citado en D’Araújo y Castro 1997: 225; reimpreso en Gaspari 2002: 37). La típica defensa de la “bomba activada” como pretexto para la tortura, sin embargo, implica extraer suficiente información de algún conocido terrorista para desactivar sin peligro una bomba que está a punto de matar víctimas inocentes, usualmente niños. En este caso, se percibe la tortura como un acto heroico porque salva vidas de manera efectiva. El periodista brasileño Elio Gaspari sostiene: “Lo que hace atractiva a la tortura es el hecho de que funciona” (Gaspari 2002: 37). Otro torturador brasileño admitió: “La cosa se complicó cuando descubrí que el método [la tortura] era rápido. Bastaba llevarlos al sótano y ya [se conseguía la información]”90. 89
Stephané Botnma, “Spying is like Prostitution”, Business Day, 17 de septiembre de 1998.
90
Entrevista con Marcelo Paixão de Araújo, en Alexandre Oltramari, “Torturei uns trinta”, Veja, 9 de diciembre de 1998, p. 49.
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Las justificaciones de la tortura en abstracto, sin embargo, rara vez coinciden con sus manifestaciones diarias. Los torturadores nunca saben con certeza si hay niños o víctimas inocentes en peligro. Tampoco saben si el individuo detenido posee el conocimiento para salvar a las víctimas inocentes. Las víctimas torturadas, además, a menudo fallecen manteniendo el secreto o no poseen la información que busca el torturador. La información que proporcionan las víctimas de tortura para terminar con la tortura y salvar sus propias vidas quizás sea fabricada o errónea, desviando investigaciones que quizás pueden salvar vidas. Durante los primeros meses de la guerra de Estados Unidos en Irak prevaleció la justificación de la bomba activada. Los ciudadanos estadounidenses toleraron la tortura, al menos en el nivel abstracto, como una manera de encontrar a Obama bin Laden, proteger a los ciudadanos de Estados Unidos contra el terrorismo y ganar la guerra. Sin embargo, la opinión pública empezó a cambiar una vez fueron transmitidas las fotos de torturas en la cárcel de Abu Ghraib por parte de Estados Unidos. Estas imágenes dejaron en claro que la tortura no era nada abstracto, sino que involucraba la degradación de individuos con propósitos no específicos. Soldados y oficiales enfrentaron juicios por llevar a cabo métodos que previamente habían sido aceptados como legítimos. Ninguna confesión pudo transformar sus actos en algo heroico. La imaginería visual destruyó las defensas heroicas de la tortura. Cuanto más elevado sea el estatus del perpetrador, menos probable resulta que actos específicos de violencia socaven sus estatus heroico. Este tipo de perpetradores posee las suficientes galas de poder que les permiten mantener su autoridad durante mucho tiempo después de haber salido del puesto. Este estatus, además, los distancia de los actos no heroicos que manchan la imagen de oficiales de menor rango. Estos perpetradores usan los argumentos de la “negación plausible” para alegar que no conocían los detalles de las operaciones diarias llevadas a cabo por oficiales o soldados infractores. Por lo general logran ocultar su complicidad en el terrorismo de Estado detrás del impreciso y noble lenguaje de la guerra, el patriotismo, el deber y el liderazgo. Las confesiones heroicas quizás logren acabar con el debate si consiguen mantenerse alejadas de hechos reales y no heroicos y de las imágenes contradictorias de los perpetradores y sus actos. Las confesiones heroicas, sin embargo, le ofrecen al público la oportunidad de presentar imágenes contrarias de barbarie, depravación e incompetencia que subvierten el glamour alguna vez asociado con la “guerra”. “¡Piérdanse!”. Los perpetradores, incluso los desacreditados, pueden resucitar su estatus heroico tomando el control del escenario y del proceso confesional.
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El líder del apartheid P. W. Botha intentó esta estrategia. Rehusó por principio comparecer ante el “descaradamente sesgado” CVR o pedir perdón por “la lucha contra la embestida revolucionaria comunista contra nuestro país”. Botha, literal y figurativamente, sostuvo un proceso por fuera de la CVR, forzando a la prensa a que lo buscara, contestando con su marca de mofa política, a la que se agregaba el meneo del dedo. Les dijo a los del CVR: ¡piérdanse!, y lo consiguió. Haciendo uso de una maniobra legal técnica, burló a los abogados de la Comisión, hizo caso omiso de una citación para comparecer ante la CVR, se distanció a sí mismo de las atrocidades cometidas por el apartheid y mantuvo su estatus heroico entre sus partidarios. El periodista Rian Malan describió así su actuación: “Fue el clásico y completamente predecible Botha. Los afrikáneres se levantaban detrás de él, como si aplaudieran una jugada de rugby. ‘[Sudáfrica] se encuentra en el sendero más peligroso y se dirige al abismo’, dijo la semana anterior, chillando al dirigirse a las cámaras como un malhumorado búfalo viejo. ‘Ellos están tratando de dañar mi imagen y, a través de mí, humillar a mi gente’. Era desafiante y patético”91. El rescate de su poder por parte de Botha funcionó, pero sólo gracias a su habilidad política. Evitó la comparecencia ante la CVR por medio de mecanismos legales. Pero también acusó a la Comisión de incitar “el racismo y la división” en el país. Botha, en otras palabras, sacó a relucir su viejo poder nostálgico, pero oculto en una envoltura democrática: “La respuesta es que nosotros los bóeres estamos completamente hastiados. Incluso aquellos de nosotros que simpatizábamos con la Comisión de la Verdad hemos quedado ofendidos por los salarios principescos de los miembros de la Comisión, por los despampanantes autos que conducen, cortesía del contribuyente, y, sobre todo, por la insufrible actitud santurrona con la que llevan a cabo sus asuntos”92. Botha consiguió controlar con éxito la puesta en escena de su confesión al controlar el propio escenario. Se rehusó a subir a un escenario donde pudiera aparecer como culpable. Su confesión heroica se representó fuera del escenario, en los medios de comunicación, donde reafirmó su poder y puso resistencia a las amenazas contra el mismo. El ex presidente de Yugoslavia Slobodan Milosevic intentó seguir una estrategia similar, pero a pesar de sus mejores intentos, fracasó en crear su propio escenario. Su negativa a presentarse en un juicio concluyó con su captura, arresto y juicio en el Tribunal Criminal Internacional para la ex Yugoslavia (TCIY), en La Haya. Así, controló el escenario con sus habilidades oratorias. Señaló al
91
Rian Malan, “Crises Show Up Demise of Rainbow Nation”, Business Day, 21 de abril de 1998.
92
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 2 (Slices of Life), grabación 12 (“Salute Me!”).
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Tribunal de “ilegal”, porque “éste no existe en un marco legal sino exclusivamente en el de los medios, porque en sí mismo representa un medio de guerra y forma parte del crimen que se está perpetuando contra el pueblo serbio”93. Presentó su misión heroica como un combate contra las mentiras propagadas alrededor del mundo por aquellos que odian a Serbia y a los serbios y para corregir los errores creados por el Tribunal: “Contrario a las intenciones de los creadores de este tribunal ilegal, [ustedes] han hecho posible que el mundo vislumbre la verdad y empiece a comprender la verdad como es. Y en los procesos por venir, esto se hará incluso mucho más evidente y la verdad saldrá victoriosa”94. Cuando los perpetradores toman el control del escenario –tanto de forma física como por su habilidad oratoria– refuerzan la imagen y el poder heroicos. Emilio Massera, almirante de la Armada argentina y líder de la Junta, apareció en la Corte con todos los ornamentos del poder: postura erecta y mandíbula apretada, uniforme de comandante de la Armada, con botones de cobre y medallas de honor, cuello almidonado, zapatos relucientes y uñas arregladas. Impuso el poder de su oratoria al declarar: “Nadie tiene que defenderse por haber ganado una guerra justa”. Pasó a la carga: “Me siento responsable pero no me siento culpable, sencillamente porque no soy culpable” (Ciancaglini y Granovsky 1995: 203, 205). Pretendía que el gobierno democrático no tenía ningún control sobre él. Pero, por supuesto, sí lo tenía. La imagen de Massera en el banquillo de los acusados recibiendo el veredicto de culpable y una sentencia de por vida traslada el poder de los dictadores militares a las víctimas y sobrevivientes de la pasada violencia. Massera intentó reafirmar su poder por fuera del escenario. Después de recibir el perdón presidencial apareció en Hora Clave, un talk show95 de temas políticos en Argentina. Controló por entero la producción. Las cámaras fueron a buscarlo. Se presentó en una oficina llena de libros y trofeos. Leyó de forma ininterrumpida un texto preparado de antemano con sus gafas de leer, hasta que se le terminó el tiempo. Y después desapareció, sin ningún comentario ni pregunta alguna por parte del anfitrión del programa, del panel de expertos o de la audiencia televisiva. Dijo lo que quiso, donde quiso y sin ninguna respuesta. A pesar de esta manipulación del medio, el programa tuvo poco efecto. Massera repitió la vieja 93
Testimonio de Slobodan Milosevic ante el TCIY, 26 de septiembre de 2002, pp. 10, 247 (transcripción).
94
Ibid., pp. 10, 314 (transcripción).
95
Programa de televisión que presenta principalmente entrevistas con personalidades. (Nota del traductor)
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defensa de la guerra, en favor de la violencia; excusó algunos “excesos y errores” y se mostró confiado en que la historia, y no los periódicos, lo absolvería. Massera controló el escenario, pero fracasó en resucitar su poder. La capacidad de un perpetrador para controlar el escenario depende de la naturaleza del cubrimiento hecho por los medios. Poco dispuesto a correr el riesgo de un cubrimiento negativo, Massera al final recibió muy poca atención. Cerruti le dio a Astiz un cubrimiento total, pero volvió su confesión heroica en contra suya, vilipendiándolo más que halagándolo. El arte del escenario descansa en afirmar el poder no sólo sobre el lugar donde se actúa sino también sobre el debate que sucede ahí mismo. Muy pocos perpetradores han gozado de un poder sobre los dos. “Racionalizaciones torcidas”. “La tortura raras veces se reconoce y nunca se defiende de manera abierta”, declara Gaspari. “Toda la arquitectura que rodea su defensa proviene de racionalizaciones torcidas” (Gaspari 2002). Estas racionalizaciones, ya sean sobre tortura u otros métodos de violencia del Estado dictatorial, se encuentran en el centro de las confesiones heroicas. El público debe cargar con el proyecto de desenmarañar las racionalizaciones de los actos no heroicos que las confesiones disfrazan. Los textos heroicos conllevan un lenguaje lacónico y pocos detalles, dejando mucho a la interpretación que hace el público del pasado y de su significación para la presente era democrática. Diez años después de finalizar la dictadura en Brasil, por ejemplo, el presidente militar Emilio Garrastazu Médici (1969-1974) sintetizó así su papel heroico: “Era una guerra, después de la cual fue posible devolver la paz a Brasil. Yo acabé con el terrorismo en este país. Si no hubiésemos aceptado la guerra, si no hubiésemos actuado drásticamente, aún hoy tendríamos terrorismo” (Scartezini 1985: 36.). De forma similar, justo cuando la CVR empezaba a revelar las atrocidades, P. W. Botha glorificó la batalla heroica de su régimen del apartheid. ¿Todos pueden escucharme? ¡Aquellos que no puedan escucharme levanten la mano y salúdenme! Soy un creyente y estoy bendecido por mi creador. Apoyo a todo aquel que llevó a cabo órdenes legales en nuestra lucha contra los ataques revolucionarios y comunistas en nuestra patria. Esta embestida total vino de la mano con algunos de los más cruentos actos de violencia contra la población civil. Pero la Comisión de la Verdad y algunos políticos han convenientemente olvidado esto. Es increíble lo corta que es su memoria. Ninguna batalla se lucha en un único bando y ninguna causa es tan noble como para justificar asesinatos violentos y destrucción. Estoy hablando de los campos de liberación por fuera de nuestras fronteras, donde la gente fue intimidada y torturada. Los asesinos de corbata. La instigación contra la gente. No estoy preparado para disculparme por las opiniones que expresé sobre levantar la discriminación racial. De la misma forma, no estoy preparado para pedir disculpas por las acciones
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legales de mi gobierno para responder a los ataques contra nuestro sistema político. Rechazo el vilipendio de los valientes soldados y policías. No son tan malos. Ellos son los que mantuvieron el orden en este país día y noche. Los honro. Los saludo. Lean mis discursos parlamentarios y verán que éste es un grito vacío; este grito de loro del apartheid. Declaré expresamente en voz alta que apartheid es una palabra afrikáans y que fácilmente puede reemplazarse por un término positivo: buena vecindad. Buena vecindad […] ¿Quién se ríe? ¿Quién se ríe?96.
Los partidarios del régimen sobreviven a las transiciones políticas e intentan ejercer influencia en la opinión pública. Si sólo fueran reliquias del pasado, quizás hasta parecerían risibles y pintorescos. Botha se acerca a esa imagen. Pero el recuerdo está aún muy fresco y su falta de poder aún no se ha puesto a prueba. Debido a que las confesiones heroicas implícita o explícitamente prometen el regreso del régimen para restaurar el “orden” si el sistema democrático va “demasiado lejos”, el público las debate siempre cuando y donde aparezcan. Las confesiones heroicas habilidosas actualizan su lenguaje, en lugar de confiar en metáforas y eufemismos arcaicos de la guerra. También se apropian del lenguaje usado por sus oponentes. Botha, por lo tanto, dice de la CVR que “justifica crímenes violentos”, y se congratula a sí mismo de combatir la discriminación racial. En una movida similar, el policía torturador argentino Miguel Etchecolatz hace un llamado al “nunca más”, retomando las palabras dichas por la comunidad de Derechos Humanos, pero con la intención de terminar con la “subversión”, y no con el terrorismo de Estado. En oportunidades, la confesión heroica de un perpetrador es su única defensa. El caso del colaborador chileno Miguel Estay (“El Fanta”) resulta ilustrativo. Militante del Partido Comunista relativamente desconocido antes de su captura y detención en 1974, Estay aceptó colaborar como agente de seguridad en Dicomcar, una división de inteligencia en las Fuerzas Armadas. Participó en el degollamiento de tres líderes del Partido Comunista en 198597. Durante una indagación ese mismo año, Estay al principió negó haber estado involucrado. Pero después de que en 1993 algunas evidencias materiales lo relacionaban con el asesinato, se retractó de su anterior testimonio y confesó. El arrepentimiento entró en conflicto con la previa negación de Estay98. Una confesión heroica, por 96
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 2 (Slices of Life), grabación 12 (“Salute Me!”).
97
Entre los líderes del Partido Comunista estaban Manuel Guerrero, Santiago Nattino y José Manuel Prada.
98
Estay decidió no explicar su colaboración con el régimen como resultado de la tortura. De hecho, negó haber sido torturado, afirmando, por el contrario, que “había sido interrogado por diferentes métodos”. “Confessions of Former Secret Service Agent ‘El Fanta’”, 24 de enero de 1993, p. 1, http://derechoschile.com/.
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otra parte, podía entretejer por completo su compleja historia. Tenía sentido. Estay retornó a su pasado y a su conversión a la autoritaria visión del mundo del régimen: “Mi vinculación con el PC [Partido Comunista] había sido tan fuerte que no tenía alternativa. Sentí que era mi obligación luchar contra lo que yo mismo había ayudado a crear”99. La confesión heroica transformó a Estay de un cobarde que había traicionado a sus camaradas en un guerrero valiente y frío. Estay expresó su arrepentimiento por los asesinatos, pero sólo porque fracasó en interrogar a sus víctimas y en evitar futuras atrocidades del Partido Comunista antes de matarlas100. Llenas de ambigüedades, contradicciones, imprecisiones y dudas, las confesiones heroicas están abiertas al desafío. El público puede poner en cuestión las confesiones con evidencias. O también puede reinterpretar los hechos para demostrar la naturaleza no heroica de estos sucesos. Puede presentar información adicional que impugne las demandas hechas por los perpetradores. Las confesiones heroicas casi parecen elevarse para que el público las derribe. “Por la mira de un AK-47”. Cuando el abogado de Craig Williamson le preguntó a Marius Schoon, el esposo y padre de dos de sus víctimas, si se reunía con él “en espíritu de reconciliación”, Schoon se negó. Consideró manipuladora esta petición, un intento de asegurar la amnistía para Williamson sobre falsas pretensiones: “Que un representante legal me ponga en la posición donde públicamente debo afirmar que no deseo reconciliarme es embarazoso y a la vez injusto. Sentí que estaba siendo acosado”101. Schoon, por el contrario, aprovechó la oportunidad para repetir un comentario que había hecho con anterioridad sobre Williamson: “No he salido con la sensación de haber quedado limpio por la verdad. No tengo ninguna intención de hablar con Williamson nunca en mi vida […] El único momento que quisiera ver a Williamson es por la mira de un AK-47”. Schoon murió de cáncer antes de que la CVR le otorgara la amnistía a Williamson102. La respuesta de Schoon representa el dolor y la rabia que engendran las confesiones heroicas entre las víctimas y los sobrevivientes. El acto de violencia 99
“Confessions of Former Secret Service Agent ‘El Fanta’”, 24 de enero de 1993, p. 1, http://derechoschile.com/.
100 Cuando le preguntaron por primera vez cómo se sentía por los asesinatos, evadió la pregunta contestando: “Pienso que usted se puede imaginar lo que cualquiera hubiera sentido en una situación como ésa”, “Confessions of Former Secret Service Agent ‘El Fanta’”, 24 de enero de 1993, p. 3, http://derechoschile.com/. 101
Robb Northey, “No Reconciliation without Truth, says Schoon”, Star, 6 de noviembre de 1998.
102 El hijo de Schoon y las hijas de First apelaron la amnistía otorgada a Williamson.
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y las pérdidas para las víctimas y los sobrevivientes son suficientes para indignarlos, pero con el hecho subsiguiente de jactarse de sus proezas, los perpetradores agregan a la injuria el insulto. No es una sorpresa que los perpetradores que han presentado confesiones heroicas viajen protegidos por guardaespaldas, busquen entradas y salidas ocultas y se aíslen. Deben permanecer alerta para evitar represalias violentas en los juzgados, en los sitios de esquí o en las calles de las ciudades. Los vengadores potenciales no sólo incluyen a las víctimas o sobrevivientes directos de la violencia “heroica”, sino también miembros de la sociedad que se preguntan qué más hace falta –además de las comisiones de la verdad, juicios, homenajes y proyectos por la memoria– para cambiar las actitudes frente al pasado. Las confesiones heroicas no sólo confirman el progreso de un régimen dictatorial en la economía o frentes sociales; acogen la violencia de Estado como necesaria y valerosa. Las confesiones heroicas, en otras palabras, dan voz y renuevan el podera una concepción que las víctimas y los sobrevivientes había esperado que desapareciera con la transición de un régimen autoritario. La movilización y el encuentro de un terreno común para una compartida aversión hacia el terrorismo de Estado –no sólo entre víctimas y sobrevivientes, sino también entre los espectadores del régimen, las nuevas generaciones, los ex partidarios del régimen, las actuales fuerzas de seguridad y los gobiernos democráticos– previenen la desesperación. Los proyectos políticos dirigidos al reconocimiento y el conocimiento de la violencia pasada se convierten en un mecanismo colectivo de sanación para sobreponerse a la injuria y el insulto que provocan las confesiones heroicas. Paradójicamente, las confesiones heroicas ofrecen una serie única de oportunidades para que el público haga un intento de condenar el pasado violento y su influencia en la política democrática contemporánea. Además, las respuestas negativas entre las fuerzas previamente aliadas con los perpetradores unen a diversos públicos de las confesiones heroicas alrededor del repudio por los Derechos Humanos; un resultado no anticipado. Las confesiones heroicas también mantienen viva la memoria del pasado violento, recordándoles a los ciudadanos las atrocidades cometidas por el régimen dictatorial y la importancia de mantenerse alerta contra futuras violaciones de los Derechos Humanos. Las confesiones heroicas, finalmente, subrayan el peligro de la inmunidad frente a los procesos judiciales. La indignación por las leyes de amnistía que le permitieron a Astiz promocionar su visión heroica de la violencia del régimen contribuyó a la presión sobre las cortes argentinas para juzgar casos pasados de violaciones de los Derechos Humanos, en un proceso que aún sigue. Los hijos sobrevivientes de Schoon y First han hecho la recusación de la amnistía de Williamson, sobre la base de que sus madres no eran legítimos objetivos políticos. Esperan poder juzgarlo y
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condenarlo por su violación a los Derechos Humanos. La atención generada por la confesión heroica de Williamson quizás los ayuda en sus esfuerzos103.
Conclusión Como si reflexionara sobre las confesiones heroicas, un estudioso de la memoria escribió: “La memoria nunca se moldea en el vacío; los móviles de la memoria nunca son puros” (Young 1993: 2). En el caso de las confesiones heroicas, el móvil no es simplemente restaurar la dignidad del viejo régimen y de sus fuerzas de seguridad. En muchos casos esa motivación envuelve un propósito más personal: limpiar el nombre de crímenes aduciendo una versión distinta de ese pasado. Quizás también enmascare el deseo de reclamar poder, no necesariamente sobre el Gobierno, sino sobre la historia. Subrayando que la historia es la posibilidad de una removilización: el régimen quizás necesite resurgir si reaparecen en el futuro las amenazas contra el país. Las confesiones heroicas, en otras palabras, constituyen lo que el investigador James Scott llama “promulgaciones de poder”, que emplean “la afirmación, el ocultamiento, los eufemismos y la estigmatización, y, finalmente, la apariencia de unanimidad” para sostener la versión oficial y dominante sobre el pasado (Scott 1990: 45). Esto es especialmente cierto desde que el público para estas confesiones no sólo son las víctimas sino también los compañeros y los seguidores, quienes tal vez necesitan que les recuerden la línea oficial. Scott afirma que “las élites son también consumidoras de su propia representación” (1990: 49). Las confesiones heroicas proveen los medios para reforzar, mantener y ajustar la historia oficial, para prolongar su dominio (Scott 1990: 45). Las confesiones heroicas quizás parecen socavar la posibilidad de una coexistencia contenciosa, de debatir, comprender y aceptar (sin acuerdos) diferentes versiones del pasado y de la democracia. Las confesiones heroicas quizás parecen imponer una interpretación hegemónica del pasado, de dominar otras visiones opositoras. Pero éste no ha probado ser el caso. Por el contrario, el debate estalla frente a las confesiones heroicas en cuanto diferentes grupos se movilizan a favor o en contra de ellas, para silenciarlas o para usarlas, a fin de adelantar objetivos políticos particulares. Algunos públicos perciben este conflicto y esta inestabilidad como amenazas para el orden democrático, pero paradójicamente ofrecen 103 La precaria situación legal ha llevado a los abogados de los perpetradores a instar al silencio. Williamson y yo conversamos telefónicamente, e incluso estuvo de acuerdo en hacer una entrevista hasta que intervino su abogado para evitar que pusiera en peligro su amnistía.
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sólo la alternativa antidemocrática de la censura para terminar con estas amenazas. La coexistencia contenciosa prospera en el proceso de formar posiciones políticas, puntos de vista contrarios, y movilizarse activamente para propiciar el cambio político. Además, las confesiones heroicas implican responsabilidad. Los perpetradores se vanaglorian de sus actos pasados. En el proceso revelan algunos –aunque superficiales– detalles de estos hechos. Ofrecen a los investigadores y al público claves sobre algunos hechos que antes habían permanecido ocultos detrás del silencio y la negación. La aceptación de la responsabilidad en la violencia política pasada también los convierte en individuos responsables, incluso si las cortes no logran condenarlos. La atrocidad queda asociada a perpetradores específicos. El conocimiento no puede reemplazar las pérdidas personales, pero la justificación de la atrocidad puede contrarrestarse. La responsabilidad también puede desarticular los polos de la memoria. Aquellos que previamente habían apoyado al régimen, interpretando el silencio como inocencia y creyendo las negaciones, deben enfrentarse al hecho de si continúan apoyando el régimen y sus ideales una vez que conocen la verdad sobre la violencia. Algunos deciden que no pueden. Se unen a aquellos que condenan las prácticas pasadas y comparten, incluso así sea de manera pasiva, el respeto por los Derechos Humanos y la justicia.
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Capítulo 4 Sadismo Mira, la corriente se aplica de la siguiente manera: se aplica en la punta de los senos, en los pezones, dos ‘perritos’ aquí, punto, y dos ‘perritos’ en la vagina. Y le vas dando vuelta a la máquina y ahí la corriente choca […] Si tú les pones corriente en la cabeza, en la cara, en cualquier parte del cuerpo, quedan marcas. Si tú bates a una persona, si tú le pegas con un ‘churro’ o un ‘tonto’ de goma y le pegas en una parte del cuerpo, van a quedarle marcas. Pero si tú lo bañas primero, lo mojas bien mojadito, colocas el ‘churro’ con otras cosas que son más importantes y dejas por ahí un paño mojado y le das dos o tres, no va a quedarle nada. Las personas se van a reír de ti. Osvaldo Romo Mena, entrevista televisada1
En 1995 Osvaldo Romo Mena escandalizó a la audiencia televisiva con su confesión en Primer Impacto, el programa internacional por cable de Univisión transmitido desde Miami. Presentada tres veces el mismo día en Estados Unidos y transmitida por toda América Latina y partes de Europa, la confesión de Romo ofrecía una rara y perturbadora mirada al placer depravado y sádico que algunos perpetradores obtenían de hacerles daño a sus víctimas. Entre la comunidad de Derechos Humanos, Romo ya contaba con alguna reputación antes de aparecer en televisión. La Comisión de la Verdad de Chile consideraba no menos de ochenta acusaciones de violación y otras formas de tortura por Romo durante sus dos años (1973-1975) como miembro civil de la unidad de la Policía secreta de la dictadura, DINA2. Debido al papel especial que desempeñó Romo en la DINA, y a su estilo personal, las víctimas y los sobrevivientes pudieron identificarlo al final de la dictadura. Se referían a él como “la personificación del terror en los años 1974 y 1975 y el hombre más conocido de la […] DINA”, “quizá el más cruel y sanguinario de los torturadores” y “orgulloso de su crueldad” (Guzmán 2000: 95)3. Afirmaron 1
Entrevista hecha por Mercedes Soler el 11 de abril de 1995, transmitida en “En Confianza”, Primer Impacto, Univisión, 17 de mayo de 1998. Citado en transcripción en Soto (1998, 2: 70-71).
2
“Justicia militar absolvió al ‘Guatón Romo’”, La Cuarta, 7 de octubre 7 de 2000.
3
Gladys Díaz, “¿Dónde están los dinos de ayer?”, Gente Gris de Miranda Trova, http://www.sech. cl/, reimpresión en Análisis, octubre de 1991.
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que él había sido el agente que los detenía en la calle, en sus casas, o en puntos de encuentro secretamente acordados con otros camaradas que, bajo tortura por agentes de la DINA, revelaban el plan. Relataban cómo algunas veces Romo los torturaba sin vendarles los ojos y se hacía llamar por su nombre. Algunos familiares de las víctimas aseguraban que su inclinación por los “botines de guerra” lo llevaba a entrar a sus casas y robarles a plena luz del día. En otras ocasiones, sonsacaba bienes o dinero adicional de las familias, con la promesa de liberar a los detenidos, incluso sabiendo que éstos ya habían muerto. El apodo “Guatón” (Gordiflón) parece más un término cariñoso, comparado con su presencia amenazante. Durante su confesión, su aspecto resultaba difícil de ignorar: tenía una cabeza pequeña y redonda puesta sobre un cuello casi imperceptible y las dos extremidades parecían demasiado pequeñas para sus grandes hombros caídos. Los brazos inflados estaban conectados a dos manos enormes y gruesas como palos, con largos dedos hinchados. Arrastraba un pie detrás cuando caminaba. Tenía un ojo desviado. Tenía la cara cubierta de surcos, de hoyos profundos. La piel era grasosa. Para cubrir la calva, la menor de sus carencias físicas, peinaba su grasiento pelo hacia adelante, como un antiguo déspota romano. Una camiseta extremadamente grande y sucia se pegaba a los bultos de carne de sus hombros y pecho. Un fuerte olor parecía emanar de su imagen en la pantalla, un hedor que sus víctimas y sobrevivientes aún recuerdan dos décadas después4. Era, en una palabra, repulsivo. Transformó su cuerpo en un instrumento de tortura en la pantalla. Sus brazos y manos mostraban los diferentes métodos que usaba: la imaginaria aplicación de electrodos en los pezones, la empapada de los cuerpos de las mujeres, la encendida de la corriente y la aplicación de los choques de electricidad. En su rostro se alternaban el éxtasis y el deleite ante sus actos, el jactancioso orgullo de su perspicacia y la burlona indignación por las falsas acusaciones. Se restregaba las manos con aparente placer y excitación, interrumpiendo el movimiento sólo para mostrar cómo podía usar unas tenazas para cercenar dedos o para hacer tajos en órganos internos, hechos con la intención de ocultar la identidad y las evidencias en los cadáveres de los detenidos. Las pautas en su discurso intensificaban la sensación de horror. Defectos de habla, baja escolaridad y dieciocho años hablando portugués en Brasil creaban 4
Guzmán hace referencia a su olor en no menos de cuatro veces en su libro (2000: 23, 24, 65, 227). Casi todas las víctimas entrevistadas hicieron referencia a su olor. Gladys Díaz lo describió como un “olor a grasa y transpiración a pesar de bañarse en colonia Flaño” (“¿Dónde están los dinos de ayer?”).
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un español mutilado con palabras apenas discernibles. A pesar de la terminología confidencial que usaba para describir las torturas, los no especialistas podían comprender su devastador significado5. Romo se mostraba tosco, crudo y retador. Y parecía hacerlo de manera jactanciosa, fijando la mirada y torciendo un poco la cabeza a un lado con una implícita provocación hacia el oyente para desafiarlo. Romo es lo contrario de la mayoría de los perpetradores. No posee la mirada de buen vecino que podría disimular su pasado como torturador. Y Primer Impacto exageró su disposición para sacar a la luz el horror de sus actos. Otras representaciones mostraban una imagen menos amedrentadora de Romo. Por ejemplo, en una entrevista anterior con Carmen Castillo –ex activista política chilena que salió hacia el exilio y se convirtió en directora de cine en Francia– para la televisión francesa, Romo aparece acomodado a una prudente distancia de la cámara. Es casi invisible, casi inaudible. Al mantener a Romo bajo la sombra, evitando los primeros planos y bajando el volumen, Castillo despojó a Romo de su capacidad para amedrentar. Romo se veía y actuaba de una forma más o menos respetable, manteniendo la cabeza derecha, las manos quietas, y ataviado con una camisa blanca de botones limpia y planchada. No hizo ninguna mención personal de la tortura, pero la protagonista del filme, su antigua víctima transformada en colaboradora, María Merino, lo etiquetó como un “asesino nato […] perverso”6. Castillo dio protagonismo central a las víctimas y los sobrevivientes, no al torturador7. El pasado político de Romo, así como su imagen, cambiaban con el tiempo y dependían de quién lo presentara. Antes del golpe de 1973, Romo había abandonado el Partido Socialista para unirse a una facción disidente, la Unión Socialista Popular, que presionaba al presidente Allende para una distribución más radical de los derechos y del ingreso. Se había lanzado como candidato del Partido Socialista para elecciones locales, había participado en movimientos de habitantes de los barrios bajos e incluso permaneció al lado de Allende en el funeral de uno de los militantes caídos en la invasión de tierras de Lo Hermida8. Poco después del golpe, Romo reapareció como miembro civil de la Unidad Halcón de la DINA, 5
Catherine Jagoe, “Confession Evil”, ensayo presentado en el Centro de Humanidades, Stoughton Public Library, Stoughton, Wisconsin, 23 de marzo de 2004.
6
Romo niega su participación en el asesinato del compañero de Castillo, Miguel Enríquez, aunque identifica a su oficial superior Miguel Krassnoff como el responsable. Castillo y Girard (1994).
7
E.O.G., “Diabetes no perdona al ‘Guatón Romo’”, La Nación, 11 de septiembre de 2000.
8
Ésta fue una reconocida invasión de tierras en la zona de Lo Hermida que terminó en una violenta confrontación, la muerte de un militante y muchos heridos. El presidente Allende se puso del lado de los residentes y manifestantes de Lo Hermida, y no con la Policía, que los invadió.
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especializada en infiltrar y destruir el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), mediante el secuestro y el interrogatorio (con tortura) y la eliminación de sus líderes y miembros. El pasado político de Romo lo situaba idealmente para el oficio, ya que podía hacer contactos e identificar a los líderes sin levantar sospechas. Su rápida incorporación a la DINA sugiere que quizás había trabajado para la derecha como agente provocador e infiltrado antes del golpe. Evidencias circunstanciales sustentan estas sospechas. Algunos observadores insisten en el coqueteo de Romo con la política de la derecha antes de su “conversión” al socialismo. Otros mencionan frecuentes enfrentamientos con la Policía y la posibilidad de que hubiera acordado infiltrarse en los movimientos de izquierda a cambio de su libertad, como él mismo sostuvo después del golpe9. Las propias historias de Romo se contradicen entre sí. Durante la dictadura, incitaba a los prisioneros políticos con cuentos de haber infiltrado sus movimientos, pero después insistía en que su colaboración con la DINA comenzó después del golpe, cuando empezó a comprender la historia política de Chile. Una de las características intrínsecas de Romo fue su búsqueda de reconocimiento y poder a cualquier costo. Que Romo confesara, por ejemplo, tenía muy poco sentido, excepto por el hecho de la visibilidad que le garantizaba. Romo no conocía a Nancy Guzmán, la periodista que lo entrevistó en la celda de reclusión en la cárcel de Santiago, y que organizó el programa de Univisión, Primer Impacto. Como civil, Romo no contaba con la inmunidad frente a los procesos por violación de los Derechos Humanos durante la dictadura. El gobierno democrático de Chile había conseguido extraditar a Romo desde Brasil, donde se había escondido desde 1974, cuando empezó una investigación de las actividades de la DINA. Considerando que quizás cargaría con la culpa por las violaciones de los Derechos Humanos por parte de los militares de la dictadura, Romo probablemente vio su confesión como una ventaja sobre sus ex jefes. O tal vez haya anticipado obtener dinero y fama con la misma. Romo se reunió con Guzmán durante un período de seis meses, finalizando el 11 de abril de 1995, cuando ella llevó un equipo de Univisión y filmó una entrevista de 90 minutos conducida por Mercedes Soler en la prisión. Una versión 9
En su mayoría, los testimonios atribuyen la posición de Romo en la DINA gracias a su vínculo con Julio Rada, quien había arrestado a Romo en la década de 1960 por delitos insignificantes. Rada, junto con Romo, ayudarían posteriormente a investigar una muerte que había ocurrido durante la invasión a las tierras de Lo Hermida. Cuando Rada se convirtió en el nuevo director de investigaciones criminales bajo el gobierno de Pinochet, supuestamente sacó a Romo de una fila de detenidos del MIR y lo convenció de que podía salvarle la vida si colaboraba.
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de siete minutos de esta entrevista apareció por primera vez en Primer Impacto el 18 de mayo de 1995, e incluso una versión más corta apareció en la televisión chilena. Más tarde, Guzmán publicó un libro sobre Romo en el que incluyó material adicional entresacado de anteriores encuentros con él10. La representación de Romo en Primer Impacto tiende a enfocarse en las deformidades y la desfiguración humanas, en males o enfermedades extraños, accidentes anormales y crímenes atroces. La historia de Romo se ajusta a la categoría de crímenes atroces. La película en cámara lenta, la sombría iluminación, la imagen sesgada, la misteriosa música y la imaginería sexual situaban la entrevista en un ambiente indiscutible de espectáculo. Romo se sometió a una representación y un guión sádicos11. Se burlaba de las desapariciones: “Cuando usted no tiene [cuerpos en los] cementerios, no tiene nada [que lo incrimine], sólo tiene que tirarlos al mar. Hay que alimentar a los peces”. Se entretuvo con las burlas sobre el mejor método para hacer desaparecer cuerpos. “Si está en el agua, cuando la vejiga se reviente el cuerpo subirá, claro que subirá porque va a flotar. Así que para que el cuerpo permanezca debajo del agua hay que usar algún tipo de químico para que no vuelva a subir”. Romo también sugirió la manera de ocultar la identidad de los cadáveres cortando los dedos de las manos y los pies con tenazas. Finalmente, rechazó el océano como el lugar apropiado para las desapariciones: “Ahora, Chile no es un mar para tirar cadáveres. El mar de Chile es correntoso, es violento”. Como alternativa, proponía los volcanes: “Claro, tú vas volando en un helicóptero: todos pa’ abajo. ¿Quién va a buscarlos en el fondo de un volcán? ¡Nadie!” (Soto 1998, 2: 73). A pesar de la insolencia, Romo expresaba orgullo por su trabajo. Creía haber luchado por una causa noble, vencido un enemigo feroz y restaurado el orden. Después del golpe, afirmó: “Comía el que trabajaba, había de todo, se acabó el desorden de los sindicatos” (Guzmán 2000: 155). La violencia, sos10
La noticia de la transmisión por Univisión llegó a Chile por medio de un reportaje –“Tortura en televisión”– escrito por Mauricio Montaldo, el corresponsal en Miami del diario Últimas Noticias de Chile. En junio de 1995 Chilevisión reprodujo parte del programa de Univisión, pero “suprimió partes espeluznantes, de especial crudeza, para no ofender la memoria de las víctimas ni herir la sensibilidad de los teleespectadores” (Soto 1998, 2: 70). La revista chilena Punto Final publicó la entrevista, pero ningún otro medio impreso hizo lo mismo, debido a la indignación creada por la transmisión. Punto Final, junio 11-24 de 1995. La intensa reacción pública para tan poco cubrimiento llevó a un observador a referirse al suceso informativo como un “escándalo disminuido y censurado” (Roberto Contreras, “Exijo ser un héroe [o el silencio de los inocentes]”, http://www.critica.uchile.cl/memoria/romo.htm).
11
Romo se refirió específicamente a métodos como “la parrilla”, la “percha del loro”, el “submarino” húmedo y seco y pasar un camión por encima de las piernas de los detenidos. Guzmán (2000: 165-69).
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tenía, fue un arma necesaria para terminar con la maldad del comunismo y la guerra civil. Al referirse a Allende, Romo sostenía que “los partidos políticos y los sindicatos dirigidos por el pije [“el niño rico”] desde La Moneda [el Palacio de Gobierno] dejaron al país en la ruina” (Guzmán 2000: 155). Le explicó a Guzmán: No, mira, yo entiendo que tú no sepai lo que pasó aquí en Chile porque erai muy joven, pero aquí había anarquía. A lo mejor tenían buenas ideas estos cabros del MIR pero eran imposibles, no vis que aquí el ejército es muy fuerte. Aquí existe una disciplina prusiana y nadie va a permitir que haya una revolución, aunque Pinochet la hizo porque cambió al país. Aquí sólo los militares pueden hacer una revolución. De todas maneras una guerra civil era peor, más muertos habría habido. Aquí ‘el Chicho’, así le llamaban a Salvador Allende, embarcó a medio país en un fraude y la gente lo creyó, pero eran puras mentiras […] era un pije [niño rico], así le decían porque a él le gustaba lo mejor y al pueblo lo tenían comiendo puras leseras y había que hacer colas pa todo. Yo vi todo eso antes del pronunciamiento militar, porque los milicos no se tomaron el poder, ellos salieron cuando la gente pedía a gritos a los militares. Por eso yo después decidí cooperar con la reconstrucción nacional [de Pinochet]. (Guzmán 2000: 69-70)
Romo presentó evidencias de las demandas de los chilenos para la intervención militar: “Llegaba gente que quería entregar información de que había visto aquí y allá, a fulano. Que el vecino era raro y que lo había visto hacer un hoyo en el patio pa enterrar libros o armas. Había muchos que querían que mataran a todos los marxistas, pero la tarea de la DINA no era matarlos […] era de inteligencia, había que chequear toda la información y después ir adonde estaban los bandidos, sí po, eran bandidos, no porque hayan ido a la Universidá eran santos” (Guzmán 2000: 150). Algunos de estos “bandidos”, sin embargo, ganaron la admiración de Romo: “Después que se detiene, hay que sacarles la información a los detenidos, ellos no la entregan así de buenas a primera. Ellos están adoctrinados para no entregar na, así que a veces se les pasa la mano a los que les toca ese trabajo porque estos cabros miristas [del MIR] eran muy re porfiados. Uno le decía: ‘habla mejor porque de todas maneras te van a sacar la información’. Hay que reconocer que estos cabros eran valientes y aguantaban hasta el último” (Guzmán 2000: 144145). Romo se refirió al líder del MIR, Miguel Enríquez, afirmando que murió “como un macho, de frente, no se escondió bajo las faldas de nadien, era muy inteligente ese cabro, era médico” (Guzmán 2000: 147). Romo dio a entender que para derrotar a estos oponentes tan feroces el Ejército chileno tenía que ser aún mejor. Su orgullo lo llevó a exagerar, en lugar de minimizar, su responsabilidad en esta violencia. Incluso asumió un crédito personal por haber derrotado al MIR: “Yo te voy a decir una cosa. Yo tengo una, una convicción, bien clara: lo que yo hice en la vida, como hombre, en la tierra, todo lo hice bien. Si a algunas personas no les
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gustó […] [esos son a los que] les afecta que el Guatón Romo, el Romo poblacional, haya sido el causante de que el MIR cayera total. Eso es bien claro; ellos no aceptan haber perdido una, una batalla en que tenían todo para ganar, tenían dinero, tenían armas, tenían estructuras, tenían gente, todo” (Guzmán 2000: 210)12. El orgullo por su trabajo y su carrera entraban en conflicto con su deseo de evitar un juicio. Eso lo llevó a numerosas contradicciones en su confesión. En una sola frase Romo admitía y negaba actos violentos: “Si tú me dices que yo desaparecí detenidos, no, po ahí soy inocente. Pero también hice cosas malas […] Yo destruí familias completas” (Guzmán 2000: 153). A pesar de su locuaz discusión sobre la implicación de la DINA en las desapariciones, Romo más tarde atribuyó los rumores de desapariciones al “marxismo internacional” (Guzmán 2000: 202-3). Niega haberse jactado de asesinar enemigos con un simple comentario: “No mate a nadie”. Busca defenderse de las acusaciones de tortura y robo: “No torturé. Los que hablan están picaos porque fueron derrotados, derrotados en la guerra. Yo soy inocente, nunca le hice daño a nadie, ni robé a nadie” (Guzmán 2000: 155)13. Pero después hace juegos semánticos: “Yo creo que aplicar corriente [eléctrica] no es tortura” (Guzmán 2000: 209). “Una cachetá no es tortura y a veces uno tiene que pegarles una cachetá a la gente porque se ponen furiosos y les vienen ataques de histeria. Yo por ejemplo le di golpes a algunos presos cuando se estaban yendo con la electricidad, pero eso fue para salvarles la vida” (Guzmán 2000: 109)14. Se asigna a sí mismo varios papeles en la DINA, para disminuir la responsabilidad de sus actos. Como “analista”, por ejemplo, no habría participado en 12
Romo admitió el asesinato del líder del MIR, Dagoberto Pérez, al afirmar: “Disparé y todo el mundo disparó. Así es la guerra, ahí está la guerra sucia, era yo primero, yo segundo, yo tercero”. Soto (1998, 2: 72).
13
Ver también pp. 145 y 209.
14
Otro ejemplo de las contradicciones de Romo tiene que ver con las desapariciones de las mujeres prisioneras. Negó tener cualquier conocimiento de cómo desaparecían las mujeres de los centros de tortura, y afirmó: “Yo no sé porque yo las vi sanitas. Mira, yo me iba por la tarde pa mi casa, al otro día yo preguntaba ¿y dónde está fulana? Me respondían que las habían trasladado. Yo no sé” (Guzmán 2000: 160). Pero evidentemente sabía y quería que su entrevistadora supiera que él lo sabía. Así que le dijo a Guzmán que él no podía decirle hacia dónde eran llevadas las prisioneras en los “transportes”, pero le sugirió que pensara en “nombres alemanes”. Esta afirmación confirmó los rumores de que muchos desaparecidos habían sido vistos por última vez en el centro de detención de una comunidad alemana, Colonia Dignidad (Guzmán 2000: 161). Romo testificó posteriormente en los juicios que Colonia Dignidad “era usada para detener gente que después fue desaparecida”, aunque el abogado de la comunidad alemana rechazó a Romo como alguien “mentalmente perturbado”. “Former DINA Agent Incriminates Colonia Dignidad”, Global News Wire-CHIP News, 10 de agosto de 2001.
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interrogatorios ni torturas15. Como pertenecía a la unidad de inteligencia, y no de contrainsurgencia, no habría llevado a cabo interrogatorios. Su rango era muy alto, afirmó, para haber estado involucrado en la tortura de miembros de bajo perfil del MIR: “Ésa era mi tarea, no cazar a estos estudiantes […] Nuestra preocupaciones eran los grandes! Mi rol era preocuparme solamente del Comité central y de la Comisión política”16. También aseveró: “No. Yo no la aplicaba [la tortura], solamente entrenaba al personal para que la aplicara, eso. Eso sí, me preocupaba de que se hiciera un trabajo bien hecho” (Guzmán 2000: 220). En otros momentos, afirmó haber estado en un rango muy bajo en la DINA para aplicar torturas. Contra los cargos hechos por Erika Hennings de que él la había torturado, por ejemplo, afirmó: “La dama está mintiendo, porque para esa época yo sólo estaba a cargo de localizar las casas de los líderes del MIR”17. La característica ambigüedad de Romo desapareció en su ardiente y resuelta negativa de haber cometido violación sexual. Quizás Romo entendía que la violación, a diferencia de otras formas de tortura, no tenía ninguna justificación. La derrota del MIR tal vez podía excusar la tortura y el asesinato, pero no la violación. Luz Arce, la ex víctima de Romo convertida en colaboradora, al reproducir un comentario hecho por Romo en el centro de tortura, creía que Romo entendía su vulnerabilidad frente a cargos de violación: “A esas mujeres vamos a tener que matarlas porque todos nos hemos acostado con ellas” (Arce 1993: 169). Incluso negó con vehemencia la violación en su representación confesional: “No. Violación sexual no existió. Mira a todo quien habla de violación sexual. Yo, yo, yo invito, yo desafío a las mujeres que estuvieron presas en la DINA, quién fue violada por mí. Yo desafío. ¡Nadie!” (Guzmán 2000: 200). Romo inventó historias para defenderse. Alegó, por ejemplo, que Luz Arce le había perdido perdón por haberlo acusado de violación, pero Arce afirmó que fue él quien le pidió perdón (Guzmán 2000: 174)18. Sostuvo que antiguas prisioneras lo había buscado para conseguir información sobre sus parientes y que nunca lo habían acusado de violación. Asociando la violación con aventuras extramaritales, también negó haber tenido motivos para violar a las prisioneras: “Ésas son falsas [las acusaciones], yo no me aproveché de ninguna mujer pa qué si yo tengo la mía y yo soy un hombre de familia y tengo mis principios también. Mira, yo soy padre de tres mujeres y no 15
Jorge Escalante, “Romo describió nexo de la DINA con Colonia Dignidad”, La Nación, 7 de agosto de 2001.
16
Patricia Bravo, “Cara a cara con el Guatón Romo”, Punto Final, 7-20 de diciembre de 2001.
17
“Confronting the Villa Grimaldi Torturers: The Court Encounter between Torture Victims and DINA Agents”, Global News Wire-Santiago Times, 23 de agosto de 2001.
18
Véase también Arce (1993: 142).
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iba a estar metiéndome con las […]” (Guzmán 2000: 156). Siguiendo con su confusión entre violación y atracción sexual, Romo afirmó: “¿Quién se iba a violar a esas mujeres asquerosas, sucias, orinás, con sangre corriéndole por las piernas y llenas de mugre? Tú no sabís lo que preguntai porque esas mujeres estaban en una pieza donde no tenían baño, no se bañaban, se hacían de todo, de todo, o sea orinaban y cagaban en unos tarros, sí po, en unos tarros como de pintura. En otros lugares hacían sus necesidades en el piso y ahí dormían, así que imagínate el olorcito que tenían. Sí po, ahí no había papel confort pa que se limpiaran, no po. Tú creís que alguien se iba a acercarse a ellas pa infectarse de cualquier enfermedá” (Guzmán 2000: 172). Más adelante Romo sugirió que las mujeres prisioneras malinterpretaban o confundían sus actos como “violación”, puesto que él tenía que “agarrarlas de donde pudiera”; mientras daban patadas y luchaban, quizás habrían interpretado esto como un asalto sexual. Al tiempo que negaba la violación, Romo admitió la violencia contra las mujeres. Justificaba esta violencia, debido a la ferocidad de las mujeres: “Si las mujeres eran re chúcaras, o sea eran muy re porfiadas, duras y se resistían más que los hombres, además a los hombres uno les da un combo y ahí lo deja tranquilito, ¿cierto?, pero a las mujeres uno tiene que tomarlas y ahí agarra cualquier cosa, porque ellas se resistían y mordían, pataleaban y todas esas cosas. El trabajo que nosotros hacíamos no era cualquier cosa, no era fácil pa na. Había que tener mucha psicología pa tratar a las extremistas, sí po, se les olvida que eran extremistas que andaban armadas y si lo agarraban a uno le daban balazos. No eran na santitas” (Guzmán 2000: 156-57). Quiso también minimizar el daño que les había causado a las mujeres, al sugerir que tenían una capacidad biológica para soportar la violencia: “Mira. La mujer aguanta para tener una guagua [un hijo]. El hombre nunca ha tenido una guagua […] Entonces con eso te digo todo. Si la mujer es capaz de tener un hijo de treinta centímetros […] sin cesárea, la mujer puede aceptar todo, porque la mujer no entrega, no da, no entrega nada, no es tan blandengue; la mujer es más firme” (Guzmán 2000: 194-95). Finalmente, Romo insinuó que las mujeres prisioneras se merecían la violencia porque habían abandonado su papel tradicional: “Son porfiadas, son más malas que los hombres, ellas se meten en la cuestión política sin pensar en su familia, después lloran por el papá, por los hijos, pero no se fijan en el problema que se meten” (Guzmán 2000: 160). Describió a Carmen Castillo como una mujer “irresponsable porque estaba embarazada y andaba hueviando” (Guzmán 2000: 146). Romo sugirió que los militares trataban a las mujeres “subversivas” con mayor generosidad que a sus camaradas hombres. Refiriéndose a Castillo, por ejemplo, Romo afirmó:“Si hubiésemos sido tan terribles podríamos haberla matado y se lo merecía, pero la respetamos porque estaba embarazada, estaba guatona.
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¿Te dai cuenta lo irresponsables que eran estos cabros del MIR pa meter mujeres embarazadas a los enfrentamientos?” (Guzmán 2000: 146). Alegaba haber salvado la vida de Erika Hennings al quitar su nombre de una lista de la muerte porque tenía un hijo pequeño y porque se había involucrado con el MIR sólo por su esposo, Alfonso Chanfreau, que era un líder del MIR desaparecido. Las actitudes tradicionales de Romo frente al género se extendían igualmente hacia los hombres, y desafió la masculinidad de los líderes del MIR, haciendo comentarios sobre su fracaso como esposos y padres al poner en riesgo a sus familias, así como sobre su comportamiento poco varonil en prisión y en el exilio. Incluso, aunque Romo aseguró que “todo el mundo habla bajo tortura”, condenó a quienes lo hacían. Al hablar sobre Chico Videla, dijo: “Su mujer aguantó todas sin chistar, no dijo na, nos engañó, nos huevió y na. Pero cuando cayó el Chico […] se cagó todo y cantó como pajarito. No vis que son maricones” (Guzmán 2000: 112). Se refería en los mismos términos a los líderes exilados: “Son maricones, se arrancaron cuando la cosa se puso fea, se fueron a llorar allá al exilio y dejaron a la pobre gente que les creía, enfrentándose cuando estaban derrotados desde el principio […] porque al Ejército de Chile nadie le gana” (Guzmán 2000: 151-52). Romo también despreciaba a aquellos que permanecían callados y operaban clandestinamente durante la dictadura: “¿Sabís lo que me molesta? Es que en este país todos son maricones, un día están contigo y después cuando la cosa se pone fea te dejan botao. Nosotros y mi general Contreras en la DINA cumplimos con el deber que se nos había encomendado. La DINA tenía que terminar con el marxismo y así lo hicimos. Quedaron algunos que debíamos haberlos hecho callar a tiempo, pero se escaparon […] Si los hubiésemos agarrado en ese momento, estaría[n] calladitos. ¿Tú entendís?” (Guzmán 2000: 151). Romo acusaba a los sobrevivientes, no a sus actos, por su encarcelamiento. Como él mismo dijo, “ahora ellos están sueltos y yo estoy aquí entre rejas por salvar al país del caos y de los sinvergüenzas y burguesitos que veían en la revolución proletaria una aventura” (Guzmán 2000: 154). Romo condenó por igual a los centristas y a los socialistas: “A mí me tienen preso Aylwin, Correa y todos esos. Yo soy el único preso político que hay en Chile, soy el único preso político. Todos esos que me tienen preso son los que llevaron al país a la ruina y ahora vuelven” (Guzmán 2000: 161). Continuó: “Lo que pasa es que a mí me quieren joder y me quieren joder porque Aylwin no ha podido con otros y me tiene a mí preso, pero yo voy a estar libre lueguito y ahí van a ver” (Guzmán 2000: 172). Por si el público pasaba por alto sus amenazas, Romo las refrendaba a menudo. Subrayó su deseo de repetir su papel anterior: “Yo creo que lo que yo hice lo volvería a hacer […] Sí, lo haría mucho más grande ahora […] No dejaría periquito vivo, o sea todo el mundo […] pa la jaula. Ese fue un error de la DINA. Yo se lo
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discutí hasta la última hora a mi General: ‘No deje a esa persona viva, no lo deje libre’. Ahí está la consecuencia” (Guzmán 2000: 211-12). Cuando se le preguntó, por ejemplo, cómo se sentiría con el epitafio “Aquí descansa el verdugo, el torturador, el asesino”, Romo se mostró orgulloso y halagado: “Podría decir, podría decir, lo acepto, el torturador, ¡ya!, para mí es una cosa buena […] Lo que sí puedo decir es que yo cumplí una etapa y bien cumplida. Limpio con mi conciencia y limpio con mis creencias. Yo creo que lo que hice lo volvería a hacer” (Soto 1998, 2: 74). La arrogancia de Romo reflejaba su creencia de que había conseguido un estatus social en Chile. Inventó un pasado que nunca vivió: estudiante en el Colegio de las Américas en Panamá y en la Universidad de Chile, consultor en Sudáfrica, instructor en una gran empresa en Brasil e, incluso, profesor de ciencias políticas (Soto 1998, 2: 66, 172 y 222)19. A aquellos que lo llamaban “Romo el de los barrios bajos” o “Romo el torturador”, les advertía que se olvidaban de que él sería siempre el “Romo-que-conoce-la historia-chilena-como-la palma-de-su-mano” (Guzmán 2000: 172). Su desesperada necesidad de alcanzar estatus explica su búsqueda de celebridad en la televisión extranjera. Romo le dijo a Guzmán que había rechazado entrevistas con los periodistas chilenos porque no tenían “seriedad” (Guzmán 2000: 222). Aunque Primer Impacto no podía ofrecerle seriedad a Romo, tenía ciertas ventajas sobre los medios nacionales. Romo aseguró que los entrevistadores le habían ofrecido dinero y una oportunidad de presentar un testimonio “efectivo y de alto impacto” que quizás le ayudaría a resolver su “conflictiva situación personal”. Guzmán negó haber ofrecido alguna compensación económica (Soto 1998, 2: 71). Romo, ciertamente, esperaba un cubrimiento favorable de las transmisión en Estados Unidos: “Mira, a ti te voy a dar la mejor entrevista y que cague quien cague no me importa, porque tú decís que lo van a dar en los Estados Unidos y allá la gente va a entender. No como aquí que uno dice algo y todos gritan” (Guzmán 2000: 175). Los lazos de Univisión con la comunidad anticomunista cubano-americana probablemente hayan alentado a Romo. La composición del equipo quizás también haya influido en su decisión. El padre del camarógrafo Raúl Hernández había sido oficial del Ejército durante la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba y había salido de allí días después del final de la misma y sólo después de haber asesinado a uno de los líderes del 19
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Romo parecía mentir incluso cuando el hecho no realzaba su reputación e, incluso, cuando podía caer fácilmente en la mentira. Se jactaba ante Guzmán, por ejemplo, de haber escrito una canción popular (sobre la decepción de tener una hija) de la cual no recibió ninguna autoría. Guzmán (2000: 66).
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nuevo Ejército Popular. Hernández, sostenía Guzmán, era un “admirador” de Pinochet, que, como su padre, había luchado contra la revolución y por la libertad. Hernández “no entendía a quién se iba a entrevistar y tampoco deseaba entender”, escribió Guzmán (2000: 179). La entrevistadora cubano-americana de Univisión, Mercedes Soler, también provenía de unos antepasados decididamente anticastristas y consideraba a los “desaparecidos” como simpatizantes de la Revolución Cubana y de Fidel Castro. Que hayan producido un retrato tan poco generoso de Romo sugiere que para ellos eran más importantes los beneficios y la fama que el mensaje político, o que su apoyo a las fuerzas antirrevolucionarias tenía límites. Cuando Romo insinuó que “cague quien cague”, parecía sólo ligeramente preocupado por las repercusiones potenciales que podría enfrentar. Por lo menos durante los primeros días de su encarcelamiento, ostentaba la creencia de que los militares lo protegerían. Bromeando frente a la jueza en el caso de la desaparición de Alfonso Chanfreau, por ejemplo, Romo comentó: “Señora Jueza, ¿para qué tanto afán cuando me van a sacar de esto en todo caso?”20. Las preocupaciones de Romo se centraban en la posibilidad de que el programa de televisión fuera una competencia para la autobiografía que planeaba escribir, pero Guzmán le aseguró que la transmisión global le serviría como acto de mercadeo para estimular las ventas. Convencido y entusiasmado con la oportunidad, Romo prometió reunirse con los periodistas de Univisión cuando llegaran a Santiago. Si Romo apareció en algún momento como héroe durante esta entrevista de 90 minutos, esos segmentos habrán quedado en el cuarto de edición. El programa mostró a Romo como sicópata, como un asesino, torturador y violador sin arrepentimiento, que merecía ser encarcelado de por vida. Guzmán describió así el impacto de la confesión de Romo: “Sería la primera y única vez que un torturador hablara frente a la cámaras para explicar sin el menor asomo de pudor una pequeña parte de lo que había sido el sufrimiento de las mujeres, hombres y niños que pasaron por los centros de torturas en el Chile de la dictadura” (2000: 181-82). Al contrario del “efecto Scilingo” en Argentina, los perpetradores chilenos evitaron aparecer a la luz pública antes y después de la confesión de Romo. La controversia generada por el programa, sin embargo, se centró menos en el pasado autoritario de lo que había esperado Guzmán. En su lugar, la transmisión de esta sensacionalista representación del sadismo de Romo llevó a parte del público a exigir la censura. Este grupo incluía a seguidores del régimen dic20
“La impunidad es ante todo un problema político”, Angel Fire, http://www.angelfire.com/.
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tatorial, el gobierno democrático, opositores del régimen y las víctimas y sus psicólogos. Cada grupo interpretó de manera distinta el significado y el impacto políticos del programa, pero coincidieron en el deseo de silenciar a Romo. Guzmán sabía que los militares deseaban impedir la entrevista. Romo le había dicho: “Yo no doy entrevistas porque soy militar. Tengo órdenes expresas del alto mando de no hablar, ni dar entrevistas” (2000: 40). Romo también se refirió tangencialmente a un “visitante” que había intentado persuadirlo de negarse a la entrevista si no quería poner en riesgo el cubrimiento de sus gastos legales y médicos y el soporte financiero para él y su familia. En cuanto Romo obtenía el sueldo y los beneficios de los militares, Guzmán concluyó que el visitante debió de haber sido un representante de las Fuerzas Armadas. Romo también se refirió a la dependencia de los beneficios militares cuando agregó que su médico le había advertido sobre la entrevista, por su efecto negativo en su presión arterial. Finalmente, Guzmán lo convenció de someterse a la entrevistas apelando a su honor. Él respondió a la presión de Guzmán: “Está bien, cuando yo doy la palabra la cumplo y yo te la di a ti, así que pase lo que pase hagamos la entrevista […] Te vai a hacer famosa con mi entrevista. ¿Tú creís que a los gringos les guste lo que yo diga? En todo caso, tú me decís si está bien o no” (2000: 181). Más adelante Guzmán asumió que las llamadas con amenazas que recibió después de la transmisión de la entrevista vinieron de los militares21. Romo, además, afirmó haber recibido ayuda por parte del coronel Enrique Ibarra cuando intentó retractarse legalmente de su confesión, debido a las “distorsiones”22. Los militares tenían obvias razones para evitar cualquier asociación con un torturador sicópata como Romo, pero este último, de forma consciente o no, utilizó estos lazos como su única protección. En una fecha tan reciente como el año 2000, cuando Pinochet y otros líderes enfrentaban procesos criminales, Romo aún afirmaba: “Soy pinochetista y moriré pinochetista”23. Pero esta lealtad no era recíproca. El ex ministro del Interior de Pinochet, Sergio Onofre Jarpa, descartó a Romo, afirmando que sus declaraciones eran las de un lunático: “Es un loco. Si 21
Quienes llamaron le advirtieron que sabían cómo encontrarla, incluyendo su dirección, su auto y otros detalles sobre su vida. Guzmán (2000: 231).
22
La periodista Vivian Lavín informó que Romo estaba preparando su retractación con la ayuda de Ibarra, quien observó en silencio mientras Romo la hacía autenticar por un juez militar y un secretario de la Corte. Otras fuentes confirmaron el papel de Ibarra en la retractación. “Osvaldo Romo, la entrevista que generó intensa polémica”, El Mercurio Online, 4 de julio de 2007 (http:// www.emol.com/noticias/nacional/detalle/).
23
“Justicia militar absolvió al ‘Guatón Romo’”, La Cuarta, 7 de octubre de 2000.
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usted va a una casa de orates, muchos le van a decir lo mismo”24. Manuel Contreras, el infame director de la DINA, negó que Romo tuviera cualquier papel oficial en la organización y lo identificó como un simple informante civil. Guzmán atribuyó la reacción de los militares frente a la confesión de Romo no sólo a las relaciones públicas sino también a una estrategia legal. El caso de Romo complicaba la Ley de Amnistía de 1978. Los militares habían entendido que la ley cubría todas las violaciones a los Derechos Humanos anteriores a 1978, independientemente de quién las cometiera, pero las cortes, al acusar a Romo, interpretaron que la ley otorgaba la amnistía sólo a los perpetradores individuales y militares, no a los hechos ocurridos en las instalaciones militares. Romo, como civil, no contaba con protección legal. De igual forma, ciertos actos, como las desapariciones, aún requerían de una investigación para determinar la criminalidad. Las cortes habían interpretado la amnistía como una protección contra procesos sólo después de haber encontrado el cuerpo de la víctima, o determinado que la muerte de la víctima había tenido lugar antes de 1978. Por esto, el juicio contra Romo amenazaba la amnistía de lo militares al abrir una investigación en asuntos que ellos consideraban cerrados. Condenar a Romo y crear la posibilidad de juzgar a otros perpetradores no parecía ser una prioridad importante para el gobierno democrático de Chile, a pesar de acusaciones de militares que señalaban lo contrario. De hecho, el Gobierno compartía el deseo de los militares de mantener oculto al público chileno el “lado oscuro y obsceno” de la dictadura, “no empañar la imagen de la transición a la democracia” (Guzmán 2000: 181). Consecuente con esta actitud, el secretario general, José Joaquín Brunner, comentó respecto de la confesión de Romo: “Las declaraciones no merecen mayor comentario. Son expresiones que corresponden a una persona enferma, desquiciada en cuanto a sus valores morales”25. El juicio de Romo pareció avanzar a pesar del gobierno democrático, no gracias a él. Los tribunales inferiores acusaron, juzgaron y sentenciaron a Romo por la detención y desaparición de Ester Lagos Nilson, la secretaria de Prensa del MIR bajo el gobierno de Salvador Allende. Pero antes de que Romo cumpliera la sentencia, la Corte Suprema de Chile, llena de partidarios del régimen militar, anuló la sentencia y la envió a las cortes militares, donde lo absolvieron de cualquier crimen. Su liberación de la cárcel en el año 2000 indignó a muchos chilenos, 24
La Tercera, 21 de mayo de 1995, reimpreso en Guzmán (2000: 26).
25
El Mercurio, 23 de mayo de 1995, reimpreso en Guzmán (2000: 26). La ministra de Justicia, Soledad Alvear, tomó el comentario suficientemente en serio para acusar a Romo de “justificación de la violencia” y de “amenazar y obstruir la justicia”.
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provocando manifestaciones y cartas de protesta enviadas desde todas partes del mundo, y amenazando la paz y la estabilidad democráticas. Pareció inminente una justicia bajo el modelo vigilante, como resultaba evidente en las palabras del hijo de una de las víctimas de Romo: “Este hecho de que él [Romo] esté en libertad justifica plenamente la justicia por nuestras propias manos. Le van a hacer un favor al detenerlo y que cumpla cadena perpetua; pero si él está libre, ya está condenado”26. La cárcel, sin embargo, no protegió a Romo de represalias. En marzo de 2000 pidió que lo trasladaran del hospital al interior de la prisión de Colina II porque había recibido amenazas de muerte de ex militantes del MIR que cumplían condena en el mismo bloque carcelario. Algunos miembros de la comunidad para los Derechos Humanos desearon también silenciar la confesión de Romo, debido a su impacto psicológico. El Instituto Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos criticó a Guzmán por reproducir la violencia contra aquellos “directamente afectados” por la tortura. Al “orientar, estimular, provocar suavemente al temible personaje [Romo]”, afirmaba el informe, Guzmán había fomentado el uso de un discurso sádico, ignorando el profundo impacto que tendría sobre la audiencia27. “[Las víctimas] ya han sufrido mucho como para que sigan siendo golpeadas por las palabras machaconas del ex agente”28. El informe también sostenía que el testimonio afectaría a quienes no eran víctimas: “Por momentos, nos sucede a los lectores un especial fenómeno: nos sentimos como capturados por una extraña fuerza que parece emanar del entrevistado, como si fuéramos víctimas de él”29. Este efecto, agregaba la reseña, ocurría por el poder de Romo sobre la entrevista, y también por la ausencia de una distancia crítica por parte del público frente a la historia dictatorial de Chile: “Todavía estamos demasiado enfermos por ella, demasiado afectados”30. Por lo menos una víctima intentó expresar su trauma al volver a ver a Romo, escribiendo una carta al editor de un periódico chileno, donde describió a Romo como un “fiel perro sangriento, sádico con los prisioneros”. Después de hacer una lista de los abusos cometidos por Romo en el centro clandestino de tortura, la víctima afirmó: “Fui detenido por él y sólo sigo aún con vida para contar todo esto gracias a un inexplicable milagro”. Terminó condenando la cultura de la impunidad en 26
“Hacen dibujos para que Romo vuelva a canasta”, La Cuarta, 14 de octubre de 2000.
27
“Confesiones de Romo: ¿locura del verdugo o locura de la sociedad?”, Rocinante, 2 de marzo de 2001, p. 24.
28
Ibid.
29
Ibid., pp. 24-5.
30
Ibid., p. 25.
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Chile31. Otra antigua víctima, Alejandra Holzapfel Picarte, habló sobre la cantidad de tiempo que le tomó recuperarse de la tortura, y cómo escuchar a perpetradores como Romo podía hacer descarrilar este proceso: “Tuve ocho años [en el exilio] muy amargos en los que intentaba olvidar, pero todos los días, el ‘Guatón’ Romo y los demás torturadores se me venían a la cabeza. Hice un proceso muy propio, sola. Me repetía: tengo que ser capaz de volver a tener una relación sexual, tengo que ser capaz de quedar embarazada […] Me proponía metas. ¡Es que todos teníamos que salir adelante!”32. Algunos observadores consideraron la confesión de Romo como una estrategia deliberada por parte de los partidarios del régimen que deseaban infundir miedo, al recordarles a los chilenos que individuos como Romo podrían resurgir si el gobierno democrático iba “demasiado lejos”. El ministro del Interior, Carlos Figueroa, insinuó que “ciertos grupos interesados en crear un clima de inseguridad” habían apoyado la entrevista de Romo para influenciar en la decisión de la Corte Suprema de Chile frente al asesinato del ex diplomático chileno Orlando Letelier. Otros sugerían que la confesión de Romo reforzaba la noción del régimen de que algunos individuos renegados, y no las Fuerzas Armadas como un todo, habían cometido esa violencia atribuida al régimen. Romo personificaba la excepción, la aberración, frente a la –por el contrario– noble misión del régimen, que, por lo tanto, exculpaba a este último33. Más directamente, la confesión de Romo ofreció una oportunidad para realizar cambios de personal dentro de la prisión. El director de Gendarmería, Claudio Martínez, fue obligado a renunciar después de haber permitido el acceso de periodistas extranjeros a la penitenciaría de Santiago. Con la salida del socialista Martínez, los partidarios del régimen esperaban ejercer influencia sobre el control de la cárcel, dado el hecho de que dos altos comandantes de la DINA (Manuel Contreras y Pedro Espinoza) enfrentaban un posible encarcelamiento por el asesinato de Letelier34. La confesión de Romo también ofreció una oportunidad para avanzar en objetivos humanitarios. Guzmán describió su libro como “un documento dirigido a la memoria de un país, a la memoria de la humanidad que repudió la dictadura de 31
Juan Salinas, “Osvaldo ‘Guatón’ Romo: un traidor, torturador y asesino, en libertad”, El Siglo, 13-19 de octubre de 2000.
32
Alejandra Holzapfel Picarte, en Bravo, “Cara a cara con el Guatón Romo”.
33
“Confesiones de Romo: ¿locura del verdugo o locura de la sociedad?”, Rocinante, 2 de marzo de 2001, p. 25.
34
Periodistas de Holanda y Alemania entrevistaron a Romo con anterioridad y grabaron y transmitieron estas entrevistas en la televisión extranjera con cubrimiento local, sin provocar escándalo por el acceso a las prisiones.
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Augusto Pinochet y que ha permanecido leal a los deseos de justicia” (Guzmán 2000: 17). Al poner en evidencia a Romo, Guzmán tenía en mente hacer más difícil que los “torturadores caminaran por las calles con la cabeza en alto”. Esperaba “sacar” a los perpetradores: Son dueños de fundos, empresarios en seguridad, ejecutivos de empresas trasnacionales, guardias de seguridad los menos pudientes, contratistas de compañías telefónicas, funcionarios de municipios de derecha, dueños de botillerías o de colegios subvencionados, están en oficinas privadas y en servicios públicos, son nuestros vecinos, se sientan en la mesa de al lado en el restaurante. Es más, la mayoría de esos torturadores tiene su vejez asegurada con jubilaciones de las Fuerzas Armadas. (Guzmán 2000: 16-17)
La confesión, en efecto, sacó a la luz a los perpetradores y “la enorme brutalidad que había quedado sin castigo” en Chile (Guzmán 2000: 229). La audiencia del programa le significó a Mercedes Soler un premio de Univisión (Guzmán 2000: 232). El Canal 11 de Chile recibió un torrente de llamadas telefónicas del público televidente, incluida la de una mujer, que se identificó como la esposa de un general del Ejército, y que declaró: “Me avergüenzo de ver que el Ejército usó a este tipo de delincuentes para cometer aberraciones” (Guzmán 2000: 230). La mujer admitió que no creyó en los testimonios de las víctimas hasta cuando escuchó la confesión de Romo. La confesión de Romo también catalizó las acciones contra las leyes de inmunidad en Chile. Una carta abierta al gobierno de Chile, firmada por organizaciones no gubernamentales de toda Europa, se refirió al retrato de Primer Impacto de “uno de los torturadores más sádicos” y exigió el juicio y el encarcelamiento de Romo35. Grupos de Derechos Humanos en Chile, como la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD) y la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos (AFEP) exigieron el encarcelamiento de Romo. Mireya García, secretaria general de la AFDD, describió a Romo como “una total perversidad del ser humano. Sus declaraciones sobre lo que sufrieron los prisioneros y de lo que hizo para desaparecer los restos de los prisioneros desaparecidos permanecen grabadas en [la mente de] cualquiera con un mínimo sentido de humanidad”36. 35
Entre éstas se incluyeron organizaciones no gubernamentales de Bélgica, Inglaterra, Francia, Alemania, España y Suecia. Ver “Carta abierta a los gobernantes chilenos”, firmada por el Colectivo Chileno Europeo contra la Impunidad (CCECI), 8 de octubre de 2000, http://www.noticias. nl/. Disponible también en www.correodelsur.ch.
36
“Agrupaciones de Derechos Humanos rechazan libertad de Osvaldo Romo”, El Metropolitano, 8 de octubre de 2000.
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La comunidad de Derechos Humanos intentó ligar el castigo contra Romo a un marco más amplio de justicia para los crímenes de Estado de la pasada dictadura. Luz Arce, a pesar de su colaboración con la DINA, expresó este lazo: “Lo primero que debo confesar es que cuesta hacer leña del árbol caído, eso no significa que Romo Mena deba ser absuelto, sin duda lo será, todo parece indicar que los casos de detenidos desaparecidos irán siendo amnistiados, al pensar en Romo Mena hoy puedo ver que en 1974 era el hombre con el poder de arrastrar hacia el infierno a quienes su jefe Miguel Krassnoff Marchenko le ordenaba, y hoy es el único que está en manos de la justicia. Para mí es muy difícil entender por qué Romo es responsable y el resto de los otros no” (Arce 1993: 141-42.). Guzmán desarrolló aún más la noción de que la DINA dependía de individuos –como Romo– con ciertas patologías. Describió a Romo como “un matón, nada más”, quien complacía a sus superiores con extraordinarios actos de violencia contra los adversarios37. Cuando Romo admitió simplemente que cumplía con sus obligaciones, y que las hacía bien, captaba el ambiente de la DINA, que recompensaba la brutalidad. Aunque dos de los líderes de la DINA que identificó Romo –Miguel Krassnoff y Marcelo Morén Brito– enfrentaron juicio, condena y prisión, muy pocos atribuyeron estos hechos de justicia de forma directa a la confesión de Romo38. El debate que engendró su confesión, sin embargo, estimuló la coexistencia contenciosa en Chile. Al desafiar a Romo, sus víctimas y sobrevivientes subrayaron que lo recordaban más grande; cuando lo enfrentaron después de la dictadura, Romo ya no se destacaba sobre ellos ni física ni metafóricamente (Arce 1993: 142)39. Holzapfel comparó el deterioro físico y el aislamiento de Romo con la atrofia del régimen: “Me alegra haberle podido decir ‘qué bueno verte solo y enfermo: todo el daño que nos hiciste se volvió en contra tuya, y espero que vivas y sufras muchos años’”40. La capacidad de debatir también restituyó la ciudadanía política de otros. Erika Hennings entendió la confesión de Romo como una oportunidad para comprometerse de nuevo con la vida política: “Romo […] niega la tortura y 37
Nancy Guzmán, citada en Willy Haltenhoff, “Me dio mucho miedo ver libre a Romo”, La Nación, 13 de noviembre de 2000; Guzmán (2000: 27).
38
Fueron acusados por la muerte de los líderes del MIR Alfonso Chanfreau y Miguel Enríquez. “Funcionamiento de estructura operativa”, La Nación, 7 de agosto de 2001. Véase también Robert J. Quinn, “Will the Rule of Law End? Challenging Grant for Amnesty for the Human Rights Violations for a Prior Regime: Chile’s New Model”, Fordham Law Review 62 (febrero de 1994), pp. 905-60.
39
Haltenhoff, “Me dio mucho miedo ver libre a Romo”.
40
Bravo, “Cara a cara con el Guatón Romo”. Para una discusión sobre el funas, o el “paseo” público de Romo, véase “Careo”, Últimas Noticias, 28 de julio de 2001.
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el abuso sexual, pero quiere hablar. Quizás las otras víctimas no me perdonen al decirlo, pero a pesar de todo, siento que tiene un lado humano. Está soportando un gran peso de culpa”41.
Reflexiones comparativas en confesiones sádicas Hennings reproduce el aspecto más turbio de las confesiones sádicas: los seres humanos cometen atrocidades y lo disfrutan, incluso si se trata de placeres culpables. Muy pocas confesiones en la vida real expresan ese placer en palabras o actos. Sin embargo, estas apariciones permean los relatos de ficción. El personaje de Roberto Miranda, el torturador de Paulina en La muerte y la doncella de Ariel Dorfman, por ejemplo, describe su transformación de médico profesional tratando de salvar las vidas de los prisioneros en un torturador sádico: “Poco a poco, la virtud se fue convirtiendo en algo diferente, algo exitante [...] y la máscara de la virtud se me fue cayendo y la excitación me escondió, me escondió, me escondió lo que estaba haciendo, el pantano de lo que estaba [...] y cuando me tocó atender a Paulina Salas ya era demasiado tarde. Demasiado tarde [...] Demasiado tarde. Empecé a brutalizarme, me empezó a gustar de verdad verdad. [...] Puedes hacer lo que quieras con ella, está enteramente bajo tu poder, puedes llevar a cabo todas las fantasías” (Dorfman 1997: 69-70). Los autores de ficción liberan a sus torturadores del tabú de admitir el placer que provoca infligir daño a los otros. Romo se asemeja a las caracterizaciones literarias de los perpetradores al ignorar este tabú. Sólo algunos fragmentos de otras confesiones alrededor del mundo se aproximan a esta ruptura con el tabú y con la perturbación del público. “Yo era muy bueno con la canaleta”. Los textos sádicos son extremadamente raros. Esto no resulta sorprendente, puesto que los textos permiten a los perpetradores disfrazar su placer sádico. Lo que distingue al texto de Romo es su incompetencia para encontrar el lenguaje de negación y ocultar este placer. Incluso cuando intenta negar la violación, por ejemplo, la confunde con un acto sexual placentero, y no la acepta como lo que es, una tortura física y psicológica. Así, alega que no pudo haber violado (disfrutado del sexo) a detenidas sucias y enfermas. Romo se ve obligado a expresar esta opinión como consecuencia de las ochenta acusaciones de violación en su contra. Donde existe evidencia de sadis41
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Malcolm Coad, “The Healing Pain through Purgatory Fire”, Guardian (Londres), 6 de febrero de 1993.
