UNA HISTORIA PARADÓJICA ERNESTO ARÉCHIGA CÓRDOBA
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TOMADO DE MOLINA, 1982. REPRO.: M.A. PACHECO / RAÍCES
DIFERENTES U...
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UNA HISTORIA PARADÓJICA ERNESTO ARÉCHIGA CÓRDOBA
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TOMADO DE MOLINA, 1982. REPRO.: M.A. PACHECO / RAÍCES
DIFERENTES USOS DEL AGUA
Tenochtitlan, ciudad-isla, capital en el lago. Magnífica representación dibujada hacia 1545, atribuida al cosmógrafo Alonso de Santa Cruz. Se muestran diversos usos del lago por parte de los indígenas.
Se ofrece aquí un recuento de los esfuerzos humanos por desaguar y desecar el sistema lacustre del Valle de México, desde la época colonial hasta nuestros días. El desagüe rompe con los usos sociales del agua heredados de los indígenas y exige monumentales obras hidráulicas. Sin embargo, los lagos resisten, obligándonos a pensar otras formas de futuro para la ciudad y el Valle de México. 60 / ARQUEOLOGÍA MEXICANA
La historia del desagüe del Valle de México puede explicarse en el marco de su larga duración y como parte de la vasta pero fértil confrontación entre dos culturas ocurrida desde el momento de la conquista. En efecto, los cuerpos de agua no fueron comprendidos ni utilizados de la misma manera por parte de indígenas y españoles. A riesgo de simplificar demasiado, se reconoce que los indios lograron un efectivo control de los niveles del agua de los lagos, mediante la construcción de diques-calzadas, compuertas y viaductos. El complejo sistema de obras hidráulicas les permitió convivir en forma más o menos pacífica con el lago, así como aprovechar sus múltiples recursos, mediante las chinampas, la pesca, la caza y la recolección de plantas. Asimismo, el agua era la vía de comunicación y transporte más eficiente en tiempo y costo. Los españoles, en cambio, introdujeron técnicas de agricultura y ganadería que, en comparación con las indígenas, depredaban con mayor intensidad el suelo y los cuerpos de agua. Los españoles, y sus descendientes criollos y mestizos, concebían los lagos como un peligro. Un “agua muerta”, carente de movimiento, como la del lago de Texcoco, era perniciosa para la salud. Aun así, erigieron la capital novohispana sobre las ruinas de Tenochtitlan, en medio del lago, con lo
BNAH, INAH
EL DESAGÜE DEL VALLE DE MÉXICO, SIGLOS XVI-XXI
ara el valle de Anáhuac, tierra “al borde del agua”, resulta una paradoja la secular historia del desagüe de sus planicies y la desecación de sus cuerpos lacustres. Las culturas prehispánicas bautizaron así a esta región por la presencia de los lagos que estructuraban su espacio. En contraste, nos empeñamos en llamarle valle a una cuenca cerrada carente de desagües naturales. La denominación ilustra la voluntad de abrir la cuenca y darle una salida artificial a sus aguas, es decir, de ir en contra de su sistema lacustre. La paradoja se hace más compleja todavía si pensamos que junto a las grandes obras de desagüe y desecación se desarrollan otras no menos importantes para traer agua potable desde fuentes cada vez más lejanas o para extraerla del subsuelo del propio valle a un altísimo costo económico y ecológico.
Mapa de Enrico Martínez, elaborado en el siglo XVII, en el que se ve el proyecto de un desagüe que debía acabar con las inundaciones. En el recuadro de la esquina inferior izquierda se consigna la simbología que señala en el mapa los lugares por donde pasaría el desagüe.
MAPOTECA MANUEL OROZCO Y BERRA / SIEPA, SAGARPA
LAGOS DEL VALLE DE MÉXICO
Mapa del siglo XVIII en que se representa el volumen de las lagunas en temporada de lluvias (verde claro) y de secas (verde oscuro). Se muestra también el desvío del río Cuautitlán a través de Nochistongo.
