El obrero soñado: ensayo sobre el paternalismo industrial : Asturias, 1860-1917

EL OBRERO SONADO Ensayo sobre el paternalismo industrial (Asturias, 1860-191 7)

por

JOSE

SIERRA ALVAREZ

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editores

MEXICO ESPANA ARGENTINA COLOMBIA

o editores, sa sialo veintiun 04310 MEXICO, D.F. "'!i

CER O DEL AGUA, 248.

d� espana editores, sa siglo veintiun.o ESPANA C/ PLAZA, 5. 28043 MADRID

, sa siglo veintiuno argentina editores de colombia, ltda siglo veintiuno A. COLOMBIA CARRERA 14, SQ-44, BOGOT

Para Isabel y Manuel, mis padres

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Primera edici6n, septiembre de 1990 © SIGLO XXI DE ESPANA EDITORES, S. A. Calle Plaza, 5. 28043 Madrid © Jose Sierra Alvarez FORME A LA LEY DERECHOS RESERV ADOS CON Impreso y hecho en Espana Printed"and made in Spain Disefi.o de la cubierta: . Pedro Arjona

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_, (__ ----.. r:>�iJ68li0.1egaCM. ·3 1.263-1990 ISBN: 84-323-0701-7

S. L. Fotocomposici6n: Fernandez Ciudad, Catalina Suarez, 19, 28005 Madrid ono Igarsa Impreso en Closas-Orcoyen, S. L. Polig Paracuellos de Jarama (Madrid)

INDICE

Agradecimientos

XI

EL PATERNALISMO INDUSTRIAL: EN­

PRIMERA PARTE.

TRE LAS DISCIPLINAS INDUSTRIALES Y . . . . . .

LAS POLITICAS SOCIALES 1.

Y

EN LA FABRICA: DISCIPLINAS INDUSTRIALES OBRERO

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2. Las disciplinas industriales: un esquema de amilisis FUERA DE LA F ABRICA: POLITICAS SOCIALES DEL PROLETARIADO

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PRODUCCION DEL

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1. La habituaci6n del trabajador: atraer y fijar, disciplinar

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ci6n

Las politicas sociales: un esquema de analisis

3.

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5. Del hombre al obrero, del trabajo a la vida: un programa (e)ut6pico y total(itario) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

6. Del espacio a la moral: un programa de ordenaci6n territorial Y FAMILIA: LA PEDAGOGIA DE LO PUBLICO Y VADO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La familia obrera: entre el tugurio y el hogar . . . La vivienda obrera: entre lo publico y lo privado .

VIVIENDA

7.

8.

5.

36

L A REGENERACION DEL OBRERO: UNA OPERACION D E MODELADO SOCIAL

4.

36

51

LA INVENCION DEL OBRERO MODELO: UN PROGRAMA PATRONAL . . . . . . . .

SEGUNDA PARTE.

21

(RE)PRODUCCION

3. La domesticaci6n de los trabajadores: de la vida a la reproduc-

4.

7 7

.

77

96

LO PRI-

9. La propiedad obrera: entre la familia y la vivienda

EL PROGRAMA PATERNALISTA: UNA UTOPIA PATRONAL

10. Las variantes del programa paternalista: entre la asistencia y la prevision . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1 12 1 12 1 22 1 38 143 143

Indice vm

organizaa paternalista: entre la auto 11. Los limites del program . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ci6n obrera y el Estado

TERCERA PARTE.

6.

LAS ESTRATEGIAS: DEL PROGRAMA A . . . . . . . . . . . . . ASTURIAS, 1860-1917 .

LOS PROBLEMAS

Y

O DE GESTION DE LA MAN LAS ESTRATEGIAS DE

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . o de obra lemas patronales: una man 12. Un trh1ngulo de prob ia . . . . . . . . etar prol ) ente ram ente ( escasa aut6noma y no al salario, del ias patronales: del trabajo 13. Un abanico de estrateg . . . . . . . . . . . . . . . . salario a la vida . . . . . . . . . . . . NO URIA AST RIAL UST 7. EL PATERNALISMO IND onales tituciones beneficas» patr 14. Las disciplinarias «ins o rian ismo astu 15. El colapso del paternal

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179

OBRA

Nota bibliogr:ifica Indice de nombres

179 198 214 214 252 263 269

[ . J�1 1ector, el pensativo, e1 que espera e1 que ' ca11 eJea [ . . ] ..

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WALTER BENJAMIN, E/ surrea/ismo

AGRADECIMIENTOS

A excepci6n de algunos cambios en el texto, de unos pocos retoques bibliograficos y de una leve modificaci6n del subtitulo -tendente, esta ultima, a acentuar expresamente su condici6n ensayistica-, lo que sigue coincide en lo esencial con el texto de la tesis doctoral del autor, realizada entre 1 981 y 1 986 en el marco del Departamento de Geografia (hoy de Geografia, Urbanismo y Ordenaci6n del Territo­ rio) de la Universidad de Cantabria. En su composici6n el autor no disfrut6 de ninguna ayuda financiera, ni privada ni oficial. Ella tuvo la virtud de dejarle tiempo e independencia para hacer uso generoso -y q mzas no siempre respetuoso- de otro genera de ayudas, las de la amistad y el intercambio intelectual, que a la postre hubieron de resultarle considerablemente mas sustanciosas. No seria justa, pues, que el autor no las mencionase aqui. . A Jose Ortega Valcarcel, director de la tesis, y a Juan Jose Castillo Alonso el autor les debe la paciente lectura de los demasia­ dos borradores tentativos que, no siempre lo suficientemente claros, se encuentran tras el libra que aqui se somete a la consideraci6n del lector. Pero les debe, sabre todo, la inteligencia derrochada en esas lecturas y en las conversaciones subsiguientes, de las que el autor seguramente no acert6 a extraer toda su enjundia. Al ultimo le debe tambien su excesiva confianza en el texto definitivo -o su intacha­ ble honestidad intelectual, lo cual no es lo mismo-, hasta el punta de haber llevado a cabo las gestiones para su edici6n, no siempre faciles -y, en este caso, demasiado embrolladas hasta que Javier Abasolo, de Siglo XXI, las desenred6 finalmente. Otras personas llevaron a cabo tambien lecturas parciales de algunos borradores, y sostuvieron en el autor la creencia de que no eran enteramente irrelevantes: Teresa Rojo, Raquel Gonzalez y Manuel Frochoso. A todos ellos -lo saben- mi agradecimiento menos circunstancial.

Xll

Agradecimientos

Julio Pozue ta y Fernando Alvarez-Uria, Esmeralda Gonzalez, sion en el tribunal Francisco Quiros tuvieron a bien acep tar su inclu academicamen te - la que bubo de ju zgar -in telec tual y no solo as observaciones tesis doc toral del au tor; sus tan a tinadas como cilid de es te libro. tiva i tuvieron no poco que ver con la redaccion defin un tex to no con ron Yolanda Gonzalez y Rosario Fuen te pelea tecas del biblio las de nal siempre facil de mecanografiar; y el perso ogico y Geol to tu ti Ins del Minis terio de Traba jo y, sobre todo, de Es­ ro Mine Geoico Tecn Minero de Espana -hoy Ins ti tu to en el veces s poca no tarse i tralim pana - no tuvo inconvenien te en ex e jercicio de sus funciones. debe algo mas A Isabel Tuda Rodriguez, finalmen te, el au tor le las referencias de acion talog ca la en te n que su profesionalidad, evide to, su inago table bibliograficas de las no tas; le debe tambien, en efec n a lo largo de generosidad y, sobre todo, su es timulan te pene tracio ella como necesaria horas y horas de conversacion, tan fa tigan te para in to. Sin esa tenaz para que el au tor reencon trase la salida del laber habria sido escri to Ariadna, es te libro, en mas de un sen tido, no nunca.

PRIMERA PARTE

EL PATERNALISMO INDUSTRIAL · ENTRE LAS DISCIPLINAS INDUSTRIALES Y LAS POLITICAS SOCIALES

1. En las primeras fases de esa tan larga como profunda mutacion social a la que solo por comodi dad hemos convenido en denom inar industrializacion, un segmento no despreciable de los patron os capitalistas, de los capitanes de la industria, clio en intervenir tenaz y duraderamente en la vida -y no solo en el traba jo- de los obrero s, de sus obreros. Viviendas de iniciativa empresarial, almacenes patronales, economatos y cooper ativas, escuelas, templos, orfeone sy drculos obreros son algunas de las puntas de un iceberg que no cesara de agrandarse a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX para, luego, desmoronarse y frag mentarse en las calientes aguas de las dos • primeras decadas del siglo XX. Cartografiar ese pai sa je submarino, seiialar el trazado de sus paredes maestras, observar sus desplazamientos : he ahi el via je que proponen estas paginas. Lo hacen a partir de una sospech a, ya apuntada : la de que ese iceberg ha existido como tal, que las diversas puntas observables -q ue todavia empiricamente pue den ser reconocidas como «obras sociales» patronales- traban soli damente ba jo la linea de flotacio n; que ese con junto de practicas patr onales que se dieron a si mismas por ob jeto la vida del traba jador para me jor alcanzar a su traba jo constituyen -por encima de su disp ersion, de su desigual desarrollo segun ramas de la produccion y regi ones- un programa de co'!funto de

formacitn f y gestion de Ia mano de obra indu strial.

Esa hipotesis puede resultar parado jica -si es que no excesiva ­ a la vista del caricter aparentement e marginal de esas pricticas en el marco de las formidables, sordas y oscuras tempestades de la primera industrializacion. Es cierto que, desde un punto de vista cuantitati­ vo, todo parece indicar que no son mas que un puiiado de patronos (menos, ciertam ente, de lo que un vulgar estereotipo ha llevado a suponer) los que pueden ser adu cidos al respecto. Es cierto tambien que una buena parte de ellos se nos aparecen hoy tocados de un

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El paternalismo industrial

mesianismo de excepcion que se aviene mal, por su caracter estadi sticamente aberrante, con el gusto actual por los grandes fenomenos y procesos sociologicamente masivos. Pero no es menos cierto que, pese --o, tal vez, debido - a su caracter un tanto patologico -o, para decirlo en terminos de Jarry, «patafisico»-, se trata de un fenomeno de relevancia historica di flcilmente negligible, que permite observar en su imbricacion algunas de las mas profun­ das corrientes que configuran la produccion de sociedad a lo largo de la segund a mitad del siglo XIX. Y ello es asi por cuanto el paternalismo industrial parece constituir una -y tal vez la prime­ ra- respuesta estrategica de la burguesia decimononica a los problemas y tensiones de un regimen liberal que, �ecesario para �1 despliegue del capital en el ambito de la producc.lOn, le vetaba sm embargo toda incursio n de conjunto --estatal, por tanto - en el ambito de la gestion masiva de la reposicion flsica y de la reproduc­ cion social de las poblaciones 1 • Esa respuesta no deja de ser paradojica si se considera lo que parece caracterizar a las politicas de mano de obra �e los patron �s paternalistas, a saber: la continuidad entre trabajo y vtda y, correlatl­ vamente, entre existencia privada y vida publica que instauraron en los alrededores de sus fabricas. Paradojica porque es precisamente lo contrario --es decir, la separacion entre esas esferas- lo que especifica al orden social de las sociedades industriales capitalistas, lo que instaura un corte esencial respecto de ordenes anteriores. Pe �o se _ mdad trata de una paradoja solo aparente, por cuanto aquella contm parece ser, en el caso de las practicas patern �lis �as, m�s pol�tic � que funcional: si en este caso fabrica y no-fabnca, vtda pubhca y existencia privada aparecen reunidas bajo el unico poder patronal -reunion que, como se vera, debe asegurar su separacion formal-, ello es debido ante todo a que la burguesia en su conjunto - �o sera preferible decir el conjunto de los burgueses? - �? disponia a�n, en el marco del regimen liberal, de instrumentos legttlmO S lo sufictent�­ mente poderosos como para garantizar por via estatal la necesana t Antonello y Massimo Negri acerca de Ia colonia paternalista -instrumento esencial, como se vera, de las estrategias paternalistas: «el poblado obrero es tal vez el primer signo de una voluntad de intervenci6n ? lobal �e Ia clase dominante sobre Ia . fistca que -en nombre de Ia realidadl en el sentido de una reestructuracton product vidad- se acompaiia de una refu�da�i6n de lo� modos de v.ida Y. de comportamiento [de los trabajadores)>>. A. Negn, M. Negn, L , archeologra. zndustrrale, Messina [etc.): G. D'Anna, 1978, p. 1 5 1 .

E l paternalismo industrial

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separacion entre vida y trabajo. La obsolescencia del regimen liberal :-que lo �s tambien del paternalismo industrial- y las generalizadas en las politicas de tratamiento de las pobla­ 1�tervenc10nes estatales . ctones desde comtenzos del siglo XX no seran otra co sa, desde este punto de vista, que una formidable redistribucion de poderes tendente a extender al conjunto social la reordenacion funcional que ya los patronos paternalistas, esos realizadores del sueiio totalizante de Saint-Simon, habian intentado consumar, a microescala, en el entorno de sus fabricas y minas. El paternalismo industrial, entonces, permite observar en ger­ men Ia topologia existencial que aun hoy, a otra escala, habitamos; permite considerar cruzada y oblicuamente, como en un transecto Ia (des)articulacion de estratos y de esferas que constituye Ia vida so�ial toda de las socieda des decimononicas. Ha �erlo equivale a huir de toda consideracion del paternalismo . . mdu stnal como fenomeno «espontaneo» y, por tanto, impensable. . Eq mva!e, por el contrario, a considerarlo como programa y como 2.

estrategza, como momenta voluntario e historicamente determinado de un proceso que relaciona Ia reflexion con Ia accion, el discurso con Ia prdctica, el diagnostico con Ia ferapia: como dispositivo z.

En tanto que tal, el paternalismo industrial no puede ser prudentement.e considerado, en una primera aproximacion, si no es como programa y estrategia de contornos imprecisos; como los del . hielo, es �abroso � y r �sbaladizos . Tanto que apenas se deja cercar por �cerca �tentos stmphficadores: las «obras sociales» de los patronos mdustnales de Ia segunda mitad del siglo XIX han podido escapar, por �llo, a traves de los agujeros de las someras redes interpretativas �endtdas para atrapar su logica. Reducidas, de un lado, a simples mtentos de prolongar Ia explotacion obrera en el trabajo mas alia de ·

2 Para Ia noci6n de < en el pensamiento de Foucault veanse

If

dispositivo Foucault, Venecia: Cluva, 1 98 1 ; y M. Poster, Foucault, marxis,;o e historia: modo de produccitin versus modo de informacion, Buenos Aires [etc.]: Paid6s, 1 987, . espeC!almente pp. 103-133 (ed. inglesa: 1984); G. Deleuze, Foucault, Pads: Minuit, 1986. ;r:opalov h� escrit? recientemente: <
de accton sobre el son tnseparables. Las categorlas segun las cuales se construye Ia real�dad soctal, y las pr:icticas por las que se intenta modificarla, constituyen en conJunto un campo en el que saber y poder forman sistema. En este sentido' las represe�tacio?e� son radicalmente hist6ricas, o si queremos utilizar ese lenguaje, son tdeologtas practtcas>>. C. Topalov, «Espacios, poderes, ciencias: reformas de las clases trabajadoras en el entorno del cambio de siglm>, Alfoz, num. 54-55, 1 988, p. 22.

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El paternalismo industrial

las puer tas de la fabrica (truck-{Jstem), y adornadas, de o tro, con los oropeles de la benevolencia y la magnanimidad pa tronales, tales prac ticas con tinuan siendo unas desconocidas, con tinuan flo tando a la deriva en los mares de nues tro conocimien to his t6rico. Puer tas al campo, redes al agua: una tarea inu til. Aco tar esas prac ticas, enfren tar su excesiva evidencia, considerar­ las como problema hist6rico equivale, pues, por cau tela, a un reconoci­ mien to previo del terreno, a la consul ta de las guias de viaje disponibles, a su inserci6n en una problema tica de con t�rnos precisos. De ahi que, an tes de iniciar el viaje, an tes de reconductr las dispersas y raramen te acabadas prac ti cas pa ternalis tas has ta una ma triz comun --el programa pa ternalis ta (del que se ocupara la segunda par te de es te libro)-, an tes incluso de envolver a ese esquele to en musculos y nervios y recons truir sus movimien tos, en tan to que estrategia, en unas condiciones espaciales y temporales precisas (lo que cons ti tuira el obje to de la tercera par te), parez �a convenien te ubicarlo, medirlo: la morfome tria precede a la ana tomta, y es ta, a su vez, a la fisiologia. Y esa ubicaci6n no debe olvidar un hecho crucial, ya sugerido: que las prac ticas pa ternalis tas se si tuan a medio camino del trabajo y del n o-trabajo, en el centro de un haz de Jl'!fos que relaciona Ia reproducci6n con Ia producci6n, el trabtijo del obrero con su vida. Una problema tica de esas carac teris ticas debe ser cons truida, en tonces, sobre un doble regis tro, sobre el examen -somero- de una doble panoplia de es tra tegias. De un lado, aquel conjun to de es tra tegias -pa tronales­ tenden tes a producir al produc tor y a asegurar su eficiencia produc ti­ va. De o tro, aquellas o tras es tra tegias -burguesas- tenden tes a garan tizar la reposici6n y reproducci6n del prole tariado en tan to que clase subal terna. Dos mapas, pues, orien taran es ta travesia. Dos planos cuya superposici6n his t6rica evacuara un volumen, un oijeto: la localiza­ ci6n del iceberg flo tan te, en suma. Se tra ta de un largo rodeo. Un rodeo necesario, sin embargo: el obje to de la exploraci6n debe ser producido. Has ta cier to pun to, en efec to, no se viaja sino alli a donde, en alguna forma, ya se ha es tado an tes.

1.

EN LA FABRICA: DISCIPLINAS INDUSTRIALES PRODUCCION DEL O BRERO

Y

1.

L A HABITUACION DEL TRABAJADOR: ATRAER Y FIJAR, DISCIPLINAR

Parece ya fuera de duda que el inicio del proceso de indus triali­ zaci6n y las nuevas formas de trabajo y de vida sobre las que his t6ricamen te se asen t6 debieron presen tar, para los trabaja dores preindus triales, una in tensidad que solo men tes es trechas 0 malevo­ las dudarian en calificar de trauma tica 1 • Pero tampoco cabe duda de que -en buena medida debido precisamen te a ello- los capi tanes de la indus tria hubieron de enfren tarse por su par te, en ma teria de ges ti6n de la mano de obra, a muy espinosos problemas, que desbordaban todos ellos el es trecho marco de las prac ticas geren­ ciales z. 3.

1 No es el caso, evidentemente, de Thompson o de Michelle Perrot, que han escrito a! respecto palabras tan justas como hermosas. «La transici6n a Ia sociedad industrial madura supuso una severa reestructuraci6n de los metodos de trabajo �nuevas disciplinas, nuevas incentivos y una nueva naturaleza humana sabre Ia que pudieran actuar estos incentivos de manera efectiva». E. P. Thompson, <<Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial>>, en E. P. Thompson, Tradicion, revueltay consciencia de clase: estudios sabre fa crisis de fa sociedad preindustrial, Barcelona: Critica, 1984, p. 241, cursiva mia (ed. en ingles del articulo: 1 967). He aqui <>. M Perrot, ]eunesse de fa greve: France, 1871- 1890, Paris: Seuil, 1984, p. 22. El texto se corresponde con el resumen abreviado de Ia primera parte de sus tesis (1 .• edici6n: 1 974), no incluido en esta segunda y parcial. 2 Pero no solo los primeros patronos, esos demiurgos del nuevo arden producti­ vo; esos problemas parecen constituir un rasgo permanente de las sociedades capitalistas: <
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Bl patmllzii!Nifl 1111/J/.rlrial

Problemas de reclutamiento, en primer lugar. Durante mas de un siglo, seran constantes los lamentos de los patronos en relaci6n c �n la escasez de brazos para la industria. Sorprendentes lamentos, stn duda, en una epoca en que la disoluci6n y quiebra de las relaciones sociales precapitalistas arrojaban a los caminos y a la miseria -a los caminos de la miseria- a oleadas incesantes de trabajadores. Sorprendentes lamentos en una epoca que permiti6 a Malthus -y €:1 no es una excepci6n aberrante- formular sus apocalipticas tesis sobre el exceso de poblaci6n. Sorprendentes lamentos en una epoca en la que los campesinos, «desposeidos de sus chozas, las cuales fueron despues arrasadas, [. . . ] se amontonaron en lugares donde las tierras eran todavia baldias, o bien se entregaron a la vagancia» 3• Sorprendentes lamentos, en fin, en una epoca en la que, de grado o por fuerza, «muchos de los que se vieron liberados del suelo -para usar la trillada frase-, tuvieron libertad para dedicarse a otras actividades» 4• Lamentos fundados, sin embargo. Porque esas masas promiscuas y abigarradas, esas «classes dangereuses» S, parecen haber tenido buen cuidado de no hacer uso de esa libertad recien estrenada: desde epocas bien tempranas, la resistencia a la incorporaci6n al trabajo industrial capitalista parece haber sido la norma antes que la excepci6n 6. A diferencia del Wilbourne de Faulkner, y a semejanza capital, es un proceso incesante en un "factor de producci6n", en un instrumento del ista de producci6n debe ser y sin fin. [... ] La adaptaci6n de los obreros a! modo capital o y capital monopolisla: Ia Trab'!J man, Braver H. ci6m>. renovada con cada genera o, 1 980, p. 1 68 _(ed. �n Tiemp o Nuestr : degradacion del trab'!}o en el siglo XX, Mexico and society m culture , <<Work n, Gutma G. H. n tambie Vease ingles: 1 974). 78, 1 973, p. num. , Review cal Histori can Ameri 9», 91 industrializing America, 1815-1 540. 1760-1830, Mexico: Fondo de Cultura 3 T. S. Ashton, La revolucion industrial, Tal vez sea preciso recordar que las 948). Econ6mica, 1 979, p. 35 (ed. en ingles: 1 hosas de cargar las tintas �n lo �ue sospec mente precisa son no Ashton posiciones de . _ de Ia revoluc10n mdustnal. Vease gue» <<despe de s se refiere a las condiciones sociale economiay sociedad ial: industr on tambien, desde otro punto de vista, G. Mori, La revoluci , 1983, p. 107. Critica na: Barcelo , XVIII siglo del ad mit en Gran Bretaiia en fa segunda o de individuos numer <
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del Michel Poiccard de Godard, entre la pena de la fabrica y la nada . del camtno, los desposeidos parecen haber elegido -mientras . pud1eron - la nada 7. Y ello, sin duda, planteaba a los patronos un problema grave . A €:1 se sumaba otro, procedente ahora de los trabajadores de oficio. Porque, en lo que se refiere a la mano de obra artesana cuali?cad �; los patronos hu?ie �on de enfrentarse a una nada agrada­ ble s1tuac1 _o�· T?do parece tnd1car que durante las primeras fases de . _ -y en algunas ramas hasta bien entrado el si­ la tndustnahzac wn glo XX- el trabajador de oficio ocup6 un lugar central en las preocupac.wnes de reclutamiento de los patronos. No podia ser de otro modo: «el obrero de oficio, heredero de los "secretos" del gremio, sigue siendo la condici6n ineludible, la figura necesaria de la manufactura. Mas aun, la industria en su conjunto y como tal depe r:de de €:1» 8 • Dependencia tanto mas gravosa cuanto que tale� traba pdores parecen haber mostrado una tozuda resistencia a entrar en �as fabricas 9 • El odiado fantasma del nomadismo obrero expresa, . otra cosa, esa resistencia del trabajador de meJor que cualq mer oficio to.

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Cly e [... ], Ia gran di�culiad ue Ia de encontrar obreros. La comarca estaba poco habJtada, Y los �a�pesmos, mas refractarios todavia que en Inglaterra a Ia disciplina _ el taller, se resistlan obstmadamente a entrar en Ia f:ibrica». P. Mantoux, La revolution . zndustrzelle au XVIIIe siecle: essai sur les commencements de Ia grande industrie moderne en

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Angleterrer, Paris: _Genin, 1973, p. 495 (ed. en frances: 1905; ed. definitiva en ingles:

1 9�8). <>. Mantoux, ob. cit., p. 430. Esa resistencia del trabajador de oficio a! trabajo en las f:ibricas expresaba <<el conflicto [que] se daba entre dos modos culturales o dos modos de vida». E. P. Thompson, La formacitfn bisttrf ica de Ia clase obrera: rra, 1780-1�32, Barcelon� : Laia, �977, 11, p. 176 (ed. en ingles: 1 963). Entre los mmeros de ofic10, por ejemplo, <
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El paternalismo industrial

Asi pues, resistencia a la incorporaci6n al trabajo por todas partes. Naturalmente, al trabajo industrial bajo condiciones capitalis­ tas, a las formas de trabajo que los primeros patronos pugnaban �or instaurar. Estos hubieron de enfrentarse, pues, a una tan llamattva como desesperante situaci6n: una enorme oferta potencial de fuerza de trabajo se encontraba ante sus ojos; pero no, lamentablemente, al alcance de sus manos, dificilmente dispuesta a dejarse convertir en oferta real 1 1 . Resolver esa contradicci6n, adecuar la oferta potencial de fuerza de trabajo a las necesidades reales de los patronos, exigia de una profundizaci6n del desarraigo, de una «movilizaci6n general» de las poblaciones preindustriales 12 , Desarraigar, movilizar, �traer pasan asi a constituirse en objetivos prioritarios de las estrategtas patrona­ les, en puntos fuertes de sus pr acticas. A ellos se unir a bien pronto otro: el de fijar de nuevo a las poblaciones movilizadas; fijarlas al trabajo, soldarlas a la fabrica: «desde el punto de vista de las empresas, no hay moviliza d6n de los trabajadores sin un minimo de inmovilizaci6n; una cierta estabilidad del trabajador individual y una cierta continuidad del trabajador colectivo son necesarias, y exigen frecuentemente politicas voluntaristas» 1 3• Desarraigar para enraizar, movilizar para Jijar: entre ambos polos parece haberse movido incesantemente el programa que se dieron a si mismos los capitanes de la industria. Mejor dicho: cada uno de ellos, en obligada competencia con todos los dem as, en el marco de un mercado de trabajo demasiado estrecho y demasiado poco flexible. Juego sutil y peligroso, el de lo m6vil y lo inm6vil presidir a -y carcomeni­ cada uno de los movimientos que en ese damero maldito llevar an a cabo los pat �onos capitalistas. el obrero minero [ ... ] no se encuentra "arraigado" en el suelo cuyas entraiias escarba: como el obrero de tantas otras industrias, se encuentra, por el contrario, en gran medida desarraigado, movilizado; Ia mina tiene tambien sus paseantes, sus caminan­ tes, su ejercito rodante». C. Benoist, L'organisation du travail, Paris: Pion, 1905-1914, I, p. 180. Ese nomadismo se expresaba, para los patronos, bajo Ia forma de elevadas tasas de turn over. 1 1 Vease M. Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, Madrid: Siglo XXI, 1984, pp. 325ss (ed. en ingles: 1945). 12 Vease J. P. de Gaudemar, La movilizacion general, Madrid: Las Ediciones de La Piqueta, 1982. 13 P. Veltz, «Les entreprises et Ia stabilisation de Ia main-d'oeuvre: (notes comparatives sur les siderurgies anciennes et modernes)», Revue d'Economie Regiona/e et Urbaine, 1983 (1), p. 27.

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Algo similar parece haber ocurrido en lo que se re fiere al segundo gran problema al que debieron enfrentarse -y de ben e �frentarse co �tinuament e-- los patronos: el de la adaptacion produc. tzva del traba jad�r. Porque «una cosa es adquirir un numero . sufictente de trabaJa�or �s, y otra adquirir una mano de obra experta . Y eficaz. La exp en ncta del tglo XX ha demostrado que este � � " problema es tan cructal como .Htficil de resolver» 1 4. En este terreno los patronos de la primera industrializaci6n hubieron de hacer frent� � una difi �il situ �ci6n, la de los hibitos de trabajo heredados de epocas pret �dustnal �s: «al principio, el capitalista utiliza el trabajo t �l �omo vtene a el de otras formas anteriores de producci6n, s �gutendo co � procesos de trabajo de la misma forma en que habian stdo establectdos antes» 15 • De esos procesos se derivaban h abitos q �e n �. e �an otra cos � que expresiones de una determinada compqsi­ . tecntca y pro�estonal cton de la poblaci6n trabajadora y, a travef de ella, de una det ermmada �ultura popular. H abitos, en fin, que en casi tod�s los c �sos, y por enctma de las diferencias de grado entre ramas, ren :ltlan ?trectamente hacia lo que Thompson ha denominado . n al que� cer», ue se «onentacto oponia frontalmente, punto por � � . punt ?, a la «onentacto n al ttempo y al dinero», que, por su parte, se . ave ma meJor con las exigencias de regularidad de la norma de . t �abaJo q �e pretendian instaurar los patronos 1 6, Desde el punto de vtsta de estos, aquellos h abitos se resumian en terminos .como «ignorancia», «indolencia» y «haraganeria». Y las lamentaciones de !os patronos al respecto atronar an hasta la saciedad los oidos mdolentes de los trabajadores. Absentismo, libaciones en honor de S �n �un ��· n:ermas, formas embrionarias de sabotaje y, sobre todo, dtstnbucton Irregular e «irracional» del tiempo de trabajo eran la clase �e proble �as que amenazaban con poner en peligro la �ecesana regulandad del trabajo industrial bajo condiciones capita­ l tstas 1 7• En buena medida, adem as -y ello era particularmente grav e--, esos «defectos» eran vividos por los trabajadores como 4.

14 E. ]. Hobsbawm, Las revoluciones burguesas, Madrid: Guadarrama 1971 p 98 (ed. en ingles: 1962). 1 5 Braverman, ob. cit., p. 77. 1� Tho �pso ?, <<Tiempo:·:'> ob. cit. El texro constituye una luminosa -y en ocas10nes dJVertida- expostciOn de los problemas que en este terreno se encontraron los patronos. 17 <<EI master-manufacturero de Ia Revoluci6n Industrial estaba obsesionado con esta clase de problemas». Thompson, La formacion ... , ob. cit., n, p. 251. . '

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os peligrosas- a las formas de resistencia -no por larvadas men s nuevas condiciones de trabajo t . lemas parecen haber En todo caso, y parad6jicamente, los prob jadores de origen traba los a sido menores en lo que se refiere desorganizados y er, perd que campesino, a los desposeidos. Sin nada tencia -que resis su y cia» oran con mucho que aprender, su «ign de trabajo industrial­ arraigaban en habitos exteriores al proceso cularmente en aquellas debieron resultar mas faciles de quebrar, parti pudieron experimentar ramas que -tal vez precisamente por elloue el trabajo parcela­ una mas temprana y rapida mecanizaci6n. Porq ia, tal y como temprana­ rio reposa, justamente, sobre esa ignoranc uson: «varias artes mente -antes que Ure- supo sefialar Ferg les falta totalmente el mecanicas [ ... ] tienen perfecto exito cuando rancia es la madre de socorro de la raz6n y del sentimiento, y la igno i6n. La reflexi6n y la la industria tanto como de la superstic el habito de mover el imaginaci6n estan expuestas a extraviarse; pero eso se podria decir Por pie o la mano no dependen de una ni de otra. consiste en poder uras, que la perfecci6n, respecto a las manufact rzo mental el esfue sin que prescindir de la inteligencia, de manera s son los parte s cuya uina maq taller pueda ser considerado como una hombres» 1 9• edores en exclusiva Por su parte, los trabajadores de oficio, pose os largos aprendi­ men o mas de a de un saber profesional que exigi ia considerablemente zajes, parecen haber manifestado una resistenc maquina. Sabian que, en mayor a dejarse convertir en partes de esa nto del proceso de buena parte de las ramas industriales, el conju saber. Es el caso de la trabajo reposaba sobre el privilegio de ese o es [ ...] , en muchos siderurgia, por ejemplo: «el trabajo del hierr eci6n. La totalidad de las aspectos, una obra de conciencia y de discr en en las manos del transformaciones de las materias permanec , los materiales refracta­ obrero. [ ... ] Los minerales, los combustibles nte abandonadas en same rios y las herramientas todas deben ser forzo ellos. [ ... ] La mano de ar manos de este obrero, que puede usar y abus En Jo que se refiere a! absentismo como forma de , resistencia� v�ase . A. Thebaud, F. Lert, M. Goldberg, <
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de obra es, pues, aqui el objeto dominante (... ]. Unicamente el obrero posee el ins tinto y el secreta de lo que hace» 20. Ese lugar c�ntral, esa autonomia en el desarrollo del proceso de . a e to trabajadores imponer al patron -por la via . permttla trabaJo, � � d� �os poderosos smdtcatos de oficio- una buena parte de sus . de tra�ajo. Les permitia tambien imponerle habt�os y de s_us ntmos en cter�a medt�a unas determmadas condiciones de trabajo y unos determmados mveles de retribuci6n. Ponia en sus manos tambien el contra� �e la transmisi6n de los saberes profesionales y, con ei, la - del reclutamiento de la mano de obra 2t . Les permitia, supervtston final�ente, desarrollar una oposici6n eficaz a la parcelaci6n del t�abaJo: «e�tos artesanos eran orgullosos y sombrios y sol.ian estar bten orgamzados. Sus intereses creados dentro del status quo eran un _ ante la innovaci6n» 22. Un obstaculo en suma a la obstaculo acumulaci6n de �apital. Podemos entender ahora ia amarga dlatriba . de la naturaleza humana es tal que cuanto mas d� �re: «la debtltdad habtl es el obrero, mas caprichoso e intratable se vuelve y, por

. 20 �· Reybaud, Le fer et Ia houille suivis du canon Krupp et du Familistere de Guise' Samt-Pierre-de-Salerne (Brionne): Gerard Monfort, 1977, pp· 232-233 (reprod . f:acs. de 1a ed. e 1 874). Reybaud se refiere en este caso, a los pudeladores. En otras ramas . . Ia situaci�n no parece haber sido muy distinta: todavia en Ia segunda mitad del siglo XIX, • las mdust�Ias de �ontaje eran reducto de artesanos cualificados, puesto que en : el penodo antenor a! p1� de rey y las herramientas automaticas, solo una mano diestra e�a capaz de Pro?ucir p1ezas que se ajustaran razonablemente a las especificaciones 0 . aJustar a los d1s�mtos componentes entre si. Estos hombres eran Ia aristocracia de Ja . mano e obra mdustnal. Duefios de sus tecnicas, capaces tanto de mantener sus herramientas en buen uso como de utilizarlas, cuidaban de aquellas como si fueran _ suyas, aun cuando pertenecian a Ia empresa. En el trabajo eran realmente aut6nomos». . D. S. Landes, Progreso tecnoltJgrco y revolucion industrial, Madrid: Tecnos 1979 pp 330331 (ed. en ingles: 1969). 2� <> Analise S�cial, 1974 (4), pp. 859-945; y M. F. Monica, «Poder e saber: os vidreiros da Mannha Grande», Analise Social, 1981 (3-4), pp. 505-571 . 22 Landes, ob. cit., p. 331 .