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mo, los perpetradores, por lo general, no consiguen encontrar un texto apropiado para excusar sus actos. Los guardias estadounidenses sorprendidos en fotografías sonriendo mientras infligen tortura sexual en la prisión de Abu Ghraib en Irak, por ejemplo, necesitaron de un texto para explicar la presencia de un placer sádico. No consiguieron encontrar ninguno. ¿Cómo podía la recluta Lindy England imprimirle un valor estratégico al hecho de sostener a un prisionero desnudo atado a una correa de perro o señalar los genitales expuestos de los prisioneros? ¿Cómo podría la estrategia explicar el desinhibido deleite que revelaba su imagen en la fotografía? Las técnicas narrativas fallan al intentar ocultar el sadismo cuando no tienen sentido. Las investigaciones hechas sobre Abu Ghraib revelaron que algunos guardias creían que las fotografías ayudarían en el interrogatorio y en el éxito de la guerra42. ¿Querían decir que las fotografías debían parecer como si los prisioneros se estuvieran divirtiendo con los guardias? ¿No revelaban éstas, por el contrario, que los guardias se estaban divirtiendo a costa de los prisioneros? ¿Para quiénes eran más humillantes estas fotografías? Donde las fotografías, la representación y otras evidencias dan indicios del placer obtenido, el texto difícilmente puede ocultarlo. El texto intenta minimizar la atrocidad detrás del acto. Los torturadores pueden alegar, por ejemplo, que no mataron a nadie, que no dejaron marcas físicas ni cicatrices, o que en realidad no hirieron a sus víctimas. Quizás insinúen que estos actos se ven o suenan peores de lo que en realidad fueron. De esta forma, la afirmación de Romo de que las mujeres soportan mejor la tortura que los hombres sugiere que sus métodos no provocaban demasiado daño (a las mujeres por lo menos). El texto intenta disimular el sadismo con un lenguaje técnico, pero a menudo provoca el resultado contrario. Romo detallaba métodos de desaparición de cuerpos que mejoraban las técnicas de sus superiores menos inteligentes. El torturador argentino Juan del Cerro, conocido como “Colores”, debido a su pelo rojo y sus pecas, afirmó haber inventado un tipo particular de picana eléctrica que de manera efectiva, y sin dejar marcas, sacaba confesiones de las víctimas. Se mostraba indignado porque sus superiores no apreciaban su total devoción al trabajo, especialmente sus días de trabajo de catorce horas dedicados “al servicio de la nación”. El teniente del Ejército Marcelo Paixão Araújo –que encabezaba la 42
Véase teniente general Anthony R. Jones, “AR 15-6 Investigation of the Abu Ghraib Prison and 205th Military Intelligence Brigade”, Investigation of Intelligence Activities at Abu Ghraib, 23 de agosto de 2004, pp. 6-33.
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lista de los torturadores presentados en Brasil: Nunca mais, un informe no oficial de violaciones a los Derechos Humanos– le dio a la revista Veja una versión desapasionada y clínica de su técnica de tortura en tres partes. Primero, tiraba a los detenidos en el piso en mitad de un cuarto, los desnudaba y les gritaba hasta que dieran la información. Si esto no funcionaba, empezaba con la segunda –y más violenta– fase, convirtiendo a los detenidos en sacos humanos de boxeo: “Uno le daba bofetadas en la cara. Otro le daba puñetazos en la boca del estómago. Un tercero, puñetazos en los riñones”. Si se negaban a hablar, empezaba la tercera etapa: “A mí me gustaba mucho usar la palmeta. Es muy dolorosa, pero hace que la persona hable. Yo era muy bueno con la palmeta”. Describió el uso de la palmeta de este modo: “Se obliga al sujeto a abrir la mano […] ahí se aplican con fuerza unos diez, quince golpes en la mano” con la canaleta. Araújo describió otras formas de tortura que también había usado, mostrándose particularmente orgulloso con la del “teléfono” como un invento ciento por ciento brasileño. El método implicaba enviar una corriente eléctrica de bajo nivel a través del cuerpo “que no significara el riesgo de un daño serio”. “Me gustaba mucho hacerla pasar en las puntas de dos dedos. También uno podía hacerla pasar en una mano y en una oreja”. Araújo dejó claro que cumplía órdenes, pero no ciegamente. Por el contrario, defendía orgullosamente su contribución, por haber salvado a Brasil del comunismo: “Lo hice [torturar] porque creía que era necesario. Es evidente que cumplía órdenes. Pero acepté las órdenes. No quiero dar la impresión de que era un ciego. Recibí órdenes, instrucciones, pero estaba listo para aceptarlas y cumplirlas. No piense que fui obligado […] nada de eso. Si hubiésemos dejado que [grupos de izquierda como] el VPR, el Polop, o quien fuera que tomase el poder o se lo entregara a alguien, quienes se hubieran aprovechado de eso hubieran sido los comunistas. No queríamos que Brasil se convirtiera en el Chile de Salvador Allende”43. Los perpetradores sádicos a menudo enfatizan los aspectos socialmente aceptados de la habilidad técnica: inteligencia, creatividad, innovación, vigor y dedicación. Lo que no parecen ver, sin embargo, es que al aplicar estas características a la tortura, se revelan como individuos sádicos. Aunque no expresen de forma específica el placer de hacerles daño a otros individuos, esto es sin ninguna duda lo que supone el oficio del que disfrutan. Por otra parte, ninguno de estos torturadores justifica sus actos como el acto de salvar vidas. Consideran sus destrezas 43
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Alexandre Oltramari, “Torturei uns trinta”, Veja, 9 de diciembre de 1998, pp. 44-46. Araújo fue nombrado por más víctimas (veintidós) que cualquier otro torturador en particular. Admitió ante Veja que no sabía a cuánta gente había torturado mientras era teniente del Regimiento de Infantería de Belo Horizonte (1968-1971), pero calculó ese número en unos treinta. Confirmó que sus víctimas habían ofrecido una descripciones “esencialmente correctas” de sus métodos de tortura.
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técnicas como esenciales para el éxito de la guerra o para derrotar el comunismo. Pero estos perpetradores, por lo general, fracasan en el momento de crear textos que justifiquen sus actos específicos como heroicos, o incluso racionales. “Asqueroso puerco, sigues siendo tan nauseabundo como antes”. Los perpetradores intentan evitar verse como sádicos. Quizás sepan que admitir la violencia pasada conjurará la imagen de criminal psicópata que está en la mente del público. Para contrarrestar estas imágenes, tratan de aparecer por encima del reproche. Como lo demostró la transformada imagen de Romo, diferentes grupos mediáticos agudizarán o disminuirán las características sádicas de los perpetradores. El infame torturador argentino Julio Simón (“el Turco Julián”) también experimentó cómo los medios pueden crear o disfrazar las imágenes sádicas. Acusado de desaparecer a 200 personas y encontrado culpable de 58 crímenes, Simón disfrutaba la libertad de la Ley de Obediencia Debida para difundir su historia. En su primera aparición en los medios, en el sobrio programa periodístico Telenoche, exhibió y actuó su papel de asesino sádico: llevaba puesto un sucio suéter de cuello de tortuga café y tenía el pelo largo, revuelto, una barba descuidada y una actitud grosera. Cuando apareció más tarde en el popular show de entretenimiento de Mauro Viale, se había transformado: sin barba, con un cuidado corte de pelo y ropa a la moda, tomado casi siempre desde atrás y profundamente silencioso. Se veía respetable. Los medios relatan las historias de los perpetradores no sólo con la asistencia del camarógrafo y de los maquilladores, sino también a través de la edición. Como si la repulsiva imagen de Romo en Univisión no hubiera sido suficiente, los medios reprodujeron un posterior encuentro de Romo y una antigua víctima que afianzó su despreciable imagen. Romo se había orinado accidentalmente en la silla de sala del juzgado, y una de sus antiguas víctimas, Alejandra Holzapfel, reaccionó: “En ese momento se me descargó todo el odio [hacia él]: ‘¡Cochino, mugriento, sigues siendo el mismo asqueroso de antes, te viniste a mear en la silla de la jueza! [...] ¡Andate de aquí, chancho!’”44. El informe de los medios mostró a Romo, que había dominado a Holzapfel y a muchísimas otras en las salas de tortura de la dictadura, igual de patético e impotente en el tribunal de la democracia. Presentar una fachada respetable al público democrático resultó particularmente difícil para individuos como Romo, que habían ascendido a una posición 44
Bravo, “Cara a cara con el Guatón Romo”.
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de estatus por medio de sus trabajos violentos durante el régimen dictatorial. El aparato de seguridad los había sacado de la oscuridad y convertido en Alguien. Adquirieron poder, salarios, bonos, acceso a las élites sociales y reputación. Y disfrutaban con su posición, incluso si esto significaba causar daño, como lo afirmó un policía del apartheid: “Yo de verdad era como un león joven, sabe. Para mí, participar en este tipo de… de servir a mi país a semejante nivel era todo un honor. Y cuando estuve en la Policía de seguridad fue en uno de los escuadrones élite de la Policía, y trabajábamos día y noche. Y, sí, sí me entusiasmaba”45. El hecho de rechazar estos papeles habría significado abandonar el “entusiasmo” de trabajar “día y noche” en los “escuadrones élite”. De esta forma, algunos perpetradores esperaban que se les reconociera su parte en la lucha. Se veían a sí mismos como los intrépidos defensores del régimen, así como se consideraban durante el período de la dictadura como los encargados de que las cosas se hicieran. Las confesiones sádicas ayudaron a los soldados rasos a ejercer poder sobre los generales de escritorio al exponer la verdad. Araújo, por ejemplo, se burlaba de la negación de torturas por parte del ex presidente del régimen militar, general Ernesto Geisel: “Quien diga que no había tortura es un idiota”46. Agregó: “Según el testimonio de Geisel, él no sabía nada […] él era inocente. Todo eso es realmente chistoso. Todos los agentes del gobierno [militar] que escribieron sobre la época del régimen militar fueron muy moderados. Hipócritas, incluso. No sabían nada, eran santos […] ¿Quién firmó el AI-5 [Acto Institucional No. 5]? Yo no fui. Al suspender las garantías constitucionales, se permitió todo lo que sucedió en los centros de tortura”47. Pero para los perpetradores, dejar que “pasara cualquier cosa” aún implicaba algunas reglas de civilidad. Todos los perpetradores creían que habían defendido esas reglas. Además, señalaban a aquellos que no lo habían hecho. Por ejemplo, cuando le preguntaron sobre los perpetradores que se transformaban en monstruos, Araújo contestó: “¿Monstruos? No… a los que yo consideraba monstruos eran los sádicos. Yo mismo tuve que deshacerme de dos sargentos. No quería sádicos trabajando conmigo”48. Igualmente, las representaciones sádicas implican reactivar las pasadas interacciones con víctimas bajo una luz menos aberrante. Romo aseguró tener 45
Paul van Vuuren, Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 22 de febrero de 1998.
46
Alexandre Oltramari, “Torturei uns trinta”, Veja, 9 de diciembre de 1998, p. 45.
47
Ibid., 44-49.
48
Ibid., 48.
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un contacto cercano con sus antiguas víctimas. Araújo afirmó que sus víctimas creían que él las había tratado “justamente”. Y algunos perpetradores, como el policía torturador del apartheid Jeffrey Benzien, creían que habían creado un lazo con las víctimas. Ashley Forbes, una víctima de Benzien, le recordó a éste una de las varias técnicas que había usado para torturarlo: sofocación con una bolsa húmeda y en una alfombra, golpizas que le reventaron los tímpanos y violación anal con una vara metálica. Benzien no negó las acusaciones, pero esencialmente las ignoró y se concentró en la “relación especial” que habían fraguado en prisión. Benzien recordaba haber llevado a Forbes a comer un bistec y al Kentucky Fried Chicken. Se mostró casi nostálgico cuando describió cómo Forbes había visto la nieve por primera vez con él. Le había llevado fruta fresca a Forbes para que comiera y novelas del oeste para que leyera, cuando permaneció hospitalizado después de un intento de suicidio. La representación hecha por Benzien de esta relación frente a los testimonios de Forbes hacía ver sus actos como una tortura psicológica y física homoerótica49. Los perpetradores que hacen confesiones sádicas a menudo tienen menos que perder y más que ganar a su favor. Juzgar a aquellos que hacen confesiones sádicas como únicamente perversos o malignos ignora, por lo tanto, los estratégicos cálculos que hay detrás de las mismas. También ignora cómo los actos que revelan involucran al régimen, y no sólo a unas cuantas manzanas podridas, con las atrocidades cometidas. “La tortura es eterna”. La dramatización estimula el sadismo de las representaciones confesionales. La transcripción de la confesión de Romo es perturbadora, pero no invoca nada semejante a la sensación de horror que se tiene cuando uno la observa en televisión. El mensaje político de la cámara sobre cómo interpretar a los perpetradores y sus palabras, por lo general, crea mayor influencia en la respuesta del público que el texto confesional en sí mismo. La creación de una imagen sádica no siempre implica exagerar los rasgos del perpetrador, como en el caso de Romo; algunas veces significa disminuirlos. Cuando el diminuto, pelirrojo y pecoso “Colores” apareció en el programa televisivo en Barcelona, habló desde las sombras. Debido a que el programa reveló su nombre completo y su alias, su oscura apariencia no ocultó su identidad. Lo que enmascaró fue su normalidad. “Colores” se convirtió en un torturador borroso escondido y sólo medio visible entre las sombras de la historia. Con seguridad habría parecido menos misterioso y aterrador bajo una toma completa de la cámara. 49
Véase Comisión de la Verdad y la Reconciliación, audiencia de amnistía para Jeffrey T. Benzien, Cape Town, Sudáfrica, 14 de julio de 1997, pp. 96-117.
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Telenoche también calculó la presentación del reconocido torturador Simón. El mismo Simón intentó minimizar la importancia de la tortura y, por lo tanto, de parte suya, no hizo ninguna celebración. Simplemente declaró que había desempeñado un papel en tres distintos centros clandestinos argentinos, donde el propósito del régimen suponía matar a todos los detenidos. Admitió haber usado la tortura, aunque sólo en “muy pocas” ocasiones. Confesó que la tortura había mostrado ser contraproducente para revelar información, puesto que dejaba a la víctima “muy destrozada”. Su trabajo era agarrar a los “subversivos” y no “perder tiempo” sosteniendo discusiones con ellos. Cuando contaba sólo con un tiempo limitado para extraer información, usaba la tortura. Realizó esta confesión de una manera prosaica, casi aburrida, presentando las usuales justificaciones heroicas: “Lo que hice, lo hice por la Madre Patria, por mi fe y mi religión. Claro que lo haría de nuevo” (Feitlowitz 1998: 212). Y contrastó su actitud personal con las de Scilingo e Ibáñez: “No estoy arrepentido. No soy un llorón como Scilingo. O el borracho de Ibáñez. Ésta fue una guerra para salvar a la nación de las hordas terroristas. Mire, la tortura es eterna. Siempre ha existido y siempre existirá. Es parte esencial del ser humano” (Feitlowitz 1998: 212). En contraste con su lenguaje entre aburrido y heroico, el cuerpo de Simón tembló nerviosamente a lo largo de todo el segmento. Trataba de recuperar la resolución al final de cada frase dando un marcado giro de la mejilla hacia arriba o lanzando una fría mirada al entrevistador. Ni las palabras ni la representación de Simón se asemejaron a una confesión sádica, pero el programa las transformó en una. El programa entrelazó sus declaraciones con comentarios de las víctimas de Simón. Mario Villani, sobreviviente de cinco centros de detención argentinos, narró un incidente en el que Simón, un notorio antisemita, torturó a un prisionero judío hasta matarlo. Insatisfecho con sólo los choques eléctricos, Simón introdujo un palo roto por el ano de la víctima; el palo desgarraba sus órganos internos cada vez que su víctima se retorcía por la descarga eléctrica. A pesar de que el testimonio de Villani reforzó la imagen sádica de Simón, Villani no lo consideraba como único entre los torturadores del régimen. Después de su debut en Telenoche, Simón buscó una opción más lucrativa en el programa de Mauro Viale, Mediodía con Mauro50. En cubículo aislado arriba del estudio y dando la espalda a la cámara, Simón escuchaba y de vez en cuando hacía comentarios sobre el enfrentamiento político que se daba en el escenario del estudio entre partidarios y opositores del régimen militar. Los moderadores 50
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Mediodía con Mauro, Argentina Televisora Color (ATC), 15 y 25 de agosto de 1997, 15 de septiembre de 1997 y 13 y 21 de noviembre de 1997.
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tenían que intervenir frecuentemente para impedir que brotara la violencia entre argentinos de clase alta, que consideraban a Simón un héroe de guerra, y los jóvenes estudiantes e hijos de desaparecidos, que lo consideraban un nazi, un torturador, un asesino y un hijo de puta51. En un momento del programa, una mujer joven que había perdido a varios miembros de su familia durante la dictadura subió las escaleras hasta el cubículo donde estaba Simón y lo golpeó por detrás con el bolso. Cuando Simón se dio la vuelta para defenderse, la cámara reveló su rostro. Una vez expuesto, salió de su refugio y se unió a la refriega en el estrado central del estudio. Como en Telenoche, Simón limitó sus comentarios a una vacua defensa del régimen militar, y los mantuvo lejos de cualquier sadismo. Pero así como en Telenoche, el estudio transformó el testimonio de Simón en una confesión sádica. Se hizo una simulación de la tortura de Mónica Brull por parte de Simón. Exhibida en tonos sepia y con el sonido de la grabación de un testimonio oral, la reconstrucción mostraba a una joven, hermosa, ciega y embarazada Brull siendo conducida a una sala de tortura, para ser desvestida, sacudida por punzadas eléctricas, violada, mientras uno de los perpetradores, parecido a Simón, fumaba y se divertía con un placer perverso de su dolor. Aunque ciertamente representaba el sadismo de Simón, la reconstrucción misma bordeaba la fantasía pornográfica masculina del sexo sadomasoquista, en lugar de mostrar una reflexión sobre la violencia pasada desde la perspectiva de las víctimas. El show de Viale poco sirvió para convertir a Simón en un héroe, pero sí le dio celebridad: el villano estrella en su propia miniserie, explotando sus credenciales de antiguo torturador. Los medios impresos cuentan con el mismo poder, pero usan técnicas diferentes. Un estilo de entrevista, por ejemplo, propició la confesión sádica de Borislav Herak, un joven bosnio serbio condenado a muerte en 1993 por una corte militar de Sarajevo por la violación y el asesinato de varias mujeres musulmanas. Durante una entrevista con el periodista George Rodrigue (G) del Dallas Morning News, Herak (B) trató de limitar sus comentarios a los detalles del caso. Inicialmente le confesó al reportero que él consideraba la violación como algo “estúpido”, pero que su oficial al mando la consideraba esencial para la moral de la tropa. Las represalias por no cumplir las órdenes –específicamente, ser enviado a la muerte en el frente– lo forzaron a obedecer. El periodista animó a un 51
Uno de los pocos intercambios interesantes en este programa tuvo que ver con un joven militante peronista que cuestionó el estatus de héroe de Simón: “Ninguno de sus comandantes lo defenderá. ¿Usted sabe lo que significa poner a alguien como éste al mismo nivel que los soldados en las Malvinas?”. Mediodía con Mauro, Argentina Televisora Color (ATC), 15 y 25 de agosto de 1997, 15 de septiembre de 1997 y 13 y 21 de noviembre de 1997.
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Herak receloso a que admitiera que alguna parte de él disfrutó con la violación y el asesinato. G: ¿Hubo algo bueno en luchar al lado de los serbios? ¿Un sentimiento de unidad o de formar parte de un equipo? ¿Un sentimiento de sentirse importante? B: Lo único bueno era cuando encontrábamos gaseosas y podíamos beber juntos. O cuando hacíamos asados. Entonces podíamos estar juntos y beber y comer. G: Pero así como los comandantes les daban la bebida y la comida, también les daban las mujeres. Como una manera de mostrarles que eran importantes, ¿no es verdad? B: Sí. Para mí y para todos los soldados. Querían que nos mantuviéramos unidos. G: Porque de la manera como son las mujeres aquí, usted nunca habría tenido tantas mujeres como una persona normal, ¿no es así? De hecho, usted no había tenido tantas mujeres antes, ¿cierto? B: Sí, así es. G: ¿Era entonces importante, no para usted personalmente sino para sus amigos, que tuvieran esta oportunidad? ¿La disfrutaron? B: Sí, así fue. G: ¿Cómo lo sabe? ¿Qué le dijeron o qué hicieron para dejarle saber que estaban disfrutando? B: Esos tipos, pretendían hacerse los importantes. Cuando teníamos comidas juntos hablaban sobre lo que habían hecho allá. G: ¿Específicamente que decían? B: Que estaban allá [en el restaurante Sonja’s] y que se habían divertido… G: Bien. Entonces ¿había una parte suya que se sentía como se sentían sus amigos? ¿Una parte que de verdad disfrutaba con esta oportunidad de violar y asesinar a mujeres musulmanas? B: En mi caso, sólo era una pequeña parte… G: ¿Qué sentía? Debe de haber algo, porque si no usted no habría sabido que esta parte estaba dentro de usted. B: Yo sabía que era bueno porque cuando regresaba bebía y celebraba. (Stiglmayer 1994: 153-54)
Rodrigue obtuvo de Herak la confesión de haber disfrutado violar y asesinar. Y, sin embargo, apenas si parecía sádico en la entrevista. ¿Era porque Herak se guardó sus opiniones o porque no era un sádico? En un perfecto contraste, Veja se resistió a la tentación de representar a Marcelo Paixão Araújo como un sádico. El artículo subrayó su pasado familiar elitis-
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ta. Su padre era presidente del Banco Mercantil, una pujante empresa a la que se unió Araújo después de abandonar las Fuerzas Armadas y que más tarde heredó. Veja describió el amplio apartamento de Araújo en el sector más elegante de Belo Horizonte, su casa de campo y su yate. Se centró en los 2.500 volúmenes de su biblioteca personal y su compromiso de leer una hora todos los días antes de empezar el trabajo. El artículo mencionó su grado en Derecho y su extensa psicoterapia, que Araújo insistía haberla tomado por razones que no tenían nada que ver con su pasado violento. Al presentarlo como un hombre común y corriente con esposa, dos hijos y ambiciones económicas, y como alguien que también había cometido más torturas que cualquier otro perpetrador brasileño, Veja sugería que cualquiera, en una situación particular, podía verse motivado a cometer actos de sadismo. A la pregunta “¿Por qué decidió dar este testimonio ahora?”, Araújo contestó: “Porque nadie me había preguntado sobre eso antes”52. Las palabras simples de Araújo evidenciaban el papel que desempeñan los medios en la escenificación, la planeación y la producción de confesiones sádicas. Los de Veja lo buscaron. Habían fracasado en la búsqueda de otros importantes transgresores nombrados en Brasil: Nunca mais, sólo porque éstos habían desaparecido de la vista, quizás viviendo de manera clandestina para escapar de las recriminaciones públicas. La estación televisiva de Barcelona encontró a “Colores”. Univisión encontró a Romo. Los medios van detrás del sadismo porque vende. El público, sin embargo, no acepta necesariamente la representación hecha por los medios. En su lugar, utiliza el material que se le presenta en los medios para sus propios fines políticos. “Huy, ¡qué tipo tan extraño!”. Los medios van en busca de los perpetradores sádicos, y los crean. Pero los perpetradores también cumplen un rol fundamental en la construcción de una imagen sádica. Nadie emboscó ni obligó de manera alguna a Romo, Aráujo, “Colores”, ni a Herak, a que sacaran al aire sus historias. Estuvieron de acuerdo voluntariamente con las entrevistas, incluso si perdieron el control sobre el contenido del informe final. Las necesidades económicas quizás sean una explicación de la aceptación de los perpetradores; con la excepción de Araújo, todos los perpetradores con los que me encontré que realizaron confesiones sádicas sobrevivían al margen de la sociedad. Una entrevista en los medios ofrece la oportunidad a los perpetradores de escapar de sus precarias vidas financieras. Simón, por ejemplo, había estado vendiendo su historia durante años. Según se afirma, le pidió a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos que le pagaran US$30.000 por sus “archivos”. Al ser rechazado, se los ofreció entonces al ex líder montonero Roberto Per52
Oltramari, “Torturei uns trinta”, p. 48.
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día. También intentó vender su historia a la escritora norteamericana Marguerite Feitlowitz, quien sospechó, basándose en su aspecto desaliñado, que los rumores que había escuchado eran ciertos: sin ingresos, Simón vivía en un hotel y lo mantenía una prostituta brasileña. Simón incluso le solicitó un préstamo a su antigua víctima Mario Villani, pidiéndole plata y ayuda para conseguir un empleo. Simón había pedido inicialmente a Telenoche que le pagaran US$1.000 por su historia, pero después redujo sus exigencias a gastos de transporte. Cuando Telenoche se negó a pagarle incluso esa cantidad, se dirigió a Argentina Televisora Color. Su arreglo económico con esta última es un misterio, pero el corte de pelo, la afeitada y el respetable traje indican algún beneficio material. Los perpetradores, en otras palabras, quizás acomodan de forma intencional el deseo de los medios de las confesiones sádicas. Al prometer: “Le voy a dar la mejor entrevista de todas”, Romo sugería el deseo de generar un material excitante. A este respecto, los perpetradores se parecen un poco a otros que buscan la celebridad. El boxeador Mike Tyson alguna vez dijo: “Quiero que sus nietos y sus bisnietos me recuerden y digan, ‘Huy, qué tipo tan extraño’”53. Al arrancar de un mordisco un trozo de la oreja de su adversario e involucrarse en otros actos “extraños”, Tyson proporcionaba la teatralidad que elevaba su reputación pública. Su estatus de celebridad dependía de sus representaciones dramáticas, incluso más tal vez que sus habilidades boxísticas en los últimos años. Tyson y los perpetradores que dan confesiones sádicas quizás piensen que una mala publicidad es mejor que ninguna publicidad. El deseo de llamar la atención de los medios de cualquier tipo quizás explique por qué, entre estos perpetradores que dan confesiones sádicas, sólo Romo protestó ante los medios por el “distorsionado” retrato de su representación. Incluso su protesta parecía escenificada, aunque esta vez por los militares. Podría ser que los militares estuvieran intentando proteger a Romo de las anticipadas consecuencias que tenía su entrevista en los medios, pero una explicación un poco más plausible es que los militares intervinieron para proteger su propia imagen. Romo y los otros perpetradores “sádicos” aceptan, y quizás hasta desean, esta imagen pública negativa. Las confesiones sádicas realizadas antes de que otros perpetradores cuenten sus historias probablemente les proporcionen a estos perpetradores una ventaja política. Las últimas, en contraste, quizás sólo ofrezcan entretenimiento. El programa de Mauro Viale con Simón difícilmente constituye periodismo serio. 53
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Jay Mariotti, “Tyson-Golata: Shameless Sham”, Chicago Sun-Times, 19 de octubre de 2000, sección deportiva, p. 134.
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Segmentos paralelos de otras historias, como la de la lucha de un hermafrodita con una cirugía “correctiva”, interrumpían la narrativa política del programa. Las bromas al final del programa también parecían incongruentes con un mensaje político. Viale y la hermosa rubia anfitriona del siguiente programa soltaban risitas y volteaban los ojos ante la intensa lucha que continuaba en el estudio entre quienes apoyaban al régimen y sus opositores detrás de Viale. Trataban el conflicto político como si no fuera nada más que una pelea entre amantes en el programa de Jerry Springer. Las confesiones sádicas mostradas después de mucho tiempo de ocurrida la violencia quizás sólo encuentren rincones en los medios donde las traten como ejemplos de los extraño y loco que es el mundo moderno, y no como reflexiones serias sobre la lucha por la historia política. “¿Sentir lástima? Eso sería demasiado”. “El torturador loco”, afirma el reconocido intelectual brasileño Elio Gaspari, “víctima de una perversión, es por lo general un producto de la fantasía política. Para la dictadura, funciona como una coartada. Le permite tener a la mano la tesis de la locura del agente para salvar la honra del régimen, por si algún día la oposición consigue probar las acusaciones e identificar a los torturadores” (2002: 24). Gaspari identifica entonces una rama de la “negación del holocausto”, en la que los regímenes dictatoriales y sus defensores siembran (o manipulan) las confesiones sádicas para imputar los rumores de violencia a fuerzas delincuentes o “enfermos locos”, y así negar una sistemática política de tortura o exterminio. Gaspari va demasiado lejos. La evidencia empírica apoya su afirmación de que los seguidores del régimen califican como “locos” a los perpetradores, como Romo, que hacen confesiones sádicas. También es cierto que los regímenes dictatoriales y quienes los apoyan crean una distancia entre el aparato de seguridad y el perpetrador “sádico” individual. Sin embargo ninguna evidencia refuerza la afirmación de Gaspari (compartida por los teóricos de la conspiración en Chile) de que los seguidores del régimen imputan la violencia a sádicos particulares para exculpar al régimen y confirmar lo de “fuerzas delincuenciales, errores y excesos” como explicación de la violencia. Una estrategia semejante puede llegar a ser demasiado arriesgada. Dirige la atención hacia los centros de tortura y lo que sucedió allí. Da espacio para investigar la incapacidad de los oficiales comandantes para detener esta violencia. Aunque los seguidores del régimen quizás, en efecto, esperan que los individuos sádicos eviten que el gobierno democrático y los grupos sociales avancen demasiado lejos y demasiado rápido contra el régimen dictatorial, no existe evidencia alguna que sugiera que los manipulen con este propósito. Los gobiernos democráticos, en todo caso, a menudo intentan silenciar las confesiones sádicas. Por ejemplo, el fiscal argentino Julio Stassera, como reac-
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ción a la confesión televisada de “Colores”, declaró: “Si reivindicó la picana eléctrica como método para interrogar, no hay que darle espacio en un medio. Estos personajes se presentan como salvadores de la patria y en nuestro país todavía hay gente que cree que acá hubo una guerra, que hablan de bombas, de secuestros y presumen que el Estado estaba en igualdad de condiciones que las víctimas […] En ningún caso un represor debe ser entrevistado, por el contrario, es un deber de los demócratas aislarlos”. Strassera reconoce que quizás estaba amenazando la libertad de prensa con esta posición, pero percibe una amenaza aún mayor al permitir que los perpetradores se jacten y hagan gala de su inmunidad ante un proceso: “Tener que ver y escuchar represores que se reivindican, ya es demasiado”. Strassera distingue, por otra parte, entre confesión y justificación: “Una cosa es el diálogo de un periodista con un arrepentido, una persona que considera negativo y aberrante lo que hizo durante la dictadura, y otra es darle espacio a un asesino que considera glorioso haber torturado”. Strassera cree que el daño causado a la sociedad por las confesiones sádicas justifica algún tipo de restricción a los derechos de expresión54. Strassera se concentra únicamente en el daño a las víctimas y los sobrevivientes traumatizados por estas confesiones, y a la sociedad, por permitir las justificaciones públicas de los abusos contra los Derechos Humanos. Ignora, sin embargo, que su remedio –silenciar las confesiones sádicas– quizás perpetúe una imagen positiva del régimen y la violencia pasados. Tampoco considera cómo pueden usar las audiencias las confesiones sádicas para exponer la violencia pasada y construir una cultura de los Derechos Humanos. Los simpatizantes del régimen tienden a apoyar el llamado de Strassera para silenciar las confesiones sádicas, pero por razones diferentes. Estos simpatizantes temen que las confesiones sádicas atenten contra la imagen del régimen, asociándolo con el sadismo y la sistemática violación de los Derechos Humanos, un cargo que el régimen rechaza de forma consistente. Así, un reconocido simpatizante del régimen dictatorial en Brasil y ex jefe de la Agencia Nacional de Inteligencia, el general Newton Cruz, reaccionó negativamente ante la confesión de Araújo en Veja: “Un testimonio como ése sólo sirve para hacer aflorar el odio contra los militares y contra Brasil […] Con la Ley de Amnistía, todo eso debería quedar atrás. Hubo deslices de cada lado, errores de cada lado”55. Dentro de la comunidad de los Derechos Humanos, algunos grupos aprueban la posición de suspender el derecho de expresión para proteger a las víc54
“Aislarlos es un deber”, Página/12, 4 de diciembre de 1996.
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André Petry, “Porão iluminado”, Veja, 9 de diciembre de 1998, p. 42.
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timas y los supervivientes del daño causado por las confesiones sádicas. Pero otros reconocen el poder potencial de estas confesiones para exponer los actos del régimen. Finalmente, estos grupos quizás vinculen la confesión sádica a una política sistemática, un proceso que quizás se pueda facilitar al identificar al torturador sádico como una víctima del régimen, como demuestra Mario Villani. En una conversación conmigo, Villani recordó un encuentro fortuito con Julio Simón en Buenos Aires después del final de la dictadura. Simón no tenía empleo ni plata y se quejaba de cómo había sido “vendido” por sus compañeros, a quienes llamaba “hijos de puta”. Villani le recordó a Simón una conversación que habían tenido en el centro de tortura, durante la cual Villani comparó el papel de Simón en el aparato de seguridad con un condón: sus comandantes lo usarían para satisfacer su placer, para protegerse ellos mismos, y después lo botaban. Engendrar deslealtad puede alentar a los perpetradores a revelar la identidad de aquellos que dieron las órdenes para los actos sádicos, como en el caso de Romo. Cómo enfrentan las víctimas en el nivel político, como opuesto al nivel personal, a sus antiguos torturadores ha recibido muy poca atención. Este fenómeno psicológico, conocido como el síndrome de Estocolmo, en el que un rehén simpatiza con quien lo retiene, perpetúa la noción de la continuada dependencia de este respecto al perpetrador. Pero se han producido relaciones mucho más complejas. Forbes, por ejemplo, llegó al extremo de acercarse a su torturador, Benzien, en su audiencia ante el CVR: “La gente me crítico cuando le estreché la mano en la audiencia. Aquellos que no eran parte del proceso –que observan desde afuera– son mucho más emocionales”, dijo Forbes. Afirmó que en realidad no lo pensó: “Fue simplemente lo que hice cuando lo vi”. Al pensarlo más adelante, Forbes descubrió que se identificaba con Benzien: “Esto [el pasado] resulta traumático para mí, pero para él es mucho peor […] En mi caso, puedo hablar con orgullo de lo que hice [como miembro de las tropas del CNA]. Él ni siquiera puede mencionarlo. Porque lo que hizo estuvo mal”. Continuó con la descripción de cómo la vida de Benzien había quedado destrozada por la transición política: “Se divorció. Parece ser que su familia no sabía mucho sobre lo que estaba haciendo. Hubo mucho despliegue”. Pero aunque así esto se escuchara como algo compasivo frente a Benzien y a su situación personal, Forbes me aclaró en una conversación: “¿Sentir lástima? Eso sería demasiado. Pero puedo sentir afinidad con él y por lo que ha pasado”. La humanidad entre perpetradores y víctima es lo que muchos, particularmente, el obispo activista anti-apartheid Desmond Tutu, llaman “reconciliación”. Aunque alcance a parecer sorprendente que pueda surgir de las confesiones sádicas, las víctimas y los sobrevivientes algunas veces se forman una idea de los per-
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petradores de bajo perfil que quienes están por fuera no comparten. Ellos saben que los perpetradores son brutales. También saben que los perpetradores tienen muy poca oportunidad frente a sus actos si planean continuar dentro de las fuerzas de seguridad dictatoriales. Reconocen, en otras palabras, que aquellos que hacen confesiones sádicas no son los únicos, incluso ni siquiera los peores, sádicos en el aparato de seguridad. Lo que también saben las víctimas y los sobrevivientes con antecedentes militantes, pero que probablemente no admitan públicamente, es que quizás habrían actuado de manera similar si la balanza hubiera estado del otro lado. Una de las víctimas torturadas por Benzien me comentó: “Yo estaba entrenado para matar. Era mi trabajo. Tuve que reflexionar de verdad si esto era algo que podía hacer o que debía hacer. Decidí que era algo que necesitaba hacer, y así se convirtió en mi trabajo. Él [Benzien] también tenía un trabajo. La tortura es algo que por lo general acepta el Gobierno, y todos nosotros sabíamos que seríamos torturados si nos atrapaban. Así que él estaba haciendo su trabajo. Y yo sobreviví a su tortura. Hizo lo mejor para hacer lo que tenía que hacer. Y yo hice lo que tenía que hacer”56. Las evidencias comparativas sugieren que estos gestos de humanidad (o de reconciliación) dependen de la responsabilidad. Donde las víctimas ven a los perpetradores como iguales, lo hacen sólo después de que los perpetradores enfrentan a las audiencias o procesos oficiales. Éste fue el caso de Romo y de Benzien, por ejemplo. Sin que existan formas oficiales de responsabilidad, las víctimas y los perpetradores tienden a encerrarse en una lucha por la memoria, como se evidenció con Simón, “Colores” y Araújo. En un apasionado encuentro en el programa de Mauro Viale con Simón, un testigo desafió a una seguidora del régimen por el tratamiento que hacía de una hija de desaparecidos: “¿Por qué culpa a la ideología cuando ella le está diciendo que perdió a toda su familia? [...] ¡Use el sentido común! ¿Qué tiene qué ver la teoría marxista con esta persona que perdió a toda su familia?”57.
Conclusión Las confesiones sádicas tienen el potencial de clausurar el debate sobre el pasado, reinstaurando el miedo entre la población, volviendo a traumatizar a las víctimas y a los sobrevivientes y restableciendo el poder a quienes apoyan el régimen. Tal 56
Entrevista de la autora, 7 de febrero de 2002, Cape Town, Sudáfrica.
57
Carlos de la Rúa, en Mediodía con Mauro, Argentina Televisora Color, 15 y 25 de agosto de 1997, 15 de septiembre de 1997 y 13 y 21 de noviembre de 1997.
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vez debido al riesgo del debate político, movilizarse frente a las confesiones sádicas se vuelve algo singularmente importante. Por otra parte, la misma naturaleza tan dramática de estas confesiones tiende a promover una intensa respuesta. Las confesiones sádicas sacan a la luz detalles anteriormente ocultos, incluidos actos específicos de una violencia espantosa y los individuos involucrados en ellos. Las confesiones sádicas revelan el horror detrás de los actos del régimen, por otra parte oscurecidos en los testimonios de los perpetradores que niegan, glorifican o disfrazan la violencia detrás de generalidades o eufemismos. Las confesiones sádicas hacen que el público comprenda, sienta, huela y sea testigo de aquella violencia, algunas veces por primera vez, haciendo casi imposible que alguien niegue esta violencia y su impacto en las víctimas y los sobrevivientes. Los públicos interpretan las confesiones sádicas de maneras distintas. Algunos las consideran como evidencias de delitos de omisión. Otros las ven como el reconocimiento de la culpa por delitos de perpetración. Algunos casos comparativos demuestran que la multiplicidad de respuestas engendra el debate democrático y contribuye a la coexistencia contenciosa. Las confesiones sádicas fuerzan al público a mostrarse de acuerdo, por ejemplo, frente a la protección de los Derechos Humanos y a la prevención de las atrocidades. Aunque los diferentes públicos quizás no se muestren de acuerdo en quién cometió aquellas atrocidades en el pasado, o por cuáles razones, surge, sin embargo, un lenguaje que repudia las violaciones por sí mismas. Menos polarización e incluso la posibilidad de una unidad frente a ciertos principios democráticos pueden alcanzarse por medio de la discusión sobre las confesiones sádicas, y, quizás, sólo sobre las confesiones sádicas. En cuanto a lo que tiene que ver con la justicia, las confesiones sádicas también cumplen un papel fundamental, al revelar ciertos actos, independientemente de las leyes de inmunidad, que quedan por fuera de cualquier protección legal frente a un proceso judicial. Ni quienes apoyan al régimen ni sus opositores defenderían el tipo de actos que revelan estas confesiones. Estos actos desafían cualquier justificación. La discusión, por lo tanto, desafía también la noción de impunidad para todos los crímenes del Estado dictatorial. Aquellos que hacen confesiones sádicas, por lo demás, parecen tener muy poco que perder y algo que ganar, al revelar verdades sobre el régimen pasado. De esta forma, participan de manera más activa frente a los procesos investigativos y de la verdad que otros perpetradores, rompiendo, por lo tanto, de manera dramática el código de silencio que protege a los regímenes dictatoriales de una mala publicidad. Al fomentar el debate, las confesiones sádicas crean posibilidades de equilibrar e incluso de revertir las relaciones de poder entre las víctimas y los per-
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petradores. Estas confesiones demuestran gráficamente que las víctimas y los sobrevivientes no imaginaron –ni merecieron– la brutalidad a la que fueron sometidos en los centros de tortura. La capacidad de enfrentar a aquellos que los degradaron y los intimidaron contribuye al proceso de creación de una ciudadanía política. A pesar de las potenciales contribuciones de las confesiones sádicas a la coexistencia contenciosa, también plantean tres potenciales amenazas a la democracia. Primera, el llamado a tomar la justicia por propia mano aumenta como respuesta a las confesiones sádicas y a la ausencia de procesos formales de responsabilidad y ajusticiamiento. Estos actos vengativos de violencia silencian el debate y al mismo tiempo amenazan los derechos de los perpetradores. Segunda, existe un rígido conflicto de intereses dentro de la comunidad de Derechos Humanos entre la libertad de expresión y una censura diseñada para proteger a las víctimas y los sobrevivientes. No hay duda de que estos testimonios perturbadores hieren más profundamente que otros tipos de confesiones, que ofenden al público y traumatizan a los grupos vulnerables. Pero los esfuerzos por censurarlas han fracasado. Además, los grupos de Derechos Humanos han demostrado que las confesiones sádicas pueden usarse para promover responsabilidades. Finalmente, crear chivos expiatorios de los perpetradores sádicos puede limitar la conciencia sobre el pasado y la justicia. Aunque sin duda estos actos horrendos revelados exhortan la condena, las víctimas algunas veces han mostrado la elevada capacidad para reconocerlos como actos políticos, más que actos personales. Las víctimas han desempeñado así un rol clave al usar las confesiones sádicas para revelar la tortura como emblemática de un asunto político más amplio y no sólo como un delito común perpetrado por un psicópata individual. Han mantenido abierto el debate a pesar del extendido deseo de silenciar y darles la espalda a aquellos que admiten estos actos de sadismo.
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Capítulo 5 Negación Aquí no hubo ni excesos personales o individuales como se pretende imponer, porque no existen excesos individuales en los combates urbanos de una Guerra Subversiva, clandestina y sin cuartel, porque es precisamente eso: una guerra, Guerra Subversiva provocada e iniciada por el marxismo comunista, socialista y mirista, ante lo cual, solo quedó al Gobierno Militar decretar el estado de Guerra Interna. Aquí solo existe una comedia marxista que les da buenos dividendos electorales solamente. Los Soldados chilenos no fueron jamás entrenados para asesinar, secuestrar, torturar o hacer desaparecer personas. Los soldados chilenos fueron entrenados para defender su Patria, con la vida si ello es necesario […] Nosotros lloramos nuestras bajas con lágrimas de hombres, pero no salimos a países extranjeros a desprestigiar nuestra Patria […] Aquí no existe ninguna prueba que pueda ser demostrada en el sentido de que efectivamente se violaron los Derechos Humanos, sólo existen presunciones de marxistas que ayer destruyeron su Patria, y las presunciones no tienen ninguna consistencia como para procesar o hacer ‘desfilar por los Tribunales’ a cientos de hombres que ayer sólo supieron cumplir con su deber. Manuel Contreras Sepúlveda1
Así hablaba el general retirado Manuel Contreras Sepúlveda, el infame jefe de la famosa organización de la Policía secreta del régimen militar chileno, la DINA. La Comisión de la Verdad chilena documentó que durante los tres breves años de operación oficial (1974-1977), la DINA fue responsable por la desaparición forzosa, ejecución y muertes bajo tortura de 2.500 personas. La evidencia de la responsabilidad de la DINA en la violencia criminal llevó a que la dictadura investigara y cerrara la DINA en 1977, reemplazándola por el Centro Nacional de Información (CNI). Contreras se escabulló hacia un silencioso retiro, reapareciendo en la escena política sólo hasta 1991 para enfrentar el juicio por sus actividades como jefe de la DINA. Contreras negó los crímenes y confesó, en su lugar, su sacrificio por la nación en la guerra antisubversiva. A pesar de la extendida Ley de Amnistía, y para sorpresa de todo el mundo, las cortes chilenas encontraron culpable a Contreras y lo enviaron a prisión. 1
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La verdad histórica (2000: 120-21).
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Pocos hubieran podido predecir este resultado, dada la especial relación de Contreras con Pinochet. Contreras contaba con un distinguido perfil militar, proveniente de un largo linaje de oficiales militares, y ocupó el primer puesto en su clase de la Academia Militar. Pinochet pasó por encima de otros oficiales meritorios y mayores cuando ascendió a Contreras a general, el oficial más joven de su rango, y lo nombró para que dirigiera la DINA. Esto lo convirtió en el segundo líder en el país: la mano derecha de Pinochet. Contreras disfrutó de mayor acceso a Pinochet, incluidos desayunos privados, que cualquier otro líder militar. La participación de Contreras en crímenes internacionales fue indudablemente determinante para su condena. Bélgica, Francia, Italia, España, Suiza y Estados Unidos presionaron todos al Gobierno para extraditar a Contreras y enfrentar así un juicio. Alegando soberanía y jurisdicción sobre estos casos, Chile refutó la extradición, pero inició su propio juicio. En 1995 las cortes chilenas encontraron culpable a Contreras del asesinato de Orlando Letelier en 1976, ex ministro de Asuntos Exteriores y ex secretario de Defensa. Contreras fue sentenciado a siete años de prisión. Contreras y el segundo al mando de la DINA, el brigadier Pedro Espinoza, se convirtieron en los primeros oficiales de alto rango chilenos condenados por violaciones a los Derechos Humanos; inauguraron el bloque de celdas de Punta Peuco, diseñado para los criminales del régimen. Vendrían más juicios y condenas para Contreras. Fue sentenciado por el secuestro y desaparición forzada del líder del Partido Socialista Víctor Olea Alegría, por la desaparición del miembro del MIR Miguel Ángel Sandoval, por el caso del centro clandestino de tortura de Colonia Dignidad y por complicidad en el asesinato en 1974 del ex jefe del Estado Mayor del Ejército Carlos Prats y de su esposa, Sofía Cuthbert, en Buenos Aires. Debido a su avanzada edad y enfermedad, Contreras cumplió algunas de estas condenas y esperó el juicio por nuevos casos en una casa vecina a una instalación militar. Aún enfrenta juicios en Chile y en el exterior por un número creciente de casos, incluidos el intento de asesinato del ex vicepresidente Bernardo Leighton y su esposa, Anita Fresno, en Roma; la organización y operación de una violenta y represiva red regional a lo largo de toda América del Sur (la Operación Cóndor); el asesinato de la diplomática española Carmen Soria, y las desapariciones de Alphonse Chanfreau y Jean-Yves Claudet-Fernández. Con documentos, testimonios y otras formas de evidencias adicionales, así como con las decisiones de algunas cortes de eludir la Ley de Amnistía, los juicios contra Contreras continúan. Pero también sus apelaciones2. 2
Contreras perdió dos apelaciones en el caso Sandoval, a pesar de los esfuerzos de la defensa por llamar a su desaparición un asesinato (y, así, quedar bajo la protección de la Ley de Amnistía). Contreras encontró mayor apoyo por parte del juez Víctor Montiglio, quien en 2005 revertió la
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Lo que aún sigue sin aclararse es si los militares no podían protegerlo o no habrían protegido a Contreras frente a un proceso. Las evidencias sugieren una profunda desconfianza entre sus compañeros y superiores dentro de las Fuerzas Militares. Algunos habían reportado a Pinochet sus abusos antes del final de la dictadura, incluido un incidente en el que Contreras disparó en el pecho a varios obreros portuarios cuando aparentemente ignoraron sus órdenes de descargar bolsas de suministros alimenticios a mayor velocidad (Branch y Propper 1982: 503). El coronel Eduardo Ceballos Jones, jefe del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA), reportó que había empezado a esconder a los prisioneros que liberaba de Contreras, después de haber descubierto que Contreras había estado arrestándolos y desapareciéndolos. El general Sergio Arellano Stark, quien se enorgullecía de su reputación personal como “el carnicero del Norte”, se refería a Contreras como “un líder de la Gestapo”. El general Odlanier Mena acusó a Contreras de intentar envenenarlo y de asesinar a otros dos oficiales (el teniente Carevic y el coronel Vergara). El oficial al mando de Contreras, el general Orozco, amenazó con expulsarlo por sus violentos excesos. Contreras también tenía la reputación de ser desleal dentro de las Fuerzas Armadas. Sus colegas lo acusaron de haber “creado su propia base de poder a expensas de ramas más viejas del Gobierno”. Se afirmó que reclutó miembros de otras ramas de las Fuerzas Armadas en la DINA para que prepararan “reportes, chismes y material de chantaje de sus anteriores organizaciones” (Branch y Propper 1982: 147-48). Contreras usaría después este material para ganar poder frente a sus anteriores compañeros. El biógrafo de Pinochet, Gonzalo Vial, afirma que Contreras se convirtió en alguien invaluable para Pinochet al fabricar “frecuentemente y con gran detalle, complots para asesinarlo [a Pinochet], o a miembros de su familia y cómo la DINA los había aniquilado”3. Dentro y fuera de las Fuerzas Armadas, así como dentro y fuera de Chile, Contreras tenía la reputación de ser “uno de los más sombríos y despiadados hombres del mundo” (Branch y Propper 1982: 129). Su último vestigio de apoyo dentro de las Fuerzas Armadas quizás haya desaparecido con la desclasificación de los expedientes de la CIA referentes a Chile, en el año 2000, los cuales revelaron que la CIA tuvo a Contreras en su nómina. Estas revelaciones escandalizaron a la opinión pública de Estados Unidos, en cuanto la CIA había identificado previamente a Contreras como el decisión anterior del juez Juan Guzmán y aplicó la amnistía para Contreras en el caso Operación Colombo. 3
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“Lanzarán biografía de 760 páginas sobre ex dictador Pinochet”, Deutsche Presse-Agentur, 18 de octubre de 2002.
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“principal obstáculo” para contrarrestar los abusos a los Derechos Humanos en Chile y sabía que la DINA estaba implicada en la persecución y eliminación de los opositores por fuera de las fronteras chilenas4. Contreras intentó desestimar los cargos como una conspiración en su contra por parte de la CIA, afirmando: “Esta es la cosa más falsa, absurda y ridícula que he escuchado últimamente. La CIA no está descodificando expedientes; los están inventando sobre la marcha”5. Muy pocos de sus ex compañeros pudieron perdonarle el hecho de haber servido a otro país traicionando a la nación, a las Fuerzas Armadas y al régimen. A pesar de la reputación dentro de las Fuerzas Armadas, resulta sorprendente que sus ex compañeros contribuyeran a su enjuiciamiento. Un periodista atribuyó las acusaciones contra Contreras directamente al testimonio de una de las agentes de la DINA ante la Comisión de la Verdad chilena, popularmente conocida como la Comisión Rettig6. Esta agente, Luz Arce, reveló la responsabilidad de la DINA en el secuestro, la tortura, el asesinato y la desaparición de “subversivos” dentro y fuera de Chile. Arce personificó una de las tácticas distintivas de la DINA: la DINA la había detenido como militante de la izquierda, la había torturado, forzándola a colaborar en la detención, tortura y desaparición de sus ex camaradas, y posteriormente la había contratado como agente a sueldo. En febrero de 2001 la Radio Cooperativa transmitió un programa con un ex agente de la DINA, quien testificó en la Corte que Contreras había participado en el lanzamiento al mar de cuerpos de detenidos7. Cuando el general retirado Sergio Arellano Stark enfrentó los cargos por la Caravana de la Muerte, una campaña de asesinatos políticos después del golpe, acusó a la DINA y a Contreras. La comunidad defensora de los Derechos Humanos se aferró a este reconocimiento dentro de las Fuerzas Armadas de la culpabilidad de Contreras: “El general Pinochet dice que le cree [a Contreras], pero no que Contreras sea inocente. Incluso personeros que tuvieron figuración descollante en el caso Letelier como el entonces subsecretario del Interior, Enrique Montero Marx, han declarado que usted [Contreras] es culpable”8. 4
Peter Jornbluh, “CIA Outrages in Chile”, Nation, 16 de octubre de 2000.
5
Ana María Yévenes, “Yo también tengo documentos”, Ercilla, 2 de octubre de 2000.
6
Alfonso Loya, “Pinochet situación Chile”, Servicio Universal de Noticias-Info-Latina, 21 de octubre de 1998.
7
Víctima de una enfermedad terminal, este individuo decidió contar su historia. “Ex agente sostiene que Manuel Contreras decidió qué detenidos eran lanzados al mar”, La Tercera, 1 de febrero de 2001.
8
“Carta abierta a Contreras”, Punto Final, 11-24 de junio de 1995, p. 4.
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Sin embargo, fueron las cortes chilenas, y no las Fuerzas Armadas, las que juzgaron, condenaron y encarcelaron a Contreras, un éxito que dependió de las transformaciones institucionales y sociales en Chile. La comunidad por los Derechos Humanos presionó por los procesos en casos que iban más allá del alcance de la Ley de Amnistía, incluidos los crímenes cometidos por fuera del período que cubría la ley. Pero las desapariciones, cruciales para la condena de Contreras, también quedaban por fuera de la estipulación de la amnistía. La amnistía, determinaron las cortes, requería de un crimen. Sin un certificado de defunción, un cuerpo, o cualquier otra evidencia de un crimen, las cortes no podían otorgar la amnistía. Así, además de su implicación en crímenes internacionales, Contreras enfrentó la investigación y el juicio por desapariciones, principalmente de los detenidos en los centros de tortura de Tejas Verdes y Villa Grimaldi, y por las desaparición en 1976 de cinco líderes del Partido Comunista (Calle Conferencia). La Corte Suprema de Chile, libre ya de los señalamientos de Pinochet, redujo aún más las garantías de Contreras de obtener la amnistía por apelación. Entonces Contreras apeló en su lugar a la opinión pública chilena. Entre 1991, cuando condenó las revelaciones de la Comisión Rettig, y su condena en 2003 por el asesinato de Prats, Contreras hizo por lo menos cinco apariciones en televisión9. La frecuencia de sus apariciones llevó a un periodista a referirse al Canal 13 como “permanente vocero del ex general Contreras”10. Los periódicos y las emisoras de radio cubrieron sus apariciones televisivas y produjeron crónicas independientes y entrevistas con Contreras, elevando su perfil mediático. A pesar de este extenso cubrimiento, Contreras mantuvo el control sobre su imagen. Los informes resultaron sorprendentemente condescendientes: Contreras habló en las entrevistas sin ningún tipo de oposición; los periodistas ni analizaron ni reportaron sobre el drama en la Corte, incluidos su testimonio y sus respuestas; y los medios reprodujeron la respuesta de Contreras a sus ataques como “ridículos”, “absurdos”, “infantiles” y “falsedades marxistas”. Al describir su relación personal con los medios, Contreras afirmó: “Se han referido a mí en términos vulgares, indignos, calumniosos y absolutamente falsos, por eso es que me siento obligado a responder y pedirles que incluyan esta respuesta en su periódico”11. Contreras también encontró otros medios independientes para llevar a cabo su apelación pública. Organizó su propia página web (ya desaparecida) para do9
Entre estas apariciones en televisión estuvieron las ocurridas el 25 de marzo de 1991, el 17 de agosto de 1993, el 31 de mayo de 1995, el 28 de mayo de 2001 y el 7 de octubre de 2001.
10
Polifemo, “Grititos de gato mojado”, Punto Final, 24 de junio de 1995, p. 23.
11
“La respuesta de Manuel Contreras a Odlanier Mena”, La Tercera, 14 de marzo de 1998.
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cumentar su versión del pasado. Posteriormente publicó este material en dos volúmenes, bajo el título La verdad histórica. Cada volumen tiene por lo menos 600 páginas, y consisten principalmente en documentos de validez cuestionable. Uno de los pocos periodistas que reseñó los libros se refirió al material que contenían como “presunciones, con fuentes desconocidas o sin identificar […] y documentos de dudosa legitimidad o escritos por el propio Contreras [o] […] fuentes anónimas, difíciles de verificar o corroborar”12. Ninguno de los dos libros ni la página web llamaron mucho la atención, hecho que les permitió afirmar a quienes apoyaban a Contreras que se trataba de verdades “innegables”13. La negación confesional de Contreras, reiterada en la Corte, los medios y su comunicación independiente, sostiene que 1) estaba comprometido en una heroica guerra contra la subversión, no en la violación de los Derechos Humanos; 2) los subversivos, no los militares, fueron quienes cometieron las pasadas violaciones a los Derechos Humanos; 3) estos subversivos habían resurgido y se habían aliado con el gobierno democrático para buscar vengarse de él; y 4) él no actuó en solitario y no se le podía considerar personalmente responsable. Cuando abandonó la cárcel de Punta Peuco, Contreras negó los crímenes con unas cuantas palabras: “No tengo nada de que arrepentirme […] yo cumplí lo que a mí me ordenaron que hiciera, y lo hice bien”14. El heroísmo y las acusaciones contra los “subversivos” con respecto a las violaciones de los Derechos Humanos se entremezclaban en el recuento que hacía Contreras de la historia. Según Contreras, las Fuerzas Armadas respondieron a la exigencia de la sociedad chilena de salvar el país del comunismo y de terminar con el baño de sangre. Los militares terminaron con las violaciones a los Derechos Humanos por parte del gobierno de Allende, restauraron el orden, restablecieron la democracia y promovieron la prosperidad económica. Contreras afirmó que estas violaciones las había sufrido “la ciudadanía de nuestro país entre 1970 y 1973, a manos de guerrilleros marxistas chilenos y extranjeros” (Contreras 2000, II: 3). Más tarde declaró:“El pueblo chileno no puede olvidar a sus Soldados, Marinos, Aviadores y Carabineros, que ayer les salvaron la vida y recuperaron a esta tierra nuestra, desde las cenizas adonde había sido arrojada por el marxismo ateo y delictual, y que hoy, sarcásticamente son acusados ante la Justicia, por los mismos verdugos marxistas que tuvo el pueblo durante los mil días negros [del gobierno] de la Unidad Popular” (Contreras 2000: 137). 12
“La palabra de Contreras”, Qué Pasa, 7 de marzo de 1998, p. 20.
13
“Las afirmaciones del General Contreras que nadie desmiente”, Despierta Chile, 1, No. 1 (septiembre de 2001) (Documentos desclasificados), http://www.despiertachile.cl/ .
14
“Exjefe de la DINA dice que no tiene nada de qué arrepentirse”; Efe, 29 de mayo de 2001.
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Contreras admitió que el Ejército usó “métodos no convencionales”, pero sólo para proteger a la gente de las tácticas de la guerrilla: “Luchamos contra esta gente encubiertos porque estos individuos usaban la misma táctica que en Vietnam. Durante el día eran obreros, estudiantes universitarios, médicos o de cualquier otra profesión. Por la noche eran guerrillas. Estos fueron los que luchaban. Hasta 1990 hubo más de 300 enfrentamientos entre el Ejército y [las guerrillas]. Es muy fácil atacar como civil puesto que el Ejército no lo puede ver. Así que nos ordenaron vestir de civil como [la guerrilla] y entramos a la lucha clandestina también”15. Estos métodos, aseguraba, no violaban los Derechos Humanos: “Nunca tuve conocimiento de que hubieran ocurrido violaciones a los Derechos Humanos durante el gobierno militar, ni en mi caso, ni en la de mi gente. Actuamos bajo la ley”16. Manifestó que en lugar de usar la etiqueta que se les atribuía a los soldados de “violadores de los Derechos Humanos”, el termino correcto que debería usarse era “el de Militares Combatientes contra el terrorismo en la Guerra Subversiva de 1973” (Contreras 2000, II: 4). Contreras usaba la terminología militar para dar una explicación de los “desaparecidos”. La guerra, sostenía, produce desapariciones, o cuerpos que no se pueden encontrar. Más adelante afirmó que fueron 300 –y no 1.197 como citaba la Comisión Rettig– los desaparecidos en Chile, y que este número incluía las pérdidas sucedidas tanto en el Ejército como en la guerrilla. Acusaba a los “marxistas” de manipular cínicamente las cifras, incluyendo a aquellos individuos “heridos en combate”, quienes más tarde fueron “evacuados por el mismo grupo de los combatientes guerrilleros”, pero contados como desaparecidos después de que hubieran muerto. Describió así el proceso. Un sistema marxista era huir clandestinamente del país, ocupando identidades falsas propias u ocupando identidades reales de otros guerrilleros ya muertos en combate [...] Continuar operando en el extranjero bajo las órdenes de la Junta Coordinadora Revolucionaria del Sur, ubicada en Buenos Aires, al que reunía bajo su mandato a todos los Movimientos Revolucionarios de la América del Sur [...] Retornar clandestinamente al país para continuar en las Operaciones de la Guerra de Guerrillas, reintegrándose a su Unidad. La familia consciente o no de la verdad, denunciaba al individuo como detenido desaparecido, en la fecha más conveniente y en total acuerdo con el Partido, que era quien los obligaba a hacerlo. (Contreras 2000, II: 9)
15
“No hay detenidos desaparecidos”, Caras, 29 de septiembre de 2000, p. 19.
16
Ibid., p. 22.
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Contreras continuó: “Mas remunerativo para la causa es responsabilizar al enemigo de haberlos hecho desaparecer, o sea permitir que la Opinión Publica, los considere como ‘detenidos desaparecidos’, pese a que han sido sepultados por los mismos guerrilleros en lugares secretos” (Contreras 2000, II: 6). Además, sostenía que la “doctrina marxista” no iba a reconocer que el gobierno militar tomaba prisioneros, los guardaba en unidades especiales y después los liberaba. Por el contrario, estos prisioneros eran obligados a decir que habían sido “terriblemente torturados” y les decían cuál era el tipo de tortura que tenían que revelar para aumentar así la imagen de la crueldad militar. Como “prueba”, Contreras reprodujo documentos que pretendían demostrar que individuos que aparecían en las listas de desaparecidos habían, por el contrario, abandonado el país. A pesar de que un agente de la DINA había revelado que agentes de la Operación Cóndor habían usado los documentos de identidad nacional de los detenidos y desaparecidos para entrar a los países vecinos, Contreras aún continuaba afirmando con descaro que estos documentos confirmaban que los desparecidos habían sido “asesinados y sepultados por el MIR, por el Partido Comunista y por el Partido Socialista”17. La negación de Contreras involucraba un aturdidor juego en el que negaba algunos datos entregados por la comunidad de los Derechos Humanos, al tiempo que usaba otros datos que ellos habían revelado, empleando el lenguaje de la guerra pero negando el uso de métodos convencionales en tiempos de guerra, y mostraba cifras sin verificar la fuente. Hizo uso de la defensa de una “guerra justa”, en la que hablaba de “campos de batalla”, por ejemplo, incluso cuando su propia discusión sobre los “métodos no convencionales” contradecía esta misma idea. Negó las desapariciones, pero después usó las cifras de la Comisión Rettig para afirmar que el Ejército chileno había ocasionado menos muertes y desapariciones que sus vecinos en el Cono Sur latinoamericano (Contreras 2000: 17). Negaba la implicación de las Fuerzas Armadas en violaciones a los Derechos Humanos, aunque alegaba que “los dos bandos” eran culpables de haberlas cometido. Como él mismo declaró: “Si se desea en realidad una Reconciliación, se debe aceptar que si hubo excesos y violaciones a los Derechos Humanos, ello aconteció de los dos lados, y ello es natural porque sucede en toda Guerra y no es justo en absoluto que se trate de juzgar sólo el lado Militar, sin considerar que la verdadera ‘Causa’ de la destrucción del país y de la violación de los Derechos Humanos, la iniciaron los marxistas. La Guerra de Guerrillas que se desarrolló posterior al 11 de 17
“Pinochet’s Police Chief Says Will Hand over Information on Disappeared”, Agencia FrancePress, 2 de diciembre de 1999. Contreras desaparecería literal y figurativamente a un detenido llamándolo o llamándola “este extremista” y no “este ciudadano”, ni siquiera “esta persona”. La agente de la DINA que reveló el uso de los documentos es Luz Arce; véase Arce (1993).
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septiembre de 1973, aunque no les guste o no les acomode nombrarla así, fue en realidad el ‘Efecto’ de la provocación de tres años de violaciones a los Derechos Humanos, de la izquierda marxista en nuestro país” (Contreras 2000, II: 7). La lógica de Contreras incluía la disposición de admitir violaciones a los Derechos Humanos sólo si los “subversivos” admitían también un nivel semejante de violaciones. Porque no lo harían, Contreras negó las violaciones del régimen y caracterizó el proceso legal como una venganza hecha por los aliados “marxistas” con el gobierno democrático por haber perdido la guerra. Hoy, cuando la Patria fue rescatada de las cenizas por las Fuerzas Armadas y de Orden, escuchando el clamor desesperado de un pueblo oprimido por la tiranía marxista, cuando el Gobierno Militar logró reconstruir nuestra Institucionalidad, cuando fuimos ubicados entre los países emergentes del mundo, han vuelto a aparecer en escena, aquellos lideres marxistas que ayer huyeron del país, dejando a esos “pobres jóvenes idealistas” que combatieran solos, abandonados de sus jefes, mientras ellos desde lejanas tierras americanas o europeas, disfrutaban de un excelente pasar. Llegaron “renovados”, algunos efectivamente, y al resto no se les nota. El odio, el resentimiento y el deseo de venganza es cada vez mayor. No podía ser de otra manera; los marxistas no aceptan la derrota y menos a manos de las Fuerzas de la Defensa Nacional, que para ellos son sus enemigos naturales18. (Contreras 2000: 120)
Contreras acusó además al Gobierno de alianza izquierdista democrática de sembrar de nuevo el desorden y el caos, en esta ocasión bajo la bandera de los Derechos Humanos. Se envenena diariamente a nuestra juventud, que no conoció y nada tuvo que ver con hechos pasados, hechos que ya deberían estar en el baúl de los recuerdos, pero que son presentados tal como si hubiesen sucedido ayer. Triste espectáculo dan ciertos grupos de personas, ya con el lavado de cerebro hecho, gritando por las calles en contra del Gobierno Militar, exigiendo soluciones sobre algo que no les concierne y de lo cual no tienen idea de la realidad, de la verdad. Sus impulsivas y negativas actitudes en contra de todo lo que significó el Gobierno Militar, nos recuerda tiempos difíciles que ya pasaron, que todos desean olvidar, pero que los extremistas de antaño, cobardes fugados a nuevos destinos más prósperos en el extranjero, y hoy retornados al país, convertidos en palomas de blanco plumaje, no permiten que la juventud olvide y por ello tratan de convertirlos en furibundas multitudes llenas de odio, resentimiento y venganza. (Contreras 2000, II: 2)
18
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Contreras hizo una referencia semejante en su segundo libro: “los mismos marxistas que ayer presurosos buscaron refugio en Embajadas y huyeron del país en Septiembre de 73” y que después regresaron “se encuentran ubicados en elevados puestos en todos los ámbitos de la Vida Nacional” confiados en “la protección que les entrega su actual inmunidad” y sin ocultar “su odio [...] su resentimiento [...]” y sus deseos de venganza, denigrando “a los vencedores de ayer, a los mismos que salvaron a Chile de la destrucción y la muerte, tratándolos de criminales y asesinos, a fin de influenciar a la Opinión Publica en su contra” (Contreras 2000, II: 3).
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Contreras creía que la izquierda había conseguido las más altas posiciones de poder en el gobierno democrático debido a la “mala memoria de un pueblo sano que olvida y nuevamente cree en la palabrería de los que destruyeron la Patria ayer, como decíamos, no tienen vergüenza para exigir a la Justicia que se juzgue a los ‘violadores de los Derechos Humanos’ durante el período del Gobierno Militar. Para ellos Chile nació el 11 de septiembre de 1973” (Contreras 2000: 120). Continuó: “En lo que parece ser una Historia increíble y tal vez en un país imaginario, se ha convertido en una realidad tangible: los vencedores considerados héroes ayer, gracias a la acción psicológica realizada por los elementos marxistas infiltrados en el Gobierno, han pasado a ser los villanos de hoy, a quien se debe juzgar y condenar con penas del infierno. Pero a los marxistas violadores de Derechos Humanos de ayer, no se les toca, no se les procesa ni se les condena y por el contrario: se les premia, se les alaba, se les levantan monumentos y por último se les indulta” (Contreras 2000, II: 4). Los marxistas, según la concepción de Contreras, hábiles en el engaño, produjeron las distorsiones del informe de la Comisión Rettig sobre los abusos en Derechos Humanos (conocido como el Informe Rettig)19. La Comisión recibió la información por parte de la Iglesia católica de la Vicaría de la Solidaridad, una organización que Contreras consideraba que había sido infiltrada por los marxistas (Contreras 2000: 129; 2000, II: 10). Se refería al Informe Rettig como la “Biblia marxista”, y consideraba que había exagerado el número de pérdidas sufridas por la izquierda y minimizado las pérdidas causadas por la izquierda. El Informe Rettig […] solamente consideró las bajas marxistas que se habían producido entre 1973 y 1991, las que alcanzaron a 1.132 muertos y 957 desaparecidos, pero no tomó en consideración para nada, las bajas que se habían producido entre 1970 y 1973, como resultado de las acciones de guerrilla realizadas por el Ejército Guerrillero marxista en contra de la población civil chilena […] En efecto entre 1970 y 1973 se produjeron 953 bajas entre la población civil, más 111 bajas correspondientes a las Fuerzas Armadas y de Orden, y 134 bajas de los Guerrilleros marxistas, lo que da un total de 1.198 bajas […] Entre 1970 y 1989 se produjeron 760 bajas de las Fuerzas Armadas y de Orden, que de hecho no están consideradas en el Informe Rettig que sólo se permite aceptar 132 bajas, con lo cual demuestra un abierto ocultamiento de la verdad hacia la Opinión pública
19
Contreras, al contestar a los cargos de abuso sexual en los centros clandestinos de detención, acusaba a “los marxistas” de irrespetar a las mujeres. “La mujer”, alegó Contreras, “no podía ser la propia por razones de seguridad clandestina, ya que si vivía con su propia mujer y ella era reconocida por alguna persona, de inmediato podía ser seguida y ubicado el mirista que era su marido. Por esta razón existía un intercambio de mujeres, según el ‘machismo’ de los miristas, solamente para ‘engañar al enemigo’” (Contreras 2000: 45).
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y que desde luego trata de bajar el perfil a la realidad de esta Guerra Subversiva. No tenían razón para morir si hubiese existidos tiempos de paz, los Militares chilenos, pero obligados a una Guerra de Guerrillas que ellos no provocaron, cayeron en los combates urbanos con los guerrilleros durante todos esos años. (Contreras 2000, II: 279)
En lo que parecía ser una retractación de su resuelta negación, Contreras reconocía ocasionalmente las violaciones de los Derechos Humanos por parte de los militares. Sin embargo, negó su participación en esas violaciones culpando a otros o asegurando que seguía órdenes. Declaró, por ejemplo, que se defendería a sí mismo y defendería a la DINA, pero no las violaciones que hubieran cometido otras ramas de las Fuerzas Armadas. Culpó al agente del FBI Robert Scherrer como responsable de la Operación Cóndor mientras se encontraba asignado en Argentina en la década de los setenta, a pesar de que Contreras antes había negado la existencia de la operación, juzgándola como una “ficción de la izquierda”. Atribuyó los crímenes de líderes chilenos por fuera del país a la CIA20. Contreras empezó su segundo libro con el epígrafe “Si una mentira se repite con la frecuencia suficiente, hasta los que saben que es mentira, la mirarán de pronto como si fuese una verdad” (Contreras 2000, II). Pero en lugar de generar “mentiras”, la comunidad por los Derechos Humanos usó la confesión de Contreras para exigir su enjuiciamiento y la revelación de documentos. Como afirmó Viviana Díaz, presidenta de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, “El [libro] de Contreras reafirma lo que siempre hemos dicho, que la información referente al paradero de aquellos que fueron detenidos y desaparecidos existe y que los militares se niegan a revelarla”21. La comunidad también 20
Su explicación empieza con Vernon Walters, el subdirector de la CIA, quien envió instructores a Chile para enseñar inteligencia nacional en 1974. Siguiendo órdenes de Pinochet, Contreras aceptó a los instructores. (Anteriormente, Chile había aceptado ayuda en inteligencia militar y no nacional). Cuando el período de entrenamiento llegó a su fin, el jefe del grupo le dijo a Contreras que tenía instrucciones de permanecer e incluso de ocupar posiciones clave en la DINA. “Le pregunté si estaban locos, porque esta era una institución militar y ningún civil podía ocupar ninguna posición, mucho menos extranjeros”. Walters intervino, sugiriendo que Chile aceptaba la misma relación que la CIA tenía con Venezuela: siete agentes de la CIA trabajando para la agencia de seguridad venezolana, la DISIP. Contreras rehusó aceptar las condiciones, y los molestos instructores partieron. Contreras interpretaría sus palabras de despedida –que “pronto oiríamos de ellos”– como la evidencia de la participación de la CIA en enmarcar a la DINA en el asesinato: “Y eso fue lo que ocurrió”, escribió Contreras, “porque el 30 de septiembre de 1974 Michael Townley, un conocido agente de la CIA, asesinó al General Prats en Buenos Aires”. Contreras afirmó que Townley estuvo implicado más tarde en el intento de asesinato de Bernardo Leighton en Italia y en el exitoso homicidio de Orlando Letelier en Estados Unidos, “todo porque no quisimos volvernos socios”. Yévenes, “Yo también tengo documentos”.
21
“Pinochet (Scheduled) Former DINA Chief’s Book Offers Proof Chile’s Military Has Info”, Efe, 30 de septiembre de 2000. Contreras refutó, afirmando: “En esta oportunidad desmiento en forma terminante, aquellas versiones falsas, engañosas y ridículas en el sentido de que habría enviado a
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cuestionó la defensa de Contreras de una “guerra justa”, como en el siguiente extracto de una carta abierta dirigida a Contreras publicada en el diario de izquierda Punto Final: “¿En qué guerra participó usted general? ¿O pretende llamar así a las cárceles secretas, a las cámaras de tortura, a los enfrentamientos supuestos o reales contra puñados de combatientes, a la desaparición de detenidos? A menos que usted pretenda convencer a sus camaradas de armas que fueron batallas las masacres de Lonquén, o la matanza de campesinos en Chihuío en que incluso cayeron niños […] o los fusilamientos de prisioneros dispuestos por el general Arellano Stark en octubre de 1973”22. Pero no todo el mundo entre la audiencia de Contreras de activistas por los Derechos Humanos, izquierdistas y líderes democráticos del gobierno deseaba entablar un diálogo con Contreras. Algunos querían silenciarlo, negándose a dignarse a dar una respuesta. La viuda del presidente Allende, Hortensia Bussi, rehusó contestar a sus aseveraciones, afirmando sólo que “Es una persona tan despreciable que no puedo darle ningún valor a sus palabras”23. El presidente Eduardo Frei pidió silencio, o por lo menos moderación, para evitar una desestabilizadora polarización política frente a la condena de Contreras: “No nos dejemos arrastrar por las divisiones del pasado”24. Frei tenía muy poco que temer. Más que polos ideológicos, lo que surgió fueron interpretaciones múltiples de la representación confesional de Contreras. La comunidad por los Derechos Humanos se fragmentó en grupos que iban desde aquellos que consideraban su encarcelamiento una victoria mayor para terminar con la cultura de la impunidad en la región hasta aquellos que la veían como una perpetuación de esta misma cultura. alguna parte del mundo, una cantidad enorme de documentos de la DINA. La realidad es que no me llevé a mi nuevo destino, ni a ninguna parte, ningún documento de la Dirección de Inteligencia Nacional” (Contreras 2000, II: 1). 22
“Carta abierta a Contreras”, p. 4.
23
Contreras sostenía que Bussi había mandado a un amigo para pedirle a él y a la DINA que la liberaran de la “verdadera prisión” en la que Fidel Castro la mantenía en Cuba y que le permitieran regresar a Chile. Cuando Castro descubrió la traición de Bussi, sin embargo, asesinó a su hija, Beatriz, y circuló el rumor de que se había suicidado. En lugar de entrar en una batalla con Contreras sobre su evidencia histórica, Bussi apenas si rechazó la obscena ficción de Contreras. “Viuda de Allende desmiente a jefe de la Policía secreta de Pinochet”, Agencia France-Presse, 4 de septiembre de 2001. Posteriormente, Contreras afirmó que Castro había visitado la tumba de Allende en Chile, pero sin Bussi. Cuando Castro descubrió que allí también se encontraba enterrada Beatriz, “salió rápidamente del mausoleo. Pero la verdad es que ahí estaba la razón de la ausencia de doña Hortensia [en el cementerio], ya que ella no deseaba encontrarse con el dictador cubano frente a la tumba de su hija, sabiendo que éste la había hecho asesinar” (2000, II: 2).
24
Noll Scott, “Court Upholds Sentence on Chilean Army Torture Chief”, Guardian (Londres), 31 de mayo de 1995.
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Quienes apoyaron su encarcelamiento señalaron el fracaso de Contreras para resistir la prisión. Contreras estuvo a punto de ocasionar un conflicto al respecto. Acusó a los jueces de la Suprema Corte de rendirse a la presión de los “marxistas” y condenó a la Corte porque “sus derechos constitucionales no fueron respetados”. Amenazando con la insurrección militar, afirmó: “Cuando vengan por mí, decidiré qué será lo necesario en ese momento. Como general no voy a huir puesto que voy a enfrentar la batalla. Soy un ganador y no deseo perder”25. Cuando la Brigada Catalana, un grupo que se identificaba como de miembros “reactivados” de la DINA y el CNI, tomó posesión de la señal de televisión estatal para protestar por el encarcelamiento de Contreras, pareció como si estuviera llamando a la intimidación de la Corte26. Pero Contreras dio fin a esta crisis política sometiéndose a las autoridades. También entregó su propiedad de 700 hectáreas, Viejo Roble, en 1998, debido a que tenía una deuda estimada en unos $234 millones que no podía pagar, hecho que disminuyó aún más su poder. Para algunos dentro de la comunidad de los Derechos Humanos, su precipitada caída significaba no sólo justicia dentro de Chile, sino también más en general en América Latina: “Se podría decir que este hombre arrinconado, de 65 años, mofletudo y con un pelo canoso bien peinado, representa la caída de una especie alguna vez temida: el autoritario general latinoamericano. Anteriormente mimados por déspotas que a menudo venían de los mismos rangos, inmunes al escarnio público y por fuera del alcance de la ley, los viejos generales de América Latina no están atravesando por un momento fácil”27. Otros interpretaron el encarcelamiento de Contreras como una justicia meramente simbólica, no retributiva. Protestaron contra su breve sentencia –de seis años– por el asesinato de Orlando Letelier. Gladys Marín, secretaria general del Partido Comunista chileno, cuya desaparición de su esposo constituyó uno de los muchos casos contra Contreras, condenó con vehemencia su liberación de la cárcel después de haber cumplido la sentencia: “Contreras es uno de los principales actores en los hechos posteriores al golpe de Estado y su liberación representará una tortura para la sociedad”28. 25
Calvin Sims, “Chilean Vows to Avoid Prison in Letelier Case”, New York Times, 31 de mayo de 1995. Contreras también declaró: “No iré a ninguna cárcel hasta que no haya una justicia real”. “Chilean Army Accepts Letelier Case Verdicts”, Agencia France-Presse, 1 de junio de 1995.
26
La Brigada Catalana interpretó el verso del himno nacional que hacía referencia a los “valientes” militares y que había sido suprimido después del fin de la dictadura. El grupo protestó porque percibía que estaba recibiendo “presión [para ser juzgado] en el caso Letelier” y llamó a los chilenos para que se unieran en la batalla contra los “nuevos actos de corrupción” y “desprecio” por la autoridad de las Fuerzas Armadas. El Ejército negó conocimiento de esta brigada. “Chile: Letelier Case Heats Up as Verdict Approaches”, Inter Press Service, 19 de mayo de 1995.
27
Gabriel Escobar, “Chilean Vigil for Arrest of an Ex-General; Convict in Letelier Case Joining Trend: Rank Has Fewer Privileges”, Washington Post, 13 de junio de 1995.
28
“Comunistas califican de ‘tortura’ liberación de General Contreras”, Efe, 20 de enero de 2001.
