VIEJAS COSTUMBRES PORTEÑAS RELATOS DE UNA CIUDAD QUE SE FUE BOLETÍN ARGENTINO
La ornamentación de una entrada hoy anula...
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VIEJAS COSTUMBRES PORTEÑAS RELATOS DE UNA CIUDAD QUE SE FUE BOLETÍN ARGENTINO
La ornamentación de una entrada hoy anulada del Monasterio de Santa Catalina de Siena, en la calle San Martín al 700, se interrumpe sin aviso a un par de metros del suelo. Justo un poco más arriba del paso de los transeúntes. Paso que en el siglo XVIII se veía dificultado para las damas, cuyos grandes miriñaques se enredaban con los balcones y adornos salientes. Por eso se decidió eliminarlos en toda la Gran Aldea. Así, de cuajo. Hoy, la fachada de este monasterio de 1745 testimonia una de las tantas modas y costumbres que alguna vez caracterizaron a la Ciudad. El recuerdo de la Buenos Aires de antaño se refleja no sólo en edificios, sino en leyes y reglamentos antiguos que expresan formas de vida, escalas de valores, prejuicios y desprejuicios de otras épocas. Como aquella ordenanza que prohibía andar en cueros o en traje de baño por la calle. O ese iluso reglamento portuario de 1912 que creía necesario prohibir la caza y la pesca en el Puerto y en el Riachuelo. Curiosidades de una ciudad que ya no es, que hoy se convierten en un entrañable testimonio histórico. Un bañito de sólo media hora “Los bañistas deben usar un traje de baño en buen estado, proveerse de toalla y no permanecer en el agua más de media hora” Todo esto establecía un reglamento de 1923, que reguló los comportamientos aceptables en el Balneario de la Costanera Sur, inaugurado cinco años antes. Hombres y mujeres se bañaban, espigón de por medio, después de cambiarse en alguna de las 250 casillas individuales que había en el paseo. La gente iba muy bien vestida a la playa. Y no tomaba sol: en ese entonces, la blancura de la piel era un parámetro de belleza. A fines de la década del 50, el Balneario decayó debido a la contaminación creciente.
¿Tiene cocaína para la tos? El pedido podía escucharse abiertamente en las boticas y farmacias desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX, cuando la cocaína y otros productos obtenidos de la hoja de coca eran de venta libre. Se usaba para aliviar la tos o el dolor de estómago, para vigorizar y como anestésico local, entre muchas otras aplicaciones. “Se tomaba en las boticas en forma de jarabe, generalmente como antitusivo o analgésico, hasta que fue superada por otros medicamentos",
cuenta
Marcelo
Peretta,
vicepresidente
del
Colegio
de
Farmacéuticos y Bioquímicos de la Capital. El propio Jorge Luis Borges probó la cocaína que compró en una farmacia. Aunque años más tarde confesó que prefirió quedarse con las pastillas de menta porque le parecían más estimulantes. La Coca-Cola, creada en 1886, también contenía la sustancia, pero fue eliminada de su fórmula en 1906. En 1914, en los Estados Unidos se prohibió el consumo de cocaína. Algún tiempo después, su uso también empezó a restringirse en la Argentina. Gran fiesta en el Día de la Patria En el siglo XIX, tiempos en los que Buenos Aires no ofrecía muchos entretenimientos, entre el 23 y el 26 de mayo, en el centro de la actual Plaza de Mayo, se instalaba un tablado para bailar. Los hombres trepaban los palos enjabonados para alcanzar bolsas con dinero u otros premios. Había carreras de sortijas, riñas de gallos y fuegos artificiales. Se elegía a una reina de belleza infantil que después era paseada en una carroza tirada por hombres disfrazados de tigres y leones. Eran las Fiestas Mayas, instituidas por la Asamblea de 1813 para recordar la Revolución. Tránsito pesado de peinetones Cuanto más grandes, mejor. Símbolos de riqueza y elegancia, en la época de la Colonia los peinetones adquirieron dimensiones exageradas en una ciudad de
veredas angostas. Tanto es así que dos damas no podían pasar al mismo tiempo y una disposición le daba prioridad a la que caminaba por la derecha. En 1832, los peinetones más buscados eran los diseñados en carey por el mentor de la moda, el español Manuel Mateo Masculino. Perros y bicis pagan patente Tener un perro era caro en 1845. Si el animal vivía a seis o menos cuadras de la Plaza de la Victoria, su dueño debía pagar un impuesto de 15 pesos de la época. Si vivía a más de seis cuadras, había que desembolsar 6 pesos y en zonas más alejadas, 3 pesos. En 1901 y hasta la década del 60, para tener una bicicleta había que pagar una patente de 4 pesos moneda nacional. Los que no cumplían eran penados con una