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consiguiente, resulta menos adecuado en un sistema mecanico en cuyo conjunto sus ocurrencias caprichosas pueden causar un daiio incalculable» 23. «lgnorancia» entre los trabajadores de origen campesino; demasiado saber entre los trabajadores de oficio; habitos inadecuados en todas partes. Si de lo que se trataba en relaci6n al campesino, al desposeido, a la mujer y al nino era de enseiiar al que no sabe, en relaci6n al obrero profesional, al «sublime» 24, se tratara, mas bien, de quebrar su arrogancia, de despojarlo de su saber. En los dos casos, de para desarmar, disciplinar. En ese delicado juego del saber y del poder, de la educaci6n en la ignorancia y la sumisi6n, es en el que, por mucho tiempo, habran de moverse los patronos. 5. Atraer y fijar, disciplinar: he ahi sus dos lineas preferentes de ataque. En su intima articulaci6n ambas definen el espacio de la mas formidable operaci6n de modelado poblacional y social que conocen los tiempos modernos: fa habituaci6n del trabqjador, en terminos de Braverman. Hist6ricamente, las tecnicas puestas a punto para esa operaci6n parecen haber sido muy variadas en el tiempo y en el espacio. Todas ellas sin embargo nacen de una misma constataci6n: la simple des�osesi6n de lo; trabajadores preindustriales, de un lado, y la simple posesi6n de los medias de producci6n por parte de los patronos, de otro, no parecen asegurar a estos, por si solas y a corto

23 A. Ure, The philosophy of manufactures, or an exposition of the scientific, moral and commercial economy of factory system of Great Britain, 1 835; cit. en Marx, Miseria ... , ob.

cit., p. 203. Ure no era el unico en lamentarse de ello: <<ei fabricante debe reprimir con firmeza a todos los obreros que se conducen mal, ya que Ia indulgencia echaria a perder a los otros. Lamentablemente son casi siempre los que tienen mas talento los que se encuentran alejados del camino de Ia honestidad; se imaginan que su habilidad los hace indispensables basta el punto de que sus defectos y vicios deben ser tolerados. Demostradles, expulsandolos sin dudarlo, que preferis Ia puntualidad, Ia sumision, el celo y las buenas costumbres». C. L. Bergery, Economie industrielle, 1 831; cit. en J. P. de Gaudemar, L'ordre et Ia production: naissance et formes de Ia discipline d'usine, Paris: Dunod, 1982, p. 41. 24 Vease D. Poulot, Queston sociale: l e sublime o u l e travailleur tel qu'il est e n 1870, e t ce qu'il peut etre, Paris: Maspero, 1980 (ed. en frances: 1 870). Con Ia denominaci6n de <<sublime>> designa Poulot a! trabajador de oficio altamente cualificado y habil, propenso a indisciplinas -laborales y de otro estilo-. Zola utiliz6 abundantemente ese texto para el disefi.o de algunos de los personajes deL' Assommoir, editada en 1 871. Vease F. Caudet, , en E. Zola, La taberna, Madrid: Catedra, 1 986, p. 20.

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plazo, el control efectivo del proceso de trabajo. En ese desfase es d �nde el proceso concreto de extracci6n de plusvalia y de acumula­ _ . cwn de cap1tal se ve una y otra vez puesto en entredicho. La colmata�i6n de esa �endidura, el encarrilamiento hacia la fabrica y la _ adapta:wn productlva del trabajador, no parecen haberse producido espontaneamente. Uno y otra parecen haber sido, mas bien, e1 resultado de la aplicaci6n de tecnicas conscientes, voluntarias especificamente dirigidas a un fin: esas tecnicas son las disciplina;

industriales.

D!sciplinas por cuanto, en primer lugar, esas practicas desbordan las «clegas leyes» de la economia y las «imperativas determinaciones» de la tecnica. Disciplinas por cuanto, en segundo Iugar, Ia fabrica, su producto, es algo mas que economia y tecnica. Disciplinas por cuanto, finalmente, Ia fabrica es, ante todo, violencia. Violencia ordenada, sistemas de relaciones de poder entre hombres. Ello es particularmente clara en lo que se refiere a las tecnicas de reclutamiento. Muy variadas, todas elias parecen haberse desplazado entre dos polos: el estimulo y Ia coercion. Cuidadosamente dosifica­ dos, ademas, en funci6n de Ia naturaleza del paciente: a los tr�bajadores d� oficio, los menos, Ia zanahoria; a los trabajadores de ongen campesmo, los mas, el palo 25. Sobre todo e1 palo, Ia fuerza: «el proletariado asumi6 su papel no tanto llevado por Ia atracci6n 0 Ia recompensa monetaria como por Ia coacci6n, Ia fuerza y e1 miedo. No se le dej6 crecer en un jardin soleado; fue forjado a fuego por los poderosos golpes de un martillo» 26. La violencia, por vieja, resulta­ ba a Ia postre Ia mas sabia partera. Habia sido utilizada ya, en abundancia, para arrojar a los caminos a los trabajadores preindustriales: «esta hist6ricamente comprobado que e�a masa [de desposeidos] intent6 al principia esto ultimo [Ia . mend1c1dad, el vagabundeo, el robo], pero que fue empujada fuera, de esa via, por medio de Ia horca, Ia picota, el latigo, hacia e1 estrecho camino que lleva al mercado de trabajo» 27. Se trataba,

25 Veanse Pollard, ob. cit., p. 250; y Mori, ob. cit., p. 1 10. El proceso fue probablemente simultaneo, en lo que se refiere a! empleo de unas tecnicas y otras. 26 Pollard, ob. cit., pp. 275-276 . 27 K. Marx, r:-lem ntos fundame ntales para Ia critica de Ia economia politica (borrador), � 185 - 1972, Madnd: S1glo XXI, 1972, 1, p. 470 (ed. en aleman: 1953). <>. lbrd., II, p. 265.

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todavia, de medios indirectos, de simples tecnicas de desposesion: «la clase obrera es sometida progresivamente al modo capitalista de produccion y a las formas sucesivas que este toma, tan solo conforme el modo de produccion capitalista conquista y destruye todas las otras formas de organizacion del trabajo y con ellas todas las alternativas que tiene la poblacion trabajadora» 28. Con la revolu­ cion industrial, tecnicas similares pasaron a convertirse en modos directos de reclutamiento. Marx lo percibio tempranamente: «el taller automatico sei'ialo su comienzo con actos que nada tenian de filantropicos. Los nii'ios fueron obligados a trabajar a golpe de latigo; se convirtieron en objeto de trafico y se establecieron contactos con los orfanatos» 29. Conviene hacer frente a la evidencia de que el trabajo industrial capitalista, la fabrica, comenzo siendo, en buena medida, trabajo forzado. Su historia, la historia de esa liberal infamia es, ante todo, la del pasillo secreto que conduce del deposito parroquial de pobres -y de la workhouse- a la fabrica 3°. Y no cabe dudar acerca de la generalidad del uso de ese pasillo por parte de los fabricantes, hasta el punto de que «la masa de mano de obra esencial y decisiva, es decir, la que clio un caracter propio al factory rystem, estuvo representada por grupos de mujeres y muchachos reclutados en las workhouses» 31 . Braverman, ob. cit., pp. 179-180. Marx, Miseria ... , ob. cit., p. 201. Tambien: <<[... ] Ia cruzada verdaderamente heroica del robo de niiios que en los comienzos del sistema fabril despliega el capital sobre los asilos y orfelinatos y gracias a Ia cual se adueiia de un material humano Iota/mente privado de voluntad propia». Marx, El capital ... , ob. cit., I, p. 331, nota 59. 30 Mori ha resumido Ia historia de ese pasillo. En condiciones de escasez efectiva de mano de obra, Ia legislaci6n dieciochesca de pobres bubo de ser valorada por los patronos como un importante obstaculo a Ia necesaria movilidad de los desposeidos. La Gilbert Act de 1792 modific6 sustancialmente esa legislaci6n, reconociendo a los administradores parroquiales <>. Mori, ob. cit., p. 108 y, en general, pp. 107-111. Esa facultad, ampliada en 1795, permiti6 <>. Landes, ob. cit., p. 133. A lo largo de los siglos XVI a XVIII, <<en Inglaterra, en parte tambien en Alemania, las penitenciarias y las casas de correcci6n se dieron en arrendamiento a empresarios>>. A. Miiller-Armack, Genealogia de los estilos economicos, Mexico: Fondo de Cultura Econ6mica, 1967, p. 296 (ed. en aleman: 1959). 31 Mori, ob. cit., p. 111. Para el liberal Ashton, el comercio de pobres adquiere Ia forma de una simple «transferencia» de poblaci6n: <<en Londres y en el sur de Inglaterra existia una abundante oferta de trabajo de gente desocupada y sin especializaci6n, Ia cual constituia una carga para las parroquias; las altas contribucio28

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Coa�cion generalizada y estimulos selectivos se encuentran, pues, en el ongen de ese proceso, nunca finalizado, de constitucion de una masa de «productores». En la mayor parte de los casos, la realidad de la �n �rada en la �abrica parece haber sido el resultado de la puesta en _ pract1ca de tecmcas de reclutamiento de naturaleza «extraeconomi­ ca», de tecnicas de dominacion directa. P?r su parte, dentro ya de la fabrica, la adaptacion laboral del . el producto de tecnicas de organizacion trabaJado � parece haber stdo . del trabaJo y normau;as regla�entarias que en modo alguno proc�?en d � la tecnologta, entendtda como algo exterior a la propia relac10n soctal que la funda y le da forma. Entendida, por ejemplo a la �a�era en que, en algun momento, lo fue por Engels cuando, �n polemtca con los anarquistas, afirmaba que «si el hombre' a fueza de saber Y de genio inventivo, ha dominado las fuerzas de la naturaleza estas ultimas se vengan de el sometiendolo, en la medida en que la� e?_Iplea, � un :erdadero despotismo, independiente de toda organiza­ . cton soctal» 3 . 0 entendtda como la herencia saint-simoniana de Marx le condujo a hacerlo en ocasiones, como cuando -tal vez demasiado l�pidariamente- sei'ialaba, en la polemica con Proudhon, , molmo a brazo os clara la sociedad con el senor feudal· e1 que «el molino a vapor, la sociedad con el capitalista industrial» 33. Marglin, por su parte, ha dado la vuelta al aforismo de Marx: «no fue la ma�uina de vapor la que nos proporciono el capitalismo, sino e1 capttal el que engendro la maquina de vapor» 34. y Sabel, mas nes que el soste�imiento de e ta gente demandaba, motiv6 que los inspectores de las � parroqUias ofrec1eran transfenr a grupos de niiios, o bien a familias enteras, para las _ . fabncas del norte: fue asi como los industriales algodon eros obtuvieron Ja mayor parte de sus trabaJadores>>. Ashton, ob. cit., p. 134. Sobre Jo mismo, vease tambien Mantoux, ob. cit., p. 432. 32 F. Eng s, <>, 1894; cit. en S. A. Marglin, «Origenes y funciones � d� Ia parcelacwn de tareas: �para que sirven los patronos?>>, en A. Gorz, Crftica de Ia . dzvmon del trabqjo, Barcelona: Laia, 1977, p. 46 (ed. en frances : 1973· escrito en 1971) ' 33 Marx, Miseria ... , b. cit., p. 161. En o � _tro Iugar (carta de Marx a Engels de 7-VI; . 1866).• «[. nuestra teona de Ia determmacwn de Ia organiza : cion del trabqjo por los medios de producczom>. <<�artas .sobre el tomo I de "EI capital"» en Marx, El capital ... , ob. cit., I, p. 674. A propos1to del parrafo de Engels y del aforismo de Marx, vease Braverman, ob. Cit., PP· 29, nota, Y 32. La critica de las posiciones de Marx en lo que se refiere a . las relacwnes entre tecnologia y disciplinas de trabajo ha sido llevada mas alia en A. d� ��!rna, «L� organizaci6n capitalista del trabajo en El capital del Marx>>, en La . . dzvzszon capztalzsta del trabqjo, Buenos Aires: Cuadernos de Pasado y Presente, 1972, . pp. 1-40 (ed. en Italiano : 1966); y en Gaudemar, L'ordre ... , ob. cit., pp. 11-18. . 34 Marglm, ob. cit., p. 96. Braverman: «dentro de los limites hist6ricos y analiticos

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recientemente, ha retomado parcialmente la idea: «el determinismo tecnologico es la idea de que toda sociedad, independientemente de sus preferencias politicas, que desee producir bienes industriales, debe adoptar ciertas estructuras de organizacion, pautas de autoridad y modo de trabajar. [... ] La objecion al determinismo tecnologico consiste en que generalmente los niveles de rendimiento se pueden satisfacer de varias formas» 35, Por lo demas -y en otro contexto solo aparentemente diferente al de las disciplinas industriales, el de la disciplina militar-, ya Weber habia apuntado que «la clase de armas fue una consecuencia y no una causa de la disciplina» 36• Situado en el terreno de los principios, el debate acerca de las relaciones entre tecnologias y disciplinas no puede sino seguir abierto. Su desarrollo operativo no puede provenir mas que de la investigacion historica: «el problema puede ser fructuosamente atacado solo por el camino del analisis concreto e historicamente especifico, de la tecnologia y de la maquinaria -por un lado-, y de las relaciones sociales, por el otro; y tambien del analisis de la del capitalismo, de acuerdo con el analisis de Marx, Ia tecnologia, en Iugar de producir simplemente relaciones sociales es producida por Ia relacion social representada �or el capital>>. Braverman, ob. cit., p. 20 y, en general, cap. 9 (�p. 216-271). Marx m1smo: «el periodo manufacturero simplifica, perfecciona y mulnphca los mstrumentos de trabajo, adaptandolos a las funciones especiales y exclusivas de los operarios parciales. Con esto, Ia manufactura crea una de las condiciones materiales para el empleo de Ia . . maquinaria>>. Marx, El capital ... , ob. cit., I, pp. 276-277. . . 35 C. F. Sabel, Trabqjo y politica: Ia division del traba;o en Ia mdustrza, Madnd: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1986, pp. 22-23. 36 M. Weber, Economia y sociedad: esbozo de sociologia comprensiva, Mexico: Fondo de Cultura Economica, 1983, p. 884 (ed. en aleman: 1922; Ia definitiva: 1956). En otro Iugar: «Ia "disciplina militar" ha sido el patron ideal [ ...] de las empresas industriales capitalistas modernas>>, ibid., p. 889. Resulta cuando menos sorprendente comparar Ia afirmacion de Weber con Ia posicion de Marx, a proposito de Ia misma metafora militar: <>. K. Marx, Trabajo asalariadoy capital, Madrid: Castellote, 1971, p. 42. El texto utilizado es el revisad? por Engels para Ia edicion alemana de 1 891 , diferente :n algunos aspectos de Ia . �nmera edicion alemana de 1 849. La algo mas que metafora que pone en relacwn a Ia disciplina de fabrica con Ia disciplina militar ha sido sabiamente empleada por Mumford: <>. L. Mumford, Tecnica Y civilizacion, Madrid: Alianza, 1971, p. 1 12; vease tambien p. 125 (ed. en ingles: 1 934, Ia definitiva: 1963).

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manera en que ambos se unen en las sociedades existentes» 37, En esa perspectiva, un camino particularmente fecundo parece ser el de �nvestig�r las eventuales relaciones entre innovaciones disciplinarias, mnovactones tecnologicas y movimientos de resistencia de los trabajadores a la norma de trabajo y a la relacion social capitalistas. Un camino que ya Marx habia apuntado: «desde 1 825 casi todas las nuevas invenciones fueron resultado de colisiones entre el obrero y el empresario, que intentaba a toda costa depreciar la especialidad del obrero. Despues de cada nueva huelga, aunque fuese poco importan­ te, surgio una nueva maquina» 38 . El origen de la manufactura debe ser buscado en esos movimientos de resistencia, tal y como ha sugerido Perrot: «es ante todo para luchar contra los robos de materias primas [ ... ], para veneer los cuellos de botella y estrangula­ mientos de los productores familiares -hiladoras y tejedores-, para apropiarse los saberes envueltos en los secretos, para lo que se crea la manufactura» 39• Por lo demas, no parece ser otro el origen de la fabrica misma: un historiador tan poco sospechoso de oponerse al determinismo tecnologico de las disciplinas de trabajo como Landes seiiala que «los fabricantes de tejidos introdujeron los equipos automaticos de hilado y el telar mecanico de forma espasmodica, en gran medida como respuesta a las huelgas, las amenazas de huelga y otros peligros para la autoridad empresarial» 40 , Asi pues, la tecnologia productiva, lejos de ser la causa de la disciplina de la fabrica, parece haber sido, mas bien, su producto: la disciplina de fabrica, en efecto, «contenia en si misma las semillas del

37 . Braverman, ob. cit., p. 29. Vease tambien B. Coriat, Ciencia, tecnica y capital. Madnd: H. Blume, 1 976, p. 171; y C. Durand, El trabqjo encadenado: organizacion del trabajo y dominacion social, Madrid: H. Blume, 1979, p. 171 (ed. en frances: 1978). 38 Marx, Miseria ... , ob. cit., p. 201. Vease tambien, casi literalmente, en Marx, E/ capital..., ob. cit., I, p. 361 . Tambien Mumford: <<desde el principia, el perfecciona­ miento tecnologico constituia Ia respuesta del fabricante a Ia insubordinacion !aboral. [. -) Mucho� fabricantes no se verian obligados a adoptar nuevos utensilios y maqmnas mas potentes Sl. no fuese por las huelgas>>. Mumford, ob. cit., p. 1 94. 39 M. Perrot, <>, Le Mouvement Social, 1983 (4), pp. 3-4. AI respecto, vease tambien Landes, ob. cit., p. 76. 40 Landes, ob. cit., p. 132. El relativo exito de las pr:icticas tayloristas encuentra en esa resistencia una de sus motivaciones primeras: <>. Montgomery, ob. cit., p. 16. <>. Ibid., p. 45.

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futuro progreso tecnologico, dado que el control del trabajo impli�a la posibilidad de racionalizarlo» 41 • En ese �o�texto � y como no po�1a ser menos, la tecnologia misma se vera mvesttda de �or:temdo disciplinario: «un examen minucioso de la� inven�i?�es tecmcas en sus conexiones con las relaciones de trabaJO permltlna obtener una vision completamente diferente de las historias habituales de las . . los prete ?tdos tecnicas; en tanto que estas se contentan con segmr � progresos de los instrumentos de produccion� una exploracwn en detalle pone de manifiesto dimensiones muy dtferentes ?el proceso: [ ... ] ninguna exigencia tecnica puede ser planteada con mdependen­ cia de la lucha contra el control obrero» 42• Landes tiene razon, pues, cuando afirma que «la esencia de la fabrica hay que buscarla en la disciplina» 43. Di�ciplina que �o nac�, entonces, del proceso «tecnico» del trabajo, smo que arratga, mas bien, en otro Iugar -que produce tambien a ese proceso-. Ese lugar es el de la relacion social capitalista: «el capitalista asumio [ ...] 41

Landes, ob. cit., p. 16. A. Cottereau, «Vie quotidienne et resistance ouvriere a Paris en 1 8�0>>, en . Poulot, ob. cit., pp. 46-47 y, en general, 46-49. Las innovaciones tecnologtca � de Poulot en el terreno de las maquinas-herramientas pueden entonces ser entendtdas como una «lucha tecnol6gica contra el sublimismo». �Sera preciso recordar que ya en 1948 Giedion sugeria que las investigaciones de Taylor acerca de lo� aceros de corte . rapido y acerca de Ia organizaci6n del trabajo <<proceden de l�s mtsmas ratces»? S. . 1978, p. 114 (ed. en Giedion, La mecanizacion toma el mando, Barcelona: Gustavo Gth, 42

ingles: 1948). . . 43 D. S. Landes, «lntroducci6m> a Estudios sobre el nactmzento y desarrollo del capitalismo, Madrid: Ayuso, 1978, p. �5. Perrot so?r� lo n;tismo: <<es preciso re�ordar [...] esta evidencia olvidada: Ia fabnca no ha extsttdo stempre. � .. ·) Dos s� nes de factores modelan su organizaci6n: Ia disciplina y Ia tecnica. La dtsctphna es, sm duda, Ia principal>>. Perrot, <; R. E:r�ns, <
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Fonda de Cultura Econ6mica, 1942, p. 148 (ed. en aleman: 1923). No por dtspersos dejan de ser menos valiosos los apuntes de Weber sabre Ia discipli�a de �abrica en general; esta, es decir, < o < mecam�o en Ia obe tencta. Vease Weber, Economia . . . , ob. cit., pp. 707-708, 175, 883 y, espectalmente refendo a Ia organizaci6n cientifica del trabajo, 889.

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funci ones de gerente en virtud de su propiedad del capital» 44, y solo . en vtrtud de ella, como ya Marx habia seiialado: «el economista identifica y confunde la funcion dirigente impuesta par el caracter del proceso colectivo de trabajo y aquella que tiene su raiz en el car�cter capitalista, y par tanto antagonico, de este proceso. El . capttahsta no es tal capitalista por ser director industrial, sino al reves: es director industrial por ser capitalista» 45. Como las tecnicas de reclutamiento, las disciplinas de trabajo son, entonces, una pura y arbitraria relacion de poder, y la habituacion al trabajador, su producto, no es otra cosa, en ese marco, que el res•1ltado de una simple coercion: «no es posible distinguir el mando del proceso de valorizacion, el mando y el proceso de valorizacion consisten en lo mismo. La violencia se descubre como violencia de la relacion de produccion capitalista» 46,

LAS DISCIPLINAS INDUSTRIALES: UN ESQUEMA DE ANALISIS

2.

La imposicion de esa relacion de dominio no parece habet sido na � operac�on sencilla, ni en la definicion de lo que ha de ser tmpuesto, m en el modo en que ha de serlo: en cada periodo, en cada rama industrial, en cada region, en cada establecimiento, los patro­ n �s no par�cen haber dispuesto de e strategias acabadas de disciplina­ . . mtento. Mas bten todo lo contrano: todo parece indicar que los medias, las armas que emplearon fueron sorda y pacientemente 6.

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Braverman, ob. cit., p. 78. Marx, E/ capital..., ob. cit., I, p. 268, <<El sistema fabril no fue un mero resultado del avance tecnol6gico, sino Ia consecuencia de una determinada distribuci6n de Ia propiedad que foment6 un conjunto correspondiente de avances tecnol6gicos». Sabel, ob. cit., p. 64. �6 !· Negri, Del obre:o-masa a/ obrero social, Barcelona: Anagr ama, 1980, p. 62 (ed. en tta�tano de Ia entre tsta a cargo de Paolo Pozzi y Roberta Tommassini: 1979). . «�n Ia practt . :ca Ia te nolog Tambten: la es mando en el sentido mas plena de Ia � . palabra», tbid., p. 61 . Ferraroti se ha referido hace ya tiempo a <
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les, de afiladas al calor de pequeiios inventos, de escaramuzas parcia argucias locales 47• . y l s � Sabemos poco de las mediaciones entre , esas arguc1 as compleJO ese en s, dema lo Por s. linario discip as sistem es grand o �ace proceso que es la habituacion del trabajador, lo que sabe� � hnas dtsctp las es: onent comp referenda, sobre todo, a uno solo de sus efec en ce, apare triales �o, indus de trabajo. El estudio de las disciplinas egtas estrat las de n eracio consid notablemente sesgado hacia la ctiva del tendentes a resolver los problemas de adecuacion produ izacion organ de mas -for as tecnic las de trabajador, hacia el examen modos los ormar transf a ntes tende del trabaj o, sistemas de salario . de trabajar. y egtas estrat de escala a y , ectiva persp esa en Es logico que, ar lu un do ? todavia no de practicas 48, la figura de Taylor haya ocupa ta», camb todo glo, f de ios ci pri a r, Taylo � «con � � preeminente: en �a �a_ror afirma sin ambages Coriat 49, Es logtco tambten que, dts�tphna­ de s parte de los casos, la indagacion acerca d� otros modo tranar los desen de o miento se haya visto reducida a un mtent a sus ficar identi casos, origenes de Taylor o, en el mejor de los s no modo otros esos que antecesores. Es logico tambien, finalmente, como os erizad caract ser o tayloristas de disciplinamiento hayan podid » 50 • Y es simples «practicas pretayloristas de l�cha contra el .oficio donde �a en oficto de res ad trabaJ . ? � logico porque es ahi, entre· los mas duda, sm stdo, ha ar trabaJ de s transformacion de los modo dificil. las Dentro de ese marco (y de las limitaciones que impone, entre los de n eracio consid la a ncia refere hace que la r cuales no es la meno te- mo­ modos de disciplinamiento productivo como -unicamen ategi�s est dos de expropiacion de saberes), una cierta secuencia de � maeptgra ha podido ser reconstruida. Una sucesion que -un tanto sivo de Ia constitu­ Gaudemar ha resaltado el car:icter oscuro, sinuoso y progre mar, «_Pr�limina­ Gaude de P. J. Veanse narios. discipli mas paradig s ci6n de los grande cap!tahsta del roceso p el en na discipli de _ res para una genealogia de las formas La Ptqu�ta, 1981, P· 87; Y de es Edicion Las : Madrid poder, de s Espacio en », trabajo , ob. ctt., p. 217. Gaudemar, L'ordre ... , ob. cit., p.lO. Vease tambien Pollard ancia de diferem;i,ar entre unas Y 48 Castillo ha seiialado recientemente Ia import �arqueologia industrial?>>, otras. Vease J. J. Castillo Alonso, «El taylorismo hoy: Arbor, num. 483, 1 987, p. 13. 49 Coriat, E/ taller ... , ob. cit., p. 8. 5o Ibid., p. 16. 47

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ticamente- puede decirse que arranca de una situacion en la que «el cerebro del patron esta debajo de la gorra del obrero», para llegar a otra en la que «la oficina de estudios fabrica y el taller copia» 5 1 . En el origen de esa secuencia, los patronos de la primera industrializacion parecen haber intentado poner en practica dos disciplinas esenciales: de un lado, la generalizacion del putting-out system; de otro, en aquellas ramas en las que el primero no pudo ser instaurado, los sistemas de subcontratacion yfo de pago a destajo. Por medio del primero, el trabajador se veia privado del control sobre el producto de su trabajo: el patron, en contrapartida, se hacia a si mismo un hueco irremplazable entre aquel y el mercado, al _ tlempo que se aprovechaba de las condiciones de aislamiento en las que habitualmente tenia lugar el trabajo 52, Por medio de la subcon­ tratacion, ademas de ello, el patron introducia una fina, sutil y duradera cuiia en las filas de los poderosos sindicatos de oficio: «a falta de poder quebrantarlo o eliminarlo, se trata de utilizar al oficio contra si mismo» 53, Perfectamente ignorante de los saberes precisos para llevar adelante el proceso concreto de trabajo 54, y apenas capaz 5 1 La primera de las citas es de W. D. Haywood, F. Bohn, Industrial socialism; cit. en Montgomery, ob. cit., p. 21. He aqui Ia segunda in extenso; «en Ia industria contempor:inea, Ia producci6n --en aquello que tiene de esencial- se elabora desde arriba, y no en funci6n de los cuidados del obrero. Este no hace mas que acabar lo que otros han concebido para eJ. Son los hallazgos de estos los que vibran basta el extrema de los dedos del primero. "La oficina de estudios fabrica, el taller copia", tenia costumbre de decir un gran industrial frances, y no hay nada mas cierto que esta paradoja». G. Crespin, J. Wilbois, La direction des ateliers et des bureaux, Paris: Librairie Felix Alcan, 1927, p. xi. 52 Vease Marglin, ob. cit., p. 59. La pervivencia del putting-out rystem parece haber sido muy larga, sabre todo en algunas ramas: Ia combinaci6n de trabajo a domicilio, subcontrataci6n y pago a destajo conducira en algunas de elias -confecci6n, juguetes, etc.-, a! sweating rystem, de triste -y por cierto renovada- memoria. Veanse, por ejemplo, T. Cotelle, El sweating rystem: estudio social, Madrid: Saturnino Calleja, [190-?); y G. Meny, El trabqjo a domicilioy el trabqjo barato, Madrid: Saturnino Calleja, [190-?). 53 Coriat, E/ taller ... , ob. cit., p. 21. 54 Un informe frances de Ia segunda mitad del siglo X I X no deja de tener cierta gracia en su justeza a! respecto: «[ ...) los muy escasos conocimientos que Ia mayor parte de los fabricantes tienen de su oficio. Casi todos se encuentran entregados a Ia rutina de sus obreros; Ia ignoran basta en sus mas sencillos aspectos». G. Defaud, Memoire sur l'etat des forges de /'Empire; cit. en G. Noiriel, <<Espace de production et luttes sociales; l'exemple des usines siderurgiques lorraines (1880-1930)», Le Mouve­ ment Social, 1983(4), pp. 33-34.

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de penetrar en los secretos profesionales celosamente guarda�os 5:� el patron optani entonces por atribuir las funciones �e organ�zac10n, vigilancia e incluso contratacion a un obrero profes10nal cuahfica�o, _ evitando asi tener que asumir su tan altamente proclamada func�on de direccion 56, De ese modo, «la explotacion de los obreros rev1ste la forma indirecta de explotacion de unos por otros» 57• El obrero de oficio elegido se transformaba en «obrero empres�rial», en «coexplo­ . obrera al tador» de sus compaiieros 58. Mas aHa de las res1stenc1as �_ respecto, todo parece indicar que «las practicas ?� subcont�ata�10n socavaron rapidamente tanto las cuotas como la e�1ca �e sohdandad [ .. ] . Su difusion animo a muchos artesanos a mas alla, de su . . . de autonomia funcional y a alcanzar el s1gU1ente mvel supenor control del oficio, la aprobacion y la aplicacion de normas laborales sindicales» 59• Por su parte, la forma mas adecuada de pag� de los salarios --en particular las diferentes formas de pago a destaJ ? o, �n g�?eral, por piezas- parece haber excitado vivamente la 1magmac10n �e los . patronos. Se trataba, en todos los casos, de elevar la produc�1v1dad del trabajador por la via de fomentar en el, a traves de esumulos u.

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55 Hay algo de voyeurismo en los esfuerzos de los primeros capita�es de in ustria por fisgar el trabajo de sus obreros. Cuando Owe� r��uerda s�s � rtmeros a�os de pequeiio empresario en un taller destinado a Ia fabncacton de maq�tna� para htlar, se expresa asi: <>. R. Owen The life of Robert Owen by himself, 1 859; cit. en R. Owen, A. L. Morton [reco ilador], Vida e ideas de Robert Owen, Madrid: Ciencia Nueva, 1 968, P· 70 (ed. en ingles: 1 962). 56 Vease Pollard, ob. cit., p. 63 y, en general, pp. 63-77. 57 Marx, E/ capital ... , ob. cit., I, pp. 464-465. , 58 La primera de las citas se corresponde con el titulo de uno de los capttulos de B. Mottez, Sistemas de salarioy politica patronal, Barcelona: Nova Terra, 1 971, P· 9. La segunda procede de E. J. Hobsbawm, <>, en E. J. Hobsbawm, Trabqjadores: estudzos d� htstorta de Ia clase obre�a, Barcelona: Crt't'tea, 1979 , p. 308 (ed. en ingles del articulo: 1964). Informacton . abundante y precisa acerca de las formas de organizaci6n del trabajo y, particularmen­ te, de las formas de pago en algunas ramas de Ia indus�ria francesa �e Ia seg�nda mitad del siglo XIX puede consultarse en Reybaud, ob. ctt.; y en Benoist, ob. c.t� ., I. 59 Montgomery, ob. cit., p. 29. Las <<cuotas>> eran limita�iones de produccton Y productividad que los sindicados de oficio imponian a sus mte.mbros y, al hacerlo, al patron. Sobre algunas de las formas de resistencia obrera al ststema de subcontrata­ ci6n, vease Cottereau, ob. cit., pp. 73-81.

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salariales personalizados, los valores individualistas y antisolidarios que se encontraban en los antipodas de las ideologias que informa­ ban a los sindicatos de oficio 60, En todo caso, ambas formas de disciplinamiento --en las que el salario adoptaba la forma de «un pago por la compra de las mercancias producidas [ . . ] y no por la compra de la fuerza de trabajo» 6 1 unicamente aseguraban al patron el control sobre el producto. Por lo demas, tales tecnicas debian enfrentarse a importan­ tes movimientos de resistencia . por parte de los trabajadores, asi como tambien, en ocasiones, a la ausencia de respuesta obrera a los estimulos de naturaleza monetaria 62, Dejaban ademas sin resolver una buena parte de los problemas que afectaban a la productividad del trabajo: de la irregularidad en los ritmos de produccion a la incertidumbre sobre la calidad del producto, pasando por las eventuales perdidas, voluntarias o no, de materiales. Y, sobre todo, en la perspectiva de «despreciar la diferencia entre fueza de trabajo y trabajm> 63, los patronos debieron caer en la cuenta de que ambos sistemas -putting-out DJStem y subcontratacion- «Colocaba[n) mas alla del alcance del capitalista la mayor parte del potencial del trabajo humano que pudiera estar disponible a traves de horas fijas, control sistematico y [ .. ] reorganizacion del proceso de trabajo» 64, De lo .