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Su celda en Punta Peuco reforzaba esta idea de la justicia simbólica. Contaba con una serie de habitaciones, que incluía una biblioteca llena de libros, relacionados principalmente con la historia militar. Los visitantes, admitidos a cualquier hora, podían reunirse con él en “la sala”, donde había dos mecedoras con mesitas acompañantes. Había puesto una fotografía de su esposa en una de las mesas y una Biblia abierta y un rosario en la otra. “Todo el ambiente es francés”, señaló un periodista: “Sillas estilo francés, un pequeño obelisco francés sobre un inmenso escritorio de roble, la escultura de un artista francés de la cabeza de una mujer en una esquina, cortinas de encaje francés” (Branch y Propper 1982: 155). En esta prisión Contreras podía evitar parecer o actuar como un prisionero, y así lo hizo. Un periodista lo describió como alguien “bastante bajo y ligeramente barrigón, pero en cuanto a la ropa y el comportamiento es la esencia del refinamiento. El traje […] es un vestido a rayas hecho a la medida con un corte al estilo europeo. Habla un castellano formal, sin pronunciar nunca una sola palabra vulgar” (Branch y Propper 1982: 155). La única cosa que desvirtuaba la imagen de Contreras de su refinamiento europeo, anotó el periodista, era la “música ambiental americana estándar” que brotaba suavemente de los parlantes en las estanterías. Contreras “trabajaba” en un moderno sistema de computador y disfrutaba de acceso ilimitado a internet, fax y teléfono. Como ayuda al cuidado de su deteriorada salud (cáncer de colon, hipertensión, diabetes y trombosis), Contreras contaba con un chef personal y con un cuarto de ejercicios equipado con una cinta de caminar y una bicicleta estática. Tales condiciones lujosas llevaron a un periodista a escribir que el sistema de seguridad en Punta Peuco parecía mejor diseñado para evitar que cierta gente entrara y no para que Contreras saliera29. Como si hubiera querido confirmar esta visión, Contreras le preguntó de forma retórica a un entrevistador: “¿Es una prisión?”, y él mismo contestó: “No, esta no es una prisión, es una instalación militar –mi-li-tar […] Y le voy a decir algo. No tenía que venir a Punta Peuco si no hubiera querido. Pude haberla abandonado”30. Contreras intentó transformar su encarcelamiento en una insignia de honor. “Espinoza y yo nos encontramos en Punta Peuco”, afirmó, “precisamente porque hemos dicho la verdad, aunque no se la haya reconocido como verdad. Hemos aceptado nuestro destino como hombres, sin haber perjudicado a nadie, ni haber 29
“El general y su laberinto”, La Tercera, 24 de septiembre de 2000.
30
Óscar Sepúlveda, “Desgraciadamente las platas de la CIA no me llegaron”, Cosas, 29 de octubre de 2000. Después de salir de Punta Peuco, Contreras empezó un arresto domiciliario en un condominio. Los vecinos no recibieron su llegada con entusiasmo y se unieron a políticos de izquierda y grupos por los Derechos Humanos en protesta, encendiendo velas en muestra de vigilia, y exhibieron pancartas exigiendo que abandonara el conjunto residencial. “Protesta contra M. Contreras”, El Mercurio, 27 de enero de 2001.
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sido desleal con ninguno”31. Se refería a sí mismo como “prisionero político” y expresaba orgullo por su liderazgo político: “Me siento orgulloso de haber sido el pacificador en Chile y me siento orgulloso de que ninguna de mi gente se encuentre en prisión. No es importante que yo lo esté”32. Los observadores se preguntaban cuánto tiempo pasaría antes de que Contreras empezara quizás a resentirse de su papel de chivo expiatorio y desbaratara el castillo de naipes de Pinochet33. Los manifestantes salieron a las calles llevando pancartas en las que se leía: “Hoy Contreras, mañana Pinochet”. El periodista y crítico literario Christopher Hitchens sostuvo que Contreras “permanecía en prisión, sin duda preguntándose por qué había confiado en sus superiores” (2001: 70). Circularon rumores de que Contreras había proporcionado al juez Garzón la información que necesitaba para detener a Pinochet en Londres34. Pero Contreras negó estas acusaciones, afirmando que “Lo único que le he enviado a Garzón fue paja”. Aunque su lealtad frente a Pinochet se vio sobre terreno movedizo cuando admitió que “la DINA es un organismo militar que depende primero y directamente del presidente de la honorable junta de gobierno y después en el presidente de la república”35. Agregó, además: “No se trata de un organismo autónomo que pudiera tomar decisiones por sí mismo, particularmente una decisión tan seria y de tanta responsabilidad como el asesinato de Orlando Letelier”36. Contreras hizo estas declaraciones en documentos que se “filtraron” al diario español El País y que fueron más tarde reproducidos en los medios chilenos37. Pinochet respondió duramente: “Suena como si me estuviera acusando”, lo que sería “una terrible traición”. Pero Pinochet moderó sus afirmaciones al agregar que Contreras era un “excelente oficial”, a quien “amaba como a un hijo”. Distanciándose de las disputas legales de Contreras, Pinochet confirmó: “yo creé la doctrina de inteligencia, 31
“La respuesta de Manuel Contreras a Odlanier Mena”, La Tercera, 14 de marzo de 1998.
32
“No hay detenidos desaparecidos”, Caras, 29 de septiembre de 2000, p. 22.
33
Organizaciones como el Comité de Defensa de los Derechos Humanos del Pueblo (CODEPU), la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD) y el Partido Comunista pensaron que Contreras probablemente se sintió abandonado y convertido en chivo expiatorio, y que reveló información que comprometía a Pinochet y a otros altos mandos del régimen.
34
“Proceso contra Pinochet”, Servicio Universal de Noticias-InfoLatina, abril de 1999.
35
“El recurso que ocasionó controversia de generales”, La Tercera, 14 de marzo de 1998.
36
Cristian Bofill R., “Amenaza y venganza”, Qué Pasa, 7 de marzo de 1998, p. 21.
37
Se cree que el documento formaba parte del material enviado por Contreras a la Corte Suprema de Chile para que tuvieran en cuenta una revisión de su sentencia. Pero quizás formó parte del caso que se llevaba a cabo contra Pinochet en España y planeado por los medios informativos españoles. Cristian Bofill R., “Amenaza y venganza”, Qué Pasa, 7 de marzo de 1998, p. 18.
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pero él tenía que desarrollar la manera de llevarla a cabo”38. Contreras cubrió a su jefe: “Mi explicación intentaba demostrar una verdad establecida en la ley: mi subordinación directa al presidente. Y hasta el día de hoy me mantengo totalmente leal a mi Capitán General Sr. Augusto Pinochet Ugarte”39. Contreras disfrutaba de algún apoyo dentro de Chile, aunque era algo más simbólico que real. Gonzalo Townsend Pinochet, sobrino de Pinochet, vinculó la detención de su tío en Londres con la de Contreras en Chile: “Los que ayer salvaron a la patria, hoy están presos, y los que quisieron hundirla, hoy lo están celebrando”40. Despierta Chile, un periódico organizado en la década de los noventa para defender el régimen, asumió la defensa de Contreras como una de sus causas centrales, sosteniendo que “La culpa de lo ocurrido en nuestra Patria y los excesos que se ventilan, especialmente en los tribunales de justicia, son de responsabilidad de quienes quisieron incendiar al país y resulta que hoy día los culpables fueron los bomberos”41. Despierta Chile acusó al gobierno democrático de perseguir y condenar a los héroes de guerra, y advertió: “Cuidado con los gobiernos corruptos donde el engaño tiende sus redes, donde la justicia se aborrece, donde la verdad se esconde y la mentira y la venganza se autorizan”42. El general retirado y senador Santiago Sinclair se mostró de acuerdo: “Existe una clara intención de manchar el honor del Ejército, pero les advierto a aquellos que tienen estas intenciones que no serán capaces de hacerlo”43. Entre quienes apoyaban a Contreras se incluían también aquellos que creían que él había cargado con la caída del régimen. Juzgaron sus intenciones de establecer la responsabilidad de Pinochet en las órdenes de la DINA como “las acciones de un hombre herido que [sentía que] había sido abandonado después de haber cumpli38
“Pinochet: Contreras habla ‘Como si me acusara’”, La Nación, 14 de marzo de 1998.
39
“Reafirma dependencia de Pinochet”, La Tercera, 4 de abril de 2000.
40
“Sobrino General: Tampoco nosotros tendremos ni olvido ni perdón”, Efe, 8 de octubre de 1999. También reflexionó: “no tendremos ni perdón ni olvido con los que han vendido a la patria y tienen secuestrado al general Pinochet […] Reivindicamos el 11 de septiembre (fecha del golpe de Estado que derrocó al presidente Salvador Allende) como la única alternativa válida para salir de la situación en la que estábamos” Advirtió en tono amenazante que podrían surgir “nuevos movimientos de ultraderecha o grupos nacionalistas” para defender a las Fuerzas Armadas. Y finalizó con un llamado a tomar las armas: “Chile va a empezar a despertar, no puede ser que haya tanto malagradecido y tanto olvido […] Esto [la detención de Pinochet] no se nos va a olvidar, que no se le ocurra a estos españoles visitar mañana Chile, porque su estadía no les sería grata a los españoles, estamos anotando en el cuaderno a todas las personas que han contribuido a este acto de venganza”. Efe, 8 de octubre de 1999.
41
“Las afirmaciones del General Contreras que nadie desmiente”, Despierta Chile 1. No. 1 (septiembre de 2001) (documentos desclasificados), http://www.despiertachile.cl/.
42
Ibid.
43
“Chile: President and Army Disagree over Impact of Ruling”, Inter Press Service, 31 de mayo de 1995.
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do con su trabajo durante el período más difícil de la dictadura”44. El mayor en retiro Carlos Herrera Jiménez, que cumplía una sentencia de diez años de prisión en Punta Peuco por un asesinato cometido como parte de la represión militar del régimen contra la izquierda, afirmó que las violaciones de Contreras “no podrían haber ocurrido si no ha mediado la orden de un general […] No hay que dejar de reconocer que cuando fue la muerte del señor Letelier, Contreras era teniente coronel y el otro [Pedro Espinoza], mayor. El que conozca sólo un poco del mundo militar comprenderá lo difícil que resulta que un teniente coronel y un mayor se concierten, sin que nadie lo sepa, para matar de un bombazo a un diplomático en el corazón del barrio cívico del país más importante del mundo”45. Herrera Jiménez continuó: “Aunque duela reconocerlo, éste es el único Ejército del mundo que, cuando ha correspondido, sus generales no han asumido las responsabilidades por las órdenes que dieron”46. Pedro Espinoza se mostró de acuerdo. Confesó que una carta filtrada a la prensa en 2000 había sido redactada por él y notariada en 1978. La carta confirmaba la cadena de comando: que Contreras había recibido órdenes directamente del general Pinochet. Más adelante se acusó a Héctor Orozco, el oficial militar encargado de la investigación del caso Letelier, de presionar a Espinoza para que afirmara que fue sólo Contreras, y no Pinochet, quien le dio las órdenes. La presión incluía amenazas contra la esposa y los hijos de Espinoza si decía algo que hiciera responsable a Pinochet por el crimen. Espinoza había dicho que “la orden para eliminar a Letelier me la había dado el coronel Contreras”, y había deseado incluir también que la orden había sido hecha “‘por encargo del presidente de la República”47. “Contreras”, como apuntó un periodista, “no es sólo otro prisionero. Es un emblema del lado oscuro de la represión militar del régimen, un símbolo de los esfuerzos por parte de la Concertación para clarificar los crímenes del pasado y, no menos importante, un permanente dolor de cabeza debido a sus acusaciones episódicas contra Pinochet y los otros que le dieron las órdenes”48. El hijo de Contreras, Manuel Contreras Valdebenito, apoyó esta visión sobre la culpa de su padre. En lo que algunos consideraron como una trama ideada por 44
“Molestia en el Ejército por las acciones del general (R) Contreras”, Últimas Noticias, 5 de marzo de 1998.
45
“Ex agente acusa ejército no reconocer responsabilidad abusos”, Efe, 5 de abril de 1999. Carlos Herrera Jiménez fue acusado por el asesinato de los líderes sindicales Mario Fernández y Tucapel Jiménez y del carpintero Juan Alegría, a comienzos de los años 1980.
46
Ibid.
47
Manuel Delano, “El ex ‘número dos’ de la DINA culpa a Pinochet del asesinato de Letelier: EE. UU. reanuda investigación del caso”, El País, 24 de marzo de 2000.
48
“Esperando la lista”, Hoy, 28 de septiembre de 1998.
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el Contreras mayor, su hijo le pidió admitir todo lo referente a su pasado y dejar de proteger a los militares y a Pinochet. El joven Contreras mostró a su padre como alguien devoto de la estrategia política del régimen y personalmente leal a Pinochet, que fue obligado a cometer atrocidades, incluso, a lanzar cuerpos al mar. Le rogó a su padre que aceptara la responsabilidad por sus actos pasados, pero también pedía al resto de la comandancia del Ejército que asumiera sus responsabilidades propias, en lugar de convertir a su padre en chivo expiatorio. El joven Contreras explicó su ruego personal diciendo que “es a mí a quien insultan en las calles y me llaman hijo de asesino”49. Otros de los que apoyaron el régimen se distanciaron de Contreras, para no acentuar la asociación del régimen con la violencia y apoyar su papel en la modernización económica. Andrés Allamand, presidente del partido de derecha Renovación Nacional, por ejemplo, criticó a Contreras por su flagrante infracción de la ley: “En un Estado de Derecho, nadie puede eludir la ley, y Contreras no es una excepción”50. Cuestionó la justificación de la violencia por parte de Contreras, afirmando que esto “llevaba a dos aberraciones inaceptables: primera, que el fin justifica los medios; segunda, que para negociar con terroristas uno deba usar sus mismos métodos criminales. Desde mi punto de vista, las dos son ética, moral, política y legalmente incorrectas”51. Cuando Contreras hizo la insinuación de las órdenes de Pinochet, el director del partido Liga de la Juventud replicó: “La izquierda aplaude al abogado del general Contreras y le ruegan que continúe con esta actitud que favorece el proceso del Partido Comunista contra Pinochet […] Yo soy pinochetista, no contrerista”52. El biógrafo de Pinochet censuró los alegatos de Contreras diciendo que “Nadie vigilaba a Contreras”53. Cuando Contreras sostuvo que el desaparecido general Otto Carlos Paladino, ex jefe del Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE), habría limpiado su nombre de las acusaciones, el abogado de Paladino observó: “Es curioso que después de tantos años él [Contreras] utilice palabras de alguien que ha muerto y que no puede ni ratificar ni negar lo que se le atribuye”54. 49
Cherie Zalaquett, “No soy hijo de un criminal”, Caras, 20 de marzo de 1998. Véase también “‘Mamito’ volvió a agitar las aguas”, Últimas Noticias, 24 de julio de 1999.
50
Sims, “Chilean Vows to Avoid Prison in Letelier Case”.
51
“Chile Ex-Head of DINA Says Former DINA Agents Hold Senior Government Posts”, BBC Summary of World Broadcasts, 28 de marzo de 1991.
52
Rodrigo Eitel, “Yo soy pinochetista, no contrerista”, La Hora, 9 de marzo de 1998.
53
“Lanzarán biografía de 760 páginas sobre ex dictador Pinochet”, Deutsche Press-Agentur, 18 de octubre de 2002.
54
“Molestia en ejército por las acciones del general (R) Contreras”, Últimas Noticias, 5 de marzo de 1998.
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Los líderes de la Iglesia también se distanciaron de Contreras. Cuando Luz Arce acusó a un sacerdote de haber hecho frecuentes visitas a las instalaciones de la DINA para reunirse con Contreras, el sacerdote la atacó por mentir, según él. Expresando el grado al que la asociación con Contreras podría perjudicar su reputación, el sacerdote tronó: “Nunca fui a un cuartel de la DINA, nunca me entrevisté con Manuel Contreras. No toleraré que sigan manchando mi nombre y mi honra. Con mi honra no se juega”55. Contreras quedó cada vez más aislado en la cárcel y abandonado por sus compañeros de las Fuerzas Armadas y otros seguidores del régimen. Pero Contreras se mantuvo aferrado con firmeza a su versión de los hechos. En mayo de 2005 Contreras preparó un documento según el cual revelaría el paradero de por los menos 600 detenidos desaparecidos. La comunidad de los Derechos Humanos desestimó el documento por no ofrecer ningún tipo de información nueva, por ocultar evidencias y por confundir al público chileno56. Pero algo había cambiado. En el documento Contreras atribuía a Pinochet todas las acciones llevadas a cabo por la DINA; y no lo hizo una sola vez, lo hizo siete veces. Insinuó que el “ominoso silencio” de Pinochet y su negligencia para defender la DINA, una agencia totalmente dependiente de su directa autoridad, habían llevado a un “injusto e intolerable” trato del personal de la DINA. Criticaba a Pinochet por no tener el “coraje” el “honor” y la “hombría” para asumir responsabilidad por sus órdenes y proteger de la humillación, el juicio y el encarcelamiento a aquellos que cumplieron esas órdenes57. Pinochet contestó con su propia negación, reiterando que él no tenía ninguna influencia directa sobre la DINA. Pero las crecientes acusaciones de Contreras llevaron a que Pinochet contestara con las suyas propias. Incriminó a Contreras en un complot para derrocar al Gobierno y reveló que Contreras había ocasionado tantos problemas en la DINA que se había visto obligado a despedirlo58. La traición de Contreras no sólo sacó a Pinochet de las sombras, según Peter Kornbluh, del Archivo de Seguridad Nacional, sino que propició un “pequeño paso adelante” en las investigaciones criminales contra Pinochet. 55
“Sacerdote niega vinculación con policía política de Pinochet”, Efe, 20 de diciembre de 2000.
56
Jonathan Franklin y Monte Reel, “Former Secret Police Chief Blames Pinochet for Abuses”, Washington Post, 15 de mayo de 2005.
57
Manuel Contreras Sepúlveda, “Introducción a la entrega de documentos que demuestran las verdaderas responsabilidades de las instituciones de la defensa nacional en la lucha contra el terrorismo en Chile”, Santiago, 13 de mayo de 2005, www.lanacion.cl.
58
“Pinochet and Ex Police Chief Meet”, BBC News, 18 de noviembre de 2005, http://new.bbc. co.uk.
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Contreras nunca se retractó de la negación de sus crímenes. Ni el encarcelamiento ni el aislamiento cambiaron su opinión. Esto resulta apenas sorprendente, no sólo porque Contreras creía en su propia inocencia, sino porque también ninguna otra narrativa lo hubiera salvado de la prisión. Era alguien simplemente demasiado importante como para haberlo dejado libre mediante un acuerdo de negociación.
Visiones comparativas en la negación de perpetradores La negación y el silencio constituyen las formas más comunes en los testimonios ofrecidos por los perpetradores sobre la violencia pasada. En las negaciones confesionales, los perpetradores admiten su papel en el pasado, pero niegan los crímenes o el conocimiento de esos crímenes. La negación posee su propia lógica. Protege a los individuos de las condenas legales o públicas. Pero incluso sin la amenaza de estas condenas, la mayoría de los perpetradores cree verdaderamente en su inocencia, así como en las justificaciones y excusas legales de sus actos, para continuar cometiéndolos. La manera como se defienden a sí mismos y a quiénes ofenden en el proceso hace que el dinámico drama político favorezca la coexistencia contenciosa. “El guardián de principios divinos”. El sociólogo Stanley Cohen menciona la “espiral de negación” en la que el tiempo influye en el texto. La espiral comienza con una simple refutación, la afirmación por parte del perpetrador de que la tortura, el asesinato y la desaparición nunca ocurrieron. Tarde o temprano, sin embargo, la evidencia hace imposible para los perpetradores negar simplemente la violencia, de tal forma que intentan aclararla. Contreras construye así su argumento de “guerra” para explicar la muerte y la desaparición, una exposición que le permite continuar negando sus actos criminales. La tercera parte de la espiral transforma el acto violento en un acto virtuoso. Los perpetradores, como Contreras, se refieren a su pasado en términos de deber, patriotismo o heroísmo. Contreras, incluso, pone en duda el patriotismo de aquellos que lo acusan de actos criminales. La espiral de la negación cumple su papel en muchos textos confesionales. Héctor Pérez Vergez, un ex capitán del Ejército y director del centro de tortura La Perla, en Argentina, al principio simplemente negó su implicación en el asesinato de Luz Mujica de Rearte: “Yo sé que se me ha atribuido su muerte. Pero la verdad es que cuando me enteré me agarré la cabeza. Fue una barbaridad y no tuve nada que ver”59. A pesar de su negación, Vergez fue condenado a pasar casi 59
Originalmente citado en Sur en 1989, reproducido en “La Perla es mi obra, mi hija”, Página/12, 21 de marzo de 1995.
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dos años en la cárcel antes de quedar libre bajo la Ley de Obediencia Debida. Otra información referente a Vergez surgió al final de la dictadura, incluido el establecimiento de un almacén en Córdoba que vendía bienes robados de las casas de los detenidos, extorsión de dinero a las familias de los detenidos, la tortura sexual de mujeres detenidas y su participación en el asesinato y la desaparición de detenidos. También se suponía que Vergez había sido el líder de la organización derechista peronista Comando Libertadores de América, la versión en Córdoba de la Alianza Anticomunista Argentina, que llevó a cabo gran parte de la represión antes del golpe de 1976. Vergez más tarde abandonó la simple negación, por una más elaborada, y que difundió de varias formas. Trató de vender su historia, por ejemplo, en US$30.000, pero no encontró compradores. Entonces escribió y publicó su propio libro, Yo fui Vargas: el antiterrorismo por dentro (1995), y aceptó aparecer en los medios. En estas confesiones posteriores, Vergez adoptó el argumento de “guerra”, y su heroísmo en esta guerra, para negar su participación en el terrorismo y la represión de Estado. Vergez sostenía que la guerra argentina constituyó una diferencia en grados, pero no en clases, de bajas. Al haber tenido lugar en suelo argentino y entre argentinos, su costo físico y emocional había demostrado ser particularmente elevado. Como el mismo Vergez decía, “Yo conozco el horror de la guerra porque eso es la guerra; simplemente un horror […] Trabajamos [duro] para que nunca más volviera a ocurrir. Debemos dejar en claro, muy en claro, que esta dolorosa y terrible guerra entre hermanos se desarrolló de la misma manera y con los mismos métodos y que no fue sólo durante el período militar, sino también durante el período que siguió al final del gobierno del general Lanusse y a lo largo del gobierno peronista”. Vergez se elevó a sí mismo al honorable papel de soldado heroico y sacrificado. En la guerra, dijo, “uno mata o muere”. Y al mismo tiempo que decía “amo a mi Ejército” lamentaba “haber tenido la mala suerte de servir durante esa época”. Después de haber respondido al llamado del pueblo argentino y del gobierno democrático, y de haber cumplido con su deber con el país, Vergez había participado en la derrota de la “izquierda asesina” y en el fin de la conspiración internacional en Argentina en aquella época. Vergez insinuó que la tortura podía incluirse entre sus actos heroicos. Ante preguntas directas planteadas por los periodistas, Vergez definía la tortura como “interrogatorios duros, muy duros”. Pero además discutía su utilización: “Pero no jodamos con la tortura. Cualquier Ejército o Policía del mundo tortura para sacar información y eso lo sabemos todos, desde siempre. Si agarran a uno de los que voló la AMIA [el centro cultural judío argentino], ¿no le van a dar palo
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para que cante?”60. Incluso insinuó que él mismo usó métodos de tortura: “Fíjese qué curioso: el otro día un militar israelí dijo que lo único que no se puede hacer al interrogar a un terrorista es matarlo. Yo hice algunos cursitos con gente de los servicios israelíes, por allá del año 72”61. Vergez, en otras palabras, admitía los actos de violencia del régimen, y los suyos propios, pero los consideraba heroicos y muy extendidos, absolviéndose de este modo de los crímenes. El reconocido y antiguo jefe de la P olicía de Buenos Aires, Miguel Osvaldo Etchecolatz, se burlaba de la comunidad por los Derechos Humanos con su versión personal de la simple negación: “Muchas veces he pedido perdón a mi Dios y aún hoy lo sigo haciendo. Son también muchas culpas que aún debo pagar, pero notable […] ¡Por ninguna de ellas hoy se me condena!” (Etchecolatz s. f.: 178). El proceso judicial no compartió esta opinión. Fue condenado por noventa y cinco cargos de tortura y sentenciado a veintitrés años de prisión, aunque fue liberado bajo la Ley de Obediencia Debida. Etchecolatz posteriormente lanzó una cínica y agresiva versión de la espiral de negación a través de su libro, La otra campana del Nunca Más, y apariciones en los medios. “Lo único que hice fue combatir a ese enemigo demoníaco que fue la subversión marxista”, afirmó62. Justificando sus actos como un “combate”, alardeó: “Cuando se me ordena asumir la responsabilidad operativa en la lucha contra las organizaciones terroristas, confieso me sentí honrado por la designación. El destino me probaba sobre lo que podía dar a mi Patria, por millones de argentinos que no deseaban convivir con aquellos asesinos” (Etchecolatz s. f.: 17). Continuó negando su culpabilidad por estas operaciones: “le digo que nunca tuve ni pensé, ni me acomplejó culpa alguna […] ¿Por haber matado? Fui ejecutor de la ley hecha por los hombres. Fui guardador de preceptos divinos. Por ambos fundamentos volvería a hacerlo, exponiendo todo lo mío, que para esa empresa, es poco (Etchecolatz s. f.: 124). La confesión de Etchecolatz no involucraba una negación defensiva, sino una ofensiva agresiva. En el programa de televisión Hora Clave, Etchecolatz interpeló sin misericordia a su antigua víctima de tortura, el diputado Alfredo Bravo, exigiéndole que relatara públicamente su experiencia de tortura e insinuando que Bravo la había inventado. Después contradecía su propia negación al alegar que las acciones que se tomaron contra Bravo quizás habían resultado benéficas: 60
Carlos Dutil, “Política nacional”, Noticias, 2 de abril de 1995.
61
Alejandro Agostinelli, “Me duele que hablen de la conexión local”, La Prensa, 18 de julio de 1995.
62
“Los seguidores del ex represor, con violencia”, Clarín, 7 de abril de 2001.
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“En su juventud él [Bravo] tenía pies planos y verrugas en las plantas […] El tratamiento que le dimos quizás pudo haberlo curado”. Negó haber violado a Lidia Papaleo Graiver, pero lamentó haber perdido la oportunidad, ya que, según sus palabras, “habría sido un privilegio”. Igualmente, Etchecolatz negó haber usado la tortura pero la defendía como forma de “salvar vidas”: “Este sacrificio de vidas se hubiera disminuido en su proporción numérica, si el gobierno militar de oportunidad, empeñado en la necesidad de restaurar rápidamente la paz interior hubiese tenido en cuenta la sabia medida adoptada por el gobierno de Israel (Corte Suprema de Justicia): ‘el uso de torturas para los interrogatorios para los casos en que se encuentra en riesgo la vida de otras personas, y cuando hay fuertes sospechas de que el detenido guarda información sobre cómo evitar esas muertes’” (Etchecolatz s. f.: 9-10)63. Las referencias de Vergez y Etchecolatz a Israel y al atentado contra AMIA podrían parecer sorpresivas, dado el notorio antisemitismo del régimen militar argentino. Sin embargo, usaron estas referencias deliberadamente, para demostrar la hipocresía de usar la tortura en algunos casos y no en otros. También la usaron con el fin de legitimar el uso de la tortura para salvar vidas inocentes. De esta forma ligaban a la izquierda con amenazas contra los inocentes, para justificar el uso de la tortura por parte del régimen. Etchecolatz, por ejemplo, acusó a Bravo y a Graciela Fernández Meijide, activista de los Derechos Humanos y madre de un detenido desaparecido, de “enviar sus hijos a la muerte”. Atacó a los “subversivos” por usar a sus hijos para escudarse de las fuerzas de seguridad. Se refería a la “ferocidad con que combatían hasta el último disparo de su arma de fuego las guerrilleras embarazadas próximas a ser madres” (Etchecolatz s. f.: 20). Incluso, frente a las cimentadas evidencias en su contra, los perpetradores se mantienen en la negación. Las fuerzas de Pinochet, por ejemplo, se aferraron a la negación a pesar de la publicación en noviembre de 2004 del Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (conocido como el Informe Valech), donde se documentaban la sistemática detención ilegal y la tortura de los detenidos por parte del Ejército chileno, los dieciocho tipos de tortura y los 800 centros clandestinos de tortura. Pinochet no reaccionó frente a los descubrimientos, pero su ex portavoz, el general Guillermo Garín, simplemente comentó: “La investigación no ha conseguido demostrar que la gente fue verdaderamente torturada”64. La portada del libro de Vergez lo mostraba a caballo saltando sobre 63
Etchecolatz está citando a la Corte Suprema de Israel.
64
“Chile Torture Victims Win Payout”, BBC News, 29 de noviembre de 2004, http://news.bbc. co.uk.
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paredes incendiadas con las palabras “Nunca Más” y los nombres de “bandidos izquierdistas” escritos encima. Afirmó que las acusaciones en su contra lo hacían reír ((Etchecolatz s. f.: 150). De la misma forma, Etchecolatz se refería al informe Nunca Más de CONADEP como una “novela”, ideado “no para informar limpiamente, sino para crear un estado de repulsión y venganza […] un plan para desacreditar las Fuerzas Armadas que defendieron la nación en sus momentos difíciles […] y condenando a aquellos de nosotros que fuimos protagonistas en los campos de batalla” (Etchecolatz s. f.: 7 y 186). La negación no desaparece ni disminuye con el tiempo; se intensifica y aumenta. “Susurré en los corredores”. La “negación plausible” les permite a los perpetradores alegar que lo que ellos fueron –su rango o posición– los exculpa de haber cometido e, incluso, de haber conocido actos violentos. Los perpetradores en la misma cima del aparato de seguridad, por ejemplo, afirman que su distanciamiento de las operaciones del día a día prueba su inocencia y falta de conocimiento. Pero estos mismos individuos, como jefes de Estado y oficiales superiores, tienen la responsabilidad final por estos crímenes. O así lo sostiene el público. Y para afirmar esta idea, el público a menudo señala el absurdo de la defensa de la negación plausible. En, quizás, una de las más famosas contradicciones, Pinochet había sostenido a lo largo de toda la dictadura que “No se mueve ninguna hoja en este país sin que yo lo sepa”. Pero esperaba que el público creyera que él no tenía ningún conocimiento sobre los abusos ocurridos mientras estuvo en el poder. Los oficiales de rangos medios, quienes emitían las órdenes, no podían invocar esta “distancia” desde la negación. En su lugar, alegaron que aquellos que cometieron los crímenes lo habían hecho por cuenta propia (como fuerzas delincuentes) o habían malinterpretado estas órdenes. En la CVR sudafricana, por ejemplo, los comandantes sostenían que ellos habían dado órdenes para “extirpar” o “remover” al enemigo, no para matarlo. Un incrédulo Glen Gossen, representante legal de la CVR, respondió: “Ninguna persona razonable puede dejar de prever que un hombre razonable habría interpretado estas afirmaciones con el significado de que uno podía matar, asesinar, poner bombas, que uno podía aniquilar”65. F. W. de Klerk, ex presidente de Sudáfrica, defendió la naturaleza inocente de estas órdenes: “Aquellas citas sobre ‘extirpar’ significan simplemente ‘neutralizar políticamente’”. De igual manera, el ex ministro de Justicia y Orden Adriaan Vlok reconoció sólo que sus órdenes habían sido malinterpretadas, que él no había ordenado actos ilegales: “Yo no sabía que estuvieran torturando gente. 65
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 2 (Slices of Life), grabación 4 (“The Call for Blood”).
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Nunca lo aprobé […] Lamento que haya sucedido y no puedo hacerme el de la vista gorda […] En mis discusiones, reuniones, conferencias y órdenes, no habría duda de que posiblemente haya usado palabras y expresiones que pudieron haberse interpretado con el significado de actuar ilegalmente”66. Una versión un poco más cautelosa surgió también en Sudáfrica: los líderes del apartheid sugirieron que habían investigado, aunque no con la suficiente energía, las afirmaciones y rumores de violencia que les habían hecho llegar. Como afirmó Leon Wessesls, ex ministro diputado de Justicia: “Yo […] no creo que pueda contar con la defensa política del ‘Yo no sabía’, puesto que de cierto modo creo que no quería saberlo […] Tenía mis sospechas sobre ciertas cosas que habían generado malestar entre los círculos oficiales, pero como no contaba con los hechos que apoyaran estas sospechas ni como tampoco tenía la valentía de gritarlo desde […] los tejados, tengo que confesar que sólo susurré en los corredores”67. Aunque los oficiales negaran haber dado las órdenes o haber cometido algún tipo de violencia, los comandantes superiores podían admitir cierto nivel de conocimiento de esta violencia y hasta expresar remordimiento por la misma. Asumían responsabilidad sólo por no haber actuado (delito de omisión) y no por haber ordenado, aprobado o cometido actos de violencia (delito por comisión). Como afirmó el ex ministro de Asuntos Exteriores Pik Botha: “La pregunta fundamental no es si nosotros como gabinete aprobamos el asesinato de algún oponente político particular. No lo hicimos. La pregunta es si debimos haber hecho mucho más para asegurar que no ocurriera. Lamento profundamente esta omisión. Que Dios me perdone”68. Oficiales de rangos más bajos también usaron una forma de negación plausible, sosteniendo haber confiado en que sus comandantes dictaban órdenes legales. Cuando ellos llevaban a cabo estas órdenes, podían negar de manera plausible que comprendían la criminalidad detrás de estos actos. Además, algunos oficiales de rangos bajos hacían referencia a este rango como evidencia de que ellos no podían haber cometido los actos violentos; simplemente no tenían ni el poder ni la posición para hacerlo. Los directores de los campos de tortura de Villa Grimaldi hicieron uso de esta afirmación. El oficial de la DINA Marcelo Morén Brito, por ejemplo, dijo: “Yo sólo estuve de paso por Villa Grimaldi”. Miguel Krassnoff Marchenko, también de la DINA, se llamaba a sí mismo un “analista”, negando así su perpetración, 66
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 2 (Slices of Life), grabación 8 (“In the Corridors”).
67
Ibid.
68
Ibid.
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o conocimiento, de violaciones a los Derechos Humanos. El reconocido torturador Basclay Zapata afirmó no ser otra cosa que un “chofer” durante la dictadura. El orgullo masculino a menudo genera inconsistencias y debilita así las negaciones confesionales de los perpetradores. Etchecolatz, por ejemplo, sostuvo que “la cobardía no forma parte del inventario de mis defectos”, lo que lo lleva a uno a preguntarse qué clase de “actos valientes” cometió dentro de los centros clandestinos de tortura (Etchecolatz s. f.: 169)69. Vergez describió cómo su crianza en la pampa le enseñó la dura lección de dominar a los otros antes de que éstos lo dominaran a él70. Vergez intentaba seguir el camino forjado por el gobernador de Tucumán, Antonio Domingo Bussi, quien cometió una famosa matanza durante la dictadura y la explotó con éxito como una función política. Bussi, sin embargo, había enfrentado una movilización insurgente en Tucumán, hecho que convertía su alegato de heroísmo más plausible entre quienes apoyaban al régimen, que las violaciones de Vergez contra los detenidos y sus familiares en los centros clandestinos de tortura. Cuando Vergez se lanzó como candidato en 1999, tuvo que cerrar la sede de su campaña y terminar la apuesta, por falta de apoyo71. “Sólo existe un terrorismo”. Los casos judiciales tienden a producir negaciones, dado que los perpetradores rara vez se autoincriminan cuando enfrentan un proceso. Los perpetradores emplean un menú de frases hechas para negar haber cometido, sido testigos o haber conocido algo respecto a la violencia institucional. Milorad Krnojelac, el comandante bosnio serbio en la prisión de Foca Kazneno-Popravni Dom (KP Dom), respondió con frases hechas en su testimonio ante el TCIY, durante el cual negó los cargos de tortura, palizas, asesinato, trabajo forzado y eliminación forzosa de detenidos musulmanes en la prisión durante 1992-93. Nunca vi nada parecido en el patio de la prisión, ya que por lo general iba a la fábrica de muebles cuando ya no había en el patio ninguna de las personas detenidas. […]
69
Etchecolatz –quien se presentó a sí mismo como uno de diez hijos criado en una relativa pobreza rural, teniendo que caminar diez kilómetros hasta la escuela y con una alimentación insuficiente– afirmó conocer el “significado del sacrificio” (s. f.: 14).
70
A pesar de pertenecer aparentemente a la clase media en la Pampa, Etchecolatz se describió como alguien que no había tenido juguetes y muy poca plata hasta cuando la Fundación Eva Perón le hizo llegar un balón de fútbol. Las privaciones lo prepararon únicamente para un papel en la Inteligencia, afirmó, ya que podía identificar cambios sutiles en el ambiente, por haber crecido en el paisaje homogéneo de la Pampa (s. f.: 14).
71
Vergez abandonó sus pretensiones políticas, pero mantuvo sus vínculos con los servicios de seguridad. Se convirtió en agente del SIDE, inteligencia militar del Ejército, para investigar el atentado del AMIA.
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Nunca vi nada parecido. […] Puedo jurar por la vida de todos los miembros de mi familia […] que nunca escuché ningún quejido, ningún grito, ninguna queja de dolor, durante mi estadía en la KP Dom. […] Juro que nunca escuché nada sobre golpizas, ni golpes, ni asesinatos, excepto suicidios […] es decir, quiero decir que escuché, pero que nunca lo vi, no lo vi. […] Yo no era responsable por las personas detenidas […] En otras palabras, nadie nunca me dijo, tampoco sabía nada, sobre nada parecido, de alguien que ahí fuera castigado […] no sé nada de algo parecido. […] Nunca escuché decir a nadie que los musulmanes fueran usados para ese tipo de cosas, no sé nada semejante. […] No sé nada de eso tampoco72.
Aunque frecuentes, las negaciones no sirven necesariamente a los propósitos de los perpetradores. Contreras, Vergez, Etchecolatz y Krnojelac descubrieron que las cortes no siempre creen en las negaciones de los torturadores. Las negaciones de los perpetradores quizás no sorprendan al público, pero sí los veredictos de culpabilidad que rechazan las negaciones. Las negaciones que se dan en los espacios mediáticos varían tanto en la respuesta de cubrimiento como del público. Algunas audiencias objetan que los perpetradores tengan acceso a esos espacios para negar la violencia pasada. “¿Es justo”, pregunta un periodista de manera retórica, “que asesinos probados, con condena firme aunque incumplida, se nos aparezcan sin más en un espacio público y planten banderas para defender los actos de muerte y vandalismo por ellos ejecutados durante la última y sangrienta dictadura?”73. En su mayoría las objeciones surgen cuando los programas de los medios presentan a los perpetradores bajo sus propias condiciones y sin ninguna posibilidad de contrarrestar sus versiones sobre el pasado. Vergez, al aparecer en televisión con traje conservador y corbata, no parecía poseer ninguna parte de torturador, asesino y ladrón. Carente 72
Testimonio de Milorad Krnojelac ante el Comité Criminal Internacional para la ex Yugoslavia, 26 de junio de 2001, 7.677-80, 7.698 (transcripción).
73
“El escándalo”, Página/12, 2 de mayo 2 de 1998.
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de todo debate, el programa Hora Clave parecía aprobar la negación de Vergez sobre la violencia pasada. Pero varios aspectos de la representación confesional de Vergez la socavaron. Podía haberse vestido como cualquier profesional ejecutivo para eludir cualquier asociación con su pasado como director de un campo de tortura, pero su rostro rígido y sin expresión, su estilo de hablar mecánico y las siniestras bolsas negras debajo de sus ojos lo hacían ver taimado y nada fidedigno. Por otra parte, la aparición de Vergez en televisión alentó a los medios informativos a retransmitir el testimonio de Sara Solarz de Osatinsky en el juicio a los generales sobre su detención por parte de Vergez en La Perla. Solarz relató cómo Vergez la había amenazado de muerte, “a fin de que el nombre de Osatinsky desapareciera de la faz de la tierra”; que él le había dicho que él personalmente había asesinado a su hijo de 18 años y secuestrado y dinamitado a su esposo; y que había expresado placer por la desaparición de su hijo de 15 años74. Los medios también informaron sobre la vinculación de Vergez en el secuestro y tortura de Patricia Astelarra, sobre sus intenciones de extraer de su familia una recompensa de US$80.000 y sobre sus continuas amenazas después del final de la dictadura. Los medios también llamaron la atención sobre los vigentes procesos judiciales contra Vergez, específicamente, el cargo por parte de las Naciones Unidas por su responsabilidad en la muerte de Luz Mujica de Rearte como consecuencia de golpizas y corriente eléctrica, y en la tortura sexual de la ciudadana suiza Teresa Meschiatti. Un periodista desafió directamente el concepto de Vergez de “la guerra es horror”, evocando el espectro de estos casos pasados: “Ninguna orden bélica puede justificar el sadismo criminal que utilizó como jefe del campo de concentración y exterminio, La Perla, en Córdoba”75. La representación confesional de Etchecolatz incluyó una actitud tan agresiva hacia su antigua víctima –Bravo– que pareció demostrar su capacidad para torturar, así sus palabras la negaran. La política Elsa Carrió sintió que había presenciado la tortura de Bravo en la pantalla, aunque no lo consideraba negativo para el diálogo nacional. Por el contrario, creía que la confrontación abría un diálogo sobre el pasado y dejaba en claro por lo menos una cosa: “Existe un solo terrorismo, que es el del Estado, y quedó demostrado que no hay dos demonios 74
“Testimonio”, Página/12, 21 de marzo de 1995.
75
J. M. Pasquini Durán, “Espejos de horror”, Página/12, 21 de marzo de 1995. Los medios también captaron un encuentro entre bastidores entre Vergez y las madres y abuelas de la Plaza de Mayo. Vergez se había ofrecido como voluntario para organizar un encuentro entre los perpetradores y la comunidad por los Derechos Humanos para reconstruir las listas de desparecidos. Las medres y las abuelas rehusaron encontrarse con los asesinos y torturadores, que, creían, deberían estar en la cárcel. Su respuesta, recogida por la prensa, debilitó la imagen que Vergez quizás había deseado crear con este gesto de reconciliación.
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[los llamados subversivos y militares], porque lo que se vio por televisión fue un torturador enfrentado a un maestro”76. Los esfuerzos por superar la representación confesional de Etchecolatz y presentar una visión positiva del régimen fracasaron. Etchecolatz y sus seguidores habían planeado lanzar su libro en la Feria del Libro de Buenos Aires de 1998. El programa de la feria anunció el lanzamiento del libro, pero los seguidores de Etchecolatz cancelaron el evento, afirmando que Etchecolatz había recibido amenazas de muerte desde su representación confesional en Hora Clave. Los organizadores de la Feria del Libro también temían que su aparición provocaría violencia y destrucción de propiedad, cuando el público mostrara su rabia por la manera como Etchecolatz trató a Bravo y el pasado del país. “Haremos del país su prisión”. En Sudáfrica, F. W. de Klerk, quien recibió al lado de Nelson Mandela el Premio Nobel de la Paz por terminar con el régimen del apartheid, se aferró, sin embargo, a la negación del mismo. Aunque no negaba la violencia que había ocurrido, insistió en que él no sabía nada al respecto. Desearía expresar mi más profunda solidaridad con todos aquellos de todos los bandos que sufrieron durante el conflicto. Yo y otras destacadas figuras de nuestro partido hemos pedido perdón públicamente por el dolor y el sufrimiento causados por las anteriores políticas del Partido Nacional. Reitero estas disculpas hoy […] […] Si yo, Sr. Presidente, o el gobierno anterior hubiéramos sabido lo que estaba ocurriendo y quién había cometido este crimen, el torturador o los torturadores habrían sido arrestados, juzgados y, de encontrarlos culpables, sentenciados […] No se dejó ninguna piedra sin levantar en nuestros esfuerzos por descubrir la verdad […] […] Quiero dejar claro desde el principio que desde mi conocimiento y experiencia, éstas [las órdenes] nunca incluyeron la autorización del asesinato, homicidio, tortura, violación, violencia física, ni nada parecido. Nunca he tomado parte en ninguna decisión tomada por [el] Gabinete, el Consejo de Seguridad Estatal, ni en ningún Comité que haya autorizado o dado instrucciones para la Comisión de tales enormes violaciones a los Derechos Humanos. Tampoco yo de forma individual, directa ni indirectamente, nunca sugerí, ni ordené, ni autoricé ninguna clase de acción semejante […] […] Hoy ha quedado claro que ciertos elementos malversaron fondos estatales y se vieron involucrados en operaciones no autorizadas que condujeron a los abusos y violaciones de los Derechos Humanos […] […] Pienso que habría complacido a todo el mundo si hubiera dicho que ésta era nuestra política oficial. Pero no puedo declarar una mentira para satisfacer el llamado
76
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Victoria Ginzberg, “El represor dice ser víctima”, Página/12, 27 de octubre de 1998. Etchecolatz apareció en Hora Clave el 28 de agosto y el 4 de septiembre de 1997.
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de la sangre, que existe. Sólo puedo declarar la verdad como la conozco, y la verdad es que yo nunca participé en una política tal y nunca tuve conocimiento de la misma […]77
Los seguidores de De Klerk se unieron al coro, recordándole al público que como civil, De Klerk estaba protegido de los actos violentos: “Si alguna vez hubo un civil en nuestras filas, ése fue el Sr. F. W. de Klerk. Siempre, siempre advirtiéndonos y diciendo: ‘No permitan ser militarizados’. Ése era el señor F. W. de Klerk”78. Sin embargo, la comunidad por los Derechos Humanos no iba a permitir que se mantuvieran en pie estas afirmaciones tan absurdas. El periodista de radio Darren Taylor describió así la respuesta de Desmond Tutu a la negación de De Klerk: “La imagen del arzobispo Desmond Tutu hundido en los hombros y con una mirada de aturdimiento en el rostro no desaparecerá. Tutu retrata el shock, la tristeza, la furia y la frustración del público en la audiencia del Partido Nacional. ‘¿Cómo puede F. W. de Klerk llevar a cabo una disculpa tan desapasionada y elegante sobre que el apartheid estaba mal’, pregunta Tutu, ‘y después invalidar esta misma disculpa cayendo en un estado de negación?’”79. Taylor citó a Tutu diciendo: “Siento lástima por él de que… quiero decir, tal vez él no lo sabía. ¿Qué no lo sabía? ¡Se lo dije yo!”. La periodista Antjie Krog concluyó: “Tutu encuentra muy difícil aceptar que De Klerk no lo sabía, cuando él [Tutu] y muchos otros más le entregaron al Gobierno toda una avalancha de información sobre abusos generalizados. ¿Cómo puede De Klerk describir las acciones de la pasada Policía de seguridad sólo como ‘aberraciones’, cuando eran algo tan uniforme?”80. Debido a que estas negaciones parecían tan imposibles de creer, perpetradores compañeros plantearon dudas sobre su naturaleza egoísta. El perpetrador de la Policía sudafricana Eugene de Kock consideraba absurdas las negaciones de De Klerk. Enumeró toda la evidencia disponible para cualquier persona pensante –especialmente De Klerk– durante la era del apartheid: Steve Biko, la persona número cuarenta y seis muerta en prisión, había sido mantenido desnudo y esposado durante veinte días, según las evidencias; Neil Aggett se suicidó en prisión y la evidencia demostró que se le había impedido dormir durante sesenta y dos horas y se le habían aplicado choques eléctricos; en 1985 la doctora Wendy Orr 77
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 2 (Slices of Life), grabación 4 (“The Call for Blood”).
78
Ibid.
79
Ibid.
80
Ibid. En el momento de esta transmisión, Antjie Krog usó el nombre de Antjie Samuel.
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apeló ante la Corte Suprema de Sudáfrica para impedir que la Policía torturara a cientos de detenidos bajo su cuidado en las prisiones de Port Elizabeth, una apelación que fue ratificada por declaraciones juradas de 150 detenidos; en 1987 Don Foster, profesor de Psicología de la Universidad de Ciudad del Cabo, publicó un estudio que demostraba que el 83% de los detenidos había sufrido algún tipo de tortura, incluidos golpizas (75%), choques eléctricos (25%) y estrangulación (18%); los activistas anti-apartheid Ric Turner, Ruth First, Katryn, Jeanette Schoon, Zweli Nyanda y David Webster fueron asesinados; y Albie Sachs y Michael Lapsley sobrevivieron a intentos de asesinato. Recordándole al público las mentiras promovidas por el régimen del apartheid para explicar estas muertes, De Kock afirmó: “¿Puede un hombre astuto y entrenado en Derecho como él [De Klerk] de verdad creer que los detenidos tenían la tendencia de resbalar sobre barras de jabón y lanzarse por las ventanas?” (De Kock 1998: 279). De Klerk no consiguió sobreponerse al escepticismo del público frente a su negación. No tenía respuestas que ofrecer. Etchecolatz tuvo que responder en la Corte por difamar a Bravo. Etchecolatz replicó que Bravo también lo había calumniado al referirse a él como una siniestra figura de la historia, un asesino y un ladrón. Pero Bravo ganó el caso. La Asamblea Permanente por los Derechos Humanos también llevó a Etchecolatz ante la Corte. Acusó a Etchecolatz de cometer una apología del delito en su aparición en Hora Clave y en su libro, debido a que sus actos “atentaron contra la paz pública al tratar de infundir miedo” por medio de “la apología y la alabanza pública de […] el más serio genocidio en el país”. Etchecolatz perdió el caso, ya que el juez dictó el fallo afirmando que “al decir ‘No más al nunca más’ quiere significar que los hombres de las Fuerzas Armadas no deben ser criticados, juzgados ni castigados por sus excesos. Es decir, que soberbiamente pretende que tal obrar sea justificado y ello constituye apología puesto que así se justifican, se defienden, se aprueban y se exaltan hechos delictuosos”81. Como parte de la suspensión de su sentencia de tres años, a Etchecolatz se le ordenó tomar un curso en Derechos Humanos y se le aconsejó evitar el alcohol y buscar tratamiento psiquiátrico. Vergez y Etchecolatz también enfrentaron represalias en las calles donde vivían, como respuesta a sus negaciones. Vergez admite haber “ganado un amplio público”, pero no unido. Los defensores de los Derechos Humanos se movilizaron para declarar a Vergez persona no grata y lo marginaron de algunas ciudades. Afirma que las recriminaciones públicas que recibió en la Patagonia lo forzaron a trasladarse a Buenos Aires bajo un relativo anonimato (Vergez 1995: 246). Etche81
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“Crimen y Castigo para Miguel Etchecolatz”, Página/12, 6 de agosto de 1998.
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colatz también enfrentó las recriminaciones públicas. Uno de estos enfrentamientos llevó de nuevo a la Corte a Etchecolatz: había sacado un arma y amenazado con matar a cuatro estudiantes universitarios que lo habían llamado asesino mientras sacaba a pasear a su perro en un parque público. En 1998, HIJOS organizó en su contra un escrache, un método argentino de “mostrar” públicamente a los perpetradores. Aunque sus vecinos salieron en su defensa lanzando harina y confetis contra los participantes del escrache, y aunque la Policía usó gases lacrimógenos para dispersarlos, uno de los organizadores consideró la respuesta una victoria: “Este escrache les molesta porque a partir de ahora Etchecolatz no va a poder salir más a la calle […] Nosotros podemos hacer que el país sea su cárcel. Podemos y debemos luchar para que todos y cada uno de los asesinos y sus cómplices cumplan la condena que merecen por los delitos aberrantes que han cometido: cadena perpetua”82.
Conclusión Por medio de las confesiones de negación, los perpetradores desconocen cualquier responsabilidad por la violencia pasada. Aunque rara vez niegan que la violencia haya existido, niegan que ellos mismos cometieron actos criminales. Los perpetradores lo hacen por medio de dos amplios tipos de negación. El primero se asemeja a las confesiones heroicas. Los perpetradores admiten la violencia, pero no admiten los crímenes. Justifican la violencia como actos necesarios y patrióticos de defensa nacional contra un enemigo feroz. El público responde a este tipo de negaciones casi de la misma forma como responde a las confesiones heroicas, es decir, argumentando que las atrocidades cometidas no logran alcanzar los estándares de la guerra o el heroísmo legal y legítimo. Algunos públicos desean creer las historias de los perpetradores porque son consecuentes con sus propias experiencias e ideologías. Otros convierten en una misión silenciar o refutar las negaciones. En síntesis, las negaciones “heroicas” provocan una respuesta en el público. En el segundo tipo de negación los perpetradores admiten los crímenes, pero niegan cualquier responsabilidad personal en estos actos criminales, culpando en su lugar a otros, a errores y malentendidos, o a descuidos. Al admitir que existieron los crímenes, sin embargo, los perpetradores hacen que sea casi imposible para alguien más negar la implicación del régimen en actividades criminales. Por 82
Raquel Robes, citado por Victoria Ginzberg, “El accionar de los viejos tiempos”, Página/12, 10 de septiembre de 1998.
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medio de sus negativas, por lo tanto, los perpetradores reconocen los relatos de las víctimas y de los sobrevivientes y desafían las justificaciones del régimen. Una vez los perpetradores y seguidores del régimen dictatorial admiten los crímenes, algunas de las actitudes polarizadas frente al pasado empiezan a cambiar. Quienes apoyaron anteriormente al régimen empiezan a comprender lo que experimentaron las víctimas y los sobrevivientes. También se sienten traicionados por las mentiras y los encubrimientos del régimen. Algunos ex seguidores del régimen, incluso, se sienten enfurecidos por las confesiones de negación y criminalidad y se preguntan por qué los alguna vez respetados líderes políticos no hicieron nada para prevenir la actividad criminal de la que estaban enterados o de la que sospechaban. Estos ex defensores se distancian del régimen. Comprenden, por lo menos en abstracto, la importancia de las normas de los Derechos Humanos. Aún más, el segundo tipo de negación proporciona oportunidades para que las audiencias de los Derechos Humanos escriban una versión diferente del pasado, que reconoce el trauma de las víctimas y los sobrevivientes. Pero también reconoce la importancia de permanecer vigilante para que los bienintencionados líderes no se vean engañados por individuos y grupos que ocultan actos ilegales detrás de justificaciones. El reconocimiento por parte de los perpetradores de que la omisión o la incapacidad de actuar impidieron a los individuos con el poder de detener la violencia llevar a cabo esa responsabilidad también habla de la importancia de la democracia, de las leyes y de las cortes para proteger la seguridad humana. La negación, por lo menos en esta segunda forma, quizás puede empezar a juntar a los individuos a través de estratos sociales distintos. Individuos con distintas experiencias de vida e ideologías quizás encuentren un terreno común alrededor de los principios democráticos de diseminación de la información, la argumentación y la justicia.
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Capítulo 6 Silencio Nos encontramos en un momento de cambio definitivo de una página de la historia, pero no de forma negativa […] Definitivamente, la sociedad está reconciliada. General Alberto Cardoso, primer ministro, Casa Militar Brasileña, 19951
En nombre de la reconciliación, los militares brasileños silenciaron el debate sobre el régimen dictatorial (1964-85), particularmente, sobre el período más represivo (1969-74), que tuvo lugar bajo el Acto Institucional No 5 (AI-5). El Ejército dejó en claro que no iba a realizar ningún testimonio público sobre la violencia y, efectivamente, impuso un código de silencio entre sus miembros. Una fuente citó a las Fuerzas Militares afirmando: “Nosotros ya no hablamos al respecto. Borremos esta página de la historia como si nada hubiera sucedido”2. Este silencio no siempre significa la ausencia de palabras. Por el contrario, los militares fabricaron afirmaciones que evitaban tanto la negación como el reconocimiento, como en la siguiente declaración del ex presidente militar general Ernesto Geisel: “Mucho se acusa al gobierno [militar] de la tortura. No sé si hubo, pero es probable que haya sucedido, principalmente en São Paulo. Es realmente difícil para alguien como yo, que no participó ni vivió directamente esas acciones, hacer un juicio sobre lo que sucedió. Por otra parte, me parece que cuando uno está directamente involucrado en el problema de la subversión, en plena lucha, no se puede, en la mayoría de los casos, limitar su propia acción” (D’Araújo y Castro 1997: 223)3. Los militares brasileños hicieron un uso efectivo del silencio como una representación de poder. Se mantuvieron por encima del desgaste, con su imagen de dignidad intacta, simplemente negándose a hablar sobre la violencia pasada o a quedar asociados de cualquier forma con ella. Su éxito fue parcial, por la especificidad de la violencia del régimen, que ni estuvo marcada por el 1
William Franca, “Anistia se sobrepõe a dor das familias, diz general”, Folha de São Paulo, 4 de septiembre de 1995, Caderno Brasil, 8; reimpreso en Mezarobba (2006: 89).
2
Brandon Hamber, “Living with the Legacy of Impunity: Lessons for South Africa about Truth, Justice, and Crime in Brazil”, Latin American Report 13, No. 3 (julio-diciembre de 1997), pp. 4-16.
3
Reimpresión en Martins Filho (2000: 109).
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inicio del régimen, como en otras dictaduras instaladas por los golpes militares, ni se mantuvo tampoco a lo largo de todo el período dictatorial. El concertado y sistemático uso de la represión empezó con el AI-5, con cuatro años dentro del régimen y con una duración de unos seis años. La violencia ocurrió antes y después del período del AI-5, pero no como una política deliberada del régimen. Y como las Fuerzas Armadas guiaron la transición política, transcurrió más de una década entre el período de represión y las elecciones democráticas. Brasil experimentó muchos menos reclamos domésticos e internacionales con respecto a la violación de los Derechos Humanos que sus países vecinos. Con menos de cuatrocientos muertos y desaparecidos, Brasil experimentó un menor nivel de violencia que sus países fronterizos. La represión, por otra parte, podía atribuirse a un sector particular dentro del Ejército –inteligencia– que perdió poder con el paso del tiempo y fue detenido por miembros moderados del régimen antes de la transición a un gobierno democrático4. La violencia del Estado dictatorial en Brasil se consideró entonces como una aberración, un período oscuro y equivocado, más que su raison d’etre. La violencia de los militares brasileños se convirtió en un sucio pequeño secreto, que se podía mantener bien bajo cubierto. Para proteger este secreto, los militares “silenciaron” y retiraron a los miembros que hablaron en público. Los soldados que se mantuvieron fieles al derrocado presidente João Goulart enfrentaron una investigación judicial por sus actividades “subversivas”. Los militares informaron que uno de los soldados acusados, el sargento tercero Ivan Pereira Cardoso, se suicidó después del interrogatorio. Sin embargo, un informe de Derechos Humanos cuestionó que la muerte de Cardoso se hubiera debido a un suicidio, refiriéndose a la misma como el comienzo de un “patrón que se iba a convertir en lugar común en las investigaciones políticas” (Arquidiócesis de São Pablo 1986: 104). Debido a que “los militares actuaron rápida y decididamente para eliminar todas las fuentes de oposición dentro de sus propios rangos”, muy pocas voces de conciencia quedaron en las Fuerzas Armadas para contar desde adentro la historia de la represión (Arquidiócesis de São Paulo 1986: 106). Aquellos que permanecieron entendieron los peligros de la deslealtad. La investigación y el informe no oficial, Brasil: Nunca mais, se atrevió a revelar los detalles de la violencia del régimen. El Consejo Internacional de Iglesias, la Arquidiócesis de São Paulo y miembros de la comunidad legislativa de Brasil apoyaron y promulgaron este best seller inmediatamente (Arquidiócesis de São 4
Gaspari alega que el Centro de Inteligencia del Ejército (CIE) triplico el número de sus oficiales en poco menos de dos años, permitiendo que tomara el control de las fuerzas convencionales. Gaspari (2002: 36).
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Paulo 1986: 106). Tomando la información de los registros oficiales de la Corte, el informe identificó el alto porcentaje del personal militar entre las víctimas del régimen y los nombres de los perpetradores. Diez años más tarde, organizaciones por los Derechos Humanos generaron un informe que documentó los muertos y desaparecidos (Comissão de familiares de mortos e desaparecidos politicos, Instituto de Estudos da Violência do Estado [IEVE], Grupo Tortura Nunca Mais [RJ/PE] 1995). La identificación de los perpetradores no condujo a que éstos confesaran. Muchos simplemente se perdieron de vista. Carlos Alberto Brilhante Ustra, alias “Dr. Tiribica”, quien fuera comandante de la unidad de inteligencia militar de São Paulo (DOI-CODI) durante el punto más alto de la represión e identificado repetidamente en Brasil: Nunca mais, rehusó hablar con los periodistas u ofrecer un registro escrito de sus actos. Se dice que no permitía que su nombre apareciera en ninguna parte, incluido el directorio telefónico. Según la descripción de su hermano, “Él sufrió tanto con el estigma de torturador que hoy ya no tiene más nada que esté a su nombre”5. Brasil: Nunca mais quizás contribuyó más a reforzar el código de silencio que a romperlo. El silencio ha protegido a los militares de los procesos judiciales. La Ley de Amnistía de 1979 se ha mantenido intacta, desviando las investigaciones, los juicios, los procesos y las sentencias por los pasados actos de violencia. En 1995 el presidente Fernando Enrique Cardoso (1995-2002) reconoció oficialmente la responsabilidad del régimen por la violencia pasada y estableció un programa de indemnización para las familias de las víctimas y los sobrevivientes de la represión del régimen militar. Al sostener la responsabilidad del régimen por la violencia, su posición ha generado algunos murmullos entre los militares. Pero dentro de Brasil no han surgido culpabilidades adicionales. Los juicios por violaciones pasadas no han generado pronunciamientos, ni en el nivel local ni en la Corte Interamericana de Justicia. Brasil no enfrenta la presión por parte de ningún país que exija la extradición de torturadores particulares. De hecho, incluso los decretos de la Comisión Interamericana por los Derechos Humanos y la Comisión de Amnistía de Brasil han fracasado en generar estos documentos (Mezarobba 2006; González 2005). El silencio, sin embargo, ha puesto un velo sobre las tradicionales celebraciones del poder militar. Durante la dictadura, los militares aprovechaban cada año 5
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Renato Brilhante Ustra, citado en Alexandre Oltamari, “Esse maldito passado”, Veja, 9 de diciembre de 1998, p. 52. Ustra finalmente rompió el silencio y publicó sus memorias, titulándolas de manera apropiada Rompendo o silêncio (Rompiendo el silencio).
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el aniversario del golpe (31 de marzo) para llevar a cabo ciertos objetivos nacionales (Carvalho y Catela 2002). Durante los años de Castello Branco (1964-68), las celebraciones del aniversario enfatizaban el orden y el final de la corrupción política. El AI-5 y los años del milagro económico (1968-74) enfatizaban el progreso económico y la lucha contra el terrorismo. La restauración de la democracia sobre bases estables dominó los aniversarios durante los años de la transición (1975-85). Incluso después del fin de la dictadura, los militares siguieron conmemorando el golpe. En fecha tan tardía como 1994, los tres comandantes militares transmitieron una declaración a las tropas el 31 de marzo, culpando al gobierno de Goulart de conducir al país hacia una “difícil situación de crisis en los cuatro campos del poder –político, económico, social y militar–” y justificando la intervención militar como necesaria para responder a las exigencias de los ciudadanos de proteger los valores y las instituciones de la nación. Este decreto se refería al golpe militar de 1964 como “democrático”, ya que el “pueblo” brasileño lo había deseado. Justo un año más tarde, después de la posesión del presidente Cardoso, los militares terminaron las conmemoraciones públicas del 31 de marzo. Al referirse al encarcelamiento y el exilio de Cardoso por el régimen, el almirante Mauro César Pereira, comandante de la Armada, comentó: “Sería vergonzoso para el presidente Fernando Enrique Cardoso participar en un acto conmemorativo de un régimen que lo persiguió políticamente”6. El gobierno de Cardoso consideró el 31 de marzo como cualquier otro día laboral. Las Fuerzas Militares como un todo no protestaron por el final de estas celebraciones anuales. Algunos oficiales incluso consideraron este cambio como necesario para construir una democracia más fuerte. Pereira, por ejemplo, declaró: “En un régimen democrático sólo tiene sentido conmemorar las fechas realmente nacionales, como las de la proclamación de la Independencia o de la República. Días como el 31 de marzo tienen sus defensores y sus adversarios. Entonces, ¿por qué mantener esta discusión dentro de la sociedad?”7. El brigadier Mauro Gandra, comandante de la Fuerza Aérea, comentó que los sucesos de 1964 deberían tratarse como otros hechos del campo militar (v.gr., la guerra contra Paraguay y la Revolución de 1930). Y agregó: “Necesitamos terminar con los enfrentamientos” sobre el pasado (Carvalho y Catela 2002: 228). Para el año de 1997 el calendario oficial militar no incluyó ninguna actividad conmemorativa del 31 de marzo. Treinta años después del golpe, las celebraciones se “caracterizaron por la dispersión de manifestaciones de conmemoración en forma de prácticas aisladas, 6
Veja, 11 de junio de 1997, reimpresión en Carvalho y Catela (2002: 225, 228).
7
Almirante Mauro César Pereira, citado en Veja, 12 de abril de 1995, p. 37, reimpresión en Carvalho y Catela (2002: 227).
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sin un centro neurálgico, sin hilos conductores, sin guardianes de la memoria” (Carvalho y Catela 2002: 212). El apoyo público del aniversario del golpe quedó en las sombras. En 1995 el Club Militar organizo una misa el 31 de marzo, en donde se encontraban el general João Figueiredo, ex presidente del régimen militar, y noventa oficiales de las Fuerza Armadas. Queriendo minimizar la importancia oficial del evento, el general Newton Cruz se refirió al mismo como “una oportunidad para volver a ver a los amigos”8. Las Fuerzas Armadas encontraron maneras privadas, públicamente silenciosas, de celebrar su pasado. A pesar de terminar con las conmemoraciones públicas del aniversario del golpe, los militares, sin embargo, siguieron lanzando declaraciones oficiales. El 31 de marzo de 2000 una publicación militar conmemoró la “revolución” de 1964, resucitando la visión del régimen de su “heroico” papel histórico. Regada con citas del presidente Cardoso, la declaración promovía el mito de la visión compartida del régimen como salvador nacional9. Pero provocó muy poca respuesta, tanto a favor como en contra de esta posición. En 2007, el diario Folha de São Paulo anunció que el general del Ejército Enzo Martins Peri decidió romper la tradición y no hacer ninguna declaración ni publicar ningún mensaje sobre el aniversario número cuarenta y tres del golpe. El artículo informó que esto había ocurrido sólo en otra oportunidad, en 2003, cuando el presidente Luis Inacio “Lula” da Silva se posesionó por primera vez10. El silencio aseguró la unidad entre las Fuerzas Armadas brasileñas. La insistencia en las celebraciones del 31 de marzo volvió a despertar viejas animadversiones y la polarización política entre las Fuerzas Armadas. La dictadura había consolidado dos firmes posiciones ideológicas y estratégicas entre los militares. Los de línea dura, representados por el general Emilio Garrastazu Médici, ex presidente militar, habían promovido el AI-5 y la represión como medios para combatir la subversión. Diez años después de su gobierno, Médici definió su estrategia de “guerra” como efectiva: “Era una guerra, después de la cual fue posible devolver la paz a Brasil. Yo acabé con el terrorismo en este país. Si no hubiésemos aceptado la guerra, si no hubiésemos actuado drásticamente, aún hoy tendríamos terrorismo” (Scartezini 1985: 36). Los de la línea suave dentro de las Fuerzas Militares también habían apoyado el golpe de 1964 y los primeros años del régimen militar bajo el mando del ge8
Veja, 12 de abril de 1995, reimpresión en Carvalho y Catela (2002: 228).
9
Folha de São Paulo, 1 de abril de 2000, pp. 1-7, reimpresión en Carvalho y Catela (2002: 228-29).
10
Andréa Michael, “General do Exército decide se calar sobre aniversário do golpe”, Folha de São Paulo, 29 de marzo de 2007.
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neral Castello Branco. Condenaron la eventual línea dura y la dirección represiva del régimen, particularmente, el dominio por parte de la división de inteligencia y la suspensión de los derechos civiles, humanos y económicos. Estos oficiales no se mantuvieron del todo callados después de la dictadura. Prestaron declaraciones para un libro titulado Confesiones militares (Contreiras 1998). No se remitieron, sin embargo, a este sugestivo título, ofreciendo, por el contrario, un panegírico de la historia de las Fuerzas Armadas de Brasil como el “pueblo en uniforme”, comprometido con el progreso social y económico del país, y caracterizando el control “fascista” del régimen y sus lazos con los grandes negocios e intereses internacionales como un desafortunado tropiezo en un pasado, por el contrario, brillante. Las confesiones hechas en este libro contrastaban fuertemente con el típico silencio de los militares y su ocasional defensa de la violencia del régimen, representados principalmente por el grupo “Terrorismo nunca más” y en los libros Los años del plomo y Visiones del golpe11. Si los de la línea moderada hubieran podido controlar a los militares, o si hubieran podido atribuir la violencia a un pequeño sector extremista dentro de las Fuerzas Armadas y protegerse al mismo tiempo de la responsabilidad, así lo habrían hecho. Reconocían, sin embargo, que su incapacidad para detener a este grupo reflejaba la fuerza de éste y los implicaba a ellos en la violencia. Un coronel admitió que la “[tortura] fue la acción de una pequeña parte de los oficiales que trabajaban en los órganos de seguridad, que permitió a la mayoría permanecer en paz, tomando sus clases de táctica”12. El silencio, por lo tanto, no sólo protegía a los de la línea dura de enfrentar procesos judiciales y de una paralizante ruptura con los de la línea moderada; también protegía a los de la línea suave de tener que revelar su complicidad. De forma silenciosa, sin romper la paz interna, algunos de la línea moderada expresaron su desacuerdo con las tácticas del régimen: “No todos los jefes militares estaban dispuestos a convivir indefinidamente con la mentira oficial y menos aún con las tristes realidades que ésta ocultaba. Varios de ellos –en las tres Fuerzas Armadas– se inquietaron con el creciente aislamiento del régimen y con la proliferación tentacular de órganos militares paralelos encargados de la ‘guerra sucia’ y, más tarde, de operaciones especiales de terrorismo de Estado” (João Quartim de Moraes et al. 1987). Existe una frágil tregua alrededor del silencio. Para mantener la unidad se requiere el silencio tolerante de distintos puntos de vista. Mientras que un oficial reaccionó públicamente ante el pronunciamiento del presidente Cardoso sobre la 11
Véase D’Araújo et al. (1994a); D’Araújo et al. (1994b); www.ternuma.com.br.
12
Coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, en marzo de 1998, citado en Gaspari (2002: 30).
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responsabilidad del régimen militar por la violencia de Estado, otro se reunió de manera privada con los oficiales para asegurarles que Cardoso no iba a suavizar la Ley de Amnistía. Las Fuerzas Armadas como un todo ni adoptaron la posición que promovían los de la línea moderada en el libro Confesiones militares ni tampoco la de las conmemoraciones del golpe del 31 de marzo de los de la línea dura, pero silenciosamente toleraron las dos. El silencio creó el espacio para que los puntos de vista contenciosos sobre el régimen militar –condena y alabanza– coexistieran. Un compromiso frente al silencio unió a unas Fuerzas Militares, por lo contrario, profundamente divididas, detrás de un compartido propósito de protección institucional. El silencio también posibilitó una tregua con el gobierno democrático. Los militares aceptaron de manera implícita mantenerse apartados de las discusiones políticas frente al pasado mientras el gobierno democrático los protegiera de cualquier castigo por este pasado. Sin embargo, ciertos estallidos por parte de los de la línea dura quizás reforzaron la ventaja que tenían unas Fuerzas Armadas silenciosas frente al gobierno democrático. Sin éstos, los militares no ejercían ninguna resistencia ante el debilitamiento de la Ley de Amnistía. Con éstos, los militares podían sugerir que las amenazas a su Ley de Amnistía crearían, por una parte, tensiones desestabilizadoras dentro de las Fuerzas Armadas y, por otra, amenazas potenciales a la democracia desde un sector no comprometido dentro de las Fuerzas Armadas, con la intención de restaurar el poder dictatorial. El silencio también consiguió debilitar el debate frente al pasado dentro de la sociedad democrática. Sin contar con una respuesta por parte de los militares –ni a favor ni en contra del régimen–, se encontró con muy pocos catalizadores para la movilización. Los factores causales, sin embargo, son difíciles de identificar. ¿El silencio militar impide que los grupos se movilicen? ¿O es la ausencia de una movilización exitosa en Brasil lo que permite que los militares permanezcan en silencio? Los dos escenarios se ajustan a la situación brasileña. Los esfuerzos para movilizarse frente al pasado dictatorial han sido por lo general débiles y fragmentados. Pero la movilización frente al silencio militar también ha demostrado ser un desafío. Los grupos por los Derechos Humanos han intentado en todo caso llevar a cabo esta movilización. Cecilia Coimbra, de Tortura Nunca Más (GTNM), por ejemplo, asegura que el silencio de los militares implica la culpa frente a la violencia pasada. Refiriéndose a las acciones militares en Araguaia en la década de 1970, observó: “Recientemente se publicó que dos sacerdotes fueron decapitados en Araguaia. Estas publicaciones denigran la reputación del Ejército y los militares aparecen como verdaderos monstruos, capaces de asesinar gente y dejar los cadáveres al aire libre, que empiezan a pudrirse, y entonces viene uno y arranca un dedo y después pasa otro y arranca una oreja y otro arranca un mechón de pelo […] Quiero decir, son verdaderos monstruos. Y desde el otro lado, el de los
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militares, todo lo que recibimos es silencio. Entonces el silencio conspira contra la imagen de los combatientes [militares] que derrotaron a los guerrilleros”13. Coimbra sugiere que el silencio debilita la imagen heroica de los militares, pero el problema es que también atenta contra el arrepentimiento, o la aceptación, de este pasado. El silencio les niega a los grupos por los Derechos Humanos una particular imagen o posición pública frente al pasado que se pueda combatir o defender. De esta manera, los grupos por los Derechos Humanos trabajan por su lado, sin catalizadores. Han llevado a cabo antesalas para encontrar detalles silenciados por los militares, documentando hechos del pasado en páginas web y en publicaciones, y haciendo visitas a funcionarios del Gobierno y comisiones estatales por los Derechos Humanos, para sacar la información a la luz. Los activistas han buscado la justicia en cortes locales y regionales. Han luchado por decodificar importantes archivos, como los archivos DOPS, en varias partes del país, para descubrir los hechos sobre las muertes y desapariciones perpetradas por el régimen. Pero a pesar de estas estrategias, la comunidad no ha conseguido resultados exitosos para una justicia retributiva. Una demanda civil contra un torturador de la Policía, Carlos Alberto Brilhante Ustra, ilustra el apoyo que pueden crear las confesiones de los perpetradores. El caso depende, por lo menos en parte, de los reconocimientos hechos en su libro testimonial, titulado Rompiendo el silencio. En ese libro afirmó: A propósito, conviene citar el caso de un matrimonio que fue encarcelado porque ambos eran militantes [de una organización subversiva] […] sus hijos, muy pequeños, no tenían a dónde ir. Para no enviar a los niños al Juzgado de Menores, una mujer sargento de la Policía Femenina de São Paulo se ofreció a cuidar a los menores en su casa mientras esperábamos la llegada de los familiares del matrimonio que se harían cargo de ellos. Diariamente, bajo mi pedido, los niños eran llevados al DOI para visitar a sus padres. Hoy, indignado, veo que este matrimonio, en el libro Brasil: Nunca Mais, nos acusa de llevar a los niños hasta ellos sólo para que “vieran a sus padres marcados por los maltratos sufridos y presionarlos, diciéndoles que los niños serín torturados si no confesaban lo que queríamos saber”. (1987: 161)
Los abogados representantes de la familia Teles –la pareja de casados a la que hace referencia Ustra, sus dos hijos y su tía– usaron este párrafo como evidencia de la tortura ejercida por Ustra contra los padres y los niños. “No existe ninguna otra razón”, uno de los abogados afirma, “para que él llevara los niños a semejante sitio y mostrarles a sus padres en esas condiciones”14. 13
“O silêncio conspira contra os militares”, Amazônica revista, http://www.amazonpress.com.br/.
14
Entrevista de la autora con Aníbal Castro de Sousa, São Paulo, 29 de marzo de 2007. Éste es el primer caso llevado en Brasil contra un torturador en aproximadamente treinta años desde la adopción
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Los proyectos de justicia retributiva han experimentado un gran éxito. Los proyectos en los medios y el cine han expuesto el pasado. La principal cadena televisiva de Brasil, TV-Globo, por ejemplo, produjo una popular telenovela, Años rebeldes, que representaba la época de la represión. Las canciones escritas para el programa recordaban las luchas estudiantiles, y cuando los jóvenes se tomaron las calles en 1990 para protestar contra la corrupción del presidente Collor, cantaron estas mismas canciones. Los medios informativos también han promovido otras fechas de conmemoración –como la imposición del Acto Institucional No 5 de 1968– como puntos de referencia y reflexión (Carvalho y Catela 2002: 238-42). La película Cuatro días de septiembre, aclamada internacionalmente y basada en un testimonio del líder izquierdista Fernando Gabeira, retrató a los movimientos armados revolucionarios y a sus adversarios, incluidos los torturadores. Sorprendentemente, el director de la película decidió representar a los perpetradores bajo una luz comprensiva, en lugar de mostrarlos como psicópatas. Por lo menos uno de los torturadores en la película sufría de conflictos internos frente a su deber como oficial de la Policía y su oposición moral a los métodos utilizados. Debido a que han permanecido en silencio, los perpetradores han limitado su exposición pública a sólo algunos testimonios ficticios. Aun más, los medios han tendido a evitar la visión sensacionalista del pasado. Un evento organizado por el periódico Folha de São Paulo para discutir el régimen militar, por ejemplo, subrayó su “equilibrado” reportaje al incluir a un ex disidente político exilado, una ex combatiente guerrillera, un ex ministro de la dictadura y una figura militar “progresista” (Carvalho y Catela 2002: 214). Los medios también han trivializado el aniversario del golpe. Veja, por ejemplo, mostró individuos nacidos el 31 de marzo de 1964, pero ninguno de ellos expresó ningún pensamiento político sobre el significado de la fecha de su nacimiento. Sin embargo, Veja ignoró el significado de su silencio político. Estos obstáculos han significado un desafío para los activistas por los Derechos Humanos, en la búsqueda de métodos creativos para contrarrestar el silencio de las fuerzas de seguridad y de la sociedad. Entre los más innovadores está el de apoderarse del aniversario del golpe para realizar contraconmemoraciones. Desde 1987, el GTNM ha llevado a cabo actos de protesta cuando se de la Ley de Amnistía. Se trata de un caso civil y no implica ni tiempo de prisión ni fianza. Si tiene éxito, simplemente se declarará que Ustra torturó a la familia Teles. Muchos consideran que el juicio será el primer desafío para la Ley de Amnistía y la apertura a posteriores juicios criminales y civiles de perpetradores del régimen dictatorial. Larry Rohter, “Groups in Brazil Aim to Call Military Torturers to Account”, New York Times, 16 de marzo de 2007, p. A12.