multa de 20 pesos y la Municipalidad les retenía la bicicleta hasta que se pusieran al día. Chicas legales en los prostíbulos Se los llamaba casas de tolerancia, locales “imprescindibles” en una ciudad donde, entre 1857 y 1924, el 70% de los inmigrantes era de sexo masculino. Para aliviar su soledad, en 1875 se sancionó la primera ordenanza que autorizó el funcionamiento de los burdeles. Que en verdad ya existían en forma clandestina, alimentados por mujeres jóvenes traídas por tratantes de blancas. Según Ernesto Goldar, autor de “La mala vida", en 1898 otra ordenanza dispuso que las prostitutas se inscribieran en un registro y se sometieran a una revisación médica por semana. Las que no lo hacían eran consideradas “enfermas” y, cuando las descubrían, eran enviadas al hospital por ocho días. La zona de burdeles por excelencia era el Bajo. Aunque una de las casas más famosas estaba en Corrientes 509 (actual 1283), inaugurada en 1875, que tenía tres patios y once habitaciones. Por este prostíbulo frecuentado por la burguesía pasaron más de 120 mujeres, la mayoría alemanas, polacas y austríacas. En 12 años, sólo trabajó una argentina. De acuerdo a datos citados por el escritor Manuel Gálvez en “La trata de blancas", en 1900 se contabilizaban 118 casas de tolerancia, donde
trabajaban 674 mujeres. Otras 12 ejercían por su cuenta. Los burdeles se prohibieron en 1936, cuando se sancionó la Ley 12.331 de profilaxis. El último viaje, en tranvía En 1887, un año después de la inauguración del cementerio de la Chacarita, se estrenó un servicio de pompas fúnebres en tranvía. Las formaciones movidas por caballos salían de la calle Centro América (actual Pueyrredón) y Corrientes, y se detenían en la estación fúnebre de Bermejo (actual Jean Jaures) para que ascendieran sus silenciosos “pasajeros". Después seguían un recorrido muy parecido al de la línea B de subterráneos. En un coche del tranvía fúnebre iba el muerto y en el otro, sus deudos. Había servicio de primera, que circulaba en horarios a pedido del cliente. En cambio, los difuntos obligados a ir en segunda o tercera clase debían esperar los horarios fijados por la Intendencia. Las buenas noticias eran que en tercera no se pagaba y que, pagaran o no, todos los pasajeros llegaban a la Chacarita. Ya desde 1870 también había tranvías nupciales, más felices que los anteriores, que llevaban a los novios hasta la iglesia. Los muchachos bailaban entre sí Derivados de los bandos policiales de principios del siglo XX, completados en 1932, convalidados en 1956 y cambiados por el Código de Convivencia recién en 1998, los edictos policiales ofrecen varias perlitas. El inciso A del artículo 3° del edicto sobre bailes públicos castigaba al encargado de un local “que permitiera el baile en pareja del sexo masculino". La medida hubiera ocasionado el horror de los malevos, que bailaban el tango entre sí para desafiarse y medir su masculinidad. Un inciso del edicto Escándalo también perseguía a los que “se exhibieran en la vía pública vestidos o disfrazados con ropas del sexo contrario". Las penas iban de 6 a 21 días de arresto. Permiso para disfrazarse
Los edictos policiales también penaban al que fuera enmascarado a una fiesta sin autorización de la comisaría. José María Peña, director del Museo de la Ciudad, ofrece una explicación: “En Carnaval la gente usaba máscaras y uno de los disfraces más populares era el de Dominó, que era una gran capa con capucha y antifaz. Algunos aprovechaban el anonimato para robar. Incluso había quienes se disfrazaban de equilibristas y hacían pirámides humanas para subirse a los balcones y entrar a las casas. La autorización era una forma de control. Quienes la obtenían debían usar una medalla en un lugar visible". Otro edicto prohibía tocar silbato por la calle. Conductores a la inglesa Hasta el 10 de junio de 1945, el volante de los vehículos estaba a la derecha y se circulaba por la izquierda, como en Gran Bretaña. Pero ese día empezó a regir un decreto nacional que obligó a los habitantes de todo el país a manejar por la derecha. Una de las motivaciones fue intentar reducir la cantidad de accidentes. En la ciudad de Buenos Aires se cambió la mano de las calles y el recorrido de tranvías, ómnibus y colectivos, y hubo que adaptar las señalizaciones. También se redujeron las velocidades máximas vigentes. Y se obligó a los vehículos a llevar un cartel en su parte trasera con una flecha apuntando a la izquierda. Así se indicaba por dónde debían adelantarse los que circulaban detrás. Nora Sánchez.