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60 Un repaso de los princip ales sistemas de pago de los salarios puede ser consultado en F. Lemaire, Questions de regimes de sa/aires et d'organi Lieja: lmpr. Henri Mambourg, [191-?]; R. H. Lansburgh, Industria sation industrielle, l management, Nueva York: John Wiley & Sons, 1928, pp. 248-315 ; y en G. S. Watkins, Labor management, Chicago [etc.]: A. W. Shaw, 1928, pp. 341-384. 61 Hobsbawm, <. Lac . cit. 62 Refiriendose a Ia teoria de Ia <<curva de Ia oferta de trabajo en retroceso» escribe Deane: <<en algunas zonas econ6micamente atrasadas Ia fuerza de trabajo se comporta de manera muy diferente a lo que seria de esperar. En vez de ofrecer mas trabajo por salarios mas altos [...] hace lo contrario. La raz6n es que Ia demanda de ingresos monetarios es limitada y un salario mas alto permite al obrero alcanzar el nivel de ingresos deseado en menos tiempo que antes: por eso trabaja menos dias>>. P. Deane, La primera revolucitin industrial, Barcelona: Peninsula, 1 977, 160 (ed. en ingles: 1 965). 63 Braverman, ob. cit., p. 79 y, en general, pp. 61-76.p.Veanse tambien Marx, E/ capital ... , ob. cit., 1, pp. 103-149; y H. Gintis, <
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que se trataba, pues, era de extender su control al proceso del trabtijo mismo: el factory .rystem, empleado con exito en el caso de los trabajadores no cualificados, debia ser extendido -alli donde fuera tecnica y socialmente posible- a los trabajador�s de ofici� 65• Esa extension no podia ser en modo alguno hneal y sencllla. Con independencia de su desigual desarrollo por ramas, todo par�ce indicar que, en un principio, la disciplina de fabrica en sent��o estricto debio adoptar formas despoticas yfo bas�das en la exten��on de la disciplina al exterior de la fabrica, al espac10 de reproduccton. En todos los casos, sin embargo, el control patronal sobre el proceso de trabajo parece haber sido exterior a el, significando tan solo la definicion del «marco general de tareas, con pequei'ia interferencia directa en la manera en que los obreros las ejecutaban» 66• Y ese estrecho -y sin embargo crucial- margen podia ser investido por los trabajadores, por encima de cualquier sistema de vigilancia yfo de estimulo, como refugio de su autonomia funcional y, con ello, como venero de resistencia. Desde el punto de vista del patron, y en el marco de la feroz competencia que anunciaba, ya desde los ai'ios ochenta del siglo XIX, la era del imperialismo, ese margen debia ser colmado a cualquier precio. Hacerlo exigia romper, de una vez por todas, la cualificacion del trabajador de oficio, extender el control patronal al interior del proceso de trabajo. Es ahi, en ese punto, donde Taylor sei'iala a los patronos lo que debe constituir su objetivo prioritario: «la recogida deliberada por parte de los empresarios de la gran cantidad de conocimi�ntos tradicionales, que en el pasado estaban en la cabeza de los trabaJado­ res y en sus cualificaciones fisicas y destreza, que habian ad9-uir��o durante ai'ios de experiencia» 67. Tal es el origen de la «orgamzacton 65

del «La concentraci6n de los obreros en fabricas fue Ia consecuencia 16gica

y su exito poco putting-out .rystem (o si se prefiere, de sus contradicciones internas),

del tenia que ver con Ia superioridad tecnol6gica de las grandes maquinas. El secreto y obreros los a a arrebatab que es , adopci6n su de exito de Ia fabrica, Ia raz6n ob. cit., transferia a los capitalistas el control del proceso de producci6m>. Marglin, p. 71. 6 6 Braverman, ob. cit., p. 1 12. 67 F. W. Taylor, Testimotry before the special House Commitee; cit. en Montgomery,Ia sobre ob. cit., p. 129. Vease F. W. Taylor, La direccion de los talleres: estudio 1 925 (ed. en organizacion del trabqjo, Barcelona: Talleres Graficos Feliu y Susanna, (etc.]: ingles: 1903); y Taylor Society, Scientific management in industry, Nueva York o, Harper & Brothers, 1 929. Para una reciente vision de conjunto acerca del taylorism actes du : ... taylorisme Le Paris], 983, (1 e taylorism le sur nal Internatio Colloque veanse

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cientifica del trabajo»: el obrero-masa no podra ser es por la via de desplegar un bucle de analisis y sintesis del �e trabaj � capaz de arrebatar su saber al trabajador de oficio y ttempo, sttuarlo enfrente y por encima de el. En ese sentido, 11 de Taylor no es otra cosa que una propuesta de acelerar el nri'll!llllll' de desposesion iniciado con el transito de la cooperacion simple 11 li manufactura y a la fabrica, por el cual «lo que los obreros parciallt· pierden, se concentra, enfrentandose con ellos, en el capital. Bs ol resultado de la division manufacturera del trabajo el erigir frente . a ell�s,_ como propiedad ajena y poder dominador, las potencias espmtuales del proceso material de produccion» 68, He ahi la especi­ ficidad de la fabrica y, en ultima instancia, de la revolucion industrial misma: mas alla de la concentracion espacial de los trabajadores, mas alla tambien del maquinismo, «el cambio real se encuentra en el nuevo status del trabajador en la industria. [ ... ] Con anterioridad a la Revolucion Industrial era el trabajador e1 que poseia e1 saber; ahora es en las maquinas en donde ese saber sera encontrado. Con anterioridad a ese momento las maquinas se empleaban en ayudar al trabajador en la realizacion de su tarea; ahora ·es e1 trabajador el que ayuda a la maquina» 69. Expropiado de sus saberes -que son, a la vez, su arma esencial en la negociacion laboral-, al trabajador se le pide muy poco mas que a un idiota, tal y como sei'ialaba Ford: «cuando en 1910 fundimos los primeros cilindros del modelo T, tod� en el taller se hacia a mano [ ...] . Habia obreros cualificados y no cuahficados, moldeadores y peones. Hoy, sin embargo, tenemos aproximadamente un cinco por ciento de moldeadores y fundidores ·

Coll?que... organise par I'Universite de Paris-xm, Paris: La Decouverte, 1984; y ). ). Castillo Alonso, ob. cit. Giedion ha sugerido una cierta analogia entre Taylor y Freud en lo que se refiere a su <>. Giedion, ob. cit., p. 1 1 5 (cursiva mia). Desde ese punto de vista, Ia desposesi6n freudiana del yo equivaldria a Ia tayloriana supresi6n de saberes obreros. 68 Marx, El capital ... , ob. cit., I, p. 294. Gramsci en el mismo sentido: «no se trata [el taylorismo] de novedades originales, sino solo de Ia fase mas reciente de un largo proceso que ha empezado con el nacimiento del industrialismo mismo fase que es simplemente, mas intensa que las anteriores y que se manifiesta cor: formas rna� brutales>>. A. Gramsci, «Racionalizaci6n de Ia producci6n y del trabajm>, en A. Gramsci, Antologia, Mexico: Siglo XXI, 1984, p. 476 (escrito entre 1 932 y 1935). 69 Lansburgh, ob. cit., pp. 9-10. Para un acercamiento a! debate acerca de Ia (des)cualificaci6n del trabajo, vease Sociologia del Trabqjo, num. 2, 1 980. Veanse tambien las discusiones sobre tecnologia y descualificaci6n en Sabel, ob. cit., pp. 92107.

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realmente especializados. El noventa y cinco por ciento restante son peones o, mas exactamente, obreros especializados en una sola operaci6n, de tal modo que hasta el individuo mas estupido puede aprender a ejecutarla en dos dias» 70. El examen de las estrategias patronales tendentes a producir la habituaci6n del trabajador desde la unica perspectiva de las tecnicas de disciplinamiento del trabajo presenta el interes includable de que permite ordenar esas tecnicas segun una secuencia que finaliza, inexorablemente, en Taylor y en la «organizaci6n cientifica del trabajo». Segun ese esquema, a partir de comienzos del siglo XX, y particularmente a partir de la primera guerra mundial, el taylorismo habria pasado a convertirse en paradigma disciplinario de aplicaci6n «universal» 71. Sin embargo, ese esquema parece simplificar excesivamente las cosas: apenas si permite examinar concretamente, en su complejidad hist6rica, los muy diversos modos reales de disciplinamiento emplea­ dos por los patronos antes -jy despues!- de Taylor, en las ramas en las que los «principios» tayloristas no fueron -�no pudieron ser?- aplicados. Ello es asi por cuanto ese esquema reposa sobre una reducci6n del campo de analisis. Una reducci6n que convierte a las disciplinas industriales en disciplinas de trabajo, en disciplinas de fabrica, olvidando que «los nuevos metodos de trabajo son insepara­ bles de un determinado modo de vivir, de pensar y de sentir la vida» 72. Olvidando, en definitiva, que la habituaci6n del trabajador reposa, a Ia vez, sobre tecnicas que son aplicadas en la fabrica y fuera de ella, sobre el trabajo y sobre el trabtljador. El taylorismo mismo no puede ser enteramente comprendido si no es sobre esa base, mas amplia, que hace de ei una relaci6n social 73. Una base que lo pone en

7.

Ya Marx habia 70 H. Ford, Ma vie et mon oeuvre, Paris: Payot, 1 924, pp. 98-99. seiialado que «a mediados del siglo xvm habia manufacturas en las que, para ciertas operaciones sencillas, pero que encerraban secretos fabriles, se daba preferencia a los operarios medio idiotas», Marx, El capital... , ob. cit., I, p. 295. Sobre los origenes del fordismo, vease tambien Sabel, ob. cit., pp. 56-58. formas y 71 «[ ... ] Ia aplicaci6n universal del taylorismo al trabajo en sus variadas etapas de desarrollo». Braverman, ob. cit., p. 106. 72 Gramsci, «Racionalizaci6n ... », ob. cit., p. 475. es el de 73 «El marco general en el cual creemos que ha de estudiarse el taylorismo una contribuci6n a! estudio de problemas y cuestiones sociales mas generales. ]. Estudiar el dentroyfuera de Ia fabrica [... ] a partir de Ia organizaci6n del trabajo». J. no se Castillo Alonso, ob. cit., p. 12. En el mismo sentido: <
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rela�i6� hist6ri.cament� funcional -y ya no meramente casual con su repltca fordtsta de l�tervenci6n patronal en los modos de vidA y de consumo del trabaJador: «en America -apunta Gramsci- 11 racionalizac�6n del trabajo y el prohibicionismo son cosas includable· :ne?te relac10nadas: las encuestas de los industriales sobre la vida lntlma de los obreros, los servicios de inspecci6n creados por algunas empresas para controlar la "moralidad" de los obreros, son . ?�c:sl�ades . del nuevo metodo de trabajo. El que se burle de esas l�lc�atlvas (mcluso de las fracasadas) y no vea en elias mas que una . manifest�ci6n de " uritanismo", se niega toda posibilidad htpocnta p de comprender la 1mportanc1a, la significaci6n y el alcance objetivo del fen6meno norteamericano, que es, entre otras cosas, el mayor �sfue�zo colectivo reali�ado. hasta ahora para crear, con rapidez maud1ta y con una consc1enc1a de los fines jamas vista en la historia un nuevo tipo de trabajador y de hombre» 74. Gramsci no habi� . olv1dado la recomenda�i6n de Ure: «es de la mayor importancia para . to�o fabncante orgamzar su maquinaria moral sobre los mismos s6ltdos principios que su maquinaria econ6mica» 75. Abandonar la consideraci6n de las politicas de habituaci6n como simples. d�sc�plinas de trabajo, considerarlas como disciplinas industria­ les -dtsctpltnas de trabtljo y de vida- no implica unicamente una ampliaci6n del campo de analisis, un desbordamiento del marco de la fabrica. Implica, al tiempo, la reestructuraci6n de ese campo. Implica el abandonar un esquema secuencial en beneficio de otro que adopta, -

reduce a :a organizacion de las tare�s de/roduccion; desde una perspectiva hist6rica, Io que

caractenza a un modo de orgamzac10n del tmbajo es tanto Ia articulaci6n de las tareas en Ia empresa c�m� las relaciones sociales fuera del trabajo; Io que permite . comprender Ia dmamtca de Ia eco�10mia capitalista no es Ia vida en el trabtijo, sino Ia vida del abeyadon> . Collo�ue I�te��attonal sur le Taylorisme, ob. cit., p. 27 . . . Grams;t, «Ractonahz�cJOn... », ob. ctt., p. 476. Las politicas salariales de Ford . adqutere� aht su pl�no senttdo: «el llamado salario alto es un elemento dimanante de esa necestdad; es el mstrumento adecuado para seleccionar un personal coherente con . el ststema de producci6n � de trabajo, y para mantenerlo de modo estable». Ibid., p. . 4 7. G��msct se refiere, s�n du a, � Ia politica fordista del ((five dollars dqy;>, cuya as�gnacton reposaba sobre mv�sttgacwnes de equipos de soci6logos acerca de Ia vida . pnvada de los trabaJadore�. Veanse Mo�tgomery, ob. cit., p. 58; y Coriat, El taller. .. , . . o�. ctt., PP· 57-58. Dubreuil mega Ia reahdad de esa injerencia; vease H. Dubreuil, Mi vida e obrero en os Es:ados Unidos, Madrid: Editorial Espana, 1930, p. 148 (ed. en frances: 1930). Vease, sm embargo, R. Vrinat, L'effort industriel et social aux Etats-Unis' Paris: Albin Michel, 1927, pp. 93-94. 75 Ure, ob. cit. AI respecto, veanse las muy atinadas observaciones de Thompson en Thompson, La formacion... , ob. cit., 11, p. 253.

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mas bien, la forma de una panoplia, de un abanico de modos alternativos de disciplinamiento del trabajador, que cada patron adoptara -y adaptara- en funcion de factores historicos concretos. Considerar ese esquema abierto equivale a abandonar las comodas playas de la teleologia -y de la fascinacion de Taylor que conlle­ van- e ingresar en la historia. La propuesta de «ciclos disciplinarios» de Guademar parece situarse en esa direccion: «una vez admitido el papel de la disciplina de fabrica y de los modos de control del proceso de trabajo que la caracterizan, queda por plantearse el tipo de disciplina puesto en practica en cada tipo de empresa capitalista, en cada tipo de formacion social; plantearse el tipo de disciplina, es decir, la adecuacion de las formas disciplinarias a los objetivos productivos fijados en materia de acumulacion de capital y de reproduccion de las relaciones sociales de dominacion. La disciplina de fabrica no es una ni en el tiempo ni en el espacio» 76. Al respecto, Gaudemar ha propuesto una hipotesis que «intenta menos fundar una periodizacion del desarrollo capitalista que indivi­ dualizar una especie de largos ciclos de las tecnologias de domina­ cion capitalista y de sus aplicaciones en la organizacion de la produccion» 77• Esos ciclos se inician con el ciclo panoptico: «eS mas una tecnica de vigilancia que una tecnica de aplicacion de los cuerpos al trabajo»; «se manifiesta fundamentalmente como modo de obser­ vacion del trabajo del obrero, pero modo exterior al desarrollo del trabajo propiamente dicho, sin incidencia real sobre la forma en que el trabajador utiliza su fuerza de trabajo» 78. La radical debilidad de una forma disciplinaria tal plantearia, en algunas ramas particular­ mente, «la necesidad de renunciar a los viejos metodos disciplinarios e innovar» 79. Siempre segun Gaudemar -que retoma en este punto buena parte de las elaboraciones de Braverman-, esa innovacion abre dos grandes ciclos. Uno de ellos, el de disciplinamiento extensivo, remite a «una voluntad de disciplinar la fabrica disciplinando su exterior, [ ... a] una voluntad de reducir toda resistencia obrera mediante una doble estrategia de modelamiento, en el taller y en la casa» so. El otro 76 77 78 79 80

Gaudemar, «Preliminares. .. », ob. cit., pp. 1 14-1 15. Ibid., p. 99. Ibid., pp. 100-101. Ibid., p. 102. Loc. cit. Braverman, por su parte: «en este metodo de dominaci6n total,

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En Ia fdbrica

ciclo, diferente al anterior en tanto que paradigma, es el denominado por Gaudemar de disciplina maquinica, que reposaria, por su parte, sobre la maquina «en tanto que instrumento de objetivacion del proceso de trabajo» 81• Este ultimo ciclo, en su desarrollo extremo, conduciria al taylorismo. Hasta aqui Gaudemar. Su aportacion esencial reside, no tanto en el esfuerzo de sistematizaci6n que conlleva, cuanto en el hecho de sefialar -demasiado someramente, tal vez- que las disciplinas extensivas, de un lado, y las disciplinas maquinicas, de otro, se han desarrollado -en funci6n de la desigual incidencia de una serie de factores- de forma parale!a 82; las arenas movedizas de la locomoto­ ra de la historia pueden asi ser conjuradas, evitadas. Se trata, sin duda, de un esquema 83. Pero de un esquema fructifero por cuanto invita al analisis historico de las condiciones concretas (pais, rama, empresa, periodo) que conducen a los patronos cada patrono-­ a adoptar estrategias disciplinantes de uno u otro signo, en la hipotesis de «la existencia de una relacion esencial entre el modo de disciplinamiento y el modo de valorizacion del capital» 84. -a

8. Un analisis historico del tipo del que propone Gaudemar puede -y debe- ser abordado a diferentes escalas. A escala de formacio­ nes sociales, el estudio de Ia division internacional del trabqjo y de sus relaciones con los modos dominantes de disciplinamiento parece constituir un terreno particularmente fructifero: «el analisis compa­ rativo de las formas de disciplina y de organizacion del trabajo debe

econ6mica, espiritual, moral y fisica, reforzada por las constricciones legales y policiacas de una servil administraci6n de Ia justicia en un area industrial segregada, vemos Ia trayectoria de una compaiiia-pueblo [...] como uno de los sistemas mas ampliamente utilizados de control total antes del surgimiento del sindicalismo industrial>>. Braverman, ob. cit., p. 86. 81 Gaudemar, <>, ob. cit., pp. 102-103. Gaudemar propone un cuarto ciclo, el de disciplina contractual, en el que Ia interiorizaci6n de Ia disciplina provendria de una delegaci6n formal de poderes en manos de los sindicatos y organizaciones obreras. 82 Tras el ciclo pan6ptico, >. Ibid., p. 102. 83 Matizado, sin embargo: Ia noci6n de ciclo disciplinario <<no se refiere a una unica forma de disciplina, sino a un modo de articulacion entre diferentes formas entre las cuales una podria ser dominante al desempefiar un papel motor>>. Gaudemar, L'ordre ... , ob. cit., p. 147. 84 Ibid., p. 138.

El paternalismo ind11stria/

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ser remitido a las condiciones de dominacion, de hegemonia y de competencia que estructuran al mercado mundial» 85. Gaudemar ha podido apuntar asi algunas de las hipoteticas razones que podrian explicar el predominio de los modelos panoptico y de disciplina­ miento extensivo en la Gran Bretaiia de la primera mitad del si­ glo XIX. Del mismo modo que ha podido mostrar en que forma el afianzamiento de Gran Bretaiia como «taller del mundo» a partir de los aiios sesenta del siglo XIX, y la constitucion del «nuevo sindicalismo» de masas ingles, han debido traducirse en un movi­ miento de transicion desde esos modos dominantes de disciplina­ miento hacia formas de disciplina contractuaJ 86. A esta misma escala, el estudio de las caracteristicas ideologicas y culturales de los diferentes paises no debe ser subestimada. Al fin y al cabo, esas caracteristicas constituyen uno de los espacios privile­ giados en los que se mide Ia legitimidad social de unos y otros modos de disciplinamiento . En esta linea, Gaudemar ha seiialado que el predomi­ no de formas de disciplinamiento extensivo, paternalista, en la Italia de 1 860 a 1 900 encuentra una de sus razones de ser en «el arraigo de la ideologia cristiana filantropica en los medios burgueses» 87. Lan­ des, por su parte, ha seiialado algo similar en lo que se refiere al conjunto de los paises europeos continentales a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX: «en sociedades con una fuerte tradicion feudal y seiiorial, el propietario de una empresa prospera tendia a considerarse a si mismo como seiior a la vez que patron, con los derechos y deberes que esta posicion lleva aparejados. Se sentia in loco parentis, trataba a sus obreros como menores de edad que necesitaban un tutor firme, y sentia cierta responsabilidad por su seguridad en el trabajo y su bienestar [ ... ] . En resumen, de lo que se trata es de un fenomeno habitual de legitimacion basado en la adopcion de un rol aceptable por la sociedad en conjunto» 88. Con todo, el analisis comparativo a esta escala dificilmente puede ir mas alla de un bosquejo simple, de grandes trazos. Otras vias, otras escalas, otros problemas parecen revelarse mas adecuados. Y en particular los que se refieren a la desigual division del trabajo por ramas y a las caracteristicas regionales y locales del mercado de 85 86 87 88

Ibid., p. 1 5 1 . W:ase ibid., pp. 133-136. Ibid., p. 139. Landes, Progreso ... , ob. cit., pp. 210-21 1 .

En I a ftibrica

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trabajo. Esto es asi por cuanto uno y otro ambitos permiten abordar el estudio de los modos de disciplinamiento en relacion directa -y no ya mediada- con los problemas esenciales y concretos a los que los patronos habian de hacer frente: la movilizacion-fijacion de los trabajadores, de un lado, y su adecuacion productiva, de otro. La importancia que por separado tienen cada uno de esos factores ha sido seiialada ya 89. Pero su consideracion combinada -que es, no lo olvidemos, la forma en que se aparecen a cada patrono- no puede producirse si no es por la via de trabajos monograficos a escala de rama yfo region. AI respecto, Veltz ha propuesto un esquema de articulacion de las dos series de problemas. Una articulacion -y ello es su principal aportacion- de naturaleza historica, capaz de combinar secuencias temporales de analisis de rango diferente. Siempre segun Veltz, en tiempo largo, el desigual desarrollo de la division del trabqjo y, con el, el desigual peso entre ramas de los trabajadores de oficio y de los trabajadores no cualificados, consti­ tuiria la variable explicativa principal en el analisis de la adopcion por parte de los patronos de unos u otros modos de disciplinamiento y, particularmente, de unas u otras politicas de reclutamiento y estabilizacion de los trabajadores 90. El caso de la siderurgia es bien significativo al respecto: «la siderurgia del siglo pasado [ . . . ] se caracteriza por una division del trabajo muy polarizada entre el obrero de oficio de un lado, cuyo saber hacer no se adquiere mas que al cabo de un periodo largo de tiempo, y, de otro lado, los ayudantes, peones y obreros de fuerza de todo tipo, que gravitan alrededor del primero, y que pueden ser rapida y facilmente sustitu!dos. Asi pues, existe una mano de obra altamente estrategica, [ ... ] y de otro lado una mano de obra banal cuya movilidad no tiene mas que un impacto mny reducido. De tal modo que resulta evidente que unicamente la primera fraccion constituye -al menos al comienzo- el objeto de politicas de 89 Asi, por ejemplo, Topalov en lo que se refiere a Ia division del trabajo por ramas: «en tanto que el obrero de oficio sea el centro del proceso de trabajo, su movilidad sera para ei un medio esencial de resistencia a una patronal que intenta estabilizarlo. Por el contrario, cuando Ia mecanizaci6n progresa en una rama, elimina los oficios antiguos y constituye unos nuevos, Ia estabilidad se convertira en un objetivo de lucha de los obreros de oficim>. C. Topalov, «Para una historia "desde abajo" de las politicas sociales: invitaci6n a Ia investigaci6n comparativa internacio­ nah>, Ci11dad y Territorio, 1984(3), p. 48. 90 Veltz, ob. cit., p. 29.

El paternalismo industrial

34

fijacion de tipo paternalista» 91 . Las transformaciones que la mecani­ zacion introduce -en tanto que sintoma de una mas avanzada division del trabajo- en la estructura de cualificaciones de las plantillas, en el sentido de una aceleracion de la tendencia hacia la uniformacion del trabajo productivo, haran innecesarias estrategias de ese estilo y plantearan la necesidad de su sustitucion por otras mas sesgadas hacia el control del proceso de trabajo en sentido estricto 92. Algo hasta cierto punto similar parece ocurrir en el caso de la mineria subterranea. Tambien aqui, una debil division del trabajo -y, correlativamente, una estructura de cualificaciones fuertemente contrastada, entre los obreros del interior y los del exterior- explica en lineas generales el fuerte desarrollo de practicas disciplinarias de corte paternalista extensivo 93. La diferencia respecto de la siderurgia reside en su desigual evolucion. Porque en el caso de la mineria subterranea -y exceptuando aquellos yacimientos de bancos y filones de excepcional potencia y regularidad-, las dificultades tecnicas de mecanizacion de las labores de arranque han impedido hasta epocas muy recientes el desarrollo de una profunda division del trabajo. El trabajador de oficio ha podido mantener, por tanto, una buena parte de sus saberes profesionales y, con ellos, de su autonomia funcional. Eso explica en buena medida Ia pervivencia generalizada en la mineria, hasta muy bien entrado el siglo XX, de estrategias patronales de corte paternalista, con debil interferencia en el proceso de trabajo. En cualquier caso, en tiempo corto, el peso explicativo de la desigual division del trabajo por ramas pierde operatividad analitica, por cuanto que, a esa escala temporal, el nivel de division del trabajo en cada rama puede ser considerado como practicamente invariante. A esta escala temporal, son las caracteristicas del mercado de trabqjo local y regional y «el estado general de estabilidad o de inestabilidad de la mano de obra que se deriva de sus modos de vida historicamente 91 92

En Ia ftibrica

determinados», los factores que pasan a presentar una relevancia explicativa de primer orden 94. Abundancia o escasez de mano de obra, y mayor o menor control de unas empresas u otras sobre el mercado de trabajo, se convierten en variables definitivas a la hora de entender las practicas concretas de disciplinamiento. Por encima de todas estas escalas y de todos estos factores, cortandolos oblicuamente a todos ellos, Ia resistencia obrera -consi­ derada en tiempo largo y en tiempo corto, a escala de formacion social y a escala regional y local- constituye, por cuanto modifica al resto de los factores, el last but no least factor de explicacion de la adopcion patronal de unos u otros modos de disciplinamiento.

Ibid., p. 35. Vease ibid., p. 36. Un esplendido trabajo acerca de las consecuencias que sobre

las cualificaciones de Ia siderurgia lorenesa tienen las transformaciones tecnol6gicas puede consultarse en G. Noiriel, «
35

94

Veltz, ob. cit., p. 36.

:!

2.

FUERA DE LA FABRICA: POLITICAS SOCIALES Y (RE)PRODUCCION DEL PROLETARIADO

Fuera d e Ia fabrica

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obrero, el lugar de emergencia de su vida: «el trabajador solo se siente en si fuera del trabajo y en el trabajo fuera de si. Esta en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no esta en lo suyo» Si para el patron el no-trabajo debia ser reproduccion, para el obrero era vida. Esa diferencia, ese desfase: he ahi lo que preocupaba al patron. Le preocupaba -individualmente- por cuanto de la vida del trabajador podian derivarse problemas de grave y perjudicial inci­ dencia sabre el trabajo; le preocupaba tambien -colectivamente ahara- por c1,1anto de la vida de los trabajadores podian derivarse consecuencias de peligrosa incidencia sobre el arden social. Por lo demas, aquello que enlazaba la fabrica con su exterior, el salario, no aseguraba por si solo que el tiempo de no-trabajo se redujese a reproduccion y sumision. El trabajador, en efecto, podia hacer uso de ei como medio de vida y no ya como media de reproduccion. Podia, por ejemplo, malgastar una crecida parte de ei en interminables y etilicas horas de sociabilidad en una taberna. Lo cual, sin duda, no favoreceria que, al dia siguiente, su patron pudiera emplearse a fondo en separar su fuerza de trabajo de su trabajo 3• Podia tambien malgastar una parte de ese jornal en alimentar, al lado de sus compaiieros, los fondos de una caja de socorros y de resistencia -cuya sede no necesariamente debia ser distinta de aquella misma taberna 4 capaz de impedir al patron, al cabo de z.

3.

LA DOMESTICACION DE LOS TRABAJADORES: DE LA VIDA A LA REPRODUCCION

Lamentablemente, los problemas de los patronos no se agotaban con el repique de la campana o el chillido de la sirena que anunciaban el final de la jornada . Mas bien comenzaban ahi bajo una nueva forma. Porque si graves eran los problemas a los que cada patrono debia hacer frente en la fabrica, no menos graves eran los que para cada uno -y para todos ellos en conjunto- comenzaban a partir del momenta mismo en que el trabajador traspasaba la reja de la fabrica, ese magico ombligo, esa cesura primera cuya secreta importancia supo apreciar, recien nacido, el -todavia- ingenuo objetivo de la primera camara de cine. Dia tras dia se renovaban ahi, en ese preciso umbral, las aprensiones patronales. Para el patron, ese segmento de tiempo -tiempo de no-trabajo- tenia una importancia esencial: debia asegurar que, al cabo de unas horas, ese triste movimiento de salida del trabajo -alegre, sin embargo, para el obrero se trocase, milagrosamente, en nueva y alegre -triste, sin embargo, para el obrero- marcha hacia la ganancia. Patron y obrero investian de modo radicalmente diferente ese lapso de tiempo. Porque si en la fabrica la diferenciacion entre trabajo y fuerza de trabajo constituia, para el patron, la condicion de la transformacion del dinero en capital y de la extraccion de plusvalia, fuera de la fabrica la diferenciacion entre fuerza de trabajo y trabajador constituia, para el 9.

J_

1 «Ineluctable o necesaria, Ia fabrica no es habitualmente objcto de deseo ni de inversion afectiva por parte de los obreros, ni en el siglo XIX ni mas tarde. No tienen mas que una idea: Ia de salir de ella, [. . .] largarse. De ahi ei nspecto alegre de las "salidas de Ia fabrica", ese gran tema de las postales de comicnzos del x x , en las que los trabajadores, a! recuperar su trajes "civiles" [ . ], vuelvcn a convertirse en ciudadanos enteros». Perrot, «De Ia manufacture... », ob. cit., p. 1 1, ..

-

2 K. Marx, Manuscritos: econoflliay ftlosofia, Madrid: Alianza, 1 968, p. 109 (escrito en 1 844). No se trata de una «ingenuidad filos6fica» del «joven Marx»: «el consumo productivo del obrero [es decir, su consumo de medios de producci6n en el proceso de trabajo] y su consumo individual son [ ...] fen6menos totalmente distintos. En aquel, el obrero actua como fuerza motriz del capital y pertenece al capitalista; en este, se pertenece a si mismo y cumple funciones de vida a! margen del proceso de producci6n. El primero da por resultado Ia vida del capitalista; el segundo, Ia vida del obrero>>. Marx, El capital... , ob. cit., I, pp. 480-481 . Vease tambien Marx, Trabajo... , ob. cit., pp. 27-28. 3 Para Ia cultura obrera Ia taberna parece haber sido. algo mas y algo menos que un simple Iugar de consumo de alcohol. Vease por ejemplo D. Evrard, F. Portet, <>, Milieux, num.1 8, 1 984, pp. 9-14. 4 Herencia en muchos casos de las organizaciones gremiales, las sociedades de socorros mutuos tuvieron sede durante mucho tiempo en tabernas: <<existe en Lille un cierto numero de sociedades limitadas a 1 00 miembros cuyo origen es bastante antiguo y que, bajo Ia denominaci6n de sociedades de e"njerf/los, constituyen mas bien asociaciones de bebedores. Todas elias tienen sede en una taberna». J. Simon, L'ouvriere, Paris: Librairie de L. Hachette et Cie., 1 864, p. 349. En nota, Simon transcribe articulos de algunos reglamentos de tales sociedades.

El paterna/ismo industrial

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algunos meses, disponer de su fuerza de trabajo y de su trabajo. Y el salario, por mas menguado que fuese, no aseguraba que todo ello no se produjese: «puede decirse, curiosamente, que si el salario no es suficiente para el obrero, no lo es tampoco para el patron, que tiene necesidad de un medio de presion que le permita tener a su personal en un puii.o» 5• Y si el salario era elevado, los riesgos patronales no hacian sino incrementarse. Ford, decidido partidario de los salarios altos, por cuanto «el hombre que vive bien trabaja bien», era plenamente consciente de ello: «Cuanto mas dinero se tiene, mas posibilidades se tienen de hacer el imbecih> 6. Para el patron era de vital trascendencia, entonces, controlar el uso del salario por parte del trabajador, gestionar su reproduccion y la de su familia, conjurar su autoorganizacion 7• Lamentablemente, en regimen liberal, esa extension de poder desde la fabrica hasta la vida le estaba vedada. Debia, pues, traspasar incesantemente la barrera que nacia de la propia relacion social que instauraba. Del H. Hatzfeld, Du pauperisme a Ia Securite Sociale: essai sur les origines de Ia Securite 1850- 1940, Paris: A. Colin, 1971, p. 110. 6 Ford, ob. cit., p. 147. De ahl las !imitaciones impuestas a Ia percepci6n del ; «mi experiencia me ha enseiiado que no se puede ni aun contempori­ zar con el alcohol. [ ... ) En consecuencia, desde el principia establecimos en nuestras industrias una abstinencia total y absoluta, tanto dentro como fuera de los talleres y oficinas>>. H. Ford, en colaboraci6n con S. Crowther, Progreso, Madrid: Mariano Aguilar, 1931, pp. 337-340. . 7 Es asl como el ocio del obrero se convierte en problema patronal. Un mgemero espaiiol no dudaba en referirse a! <. P. Bailey, Leisure s

Sociale en France,

.

and class in Victorian England: rational recreation and the contest for control, 1830-1885, Londres [etc.): Methuen, 1987, p. 5 (1.• ed.: 1978). Ha seiialado tambien Ia particular

importancia que el problema del ocio obrero revestla a los ojos de los patronos industriales; vease ibid., pp. 30ss.

Fuera de Ia ftibrica

39

mismo modo que en la fabrica el control del proceso de trabajo debia nacer del exterior de ese mismo proceso -de la violencia de la apropiacion privada de los medios de produccion-, fuera de la fabrica, el control del proceso de reproduccion de la fuerza de trabajo debia nacer de la moral: «Un alza de. los salarios no acabaria con el pauperismo mas que a condicion de verse acompaii.ada de una reforma profunda de las costumbres. [ ... ] Es terrible que en los hogares de obreros el pan se encuentre ausente con mas frecuencia debido a faltas del padre que a faltas de la industria. [ ... ] De tal modo que el mal es sobre todo un mal moral; y el problema que hay que resolver es este: salvar al obrero por si mismo» s. Laissez-faire, laissez-passer, fetiche ideologico de una cierta fase del desarrollo del capital, encontraba asi su necesario correlato en la «moralizacion del obrero», esa permanente violacion de los principios liberales. �La otra cara de la moneda? No: mas bien su mismo canto, su espesor, su materia. to. De esa materia inconfesable estan hechas las politicas sociales: patronos, reformadores de toda laya y Estados se dan cita en ese estrecho y profunda canto de la moneda. Lo que de violacion habia en esa materia obligaba a unos y otros a adornarse de los mas humanitarios oropeles: todo ocurre como si, a lo largo del siglo XIX -y en particular a lo largo de su segunda mitad-, entre todos ellos se hubiese abierto una carrera -plena de disensiones, por cierto­ hacia la mejor identificacion y mas eficaz tratamiento de las «necesi­ dades sociales». Oropeles que hacen opaco, dificilmente pensable, el espacio de esas practicas. Un espacio sobre el que hoy, en los mismos terminos que hace ciento cincuenta aii.os, se puede perorar asi: «por politica social se entendera [... ] el conjunto de medidas tomadas a escala de una nacion orientadas bacia la inejora o el cambio de las condiciones de vida material y cultural de la mayoria, de acuerdo con una toma progresiva de conciencia de los derechos sociales» 9. Aparece formu­ lada ahi, en su definicion misma, toda una concepcion Juncionalista de las politicas sociales Ingenua y divertida -no en vano se organiza

s

to.