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acerca el aniversario del golpe. Un estudio sugiere que el GTNM adoptó el “Día de los tontos en abril”, o como se llama en Brasil, el “Día de los mentirosos”, para sus conmemoraciones, afirmando que el golpe ocurrió el 1 de abril y no el 31 de marzo. Como los militares han otorgado la Medalla del Pacificador a los mayores culpables de violaciones a los Derechos Humanos en ese aniversario, GTNM subvirtió esta idea con otra ceremonia de premiación (Carvalho y Catela 2002: 229-33)15. En la actualidad confiere la Medalla Chico Mendes el 1 de abril o cerca de esta fecha a las personas que trabajen por el fin de las violaciones a los Derechos Humanos. Al seleccionar el nombre de Chico Mendes, asesinado en 1987 como consecuencia de su activa movilización de los caucheros en la región del Amazonas para oponerse a la destrucción de la selva por parte de los rancheros, el grupo evidenciaba que los abusos de los Derechos Humanos no habían concluido con la dictadura y que la lucha por la justicia continuaba. GTNM expresa tanto el orgullo como la frustración en su solitario papel de recordar y movilizarse alrededor del aniversario del golpe: “De todas las entidades o grupos de personas que trabajan con los Derechos Humanos y la cuestión de la memoria de la dictadura, nosotros somos los únicos que recordamos el día del golpe. En Río nadie hace nada, ni solemnidades, ni eventos. Somos los únicos que recordamos ese día, y queremos organizar otras cosas para reforzar esa fecha tan olvidada”16. El silencio y la falta de interés quizás también reflejen la aceptación de Brasil del pasado militar y el deseo de seguir adelante. Varias evidencias apoyan esta idea. Brasil ha avanzado mucho más que sus países vecinos en la redacción de una historia autorizada sobre la dictadura que “corrige” las interpretaciones de la misma. Un estudio sobre los libros de texto descubrió que en su mayoría éstos se refieren al levantamiento y el régimen de 1964 como un “golpe” y una “dictadura”, en lugar de hacer uso de la terminología militar de la “revolución”. Estos textos mencionan la participación del régimen en la represión, el miedo, la tortura y la censura, pareciendo reforzar así la noción del “nunca más” (Carvalho y Catela 2002: 235-38). Y a pesar de estas amenazas contra su imagen, los militares brasileños se han mantenido en silencio. La estrategia por parte del régimen de “nunca revelar” parece ocultar no sólo la violencia pasada sino también un incómodo consenso alrededor del “nunca repetirlo”. 15
Como lo sugiere Elio Gaspari, el premio fue creado para demostrar actos de valentía. Pero en el Almanaque do personal militar do Exército de 1975 seis o siete premiados habían estado involucrados en la masacre de Araguaia. El séptimo, el teniente Ailton Joaquim, fue un tenebroso torturador.
16
Elizabeth Silveira e Silva, presidenta de Tortura Nunca Mais, en Carvalho y Catela (2002: 233).
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Perspectivas comparativas sobre el silencio Los casos brasileños sugieren que el silencio del perpetrador es una manera efectiva de evitar los procesos judiciales y abolir el debate alrededor del pasado. Al reconocer su efectividad, casi todos los regímenes dictatoriales intentan imponer el silencio sobre el pasado. Y aunque muy pocos perpetradores confiesan, aquellos que lo hacen, a menudo se arriesgan a las represalias legales y sociales y demuestran la dificultad de imponer y mantener el silencio. Así, el silencio es usualmente parcial, nunca total. En este silencio parcial –alguna parte entre lo que permanece oculto y lo que se revela, entre quien confiesa y quien no lo hace– descansa la posibilidad del debate sobre el pasado. “El silencio es salud”. “El silencio es salud” podría ser un eslogan para los regímenes dictatoriales. Durante los primeros años de la dictadura militar, una pancarta con estas palabras colgaba del prominente obelisco de Buenos Aires. Aunque la pancarta fuera probablemente una advertencia contra la polución auditiva, sería recordada por muchos argentinos como una advertencia sobre las consecuencias fatales de manifestarse en contra de la dictadura (Feitlowitz 1998: 34). También habría podido ser el eslogan de los militares durante la posdictadura en Brasil, puesto que sin el silencio los militares se habrían visto envueltos en la epidemia de la lucha interna entre los de la línea dura y los de la línea moderada. El silencio resulta más sano para los militares que la negación o el arrepentimiento. Si los militares brasileños hubieran negado el pasado, esto lo habría hecho visible. Habría impulsado el debate entre los militares y entre los militares y los grupos sociales. El silencio es también más seguro para los militares que un mea culpa, que podría estimular las declaraciones heroicas por parte de los de la línea dura para rechazar la vergüenza a favor de la dignidad. El silencio, en otras palabras, no ofrece un camino ni seguro ni neutral por entre el estallido de las minas de la memoria. En su lugar, les proporciona a los militares una alternativa “saludable” desde los dos lados: borrar el pasado por medio de una desvinculación deliberada. Irónicamente, el silencio y el silenciamiento implican un texto. Para silenciar a Scilingo, el presidente Menem evitó claramente cualquier alusión a la existencia de los vuelos de la muerte. Buscó silenciar la discusión sobre este tema al desafiar la integridad de aquellos que evocaban este pasado: “Salir a hacer este tipo de denuncias públicamente, para reflotar este pasado y que además algún medio por ahí, o algún periodista, se ocupe nuevamente de este tema, para meter de nuevo este cuchillo en la herida que estamos tratando de cicatrizar, me parece aberrante y repugnante, además”. El mensaje de Menem tenía como propósito, por lo tanto,
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censurar no sólo a Scilingo sino también a cualquiera que pudiera investigar el pasado de Argentina. Menem clamaba por un silencio curativo: “El arrepentimiento hay que hacerlo ante Dios, cuando alguien se arrepiente de algo que ha cometido, se buscan sus sacerdotes, se confiesa y a otra cosa”17. La confesión privada convierte el hecho en un asunto personal, sacándolo de la agenda democrática para la discusión publica. Los perpetradores a menudo consideran sus actos pasados como personales y, por lo tanto, no susceptibles de ser sometidos al escrutinio público. Así, cuando fue “reconocido” como torturador, el ex oficial de la Policía brasileña Miguel Lamano rehusó hacer cualquier declaración pública: “Mi versión ya la conté a mi familia. El resto está de más”18. Los militares a veces ponen su pasado más allá del debate público al caracterizarlo como un asunto especializado –es decir, militar– que implica un protocolo que sólo ciertos comandantes pueden manejar. Así, un perpetrador brasileño comentó: “De ningún modo voy a abrir la boca sobre este asunto. Sólo el Ministro del Ejército podría hacerlo”19. La institución militar puede mantener una posición particular frente a cualquier asunto, y se asume que esta posición refleja la opinión de todos sus miembros, como lo comentó un oficial brasileño: “Usted no va a conseguir esto [una entrevista]. No es misión nuestra dar información al respecto. A nosotros no nos interesa otra versión que no sea la nuestra. Nosotros sabemos cuál es la verdad. Lo que se publica por ahí no nos afecta ni nos interesa y el general no va a discutir ningún asunto de ésos”20. Pero algunos militares tal vez escojan llevar la discusión lejos de las Fuerzas Armadas, alegando que así el asunto pueda involucrar personal militar, éste sigue siendo un asunto esencialmente político, una posición que se reflejó en un comentario hecho por el Ministro de Defensa de Menem, en relación con la confesión de Scilingo: “No tengo ningún comentario […] No creo que sea un tema militar sino un tema puramente político, de manera que, le repito […] no hago ningún comentario”21. O los perpetradores quizás argumenten que el asunto pertenece al Ministerio de Justicia y no al campo público, como sostuvo un torturador brasileño: “No me tengo que defender de supuestas acusaciones. Si tuviese algún problema, lo resolvería la justicia”22. 17
“A otra cosa, mariposa”, Página/12, 29 de marzo de 1995.
18
Oltramari, “Esse maldito passado”, p. 53.
19
General Sílvio da Silva, citado en “O silêncio e a fala dos militares”.
20
Coronel Antônio, consejero del general Sílvio da Silva, citado en “O silêncio e a fala dos militares”.
21
“De eso no hablo”, Página/12, 9 de marzo de 1995.
22
Coronel Hilton Paulo da Cunha Portela, alias “Dr. Joaquim”, mencionado por dieciocho prisioneros como su torturador, en Brasil: Nunca mais. Oltramari, “Esse maldito passado”, p. 53.
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Experto en el arte de los textos del silencio, el general Augusto Pinochet empleó una gran diversidad de trucos, incluida la demanda de justicia, para evitar la discusión pública sobre el régimen militar de Chile. Un periodista describió el silencio de los militares chilenos como “una estrategia liderada por el mismo Pinochet, cuyo objetivo es evitar que los juicios y las acusaciones se conviertan en un tema de discusión general”, que se volverían “completa e injustamente” en su contra23. Pinochet se refería a los cargos en su contra por abusos a los Derechos Humanos como “la más injusta acusación que se hubiera hecho nunca contra un hombre”, y sostenía que si estos cargos tuvieran algún valor, el Ministerio de Justicia de Chile habría intervenido. Echaba mano tanto del humor como del desdén para desviar la atención y trivializar la violencia pasada: “No tengo ningún problema de conciencia. Si lo tuviera lo diría y me confesaría sobre esa falta. [Tengo, sin embargo, un] problema en la columna, una hernia que me molesta para caminar, pero nada más […] ¿Por qué voy a estar yo en eso cuando no tengo nada que ver con los Derechos Humanos?, […] ¿En qué voy a ayudar? Yo le he preguntado a gente amiga mía, pero nadie sabe nada. ¿Cree que me he quedado callado? He preguntado, pero nadie sabe nada”24. La clave para los textos de silencio, como Pinochet y otros demostraron, no está necesariamente en evitar las palabras y los escenarios públicos. Un silencio efectivo implica la ambigüedad: ni la negación ni la aceptación. Requiere de las palabras adecuadas para que el pasado desaparezca. “Todo que perder”. En efecto, la incapacidad de no decir nada, la ausencia de una representación, puede debilitar la efectividad del silencio. Los perpetradores quizás intenten permanecer fuera del escenario público para evitar las discusiones sobre el pasado. Pero su ausencia y su silencio dejan mucho para la interpretación del público. El comandante de la Armada argentina, almirante Enrique Emilio Molina Pico, por ejemplo, probablemente esperaba que evitar los comentarios y los escenarios públicos terminarían, o por lo menos limitarían, la discusión alrededor de las revelaciones de Scilingo sobre los “vuelos de la muerte”. Si, en otras palabras, Molina Pico no hacía ningún comentario, la prensa y el público no tendrían nada para analizar. Por el contrario, su ausencia generó más debate que lo que habría generado su presencia. Para evitar hacer comentarios sobre las revelaciones de Scilingo, Molina Pico incluso estuvo ausente de una de las más solemnes cele23
“De ida y de vuelta”, Hoy, 9-15 de marzo de 1998.
24
“Pinochet asegura que no tuvo nada que ver con las violaciones a los Derechos Humanos en su régimen”, Efe, 7 de septiembre de 1998.
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braciones de la Armada, el homenaje anual al padre fundador de la Armada, el almirante Brown. Nunca antes el comandante en jefe de la Armada no aparecía ni pronunciaba el discurso central. Su ausencia dejó un vacío que tanto la prensa como el público llenaron con sus propias interpretaciones. Los medios informativos registraron su ausencia como un intento de evitar la confirmación de las acusaciones hechas por Scilingo25. A los ojos del público, Molina Pico confesaba los vuelos de la muerte al no ofrecer ninguna opinión. Debido a la enfermedad, el general Videla, de Argentina, envió a su abogado para que lo representara y leyera su declaración en el Juicio a los Generales. Quizás Videla y su abogado esperaban que la repentina aparición de problemas gastrointestinales demostraría la injusticia de un proceso legal que acusaba al líder nacional de varios crímenes. Sin embargo, gran parte del público y de los medios de comunicación interpretó su enfermedad y ausencia como una silenciosa confesión de culpabilidad. En su incapacidad para aparecer en los momentos clave y pronunciar textos cuidadosamente redactados, estas figuras militares entregaron el escenario al público. En lugar de silenciar el debate en marcha, lo que hicieron, por lo tanto, fue estimularlo. El público se enganchó de manera activa en la discusión sobre el significado político de su silencio y ausencia. Si todos los perpetradores se ponen de acuerdo en lo del silencio, quizás éste resulte efectivo. Una comparación entre la fuerza de Policía y los militares en el régimen del apartheid en Sudáfrica ilustra este efecto. Sólo un bajo porcentaje de perpetradores sudafricanos, por ejemplo, confesó ante la CVR, y la mayoría provino de la Policía; casi ningún personal militar confesó. Algunos atribuyen la decisión de salir a la luz pública o no a la alta comandancia de estas instituciones. El jefe de la Policía del apartheid, Johan van der Merwe, asumió la responsabilidad institucional por las atrocidades cometidas26. Algunos analistas consideraron esta decisión como consistente con los propósitos nacionales de la reconciliación, mientras que otros la creyeron estratégica (Foster et al. 2005: 105-25). Las primeras confesiones hechas por policías en la prisión, específicamente, las de Almond Nofemela y Eugene de Kock, habían revelado las actividades del escuadrón de la muerte de la Policía. Al mencionar a individuos particulares en sus confesiones, los agentes forzaron a estos individuos a confesar para lograr la amnistía, y por el riesgo de un proceso judicial. Van der Merwe no pudo detener la avalancha de testimonios personales dados por individuos en prisión, o con el temor de enfrentar un juicio. Su propia confesión, de hecho, les ofreció a estos individuos 25
Horacio Verbitsky, “Y Brown se quedó solo”, Página/12, 4 de marzo de 1995.
26
Simon Zwane, “Commissioner of Terror and Lies”, Cape Times, 3 de junio de 1998.
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el lenguaje que necesitaban para mostrar que habían seguido órdenes desde arriba y actuado más por razones políticas que por motivos personales o racistas. Uno de los principales abogados que representaba a la Policía en la CVR me dijo que les había aconsejado a sus clientes que confesaran sólo si habían sido expuestos, si enfrentaban un posible proceso y si tenían una buena opción de conseguir inmunidad, debido a que sus actividades se ajustaban a los criterios de la amnistía27. A pesar de una posible inducción para confesar dentro de la fuerza de Policía, de la comunidad judicial y de la misma CVR, en su mayoría los policías del apartheid se mantuvieron en silencio. Creían que el silencio los protegería aun más que la confesión. Como afirmó el policía Joe Coetzer, él tenía “todo que perder” de una confesión pública de su participación en una masacre en Lesoto, en la que asesinaron a ocho miembros del CNA 28. Los miembros de la Policía del apartheid consideraron a Van der Merwe y a todos los otros perpetradores que confesaron como traidores de la institución. Al haber hablado en público, los que confesaron habían convertido a la institución en el chivo expiatorio de la era de violencia del apartheid y perjudicado la integridad de la institución. Otros perpetradores prefirieron poner en juego su libertad personal con el silencio, que someterse a un proceso sobre el que tenían muy poco control. En perspectiva, parecen haber jugado correctamente sus cartas, ya que el equipo procesal aún no ha emitido cargos contra ninguno de los perpetradores que se negaron a confesar. El general Constand Viljoen, jefe de las Fuerzas Armadas de Sudáfrica, siguió la estrategia del silencio. Intentó descarrilar la “verdad” de la CVR exigiendo una amnistía total sin confesión. Luchó por bloquear a la CVR y envió un claro mensaje a sus soldados contra la cooperación29. Casi sin excepción, los miembros del Ejército sudafricano se mantuvieron en silencio. Quizás los militares calcularon el riesgo de manera distinta a la Policía. Debido a que los militares actuaron por fuera de las fronteras de Sudáfrica, sus confesiones podrían haber desatado una serie de juicios en cortes extranjeras y en tribunales internacionales que no respetarían el proceso de amnistía en Sudáfrica30. El equipo de investigación de 27
Entrevista de la autora, Pretoria, Sudáfrica, 15 de mayo de 2002.
28
Maureen Isaacson, “Has de Kock Lost His Nerve?”, Cape Argus, 11 de junio de 2000.
29
Constand Viljoen creía que la CVR se convertiría en “una caza de brujas contra los afrikáneres”, y él, por lo tanto, abogaba por una responsabilidad colectiva, más que individual, por el apartheid. Boraine (2000: 45, 56-57).
30
John Daniel, “Editorial: The Truth and Reconciliation Commission”, Transformation 42 (2000), pp. 5-6.
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la CVR informó sobre las redadas llevadas a cabo por la Policía y los militares más allá de las fronteras, pero los militares, siguiendo el ejemplo de Viljoen, no mordieron el anzuelo y exhibieron a los individuos o a la institución como un todo. Tampoco el aparato de inteligencia enfrentó investigaciones amplias sobre sus actividades, fuera de algunos agentes de inteligencia de la Policía como Craig Williamson. Viljoen y Neil Barnard, jefe de Inteligencia, protegieron con éxito a sus instituciones y sus subalternos de las “cacerías de brujas” políticas, como las llamó Viljoen. Estas instituciones presentaron un silencioso pero unido frente, en oposición a la CVR y en glorificación de heroicos actos de autosacrificio por la nación y sus fronteras. Siguieron siendo vulnerables sólo a las imágenes y a la información generada por sus enemigos, y no por las confesiones de perpetradores compañeros. Cuando los perpetradores toman el control del escenario, pueden levantar un muro de silencio que protege a los individuos y las instituciones. El consenso es el que proporciona la base para este muro. Una vez el consenso se rompe, ni los jefes ni los subalternos disfrutarán de la protección que éste les proporcionó antes. El público interpreta como culpables los silencios que surgen como resultado de las confesiones públicas. “Hablar demasiado”. Los perpetradores se mantienen en silencio por autoprotección. El público a menudo desecha las amenazas que lanzan los compañeros y superiores de los perpetradores por haber hablado, pero en su mayoría los perpetradores las reconocen y respetan. Un soldado argentino, Luis Muñoz, explicó que no había entregado antes la información que tenía sobre las listas de desaparecidos “por temor a que a uno lo hagan desparecer […] era lo que uno pensaba por la forma en que ellos hablaban y las cosas que hacían”31. Algunos perpetradores comprendieron la realidad de estas amenazas, puesto que habían participado personalmente en estos actos violentos. Andrés Antonio Valenzuela Morales, miembro del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA), confesó su participación en el silenciamiento del oficial compañero Guillermo Bratti Cornejo, que había sido asesinado por agentes del SIFA por haber hablado sobre las actividades de la división de Inteligencia. Valenzuela había ayudado a esconder el cuerpo atando piedras pesadas al cadáver para que se hundiera después de lanzarlo al río. 31
Muñoz afirmó que mientras estaba en la Escuela de Caballería le había llevado al comandante de los centros militares la lista de los individuos secuestrados ese día. Los militares han negado repetidas veces la existencia de cualquier lista de prisioneros o desaparecidos. “El turno de El Olimpo”, Página/12, 28 de abril de 1995.
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Después regresamos a los vehículos y volvimos a la ‘firma’ donde tomamos otra botella de pisco y luego me fueron a dejar a la casa. Lógicamente me pidieron que no hiciera comentarios de lo que había sucedido, pero dentro del servicio se sabía de todas los operaciones que se realizaban […] Hasta ese momento pensaba que nos había traicionado. Porque nos dijeron que pasaba información al MIR y al Partido Comunista. Sentí pena pero en el fondo tenía rabia porque nos dijeron que había entregado una lista con nuestros domicilios, los lugares que frecuentábamos, etcétera, para que nos mataran. (Valenzuela, citado en Soto 1998, 2: 8-9)
Valenzuela después descubrió que Cornejo había sido asesinado no por revelar inteligencia militar al MIR, sino por ofrecer información sobre el SIFA a la DINA, otra rama de inteligencia militar. Valenzuela temió que haber participado en el asesinato de Cornejo lo volvía vulnerable a las represalias. Cuando la periodista Mónica González transcribió la historia para El Diario de Caracas, le expresó a Valenzuela su preocupación por su seguridad: “Yo no quiero que a la salida lo maten”. Valenzuela le contestó: “Va a suceder, pero al menos hablé”. Valenzuela ya se había arriesgado a recibir represalias cuando entregó una confesión privada en la Vicaría de la Solidaridad, una fuerza legal, educativa y ecuménica en defensa de los Derechos Humanos. Pero confesó públicamente sólo después de haber salido de Chile (citas de González y Valenzuela reimpresas en Soto 1998, 1: 61)32. Samuel Enrique Fuenzalida Devia, un soldado del Ejército chileno estacionado como guardia de un centro de tortura clandestino, decidió confesar a pesar de los riesgos de una represalia. Relató cómo en 1975 un paracaidista, estando borracho, le contó a un grupo de civiles sobre el asesinato de prisioneros, a los que les abrió el estómago y lanzó al mar, y cómo después fue detenido por “hablar mucho”. Fuenzalida confirmó los testimonios de otros sobre las declaraciones que habían firmado los perpetradores, jurando mantener silencio y conscientes de que los militares negarían cualquier responsabilidad, incluso por aquellos actos que hubieran cometido estando en el servicio activo. Como afirmó Fuenzalida: “Tengo un documento que firmé en las FACH [Fuerzas Armadas de Chile] donde dice que estoy de acuerdo en no decir nada sobre lo que hice. Si me despiden mañana puedo llevar una vida 32
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Valenzuela desertó del SIFA en 1984, abandonó Chile y narró su historia a El Diario de Caracas, 8-10 de diciembre de 1984; reimpreso en Soto (1998, 1: 59-73, 2: 5-40). La confesión de Valenzuela parece casi como un deseo de muerte, no sólo por los riesgos que corría al hacerla, sino también por las expresiones de odio a sí mismo: “No quiero que mis hijos me quieran. Sé que cualquier día me van a matar y no quiero que sufran [...] Incluso mis hijos quieren más a los tíos, cuando estos llegan, mis hijos corren, los abrazan, los saludan [...] cuando llego yo, a veces corren y yo no les hago mucho caso. Los quiero, pero no en el sentido que debería ser [...] tengo una forma muy particular de querer a las personas. No sé cómo explicarlo [...] prefiero que a mí no me quieran. Con mi familia soy muy distinto. No visito nunca a mis padres”. Soto (1998, 2: 34).
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normal, pero no dejar que nadie sepa [sobre mi pasado]. También dice que si caigo prisionero, caigo solo, que todas las operaciones que llevé a cabo las hice solo y que nunca recibí ningún apoyo por parte de la institución”33. El colaborador chileno Juan René Muñoz Alarcón no sobrevivió a su revelación. Confesó ante la Vicaría de la Solidaridad y fue asesinado días más tarde. Había abandonado el Partido Socialista en 1973, como consecuencia de una disputa dentro del partido, y había buscado venganza contra sus antiguos compañeros colaborando con el régimen militar poco después del golpe. Se convirtió en el infame “Hombre encapuchado” que en el Estadio Nacional identificó gente de la izquierda, sometiéndolos a tortura y muerte por parte del aparato de seguridad militar. Cuando se negó a identificar a otro compañero, los nuevos colegas militares decidieron que ya no podían confiar en él, de tal forma que lo encarcelaron y torturaron. Más tarde, Muñoz decidió confesar ante la Vicaría de la Solidaridad, aunque supiera incluso que sellaba su destino. Como él mismo dijo: “Cuando uno no sirve es mejor dejar los testigos silenciados que no hablando. Es mucho más seguro […] Sé que voy a morir tarde o temprano, no voy a morir de un balazo porque no son tan tontos, pero voy a sufrir un ataque al corazón o me voy a resbalar mientras esté esperando micro o me voy a caer de cualquier parte. No solamente se muere de un balazo. Por medida de seguridad” (Soto 1998, 2: 21-22). Últimas Noticias reportó su muerte como cualquier crimen el 25 de octubre de 1977. El cuerpo estaba cubierto de múltiples heridas con puñal, pero éstas no cubrían por completo las señales de tortura por parte de las fuerzas de seguridad: golpes en el cráneo, quemaduras de cigarrillo en la frente y marcas de esposas. El temor a las represalias y las represalias mismas siguieron mucho después del final de la dictadura. Eugenio Berrios, bioquímico chileno y agente de la DINA, desapareció en 1993 después de que la Suprema Corte de Chile ordenara su detención. Debido a que Berrios poseía evidencias que vinculaban a Pinochet y a Contreras con los asesinatos de diplomáticos fuera de las fronteras de Chile en la década de 1970, Pinochet enfrentó después una investigación por el asesinato e intento de silenciar a Berrios. El silencio también viene después de la confesión, como una manera que encuentran los perpetradores de evitar la recriminación pública. Mark Behr, novelista sudafricano y ex espía del apartheid, se refugió en Noruega después de su confesión, negándose a sostener entrevistas con la prensa sudafricana. El torturador de la Policía del apartheid Jeffrey Benzien desapareció por completo de la luz 33
Samuel Enrique Fuenzalida Devia, testimonio ante la Comisión Nacional de la Verdad y Reconciliación, Hamburgo, Alemania, 6-7 de noviembre de 1990, archivos de la Vicaría de la Solidaridad.
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pública después de que su confesión lo convirtiera en el emblema de las torturas por parte de la Policía del apartheid. Hasta el día de hoy, Benzien rechaza las entrevistas, las conversaciones telefónicas y cualquier otro tipo de contacto con investigadores y periodistas. A través de un compañero ha dicho que está “demasiado crudo” para hablar sobre el pasado. Ha perdido contacto con el psicólogo y el abogado que llevaban su caso ante la CVR. Sus antiguos amigos y compañeros dicen que está cambiando constantemente de domicilio para evitar que lo reconozcan, y que ya no se reúne con sus antiguos conocidos. La esposa y los hijos lo abandonaron. Quizás el aislamiento le ha ofrecido anonimato y la única posibilidad de contar con una identidad distinta a la pública de torturador. El silencio después de la confesión también minimiza el riesgo de un proceso judicial. Scilingo y Astiz se retractaron de sus confesiones para evitar el veredicto de culpabilidad. Benzien probablemente tema que la familia de Ashley Kriel, a quien asesinó, logre revertir con éxito su decisión de amnistiarse. Los perpetradores de la Policía sudafricana Eugene de Kock, Craig Williamson y Almond Nofemela, anteriormente ansiosos de atención pública, han buscado refugio en el silencio. En cuanto las acciones legales no se han extinguido, sus abogados temen que una confesión ponga sus casos en peligro. Los sobrevivientes de los homicidios de Williamson han objetado su decisión de amnistiarse. De Kock y Nofemela esperan que la decisión del presidente Thabo Mbeki de perdonar a diecinueve activistas detenidos del movimiento de liberación haga más factible su propio perdón. Es improbable que su silencio convenza a un gobierno escéptico de que su controvertida liberación no ocurra sin escándalos. El silencio en estos casos se convierte en una forma de daño y minimización de la pérdida, no de maximización de la ganancia. “El ‘Alacrán’, picadura de picana”. En 1985 la televisión argentina transmitió en vivo el Juicio a los Generales ante una nación absorta. La imagen de estos líderes antiguamente omnipotentes en juicio era poderosa. Pero lo único que la audiencia televisiva recibió fue la imagen; las transmisiones excluyeron el sonido. Los argentinos podían ver el juicio, pero no podían escuchar los testimonios. Podían leer al día siguiente la transcripción completa, pero sin sonido y sin imagen. La sentencia final ocurrió en diciembre de 1985 en la radio; sonido, pero no imagen34. Aparentemente, el gobierno democrático esperaba disminuir la indignación pública frente al juicio eliminando tanto el sonido como la imagen durante el cubrimiento. La estrategia no funcionó. La imagen de los generales acusados de crímenes, incluso sin sonido, tuvo el poder de movilizar a los defensores de los 34
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Para una discusión sobre la transmisión en los medios del Juicio a los Generales, véase Feld (2002).
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Derechos Humanos y a los defensores del régimen. Las sentencias, incluso sin imágenes, llevaron a los defensores y a los opositores a discutir de nuevo sobre el significado del pasado y de la justicia democrática. El público, en otras palabras, subvirtió el silencio, transformando el juicio en un dramático debate político. La ausencia del cubrimiento por parte de los medios, o del sonido, por lo tanto, no significa la ausencia de una confesión o un debate. Antes de viajar a Chile en 1998, conversé con distintos investigadores y todos asumieron que no iba a encontrar allí ninguna confesión pública. Sin embargo, la directora de la Vicaría de la Solidaridad, Carmen Garretón, contradijo esta versión y me ofreció varios archivos que contenían información sobre confesiones de torturadores. Con una investigación posterior, conseguí encontrar algún cubrimiento periodístico de estos casos. Pero sólo los chilenos más conscientemente políticos recuerdan alguna otra confesión fuera de las políticamente dramáticas (como la de Contreras) o sádicas (como la de Romo). La confesión de Romo debía crear la indignación internacional antes de que apareciera en los medios chilenos. La confesión de Valenzuela apareció en un periódico venezolano, no en uno chileno. Muñoz apareció en los medios, pero sin ningún tipo de insinuación sobre los sospechosos detalles de su asesinato. El fracaso por parte de los medios en el cubrimiento de las confesiones no siempre significa complicidad con el régimen. Algunas veces los periodistas usan el silencio para protegerse o para proteger a sus contactos. A veces, esperan proteger a los perpetradores que han arriesgado la vida al contar sus historias. Sin embargo, los periodistas no siempre logran garantizar su propia seguridad ni la de los perpetradores. Tampoco consiguen prevenir el drama político que puede acompañar el silencio de los perpetradores. Cuando prevalece el silencio, la comunidad defensora de los Derechos Humanos a menudo usa estrategias innovadoras para forzar las confesiones y el debate público. La televisión francesa, por ejemplo, siguió a un grupo de sobrevivientes chilenos mientras confrontaban a sus perpetradores. Los sobrevivientes primero se acercaban a los torturadores como vecinos, charlando de cualquier cosa mientras trabajaban en el jardín, después conseguían que se sentaran y sostuvieran una conversación. Con las cámaras grabando, los sobrevivientes forzaban a los perpetradores a salir de su escondite, enfrentándolos con su antiguo pasado como torturadores en centros clandestinos. Estos sobrevivientes transformaron el silencio en un suceso confesional35. 35
Chile, Borreaux en Liberte, dirigida por Tony Comiti y Emmanuel D’Arthuys (París: Tony Comiti y Canal M6, 1999).
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El escrache argentino expuso públicamente a varios perpetradores por medio de una representación publica popular. En agosto de 2002 participé en un escrache en Buenos Aires contra el ex comisario de la Policía federal Ricardo Scifo Módica, alias “El Alacrán”. Más o menos dos semanas antes del acto preparado, empezaron a circular en las calles de Buenos Aires pequeños volantes, con detalles sobre el acto y el torturador reconocido. El volante incluía una foto de Scifo con la palabra “genocida” estampada en la frente y la leyenda “Alacrán” picadura de picana, que identificaba su particular forma de tortura. En el volante también aparecían la dirección y el teléfono de Scifo, advirtiéndoles a los participantes que lo llamaran desde un teléfono público para evitar que los detectaran. Según el volante, Scifo tuvo cargos en los centros clandestinos de tortura con los más altos índices de abusos: Atlético, Olimpo y Banco. A pesar de su récord en abusos de los Derechos Humanos, y debido a las leyes de amnistía, Scifo se había convertido en el director de la unidad de crímenes sexuales de la Policía federal después de la dictadura. El volante proclamaba: “¡Si no hay justicia, hay escrache!”. A la hora y el día asignados, el principal patrocinador, Hijos e Hijas de los Desparecidos (HIJOS.), con la ayuda de otros patrocinadores de los grupos por los Derechos Humanos, de arte público, estudiantes sindicatos y asociaciones de vecinos, nos condujeron entre una marcha carnavalesca a lo largo de varias calles hasta la casa de Scifo. A lo largo de todo el recorrido, la gente a pie, las marionetas y la gente en zancos, bicicletas, monociclos y motocicletas, lanzaron cánticos y canciones. El Grupo de Arte Callejero (GAC) pintó consignas en el pavimento, puso mensajes a lo largo de la ruta y cambió las típicas palabras de las señales de tráfico por otras que advertían sobre su proximidad a un perpetrador de genocidio. Un escuadrón antidisturbios se encontró con los manifestantes frente a la casa de Scifo, además de guardias armados en los tejados a lo largo del vecindario y un tanque estacionado a una cuadra. La casa de Scifo estaba tapada con lienzos y el escuadrón permaneció completamente armado y protegido detrás de barricadas y en la casa. Frente a la casa, sobrevivientes ofrecieron testimonios sobre los actos de Scifo y recitaron la lista de sus crímenes. El grupo exigió justicia y lanzó pintura roja a la casa cubierta, manchando de vez en cuando a algún policía. Los vecinos reaccionaron de distintas maneras al escrache. Algunos le dieron la bienvenida al destape, después de haber vivido en silencio y con el conocimiento de sus actos y sintiéndose impotentes de hacer algo al respecto. Una vecina me enseñó su propio archivo de notas periodísticas sobre Scifo, contando que había seguido en secreto las historias sobre Scifo desde cuando lo reconoció como su vecino, después de haber sido desenmascarado en el Juicio a los Gene-
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rales. Aquellos preocupados por la violencia culpaban su probable estallido a la falta de justicia, más que a la presencia de los manifestantes en el vecindario. Un vecino, sin embargo, discutió con otro sobre el escrache, quejándose de la invasión de la propiedad privada. No defendía la dictadura, pero afirmó: “La Policía está aquí para protegernos”. Sus vecinos le respondieron: “No, la Policía está aquí para proteger a Scifo de la justicia”. Pero ni los escraches ni otras prácticas para desenmascarar a los perpetradores los fuerzan a que confiesen. Pueden mantenerse y se mantienen en silencio frente al pasado. Pero este desenmascaramiento le permite al público vincularse con confesiones que de otra forma quedarían silenciosas o silenciadas. En este proceso crean el diálogo. Y para algunos públicos, el hecho de que los perpetradores deban vivir aislados con sus pasados puede proporcionar algún sentido de justicia o curación: “En cualquier tiempo o lugar ese tipo de maltrato [la tortura] es casi siempre inconfesable. Al final, torturar es un acto inhumano. Quien torturó, no habla de las torturas con sus amigos y familiares, ni se vanagloria directamente de eso en entrevistas con profesores y periodistas. En su soledad, los torturadores apenas hablan con sus propios fantasmas, sus compañeros eternos en la oscuridad. Falta esperar que, en su mundo de sombras, jamás descansen en paz” (Martins Filho 2000: 97).
Conclusión Los perpetradores usan el silencio para controlar la memoria colectiva. Tratan de borrar el pasado de la memoria evitando evocarlo. O impiden cualquier otra interpretación del pasado de la dominante opinión pública, al imponer la conspiración del silencio. El silencio puede proteger a los perpetradores de forma individual e incluso puede proteger a algunas víctimas y algunos sobrevivientes de daño y traumas adicionales. El silencio también puede acabar con el debate sobre el pasado y ayudar a que los individuos y las sociedades avancen, escapando de la trampa que ha puesto la vieja dictadura. Pero el silencio pocas veces logra cumplir con estos objetivos. Un compañero investigador sobre el silencio trazó un paralelo con la escena del crimen acordonada por la Policía36. La presencia de la fuerza legal reconoce que algo ha sucedido, y aun así los oficiales, en su intento de cumplir con su deber y controlar a la multitud, se esfuerzan por ocultar el hecho con barricadas y palabras como 36
Nancy Gates Madsen, correspondencia personal, 19 de mayo de 2003.
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“No hay nada que ver, muévanse”. Estas palabras, invariablemente, estimulan la curiosidad; los espectadores quieren ver esa “nada” que está tan obviamente presente detrás del texto oculto. El intento de silenciar el pasado, especialmente cuando ya ha sido en parte revelado, a menudo se vuelve un tiro por la culata, atrayendo mayor atención y debate. Y el silencio es siempre parcial. Alguien va a hablar y revelar el pasado. Quizás no le dé el mismo valor o no comprenda el peligro de revelar este pasado. Quizás tenga razones personales –dignidad, seguridad, protección legal– para abandonar la norma institucional del silencio. El consenso por lo general se rompe. Y una vez roto, el silencio resulta casi imposible de restaurar. Los militares argentinos soportaron el Juicio a los Generales y mantuvieron el silencio hasta la confesión de Scilingo. Los militares chilenos mantuvieron el silencio a lo largo del juicio a Contreras y hasta el arresto de Pinochet en Londres. Los militares sudafricanos sostuvieron el silencio, pero la Policía no. Romper el silencio es un acto público. Los perpetradores lo hacen por su lado. Pero el público –particularmente, las víctimas y los sobrevivientes– puede también suplir el diálogo faltante. La habilidad para hacerlo depende de la creatividad y la fuerza de organización. El éxito en arrastrar a los militares hacia el debate depende no sólo de las acciones que realiza el público testigo sino también del consenso y el liderazgo existentes entre las Fuerzas Armadas y la impunidad.
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Capítulo 7
Ficción y mentiras “Vámonos de aquí, Rafael. Esto es demasiado para mi estómago. Estos tipos han perdido la noción de todo. Son unos locos, irracionales, unas verdaderas bestias”, dijo João Pedro, con la máscara levantada y el rostro con un gesto de indignación. Los dos regresaron a Sapão completamente trastornados. Pedro Corrêa Cabral1
Éste es un fragmento de la novela autobiográfica, o confesional, escrita por el oficial de la Fuerza Aérea brasileña Pedro Corrêa Cabral. La novela, Xambioá: Guerrilha no Araguaia (Xambioá: guerrilla en Araguaia), relata la experiencia de Cabral en la infame masacre de Araguaia. Un estimado de sesenta jóvenes militantes desaparecieron durante el ataque militar, casi la mitad del total –125– de los prisioneros políticos desaparecidos en Brasil (Arquidiócesis de São Paulo 1986: 235-38). A pesar del significado de Araguaia en la historia de violencia del régimen y de los incontables testimonios y demandas por parte de las victimas y los sobrevivientes para revelar la verdad, pasaron hasta dos décadas antes que la novela confesional de Cabral ofreciera la primera evidencia y disculpa procedentes del interior del régimen militar. Algunas confesiones, apenas si basadas en hechos o como pura invención, se asemejan a una ficción disfrazada de verdad. Cabral empleó la técnica contraria: narrar los hechos como ficción. La masacre ocurrió después de que un grupo compuesto principalmente de estudiantes universitarios, organizado por el Partido Comunista de Brasil (PC do B) de orientación maoísta, llegó a una remota región del Amazonas a finales de los años 1960. Araguaia les ofrecía a estos militantes no sólo un escape de la represión urbana por parte del régimen, sino también la posibilidad de crear un foco revolucionario, o una célula armada, para resistir o combatir el régimen. Los militantes establecieron fuertes lazos dentro de la comunidad, ofreciendo suministros y servicios médicos a cambio de comida y apoyo comunitario. Los aldeanos aún 1
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Xambioá (1993: 248).
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recuerdan con afecto los primeros años de colaboración con el grupo que ellos llamaban los “paulistas” (residentes de São Paulo). Ella [Lucia Corrêa, o “Sonia”, una de los militantes del PC do B, muerta en 1973] era una buena doctora. No sé por qué los mataron. ¿No eran brasileños como nosotros? Y los trataron muy mal. Eran terroristas. Pero nos dieron mucha ayuda. Nos dieron medicinas. Nos sacaron dientes y ayudaron en algunos partos2. A todo el mundo le caían bien, pues era gente refinada, una clase diferente de gente. Ayudaban a los demás. Eran muy educados, más o menos todos sabían que eran gente buena, no eran como nadie más. Le gustaban a todo el mundo3.
Al descubrir la existencia de esta célula, el Ejército brasileño envió tropas a la región para eliminarla4. Después de dos expediciones militares infructuosas, la rama de inteligencia tomó el control y cambió de táctica. Dejaron los uniformes, se vistieron con shorts y zapatos tenis, se dejaron crecer el pelo y la barba, y haciéndose pasar como empleados de unas ficticias operaciones de mina y agricultura, las fuerzas combinadas del Ejército, la Policía e inteligencia infiltraron la región y convencieron a los aldeanos de traicionar a los militantes. Miembros del aparato de seguridad afirman que no tomó mucho tiempo, que pudieron persuadir a los habitantes de asesinar a un militante con un simple paquete de cigarrillos. Los habitantes, por el contrario, hablaron de grandes recompensas, que alcanzaban hasta los US$1.000. También recordaron la coerción –tortura y amenazas contra sus familias– para unirse al bando del Ejército5. El oficio de Cabral incluía llevar por aire a los prisioneros torturados desde el centro de detención de regreso a Araguaia, donde les revelaban a sus captores la ubicación de los escondites donde tenían las armas, la comida y los suministros médicos. Después de destruir los suministros, los captores ejecutaban a los 2
Joana Almeida, citada en Sônia Zaghetto, “Guerrilha ainda tortura lembraças”, O Liberal, 5 de junio de 2001.
3
“Relatório: Caravana dos familiares dos mortos e desaparecidos na guerrilha do Araguaia”. Carta al presidente de la Orden de Abogados de Brasil (OAB), Dr. Joaquim Lemos Gomes de Souza, por Paulo César Fonteles de Lima del OAB-PA, 15 de enero de 1981, publicada en Ordem dos Abogados do Brasil 27/28 (septiembre-diciembre de 1980, enero-abril de 1981).
4
La mayoría de los estudios asumen que los militantes del PC do B dieron información sobre el movimiento en Araguaia después de ser sometidos a interrogación bajo tortura, pero el debate subsiste sobre quién dio la información primero y puso en marcha la ofensiva militar. Carvalho (2004: 63-102).
5
Varios libros han intentado recontar los hechos que llevaron y formaron parte de la masacre de Araguaia, extrayendo información de pocos documentos, de algunos de los sobrevivientes entre los militantes y habitantes del sector dispuestos a hablar, e, incluso, de algunos pocos testimonios de los perpetradores. Véanse, en particular, Campos Filho (1997), Carvalho (2004), Gaspari (2002: 399-464) y Morais y Silva (2005).
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prisioneros y enterraban sus cuerpos en fosas clandestinas. Cabral sabía de estos métodos, ya que no sólo había transportado a los prisioneros hacia su ejecución sino que también había participado en la “Operación limpieza”: desenterrar los cadáveres, transportarlos hasta un lugar remoto en la selva y echarlos en una pira de neumáticos y leña, quemándolos hasta dejarlos irreconocibles. Para garantizar el secreto de la operación, los militares desataron un reino de terror por toda la región. Los pobladores narran horrendas historias sobre la violencia y la intimidación de los militares: tortura, decapitación, partes desmembradas de los cuerpos como trofeos de guerra y la exposición de cuerpos mutilados en las plazas centrales para silenciar a la gente, atemorizándola6. Con tácticas de tierra arrasada, incluido el napalm, eliminaron a los guerrilleros, la base de apoyo y cualquier otra posibilidad de revelar la verdad7. Diecisiete militantes sobrevivieron a la masacre y al encarcelamiento posterior, y se sabe que hoy aún hay doce con vida (Morais y Silva 2005: 596-99)8. En realidad, nadie dentro del régimen dijo nada durante la masacre. El presidente militar del momento, el general Médici, nunca hizo ninguna mención de Araguaia en sus declaraciones. El general Geisel, su sucesor, sólo hizo una referencia tangencial al hecho en un mensaje dirigido al Congreso en 1975. Confirmó que los guerrilleros habían intentado construir bases de operaciones en regiones desprotegidas del país, incluida Xambioá-Marabá, pero que habían sido “completamente desmantelados”9. Los comandantes de la operación de Araguaia sólo hicieron una vaga declaración al respecto. El general Hugo Abreu se refirió a la guerrilla como “el más importante movimiento armado en el Brasil rural”10. Haciendo eco a esta opinión, el general Olavo Viana Moog se refirió en 1978 a Araguaia como “el movimiento armado rural más importante que haya existido en Brasil, principalmente por haber sido el más organizado”, y anotó que para derrotarlo se había requerido del “más grande despliegue de tropas armadas, similar al de la FEB [Fuerza Expedicionaria de Brasil] que combatió contra el fascismo 6
Goiamérico Felício, un guía pagado por los militares, habló de un soldado que arrancaba las orejas de los guerrilleros que había matado y las llevaba en el cinturón como un souvenir. Euler Belém, “Diário de uma guerra suja” y “Memória desbloqueada”, Jornal Opção, 14-20 de septiembre de 1997, pp. 12-14, reimpreso en “O silêncio e a fala dos militares”.
7
En 1997 el coronel del Ejército Álvaro de Souza Pinheiro escribió en la revista norteamericana Airpower que la Fuerza Aérea de Brasil (FAB) había usado napalm en la guerra contra los guerrilleros en Araguaia. Luiz Maklouf Carvalho, “FAB usou napalm no Araguaia, diz Colonel”, Folha de São Paulo, 20 de abril de 1998.
8
Entrevista de la autora con Victoria Grabois y Danilo Carneiro, Río de Janeiro, 31 de marzo de 2007.
9
“Sombras do presente”, Veja, 13 de octubre de 1993, p. 26.
10
Rinaldo Gama, “O fim da guerra no fim do mundo”, Veja, 13 de octubre de 1993, p. 17.
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en Europa durante la Segunda Guerra Mundial”11. A pesar del supuesto tamaño y amenaza que representaba, Araguaia provocó apenas un ligero murmullo entre la prensa. Sólo el periódico Estado de São Paulo publicó un artículo, sin cubrimiento posterior, en septiembre de 1972 sobre el arribo de las tropas a Araguaia. El régimen mantuvo un incomparable silencio sobre las acciones militares en Araguaia, que algunos atribuyen al deseo por parte de los militares de ocultar las atrocidades que cometieron allí12. Décadas después de la masacre, a pesar de la protección de la Ley de Amnistía y de las persistentes exigencias por parte de las familias de los desparecidos de revelar la verdad, los militares guardaron silencio. A medida que la información sobre Araguaia empezó a llegar al público, el general Viana Moog rehusó dar detalles: “No confirmo ni desmiento. Ese asunto sólo puede ser tratado por el Estado Mayor del Ejército. No se moleste en intentar, pues no voy a decir nada”13. El comandante del Ejército insistió en mantener el secreto: “Los documentos sobre los episodios de la lucha armada, ya sean los de la guerra en Araguaia o la guerra urbana, sólo deben ser revelados de aquí a 50 o 100 años”14. El silencio que rodeaba el hecho llevó a un periodista a comentar: “Incluso los oficiales condecorados por su valor en la represión de la guerrilla evitan hablar del asunto. A diferencia de los militares que lucharon en la Segunda Guerra Mundial, que exhiben con orgullo las medallas que obtuvieron en la lucha contra el nazi-fascismo, los héroes de las Fuerzas Armadas de Araguaia son discretos. Después de todo, ¿Cómo justificar las condecoraciones en una guerra que, oficialmente, no existió?”15. Cabral pudo haber guardado silencio como el resto de los militares brasileños. Contaba con una protección legal más que adecuada. Además de la Ley de 11
“As guerras secretas”, Veja, 6 de septiembre de 1978, pp. 52-53.
12
“As guerras secretas”, Veja, 6 de septiembre de 1978, pp. 52-53. La falta de documentación confirmó la opinión de algunos militares de que el hecho nunca ocurrió. Como afirmó el general Nialdo: “Todo lo que hace el Ejército requiere un informe. Ésa es una norma de conducta. En teoría, cualquier actividad del Ejército, incluso si cae por fuera de la normalidad, queda registrada en un informe”. El ministro de Guerra Benedito Leonel sostuvo que los documentos habían sido destruidos después de la ratificación de la Ley de Amnistía de 1979, pero más tarde informó a la prensa que los documentos no habían sido destruidos sino entregados al gobernador Itamar Franco. Nadie ha recuperado estos documentos. Etevaldo Dias y Ronaldo Brasiliense, “Exército atacou Igreja após vencer luta no Araguaia”, Jornal do Brasil, 23 de marzo de 1992, reimpreso en “O silêncio e a fala dos militares”.
13
“A guerrilha do Araguaia”, Movimiento, 17 de julio de 1978, reimpreso en “O silêncio e a fala dos militares”.
14
General Zenildo Lucena, citado en “Sombras do presente”, Veja, 13 de octubre de 1993, p. 26.
15
“Guerrilha do Araguaia”, Militante: O portal revolucionario brasileiro, http://www.militantehp. hpg.ig.com.br/araguaia.htm.
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Amnistía de 1979. Cabral disfrutaba de la inmunidad del anonimato. Nadie podía señalarlo como perpetrador. No había torturado a nadie. Los prisioneros que lo habían visto no habían vivido para contar sus historias. Sus compañeros perpetradores no lo identificarían, ya que ellos compartían la complicidad. El resuelto silencio del alto comando ante lo de Araguaia, por otra parte, les aseguraba a los implicados que el Ejército protegería sus secretos. Adicionalmente, Cabral no tenía ninguna responsabilidad por las políticas ni por las órdenes de los militares. Así describió su relación con los sucesos de Araguaia: “Nunca estuve de acuerdo con eso. Fui tan sólo un simple piloto”16. Hablar, por lo demás, significaba enfrentar un riesgo personal. Circulaban rumores sobre los castigos por revelar información. Los pobladores atribuyeron la misteriosa muerte de un enterrador de Xambioá a los militares, afirmando que el hombre había amenazado con revelar el lugar donde estaban los cuerpos de los militantes17. La novela de Cabral describe la capacidad de los militares para silenciar a los disidentes entre los soldados por medio del temor y la lealtad. Dos personajes en la novela –el personaje autobiográfico de João Pedro (Joãozinho) y su amigo (de ascendencia japonesa) Tiago– condenan en privado los métodos de los militares, pero reconocen el peligro de revelarlo o desobedecerlos. –¿Y los prisioneros, japonés? –Mierda, los desaparecieron, seguramente. Después de revelar los dos depósitos, se los llevaron de ‘viaje’. –Hombre, no sé lo que piensas, pero yo no estoy de acuerdo con esto. ¡Están siendo asesinados a sangre fría, ¡por Dios! –Joãozinho, estoy tan jodido como tú. Lo que estos tipos están haciendo es la mayor canallada del mundo. Dicen que es una orden de Brasilia. Es para no dejar salir vivo a nadie, mierda. ¡Pero eso no está bien, carajo! –Y lo peor es que no podemos hacer nada. Tenemos que ser cómplices de todos estos crímenes y mantener el pico cerrado. –¡Yo no soy cómplice de ninguna mierda! Se pueden ir al infierno. Si me llaman a testificar, los entrego a todos. –De que serviría eso, después de que todos los tipos están enterrados. (Cabral 1993: 166)
16
Ari Cipola, “Guerrilheiros do Araguaia podem estar enterrados na sede do DNER”, “Comissão procura restos mortais de vítimas da guerrilha do Araguaia” y “Coronel da reserva escreveu livro coplando detalhes da guerrilha”, Correiro do Tocantins, 10-16 de mayo de 1966, pp. 1, 5, reimpreso en “O silêncio e a fala dos militares”.
17
“Especialistas argentinos concluem hoje relatório sobre ossadas do Araguaia”, O Estado de São Paulo, 23 de julio de 1996, http://www.estado.com.br/.
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A pesar de tener razones suficientes para guardar silencio, Cabral sí testificó y “los entregó a todos”. Lo hizo a través de la ficción. Pero continuó haciéndolo por medio de entrevistas, testimonios a las comisiones de investigación parlamentarias y expediciones hasta Araguaia para encontrar evidencias de la masacre18. La novela de Cabral se convirtió en el primer testimonio público ofrecido desde dentro del aparato de seguridad sobre la atrocidad. Cabral quería que los brasileños supieran qué había sucedido. “Mi objetivo”, declaró, “no fue y no es llevar a nadie a juicio, sino, como dice el dicho, sacar la basura debajo de la alfombra y revelar esta oscura página de la historia brasileña, que debe ser comprendida para que las futuras generaciones entiendan lo que ha sucedido”19. Por medio de su confesión, Cabral esperaba proteger, no destruir, la integridad de las Fuerzas Armadas, cumplir con su responsabilidad de revelar la verdad a sus hermanos brasileños cuyos hijos murieron en la masacre, y curarse espiritualmente. Como afirma el preámbulo de su novela: Un complicado conjunto de circunstancias me puso en el centro de aquellos tristes acontecimientos y, por mala suerte, no fui sólo un simple testigo de los hechos sino también, y principalmente, alguien que los vivió con un nudo de repulsión y de vergüenza que, todavía hoy, me revuelve y amarga las entrañas. Repulsión por haber presenciado hechos sobre los cuales no tuve el poder de modificar su rumbo. Vergüenza por haber participado, completamente impotente, en la tortura y el asesinato de brasileños, llevados a cabo por otros brasileños, en una repugnante carnicería de hermanos contra hermanos. Pasados los años, pienso que ha llegado la hora de sacar a la luz aquella página negra de nuestra historia. No se trata, entonces, de buscar villanos y de lanzar culpas, ni de buscar chivos expiatorios y exigir castigos. ¡No! El mismo tiempo ya se encargó de prescribir tales crímenes […] [con] la llamada Ley de Amnistía. (Cabral 1993: 5)
Por más irónico que pueda parecer su esfuerzo por restaurar la integridad de las Fuerzas Armadas, la lógica de Cabral implicaba exculparlas acusando a la facción extremista –de inteligencia– en su interior. La orden del general Médici en 1973 de “no tomar prisioneros” fortaleció al Centro de Inteligencia del Ejército (CIE) en su objetivo de derrotar la “subversión”. El CIE, desde el punto de vista de Cabral, pervirtió la misión de los militares. “No hubo ninguna guerra”, alegó 18
El diputado Luiz Eduardo Greenhalgh (PT-SP), abogado de las familias de sesenta y ocho guerrilleros desaparecidos del PC do B, pidió la reapertura de la investigación sobre el papel de la Policía militar en las operaciones contrainsurgentes. Carlos Mendes, “Quintão vai falar sobre guerrilha do Araguaia”, O Estado de São Paulo, 25 de mayo de 2001, http://www.estado.com.br/.
19
“Depoimento do Coronel Aviador Pedro Corrêa Cabral a Comissão de Direitos Humanos da Câmara Federal”. Movimento Tortura Nunca Mais, Pernambuco. http://www.torturanuncamais.org. br/mtnm_mil/mil_denuncias/depoimentoCoronelAviador.htm.
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Cabral. “Se trató del exterminio de guerrilleros comandado sin ningún escrúpulo por el entonces mayor Curió [coronel Sebastião Rodrigues de Moura] […] y por otros oficiales del Centro de Inteligencia del Ejército […] El asesinato a sangre fría nunca es loable”20. La inteligencia militar, afirmó Cabral, abandonó la misión militar y su compromiso histórico con los valores y las ideas nacionales, dando paso a un poder despiadado por parte de unos pocos individuos. Cabral creía que las Fuerzas Armadas, así como los guerrilleros idealistas, sucumbieron a los demagogos que los guiaron de manera equivocada, perjudicando a la institución y a la nación. Un personaje en la novela lamenta las tácticas militares: “No me gusta el comunismo, pero no puedo soportar las injusticias que se están cometiendo aquí. ¡¿Será que la democracia, para ser preservada, tiene que matar así, a sangre fría, a jóvenes brasileños políticamente equivocados?!” (Cabral 1993: 166). La novela exploró además cómo la violencia sin ley desatada en Araguaia por parte de la inteligencia militar estimulaba el comportamiento sádico. Describió a un mayor de la Infantería del Ejército como alguien que “tenía una misión que cumplir y tenía que cumplirla a cualquier precio” (Cabral 1993: 23). Esta clase de ambiente, sugería Cabral, legitimaba y recompensaba el sadismo. –Mierda, hermano, tengo que decir que engendré odio hacia estos tipos [guerrilleros] –les dijo el Diablo Rubio a João Pedro, Tiago y Fabio […] La patrulla Capibara Uno acababa de descargar […] Un olor nauseabundo emanaba de sus cuerpos. Era sudor, suciedad, campo, tierra, todo revuelto–. Cuando disparé y vi al desgraciado subir al aire y caer muertito, perforado por la bala de mi fusil, tuve un orgasmo, ¡por Dios que lo tuve! “Este tipo está desvariando, se está convirtiendo en un animal, joder. Tiene que ser retirado de este lugar de urgencia. Necesita un tratamiento psiquiátrico. ¡No es posible!”, pensó João Pedro. (Cabral 1993: 182-83)
Cabral denunció la responsabilidad de la división de inteligencia en las atrocidades de Araguaia, pero calificó el hecho como un error, una aberración, una mancha en un pasado militar de otra forma inmaculado. Hizo un llamado a las Fuerzas Armadas para combatir esta marca investigando los crímenes, imponiendo la responsabilidad a los culpables y localizando los cuerpos de los desaparecidos. Cabral cumplía cuidadosamente con el protocolo militar al hacer esta revelación pública. Esperó hasta haber renunciado del servicio activo para escribir la novela, hecho que lo liberaba de las obligaciones contractuales que prohibían a los soldados hacer declaraciones públicas. También evitó identificar a perpetradores específicos. En el prólogo, escribió que los individuos deberían 20
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reconocerse a sí mismos, pero que su intención no era crear ni héroes ni villanos, ni lanzar culpas, ni buscar castigo. Algunos de los personajes, sin embargo, quedaron apenas disfrazados. “Osvaldão”, por ejemplo, correspondía a Osvaldo Orlando da Costa, un reconocido guerrillero líder del PC do B. Cabral nombró a su personaje autobiográfico “João Pedro”, su alias personal, y usó el nombre verdadero de su amante en Araguaia, “Joaninha”. Disimuló con mayor cuidado a aquellos que denunciaba. Cabral, por ejemplo, transformó el alias del coronel Curió, “Luquini”, para nombrar a su similar ficticio “José Lucas Quintito Nicoline”21. Cabral consideraba que su opinión de la masacre era consistente con los valores militares: “Soy un hombre militar que ha sido entrenado para usar la violencia de una manera ordenada y bajo un marco digno. Pero allá en la guerra contra la guerrilla en Araguaia, fui testigo de acciones que caen completamente por fuera de esto [la estructura militar], como el asesinato de prisioneros”22. Describía como enervante el momento en que descubrió las ejecuciones de prisioneros por parte de la Policía del CIE: “Recuerdo que estaba tumbado en mi litera y que me sentí completamente confundido al respecto. No quería creerlo. Cuando lo pienso hoy, unos veinte años después, aún me estremezco. Los ojos se me llenan de lágrimas”. Cabral agregó: “Fue la misión más difícil de mi vida. Todo aquello me disgustaba, me dejaba trastornado, y me sentía impotente”23. El trauma aumentó cuando se vio implicado en la operación de limpieza. Relató el horror de aquella tarea ante la Comisión parlamentaria: “El olor era terrible. Al principio usamos máscaras de gas, pero era imposible mantenerlas puestas porque teníamos que permanecer en comunicación con el helicóptero todo el tiempo, y la máscara de gas impedía el contacto normal vía micrófono con la flota. Entonces intentamos usar pañuelos impregnados de colonia o desodorante y amarrarlos a la cara como bandidos, para poder soportar de alguna manera el terrible olor de aquella macabra carga que teníamos que transportar hasta las montañas de Andorinha”24. El trauma de la operación ocasionó un daño permanente a su psique, que describía a través de su personaje ficticio João Pedro: “Desde que esta maldita ‘Operación limpieza’ comenzó, no consigo comer nada. Carne, ni pensar. Tomo mil duchas, pero el olor permanece en mi nariz” (Cabral 21
“Romance da memória”, Veja, 13 de octubre de 1993, p. 27.
22
“Depoimento do Coronel Aviador Pedro Corrêa Cabral a Comissão de Direitos Humanos da Câmara Federal”. Movimento Tortura Nunca Mais, Pernambuco. http://www.torturanuncamais.org. br/mtnm_mil/mil_denuncias/depoimentoCoronelAviador.htm.
23
Gama, “O fim da guerra no fim do mundo”, p. 19.
24
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1993: 247). Salir de Araguaia no terminó con su pesadilla, que también recuenta por intermedio de su personaje de ficción. En respuesta al ofrecimiento por parte de su copiloto de encargarse del vuelo mientras él se recuperaba de una tristeza, João Pedro respondió: “No, no es necesario. Ya va a pasar. Es apenas un dolor… en el fondo del alma” (Cabral 1993: 251). Saliéndose de su personaje de ficción, Cabral concluyó el libro con las siguientes palabras: [Es] un dolor que vengo guardando, en el fondo de mi alma, por casi veinte años. Le dije a mi amigo Parise que se me iba a pasar, ¡pero no pasó! Quién sabe si ahora, al terminar de escribir este libro, pueda yo redimir, al menos en parte, el sufrimiento que albergué por tanto tiempo en mi castigado corazón. (Cabral 1993: 252)
De este modo, Cabral consideraba su novela confesional como terapéutica. Pero tenía sus limitaciones. Cabral no pudo recuperar ciertos recuerdos, una condición que atribuyó a la amnesia inducida por el trauma, o a una incapacidad para recordar aquello que le causaría daño. Cayó en la cuenta de este olvido protector cuando intentó encontrar vestigios de la Operación Limpieza en 1993. Así lo describió: “Salí de Río de Janeiro y tenía la certeza absoluta de hacia dónde dirigirme en las montañas de Andorinha. Pero, créanlo o no, cuando llegué a Xambioá, caí en un vacío mental. Creo que se trató de una defensa psicológica. No se cómo explicar lo que sucedió. No podía recordar el lugar en absoluto. Hice de todo. Sobrevolamos alrededor de las Andorinhas en helicóptero durante varias horas y no pude lograr recordar. Tenía un bloqueo mental. Imagino que aquel profundo trauma lo explica, pues aquella misión fue muy terrible. No le desearía ni a mi peor enemigo la responsabilidad de llevar a cabo una misión como la de la Operación Limpieza”25. Su recuperación personal también dependía de un deber moral con las víctimas de la masacre. Cabral expresó su solidaridad humana, no política, con los militantes y sus familias: “Cuando me refiero a aquellos jóvenes, no estoy asumiendo que todos fueran unos ángeles. Sé que muchos fueron allá muy bien entrenados con cursos en Cuba y China, etc. Pero otros eran muy ingenuos. La mayoría quería lo mejor para Brasil, aunque de una manera distinta a la nuestra”26. Su culpa o inocencia era irrelevante para Cabral. Para él una preocupación era la violación por parte de los militares de sus propios códigos de conducta y de la ley internacional. Los militares, afirmó, tenían el deber con las familias y con todos 25
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los brasileños de exponer la verdad sobre esta atrocidad, incluida la localización de los restos de los guerrilleros desaparecidos (Cabral 1993: 6). La conversión religiosa quizás haya desempeñado también un papel en la decisión de Cabral para arriesgarse a las represalias y hablar. En su testimonio ante el Parlamento en 2001 Cabral admitió haberse convertido en cristiano evangélico: “Hoy, como hombre de mayor edad y más maduro, comprendo que aquella gente hizo aquellos cosas porque no tenían, o aun no tienen, algo que yo tengo: a Dios en mi corazón. Porque asesinar fríamente a un ser humano, a alguien que está al lado de uno, va contra cualquier ley, pero, sobre todo, contra la ley de Dios. No me estoy refiriendo a las muertes que ocurren en un combate; entiendo, como hombre militar que soy, que eso es normal”27. Concluyó el testimonio con estas palabras: “Feliz es la nación cuyo Dios es Nuestro Señor. Si el dios de nuestra nación fuera realmente el Señor, omnisciente, omnipotente y omnipresente, ninguno de estos hechos hubiera ocurrido”28. Ante las preocupaciones por su propia seguridad, Cabral respondió: “Mi protección es Jesucristo”29. Pero terminó diciendo que no temía a las represalias: “Quiero decirles a todos que sinceramente no temo ningún daño, puesto que estoy llevando a cabo una labor para beneficiar a mi país”30. Cabral no escribió la novela para protegerse, sostuvo, sino más bien para llenar los vacíos en su memoria. No había tomado notas ni llevado un diario para documentar los hechos de forma precisa. Con la novela narraba la historia como la recordaba, reemplazando detalles olvidados o borrosos con otros inventados, combinando fragmentos del recuerdo de varios individuos en un personaje individual y fabricando otras escenas por completo. La historia era esencialmente verdadera, afirmó Cabral, así algunas de las escenas no lo fueran. La ficción, por otra parte, le permitió a Cabral expresar la verdad emocional detrás del relato: “Si hubiera escrito un testimonio periodístico habría corrido el riesgo de que resultara frío, estéril. Y si hubiera decidido escribir una autobiografía, se habría transformado en un libro tonto”. La novela tuvo el efecto esperado. Fue tomada seriamente en Brasil como un relato testimonial de la masacre de Araguaia. Un periodista le atribuyó su poder al hecho de a quién y a qué representaba Cabral: “Quien cuenta esta historia siniestra no es un comunista, predispuesto a atacar a las Fuerzas Armadas. Él es un coronel de Aeronáutica, Pedro Corrêa Cabral. Y tampoco cuenta historias 27
Ibid.
28
Ibid.
29
Ibid.
30
Ibid.
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que escuchó a otros decir. Cabral estuvo en Araguaia, era piloto de helicóptero. Él mismo transportó los cadáveres y los vio arder; sintió el olor acre de la carne humana incinerada”31. El Parlamento brasileño consideró la nueva evidencia proporcionada por la novela confesional de Cabral como suficientemente seria para abrir una investigación en Araguaia. Los opositores del régimen militar en la Comisión elogiaron a Cabral por exponer la verdad sobre el pasado. Haroldo Lima (PC do B-BA), por ejemplo, opinó: “Los militares le deben una explicación al partido [PC do B] y a los familiares de los muertos. Quizás sea el momento de confesar todo respecto a las historia de Araguaia […] La muerte de nuestros camaradas en combate es otra cosa. Lo que no podemos perdonar es el hecho de que los camaradas hayan sido sacados de prisión con vida y después aniquilados”32. El diputado Orlando Fantazzini (PT-SP) declaró: “Ya no es aceptable vivir con la versión oficial de la guerra contra la guerrilla en Araguaia que acusa a la izquierda de distorsionar los hechos. Recuperar la verdad es fundamental y extremadamente importante. Debemos intentar convertir esta verdad en parte de nuestra reciente historia nacional para que las futuras generaciones lo sepan y nunca permitan que lo que sucedió en el pasado vuelva a ocurrir”33. Pero no todos los miembros de la Comisión compartieron la interpretación que hizo Cabral de estos hechos. Algunos sentían que Cabral había liberado con demasiada facilidad al régimen y a las Fuerzas Armadas convirtiendo al CIE en el chivo expiatorio. El diputado Aldo Arantes (PC do B-GO) alabó, por un lado, la “valentía” de Cabral al hablar y “aclarar los hechos, de tal forma que la sociedad brasileña pudiera enterarse al respecto y sobreponerse a la negativa y grave historia política de Brasil”; por otro lado, Arantes cuestionó si la responsabilidad de la atrocidad descansaba sólo en un líder y una unidad: “En este caso no estamos discutiendo sobre un individuo. Estamos discutiendo sobre la responsabilidad del Gobierno brasileño. Ésta no es una responsabilidad de la gente, de individuos”34. Cabral coincidió en que el silencio y la ocultación frente a los hechos de Araguaia formaban parte de una política institucional y no de una decisión individual: “La Operación Limpieza tenía como objetivo limpiar, como lo indica su nombre, el área de cualquier remanente, o de cualquier prueba de existencia de una guerra contra los guerrilleros. Ocultar los aviones y ocultar a la gente que combatió tenía 31
Gama, “O fim da guerra no fim do mundo”, p. 16.
32
“Coronel falará de guerrilha na Câmara”, Jornal do Brasil, 11 de octubre de 1993, p. 2.
33
“Depoimento do Coronel Aviador Pedro Corrêa Cabral”.
34
Ibid.
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un objetivo: no admitir nunca nacional ni internacionalmente que hubiera existido una situación de guerrilla en el país”35. Cabral, aun así, insistió en que la división de inteligencia tenía la responsabilidad completa por la política de exterminio. Por esta razón, se puso a la defensiva cuando la diputada Socorro Gomes (PC do B-PA) comentó: “No puedo escuchar todo esto sin evitar decir, una vez más, que resulta vergonzoso que las Fuerzas Armadas hayan hecho un uso sistemático de técnicas de tortura y no hayan sido capaces de proteger a aquellos que estaban bajo su cuidado”. Cabral respondió: Uno no puede, con la conciencia limpia, imputar estos crímenes al Ejército de Brasil ni a las Fuerzas Armadas de Brasil, la Armada y la Fuerza Aérea. Estos crímenes, como ya dije, fueron cometidos por esta notoria comunidad de inteligencia que también incluía a la defensa federal civil. La comunidad de inteligencia está conformada por gente en el Servicio Nacional de Inteligencia (SIN), el CIE –Centro de Información del Ejército–, y por otros organismos. Estos individuos, en un momento específico, consiguieron tanto poder que permanecieron separados, desconectados de las Fuerzas Armadas. Varios compañeros en la Armada, en el Ejército y en la Fuerza Aérea combatieron contra los guerrilleros, pero cumplieron con su misión como soldados y no se involucraron en estas cosas. El soldado que entraba en la selva en patrullaje estaba en combate, así como también el teniente que estaba al mando de la tropa. Los pilotos, como en mi caso y en el de los compañeros que estábamos piloteando helicópteros, estaban llevando a cabo una misión militar, que es algo muy diferente al papel que asumió esta comunidad de inteligencia: tomar la justicia por sus propias manos, torturar, asesinar. Debemos objetar esto. Resulta común escuchar la expresión: “Las Fuerzas Armadas hicieron esto y aquello”. ¡No! La mayor parte de las Fuerzas Armadas durante la dictadura militar permaneció en los cuarteles cumpliendo con sus misiones normales como lo hace hoy36.
Algunos miembros de la Comisión defendieron a la unidad de inteligencia de las acusaciones de Cabral. La diputada Nice Lobão (PFL-MA), por ejemplo, presentó una opinión distinta a la del coronel Curió, a quien se refirió como alguien “muy elocuente” y “muy inteligente”, y alguien que “atrapaba a la gente gracias a su manera de conversar”. Ella conocía gente que había trabajado con él que lo respetaba profundamente. Admitió que admiraba “a este hombre por las cosas buenas que se decían de él y por su manera de actuar […] Aprendí a admirar a este hombre por su valentía, por la seriedad en sus palabras y por sus actos […] era un ídolo para mí […] No deseo ser la admiradora de alguien que no lo merece”. Cabral defendió su posición: “No estoy aquí para acusar a nadie. Vine a narrar los hechos […] No estoy aquí para acusar al coronel Sebastião [Curió] de nada. Pero ¿se encontraba él en la situación que yo describo? Sí, 35
Ibid.
36
Ibid.
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lo estaba. No lo puedo negar. Es la verdad. Soy evangélico; no miento. Y Curió comandaba estas operaciones. Él salió en estas patrullas y exterminó a aquellos jóvenes”37. Las audiencias en el Parlamento recibieron reacciones diversas entre otros funcionarios del Gobierno. El diputado Roberto Valadão (PMDB-ES), vicepresidente de la Comisión por los Derechos Humanos de Brasil de la Orden de Abogados Brasileños, se refería a Cabral como “una fuente veraz”. El senador Jarbas Passarinho (PDS-PA), un fuerte defensor del régimen militar, coincidió con algunas de las afirmaciones de Cabral. Admitió que un “escuadrón de exterminio extraconstitucional”, “una fuerza semiparalela sin unidades independientes ni estructuras de mando”, habían operado entre los militares. “Estos grupos crecieron muchísimo”, declaró Passarinho. “No estoy diciendo como un gobierno paralelo, sino como una acción paralela […] una acción [i]ndependiente”. Y también estaba de acuerdo en que el grupo no contó con un apoyo entre los militares como un todo. El general Antonio Bandeira, dijo, representaba una posición convencional militar que rehusaba participar en la operación contrainsurgente, “precisamente porque se había determinado que ninguno de los guerrilleros debería salir con vida de la región”38. Pero Passarinho se quedó corto en condenar la operación. Planteaba la posibilidad de que las reglas de la guerra convencional quizás no aplicaban en las “campañas antisubversivas”: “La guerrilla, la guerra subversiva, es una guerra sucia. Y creo que termina siendo sucia en ambos lados. Porque es una guerra de terrorismo. Es una guerra sucia, una guerra inmunda. Entonces la Convención de Ginebra se va al diablo, desaparece”39. Passarinho parecía sugerir que los fines nobles –como derrotar a la subversión– justifican medios ilegítimos. 37
Ibid.
38
Jarbas Passarinho, citado en “O silêncio conspira contra os militares”, www.amazonpress.combr. Antônio Bandeira, aunque nunca fue mencionado por Cabral, y sufriendo de pérdida de memoria y una profunda depresión, habló por intermedio de su hija. Marcia Bandeira usó la atención que suscitó la confesión de Cabral en el caso de Araguaia para oponerse a la acusación de su padre como torturador hecha por parte de Brasil: Nunca mais. Su padre, afirmó, nunca había torturado, pero conocía a los oficiales de menor rango que lo habían hecho para “mostrar su lealtad”. Escribió: “En sus horas de lucidez mi padre sólo repite que no se avergüenza de nada de lo que hizo y que no tiene nada que ocultar”. Juliana De Mari y Vladimir Netto, “Uma história sem fim”, Veja, 15 de abril de 1998. Bandeira coincide con Passarinho en que su padre hacía parte de la “línea moderada” dentro de las Fuerzas Militares, con su amigo personal, el presidente Castello Branco: “O silêncio conspira contra os militares”. Bandeira, sin embargo, no rompe con los de la línea dura entre las Fuerzas Armadas, sino que sólo los considera como defensores de una visión diferente entre los militares.
39
Jarbas Passarinho, citado en “O silêncio conspira contra os militares”.
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Las palabras de Passarinho de alguna forma hacían eco a la respuesta de los militares frente a la revelación confesional de Cabral. La oficina del ministro de Defensa, general Zenildo de Lucena, por ejemplo, llamó a lo sucedido en Araguaia “una guerra irregular. Y como tal fue combatida. Combatida con eficiencia”40. El general Hugo Abreu sostuvo que la de Araguaia constituyó “una verdadera guerra de exterminio”, pero negó cualquier uso de la tortura. Aclaró con firmeza que nunca estuvo de acuerdo con la práctica de la tortura y que ésta nunca se usó bajo su comandancia y en ninguna de las unidades que dirigió41. Abreu contradecía así una afirmación atribuida a él por el diario Jornal do Brasil: “La tortura siempre es posible en una guerra como ésta”. La violencia surge cuando se combate a los subversivos, afirmó, “pero nunca la tortura”42. El general del Ejército Adalberto Bueno da Cruz, que estuvo involucrado en la masacre de Araguaia entre 1972 y 1974, declaró que el Ejército hizo lo correcto. Al derrotar al comunismo en la guerra contra la guerrilla, afirmó, el Ejército había demostrado que se encontraba veinte años delante de su tiempo, anticipando el colapso del comunismo en todo el mundo43. El general de la reserva Tasso Vilar de Aquino, por su parte, dijo: “Actuamos para mantener el orden público y la tranquilidad de las familias. No tenemos vergüenza del pasado. Los guerrilleros que cometieron crímenes también deben asumir [las responsabilidades por los mismos]”44. Sólo unos pocos compañeros de Cabral en las Fuerzas Armadas salieron en su defensa. Dos compañeros combatientes en Araguaia respaldaron la confesión de Cabral. Otro piloto confirmó la historia de Cabral, con testimonios y evidencias de registros de vuelos, ante la Comisión por los Derechos Humanos de la Orden de Abogados Brasileños (OAB) y la Comisión parlamentaria de 1993. Goiamérico Felício, un soldado en Araguaia, relató algunos detalles de las atrocidades cometidas, incluidos robo, agresión sexual y sadismo45. Cabral sentía que otros más compartían sus opiniones, pero que dudaban en hacer actos públicos de confesión y arrepentimiento: “Otros compañeros, desafortunadamente, y no 40
Ibid.
41
General Hugo Abreu, “Terceira campanha-a guerra suja”, www.desaparecidospoliticos.org.
42
“Hugo Abreu nega ter admitido torturas”, O Estado de São Paulo, 13 de septiembre de 1978, p. 15.
43
“O silêncio e a fala dos militares”.
44
Ibid.
45
Ibid. Los militares denunciaron a Napoleão, un seguidor de Cabral, como alguien perturbado mentalmente, un alcohólico, y supuestamente lo relacionaban con agentes disfrazados como enfermeras acompañantes. “Porões da ditadura (2); Internacão para evitar denúncias”, Diário Catarinense, 30 de julio de 1995, reimpreso en “O silêncio e a fala dos militares”.
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sé por qué razón, no quieren hablar sobre estos hechos. Uno de ellos es alguien a quien me referí antes, el coronel Takishita”46. La novela testimonial de Cabral quizás haya animado a otros oficiales militares presentes en Araguaia a realizar confesiones públicas. En 2004, el periodista Luiz Maklouf Carvalho publicó el testimonio del coronel Lício Augusto Ribeiro sobre su participación en la masacre de Araguaia. El testimonio confirmó algunos de los hechos descritos por Cabral y añadió detalles sobre las muertes de algunos militantes. Ribeiro, sin embargo, se refirió a Cabral como un “mentiroso”, sosteniendo que la Operación Limpieza nunca había sucedido (Carvalho 2004: 210)47. En su mayoría los militares reaccionaron al testimonio de Cabral con un característico silencio. El brigadier de las Fuerzas Armadas Carlos Baptista, por ejemplo, dijo: “No puedo entender a quién le interesa desprestigiar una institución que es la última instancia para mantener la paz y el orden”. Agregó que ya era hora de dejar el pasado atrás y construir un nuevo Brasil para el futuro48. El ministro de Defensa, general Zenildo de Lucena, repitió la misma opinión: “La guerrilla de Araguaia pertenece al pasado y el Ejército está mirando hacia adelante”49. El comandante de las Fuerzas Armadas Benedito Leonel hizo un llamado por un “manto de olvido”, para “no entorpecer el movimiento del proceso democrático” y proteger “a las personas que participaron en ese tipo de guerra”50. Expuesto por Cabral, el mayor Curió no contó con el lujo de permanecer en las sombras. Curió había sido miembro del CIE y más adelante pasó a ser diputado federal por el Partido Democrático Social, coronel en la reserva y el alcalde de Crionópolis (Pará). Basándose en el testimonio de Cabral sobre Curió, la Comisión de Derechos Humanos aceptó reabrir la investigación sobre su papel como jefe de una unidad de exterminio y de una operación de encubrimiento. El coronel Curió negó la versión de Cabral sobre el encubrimiento, aunque confesó de forma sorpresiva que una única fosa en Araguaia escondía veinte o treinta cuerpos. No reveló, sin embargo, la ubicación de la fosa51. “Sé que no tengo el derecho de lle46
“Depoimento do Coronel Aviador Pedro Corrêa Cabral”.
47
Otro oficial también redactó su narración testimonial sobre Araguaia después de la publicación de la novela de Cabral. Véase Aluísio Madruga de Moura e Souza, Guerrilha do Araguaia: revanchismo: a grande verdade, 2002.
48
Tânia Monteiro e João Domingos, “Crítica ao MP é elogiada pela Aeronáutica e pelo STM”, O Estado de São Paulo, 25 de agosto de 2001, http://www.estado.com.br/.
49
“O silêncio e a fala dos militares”.
50
Ibid.
51
O misterio da serra”, Veja, 13 de octubre de 1993, p. 22.