EL DESAGÜE DEL VALLE DE MÉXICO / 61
MAPOTECA MANUEL OROZCO Y BERRA / SIEPA, SAGARPA
ENTRE LA REGULACIÓN Y LA DESECACIÓN
MAPOTECA MANUEL OROZCO Y BERRA / SIEPA, SAGARPA
En el siglo XIX, el ingeniero Francisco de Garay hizo un proyecto de obras para un desagüe. Como parte del proyecto, el dique de Culhuacán debería contener los lagos del sur.
En este mapa se señala la trayectoria del Gran Canal del desagüe construido bajo el régimen de Porfirio Díaz. El diseño del ingeniero Luis Espinosa se inspiró, aunque simplificándolo, en el proyecto del ingeniero Francisco de Garay. 62 / ARQUEOLOGÍA MEXICANA
No obstante, la lucha contra las inundaciones en el contexto colonial no sólo se libró bajo el argumento de desecar el valle. No pocas veces se regularon los flujos de las lagunas con base en las obras prehispánicas, mediante el refuerzo de diques y usando el agua excedente en canales de navegación e irrigación. Asimismo, hubo muchas propuestas en el sentido de combinar la canalización y la contención con el desagüe directo del valle, para lograr un equilibrio que no amenazara a la ciudad de México. Sin embargo, la idea predominante fue la del desagüe como sinónimo de desecación de los lagos. El más importante de los proyectos de la época colonial fue el de Enrico Martínez, quien entre 1607 y 1608 dirigió las obras para abrir un socavón en Nochistongo, el primer desagüe artificial del valle mediante el cual se desviaban las aguas del río Cuautitlán hacia el cauce del río Tula. La obra de ingeniería, calificada como una de las más importantes del mundo preindustrial, resultó afectada por múltiples factores, desde los defectos de construcción hasta las rencillas políticas y las decisiones improvisadas. En la década de 1620, el socavón fue clausurado por órdenes del virrey, para averiguar cuáles eran los volúmenes de agua que desde el norte se vertían sobre la ciudad. En esas circunstancias, la capital novohispana estuvo a punto de desaparecer bajo la inundación que comenzó en 1629. En la siguiente década se decidió dejar a la ciudad en su sitio y reanudar el desagüe en Nochistongo, para convertir la galería en un tajo a cielo abierto. La construcción continuó hasta la segunda mitad del siguiente siglo. EL DESAGÜE EN LA ÉPOCA INDEPENDIENTE La lucha contra el ambiente lacustre que comenzó en la época colonial continuó durante la época independiente. A lo largo del siglo XIX prosiguió el debate acerca de qué hacer con los lagos. Si para algunos era necesario aprovechar la
sobreabundancia de agua para el transporte, la canalización y la irrigación, para otros era indispensable lograr la plena desecación de los lagos. El proyecto de Francisco de Garay, premiado por el gobierno federal en 1857, combinaba ambas opciones. Entre las decenas de proyectos presentados, éste tiene una importancia histórica, aunque no pudo llevarse plenamente a la práctica debido a las propias condiciones del país. En resumen, De Garay propuso construir un canal de 50 km que saliera desde San Lázaro, al este de la ciudad, para atravesar los lagos de Texcoco, San Cristóbal y Zumpango y canalizar sus aguas y las de los ríos que atravesara a su paso. Un túnel de 9 km, situado al final del canal, conduciría las aguas hacia el río Tequixquiac. Por otra parte, se abrirían tres sistemas de canales secundarios para desaguar, en caso de ser necesario, los lagos de Chalco y Xochimilco y para establecer comunicación entre Chalco y Zumpango. Junto a otros 200 canales menores abiertos en los lechos de los lagos desecados, la canalización debía servir para el drenaje, el riego y la transportación. En ese sentido, el proyecto buscaba un aprovechamiento integral del agua del valle que, sin desecarlo totalmente, lograra un equilibrio que favoreciera la economía y la vida cotidiana. EL DESAGÜE PORFIRIANO Así pues, desde la época colonial sobraron los proyectos para realizar el desagüe, pero faltaron el dinero, la tecnología y un contexto político favorable. Sólo la “paz porfiriana” estuvo en condiciones de llevar a cabo una tarea que parecía imposible. Diversos historiadores han mostrado la importancia que Porfirio Díaz concedió al desagüe del valle, al colocarlo como una sus prioridades de gobierno. La obra ejecutada se basó en el proyecto de Francisco de Garay, aunque simplificado en varios sentidos, pues se abandonó la idea de una amplia canalización a lo largo y ancho del valle para favorecer la navegación y la irrigación. En cambio, se construyó el Gran Canal que, como gustaban decir los burócratas porfiristas, permitiría “gobernar” las aguas del valle, es decir, imponer la voluntad humana sobre la naturaleza lacustre.