Simon, ob. cit., p. vm. P. de Laubier, La politique sociale dans les societes industrie//es, 1880 a nous )ours, Paris: Economica, 1984, p. 7. 10 Asi reconstruye Topalov Ia concepcion funcionalista: «se suponla que el Estado reconocia las necesidades de las clases mas desfavorecidas de Ia poblaci6n, que los 9

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sobre un simple juego de apariencias-, esa concepcion dificilmente resiste el analisis. Reposa sobre tres postulados, dificilmente verifica­ bles: «que los individuos-familiares sientan necesidades, que el capital las satisfaga a traves de la ley del valor, y que el Estado haga respetar las reglas del juego y se haga cargo de satisfacer las necesidades no resueltas por el capitalismo privado» 11 • Tres postula­ dos que giran todos ellos en torno a un axioma comun: las «necesidades sociales». La concepcion funcionalista, en efecto, «pre­ supone un sujeto insconsciente de las necesidades, un sujeto de la demanda social que seria subyacente a la necesidad social y la determinaria en forma secreta. Este sujeto inconsciente seria mas o menos trascendente al orden social que el constituye» 12• El reforma­ dor social y su magica varita han transformado al obrero -y a su condicion, historicamente constituida-... jen consumidor! Los equi­ pamientos no serian otra cosa, entonces, que funciones de «necesida­ des» sentidas y demandadas por un sujeto que vive para el capital. Mejor dicho: que no vive, que se reproduce, que reproduce al capital. A partir de ese instante abandonamos las turbias y ricas aguas del desfase entre vida y reproduccion, y entramos en una ensenada tersa y limpida. En esas nuevas aguas, todo el problema del reformador burgues se limita a interpretar fielmente las «necesidades sociales» y a poner a punto las instituciones adecuadas para satisfa­ cerlas. «El estado, oraculo de los tiempos modernos», seria el encargado de hacerlo 1 3. A pesar de su debilidad analitica -debido, tal vez, a que no pretende precisamente analizar-, una tal concepcion goza de buena mecanismos de mercado no conseguian satisfacer. Cada vez mas democratico y, por consiguiente, mas sensible a las presiones sociales de estas clases subalternas, intervendria mas en su favor para que el interes general no fuera sacrificado a los intereses particulares, ni los mas debiles a los mas fuertes, ni el progreso social a! desarrollo econ6mico. El Estado manifestaria en este terreno, como en los otros, una doble funci6n: garantizar el equilibria entre los intereses de las clases ciudadanas y favorecer Ia racionalizaci6n del desarrollo y Ia modernizaci6n de Ia sociedad>>. Topalov, ob. cit., p. 41. 11 F. Fourquet, L. Murard, Los equipamientos del poder: ciudades, territorios y equipamientos colectivos, Barcelona: Gustavo Gili, 1978, p. 61 (ed. en frances: 1976). 1z Ibid., p. 70. 1 3 Ibid., p. 85. En esa tarea .el Estado se veria asistido por expertos hermeneutas. El urbanista entre ellos: <<el urbanista que sepa identificar las necesidades y responder a elias sera capaz de asegurar Ia felicidad del hombre>>. J. Dreyfus, La ville disciplinaire: essai sur l'urbanisme, Paris: Galilee, 1976, p. 30. La ironia del que escribe -urbanista de profesi6n- es evidente: uno creeria estar oyendo a Fourier.

•

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�alud. �e su vigor practico habla su capacidad para haberse tntroductdo de contrabando en el interior mismo de la concepcion estructutd�-mar:;cist� de las po�iticas sociales, que reformula aquella en sus prop10s termtnos. Un ejemplo entre mil, y no precisamente el mas burdo: al inicio de una investigacion financiada por la Adminis­ tracion sobre necesidades sociales y equipamientos colectivos en la region de Paris, el equipo investigador partia «de considerar los equipamientos como necesarios de hecho para responder a numero­ s�s necesi_dade� determinadas por la evolucion de las fuerzas produc­ ttvas, e . tnscrttos -por encima de las justas criticas que hacen refer�ncta �1 peso de las orientaciones estatales en su definicion y f�?ctonamtento- en un movimiento historico general de socializa­ cwn del c�ns��o capaz de superar los limites y efectos negativos del consumo tndtvtdual mercantil de los asalariados explotados» 14. La gestion de la reproduccion y sus conflictos es presentada ahi como un proceso fatal y teleologico. Resulta, en efecto, dificilmente . vertficable la «necesidad» de ese magnifico y estruendoso «movi­ m�ento historico general de socializacion del consumo», y converi­ drta, tal vez -y cuando menos-, interrogarse acerca de la necesi­ dad «de hecho» de los equipamientos existentes, y acerca de la naturalez� y genesis de las presuntas «necesidades determinadas por , de las fuerzas productivas». No hacerlo equivale a caer la evolucton de lleno, con armas y bagajes, en una concepcion economicista de la reproduccion de la fuerza de trabajo, que «considera � los trabajado­ res solamente como una fuerza de trabajo y a la fuerza de trabajo solamente como una mercancia» 1 5• Equivale, en ultima instancia, a «con�iderar las n�cesidades de los trabajadores solo desde el punto de vtsta del capttal» 1 6• Porque al ser obviada la tension entre reproduccion de la fuerza de trabajo y vida obrera historicamente const!t�ida, �os conflictos derivados de esa tension, que involucra la _ mtsma de las necesidades sociales, se ven desplazados a un defintcton terreno funcionalista, y convertidos en simples desajustes entre la demanda («social») y la oferta (estatal o, en general, burguesa) 17, Las 1 4 E. Preteceille, <<Equipements collectifs, sciences sociales et planificatiom> Les Annales de Ia Recherche Urbaine, 1983(3), p. 34. 15 Topalov, ob. cit., p. 47. Resulta cuando menos curiosa Ia sustituci6n que en eJ

'

•

_ texto de Pretecellle se opera entre socializaci6n de Ia reproducci6n y <<socializaci6n del consumm>; tal vez el autor los identifica.

16 17

Loc. cit.

<
El paternalismo industrial

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politicas sociales y los equipamientos son, entonces, arrancados a la burguesia por las luchas obreras. Unas y otros aparecen asi como _ terreno del conflicto 1 8 . Y no como su producto. Tanto en la concepcion funcionalista como en la estructural­ marxista, las necesidades sociales, su genesis, no se ven problemati­ zadas: se dan como supuesto, como «hecho». Se sin!an asi en el centro de una secuencia lineal y unidireccional que conduce del sujeto portador de la necesidad al Estado (o al reformador), el cual las satisface en funcion del «bien comum>, en un caso, o de las «luchas populares», en el otro. Si en el primer caso las limitaciones de tal satisfaccion se reducen a las «posibilidades economicas y politicas de un pais en un momenta dado» 19, en el segundo caso esas limitaciones naceran de la «relacion de fuerzas». Una metafora similar, aunque invertida, subyace a Ia concepcion normalizadora de las politicas sociales. Desde el punta de vista de esta, y frente a la imagen funcionalista del proceso de genesis de las necesidades sociales, «�no habra que invertir, por casualidad, el mecanismo de esta representacion y situar al capital y al Estado en el origen del proceso que culmina en la representacion de las necesida­ des?» Con arreglo a tal metafora, las «necesidades sociales» de los funcionalistas se convierten, pura y simplemente, en invenciones de los reformadores burgueses: «civilizar un pueblo [ ...] no es sino hacer nacer en el necesidades nuevas» 21. Una completa inversion se ha producido: de ser condicion incuestionada de las politicas sociales, las necesidades han pasado a convertirse en su producto: «la necesidad, lejos de ser aquel punta de partida seguro y natural (aun cuando es historico), puede ser concebida, por el contrario, como zo.

marxistas] un deslizamiento de una problem:itica fundada en el concepto de contradic­ ci6n a otra de tipo funcionalista». Ibid., p. 43. Preteceille mismo reconoce esa debilidad: «las teorias criticas de Ia normalizaci6n a traves de los equipamientos han puesto de relieve algunas debi!idades y algunas reducciones funcionalistas del an:ilisis de Ia reproducci6n de Ia fuerza de trabajo>>., Preteceille, ob. cit., P· 36. 1s «Una tal concepcion [estructural-marxista) insiste sobre el hecho de que las politicas sociales han aportado a los trabajadores beneficios reales, estos no han _ . podido ser obtenidos mas que por las luchas populares>>: Y ello «mcluso s1 [tal _ _ . beneficio) se revela finalmente funcional para Ia reproduccton amphada del SIStema social>>. Topalov, ob. cit., p. 49. 1 9 Laubier, ob. cit., p. 7. 20 Fourquet, ob. cit., p. 161. 21 C. Gide, Curso d e economia politica, Paris [etc.): Libreria de Ia Viuda de Ch. Bouret, 1926, p. 40 (ed. en frances: 190-?).

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producto construido pieza por pieza por el Poder dominante, y [... ] como tal, ya no es un elemento subjetivo a satisfacer, sino el factor objetivo de sojuzgamiento» 22. Un paso mas y los trabajadores devienen objeto -y ya no sujeto- de esas necesidades inventadas: «la persona o el sujeto no es un atributo originario; es un produc­ to»23. Producto, objeto del «Poder», la condicion obrera ha sido evacuada. Y con ella, el terreno de emergencia de la subjetividad proletaria. Con ambas elipsis desaparece tambien el conflicto. Las politicas sociales devienen contradictio in terminis: estrategias de dominacion sin lucha. La secuencia que, en la concepcion funciona­ lista, y tambien en la estructural-marxista, se despliega del sujeto al Estado aparece ahara invertida en su direccion: del «Paden> al sujeto. En ambos casas, sin embargo, el mecanismo se representa como una secuencia lineal y unidireccional. 11. A pesar de sus limitaciones, tanto la concepcwn estructural­ marxista como la concepcion normalizadora de las politicas sociales presentan, frente a la mixtificacion funcionalista, aspectos de interes includable: la primera de elias, a traves de la nocion de conflicto; permite cuestionarse, si no acerca del origen y genesis de las necesidades sociales, si al menos acerca de la mecanica de las politicas sociales; la segunda, por su parte, aun cuando se ve llevada a negar la existencia de un sujeto de las necesidades -y, con ella, del conflicto-, permite un cuestionamiento productivo acerca de la genesis de las «necesidades sociales» que para el proletariado define, a traves de sus politicas sociales, la burguesia. Tales aspectos pueden ser operativamente reintroducidos en una problematica capaz de interrogarse productivamente acerca del estatuto filosofico de las necesidades sociales. Una problematica que, para resultar efectiva, debe partir de la consideracion de las necesida­ des como individuales y subjetivas. Una consideracion de neta estirpe marxiana, tal y como Agnes Heller ha demostrado: «Marx entiende unicamente necesidades de individuos. Se puede calcular o evaluar una media de las necesidades individuales [ ... ], pero estas continuan siendo en todo momenta individuales» 24. En tanto que 22

23

Fourquet, ob. cit., p. 161.

Ibid., p. 86. <>. Ibid., p. 85. 24 A. Heller, Teoria de las necesidades en Marx, Barcelona: Peninsula, 1986, p. 78 (ed.

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tales, las necesidades no pueden ser sino «necesariamente» suijetivas: para que los medias de consumo puedan ser considerados como necesarios «basta con que se consideren habitualmente como tales», independientemente de que lo sean objetivamente 25, e indepen­ dientemente tambien de toda consideracion acerca del «bien comum>: «la identificacion de las categorias de "interes general" y "necesidad social" es completamente ajena a la concepcion de Marx considerada en su conjunto. Conviene subrayarlo con fuerza, dado que en la literatura marxista se ha hecho corriente el usa de ambas categorias como sinonimos» 26. Individuales y subjetivas, las necesidades socia­ les pueden entonces ser interrogadas historica y no tautologica­ mente. Unicamente asi es posible abordar «la cuestion esencial de la genesis historica de las necesidades sociales» 27. Pero ella implica, necesariamente, un radical cambia de metafora: frente a una secuen­ cia lineal, un bucle de interacciones multiples y de multiples sentidos. Con arreglo a tal imagen --que complica considerablemente las casas-, la condicion obrera y las necesidades que de ella surgen, de un lado, y las estrategias burguesas de reproduccion de la fuerza de trabajo, de otro, se enfrentan en el terreno de la definicion misma de las necesidades sociales. Vida obrera y reproduccion para el capital, en su constante desplazamiento historico, convierten a las necesida­ des s'ociales en producto cambiante de la tension que las enfrenta: ni simple trasunto de la condicion obrera ni producto simple de las politicas sociales, aquellas necesidades emergen, mas bien, como lo que estd en juego.

Desde esa perspectiva, las politicas de gestion de la repoduccion de la fuerza de trabajo, las politicas sociales, «encuentran su fundamento en las contradicciones de las sociedades capitalistas y evolucionan historicamente con los conflictos de clase» 28. Admitido esto, la investigacion unicamente comienza. Porque lo que parece hist6ricamente verificable es que «entre las exigencias nacidas de la explotaci6n y de la resistencia a la misma, de la condici6n obrera en suma, y las politicas publicas [y no publicas, se podria aiiadir] que se en aleman: 1974). Para evitar toda suspicacia, tal vez convenga recordar que Heller se apoya no tanto en e1 Marx «jovem> cuanto en El capital y los Grundrisse. 2s Ibid., p. 38. 26 Ibid., p. 78. 27 Topalov, ob. cit., p. 47. 2s Ibid., p. 42.

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supone responden a las necesidades de la poblaci6n, existe un proceso de transformaci6n, de reformulaci6n, de desplazamiento» 29. El espesor de ese desplazamiento, el c6digo que rige esa reformula­ ci6n, eso es lo que es preciso investigar hist6ricamente. Dos registros, dos filtros cambiantes, parecen organizar esa reformulaci6n; procedentes, cada uno de ellos, de uno de los palos de la contradicci6n. Procedentes, en primer lugar, de los reformadores burgueses y del Estado. Lo que parece includable hist6ricamente -y ella basta para cortar la hierba bajo los pies de la concepcion funcionalista y, en este punta, tambien de la estructural-marxista­ es que «la burguesia no ha apreciado las necesidades de los trabajadores en la forma en que estos las sentian y expresaban. El arden de prioridades se modificaba al pasar de la consciencia obrera a la consciencia burguesa» 3o. Esa modificaci6n explica en parte que «las reformas llevadas a cabo son a menudo, al principia, indiferentes a gran parte del movimiento obrero, incluso a veces fuertemente combatidas» 31, Un ejemplo de esa indiferencia, a mediados del siglo XIX: «en Paris y en Marsella, hace algunos aiios, se hicieron ensayos de cites obreras. En los barrios de ordinaria habitados por los obreros se demolieron viejas casas mal iluminadas [... ], y se cons­ truyeron en su lugar hermosos edificios de piedra tallada, con escaleras monumentales, amplios corredores, apartamentos bien distribuidos, bien iluminados y provistos de todo lo que es necesario en una vivienda. Una vez hecho esto, se coloc6 un reglamento en la puerta exterior, y se esper6 a los inquilinos: estos no se presenta­ ron» 32, La ausencia par respuesta, pues. Setenta aiios mas tarde, esa 29 30 31 32

Ibid., p. 45.

Hatzfeld, ob. cit., pp. 1 87-188. Topalov, ob. cit., p. 44. Simon, ob. cit., p. 365. Un fracaso similar es e1 de Ia Cite Damis, en Amiens: vease ibid., pp. 366-367. El relato que Rolande Trempe hace de los avatares de las viviendas. construidas por Ia empresa en Carmaux resulta bien significativo: «Ia organizaci6n [de las viviendas] habia sido concebida para responder a los habitos campesinos de las recientes reclutas [de trabajadores]. Su plan incluia un establo capaz de permitir Ia cria de un cerdo y de ganado menor. Ademas estaba previsto el alquiler de un huerto para aquellos que lo deseasen. Parece, pues, que estas viviendas estaban en condiciones de satisfaeer las necesidades de los mineros; y sin embargo, a finales de 1 867, es decir un ano y medio despues de su puesta en servicio, unicamente una veintena habia sido ocupada [de un total de mas de noventa...] . En el origen de Ia repugnancia de los mineros a convertirse en inquilinos de Ia compania se encuentra, sin duda, Ia precauci6n de salvaguardar su independencia». R. Trempe, Les mineurs de Carmaux, 1848- 1914, Paris: Editions Ouvrieres, 1 971, I, pp. 261-262.

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ausencia se convertia en diversion: los programas de Habitations a Bon Marchi que el Estado .frances desarrolia en los aiios veinte de nuestro siglo preveian la instalacion, en cada vivienda destinada a una familia obrera, de cuartos de baiio completos, incluyendo -«inaturalmente!»- baiieras. No sabiendo que hacer con elias, no necesitandolas y precisando, sin embargo, de un espacio, no previs­ to, destinado al almacenamiento de carbon, la mayor parte de «los usuarios» optaron -sin duda muy razonablemente- por destinar la baiiera... a carbonera 33. Se trata de anecdotas, es cierto. Pero de anecdotas expresivas de la distancia que a menudo existe entre las necesidades obreras historicamente constituidas y las «resptiestas» dadas a esas necesidades por parte de las politicas sociales 34. Distancia que se encuentra en la base de la frecuente conversion de la indiferencia obrera en franca resistencia. Es el caso de aquelias medidas de politica social que intentan satisfacer las necesidades

33 Vease Dreyfus, ob. cit., p. 1 08. <<Si en Espana hubiera una cantidad consignada en el presupuesto para subvencionar a las sociedades beneficas que se dedicaran a construir casas para obreros, habriamos progresado mucho; lo extrano e incomprensi­ ble, es que en las peticiones que los obreros dirigen a los Gobiernos, nunca piden nada que a este asunto se refiera». A. de Llano, Hogar y Patria: estudio de casas para obreros, Oviedo: Impr. La Comercial, 1 906, p. 30. De Llano, capataz facultativo de minas y constructor de obras, propondra un modelo de vivienda obrera al que mas abajo se aludira.. Quiza no este de mas recordar, a fin de apreciar Ia distancia que existe entre necesidades obreras y <>. Topalov, ob. cit., p. 45. 34 <<Son dificilmente aceptables las tesis que sostienen Ia correlacion directa y casi unilateral, entre las necesidades sociales y las respuestas dadas a las mismas.>> C. Lopez Alonso, <<Memoria introductoria>>, en De Ia benejicencia a/ bienestar social: cuatro siglos de accion social, Madrid: TS [etc.], 1 986, p. 1 3. En el caso espanol, <<no parece que el movimiento obrero organizado (y menos el que carece de cauces de expresi6n) haya sido el motor de los primeros seguros sociales como no sea por medios indirectos: entre 1 900 y 1 908 su demanda de seguros de vejez otorgada por el Estado pricticamente era nula, lo que no quiere decir que no estuviesen preocupados por Ia ancianidad o Ia invalidez y sus problemas. [... ] En lo sucesivo sus posturas fueron flexibilizandose pero sin perder cierta ambigiiedad>>. E. Martinez Quintero, <<El nacimiento de Ia prevision social (1900-1917): las primeras soluciones a! problema de Ia vejez: entre Ia prevision y Ia beneficencia>>, en De Ia benejicencia ... , ob. cit., p. 191.

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burguesas de control de la reproduccion y, en un solo movi�ient� , quebrar la autoorganizacion obrera en ese terreno. La res1stenc1a . obrera a los intentos burgueses de controlar las soc1edades obreras de solidaridad y lucha es significativa al respecto. En sus comienzos, en efecto las sociedades obreras de socorros. mutuos no parecen diferenci;r claramente entre objetivos mutualistas y objetivos de resistencia: «parece normal [. . . ] que al comienzo los obreros .no hayan disociado sus problemas profesionales de aqueli? s �� ros q�e hoy liamariamos sus problemas sociales; una sola orgamzac10n deb1a ser suficiente para todo» 35. Esa indiferenciacion de funciones de las sociedades de socorros mutuos preocupaba, con razon, a patronos y reformadores, que definen entonces toda una estrategia tendente a que «el obrero deje pronto de ver en elias una creacion de su propia clase» 36. Para elio se trataba, ante todo, de discriminar entre objetivos mutualistas y objetivos de lucha: l� s e�fuerzos burgueses . por introducir -apoyandose en una pretend1da mcapac1�ad de los obreros para administrarse a si mismos- «socios honoranos» en las sociedades obreras deben ser interpretados en ese sentido 37. Jules Simon, por ejemplo, es muy explicito al respecto: «a pe�ar de s� s progresos recientes, las sociedades de socorros mutuos estan toda":1a en su periodo de infancia; los obreros que las fundan se veran obligados a recurrir, todavia por un tiempo, a pe�sonas acostu��ra­ das a la prictica de los negocios. Uno de los med10s de series utll es entrar con elios en sus asociaciones» 38. Entrar en elias para, por la via de la financiacion parcial y de la benevolente direccion, definir un nuevo tipo de «necesidades», mas acordes con una a�ecua�a reproduccion de la fuerza de trabajo. En tales casos, la res1stenc1a obrera se manifestaba como prevencion: «los preambulos [de los reglamentos] suelen insistir sobre el cara�ter auto�? mo y obrero de . la organizacion [. . . ]. El rechazo de la mtervencwn de los soc1os Hatzfeld, ob. cit., p. 192 y, en general, pp. 1 90-198. Para el .caso espan�l, ve�se Hzstorza Soczal, M. Raile, <<El montepio obrero: �anacronismo o modelo?>>, Estudtos de 1984(3), p. 8. . . el nacimiento de Ia 36 J. L. Peset, <, Estudios de Historia Social, num. 7, 1978, p. 196. 37 Vease Hatzfeld, ob. cit., p. 204 y, en general, pp. 192-213. las masas trabaja o��s: 38 Simon, ob. cit., p. 350. Refiriendose al pauperismo de . sistema de aso�1ac10n el es oponerse puede males <<el unico remedio que a tan graves El Penznsular, pobreS>>, los de fundado en buenos reglamentos y dirigido por personas amigas en Espana obreras nes asociacio las y mo pauperis <<El Elorza, A. 1842; reproducido en . (1833-1 868)>>, Estudios de Historia Social, nums. 1 0- 1 1 , 1979, p. 351

3s

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llamados "protectores" -de extracci6n burguesa- viene a ser Ia regia implicita» 39. Nada esperaban los obreros, pues, de esas filantr6picas iniciati­ vas; su resistencia es buena prueba de ella. Como tampoco parecen haber esperado mucho de Ia intervenci6n estatal: «Ia posibilidad de pedir una colaboraci6n al Estado no se suele evocar ni entre elias [las sociedades de socorros mutuos] ni en Ia prensa obrera radical» 4o. La resistencia de una parte de las organizaciones obreras a las primeras normativas de lo que, andando el tiempo, constituiran los sistemas de seguridad social es igualmente significativa. En Francia, ni las medidas de politica social de Luis Napoleon parecen haber alcanzado «Ia colaboraci6n de los interesados» 41 , ni Ia instauraci6n en 1910 del seguro obligatorio, y en 1930 del seguro de enfermedad, podran evitar Ia resistencia de fracciones importantes de las organizaciones obreras 42• Alga similar parece haber ocurrido en Gran Bretaiia con la Old Age Pensions Act de 1908, y con Ia National Insurance Act de 191 1 43, para no hablar de Alemania, en donde los socialistas, durante mucho tiempo, se manifestar:in publicamente en contra de todas y cada una de las medidas de politica social dictadas par Bismarck, que constituian el «mas avanzado programa de seguridad social conocido hasta entonces» 44. Con esa indiferencia 'y resistencia generalizadas, las organizacio­ nes obreras expresaban su voluntad de autonomia en la gestion de sus problemas de vida -e, indisolublemente, de lucha- y en la definicion de sus propias necesidades. Asi lo expresaban, par ejemplo, los representantes obreros comisionados para visitar la exposicion universal de Paris, en 1 867: «existen compaiiias o socieda­ des industriales que parecen haber hecho alga en intere:s del obrero, organizando par ejemplo economatos en los que se encuentra todo tipo de alimentos, [ . . . ] o cites obreras, o iglesias ( ... ] . Aun reconocien-

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Raile, ob. cit., p. 1 1 . <, ob. cit., p. 36. Sabre Ia actitud de los socialistas alemanes vease F. Alvarez-Uria, Miserables y locos: medicina mental y orden social en Ia Espaiia del siglo XIX, Barcelona: Tusquets, 1 983, p. 293, nota 79.

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do el valor de estas casas, declaramos que, partidarios de la libertad, deseamos llevar nuestros asuntos nosotros mismos, y que no necesitamos mas que libertad» 45: nada menos, pero tampoco nada mas. En ese sentido -y solo en el- las «nec!!sidades sociales» son inventadas, producidas par las politicas sociales, definidas con arreglo a las prenociones que subyacen al discurso reformador burgues -clasificar, civilizar, sanear 46-, y elevadas al rango de necesidades «generales» en las que es preciso educar a las poblaciones obreras, ignorantes de lo que «necesitam>: «las "necesidades sociales" son "verdaderas", autenticas necesidades de los hombres particula­ res; aquellas personas que de facto no tienen necesidades de este tipo, "todavia no han reconocido" sus "verdaderas" necesidades. [ . . .] Pero �quien debe decidir cuales son las "verdaderas" necesidades de los hombres? [ . . . ] Seran unicamente los representantes de las deno­ minadas "necesidades sociales". En otras palabras: como encarna­ ci6n de la "universalidad" y de la "socialidad", las necesidades efectivas de los privilegiados o de los Iideres del movimiento social deciden cuales de entre las necesidades de Ia clase (es decir, de la inmensa mayoria de la poblacion) son "justas" y cu:iles "injustas". [ . . . ] Donde existen necesidades "no reconocidas" hay tambien "educadores" que "hacen conscientes" a los hombres de sus necesi­ dades» 47. Las «necesidades sociales» no son otra cosa, pues, que las necesidades -burguesas- de reproduccion de la fuerza de trabajo. Pero quedan par explicar las razones par las cuales algunas de esas invenciones pasan a formar parte de la subjetividad obrera y, a traves de ella, de su condicion misma y de sus reivindicaciones 48. Porque lo que dificilmente puede ser obviado -y ella reduce la credibilidad de la concepcion normalizadora de las politicas socia­ les- es la evidencia, historicamente verificable, de que, a partir de

45 Tartaret, Proces-verba11x de Ia Commission oHVriere de 1867; cit. en A. Abriani, <>, en Villagi operai in Italia: Ia Val Padana e Crespi d'Adda, Turin: Einaudi, 1981, p. 59, nota 29. 46 Vease Topalov, ob. cit., p. 45. 47 Heller, ob. cit., pp. 78-79. <. Ibid., p. 79. 48 Si <. Dreyfus, ob. cit., pp. 1 1 1 y 1 13.

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un determinado momento, el movimiento obrero parece haberse apropiado -y parece haber reivindicado la satisfacci6n- de algunas de esas «necesidades» definidas, para los trabajadores, por los reformadores burgueses y el Estado. Todo parece indicar que «la misma existencia de las politicas sociales transforma los intereses de las reivindicaciones obreras, que de esta forma son, en parte reorganizadas por el Estado» 49• El Estado -o los reformadores­ acotan asi, conflictualmente, el espacio mismo de la reivindicaci6n obrera; ese proceso es el que hay que investigar concretamente, diferenciando para ello entre la necesidad y su modo de satisfacci6n tal y como Heller -'-parafraseando a Marx- propone: «la modalidad de la satisfacci6n modifica la necesidad misma» so. Desde ese punto de vista, lo que queda por explicar es la forma hist6rica de los procesos concretos que transforman la aspiraci6n a instruirse en aceptaci6n y reivindicaci6n de la escuela, la aspiraci6n a curarse o no enfermar en aceptaci6n y reivindicaci6n del hospital S!. Es en esa transformaci6n en la que juega, probablemente, un segundo regis­ tro, un segundo filtro, una segunda linea de conflicto -interna ya al proceso de constituci6n de la subjetividad obrera. Un segundo filtro que parece remitir, en ultima instancia, a la subordinaci6n «estructu­ ral» de la condici6n obrera y a las dificultades de emergencia de una subjetividad proletaria enteramente aut6noma respecto de las formu­ laciones burguesas de las «necesidades sociales». Sin menospreciar otros factores sz, una linea insoslayable de investigaci6n deberia asumir como hip6tesis que ese filtro procede, en alguna medida, de algunas organizaciones de vocacirfn obrera, que habrian actuado como

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Topalov, ob. cit., p. 45. Heller, ob. cit., p. 32. <>. Ibid., p. 31. 5 1 En Francia, <<si bien es cierto que Ia necesidad de leer es un hecho caracteristico del Segundo Imperio, no es menos cierto que esa necesidad no se traduce siempre en terminos de reivindicaci6n de apertura de escuelas. En un primer momenta, las expresiones obreras de esta demanda son originales respecto de las formulaciones patronales o estatales». J . B. Martin, La fin des mauvais pauvres: de /'assistance a /'assurance, Seyssel: Champ Vallon, 1983, p. 82. 52 Dreyfus ha seiialado Ia importancia que en Ia fabricaci6n de <
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eventuales agentes de la reformulaci6n de las necesidades obreras en los terminos definidos por las p oliticas sociales burguesas: «tras la Comuna de Paris, Bismarck impuso planes de Seguridad Social, destinados a impedir, como el propio concepto indica, todo peligro social. [ ... ] Este modelo de lucha contra el socialismo result6 tan eficaz que se generaliz6 a otros paises capitalistas. Pero lo mas curioso es que el socialismo internacional paso de una oposici6n y una critica frontal hacia las medidas proteccionistas dictadas por el Estado tutelar a considerarlas autenticas conquistas producto de luchas heroicas de las clases obreras» 53• Si asi fuese, una parte de las organizaciones socialistas, a traves de su estrecha colaboraci6n con los reformadores sociales burgueses, habria contribuido en no escasa medida a reducir la distancia entre necesidades obreras y «necesida­ des sociales», a cerrar el bucle, a colmatar el vacio, pleno de riesgos, entre vida: obrera y estrategias de reproducci6n de la fuerza de trabajo.

4. LAS POLITICAS SOCIALES: UN ESQUEMA DE ANALISIS 12. Esas estrategias se ensayan, desde un punto de vista hist6rico, en torno al problema del pauperismo, esa pesadilla que, a lo largo del siglo XIX, parece haber quitado el sueiio a patronos y gobernantes.

53 Alvarez-Uria, ob. cit., p. 257. Es sabido que para llevar adelante sus programas de sozialpolitik, Bismarck cont6 con el inestimable apoyo de Lasalle, punto de enlace con los <<socialistas de c:itedra». Marx habia seiialado ya <
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No podia ser de otro modo: el pobre conjura en torno a si todos los fantasmas de unos y otros. Si en el discurso burgues pauperismo llega a hacerse sin6nimo de «cuesti6n social», ella es debido a que el obrero era, ante todo, un pobre, real o virtual: «en el concepto de trabajador libre esta ya implicito que ei mismo es pauper: pauper virtual» 54. No existe equivoco posible al respecto: «hasta que no se penetra en los populosos barrios de una ciudad fabril no se puede ver claramente lo que de comun existe entre un mendigo y un obrero; y sin embargo, y por mas que cueste [ . . . ], es preciso decirlo: mas de la mitad de los hogares dependen de las limosnas» 55. Todos los pensadores, todos los reformadores burgueses coinciden en percibir la profunda relocalizaci6n que la figura del pobre experi­ menta con el desarrollo de la industrializaci6n capitalista. Con raz6n: si en los modos precapitalistas de producci6n el pobre se definia por su marginaci6n de la producci6n, «no es sino en el modo de producci6n fundado en el capital, donde el pauperismo se presenta como resultado del trabajo mismo, del desarrollo de la fuerza productiva del trabajo» 56. Es 16gico, pues, que el largo camino de las politicas sociales, de las estrategias de gesti6n de la reproducci6n de la fuerza de trabajo se haya originado en ese punta: «la seguridad social ha sido en nuestras sociedades la respuesta mas coherente al desafio del paupe­ rismo» 57• A esa traslaci6n real del pobre se corresponde un significa­ tivo cambia de imagen acerca de la pobreza; la vieja percepci6n de esta -su percepci6n heroica o sagrada- se desmorona 5s . Con ella,

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Marx, Elementos... , ob. cit., II, p. 1 10. Simon, ob. cit., p. 313. <, en J. Stuart Mill, Sobre Ia libertad: capitulos sobre el socialismo y otros escritos, Barcelona: Orbis, 1985, p. 223 (los <>, concebidos en 1 869, se publicaron por primera vez, p6stumamente, en 1 879). Oigamos a Niceforo: <>. A. Niceforo, Bosquo/o de antropologia de las clases pobres, Madrid: Imp. de Ia Revista de Legislaci6n [y Jurisprudencia], 1 903, p. 8, nota 1. Por lo demas, cno nos recuerda Hobsbawm que en Ia Gran Bretaiia del siglo XIX unicamente podia ser considerado como parte del estrecho segmento de Ia aristocracia obrera aquel trabajador que no se viese obligado a recurrir a Ia ley de pobres? Vease Hobsbawm, <>, ob. cit., p. 270. 56 Marx, Elementos... , ob. cit., II, p. 1 1 1 . 57 Hatzfeld, ob. cit., p . 6. 58 <
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caia tambien, al menos bajo los dardos de la crtttca, el modelo dominante de su gesti6n: la asistencia. En esa labor de destrucci6n -y por debajo de los repartos de poder que, en lo que se refiere a la gesti6n de las instituciones de beneficiencia, las enfrentaran a lo largo del siglo XIX- parecen darse cita nobleza y burguesia, pensamiento religioso y pensamiento liberal. Malthus, evidentemen­ te, desde este ultimo campo: «para poner remedio a los frecuentes infortunios del pueblo, fueron instituidas en Inglaterra las leyes de pobres [ . . . ] ; pero es de temer que si bien estas leyes han aliviado un poco la intensidad de algunas desgracias de cadcter individual, en cambia han extendido el mal general sobre una superficie mucho mayor» 59. En lo esencial, y desde un campo de pensamiento distinto en su tradici6n, no es diferente la opinion del cat6lico Le Play: «las corporaciones entregadas al alivio de los infelices son necesarias en aquellos regimenes de libertad que permiten a los viciosos e imprevisores crear familias miserables; pero estan lejos de ser completamente beneficiosas. Varias de entre elias no hacen sino agravar el mal, convirtiendo a la pobreza en un mal endemico y sustituyendo por paliativos los verdaderos medios de curaci6m> 60 . De un lado, pues, la asistencia no hacia otra cosa que reproducir incesantemente los problemas que trataba de gestionar. De otro, sin embargo, los peligros econ6micos y sociales de una reproducci6n libre de la fuerza de trabajo y de una gesti6n privada de los medios de vida, impelian -incluso a la burguesia mas ferozmente liberal­ a intervenir sin tregua en el problema del pauperismo. Se plantea entonces una soluci6n de compromiso: intervenir selectivamente. Lo cual equivalia a diferenciar a los «buenos» de los «malos» pobres. La liberal Gran Bretana opta, en ese campo, por permitir que los pobreza era el primer grado del heroismm>. M. A. D'Ambrosio, Pasividad economica: primeros principios de una teoria socio/Ogica de Ia poblacion economicamente pasiva, Barcelona: Henrich y Compaiiia [ca. 1911), II, p. 89. Sabre Ia percepci6n de Ia pobreza en el Antigua Regimen, vease M. Foucault, Historia de Ia locura en fa ipoca cltisica, Mexico: Fonda de Cultura Econ6mica, 1 976 (ed. en frances: 1964). Veanse tambien Alvarez­

Uria, ob. cit.; y F. Alvarez-Uria, <>, en De Ia beneficencia... , ob. cit., pp. 1 1 7-146; asi como diversos trabajos en esa misma obra. 59 R. Malthus, Primer ensayo sobre fa pobfacion, Madrid: Alianza, 1984, pp. 89-90 (ed. en ingles: 1978). La primera poor law inglesa data de 1 601 . 60 F. Le Play, Oeuvres de F. Le Play. II. La riforme de fa societe; Le travail, Paris: Editions d'Histoire et d'Art, 1 941, p. 67. Se trata, probablemente, de una cita correspondiente a Ia primera edici6n de La riforme sociafe en France, de 1 864.