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varme a la tumba la verdad de lo que he tenido que vivir”, dijo. “Pero sólo voy a revelar esa verdad en mis memorias”52. Los habitantes de la región guardaban opiniones contradictorias sobre los “hechos” de Cabral. En el caso de la Operación Limpieza, por ejemplo, un antiguo enterrador, Osvaldo Rodrigues, afirmó: “Yo vivo al frente del cementerio de Xiombá y nunca vi a los militares envueltos en actividades nocturnas allá. Si se hubieran abierto algunas tumbas, lo habría podido descubrir al día siguiente”. Otro residente, Manuel Leal Lima (Vanu), que había sido uno de los guías principales del Ejército en el área, afirmó que “si el Ejército en realidad desenterró esos cuerpos ¿por qué aún hoy exigen silencio por parte de todo el mundo?”53. Por otro lado, después de la confesión de Cabral, más habitantes ofrecieron ser testigos y dar sus versiones personales de la masacre54. Angelo Lopes, encarcelado durante noventa días en una celda diminuta, declaró: “Todo el mundo sufrió sin merecerlo. Le hicieron daño a mucha gente”. Joana Almeida, encarcelada por cincuenta y dos días, dijo: “Solía gritar de terror. A las seis de la tarde todo el mundo cerraba las puertas y nadie salía a la calle. Ellos [el Ejército] escogían gente, se la llevaban, los amarraban y los golpeaban hasta que quedaban negros y azules”55. La apertura del debate sobre el pasado por intermedio de la novela confesional de Cabral afectó profundamente a las familias de los militantes desparecidos. No todos los familiares estuvieron de acuerdo con la versión de Cabral. Algunas veces Cabral sentía que objetaban los temas insignificantes. La relación ficticia creada por Cabral, por ejemplo, entre un infiltrado y un guerrillero indignó a algunos miembros de la familia: “Es verdad que los centros de inteligencia infiltraron personal en la región de Araguaia durante la fase de preparación de la tercera campaña [contrainsurgente], pero no hay noticias de que alguno de éstos haya conseguido quebrar la vigilancia del PC do B y se hayan incorporado a ellos”56. Estaba en juego un asunto de orgullo. Algunas veces Cabral consideraba injustos los cargos en contra suya por parte de las familias. Sentía que las familias veían 52
Larry Rohter, “A Man of Many Names but One Legacy in the Amazon”, New York Times, 11 de septiembre de 2004, p. A4.
53
Amaury Ribeiro Jr., “Exguia mostra onde os corpos foram enterrados”, “De Xiombá a Marabá, o Romeiro dos cemetérios” y “Moradores contam prisão e a morte de gerrilheiros”, O Globo, 2 de mayo de 1996, pp. 8-10, reimpresión en “A ocultacão dos mortos”.
54
Eumano Silva, “Guerrilha do Araguaia: 30 anos”, publicado en Correio Brazilense, reimpresión en www.vermelho.org.br.
55
Zaghetto, “Guerrilha ainda tortura lembranças”.
56
“Romance da memória”, p. 27.
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sus vacíos de memoria como insinceros: “Incluso insinuaron que yo estaba creando una cortina de humo, para que así nadie descubriera lo que había sucedido realmente en Araguaia. Repito: es una vergonzosa mentira”. Dejando a un lado las objeciones, la comunidad de los sobrevivientes se benefició del catalizador que la novela de Cabral proporcionó para la memoria y el debate. Ellos por sí solos no habían conseguido llamar la atención sobre este tema. Una expedición que salió hacia Araguaia en octubre de 1980 con la intención de encontrar evidencias escasamente recibió cubrimiento por parte de los medios. Los esfuerzos de los sobrevivientes para adquirir nueva información compartiendo fotografías, describiendo a sus familiares y rogando por nuevos detalles habían fracasado. Circulaban rumores de que la Policía había llegado al pueblo antes de la expedición para advertir a la gente sobre cualquier revelación. Pero la intimidación pasada quizás haya sido suficiente para asegurar el silencio de los pobladores. Los otros objetivos de las familias –“eliminar el estigma negativo creado por las Fuerzas Armadas con respecto a estos brasileños valientes y patrióticos” y “denunciar ante la nación y el mundo las monstruosas atrocidades, que sobrepasaban incluso las de Hitler”– también fracasaron57. Las familias no recibieron suficiente cubrimiento periodístico para difundir su mensaje. Las familias también buscaron recursos legales, sin éxito. Luiz Eduardo Greenhalgh representó a las familias en una demanda que exigía la investigación gubernamental sobre las circunstancias de las muertes y la localización de los cuerpos. Greenhalgh planteó cinco preguntas básicas: ¿quiénes fueron los prisioneros que los militares llevaron a la región? ¿Qué sucedió con ellos? ¿Cuáles guerrilleros fueron abatidos en combates? ¿Cuáles documentos existieron para confirmar sus muertes? Y ¿dónde estaban sus cuerpos? En 1985 se instaló un proceso de la Corte federal sólo después de haber empezado a recibir testimonios relacionados con las desapariciones en Araguaia. Las familias iniciaron acciones judiciales adicionales para contrarrestar la declaración de que la Ley de Amnistía impedía su derecho a la información. Obstaculizados por la falta de acción de las cortes civiles locales, los familiares de las víctimas y la comunidad por los Derechos Humanos llevaron el caso a la Comisión Interamericana en 1995. El Ejecutivo nombró una Comisión especial en 2001 para llevar a cabo una investigación. A la fecha, la Comisión especial, la Comisión Interamericana y las Naciones Unidas han acordado que los militares brasileños deben revelar los documentos relacionados con Araguaia, sin ningún resultado. 57
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“Relatório: Caravana dos familiares dos mortos e desaparecidos na guerrilha do Araguaia”.
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El testimonio de Cabral ofreció a las familias una oportunidad para reactivar la lucha por la verdad y la justicia en la masacre de Araguaia58. Cabral mostró a las víctimas como una pequeña banda inofensiva de estudiantes y jóvenes profesionales reunidos en una remota región del país con armas anticuadas, comida inapropiada, profundas amistades entre la comunidad y un deseo de crear un futuro más humanitario para todos los brasileños59. Por lo tanto, los sobrevivientes explotaron su testimonio de ficción y le preguntaron sobre detalles, que incluyeron en la base de datos de su página web. Cabral sólo pudo ayudarlos con siete de los sesenta estimados desaparecidos en Araguaia. Ni las fotografías ni las descripciones verbales desencadenaron nuevos recuerdos en Cabral. No pudo confirmar detalles sencillos, como si la mujer embarazada con la que se encontró era Jana Moroni Barroso o Dinalva Oliveira Teixeira. Cabral identificó sesenta y cinco perpetradores, pero sólo conocía sus alias y sólo unos pocos nombres reales. Ni Cabral, ni los pobladores, como tampoco las comisiones de investigación, ayudaron a las familias a descubrir la verdad sobre sus hijos. Como lo afirmó uno de los miembros de las familias: “Recogimos testimonios dolorosos [de los residentes de la región] de las atrocidades cometidas allí. Pero yo no pude encontrar ninguna prueba de que mi hijo estuviera muerto. Ellos dijeron que había desaparecido; nadie sabe nada de él. Sabemos que muchos fueron asesinados. Pero nadie nos dirá dónde están enterrados nuestros hijos. Ellos ni siquiera confirman si están muertos”60. Hasta la Ley de los Desaparecidos de 1995, las familias de los desaparecidos en Araguaia no pudieron recibir ninguna indemnización por parte del Gobierno, ninguna confirmación de las muertes, ninguno de los certificados requeridos por los procesos burocráticos, ni las revelaciones que necesitaban para los rituales de entierro y duelo (Mezarobba 2006: 65-106)61. Criméia Almeida narró el impacto del silencio sobre la vida de su hijo: Estaba detenida y el general Bandeira de Melo me dijo que si André estaba muerto me lo confirmaría. Pero no lo hizo así. Entonces, mi hijo, que nació en prisión, no tuvo un padre. Hoy tiene 15 años y aún seguimos luchando por normalizar su situación.
58
Tânia Monteiro: “Exército apura denúncias sobre ação no Araguaia”. O Estado de São Paulo, 3 de agosto de 2001, http://www.estado.com.br/.
59
Paulinho Fonteles identifica la orientación de la célula del PC do B en Araguaia como parte de una lucha contra la dictadura y no como un esfuerzo por imponer la revolución socialista en el país.
60
“Tortura en julgamento”, Afinal, 21 de mayo de 1985.
61
La Ley de Inmunidad (No. 9.140) entregó entre $100.000 y $150.000 a las familias de los combatientes guerrilleros desaparecidos una vez el Gobierno reconoció oficialmente sus muertes. Debido al éxito en encontrar los cuerpos y las posibilidades de localizar más en distintos lugares, la ley tuvo que extenderse. Véase “Comissão estende prazo para familias de desaparecidos”. O Estado de São Paulo, 14 de mayo de 1996, http://www.estado.com.br/.
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Esto es algo realmente difícil. Justo al iniciar el proceso encontré problemas, dado que yo no estaba legalmente casada con André. Una alternativa habría sido pedir un certificado de “presunta muerte”. Pero eso habría significado que nosotros, y aquellos que lo asesinaron, tendríamos que declararlo muerto. Yo no voy a hacerlo […] Vi fotos de gente decapitada. Eso no era sólo para intimidarnos, eso demostraba que ellos [los militares] podían identificarlos [a los desparecidos]. Así que cuando dicen que los mataron y los enterraron sin saber quiénes eran, no están diciendo la verdad62.
La justicia también parece ser una posibilidad remota a pesar del progresivo impulso que inició la novela de Cabral. Como dice Cecília Coimbra del Grupo Tortura Nunca Mais: “Nunca nadie fue castigado en este país. Eso ha generado la cultura actual de impunidad”63. Agregó: “El exterminio y el genocidio caminan de la mano en la impunidad. Nunca nadie ha sido castigado. Así como los torturadores que asesinaron y escondieron los cuerpos en los sesenta y los setenta nunca fueron castigados, los asesinos de hoy también quedan sin castigo” (Coimbra 1996: 90)64. Muy pocos esperan justicia en el caso de Araguaia. Expresando la frustración ante la falta de seriedad, uno de los pobladores se quejó: “No va a pasar nada. No es que lo piense; lo sé. En Brasil todo termina en una pizza”65. Las familias y las organizaciones por los Derechos Humanos que las representaban han persistido en crear proyectos públicos por la memoria para discutir sobre el pasado. Identificaron el 12 de abril como el aniversario de la masacre de Araguaia y celebran actos conmemorativos durante ese día en la Praça Tiradentes en Río de Janeiro. Documentan todo lo posible sobre este caso y mantienen los hechos a la luz pública. Han presionado al Ministerio de Educación para reescribir los textos escolares de historia, a fin de reconocer los guerrilleros de Araguaia y las atrocidades cometidas contra ellos. Miembros de las familias y organizaciones no gubernamentales que colaboran con las familias también están elaborando un archivo, que incluye documentos y escritos preparados por los guerrilleros y testimonios orales sobre ellos por aquellos que aún viven en la región66. Algunos sobrevivientes y miembros de las familias de las víctimas han intentado levantar un monumento y un museo en Xiombá casi treinta años después de la masacre. Cuando el mayor Wilmar Leite Jr. aprobó la creación de un monumento conmemorativo, afirmó: “La población perdió el miedo y comprende la importancia de la 62
“Um arma contra as forcas ocultas”, Jornal da Tarde, 12 de septiembre de 1988.
63
Cecília Coimbra, en “Brazil 1995: Goverment to Pay Compensation to Families of Victims of the Repression Suffered During Dictatorship”, Notisur, 29 de septiembre de1995, http://ssdc.ucsd.edu.
64
Hamber, “Living with the Legacy of Impunity”, pp. 4-16.
65
. C. S., citado en Zaghetto, “Guerrilha ainda tortura lembrancas”.
66
Claudio Renato, “Famílias querem que escola lembre guerrilha”, O Estado de São Paulo, 14 de julio de 1996, http://www.estado.com.br/.
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guerrilla para la historia y el turismo de la región”. Entre los planes para el museo se incluyeron objetos relacionados con la guerra de guerrillas, una biblioteca y un salón de exhibiciones, así como un mausoleo para enterrar a los que murieron en la masacre. Como escribió un periodista: “Víctima de torturas y desapariciones, la propia población [de la región] tiene interés en mostrar al resto del país lo que fue obligada a esconder hasta hoy”67. La búsqueda de los cadáveres y documentos continúa, ofreciendo la única posibilidad de una justicia retributiva o restauradora. Las excavaciones en el cementerio de Xiombá comenzadas en 1991 no produjeron ningún resultado. Después de la publicación de la novela de Cabral, en 1996, la Comisión de los Activistas Políticos Desaparecidos del Ministerio de Justicia se involucró en la búsqueda y trabajó estrechamente con Cabral y con el cuerpo de antropólogos forenses argentinos68. En 2001 el Gobierno patrocinó una búsqueda oficial. Días de vuelos en helicópteros alrededor de las montañas Andorinha no consiguieron ayudarle a Cabral a identificar el lugar donde los cuerpos habían sido quemados, y el cuerpo de antropólogos tampoco pudo descubrir ni dentaduras ni fragmentos de huesos para los análisis forenses. Informes del uso de napalm en la región sugerían el encubrimiento de otro encubrimiento (la Operación Limpieza). Finalmente, alguna evidencia salió a la superficie en 2001, cuando un enterrador admitió que había recibido la orden por parte de los militares de enterrar los cuerpos de dos guerrilleros. El equipo de excavación encontró tres cuerpos en los lugares señalados por el hombre y se pudo identificar sin lugar a dudas que uno de los cadáveres era el de la militante del PC do B Maria Lucia Petit da Silva. El cadáver mostraba evidencias de tortura y ejecución, consecuentes con el testimonio de Cabral. Los otros dos cadáveres se habían deteriorado tanto que quedaron sin identificar. Los huesos encontrados por una pareja en 1996, y que se cree pertenecieron a militantes, también quedaron sin identificación. La novela confesional de Cabral desgastó el silencio que rodeaba la masacre de Araguaia. Catalizó el debate. De esta forma, casi todo lo que saben los brasileños por parte de los perpetradores sobre la violencia de Estado dictatorial viene de la ficción69. 67
Silva, “Guerrilha do Araguaia: 30 anos”.
68
La movilización y la presión contra el Gobierno brasileño también se dio más allá de las fronteras del país. En 1995 James Cavallaro, de Human Rights Watch/Americas, presentó un caso contra el Gobierno brasileño en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por no haber investigado las muertes de sesenta y dos guerrilleros en Araguaia. “Governo brasileiro será julgado sobre guerrilha”, O Estado de São Paulo, 11 de diciembre de 1995, http://www.estado.com.br/; “Comissião procura ajuda em Marabá”, O Estado de São Paulo, 3 de julio de 1996, http://www.estado.com.br/.
69
Carlos Mendes, “Quintao deve falar sobre caso Araguaia”, O Estado de São Paulo, 25 de mayo de 2001, http://www.estado.com.br/.
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Perspectivas comparativas entre ficción y mentiras “Cualquier cosa procesada por la memoria es ficción”, aseguró Wright Morris70. Las confesiones, bajo esta perspectiva, nunca son la verdad, sino una verdad dicha desde el punto estratégico de un individuo en particular y sus objetivos personales y políticos. Las confesiones inventan, reubican, toman prestado, reorganizan y omiten detalles para hacer que el pasado resulte comprensible desde un contexto particular. Cabral sintió que la ficción le permitía contar la historia de una manera más completa, de tal forma que sus lectores pudieran experimentar el hecho y su impacto en los individuos y la nación. Las confesiones son ficciones –algunas veces, incluso, mentiras– que ofrecen una particular interpretación del pasado. “Mentir era un rasgo que tenían en común”. Cabral presentó un testimonio de ficción para confesar su pasado. Pero los perpetradores elaboran testimonios ficticios, ofrecidos como un hecho real, por diversas razones. Graciela Fernández Meijide, al discutir sobre los esfuerzos para extraer confesiones de los perpetradores para el informe de la Comisión Nacional de Desaparecidos (CONADEP) durante 1981-1984, en Argentina, describe una personalidad criminal que busca venganza, atención y dinero simplemente inventando historias sobre el pasado: “Mentir era un rasgo que tenían en común […] también la necesidad de ser el centro de atención y tomar venganza de la institución que sentían los había traicionado. Todos estos hombres estaban virtualmente separados de sus cuerpos militares. De hecho, la mayoría estaba en prisión por haber robado más de la “porción de pago” del botín de guerra. Estaban tan ansiosos de vender un testimonio (como intercambio por la inmunidad ante un proceso o una rebaja de pena) que se reunían en las celdas para hacer coincidir las historias, tomando un elemento de la experiencia de alguno, uno que otro detalle de alguien más. Ponía los pelos de punta. Eran profunda y esencialmente criminales” (Feitlowitz 1998: 208-9). La tentación de contar una historia buena y convincente conduce a las mentiras confesionales, como parece ser el caso del perpetrador de la Policía sudafricana del apartheid Joe Mamasela, reconocido por sus vívidas descripciones sobre la violencia pasada. Todo lo referente al pasado de Mamasela parece cuestionable. Afirmaba ser miembro de la famosa “Clase del 76” en el colegio Morris Isaacson y de haber estado involucrado en el movimiento estudiantil sudafricano y en el 70
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Wright Morris, conferencia en la Universidad de Princeton, 2 de diciembre de 1971, citado en Paul Fussell, The Great War and Modern Memory de 1975; reimpreso en John Gregory Dunne, “A Farewell to Arms”, New York Review of Books,13 de junio de 2002, p. 4.
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levantamiento de Soweto contra la educación Bantu y el afrikáans como el medio obligatorio de educación. Había, por lo tanto, abandonado el país para unirse al CNA en el exilio en Botsuana, regresando a Sudáfrica para movilizar y organizar células estudiantiles alrededor de Johannesburgo. Dada su reputación, afirmó, la Policía se había deleitado con su arresto en la casa de un camarada en 1979: “La Policía me preguntó quién era, y cuando contesté que Joe Mamasela, se podía ver la excitación marcada en sus rostros” (Pauw 1997: 172). La Policía lo torturó y lo “convirtió” en su colaborador, en un askari, que trabajó para ellos hasta el final de la era del apartheid. Como afirmó Mamasela: “No había manera de que pudiera resistir más, no dejaron en mi mente ninguna duda de que pueden, de que lo harán y que están ansiosos por matarme. Así que dije: no, les ayudaré, ¿qué es lo que quieren?” (Pauw 1997: 173). Mamasela trabajó para dos infames jefes de los escuadrones de la muerte del Vlakplaas (Dirk Coetzee y Eugene de Kock), y, más tarde, para el escuadrón de la muerte Rama Norte de Seguridad Transvaal, bajo el comando del brigadier Jack Cronje. Contribuyó con la Policía del apartheid en el asesinato de cuarenta activistas anti-apartheid y en los atentados con gasolina en las casas de 350. A pesar del uso de las coloridas descripciones de Mamasela sobre la era del apartheid en su documental Prime Evil (Mal primordial), el periodista Jack Pauw dudaba de la versión de Mamasela sobre el pasado. Dudaba de la vinculación de Mamasela con el CNA, de su perfil en la Policía como combatiente del CNA e, incluso, de su tortura y “conversión”. Pauw discutía que Mamasela había inventado el pasado por razones instrumentales: “En un esfuerzo por evitar una prolongada sentencia en la prisión por robo, Mamasela pudo haber dicho a sus interrogadores que era miembro del CNA y que podía cooperar con la Policía” (Pauw 1997: 172). El Vlakplaas Dirk Coetzee estaba de acuerdo en que Mamasela había inventado su pasado en el CNA: “Mamasela odiaba el CNA tanto como nosotros. Estaba comprometido en su propia guerra contra ellos” (Pauw 1997: 171). Mamasela no ocultaba el odio contra el CNA. Una conversación que sostuvo con su hijo, Lerato, confirmó que fue la venganza lo que motivó su traición al CNA. ¿Qué era lo que hacía tu papá? Él [Mamasela] preguntó.
Eras policía, contestó su hijo. ¿Qué clase de policía? ¿Cómo los que ves en la calle? Estabas en el Vlakplaas. ¿Y qué hacía allí?
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Matabas gente. ¿Qué clase de gente? Gente inocente. ¿Y por qué tu papá hacía eso? Porque el CNA mató a tu hermano71.
Una vez Mamasela empezó a trabajar para la fuerza de Policía del apartheid, sus habilidades para el engaño probaron ser útiles. Su capacidad para infiltrarse y encubrirse lo convirtió en un activo invaluable. Mamasela se hizo pasar por “Bra Solly” y “Mike” para infiltrar las comunidades negras, convenciendo a jóvenes de que lo siguieran hacia el exilio para el entrenamiento militar en el Ejército del CNA. Bajo estos papeles, Mamasela envió a jóvenes negros entre los 15 y 20 años de edad a la muerte en emboscadas perpetradas por la Policía o con trampas de granadas (Pauw 1997: 177). Mamasela también encubrió asesinatos hechos por la Policía de enemigos del apartheid haciendo uso de una exagerada y primitiva brutalidad que alimentaba las nociones racistas de la violencia criminal o política de “negro contra negro”. Mamasela hizo ver el ataque al abogado de los derechos civiles Griffiths Mxenge, por ejemplo, como un crimen común al apuñalarlo varias veces y robarle sus pertenencias. La Policía recompensó generosamente a Mamasela por sus engaños. Como cuenta uno de sus jefes en el apartheid: “Mamasela siempre usaba los trajes más costosos. Me decía: ‘Yo me veo como el hombre blanco, tú te ves como el kaffir [término peyorativo para los negros]. Con frecuencia yo tenía que presentar reclamaciones falsas para mantenerlo feliz” (Paul van Vuuren, citado en Pauw 1997: 176). Al final de la era del apartheid, el Vlakplaas le pagó a Mamasela para que mintiera en la investigación de la Comisión Harms sobre las actividades del escuadrón de la muerte. Según afirmó su jefe en el Vlakplaas, Eugene de Kock: “Recibió sumas de R18.000, R23.000, R27.000, recibió un auto permanente, teníamos que pagar los gastos de los colegios privados de sus hijos e instalar seguridad adicional en su casa”, incluidos luces de seguridad, una entrada pavimentada, dos perros y comida para perros (Pauw 1997: 179). Después de terminar el apartheid, Mamasela buscó al postor que ofreciera el mayor precio para comprar su historia. “La primera vez que me encontré con Mamasela”, escribió Pauw, “hablaba de dinero. Hablaba de vender su historia incluso por mucho más a un medio extranjero y de hacer dinero escribiendo un libro” (Pauw 1997: 179). 71
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Mario Kaiser, “Man in a Pink House…with Blood in His Hands”, Sunday Argus, 4-5 de abril de 1998.
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Ese libro aún no se ha materializado, pero Mamasela sí intercambió su historia por dinero y protección del nuevo cuerpo judicial de Sudáfrica. Se convirtió en testigo de Estado para la oficina del fiscal general de Transvaal y recibió protección bajo el programa de protección a testigos. Se quejaba amargamente de que sus servicios para el Estado pos-apartheid no alcanzaban lo que había ganado en la Policía del apartheid. Como él mismo dijo: “Cada mes [durante la era del apartheid] ganaba entre R30.000 y R40.000; ahora recibo unos escasos cinco o seis mil al mes [de la fiscalía general de Transvaal]. ¿Llaman ustedes a eso un beneficio económico?” (Pauw 1997: 179-80). La oficina de la Fiscalía, sin embargo, retiró a Mamasela como testigo de Estado cuando exigió de forma repetida fondos para el colegio de sus hijos y para la seguridad de su casa. Su testimonio, por otra parte, se volvió inservible cuando los demandantes no pudieron separar la verdad de la ficción72. La manera como se presentan los perpetradores quizás les sirva para convencer al público de que no están mintiendo. Los antecedentes tanto de Mamasela como de Cabral hacían plausibles sus historias. Los dos señalaron sus experiencias religiosas para confirmar aún más su sinceridad. Cabral dijo: “Soy evangélico; no miento”73. Ante un periodista escéptico Mamasela relató el poder y el significado que tuvieron su bautismo y renacimiento en una iglesia carismática: “Un hombre a quien le gusta citar de la Biblia, ‘La verdad te hará libre’, dijo que había una cosa adicional que estaba determinado a hacer. ‘Espero salir de esto algún día’, dijo Mamasela señalando el arma en su canto. ‘Deseo convertirme en pastor y servir a mi comunidad. Uno nunca conoce la esencia de la verdad hasta que no ha vivido una mentira. Y yo he vivido una mentira durante 15 años’”74. Cabral y Mamasela parecían estar diciendo la verdad. Pero uno dijo la verdad por medio de la ficción y el otro narró la ficción como verdad. ¿Cómo puede uno notar la diferencia? “Había perdido completamente los estribos y estaba totalmente fuera de control”. Dada la típica ausencia de evidencia material de la violencia de Estado dictatorial, las mentiras y ficciones de los perpetradores sobre sus pasados a menudo quedan sin verificar. Ciertas estructuras narrativas hacen que las mentiras y ficciones de los perpetradores parezcan más precisas que la misma verdad. Los perpetradores tienden a embellecer sus historias con detalles vívidos, incluso sensacionales, que 72
En contraste con la opinión de Mamasela, uno de los miembros clave de la National Prosecuting Authority expresó: “Nunca diría que no era digno de confianza”, alegando por el contrario que Mamasela se metió en problemas por hablar demasiado en lugar de simplemente, proporcionar sólo evidencias y nada más. Entrevista de la autora, 17 de mayo de 2002, Pretoria, Sudáfrica.
73
“Depoimento do Coronel Aviador Pedro Corrêa Cabral”.
74
Kaiser, “Man in a Pink House…with Blood in His Hands”.
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hacen que una historia parezca real, incluso cuando no lo es. Uno quizás podría explicar el éxito del periodista y notorio plagiador Stephen Glass en engañar a todos sus colegas, incluidos quienes confirmaban los hechos en el diario New Republic, por la descarada precisión de sus historias inventadas, que hacía pasar como hechos reales75. La verbosidad, los detalles espectaculares, el drama y el color hicieron que los relatos de Mamasela se sintieran como reales. Los detalles que proporcionó, por ejemplo, sobre el asesinato de tres líderes anti-apartheid, conocidos como los Port Rlizabeth Black Consciousness Tree (PEBCO 3), parecían demasiado horribles para que hubieran sido inventados: “Durante el asalto a Champion Galela, sucedió algo brutal porque el suboficial [Gert] Beeslaar extrajo los testículos de Champion Galela. Los apretó muy duro hasta que se volvieron del tamaño de… uh… bolas de golf. Y entonces con su mano… mano derecha, los golpeó fuertemente, muy duro. Vi… vi cómo al hombre le cambiaba el color del rostro, volviéndose pálido y azuloso, y de los genitales saltó un líquido amarillento”76. ¿Quién podría inventar esos detalles? Mamasela debió de haberlos presenciado, pensaría uno. Pero en cuanto a su participación en el asesinato, Mamasela mantenía las palabras al mínimo: “Mi trabajo era asfixiarlos, estrangularlos. Sólo mantenerlos en silencio” (Pauw 1997: 178). De la misma forma, su papel personal en el asesinato del abogado por los derechos civiles Griffiths Mxenge palidece en comparación con el de sus colegas en el testimonio gráfico y dramático que ofrece del suceso: Nofemela y Tshikalanga empezaron a apuñalarlo […] él estaba tratando de ponerse de pie. Él [Mxenge] tenía un puñal, un largo puñal en el pecho, pero se lo sacó. Atacó a Nofemela con el puñal, quien tuvo que echar a correr para salvar la vida. Agarré el puñal de bolsillo de Tshikalanga y perseguí al difunto. Arremetí varias veces, tratando de apuñalarlo en la espalda. Cayó al piso y el puñal cayó a su lado. Nofemela recuperó el puñal y, mientras luchaba con él, sentí que se debilitaba. Sentí una especie de líquido caliente bajando por mis manos, mis brazos, y cuando me vi las manos descubrí que era sangre, y entonces me asusté y vi a Nofemela cortarle el cuello con el cuchillo largo. Nofemela corrió hasta el bakkie77, donde agarró la cruceta. Había perdido completamente los estribos y estaba totalmente fuera de control mientras golpeaba al muerto. (Pauw 1997: 174)
75
En una muestra de representación sobre la verdad, Laurie Beth Clark les pide a los presentes que narren una historia verdadera sobre ella en sus propias palabras. Al hacerlo, cada uno adorna la historia con elementos de su pasado individual o con detalles inventados, haciendo un relato de ellos y no de ella. Laurie Beth Clark, “Yahrzeit”, representación presentada en la conferencia anual de la Association for Theatre in Higher Education, Chicago, Illinois, agosto 2-5 de 2001.
76
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 4 (Portraits of Truth), grabación 3 (“This Devil’s Belly”).
77
Camioneta pequeña. (Nota del traductor)
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Los testimonios de ficción y las mentiras, al tiempo que proporcionan detalles gráficos sobre el evento mismo, a menudo minimizan la responsabilidad de los individuos en esos mismos hechos. En efecto, los detalles surgen de su papel como testigos, más que de protagonistas de los hechos. Cabral, por ejemplo, revelaba detalles dramáticos de la masacre de Araguaia, pero en cuanto a su papel simplemente dijo: “Yo era sólo un piloto”. Así como minimizan su papel, los perpetradores a menudo usan confesiones de ficción y mentiras para expresar su arrepentimiento por lo que hicieron o por lo que se vieron forzados a hacer. Cabral estaba consumido por el remordimiento. Mamasela pidió perdón a sus víctimas: “Soy el único policía en todo el país que posee un dossier que tiene incluso fotografías de sus víctimas, porque estas cosas me estaban atormentando, que yo soliera asesinar a mi propia gente. Siento compasión por las víctimas inocentes. Fui arrastrado por esa compasión”78. En diálogo con las viudas de los PEBCO 3, afirmó: “Lo voy a decir desde el fondo de mi corazón: ésta es para mí una gloriosa oportunidad para decirles muchas gracias por la mínima comprensión. Para mí ésta es una experiencia catártica y desearía extender mis disculpas a todos porque veo en todas y cada una de las personas negras una víctima”79. Pero aquellos que pasaron tiempo con Mamasela dudaron de su sinceridad, como Pauw, quien comentó: “He escuchado a Mamasela hablar con alegría y ninguna pizca de remordimiento de la gente que ha asesinado, pero cada vez que está en público dice: ‘Ningún ser humano que se respete puede sentirse feliz de matar así sea a una sola persona, entonces si uno habla de 30, ya pueden saber cómo me siento. Es terrible. Es un acto maldito. Es algo que uno no se puede perdonar a uno mismo por haberlo hecho. Pero bajo aquellas circunstancias uno no podía hacer nada’” (Pauw 1997: 171). Y Pauw escribió: “He pasado muchas horas con Joe Mamasela y nunca he detectado una pizca de remordimiento por nada de lo que ha hecho. Habló de formas de hacer dinero y hablaba de los del CNA como ‘estúpidos kaffirs’ que no tenían ni un maldito chance de agarrarlo” (Pauw 1997: 180)80. Incluso sus remordimientos, nos dicen estos observadores, representan mentiras. 78
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 4 (Portraits of Truth), grabación 1 (“Intriguing Characters”).
79
John Yeld, “Sorry, Pebco Three Killer Mamasela Tells Widows”, Cape Argus, 12 de marzo de 1998.
80
Pauw afirmó además que Mamasela le pidió dinero (R100.000) por la entrevista. Pauw lo persuadió para que hablara sin ningún pago sugiriendo que la publicidad alrededor del libro lo pondría probablemente bajo la luz pública y llevaría a otras ofertas de medios extranjeros. Quizás Pauw, sin darse cuenta, le dio a Mamasela mayores razones para embellecer su historia, con el objetivo de conseguir esos acuerdos.
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Mientras más cómodos se vean los perpetradores con sus confesiones, más creíbles serán dichas confesiones. Incluso cuando mienten o inventan hechos, los perpetradores quizás convenzan al público si se muestran relajados y en control de su relato. Mamasela usaba técnicas como sonreír o reírse, que sugerían que no tenía nada que ocultar. Un periodista describió la tranquilidad de Mamasela durante su confesión: “Nadie le lanza insultos a Joe Mamasela, incluso si entra en horrendos detalles sobre los asesinatos en los que estuvo involucrado. Todo el mundo está en silencio, casi con respeto por el hombre que parece ejercer algún tipo de poder sobre todos. Con seguridad, todos lo odian por lo que ha hecho, por traicionar la causa y asesinar a su propia gente. Pero pareciera que no. Mamasela, a diferencia de otros policías asesinos, constantemente hace contacto visual con el público. Parece no tener ningún temor, comparado con otros aspirantes a la amnistía, que sudan, se agitan incómodos en las sillas e incluso se atragantan con las palabras. Mamasela, dice uno de los abogados, se ríe bastante”81. Otro periodista también se refirió al humor de Mamasela: “Joe Mamasela sonríe a los abogados que lo interrogan. Sonríe a la gente que se encuentra en la fila del frente en el piso abajo del escenario”82. Su sonrisa no parece ser cínica; exhibe satisfacción con lo que él es. Debe estar diciendo la verdad, piensa uno. “Un mentiroso inveterado”. El tiempo apropiado y la escenificación de las confesiones de ficción y de las mentiras de los perpetradores no parecen seguir ningún patrón establecido. El testimonio novelesco de Cabral rompió el silencio. Pero en otros casos, los acuerdos institucionales y las oportunidades mediáticas animan a los perpetradores a presentarse y decir sus mentiras. Mamasela se aprovechó de la búsqueda de información sobre los oficiales superiores por parte del equipo judicial, para narrar su historia, obtener protección y ganar algún dinero. Las oportunidades institucionales animaron a los prisioneros en Sudáfrica a inventar una historia que se ajustara a los criterios de la amnistía, para ver si podían ganar la libertad. El Comité de Amnistía de la CVR no escuchó la mayoría de estos casos, pero uno sobresalió por su audacia. El policía del apartheid Michael Belligman solicitó la amnistía desde la prisión donde purgaba una pena de veinticinco años por golpear a su esposa, Janine, con una cruceta hasta matarla. Belligman afirmó que le habían ordenado matar a su esposa porque ella había filtrado detalles de su trabajo y había robado documentos secretos de su maletín. Sostenía que su jefe, el general Gerrit Erasmus, le ordenó que “solucionara el pro81
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 4 (Portraits of Truth), grabación 4 (“Some Kind of Power”).
82
Ibid.
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blema de Janine”. Sus compañeros, aseguró Belligman, confirmarían que ellos sabían lo del asesinato y le habían ayudado a encubrirlo. Nadie ofreció el testimonio de corroboración que prometió Belligman. Por el contrario, todas las evidencias respaldaban los detalles que condenaban a Belligman: había montado un robo con homicidio para eliminar a su esposa y quedar libre para casarse con una mujer con quien sostenía una relación extramarital. La falta de evidencias de un crimen político y el patrón de Belligman de violencia doméstica, mentiras y operaciones ilegales debilitaron por completo su caso. Al llamar a Belligman “un mentiroso inveterado” y “uno de los mejores mentirosos que [ellos] hubieran conocido”, los abogados del caso apoyaron la decisión de la CVR de negar la amnistía a Belligman. Otro tipo de escenarios institucionales parecen apoyar las confesiones falsas. Los Proyectos de Inocencia en las facultades de Derecho de la Northwestern University y la Universidad de Wisconsin, Madison, revelan procesos que inducen a la gente a crear confesiones falsas de crímenes. Incapacidad mental o baja inteligencia, por ejemplo, pueden explicar por qué algunos detenidos confiesan crímenes que no han cometido. Incapaces de comprender las consecuencias de declararse culpables, ansiosos de terminar con el penoso proceso de interrogación y animados para pedir una negociación por parte de los abogados y jueces con el propósito de reducir la inevitable sentencia, estos detenidos están propensos a crear confesiones falsas. Un estudio sobre confesiones falsas en prisiones japonesas mostró cómo individuos indigentes las pueden ofrecer, incluso, como intercambio por la comida que necesitan tan desesperadamente (Futaba 1986)83. Un veterano de la guerra de Vietnam que afirmaba haber participado en la masacre en masa de una aldea proporcionó un giro único en las confesiones falsas. Agonizante a causa del sida, este soldado-bailarín llevó a cabo la coreografía y representación de una danza autobiográfica final que describía sus años en Vietnam. Los cineastas Douglas Rosenberg y Ellen Bromberg filmaron la representación, en la que el soldado “revivía” su experiencia en Vietnam y narraba de nuevo el trauma y el horror de participar en actos de violencia insensatos. Después de su muerte, y mientras se encontraban en las angustias de finalizar el filme, los cineastas descubrieron que este soldado-bailarín nunca estuvo en Vietnam. Había sido llamado a lista, pero pasó la guerra en Estados Unidos detrás de un escritorio. Sus amigos y familiares, así como los cineastas, reflejaron en el video Singing Myself a Lullaby (Cantándome una canción de cuna) que este soldado cargaba con una culpa colectiva, como norteamericano, por la guerra y que había 83
Para una discusión sobre la verdad detrás de las confesiones, véase también Brooks (2001).
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comunicado esa culpa de la única manera que podía: como una responsabilidad individual. Esta generosa interpretación ignoraba la explicación más plausible de que al confesar esta violencia que él no había cometido hacía que su vida pareciera más dramática e interesante de lo que en verdad fue. Representó una confesión ficticia de violencia ante un escenario mediático para ganar una atención que de otra forma no habría recibido por su vida nada extraordinaria. Mamasela se negó a solicitar la amnistía, quizás por las mismas razones. Afirmó que no se consideraba a sí mismo un perpetrador, sino más bien una víctima de la era del apartheid, y que, por lo tanto, no tenía necesidad de confesar. Sin embargo, al confesar ante los medios y el programa de testigos de Estado, encontró los amplios escenarios necesarios para representar sus historias fantásticas84. “Les encantaba el truco”. La novela confesional de Cabral sugiere que la ficción algunas veces revela más que los hechos. De haber presentado una historia factual, Cabral habría tenido que someterse al escrutinio de un juicio de testificación y evidencia. Los defensores del régimen militar se habrían movilizado para desacreditarlo, señalando todos los vacíos de memoria y conocimiento. Pero al presentarla como ficción, nadie podría negar lo que había experimentado Cabral y el impacto que tuvo en su vida. En efecto, el público podía usar la verdad emocional de Cabral para hacer valer la necesidad de una investigación y de los hechos reales detrás de la historia. Mamasela desempeñó un papel similar para algunas de sus víctimas. Una de las viudas de las víctimas del asesinato de los PEBCO 3, por ejemplo, aceptó las disculpas de Mamasela porque finalmente dijo la verdad. El abogado de la mujer la describió como una persona “harta de las mentiras de los aspirantes [a la amnistía]” y elogió a Mamasela por haber estado “preparado para romper el largo silencio y confesar la verdad sobre los asesinatos”85. Su ficción, en otras palabras, proporcionó los detalles ausentes en los testimonios de otros perpetradores de este hecho. Los periodistas expresaron su sorpresa ante la disposición de la comunidad negra sudafricana para aceptar el testimonio y la disculpa de Mamasela. Se preguntaban por qué este público no podía ver a través de su insinceridad. El periodista Joe Diamini intentó llamar la atención sobre la traición por parte de Mamasela de su misma gente, a quienes después (y con cinismo) rogó miseri84
Ken Daniels, “Mamasela Struck a Deal to Avoid Prosecution”, TRC Told”, South African Press Association, 10 de marzo de 1998.
85
Yeld, “Sorry, Pebco Three Killer Mamasela Tells Widows”.
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cordia: “Éste es el hombre que aún tiene el descaro de decir que la gente ‘llora lágrimas de cocodrilo’, después de haber causado tal sufrimiento sin nombre a toda la nación negra. Éste es el hombre que demoró la liberación del país al tomar órdenes de los bass [jefes] blancos y asesinar […] gente negra. ¿Ustedes creen que Mamasela se tomó alguna vez la molestia de contarles a su esposa y sus hijos que sobrevivían con el dinero ganado con el derramamiento de la sangre de su propia gente? A Mamasela habrá que recordarle que para las masas negras va a ser muy difícil que lo perdonen […] Me estremezco al pensar que este hombre llegue a disfrutar de la libertad después de todo lo que hizo. Llevó a cabo sus crímenes con el fin de protegerse a sí mismo y salvar el pellejo”86. Al vincular su vida con la vida de su público sudafricano, Mamasela relató una creíble historia de violencia, victimización y traición. Y, en el proceso, se defendió de sus jefes blancos, como lo demostró en un careo con un abogado blanco. Mamasela: Soy una persona negra. Nací y crecí en este país. Cada persona negra es una víctima del régimen opresor de la Policía sudafricana, del Gobierno sudafricano del pasado, y eso es un hecho. Usted tuvo una vida dulce. Abogado: Señor Mamasela, yo sé que eso es un hecho.
Mamasela: Muchas gracias, si lo sabe. Fui una víctima y fui una víctima doble, del CNA y de la Policía de seguridad. (Pauw 1997: 171)
Su problemática relación con el CNA quizás haya debilitado el apoyo entre el público negro sudafricano, pero Mamasela eludió de forma efectiva esa crítica al insinuar que el CNA lo había perdonado: “El CNA, más que cualquier otra gente, entiende que en toda guerra hay bajas, nosotros somos las bajas de la revolución, nos defendimos, intentamos pagar nuestra humilde contribución para la liberación de la emancipación de nuestra gente” (Pauw 1997: 180). Se refirió tangencialmente a la tortura que tuvo que soportar debido a su pertenencia al CNA y que lo había forzado a colaborar con la Policía del apartheid: “Nunca lo olvidaré. Ninguna víctima puede… uh… puede olvidar esa tortura que recibió de la Policía. Quien sea una persona negra comprenderá lo que quiero decir. La tortura y el terror constante de ser asesinado”87. Debido a esta tortura, sostuvo Mamasela, “me vi forzado a matar a mi propia gente, la misma gente a la que dediqué la vida para liberarla”. Él había hecho un trato fáustico que los sudafricanos negros compren86
Joe Diamini, “Mamasela Delayed Liberation”, City Press, 8-9 de junio de 1996.
87
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 4 (Portraits of Truth), grabación 4 (“Some Kind of Power”).
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dían, incluso así no hubieran hecho ni respetado su decisión: matar para los jefes blancos o ser asesinado por ellos. Un periodista sintetizó la súplica de Mamasela ante la comunidad negra: “Joe Mamasela parece estar diciéndole al público: Mírenme. Maté a su gente. Pero soy negro como ustedes. Yo también fui víctima del apartheid. La Policía blanca también me torturó”88. Además, Mamasela también aparecía como alguien de principios. Rehusó, según afirmaba, enviar camisetas envenenadas a un líder estudiantil cerca de Pretoria: “Como yo también había sido un estudiante [activista], todo este asunto no iba bien conmigo, ya sabe, con mi compasión humana. No podía desfigurarme de una manera tan bajo como para liquidar colegiales”. Y prometió hacer una penitencia por sus actos: “Como torturador, aunque fuera contra mi voluntad, debo pagar en especie, como lo estoy haciendo ahora al testificar, y también en dinero. Cualquiera que sea el dinero que tenga lo compartiré con las víctimas y espero que lo acepten”89. Mamasela quizás comprendió que probablemente su comunidad necesitaba más el dinero que las historias: “Cuando Mamasela llegó a Soweto el atardecer caía sobre las pequeñas casas y las frágiles casuchas de Mofola South. Anunció que deseaba estar allí para demostrarle a un periodista lo popular que era entre su gente. Y tan pronto como tocó la bocina del automóvil, la gente llegó de todas las direcciones pidiendo dinero. Entregó vales por R50 a adultos desdentados y monedas de plata a niños descalzos y rostros ennegrecidos. Y cada vez les pedía que le dijeran al reportero a quién querían como alcalde. La respuesta era siempre la misma: ‘Joe’”90. La súplica de Mamasela al público también suponía interpretar el papel de embustero para invertir el equilibrio de poder y volver en contra de los jefes blancos. Describió cómo manipuló a sus “jefes blancos” para que confiaran en él: “Ellos me acogieron como uno de ellos por la… por algo que yo llamaría el poder curativo del humor, que usaba para persuadir a los comandantes blancos para que… me amaran. Usaba incluso insultos contra mí mismo. ¡Solía llamarme perro a mí mismo! Solía llamar perros a otros askaris. ¡Nos llamábamos perros entre nosotros! ¡Perro! ¡Perro! ¡Perro! Y entonces a mis comandantes blancos les encantaba el truco. ¡Me adoraban! ¡Creían que… uh… me habían roto dura y completamente! Me llamaba a mí mismo negro, negro afrikáner. ¡Y eso les encantaba! Y, mientras tanto, lograba 88
Zola Nutu, citada en South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 4 (Portraits of Truth), grabación 4 (“Some Kind of Power”).
89
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sacar bastante información”91. Mamasela, incluso, transformó la mentira en una virtud, una “herramienta para el débil” (Scott 1990). Sugirió que los blancos habían inventado un lenguaje que disminuía sus propios crímenes y agrandaba los de los negros. Describió así este estándar doble: “Nosotros a veces les decimos incluso a nuestros hijos mentiras pequeñas para hacerlos felices. Y si eso me convierte en un mentiroso, en un mentiroso compulsivo, pues que así sea. ¡Normalmente mentimos! No me pueden decir que en toda su vida nunca… nunca han dicho una mentira. Porque ustedes los blancos, creen… ah… creen que ¡la gente blanca no miente! Sólo dicen mentiras piadosas. La gente blanca no roba, sólo cometen delitos de cuello blanco. Y eso es un mito. Es una mentira”92. Al final las mentiras de Mamasela se pusieron en su contra. El Fiscal General no pudo seguir apoyándolo y protegiéndolo, debido a sus mentiras. A pesar de sus pintorescas representaciones, los medios dejaron de interesarse en él porque ya no podía diferenciar entre la realidad y la ficción. Aun así, la confesión de Mamasela, a pesar de ser ficticia, quedó como un vívido testimonio del tipo de atrocidades cometidas por el régimen. La ficción y las mentiras no existen sin más en una sociedad transicional; pueden llegar a ser profundamente divisorias. Las contradicciones en las confesiones de los perpetradores ponen una versión en contra de la otra. Las comunidades se dividen frente a cuál de las versiones, si existe alguna, de las confesiones de Scilingo, o de Astiz, o de Romo, creerle. Algunos públicos rechazan cualquier mentira por parte de los perpetradores como dañina para el proceso legal en su contra. Así, incluso cuando el mensaje de un perpetrador confirma el testimonio de las víctimas, como en el caso de Mamasela, o revela nuevas verdades, como en el de Cabral, la comunidad por los Derechos Humanos se divide frente a distinguir entre verdades forenses y verdades emocionales. Las consideraciones pragmáticas –cómo las confesiones de ficción y las mentiras fortalecen o debilitan los casos legales y el conocimiento del público de los hechos del pasado– chocan contra las consideraciones morales y políticas.
Conclusión Mi propósito en este capítulo no es defender ni las confesiones de ficción ni las mentiras. En lugar de eso, reconozco que las confesiones de los perpetradores, por 91
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 4 (Portraits of Truth), grabación 5 (“A Black Afrikaner”).
92
Ibid.
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lo general, no ofrecen la verdad completa. En oportunidades inventan sus historias de manera consciente y deliberada. No lo hacen, sin embargo, para engañar al público. Casi lo contrario, quizás sientan que las exageraciones y los adornos le proporcionarán al público una mucho mejor –es decir, emocional– comprensión del pasado que los testimonios reales concisos y fríos. A este respecto, John Collins creó la distinción entre “acumulación” y “narración” (1998). Los debates sobre el pasado dependen en gran medida de los catalizadores. La ficción y las mentiras catalizan con éxito el debate, debido a los detalles sensacionalistas que perturban al público, en parte porque el público intenta entender correctamente la historia. El público corrige los testimonios de los perpetradores, exigiendo o aportando detalles, poniendo en duda otros, intentando armar una representación correcta del pasado. A lo largo del proceso, el público también se enfrentará entre sí en cuanto a la historia oficial y la memoria colectiva. Por medio del debate y la emoción que generan, la ficción y las mentiras pueden incluso crear algunas veces verdades más completas del pasado y la posibilidad de recuperar una justicia que previamente había quedado sin cumplimiento. Quizás puedan hacer sentir la violencia pasada como real, personal. Quizás puedan hacer ver el arrepentimiento como genuino. Y quizás puedan llevar a los perpetradores hasta los escenarios públicos por primera vez, volviendo imposibles el silencio y la negación. Existen, por supuesto, limitaciones a la utilidad de las ficciones confesionales. No se sostienen muy bien, por ejemplo, en una corte legal sin que se corroboren los testimonios o se entreguen evidencias que los respalden. Los públicos de defensores de los Derechos Humanos quizás las usen para iniciar investigaciones y exponer el pasado, pero se ven acosados por problemas de verificación y veracidad. Estos esfuerzos pueden resultar incluso vanos. Someterlos a las reglas de la evidencia y a las normas de una sala de la Corte o a la opinión pública puede debilitar del todo su utilidad. Aún más, los públicos que comparten el objetivo de exponer la violencia pasada entran en conflicto respecto a cómo usar estas confesiones inventadas, o si las utilizan. Las instituciones públicas no deben estimular la ficción ni las mentiras, pero el público las puede usar para fomentar sus objetivos políticos cuando éstos ocurren (como lo deseen). Incluso, la enmascarada mentira de Belligman sobre el asesinato de su esposa por razones políticas resultó ser de utilidad para los grupos por los Derechos Humanos, que vincularon el asesinato de la esposa a dos culturas: la masculinidad violenta y la impunidad. Al hacerlo así, elevaron la conciencia sobre los temas de Derechos Humanos que iban más allá de la violencia del Estado dictatorial.
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Capítulo 8 Amnesia Lo reconozco […] pero honestamente no puedo recordar […] no lo puedo recordar específicamente, pero estoy dispuesto a conceder. Si usted puede recordar ese aspecto, debo estar de acuerdo, sí […] No lo recuerdo, porque no creo que haya sucedido en absoluto […] Lo siento, no puedo recordar los detalles más pequeños […] Es difícil recordar […] No estoy seguro, pero estoy dispuesto a reconocerlo. Su memoria será mejor que la mía […] Honestamente no puedo recordar […] La memoria me falla […] No puedo recordar […] Señor, he cometido tantos actos atroces en nombre de la interrogación, que no puedo recordar ciertos aspectos individualmente […] No hasta donde pueda recordar. No que pueda recordar. Jeffrey T. Benzien1
Todas estas expresiones de amnesia, y otras más, aparecieron en la confesión del policía del apartheid Jeffrey Benzien ante la Comisión para la Verdad y Reconciliación sudafricana. Pero lo que Benzien había olvidado parece casi irrelevante, frente a lo que recordaba y expuso ante la CVR. Benzien reconstruyó frente a la CVR, y posteriormente en los medios, la técnica de la tortura de la “bolsa mojada” que él había perfeccionado. Ahí estaba Benzien, en las solemnes salas de la CVR, frente a los flashes de las cámaras y un público boquiabierto, montado a horcajadas sobre la espalda de un doble con una camisa de pepas, sofocándolo con una bolsa azul en la cabeza. Los noticieros de televisión y radio grabaron a Benzien en el acto de tortura, estremeciendo audible y visiblemente al público, incluido el Presidente del Comité de Amnistía, quien intentaba restaurar inútilmente el orden en la audiencia. Por medio de esta reconstrucción, Benzien se convirtió en el emblema de la violencia de Estado del apartheid y su imagen apareció en todas partes: en las cubiertas de libros, en presentaciones de la CVR en cine y televisión, en novelas y poemas y en incontables artículos académicos y libros2. 1
Audiencia de amnistía ante la Comisión de Verdad y Reconciliación, Cape Town, Sudáfrica, 14 de julio de 1997, pp. 41-79 (transcripción).
2
Para obras de arte, véase Sue Williamson, “Can’t Forget, Can’t Remember”, en Sue Williamson: Selected Work (Cape Town: Double Storey Books, 2003). Un personaje ficticio creado a partir de Benzien aparece en la novela de Gillian Slovo Red Dust (Londres: Virago Press, 2000). Para un estudio sobre los medios, véase el trabajo del historiador del arte Rory Bester, “At the Edges of
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Lo que muy pocos recuerdan es que esta representación –y la exposición y el debate del público frente a los horrores del Estado del apartheid– sólo ocurrió como consecuencia de lo que Benzien había omitido en su testimonio ante la CVR. Las víctimas de Benzien habían objetado su versión narrativa de la bolsa húmeda. Benzien había explicado a la CVR que en la estación de Policía él humedecía cualquier bolsa corriente (de las usadas para guardar las pertenencias de los detenidos) hasta que las fibras se expandían y cerraban cualquier orificio de aire. Después sostenía la bolsa mojada sobre la cabeza de los prisioneros, sofocándolos. Este método le garantizaba poder extraer en 30 minutos información valiosa, incluso, del prisionero menos dispuesto de todos a colaborar, sin dejar ninguna marca ni causar daños permanentes. Las víctimas rechazaron la descripción verbal hecha por Benzien de este método unitario, benigno, de la bolsa mojada. El público logró conseguir mayores detalles, incluida esta representación, para ofrecer una más completa versión de la tortura en la era del apartheid. Tony Yengeni, ex militante del Ejército del CNA, Umkhoto we Sizwe (MK), y miembro del Parlamento por el CNA, empezó el interrogatorio de las víctimas con el testimonio de Benzien. Pidió ver “con mis propios ojos, lo que él me hizo”3. El pedido generó desorden en la audiencia. La Comisión no sabía si debía permitir esta clase de exhibición. Benzien se resistió a representar la escena, argumentando que no tenía los accesorios necesarios y que ya no tenía la misma agilidad de antes para usar de forma efectiva esta técnica. Yengeni presentó a un voluntario dispuesto a representar el papel de la víctima y una funda azul de almohada para mostrar la bolsa mojada. Al hacer la representación de esta técnica, Benzien contradijo torpemente su propia confesión. Nada respecto a la técnica era benigno4. Apartheid Memory”, ensayo presentado ante la CVR: conferencia sobre perpetración del pasado, Johannesburgo, Sudáfrica, 11-14 de junio de 1999. Para caricaturas, véase Truths Drawn in Jest (Cape Town: David Phillip Publishers, 2000), de Wilhelm Verwoerd y Mahlubi, “Chief” Mabizela, pp. 32, 87, 99, 136. Para poesía, véase “Benzien?” Communique (primavera de 2002), p. 26, de Daniel P. Kunene. Para cubiertas de libros, véase Time Stretching Fear: The Detention and Solitary Confinement of 14 Antiapartheid Trialists, 1987-1991 (Cape Town: Museo de Robben Island, 2000); y Unfinished Business: South Africa Apartheid and Truth (Muizenberg, South Africa: Red Works, 2001) de Terry Bell, en colaboración con Dumisa Buhle Ntsebeza. El programa semanal de televisión de la Broadcasting Corporation de Sudáfrica sobre la CVR, Special Report, también presentaba a Benzien en los créditos del comienzo. 3
Comisión de Verdad y Reconciliación, audiencia de amnistía de Jeffrey T. Benzien, Cape Town, Sudáfrica, 14 de julio de 1997, p. 37 (transcripción).
4
Tanto Yengeni como Ashley Forbes revelaron, además, que cuando fueron víctimas de tortura estaban desnudos, hecho que aumentó el trauma y la humillación. Como afirmó Forbes: “Me bajaron los pantalones hasta los tobillos y […] entonces después me pusieron la bolsa mojada en la cabeza y quedé sofocado”. Comisión de Verdad y Reconciliación, audiencia de amnistía de Jeffrey T. Benzien, Cape Town, Sudáfrica, 14 de julio de 1997, p. 47 (transcripción).
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Aquellos que la sufrieron, incluido Yengeni, continuaban sufriendo sus efectos. Para reforzar su punto, Yengeni preguntó retóricamente: “¿Qué clase de hombre usa un método como este de la bolsa mojada, con la gente, con otros seres humanos, repetidamente y escuchando aquellos quejidos y lamentos y gemidos, y llevando a esta gente hasta el borde de la muerte? ¿Qué clase de hombre es ese que puede hacer este tipo de… qué clase de ser humano es ése, señor Benzien?”5. Las víctimas de Benzien objetaron las afirmaciones sobre la eficiencia de la bolsa mojada. Benzien, discutieron, no se limitaba a una única sesión de 30 minutos. La bolsa mojada formaba parte de un “proceso sistemático y prolongado” que podía durar meses, y mucho después de que los prisioneros ya no tenían ninguna otra información valiosa que revelar6. Benzien admitió haber usado la bolsa mojada en dos ocasiones en el caso de Ashley Forbes. Forbes respondió que Benzien había usado la bolsa mojada para contar cada uno de los meses que él estuvo en detención. Antes de alguna de estas sesiones de “aniversario”, Forbes intentó, sin éxito, suicidarse. Los intentos de suicidio no protegieron a Forbes; Benzien lo visitaba en el hospital y lo amenazaba de nuevo con usar la bolsa mojada. Las víctimas de Benzien lo forzaron a admitir que el uso único de la bolsa mojada no siempre le produjo resultados, hecho que lo había llevado a agregar otras técnicas de tortura. Forbes relató el uso de choques eléctricos por parte de Benzien, por medio de una vara insertada en su ano; violencia física mientras Forbes estaba envuelto en una alfombra; golpizas que le dejaron a Forbes el ojo negro y le reventaron el tímpano; el rompimiento de la nariz poniéndole los dos pulgares en los orificios nasales y jalándolos hasta sangrar. “¿Recuerda haberme sofocado y después golpeado mi cabeza contra la pared hasta que… perdí la conciencia?”, preguntó Forbes. Otra de las víctimas, Gray Kruser, repitió una frase que los prisioneros aprendieron de Benzien: que ellos tenían la opción de ser tratados como animales o como seres humanos. Según Kruser, Benzien lo había golpeado repetidas veces en el estómago mientras colgaba de unas esposas en la estación de Policía. Bongani Jonas acusó a Benzien de privarlo de atención médica después de haber recibido un disparo, e, incluso, de brincar sobre su pierna destrozada por la bala. Peter Jacobs instó a Benzien a admitir el uso prolongado de la técnica de la bolsa mojada durante varias horas y de acudir, cuando no conseguía resultados, a los choques eléctricos. El abogado Michael Donen presentó la aseveración, por parte de la antigua víctima Niclo Pedro, de que Benzien insertó una estaca en su 5
Comisión de Verdad y Reconciliación, audiencia de amnistía de Jeffrey T. Benzien, Cape Town, Sudáfrica, 14 de julio de 1997, p. 34 (transcripción).
6
Ibid., p. 45.
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ano y buscó entre las heces extraídas un papel que se había tragado. Si la bolsa mojada hubiera sido realmente eficaz, Benzien no habría tenido que usar estos métodos para sacar información. En respuesta a todos estos reclamos, Benzien adujo falta de memoria. Repitió una y otra vez que no podía confirmar ni negar ninguna de estas acusaciones: “Honestamente, no puedo recordar […] No lo recuerdo […] Su memoria será mucho mejor que la mía […] La memoria me falla”. A pesar de su incapacidad para recordar detalles, Benzien, sin embargo, parecía a menudo reconocer la verdad detrás de los testimonios de las víctimas. Parecía estar diciendo que no podía recordar los detalles exactos de cada sesión de tortura, pero que las versiones de las víctimas eran esencialmente ciertas. Consideremos esta respuesta, por ejemplo: “Señor, si le digo al señor Jacobs que puse electrodos en su nariz, quizás me equivoque. Si digo que los pegué a sus genitales, quizás me equivoque. Si puse una sonda en su recto, quizás me equivoque […] Pude haber usado cualquiera de las tres”7. Benzien aceptó la responsabilidad por una serie de técnicas de tortura de las que no recordaba lo específico, pero no permitió que sus víctimas vincularan sus actividades con un sistema de represión más amplio en la Sudáfrica del apartheid. Benzien y la Policía promovieron la imagen de él como un perpetrador en solitario. Apareció en la audiencia ante la CVR sin el apoyo de sus compañeros, amigos ni familiares, llevando a un reportero de noticias a describirlo como “una figura solitaria y patética”8. Sólo el general Johannes Lodiwikus Griebenauw, antiguo comandante de Benzien, testificó en su nombre. Griebenauw, sin embargo, asumió la responsabilidad por no haber controlado a Benzien y otros más, pero dejó en claro que Benzien ideó e implementó por sí mismo sus métodos de interrogación. Reforzaba así la imagen del torturador en solitario: “Nunca di la instrucción a ningún miembro de poner una bolsa mojada en la cabeza de nadie ni de torturarlos de ninguna forma. Estaba, sin embargo, muy consciente del hecho de que el éxito de los miembros podía adjudicarse al uso de métodos no convencionales de preguntas e interrogación. Habría sido ingenuo de mi parte creer que hubieran sacado información de un terrorista bien entrenado de una manera distinta y hacerlo tan rápidamente”9. 7
Ibid., p. 115.
8
Roger Friedman y Benny Gool, “Yengeni Reduces His Old Police Torturer to Tears”, Cape Times, 15 de julio de 1997.
9
Comisión de Verdad y Reconciliación, audiencia de amnistía de Geoffrey [sic] Benzien, Cape Town, Sudáfrica, 20 de octubre de 1997, p. 15 (transcripción).
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Para asumir toda la responsabilidad, Benzien afirmó haber olvidado los nombres de sus compañeros operarios y de sus comandantes, así como de aquellos que habían participado con él en las sesiones de tortura y las redadas. Cuando las víctimas intentaron refrescarle la memoria con nombres, Benzien rehusó confirmarlos. Cuando le preguntaron sobre la línea de mando y sobre quién habría ordenado la tortura, Benzien afirmó que no podía recordar. La CVR decidió no citar a los comandantes de Benzien, dejando que Benzien agarrara él sólo la bolsa (mojada). La mayoría de las víctimas de Benzien quedó insatisfecha con la determinación del reconocimiento personal de Benzien por tortura y esperaba establecer la responsabilidad del régimen del apartheid por la sistemática violación de los Derechos Humanos. Forbes afirmó, por ejemplo: “Si tengo alguna reserva con lo sucedido, es que Benzien no haya implicado a ninguno de los oficiales compañeros ni a ninguno de sus superiores. Es como si hubiera estado preparado para sacrificarse, y quizás eso signifique que aún cree en ellos”10. Kruser le planteó esta hipótesis directamente a Benzien, preguntándole si aún sus superiores seguían manipulándolo para que él hiciera las cosas a la manera de ellos. Benzien expresó su desilusión porque la mayor parte de la Policía no hubiera cooperado con el proceso de amnistía e insinuó que él había escogido hacerlo por voluntad propia y no bajo presión. Para sus víctimas, los vacíos en la confesión de Benzien y el sistema que protegía con su amnesia revelaban más sobre la era del apartheid que la revelación de la bolsa mojada. Al dejar el aparato represivo del apartheid por fuera de su narrativa, Benzien transformó su confesión de tortura en una heroica batalla entre el bien y el mal: “Pienso que incluso usted y el resto de las personas sentadas ahí admitirían que yo era la persona que al enterarse correcta o incorrectamente de la información que pude extraer de usted y sus compañeros, podía retirar en especial los explosivos de la comunidad, que en general serían usados contra el público. Señor Yengeni, con mis métodos en absoluto ortodoxos y quitándole a usted el armamento, estoy totalmente convencido de que evité que usted o cualquiera de sus compañeros o cualquier otro que tuviera un artefacto explosivo en Cape Town, se hubiera convertido en realidad en un reconocido asesino”11. Benzien exaltaba así su poder personal sobre sus adversarios, particularmente debido al estatus heroico que ellos tenían en el movimiento de liberación. Como escribió 10
Ken Vernon, “I Forgive Torture Cop, Says Forbes”, Sunday Times, 1 de octubre de 1998.
11
Comisión de Verdad y Reconciliación, audiencia de amnistía de Jeffrey T. Benzien, Cape Town, Sudáfrica, 14 de julio de 1997, pp. 34-35 (transcripción).
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un periodista: “En la mente de Benzien, Yengeni, combatiente por la libertad y un obrero del anti-apartheid, es un debilucho, un hombre que se rompe fácilmente […] Dije antes que no volvería a escribir más columnas como ésta, pero la tortura de Yengeni continúa, con algunos de nosotros considerándolo un traidor de la causa, un vendido, un tramposo, y, en un estúpido giro de la fe y el destino, su torturador se convierte en un héroe, en el revelador, el hombre valiente que nos informa todo sobre lo sucedido”12. Yengeni comparte esta opinión sobre las tácticas de Benzien. Años después de la audiencia ante la CVR, recuerda no sólo el permanente daño psicológico de la tortura de Benzien con la bolsa mojada, sino también la tortura psicológica que tuvo que seguir soportando con la humillación en las audiencias en la CVR. Benzien usó tácticas sutiles para arrebatarles el poder a las víctimas durante la audiencia. Describió a Yengeni como un quejoso, a Forbes como un esclavo del amor (ver el capítulo 4), y puso a llorar al alto y corpulento Kruser. La capacidad de Benzien para dominar –por medio del olvido– a estos individuos en otro momento muy fuertes llevó a un periodista a escribir: “Aunque salpicó su testimonio con ‘disculpas sinceras’ y en un punto lloró, podía aun así atacar psicológicamente a sus anteriores víctimas, al revelar información que les había sacado y que lo llevó al arresto y la tortura de algunos camaradas, implicando que se habían descompuesto demasiado fácil, o simplemente mostrándose incapaz de recordar lo que les había hecho”13. Paradójicamente, sin embargo, Benzien atribuyó la pérdida de memoria a sus traumas y a su victimización, ocurridos mientras arriesgaba la vida persiguiendo combatientes de alto rango del MK. Expuso su vulnerabilidad cuando pidió disculpas por su asesinato “accidental” del líder del MK Ashley Kriel. Mi propósito era arrestarlo y no matarlo. Aunque su muerte fue una tragedia para su familia, siento mucho, mucho, que tuviera que morir, pero ese día los papeles pudieron haber cambiado con facilidad, el resultado fácilmente habría sido muy diferente y pudimos haber quedado yo y el sargento Abels heridos o muertos. Y una vez más, pido disculpas a la familia por su muerte y agradezco a Dios que yo, que también tengo hijos, también una hija que tiene 22 años, no haya sido la persona muerta ese día14.
12
Sandile Dikeni, “Didn’t I Say I’m Not Gonna Write This No More…” Cape Times, 21 de julio de 1997.
13
Gaye Davis, “Gaping Holes in Tormentor’s Testimony”, Weekly Mail and Guardian, 18 de julio de 1997.
14
Comisión de Verdad y Reconciliación, audiencia de amnistía de Jeffrey T. Benzien, Cape Town, Sudáfrica, 14 de julio de 1997, p. 11 (transcripción). Benzien negó haber recibido la orden de
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Benzien posteriormente reveló que había sido amenazado por el MK. El MK había convertido en objetivos a varios miembros de la División de Seguridad por violencia, y con la creciente reputación en el sector occidental de Cape, él y su familia se sentían cada vez más vulnerables frente a un atentado. Como mi hijo estaba en Sub B, era un niño de seis años de edad, mi hija estaba en 5, pienso que tenía unos doce años, durante varias semanas mis hijos no podían salir a jugar en el ámbito normal de los otros niños. Debido a mi trabajo en la División de Seguridad, tenían que viajar al colegio con protección policial, no podían jugar en el patio de recreo con los otros niños. Tenían que permanecer en la oficina del director todo el tiempo, bajo vigilancia. Las ventanas de mi casa tenían que estar protegidas con tablas. Todas las noches teníamos que tener una manta húmeda en la bañera, disponible para que mis hijos la agarraran en caso de ataques con granada. Usted con seguridad debe saber que fui transferido como Comandante de Estación en Stanford; no sólo tenía los nervios destrozados, sino que además mi esposa amenazó con divorciarse si no salíamos de Cape Town. Eso fue después de que la Liga Juvenil Africana [del CNA] amenazó con llevar a cabo demostraciones en el jardín frente a la casa. Sí […] hice cosas terribles, hice cosas terribles a miembros del CNA, pero con Dios como testigo, créanme, yo también sufrí. Quizás no me considere yo mismo una víctima del apartheid, pero sí señor, también he sido una víctima15.
Benzien también se consideraba una víctima de sus propios excesos. Insinuaba cómo sus comandantes se habían aprovechado de su particular nivel de compromiso y dedicación al trabajo: “Cuando llegaba el momento de hacer el trabajo, yo era la persona indicada. Quizás fui muy patriótico, o muy ingenuo o asesinar al líder del MK Ashley Kriel. Sostenía haber matado a Kriel en defensa propia. Pero las evidencias forenses y circunstanciales no tenían lógica. Kriel no podía llevar un arma oculta al abrir la puerta de una residencia segura, como afirmó Benzien. También parecía bastante improbable que Kriel, que se mantenía oculto, le hubiera abierto la puerta a Benzien haciéndose pasar por técnico de reparación de servicios. Benzien no pudo explicar cómo pudo terminar la sangre de Kriel en las paredes de la cocina y del baño, cuando su versión de la historia de los hechos ocurrió por entero en la parte trasera de la casa. Una contradicción adicional en su alegato de defensa propia fue el hecho de que Benzien escribiera las palabras “uno menos, faltan muchos” sobre un cartel colgado en la estación de Policía que anunciaba el funeral de Kriel. Benzien explicó: “Tenía la reputación de animarme cuando interrogaba terroristas, combatientes por la libertad. Admito que fue de muy mal gusto haberlo colgado [el aviso] allí, pero en cierto sentido también ayudó en mis interrogatorios al infundir temor en las personas que interrogaba”. Comisión de Verdad y Reconciliación, audiencia de amnistía de Jeffrey T. Benzien, Cape Town, Sudáfrica, 14 de julio de 1997, p. 31 (transcripción). 15
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cualquier otra cosa, como quiera llamarlo”16. Agregó que su “falsa sensación de valentía” y su efectividad les evitaba a ellos “ensuciarse o mancharse de sangre las manos”17. Uno de sus comandantes comentó que Benzien no era el único torturador en la unidad, pero sí “uno de los mejores, uno de los interrogadores más eficaces”18. En lugar de acusar a sus comandantes, Benzien afirmó que su propia personalidad lo llevó a “pasar la línea” de la División de Seguridad sudafricana y, así, a cometer atrocidades. El psicólogo de Benzien consideraba el excesivo afán por complacer a sus comandantes como la fuente de su trauma emocional y pérdida de memoria: “Era un buen detective que tenía un excelente récord en combatir el crimen. Y debido a su éxito fue reclutado en una posición que lo destruyó mental y físicamente”19. Su psicólogo y su abogado esperaban retratar a Benzien como una persona normal puesta en una situación extraordinaria. Benzien tenía un aspecto bastante normal en su traje de paño, su acento de afrikáner de la clase trabajadora y sus antecedentes en la academia de Policía y en la unidad de homicidio y robo antes de su promoción a la División de Seguridad élite. Benzien se había abierto camino en su ascenso hasta el rango de capitán para la época de las audiencias ante la CVR. Benzien alegaba haber pagado un precio alto por su promoción a la División de Seguridad. En efecto, parecía y desempeñaba el papel de un hombre destrozado por el pasado. Durante su representación lloró abiertamente, se tapaba el rostro con las manos y bajaba la mirada avergonzado. Dijo: “El método empleado por mí es algo con lo que tengo que vivir y no importa la manera como intente interpretar lo que hice, aún lo encuentro deplorable. Es algo excepcionalmente difícil, estar sentado aquí frente a los noticieros de todo el mundo, estoy de acuerdo en que por más mal que me sienta al respecto, lo que les hicimos a usted y sus compañeros debió de haber sido peor. Créanme, no estoy haciendo alarde o tratando de probar que soy alguien que no soy” 20. Describió el impacto que tuvo en su vida el pasado en la fuerza de seguridad: un matrimonio fracasado, el distanciamiento de sus hijos, depresión, ansiedad, adicción e insomnio. Aunque tanto su abogado como su psicólogo confirmaron 16
Ibid.
17
Ibid., p. 42.
18
Comandante de la Policía del apartheid, entrevista de la autora, Durbanville, Sudáfrica, 5 de marzo de 2002.
19
Sara Maria Kotzé, Comisión de Verdad y Reconciliación, audiencia de amnistía de Geoffrey [sic] Benzien, Cape Town, Sudáfrica, 21 de octubre de 1997, p. 498 (transcripción).
20
Comisión de Verdad y Reconciliación, audiencia de amnistía de Jeffrey T. Benzien, Cape Town, Sudáfrica, 14 de julio de 1997, p. 120 (transcripción).
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que Benzien sufrió un trastorno de estrés postraumático (PTSD), que explicaba también la pérdida de memoria, el equipo de abogados de las víctimas continuó sin convencerse. Los abogados alegaban que el psicólogo de Benzien no contaba con la experiencia para diagnosticar un PTSD. Por otra parte, el trastorno se aplicaba sólo al trauma que resulta de la impotencia. Benzien, por el contrario, había ejercido un poder total sobre sus víctimas en la estación de Policía donde llevó a cabo las brutales torturas. Los abogados vieron la defensa del PTSD como un intento cínico por parte de Benzien para reversar los papeles y representarse a sí mismo como la víctima del trauma, después de haber traumatizado brutalmente a sus víctimas21. El Comité de Amnistía, sin embargo, aceptó la confesión de Benzien y le otorgó la amnistía, a pesar de su incapacidad para recordar hechos cruciales y proporcionar una revelación completa. Algunos miembros del Comité aceptaron el diagnóstico del psicólogo. Otros no necesariamente aceptaron un diagnóstico médico, pero aún pensaban que su amnesia era sincera y no deliberadamente calculada. Reconocieron una tendencia entre los perpetradores a disociarse de sus propios actos y bloquear su memoria. Benzien mostraba una aguda memoria para detalles en los que podía aparecer bajo una luz positiva –es decir, heroica o amigable–, pero no podía recordar muchos detalles específicos de actos violentos. En la opinión de muchos observadores, la representación de su trabajo lo obligaba a bloquear los recuerdos negativos. Su adicción a las drogas y el alcohol limitaba aún más su capacidad para recordar. Aun así otros miembros del Comité consideraron el testimonio de Benzien como una importante contribución a la verdad y la reconciliación. Benzien había demostrado, con un alto costo para su imagen pública, la clase de tácticas usadas por la Policía. Y había sufrido por este pasado, como lo evidenciaban su aislamiento, la crisis emocional y la desintegración de su familia. Al final, Benzien recibió lo que deseaba sacar de su confesión: la amnistía de un proceso judicial. 21
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Sara Maria Kotzé testificó: “Tanto el Trastorno de Estrés Postraumático (PTSD, por su sigla en inglés) como una profunda depresión deterioran la memoria de la persona o el paciente y resultó evidente durante la terapia que el señor Benzien había bloqueado grandes trozos de su experiencia”. Comisión de Verdad y Reconciliación, audiencia de amnistía de Geoffrey [sic] Benzien, Cape Town, Sudáfrica, 21 de octubre de 1997, pp. 497-98 (transcripción). El abogado de las antiguas víctimas de Benzien, Michael Donen, cuestionó si alguien con un grado de maestría en Psicología de la Universidad de Stellenbosch, alguien que había trabajado como psicólogo ocupacional, podía diagnosticar de manera eficaz un PTSD. Además, cuestionó el diagnóstico en cuanto a que un PTSD requería de “miedo, impotencia y horror intensos”, y señaló que “la gente que sufre trastorno de estrés postraumático son víctimas, no son torturadores que pueden detener el suceso en cualquier momento”, Comisión de Verdad y Reconciliación, audiencia de amnistía de Jeffrey T. Benzien, Cape Town, Sudáfrica, 14 de julio de 1997, pp. 500, 502.
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La decisión del Comité desconcertó a muchos observadores. ¿Cómo podía Benzien, que se había convertido en el ícono del torturador del apartheid, con sus ojos saltones, la hinchada nariz de alcohólico y su tamaño aterrador, recibir una amnistía? Como lo expresó la madre de Ashley Forbes: “Aún puedo ver las cicatriz en Ashley, cicatrices invisibles. Aunque él es muy valiente y trata de ocultarlas, aún puedo verlas en su rostro y en su porte. Aún puedo ver el daño y el dolor en el fondo de su mente y su alma […] Siento que haber recibido [Benzien] amnistía es desleal e injusto considerando todo el dolor y el daño que infligió tan despiadadamente, sin ningún sentimiento”22. La amnesia de Benzien, se burlaron algunos, había embaucado a la CVR al pasar por alto el requerimiento de la revelación total, permitiéndole a Benzien ocultar detalles de su pasado. Gary Kruser reflexionó en público que Benzien no podía recordar sus métodos de tortura pero sí podía recordar “cosas insignificantes como Kentucky [Fried Chicken] y otras que yo habría creído que usted había olvidado, pero las cosas que se destacan de forma más permanente en términos de nuestro interrogatorio y nuestra experiencia, usted no parece recordarlas”23. Los críticos sintieron que, lejos de proporcionar la verdad y la reconciliación, la amnesia de Benzien traumatizó aún más a sus víctimas. Sus actos de brutalidad tuvieron repercusiones permanentes para las víctimas, y aun así resultaban tan insignificantes en su vida que podía olvidarlas y olvidar lo que les había hecho a las víctimas. Sin embargo, no todo el público en las audiencias de Benzien ni todas las víctimas se opusieron a su amnistía. Dos de sus víctimas del MK afirmaron que en la lucha política de Sudáfrica Benzien había desempeñado un papel similar al de ellas, pero en el lado opuesto (equivocado). Él había confesado bajo su propia responsabilidad, y aunque habría podido decir mucho más sobre el régimen del apartheid, el Comité de Amnistía sólo había exigido revelaciones individuales, no colectivas. Una carta dirigida al diario Cape Times presentó una aceptación semejante de la decisión del Comité de Amnistía pero desde el polo político opuesto. La carta estaba de acuerdo en que Benzien había revelado la verdad sobre el pasado, pero la CVR necesitaba recibir otras verdades, aún más incómodas: “Mucho se ha fabricado con el señor Jeff Benzien y su horrendo método de tortura de la bol22
Andrina Forbes-Connolly, citada en Roger Friedman, “Picketers Blast Benzien Amnisty”, Cape Times, 23 de febrero de 1999.
23
Comisión de Verdad y Reconciliación, audiencia de amnistía de Jeffrey T. Benzien, Cape Town, Sudáfrica, 15 de julio de 1997, p. 59 (transcripción).
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sa mojada. Seguramente, para apoyar el periodismo sensacional y justo, ¿podría quizás su periódico mostrar fotografías de los métodos de tortura del CNA en primera página?”24. Aunque algunos compañeros de Benzien quizás habrían defendido su amnistía, encontraron preocupante su representación en la audiencia ante la CVR. Las lágrimas y la vergüenza, bajo su perspectiva, no pertenecían a las de un policía profesional. Aún más importante, Benzien traspasó límites de la reserva y del comportamiento aceptable de un policía al admitir haber sodomizado hombres con varas de hierro y estacas. Así estos miembros probablemente aceptaran la tortura en abstracto, las tácticas de Benzien sonaban demasiado escandalosas, demasiado ilegítimas. Además, en lugar de negar con firmeza estos actos, Benzien afirmó no recordarlos. Benzien no perdió el empleo en la fuerza de Policía, pero sus compañeros hicieron que le resultara muy difícil permanecer allí. Degradado a un oficio de escritorio y humillado públicamente, había dejado de tener estatus dentro de la institución. Algunos miembros nuevos de la Policía, ex cuadros del MK, se negaron a trabajar con un reconocido torturador, condenándolo aún más al ostracismo. Incluso sus antiguos compañeros desconfiaron de él. Aunque no hubiera revelado nombres o identidades, a pesar de los esfuerzos por parte de las víctimas de conseguirlos, Benzien había roto un pacto de silencio al exponer secretos de la Policía. Incapaz de dejar atrás su pasado, se retiró del trabajo de policía con pensión y beneficios completos y salió de la luz pública. La confesión de Benzien debilitó la confianza que tenía el público frente a la CVR, debido a que le otorgaba amnistía a un perpetrador sin exigir una revelación completa. Algunos culparon de este resultado a la reducida e inexperta unidad de investigación. Otros lo atribuyeron a las inconsistencias en las decisiones de la Comisión de Amnistía. Algunos abogados de perpetradores, como François van der Merwe, afirmaron que la decisión sobre Benzien significaba que otros perpetradores que no habían proporcionado una revelación completa de la verdad deberían también recibir la amnistía. Alegaron que sus clientes, los policías involucrados en el asesinato del líder de Black Consciousness (Conciencia Negra), Steve Biko, habían expresado sus motivos políticos y habían revelado tanto como Benzien, pero sin recibir la amnistía25. El testimonio de Benzien, que había usado la tortura para extraer información de líderes políticos encarcelados que no 24
R. Castell (Franschoek), carta al editor, “In Defense of Benzien”, Cape Times, 18 de julio de 1997.
25
David Yutar y Beauregard Tromp, “The Biko, Benzien Amnesty Poser”, Cape Argus, 22 de febrero de 1999.