a
b A) TOMADO DE RIVA PALACIO, 1887. REPRO.: M.A. PACHECO / RAÍCES. B) TOMADO DE OBRAS DEL DESAGÜE DEL VALLE DE MÉXICO, S.F. MISCELÁNEA DE LA BNAH. REPRO.: M.A. PACHECO / RAÍCES. C) ARCHIVO HISTÓRICO-FUNDACIÓN ICA
cual comenzó el ciclo de las inundaciones recurrentes y de los esfuerzos continuados para el desagüe.
c
Desde la época colonial y hasta hoy en día se han realizado esfuerzos para desaguar el sistema lacustre del Valle de México y controlar las inundaciones. a) Vestigios del túnel construido en Nochistongo bajo la dirección de Enrico Martínez, en el siglo XVII, el cual manifiesta la voluntad humana de “gobernar” las aguas del valle. El túnel a finales del siglo XIX. b) El Gran Canal, construido a finales del siglo XIX por Porfirio Díaz, culminaba en una presa que regulaba el paso de las aguas hacia el río Tula. La obra era monumental y se consideró como “definitiva”, el adiós a las inundaciones y el fin de la insalubridad en el valle. No fue así. c) Una de las galerías del drenaje profundo, inaugurado en su primera fase en los setenta del siglo XX. Se le ha considerado la “solución final” al problema de las inundaciones. Sus críticos y, a veces, la propia realidad, niegan esa aseveración.
EL DESAGÜE DEL VALLE DE MÉXICO / 63
EPÍLOGO: DRENAJE PROFUNDO
© SINAFO-FOTOTECA NACIONAL
Y PERSISTENCIA DEL LAGO
Ciudad de México, década de 1920. Primer colapso de la obra porfiriana de desagüe del valle y saneamiento de la capital. Volvieron las inundaciones. 64 / ARQUEOLOGÍA MEXICANA
A pesar de su magnitud e importancia, la obra porfiriana no pudo cumplir cabalmente con el propósito de eliminar las inundaciones. A mediados de la década de 1920 volvió a anegarse la ciudad de México. A mediados de los cincuenta hubo grandes inundaciones. La urbe se había hundido, no sólo por su propio peso, sino por la extracción de agua del subsuelo mediante la excavación de pozos. El Gran Canal, que al ser inaugurado tenía una pendiente que permitía el
© SINAFO-FOTOTECA NACIONAL
© SINAFO-FOTOTECA NACIONAL
En los cincuenta del siglo XX la capital fue nuevamente víctima de inundaciones. Como en El aprendiz de brujo, la gente esgrime escobas contra un agua que no puede vencer.
FOTO: YAZMÍN ORTEGA CORTÉS / LA JORNADA
La ciudad anegada en 1945. A quitarse los zapatos y arremangarse el pantalón o subirse las faldas. El letrero sentencia: “se prohíbe pescar”.
FOTO: ROSAURA POZOS / LA JORNADA
© SINAFO-FOTOTECA NACIONAL
El regreso del lago. Las calles de la capital se llenan de agua en la década de 1920. No es Venecia, se llama Tenochtitlan.