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pobres se diferencien a si mismos. Un anatema hara las veces de piedra de toque: poverty is a crime. Malthus lo habia definido: «por muy duro que pueda resultar en ciertos casos individuales, la pobreza dependiente deberia ser considerada vergonzosa. Este esti­ mulo parece ser absolutamente necesario para promover la felicidad de la gran masa de la humanidad, y cualquier intento de caracter general para debilitarlo, por muy caritativa que sea su aparente intencion, derrotara siempre su popio proposito» 61 . Sera Malthus tambien quien proponga el «instrumento de prueha» para la autodi­ ferenciacion de los pobres -la workhouse-- 62, asi como la terapia para corregir el crimen de pobreza -el trabajo: «para los casos de extrema miseria, podrian establecerse asilos financiados merced a una contribucion territorial recaudada en todo el reino, y que fuesen gratuitos para personas de todos los condados e incluso de todas las naciones. La vida en estos asilos seria dura, y se obligaria a trabajar a quienes pudieran hacerlo. Seria sumamente aconsejable que estos asilos no fueran considerados como confortables retiros donde cobijarse en los periodos dificiles» 63. El trabajador pobre, a traves de ese tratamiento, se veria transformado en pobre trabajador. La gloria de haber dado forma a tan sutil estrategia corresponde a Edwin Chadwick, seguidor aventajado del gran maestro de las sutilezas: tras la Poor Law Act de 1 834 (y la instruccion de 1 842 que fijaba su regimen interior) puede adivinarse, en efecto, la embalsamada cabeza de Bentham 64. La workhouse reformada, con sus escasamente «confor­ tables» condiciones de vida, se organizaba, en efecto, sobre dos ejes de estirpe utilitarista: el estimulo y la coercion 65. Con ella se trataba 61

Malthus, ob. cit., p. 96. P. de Azcarate y Florez, EvolucirJn de Ia organizacion parroquial en Inglaterra desde 1601 a 1894, Madrid: Libreria General de Victoriano Suarez, 1 913. 63 Malthus, ob. cit., p. 103. El origen de la casa de trabajo hunde sus. rakes en la etica calvinista. Vease Marx, El capital.. . , ob. cit., 1, pp. 614 y 217-218. Veanse tambien Melossi, ob. cit.; y M. Ignatieff, Le origine delpenitenziario: sistema carcerario e rivoluzione industriale inglese, 1 750- 1850, Milan: Arnoldo Mondadori, 1 982 (ed. en ingles: 1 978). 64 Vease Peset, ob. cit., pp. 1 87-188. 65 <<El pauperismo queda ahora [a partir de 1 834) relegado a una dimension puramente moral, es definido como anclamiento en la pereza, eleccion espontanea de ociosidad y exceso. [ ...) La workhouse se define, pues, por el proyecto de reducir las malas inclinaciones del hombre, por reducir su naturaleza viciosa>>. J. Donzelot, <<Espacio cerrado, trabajo y moralizacion: genesis y transformaciones paralelas de la prision y del manicomio», en Espacios de poder, ob. cit., pp. 42-43 (ed. en frances: 1970). Para una minuciosa descripcion de los encantos de la vida en las workhouses, 62

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de, a la vez, disuadir y �a�tigar; de disciplinar, en suma, tal y como tempranamente fue perc1h1do por Marx: «en esas casas de trabajo la benefice?cia se co��ina ingeniosamente con la venganza que la burgues1a desea �. n�1¥1r a los desvalidos que apelan a su caridad. [Su] tarea ya no cons1st1ra en yugularlo [al pauperismo], sino en discipli­ narlo» 66. Si en Gran Bretafia las politicas de tratamiento de pobres reposaron, a lo largo de los dos ultimos tercios del siglo XIX sobre la autod�f�renciacion de estos 67, en aquellos otros lugares en ios que una trad1c1on cultural de signo catolico vedaba tales procedimientos toda �na legi�n de pens�d?res y reformadores se entregaron co� . . al sa�10 entrete 1m1ento de clasificar pobres 68. Concepcion fru1c1on ? Arenal, por eJemplo, edtficara, con una minucia admirable toda una historia natural del pobre. Cinco taxones la organizan: «l�s misera­ bles lo son: 1 .o porque no pueden trabajar [sea "por falta de trabajo", sea "por falta de aJ?titu�"], 2.0 p?rque no quieren trabajar, 3.o porque mal?ast�� la retnbu�wn s_ufictente del trabajo, y 4.o porque la . retnbuc10n del trabaJO es msufictente» 69. Y no sera la unica: no vease J . P. Navailles, <>'

Milieux, num. 1 8, 1984, pp. 25-3 1 . 66 K. :M_arx, Glosas criticas marginales al articulo <<El Rry de Prusia y Ia reforma social. Por un prusrano;), Barcelona: Etcetera, 1977, p. 12 (ed. en aleman: 1 844). 67 Taine percibio bien el dispositivo moral de la workhouse: <
�.uando el obrero sin trabajo vi�ne a pedir socorros a las autoridades se le responde; Dadnos la prueba de que quere1s trabajar; id a la work-house">>. H. Taine, Notas sobre lnglaterra, Madrid: Calpe, 1 920, II, p. 175. Taine describe dos workhouses -una en Oldham y �tra en Londres-:-, y constata con sorpresa que aun a pesar de que <, tales palacios se . encuentran cons1derablemente infrautilizados. Su acompaiiante le da la respuesta: «thry prefer to be free and to starve>>. Ibid., II, pp. 175 y 1 76 (en ingles en el original). 68 El Baron de Gerando, un clasico de la beneficencia era consciente de la ' importancia de tales deleites: <>. Baron de Gerando El visitador del pobre, Barcelona: Imp. Hispana de V. Castaiios, 1 854, p. 32 y, en gen�ral' cap. 3 (<>). 69 C. Arena!, <>, Bolet�n de Ia lnst�tucion Libre de Enseiianza, 1891, p. 22. Concepcion Arena! hab1a establec1do los rud1mentos de tal clasificacion en 1 871; vease C. Arena! La cuestion social. Cartas a un obrero, Madrid: Libreria de Victoriano Suarez, 1 895, p . 7576 ( 1 .• ed.: 1871). «�El desorden puede ser en ningun caso elemento de bien? La clasificacion, tan indispensable en todas las ciencias, �no sera precisa en la ciencia social?>>. C. Arena!, La beneficencia, Ia filantropia y Ia caridad, Madrid: Libreria de Victoriano Suarez, 1 894, p. 1 70 ( 1 . •. : 1 862). Para las clasificaciones inglesas, vease E.

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existe tratado o folieto sobre el pauperismo que, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, no rinda tributo, en este aspecto, al gusto de estirpe dieciochesca por las taxonomias 70• En todas elias el criterio de clasificacion sera el mismo: la relacion con el trabajo. y las terapias, en todos los casos, y al igual que en Gran Bretaiia, se desplazarin entre el estimulo y el castigo: «hay tres clases de mendigos: los invalidos; los sanos que no halian trabajo; los vagos. A los primeros, la elecci6n entre el establecimiento de Beneficencia y la caridad privada. A los segundos, socorros a domicilio [ . . . ] . A los terceros, persecuci6n y castigo» 71 . Por cualquiera de las dos vias, lo que estaba siendo forjado, sobre las ruinas de la asistencia, era la nocion de que nadie debe ser ayudado si no se ayuda a si mismo. Lo que estaba siendo cuidadosa­ mente destilado era la quintaesencia refinada de los toscos liama­ mientos a la abstinencia obrera por parte de los patronos de la primera mitad del siglo XIX. Lo que estaba siendo construido era la nocion de prevision, soiiado coraz6n de las politicas sociales burgue­ sas n . Lo que estaba siendo definido era un programa de «moraliza­ ci6n», de ortopedia. Una estrategia voluntaria: no en vano Le Play advertia que «la prevision no es una disposici6n natural» 73• Hobsbawm, El mundo del trabqjo: estudios his!Oricos sobre Ia formaciony evolucion de Ia clase obrera, Barcelona: Critica, pp. 268ss (ed. en ingles del articulo: 1978).

70 Tales taxonomias no dejan de resultar pintorescas, por lo que el lector sabra disculpar que espiguemos unas pocas. Vega-Rey propone diferenciar entre el «pobre y honrado trabajadon>, el «pobre decente>>, el <<mendigo vicioso y holgazam>, el <<pobre doradO>> o <, las <>, etc. Vease L. Vega-Rey, Pobrezay mendicidad: estudio critico filosdfico-social, Madrid: Imprenta de Enrique Teodoro, 1885. P. Strauss, senador y factotum de las !eyes francesas de asistencia de finales de siglo, distingue entre <>, <>, <> y <<nomadas>>. Vease P. Strauss, Assistance sociale: pauvres et mendiants, Paris: Felix Alcan, 1901, pp. 1 80-189. D'Ambrosio, al clasificar a Ia poblacion economicamente pasiva, propone diferenciar entre <> (edad, sexo, calamidad, accidente, etc.), < (<<mendigos>>, <>, <>, <<prostitutas>> y <>) y <> (desocupados, detenidos, reclusos, asilados, etc.). Vease D'Ambrosio, ob. cit., 1. 71 Arena!, La beneficencia... , ob. cit., p. 1 69. 72 Para Ia divulgacion de esa nocion entre el gran publico y bajo Ia forma de ejemplos edificantes, vease, naturalmente, S. Smiles, jAyUdate!: (self-help), Barcelona: Ramon Sopena, 1935 (ed. en ingles: 1 862). Vease tambien N. Evans, <
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13. Afiladas las armas, quedaba por determinar quien tenia derecho a hacer uso de elias. Visto desde hoy, desde las alturas de ese magno -�y arruinado?- edificio al que denominamos welfare state, el problema parece irrelevante. No era asi, sin embargo, para los reformadores burgueses de la segunda mitad del siglo XIX. Atrapa­ dos entre la necesidad ineludible de traspasar permanentemente la pura relaci6n salarial, de un lado, y una cierta concepcion de la separaci6n entre la sociedad civil y el Estado, de otro, a los reformadores burgueses parece no haberseles escapado que «en el problema de la pobreza es el sistema liberal entero el que viene a interrogarse; y nunca en vano: a cada reformulacion de esta cuestion le corresponded. [ ... ] una reordenacion de los dominios privado­ publico, y una redistribucion de las fuerzas y territorialidades econ6micas, sociales, etc.» 74. El pensamiento y la prictica liberales intentarin a su modo gestionar esa contradiccion de la que nacen las politicas sociales. El trinsito de los paradigmas apoyados en la asistencia a aquelios otros que se basan en la prevision corria parejo del intento liberal de acotar un espacio de intervencion legitimable, capaz de esquivar aquelia contradiccion. Ese espacio -un espacio estrecho y precario por cuanto contenia en si mismo algunos de los origenes del estado de los equipamientos- no sera otro que el de Ia filantropia. Demasiado despreciado, demasiado connotado hoy, ese termino revestia, para los reformadores burgueses de la segunda mitad del siglo XIX, un resplandor magico, por cuanto designaba un espacio de intervenci6n de contornos conceptualmente precisos; un espacio central, estrategicamente localizado en el bucle que conduce del individuo al Estado, y de este a aquel. El tmico espacio, en definitiva, que, en el marco del sistema liberal, daba derecho a disciplinar 75• Dos ejemplos pueden bastar para examinar la forma concreta en que ese espacio es conceptualmente elaborado. Uno de elios, el de

74 Martin, ob. cit., p. 34. Los debates iglesia-burguesia a propostto de las competencias en el tratamiento de pobres no son, desde este punto de vista, otra cosa que expresiones de esa redistribucion. Vease P. Glumpowitcz, <>, Milieux, num. 17, 1984, pp. 35-41. 75 <<�Como asegurar el desarrollo de las practicas de conservacion y de formacion de Ia poblacion desligandola de cualquier asignacion directamente politica, pero lastr:indolas, sin embargo, con una mision de dominacion, de pacificacion y de integracion social? Respuesta: por Ia filantropia>>. J. Donzelot, La policia de lasfamilias, Valencia: Pre-Textos, 1 979, p. 58 y, en general, pp. 58-61.

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Concepcion Arenal, temprano, de mediados del siglo XI�; el o�ro, el de Emile Cheysson, de comienzos del · siglo XX, de los anos mtsmos en los que el welfare .state comenzaba a romper el huevo en el que habia venido incubandose. En el primer caso, las instancias, los agentes y su� legitimidades especificas son nipidamente identificados: «Benefi�e� cta es la compa­ sion oficial, que ampara al desvalido por un sentlmtento de o��en y de justicia. Filantropia es la compasion filosofic�, que auxtha al . _ desdichado por amor a la humanidad y la conciencta de su dtgmdad y de su derecho. Caridad es la compasion cristiana, que acude �1 menesteroso por amor de Dios y del projim�» 7� . :roda la secuencta parece apoyarse en sus extremos; estos --el tndtvtduo, el Esta�o­ constituyen los puntas de carga de todo el entr� mado. Al mtsmo tiempo, y desde el punta de vista de su eficacta, esos �xtremos parecen ser, a la vez, sus eslabones debiles. Ni la beneficencta estatal ni la caridad privada, ni ambas reunidas, pueden resultar agente� eficaces de gestion de las poblaciones; estas no s�n, en efect� , m individuos ni Estado. La ineficacia de la beneficencta y de la candad no procedia tanto de la vastedad de los problema� a lo� que d� bia _ hacer frente como de su radical incapacidad para dtsctpltnar eficten­ temente. Es d� cir, para --:-en un solo �ovimiento- disc_rimi��r � «moralizar». Nt beneficencta estatal sola, mcapaz de «moraltzar» , m caridad privada sola, incapaz de dis� rimina� : «alli la caridad_ ofici�l hace el bien sin amor; aca la candad pnvada hace el bten Sln criteria» 78. Reunir «amor» --asistencia- y «criteria» -prevision-: he ahi' sin duda la solucion. Esa reunion se realizaba, milagrosa­ mente en el «se�timiento». A ei correspondia un espacio especifico, la aso�iacion filantropica: «para dar alivio al desdichado, la sociedad, como el individuo' necesita simpatizar con el que sufre, dolerse de sus penas ' meditar en los medias de aliviarlas: instinto, sentimiento, razon. Al dar :i la Beneficencia la organizacion conveniente, la razon debe estar representada por el Estado, el sen�imie� to por la� _ . asociaciones filantropicas, el instinto por la candad mdtvtdual: he aht Arena!, La beneficencia... , ob. cit., p. 76. . . . a 77 <. Ibid., p.84. «Una corporaci6n que no sabe nada de Ia vida inti:Ua de las fam1has q.ue han de ser socorridas, es impotente desde muchos puntas de vista>>. Le Play, ob. Cit., p. 67. . 78 Arena!, La beneficencia... , ob. cit., pp. 75-76. 76

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los tres elementos que, combinadas, deben producir . la armonia» 79. Toda la secuencia se trastoca ahara: formalmente apoyada en sus extremos, pasa a ser funcionalmente organizada desde su centro. Desde el, desde esa paradojica crujia que es la asociacion filantropica, se opera la distribucion de tareas, el reparto del der.echo a disciplinar: «j:>artiendo de esta base, a poco que se reflexione, se comprende lo que deben hacer el gobierno, la asociacion y el particular. El calculo, la direccion corresponde al Estado: ei debe hacer todo lo que no pueden hacer los particulares ni las corporaciones, asi como estas deben hacer todo lo que no puede aquel» so. Por media de la filantropia -un espacio formalmente privado-, la linea de division entre lo publico y lo privado quedaba trazada y, con ello, el sistema liberal a salvo. Pero era tambien la filantropia -un espacio funcio­ nalmente colectivo, una «trama privada del Estado», en terminos de Hegel- la que aseguraba la so/dadura entre la sociedad civil y el Estado, hacienda efectiva asi la necesaria intervencion de conjunto en la gesti6n de la reproduccion de la fuerza de trabajo. Fuera de la filantropia, impotencia por todas partes: «la Beneficencia con su ilustracion y su autoridad forma una especie de trama, sabre la cual trabajan la filantropia y la caridad. Suprimid la caridad y la filantropia o aisladlas, y la obra de las corporaciones y de los individuos no tienen consistencia» 81 . Impotencia del esqueleto, impotencia de la carne porque, adem:is, uno y otra, otra (la «razon») y uno (el «amor») est:in radicalmente privados de sangre, privados de saber: saber y poder se reunen en la filantropia. Discriminacion y asignacion de terapias diferenciadas pasan a convertirse en patrimo­ nio suyo. La filantropia deviene ciencia, ciencia social; el tratamiento de pobres y las politicas sociales arraigan entonces en la reunion de «la caridad, la autoridad y la ciencia» sz. Es decir: lo privado, lo publico, la filantropia. Si esta deviene ciencia, la ciencia, atrapada en una trama a la que da consistencia, deviene poder. Curiosamente -y ello indica el vigor del espacio de intervencion 79 Ibid., p. 1 39. AI respecto vease tambien Gerando, ob. cit., pp. 261-262. La figura del visitador del pobre encarna en si misma a! espacio de Ia filantropia. Veanse C. Arena!, El visitador delpobre, Madrid: Libreria General de Victoriano Suarez, 1 946; y V. ]. Ghika, La visite des pauvres, Paris: Gabriel Beaucheine, 1923. Marx y Engels han ridiculizado a esa figura a prop6sito de un folletin de Sue, en La Sagrada Familia. 80 Arena!, La beneficencia... , ob. cit., p. 139. 8 1 Ibid., p. 141 . 82 Ibid., p. 165.

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asi definido�, las cosas no se plantean de una forma esencialmente , diferente medio siglo mas tarde, por boca de Emile Cheysson, hombre bien conocido de la filantropia y de los grandes patronos franceses 83 • La (mica diferencia significativa, una diferencia de grado, nacia de que ese medio siglo habia servido, ante todo, para afilar y afinar el paradigma liberal de division y articulacion de lo publico y lo privado. Afilarlo en la medida en que el objeto de tratamiento de las politicas sociales, el campo de poder de las asociaciones filantropicas, se ha visto ampliado; ha desbordado, en efecto, el estricto ambito del pauperismo para extenderse al conjunto de la reproduccion social. Afinarlo en la medida en que las terapias -asistenciafprevision� y las instituciones se especializaran conside­ rablemente en funcion de la necesaria labor de discriminacion. Sinteticamente expresado: «es sobre todo a las crisis de la vida a las que [la asociacion filantropica] se orienta, ya sea para prevenirlas por la prevision, o para repararlas por el seguro o la asistencia [. . . ]. Cada una se ha especializado en el estudio y el remedio de un mal particular» 84• En todo caso, en la filantropia se daba por objeto la totalidad de la vida humana, es decir, de la vida del trabajador: «la asoc�acion se inmiscuye en todos nuestros actos, es como el aire que resptramos y en el cual nos movemos» 85 . El aire que respiramos y en 8 3

El texto en el que se apoya lo que sigue es < como politica de gestion de la mano de obra industrial­ Cheysson se convertira en el mas acabado teorico del paternalismo industrial. Vease R. Melchers, <>, Milieux, num. 14, 1 983, pp. 15-21. Sobre diferentes aspectos de la vida y obra de Cheysson, vease Milieux, num. 28, 1 987 (monografico). 8 4 Cheysson, <>, ob. cit., pp. 151-152. 85 Ibid., p. 1 56.

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el que nos movemos ��existe imagen mas abarcante?� es, ademas, red y raiz, vegetal bien plantado en las profundidades del cuerpo social: las asociaciones filantropicas «se presentan bajo el aspecto de una red que nos envuelve por todas partes»; «se dividen y subdivi­ den y, gracias a una especie de fenomeno de escision, estas ramas que . echan ratces al tocar el suelo, se desgajan del tronco y viven ya su propia vida a partir de su propia savia» 86 , �y el Estado? Este campeon de la libertad -aplicado y, a la vez, esquivo discipulo de Le Play� no se ha olvidado de eL Lo admite si? reservas: «henos aqui en presencia de dos grandes fuerzas que se dtsputan el poder en los momentos actuales: la Asociacion libre, el Estado [la caridad, al filo del siglo XX, ha abandonado discretamente la funcion]. �Sera preciso enfrentarlas una a otra [ ... ] en una especie d� �u�lo a muerte entre dos adversarios implacables que no podrian vtvtr JUntos? Por nuestra parte no podemos admitir que la cuestion se plantee con una intransigencia tal, ni que no haya lugar entre el "Todo al Estado" y el "Nada al Estado"» 87 . No se trata aqui de un pr? blema de principios; era mucho lo que estaba en juego. Se trata, . mas bten, de un problema de conveniencia, de eficacia. Las atribu­ ciones especificas de lo publico y de lo privado variaran en funcion de «la opinion». En funcion, pues, de la opinion burguesa. El limite de esas atribuciones «es, en efecto, movil, y se desplaza continua­ mente en funcion de la opinion publica y de las costumbres» 88 , No hay �?i debe hab�r� contradiccion entre intervencion estatal y . a�octac10nes filantroptcas. Es mas, el desarrollo de una y otra dtscurre paralelamente. Un mismo registro las sostiene: «en tanto que los Parlamentos legislan, tensan con emulacion el resorte del Estado y aumentan cada vez mas sus intervenciones, sus usurpacio­ nes y su burocracia, la iniciativa privada, por su parte, se afirma en creaciones multiples cuya red, un poco mas apretada cada dia, se extiende progresivamente a todos los problemas sociales» 89, 8 6 87

Ibid., pp. 156 y 1 52. Ibid., pp. 154-155. Lo�. cit. Tambien <
88 . opinion>> es invocada al respecto por Concepcion Arena!: <<St. la candad esta en la opinion, y no puede dudarlo sino el que no la estudie, es evt�ente el deber que tiene el Estado de hacer a los necesitados la mayor suma de bien postble>>. Arena!, La beneficencia..., ob. cit., p. 81. 89 Cheysson, <>, ob. cit., p. 151. Otro especialista en economia social es de la misma opinion, al tiempo que, en los primeros aiios del siglo xx, seiiala la raptda evolucion de <> a este respecto. Todavia en la exposicion universal

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Todo se reducia a valorar funcionalmente el reparto de atribucio­ nes, a «trazar la frontera que separa las intervenciones legitimas de las que no lo son» 9°. El criteria de esa delimitacion es estructural, funcion de la organizacion «natural» del cuerpo social. Liberal a ultranza, corporativo a ultranza, Cheysson retomaba la imagen de la piedra arrojada al agua: «un mismo individuo pertenece a varias [estructuras], que describen en torno a el circulos concentricos cada vez mas grandes, como esas ondulaciones circulares que traza sobre la superficie del agua una piedra echada al centro del estanque» 91 . Familia, asociacion, Estado; en la articulacion de esos tres niveles se labra la piedra de toque de la legitimidad: «para la prestacion de un servicio determinado conviene recurrir al organo elemental, exacta­ mente adaptado a el, y no recurrir a un organo superior mas que cuando se este convencido de que el que le precede inmediatamente en la jerarquia asociativa es insuficiente para ellm> 92 , El lugar de la filantropia habia sido trazado: solo ella era capaz de superar la tension entre el centro y la circunferencia. Entre el punto (la familia) y la linea (el Estado ), la filantropia era la superficie, lo extenso. La materia misma del circulo: lo social. de Paris de 1 889, el primer premio de Ia secci6n XVI («Intervention de l'Etat>>) hubo de ser concedido a una sociedad inglesa fundada en 1 882 con el explicito objetivo <<de oponerse a toda tentativa de convertir a! Estado en un competidor o en un regulador de los distintos modos de actividad social. En este gran concurso abierto para mostrar lo que puede hacer Ia intervenci6n estatal un solo concursante fue considerado digno del gran premio: aquel que lo combatia. Se creia entonces -era incluso el credo de Ia Economia politica liberal- que Ia acci6n individual no podia sino verse debilitada alii en donde Ia intervenci6n del Estado fuese fuerte y viceversa. [ ... ] Hoy Ia experiencia ha mostrado que no existe este pretendido antagonismo entre los dos factores sociales. Su acci6n es paralela y no supletiva. Se desarrollan conjuntamente o vegetan conjuntamente>>. C. Gide, Economie sociale, Paris: ] . B. Sirey, 1907, pp. 45-46. El texto, cuya primera edici6n es de 1905, procede de una reelaboraci6n del informe oficial del jurado de Ia secci6n quinta de Ia exposici6n universal de Paris de 1900, redactado por Gide y publicado en 1903. Charles Gide, editor de las obras de Fourier y te6rico del cooperativismo, era profesor de economia social en Ia Facultad de Derecho de Paris y en Ia Escuela Nacional de Caminos y Puentes. 90 Cheysson, <>, ob. cit., p. 1 55. 9 t Ibid., p. 1 56. 92 Loc. cit. El Estado debera, pues, hacerse cargo de <. Pero tambien de <<proteger a aquellos que no pueden defenderse a si mismos, como los niiios, y de [... ] hacer reinar el orden en las calles>>. Ibid., pp. 1 57 y 155.

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14. Pero todo parece indicar que desde comienzos del siglo XX, al igual que una pelicula pasada hacia atras, la ultima onda en el agua invade el centro que la produjo. El Estado -el estado de los equipamientos, el welfare state- sustituye a la filantropia, la borra, la . hace innecesaria en tanto que espacio privilegiado de gestton de la reproduccion. Son muchos, sin duda, los factores, los procesos que conducen a ei, acelerandose y combinandose de manera decisiva a partir de la primera guerra mundial. Pero de lo que no cabe duda es de que, a partir de los primeros aiios del siglo XX -y con el temprano precedente de la sozialpolitik bismarckiana-, las intervenciones masivas y generalizadas en el espacio de las subsistencias, de la vivienda obrera, de la asistencia educativa y sanitaria, de las diversas clases de seguros, etc., definen, subitamente, la constitucion, en el terreno de las politicas sociales -como, por lo demas, en tantos otros- de una estrategia burguesa de conjunto diferente a la que habia presidido sus practicas a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX 93, Intuimos su relacion con las transformaciones economicas y sociales generadas por la produccion en masa y la profundizacion del proceso de proletarizacion de las poblaciones 94; intuimos el papel que la guerra ha debido desempeiiar al respecto, en tanto que laboratorio para el ensayo general de nuevas formas de gestion de la reproduccion social 95, Pero de lo que no cabe apenas duda es de que 93 Peset ha reconstruido los hitos esenciales de ese proceso para diversos paises y en lo que se refiere a! ambito especifico de Ia seguridad social. Vease Peset, ob. cit. . Para Francia, vease Hatzfeld, ob. cit. Para una revision reciente de las aproxtmactones al analisis del welfare state, vease F. de Felice, <<El Welfare State: cuestiones a debatir Y una hip6tesis interpretativa>>, Debats, num. 1 1 , 1 985, pp. 36-67 (ed: en italiano: 1984 . 94 <>, Coriat, El taller... , ob. cit., p. 79. 95 Refiriendose a Belgica: <
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las propias contradicciones del espacio de la filantropia planteaban urgentemente la necesidad de algun cambio de modalidad discipli­ nana. Cuando Concepcion Arenal trate de concretar, en el caso hipotetico de la organizacion de un hospital, la distribucion de atribuciones que propone en la teoria, se vera obligada a movilizar esa distribucion: el Estado sera el encargado de elegir el emplaza­ miento adecuado y proveer y sostener el local, el material y el personal necesario. Pero tambien de «promover asociaciones» filan­ tropicas que, por su parte, deberiin hacerse cargo de gestionar el hospital (administrar e inspeccionar los fondos, vigilar a los emplea­ dos) y de discriminar entre aquellos que aspiran a acogerse a eL El Estado como impulsor de asociaciones; pero tambien como estimu­ lante de la caridad privada, la cual, finalmente, se vera reducida a aportar aquello que puede, es decir, «amor y limosnas» 96• La estructura teorica de reparto del derecho a disciplinar se veia recorrida asi, en la practica, por un flujo de arriba a abajo, del Estado al disciplinado. Aunque asi no fuera, las propias exigencias organizativas de la filantropia, la necesidad -para ser eficaz y abrazar al conjunto de la reproduccion- de especializacion y coordinacion entre las diferenHoy se hallan adaptados, con ventaja, a Ia beneficencia los principios de distribucion, suministro y asistencia, que en Ia epoca del cerco Ia necesidad impusm>. M. C. Alfaya Lopez, Noticias sobre algunos transformaciones sociales de Ia postguerra en Bilgica: asistenciay beneficencia, Madrid: Impr. de Ia Viuda e Hijos de J. Rates, 1927, p. 12. En Gran Bretaiia «Ia Primera Guerra Mundial significa Ia muerte o Ia modificacion de muchas [ ...] actividades filantropicas>>. Evans, <>, ob. cit., p. 321. Algo similar puede ser seiialado en lo que se refiere a! welfare work en Ia industria: <>. Institute of Industrial Welfare Workers, Welfare work in industry, Londres [etc.]: Isaac Pitman & Sons, 1925, pp. 5-6. Gaudemar ha seiialado Ia importancia de las guerras en tanto que laboratorio de nuevas modalidades disciplina­ rias. Vease Gaudemar, La movilizacitin. . , ob. cit. Las situaciones de excepcion, en general, pueden ser caracterizadas de ese modo: es tambien el caso de las epidemias, como ha seiialado Foucault. 96 Arena!, La beneficencia, ob. cit., pp. 140-141. Incluso Cheysson seiiala como una atribucion esencial del Estado, sin Ia cual el espacio de las asociaciones filantropicas se desmoronaria, Ia de <<provocarlas y animarlas>>, Ia de <<promover esta iniciativa y guiarla>>. Cheysson, «Le famille...>>, ob. cit., p. 1 57. .

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tes asociaciones, conducian a estas a su desaparicion, a su conversion en aparatos de Estado: «estas asociaciones, que han surgido esponta­ neamente, [ . . . ] han permanecido durante mucho tiempo distintas y especializadas; pero han terminado por darse cuenta de que este aislamiento perjudicaba a la eficacia de su accion, y de que tras el periodo inicial de division del trabajo y de fuerza centrifuga, habia llegado el momento de la concentracion y de la fuerza centripeta. [ . . . ] . Despues de haberlas dividido, segmentado y aislado en compar­ timentos estancos, se ha reconocido la necesidad de reunirlas -de la misma forma que elias habian reunido a los individuos- para clades una cohesion sin la cual sus efectos se perderian en escaramuzas esteriles» 97. El movimiento de concentracion se encuentra en el origen mismo del desarrollo de la filantropia: «este movimiento de concentracion no se detiene [. . . ]; de la misma forma que se habia visto la necesidad de asociar a los individuos en sociedades, las sociedades en uniones y las uniones en federaciones, se ve ahora como logica la idea de agrupar estas federaciones en una sintesis de cuarto grado» 98, A partir de ahi todo pasa como si el movimiento se invirtiera, se transformase en un flujo -tambien aqui- de arriba a abajo : esa «sintesis de cuarto grado» 99 «ha fundado en provincias un cierto numero de comites autonomos, que son verdaderos focos de accion metodica y regulada contra la miseria bajo todas sus formas. Hay que esperar que su numero crezca rapidamente, y que el pais entero no tarde en verse cubierto por estos comites» t oo. Por una via u otra, un estado mayor de la filantropia acechaba a esta a la vuelta del camino. Pero ese Estado privado, esa utopia corporativa era ya el Estado. 0, al menos, un contra-Estado, gemelo del Estado tout court. En la misma palabreria liberal sobre la defensa del individuo frente al Estado se encontraba ya este: «si se quiere salvar al individuo y sus libres iniciativas, sera preciso recurrir al medio que preconiza la diplomacia para prevenir los conflictos entre dos paises limitrofes, y que consiste en interponer entre ellos un

97 Cheysson, <>, ob. cit., pp. 1 52-153. Concepcion Arena!, por su parte: <>. Arena!, La beneficencia ... , ob, cit., p. 76. 98 Cheysson, <>, ob. cit., p. 153. 99 Cheysson se refiere a Ia Alliance d'hygiene sociale, en cuya constitucion el papel de Cheysson parece haber sido esencial. 1 oo Ibid., p. 1 54.

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Estado-tamp6n: es a la asociaci6n a la que corresponde ese papel» 101• El vocero del no intervencionismo estatal reconstruia, a su modo, al Estado. La linea de demarcaci6n entre lo publico y lo privado en el ambito de la gesti6n de la reproducci6n social de conjunt� llega a hacerse tan tenue que se desdibuja. . y desaparece. Como s1 de una vieja actriz se tratase, 'a fi?ales d� l siglo XIX,, el mas brillant� papel de . A �art1r de es: la filantropia era, al m1smo t1empo, el ult1mo. momento, como si de una vieja corista se tratase, su meJor papel sera su misma ausencia. .

Con la muerte de la filantropia as1st1mos, pues, al nacimiento del Estado de los equipamientos. Nada de «natural», sin embargo, en ello: lo que se despliega ante nuestros ojos es una profunda reordenaci6n de las relaciones entre sociedad civil y Estado y, a traves de ella, una radical transformaci6n de las relaciones entre poder y derecho 102. Puede sostenerse a modo de hip�t� sis que, con las revoluciones burguesas, con la toma del poder pohtlco por parte de la burguesia unicamente se iniciaba el largo camino de consti�u­ ci6n del Estado burgues, la ampliaci6n a derecho de su poder soc1al. En el ambito de las estrategias de reproducci6n social, la filantropia, esa instancia de poder sin derecho, desempeiiara un lugar pivotal: la sustancia misma de ese largo camino. Mas alla de toda <<noci6n juridica del poder [, que] dejaria escapar mecanismos irreductibles a la representaci6n del derecho» 1 03, Gramsci, en la sorda soledad de una carcel fascista, pens6 ese camino. Hasta el, y desde la tradici6n dieciochesca del derecho natural, la dicotomia sociedad civil(Estado tenia un valor simple­ mente descriptivo; servia, ante todo, para acotar, para distinguir, para fijar 104. Con Gramsci, esa dicotomia, movilizada a traves de la

15.