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habían tenido contacto reciente con sus organizaciones, también originó dudas sobre la proporcionalidad. ¿Cuándo es la tortura, si es que lo es, proporcional a los objetivos políticos? La audiencia de Benzien también recordó a los perpetradores el estigma atado a la confesión. Benzien recibió la amnistía a un alto precio personal de su privacidad y reputación. Sólo aquellos perpetradores ya condenados, o enfrentados a procesos judiciales, tomarían riesgos semejantes. Benzien probablemente haya asumido que al torturar a líderes de alto perfil del CNA enfrentaría un proceso. En su mayoría los perpetradores le apostaron a la debilidad de los casos en su contra y ganaron. Continuaron con sus vidas normales, ocultando su pasado detrás del silencio y la negación. Los perpetradores sentían que la CVR no garantizaría la amnistía por una confesión, pero sí iba a garantizar la exposición pública, la humillación y el desprecio. Sin duda alguna, el caso de Benzien evidenció muchas cosas que criticar sobre el proceso de la CVR. Pero también apuntó hacia una de las contribuciones que ofrece este tipo de arreglos institucionales. El acto confesional de Benzien convirtió la tortura en un hecho real, no en una abstracción. Demostró que se trató de un acto inhumano e ilegítimo, usado mucho después de que pudiera discutir su efectividad como mecanismo para extraer información. Nada de la representación del método de la bolsa mojada, o de cualquier otra forma perversa de tortura, parece heroico ni admirable. Benzien forzó la discusión sobre lo que realmente sucedió en nombre de la seguridad nacional. Metafóricamente, la amnesia de Benzien también confirmó el peligro de no conseguir revelar las atrocidades pasadas. Olvidar el pasado borra el daño hecho a los individuos. También les permite a aquellos que cometieron los crímenes reinventar el pasado como algo heroico y valiente. Llevar los recuerdos al debate público permite una comprensión más amplia del pasado. La revelación pública, aunque sea sólo parcial, les permite a otros completar los detalles olvidados y fortalecer una agenda política distinta.
Reflexiones comparativas sobre la amnesia “No puedo recordar” quizás parezca ser una manera eficaz de terminar con cualquier discusión sobre el pasado. Pero la amnesia no protegió a Benzien. Si en realidad protegiera a los perpetradores, tal vez muchos más usarían este pretexto. Pero la pérdida de memoria de los perpetradores invita a otros –compañeros de los perpetradores, víctimas y sobrevivientes– a recordar, a recordarles a los otros y hacer públicos hechos que los perpetradores desean olvidar. Una vez en la mira
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del público, los perpetradores deben responder por hechos que quieren olvidar por encima de todo, incluso sacarlos de sus vidas. Pierden el control del que habían disfrutado con el olvido. Así, de manera irónica, la amnesia puede fortalecer el debate sobre el pasado olvidado. “Quiero olvidar”. El público a menudo interpreta la amnesia como un olvido voluntario. De hecho, los perpetradores normalmente sólo hacen público aquello que les conviene recordar. Omiten, u olvidan, las partes del pasado personal que no se ajustan a la imagen de sí mismos. Benzien ofreció una versión suya como policía eficiente que usaba una forma benigna de interrogación para extraer información de unos adversarios feroces. ¿Olvidó, o quiso olvidar, aquellas partes de su pasado que contradecían esta imagen? El sargento del Ejército brasileño Antonio Benedito Balbinotti confesó: “Quiero olvidar. Quiero vivir en paz”. Lo que Balbinotti deseaba olvidar eran los doce prisioneros que lo culparon de haberlos torturado y de usar choques eléctricos con un muchacho de 15 años de edad. El público puede sobreponerse a un olvido consciente o estratégico. Al llenar los vacíos de la información olvidada, fuerzan a los perpetradores y a la sociedad a recordar. Benzien se vio obligado a admitir lo que recordaban sus víctimas: las otras técnicas de tortura que había usado y que pasó por alto en su representación del rápido y eficiente método de la bolsa mojada. Aunque realmente nunca confesó estos métodos, tampoco los negó. Admitió que las víctimas probablemente tendrían un mejor recuerdo de sus experiencias durante la detención que él mismo. Igualmente, cuando confrontó los recuerdos de las víctimas, Balbinotti alegó inicialmente ser inocente: “Yo no tuve culpa de nada. Era apenas un soldado de guardia en el cuartel. Cumplía órdenes, nunca mandaba a hacer nada”. Pero aun así también admitió querer olvidar su culpa: “Hoy comprendemos mejor lo que pasó. No creía que aquello fuera correcto. Y, aún hoy, creo que no fue correcto. ¿Qué hicieron con este país? Sí, participé, desgraciadamente […] ¿Pero qué podía hacer si no teníamos ninguna formación especial para lidiar con aquellas personas sin ser agresivo? Si fue hecho prisionero en aquella época y se sintió ofendido por mí, le pido disculpas. Fueron errores, circunstancias, cosas que pasaron hace treinta años. Todo eso pasó por causa de la euforia de la edad y por el contexto en el que vivía. Si hubiese sabido, si hubiese tenido conciencia, si hubiese dado órdenes para hacer algo […] Yo quiero olvidar, quiero vivir en paz”26. La amnesia voluntaria permite a los perpetradores escapar de su pasado. El sargento de la Policía brasileña Leo Machado, uno de los principales torturadores nombrados en Brasil: Nunca mais, dijo: “Vivo el día de hoy”, y agregó: “No me 26
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quedo rumiando el pasado. No quiero hablar nada sobre eso. Prefiero olvidar”27. No ofreció excusas, ni justificaciones, ni eufemismos, sencillamente sólo la voluntad de dejar todo atrás. Aun así, el pasado a menudo persigue a los perpetradores. En algunos casos los demonios –el insomnio, la adicción, la ansiedad– les impiden olvidar del todo. Incluso, si consiguen escapar de estos demonios, las víctimas y los sobrevivientes desafían el deseo de los perpetradores de olvidar. Las confesiones de los perpetradores ayudan en este sentido al público. Debido a que la amnesia raramente es total, los perpetradores por lo menos se ubican en un papel particular, en un espacio y un tiempo. Al hacerlo, se ponen a sí mismos en el lugar del acto criminal. Los testigos y las evidencias forenses, por lo general, llenan los vacíos en la confesión amnésica e implican aún más a los perpetradores. Sacados de ese capullo protector de la ignorancia, los perpetradores deben responder de alguna forma al pasado que han olvidado voluntaria o inconscientemente. Como si anticiparan este resultado, los perpetradores a menudo se aíslan para evitar recordar lo que han decidido olvidar. Huyen de sus pasados, distanciándose de cualquier cosa o cualquier persona que tal vez los obligue a recordar lo que fueron y lo que hicieron. Esto implica a veces el divorcio, abandonar las familias, trasladarse a nuevos vecindarios o nuevos países y asumir nuevos oficios. Esta opción de salida hace difícil seguir sus pasos, como lo descubrió la revista Veja de Brasil. Cuando finalmente encontraron a Leo Machado, no tenía ninguna placa de identificación en la puerta de la oficina, no tenía empleados, ni vecinos cerca de la casa o la oficina que lo conocieran, y ningún rastro de su carrera militar. Ocultando el pasado, Machado se rehizo como abogado en asuntos civiles. Se desconectó del vecindario y de la comunidad, saliendo temprano de la casa en la mañana y regresando tarde en la noche para ocultarse detrás de las paredes de su jardín. El periodista que escribió sobre él lo llamaba un “recluso, casi misterioso”28. Como lo descubrió finalmente Machado, y otros también, escapar del propio pasado no mantiene alejado este pasado para siempre. Los procesos institucionales, los medios y las víctimas probablemente descubrirán las vidas pasadas de los perpetradores, así como sus propios recuerdos de ellos. “Puedo recordar muchas trivialidades”. Como autopreservación, los perpetradores quizás empiecen con el proceso de la amnesia estratégica durante el régimen dictatorial. Esta clase de amnesia tal vez haya resultado necesaria para poder 27
Ibid., p. 52.
28
Ibid.
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continuar llevando a cabo sus (violentos) oficios. Olvidar incluso la violencia mientras la cometían les permite disociarse de ésta. Los eufemismos militares facilitan “olvidar” la violencia detrás de sus actos al llamarlos de otra manera. El pacto de silencio dentro del aparato de seguridad significa que los perpetradores nunca discuten estos actos. Sin tener un lenguaje que los describa, los actos violentos desaparecen de la memoria. Los rastros de estos actos permanecen sólo en los estragos que ocasionan en las vidas cotidianas de los perpetradores: abuso de alcohol y drogas, insomnio, problemas familiares y maritales, crisis de depresión, pensamientos suicidas, estallidos de violencia, y la amnesia misma. Las respuestas psicológicas de los perpetradores a sus pasados violentos, como la defensa de Benzien de un PTSD, bloquean su memoria. La profesión médica ha confirmado el impacto de los traumas sobre la memoria, aunque el público de las víctimas y los sobrevivientes ven la pérdida de memoria de los perpetradores como algo estratégico y cínico. Muy pocos en el público de Benzien creyeron en su pérdida de memoria, considerándola más bien como un truco para eludir la confesión. El policía del apartheid Jacques Hechter, sin embargo, convenció al público de haber sufrido de amnesia inducida por un trauma. Hechter se unió a otros compañeros de la Policía de seguridad en busca de la amnistía por haber secuestrado, golpeado y asesinado activistas políticos cuando formaba parte del Vlakplaas y del Cuerpo de Seguridad de Northern Transvaal a finales de los ochenta. Pero Hechter contaba con sus compañeros para que le revelaran cómo era que él había tomado parte en estos sucesos. El Comité de Amnistía probó la pérdida de memoria de Hechter, particularmente en el caso de tortura y asesinato de los PEBCO 3. Hechter respondió: “Señor Presidente, es muy difícil. Pedazos y partes de esta información empezaron a venirme a la memoria mientras discutía con el [aspirante a la coamnistía] suboficial Paul van Vuuren”. Ante la pregunta directa de si recordaba haber electrocutado a los activistas, dijo: “Puedo recordar la electrocución, pero después de que me lo dijeron. Puedo recordar más o menos el lugar específico donde sucedió. Fue en una granja. Había una verja. Puedo recordar un angosto camino de tierra. Era un camino blanco, de arenisca blanca. Puedo recordar muchas trivialidades. También había gallinas de guinea. Ése es el tipo de cosas que puedo recordar. Pero los asuntos serios reales, no los puedo recordar”. Cuando un miembro del Comité expresó su sorpresa ante el hecho de que él no pudiera recordar el asesinato de tres personas, pero sí a las gallinas de guinea, Hechter simplemente respondió: “Sé que suena increíble, pero por eso fue que dije que recordaba trivialidades”29. Cuando otros dos oficiales de 29
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South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 3 (Worlds of License), disco 1, grabación 5 (“Bits and Pieces”). Traducción al inglés de Kallie Blom.
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la Policía implicaron a Hechter en el asalto a un guardia en Warmbath en 1987, de nuevo Hechter no pudo ni confirmar ni contradecir la evidencia. Reconoció, sin embargo, que la Policía por lo regular atacaba a aquellas víctimas que ofrecían información insuficiente, y trataba de convencerlas de volverse informantes de la Policía. En los dos casos, Hechter había sido mencionado por sus compañeros, de tal forma que tenía que solicitar la amnistía o enfrentar un proceso judicial. Y la revelación completa de estos hechos requería el recuerdo de los mismos. Quizás la afirmación de Hechter de que su pérdida de memoria no resultó sólo de su experiencia en la Policía de seguridad del apartheid apoyaba su planteamiento. También describió un abuso infantil extremo por parte de su padre, quien lo despertaba en la noche y lo sometía a violencia verbal y física. Hechter atribuía su comportamiento durante la época del apartheid a este trauma y vulnerabilidad tempranos. Durante el día Hechter cumplía con el papel estipulado para un policía. En la noche se convertía en un terrorista urbano, poniéndose la balacava (pasamontañas) y aventurándose en los suburbios, buscando la acción violenta. Recordar detalles “insignificantes” como las gallinas de guinea o Kentucky Fried Chicken puede debilitar la defensa de la amnesia que ofrecen los perpetradores. Para convencer a su público, los perpetradores deben mostrar la parte de individuos profundamente afectados por sus pasados. Deben transmitir en sus actos confesionales el trauma personal. Una condición preexistente, como en el caso de Hechter, quizás sirva para volver más creíble la amnesia del perpetrador. Además, en cuanto los perpetradores no se beneficien de la amnesia, y, particularmente, si llegan a perjudicar sus casos, como Hechter, convencerán más fácilmente a su público de la veracidad de sus argumentos sobre la pérdida de memoria. “Olvidar es un verbo a menudo conjugado por hombres acusados de tortura”. “No recuerdo”, respondió Osvaldo Setorio, un ex comisario de Policía en La Plata, Argentina, y jefe de uno de los más grandes centros clandestinos de tortura. No tuvo que decir nada más cuando lo confrontaron con el caso de Clara Analí Mariani. Protegido por las leyes de amnistía, no fue forzado a recordar ni a proporcionar ningún testimonio. De hecho, su interés estaba en “olvidar” lo más que podía sobre el pasado30. Los juicios a veces generan amnesia confesional. “No sé si soy Astiz”, decía un titular de un periódico argentino después de que Alfredo Astiz sostuviera bajo juramento no recordar ningún detalle de su pasado, incluida la dirección del reconocido ESMA donde había trabajado31. Durante el Juicio a 30
Victoria Ginzberg, “Sin impunidad ni obediencia debida”, Página/12, 2 de octubre de 1999.
31
“No sé si soy Astiz”, Página/12, 20 de enero de 1998.
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los Generales, la mano derecha del almirante Massera, el retirado teniente naval Jorge Carlos Rádice, pareció haber olvidado todos los detalles de su pasado, respondiendo que “seguía órdenes”, a una pregunta sobre sus oficios específicos, y “no puedo recordar”, a preguntas sobre combates. Los juicios ofrecen un incentivo para olvidar que las comisiones de la verdad no tienen. En particular, cuando las comisiones de la verdad ofrecen amnistía como intercambio por la verdad, como en Sudáfrica, los perpetradores tienen pocos motivos para olvidar el pasado. Quizás sólo recuerden el pasado de forma selectiva o lo proyectan bajo una luz particular, pero la amnesia total es rara. Cuando la amnesia se usa como una defensa, como lo ilustraron Benzien y Hechter, se describe como una patología específica o como un tema de salud mental. Por eso, y aunque los perpetradores por lo general no ofrecen una revelación total ante las comisiones de la verdad, usualmente evitan la defensa de la amnesia y el estigma de enfermedad mental asociado con ésta. La amnistía total, como en el caso de Brasil, estimula el silencio hasta que se revela información, después de lo cual aparecen la negación y la amnesia. Los perpetradores tratan de seguir con sus vidas, evitando tanto el conflicto como el recuerdo. Algunos crean nuevas identidades sin ningún pasado ni nada que se los haga recordar, como resulta evidente en los relatos de los perpetradores en los que se menosprecian vigorosa y repetidamente, o se emborrachan hasta el estupor después de cometer alguna atrocidad. Intentan quitárselo de encima eliminándolo. Algunas veces lo consiguen, pero en otras oportunidades se ven forzados a salir a la arena pública y a menudo responden con la amnesia, como sucedió con los perpetradores que descubrió Veja. Como observó astutamente un periodista de Veja: “Un verbo muy conjugado por los hombres acusados de tortura durante la dictadura: olvidar”32. A pesar de los intentos por parte de Veja y otros grupos periodísticos de “sacar” a otros perpetradores y exponer sus “olvidadas” atrocidades, el resultado es a menudo complejo. El público queda expuesto no sólo a la violencia pasada y su impacto en las víctimas, sino también a los estragos que causa esta violencia en quienes la perpetraron. Los perpetradores surgen como algo más que malvados unidimensionales. Los medios, quizás de manera inconsciente, los complejizan y los vuelven intrigantes. El público puede detestar los crímenes cometidos, pero alguna gente siente empatía con aquellos que los cometieron. Los sucesos de la matanza de Thanh Phong en Vietnam ilustran el papel que los medios cumplen en complicar la comprensión del pasado por parte del públi32
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co. El ex senador Bob Kerrey había sido comandante de una unidad de SEALS de la Marina enviados a Thanh Phong para emboscar una reunión del Vietcong. La zona había sido despejada de mujeres, niños, y de personas no pertenecientes al Vietcong, o por lo menos eso fue lo que creyeron Kerrey y su batallón. Kerrey recordaba que se habían encontrado con los Vietcong y había combatido en su contra, según las instrucciones. Pero su anterior compañero Gerhard Klann relató una serie diferente de sucesos, en específico, los actos de Kerrey y su compañía que serían considerados crímenes de guerra. Según la versión de Klann, Kerrey había sostenido a un hombre viejo mientras él, Klann, le cortaba la garganta. Afirmó que los SEALS de la marina habían reunido a las mujeres y los niños en una cabaña y los habían exterminado. Los informes de prensa y las entrevistas que vinieron después de la revelación de Klann tendieron a creerle más a su testimonio que al limpio testimonio de Kerrey. Algunos críticos aceptaron que el cubrimiento hecho por los medios inclinó al público en contra de Kerrey, debido al estilo de entrevistas del director de noticias Dan Rather. Un analista describió esta técnica como de “preguntas cortas y rápidas que obligan a respuestas de sí o no, interrumpidas con pausas expectantes […] una técnica de comité judicial cursi diseñada menos para esclarecer hechos que para implicar abusos”. Rather: No tiene ningún recuerdo de la mayoría de los habitantes de la aldea siendo puestos en línea […] Kerrey: No. Rather: Y disparar a quemarropa […] Kerrey: No. Rather: […] repetidamente con las armas automáticas […] Kerrey: No. Rather: […] y –perdón por decirlo– con sangre y tripas esparciéndose encima de todo el mundo. Kerrey: No. Rather: ¿No tiene ningún recuerdo de esto?33
Más que apoyar al condecorado héroe de guerra (Kerrey), los medios complicaron el pasado. Lanzaron el recuerdo de Klann como el verdadero, aunque pudieron haber usado fácilmente los antecedentes de Klann para desechar su relato como una fabricación motivada por el deseo del reconocimiento público. Pero más 33
Dunne, “A Farewell to Arms”, p. 7.
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que poner en duda los motivos o la memoria de Klann, la entrevista de Kerrey en los medios mostró a Kerrey como aquel que tenía recuerdos imprecisos. Kerrey nunca negó su propio recuerdo de los hechos. Él simplemente “no recordaba” de la manera como recordaba Klann. Los medios lo mostraron como alguien con neurosis de guerra en el mejor de los casos, o alguien que, en el peor de los casos, oscurecía deliberadamente su pasado en beneficio personal o político. Los medios transformaron la amnesia de Kerrey en una atrocidad, destruyendo, en consecuencia, cualquier esperanza que tuviera Kerrey de conseguir la Presidencia. La atrocidad, después de todo, es mejor tema que la amnesia. “¡Que no nos gane el olvido!”. ¡Que no nos gane el olvido!, decía la leyenda en una pancarta cargada por un grupo de activistas por los Derechos Humanos a lo largo de las calles de Buenos Aires34. Organizado por las Madres de la Plaza de Mayo, el grupo marchaba para protestar por el incidente en el que un oficial de la Policía de inteligencia, Miguel Osvaldo Etchecolatz, había amenazado con un arma a tres estudiantes universitarios por llamarlo asesino en una plaza pública. En este caso, el perpetrador (Etchecolatz) no había olvidado el pasado; había intentado convertirlo en una virtud heroica. Las Madres de la Plaza de Mayo protestaron no contra la amnesia de Etchecolatz, sino contra el olvido público, el resultado que habían anticipado como consecuencia de los procesos políticos creados sobre la inmunidad para los perpetradores y la evasión del debate público sobre el pasado. “Nunca más” se ha convertido en un eslogan internacional para los grupos defensores de los Derechos Humanos que exigen el recuerdo para evitar cualquier repetición de las atrocidades del pasado. En este sentido, todas las movilizaciones de grupos por los Derechos Humanos exigen la memoria política y se oponen a los procesos oficiales que olvidan el pasado. Pero las confesiones amnésicas cumplen un papel único para el público. Al igual que el silencio, la amnesia de los perpetradores le proporciona al público una oportunidad para llenar los vacíos dejados por lo que no se ha dicho. Pero estas confesiones también proporcionan una manera de que las víctimas y los sobrevivientes nivelen sus relaciones con los perpetradores. La incapacidad de sus torturadores para recordar les otorga un poder: el poder de la memoria. Pueden enfrentar las historias llenas de baches de los perpetradores con los detalles faltantes. Como decía una de las víctimas de Benzien: “Normalmente no hablo de mi tortura. No es algo de lo que me sienta orgulloso, hablar al respecto. Benzien fue mi torturador. Nunca pienso en él. No sabía qué decir, qué hacer. Pero 34
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Arnaldo Pampillon, “Un repudio a Etchecolatz”, Página/12, 11 de noviembre de 1999.
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a este punto él ya no era el torturador arrogante. Era una sombra de él mismo. La relación de poder ha cambiado. Yo estaba en una mejor posición para mirarlo fijamente, para gritarle, o lo que fuera”35. Mirar y gritar tal vez hayan ofrecido una cura personal, pero también cumplen un papel político. Muchos públicos perciben a las víctimas y a los sobrevivientes como en busca de venganza por medio de la confrontación con los perpetradores. Pero, como lo sugiere una víctima, la venganza personal no es lo que desean conseguir las víctimas al enfrentar a su perpetrador: “[Nadie desea] vivir de nuevo toda esa experiencia. Era degradante para uno ser puesto en esa experiencia, escuchar lo que había sucedido en aquel sitio. Al final del día, cuando ellos le habían hecho eso a uno, uno tenía que darles la información que deseaban. Nadie quería revivir la experiencia. Alguna gente decidió que no. Algunos decidieron quedarse en la casa. Preferían no tener que recordar […] y [ser] traumatizados de nuevo”. Lo que motivó a las víctimas de Benzien a confrontarlo fue un proyecto político. El CNA les pidió asistir a las audiencias, para legitimar la CVR y para ayudar a los surafricanos a sobreponerse al estigma de la victimización. Ellos usaron sus propias historias para llenar los vacíos en la memoria, no sólo en la de Benzien, sino en la de la nación también. Esta agenda política, y no la venganza personal, les permitió confrontar a su torturador. Incluso con esta motivación política compartida y las relaciones de poder niveladas, las víctimas y los sobrevivientes reaccionaron de formas muy distintas a los encuentros con sus torturadores. Algunos sintieron, por ejemplo, que Benzien tenía la clara misión de “despreciar” y “degradar” a sus víctimas de nuevo. Pero más importante que sus ataques personales, estas víctimas/sobrevivientes sintieron que Benzien estaba “básicamente dándose a sí mismo y a su técnica [crédito] por haber roto esta célula en minutos. Al hacerlo, Benzien insinuaba que los llamados ‘terroristas’ eran débiles; que de un momento a otro soltarían toda la información. Yo necesitaba luchar contra eso y darle a esa situación una mayor comprensión”. Según esta interpretación, Benzien continuaba con la lucha del apartheid incluso en la CVR. Se merecía la cárcel para pagar su deuda con la sociedad. Aunque reconocían los esfuerzos de Benzien por mantener la ventaja de poder con sus víctimas, otras víctimas/sobrevivientes interpretaron esos esfuerzos como menos exitosos. Estos sobrevivientes tenían objetivos políticos limitados y los consiguieron. Como afirmó uno de ellos: “Uno logra tanto como puede [del 35
Entrevista de la autora, Cape Town, Sudáfrica, 8 de marzo de 2002.
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proceso]. Pero si uno espera demasiado, se desmoralizará”36. El proceso –particularmente, cómo las víctimas/sobrevivientes llenan la información faltante– clarificó lo sucedido en Sudáfrica. Pero este grupo de víctimas/sobrevivientes en realidad no consideraba a Benzien como un monstruo. Por el contrario, lo veían en una posición semejante a la suya: “Es el contexto lo que nos conforma, es la estructura. Si uno observa el perfil de su lado y el del nuestro, verá la misma cosa: conciencia, obediencia, fe ciega. Cualquiera de nosotros pudo haberse convertido en torturador bajo cierto contexto. Soy una persona disciplinada y sigo las órdenes. De tal forma que hago lo que me ordenan […] Él [Benzien] hizo su trabajo. Yo habría hecho lo mismo”37. Estas víctimas/sobrevivientes veían a Benzien como parte de una jerarquía. Bajo este contexto, Benzien no era más monstruoso que cualquier otro. El mensaje político importante fue la crítica al sistema del apartheid, no a los individuos dentro del mismo, siendo el objetivo acabar con las relaciones de poder inequitativas. Bajo esta luz, la participación de Benzien fue un paso hacia la dirección correcta. Como manifestó un observador: “Aunque estemos convencidos de que Benzien no hizo una revelación completa, se presentó –por lo menos– ante la CVR. Otros no lo hicieron”38.
Conclusión “El olvido”, declaró Jelin, “no es ausencia ni vacío. Es la presencia de esa ausencia, la representación de algo que estaba y ya no está, y que ha sido borrado, silenciado o negado” (2002: 28)39. Este parece ser el anhelo de los perpetradores: borrar su pasado sin querer recordar, ponerlo fuera de la discusión pública, para que así deje de existir, incluso, como recuerdo. Pero las confesiones amnésicas tienen limitaciones evidentes. La amnesia les impide a los perpetradores tener el control sobre el pasado que buscan. Como “presencia de la ausencia”, el olvidar significa que algo sucedió y que ahora está olvidado. Cuando los perpetradores dicen “No puedo recordar”, sugieren una verdad. Se sitúan a sí mismos en el campo de lo posible: un lugar particular, en un grupo particular, en un momento particular, cometiendo actos de violencia particulares. La sospecha aumenta porque los perpetradores no lo niegan, sino que sencillamente no logran recordarlo. En sus intentos por explicar esta 36
Entrevista de la autora, Cape Town, Sudáfrica, 7 de febrero de 2002.
37
Entrevista de la autora, Cape Town, Sudáfrica, 2 de mayo de 2002.
38
“Anger as Police Torturer Benzien Gets Amnesty”, Star, 18 de febrero de 1999.
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Ver también Jelin (2003: 17).
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pérdida de memoria, los perpetradores se implican aún más. Su condición médica los vincula a un mundo violento que ha creado el deseo de bloquear el pasado. La memoria parcial o las explicaciones de una pérdida de memoria sin negación, en otras palabras, llevan al público a dudar de estas confesiones. Como algo ha sucedido, el público algunas veces llena este vacío de información con sus propias versiones del pasado. Algunos perpetradores tal vez nieguen la violencia del aparato de seguridad en los hechos que sus compañeros no pueden recordar. Los gobiernos democráticos quizás también intenten usar la amnesia para acabar con el inquietante debate público que potencialmente podría reiniciar el conflicto frente al pasado. Las víctimas y los sobrevivientes, o los abogados que los representan, a menudo aprovechan esta oportunidad para generar evidencias, materiales o circunstanciales, que vinculan a los perpetradores o al aparato de seguridad con particulares actos de violencia. Más que borrar, silenciar o negar, el público puede transformar la amnesia en el recuerdo y la condena del pasado. El público, sin embargo, no posee el control total sobre estos procesos. Lo que los perpetradores olvidan, por un lado, y lo que recuerdan, por el otro, también terminan olvidados o recordados de igual forma por la sociedad. El público sudafricano no recuerda el hecho de Benzien violando a hombres con varas metálicas, así su público lo haya obligado a admitirlo; el recuerdo que persiste de Benzien es el del método de la bolsa mojada. Los medios enfrentan la dificultad de elaborar una historia con aquello que se ha olvidado. Así, y aunque Veja haya “expuesto” a la luz a algunos perpetradores brasileños, su amnesia no convirtió a estos individuos en una causa célebre para exponer el pasado y exigir justicia. En su mayoría los perpetradores brasileños siguen siendo desconocidos y viven protegidos en su sociedad. Los perpetradores consiguen mayor protección legal por no recordar que por hacer confesiones. La estrategia de la amnesia no funcionó para Astiz ni para Scilingo porque los dos ya habían admitido públicamente los mismos actos que más tarde afirmaron haber olvidado. Pero la amnesia cerrada del tipo del simple “No recuerdo” hace cada vez más difícil condenar a los perpetradores, por la falta de evidencia material. Algunas veces la amnesia les funciona a los perpetradores, aun cuando el público intente debilitarlos. Pero para que los perpetradores puedan borrar, silenciar o negar el pasado deben prevalecer ciertas condiciones: amnesia total, no parcial; la falta de evidencias que le permitan al público vincularlos con un pasado violento; una comunidad por los Derechos Humanos desmovilizada y la falta de compañeros perpetradores que puedan traicionarlos.
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Capítulo 9 Traición Las operaciones secretas […] ése era nuestro trabajo. El enemigo eran el CNA, el CPA [Congreso panafricano] y el PCSA [Partido Comunista Surafricano]. Sentí que el Estado se apartaba de nosotros. Mi lealtad hacia el Gobierno y la Policía era absoluta. Nunca los habría vendido. Mi opinión es que F. W. de Klerk abdicó cuando dejó de prohibir estas organizaciones. Lo considero uno de los más grandes cobardes que ha producido el país. No porque deseara la paz –ésa es una causa noble– sino porque, como un cachorrito, dio la espalda y se orinó. Vendió a ciertos miembros de las fuerzas de seguridad al CNA. Estas fuerzas nunca recibieron el beneficio de las promesas de una amnistía general. Eugene de Kock1
Eugene de Kock nunca tuvo en mente contar su historia sobre su dirección del Vlakplaas, el más reconocido escuadrón de la muerte del apartheid en Sudáfrica. Dos cadenas perpetuas y una condena de 212 años de prisión lo hicieron cambiar de idea. La solicitud de una amnistía por parte de la CVR y convertirse en testigo estatal le ofrecieron alguna oportunidad de reducir el tiempo en prisión. La confesión también le ofreció a De Kock un medio para vengarse de aquellos que lo habían traicionado: sus hombres, sus comandantes y el sistema del apartheid. Esperaba por lo menos que todos compartieran la responsabilidad, y el tiempo en la cárcel, con él. Pero la estrategia de De Kock falló. Permaneció solo en la cárcel, aferrado a la ligera esperanza de un perdón presidencial. Entre tanto, llevó a cabo una confesión que resultó asombrosa, de uno de los más reconocidos asesinos del apartheid sudafricano. La confesión de De Kock sacó a la luz los actos violentos –incluidos cuarenta homicidios– que le valieron el alias de “Malvado Supremo”. De Kock, por ejemplo, acuchilló a Japie Maponya hasta la muerte con una espada, por no haberle dado información sobre su hermano, un integrante del CNA. Maponya, un joven desligado de la política, probablemente no tenía la información que buscaba 1
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“De Klerk Ordered Attack on Transkei, De Kock Trial Told”, South African Press Association, 18 de septiembre de 1996.
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De Kock 2. De Kock se jactaba de estos “bandidos de un brazo”, activistas estudiantiles que estallaban con granadas adheridas a sus cuerpos, y que De Kock les había dado. Once de ellos murieron. Vlakplaas plantó armas en varias de las células “armadas” que exterminó el escuadrón. De Kock bombardeó varios edificios, incluida la Khotso House del Consejo Sudafricano de Iglesias; la sede de los gremios, la Cosatu House y las oficinas del CNA en Londres. No sólo atacó a las fuerzas de liberación, sino que incluso asesinó a varios de sus propios hombres de quienes sospechaba podrían traicionar a la unidad. Y les proporcionó armas a los activistas de una “tercera fuerza” del Inkatha Freedom Party (PLI) [Partido de la Libertad Inkatha] para incursionar violentamente en los suburbios contra reales o supuestos operativos del CNA, en lo que terminó conociéndose en ese momento como la violencia de “negro contra negro”. La confesión de De Kock resultó de –y formó parte de– un ciclo de delación. El ciclo comenzó en 1989, cuando Almond Nofemela, un askari que había estado trabajando para el Vlakplaas, estaba a punto de ser ahorcado por el asesinato de un granjero blanco durante un intento de robo. Nofemela había contado con que sus jefes del Vlakplaas lo protegerían de ir a prisión y de una sentencia a muerte, puesto que en el pasado ya había robado y asesinado sin recibir castigo y con un encubrimiento seguro. Sus jefes le habían prometido que si mantenía la boca cerrada ellos se asegurarían de que el asunto sería olvidado. Pero cuando De Kock le envió un mensaje a Nofemela poco antes de su ejecución ordenándole que “aguantara el dolor”, Nofemela se dio cuenta de que tenía que arreglárselas por su cuenta: “Caí en la cuenta entonces de que había sido traicionado por mis oficiales superiores, quienes me habían prometido ayudarme a salir de la prisión de máxima seguridad. Fue en este momento que decidí revelar todo lo sucedido anteriormente y mandé un mensaje a los Abogados de los Derechos Humanos, a fin de que enviaran a alguien para que recibiera un testimonio en conformidad y para pedir una prórroga de la ejecución”3. En una época anterior la historia de Nofemela pudo haber desparecido, debido a la falta de corroboración. Las cortes de la Sudáfrica del apartheid habrían desdeñado sus afirmaciones sobre un escuadrón de la muerte patrocinado por la 2
De Kock sostuvo que había golpeado a Maponya con la pala sólo después de que ya estaba muerto. “Se trataba de una práctica estándar para asegurarse de que una persona en realidad estaba muerta después de dispararle”. “De Kock Ordered the Murder”, Cape Times, 16 de julio de 1999. Al escuchar la defensa de sus actos, una periodista del New York Times opinó: “El señor De Kock […] tiene una manera de hacer que la brutalidad suene como algo reglamentado”. Suzanne Daley, “South Africa Confronts Brutalities of One Man”, New York Times, 19 de julio de 1999.
3
Almond Nofemela, entrevista de la autora, Pretoria, Sudáfrica, 24 de junio de 2002.
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Policía como ideas lunáticas creadas por un resentido y desesperado hombre negro a punto de ser ajusticiado. Si el predecesor de De Kock en el Vlakplaas, Dirk Coetzee, se hubiera mantenido en silencio, Nofemela habría sido colgado. Coetzee, sin embargo, también se sentía traicionado. Sospechaba, basándose en anteriores cargos de insubordinación y la degradación de su rango, que sus superiores iban a sostener que él era el único responsable por los crímenes que Nofemela le atribuía al Vlakplaas. Coetzee buscó protección a través de la prensa. El testimonio de Nofemela precipitó un proceso confesional que ya había iniciado con los periodistas Max du Preez y Jacques Pauw para el periódico afrikáner anti-apartheid Vrye Weekblad. Además de publicar su historia, Du Preez y Pauw consiguieron que Coetzee abandonara el país y se uniera al CNA en el exilio, como protección contra represalias. Con las confesiones del comandante blanco, Coetzee, y del subalterno negro, Nofemela, la existencia del negado escuadrón de la muerte financiado por la Policía Vlakplaas parecía innegable. Y aun así, De Kock lo negaba. “Era aún posible discutir que uno [Nofemela] era un asesino sentenciado y el otro [Coetzee] un fugitivo renegado del CNA” (De Kock 1998: 189). La Comisión Harms también sostuvo que a las afirmaciones de Nofemela y de Coetzee no las respaldaba ninguna evidencia. Aun así, De Kock sintió un giro entre los estratos superiores de la comunidad de seguridad. “Después de lo de Harms”, dijo De Kock, “los del Vlakplaas dejamos de ser los chicos maravilla; por el contrario, fue como si todos nosotros apestáramos como zorrillos” (De Kock 1998: 189). La posterior Comisión Goldstone confirmó la sospecha de De Kock. Se produjeron evidencias que repudiaban a la anterior Comisión Harms, se verificaron algunas de las afirmaciones de Nofemela y Coetzee y se determinó que el Vlakplaas se había visto implicado en la creación de una “tercera fuerza”, proveyendo armas al PLI para eliminar miembros del CNA. De Kock fue arrestado. A pesar de este cambio en el ambiente, De Kock aún esperaba la absolución. Debido a que había escapado de investigaciones, juicios y comisiones, planeaba de nuevo “seguir en el bus”, confiado en que las operaciones de encubrimiento de la Policía y unos jueces comprensivos lo protegerían (Craig Williamson, citado en Pauw 1997: 137). “Él [De Kock] nunca imaginó que se volvería tan serio como esto”, afirmó Coetzee. “Pensó que tenía a todo el mundo agarrado de las pelotas”4. Su antiguo amigo y compañero Craig Williamson sospechaba que De Kock no comprendía del todo el cambio en el clima político: “No fue abandonado 4
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Dirk Coetzee, entrevista de la autora, Johannesburgo, Sudáfrica, 8 de mayo de 2002.
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sólo por los generales, fue abandonado por toda la estructura política. Y, por lo tanto, todo el mundo de arriba abajo, cuando se dio cuenta de que las cosas estaban en peligro y que algunas verdades desagradables iban a salir a la superficie, salió a esconderse. Y él fue dejado ahí, el conejo bajo el reflector” (Pauw 1997: 143). El fiscal, Jan D’Oliveira, armó un caso contra De Kock, que fue apoyado por la traición de sus compañeros y subordinados: “El caso De Kock fue clave para nuestros procesos judiciales. Al principio, De Kock creía que iba a salir libre, así como lo creyó toda la gente a su alrededor. Después empezaron a darse cuenta de que le íbamos a bajar los humos y entonces empezaron a buscarme confidencialmente y a contarme lo que sabían”5. Uno a uno, los hombres de De Kock lo delataron, buscando protección como testigos de Estado. Y todos recibieron una generosa compensación. Se dice que Chappies Klopper recibió R90.000 por su testimonio contra De Kock ante la Comisión Goldstone. Willie Nortje y Brood van Heerden recibieron empleos en la Agencia Nacional de Seguridad. De Kock intentó contrarrestar algunas de estas acusaciones. Insinuó que Klopper había mentido por venganza porque él lo había golpeado terriblemente después de haberlo encontrado en delito flagrante con una prostituta negra en un baño y por tratar de acostarse con la esposa de otro policía. Klopper replicó que De Kock había lanzado un plan para “sacarlo del camino” y evitar que hablara en su contra. Incluso, los superiores de De Kock lo traicionaron. A diferencia de la defensa con la Corte en pleno que montaron para su compañero Magnus Malan, no ayudaron a De Kock a preparar el juicio. Ni siquiera aparecieron en el juicio. Abrumado, De Kock aceptó la inutilidad de atacar a Klopper o a cualquier otro: “Las evidencias en mi contra eran demasiado grandes para intentar negarlas” (De Kock 1998: 270). De Kock se retiró de su puesto en la Policía. Se divorció de su esposa y la envió con sus dos hijos a refugiarse en el exterior. Intentó protegerse de ataques violentos dentro y fuera de las paredes de la prisión donde habitaba. Alegaba que los presos lo habían atacado con barras de jabón llenas de cuchillas de afeitar. Se sentía inseguro, además, porque, como dijo, “por dos cargas de dagga [marihuana] o R100, cualquier miembro de los 26 o los 27 [dos reconocidas bandas en la cárcel] te matará” (Pauw 1997: 142). El Gobierno respondió asignando seis policías de las fuerzas especiales para proteger a De Kock. Algunos especularon que esta fuerza probablemente protegería a De Kock de quitarse la vida6. 5
Jan D’Oliveira, entrevista de la autora, Pretoria, Sudáfrica, 17 de mayo de 2002.
6
“De Kock ‘Is Considering Suicide’”, Cape Times, 10 de octubre de 1996.
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De Kock se lanzaría entonces a un largo recorrido confesional, afirmando: “No tengo nada que perder” y “no tengo ninguna agenda guardada”7. Los medios amplificaron las representaciones confesionales de De Kock, convirtiéndolo en un objeto regular desde su debut en la Comisión Harms, hasta la Comisión Golstone, su prolongado juicio, su solicitud de amnistía de 4.000 páginas ante la CVR y su propio testimonio y el de los otros en las audiencias de la CVR. Una biografía sobre su vida (Into the Heart of Darkness), su autobiografía (A Long Night’s Damage) y un documental (Prime Evil) le proporcionaron otros campos públicos confesionales. La delación se convirtió en la esencia de la confesión de De Kock: no sólo cómo lo traicionaron sus compañeros, sino también cómo iba él ahora a traicionarlos con su confesión. Atribuía su caída a las negociaciones políticas para terminar con el apartheid. “Cuando empezaron a negociar tuvieron que deshacerse del armario lleno de trucos sucios, así que en lugar de ser el joven de ojos azules que sería el próximo general, soy el leproso del que deben librarse”8. Al preguntarle cómo se sentía ante las reacciones de sus superiores a su juicio, contestó: “Es una traición total […] No me podía amargar más; sentía ganas de vomitar”. El presidente del Comité le recriminó “estar jugando con las palabras”, a lo que De Kock replicó: “No estoy jugando con las palabras. Sé lo que digo. Puedo hablar afrikáans”. Después agregó: “Quiero mencionar dos nombres. Uno es el general Johan Coetzee [ex jefe de seguridad] y el otro es F. W. de Klerk [ex presidente de Sudáfrica]. Los dos deberían estar hoy contra la pared. No sólo engañaron a la gente, sino que escaparon ante la primera señal de problemas. Vendieron a la población blanca, excepto su pequeño grupo élite […] Aquellos en la cima no sabían realmente lo que estaba sucediendo abajo. Solían sentarse en la comodidad de sus aires acondicionados, arreglar sus pensiones y beber copas de vino rojo, mientras que nosotros teníamos que tendernos en el moco, el pelo y la sangre en el polvo”9. De Kock guardaba un particular mordacidad para De Klerk, a quien se refería como la persona que “más se me atraviesa en la garganta”: “Simplemente 7
“De Kock Concerned He Won’t Get Fair Hearing from Truth Commission”, Cape Argus, 20 de septiembre de 1996. Además de implicar a los dos anteriores presidentes del apartheid, De Kock implicó al anterior ministro de Asuntos Exteriores, a comandantes de la Policía, a comisionados de la Policía, a directores de la rama de Inteligencia y Seguridad, a generales de la Policía y a jefes del Vlakplaas.
8
Jean Turner, “Eugene: From Apocalypse Now”, Mail and Guardian, 28 de mayo de 1999.
9
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 3 (Worlds of License), disco 2, grabación 5 (“A Thousand Shades of Grey”). Traducción al inglés de Johannes Oosthuizen.
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no tuvo el valor de declarar: ‘Sí, nosotros en los niveles superiores perdonábamos lo que hacían a nuestro nombre las fuerzas de seguridad. Además, dimos la orden de que debía implementarse. O –si en realidad no dimos las órdenes– nos hicimos los de la vista gorda. No movimos ni cielo ni tierra para detener el horror. Por lo tanto, dejemos que ejecuten a los soldados rasos. Los que estábamos arriba soportaremos el dolor. Los que estábamos arriba lo sentimos’” (De Kock 1998: 277)10. De Kock reconocía lo práctico de haberlo convertido en el chivo expiatorio de la violencia del apartheid. Él, después de todo, había cometido atrocidades, a menudo había actuado de manera independiente y no era alguien considerado particularmente confiable o muy querido dentro del aparato de seguridad. Pero no era el único ni el peor culpable. El Vlakplaas, afirmó, había hecho poco, comparado con lo que “los muchachos de Eastern Cape y Natal llegaron a hacer […] Hacían ver al Vlakplaas como un campo de niñas exploradoras” (De Kock 1998: 36). Calificó al Vlakplaas como “casi el último en la fila en cuanto a asesinatos a sangre fría y enfermizos”11. No niego que soy culpable de los crímenes, muchos de estos horribles, de los que se me acusaba. Pero no soy el único culpable. El Estado escogió otorgarles la indemnización de procesos judiciales a muchos de mis hombres, sencillamente, para que se pudiera levantar un caso aplanadora en mi contra y en el proceso permitir que otros hombres tan culpables como yo se rieran en la cara de la justicia. Pero nosotros en el Vlakplaas, y en otra unidades encubiertas, no somos para nada los más culpables de todos. Este dudoso honor pertenece a aquellos que nos acoplaron en las fuerzas asesinas en las que nos convertimos y en las que se suponía debíamos permanecer todo el tiempo. Y la mayoría de todos, de los generales y los políticos, salió impune. Yo recibí las órdenes de los generales en la Policía de Sudáfrica. Ellos, a su vez, […] recibieron instrucciones desde los más altos niveles del Gobierno. Muy pocos generales o ministros han enfrentado un juicio, como tampoco ningún presidente anterior; y entonces pareciera que la justicia se ha visto bien servida al convertirme, un simple coronel, en un demonio solitario para que dé cuenta de todo el mal del antiguo régimen. (De Kock 1998: 249-50)
10
De Kock agregó que no creía que el presidente De Klerk hubiera promovido la violencia: “Creo que, antes de convertirse en presidente, simplemente no quería enfrentar el hecho de que las actividades encubiertas eran uno de los baluartes del poder de su partido. Entonces, cuando fue nombrado presidente, hizo muy poco para detenerlas, incluso cuando su presencia fue lanzada a su cara” (1998: 282).
11
De Kock Says He Does Not Know How Many People He Killed”, South African Press Association, 20 de septiembre de 1996.
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De Kock se consideraba a sí mismo un soldado leal que sirvió con eficiencia a sus comandantes y al país: “Estos hombres nos hicieron creer que estábamos en una guerra justa. Incitaron a las fuerzas de seguridad y nos dijeron que éramos la última autoridad entre la anarquía y la paz”12. De Kock afirmó que estaban preparados para ganar a cualquier costo y por cualquier medio “excepto violación y abuso infantil”13. Ansioso por servir a su país, aceptó el puesto en el Vlakplaas –no lo había escogido personalmente– y asumió “el trabajo como un seguidor fiel del Partido Nacional”. En el Vlakplaas encontró a otros que, como él, eran “hombres leales que no dudarían en cometer actos ilegales en bien de su país”14. No cuestionaba las órdenes, incluso cuando no estaba de acuerdo con ellas. Dudaba, por ejemplo, de lo acertado (no de lo ilegal) de llevar a cabo atentados de alto nivel, porque pensaba que implicarían al régimen en la violencia ilegal. Como había dicho: “Después se revelaría que las fuerzas de seguridad se habían convertido en terrorismo aprobado por el Estado”15. De este modo, aunque fuera estratégico, De Kock consideró la traición de sus comandantes como una cobarde violación de la naturaleza policial. De Kock se veía a sí mismo como el tipo de oficial modelo que esperaba que también fueran sus superiores: dedicado a sus hombres y dispuesto a hacer sacrificios para protegerlos a ellos, a la operación, a la institución y al Gobierno, incluso involucrase en actos encubiertos y participar en trabajos sucios, en lugar de encargárselos a los subordinados16. Se fue contra sus comandantes cuando éstos no satisficieron las expectativas: “Asumo toda la responsabilidad desde mi posición hacia abajo por todos los actos de mis subordinados, pero ninguna hacia arriba hasta la cima”17. Agregó: “Creí erróneamente que existía integridad y fibra moral en la jerarquía, pero lamento que éste no sea el caso”18. También juró convertirse en “una espina 12
Darren Schuettler, “Eugene de Kock’s Last Desperate Attempt to Be Freed from His Crimes”, Star, 15 de junio de 1999.
13
Peter Dickson, “A Word, a Nudge, a Drink, a Gun…Then Death”, Cape Argus, 25 de abril de 1999.
14
Fana Peete, “De Kock Tells How Vlakplaas Functioned”, Star, 25 de mayo de 1999.
15
De Kock, citado en “De Kock Tells of Explosions”, Cape Times, 30 de julio de 1998.
16
En este tema, se comparaba con el ex comandante del Vlakplaas Dirk Coetzee, quien al referirse a su experiencia allí decía que se sentía en “el corazón de la puta” (1998). Para De Kock, “Coetzee era la clase de hombre que visita el burdel pero se mantiene en la sala: siempre tuvo a otros que hacían el trabajo sucio por él. Además, comparado conmigo, no visitó todos los burdeles. Dudo si alguna puta habría reconocido a Coetzee en la calle” (40). Uno de los antiguos amigos de De Kock lo describió como “un buen líder. Comandaba a los hombres. Los hombres creían en Eugene de Kock como creían en la Biblia, incluso más” (Riaan Stander, citado en Pauw, 1997: 36).
17
Roger Friedman, “There Was No Integrity al Top”, Cape Times, 2 de octubre de 1997.
18
Ibid.
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en el costado de estos pasados superiores”, puesto que habían demostrado no estar dispuestos a compartir la responsabilidad por los actos cometidos bajo su jefatura19. Se refería a sus superiores como “cobardes” que “querían devorar el cordero, pero que no querían ver ni la sangre ni las tripas”20. De Kock reveló la hipocresía de sus superiores. “Si repaso los dos últimos años, parece como si yo fuera el único hombre blanco que luchó contra el CNA. Ahora todo el mundo es un renacido seguidor del CNA” (Pauw 1997: 144). Además, puso en duda las afirmaciones de sus comandantes de no saber en qué estaba metido el Vlakplaas: “¿Por qué, si no sabían nada de estas operaciones, nos dieron medallas a mí y a los miembros de mi unidad?”21. Se refería específicamente a la Estrella de la Policía por Servicio Sobresaliente, un premio reservado usualmente para los generales, conferido a De Kock por el Presidente poco después de su atentado con bomba en 1981 a las oficinas del CNA en Londres. Contó cómo llegó a la casa de Johan Coetzee después de una redada en 1986 en Suazilandia, donde su unidad había asesinado a tres personas y se había apoderado de documentos del CNA. Coetzee, en bata, les ofreció café y estrechó la mano de cada uno. Cuando llegó donde De Kock, “dijo que no sabía si debía tocar o no mis manos, puesto que estaban cubiertas de sangre”22. De Kock también denunció las negativas de sus comandantes: “Uno no podía hacer estallar a alguien, o matar a alguien, sin aprobación; desde bien arriba hasta llegar al comisionado. Una vez fui hasta la frontera sin tener orden de hacerlo y la acción por poco me cuesta la carrera […] Reitero: el general Coetzee es un mentiroso”23. Los superiores de De Kock rechazaron su interpretación de los hechos. El ex ministro de Asuntos Exteriores Pik Botha negó las afirmaciones hechas por De Kock respecto a que él conocía y había aprobado tácitamente los ataques al otro 19
Ibid.
20
David Beresford, “De Kock Spews Bile on PW”, Mail and Guardian, 5-11 de junio de 1998.
21
“I Am Not Here to Buy Favors, Says de Kock”, Star, 26 de mayo de 1999. Un informante anónimo que proporcionaba defensa legal a los perpetradores de la rama de seguridad me explicó la falacia en el razonamiento de De Kock: “En su mente”, sugería el informante, “las medallas están directamente vinculadas con los actos”. Pero este informante explicó también el proceso de filtros y códigos mediante el cual los oficiales de bajo rango pasaban información a sus superiores, evitando así que los superiores comprendieran por completo las implicaciones de las órdenes y las acciones. Conocía de primera mano cómo los informes se saneaban antes de que llegaran a la oficina principal. “Así que cuando dicen que no lo sabían, es porque alguien había modificado ligeramente la información para que no lo supieran”. Entrevista de la autora, Pretoria, Sudáfrica, 15 de mayo de 2002.
22
David Beresford, “Coetzee’s ‘Fairy Tales’”, Mail and Guardian, 11-17 de septiembre de 1998.
23
Johnny Steinberg, “Coetzee’s Application Seems on Rocky Ground”, Business Day, 30 de septiembre de 1998.
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lado de la frontera contra el CNA. De Klerk acusó a De Kock de formar parte de una franja radical dentro de las fuerzas de seguridad, que había luchado contra la transformación política tan vigorosamente como antes había luchado contra el CNA24. Roelf Meyer, ex miembro del gabinete del Partido Nacional, estuvo de acuerdo, atribuyendo la venganza de De Kock contra sus comandantes a su rechazo al proceso de reorganización y reforma política iniciados por De Klerk en 198925. Sus comandantes calificaron además a De Kock como desobediente, una caracterización que a De Kock le hacía gracia. Lo que contradecía la reputación de De Kock del “honor en medio de la ignominia”, según contaron los comandantes y compañeros de De Kock, fue el hecho que De Kock había sacado dinero de los fondos del Vlakplaas para su enriquecimiento personal26. El capitán Wouter Mentz, por ejemplo, afirmó: “Nunca robé dinero. No soy Eugene de Kock. Hice lo que me ordenaron y en ese momento creí que era necesario”27. El ex presidente De Klerk aseguró que De Kock era autónomo, y que planeó todas sus atrocidades sin la consulta ni el conocimiento de sus superiores. Al preguntarle si era posible que De Kock pudo haber arreglado todas sus necesidades financieras y otros recursos por cuenta propia y al mismo tiempo mantener ocultas sus acciones de sus superiores, De Klerk respondió: “Sí, creo que es posible” (De Kock 1998: 279-80). El cubrimiento de algunos medios también lanzó dudas sobre la imagen de De Kock como chivo expiatorio. El periodista Themba Mofele escribió: “Las víctimas de sus malvados actos vieron a un infame asesino convertirse en una víctima de las circunstancias. La impresión creada es que él ha sido abandonado por sus amos”28. Otro observador creía que De Kock estaba “ocultando detalles, intentando mostrarse a sí mismo más como un soldado que como un monstruo”29. Al desempeñar el rol de fiel oficial, apuntó otro, “quiere limpiarlo todo, hacerlo ver como si él fuera un hombre de precisión, un hombre militar en una guerra”30. Otros debatieron la noción de que cumplir órdenes ilegales excusaba las atrocidades. 24
“Nothing New Says de Klerk”, Cape Times, 19 de septiembre de 1996.
25
Brian Stuart, “De Kock Opinions, Not Facts –NP”, Citizen, 20 de septiembre de 1996.
26
Alto oficial de la NPA (National Prosecuting Authority), entrevista de la autora, Pretoria, Sudáfrica, 17 de mayo de 2002. El oficial agregó que a De Kock se le podía creer que se aferraba a la verdad: “Dijo que se tomaría la medicina y se la tomó como un hombre”.
27
“Wouter Mentz at the TRC”, entrevista de Antjie Samuels, archivos de la radio SABC, No. T 97/392, 21 de marzo de 1997, Acc No 105215/Record BC: 19970321.
28
Themba Mofele, “Programme Portrays de Kock as ‘Hero’”, Sowetan, 28 de octubre de 1996.
29
Daley, “South Africa Confronts Brutalities of One Man”.
30
Ibid.
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Eugene de Kock, en defensa de sus actos, afirma haber sido él mismo una víctima, un simple soldado raso que cumplía órdenes, un policía fiel cuyo único crimen fue un equivocado patriotismo hacia el gobierno del apartheid. Pero De Kock era parte de una cadena de mando que llevaba hasta los más altos estratos del poder político, cuyo objetivo era la desestabilización deliberada y estratégica de la sociedad, y que formaba parte de un sistema que ha sido reconocido como un crimen contra la humanidad. De Kock no fue una víctima del sistema, era un asesino entrenado que fue condecorado con los más altos honores por el gobierno del apartheid gracias a las acciones que llevó a cabo. Su defensa debe ser discutida y revisada en este contexto. No puede ser equiparado con aquellos que fueron las víctimas de las atrocidades contra los Derechos Humanos que él cometió31.
Inicialmente, el sentimiento popular condenó a De Kock. Culpó de su pobre imagen pública a los esfuerzos del fiscal Anton Ackerman por “deshumanizarlo” y exponerlo como si fuera un “monstruo”32. Pero su alias, “Malvado Supremo”, nació de la reputación de su brutalidad dentro, y no por fuera, de las fuerzas de seguridad. Los sobrevivientes de su violencia contribuyeron a la negativa reputación pública. Seipati Mlangeni, la viuda del abogado del CN Bheki Mlangeni, quien fuera asesinado por una carta bomba enviada por De Kock, declaró: “Si pienso que lo puedo ver, podría matarlo. Para mí, él es como un perverso animal que no miraría dos veces a su presa. Es una persona cruel” (Pauw 1997: 101). La madre de Bheki, Catherine Mlangeni, también esperaba verlo muerto, “así como asesinó a mi hijo”33. El hermano de una de las víctimas de De Kock compartía esta opinión: “De Kock es un hombre cruel, un hombre cruel. Ese hombre, debe sufrir. Debe sufrir. Si las cosas salen bien, tienen que colgarlo. Debe morir”. Odirile Maponya, hermano de Japie Maponya, declaró: “Si yo no fuera cristiano, dentro de la Corte, habría asesinado a ese hombre, pero por razones de cristiandad no lo hice así […] Pero sé que Dios va a castigar a estos hombres. Yo los perdonaré, pero Dios los va a castigar. Pues han cometido un pecado” (Pauw 1997: 51, 56). Las protestas contra la celda de “lujo” que tenía en la prisión de Adriaan Vlok en Centurion City se transformaron en júbilo cuando las cortes lo sentenciaron a la cárcel de máxima seguridad de Pretoria: “Mientras la gente negra bailaba y celebraba fuera del edificio de la Corte, con los puños apretados en el aire, Eugene de Kock era llevado para iniciar la sentencia en la sección de máxima seguridad de la Prisión Central de Pretoria. Por primera vez, parecía verse que se hacía justicia con uno de los asesinos del apartheid” (Pauw 1997: 31). 31
Bird y Garda, “Reporting the Truth Commission”, pp. 340-41.
32
Stephané Bothma, “There is Always a Time for the Truth, Court Hears”, Business Day, 20 de septiembre de 1996.
33
“Mother of ANC Lawyer Murdered by de Kock Has Mixed Feelings”, South African Press Association, 30 de octubre de 1996.
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Con el tiempo, el retrato de De Kock hecho por los medios se volvió más ambiguo. Sus reconocidas gafas de lentes gruesos, por ejemplo, parecían al principio ocultar su mirada y velar sus emociones, mostrando una expresión plana sin corazón ni alma, la frialdad emocional de un asesino en serie. Sin embargo, las revelaciones posteriores respecto a que la fuerza de tareas especiales de la Policía había negado su admisión debido a su visión deficiente lo transformaron en un De Kock más vulnerable, casi como un “nerd” (Pauw 1997: 31)34. Sus concisas respuestas lo hicieron ver al principio como engreído, como cuando respondió que las referencias que hacían de él como “el asesino más eficaz de Sudáfrica” eran “correctas”35. Se volvió un poco más amable después de revelar que el tartamudeo lo obligó a economizar en palabras y lo aterraba permanentemente. “Durante los años de adolescencia”, afirmó, “dejé de participar casi del todo en conversaciones. La terapia ayudó pero nunca perdí el desmesurado terror a hablar, y nunca he olvidado el ridículo al que estuve sometido, tanto de frente como a mis espaldas” (De Kock 1998: 51). El público empezó a apreciar la honestidad y el humor perverso presente en sus escasas respuestas. Cuando le preguntaron de nuevo si era el asesino más eficaz de Sudáfrica, replicó: “No lo sé, nunca hemos tenido una conferencia con un asesino”36. Nunca dijo cuánta gente asesinó, afirmando en su lugar: “Era algo que uno trataba de olvidar”37. No permitía que otros pusieran palabras en su boca. Cuando el abogado que representaba a los militantes del CNA masacrados en Lesoto en 1985 contradijo su versión de la historia, De Kock respondió: “Presidente, puedo contar lo que recuerdo, pero si Berger quiere que cuente lo que él quiere escuchar, dígale que lo escriba y lo leeré por él”38. Otras porciones del pasado de De Kock proporcionaron una imagen suya más compleja. Su biógrafo, Jacques Pauw, por ejemplo, describió la infancia de De 34
Otros opinan que se unió a la Fuerza Aérea Sudafricana y salió sólo cuando fue persuadido desde el Koevoet para luchar en la guerra contra la insurgencia.
35
Stefaans Brummer, “A Twinkle of Humour in a Most Serious Trial”, Mail and Guardian, 21-27 de julio de 1996.
36
Agregó: “Si vemos la información que recibí sobre las actividades de la Policía de seguridad de Pretoria [que comandaba la sección de seguridad de Northern Transvaal], quizás podemos retomar la vía. Existía gente que no era necesariamente más eficaz en matar gente, pero quizás más despiadada e incluso más enferma”. Pauw (1997: 188).
37
“De Kock Says He Does Not Know How Many People He Killed”, South African Press Association, 20 de septiembre de 1996.
38
Maureen Isaacson, “Has de Kock Lost His Nerve?”, Cape Argus, 11 de junio de 2000. Un día antes, Berger había llevado a De Kock a salir precipitadamente de la sesión. Algunos miembros del público interpretaron el histrionismo de De Kock como un intento de enmascarar su culpa, pero otros opinaron que estaba frustrado por la incapacidad de convencer al público de su voluntad de cooperar.
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Kock como desprovista de cualquier emoción distinta a la agresión (Pauw 1997). Su despótico padre representaba a los patriarcas afrikáneres que se transformarían en los asesinos del apartheid: bebedores, devotos seguidores del Partido Nacional y miembros de la secreta hermandad afrikáner nacionalista (Broederbond). Los abusos verbales de su padre llevaron a su madre a abandonar el hogar, dejando a De Kock y a su hermano desamparados. De Kock rechazó esta explicación, sin embargo, alegando que era “inaceptable culpar a mi padre y a mi hogar por mí” (De Kock 1998: 45). En su lugar, De Kock y otros culpaban a la socialización y el entrenamiento en las fuerzas de seguridad. Según De Kock, “Los miembros de las fuerzas de seguridad, incluyéndome a mí, nos volvimos brutales e inadaptados […] Nos vimos forzados a confiar cada vez más en los actos de terror: tanto contra nuestros propios ciudadanos como contra las naciones vecinas. Comenzamos a darnos cuenta de que la gente que siente con tanta fuerza sus ideales y derechos sólo podía ser derrotada por el miedo” (De Kock 1998: 98). Sus compañeros compartían la idea de que De Kock se había convertido en un asesino, no que lo hubiera sido de nacimiento. El ambiente y la ideología policial alentaban las atrocidades contra el enemigo. “Literalmente se nos enseñó a odiar”, recordó uno de los compañeros de De Kock, “Si ustedes examinan el curso de seguridad por el que pasé, durante cinco semanas nos vimos sometidos, y tragamos entero la vociferación y la demencia de una persona que describiría como un cruce entre Adolf Hitler y Eugene Terre Blanche [reconocido defensor de la supremacía blanca en Sudáfrica]. A los satánicos y ateos comunistas y sus seguidores negros que nos iban a aniquilar. Oficialmente, se nos enseñó a odiar. Era una cultura del odio” (Paul Erasmus, citado en Pauw 1997: 35). La participación de De Kock en las guerras de contrainsurgencia en las fronteras de Sudáfrica exacerbó el efecto de esta cultura de violencia. El juez Wilhelm van der Merwe atribuyó el “deliberado, desalmado y calculado” asesinato por parte de De Kock “de gente inocente que no planteaba ningún peligro a ningún miembro de la Policía” a la insensibilidad creada por la prolongada guerra contra la Unión Nacional Africana de Zimbabue de Robert Mugabe, la Unión del Pueblo Africano de Joshua Nkomo en la antigua Rodesia y la Organización del Pueblo Suroccidental Africano39. Craig Williamson reconoció que los comandantes habían escogido a De Kock como líder del Vlakplaas debido a la destreza que había desarrollado durante el entrenamiento: “Él era parte de una élite en la fuerza de Policía. Creía por completo que tenía una misión. Los episodios de Rodesia y 39
Martin Ntsoelengoe, “Give Us de Kock’s Blood Money!”, City Press, 3 de noviembre de 1996.
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Koevoet lo prepararon para lo que se iba a convertir, y para el trabajo que hizo en el Vlakplaas. Y no permitan que nadie niegue que los jefes de De Kock sabían quién era Eugene de Kock y sabían en qué era bueno Eugene de Kock” (Pauw 1997: 43). El comandante de De Kock en el Koevoet, una unidad de contrainsurgencia de la Policía presente en lo que es hoy Namibia, supuestamente intentó transferir a De Kock a un trabajo administrativo, juzgándolo no apto para una unidad operacional, dado que no podía distinguir entre bien y mal. El hermano de De Kock, Vossie, está de acuerdo en que las guerras en el monte –o, más concretamente, la falta de una consejería psicológica después de éstas– ocasionaron la crisis nerviosa de De Kock y lo llevaron a las atrocidades en el Vlakplaas. Afirmó que De Kock “estaba perdiendo la cabeza” (Pauw 1997: 41). De Kock negó tener cualquier problema emocional o de salud mental, atribuyendo sus actos, en su lugar, al entrenamiento profesional. Él mató por su trabajo y se convirtió en un “cazador implacable” en persecución de la subversión: “[Me] mantengo en el rastro hasta que el problema quede resuelto. Actúo sin misericordia contra los enemigos del país y los criminales. Muchos criminales tiemblan cuando escuchan que estoy sobre su rastro. La alianza ANC-PAC se ve perseguida por mí y soy temido” (en Pauw 1997: 59). Sus compañeros lo caracterizaron de la misma manera. Peter Casselton lo describió como un “soldado […] un asesino. Y eso fue lo que le enseñó el Gobierno de Sudáfrica” (Pauw 1997: 54). Riaan Stander lo consideraba un hombre dedicado a su trabajo: “Para él era inmaterial si existía o no un enemigo. Era una cuestión de hacer el trabajo. En cierto sentido, es un asesino a sangre fría” (Pauw 1997: 54). Krappies Engelbrecht se refirió a De Kock como “un cazador sin piedad, con una idea fija y sin que nada lo desviara del trabajo a mano. Aterraba a los miembros de la alianza ANC/PAC/PCSA/”40. Sus estallidos violentos llevaron a Pauw, entre otros, a preguntar: “¿Disfruta este hombre matando gente?” (Pauw 1997: 147). De Kock respondió sin mucha emoción: “No sentía placer con lo que tenía que hacer”. Algunos de los más fuertes defensores de De Kock atribuyeron su frialdad emocional a influencias culturales, como lo sugirió la descripción hecha por el abogado defensor y portavoz de los afrikáneres de sus propios clientes de la Policía: “En un grupo de clientes, todos menos uno perdieron a sus esposas e hijos. Bebían, jugaban. Todos necesitaron ir donde un psiquiatra. Pero la gente afrikáner no demuestra sus emociones. A los muchachos sólo se les enseña una emoción: la agresión. No existen el miedo ni la incertidumbre, no hay pesar, lágrimas, no se 40
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“De Kock Concerned He Won’t Get Fair Hearing from Truth Commission”, Cape Argus, 20 de septiembre de 1996.
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pide ayuda. Antes uno se sienta en una esquina y sangra […] Nunca hay quejas, no se admite el dolor, sólo la agresión […] No permitimos la incertidumbre, las dudas, los temores. Nunca. Nosotros no decimos ‘Necesito ayuda’”41. El trabajador social de De Kock en la cárcel explicó su incapacidad para mostrar las emociones como un fenómeno cultural: “Los hombres blancos en Sudáfrica no expresan sus emociones, los hablantes de afrikáans mucho menos, y la gente de la unidad de seguridad aún menos […] ya sabe, los vaqueros no lloran”42. Después de su condena, sin embargo, De Kock empezó a mostrar algo de emoción, incluso de remordimiento, por sus actos: “No creo que haya sido necesario para el apartheid hacer daño y matar. Siento que el 95% de nuestro tiempo y energía lo usábamos para ser destructivos y no creativos”43. Agregó aún más: “Destruimos vidas. Arruinamos las vidas de las familias de aquellos a quienes asesinamos. Fue un ejercicio inútil”44. Creía que el régimen del apartheid había creado la misma bestia contra la que había luchado: “En ese momento no sabía que, al luchar contra el terrorismo, nosotros los sudafricanos nos convertiríamos a la vez en terroristas; que terminaríamos violando las mismas cosas por las que luchábamos”. Esto ocurrió, afirmó, porque “empezamos a creer que éramos superhombres que podían actuar sin piedad en nombre del patriotismo y la seguridad del Estado. El Estado había convertido la tortura en algo legítimo” (De Kock 1998: 54, 97). La solicitud de amnistía por parte de De Kock por más de 100 crímenes reflejó este sentimiento de la violencia patrocinada por el Estado: “Desperdiciamos el don más precioso, la vida […] Me gustaría decirles a esas familias que lo siento mucho”45. Vendrían muchas más disculpas. El biógrafo Pauw cita a De Kock: “Hay momentos en lo que deseo no haber nacido. No puedo decirle lo sucio que me siento. No debí haberme enrolado en la Policía de Sudáfrica. No conseguimos nada. Sólo dejamos odio detrás de nosotros. Hay niños que nunca conocerán a sus padres y yo tendré que cargar este peso para siempre. Soy una persona muy reservada y no me gusta mostrar lo sentimientos, pero siento compasión por mis 41
Abogado de la defensa, entrevista de la autora, Pretoria, Sudáfrica, 15 de mayo de 2002. Un médico de lengua afrikáans que me encontré en el parqueadero de la prisión central de Pretoria compartía las emociones reprimidas que describían el estado mental de De Kock, y concluyó: “Simplemente se va a matar; lo siento por él”.
42
Trabajador social de la prisión, entrevista de la autora, Prisión Central de Pretoria, Pretoria, Sudáfrica, 24 de junio de 2002.
43
Julian Rademeyer, “De Kock Fearful of His Place in New SA”, Cape Times, 8 de junio de 2000.
44
Schuettler, “Eugene de Kock’s Last Desperate Attempt to Be Freed from His Crimes”.
45
“Prime Evil’ Apologizes for Deaths”, Cape Argus, 25 de mayo de 1999.
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víctimas como si fueran mis propios hijos. Esto es todo lo que puedo decir” (Pauw 1997: 31). Cape Argus reportó a De Kock diciendo: “Ha habido muchos momentos en lo que pensé: ‘¿Cómo es posible? ¿Cómo pude hundirme hasta ese nivel?’ Hasta el día de hoy no puedo conciliar [los asesinatos] con mis creencias religiosas. No hay justificación. Si estuviera en mi poder traería de regreso a aquellos que fueron asesinados. Pero así es como Dios me está castigando; uno no puede volver atrás y cambiar las cosas. Tendré que soportar esta cruz por el resto de la vida. En mi propio caso, creo que me volví insensible al peligro físico y a mis prójimos. También podía justificar fácilmente las cosas que hice”46. De Kock pidió disculpas ante el Consejo de Iglesias de Sudáfrica y ante el Consejo Sindical Sudafricano, cuyas sedes había hecho estallar. Les pidió que aceptaran sus disculpas en su nombre y en el de todos aquellos que habían estado bajo su mando, pero se negó a hablar en nombre de aquellos que habían dado las órdenes47. Gestos de arrepentimiento acompañaron las disculpas de De Kock. Prometió repartir las ganancias de su autobiografía entre las víctimas del apartheid y sus familias48. Ofreció hacer una enmienda por medio de servicio social entrenando soldados en otro “país negro” para desenterrar minas quiebrapatas49. Sus frecuentes disculpas llevaron a un periodista a incluirlo en la “categoría de conversos arrepentidos” de Sudáfrica50. El nuevo De Kock pos-apartheid también denunció el racismo y se acogió a la armonía racial. Declaró que él no había luchado una guerra racial, sino una guerra contra el comunismo. Entregó evidencias de su pasado que sugerían que había luchado por la igualdad de los negros surafricanos. Había intentado, afirmó, distribuir raciones equitativas de comida entre los soldados negros y blancos mientras estaban estacionados en Rodesia. Sus jefes del Koevoet le habían asignado tropas negras por su aceptación: “Dejemos que De Kock trabaje con los 46
“This Is How God Is Punishing Me…”, Cape Argus, 9 de octubre de 1996.
47
Stephané Bothma, “Truth Commission Is Told ANC Offered De Kock Job”, Business Day, 31 de julio de 1998.
48
De Kock afirmó que hacer entrega de estos pagos por derechos a las víctimas sería “un pequeño gesto hacia la reconciliación. Es algo mínimo pero es todo lo que puedo hacer en este momento […] La plata debería ser consignada en fideicomiso y las familias de los dos lados del espectro se beneficiarían del fondo, especialmente los jóvenes”. Comisión de Verdad y Reconciliación, Audiencias de Amnistía, Port Elizabeth, Sudáfrica, 1 de octubre de 1997 (transcripción).
49
Rademeyer, “De Kock Fearful of His Place in New SA”.
50
Los investigadores Heribert y Kanya Adam distinguían a estos asesinos del apartheid de otros que “intentaron salvar el pellejo solicitando una amnistía o convirtiéndose en testigos estatales sin reconocer la infamia de sus actos”. Resulta difícil saber a quiénes ponen bajo esta categoría, ya que muchos usaron el lenguaje del “arrepentimiento”, sin conseguir convencer a sus víctimas de la sinceridad de sus palabras. Adam y Adam (2000: 43).
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kaffirs porque se lleva muy bien con ellos”51. Dio ejemplos de su generosidad con los negros, como pagarle al jardinero una cita donde su propio médico. Un policía negro subalterno incluso había bautizado a su hijo Eugene de Kock en su honor (Pauw 1997: 67). De hecho, atribuyó su supervivencia en la cárcel a la protección de los prisioneros negros52. De Kock también abandonó el Partido Nacional y se unió al Inkatha Freedom Party para participar en la nueva Sudáfrica. Consideraba como amigo al PLI, puesto que este también había combatido al CNA. “Lucharon con todo el corazón (en el Ejército y la Policía) pero no tenían el voto”53. De Kock había creado vínculos con PLI cuando se convenció “de que Sudáfrica estaba al borde de una guerra civil y yo sabía que la gente blanca no estaría preparada para luchar por su vida. La única salida era ayudar a Inkatha” (en Pauw 1997: 124). Pero sólo se unió al partido, dijo, después de que el CNA le ofreciera incluirlo en el aparato de inteligencia, antes de las selecciones de 1994: “No podía pasar por encima [de la oposición], pero sabía que Sudáfrica tendría pronto un gobierno negro, y, por lo tanto, me uní al Inkatha Freedom Party”54. Aunque no se unió al CNA, De Kock expresó su admiración por el partido. Elogió la valentía de aquellos que habían muerto a manos suyas con los secretos del CNA en los labios. Al mencionar a Glory Sidebe en particular, observó: “Éramos iguales. Sidebe era un miembro de sangre azul del CNA y de África, que estaba luchando por la libertad de su gente. Yo estaba combatiendo el terrorismo”55. De Kock también expresó admiración por el liderazgo del CNA, que, al contrario del Partido Nacional, apoyó a sus soldados rasos y asumió la responsabilidad por sus acciones, por más aborrecibles que parezcan después bajo el criterio del posconflicto. De Kock aseguró además que él también habría luchado por la liberación, de haber sido un hombre negro durante el apartheid56. Así como la imagen de De Kock cambió, así, también, cambió la respuesta pública hacia él. Los medios captaron una creciente admiración por él. El Cape Times reportó: “Eugene de Kock ayer pareció haber ganado grandes segmen51
Rademeyer, “De Kock Fearful of His Place in New SA”.
52
“De Kock Tells of Ambush against Four Suspected ANC members”, South African Press Association, 19 de septiembre de 1996.
53
“De Kock Concerned He Won’t Get Fair Hearing from Truth Commission”, Cape Argus, 20 de septiembre de 1996.
54
Bothma, “Truth Commission Is Told ANC Offered De Kock Job”.
55
“De Kock praises former ANC officer”, Sowetan, 16 de febrero de 2000.
56
“If I Was Black I Would Have Supported the Freedom Struggle”, Star, 16 de febrero de 2000.
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tos del público en el Centenary Hall gracias a sus rotundas evidencias ante la Comisión de Verdad y Reconciliación. Incluso las familias de las víctimas de los atentados de Motherwell se mostraron impresionadas”57. Según el Cape Argus, “A De Kock por lo general se le representa arrastrado por la amargura de haber sido abandonado por la débil retractación de sus jefes. Pero esta semana el mejor de los mejores del Estado del apartheid avanzó en su plena determinación de decir la verdad […] tan implacable como el tejón que alguna vez escogió como emblema de la unidad del Vlakplaas”58. Las víctimas de la violencia del apartheid expresaron respeto por las confesiones de De Kock. La viuda de uno de los activistas políticos de los famosos Cradock Four declaró: “Nadie desearía interrogar a De Kock. Uno simplemente tiene la sensación de que no tiene nada que ocultar. Aunque sea un asesino –el peor, el ángel de la muerte–, aun así uno lo respeta porque está diciendo la verdad”59. Otro observador anotó: “Me impresionó desde el primer día del juicio porque decía la verdad”60. Incluso algunos vincularon su confesión a la reconciliación. Anna Mohatle, cuya hermana Mankaelang fue asesinada durante el ataque que llevó a cabo De Kock en Lesoto en 1985, manifestó: “Es mejor ahora que sabemos quién los mató. Antes sólo sabíamos que habían sido asesinados por los bóeres y yo odiaba a todos los bóeres. Ya no lo hago”61. Otras víctimas describieron a De Kock más favorablemente que a otros perpetradores del apartheid, como lo hizo una viuda del atentado de Motherwell, que mató a cuatro miembros negros de la Policía de seguridad: “Él [De Kock] ha expresado compasión y arrepentimiento. Hemos estado sentados aquí toda la semana y Niewoudt ni siquiera ha volteado a mirarnos […] Pienso que sus disculpas [las de De Kock] vienen del fondo de su corazón”62. La psicóloga Pumla Gobodo-Madikizela calificó la confesión de De Kock como la “determinación de sacar todo a la luz y no perdonar a nadie”. Gobodo-Madikizela describió el comportamiento de De Kock respecto a sus jefes: “Él confronta y pregunta. Ellos no pueden silenciarlo […] [E]l imparable De Kock está respondiendo a sus señores” (Gobodo-Madikizela 2000: 107). 57
Roger Freedman, “Apology ‘Came from the Heart’”, Cape Times, 2 de octubre de 1997.
58
Dickson, “A Word, a Nudge, a Drink, a Gun…Then Death”.
59
Viuda de uno de los activistas de Cradock Four, entrevista de la autora, Cape Town, Sudáfrica, 5 de febrero de 2002.
60
Dorothy Mguduka, Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 22 de marzo de 1998.
61
Isaacson, “Has de Kock Lost His Nerve?”.
62
Pearl Faku, citada en Friedman, “Apology ‘Came from the Heart’”.