Entre 1886 y 1900 se construyó un canal de más de 47 km y, en Tequixquiac, un túnel de 10 km, así como un conjunto de presas, puentes y viaductos, los cuales completaban la obra. Con el proyecto del desagüe también se llevó a cabo un plan de saneamiento para la capital, que consistía en la construcción de una red de alcantarillado cuyas aguas residuales se arrojarían al Gran Canal. Se adoptó un sistema “combinado”, que arrojaba aguas pluviales y aguas residuales residenciales e industriales en un mismo conducto. De esta manera, el gobierno de Porfirio Díaz proclamó una doble victoria: con el desagüe no sólo quedaba eliminado el peligro de las inundaciones, sino que se abatirían las altas tasas de mortalidad que se registraban entre los habitantes de la ciudad y del valle. Desde el punto de vista oficial, se demostraba así la capacidad de México para insertarse en el mundo civilizado de las naciones occidentales. Varias investigaciones se han ocupado de estudiar la dimensión simbólica de las obras del desagüe porfiriano. Más allá de su carácter funcional, el desagüe fue un monumento que sirvió para legitimar el desenvolvimiento del Estado. Con el desarrollo de esta clase de obras, el Estado se produce a sí mismo. La construcción del desagüe permitió enarbolar aún más alto la bandera de la modernidad en México y dejar en claro el poderío del gobierno porfiriano, legitimándolo. La “obra colosal, aspiración de varios siglos”, como calificó Díaz al desagüe en su informe al Congreso de la Unión en abril de 1900, se había logrado gracias al gobierno de la paz y el orden.
La basura, los azolves y las lluvias torrenciales se combinan para mostrar los límites del sistema general de desagüe del Valle de México. Antiguas microcuencas y viejos cursos de agua recuperan su función natural. Inundación en Chalco, estado de México, en junio de 2000.
A principios del siglo XXI las inundaciones vuelven en la época de lluvias. En estas ocasiones, el lago se muestra de nuevo, empecinadamente. Hay algunos indicios de que el drenaje profundo ha comenzado a asentarse, a perder declive y efectividad. Inundación en avenida San Antonio y Periférico, en junio de 2003.
escurrimiento de las aguas, fue perdiendo su declive. Si en 1910 era de 19 cm/km, en 1950 era de 12 cm/km y de 0 cm/km en 1980. En consecuencia fue necesario bombear las aguas para hacerlas correr por su cauce. En la actualidad, 11 estaciones de bombeo realizan esta importante labor, sin la cual la ciudad de México sería incapaz de desalojar sus aguas residuales y estaría en riesgo de sucumbir nuevamente ante una inundación. Ante el colapso, el desagüe porfiriano fue reforzado con otra gigantesca obra de ingeniería puesta en funcionamiento a partir de 1975: el drenaje profundo. Concebido como una especie de “solución final” para el problema de las inundaciones, reproduce el modelo de desagüe adoptado desde la época colonial y lleva a un grado máximo de tensión la paradoja que hemos señalado al principio. Se trata de una red de cientos de kilómetros de túneles instalados a una profundidad que fluctúa entre los 22 y los 217 m, con el fin de asegurar un lecho que no se hunda. Entra en funcionamiento en la temporada de lluvias para desalojar los enormes volúmenes de agua que pue-
den caer en corto tiempo durante un aguacero. El proyecto general de este sistema aún no ha concluido. Sin embargo, hay indicios de que ha comenzado a ser afectado por hundimientos. La historia parece repetirse pero en dimensiones cada vez mayores, quizá más trágicas, si se considera el número de habitantes, la magnitud de la mancha urbana y el deterioro ecológico del valle. En términos simples, el lago se niega a desaparecer. Por ello, hay proyectos que proponen la recuperación, parcial y controlada, del sistema de lagos, en combinación con usos más racionales del agua. Un retorno a la ciudad lacustre es una propuesta impregnada, ciertamente, de utopía, pero que vale la pena tomar en cuenta, porque se encamina a romper con la paradójica historia de desaguar un valle que corre el riesgo de morir de sed. ______________________________ Ernesto Aréchiga Córdoba. Maestro en historia y estudiante de doctorado en historia en El Colegio de México. Se ha especializado en temas de historia urbana e historia social de la salud en México EL DESAGÜE DEL VALLE DE MÉXICO / 65