101 Loc. cit. <<Es logico que Ia asociacion libre tienda a transformarse en servicio publico a medida que se extiende y sobre todo a me�ida qu� Ia necesidad a Ia que responde se hace mas fuerte y mas generalmente senuda». G1de, ob. cu., p. 102 Para Alvarez-Uria Ia intervencion estatal en los problemas de reproduccwn de conjunto de Ia mano de obra no parece ser otra cosa que una simple continuidad de Ia filantropia: <> ob. cit., p. 1 43. 1 03 Martin, ob. cit., p. 31. 104 Bobbio ha resumido con brillantez Ia evolucion de esa dicotomia hasta Gramsci. Antes de Hegel Ia sociedad civil era identificada basicamente con sociedad politica, con el fin de diferenciar claramente el reino de Ia voluntad del reino de Ia necesidad o sociedad natural. Con Hegel, que se apoya en este punto sobre los

��·

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noci6n de hegemonia, servira para pensar la estructura del poder en las sociedades burguesas, «los mecanismos de la dominaci6n burgue­ sa sobre la clase obrera en una sociedad capitalista estabilizada» 10s . Para ello Gramsci debia introducir una profunda innovaci6n en la tradici6n marxista: «la sociedad civil en Gramsci no pertenece al momento de la estructura sino al de la superestructura» 106, Mas precisamente: en Gramsci el concepto de sociedad civil funcionara como «un termino de mediaci6n entre la estructura y el momenta. negativo de la superestructura» 107. Como mediaci6n, entonces, entre la estructura y el Estado como coercion. Definir concretamente ese momento no es, tratandose de Gramsci, una operaci6n sencilla: «en el enigmatico mosaico que Gramsci reuni6 laboriosamente en la carcel, las palabras "estado" ' "sociedad civil" ' "sociedad politica" ' "hegemonia", "dominaci6n", o "direcci6n", sufrieron un desliza­ miento persistente» 1 os . Anderson, a traves de un paciente y admira­ ble trabajo filol6gico, ha intentado, a su modo, recomponer ese mosaico, y ha podido detectar en Gramsci tres versiones ligeramente econqmistas ingleses, sociedad civil sirve para designar a todo lo pre-politico, lo no estatal; a excepcion de Ia familia --que para Hegel forma parte de lo natural-, todo lo que no es politico (relaciones economicas, formacion de las clases, administracion de justicia, ordenamiento policial, instituciones gremiales y corporativas, etc.), remite a ese espacio. Marx, por su parte, reduce Ia triada hegeliana (naturalezajsociedadjpoli­ tica) a Ia dicotomia social civiljEstado (Ia naturaleza y, con ella, Ia familia, se reabsorbe en el primer polo, devienen sociales), a! tiempo que una y otro pasan a identificarse con los momentos de Ia estructura y de Ia superestructura, respectiva­ mente. Se fija ahi, hasta Gramsci, Ia concepcion marxista de esa dicotomia. Vease N. Bobbio, <>, en Gramsciy las ciencias sociales, Cordoba (Argentina]: Pasado y Presente, 1974, pp. 73-75 (ed. en italiano del articulo: 1969).

105 P. Anderson, Las antinomias de Antonio Gramsci, Barcelona: Fontamara, 1 978, p. 39 (ed. en ingles: 1977). 1 06 Bobbio, ob. cit., p. 76. <. Ibid., p. 78. 107 Ibid., p. 91. 1 08 Anderson, ob. cit., p. 44 . Deslizamiento y «confusion>> que parecen nacer, a juicio de Anderson, del hecho de que Gramsci debia pensar lo que Marx no habia pensado (los mecanismos de dominacion politica en una sociedad burguesa), con categorias heredadas escasamente operativas (Maquiavelo, Croce, etc.) u organizadas en un contexto diferente (es el caso de Ia nocion central de hegemonia, de origen ruso, y forjada en Ia polemica entre populistas y socialdemocratas acerca de los problemas estrategic9s de Ia revolucion en Rusia), por no hablar de Ia ferrea y minuciosa censura carcelaria sobre sus manuscritos.

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El paternalismo industrial

distintas de entendimiento de la dicotomia sociedad civil/Estado. Segun la primera, el Estado, reducido a sus aparatos de coercion (el «aparato de Estado» de la tradicion marxista), apareceria enfrenta­ do -y funcionalmente subordinado- a la sociedad civil, que designaria -en esta primera version- al conjunto de las institucio­ nes (superestructurales) de hegemonia, tanto si son juridicamente publicas como privadas 109. Tal version aparece desplazada a veces, en los textos de Gramsci, por otra, de estirpe netamente liberal, segun la cual los polos de la dicotomia se definen en funcion estricta de su forma juridica. Segun esta segunda version, el Estado, que incluiria ahora a los aparatos represivos y a las instituciones publicas de hegemonia, aparece funcionalmente equilibrado con la sociedad civil, que incluiria, por su parte, a todas las instituciones ideologicas y represivas privadas. Uno y otra, Estado y sociedad civil, funciona­ rian, por tanto, a la vez mediante la coercion y mediante la hegemonia 1 1 o. La tercera version, finalmente, introduce un paso mas alla, que Gramsci intenta bajo la influencia de los escritos de Croce. Segun esta version, el Estado absorberia a la sociedad civil, recubri­ ria a la totalidad de la superestructura, incluiria al aparato (represivo) de Estado, pero tambien a la totalidad de las instituciones, publicas y privadas, de hegemonia. La sociedad civil, en este caso, se subsumi­ ria en -en rigor: seria subsumida por- el Estado, que pasa asi a funcionar, a la vez, mediante la coercion y mediante la hegemo­ nia 111 . Hasta aqui Gramsci, al menos segun la cuidadosa lectura de Anderson. Una lectura minuciosa, indispensable. Pero una lectura teorico-politica, que conduce a la constatacion de «antinomias» en el pensamiento de Gramsci. �No seria licito, en cambio, leer en esas «antinomias» una met:ifora historica del proceso de constitucion progresiva del Estado burgues? Una tal interpretacion, que reposa 109

11o 111

Ibid., pp. 45-47. Ibid., pp. SS-58. Ibid., p. 59. Gramsci: «en !a noci6n general de Estado intervienen elementos

que hay que reconducir a !a noci6n de sociedad civil (en el sentido, pudiera decirse, de que Estado sociedad politica + sociedad civil, o sea, hegemonia acorazada con coacci6n)». A. Gramsci, «La sociedad civil», en Gramsd, Antologia, ob. cit., p. 291 . Es unicamente esta tercera version !a que curiosamente ---a! menos en un antihistoricista beligerante- recoge y, como es habitual en el, «teoriza>>. Althusser. Vease L. Althusser, «ldeologia y Aparatos Ideol6gicos de Estadm>, en L. Althusser, Escritos, Barcelona: Laia, 1974, pp. 122ss (ed. en frances: 1969). =

Fuera de Ia fdbrica

69

sobre la presuncion de una naturaleza esencialmente diferente de las revoluciones burguesas, de un lado, y de la radical desposesion de la condicion obrera, de otro, podria verse autorizada por los propios escritos de Gramsci 11z . Este, refiriendose a la condicion obrera, sefi.alaba que <mna clase que se ponga a si misma como capaz de asimilar toda la sociedad y que sea al mismo tiempo realmente capaz de expresar ese proceso lleva a la perfeccion esta concepcion del Estado y del derecho, hasta el punto de concebir la futura inutilidad de los fines del Estado y del derecho, por haber agotado su tarea y haber quedado absorbidos en la sociedad civil» 11 3• Pero tratandose de la burguesia las cosas son sustancialmente diferentes. Porque si bien en un primer momento esta «se pone a si misma como organismo en movimiento continuo, capaz de absorber a toda la sociedad, asimilandola a su nivel cultural y economico», mas tarde -y es preciso no olvidar que Gramsci escribe en pleno furor imperialista- «la . clase burguesa esta "saturada": no solo no se difunde, sino que· se disgrega; no solo no asimila nuevos elementos, sino que desasimila una parte de si misma» 11 4. En esas condiciones, el mantenimiento de su dominacion, lejos de pasar por una absor­ cion del Estado por la sociedad, pasara mas bien por una invasion de esta por aquel. Un tal proceso seria -en esta nueva interpretacion­ lo que Gramsci expresaba con su tercera version. Del mismo modo que la primera expresaria metaforicamente esa fase intermedia en la que la burguesia, duefi.a ya del poder politico pero no de control real sobre la reproduccion social, se obligaba, a fin de sostener la ficcion del propio orden que instauraba (version segunda de Anderson), a remitir a la esfera de lo «privado» sus intervenciones como clase en el terreno social. Trama privada del poder --que no del Estado­ burgues, instrumento que «cumple los fines del Estado sin recurrir al Estado» 11 5: eso es la filantropia, ese su lugar en la historia de las estrategias burguesas de dominacion. 1 1 2 Soy consciente de que, tratandose del Gramsci de !a c:ircel, casi todas las interpretaciones son posibles. 1 1 3 A. Gramsci, <<Estatolatria>>, en Gramsci, Antologia, ob. cit., p. 316. 1 14

11s

Loc. cit.

Tal es !a expresi6n que utiliza Taine -sagazmente, como siempre- para referirse a las instituciones filantr6picas inglesas patronales --cajas de ahorro, viviendas- o no patronales -bibliotecas, escuelas de formaci6n profesional, etc. Taine, ob. cit., ll, p. 1 72.

SEGUNDA PARTE

LA INVENCION DEL OBRERO MODELO: UN PROGRAMA PATRONAL

Tras este largo rodeo sabemos alga mas del objeto de este trabajo. Podemos al menos localizarlo, ubicarlo en relacion a los dos ejes del campo de coordenadas en el que flota. En el preciso instante �en el que se encuentran dos momentos especificos de esos ejes --estrategias patronales de disciplinamiento productivo, de un lado, y estrategias burguesas de disciplinamiento reproductivo y social en general, de otro-, en ese preciso cruce de lineas emergeran las practicas industriales paternalistas. Las «obras sociales» de los patronos decimononicos apareceran alii -y cuando- todo un conjunto de factores de muy diverso rango y naturaleza se den cita para que aquellos se vean en la necesidad de darse cuenta de que «existe algun tipo de relacion entre el trabajo y la forma de vida, y que con la manipulacion de esta se puede incidir sabre aquel» 1 • Del lado de la produccion, sera en momentos yfo ramas de debil division del trabajo, de un mercado de trabajo estrecho yfo fuerte­ mente sometido a competencia interempresarial yfo intersectorial y, en menor medida, en el marco de paises de insercion no hegemonica en el mercado mundial yfo con estructuras de legitimacion marcada­ mente «tradicionales», cuando -y donde-- los patronos industriales parezcan verse impelidos a intentar disciplinar el trabajo desde la reproduccion, la fuerza de trabajo desde el hombre. Ese conjunto de factores se modula, en cada lugar y momenta, sabre un registro de fonda, un «contexto de conjunto [ ... ] que constituye la matriz para la definicion de politicas particulares: estado juridico y politico de las relaciones capital-trabajo, papel del Estado y en particular grado de socializacion y de control estatal de 16.

t D. Harvey, <>, Documents, d'Ana/isis Metodo/Ogic en Geografia, num. 1 , 1 977, p. 1 65.

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La invencion del obrero modelo

La invencion del obrero modelo

la relaci6n salarial, formas generales de consumo y de reproduc­ ci6n» z. En funci6n, en definitiva, del grado y forma de intervenci6n concentrada y unificada de la burguesia en el cuerpo social en general, y en la esfera de la reproducci6n en particular. De este lado, del lado de la reproducci6n de conjunto de las relaciones de dominaci6n, las practicas paternalistas aparecerin en ese momento en el que la gesti6n global de los problemas que esa esfera suscita se vea remitida, por la via de la filantropia, hacia el ambito de lo no-publico, en el marco de un Estado por construir 3• Es la concurrencia de esas condiciones lo que suelda entre si las diferentes practicas paternalistas, lo que asegura su momento fuerte, su periodo de vigencia plena: la segunda mitad del siglo XIX y las dos primeras decadas del actual. Es ella, finalmente, la que justifica que, a efectos analiticos, ese conjunto de pricticas dispersas puedan ser reconducidas hasta un registro comun, hasta un programa unico y bien caracterizado. Es de ese programa de lo que se tratari en esta segunda parte.

·

17. Pero antes de ello, tal vez no resulte superfluo justificar brevemente el uso que en adelante se hace de ese difuso y excesivamente gastado termino que es el de «paternalismo» 4• Vidrio­ so y equivoco en el ambito de la historia social, por cuanto connota <mna descripci6n de relaciones sociales vistas desde arriba» 5, ese termino puede resultar adecuado cuando se aplica al analisis, no de las pricticas sociales propiamente dichas, sino mas bien -:-como es _ aqui el caso- de uno de sus momentos: de un programa, mex1stente

2

Veltz, ob. cit., p. 29. Terradas ha puesto de relieve Ia conexi6n entre disciplinas paternalistas y <<debilidad» del Estado burgues. Vease I. Terradas Saborit, La colOnia industrial com a particularisme historic: I'Ametlla de Merola, Barcelona: Laia, 1 979, p. 71. Pero en el caso de las colonias catalanas conduce a! argumento en una direcci6n -Ia de las supuestas relaciones entre paternalismo industrial y nacionalismo catalan- en Ia que yo no me atreveria a desmentirlo, pero tampoco a seguirlo (veanse pp. 29-30). 4 Veanse las muy pertinentes observaciones que a! respecto !levan a cabo J. Prude, <>, en The New England working class and the new labor history, Urbana [etc.]: University of Illinois Press, 1 987, p. 94 (el texto, escrito en 1 979, apare�e <<editado» �omo t�dos . los demas- por H. G. Gutman y D. H. Bell); y D. Re1d, «lndustnal paternahsm: discourse and practice in nineteenth-century French mining and metallurgy», Compa­ rative sutudies in society and history, 1 985, p. 580. s E. P. Thompson, <>, en Thompson, Tradicion... , ob. cit., p. 1 7 (ed. en ingles de 1 978). 3

1

75

como tal 6. Porque este, en efecto, unicamente puede ser abordado «desde dentro», desde el propio regimen que instaura, desde la coherencia de su propia trama: «desde arriba», por tanto. Algunas otras de las denominaciones propuestas para designar al fen6meno presentan, por lo demas, mas inconvenientes que ventajas. A$i, la de «subsidiarismo empresarial», por ejemplo, en tanto que parece designar la asuncion de funciones estatales por parte de los patronos paternalistas, desvia la caracterizaci6n del fen6meno hacia el continuum paternalismo-Estado, visto retrospectivamente desde las caracteristicas que este ultimo adquiere desde comienzos del siglo XX 7. Por el lado opuesto, la denominaci6n de «feudalismo indus­ trial» frecuentemente invocada en ambitos radicales y socialistas de ' la ep�ca y reutilizada por autores actuales, hace aparecer al fen6meno como una suerte de arcaismo heredado de pasados modos de relaci6n, ocultando a la mirada su radical novedad: bajo formas a menudo viejas, las estrategias paternalistas apuntan hacia funciones y objetivos nuevos B . En ambos casos, pues, se trata de denomin�ci�­ _ nes -y conceptualizaciones- que reposan sobre traslac10nes hlsto­ ricas -hacia «adelante» en un caso, y hacia «atras» en el otro- que, en tanto que tales, resultan dificilmente sostenibles. Por lo demas, la denominaci6n de paternalismo industrial presenta, 6 Veanse Terradas, ob. cit., p. 33. Para el interes, mas general, del estudio de los programas (o, mas especificamente, de las <<programaciones»), vease Ia in�ervenci6n de Foucault en Ia mesa redonda sobre su libra Vigilar y castigar, recog1da en La imposible prision: debate con Michel Foucault, Barcelona: Anagrama, 1 982, p. 70 (ed. en frances: 1980). 7 Vease, por ejemplo, J. L. Garcia, Antropologia del territorio, Madrid: Taller de Ediciones de Josefina Betancor, 1 976, pp. 1 87-261. s Vease, por ejemplo, L. Morote, <<El feudalismo en las fabricas», 1891; cit. en M. Izard, Industrializacion y obrerismo: las Tres Clases de Vapor, 1869- 1913, Barcelona: _ Ariel, 1973, p. 86 nota (ed. en catalan: 1970). Entre autores actuales baste esp1gar un ejemplo: «>, en Octubre, 1934: cincuenta aiios para una reflexiOn, 'Madrid: Siglo XXI, 1985, p. 247. Hullera Espanola �omo mas adelante se veri- constituye el ejemplo mas acabado de paternalismo industrial en Ia mineria espanola. Merli afirma, refiriendose a <>, que <<no se trata tanto de residuos feudales dejados en herencia por precedentes formas de producci6n, como de "nuevas relac_iones feudales" de nuevas servidumbres creadas por Ia revoluci6n industrial>>. S. Merh, <
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La invencitin del obrero modelo

3.

LA REGENERACION DEL OBRERO: UNA OPERACION DE MODELADO SOCIAL

5.

DEL HOMBRE AL OBRERO, DEL TRABAJO A LA VIDA: UN PROGRAMA (E)UTOPICO Y TOTAL(ITARIO)

frente a elias, la includable ventaja de corresponderse con la que mas habitualmente utilizaban los contemporaneos actores de la farsa, al tiempo que evoca significativamente uno de los mas poderosos y permanentes fantasmas del imaginario patronal de la epoca: la identificacion patron-padre.

Mas alla de las peculiaridades de cada caso, los objetivos inmediatos del programa paternalista no son sustancialmente dife­ rentes de los que animan a otros modelos de disciplinas industriales. Lo que lo diferencia nitidamente reside, mas bien, en la acotacion de un espacio propio de intervencion -el no-trabajo-, y en la puesta a punto de un arsenal especifico de tecnicas y procedimientos discipli­ narios: las «obras sociales». Entre estos objetivos, el primero y fundamental, condicion de todos los demas, era el del reclutamiento de Ia mano de obra. Incluia, en realidad, de dos objetivos que se solapaban: uno era el de atraer a la mano de obra; el otro era el de retenerla y fijarla. Ambos planteaban problemas levemente diferentes segun se tratase de reclutar trabaja­ dores de oficio o trabajadores de origen campesino. En el primer caso, de lo que se trataba era, ante todo, de asegurarse una posicion ventajosa en el mercado de trabajo interem­ presarial para limitar asi los negativos impactos de la caracteristica inestabilidad en el empleo de los trabajadores cualificados. De las «obras sociales» patronales los patronos esperaban una territorializa­ cion de los flujos incontrolables e improductivos de los nomadas del trabajo: «el aire de los campos, una vivienda salubre, un huerto, un cierto desahogo y habitos regulares mantiene en torno a la fabrica una poblacion sana y vigorosa. El patron, por su parte, encuentra en ello un doble provecho, por cuanto atrae a los obreros -lo que le es muy necesario- y los retiene, lo cual, al dispensarlo de emplear obreros nomadas, constituye una ventaja capital en la industria» 1 ,

- 18.

1

Simon, L'ouvriere, ob. cit., p. 388.

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La invencitfn del obrero modelo

Practica de antinomadismo z, la fijaci6n de los trabajadores de oficio parece haber constituido, en algunas ramas industriales, uno de los objetivos permanentes de las practicas paternalistas 3, Si en el caso de los trabajadores de oficio lo que intentaban los patronos paternalistas era inclinar a su favor la competencia interem­ presarial en el mercado de trabajo industrial, en el caso de los trabajadores de origen campesino, de lo que se trataba era, mas bien, de situarse en una posicion ventajosa en el mercado intersectorial de fuerza de trabajo. Lo que en un caso era un intento de fijar territorialmente al trabajador, se convertia en otro en un intento de movilizarlo profesionalmente para asegurarse asi su dependencia en exclusiva. Atraer al trabajador campesino equivalia entonces a desarraigarlo, a proletarizarlo. Acuciante ya en los inicios de la revoluci6n industrial, el problema del desarraigo adquirira propor­ ciones cada vez mas vastas, a medida que, a lo largo del proceso de industrializaci6n, la demanda de trabajadores de origen campesino se amplie incesantemente. Durante mucho tiempo, las «obras sociales» paternalistas constituiran, a los ojos de los patronos, una respuesta adecuada a ese problema 4. 2 <. M. Foucault, Vigilar y castigar: nacimiento de Ia prisi6n, Madrid: Siglo XXI, 1982, p. 221 (ed. en frances: 1975). Perrot se ha referido a! <> de Ia burguesia del ultimo tercio del siglo XIX. Perrot, Jeunesse... , ob. cit., p. 77. Vease tambien H. Stebler, P. Watier, <>, Espaces et Societes, num. 24-27, 1978, pp. 101-1 12. 3 Los ejemplos podrian ser innumerables. Valgan unos pocos, por tanto. En el caso de los inicios de Ia politica social de los Krupp en Essen, a comienzos de Ia decada de los afios sesenta del siglo XIX, <>. P. Sica, Historia del urbanismo. El siglo XIX, Madrid: Instituto de Estudios de Administraci6n Local, 1 981, II, p. 339 (ed. en italiano: 1980). Las empresas mineras del norte de Francia alojaban preferentemente a los obreros del interior y, particularmente, a los picadores. Vease R. Delcourt, De Ia condition des ouvriers dans les mines du Nord et du Pas-de-Calais, Paris: V. Giard et E. Briere, 1906, p. 1 14. Las politicas de vivienda de los empresarios de construcci6n naval de Glasgow, en el ultimo tercio del siglo XIX, respondian <<no a Ia escasez general de trabajadores, sino a Ia de determinados tipos de empleos y oficios>>. J. Melling, <<Employers, industrial housing and the evolution of company welfare policies in Britain's heavy industry: West Scotland, 1 870-1 920>>, International Review of Social History, 1981 (3), p. 288. 4 Vease Deane, ob. cit., p. 1 69. Acerca de los problemas planteados a los patronos por los trabajadores mixtos, de origen campesino, vease Trempe, ob. cit., pp. 1 89-200. <<En Ia fase paleotecnica Ia tendencia empresarial a proporcionar alojamientos puede

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79

En cualquier caso, y por encima de las diferencias referentes al tipo de mano de obra de que se trate, los objetivos de atracci6n y fijaci6n de la mano de obra se encontraban, explicitamente, en la base misma del programa paternalista s . En su formulaci6n extrema, ese programa aspiraba, a traves de la domiciliaci6n del trabajador, a sustraer a la empresa de los azares del mercado de mano de obra, a la constituci6n de mercados internos de trabajo, a asegurar a aquella una cantera hereditaria de mano de obra perpetuamente autorrepro­ ducible 6. observarse tambien en el interior de distritos agricolas habitados; en este caso tal actitud tiene por finalidad el favorecer Ia separaci6n definitiva de Ia agricultura de una mano de obra inconstante y todavia reacia a Ia disciplina de Ia fabrica>>. Sica, ob. cit., _II, pp. 906-907. En el caso de Ia fabrica textil de Napoleone Leumann, en Collegno, cerca de Turin, bacia finales del siglo XIX, <<el autentico problema era [ ...] el de "crear" Ia plantilla. Los habitantes de las comarcas vecinas, dedicados a las labores agrarias y alejados de! Iugar del trabajo en Ia fabrica, no podian ofrecer una suficiente especializaci6n, ni garantizar su indispensable "estabilizaci6n">>. A. Abriani, <<"Lors­ que l'ouvrier songe a se bien loger, il est sauve": aile radici dell'architettura moderna attraverso l'analisi di un villagio operaio: Torino-Borgata LeumannfCollegnm>, Lotus International, num. 9, 1975, p. 139. Sobre ese mismo poblado, vease tambien A. Abriani, <, Werk, 1 976, pp. 322325. s <>. Perrot, <>, ob. cit., p. 5. <<El alojamiento es prioritario para reducir un turn over incesantemente renaciente. La fabrica debe convertirse en "ciudad">>. _ Ibid., p. 10. Vease tambien Noiriel, <<Espace... >>, ob. cit., p. 32. A Ia pregunta, hecha a diversos directivos de empresas mineras estadounidenses que desarrollaron en el pasado practicas paternalistas, acerca de las razones de tales practicas, <. ] . B. Allen, The company town in American west, Norman: University of Oklahoma Press, [1966], p. 7 (debo Ia consulta de este libro a Ia amabilidad de Luis Sanz). 6 <>. L. Murard, P. Zylberman, <>, Recherches, num. 25, 1976, p. 175 (debo Ia consulta de este trabajo a Ia amabilidad de Luis Sanz). En el caso de Ia company town de Lowell, iniciada en 1823 en los Estados Unidos, <
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La invencion del obrero modelo

A ese objetivo se sumara, en un solo movimiento, otro: el del

disciplinamiento productivo de Ia mano de obra. Tambien aqui ese objetivo

se desdoblaba en otros dos. De un lado, se trataba de aislar y disolver aquellos habitos de trabajo y vida de la mano de obra que se oponian al control capitalista del proceso de trabajo. De otro lado, y simultaneamente, se trataba de educar al trabajador en una sintaxis de conductas, laborales y no laborales, que resultasen adecuadas a las exigencias del movimiento de valoraci6n del capital. En el caso de los trabajadores de origen campesino, ambos objetivos aparecian unidos: se trataba tanto de que desterrasen los ritmos de trabajo y los modos de vida agrarios, como de que aprendiesen los nuevas gestos productivos. Por su parte, en el caso de los trabajadores de oficio, en condiciones de elevada autonomia en el trabajo, de lo que se trataba era, mas bien, de impedir que pudiesen mantener las privilegiadas e inadecuadas conductas laborales que su saber les permitia. En todos los casos, los patronos paternalistas creeran poder alcanzar tal objetivo por una via de ataque indirecta, procedente -tambien aqui- del exterior del proceso de trabajo: desde su punto de vista, la mejora del bienestar fisico y moral del trabajador en el trabajo y, sobre todo, fuera de ei deberia inducir una trans­ formaci6n de sus conductas laborales y, con ello, elevar extensiva­ mente su rendimiento productivo 7. Las «obras sociales» que debian contribuir a atraer y fijar al trabajador deberian favorecer tambien su transformaci6n en un nuevo tipo de obrero laborioso: «si existe un punto aceptado por la ciencia, es el de que el mejor obrero, el mas productivo y el mas habil es el obrero bien alimentado, bien alojado, satisfecho de su suerte» 8• La higiene del trabajo era, todavia, higiene segura a! desarrollo de las actividades productivas». F. Dal Co, <>, en La ciudad americana: de Ia guerra civil a! New Deal, Barcelona: Gustavo Gili, 1975, pp. 205-206. En Le Creusot <. J. P. Frey, La ville industrielle et ses urbanites: Ia distinction ouvriers-employis: Le Creusot, 1870- 1930, Lieja: Pierre Mardaga, 1 986, p. 81. Reid se ha referido a! <<proyecto paternalista de crear una fuerza de trabajo autorreproductora>>. Reid, ob. cit., pp. 583-584. 7 Los patronos paternalistas <>. J. P. Stearns, Paths to authority: the middle class and the industrial labor force in France, 182048, Chicago: University of Illinois Press, 1978, p. 92 (debo Ia consulta de este libro a Ia amabilidad de Carlos Darde). 8 Simon, L'ouvriere, ob. cit., p. 83. Un directivo de Ia Sherwin-William Co.

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sin mas; era menos una gestlon especifica de las condiciones de trabajo que una practica de conjunto sobre los modos de vida de los trabajadores. Transformando estos, la elevaci6n del rendimiento en el trabajo no se hara esperar: refiriendose a empresas estadouniden­ ses marcadamente paternalistas (Pullman, Leclaire, etc.), un arquitec­ to-ingeniero, constructor de fabricas y de poblados industriales, seiialaba que «lo mas frecuente es que sea precisamente en estas fabricas acondicionadas casi con lujo en donde la intensidad del trabajo se ve elevada a su nivel mas alto; en ellas la producci6n alcanza el maximum, al tiempo que el rendimiento del utillaje industrial y humano es el mas alto» 9. Algo mas, un tercer objetivo esperaban alcanzar los patronos paternalistas por medio de las «obras sociales». Se elevaba sobre los otros dos y les daba consistencia. Era, sin duda, la transformaci6n mas dificil; y sin embargo, la mas necesaria. De ella dependian las demas: atracci6n, fijaci6n y disciplinamiento productivo se veian constantemente amenazados por esa curiosa forma de sociabilidad que era la solidaridad obrera. El apartamiento de Ia autoorganizacion obrera, la quiebra de las relaciones horizontales sobre las que reposa­ ' ba, y su sustituci6n por lazos verticales de lealtad y fidelidad, se convertiran, entonces, en la fragil clave del edificio paternalista. La empresa, en tanto que espacio de objetivaci6n de relaciones de explotaci6n y dominaci6n, debia desdibujarse en beneficia de su representaci6n como escenario de la comun colaboraci6n, como empeiio solidario. La relaci6n salarial en particular debia disolverse en favor de una relaci6n de naturaleza esencialmente afectiva; la empresa, en suma, debia convertirse en familia 1 0. Para ello, las «obras sociales» patronales, una exigencia de gesti6n de la mano de obra, un instrumento de politica patronal, declaraba, a comienzos del siglo XX, que <. Recogido en B. Meakin, Model factories and villages: ideal conditions of labour and housing, Londres: T. Fisher Unwin, 1905, p. 23. 9 ]. B. Maniguet, Construction d'usines au point de vue de l'l!Jgiene, Paris [etc.]: Ch. Beranger, 1906. Maniguet dice ser <<empresario, director de establecimientos metalur­ gicos y quimicos, constructor de fabricas de todas clases>>. Ibid., p. vn. 10 De ahi una de las razones de Ia importancia central de las politicas de familia en el programa paternalista; a! respecto vease infra, cap. 4, <.

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debian ser presentadas como una gratuita discrecionalidad del patron. Motivo, por tanto, de gratitud y deferencia por parte del trabajador. Estableciendo pensiones de viudedad y orfandad, por ejemplo, el obrero tendria <
11 Simon, L'ouvriere, ob. cit., pp. 360-361 . <. Re1d, ob. c1t., p. 585. 12 M. Amoruso, Case e citta operaie: studio tecnico-economico, Turin: Casa Editrice Nazionale, 1903, pp. 13-14. <<El cuidado hacia el bienestar de los trabajadores asegura Ia mejora de las relaciones, asi como un minimo de fricciones, de lo que resulta una mejora de los productos y un creciente output. [ ... ] Cualquiera puede sentir los resultados del trabajo arm6nico, a! tiempo que se genera un esprit de corps que resulta fatal para Ia agitaci6n y las huelgas>>. Meakin, ob. cit., p. 22. Los trabajos de Amoruso y de Meakin constituyen dos esplendidos repertorios de experiencias paternalistas e . comienzos de siglo en muy diversos paises, realizados sobre Ia base de Ia observac10n directa. Ambos ser:in utilizados abundantemente en las paginas que siguen. 1 3 He aqui los tres objetivos articulados: ofreciendo viviendas a sus trabajadotes, el patron <<no hay duda que se atraera las voluntades de los trabajadores, y fijando en el Iugar de Ia explotaci6n un buen nucleo de los n;as diestros, logra�a a Ia vez �as . . pr6speros sucesos para Ia mdustna. Con Ia alegna, salud y buen dmero, rend�ra el obrero mayores productos, y agradecido a Ia hidalguia, liberalidad y benevolencm del patrono, tomar:i como propios los intereses de Ia empresa y no suscitar� e�barazos ni conflictos>>. N. Noguer, <>, Razony Fe, 1908, p. 437 (cursiva mia). Tambien aqui, a prop6sito de las expectatlvas . de George M. Pullman a! construir su ciudad modelo, cerca de Chicago, a com1en�os de los aiios ochenta del siglo XIX: <<de Ia ciudad se esperaba atraery retener a un t!po

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su estrecha articulacion, esos objetivos perfilaban una meta unica y precisa: la produccion del obrero modelo 1 4• Uri obrero que fuera, a la vez, mas fuerte (en cl trabajo, en sus relaciones con la materia) y mas debil (en el mercado de trabajo, en sus relaciones con el patron) 1s . Desde el punto de vista de los patrones paternalistas, las «obras sociales» transformarian a las poblaciones obreras, historica­ mente constituidas, en una raza especial de obreros, mas Utiles y mas dociles 1 6. AI tiempo, esa real aspiracion devenia mito: la politica patronal, la produccion del obrero modelo, se doblaba en una operacion de redencion humana 1 7. Los ideologos paternalistas gustaban de sub­ rayar la envergadura de su programa. Obra de creacion: «la industria · moderna ha reunido en las grandes capitales una inmensa poblacion obrera sin tradiciones y sin hogar, confusa, abigarrada, en la cual han prendido facilmente todas las corrupciones. La sociedad actual ha de ser recreada» 1 8. Obra de civilizacion tambien: «la vivienda sana y decente es [ ... ] un medio de civilizar a los inmigrantes. [ ... ] Alojar decentemente a los inmigrantes equivale a civilizarlos» 1 9. Obra de 19.

superior de trabajadores, los cuales, a cambio, se verian "elevados y refinados" por el medio ambiente fisico. Ello significaria empleados contentos y, en consecuencia, una reduccion del absentismo, del alcoholismo y de Ia haraganeria en el trabajo. Ademas, se esperaba de tales trabajadores que se mostrasen menos susceptibles a Ia explotaci6n de los "agitadores" que los desmoralizados trabajadores de los slums de Ia ciudad. Su [de Pullman] ciudad protegeria a su empresa del desorden y de las hue/gaS'>>. S. Buder, Pullman: an experiment in industrial order and communiry planning, 1880- 1930, Nueva York: Oxford University Press, 1967, p. 44 (cursiva mia). Vease tambien Watkins, ob. cit., p. 578. 1 4 <. Sica, ob. cit., II, p. 907. 1 5 La imagen ha sido propuesta, en otro contexto, por Juan Jose Castillo. Vease <>, El Pais, 8-vn-1 986, p. 50. 16 La disciplina <>. roucault, Vigilar... , ob. cit., p. 142. 1 7 <<Entre los mitos de Ia industrializaci6n es posible que el mas poderoso, a! tiempo que el mas fundamental, haya sido el que relata el nacimiento de las naciones, Ia transformaci6n y modelado de los pueblos, Ia formacion de un hombre nuevo>>, Murard, ob. cit., p. 103. 18 E. Prat de Ia Riba, Leyjuridica de Ia industria, 1 898; cit. en Terradas Saborit, ob. cit., p. 29. Prat de Ia Riba era un firme defensor del <<sistema de colonia>>, variante catalana del paternalismo industrial. <<EI paternalismo industrial constituye un discurso acerca de Ia creaci6n del empleadm>. Reid, ob. cit., p. 582. 1 9 C. Cestre, L'usine el /'habitation ouvriere aux Etats-Unis, Paris: Ernest Leroux,

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moralizacion, en suma. Porque era precisamente ese ti�rmino, el de «moralizaciom>, el que en el discurso paternalista servia para desig­ nar la segunda meta del programa: Ia produccirin de un hombre nuevo 20• A su modo, los patronos paternalistas participaban de esa frenetica produccion de eutopias que seiiala el pasaje de un mundo en descomposicion a un orden nuevo 21 • Por medio de las «obras sociales» patronales, el obrero, encarnacion de toda inhumanidad, se veria elevado a la condicion de hombre: domiciliado, laborioso,

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1921 , pp. 133-134. En relaci6n al proyecto de < de los inmigrantes, vease Montgomery, ob. cit., pp. 47ss. 20 <<EI proyecto explicito de Godin es regenerar moralmente a Ia clase obrera, producir [ .. . ] un "hombre nuevo"». J. P. Frey, J. L. Pinol, <> a J. B. A. Godin, Solutions sociales, Kerflech-Mellac: La Digitale, 1979, p. XIX. ]can-Baptiste­ Andre Godin, empresario de construcciones metalicas y pensador social, habia sido antes colaborador de Ia Ecole Societaire de Considerant. Sera conocido, sobre todo, por Ia experiencia -inusualmente paternalista- del Familistere de Guise, y de un intento de larga duraci6n de asociaci6n capital-trabajo. Sobre esa experiencia, vean­ se Reybaud, ob. cit., pp. 327-354; V. Guimera, <>, Boletin de Ia Institucion Libre de Enseiianza, 1 883, pp. 369-373; C. Gide, Le Familistere de Guise et Ia Verrerie Ouvriere, Paris: Association pour l'enseignement de Ia cooperation, 1923; L. Balmer, S. Erni y V. von Gunten, <, Lotus International, num. 1 2, 1976, P�· � 9_ le fam1hstere 68; A. Brauman, <. Alvarez-Uria, Miserables. .. , ob. cit., pp. 308-309. 21 Desde este punto de vista, el paternalismo industrial no es otra cosa que Ia realizaci6n, a escala de cada empresa, del sueiio saint-simoniano de una sociedad dirigida por los industriales. La referenda a Saint-Simon es explicita en, por ejemplo, Solvay. Veanse G. Barnich, Essai de politique positive basie sur Nnergitique sociale de Solvay, Bruselas: Office de Publicite Lebegue & Cie., 1 919; y F. Gil Mariscal, Politica positiva segun las teorias de Solvqy, Madrid: Plutarco, 1934.