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De Kock desarrolló un séquito casi de culto. Resulta atractivo en particular a las mujeres, una congregación que asistía religiosamente a sus audiencias e incluso le profesaban su amor en cartas enviadas a la prisión y durante las visitas. El personal de la CVR afirmó que la “jefe de comidas” de la Comisión se mostraba afectuosa con De Kock como si fuera su hijo. Conmovía a la gente, como me dijo la hermana de uno de sus compañeros de prisión: “Le gustará mucho. Es todo un caballero, pero muy, muy incomprendido”. Un observador en la audiencia de amnistía observó: “Me siento terrible por De Kock, sabe, porque puedo escuchar que se siente arrepentido por todo lo que ha hecho”63. La periodista Jann Turner, buscando al hombre que había asesinado a su padre, el activista político Ric Turner, escribió en el Mail and Guardian sobre sus transformados sentimientos hacia este asesino del apartheid. Él la desarmó al darle la bienvenida y pedir disculpas por no haberse afeitado antes de su encuentro en la prisión. Trató de ayudarle a localizar al asesino de su padre, aunque ninguna de sus pistas tuvo éxito. Turner describió a un hombre dulce, sensible, incapaz de pedir perdón porque no creía que sus actos merecieran perdón. El afecto que recibía De Kock lo había llevado a decir: “Los únicos amigos que tengo ahora son mis antiguos enemigos” (Turner 1999). Los cínicos dudaron de la sinceridad de la transformación de De Kock posterior a su encarcelamiento. El fiscal, por ejemplo, se refirió a De Kock como un “megalómano […] con un talento especial para el engaño”64. Un guardia de la prisión apoyó esta idea de que De Kock era un maestro del disfraz, capaz de mantener su encanto y un comportamiento amable para conseguir sus objetivos: “Si sólo pudiera verlo tarde en la noche cuando toda la rabia empieza a brotar. Vería entonces a un De Kock muy diferente”65. Su encanto parecía ensayado: por ejemplo, usó la misma disculpa de no haber podido afeitarse antes no sólo con Turner sino también con Gobodo-Madikizela, conmigo y presumiblemente con otras mujeres entrevistadoras (Gobodo-Madikizela 2003). Algunos de los antiguos subordinados de De Kock que testificaron en su contra temían retaliaciones. Almond Nofemela solicitó que lo ubicaran en una sección de la prisión alejada de De Kock, por temor a una represalia violenta66. Uno 63
Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 22 de marzo de 1998.
64
El fiscal Anton Ackerman afirmó: “Usted en realidad sufre de megalomanía. Todas las operaciones en las que usted participó como policía fueron exitosas y todas en las que no participó fueron un fiasco”. Bothma, “There Is Always a Time for the Truth, Court Hears”.
65
Guardia de la prisión, entrevista de la autora, Prisión Central de Pretoria, Pretoria, Sudáfrica, 24 de junio de 2002.
66
Nofemela estaba convencido de que De Kock había intentado asesinarlo antes de ir a la cárcel.
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de los amigos de De Kock afirmó: “Es un hombre muy peligroso, que asesinaría a los testigos potenciales. Le temo a este hombre. Había amenazado con asesinar a Willie Nortje cuando se supo que había confesado” (Brood van Heerden, citado en Pauw 1997: 141). Otros veían su control con escepticismo, como Pauw: “Era muy arrogante hasta que fue sentenciado. Ese mismo día De Kock cambio toda su estrategia. Entonces se volvió un hombre obsesionado por el remordimiento”67. Pauw dudaba de la sinceridad de De Kock: “Él sabe que se supone que debe decir ‘Lo siento’, pero hay una diferencia entre eso y comprender que lo que hizo estuvo mal”68. Otros sobrevivientes también pusieron en duda su sinceridad. Dawn Botha, cuyo hermano, Leon Meyer, fue asesinado en el ataque a Lesoto, dijo: “Siento rabia contra todos pero en especial contra De Kock. Están muy calmados cuando describen el asesinato, es simplemente otro estilo de vida. No les creo cuando dicen que lo sienten”69. El hermano de Japie Maponya sostenía que De Kock pasó por las mociones de disculpa, pero sin ningún sentimiento: “Estaba leyendo [su declaración]. Cuando un lo veía, no mostraba ningún arrepentimiento. No tenía esa vergüenza” (Pauw 1997: 51). Aunque De Kock le dio informes a Joyce Leballo sobre la muerte de su hijo, Tisetso, ella no pudo perdonarlo por el homicidio, a pesar de sus palabras: “Estoy feliz de que la verdad haya sido revelada, pero en cuanto a De Kock, que se pudra en la cárcel […] Vi una vez a De Kock en la Corte Suprema durante su juicio. Es un demonio. Es cruel e insensible ante los sentimientos de la gente. Debería permanecer en la cárcel, donde sus horrendos actos lo devoren”70. Abogados defensores de los Derechos Humanos y algunas de las víctimas de De Kock exigieron más evidencias de su compromiso con aquellos a quienes hizo daño, como declaró la defensora de las víctimas Laura Pollecut: “Nos gustaría ver demandas civiles de las víctimas contra De Kock, Se había sentido desconfiado cuando De Kock lo invitó a una fiesta, algo que nunca había hecho antes. Tiene la certeza de que De Kock había planeado envenenarlo en la fiesta. De Kock había hecho por lo menos dos intentos de asesinar a Coetzee, un hombre al que calificó de “traidor”. En el primer intento De Kock contó con la ayuda de los Ulster Unionists para monitorear todos los movimientos de Coetzee y pagó R100.000 para “eliminar” a Coetzee. De Kock (1998: 111). El segundo, un intento con resultado más trágico, supuso enviarle a Coetzee, que se encontraba en el exilio, una carta bomba. Coetzee rehusó abrirla, sospechando una mala jugada, y la devolvió al remitente. La carta terminó en las manos de Bheki Mlangeni, el joven abogado de los derechos civiles asignado a Coetzee. Mlangeni se puso los audífonos, encendió el equipo de casetes que estaba en el paquete y estalló en pedazos. 67
Jacques Paw, citado en Schuettler, “Eugene de Kock’s Last Desperate Attempt to Be Freed from His Crimes”.
68
Pauw, citado en Tina Rosenberg, “Recovering from Apartheid”, New Yorker, 18 de noviembre de 1995, p. 95.
69
Isaacson, “Has de Kock Lost His Nerve?”; Rademeyer, “De Kock Fearful of His Place in New SA”.
70
Russel Mofele, “De Kock: Legacy of Pain”, Sowetan, 2 de septiembre de 1996.
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quien tiene millones de rands consignados en cuentas en el extranjero. Pensamos que sería bueno que se congelaran las cuentas y se iniciara una investigación sobre la procedencia del dinero”71. Hubo poco consenso respecto a De Kock, excepto que ayudó al conocimiento del público sobre el violento pasado. Debido a que mencionó nombres y hechos detallados, De Kock generó un “efecto de onda que llevó a mayor número de solicitudes” de amnistía72. El testimonio de De Kock motivó las confesiones de cinco de los más brutales asesinos del Vlakplaas –brigadier Jack Cronje, coronel Roelf Venter, capitán Wouter Mentz, capitán Jacques Hechter, suboficial Pau van Vuuren–, entre otros. Como afirmó el fiscal: “De Kock inició todo el proceso. Por medio de sus afirmaciones pudimos recoger evidencias fundamentales que después tuvimos que corroborar. Descubrimos que no podíamos proceder con todos los casos que De Kock había puesto al descubierto. Simplemente no había recursos suficientes. Entonces tuvimos que empezar a establecer prioridades. Los llamo estantes. Algunos se volvieron asuntos de estante alto y otros cayeron a los estantes bajos. Pedí un incremento del personal para ayudarme a revisar todo este material, pero no lo conseguí”73. Aunque no generó confesiones adicionales, De Kock abrió el proceso de amnistía de la CVR. Uno de los comisionados de la verdad reconoció el “gran, gran favor” que fue para la CVR la confesión de De Kock. Las fuerzas de seguridad invirtieron todo el tiempo en crear coartadas, construyendo sus herméticas defensas. Era muy poco lo que un proceso de amnistía y un comité de investigación podían hacer. Era muy, muy limitado. Necesitaban persuadir a uno de los perpetradores para que hablara. Ése fue el valor de De Kock. Como había sido lanzado a los perros, no tuvo nada que perder. Se convirtió en una valiosa fuente para el proceso. No había otra forma posible de forzar estas cosas sin alguien como él.
71
Marco Granelli, “He’ll Serve Time Despite Amnesty”, Pretoria News, 31 de octubre de 1996.
72
Roger Friedman, “Countdown to Amnesty Cot-off”, Cape Times, 2 de septiembre de 1996. Al decir la verdad, De Kock forzó a otros individuos a solicitar la amnistía. El comisionado de la Policía Johan van der Merwe, por ejemplo, se vio obligado a admitir que había ordenado algunos asesinatos. Declaró que había ordenado una redada en Lesoto en la que estuvo implicado De Kock, y donde asesinaron a ocho miembros del CNA y tres nativos de Lesoto. Defendió la acción afirmando que en esa época la política del Gobierno era que “había que combatir a los terroristas y enfrentarlos en cualquier parte donde estuvieran. Se suponía que las acciones eran encubiertas y que el Gobierno no las podía rastrear. Ellos [los del Gobierno] no querían que el resto del mundo pensara que Sudáfrica era un Estado policíaco”. Agregó: “Yo personalmente firmé una recomendación escrita para que los miembros participantes en el ataque fueran premiados con la medalla al valor de la Policía de Sudáfrica”. “I Ordered Raid on ANC, Says van der Merwe”, Star, 29 de febrero de 2000.
73
Fiscal, entrevista de la autora, Pretoria, Sudáfrica, 17 de mayo de 2002.
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La amenaza verdadera de un proceso judicial los condujo hasta la Comisión. Uno debe estar muy convencido de que las posibilidades de un juicio eran altas para dar ese paso, y existían muy pocos testigos presenciales y otras evidencias. La evidencia que existía había sido destruida. No existía ningún registro. Fue la base de la “necesidad de saber” lo que le permitió a la Unidad de Seguridad arrasar con todo. Era como buscar una aguja en un pajar. Las investigaciones tenían limitaciones reales […] Nos enfrentábamos a gente experta, “expertos mentirosos”, que habían aprendido sus trucos después de años de evadir los tribunales. De Kock resultó indispensable para abrir el caso74.
George Bizos, representante de activistas anti-apartheid en sus casos contra la amnistía, estaba de acuerdo en que el testimonio de De Kock resultó ser indispensable para corroborar la verdad. El afán de amnistías no nació por remordimiento, ni siquiera por venganza, sino como resultado del exitoso enjuiciamiento por parte del fiscal general Jan D’Oliveira de Eugene de Kock. Fue la idea de compartir el banquillo con él lo que produjo la avalancha de solicitudes. Una vez De Kock fue sentenciado y recibió dos penas perpetuas más 212 años de prisión, la declaración de que iba a revelar todo forzó a muchos a solicitar una amnistía, que de otra forma no habrían pedido. De Kock anunció hasta último minuto que presentaría una solicitud de amnistía. No quería estar solo en todo esto; quería que todos se presentaran y, en particular, quería implicar a los políticos y los generales que lo habían abandonado. Su petición pasaba de las mil páginas. Aquellos que sospecharon que podían estar implicados no podían darse el lujo de dejar pasar la oportunidad y las solicitudes fluyeron. (1998: 236)
De Kock no consiguió lo que buscaba con la confesión. Recibió amnistía por algunos de los crímenes que cometió, pero no por todos, y, por lo tanto, permanece en prisión, cumpliendo la condena de 212 años. Abolló la armadura de los altos comandantes, pero no lo suficiente para ponerlos en juicio o prisión. Aun así, De Kock se convirtió en un potente símbolo de la era del apartheid, estimulando el debate nacional que hizo imposible para los sudafricanos ignorar la violencia del régimen.
Reflexiones comparativas sobre confesiones delatoras Las confesiones delatoras ofrecen grandes promesas de revelar y debatir la violencia pasada del Estado dictatorial. Los perpetradores se implican unos a otros, más que confesar sencillamente sus propios actos. Algunas veces desenmarañan el misterio de la violencia hasta la punta de la cadena de mando. En lugar de enfocarse en la culpa individual, las confesiones delatoras exploran la naturaleza 74
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Comisionado de la CVR, entrevista de la autora, Cape Town, Sudáfrica, 3 de julio de 2002.
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sistemática de la violencia pasada y las órdenes desde arriba exigiéndola. El castillo de naipes del régimen dictatorial empieza así a sacudirse, si no se desmorona y colapsa. Las confesiones delatoras tienen sus limitaciones, como demuestra la experiencia de De Kock. Los perpetradores que traicionan a sus compañeros o superiores a menudo tienen un expediente oculto. Su credibilidad se ve aún más comprometida por las condiciones que los llevaron a traicionar a las fuerzas. Los motivos ulteriores, como la excarcelación, pueden perjudicar la credibilidad de estas confesiones. Y los superiores a menudo cuentan con el prestigio de los altos mandos para esquivar los cargos hechos por estos oficiales de bajo rango. Así, el ex presidente militar João Figueiredo, casi diez años después del final de la dictadura en Brasil, aseguró: “Si hubo tortura durante el régimen militar, entonces fue cometida por los bajos mandos, porque no creo que un general sea capaz de hacer algo tan sucio como eso. Simplemente no lo creo”75. El conflicto estalla cuando las sociedades debaten respecto a qué y a quién creerle sobre el pasado y qué acción tomar como resultado. “Las condiciones son perfectas para enfrentar el monstruo”. “Ser pillado” parece ser un motivo razonable para que los perpetradores lleven a cabo confesiones delatoras. Ciertamente, funcionó en los casos de De Kock y Nofemela. Ninguno de los dos consiguió la excarcelación después de sus confesiones, pero Nofemela por lo menos escapó de la horca y De Kock restauró algo de su dignidad. El agente de inteligencia chileno Carlos Herrera Jiménez también dio la espalda al régimen y a las Fuerzas Armadas sólo después de la acusación y la condena a diez años de prisión por los asesinatos de Mario Fernández, Tucapel Jiménez y Juan Alegría. Afirmó haber recibido órdenes de su general y preguntó por qué él, y no el general, afrontaba la prisión. Expresó su remordimiento por haber servido en el CNI, no por lo crímenes que se le atribuían, sino por la “falta de compromiso” de sus superiores y compañeros para con él76. A pesar de estos casos, la acusación no garantiza las confesiones delatoras. Alfredo Astiz, en Argentina, no delató a sus compañeros a pesar de la condena. Tenía muy poco que ganar y potencialmente era su única fuente de apoyo, para perderla con una venganza semejante. Manuel Contreras, en Chile, finalmente 75
Claudio Renato, entrevista en O Estado de São Paulo, 23 de diciembre de 1996, reimpresión en Gaspari (2002: 23).
76
Esto llevó a la cita, referenciada en el capítulo 5 de este libro, “Aunque duela reconocerlo, éste es el único Ejército del mundo que, cuando ha correspondido, sus generales no han asumido las responsabilidades por las órdenes que dieron”. “Exagente acusa a ejército de no reconocer responsabilidad en abusos”, Efe, 5 de abril de 1999.
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acusó al presidente Pinochet por estas órdenes, pero lo hizo sólo después de que las cortes retiraron la inmunidad a Pinochet y empezaron las investigaciones y los procesos. A menos que la delación signifique claros beneficios, o por lo menos venga con bajos costos, incluso los perpetradores acusados se mantienen fieles. Por otra parte, la acusación no es tampoco una condición necesaria para las confesiones delatoras. Dirk Coetzee nunca enfrentó una acusación, pero el pronóstico de la misma lo llevó a su confesión delatora77. Un motivo fundamental detrás de las confesiones de delación, por lo tanto, involucra la restauración de la dignidad personal e institucional despojada de los perpetradores como consecuencia del silencio, la negación o la inculpación de sus superiores. Los beneficios tangibles de la delación, incluidas la protección ante un proceso, la reducción de sentencia y ganancias materiales, no resultan siempre tan obvios como lo fueron en los casos de De Kock o Nofemela. El colaborador chileno Juan René Muñoz Alarcón delató al régimen al decir simplemente: “Creo que las condiciones son las perfectas para enfrentar al monstruo que es DINA”78. Pero Muñoz poseía una historia y una marca de delación: así como antes había buscado protegerse al delatar a sus ex compañeros y ahora enemigos del Partido Socialista colaborando con el “monstruo”, posteriormente buscó vengarse contra la DINA por haberlo detenido y torturado por su desobediencia. Después de haber delatado al régimen y a sus opositores, la única fuente de apoyo de Muñoz fue su confesión ante la Vicaría de Solidaridad. Coetzee hizo un pacto similar con sus anteriores enemigos al delatar a sus compañeros y unirse al CNA. “En lugar de los brutales salvajes de los que nos hablaba el régimen sudafricano”, contó Coetzee, “me encontré con caballeros muy inteligentes, profundamente bien informados y civilizados, por quienes 77
Dirk Coetzee se parece a De Kock en muchos aspectos, aunque no en todos. Como De Kock, luchó en Rodesia y posteriormente se convirtió en comandante del Vlakplaas. Bajo su dirección, el Vlakplaas llevó a cabo asesinatos de alto perfil, siendo el más notable el del abogado por los derechos civiles de Durban, Griffiths Mxenge. La cultura de impunidad en Vlakplaas llevó a Coetzee, como a De Kock y a otros, a robar y apropiarse de bienes para beneficio propio. Coetzee también, como De Kock, se describía como antirracista, profundamente leal a sus hombres y vendido por sus superiores. Coetzee, sin embargo, enfrentó mayores dificultades dentro de las fuerzas de seguridad que De Kock, debido a la insubordinación y la mala conducta. Durante la era del apartheid, fue descendido al departamento antinarcóticos y con la imputación de siete cargos de mala conducta, antes de solicitar una incapacidad médica por diabetes. Coetzee dudaba con toda razón de que las fuerzas de seguridad fueran a salir en su defensa, dados sus antecedentes, y tomó la ofensiva con su confesión de delación.
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Muñoz (también conocido como “El encapuchado del Estadio Nacional”), en testimonio ante la Vicaría de Solidaridad, reimpresión en Soto (1998, 2: 22).
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muy pronto no sentí otra cosa que admiración y respeto” (Coetzee, citado en Rosenberg 1996: 88). Coetzee, sin duda, también esperaba poder sacar provecho de su delación del Vlakplaas y su ingreso en el CNA, y conseguir una posición prestigiosa dentro de la nueva Policía o las fuerzas de inteligencia de Sudáfrica. Cuándo y por qué los perpetradores hacen confesiones delatoras definen el dónde. Los perpetradores acusados, como De Kock y Nofemela, rara vez cuentan con un foro distinto al del sistema legal para defenderse por medio de la delación. De Kock sumó la CVR y los medios como otros puntos de reunión. Los grupos mediáticos que tienden a generar confesiones delatoras son los más críticos con los perpetradores que las hacen. Adolfo Scilingo narró su historia ante el famoso opositor de la dictadura Horacio Verbitsky y Página/12. Coetzee ofreció su confesión al único periódico de lengua afrikáans anti-apartheid, Vrye Weekblad. La prensa de oposición aprovecha las oportunidades para exponer los crímenes del régimen dictatorial, incluso si esto significa tomar partido por algún anterior perpetrador de esos mismos crímenes. Algunas veces esta prensa de oposición no existe, o no tiene el poder de garantizar la seguridad de los perpetradores. Así, Antonio Valenzuela Morales, un agente de seguridad de la Fuerza Aérea de Chile, abandonó Chile y narró su historia al periodista de un diario venezolano, de quien había leído sus revelaciones sobre el régimen chileno. Sólo después de su publicación en Venezuela la confesión se filtró de regreso a Chile por medio de reimpresiones hechas por las organizaciones de Derechos Humanos. “Me siento como un traidor”. Las confesiones delatoras sólo ofrecen un papel para los perpetradores: el del soldado fiel, patriótico, atado al deber y eficaz. Estos perpetradores asesinaron y torturaron como resultado de su sentido del deber ante sus comandantes y su país. Ahora aquellos que inventaron estas políticas permanecen libres, mientras que aquellos que las implementaron enfrentan el castigo. La traición por parte de los superiores les proporciona a los perpetradores una imagen aceptable, pero las evidencias en su contra la debilitan. En su mayoría estos perpetradores tienen historia de deslealtad, autonomía, insubordinación y mala conducta, que contradice la imagen que buscan proteger. El mismo acto de delatar a sus comandantes lanza dudas sobre su grado de lealtad y subordinación, y la mediación de la traición genera preguntas sobre los motivos. Pocos perpetradores se arriesgarían a la honestidad mostrada por Leonardo Schneider, un ex líder del MIR convertido en agente de inteligencia del SIFA: “Me siento como un traidor. Eso es lo que soy, ¿no es cierto? [...] Intento emplear categorías correctas y las palabras traidor y criminal no me molestan. Esas fueron las cosas que hice y
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siempre he tenido claridad sobre las mismas. Ese es mi pasado y me acepto como soy”79. El tratamiento injusto de De Kock intensificó su capacidad para invalidar su imagen negativa en Sudáfrica. Aunque la mayoría del público estaría de acuerdo en que debería pasar tiempo en la cárcel, pocos creían que debería ser el único oficial del apartheid en hacerlo. Además, De Kock proporcionó un servicio a la nueva Sudáfrica: al revelar información, forzó a otros a narrar sus historias. Finalmente, estas historias apuntaban a las órdenes y a la complicidad en la cumbre del aparato del apartheid y a que sus superiores rehusaron asumir su responsabilidad. El estatus de chivo expiatorio de De Kock mejoró así su imagen pública, pero él pagó en solitario con su libertad por su papel en el régimen del apartheid. “El arma oculta en una guerra sin reglas”. El abogado Geroge Bizos, quien representó a las familias de las víctimas en la CVR, expresó su frustración con la calidad de las confesiones de los perpetradores: “Muchos solicitantes [de amnistía] no dijeron nada más fuera de lo que que las víctimas, sus familiares y el Comité de Amnistía ya conocían, protegiendo, por lo tanto, a los compañeros que no habían hecho la solicitud durante el período prescrito. Muchos aspirantes no estaban preparados para decir que habían recibido instrucciones directas desde arriba, prefiriendo confiar en la implícita autoridad de los discursos políticos que los exhortaban a la batalla. Por momentos es claro que su lealtad no estaba con la verdad sino con sus socios en el crimen” (Bizos 1998: 235). El contenido de las confesiones delatoras, por lo general, guarda potentes imagenes que se graban en la memoria colectiva, como los vuelos de la muerte de Scilingo. La revelación por parte de Coetzee de un desalmado braai (asado) y un festín con cerveza tuvo un impacto semejante. Uno de los hombres del mayor Archie Flemington tomó una pistola Makarov con silenciador, y mientras el señor Kondile estaba tumbado boca arriba, le disparó en la cabeza. Hubo una corta sacudida y eso fue todo. Los cuatro oficiales subalternos, suboficiales –Paul van Dyk, el sargento Jan de la unidad del coronel Nic van Rensburg y los dos hombres Ermelo–, agarraron cada uno una mano y un pie, lo pusieron sobre una pira de llantas y leña, le rociaron gasolina encima y le prendieron fuego. Mientras esto sucedía, bebíamos e incluso teníamos un braai al lado del fuego. […] Esto no lo digo para mostrar nuestro valentía, yo sólo… ah… silencio… lo cuento a la Comisión para mostrar la crueldad de todo y los extremos a los que llegamos en esos
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“La confesión de Schneider, ‘El Barba’”, Rocinante, noviembre de 2002, pp. 28-30.
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días. Y el cuerpo tardó como siete horas para… para arder completamente hasta convertirse en cenizas y los trozos de carne, especialmente las… las… nalgas y las partes superiores de las piernas, hubo que darles vueltas frecuentemente durante la noche para asegurar que todo ardiera hasta convertirse en cenizas. Y a la mañana siguiente, después de escarbar entre los escombros para asegurarnos de que no había trozos grandes de… ah… carne o nada de huesos, todos nos fuimos por nuestro lado80.
No obstante, algunas de las confesiones delatoras más eficaces nunca intentaron revelar secretos. Cuando los capitanes argentinos Antonio Pernías y Juan Carlos Rolón confesaron, esperaban sólo la confirmación de su promoción a través de las audiencias públicas del Senado. Los medios que circundaban las audiencias, sin embargo, implicaron a los oficiales en abusos pasados. Según se decía, Pernías había elaborado dardos envenenados que probaba en prisioneros; participó en el asalto a la iglesia de Santa Cruz, que terminó con la desaparición de miembros y afiliadas (incluidas dos monjas francesas) a las Madres de la Plaza de Mayo; ejecutó a dos sacerdotes (padres palotinos) e infiltró organizaciones de exilio fuera del país. Rolón, quien fue condecorado con la Medalla al Heroico Valor en Combate en 1978, señaló su papel personal en la “guerra contra la subversión” del Ejército. Bajo interrogatorio, los dos capitanes admitieron el extendido uso de la tortura por parte del régimen, incluidos ellos. Pernías la llamaba “el arma oculta en una guerra sin reglas” y confesó “haber hecho mi parte como tantos otros” (en Verbitsky 1995: 158). Rolón también admitió haber torturado, alegando que había involucrado a casi todo el mundo en la Armada: “Todos los oficiales rotaban en las tareas de las Fuerzas Armadas que se crearon para llevar a cabo lo que se llamó la lucha antisubversiva”. Rolón además admitió: “No teníamos opción. La única opción era renunciar” (en Verbitsky 1995: 171-72). Pernías aclaró que, como oficiales leales, habrían cumplido con cualquier orden, así hubiera sido promulgada por un régimen dictatorial o uno democrático. Preguntó cínicamente si debió haber desobedecido las órdenes de oficiales comandantes nombrados por el Senado, el mismo organismo ante el cual él estaba testificando para su promoción. El Senado consiguió confesiones delatoras de oficiales leales pero imprudentes, no de individuos que buscaban venganza. Estos oficiales parecían no tener conciencia de las revelaciones que estaban haciendo. En su opinión, habían hecho todo lo que les pidieron. Mantuvieron la lealtad a la institución, recibieron ascensos y premios y esperaban que la trayectoria continuara. No sentían ningún remordimiento por sus actos y no necesitaban negarlos ni ocultarlos. Pernías pa80
South Africa’s Human Spirit (CD-ROM), Vol. 3 (Worlds of License), disco 1, grabación 6 (“Raking through the Rubble”).
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reció acercarse al remordimiento cuando afirmó: “Lo que me molesta es la muerte de gente inocente”, pero no incluyó víctimas de la violencia militar en la lista de inocentes, que comprendía “al teniente Mayol, oficiales menores y también civiles” (Verbitsky 1995: 167). Rolón justificó la violencia como parte de una guerra no convencional contra “el más grande movimiento de guerrilla urbana en la historia del mundo” (Feitlowitz 1998: 203). Afirmó: “Esto era algo realmente que no tenía precedentes y nosotros no estábamos preparados. Recibimos muy poco entrenamiento y después fuimos enviados a participar en estas operaciones urbanas” (en Verbitsky 1995: 173). Agregó: “Argentina había atravesado por un acontecimiento muy traumático que tuvo una solución traumática que a nadie le gustaba, menos que nadie aquellos de nosotros que tuvimos que actuar. Eran circunstancias históricas” (en Verbitsky 1995: 171). Pernías, además, se consideraba inocente, argumentando que la Armada había purgado a los oficiales que habían hecho uso excesivo de la fuerza en la guerra contra la subversión. Aunque rehusó “mencionar los nombres” de estos oficiales, recalcó que él había permanecido en servicio activo, insinuando que había mantenido un buen expediente. Más adelante, Pernías afirmó que la guerra evitó las “muertes innecesarias” (Verbitsky 1995: 168). Rolón describió su participación como “un servicio […] para restablecer el estilo de vida democrático en Argentina” (en Verbitsky 1995: 170). Sus confesiones, en otras palabras, justificaban sus actos y reafirmaban su inocencia. Pero al admitir que la tortura había formado parte de un aparato sistemático y represivo que involucraba a todos lo miembros de la institución, contradecían las afirmaciones del régimen sobre los “errores y excesos” cometidos por algunos individuos inestables. Para que resulten eficaces, las confesiones de delación deben no sólo revelar secretos institucionales, sino demostrar también que quien confiesa se puede adaptar al nuevo sistema democrático. El remordimiento proporciona un mecanismo narrativo, usado por perpetradores como De Kock y Scilingo, que sugiere que el confesado tiene fuertes lazos con sus comandantes y con la ideología que los gobernó. Cuando Herrera Jiménez pidió perdón a la sociedad chilena, se dirigió “particularmente a la gente cuyos familiares talvez habían sido afectados por mis actos fanáticos”81. De Kock y Coetzee expresaron su capacidad para adaptarse a la nueva Sudáfrica abandonando el Partido Nacional y uniéndose al PLI y al CNA, respectivamente. Pernías y Rolón brindaron expresiones institucionalmente prescritas, aunque mecánicas, de su capacidad para adaptarse. Pernías sostuvo: “Creo que esta fue una experiencia sin precedentes y que la situación nunca volverá a suceder” (en Verbitsky 1995: 162). Rolón agregó: “Es mi turno de estar 81
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“Exagente acusa a Ejército de no reconocer responsabilidad en abusos”, Efe, 5 de abril de 1999.
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presente aquí hoy, insisto en que se trata de un honor y un privilegio, [y] aceptaré cualquier cosa que el Senado decida con espíritu republicano y respetaré la decisión y continuaré creyendo en la democracia” (en Verbitsky 1995: 170)82. “Una cuestión de venganza”. Cuando los perpetradores hacen confesiones delatoras, están solos. Como lo reconoció un testigo: “Están hablando de crímenes que cometieron, que ninguno de sus cómplices puede reconocer, porque se trata de actos que los exalten, sino actos que los difaman”83. Sus comandantes y compañeros niegan e intentan silenciar sus confesiones, o simplemente se distancian de estos perpetradores. Compañeros de los capitanes Pernías y Rolón preguntaron: “¿Por qué ninguno de los almirantes los acompañaron [a las audiencias en el Senado], por qué se permitió la entrada de los periodistas a las audiencias y por qué ellos no llevaban sus uniformes?”84. Este distanciamiento de los superiores y las instituciones, que da la impresión de que los confesores han sido repudiados, puede llevar a la compasión pública por estos individuos. El senador peronista Deolindo Bittel, a pesar de haber votado en contra de su promoción, consideraba a Pernías y Rolón como oficiales leales que cumplieron eficazmente con sus obligaciones: “Estos chicos han tenido que pagar el precio por algo que no es su culpa”85. Sin embargo, incluso los públicos que sienten que estos perpetradores han sido chivos expiatorios, y que reconocen el valor de sus confesiones, a menudo encuentran difícil apoyarlos, debido a su pasado violento. Pernías y Rolón, por ejemplo, habían recibido ya cuatro ascensos, y siete capitanes navales con antecedentes en la “guerra sucia” habían recibido la confirmación de sus ascensos por parte del Senado86. La movilización de la comunidad por los Derechos Humanos y de los medios presionó al Comité del Senado para plantear algunas preguntas que no se hicieron durante las primeras audiencias. Las revelaciones que los perpetradores hicieron como respuesta a estas preguntas crearon la indignación en la sociedad argentina, haciendo casi imposible que el Senado los promoviera. Emilio Mignone, ex director del Centro para los Estudios Legales Sociales (CELS), expresó la opinión de la comunidad por los Derechos Humanos y su eco a lo largo de toda Argentina cuando preguntó retóricamente: “¿Es aceptable para la sociedad argentina presente que las Fuerzas Armadas terminaran gobernadas 82
Véase también en “Grabación de Pernías y Rolón”, Ámbito Financiero, 26 de octubre de 1994, p. 16.
83
Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, “Cartas”, Página/12, 3 de febrero de 1994.
84
Jorge Grecco, Clarín, 21 de octubre de 1994, p. 3.
85
“Bittel los defiende, pero sin entusiasmo”, Clarín, 21 de octubre de, 1994, p. 2.
86
Ernesto Tenembaum, “A veces torturar está bien”, Página/12, 2 de enero de 1994, p. 2.
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por oficiales moralmente degradados que torturaron y asesinaron prisioneros, enfrentaran o no una sentencia judicial?”87. En lugar del ascenso, Pernías y Rolón enfrentaron cargos por apología del delito88. Algunos observadores defendieron a Pernías y a Rolón. El político Álvaro Alsogaray, por ejemplo, sostuvo en un programa de televisión que Pernías y Rolón no habían admitido haber usado la tortura. Cuando otra invitada al programa se identificó como víctima de las torturas de Pernías, Alsogaray primero cuestionó su sinceridad y después arremetió contra el conductor del programa por “darle el espacio para continuar su campaña [contra el régimen militar] aquí y en el extranjero”89. Incluso, las confesiones de delación planeadas no benefician necesariamente a los perpetradores que las hacen. Dirk Coetzee esperaba ser premiado por su confesión con una posición de alto rango en la rama de seguridad o la fuerza de Policía. Sin embargo, terminó, por el contrario, asignado a una baja posición en el cuerpo de inteligencia, y expresó su frustración advirtiéndoles a otros que se mantuvieran en silencio: “Puedo decirles […] mi mensaje al resto de Dirk Coetzees que aún están sentados y no se han puesto todavía de pie es ‘¡Esperen! Miren lo que le sucedió a Dirk Coetzee. Obsérvenme con cuidado. Vean lo que está sucediendo durante los próximos semanas y meses y después tomen la decisión. Entonces decidan por ustedes mismos si es realmente verdad y reconciliación, si existe en verdad transparencia, si existe en realidad la voluntad en el nuevo gobierno de la nueva Sudáfrica de paz y reconciliación y si no es una cuestión de venganza”90. Los perpetradores que hacen confesiones de delación enfrentan una retribución violenta. Muñoz predijo su propio asesinato en Chile. Scilingo sufrió violentas represalias en Argentina. Tanto Nofemela como De Kock pidieron protección personal en la cárcel para evitar asaltos. Coetzee siente que su vida está en peligro y exige que los visitantes pasen por varios detectores de metal y requisas personales para llegar a su oficina. Afirma llevar un arma atada al cuerpo todo el tiempo, dormir con un arma debajo de la almohada y guardar una en el baño para asegurarse de que no lo sorprendan desprotegido. Las confesiones delatoras les cuestan a los perpetradores sus anteriores fuentes de mantenimiento. Por lo general, no logran desarrollar nuevas fuentes 87
“La cuñada de Molina Pico y los dos torturadores”, Página/12, 8 de enero de 1994, p. 10.
88
Marinos con mar de fondo”, Página/12, 22 de octubre de 1994, p. 5.
89
“Alsogaray no apoya la tortura”, Página/12, 29 de octubre de 1994, pp. 4-5.
90
Special Report on the Truth and Reconciliation Commission, SABC-TV, 1, 21 de julio de 1996.
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de sustento, incluso cuando el público aprecia el valor de sus revelaciones. Lo que consiguen es un diálogo político sobre el pasado que enfrenta las negativas agotadas y la hegemonía del silencio. Una opinión publicada en Página/12 sobre Pernías y Rolón podría extenderse a otros perpetradores que traicionaron a sus instituciones y comandantes: “[Los dos revelaron] una nueva monstruosidad social: la tortura como institución. La institución como patología […] [L]os dos la interiorizaron [la tortura] como algo normal, como obvio y una práctica tan común entre los profesionales […] como un instrumento de interrogación enseñado en los programas educativos de la Armada argentina […] [e implementaron] un sistema de rotación en el que todos se volvieron cómplices”91. Sus confesiones hicieron insostenible la excusa de los “errores y excesos”.
Conclusión Las confesiones de delación, sin duda, fomentan la exposición y el debate sobre el pasado dictatorial más que cualquier otro tipo de confesión. Revelan la deliberada, metódica y prevista naturaleza de la violencia, la fuente de las órdenes por cumplir y el conocimiento de la misma por parte de los estratos superiores del aparato de seguridad y del mismo régimen dictatorial. Despojan de crédito las sugerencias de incidentes aislados, excesos o errores cometidos por fuerzas delincuentes. Comprometen no sólo a quienes las confiesan, sino también al régimen, en la sistemática violación a los Derechos Humanos. Los mecanismos institucionales, sin embargo, sólo fomentan muy débilmente las confesiones delatoras. En su mayoría los perpetradores, incluso cuando se ven inducidos a hablar sobre su pasado, tienden a suministrar sólo detalles parciales, protegiendo de las represalias a las instituciones de seguridad, a los compañeros, a los comandantes, o a ellos mismos. Sólo los perpetradores que buscan algún tipo de protección o ganancia con la delación, sin riesgos, están dispuestos a generan este tipo de confesiones. Dados los altos costos de la traición, estas confesiones son raras, usadas sólo como último recurso, cuando no existe ninguna otra alternativa para resolver una situación desesperada. Así, uno esperaría confesiones delatoras tal vez sólo en los casos de cadenas perpetuas, sentencias de muerte o amenazas de muerte. La justicia retributiva, en otras palabras, resulta más viable que otras formas de justicia transicional para fomentar las confesiones de delación. Los programas 91
Eduardo Pavolovsky, “Opinión: El Sr. Galíndez”, Página/12, 28 de octubre de 1994.
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de protección a testigos, por ejemplo, permiten a los perpetradores revelar secretos y evitar los procesos, mientras reciben protección contra represalias violentas. Programas como éstos llevaron a los compañeros y subalternos de De Kock a divulgar información sobre su liderazgo y abusos en el Vlakplaas. La negociación de penas también ofrece a los perpetradores los medios para reducir las penas que les esperan. Almond Nofemela hizo uso de esta táctica para conmutar su pena de muerte por cadena perpetua. Algunos periodistas, como Du Preez y Pauw, negociaron algunos acuerdos en los que Coetzee recibiría protección fuera del país a cambio de su confesión. Una vez aparece la brecha entre el silencio y la negación, viene un torrente de confesiones, con cada perpetrador buscando protección por medio de las confesiones de delación. Estos acuerdos no evolucionan sin conflicto. De Kock logró una imagen positiva entre parte del público en Sudáfrica, sólo porque enfrentó en solitario el castigo por violencia. Aquellos que escaparon del castigo por medio de la protección de testigos o conmutaciones no consiguieron el mismo respeto. En su lugar, el público puede poner en duda la justicia de otorgar la amnistía a aquellos que participaron en el mismo tipo de violencia, pero que hablaron primero contra sus compañeros.
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Conclusión
Coexistencia contenciosa La gente puede morir por una dosis excesiva de verdad, sabes. Ariel Dorfman1
Los teóricos y gobiernos democráticos confirman del mismo modo la anterior afirmación de Gerardo en la obra de Ariel Dorfman La muerte y la doncella. El analista Stephen Holmes comenta humorísticamente: “La represión puede ser perfectamente saludable para la democracia” y “Silenciar […] quizás sea uno de los dones más importantes del constitucionalismo para la democracia” (Holmes 1995: 203, 204). Con la excepción de Sudáfrica, las democracias que se analizaron en este libro generalmente concuerdan con lo que dicen Gerardo y Holmes. Argentina, Brasil y Chile han intentado, en gran parte sin éxito, mantener los temas contenciosos por fuera de la agenda pública, con el propósito de proteger a unos sistemas políticos frágiles de la polarización del debate y de evitar que ocurran retrocesos dictatoriales. A pesar de su fracaso en silenciar el pasado, estas democracias han sobrevivido y florecido. En Testimonios perturbadores, por lo tanto, he confrontado la noción de la “fatal sobredosis de verdad” que ha prevalecido en la teoría y la práctica democráticas. Pero también he debatido la afirmación contraria, expuesta por Paulina en La muerte y la doncella y por algunos teóricos y profesionales de la justicia transicional, según la cual la verdad lo libera a uno y ajusta cuentas con el pasado. “La verdades curativas” también han demostrado ser elusivas. En su mayoría los países que han salido del régimen dictatorial no han adoptado el modelo de Sudáfrica de la reconciliación a través de la verdad, porque reconocen la improbabilidad de establecer una única verdad sobre el pasado que resuelva las profundas y duraderas divisiones políticas que enfrentan. Entre el extremo aleccionador y el utópico como formas de resolución del conflicto existe un modelo más práctico: la coexistencia contenciosa. La coexistencia 1
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Dorfman (1997: 66).
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contenciosa rechaza las ineficientes órdenes de mordaza y adopta el diálogo democrático, incluso sobre asuntos altamente conflictivos, como algo saludable para las democracias. Rechaza la impracticable y terapéutica verdad oficial a favor de verdades múltiples y divergentes que reflejan las distintas opiniones políticas en la sociedad. La coexistencia contenciosa no requiere de mecanismos institucionales elaborados, sino que, por el contrario, se ve estimulada por las historias, los actos o las imágenes dramáticas que provocan una participación extensa, la contienda frente a las ideas políticas imperantes y la rivalidad en las ideas. La coexistencia contenciosa, en otras palabras, es la democracia en la práctica (Dahl 1971). Este libro ha explorado testimonios perturbadores y las coexistencias contenciosas que han generado a través de las confesiones de los perpetradores. Procesos similares se han desplegado en otros países en distintas etapas del desarrollo democrático, que hacen pensar en la ausencia de la inoculación de la asumida dosis fatal de la verdad. Consideremos, por ejemplo, los dramáticos testimonios sobre los asesinatos por honor y los apedreamientos de mujeres supuestamente infieles en Irán, Jordania, Nigeria, Pakistán, y muchos otros lugares. Estas historias no generan ninguna fricción sobre la interpretación ni la aplicación de las leyes de la Sharia, que regulan los aspectos públicos y privados de la vida, en las sociedades musulmanas contemporáneas. Pero las organizaciones no gubernamentales dentro y fuera de estos países usan estas historias para movilizar una participación más amplia, el debate, y exigir cambios políticos. Igualmente, mientras que las prohibiciones de las muchachas musulmanas en los colegios públicos franceses no instigaron el debate sobre el Estado secular y la libertad religiosa, sí agudizaron el drama político que rodea el debate y atrajeron un sorprendente rango de perspectivas. Estos ejemplos de conflictos profundos y aparentemente insolubles se dieron sin debilitar la democracia, pero también sin establecer una verdad reconciliadora. Los testimonios perturbadores desatan un sondeo a todo lo ancho de la sociedad sobre cómo interpretar las historias y qué significan para la vida política contemporánea. Las respuestas a las fotografías que revelaban los abusos estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib en Irak amplían los argumentos expuestos en este libro hasta las democracias ya establecidas. Estas fotografías y las confesiones de los perpetradores provocaron una coexistencia contenciosa en distintos contextos políticos y afectaron la práctica democrática y los resultados.
“Las fotografías no mentían” Después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra el World Trade Center, la prevención de otro ataque terrorista obsesionó al Gobierno y al pú-
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blico de Estados Unidos. El estudioso Alfred McCoy advirtió que “un creciente consenso público […] a favor de la tortura” prevaleció durante esa época (McCoy 2006: 110). Este consenso giraba alrededor de una teoría de “bomba de tiempo”: la tortura proporcionaba un medio eficaz y necesario para sacar información de los terroristas para evitar ataques planeados contra la población civil2. Las fotografías de la prisión de Abu Ghraib, sin embargo, cambiaron esta percepción. Revelaron un comportamiento depravado por parte de los guardias norteamericanos: Las fotografías no mentían.
Soldados norteamericanos, hombres y mujeres, riéndose y señalando los genitales de prisioneros iraquíes desnudos y asustados; un hombre iraquí, desnudo y amarrado a una cadena como un perro, arrastrándose en el piso en frente de su guardia femenina; un prisionero de pie con una bolsa en la cabeza y con cables atados a su cuerpo debajo de un poncho. Éstas no eran fotos de propaganda del enemigo; estas fotos mostraban atrocidades reales infligidas por los norteamericanos. (Whitney 2004: vii)
Socavando el consenso anterior, las imágenes catalizaron “un serio debate político nacional” y una “batalla política épica” que involucró a “norteamericanos comunes y corrientes” entre “un rango sorpresivamente diverso de voces […] rompiendo el clima público de una tímida aceptación” (McCoy 2006: 150, 179, 180.). El periodista Mark Danner atribuyó la indignación no sólo a las fotografías sino también al contexto en el que aparecieron: “Detalles de los métodos de interrogación en Guantánamo y la base aérea de Bagram empezaron a conocerse más de un año atrás. Fueron las fotografías de Abu Ghraib, sin embargo, contrastadas con la violencia y el caos de una guerra en Irak cada vez más impopular, las que llevaron la tortura de prisioneros por parte de norteamericanos a la discusión pública” (Danner 2004: 22-23). La reacción pública ante las fotografías resquebrajó el consenso y puso en duda las estrategias de la administración Bush. Como escribió la ensayista Susan Sontag: “Aparentemente, las fotografías se demoraron en llamar su atención, cuando se volvió evidente que ya no las podían suprimir; 2
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McCoy incluye ejemplos del Washington Post, Los Angeles Times, Wall Street Journal, Newsweek y MacLaughlin Group de la PBS como parte de la “ostentación mediática” a favor de la tortura. McCoy (2006: 110-11). Se han reproducido memorandos en los que se discute el uso de la tortura en la guerra contra el terrorismo, preparados para la administración de George W. Bush, en Danner (2004: 78-214). Entre la llamada defensa de la bomba de tiempo de algunos autodenominados liberales aparecen el libro de Alan M. Dershowitz Why Terrorism Works y el artículo “The Case for Torture” de Michael Levin, donde se hace referencia al uso de la tortura en algunas situaciones como algo “moralmente obligatorio”. Michael Ignatieff plantea un argumento similar, aunque un poco más matizado, en “Lesser Evils”.
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fueron las fotografías las que volvieron todo esto ‘real para Bush y sus asociados’” (Sontag 2004). Las fotografías de Abu Ghraib se ajustan a la definición de testimonios perturbadores: representaciones dramáticas, discursos o sucesos que rompen el silencio político o el prevaleciente consenso político y que involucran a un más amplio sector de la sociedad en las prácticas democráticas de la participación, la confrontación y la competición. Estos espectáculos políticos dramáticos incitan incluso a que grupos informativos cautelosos o cómplices hagan su cubrimiento. Con imágenes y narrativas ampliamente diseminadas y con una carga emocional, las representaciones de los medios provocan un amplio rango de perspectivas. Los testimonios perturbadores eliminan la pasividad, incluso, entre públicos de otra manera reacios a discutir sobre política. Encienden el debate en los lugares privados y públicos: familias, colegios, peluquerías, cafeterías, iglesias, vecindarios, comunidades, blogs, y en la televisión, la radio y los periódicos. Controversias normalmente limitadas a pequeños y especializados sectores de la sociedad llegan ahora hasta individuos que no tienen conexión personal ni directa con los sucesos centrales. La indignación moral y los desafíos políticos para las concepciones políticas prevalecientes se airean públicamente, algunas veces por primera vez. Las perturbadoras fotografías de Abu Ghraib han incluso llevado a anteriores prisioneros en los centros de detención de Estados Unidos a hablar públicamente; voces no escuchadas antes3. Los testimonios perturbadores no sólo amplifican las existentes opiniones políticas en la sociedad; generan nuevas formas de reflexionar sobre política entre sectores recientemente involucrados. Las confesiones de los perpetradores, por ejemplo, no sólo magnifican las existentes exigencias por parte de las víctimas y los sobrevivientes; también ofrecen visiones nuevas desde dentro del aparato de seguridad y entre antiguos seguidores del régimen. Confrontan una visión imperante. Tanto si los perpetradores confiesan su arrepentimiento por las atrocidades pasadas como si se jactan de sus logros heroicos o expresan un placer sádico al causar dolor, rompen, sin embargo, el silencio del régimen y la negación de la violencia. Los defensores del régimen que habían creído antes, o habían deseado creer, que las víctimas y los sobrevivientes habían inventado las historias de atrocidades para beneficio político ya no podían, por el contrario, ignorar fácilmente las evidencias presentadas por los mismos perpetradores de esta violencia. 3
Véase, por ejemplo, el testimonio de Mourad Benchellali sobre sus experiencias en la prisión de Guantánamo, en el libro escrito con Antoine Audouard y en el extracto “Detainees in Despair”, New York Times, 14 de junio de 2006, p. A23.
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Igualmente, las fotografías de Abu Ghraib revelaron de manera gráfica lo que con anterioridad significaba realmente el consenso abstracto alrededor de la tortura. La administración Bush rehusó calificar los actos retratados en las fotografías como “tortura”, usando en su lugar el término “humillación”. Pero incluso los defensores de la administración ignoraron el eufemismo. El senador Bill Frist (republicano, Tennessee) comentó: “Los que vimos es espantoso”4. Rechazando la afirmación hecha por el presidente Bush de que sólo “algunas pocas manzanas podridas” fueron quienes cometieron los abusos, la senadora Lindsey Graham (republicana, Carolina del Sur) afirmó: “Algo de todo esto posee una naturaleza tan elaborada que me hace tener bastantes sospechas si otros fueron o no los directores o si los estimularon [estos actos]” (Sontag 2004). El senador John McCain (republicano, Arizona) culpó a los fotógrafos, y presumiblemente lo que mostraban, por debilitar la seguridad nacional: “Yo sostendría que las fotografías, las terribles fotografías de Abu Ghraib, nos perjudican no sólo en el mundo árabe […] sino […] también nos perjudica dramáticamente entre las naciones amigas, los europeos, muchos de nuestros aliados” (McCoy 2006: 186). Como resultado de las fotografías, McCain patrocinó una “enmienda a la tortura”, que aliaría firmemente a Estados Unidos con el rechazo internacional de la tortura. El presidente Bush, respondiendo a la presión dentro y fuera de su partido, se arrepintió de su decisión inicial de vetar la enmienda. Como apuntó un periodista: “El pueblo norteamericano habló. Las dos cámaras aprobaron esta ley de forma abrumadora [la enmienda a la tortura] por una mayoría a prueba de veto. Resulta vergonzoso que Bush tuviera que ser acosado para apoyarla”5. Las confesiones de los perpetradores y las fotografías de Abu Ghraib demuestran que los temas profundamente contenciosos generan el debate sin destruir o ni siquiera amenazar las democracias. Los testimonios perturbadores, así confronten realmente las imperantes creencias políticas, no las reemplazan, sin embargo, por una alternativa y “terapéutica” verdad. En su lugar, los grupos políticos entran en conflicto sobre cómo interpretar los testimonios perturbadores y su significación para la vida política contemporánea.
“Negando pancakes” Los testimonios perturbadores rompen el consenso porque los individuos se distancian de las opiniones que éstos representan. No todos los públicos, sin embargo, 4
Charles Babington, “Lawmakers Are Stunned”, Washington Post, 13 de mayo de 2004, p. A1.
5
“McCain’s Effort Saves Nation’s Soul: Anti-torture Measure Wins Because It Keeps America on Right Side Legally”, Buffalo News, 21 de diciembre de 2005, p. A8.
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rechazan las opiniones representadas en los testimonios perturbadores. De hecho, el debate brota porque algunos individuos y grupos defienden la visión imperante. Estos individuos y grupos reinterpretan los testimonios perturbadores, intentando adjudicarles un nuevo significado político, con la esperanza de reconstruir el consenso político. Los grupos políticos, en otras palabras, compiten alrededor de las interpretaciones de los testimonios perturbadores. Al reflexionar sobre las fotografías de Abu Ghraib, un periodista insistió en que “su ubicuidad […] evoca no sólo su potencia sino también su inutilidad y su adaptabilidad” (Danner 2004: 27). Los testimonios perturbadores no reemplazan un consenso por otro, sino que más bien intensifican el debate público sobre los sucesos políticos y su significado para la vida contemporánea. Los defensores del régimen, por lo tanto, no defienden ni aprueban las atrocidades ni el sadismo; rearman las confesiones que describen este tipo de actos usando una variedad de técnica narrativas. Denigran a algunos perpetradores –particularmente, aquellos que promulgan confesiones de delación, de arrepentimiento o de sadismo– como oportunistas, mentirosos y psicópatas. Si los actos confesados ocurrieron efectivamente, argumentan, éstos fueron llevados a cabo por algunas manzanas podridas, y tampoco representan a las nobles fuerzas de seguridad que defendieron al país o la estrategia de guerra del régimen. Los seguidores del régimen defienden públicamente los Derechos Humanos, argumentando que el régimen tuvo que proteger al país de los “terroristas”. Usan el lenguaje del “nunca más” para invitar al país a estar alerta contra futuras amenazas nacionales. También acusan a los medios y a la izquierda de desfigurar, malinterpretar o escenificar confesiones obscenas para difamar el pasado régimen y sus logros heroicos. Estas técnicas narrativas pocas veces persuaden a los observadores objetivos. Proporcionan, sin embargo, una protección retórica a los individuos que buscan una excusa con el fin de defender las opiniones políticas imperantes contra las evidencias perjudiciales suministradas por los testimonios perturbadores. La manera de abordar las fotografías de Abu Ghraib por parte del presidente Bush, opinó Sontag, pretendía “limitarlas a un desastre de relaciones públicas […] en lugar de hacer frente a los complejos crímenes de liderazgo y políticos revelados por las fotografías” (Sontag 2004). Los defensores de la administración Bush trataron de reinterpretar las imágenes más como “bromas” que como abusos, como lo hizo el locutor de radio Rush Limbaugh: “Esto no es distinto a lo que sucede en la iniciación de Skull and Bones6, y ahora vamos a arruinar la vida de la gente por esto, y vamos a 6
Sociedad secreta con sede en la Universidad de Yale, Connecticut, Estados Unidos. (Nota del traductor)
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obstruir nuestro esfuerzo militar, y vamos entonces realmente a darles una golpiza sólo porque la estaban pasando bien” (citado en Sontag 2004). Otro mecanismo de reinterpretación usado por los defensores de la administración Bush suponía enfatizar en la amenaza de un ataque terrorista y en la importancia de proteger a los ciudadanos estadounidenses con “interrogatorios coactivos”, “medidas fuertes”, y otros eufemismos, para referirse a lo que mostraban las fotografías. El senador Trent Lott (republicano, Mississippi), por ejemplo, dijo humorísticamente: “Los interrogatorios no son como una clase dominical en la iglesia […] Uno no consigue una información que puede salvar vidas norteamericanas negando pancakes”7. Los testimonios perturbadores no reemplazan una posición política imperante por otra. En su lugar, generan una rivalidad política alrededor de cómo interpretar dramáticos acontecimientos políticos, cómo usarlos, y sobre lo que éstos significan para la vida política contemporánea. Una guerra retórica de este tipo no termina eliminando la democracia ni salvándola. Por el contrario, lo que hace es poner en práctica el arte de la disputa alrededor de las ideas y la posibilidad de crear un consenso frente a los valores democráticos.
“Matices, pasión y… erudición” Los grupos políticos se sienten obligados a asociarse o, más posiblemente, a disociarse públicamente de los repulsivos actos representados en los testimonios perturbadores. Para aquellos grupos que han fracasado en oponerse exitosamente a las creencias imperantes, los testimonios perturbadores les proporcionan una oportunidad para hacerlo y, de paso, fortalecer sus afirmaciones políticas. Las confesiones de los perpetradores, por lo tanto, ayudan a los grupos de víctimas y sobrevivientes a suscitar la conciencia del público sobre las atrocidades de un régimen y la necesidad de construir el imperio de la ley para terminar con la impunidad. De esta forma, los grupos defensores de los Derechos Humanos que condenaron el uso de la tortura por parte de Estados Unidos usaron las fotografías de Abu Ghraib para mostrarle al público norteamericano el aspecto que tenía la tortura y por qué debía proscribirse. Estos grupos usaron los testimonios perturbadores para persuadir al público de aceptar su perspectiva política; incluso, quizás hayan podido convencer a pasados opositores. Ésta no es, sin embargo, una batalla de un solo bando: estos grupos deben luchar contra otros empeños por reacomodar estos testimonios perturbadores. El 7
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Deborah Solomon, “Questions for Trent Lott”, New York Times Magazine, 20 de junio de 2004, p. 15, citado en McCoy (2006: 153).
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debate consiguiente fuerza a los dos bandos a plantear argumentaciones persuasivas para competir por el poder político. El resultado es, por lo general, lo que McCoy describió con los efectos de las fotografías de Abu Ghraib: “una sustantiva discusión pública […] marcada por los matices, la pasión e, incluso, por momentos, por la erudición” (McCoy 2006: 150). Así, los testimonios perturbadores dan cuenta de viejos dogmas obsoletos y exigen nuevos argumentos para enfrentar una nueva realidad. Algunas veces este proceso implica sencillamente reempacar viejas ideas de una forma distinta. Este esfuerzo, sin embargo, exige comprender cómo varias perspectivas políticas encontrarán eco en una sociedad que se siente aturdida con los testimonios perturbadores. En consecuencia, los grupos desechan un lenguaje que legitime las atrocidades descritas, incluso aquellos grupos que están de acuerdo con la perspectiva política que existe detrás de estos testimonios. Para mantener su base de apoyo, estos grupos deben demostrar que aquello que defienden difiere de las atrocidades. Este proceso supone una capacidad para los matices y para la sofisticación retórica. Codificar el lenguaje simplemente para ocultar el respaldo a las atrocidades mantendrá el apoyo por el grupo entre sus miembros más comprometidos ideológicamente. Otros identificarán el lenguaje codificado como lo que es y retirarán el apoyo. Estos últimos acogerán implícitamente las perspectivas propuestas por sus enemigos políticos, construyendo así un consenso público más amplio alrededor de estas ideas. Las confesiones de los perpetradores ilustran este proceso, con anteriores defensores del régimen, escandalizados por los relatos de atrocidades, uniéndose al respaldo de la protección de los Derechos Humanos. No obstante, estos grupos no siempre, o no necesariamente, condenan al régimen dictatorial como un todo. En Chile, por ejemplo, algunos de los antiguos seguidores de Pinochet condenaron las violaciones a los Derechos Humanos cometidas por el régimen, pero aprobaron sus estrategias económicas. En Argentina, el comandante de la Armada denigró a los oficiales que dictaron órdenes ilegales y a los soldados que las ejecutaron, pero no condenó la “guerra contra subversión”. De la misma forma, el presidente Bush, dos años después del hecho, declaró Abu Ghraib como el “mayor error” en la guerra contra el terrorismo global, y afirmó: “Hemos estado pagando por esto durante mucho tiempo”8. La niebla de la guerra –una estrategia que el vicepresidente Dick Cheney recomendó cinco días 8
David E. Sanger y Jim Rutenberg, “Bush and Blair Concede Errors, but Defend War”, New York Times, 25 de mayo de 2006, p. A12.
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después del 9/11, cuando dijo: “Mucho de lo que se necesita hacer aquí tendrá que hacerse calladamente, sin ninguna discusión”– no consiguió ocultar del escrutinio público las políticas de la administración9. El Pentágono y el Departamento de Defensa rechazaron la estrategia de Cheney de crear manuales secretos sobre técnica de interrogación, una movida que los aliaba implícitamente con la posición que mostraron frente a la tortura los grupos defensores de los Derechos Humanos. Como afirmó Elisa Massimino, directora en Washington de Human Rights First: “Si el Pentágono se ha echado para atrás en este asunto, se trata de una grata señal de que ahora ellos entienden la necesidad de transparencia y claridad”10. Las perturbadoras fotografías de Abu Ghraib y la resultante indignación, sin duda, contribuyeron a este cambio de política. La comprensión generada por los testimonios perturbadores y la coexistencia contenciosa, a su vez, conducen a la fragmentación entre polos políticos anteriormente atrincherados. Así, en lugar de que existan dentro de la sociedad sólo dos perspectivas en contienda, se desarrolla un nuevo rango de posiciones y alianzas entrecruzadas. Algunos defensores del régimen dictatorial en Sudáfrica y América Latina, por ejemplo, condenaron sin ninguna ambigüedad las atrocidades cometidas por los regímenes, aliándose, por lo tanto, con las víctimas y los sobrevivientes. Por otro lado, las víctimas y los sobrevivientes comparten con las fuerzas de seguridad dictatoriales el deseo de censurar las confesiones de los perpetradores. A pesar de todo, otros persisten en su condena o apoyo originales en contra y a favor de estos regímenes. Pero todas estas perspectivas políticas reflejan el creciente consenso alrededor la importancia de proteger los Derechos Humanos, incluso si divergen en cómo definir estos derechos y en quién históricamente abusó de ellos.
“Las fotografías no desaparecerán” Los testimonios perturbadores y la coexistencia contenciosa llevan a las transformaciones políticas. Las confesiones de los perpetradores contribuyeron a reversar las leyes de amnistía en Argentina y Chile, contrarrestando la cultura de impunidad al volver innegables estos abusos criminales. Las confesiones de los perpetradores ante la CVR de Sudáfrica también anularon las anteriores nega9
Jane Mayer, “Outsourcing Torture: The Secret History of America’s ‘Extraordinary Rendition’ Program”, New Yorker, 14 de febrero de 2005, p. 106.
10
Eric Schmitt, “Pentagon Rethinking Manual with Interrogation Methods”, New York Times, 14 de junio de 2006, p. A19.
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ciones de la violencia en el Estado del apartheid. Las fotografías de Abu Ghraib obligaron a la Casa Blanca a retractarse de su previa definición de la tortura como sólo “una seria herida corporal, como el mal funcionamiento de un órgano, el daño de alguna función corporal o incluso la muerte”11. También investigó, juzgó y encontró culpables a aquellos que cometieron los abusos en Abu Ghraib. Firmó la enmienda contra la tortura. No hay duda de que las protestas contra las fotografías contribuyeron significativamente a estos cambios. Algunos argumentan, sin embargo, que estos cambios políticos marcan sólo transformaciones superficiales y no fundamentales en las políticas. Los testimonios perturbadores en Brasil, por ejemplo, no contribuyeron a ningún cambio en sus leyes de amnistía. Los perpetradores que se negaron a aceptar la amnistía por parte de la CVR en Sudáfrica no enfrentaron el encarcelamiento. Los cambios en las leyes de amnistía en Argentina y Chile llevaron a prisión a muy pocos perpetradores por sus violaciones. Y la administración Bush encontró formas de remediar las restricciones a sus políticas impuestas como resultado del debate sobre las fotografías de Abu Ghraib. Específicamente, ninguno de los responsables de preparar los memorandos legales para eludir los vetos internacionales ante la tortura perdió su posición en la administración Bush, y algunos, incluso, recibieron ascensos12. Los comandantes de aquellos que cometieron atrocidades han evitado las investigaciones, los juicios, incluso las críticas. El presidente Bush intentó burlar al público estadounidense con una medida que le garantizaba el poder de interpretar la enmienda a la tortura según sus propias necesidades13. El nuevo consenso que surgió con las fotografías de Abu Ghraib, alegaban algunos cínicos, fue el de esconder mejor la tortura, no vetar su uso. Incluso sin este tipo de cinismo, la evidencia sugiere que la indignación frente a las fotografías de Abu Ghraib no consiguió terminar con el uso de la tortura en las prisiones de Guantánamo, Afganistán, y de terceros estados cómplices, como parte de la guerra contra el terrorismo (McCoy 2006: 188-209). Danner pregunta: “¿Lo que ha cambiado es sólo lo que sabemos o lo que estamos dispuestos a aceptar?” (Danner 2004: 9). 11
Memorandum Opinion para el Fiscal General de la Nación, 30 de diciembre de 2004, www. usdoj.gov/.
12
Alfred McCoy repasa las trayectorias profesionales de estos individuos, incluida la de Alberto Gonzales, el fiscal general, quien hizo la célebre referencia a las limitaciones de la Convención de Ginebra sobre interrogatorios como “obsoletas” y “pintorescas”; Jay Bybee, asistente del fiscal general, quien preparó los memorandos de Gonzales, creando así la cobertura legal para la tortura en Irak y cualquier parte; y John Yoo, abogado del Departamento de Justicia, quien ideó la noción de la “autoridad unitaria”, que aducía una secreta constitución de emergencia que le daría poderes ilimitados al Presidente en la “guerra contra el terrorismo”. McCoy (2006: 160-61).
13
“Veto? Who Needs a Veto?”, New York Times, 5 de mayo de 2006, p. A22.
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Los testimonios perturbadores y la coexistencia contenciosa no curan las democracias. De hecho, no pueden ni siquiera garantizar cambios particulares de política. Lo que llevan a cabo es el cambio del contexto político y ponen en práctica el arte democrático de la participación, la contienda y la competencia. El científico político David Art sintetiza de forma concisa los ambiguos resultados del proceso democrático que engendran: “Los debates públicos crean nuevos marcos para interpretar los asuntos políticos, cambian las ideas y los intereses de los actores políticos, reestructuran las relaciones entre ellos y redefinen los límites del espacio político legítimo. Estos cambios no ocurren porque el mejor argumento sale victorioso, sino porque los debates públicos ponen en movimiento unas series de procesos que rehacen el ambiente político en el que suceden” (Art 2006: 14). En otras palabras, algunos testimonios perturbadores y formas de coexistencia contenciosa pueden resultar más exitosos que otros en la transformación del paisaje político. El análisis de representación que adopté en este libro identifica los factores que constriñen y estimulan el papel que desempeñan en las democracias los testimonios perturbadores y la coexistencia contenciosa. A algunas representaciones les va mucho mejor que a otras como catalizadoras de las respuestas de las personas. Así, cualquier respuesta a un texto de ficción escrito por un piloto desconocido que presenció, pero que no cometió, la violencia y que no podía recordar detalles clave en Brasil no se puede comparar con la indignación que nace cuando alguien confiesa haber asesinado a treinta personas lanzándolas desde un avión en Argentina, o expresa placer al torturar sexualmente a mujeres en Chile, o expone la técnica de tortura de la bolsa mojada en la arena mediática de Sudáfrica. El poder de los testimonios perturbadores varía con el poder de la representación: quien la hace (el actor), lo que narra (el guión) y la manera como la narra (la actuación). Los factores externos al discurso de los testimonios perturbadores –mecanismos institucionales (escenario), contexto político (oportunidad [timing]) y respuesta del público (audiencia)– también moldean el poder de los testimonios perturbadores para estimular el debate y crear un cambio político. Los gobiernos que controlan la escenificación de estos testimonios quizás también limiten la participación y la reacción que éstos crean. Estos controles toman la forma de censura, leyes de discusión y acceso limitados respecto a la información. Por otra parte, los medios que comparten la perspectiva política con el Gobierno o los actores políticos desafiados por los testimonios perturbadores tienden a ofrecer un cubrimiento tenue y altamente editado de estos testimonios, amortiguando así su impacto político. Los medios chilenos se ajustan a esta descripción, con su limitado cubrimiento de las confesiones de los perpetradores y su decisión de presentar una versión editada de la confesión de Romo, sólo después
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de que ésta generó la indignación fuera del país. El éxito de la administración Bush en mantener la carpeta de fotografías de Abu Ghraib sin editar fuera del torrente mediático ayudó en sus esfuerzos por minimizar los actos retratados considerándolos “humillaciones” y no torturas. Otros culparon la preocupación de la población ante otro ataque terrorista en suelo de Estados Unidos, por aceptar la estrategia de la administración Bush en la “guerra contra el terrorismo”. El periodista Joseph Lelyveld, por ejemplo, argumenta que “cuando se trata de inminentes amenazas de terrorismo, el proceso democrático no exige un debate abierto” (Lelyveld 2005: 39). Danner, no obstante, sigue sin comprender la muda respuesta por parte del público estadounidense a las fotografías de Abu Ghraib: “No se trata de la revelación o la exposición sino de la incapacidad, una vez se revela el crimen, de actuar de los políticos, los funcionarios, la prensa y, finalmente, los ciudadanos. El escándalo no consiste en destapar lo que está escondido, está en ver lo que ya está ahí y actuar al respecto. No tiene que ver con la información; tiene que ver con la política” (Danner 2004: xiv). Abu Ghraib sugiere que la oportunidad política, particularmente cuando prevalecen temas políticos más apremiantes, limita el poder de los testimonios perturbadores para activar la participación y la contienda políticas. De la misma manera, las confesiones de los perpetradores hechas mucho tiempo después del final de los abusos, como en Brasil, quizás indignen al público pero no lo movilizan hacia un cambio político. Esto resulta particularmente cierto si existen algunos cuantos sectores políticamente activos en la sociedad capaces de mantener los testimonios perturbadores como parte de la agenda democrática. Cuanto más lejos en el tiempo hayan ocurrido los hechos y mientras menos sean los sectores de la población afectados por los mismos, más difícil será mantener movilizados a los actores políticos para luchar por un cambio político. Sontag escribió: “Las fotografías no desaparecerán”, refiriéndose a las perdurables imágenes de Abu Ghraib (Sontag 2004). Pero para que estas imágenes sean usadas de manera eficaz para promover fines políticos específicos, las debería usar un grupo o un conjunto de individuos organizados. Los grupos movilizados, como lo han ilustrado las confesiones de los perpetradores, pueden transformar incluso los testimonios desfavorables en catalizadores para la acción política. En Argentina los activistas defensores de los Derechos Humanos transformaron las confesiones heroicas en la evidencia de las atrocidades cometidas, y, de esta forma, pudieron exigir justicia. En Chile y en Sudáfrica los grupos llenaron los vacíos dejados por las negaciones y las confesiones amnésicas, para rebelarse contra la impunidad. Incluso vencieron al silencio en Brasil, usando el simple susurro de una confesión, para sacar a la luz las atrocidades ocultas.
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El éxito de estos grupos también depende de su habilidad para sobreponerse a otros sectores de la sociedad dispuestos a combatir el cambio político que ellos defienden. En esta lucha, el mejor, el más ético, democrático e incluso más legal de los argumentos no necesariamente será el ganador. Los testimonios perturbadores quizás saquen a la luz opiniones anteriormente silenciadas, pero no garantizan que estas opiniones se impongan en una lucha de poder con la oposición.
“Una buena contraargumentación es un remedio para una mala argumentación” En Testimonios perturbadores abogo por la participación política para oponerse a las opiniones imperantes que han impedido la promoción de valores democráticos, como los Derechos Humanos y el imperio de la ley. Reconozco que la contienda política significa que los grupos que defienden estos valores no siempre tienen éxito en alcanzar los específicos resultados políticos que desean. Pero por el hecho de estimular la participación, la contienda y la competencia, los testimonios perturbadores contribuyen a construir unas prácticas, si no unas políticas, democráticas más fuertes. El modelo de la coexistencia contenciosa, además, ha probado ser más realista y eficaz que sus alternativas. Las dos teorías de la “fatal sobredosis de verdad” y de la “verdad terapéutica” padecen de la misma presunción utópica de que las democracias pueden clausurar los asuntos contenciosos. Pocas evidencias sostienen esta presunción. Los esfuerzos de la administración Bush por liderar la guerra global contra el terrorismo intentaron sin éxito suprimir en secreto las fotografías de Abu Ghraib y otros repugnantes relatos sobre abusos cometidos por Estados Unidos. Las estrategias para imponer una verdad oficial, con el propósito de dar fin al conflicto del Estado del apartheid en Sudáfrica y los regímenes militares en América Latina también fracasaron. Las confesiones de los perpetradores rompieron el pacto de silencio entre los militares de América Latina. Incluso, desafiaron las leyes impuestas a la libertad de expresión, con la intención de proteger a la sociedad de las perjudiciales justificaciones dadas por los perpetradores por sus crímenes del pasado. Funcionarios del gobierno de Sudáfrica –siendo el más notable de ellos el ex presidente P. W. Botha– denunciaron públicamente a la CVR y la verdad terapéutica que impuso. Unos medios de información reticentes tanto en Estados Unidos como en Chile, cautelosos de ofrecer una opinión desfavorable de gobiernos del pasado y del presente y de sus políticas, incluso presentaron lo suficiente de los testimonios perturbadores como para desatar la indignación. Los poderosos grupos políticos defensores del statu quo –como los
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militares en América Latina– no pudieron tampoco evitar que sus propios miembros desafiaran las leyes del silencio. Estos esfuerzos por acallar el debate no sólo han resultado impracticables, sino que han demostrado ser peligrosos. Impulsan opiniones fuertemente arraigadas, pero silenciadas, de manera clandestina y fuera del alcance del escrutinio y el juicio de un debate público. Ciertamente, ciertas formas de discurso requieren prohibición, en particular, las amenazas directas y verosímiles de un acto violento dirigido hacia personas específicas, o un discurso injurioso que viola el derecho de las personas a no escucharlo (Downs 1993: 117-18). Para otras formas de discurso, sin embargo, las democracias se benefician más de no ponerles trabas, de forzarlas a competir con mejores –más democráticas– ideas. Como dice el refrán: “Una buena contraargumentación es un remedio para una mala argumentación” (Downs 1993: 128). Lo que he descrito aquí es un proceso confuso. Implica hacerles frente a fuertes tensiones, algunas veces en las primerísimas etapas del desarrollo democrático. Expone a los ciudadanos a hechos y perspectivas desagradables que preferirían evadir y que, de hecho, consiguen algunas veces evadir durante algún tiempo. Y los resultados, por lo menos en términos de políticas específicas, son inciertos. Pero este confuso proceso es inevitable y sano en las democracias nuevas y en las ya establecidas.
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Epílogo
Representaciones de poder Confesiones de paramilitares en Colombia1 Como si se tratase de una celebridad, centenares de fanáticos del ex jefe del bloque Central Bolívar llegaron desde muy temprano este martes a las afueras del edificio de la Fiscalía en Medellín. Lo hicieron antes que “Macaco” –quien comenzó su versión libre a las 9:35 a.m.– porque querían recibirlo con pitos, tambores y consignas a favor de sus obras sociales –según ellos– en ocho departamentos del país […] Y para los fanáticos de ‘Macaco’ que no lo conocían, este salió en varias oportunidades por una ventana del edificio de la Fiscalía al mediodía y extendió la mano para saludarlos. Todos gritaron en júbilo2.
“Macaco”, el individuo aclamado por la multitud, había ingresado a la oficina del fiscal para presentar su confesión por la pasada violencia política en Colombia. Había estado de acuerdo en participar en la Ley de Justicia y Paz ofrecida a los miembros de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia), el mayor grupo paramilitar del país. A cambio de la desmovilización y confesión de los anteriores actos de violencia, Macaco y otros líderes paramilitares recibirían una significativa reducción de la sentencia. Como indica el nombre de la ley, su propósito es terminar con la violencia paramilitar y garantizar simultáneamente justicia para las víctimas de esta violencia. Sin embargo, como lo ilustra arriba el epígrafe de la audiencia de Macaco, existe el temor de que, paradójicamente, los paramilitares quizás mantengan, en lugar de perder, el poder sobre la justicia y la paz por medio de su proceso confesional. 1
Mis agradecimientos a Gerson Arias, Courtney Gallo, Brett Kyle, María Victoria Llorente, Veronica Michel, Juan Sebastián Ospina Martínez, Juan Camilo Plata, Joanna Rojas Roa y Gonzalo Sánchez por su invaluable información y sus comentarios sobre anteriores versiones del texto. El presente texto también se benefició de la retroalimentación crítica en el seminario “Coming to Terms with the Past”, en la Universidad de Yale (2008), en particular, de Félix Reátegui, María Emma Wills Obregón y Elizabeth Wood. La discusión del capítulo en el Law School Institute para el International Law and Justice’s International Legal Theory Colloquium de New York University contribuyó a perfeccionarlo. Los comentarios de Benedict Kingsbury, René Uruena y Pablo Kalmanovitz resultaron particularmente útiles en las revisiones.
2
Mauricio Builes, “Hoy conocimos a ‘Macaco’”, Semana.com, 6 de diciembre de 2007. (Recuperado el 8 de marzo de 2009)
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El caso colombiano, por lo tanto, agrega un importante elemento al análisis de las confesiones de los perpetradores que inicié en Testimonios perturbadores. Explora los aspectos de las representaciones confesionales que contribuyen a aumentar, más que a disminuir, el poder de los perpetradores sobre la forma como se recuerda el pasado y su significado para la vida política contemporánea. En particular, examina cómo los paramilitares colombianos han hecho uso de sus guiones y actuaciones confesionales para promover su poder dentro de la sociedad colombiana. Rastrea cómo los paramilitares han usado el escenario institucional y la coyuntura política para incrementar su poder. Finalmente, estudia el apoyo del público frente a estas representaciones de poder y a los obstáculos que enfrenta el público que pretende disminuir el poder de los paramilitares. A pesar de una ley y un correspondiente proceso pensados para desmovilizar a los paramilitares, estos actores mantuvieron las amenazas de violencia, el control sobre los territorios y recursos económicos, y el poder social para ejercer influencia sobre los resultados políticos. Sin embargo, más que considerar el proceso de Justicia y Paz como un fracaso total, el marco interpretativo explora tanto los obstáculos como los avances frente a –y hacia– sus objetivos.
Testimonios perturbadores: el debate Testimonios perturbadores coincide con la idea propuesta por la Comisión de Verdad y Reconciliación sudafricana de que las confesiones de los perpetradores desempeñan un papel fundamental en el proceso democrático. Sin embargo, como lo sugiere el título del libro, las confesiones no ajustan cuentas con el pasado. Por el contrario, perturban este ajuste al romper el silencio frente al pasado, exponiendo a la sociedad a perturbadoras imágenes de la violencia pasada y generando más la justificación que la verdad sobre esta violencia. Aquellos que fueron testigos de las confesiones de los perpetradores, particularmente, las víctimas, los sobrevivientes y la comunidad defensora de los Derechos Humanos, no comparten la comprensión que ofrecen los perpetradores de este pasado. Como resultado, surge un profundo conflicto. Sin embargo, contrario al argumento planteado por algunos estudiosos de la democracia deliberativa, Testimonios perturbadores no apoya las “órdenes de silencio” para evitar las confesiones que puedan obstaculizar el proceso democrático. En lugar de considerar las confesiones como amenazas a la democracia, las presenta como catalizadores para la práctica democrática. Amplios sectores de la sociedad empiezan a participar en un diálogo sobre el pasado y su significado para la vida política contemporánea. La participación en el proceso político, la libertad para expresar opiniones contenciosas y el debate público de opiniones opuestas sobre el pasado permiten que se ponga en práctica la democracia.
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Aunque contribuyen a la práctica democrática, estas confesiones no ayudan necesariamente a la reconciliación ni a conseguir logros democráticos. Las expectativas de algunos abogados para que estas confesiones vayan a reconocer la violencia pasada, alivien a las víctimas y reconcilien las diferencias, por lo general quedan sin satisfacerse. Testimonios perturbadores evidencia que los perpetradores a menudo ofrecen versiones heroicas de su pasado, haciendo más una justificación que una condena de la violencia pasada. Con unas visiones tan polarizadas sobre el pasado, la reconciliación es un resultado improbable. La “coexistencia contenciosa”, y no la reconciliación, resulta cuando distintos grupos compiten frente a cómo se va a recordar el pasado y a su significancia para la vida política contemporánea. El resultado no es “el mejor argumento es el que gana la partida”, sino más bien “que los debates públicos ponen en movimiento una serie de procesos que reforman el ambiente político en el que suceden” (Art 2006: 14). Testimonios perturbadores plantea, en síntesis, que el proceso de confesión pone a competir entre sí versiones distintas del pasado, les permite a las víctimas desafiar las versiones del pasado que dan los perpetradores y juzga a los perpetradores como responsables (aunque no siempre en la sala penal) de sus actos pasados. El proceso de confesión, en otras palabras, disminuye el poder de los perpetradores en el control de cómo debe comprenderse el pasado y lo que significa para el futuro. La reducción del poder de los perpetradores depende de la representación confesional: no sólo en lo que dicen (el guión confesional), sino en el papel que los grupos de la sociedad (el público) desempeñan al responder a este texto, en cómo los perpetradores se presentan a sí mismos (actores y actuación), la oportunidad política (la coyuntura) y el proceso institucional o social que genera la confesión (el escenario). Cuando los perpetradores presentan sus actos pasados como sacrificios heroicos por la nación, por ejemplo, las víctimas y los sobrevivientes aprovechan la oportunidad para desafiar esta versión, mostrando que estos actos pasados (v.gr., la violación o la desaparición) no son ni heroicos ni patrióticos. Las confesiones catalizan un debate dentro de la sociedad sobre lo que se hizo en el pasado, sobre las justificaciones usadas para defender estos mismos actos y sobre cómo el presente y el futuro harán frente a este pasado. Testimonios perturbadores reconoce que los perpetradores usan las confesiones para reforzar su poder en la sociedad. El público de las víctimas y los defensores de los Derechos Humanos, sin embargo, tienen la capacidad de impugnar las justificaciones, los eufemismos, las mentiras, los silencios, las negaciones y el heroísmo inherentes en las confesiones de los perpetradores. Pueden, por lo tanto, desafiar el poder de los perpetradores respecto a “preguntas esenciales sobre la
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vida pública”3. Enfocarse en los contextos en los que el público impugna con éxito las versiones que dan los perpetradores del pasado pasa por encima las barreras para poder hacerlo. Colombia ofrece un ejemplo de esta clase de contexto. El proceso confesional de la Ley de Justicia y Paz ha enfrentado la mayor dificultad en catalizar un proceso de diálogo que les permita a las víctimas y a los grupos defensores de los Derechos Humanos impugnar las versiones de los perpetradores sobre el pasado. Este hecho hace posible, entonces, una exploración de los límites de las cuentas que han quedado por cobrar. El caso colombiano, como los otros casos incluidos en Testimonios perturbadores, involucra no sólo un texto confesional, o un guión, sino toda una representación. La particular escenificación de las confesiones bajo la Ley de Justicia y Paz ha limitado el acceso del público y de los medios periodísticos a las confesiones de los perpetradores, obstaculizando el debate. El momento en que se hacen las confesiones, antes de la finalización del conflicto, también ha significado que el temor frente a retaliaciones por parte de los paramilitares haya restringido la discusión abierta sobre el pasado. Los paramilitares han conseguido así un mayor éxito en el control del debate y de su imagen que en otros contextos y escenarios. Pero incluso en este ambiente, los paramilitares, en todo caso, han revelado verdades perturbadoras sobre el pasado que han provocado la discusión y cierta evidencia de un giro en las actitudes políticas colombianas frente a la violencia pasada. Por lo tanto, la coexistencia contenciosa ha empezado a darse, a pesar de los significativos impedimentos del proceso.
“¿Una burla a los principios básicos de los Derechos Humanos y la responsabilidad?” La Ley de Justicia y Paz Desde sus orígenes, la Ley de Justicia y Paz (Ley 975 de 2005) ha enfrentado oposición por parte de grupos por los Derechos Humanos, así como de juristas y abogados. En un de los juicios más críticos sobre la Ley, el director de Human Rights Watch para las Américas, José Miguel Vivanco, afirmó que se trataba de “una burla a los principios básicos de los Derechos Humanos y la responsabilidad”4. Sus palabras reflejan la preocupación en Colombia de que la justicia quizás se vea sacrificada en aras de la paz, por medio de la Ley 975. La Ley, diseñada para desarmar, desmovilizar y reintegrar a los paramilitares a la sociedad, les ofrecía 3
Martin Abregú, citado en Página/12, 18 de marzo de 1995, reimpreso en Feitlowitz (1998: 224) y Payne (en este texto, p. 78).
4
“Court Fixes Flaws in Demobilization Law”, Human Rights Watch, 19 de mayo de 2006.
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“penas alternativas” a cambio de admitir violaciones a los Derechos Humanos y las leyes humanitarias. Estas penas alternativas incluían la reducción de penas y la reparación a las víctimas. Las negociaciones privadas que llevaron a la Ley 975 contribuyen al escepticismo frente a su compromiso con la justicia. El gobierno del presidente Álvaro Uribe y los grupos paramilitares empezaron a reunirse en junio de 2003 en una finca en Santa Fe de Ralito para acordar un plan de desmovilización, desarme y reintegración (DDR)5. Los paramilitares entendieron que los acuerdos de Ralito, y la Ley de Justicia y Paz que surgió en consecuencia, incluían varias garantías: protección frente a la extradición hacia Estados Unidos por narcotráfico; reducción de la sentencia criminal de 40 o más años a ocho años, y una reducción adicional de la sentencia de ocho años a más o menos dos años como compensación por los años pasados en las negociaciones de paz6. Los colombianos más tarde se enteraron de que el acuerdo de Ralito tal vez era la continuación de anteriores negociaciones entre el gobierno del presidente Andrés Pastrana y los paramilitares. Según algunos de los líderes paramilitares, acuerdos secretos de desmovilización, amnistía y reinserción entre 2001 y 2002 les habían garantizado a los paramilitares protección frente a procesos criminales y la extradición, a cambio de apoyo electoral a políticos simpatizantes. La naturaleza de las negociaciones llevó a algunos observadores críticos del Gobierno a la conclusión de que este proceso sacrificaría la justicia por la paz. La indignación de Vivanco frente a la Ley 975 refleja el extendido rechazo entre la comunidad jurídica y defensora de los Derechos Humanos de una amnistía para los paramilitares, dadas sus actividades criminales. La Comisión Colombiana de Juristas documentó y estimó en 13.000 los asesinatos cometidos por los paramilitares entre 1996 y 2004; además de secuestros, torturas, extorsiones y otros crímenes que siguen sin documentar. Aproximadamente un millón de desplazados internamente en Colombia atribuyen su situación a la violencia paramilitar7. Tanto las organizaciones internacionales –Human Rights Watch, la 5
“La presente ley regula lo concerniente a la investigación, procesamiento, sanción y beneficios judiciales de las personas vinculadas a grupos armados organizados al margen de la ley, como autores o partícipes de hechos delictivos cometidos durante y con ocasión de la pertenencia a esos grupos, que hubieren decidido desmovilizarse y contribuir decisivamente a la reconciliación nacional” (texto del proyecto de Justicia y Paz).
6
La ley también estipula control del Ministerio Público, o depuración, así como sanciones por el porte de armas.
7
Personalidades de la Comisión Colombiana de Juristas, “Una Justicia y Paz metafórica”, 21 de junio de 2005, y Comisión de Seguimiento a la Política Pública Sobre el Desplazamiento Forzado, “Proceso Nacional de Verificación de los Derechos de la Población Desplazada: Primer Informe
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Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, la Comisión Interamericana por los Derechos Humanos– como las organizaciones locales defensoras de los Derechos Humanos critican la ley por ofrecer “penas alternativas” que eran “inconsistentes con los estándares internacionales de verdad, justicia y reparación”8. Las impugnaciones legales a la Ley 975 resultaron sólo parcialmente exitosas. La Corte Constitucional de Colombia, por ejemplo, aceptó la ley y su “sistema alternativo de justicia criminal, que implica la suspensión de una sentencia criminal y la sustitución por un castigo alternativo. Los beneficios se otorgan en proporción a la contribución de cada individuo en la búsqueda de la paz, justicia y reparación de las víctimas, así como de su propia resocialización”9. La Corte consideró la Ley como un mecanismo “para facilitar los procesos de paz y la reincorporación individual o colectiva a la vida civil de miembros de grupos armados al margen de la ley”, aunque enfatizó, sin embargo, su importante papel en “garantizar los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación”10. Al reconocer los derechos de las víctimas, la Corte falló contra varias estipulaciones de impunidad en la Ley. Tumbó la estipulación de “tiempo servido” durante las negociaciones de paz y en su lugar dispuso que el período de ocho años comenzaría desde el momento en que terminara el proceso de confesión. Clarificó que las reparaciones serían cumplidas por los paramilitares con bienes adquiridos tanto legal como ilegalmente11. a la Corte Constitucional”, 28 de enero de 2008; Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados en Colombia, 2007: Año de la persona desplazada. 8
“Court Fixes Flaws in Demobilization Law” (La Corte ajusta imperfecciones en la Ley de desmovilización), en Human Rights Watch, 19 de mayo de 2006. Informe aparecido también en Human Rights Watch, “Breaking the Grip”, octubre de 2008 (www.hrw.org, recuperado el 20 de noviembre de 2008).
9
María José Guembe y Helena Olea, “No Justice, No Peace: Discussion of a Legal Framework Regarding the Demobilization of Non-State Armed Groups in Colombia”, en Transitional Justice in the Twenty-First Century: Beyond Truth versus Justice, Naomi Roht-Arriaza y Javier Mariezcurrena, eds., Cambridge, New York: Cambridge University Press, 2006, 127.
10
“[...] facilitar los procesos de paz y la reincorporación individual o colectiva a la vida civil de miembros de grupos armados al margen de la ley, garantizando los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación. Se entiende por grupo armado organizado al margen de la ley, el grupo de guerrilla o de autodefensas, o una parte significativa e integral de los mismos como bloques, frentes u otras modalidades de esas mismas organizaciones, de las que trate la Ley 782 de 2002” (texto del proyecto de Justicia y Paz).
11
En un fallo por separado, la Corte Suprema de Colombia rechazó un “estatus político” especial para los jefes paramilitares, exigiéndole al Gobierno que trasladara a 59 comandantes de una cárcel en el campo a la cárcel de máxima seguridad de Itagüí.
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Evidenciando escepticismo frente a la Ley, la Corte estipuló además que los paramilitares se beneficiarían de penas alternativas sólo si se sometían por entero a la Ley 975 ofreciendo una confesión completa, la reparación a las víctimas y el final de la violencia. Aquellos paramilitares a quienes se descubriera mintiendo, ocultando información y siguieran comprometidos con actividades ilegales perderían los beneficios estipulados en Justicia y Paz, y en su lugar enfrentarían cargos criminales en las cortes ordinarias y con sentencias entre 40 y 60 años de cárcel. Esta legislación dejó en claro que las decisiones se tomarían con base en investigaciones independientes por parte de la oficina especial de la Fiscalía y no sólo por la confesión dada por los paramilitares. El proceso confesional bajo la Ley de Justicia y Paz, aunque se asemejaba a las audiencias de una comisión de la verdad, surgió de procesos criminales ya existentes en Colombia. El término para las confesiones de los paramilitares –versiones libres– hace referencia a un proceso que les permite a los acusados hacer una declaración al comienzo de la investigación criminal12. En su acepción literal –versión o testimonio voluntario– capta de manera acertada el proceso que subyace en la Ley de Justicia y Paz. Los líderes paramilitares ofrecen de buena gana su propia versión de la violencia pasada a cambio de penas alternativas por fuera de un proceso judicial ordinario. Los perpetradores llevan a cabo sus confesiones ante fiscales especiales asignados para determinar su conformidad con la Ley de Justicia y Paz. Los grupos de las víctimas liderados por Gustavo Gallón Giraldo, de la Comisión de Juristas de Colombia, han impugnado el proceso de versiones libres porque niegan los derechos de las víctimas. Bajo esta Ley, y con el soporte del fallo de la Corte Constitucional, las víctimas tienen el derecho de participar en cada una de las etapas del proceso. La oficina del Fiscal de Justicia y Paz provee el acceso de las víctimas a las confesiones en un salón adyacente y vía circuito cerrado de televisión. Sin embargo, y contrario a los procesos de la verdad en otras partes, las víctimas no tienen acceso directo a los testimonios de los perpetradores. Por otro lado, la oficina especial del Fiscal abre el acceso a las audiencias sólo a las víctimas registradas del específico paramilitar que confiesa. Las víctimas que no pueden nombrar a su verdugo, o cuyo perpetrador no se somete al proceso, no tienen acceso a las audiencias. La oficina especial del Fiscal no ha abierto el 12
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Este término no cuenta con un equivalente en el proceso penal de Estados Unidos. El equivalente más cercano, en inglés, sería plea o deposition. Algunos han traducido versiones libres como open testimonies. Véase Fundación Ideas para la Paz-Área Construcción de Paz y Postconflicto. “Investigación usos y abusos de la extradición en la guerra contra las drogas: extradición, ¿un obstáculo para la justicia?”, Policy Brief No. 1, 20 de abril de 2009.
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proceso al público ni ha permitido la transmisión en vivo ni grabada en televisión, radio o internet. Los periodistas rara vez obtienen un permiso especial para asistir a las versiones libres. La oficina del Fiscal defiende el acceso restringido como necesario para balancear el derecho al debido proceso de los paramilitares, en contra del derecho de las víctimas a saber la verdad. Las limitaciones, por otra parte, protegen la investigación hecha por la oficina del Fiscal, permitiéndoles a los investigadores verificar la información suministrada por los paramilitares y protegerse contra falsas incriminaciones. El Consejo de Estado sostiene, además, que el proceso sólo se encuentra en su fase inicial y afirma que “es muy probable” que los colombianos reciban información sobre las versiones libres “cuando fiscales y jueces hayan cumplido con su trabajo investigativo y de enjuiciamiento”13. El acceso restringido ha significado que de las más de 204.000 víctimas registradas sólo 25.000 (el 12%) hayan asistido a las audiencias14. Además de las limitaciones puestas por la oficina del Fiscal, los limitados medios económicos y de movilidad han impedido que muchas víctimas participen. Para garantizar la igualdad ante la ley y la libertad de expresión, Gallón y otros han exigido, sin éxito, la transmisión en directo vía radio, televisión e internet, así como la participación ilimitada e incondicional de las víctimas en las audiencias y una mayor presencia de los representantes legales de las víctimas en las audiencias. Sin este acceso directo a los testimonios de los paramilitares, sostienen, el proceso excluye a las víctimas y a sus representantes legales de la información, de la posibilidad de verificar o impugnar esta información y del derecho de asegurar un remedio efectivo. Las víctimas y los grupos defensores de los Derechos Humanos también han planteado inquietudes respecto al número de paramilitares que enfrentarán cargos bajo la Ley. De los 31.000 miembros estimados pertenecientes a las Autodefensas de Colombia (AUC), el Gobierno identificó inicialmente a 3.000, principalmente líderes de alto y medio nivel acusados anteriormente de violaciones a los Derechos Humanos, para enfrentar el proceso de Justicia y Paz15. Los 28.000 restantes son líderes de bajo rango y tropas que no han enfrentado cargos por violación a los Derechos Humanos. De éstos, 8.000 recibieron previamente protección ante 13
“Es muy probable que se dé cuando fiscales y jueces hayan cumplido con su trabajo investigativo y de enjuiciamiento”. El Consejo de Estado al referirse a la constitucionalidad de la Resolución 387 de 2007 y el Decreto reglamentario 315 de 2007.
14
Unidad Nacional para la Justicia y la Paz de la Fiscalía General de la Nación. 31 de marzo de 2009.
15
Unidad Nacional para la Justicia y la Paz de la Fiscalía General de la Nación. Respuesta a Derecho de Petición de la Fundación Ideas Para la Paz, 1 de julio de 2008.
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un juicio bajo el acuerdo de paz de 1997 (Ley 782 de 2002). La Corte Constitucional (2006) y la Corte Suprema (2007) han impugnado esta protección. Por otra parte, otros 20.000 paramilitares aún no se han sometido a ningún proceso legal. De tal forma que el estatus legal de la mayoría de los paramilitares permanece en el limbo16. Las inquietudes también prevalecen en lo tocante a los acuerdos de reparación. A la fecha, las víctimas han visto muy poca distribución de los bienes de los paramilitares. Ninguna de las víctimas ha recibido nada de los fondos de los US$25 millones del acuerdo de la demanda legal contra Chiquita Brands en 2007, por ejemplo17. El director de la Comisión Nacional para la Reparación y la Reconciliación, Eduardo Pizarro, expresó su frustración ante la Ley 975 por no haber estipulado cuándo tendrían los paramilitares que pagar las reparaciones. Los abogados de los paramilitares expresaron que ellos sólo tenían que pagar por las reparaciones al final del proceso. Pizarro y otros asumen, por lo tanto, que los paramilitares han empezado a lavar sus activos, dejando muy poco para la reparación de las víctimas18. Los críticos de la Ley sostienen que ésta no creó un equilibrio entre justicia y paz. Por el contrario, favorece la paz con los paramilitares por encima de la justicia para las víctimas. Un abogado por los Derechos Humanos, al apuntar que incluso en la cárcel de máxima seguridad de Itagüí los líderes paramilitares contaban con laptops con acceso a internet, visitas personales semanales y televisión satelital, condenó la Ley como “el regalo de Uribe a los líderes del paramilitarismo”19. Los líderes paramilitares no se mostraron de acuerdo. Habían perdido tres acuerdos clave de Ralito con la creación de la Ley y sus impugnaciones. Habían esperado que la disposición de “tiempo servido” redujera aún sus penas alternativas de ocho años, a más o menos dos años de prisión. Habían esperado además servir la pena en alguna hacienda, bajo arresto domiciliario, y no en una prisión de 16
Comunicación privada con María Victoria Llorente, Fundaciόn Ideas para la Paz, 29 de diciembre de 2008.
17
La compañía admitió haber pagado US$1,7 millones a las AUC entre 1997-2004 a cambio de protección.
18
“‘Les regalamos cuatro años a los paramilitares para esconder los bienes’: Eduardo Pizarro (El Tiempo)”, verdadabierta.com, 23 de febrero de 2009 (recuperado el 8 de marzo de 2009). El Congreso colombiano debate actualmente una controvertida “ley de víctimas” para reemplazar la Ley 1290 de 2008 que obliga al Estado a pagar reparaciones a las víctimas de acuerdo al alcance del daño.
19
Simón Romero, “From Jail, Colombian Warlord Ponders Long Years of Conflict”, New York Times, 28 de julio de 2007.
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máxima seguridad20. Aún más importante, consideraban las negociaciones como una garantía contra la extradición hacia Estados Unidos. Entre mayo de 2008 y mayo de 2009, el Gobierno colombiano extraditó a dieciocho líderes paramilitares hacia Estados Unidos para enfrentar juicios por cargos de narcotráfico21. La extradición no trajo la justicia que exigían las víctimas. Los grupos de las víctimas se opusieron a las extradiciones porque les negaban el derecho a la verdad y la justicia22. Al extraditar a los paramilitares, las cortes colombianas perdieron la oportunidad de retener a estos individuos responsables por violaciones a los Derechos Humanos y crímenes contra la humanidad. En las cortes de Estados Unidos serían retenidos como responsables de narcotráfico y no por violaciones a los Derechos Humanos. El Alien Tort Statute (Ley de Responsabilidad Extracontractual de Extranjeros) ofrece un mecanismo con el que los paramilitares podrían enfrentar un proceso en las cortes de Estados Unidos por la violencia pasada, pero éstos serían juicios civiles y no penales. Algunos críticos suponen, además, que los paramilitares recibirán penas máximas de diez años por narcotráfico y que la mayoría pedirá rebaja de penas a cambio de información. Es probable que en el futuro purguen menos tiempo en Estados Unidos que bajo la Ley de Justicia y Paz. Las sentencias para el primer grupo de narcotraficantes en las cortes de Estados Unidos contradicen esta suposición. Dos de los paramilitares extraditados han recibido sentencias de 21 y 24 años (Javier Zuluaga, alias “Gordo Lindo”, y Ramiro “Cuco” Vanoy Murillo, respectivamente). La acusación ha exigido más de 30 años para el tercero, Diego Fernando Murillo, alias “Don Berna”. Estas penas casi triplican el tiempo que cumplirían encarcelados bajo la Ley de Justicia y Paz en Colombia. 20
Garry Leech, “The Best-Laid Plans of Presidents and War Criminals”, Colombia Journal, 17 de mayo de 2007 (recuperado el 8 de octubre de 2008).
21
Fundación Ideas para la Paz-Área Construcción de Paz y Postconflicto, “Investigación usos y abusos de la extradición en la lucha contra las drogas: extradición: ¿un obstáculo para la justicia?”, Policy Brief, No. 1/20, abril de 2009.
22
Otros en Colombia siguen confiados en que, a pesar de la extradición, la verdad y la justicia frente a las pasadas violaciones a los Derechos Humanos llegarán: las discusiones sobre si usar la Ley de Responsabilidad Extra Contractual de Extranjeros es una vía; las investigaciones bajo el ATCA revelarían la verdad sobre actos pasados; el procesamiento y los veredictos de culpabilidad implicarían sanciones económicas que proporcionarían reparación a las víctimas. Pero incluso aquellos que tienen fe en el sistema legal norteamericano para llegar a la verdad y la justicia por las pasadas violaciones a los Derechos Humanos en Colombia lamentan el fracaso implícito de las cortes colombianas a la hora de hacer justicia a los ciudadanos colombianos. Directoría Académica Fundación Ideas para la Paz, “‘Macaco’ podría ser castigado”, El Tiempo, 13 de abril de 2008 (www.eltiempo.com).
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El proceso en Estados Unidos también impugna algunos temores, y refuerza otros, del impacto del proceso de Justicia y Paz en Colombia. Una vez sentenciado, Vanoy anunció que no seguiría colaborando con el proceso de Justicia y Paz. Asumiendo que los paramilitares reaccionarían de esta manera, las víctimas y los grupos defensores de los Derechos Humanos exigieron que el Gobierno detuviera el proceso de extradición hasta cuando se concluyera el proceso de Justicia y Paz. En marzo de 2008 las víctimas apelaron ante el fiscal general de Estados Unidos, Eric Holder, para detener las extradiciones hasta después de la finalización del proceso de Justicia y Paz. Estas exigencias quedaron en su mayor parte sin satisfacer, pero aun así el proceso ha avanzado. Algunos de los líderes paramilitares extraditados han seguido participando en el proceso de Justicia y Paz desde Estados Unidos23. El juez federal de Nueva York Richard M. Berman le otorgó a “Don Berna” 45 días para cumplir desde larga distancia con la Ley de Justicia y Paz. De forma similar al proceso de extradición, la Ley de Justicia y Paz ni ha justificado los temores de sus críticos ni ha satisfecho completamente a sus defensores. La primera condena para un líder paramilitar ocurrió cuatro años después de comenzar el proceso. El 19 de marzo de 2009 el Tribunal Superior de Bogotá condenó a Wilson Salazar Carrascal, alias “El Loro”, por cuatro crímenes: el asesinato de Luis Alberto Piña en 1998; el asesinato de la candidata a la Alcaldía de San Alberto (Cesar) Aída Cecilia Lasso y su hija en 2000; extorsión, y falsificación de documentos públicos24. La Corte también estableció reparaciones monetarias y simbólicas. Aquellos que consideraron esta condena demasiado baja, en exceso tardía, quizás se sientan aún más desilusionados ante la decisión de la Corte Suprema de anular la condena en agosto de 2009, alegando que el juzgado no consiguió determinar que “El Loro” tenía la intención requerida. En por lo menos otros dos casos, las cortes establecieron precedentes para negarles a los paramilitares los beneficios del proceso de Justicia y Paz. En marzo de 2009, la 23
“Cuco Vanoy suspends cooperation with Colombian justice”, Colombia Reports, 17 de octubre de 2008. www.colombiareports.com (recuperado el 4 de febrero de 2009).
24
“El Tribunal dictó medidas de reparación material y simbólica para la familia de Luis Alberto Piña, conformada por su compañera permanente y cinco hijos. Como reparación material, el juez determinó que la familia Piña recibirá 28 millones de pesos. De igual forma la justicia reconoció una indemnización por perjuicios morales a cada una de las familias de 50 salarios mínimos que equivalen a 24 millones de pesos. El juez también determinó que las víctimas de este paramilitar deben tener asistencia sicológica y siquiátrica. Además, los hijos huérfanos del asesinado Luis Alberto Piña recibirán educación primaria y secundaria gratuita y preferencia a becas universitarias. También deberán recibir salud gratuita mientras estudien o hasta que sean mayores de edad. El Tribunal estableció además que debe haber un acto público de perdón por el crimen de la candidata a la alcaldía de San Alberto, Aída Cecilia Lasso, y el colegio donde estudió su hija asesinada deberá llevar su nombre como gesto para recordar los dos crímenes”. Verdad Abierta, “‘El Loro’, el primer condenado por Justicia y Paz”, 19 de marzo de 2009, http://www.verdadabierta.com (recuperado el 27 de mayo de 2009).
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Corte Suprema falló contra la participación de Daniel Rendón Herrera, alias “Don Mario”, en el proceso, debido a la continua actividad de narcotráfico después de la desmovilización25. A diferencia de Herrera, quien no había participado con anterioridad en el proceso de Justicia y Paz, en abril de 2009 la Corte Suprema expulsó del proceso a Luis Arnulfo Tuberquia, alias “Memín”, por sus vínculos posteriores a la desmovilización con la banda criminal las Águilas Negras, de la que se creía estaba conformada por paramilitares. Tuberquia se había integrado con otros 200 paramilitares al proceso de desmovilización de septiembre de 2005. Había sido incluido en dicho proceso, pero regresó a la clandestinidad y no se presentó a la audiencia de versión libre en junio de 2007 y a las tres siguientes audiencias. Arrestado en septiembre de 2008 por narcotráfico, Tuberquia alegó haber regresado a la clandestinidad y no haberse presentado a las audiencias para protegerse de retaliaciones violentas. La Corte falló que Tuberquia había ignorado la obligación de presentarse ante la oficina del Fiscal, que debió buscar protección si era necesario y que había violado los términos de la Ley al tomar de nuevo las armas. Ahora Tuberquia enfrentará cargos en una corte penal sin penas alternativas. Las víctimas de Tuberquia participaron en el proceso al negarle acceso a las estipulaciones de Justicia y Paz26. A pesar de su limitado éxito, referirse a la Ley de Justicia y Paz como un “regalo” para los paramilitares o una “burla” a la justicia ignora los avances que ha logrado la Ley al presentar a los paramilitares como responsables de la violencia pasada. La Ley, por otra parte, ha legitimado las demandas de las víctimas y los grupos defensores de los Derechos Humanos por consentimiento y responsabilidad. Los logros, aunque parciales, contradicen la cultura de impunidad que había caracterizado los anteriores procesos de paz en el país. Estos logros también han debilitado algo el poder de los paramilitares en el control del proceso y sus resultados.
“Una irreversible misión de paz”: los paramilitares como poderosos actores de paz “Macaco” se presentó a sí mismo, como lo hicieron también otros paramilitares en sus versiones libres, como actor fundamental en el proceso de paz. Para con25
“Conflicto hoy – Rearmados: las guerras de don Mario”, http://www.verdadabierta.com, 15 de abril de 2009 (recuperado el 27 de mayo de 2009).
26
“‘Memín’, primer jefe ‘para’ expulsado de Justicia y Paz”, http://www.verdadabierta.com, 16 de abril de 2009 (recuperado el 27 de mayo de 2009).
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vencer al público, los paramilitares se han distanciado de su pasado criminal, enfatizando en su lugar el “servicio” prestado al país en su lucha contra la guerrilla. Alegan haberse desmovilizado una vez que el Gobierno demostró tener la capacidad para combatir a los guerrilleros sin su ayuda. Así como una vez sirvieron al país en su guerra contra la guerrilla, ahora sirven al país en su proceso de paz. Salvatore Mancuso, por ejemplo, explicó la razón de su liderazgo en el comando de las AUC como una desafortunada obligación resultado del conflicto armado interno en el país: “Soy un hombre de negocios, padre de familia, lanzado a las terribles fauces de la guerra […] La historia reconocerá la bondad y la grandeza de nuestra causa. Somos defensores de una Colombia libre y de sus instituciones”. Como “compensación por nuestro sacrificio por la patria”, Mancuso sostenía que ni él ni otros comandantes “podían recibir la cárcel”. Por el contrario, él sentía que tenía una obligación con el nuevo proceso que se estaba dando en Colombia: “Vine aquí con una irreversible misión de paz”27. Distanciarse de su violento pasado implicaba reemplazar las armas por las herramientas del tratado de paz. Salvatore Mancuso apareció en público ataviado con costosos trajes y no con los uniformes de camuflaje generalmente asociados a los líderes paramilitares. Un reportaje hecho desde la prisión de máxima seguridad lo describió leyendo libros de Gandhi y de autoayuda, comunicándose con sus abogados desde su BlackBerry, acomodado en una silla ergonómica y escuchando vallenatos en su iPod28. Su versión libre contó con una presentación en PowerPoint desde un laptop, documentando de forma sistemática todas las regiones donde había actuado. No mostró ni representó el papel de un asesino acusado de pertenecer a un grupo paramilitar desmovilizado y sin autoridad. Podría haber pasado como un moderno hombre de negocios o un político. Los selectos antecedentes de Mancuso (hijo de un hombre de negocios italiano, con un grado de ingeniero civil, estudios en la Universidad de Pittsburgh) trastocaban aún más su identidad. Intentaba hacer coherente la imagen de un individuo dedicado a su país, en tiempos de guerra y en tiempos de paz. Este intento de convencer al público de un compromiso con la paz debilitó los informes de la continua y renovada violencia paramilitar. Mancuso acusó a la guerrilla y a grupos criminales de los violentos ataques contra las fuerzas desmovilizadas. Afirmó que los líderes paramilitares le habían advertido al Gobierno en 27
Juan Forero, “At Colombia’s Congress, Paramilitary Chiefs Talk Peace”, New York Times, 29 de julio de 2004.
28
Simón Romero, “From Jail, Colombian Warlord Ponders Long Years of Conflict”, New York Times, 28 de julio de 2007.
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2006 sobre este tipo de violencia, a menos que el Gobierno ofreciera protección a las fuerzas desmovilizadas29. El argumento de Mancuso de la defensa propia no concordaba con otros estudios, independientes, de la violencia continua en las zonas paramilitares. Un informe de las Naciones Unidas de 2005 reveló que las AUC habían cometido cientos de asesinatos después de haber firmado el acuerdo de cese del fuego30. La revista Semana publicó transcripciones de llamadas de teléfonos celulares de los paramilitares encarcelados, que mostraban su capacidad de manejar la guerra y el narcotráfico desde la cárcel31. Un laptop incautado al líder paramilitar “Jorge 40” reveló que los grupos paramilitares les habían pagado a campesinos para que se hicieran pasar por paramilitares y desmovilizarse, mientras que los verdaderos paramilitares continuaban operando libremente. La ONG colombiana Indepaz (Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz) reportó que 43 grupos paramilitares habían resurgido después de la desmovilización, liderados por comandantes de rango medio en territorios controlados anteriormente por las AUC. Otro informe estimó que cerca del 40% de los paramilitares desmovilizados se había rearmado32. El informe de la Misión de Apoyo al Proceso de Paz de la Organización de Estados Americanos (MAPP/OEA) presentó un escenario ligeramente menos pesimista: 7.000, o alrededor del 22% de los paramilitares, no se habían presentado para participar en el proceso DDR 33. En este grupo había más de 2.700 arrestados por actos criminales, incluidos 800 calificados por funcionarios públicos como “bandas criminales” (BACRIM)34. Aún sigue sin saberse si los otros 4.300 paramilitares desmovilizados terminaron involucrados en grupos rearmados, en bandas criminales, o si se reintegraron pacíficamente a sus comunidades. En otras palabras, este informe pondría el 29
“Colombian demobilized ‘para’ chief Mancuso says militias rearming”, BBC Monitoring Latin America, 9 de abril de 2008. Tomado de “Mancuso reconoce rearme de paramilitares”, El Espectador, 5 de abril de 2008.
30
Garry Leech, “The Best-Laid Plans of Presidents and War Criminals”, Colombia Journal, 17 de mayo de 2007.
31
Simón Romero, “Death-Squad Scandal Circles Closer to Colombia’s President”, New York Times, 16 de mayo de 2007.
32
“Se crece el enano: la expansión de las Águilas Negras”, Semana, 31 de marzo de 2008 (recuperado el 28 de febrero de 2009).
33
MAPP/OEA define la participación como asistir por lo menos a una actividad psicosocial en los primeros tres meses. “Decimosegundo Informe Trimestral del Secretariado General al Consejo Permanente sobre la Misión de Apoyo al Proceso de Paz en Colombia (MAPP/OEA)”, informe inédito, 9 de febrero de 2009, p. 3.
34
Policía Nacional-Dirección de Investigación Criminal, DIJIN, “Desmovilizados Colectivos e Individuales: Informe de Control y Monitoreo”, informe inédito, enero de 2009.
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número de paramilitares rearmados entre un 11 y un 22%. Aunque las cifras de los distintos estudios no concuerdan, la evidencia confirma la persistencia de la violencia en áreas controladas antes por los paramilitares. Esto sugiere diversas relaciones posibles con la antigua estructura paramilitar: control permanente por parte de los líderes desmovilizados, reorganización con nuevo liderazgo, emergencia de una “tercera generación paramilitar” y nuevas bandas criminales conformadas por ex paramilitares, y otros35. El Gobierno ofrece una explicación distinta de la violencia en marcha, echándoles la culpa a bandas criminales comprometidas con el narcotráfico, la intimidación y la violencia, y no a los paramilitares, que luchan contra la guerrilla36. Esta perspectiva hace eco de la justificación por parte de los paramilitares de la violencia como actos de guerra contra los grupos guerrilleros. Ignora los lazos criminales que los paramilitares crearon antes de la desmovilización y que tienen muy poco que ver con la guerra contra la guerrilla. La frontera entre el paramilitarismo y las redes criminales resulta borrosa, incluso, en las afirmaciones del Gobierno. En febrero de 2009, por ejemplo, tres miembros de las AUC desmovilizados enfrentaron cargos por manejar una planta procesadora de cocaína; uno de los tres ya había empezado su versión libre37. La diferencia entre las explicaciones de Mancuso y las ofrecidas por el Gobierno refleja el drama político subyacente. El éxito del Gobierno en la desmovilización de los paramilitares depende de dejar atrás la creciente violencia de este grupo. Los paramilitares, por el otro lado, quizás encuentren la reagrupación como una ventaja para ellos. Sugeriría que los paramilitares cuentan con el poder para empezar o detener la violencia en el país. Continúan de esta forma teniendo influencia sobre Colombia, incluso, desde la cárcel ahí o en otro país. Estos informes apuntan hacia el permanente poder de los paramilitares para obstaculizar el proceso de paz. Dichos informes contribuyen al poder de los paramilitares. Pueden amenazar de forma creíble con desatar la violencia de nuevo si el Gobierno los traiciona. Pueden usar los informes de la violencia paramilitar para mantener su influencia desde la cárcel en Colombia o en el exterior. Estratégica o 35
Garry Leech, “The Best-Laid Plans of Presidents and War Criminals”, Colombia Journal, 17 de mayo de 2007; U.S. Office en Colombia, “Summary of the May 2007 CNRR Report: disidentes, rearmados y emergentes: ¿Bandas criminales o tercera generaciόn paramilitar?”.
36
Mauricio Romero Vidal y Angélica Arias Ortiz, “’Bandas criminales, seguridad democrática y corrupción”, Nuevo Arco Iris, 14 de diciembre de 2008, pp. 40-51 (www.nuevoarcoiris.org.co, recuperado el 4 de febrero de 2009).
37
“Narcotráfico y rearme de ‘paras’ en Puerto Boyacá”, www.verdadabierta.com, 24 de febrero de 2009 (recuperado el 8 de marzo de 2009).
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inconscientemente, los paramilitares refuerzan su poder político cuando en forma simultánea declaran que se ajustan al proceso de paz y lo amenazan. La violencia continuada también proporciona una forma de desquite contra el Gobierno y su decisión de extraditar. Mancuso vinculó la violencia al fracaso del Gobierno en ofrecer seguridad adecuada para los grupos desmovilizados. El líder paramilitar Vicente Castaño inicialmente se desmovilizó, pero después rehusó acogerse al proceso de Justicia y Paz como consecuencia de la traición del Gobierno en los acuerdos de Ralito. En marzo de 2008, el extraditado líder paramilitar “Jorge 40” se lamentó de la violencia en marcha como resultado de la traición del Gobierno a los paramilitares: “Ojalá que quienes optaron nuevamente por la vía armada como medio político […] entiendan que así el Gobierno nos haya traicionado e incumplido y puedan tener todos los argumentos políticos para haber vuelto a las armas, la vía política armada no le sirve a Colombia para solucionar los problemas que la asfixian”38. Si los jefes paramilitares se disocian de la violencia continua perderían parte de su influencia. Tendrían que admitir que ya no controlan estas fuerzas ni a los líderes de estas fuerzas nuevas. También tendrían que entregar la única influencia que ejercen sobre el proceso: la violencia renovada. Hacerlo revelaría la ausencia de una estructura de mando central capaz de iniciar y detener la violencia. El interés de los jefes paramilitares está en asumir el control sobre la violencia actual y ocultar el fragmentado liderazgo y control sobre las AUC. Sin embargo, el asumir la responsabilidad por la violencia sostenida tal vez signifique para los grupos paramilitares perder algo del apoyo público. Encuestas de la LAPOP (Latin American Public Opinion Project) encuentran que aún los colombianos ven más amenazante la violencia de la guerrilla que la violencia de los grupos paramilitares. Sin embargo, existe evidencia de un giro en la opinión. La percepción de la amenaza de la guerrilla descendió entre 2004 y 2007, pero aumentó durante el mismo lapso de tiempo frente a la violencia paramilitar39. 38
Carta de “Jorge 40” a Eduardo Pizarro, presidente de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, 22 de febrero de 2009, citado en “Traición del Gobierno a los paras ha provocado rearme: Jorge 40”, www.verdadabierta.com , 4 de marzo de 2009 (recuperado el 9 de marzo de 2009).
39
Cuando se les preguntó quién estaba detrás de la violencia, aquellos que respondieron “los paramilitares” pasaron de 18,6 en 2005 a 21,1 en 2006 y 23,8 en 2007. Comparativamente, las respuestas “la guerrilla” pasaron de 42,8 a 43,0 y a 38,4 durante el mismo período. Esta misma tendencia se mantuvo cuando en la encuesta se preguntó por el grado de responsabilidad por la violencia: en 2005 el 65% atribuyó la violencia la guerrilla y el 35% a los paramilitares. Estas cifras fueron 54 y 32 en 2006 y 54 y 40 en 2007. Al tiempo que la percepción de la responsabilidad de la guerrilla disminuyó ligeramente a lo largo del período de tres años, la percepción de la
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En otras palabras, al mismo tiempo en que el Gobierno empezaba a negociar la desmovilización de los paramilitares bajo la Ley de Justicia y Paz, crecía la percepción de su amenaza. El cambio de opinión de la población en las encuestas refleja cómo la asociación con la violencia actual puede perjudicar a los mismos paramilitares. El proceso de desmovilización y el éxito del Gobierno en su lucha contra la guerrilla eliminan cualquier justificación legítima de los paramilitares de la violencia actual. Incluso, tal vez antiguos defensores cuestionen el uso de la fuerza en la era contemporánea. De esta forma, en lugar de incrementar su influencia y poder, los paramilitares quizás los hayan perdido sin advertirlo. Sus pasados defensores quizás crean que los líderes han perdido el control sobre los grupos de delincuencia y criminales que permanecen movilizados o que se han rearmado. Otros quizás empiecen a aceptar la opinión sobre los grupos paramilitares, reforzada por sus versiones libres, que ocultan la violencia criminal detrás de las justificaciones políticas (antiguerrilla).
“Donde haya odio, déjame sembrar amor”: los guiones de poder de los paramilitares Los paramilitares quizás hayan reconocido el peligro de alejarse de la población al defender la violencia que continúa. Esto tal vez explique por qué en algunas ocasiones mezclaron sus justificaciones de la violencia con nociones cristianas sobre el perdón, la reconciliación, el arrepentimiento y la expiación. Así estos guiones parecieran contradictorios en sí mismos, el público también juzgó estas confesiones de forma muy distinta. Las versiones libres proporcionaron una oportunidad para los jefes paramilitares de usar distintos recursos retóricos a fin de restaurar el apoyo en la sociedad. La Historia Sagrada ofrecía un texto aceptable para usar en el momento de hablar sobre el pasado. Fredy Rendón empezó así su confesión, con una cita de san Francisco: Señor, hazme un instrumento de tu paz. Donde haya odio, déjame sembrar amor; Donde haya injuria, perdón.
responsabilidad de los paramilitares aumentó un tanto. Juan Carlos Rodríguez-Raga y Mitchell A. Seligson, “Política cultural de la democracia en Colombia”, Bogotá: LAPOP, enero de 2007, pp. 243-244.
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Estas palabras representaban a Rendón como un discípulo de la paz, a pesar de su violento pasado. Uno podría considerar de forma cínica este texto como un llamado al público para que lo recibieran como cristianos, con la capacidad para el perdón y el amor. Este pasaje no cargaba a Rendón con la obligación de arrepentirse ni expiar sus crímenes, sino sólo con la de convertirse en un instrumento de paz. Los paramilitares no siempre, sin embargo, evitaron el arrepentimiento. En estos actos confesionales han ocurrido varios momentos dramáticos de llanto. Juan Francisco Prada Márquez cayó en una crisis emocional cuando intentó hacer una referencia a las “víctimas” en su audiencia40. Mancuso sollozó a todo lo largo de una confesión de arrepentimiento, pidiendo perdón por sus crímenes. Las víctimas tienden a ver estas aberraciones emocionales como “lágrimas de cocodrilo” manipuladoras. Iván Cepeda, líder del Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado, MVICE, simplemente opinó: “Este proceso de paz es ficticio”41. Myriam Areiza, cuyo padre fue asesinado por Mancuso, opinó que “se veía orgulloso de lo que habían hecho, no arrepentido”. Mancuso, después de todo, se había referido a su padre como un “guerrillero”, para justificar sus actos de guerra. Areiza describió a su padre como un “simple campesino, asesinado indiscriminadamente por una banda de delincuentes”42. Algunas veces las víctimas encuentran estas confesiones imposibles de descifrar, debido a sus múltiples y contradictorios significados. Cuando Ever Velosa García, alias “HH”, pidió perdón por el asesinato de inocentes, un miembro de la familia de una de estas víctimas comentó: “No sé qué pensar […] No sé si creer que, de verdad, está arrepentido o es el mayor de los cínicos […] porque esta actitud nos desarma y nos deja perplejos”43. Por razones fundamentalmente prácticas el público quizás se muestre sensible al arrepentimiento de los paramilitares. Quizás busquen apoyo en los jefes y sus grupos por seguridad económica y física. Algunas confesiones y algunos jefes paramilitares interpretan el papel de caudillo o patrón. Un periodista describió la confesión de Mancuso como “un discurso a la antigua que utiliza el lenguaje 40
Roberto Llanos Rodado, “Con llanto empezó el jefe paramilitar Juancho Prada en Barranquilla”, El Tiempo, 15 de febrero de 2007.
41
Simón Romero, “From Jail, Colombian Warlord Ponders Long Years of Conflict”, New York Times, 28 de julio de 2007.
42
Sibylla Brodzinsky, “Colombian Militia Leader Confesses to Massacre”, The Guardian, 18 de enero de 2007.
43
“HH: ¿Cínico o arrepentido?”, www.verdadabierta.com, 10 de noviembre de 2008 (recuperado el 9 de marzo de 2009).
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florido de los caudillos políticos de Colombia”, condimentado con referencias a Dios, al héroe de la independencia de Colombia Simón Bolívar y al premio Nobel Gabriel García Márquez44. Los paramilitares ofrecen y exigen de su público una despiadada clase de servicio, lealtad y honor. Sus disculpas tienden a insinuar que traspasaron algunos límites por preocuparse demasiado por Colombia y los colombianos, y no porque no les preocupen la vida humana, la ley y la paz. Los 300 seguidores de Fredy Rendón se referían a él como “El Líder”, evocando así la imagen tradicional de un caudillo. Para honrarlo en el momento de su comparecencia, regaron su carro con confetis azules y amarillos. La lealtad y la dependencia han desempeñado sin duda un papel en la generación de apoyo a los paramilitares durante sus audiencias. Uno de los seguidores de “Macaco” hizo referencia a la sustancial contribución económica que “Macaco” había hecho para proyectos comunitarios a través de la Fundación de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo Integral de las Comunidades del Magdalena Medio45. Otros seguidores aparecían con necesidades inmediatas y personales. Uno comentó haber recibido $30.000 y transporte gratuito por asistir a la manifestación. Otro ofreció permanecer otros días más si los organizadores le daban un suplemento de $10.00046. La comparecencia de “Macaco” movilizó tantos seguidores que las autoridades tuvieron que reubicarlos en un área donde no obstaculizaran el proceso. Sin inmutarse por el traslado, los seguidores de “Macaco” organizaron en su honor una misa improvisada. Los alegatos de servicio también incluyen su papel en el combate contra la guerrilla. “Jorge 40” no pidió perdón por los asesinatos, sino que hizo referencia a las “bajas” en el “acto de guerra”. Estos recursos retóricos indignaron a las víctimas, que le gritaron “asesino” y “psicópata” desde sus remotos lugares. Melvis Manosalva aseguró haber visto personalmente a “Jorge 40” asesinando a su esposo, José Osorio Mejía. Ella rechazó la afirmación de que este hecho formara parte de la guerra, y suplicó: “¿Cuándo Jorge 40 me va a devolver a mi marido, a mis hijas? ¿Qué pasó con todos estos años perdidos? Dígamelo señor periodista”47. 44
Juan Forero, “At Colombia’s Congress, Paramilitary Chiefs Talk Peace”, New York Times, 29 de julio de 2004.
45
Fundación de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo Integral de las Comunidades del Magdalena Medio.
46
En sus propias palabras, dijo que permanecería, bajo ciertas condiciones. “Que mañana también me den las 10 mil lucas”. Mauricio Builes, “Hoy conocimos a ‘Macaco’”, Semana.com, 6 de diciembre de 2007.
47
“El ‘para’ admitió masacre de 42 pescadores en Nueva Venecia: ‘Jorge 40’ desató la ira de las víctimas”, El Heraldo, 5 de julio de 2007.
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En lo que podría parecer un cambio de postura, algunas de las confesiones de los paramilitares se apropiaron de la retórica de la victimización para con ellos mismos. Jefes de rango medio abandonados por sus antiguos comandantes describieron con macabra minucia la violencia perpetrada por ellos bajo órdenes. Asumían que correrían el mismo destino que sus víctimas si se negaban a obedecer una orden. Los altos comandantes paramilitares atribuyen las masacres a políticas oficiales de exterminio llevadas a cabo en operaciones conjuntas con el Ejército y la Policía. Los paramilitares se ven a sí mismos como víctimas del proceso de Justicia y Paz, que les adjudicó a ellos la responsabilidad por una política oficial. El uso de la Historia Sagrada, el arrepentimiento, el cuidado y la victimización ha llevado a un observador a opinar que el proceso confesional les permitió a las AUC “limpiar su imagen y fortalecer su posición en las conversaciones de paz […] Es un juego muy peligroso y un terrible precedente. Lo que hace un circo de esta clase es aumentar las expectativas de estos individuos de fortalecer su posición manipulando al público, con una especie de discurso de valores familiares”48.
“Amigos íntimos”: la audiencia paramilitar Algunos contradicen la opinión que los paramilitares han denominado el arte de la comunicación, y atribuyen su apoyo a los desembolsos. Sólo la retórica florida no movilizaría el masivo apoyo que los paramilitares han recibido en sus audiencias. Este apoyo necesita de la clase de dinero contante y sonante al que nos referimos antes. Comprobar que los paramilitares “compraron” este apoyo ha resultado muy difícil. La fiscal Zeneida López, por ejemplo, le preguntó directamente a Giraldo Serna sobre los indigentes reunidos para apoyarlo en su versión libre. Giraldo Serna contestó que él los consideraba “mis amigos íntimos”. Aunque esto sonara poco probable, un líder del grupo de seguidores apoyó la afirmación. Emitió una declaración confirmando que el grupo se había organizado por voluntad propia y no debido a pretendidas presiones49. De igual forma, en 2004 cientos de personas aparecieron para apoyar a tres jefes paramilitares (Salvatore Mancuso, Ramón Isaza e Iván Roberto Duque, alias “Ernesto Báez”) durante su comparecencia ante el Congreso. Los seguidores llevaban camisetas con la leyenda “Somos construc48
Juan Forero, “At Colombia’s Congress, Paramilitary Chiefs Talk Peace”, New York Times, 29 de julio de 2004.
49
“Amigos íntimos”. Edwin Robles Manigua, “‘No mandé a matar a Otero, ni a Morelli, ni a Maduro’: Giraldo”, Hoy: Diario del Magdalena, 9 de junio de 2007.
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tores de paz”, pancartas en apoyo al proceso de paz, y gritaban “Viva la paz”. Un participante confirmó la impresión de que habían sido los paramilitares quienes organizaron esta muestra de apoyo popular: “Nos reunieron, nos organizaron”. Pero otro participante se representó a sí mismo como un aliado con el proceso de paz: “Queremos apoyar las conversaciones de paz del Presidente. Es un buen proceso”50. Los jefes paramilitares parecían confiar en su apoyo. “Ernesto Báez”, por ejemplo, llamó a un referendo público para decidir cómo resolver el tema paramilitar, y consideraba que a los grupos paramilitares les iría mucho mejor en un proceso popular que en uno determinado por los representantes elegidos en el Congreso o por los jueces en las cortes penales. El deseo abrumador de terminar la violencia complica los análisis sobre el apoyo que tienen los paramilitares en el país. La violencia aparece en el primer lugar de los problemas que enfrenta Colombia. Los colombianos, además, apoyan un acuerdo negociado frente a esta violencia, por encima de otras alternativas51. Un muy alto porcentaje de colombianos (70%) se muestra deseoso de la reconciliación, incluso, durante el conflicto. Sin embargo, no se muestran particularmente optimistas frente a los resultados de la negociación y los esfuerzos de reconciliación. Más de la mitad de la población cree que no sucederá, y un 42% pronostica que terminar el conflicto tomará por lo menos catorce años52. La apariencia del apoyo a los paramilitares, consecuentemente, quizás resulte tanto del deseo de negociar la paz con los paramilitares como del poder y la manipulación que ejercen estos actores sobre el proceso. El poder paramilitar sobre el proceso quizás explique sólo parcialmente el grado de pesimismo frente a las perspectivas de paz. El poder no son sólo el aspecto militar y su habilidad para obstaculizar el proceso. También resulta de la capacidad que tienen los paramilitares en las comunidades donde las oportunidades de empleo, los servicios sociales y la protección física dependen de la defensa que éstos brindan. El periodista Hollman Morris proporcionó una muestra de la dependencia en los paramilitares en su entrevista televisiva con un combatiente paramilitar llamado “Robinson”. Robinson había aceptado un empleo en una finca, pensó, pero describió que en su lugar había sido reclutado en un grupo 50
Juan Forero, “At Colombia’s Congress, Paramilitary Chiefs Talk Peace”, New York Times, 29 de julio de 2004.
51
Véase Juan Carlos Rodríguez-Raga y Mitchell A. Seligson, “Cultura política de la democracia en Colombia”, Bogotá: LAPOP, enero de 2007.
52
Centro Internacional para la Justicia Transicional, “Percepciones y opiniones de los colombianos sobre justicia, verdad, reparaciόn y reconciliaciόn”, www.ictj.org, 22 de diciembre de 2006 (recuperado el 20 de noviembre de 2008).
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paramilitar. Con el nombre y el rostro ocultos, Robinson reveló las atrocidades que había cometido como parte de la fuerza paramilitar: asesinar, ingerir la carne de los muertos y beber su sangre. La pobreza lo había llevado a aceptar el trabajo resultante; el temor por su vida le impedía abandonarlo. Su confesión demuestra cómo la pobreza y la dependencia alimentan este apoyo, o por lo menos la tolerancia, a los paramilitares y sus actos. Este apoyo fortalece aún más su poder en la sociedad53. El proceso de Justicia y Paz aumentó la dependencia en los paramilitares. Sólo estos grupos poseen el conocimiento de los acontecimientos referentes a muertes y a la ubicación de cadáveres y fosas comunes. Los jefes paramilitares parecían negociar a veces bajo el valor de la información. José Gregorio Mangones Lugo, alias “Carlos Tijeras”, por ejemplo, comandante del Frente “William Rivas” de las AUC, ofreció dar información si podía reunirse con sus tropas: “Yo tengo que hacer unas consultas con mis subalternos para precisar sobre eso, porque no he tenido la oportunidad en 25 meses de reunirme con mis subalternos […] Estoy aquí, y como dije al principio, le estoy poniendo la cara al país, estoy aquí porque me voy a reunir con algunos de los subalternos, y sí vamos a hacer, vamos a entregar información sobre las fosas comunes”54. Ramón Isaza no dio ningún tipo de información alegando sufrir de alzheimer. Propuso que las víctimas se presentaran con fotos o testimonios que le ayudaran a recordar. Cuando en octubre de 2008 algunas víctimas lo hicieron, Isaza las confrontó. Las atacó como defensoras de la guerrilla, justificando, por lo tanto, el asesinato de sus familiares. A pesar de sus acusaciones, Isaza no asumió ninguna responsabilidad personal por los asesinatos, sino que se los adjudicó a su hijo muerto. El hecho de que ni las víctimas ni la Fiscalía pudieron confirmar los testimonios de Isaza revela los limitados beneficios y los peligros del proceso confesional55. En efecto, Jorge Rojas, director del CODHES (Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento), afirma que los colombianos ya cuentan con la información que los paramilitares aseguran revelar por primera vez en sus versiones libres56. Estos jefes parecen aferrarse a sus secretos, manifestándolos sólo cuando resulte necesario para mantener su poder. 53
Hollman Morris, “Confesiones de un ex-paramilitar”, Contravía (recuperado el 8 de marzo de 2009 en youtube.com).
54
Eddwin Robles, “‘Carlos Tijeras’ dijo no conocer a ningún político del Magdalena”, Hoy: Diario del Magdalena, 17 de agosto de 2007.
55
“Ex jefe paramilitar Ramón Isaza terminó interrogando a sus víctimas en audiencia de ‘Justicia y Paz’”, El Tiempo, 19 de octubre de 2008 (recuperado en eltiempo.com el 19 de octubre de 2008).
56
Constanza Viera, “Colombia: Exhuming Nameless Victims”, InterPress Service News Agency, IPSNews.net, 8 de mayo de 2008 (recuperado el 8 de marzo de 2009).
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El proceso institucional –particularmente, la falta de acceso directo por parte de las víctimas y sus abogados para interrogar, confrontar o refutar de otra manera la información presentada por los paramilitares– limita la capacidad del público para extraer estos secretos57. Las víctimas entregan sus preguntas al fiscal para que las pase a los perpetradores y escuchan las respuestas de éstos en un circuito cerrado de televisión. Con ironía, un jefe de las AUC se refirió a las víctimas de un pueblo apartado como sus “amigos invisibles”, dado que ellos lo podían ver, pero él no a ellos58. El apoyo de los “amigos”, tanto invisibles como visibles, parece haber dado un giro. Los jefes paramilitares han tenido que enfrentar a opositores que no parecen intimidados en sus audiencias. Fuera de la comparencia ante el Congreso de tres paramilitares, una profesora de Derecho sostenía una pancarta con la imagen del senador Manuel Cepeda, asesinado por paramilitares. Protestó contra el proceso mientras lloraba: “No más leyes de olvido y perdón”. Otros opositores cargaban ataúdes y fotografías de familiares y amigos muertos y desaparecidos. Uno gritó: “Mancuso, fascista, narcoterrorista”. La Policía, con un completo equipo antimotines, dispersó a quienes protestaban, pero no se metió con los alegres seguidores de los jefes paramilitares59. Iván Cepeda, hijo del ex senador asesinado Manuel Cepeda y líder de MVICE, defendió la importancia de la protesta: “Esto no puede ser un carnaval donde vienen con conjuntos vallenatos; esta ley es una farsa. Esperamos que se conozca la verdad y que esta gente pague por lo que hizo”. Rodrigo Barrera, vocero de la Fiscalía General de la Nación, se refirió a las protestas como un sano resultado del proceso de Justicia y Paz, comprometiendo a aquellos que en el pasado “no hablaron por temor”60. Aunque no se vean representados en número, quienes están en contra parecen representar una opinión mayoritaria en Colombia. Las encuestas de opinión pública presentan casi un 69% que está de acuerdo en que se haga justicia por la 57
La compañía alemana Agencia de Cooperación Técnica Alemana GTZ proporcionó fondos para contar con la transmisión por satélite de las versiones libres en regiones remotas, para que las víctimas que no pudieran hacer el viaje hasta la Fiscalía pudieran asistir a las sesiones.
58
A pesar de estos impedimentos, las víctimas aparecieron en las audiencias. La apertura del proceso a las preguntas desde el pabellón de las víctimas en la versión libre de Hernán Giraldo Serna llevó a que el remoto salón se llenara. En el primer día, cuando las preguntas no se permitieron, sólo participaron cinco personas. “Confirmado crimen del ambientalista Julio Henríquez”, Hoy: Diario del Magdalena, 8 de junio de 2007.
59
Juan Forero, “At Colombia’s Congress, Paramilitary Chiefs Talk Peace”, New York Times, 29 de julio de 2004.
60
Constanza Viera, “Colombia: Exhuming Nameless Victims”, InterPress Service News Agency, IPSNews.net, 8 de mayo de 2008 (recuperado el 8 de marzo de 2009).
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violencia pasada. De éstos, un 46% exige castigos de justicia ordinaria, mientras que el 23% exige castigos más duros. Una mayoría (63,3%) exige que los miembros rasos enfrenten penas al igual que sus jefes. Un abrumador 79% reconoce el valor de revelar la verdad sobre el pasado61. Contra esta opinión mayoritaria, un poderoso y elocuente grupo exige la amnistía para los paramilitares, en reconocimiento por su servicio a la nación. Otro grupo aun prefiere el olvido y borrar el pasado. Una analista describe a este último grupo como el más poderoso dentro de la sociedad colombiana actual. Ignorando las encuestas públicas de opinión, ella cuestiona el valor de un proceso de justicia y paz en una sociedad que no quiere que se exponga la verdad. Fuerzas poderosas, y no el público, son las que promueven el silencio. Estas fuerzas no necesariamente están a favor de los paramilitares, sino que más bien son progobiernistas. El silencio tiende más a proteger al Gobierno que el debate abierto. Así, cuando Mancuso vinculó a funcionarios del Gobierno con los paramilitares, recibió acusaciones de ser “un mentiroso compulsivo”62. Un cuarto grupo busca algún tipo de responsabilidad al tiempo que reconoce los agudos obstáculos interpuestos por la política y la sociedad colombianas. Carlos Franco, ex comandante guerrillero y funcionario por los Derechos Humanos, afirmó: “Inventamos nuestro propio modelo después de estudiar otros alrededor del mundo. No es una solución perfecta pero estamos tratando de avanzar de la manera más pragmática posible”63. Alfredo Rangel, analista de seguridad, sostuvo: “No vamos a obtener toda la verdad y no habrá justicia completa, pero algo de la verdad, y algo de justicia y algo de reparación tendrá que ser suficiente”64. Las reparaciones quizás proporcionen la forma más segura y efectiva de responsabilidad. En opinión de algunas víctimas, ésta sería la justicia máxima que podrían ver. Una sobreviviente de la masacre de toda su familia reflexionó: “Sólo pido justicia y que reparen de todo lo que me han hecho, porque me dejaron sin nada 61
Centro Internacional para la Justicia Transicional, “Percepciones y opiniones de los colombianos sobre justicia, verdad, reparaciόn y reconciliaciόn”, 22 de diciembre de 2006 (www.ictj.org, recuperado el 20 de noviembre de 2008).
62
En sus propias palabras: “cuán creíbles resultan los testimonios de los jefes paramilitares a la luz de una sociedad que todavía no sabe si quiere saber toda la verdad de lo que sucedió con el paramilitarismo o si quiere saber sólo la puntica”. Continuó señalando que la sociedad colombiana sigue de alguna forma siendo cómplice en el ocultamiento de la verdad al transformar a Mancuso, el mismo líder que usó su versión libre para dar nombres que implicaban al Ejército, la Policía y los políticos en actividades paramilitares, en un “mentiroso compulsivo”. María Jimena Duzán, “Opinión: Las verdades de Mancuso”, Semana.com, 6 de septiembre de 2008.
63
David Adams, “Colombia Shaken As Paramilitary Leaders Testify,” St. Petersburg Times, 18 de junio de 2007 (recuperado a través de tampabay.com).
64
Ibid.
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y relegada”65. Este grupo duda “de la preparación del Gobierno para mantener a los paramilitares enfrentados al juicio público”66, y parece aceptar que un verdad a medias, una justicia a medias y una paz a medias quizás sea el resultado más probable. El público en el proceso de Justicia y Paz en Colombia ha demostrado ser quizás el menos eficaz, frente a otros procesos confesionales, en crear una narrativa contraria. Pero este público ha enfrentado obstáculos mucho más serios, dado el acceso limitado que ha tenido a las confesiones, el permanente poder de los paramilitares en la sociedad y los propios esfuerzos del Gobierno para silenciar el debate. Algunos hechos recientes sugieren, sin embargo, que ciertas confesiones y el acceso público a las mismas han empezado a superar el silencio y generar un debate dinámico en la sociedad, que cuenta con el potencial para disminuir el poder de los perpetradores, incluso, durante la continuación del conflicto.
“Este país necesita conocer toda la verdad”: coyuntura y poder Cuando los jefes paramilitares empezaron por primera vez a mencionar nombres de políticos vinculados con ellos, el vicepresidente de la nación, Francisco Santos, respondió confiado: “El escrutinio es bueno para nosotros. Este país necesita conocer toda la verdad”67. Es improbable que en ese momento fuera consciente de que este mismo escrutinio terminaría perjudicándolo. Los paramilitares más adelante lo mencionaron como uno de los funcionarios del Gobierno que respaldaron y apoyaron financieramente. También mencionaron a su primo, el ministro de Defensa de Uribe, Juan Manuel Santos, en una conspiración con los paramilitares para desestabilizar el anterior gobierno de Ernesto Samper (1994-1998). El primo del presidente Uribe, el senador Mario Uribe, y aproximadamente otros 60 políticos cercanos al gobierno de Uribe también enfrentaron el “escrutinio” que Santos defendió en algún momento. Los paramilitares, ya sea conscientemente o no, calcularon lanzar de forma estratégica esta información. En declaraciones anteriores, los paramilitares ape65
“Sólo pido justicia y que reparen todo lo que me han hecho, porque me dejaron sin nada y relegada. “Hernán Giraldo reconoció los rostros de 11 desaparecidos: ‘Todo lo que olía a subversión ordené que lo sacaran’”, El Heraldo, 6 de julio de 2007.
66
David Adams, “Colombia Shaken As Paramilitary Leaders Testify”, St. Petersburg Times, 18 de junio de 2007 (recuperado a través de tampabay.com).
67
Simón Romero, “Colombian Government is Ensnared in a Paramilitary Scandal”, New York Times, 21 de enero de 2007.
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nas si hicieron alguna mención de sus conexiones con el Gobierno. En 1996, por ejemplo, el jefe de la AUC Carlos Castaño admitió que “el Ejército realmente nos formó, nos capacitó para combatir a la guerrilla”68. Otro líder paramilitar, Ramón Isaza, vinculó también a los paramilitares con el Gobierno, cuando afirmó: “Organicé a 16 ganaderos, los llevé al batallón y allá nos consiguieron 16 escopetas de 7 y 8 tiros”69. Estos comentarios sugieren que los paramilitares podrían revelar más detalles perjudiciales de ser necesario para proteger su poder e influencia. Esta práctica continuó bajo el proceso de Justicia y Paz. Los paramilitares controlaron inicialmente el flujo de información acusando de ciertos actos particulares a individuos muertos o a aquellos ya identificados en informes anteriores70. Gustavo Gallón no lamentó del todo este método usado por Mancuso y otros: “Incluso si la declaración de Mancuso deja mucho por fuera para completar la verdad, revela en todo caso la complicidad y los múltiples vínculos existentes entre los ‘paras’ y las fuerzas de seguridad”71. A medida que el gobierno de Uribe se distanciaba cada vez más de los paramilitares, particularmente, con la amenaza de la extradición a Estados Unidos, los jefes paramilitares tenían menos que perder y más que ganar al revelar las relaciones cercanas con funcionarios del Gobierno, en las ramas ejecutiva y legislativa. De hecho, la única ventaja con la que contaban los paramilitares era la información embarazosa para el gobierno de Uribe. Mancuso empezó a revelar detalles de pactos secretos con el Gobierno. Uno en 2001 involucró a once miembros del Congreso, dos gobernadores y cinco alcaldes para adelantar un “contrato social” que protegiera la propiedad privada. El decomiso del laptop de “Jorge 40” en 2006 confirmó aún más los vínculos con los políticos. Mancuso insinuó que los paramilitares salvaron la presidencia de Uribe en 2002, movilizando su apoyo en las regiones que estaban bajo su control. El cómo y el cuándo los paramilitares han guardado o liberado información perjudicial para el Gobierno para reforzar su poder han resultado ser más im68
Juan Diego Restrepo, “Salvatore Mancuso tiene razón”, www.semana.com/noticias-opinión-online , 29 de septiembre de 2008 (recuperado el 8 de octubre de 2008).
69
Ibid.
70
Como afirmó Edwin Uribe, del grupo defensor de los Derechos Humanos Redepaz, mencionar a funcionarios del gobierno muertos como implicados en la violencia paramilitar “podría ser una estrategia para evitar la corroboración”. Sibylla Brodzinsky, “Colombian Militia Leader Confesses to Massacre”, The Guardian, 18 de enero de 2007.
71
Indira A. R. Lakshmanan, “Salvatore Mancuso, Former Colombian Death Squad Leader, Recounts Squad’s Mayhem”, The Boston Globe, 18 de enero de 2007, reimpreso en el International Herald Tribune (www.iht.com, recuperado el 8 de octubre de 2008).
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portantes que la jurisdicción de la cortes. El congresista Gustavo Petro reflexionó sobre “el gran poder que tienen los paramilitares y los narcotraficantes en el Congreso”72. Un periodista escribió: “Mancuso responde a algunas preguntas comprometedoras sólo con una sonrisa, revelando, quizás, que algunas verdades incómodas se le han escapado durante su confesión pública”73. Incluso, después de la extradición a Estados Unidos, o quizás por esto mismo, los paramilitares empezaron a mencionar gente del gobierno de Uribe. De hecho, muchos creen que los paramilitares quizás se conviertan en testigos de Estado en Estados Unidos para dar información sobre narcotráfico a cambio de una reducción de penas. Al mencionar a altos funcionarios del Gobierno los paramilitares pueden perjudicar la reputación de Colombia en Estados Unidos y amenazar potencialmente la ayuda prestada por Estados Unidos y las relaciones entre los dos países en un nivel más amplio. El escándalo de la parapolítica se ha profundizado aún más, a medida que los colombianos se han vuelto cada vez más conscientes de los actos criminales de los paramilitares conocidos por los políticos, perdonados, e incluso explotados para su propio beneficio político. En octubre de 2008, por ejemplo, la población respondió con indignación pública y colectiva ante la confesión hecha por el jefe paramilitar Jorge Iván Laverde Zapata, alias “El Iguano”. Reconoció públicamente haber sido responsable de la construcción de unos hornos para quemar por lo menos cien cuerpos, a fin de ocultar los asesinatos de los paramilitares. En sus propias palabras: “Si llegaban a encontrarlos se hubiera formado un escándalo afectando nuestra imagen”74. Intentó justificar los asesinatos y la incineración, acusando a los muertos de ser guerrilleros, delincuentes, extorsionistas y violadores. Agregó que los paramilitares habían recibido la lista de los objetivos de las autoridades oficiales. Implicó además a la Policía local al revelar que los paramilitares le habían pagado a la Policía para que se mantuviera lejos de ciertas zonas de operaciones. Aseguró que el apoyo paramilitar dado a los políticos locales en aquellas zonas garantizaba también la impunidad75. Laverde confesó así no sólo la violencia paramilitar, sino también la complicidad de las fuerzas de Policía y de seguridad en esta violencia y el encubrimiento para ocultar la verdad al pueblo 72
Juan Forero, “At Colombia’s Congress, Paramilitary Chiefs Talk Peace”, New York Times, 29 de julio de 2004.
73
Simón Romero, “Ex-warlord is a Frightening Reminder of Colombia’s Conflict”, International Herald Tribune, 28 de julio de 2007.
74
Aterrador relato de ‘El Iguano’”, El Universal, 7 de octubre de 2008. (www.eluniversal.com.co/ noticias/2008/10/07 , recuperado el 14 de octubre de 2008)
75
“En hornos de barro, ‘paras’ incineraron a más de 100 víctimas”, La Opinión, 3 de octubre de 2008 (www.laopinion.com.co/judicial, recuperado el 14 de octubre de 2008).
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colombiano76. La indignación fue más allá de las víctimas de la violencia paramilitar, alcanzando un sector más amplio de la sociedad colombiana, que aún se mantiene más firme en su temor a la violencia guerrillera que a la paramilitar; pero este desenmascaramiento público parece haber generado un cambio en el apoyo a los grupos paramilitares. Aquellos que anteriormente defendían a los paramilitares como fundamentales para el proceso de seguridad tienen ahora más dificultades cuando se enfrentan a la aceptación de actos de sadismo, de violencia discriminada y extendida, y con la complicidad de políticos y fuerzas de seguridad en esta violencia y su encubrimiento. Que las confesiones de los paramilitares han contribuido directa o indirectamente al procesamiento de políticos comprometidos en la parapolítica fue un hecho evidente hasta hace muy poco. En abril de 2009, el Fiscal presentó el caso contra el antiguo senador por Sucre Álvaro García Romero, por su vinculación en la violencia paramilitar, incluido el asesinato. La condena propuesta de sesenta años sería “una de las penas más altas impuestas en la historia del país a un político por sus nexos con las AUC”. Para llevar adelante el caso, el Fiscal se basó en la confesión de Mancuso sobre la estructura de los vínculos entre los paramilitares y los políticos en Sucre77. En todo caso, los jefes paramilitares han logrado sólo un éxito parcial en su control de la información. Han revelado una verdad perturbadora sobre el pasado –complicidad de los políticos y de las fuerzas de seguridad– sin conseguir reforzar su poder sobre el proceso. Aún tienen que enfrentar la extradición y el juicio en Estados Unidos y han manchado su imagen en el país. Sus revelaciones, sin embargo, han debilitado la capacidad del Gobierno para suprimir la información y el debate. Los testimonios perturbadores generados por los paramilitares han contribuido al desmoronamiento de los polos ideológicos en la sociedad colombiana. El apoyo a los paramilitares entre la población ha disminuido y han aumentado la condena y la indignación. En efecto, estas revelaciones catalizaron las primerísimas etapas del proceso democrático de la participación, la expresión y la confrontación frente al pasado78. 76
Ibid.
77
“Fiscalía pide 60 años de condena para Álvaro García Romero”, http://www.verdadabierta.com, 16 de abril de 2009 (recuperado el 27 de mayo de 2009).
78
Un video de 30 segundos llegó de forma anónima a la oficina del Fiscal en octubre de 2008, que mostraba a un paramilitar armado con un machete. A pesar de los gritos y ruegos de clemencia, el paramilitar le cortó una de las manos a la víctima. Le ordenó al hombre que extendiera la otra mano o que le cortaría la cabeza. La víctima la extendió y salió corriendo sin manos. A pesar del proceso confesional en marcha, esta confesión empezó finalmente a perturbar al público colombiano, debido a “tan estremecedoramente el grado de frialdad y sevicia que pueden alcanzar los
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“La verdad sobre la violencia paramilitar está brotando sin parar”: reflexiones finales Como en todas partes, el proceso de Justicia y Paz en Colombia, y, particularmente, sus versiones libres no han logrado su papel de traer la verdad y la reconciliación a sociedades que emergen de un régimen dictatorial. Los perpetradores rara vez expresan remordimientos por su pasado, sino que por el contrario justifican y glorifican estos hechos como sacrificios heroicos. Los perpetradores se presentan a sí mismos como valientes soldados, no como individuos que cometieron actos criminales depravados. Incluso cuando los perpetradores expresan remordimiento, la coyuntura y los guiones parecen utilitarios, más que sinceros. Los perpetradores tienden a confesar a cambio de una amnistía o la reducción de penas. Los escenarios institucionales, por otra parte, les dan poder a los perpetradores al permitirles promocionar su versión del pasado como “verdad” o “realidad”. Algunos públicos testigos de estas confesiones siguen apoyando a los perpetradores y sus actos pasados, rehusándose a condenarlos. A pesar de estos rasgos comunes, el proceso colombiano apunta hacia un conjunto adicional de problemas para las confesiones de los perpetradores como mecanismo para la transición política. El particular escenario institucional de las confesiones bajo la Ley de Justicia y Paz limita severamente a las víctimas y a los medios en su participación, cohibiendo el debate público. Los paramilitares han hecho representaciones de poder, específicamente, la amenaza de represalias violentas, y perpetuando el temor, para tratar de disminuir la oposición en su contra. Han demostrado, además, que mantienen las bases tradicionales de control sobre ciertas áreas del país, debilitando a la oposición y fortaleciendo su poder. El Gobierno ha intentado, por lo demás, sofocar la discusión sobre el pasado y preservar su control sobre el proceso. El esfuerzo por silenciar el debate en Colombia puede ser visto, por lo tanto, como un caso de prueba para los defensores de las reglas de mordaza, quienes consideran las amnistías como un mecanismo efectivo para promocionar la paz y la democracia79. Al limitar el debate alrededor de los testimonios de los perpetradores y reducir las penas, el proceso colombiano garantizaría la protección de quienes atentan contra la democracia y el descarrilamiento del proceso democrático. Las evidencias preliminares que he expuesto aquí, sin criminales”. “El país del horror”, Semana, 10 de noviembre de 2008 (www.semana.com recuperado el 14 de octubre de 2008). 79
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Véase Stephen Holmes (1995) y Jack Snyder y Leslie Vinjamuri, “Trials and Errors: Principle and Pragmatism in Strategies of International Justice”, International Security, 28.3 (2003/04), pp. 5-44.
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embargo, no respaldan este enfoque teórico. El Gobierno colombiano, a pesar del proceso cerrado, no ha podido silenciar por completo las versiones de los paramilitares sobre el pasado ni el debate público ante estas revelaciones. La habilidad de los paramilitares para exponer sus propias acciones criminales y el involucramiento de todas las ramas del Gobierno en estas actividades hieren la legitimidad democrática. Las órdenes de mordaza simplemente no funcionan en el momento de disminuir el poder de los paramilitares y preparar el camino hacia una democracia más fuerte. Por el contrario, el debate sobre el pasado ha parecido catalizar la acción democrática. Los paramilitares, las víctimas y los medios han rechazado los intentos del Gobierno de imponer órdenes de control. Los paramilitares hablaron y, de forma paradójica, incrementaron su poder sobre el proceso político. Las víctimas y los defensores de los Derechos Humanos han continuado presionando por un compromiso público mayor y han respondido a cada una de las etapas y hechos del proceso. Los medios periodísticos colombianos han encontrado maneras de informar sobre un proceso que se ha mantenido a puerta cerrada80. A pesar de las graves limitaciones para el diálogo, incluso Colombia refuerza los argumentos esgrimidos en Testimonios perturbadores. Los perpetradores y las víctimas encuentran maneras de esquivar las órdenes del silencio. Cuando los perpetradores hablan en público, crean testimonios perturbadores. En el caso de Colombia, estos testimonios perturbadores no sólo involucran las actividades criminales de los paramilitares, sino también la complicidad de los políticos y de los funcionarios de la seguridad en estas actividades. Los medios, las víctimas y los grupos por los Derechos Humanos han sacado a la luz los testimonios perturbadores de los paramilitares y han empezado el debate. Los antiguos defensores de los paramilitares han empezado a distanciarse de las actividades de los paramilitares. Han surgido los matices para el apoyo ante el debilitamiento de los paramilitares. Individuos en diferentes lados de la división ideológica parecen haber encontrado un terreno común en la lucha por la paz y el respeto de la ley y los Derechos Humanos. No poseen una visión común, pero parecen cada vez más capaces de la coexistencia contenciosa.
80
En particular, el proyecto de Memoria Histórica de la Comisión Nacional para la Reparación y la Reconciliación publicó recientemente sus hallazgos en la masacre de Trujillo, que involucró a los paramilitares. Esto ha llevado a la detención de oficiales del Ejército y a un diálogo nacional. La Fundación Ideas para la Paz y la revista Semana crearon un sitio en internet para dar voz a las víctimas de la violencia paramilitar silenciadas por el actual proceso. Véase www. verdadabierta.com.
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Cape Times (Sudáfrica) Caras (Chile) CHIP [Chile Information Project] Clarín (Argentina) La Cuarta (Chile) Diario Popular (Argentina) Efe (Agencia de noticias española) O Estado de São Paulo (Brasil) Folha de São Paulo (Brasil) Global News Wire Service Jornal do Brasil (Brasil) El Mercurio (Chile) La Nación (Argentina) La Nación (Chile) Página/12 (Argentina) El País (España) Perfil (Argentina) La Prensa (Argentina) Punto Final (Chile) Servicio Universal de Noticias-InfoLatina South African Press Association (Sudáfrica) Sowetan (Sudáfrica) Star (Sudáfrica) Sunday Independent Sudáfrica) La Tercera (Chile) Trespuntos (Argentina) Las Últimas Noticias (Chile) Veja (Brasil) Weekly Mail and Guardian (Sudáfrica)
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Abreviaturas AEDD
Asociación de ex Detenidos Desaparecidos, Chile
AFDD
Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, Chile
AFEP
Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, Chile
AI-5
Acto Institucional 5, Brasil
AMIA
Asociación Mutual Israelita Argentina
APDH
Asamblea Permanente de Derechos Humanos, Argentina
AMPM
Asociación de Madres de Plaza de Mayo, Argentina
CELS
Centro de Estudios Legales y Sociales, Argentina
CGT
Confederación General del Trabajo, Argentina
CIA
Central Intelligence Agency, Estados Unidos
CIE
Centro do Inteligencia del Ejército, Brasil
CNA
Congreso Nacional Africano
CNI
Centro Nacional de Información, Chile
CEMDP
Comisião Especial de Mortos e Desaparecidos Políticos
CODEPU
Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo, Chile
CONADEP
Comisión Nacional de Desaparecidos, Argentina
CPA
Congreso Panafricano, Sudáfrica
CVR
Comisión de Verdad y Reconciliación, Sudáfrica
DICOMCAR Dirección de Comunicación Carabinero, Chile DINA
Dirección de Inteligencia Nacional, Chile
DOI-CODI
Destacamento de Operações e Informações, Centro de Operações de Defensa Interna, Brasil
ESMA
Escuela de Suboficiales de Mecánica de la Armada, Argentina
FAB
Força Aerea Brasileira
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FACH
Fuerzas Armadas de Chile
FDU
Frente Democrático Unido, Sudáfrica
GAC
Grupo de Arte Callejero, Argentina
GTNM
Grupo Tortura Nunca Más, Brasil
HIJOS
Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio, Argentina
IJR
Instituto para la Justicia y la Reconciliación, Sudáfrica
LADH
Liga Argentina por los Derechos del Hombre
MEDH
Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos, Argentina
MIR
Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Chile
MK
Umkhoto we Sizwe (Ejército del Congreso Nacional Africano, Sudáfrica)
MPM
Madres de Plaza de Mayo, Línea Fundadora
MVICE
Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado
OAB
Orden de Abogados Brasileños
PC do B
Partido Comunista do Brasil
PCSA
Partido Comunista de Sudáfrica
PDS
Partido Democrático Social
PEBCO 3
Tres activistas asesinados de Port Elizabeth Black Consciousness de Sudáfrica
PFL
Partido da Frente Liberal, Brasil
PLI
Partido de la Libertad Inkatha, Sudáfrica
PMDB
Partido do Movimiento Democrático Brasileiro
PT
Partido dos Trabalhadores, Brasil
SERPAJ
Servicio de Paz y Justicia, Argentina
SIDE
Servicio de Inteligencia del Estado, Argentina
SIFA
Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea, Argentina
SNI
Servicio Nacional de Inteligencia, Argentina
SNI
Servicio Nacional de Inteligencia, Brasil
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Abreviaturas
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TEPT
Trastorno de Estrés Post Traumático
TCIY
Tribunal Criminal Internacional para la ex Yugoslavia
UNESA
Unión Nacional de Estudiantes Sudafricanos
UTPBA
Unión de Trabajadores de la Prensa en Buenos Aires
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Este libro se terminó de imprimir en noviembre de 2009, en la planta industrial de Legis S. A. Av. Calle 26 Nº 82-70 Teléfono: 4 25 52 55 Apartado Aéreo 98888 Bogotá, D. C. - Colombia
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