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docil. Esa mitica duplicacion de las metas del programa paternalista era algo mas que simple palabreria, algo mas que una simple maniobra de diversion; expresaba la consideracion simultanea de los objetivos reales (relativos al trabajo) y de los medios para alcanzarlos (relativos a la vida). Se trataba, pues, de una duplicacion funcional, necesaria. En primer lugar, porque la proclamacion de la voluntad de «humanizar» al obrero constituia un indispensable instrumento de legitimacirin social de las practicas paternalistas. Reverso y contraparti­ da de la deferencia obrera, el «deber social» de los patronos les venia dictado por su propia condicion humana, por su superioridad social, trasunto de una nueva aristocracia: «este deber es la contrapartida y por asi decir la excusa o el precio del derecho social. Antaiio se decia "Nobleza obliga". Es preciso hoy ampliar esta hermosa divisa, haciendola aplicable a todos los privilegios, cualesquiera que sean. "Toda superioridad obliga". Toda superioridad debe hacerse perdo­ nar poniendose al servicio de la colectividad mas o menos grande sobre la cual puede ejercer su influencia. Para el patron esa colectividad no es otra que el personal de sus obreros» 22. 22 E. Cheysson, Le patron, son role iconomique et social, Paris: V. Giard et E. Briere, 1906, p. 16. Le Play, maestro de Cheysson, sera el pensador que desarrolle inicialmente las nociones de <> o <<aristocracia social>>. La corriente cat61ico-social parece recogerlas de d. <<,:No es un deber sagrado para un patrono en su calidad de padre de familia, proteger a sus hijos?». L. Harmel, <, La Paz Social, 1907, pp. 56-57. Leon Harmel, empresario textil, era el paladin del catolicismo social en Francia. Sobre las <, La Paz Social, 1 909, pp. 89-95. A prop6sito de las <, Revista Social, 1918, p. 415. En Francia, los patronos de origen mas o menos directamente societario encarnan, a su modo, una variante de esa misma noci6n de <<aristocracia social>>: <<existia, en torno a 1 848, un sector del patronato que presentia que Ia revoluci6n industrial no podia efectuarse sin una revoluci6n social». Entre ellos: Emile Menier, Paulin Talabot, Franc;:ois Coignet, etc. B. Marrey, Un capitalisme ideal, Paris: Clancier-Guenaud, 1984, p. 40. Emile Menier, empresario de chocolates y hombre conectado con Ia Ecole Societaire de .

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En segundo lugar, esa voluntad de humanizar al obrero era tambien alga mas que una necesaria proclamacion legitimadora. Constituia -'-Y ella era esencial- una de las condiciones de eficacia de las practicas paternalistas. En efecto, unicamente aspirando a transformar las condiciones de vida del trabajador estarian los patronos en posicion de limitarlas a condiciones de reproduccion; unicamente aspirando a cubrir las necesidades reales del trabajador en tanto que hombre estarian los patronos en condiciones de responder a sus «necesidades» en tanto que obrero. Unicamente aspirando a la elevacion humana del trabajador estarian los patronos en condicio­ nes de reducirlo a obrero modelo. «Deber social» y politica patronal, emancipacton asistida del trabajador y produccion del obrero modelo constituian, pues, las dos

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Considerant, construy6 desde 1 874 todo un conjunto de instituciones sociales agrupadas en el poblado modelo de Noisiel. Acerca de esta experiencia, el trabajo esencial es el ya citado de Marrey. Vease tambien B. Marrey, «Saint-simoniens, fourieristes et architecture», Arhives de I'Architecture Moderne, num. 20. 1981, pp. 9596. La nocion de «deber social» no parece ser patrimonio exclusivo de Ia corriente catolico-social y de los medios patronales de tradicion catolica. En Francia <<se ve apuntar hacia 1 850 una concepcion nueva [de Ia funcion del patrono] -hasta pueden indicarse el lugar de su nacimiento y sus autores: un grupo de industriales protestantes de Ia ciudad de Mulhouse [ ...]-: Ia del buen patrono. Halla su formula en estas palabras [... ] de otro patrono, Dollfus: "el patrono debe al obrero a/go mas que su salario">>. Gide, Curso de economia... , ob. cit., p. 765. Incluso en Inglaterra <<parece haber sido una caracteristica victoriana el que un sentido fuerte de los negocios no resultase incompatible con unas altas miras en lo que se refiere a Ia responsabilidad social>>. J. N. Tarn, <, Town Planning Review, 1 965, p. 331 . El poblado de Bronborough Pool, <> y <<deber social>>. Para una aguda y equilibrada consideracion del <<despertar de Ia conciencia» humanitaria q?e conduce _al <<paternalis- . mo tory», vease Thompson, Lajormacion... , ob. cit., 11, pp. 227ss. Sobre Carlyle y sobre Ruskin, vease E. P. Tf:tompson; William Morris: de romdntico a revolucionario, Valencia: Alfons el Magnanim, 1 988, pp. 34-38 y 1 88-193 (ed. en ingles: 1 955; Ia definitiva -por ahora-: 1976). Ruskin mereceria, en este contexto, un estudio detallado. Vease, sobre todo, J. Ruskin, Unto this last (basta este ultimo): estudios sociales, Madrid: Librerla de Fernando Fe [190-?], especialmente pp. 21-57 (ed. en ingles: 1 861); y ' tambien A. Chevrillon, La pensee de Ruskin, Paris: Librairie Hachette, 1 922, pp. 202- :·' 302. Ya Halbwachs habla percibido Ia estirpe saint-simoniana de Ia nocion de <<deber social>>. Vease M. Halbwachs, Las clases sociales, Mexico [etc.]: Fondo de Cultura . , Economica, 1 950, p. 80. ·

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m�ta� ins�parables del programa paternalista. En su puesta en pract1ca, sm embargo, esa doble meta tendia a disociarse constante­ mente en los dos palos que la constituian; en el extrema, las practicas paternalistas se veran condenadas a moverse incesantemente entre uno u otro, entre el truck-.rystem -caricatura de la politica patronal- o el mas desaforado mesianismo -caricatura del «deber social» patro­ nal-. Desde este punta de vista, las practicas paternalistas no seran otra cosa que la desesperada busqueda de un equilibria inexistente entre ambos palos. A_ lo largo de su corta edad de oro, los patronos paternalistas creer�n poder �ncon�rar ese equilibria: necesidades (humanas) del trabaJador y ex1genc1as (de clase) del patrono se identificaban sin violencia. «Deber social» y politica patronal aparecian como una sola · :o�a: «el deber social no le es exigido a los jefes industriales umcamente por su responsabilidad, sino tambien por su interes bien entendidm> 23• En todo caso, si no llegaban a identificarse plenamen­ te, elevacion humana del trabajador y fabricacion del obrero modelo parecian poder coexistir en una ambigua armonia 24. Mas adelante, sin embargo, cuando la fragil clave del edificio paternalista -la deferencia del trabajador- se vea rota, desde fuera por la a�toorganizacio� obrera, esa ambigi.iedad interna del progrm� paternahsta se converura en abierta contradiccion. El paternalismo en tanto que obra de emancipacion -pretendida respuesta a las necesidades del trabajador en tanto que hombre- se enfrentara cada vez r:nas -en el terreno de la definicion, aprioristica, de las neces1dades y, sabre todo, en el de la gestion, arbitraria y discrecio­ nal, de las instituciones- al paternalismo en tanto que politica pat�on�l -respuesta real a las exigencias del patron en tanto que capltahsta-. El desarrollo de las practicas paternalistas en uno de 3

2 Cheysson, Le patron. . . , ob. cit., p. 1 7. <. R. Pinot, Les oeuvres sociales des industries mitallurgiques, 1924; cit. en Hatzfeld, ob. cit., p. 123. Refiriendose a las promociones de VIVI?ndas para obreros de A. Koechlin, fabricante y alcalde de Mulhouse, en 1 835: «recomlendo el plan de Mr. Koechlin como un dechado de prevision, de moralida d, _ ad y de salubrida de generos1d d. Algo pone de su bolsillo el opulento y honrado fabncante, pero a p�sar de esto no p1erde... La generosidad bien entendida es siempre un gast� reproductl�m>. P. F. Monlau, <
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los planos limitara su eficacia en el otro, y viceversa. Con ella, las dos metas del programa paternalista se veran simultaneamente recortadas: ni obrero modelo ni hombre, el producto de las pricticas paternalistas no podia ser sino un monstruo -un hombre para el trabtijo--, y el programa que las sustentaba una utopia. Obra de transformaci6n, el programa paternalista denotaba, del lado de los patronos, una voluntad activa: se escribia transitivamen­ te. En el el obrero devenia predicado, objeto 25• Pura pasividad, pues; como toda utopia, el programa paternalista reposaba sabre la creencia en la infinita maleabilidad del hombre 26• Tambien como toda utopia, el programa paternalista establecia una cesura con el pasado. Poco importaban, entonces, las caracteristicas, hist6ricamente determinadas, de los objetos de trarisformaci6n: «en Espana, como en el extranjero, se ha creado siempre, cuando ha habido necesidad, la poblaci6n obrera que hacia falta, y muchas veces [ ... ] tomando obreros que jamas se habian ocupado mas que de sembrar y recoger trigo, y que no sabian lo que era la p6lvora ni el pico» 27. Campesinos y artesanos, esa vieja chatarra preindustrial, se convertian asi en simple materia prima: «del obrero, dirigiendole bien, instruyendole y estimulando su virtud, puede obtenerse un valioso elemento sana, intelectual y regenerador de la sociedad moderna. El representa una materia prima de excelentes condicio­ nes» 28. Materia prima plastica, maleable: el obrero como arcilla. En ,

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2s No es otra cosa el pobre en el discurso filantropico, mas general: <<�que es el hombre? Sentimiento que elevar, Voluntad que rectificar, Conciencia que ilustrar, Inteligencia que cultivar, Cuerpo que alimentar». C. Arena!, La cuestion social. Cartas d un senor, Madrid: Impr. Clasica Espanola, 1924, p. 30 (1 .• ed.: 1880; escrito hacia 1 875). <<El obrero es pobre: socorredle, ayudadle. El obrero es ignorante: instruidle, educadle. El obrero tiene instintos aviesos: moralizadle>>. Monlau, ob. cit. p. 310. 26 En relacion a los parrafos que siguen, vease J. Sierra Alvarez, <>, Revista Espanola de Investigaciones Socio/Ogicas, 1984 (2), pp. 35ss. 27 F. Gascue, <>, Revista Minera, 1 883, p. 372. Francisco Gascue era ingeniero de minas e impulsor, en Ia mineria asturiana, de una acabada estrategia de corte marcadamente paternalista. El epigrafe correspondiente a <<El obrerm> ha sido editado y anotado por mi en Sociologia del Trabajo (nueva serie), num. 5, 1988-1989, pp. 1 1 7-134. Vease infra, cap. 6, <
de gestion de Ia mana de obra>>. 28 R. Fuertes Arias, Asturias industrial: estudio descriptivo del estado actual de Ia industria asturiana en todas sus manifestaciones, Gijon: Impr. de La Cruz, 1902, p. 139. Sabre Fuertes Arias, vease infra, cap. 7, <<El paternalismo industrial asturianm>. Para

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otras formulaciones, mas frecuentes, esa representaci6n se vera recorrida por otro fantasma, tambien de origen materialista. La del obrero como mecanismo: «el jornalero, industrialmente considerado, es una maquina; maquina que lleva su maquinista consigo y que se mueve por si sola, pero maquina al fin» 29. Piezas intercambiables, articulables: el obrero como mecano. En otras ocasiones, pagina en blanco, menor, nino: «el jornalero [ ... ] debe mirarse como un nino, cuya confianza debemos adquirir, aconsejandole y convenciendole por media de raciocinios que esten a su alcance y que toquen de cerca a sus intereses; pues poco le conocen aquellos que se lo figuren razonable y precavido» 30 . El obrero como arcilla, como mecano, como nino. Consecuente­ mente, el programa paternalista como mode/ado, ingenieria y pedagogia (sociales) 31• Como disciplina, en fin. En tanto que tal, el programa se los patronos paternalistas, <. S. Pollard, <>, English Historical Review, 1964, p. 525 (parcialmente retomado en el epigrafe v del cap. 5 de La genesis... , ob. cit.). 29 Gascue, ob. cit., p. 387. Gascue desarrolla toda una alegoria a partir de esa met:ifora inicial: Ia alimentacion del obrero como su «combustible>>, sus accidentes como <>, su desgaste con el paso del tiempo como <, etc. La misma metafora en Owen: <<si el cuidado que se presta a las maquinas inanimadas puede procurar tan beneficiosos resultados, �que no se podria esperar si se dedicase igual atencion a las maquinas vivas, que estan mucho mas maravillosamente construidas?>>. R. Owen, A new view of sociery, or eSS'!J'S on the principle of theformation of human character, 1 813; recogido en Owen, Vida... , ob. cit., p. 94. <>. Meakin, ob. cit., p. 157. <>. J. Pie y Allue, <>, Revista Minera, 1880, p. 250. 30 J. Salarich, Higiene del tdedor, 1858; cito segun Ia edicion de Jutglar en P. F. Monalu. J. Salarich, Condiciones de vida y de trabajo obrero en Espana a mediados del siglo XIX, Barcelona: Anthropos, 1984, p. 222. La fuerza de Ia imagen del obrero-niiio ha sido seiialada por Gaudemar: en las disciplinas paternalistas, <<el obrero es considerado como socialmente menan>. Gaudemar, L'ordre... , ob. cit., p. 45. Esa misma imagen aparece presente en otras formas de disciplinas industriales: Ford, por ejemplo, <. Cestre, ob. cit., p. 230. 3 1 Guiotto ha podido caracterizar a! programa paternalista como un programa «educativm>. Vease L. Guiotto, La fabbrica totale: paternalismo e citta socia!i in Italia, Milan: Feltrinelli, 1979, p. 31.

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asentaba sobre un supuesto clave: el de docilidad 32 • A partir de el, toda transformaci6n era posible, incluso hereditariamente acumu,la­ ble-. en Le Creusot ' «al comienzo, la poblaci6n no era lo que llego a ser mas tarde bajo la acci6n del tiempo y de un cultivo inteligente: Los jornaleros venidos del Morvan no tenian ni cuerp� s robustos m espiritus abiertos. Fue preciso someterlos a una espec1e de entrena­ miento para despertar sus facultades y desa�r�llar sus fuerzas. [ : ..J. Es asi como la segunda generaci6n, hoy en act1v1dad, es ya muy d1st1�ta de la que la precedi6, al tiempo que sera superada por la ge�eracwn que -todavia en los bancos [de la escuela patronal]- habra de dar su medida en el futuro» 33•

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Desde un punto de vista instrumental, la co�di�i�n de . eficacia de esas tecnicas de cultivo, de entrenamiento, de d1sc1phnam1ento. en suma' residia en su caracter abarcante: el programa paternahsta tiene algo de molde, abraza por todos los lados a la masa pasiva a la que intenta dar forma. En su formulaci6n ac� b�da. Y . ext.rema, el programa paternalista adolecia de hor�or vac�t d1sc1phnano: cual­ quier fisura, cualquier hueco malograna la p1eza .. Como todos los dispositivos que a lo largo del siglo XIX seran aphcados a las pa�tes menos nobles de las sociedades burguesas, el programa paternahsta aspiraba a consumar ese abrazo total, ese total apresam.iento. �e�th.am �a sabido expresar como nadie las virtudes de la totahdad d1sc1phnana: «si se hallara un medio de hacerse dueiio de todo lo que puede suceder a un cierto numero de hombres, de disponer todo lo que les rodea, de modo que hiciese en ellos la impresi6n qu� se quiere producir, de asegurarse de sus acciones, de sus conex10nes, Y. de . todas las circunstancias de su vida, de manera que nada ignorarse, ni contrariar el efecto deseado, no se puede duda� q�e instrumento de esta especie, seria un instrumento muy energ1co muy util» 34• • En la persecuci6n de esa totalidad residia la esperanza toda de los patronos paternalistas. Tambien su explic�ta recompensa, el retorno de sus desvelos e inversiones. Porque, mcluso en sus formas no ·. ·

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acabadas, las practicas paternalistas eran costosas, exigian de mas o menos cuantiosas inversiones de capital que, para ser eficaces plenamente, debian ser inmovilizadas, ademas, en las fases iniciales de la implantaci6n 35. Los patronos paternalistas esperaban, sin duda, una rentabilidad de tales inversiones -y en ello se alejaban del mesianismo desinteresado-. Pero esa rentabilidad no era en modo alguno inmediata y, a corto plazo, ni siquiera directamente econ6mi­ ca -y en ello se alejaban, a la vez, del truck !)'Stem. En la mayor parte de los casos, las practicas paternalistas suponian prestaciones a los trabajadores a precio igual o, mas frecuentemente, inferior, al del mercado libre. Las inversiones paternalistas -inversiones estrategi­ cas- apuntaban hacia una diana diferente. Es preciso no equivocar-se sobre este punto. Los ide6logos paternalistas, al menos, no se engaiiaban, ni pretendian hacerlo: «los precios de alquiler [de las viviendas cedidas por algunos patronos franceses a sus obreros] dejan perdidas a los empresarios; pero ganan en compensaci6n el tener su mundo en la mano, [ ... ] al abrigo de toda contingencia -lo cual, para algunos, constituye una seguridad nunca demasiado bien pagada» 36. Los patronos paternalistas sabian bien que la subordina­ ci6n del trabajador -su estabilidad, su laboriosidad, su docilidad­ no tenian precio. S6lo asi, indirectamente y a largo plazo, las inversiones paternalistas resultaban razonables 37. Muy razonables, incluso: «el dinero gastado en ellos [los obreros] no esta en modo alguno malgastado, sino mas bien colocado a una elevada tasa de in teres» 38• Vease Melling, ob. cit., pp. 289-290. Reybaud, ob. cit., p. 217. <>. Frey, ob. cit., p. 107. Tales inversiones deben ser entendidas como <>. Cestre, ob. cit., p. 107. 38 Declaraciones de Van Marken, empresario holandes y promotor del poblado cooperativo modelo de Agneta Park; recogidas en Meakin, ob. cit., p. 27. Tambien ( ;ide era consciente de ello: «los patronos tienen un gran interes en soportar estos gastos: no resultan onerosos para ellos. De acuerdo con una expresi6n corriente en America, este sacrificio "paga" a! que lo hace>>. C. Gide, Les interventions philanthropi­ f(lles et m11nicipales, Paris: Association pour l'enseignement de Ia cooperation, (1 924], p. 7. El patron paternalista lleva a cabo, <
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La condicion para la realizacion efectiva de ese interes residia, para los patronos paternalistas, en asegurarse el control de la existencia toda del trabajador, de su espacio y de su tiempo. En el area de actuacion de la Compagnie d' Anzin, por ejemplo, «puede decirse que la vida de la comarca depende de la existencia de la Compaiiia [ ... ] . Literalmente, la Compaiiia toma al obrero minero en la cuna y lo acompaiia hasta la tumba» 39. No se trata de una imagen gratuita; oigamos si no otro testimonio posterior sobre la misma empresa: «una vez que el niiio aprende a caminar, el huerto [de la vivienda unifamiliar, propiedad de la empresa] lo ve crecer entre sus plantas y flores; cuando alcanza los cuatro aiios, la escuela infantil, creada por la Compaiiia, lo acoge y comienza a instruirlo; del parvulario pasa a la escuela primaria, y de esta se encamina hacia el aprendizaje del oficio de sus padres» 40 . Ni que decir tiene que a su muerte, tras una vida de trabajo para la empresa, un capellan de esta lo acompaiiar:i hasta su ultima morada; alli, tierra de la empresa pudrira sus carnes, al tiempo que su viuda y huerfanos comenzaran a disfrutar tal vez de una pension concedida tambien por la empresa 41. La caracteristica mas sobresaliente de una situacion tal era que una misma mirada, una misma mano agarraba el trabtljo y Ia vida del trabtljador 42. Uno y otra se fundian, se confundian 43. Las relaciones y renuncia a una renta inmobiliaria mas elevada-, en favor de un control mayor del ciclo empresarial (rendimiento del operario, su cualificaci6n y reproducci6n)». Sica, ob. cit., n, p. 908. 39 Reybaud, ob. cit., p. 1 90. Algo similar a prop6sito de Stiring-Wendel, tambien en Francia: << [ ... ] estos deberes de asistencia que [ ... ] comienzan en Ia cuna para extenderse hasta Ia tumba». Ibid., p. 226. 40 Amoruso, ob. cit.; p. 1 53. 41 No se crea que se trata de una exageraci6n literaria: el mismo Gide se referia a «ese dicho que circulaba entre los obreros de Ia fabrica Pullman: "Hemos sido educados en Ia escuela Pullman; comemos en el restaurante Pullman; nos alojamos en las casas Pullman; vamos a heber al bar Pullman; cuando muramos seremos enterrados en el cementerio Pullman e iremos al infierno Pullman"». Gide, Les interventions... , ob. cit., p. 12. «En su sentido mas completo [ ... ], el paternalismo es Ia apropiaci6n por parte del industrial de Ia esfera de vida toda del obrero>>. Guiotto, ob. cit., p. 29. 42 «La mano convertida en garra vuelve a utilizarse siempre como simbolo de tal miedo [a ser tocado]. Mucho de ello ha pasado a formar parte del doble sentido de Ia palabra"agarrar". Tanto el contacto mas inofensivo como el ataque mas peligroso estan ambos contenidos en ella, y siempre hay cierta influencia de lo ultimo en lo primero>>, E. Canetti, Masa y poder, Barcelona: Muchnik, 1981, p. 9 (ed. en aleman: 1960). 43 En situaciones de paternalismo se produce «rapidamente Ia fusion del medio /

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jerarquias laborales devenian, sin apenas mediacion, relaciones y jerarquias sociales, y viceversa. Entre unas y otras no existia solucion de continuidad 44. Salvo el filtro de la autoridad patronal, natural­ mente. Todo gira en torno a ella. Se convertia en sombra tutelar que alcanzaba los rincones mas apartados y luminosos de la vida individual y social. La empresa, en tanto que encarnacion e instru­ mento del poder patronal, se hacia omnipresente, saturaba el espacio y el tiempo 45. AI hacerlo, el dispositivo paternalista se convertia en institucion totaf46. Desde un punto de vista historico, ello implicaba, necesaria­ mente, una profunda movilizacion de las relaciones entre fabrica y no-fabrica, una reordenacion de los campos de poder. El viejo nexo preindustrial entre trabajo y vida, quebrado en los primeros embates de la industrializacion capitalista, se vera aparentemente reactivado por el programa paternalista 47. Aparentemente solo, sin embargo; porque si la fabrica se abria, si sus puertas devenian permeables, ello era unicamente para que pudiesen entrar mas y mas obreros y para que, al tiempo, el poder patronal pudiese difundirse hacia afuera mas y mas 48. Como si la fabrica se transformase en un inmenso fuelle, sus

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ambiente de trabajo con el medio extraprofesionai>>. J. Remy, L. Voye, La ciudady Ia urbanizacion, Madrid: Instituto de Estudios de Administraci6n Local, 1 975, p. 99 (ed. en frances: 1976). «Vida en Ia empresa y vida fuera de Ia empresa forman un todm>, B. Duriez, «Le travail social: d'une organisation patronale a una organisation etatique locale>>, Espaces et Sociitis, num. 40, 1982, p. 72. 44 «En Saint-Colombe domina un tipo particular de relaciones, que se encuentra tambien en Le Creusot y en otras pequefias ciudades concentradas en torno a una sola industria. [. .. ] Las relaciones jerarquicas y las relaciones profesionales se confundem. F. Loux, Le passe dans I'avenir: conduites economiques ouvrieres en milieu rural, Paris: G. P. Maissonneuve et Larose, 1974, p. 3 1 . Vease tambien Terradas Saborit, ob. cit., p. 1 64. 45 «En Ia company town [ ... ] existe algo asi como un tono intangible que [ ... ] debe ser descrito como Ia completa saturaci6n de Ia ciudad, sus habitantes y alrededores por Ia empresa>>. Allen, ob. cit., p. 106. 46 «La caracteristica central de las instituciones totales puede describirse como una ruptura de las barreras que separan de ordinaria estos tres ambitus de Ia vida [ dormir, jugar y trabajar]. [En elias] todos los aspectos de Ia vida se desarrollan en el mismo Iugar y bajo Ia misma autoridad unica>>. E. Goffman, Internados: ensqyos sobre Ia situacion social de los enfermos mentales, Buenos Aires: Amorrortu, 1 970, p. 1 9 (ed. en ingles: 1961). 47 Ello es lo que ha permitido a algunos autores comparar las comunidades paternalistas con las comunidades rurales campesinas. Veanse, por ejemplo, Remy, ob. cit., p. 99, y Allen, ob. cit., p. 105. 48 «Si las cites obreras reactualizan Ia relaci6n entre espacio de Ia prod1.1cci6n y

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puertas, simbolo de la censura entre trabajo y vida, se convertian en filtro, en valvula. En torno a ese punta nodal, que separa y reune, se constituia el edificio paternalista. Ahi anidaba su mas vital latido: «he aqui el secreta de Le Creusot ( ... ]; la ciudad y la fabrica son dos hermanas que han crecido bajo la misma tutela» 49. Una hermana mayor y otra pequena, sin embargo: con la constitucion de un poder unificado sabre el trabajo y la vida de los trabajadon;s, esta se convertia en escenario del despliegue de aqu€:1 50; en reproduccion, en suma. AI tiempo, la no-fabrica devenia capital fijo 51 • Curiosa forma de capital fijo, exterior a la fabrica. Correlativa, ademas, de una no menos curiosa forma de salario; porque ese capital fijo que son las «obras sociales» paternalistas debia aparecer, a la vez, como salario indirecto 52 . Y debia hacerlo para no poner en peligro al edificio paternalista. Porque si, en el marco de la logica liberal, el salario sin mas, el salario directo, expresa el precio del trabajo, ella equivale a que, en consecuencia, ese salario consti­ tuye un derecho del trabajador; del mismo modo que el usa que el trabajador haga de ei. La relacion !aboral liberal se agota en ese

espacio de Ia reproducci6n, ello ocurre con el {mico objetivo de extender a! segundo el control aplicado a! primerm>. R. Butler, P. Noisette, De Ia cite ouvriere au grand ensemble: Ia politique capita/isle du logement social, 1815- 1975, Paris: Maspero, 1977, p. 54. La fabrica deviene <>. Guiotto, ob. cit. 49 Reybaud, ob. cit., p. 36. Acerca de los poblados y demas instituciones patronales en Le Creusot, veanse algunos trabajos recientes en B. Clement, B. Rignault, D. Sauvageot, <
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punta, y, con ella, el poder directo del patron. Lamentable�ente, sin embargo, la produccion de un obrero modelo y la creacton de un hombre nuevo comenzaban, precisamente, en ese punta en el que se agotaba Ia autoridad que la relacion salarial autoriza al p�tr�n. En . t duecto, esa tesitura, las «obras sociales», bajo la forma de salarto r: llegaban en ayuda de aqu€:1. Porque, al depender en ex:lustva de la decision patronal, el salario indirecto conllevaba en st, mtsmo un usa adecuadamente reproductor. Par media de €:1, el patron compraba su «derecho» a ir mas alia de la relacion laboral sin violar un apice las reglas (liberales) del juego 53. Compraba su «derec�O» a ej ercitar, mas . . «tlegal» p:ro alia de las puertas de la fabrica, un poder dtscrectonal, legitimo, capaz de producir y aplicar sus propias leyes, sus proptos mecanismos de sancion, de castigo y de recompensa 54. Frente a la uniformidad formal del salario directo, el salario indirecto, par la via de la arbitrariedad que concedia al patron, analizaba, discriminaba, segregaba en relacion al disfrute de las prestaciones. . . . la vtda A traves del ejercicio de ese poder total y totahtarto, obrera se convertia en reproduccion y el obrero en obrero mod�� o. Correlato de la incapacidad del programa paternalista para concthar en la practica, en condiciones de autoorganizacion obrera, su doble meta de producir un obrero modelo y �re�r un hom?re nuevo, la . , en las ruptura de ese poder unificado sabre fabrtca y no-fabrtc � . . primeras decadas del siglo XX, senalara el fin de las dtsctpltnas paternalistas.

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6.

DEL ESPACIO A LA MORAL: UN PROGRAMA DE ORDENACION TERRITORIAL

Fijados los objetivos y constituido un poder capaz de alcanzar la existencia toda del trabajador, �mediante que instrumentos hacer presa efectiva en ella?, �a traves de que mecanismos asegurarse de su adecuada transformaci6n? En este terreno los patronos paternalistas apenas si innovaran. Se limitaran, mas bien, a ajustar, a adaptar a su propio proyecto el arsenal existente de tecnicas de dominaci6n 55. Particularmente a traves de los saberes higienistas, en tanto que compendio, acabado y cientifico, de los conocimientos practico­ sociales dominantes en su tiempo. Confinados hasta mediados del siglo XIX en un ambito de preocupaciones e intervenciones exclusi­ vamente ligadas al ejercicio directo de la medicina, los saberes higienistas se afianzaran, cada vez mas nitidamente, como los mas depurados instrumentos de gesti6n y tratamiento de las poblaciones. Su credibilidad social en este terreno aumentara sin cesar a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX 56. Profesionales de muy diversos ambitos se sentiran atraidos por ellos 57. A los ojos de la burguesia, las recetas higienistas apareceran, cada vez mas, como la base cientifica de sus propuestas de reforma en la mayor parte de los ambitos de la vida social: higiene y filantropia marcharan cogidas de la mano 58• 24.

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La disciplina industrial, en sus origenes, «reproduce formas de control de las poblaciones experimentadas ya en otros ambitos>>. Gaudemar, L'ordre ... , ob. cit., P· 1 1 . 56 Vease L. Urteaga, «El pensamiento higienista y Ia ciudad: Ia obra de P. F. Monlau (1 808-1871)>>, en Urbanismo e historia urbana en el mundo hispano. Segundo Simposio. 1982, Madrid: Universidad Complutense, 1 985, 1, pp. 397-412. 57 Por ejemplo, en el IX Congreso Internacional de Higiene y Demografia (Madrid, 1898) figuran como asistentes los siguientes ingenieros de minas espanoles: Lucas Mallada, Eusebio del Busto, Horacio Bentabol, Ramon Alonso, Angel Herrero de Tejada, Rom:an Oriol. Vease «El Congreso de Higiene y Demografia>>, Revista Minera, 1898, p. 137. Los arquitectos, sobre todo, se sentiran fascinados por Ia higiene: «siendo indiscutiblemente un hecho que el titulo de arquitecto lleva consigo aparejado el de higienista [ ... ]>>; <>. M. Bertran, <>, Arquitectura y Construccitin, 1 906, pp. 330 y 334. La corriente de los arquitectos higienistas, representada en Espana por Mariano Belmas, arquitecto y secretario, durante sus anos iniciales, de Ia Sociedad Espanola de Higiene, constituye una buena muestra de esa confluencia. 58 <
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AI tiempo, las preocupaciones higienistas, alentadas por esa creciente credibilidad, desbordaran ampliamente las tematicas medi­ cas y epidemiol6gicas, alcanzando, por la via de la higiene publica y de la medicina social, al conjunto de la sociedad 59. Los saberes cuidadosamente experimentados en las ciudades sitiadas por el calera y en los recintos secretos de los asilos y de las prisiones se veran generalizados al conjunto de los tumores sociales. El cuerpo social se vera asi «medicalizado» 60, al tiempo que la higiene tendera a configurarse cada vez mas como un completo cuerpo de saberes aplicados sobre lo social. En su voracidad disciplinar, aspirara a constituirse en ciencia general de la sociedad: «la ciencia social por excelencia» 61, <>. Urteaga, ob. cit., p. 49. 59 Algunos de los temas premiados por Ia Sociedad Espanola de Higiene en sus concursos de las primeras decadas del siglo XX son expresivos de esa extension: educacion infantil, alcoholismo, trata de blancas, educaci6n de Ia mujer, infancia abandonada, trabajo femenino, trabajo infantil, higiene en el trabajo, espectaculos publicos, vivienda obrera, seguro obrero, etc. Respecto de las preocupaciones sociales de los higienistas, vease J. M. Lopez Pinero, Medicina modernay sociedad espanola (siglos XVI-XIX), Valencia: Catedra e Instituto de Historia de Ia Medicina, 1976, pp. 253326 (1 .• ed.: 1 964). Vease tambien Medicina Social: estudiosy testimonios histtiricos, Madrid: Ministerio de Sanidad y Consumo, 1984 (selecci6n de Erna Lesky). 60 Veanse M. Foucault, <>, en M. Foucault, Sabery verdad, Madrid: Las Ediciones de La Piqueta, 1 985, y Alvarez-Uria, Misera­ bles. . , ob. cit. 61 M. Martin Salazar, <, Higiene Moderna, 1905, p. 1 62. 62 G. Pittaluga, Discurso leido... en Ia sesion inaugural del aiio academico de 1917- 1918, Madrid: Impr. de Arahuetes, 1 91 7, p. 87. 63 A. Pulido, < a J. Fonssagrives, Higiene y saneamiento de las poblaciones, Madrid: Impr. de Enrique Teodoro, 1 885, pp. vn.vm. .

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nos paternalistas, necesitados, frente al anonimo y -a su juicio­ in�ficaz, poder del Estado, de «un poder menos extenso y, por lo �lsmo, mas eficaz, mas proximo, mas dificil de burlar, mas especia­ hsta y por ende mas adecuado a su objeto y mas conocedor de las exigencias del caso concreto: el poder del patrono, jefe de la familia industrial»? 64• Ademas, necesitados de abarcar la completa existencia del trabajador, �como podrian dejar de apropiarse de un conjunto de saberes cuya aspiracion explicita no era otra que la de dotarse de un ambito de intervencion lo suficientemente extenso como para situar baj � su mirada a la totalidad de las esferas de la vida individual y soc1al? Por lo demas, �acaso los objetivos de «moralizaciom> de los patronos paternalistas no eran sustancialmente los mismos que los proclamados por los higienistas?, �acaso no es cierto que «higienizar es moralizar»? 65 . Desde un punto de vista instrumental, pues, la estrategia paternalista procede, en primera instancia, del pensamien­ to y de la practica higienistas 66. De ellos tomara su raiz fundadora, su mas vital axioma: el ambientalismo 67 • La higiene, por su parte, no lo habia inventado: lo habia tornado prestado, mas bien, de la configuracion general de los saberes de finales del siglo XVIII, del materialismo ilustrado, que habia instaurado como paradigma dominante para mucho tiempo, en lo que a los saberes cientificos se refiere, el de las ciencias fisicas y naturales, y como principio heuristico el de la historia natural. La transposicion de ese paradigma y de ese principio al estudio de lo social, hacer la historia natural de lo social: he ahi la tentacion que parece haber organizado, en ultima instancia, el discurso de los higienistas y, a traves de ellos, de los ideologos paternalistas. Le Play, por ejemplo, era perfectamente claro al respecto: «yo he aplicado a la observacion de las sociedades humanas reglas analogas a aquellas que habian conducido a mi espiritu hacia la observacion de los minerales y de las plantas» 68. 25.

64 Prat de Ia Riba, ob. cit.; cit. en Terradas Saborit, ob. cit., p. 30. 65 Se trata del lema que encabeza Ia obra de M. San Ramo, Higiene de Ia educacirin f�sica ! moral en los asilos de infancia, Madrid: Impr. de ]. Sastre y C.•, 1 909. «No hay c1enc1as mas afines, ni que mejor se aliancen que Ia higiene y Ia moral>>. Monlau, ob. cit., p. 305. 66
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En ese marco interpretativo, el «medio ambiente» se configuraba como principio primero de explicacion de los procesos sociales y, particularmente, de diagnostico de sus manifestaciones morbosas. Escrupulosamente analizado, el «medio» se convertia en demiurgo de las poblaciones, en mediacion privilegiada a traves de la que la naturaleza -o, en su caso, la divinidad- se expresan. Era, sin duda, la fuente de todo bienestar, de toda felicidad. Pero era tambien el origen de toda miseria fisica, moral, social; de todo aquello que hada del obrero un ser inestable, enfermo y haragan, propenso a revueltas peligrosas y, sobre todo, imprevisibles: «las causas directas del deterioro fisico y moral de la clase obrera deben buscarse [ ... ] en las condiciones de habitacion, del alimento, de los vestidos, de la fatiga y de las costumbres» 69 . Desorden fisico y desorden moral, en ese contexto, aparecian indisolublemente unidos; lo «medioambiental» y lo social se infectaban y contagiaban mutua y directamente. A partir de ese diagnostico, la terapia adecuada se derivaba por si sola: modificar las circunstancias, actuar sobre el «medim> se convertia en el instrumento privilegiado de produccion del obrero modelo, de creacion del hombre nuevo. En esa creencia, simetrica y complementaria de aquella otra que afirmaba la maleabilidad infinita del hombre, se reconocian higienistas, urbanistas, fabricantes de utopias, patronos paternalistas y, en fin, todo tipo de reformadores sociales. Si la «cuestion social» se reduda, en ultima instancia, a cuestion ambiental, su solucion no podia provenir mas que de la ordenacion del «medio ambiente»; el espacio del conflicto se veia, asi, cuidadosamente desplazado. Un ejemplo -extremo, tal vez, pero significativo-: el de la importancia moral de la limpieza corporal del trabajador. Oigamos a un medico higienista: «la limpieza del cuerpo trae aparejada consigo otras practicas higienicas que redundan en beneficio de la salud; Meese el sujeto mas aseado, mas pulcro y correspondiendo a esta mayor sanidad del cuerpo, establecese mas pureza de costumbres, que originan tanta mayor perfectibilidad higienica» 70. La misma le rat des champs: Frederic Le Play, un penseur de Ia societe industrielle au XIXe siecle», Milieux, num. 14, 1 983, p. 15. 69 Monlau, ob. cit., p. 290. 70 ]. I. Eleizegui Lopez, Nociones de higiene industrial, Barcelona: Soler, [ca. 1903], p. 65. <
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conviccton en el caso de un arquitecto-ingeniero, al referirse a las instalaciones de limpieza de algunas fabricas estadounidenses: «al salir [del trabajo], el obrero pasa al baiio, se pone sus vestidos limpios (frecuentemente pasados por la estufa para ser desinfecta­ dos), y experimenta con ello una sensaci6n de bienestar que templa sus fuerzas fisicas y aumenta su energia moral» 71. Oigamos final­ mente al legislador, al justificar la conveniencia de establecer en Madrid una casa de lavado y banos para pobres: «grandes son [ . . . ] las ventajas de toda especie que debe alcanzar un pais por el mero hecho de generalizar la limpieza entre sus diferentes clases. Contribuyese eficazmente por este medio a la conservaci6n de la salud, a la mayor robustez y desarrollo de las fuerzas fisicas, a la curaci6n de las enfermedades y a la longevidad: la limpieza ademas produce en la casa del pobre el orden, la regularidad y hasta la economia; realza su dignidad y le inspira sentimientos de moralidad y decoro, mientras la falta de aseo trae consigo el vicio y la degradaci6n» 72• La limpieza corporal como matriz de un nuevo individuo moral 73.

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arraigadas, seran de mutuo provecho, pues entre los innumerables beneficios que producen hay que contar en primer termino !a aptitud que despiertan para el trabajo y !a sensaci6n de bienestar que !levan consigo, sensaci6n que hay que sostener principalmente entre las clases humildes, sometidas en otros aspectos y relaciones de su vida a numerosas causas de acritud y desasosiegm>. <>. L. M. Cabello Lapiedra, «Baiios-duchas populares de !a Villa de Madrid», La construccitfn moderna, 1 905, p. 364. 72 Preambulo del Real Decreto de 1 5 de junio de 1 853 sobre construcci6n de una casa de lavado y baiios para pobres en Madrid; cit. en Monlau, ob. cit., p. 296. 73 La inculcaci6n de habitos de limpieza en los obreros, Ia disciplina por el agua, bien merece un trabajo especifico. La investigaci6n acerca del establecimiento de banos y duchas arrojaria luz a! respecto, asi como un vaciado sistematico de los doctrinarios de !a higiene industrial. Sobre ello, un trabajo pionero puede consultarse en ). P. Goubert, <<Equipement hydraulique et pratiques sanitaires dans !a France du XIXe siecle», Etudes Rurales, 1984 (1-2), pp. 123-143. De un modo mas general, veanse las agudas observaciones de Giedion acerca de !a evoluci6n de las practicas de higiene corporal en Giedion, ob. cit., pp. 631-709. Vease tambien G. Vigarello, Le propre et le sale: l'higiene du corps depuis le MI!Jen Age, Paris: Seuil, 1 985, especialmente pp. 207-216 (debo !a consulta de este libro a !a amabilidad de Juan Jose Castillo). Para el lugar de !a limpieza corporal en las culturas preindustriales, vease F. Loux, El cuerpo en Ia sociedad traditional, Palma de Mallo rca: Jose ). de Olaiieta, 1 984, pp. 88-92 (ed. en frances: 1 979). I'

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Lo que para el individuo es su cuerpo para la comunidad es su espacio, el espacio en el que vive. Por analogia -y es preciso no olvidar que el pensamiento ambientalista reposa sobre una perma­ nente analogia-, la transformaci6n de ese espacio, de sus caracteris­ ticas fisicas y simb6licas, genera conductas sociales, educa. Los utopistas de la primera mitad del siglo XIX, hijos directos de los materialistas del siglo XVIII, estaban plenamente convencidos de ello. Fourier, por ejemplo: «un arquitecto que hubiera sabido especular con el modo compuesto, habria podido [ . . . ] convertirse en el salvador del mundo social. [ . . . ] Era preciso que la naturaleza asignara a las artes alguna intervenci6n en la cuesti6n de la Armonia: ha tenido que elegir [ . . . ] la Arquitectura» 74. Tambien Owen: «parece ser que la misi6n de mi vida consiste en preparar a la poblaci6n del mundo a comprender la gran importancia de la segunda creaci6n de la humanidad, comenzando con el nacimiento de cada individuo, utilizando las capacidades humanas y creando ambientes totalmente nuevas donde se instalara a los hombres durante toda su vida y en virtud de los cuales nacer:i una nueva forma de ser>> 75. Por su parte, los patronos paternalistas, esos utopistas de la segunda mitad del siglo XIX 76, no estaban menos convencidos de Ia omnipotencia modeladora del espacio. Oigamos a Godin: «es una verdad demasiado poco conocida la de que el orden moral se encuentra intimamente ligado a la organizaci6n material» 77. La misma creencia 26.

74 C. Fourier, Thiorie de /'unite universelle ou traiti de /'association domestique-agricole, 1822; cit. en F. Choay, El urbanismo: utopiasy realidades, Barcelona: Lumen, 1 983, p. 1 37 (ed. en frances: 1965). «La Arquitectura escribe !a historia». V. Considerant, Description du phalanstere et considerations sociales sur l'architectonique, 1 840; cit. en Choay, ob. cit., p. 134. 75 Owen, The life... , ob. cit.; recogido en Owen, Vida. .. , ob. cit., p. 66. Sobre !a

capacidad del espacio para generar conductas, en !a 16gica de los utopistas, vease H. Castanet, «Figures imaginaires de l'u-topos urbaim>, Espaces et Sociitis, num. 32-33, 1980, p. 72. 76 Pullman City se aparecia a los visitantes como <>. Le Brenn, ob. cit., p. 55. Vease tambien Abriani, «11 villaggio operaio», ob. cit., p. 39. 77 Godin, ob. cit., p. 269.

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en Pullman refiriendose a las expectativas depositadas en su poblado modelo: «todo depende del ambiente» 78• . . Continuo, saturador, capaz de alcanzar en todo mstante la v1da de los trabajadores, el disefio del espacio de reproducci6n constituia el arma privilegiada de los patronos paternalistas 79• Es cierto que no era este el {mico instrumento del que se dotaran; pero no es menos cierto que, en la economia disciplinaria de la estrategia paternalista, los dispositivos espaciales ocupaban un lugar central, sobre el ��e . se escnb1a armaban y pivotaban todos los demas 80• Esa estrateg1a espacialmente: en ella espacio y moral se unian causa/mente. Saber sob�e los lugares, sobre los «medios», sobre los mi-lieux 8�: la estrat�g1a paternalista no sera otra cosa, entonces, que orde�ac10n del ternto­ rio. Su herramienta principal sera, en consecuenc1a, el poblado, la colonia: un espacio pedag6gico. Su genealogia es, sin duda, muy compleja; dispositivos espacia­ les nacidos para muy diversos fines parec�� darse c�. ta en ell� , una . vez refundidos y refuncionalizados al serv1c1o de obJetlvos �lferen­ , tes. Dispositivos procede�tes, en primer lugar, d� �as p��ltlcas de . tratamiento de pobres: asllos, casas de trabaJo, pns10nes . Proce­ . . dentes, luego, de ambitos directamente productlv�s, agranos (colo­ nias agricolas, poblados de plantaci6n) e industnales (ma�ufactu­ ras) 83, Procedentes; finalmente y sobre todo, de modelos d1recta y

27.

Declaraciones de George M. Pullman en 1882; cit. en Buder, ob. cit., p. 77. 79 «En las company towns es posible el control de todo �1 tiempo del obrero, . ademas del tiempo correspondiente a !a jornada !aboral proptam�nte dt�ha, medtante el , control de todo el espacio del trabajador, mas alia del propto espacto de !a fabnca». Sica, ob. cit., ll, p. 905. . .. 80 Por Io demas, se trata de una caracteristica general de todos los dtspostttvos disciplinarios. Vease Foucault, Vigilar... , ob. cit., pp. 145ss. , 81 Debo el juego de palabras -unicamente posible en frances- a Bernard 78

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82 Vease J. Donzelot, <<Espacio cerrado, trabajo y moralizac�6n; genests Y . . transformaciones paralelas de !a prisi6n y del mamcomto», en Espac10s de poder, ob. cit., pp. 27-51 . 83 Respecto a los modelos de origen agrario, vease Terradas Sabortt, �b . ctt., · pp. 26-27. Las instalaciones de gran explotaci6n a�raria -�o�o el cor�IJ �, _ror ejemplo- admiten una lectura, probablemente fructtfera, en termmos de d�s�tplma­ miento. AI respecto, vease J. Naredo, ]. M. Sumpsi, «Evoluci6n y caractenst�cas de los modelos disciplinarios del trabajo agrario en las zonas de gran proptedad>>, Agricultura y Sociedad, 1 984 (4), pp. 45-86. Algo similar p�dri� ser hec�o en lo que se - parttcularmente los refiere a algunos poblados hispanoamericanos de colomzacwn, ·

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paradigmaticamente disciplinarios: el cuartel de un lado y el conven­ to de otro. Uno y otro subyacen a todos los demas, los reunen, los engloban. Uno y otro, ademas, se encuentran en la base de dos espacios disciplinarios industriales bien caracterizados, que consti­ tuyen los antecesores inmediatos del poblado paternalista 84. La fabrica-Jortaleza, en primer lugar. En ella el trabajador devenia soldado y los trabajadores en su conjunto ejercito. Ejercito del trabajo: «como es 16gico se buscan modelos en las grandes aglomera­ ciones; y como las mas grandes aglomeraciones son las de los ejercitos, las de los soldados de la guerra, se tom6 como modelo el de los cuarteles militares cuando se quiso alojar a los soldados del trabajo» 85, La doble asociaci6n trabajador-soldado y fabrica-cuartel parece haber gozado de gran predicamento a lo largo del siglo XIX; el modelo de las fabricas Krupp, en Essen, parece recorrer, de arriba a abajo, el imaginario patronal y, en general, social, del siglo 86, A su lado, como su hermana gemela, Ia fabrica-convento. El obrero-soldado se veia aqui sustituido por el obrero-penitente. 0, mas especificamente, por la obrera-penitente, por cuanto la utiliza­ ci6n de esta modalidad disciplinaria parece haberse visto limitada, casi con exclusividad, a los establecimientos -generalmente texti­ les- que empleaban mano de obra femenina. En Jujurieux y Tarare, cerca de Lyon, en Marquette, cer�e Lille, en ciertas colonias jesuitas. Respecto a las manufacturas preindustriales en tanto que modelos de arquitectura industrial en sentido amplio, veanse J. Posener, «Habitations a Bon Marche: naissance du probleme: premieres solutions>>, L' Architecture d'Aujourd'hui, num. 6, 1 935, pp. 1 5-33; y 0. Selvafolta, «El espacio del trabajo, (1750-1910)>>, Debats, num. 1 3, 1 985, pp. 52-69. 84 «La fabrica no inventa nada. Imita a !a manufactura, !a cual combina ella misma !a herencia del convento o del cuartel con sus propias necesidades>>. Perrot, «De !a manufacture...>>, ob. cit., p. 4. 85 L. Simonin, Les cites ouvrieres de mineurs, Paris: Librairie de L. Hachette, 1867, p. 1 5.

86 La imagen de !a fabrica-fortaleza ha saltado, de !a mano de Julio Verne, a! terreno literario: !a Stahlstadt de Los quinientos mil/ones de Ia Begum no es otra cosa que una transposici6n literaria de las fabricas Krupp. Una lectura inteligente de esta novela, en lo que se refiere a aspectos tratados en este trabajo, en C. Kazmierczak, «Du bon usage des cinq cents millions de !a Begum>>, Milieux, num. 22, 1 985, pp. 4853. Otra descripci6n novelesca de las fabricas Krupp y de su organizaci6n, en G. Leroux, Rouletabille en las ftibricas Krupp, Madrid: M. Aguilar [1 92-?]. Sobre las instituciones patronales de los Krupp, veanse Meakin, ob. cit., pp. 364-372; y M. Geitel, «Alfredo Krupp y !a fundici6n de Essem>, La Ilustracion Moderna, 1 893, pp. 583-589, 609-613, 641-645 y 673-677.

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catalanas, los capataces-sargentos y los ingenieros-oficiales de la fabrica-fortaleza se veran sustituidos por los capataces-hermanas y los ingenieros-madres. Por su parte, la arden se vera relegada en beneficia de la regia 87. El poblado paternalista, Ia fabrica-ciudad, no sera ni una cosa ni otra. Sin embargo, ambas, la fabrica-fortaleza y la fabrica-convento, lo masculino y lo femenino, alientan en ei, en su genealogia 88. Aun despojados de sus aspectos mas evidentemente regimentados, ambos modelos continuaban siendo utiles al programa paternalista. Con razon, ya que ambos reposan sabre dos procedimientos que tenian interes para este, que constituian sus bisagras espaciales fundadoras: de un Iado, el establecimiento de una cesura respecto del mundo exterior; de otro, la organizacion interior del espacio con arreglo a rigurosos principios de reunion y separacion. El poblado paternalista, en efecto, instauraba una definida relacion entre el dentro y el fuera, una relacion de naturaleza esencialmente defensiva. Considerado el exterior como venera de todo mal, de lo que se trataba era de preservar del contagia a los trabajadores, a los internos 89. Resultado de la ampliacion del poder patronal mas alla de las puertas de la fabrica, el poblado paternalista extendia al espacio de vida el ritmo regulado de aberturas y cierres que caracterizaba a aquella: «las cercas de las fabricas no deben presentar mas que una o unas pocas aberturas; estaran dispuestas de tal modo que durante el trabajo toda comunicacion clandestina entre

28.

87 Una descripcion del reglamento de algunas de las fabricas-convento de Ia zona de Lyon, en Simon, L'ouvriere, ob. cit., pp. 54-59. La reproduccion de uno de ellos en P. H. Dejean, <<Sericiculture dans les Cevennes au XIXe siecle et espaces de travail>>, Le Mouvement Social, 1 983 (4), p. 1 62. Para una descripcion de los dormitorios y refectorios de Ia fabrica-convento de los hermanos Scrive, en Marquette, vease E. Muller, Habitations ouvrieres et agricoles, cites, bains et lavoirs, societis alimentaires, Paris: A. Morel, 1 855-56, pp. 191-194. A comienzos del siglo XX todavia existian -y se construian- fabricas-convento: Ia descripcion de una y los pianos, en Maniguet, ob. cit., pp. 21 1-215; o tambien en R. Llatas y Riera, <>. R. Owen, Rapport to the Commitee for the relief of the manufacturing poor, 1 81 7; recogido en Choay, ob. cit., p. 1 16.

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el interior y el exterior se vea impedida» 90. Leamos poblado donde dice fabrica y nos encontraremos ante la condicion primera de eficacia del espacio paternalista: Ia clausura, el control sobre Ia comunica­ cion libre y polimorfa 91 • Para poder aplicar a los trabajadores todo un conjunto de tecnicas de disciplinamiento, estos debian ser previa­ mente secuestrados 92 Esa clausura, sin embargo, no podia ser ya la que establecia Ia cerca de la fabrica-fortaleza o de la fabrica-convento. Tampoco podia ser ya el cierre fisico de las propuestas de los utopistas de Ia primera mitad del siglo XIX. En el poblado paternalista, la clausura se expresaba, mas bien, como distancia, como apartamiento. Como aislamiento, en suma. Refiriendose a la eleccion del lugar de emplazamiento de Pullman City, George M. Pullman declaraba que :<deseab�mos �legir el lugar sabre una base tal que excluyera toda mfluencta noctva [ ... ] . De acuerdo con ello fue elegida la presente localizacion de Pullman; esta region del pais se encontraba entonces poblada muy dispersamente» 93. El aislamiento del poblado paternalista lo era, ante todo, de Ia ciudad industrial, encarnacion suprema del riesgo de contagia. En ell� el espacio paternalista era heredero directo del pensamiento antturbano de los higienistas: «es un hecho que esta fuera de toda duda que los campos son mas saludables que las poblaciones» 94. y no solo mas salu�ables, sino tambien menos peligrosos: «no negare­ mos que en los ttempos que alcanzamos, el contacto de las ciudades Maniguet, ob. cit., p. 1 8. Por lo demas, es esa una de las caracteristicas de las instituciones totales las ' wales <�crean y sostienen un tipo particular de tension entre el mundo habitual y el . tnstltuc!Onal, y usan de esta tension como palanca para el manejo de los hombres>>. Goffman, ob. cit., p. 26. La clausura constituye tambien una caracteristica esencial de las heterotopias: <>. M. Foucault, <>. Murard, ob. cit., p. 35. 93 Dec!ar�ciones de George M. Pullman en 1 895, recogidas en Buder, ob. cit., p. 42. Algo stmtla� en el caso de Ia compa'!Y town de Gary (Indiana); vease R. A. Mohl, N. Bette�, <
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puede ser muchas veces mas peligroso y fatal que la ignorancia y el aislamiento de los campos; que en estos suele conservarse mas pureza de costumbres» 95. El poblado paternalista huia, pues, de la ciudad 96. Actuaba en campo abierto, en terreno virgen. Sobre un papel en blanco, preferiblemente: «Charles [de Wendel] puso toda su alma en la creaci6n de Stiring. [ ... ] Como un hada que con su varita convierte una carroza en calabaza, asi sac6 el una ciudad industrial de donde no habia mas que un bosque mudo» 97. Y sin embargo, el poblado paternalista --a su pesar, sin duda- aglomeraba. Concen­ traba hombres, edificios, miasmas, delirios de rebeli6n: conducia irresistiblemente a la ciudad 98. Atrapado en la contradicci6n basica que -al menos desde la primera industrializaci6n- desgarraba al territorio, el poblado paternalista intentara esquivarla por la via de conciliar sus extremos 99• AI hacerlo, el poblado paternalista se proyectaba fuera del territorio. No era ni campo . ni ciudad; Le Creusot, por ejemplo, «no es una ciudad propiamente hablando, sino una aglomeraci6n de casas dispersas en diversos barrios [ ... ] en torno a la inmensa y potente fabrica» too. Fuera del territorio, el poblado 95 A. Guerola, <<El obrero del campo y el de Ia ciudad>>, La Defensa de Ia Sociedad, num. 38, 1 873, p. 49. Sobre el pensamiento antiurbano de los higienistas, vease Urteaga, ob. cit., pp. 398-404. 96 «El ideal de Ia compatry-town es [... ] profundamente "antiurbano"» Dal Co, ob. cit., p. 204. 97 R. Sedillot, 250 ans d'industrie en Lorraine: ia Maison Wendel de 1704 a nos )ours; cit. en Murard, ob. cit., pp. 21-22. Sobre Stiring-Wendel, poblado iniciado en 1 854, vease Reybaud, ob. cit., pp. 224ss. 98 Tal es Ia tesis que sostiene M. Folin, «La ciudad de fundaci6n industrial en America: razones del fracaso de una zona urbana especifica del capitalismo», en M. Folin, La ciudad del capitaly otros escritos, Barcelona: Gustavo Gili, 1 976, que sigue a! respecto las posiciones de Engels. 99 «Fundar una cite que no sea en ningun caso una ciudad, y menos aun un arrabal obrero: he ahi en verdad el singular rompecabezas que quita el sueiio a los constructores [ ...] . Edificar desaglomerando, construir deshacinando: tal es Ia estrecha puerta que conduce a Ia Ciudad Ideal». Murard, ob. cit., p. 37. 100 C. Detain, «Habitations ouvrieres. Exposition universelle de 1 867. Le Creu­ sot», 1 870; cit. en Frey, «Le Creusot... », ob. cit., p. 5. El poblado modelo de Saltaire, por ejemplo, «constituye un desarrollo compacto que preserva las ventajas especificas de Ia ciudad y del campo». R. K. Dewhirst, «Saltaire», Town Planning Review, 1 960, p. 135. Sobre este caso, vease tambien Meakin, ob. cit., pp. 416-419. Los utopistas aspiraban tambien a reunir las ventajas del campo y de Ia ciudad: «estos nuevos pueblos reuninin todas las ventajas de las grandes ciudades, sin ni siquiera uno solo de sus muchos peligros e inconvenientes, y tambien todos los beneficios del campo, sin ni siquiera una sola de las numerosas desventajas que hoy impone Ia vida aislada>>. R.

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paternalista se proyectaba tambien -por ello mismo- fuera de la historia: «se ha escrito que los pueblos felices no tienen historia· de la poblaci6n Colonia Giiell se podria decir que no tiene ni much� ni poca» tot. Lugar sin espacio, instante sin tiempo, el poblado paternalista se convertia en una quimera, en un juguete toz , en una entidad radical­ mente aparte: «Le Creusot no es meramente una fabrica' es un verdadero mundo apartn> to3 . Una heterotoe_ia 104, en fin. En tanto que tal, el poblado paternalista aspiraba a contenerlo todo, a co�figurarse com? un mundo completo, circular, replegado sobre s1_ m1smo, autosufictente: «un pequefio universo», en suma to5 . �n universo ordenado, sin embargo; hacia dentro, ese mundo en . ese diorama, se organizaba con arreglo a un principio mtmatura, reg�lador, de acuerdo con una racionalidad que, a Ia vez, agrupaba y _ y separaba. analtzaba, reunza Reunia, en primer lugar, los espacios de vida y trabr.ljo de los obreros 106• Pero ya no la manera antigua. En la fabrica-fortaleza 0 en �a fa�rica-conv.en�o amb os espacios aparecian reunidos por su _ en ocasiones, por su agrupaci6n m �edtata prox1m1dad e mcluso, . baJo un m1smo techo; desde este punto de vista, esas formas no eran 29.

Owen, A catechism and the new view of sociery and three adresses' 1 81 7· recogido en Owen ' ' Vida ... , ob. cit., p. 136. 101 M. d'Esplugues, E/ primer comte de Giiell, 1912; cit. en Terradas Saborit ob. . Cit., p. 13. La misma aspiraci6n en las utopias: «del mismo modo que Ia clausu�a es ms�parable �e Ia idea de perfecci6n, Ia perfecci6n es inseparable de Ia destrucci6n de Ia tdea de ttempo. En Utopia se vive tambien en Ucronia». M. Nembrado «Les categories de l'imaginaire utopique», Espaces et Socii/is, num. 32-33 1980 p. 27 . 102 Los pobiados mmeros . de Anztn «se parecen de lejos a esas casitas 'de madera que los co�erciantes alinean en sus escaparates». G. Michel, Histoire d'un centre ouvrier: (les concesstons d'Anzin), Paris: Librairie Guillaumin et Cie., 1891, p. 266. 103 V. T�rgan, �es grandes usines, 1 866, VI; cit. en Murard, ob. cit., p. 27, nota 18. «La coloma mdustrtal ha de constituir una sociedad aparte». Prat de Ia Riba, ob. cit.; cit. en Terradas, ob. cit., p. 31. 10� Vease Foucau!t, «Des espaces ...», ob. cit. Sobre Ia noci6n de heterotopia, esen�tal en el pensamtento de Foucault, vease G. Teysson, «Eterotopie e storia degli spacm, en II dispositivo... , ob. cit. 105 «C�nstru endo tod � partir de Ia nada, [Charles de Wendell] hizo surgir � alii ? un pequeno umverso!'· Sedtllot, ob. cit.; cit. en Murard, ob. cit., p. 2 1 . Saltaire aparece como «un microcosmos industrial y social, una unidad social e industrial completa». Dewhirst, «Saltaire», ob. cit., pp. 1 35 y 139. 1 06 «La residencia [del patron] en los lugares de trabajo constituye uno de los elementos esenciales del paternalismo». Perrot, «De Ia manufacture.... », ob. cit., p. 8. ·

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otra cosa que un desarrollo simple de la unidad espacial trabajo­ residencia que caracterizaba al taller artesanal. El poblado paternalis­ ta, por el contrario, procedia, mas bien a la separacion fisica de esos espacios. Actuaba, pues, funcionalmente, a traves de un zoning mas o menos estricto que aseguraba, en todos los casos, la inexistencia de promiscuidad y confusion entre espacio de la produccion y espacio de la reproduccion 1 07• Fisicamente separados, ambos espacios eran, a la vez, reunidos politicamente a traves de su gestion unificada. Espacialmente, esa reunion se expresaba como disefio de conjunto, como plan. Un plan curioso, sin embargo, muy diferente del plan escenografico que aseguraba la unidad de las manufacturas diecio­ chescas a traves de la produccion de un juego de miradas que condudan centripetamente a un punto. En el caso del poblado paternalista, por el conttario, el plan era, precisamente, su estudiada ausencia. El poblado paternalista, en efecto, muy raramente se expresaba como escenografia. La impresion que producia era, mas bien, la de desorden: «si hay que decirlo todo, nada se encuentra bien ligado en las diversas partes que componen esta aglomeracion [de Le Creusot]; cada una de elias ha sido dispuesta un poco al azar, como un cordon irregular en torno a los dominios de la fabrica» tos . Esa ausencia de escenografia, esa «falta de simetria» 1 09, desorientaba, en el mas estricto sentido del termino. Esa era, tal vez, su funcion: en el poblado paternalista el poder patronal se disolvia, no se exhibia --a no ser simbolicamente- a la mirada de los otros u o . El era, mas bien, el que, centrifugamente, miraba, observaba, vigilaba. Anonimo e inlocalizable, invisible, se encontraba, sin embargo, discreta y permanentemente presente 111• En el poblado paternalista, primer 107 En Ia cite del Grand Hornu, <, Architecture, 1 976, pp. 129-133. 108 Reybaud, ob. cit., p. 38. 109 110

Loc. cit.

La colonia paternalista se expresa en . Guiotto, ob. cit., p. 77. 111 El poder disciplinario, cuya utopia espacial es el pan6ptico, es <
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ensayo general de la ciudad funcionalista, era la transparencia, la . �a patro al, la que aseguraba la reunion de los espacios de mtra � tr�baJo y de vtda, al extender al segundo las tecnicas de vigilancia del . de� plan equivalia, pues, a los impersonales y pnmero: su (ausencta _ eficaces sheds de la fabnca, generadores de una iluminacion uni­ forme 1 12, Ade�as de los espacios de trabajo y de vida, el poblado paternalt �ta reunia tambien, a escala liliputiense, a/ co'!}unto de los grupos soczales. Lo que lo diferenciaba nitidamente de otras formas de asenta�iento era, precisamente, su aspiracion a no ser un poblado e��lustv�mente obrero. Para ser eficaz en sus objetivos de pacifica­ . cion soc�al, todos los mtembros de esa comunidad que era la empresa paternaltsta debian cohabitar en el: si la empresa era una familia' e1 poblado paternalista era su morada m . N�da mas peligroso, por lo demas, que la constitucion de espacto � obreros segr�gados qu� caracteriza al desarrollo espontaneo . d� la ctuda� mdustnal; a comtenzos del siglo XX, un capataz de mmas astunano sefialaba que «si los obreros viven en un barrio aisla?o y �in roce ninguno con pe�sonas ilustradas, sera aquel un . barrto te�nble, sera, una forJa de odto contra los de arriba. [ ... ] Si el obrero pterde todo su trato con las personas ilustradas y ademas se le mete en casas de aspecto miserable, las bautizarian ellos mismos con el nombre de "Barrio colmenar" y el dia que en las colmenas no haya material suficiente para llenar los panales de miel enjambraran l� s abejas, saldran zumbando de sus colmenas y entrando en la ctudad, clavaran su fuerte aguijon sobre el abundante panal aje­ no» tt4. La �oexisten:ia habitacional de diferentes grupos sociales, por el contrano, �arecta tener influencia moralizante sobre el obrero y efectos suavtzadores de las asperezas de las relaciones entre las clases: «alli donde el patron vive entre su gente, y su familia en medio de otras familias [ ... ], existe una posibilidad de relaciones mutuas que de mente "discreto", ya que funciona permanentemente y en buena parte en silencim>. Foucault, Vigilar. . . , ob. cit., p. 1 82. 112 <<En el espacio func�onalista, nada es dejado al azar, de lo que resulta que . , nmgun Iugar escapa a Ia mtrada del otrm>. Dreyfus, ob. cit., p. 162. 1 1 3 <. Reid, ob. cit., p. 607. 114 Llano, ob. cit., p. 16.

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otro modo no podrian ser conseguidas. "Nosotros vivimos aqui" fue la explicacion suficiente ofrecida por un miembro de la familia Cheney (cuyas fabricas de seda en South Manchester, Connecticut, emplean a tres mil obreros en medio de un ambiente ideal) cuando fue preguntado acerca del secreta de las armoniosas relaciones entre patron y obreros» 11s . Por lo visto, las buenas maneras, como las malas, se contagian. Patronos y directores, medicos e ingenieros, capellanes y maes­ tros, capataces, obreros disciplinados, obreros: todos ellos eran reunidos por el poblado paternalista. Pero tambien espacialmente separados, jerarquicamente ordenados. En ello el poblado paternalis­ ta no hacia otra cosa que generalizar el principia establecido por Ledoux, y aplicado por el, en los ultimos afios del siglo XVIII, en las salinas reales de Chaux: «los obreros seran alojados de acuerdo con exigencias higienicas; los empleados lo seran de acuerdo con solucio­ nes confortables» 11 6. La expresion espacial del rango se convertia en la otra cara de la coexistencia habitacional: el poblado paternalista no era otra cosa que el desarrollo en horizontal de la casa urbana segregada en altura. En Le Creusot, por ejemplo, «las construcciones que son de la propiedad de la fabrica tienen todas su afectacion: en las mas amplias son alojados los empleados de las oficinas y contramaes­ tres [.:.]; en las cites y en las viviendas unifamiliares son alojadas 700 familias de obreros» 1 17. El fenomeno era absolutamente general, lo 11 5 Meakin, ob. cit., pp. 24-25. Transcribe declaraciones en el mismo sentido de otras compai!J towns: Fairbanks Scale Co. (Vermont), Kilbourne and Jacobs Manufac­ turing Co. (Ohio), Proctor and Gamble (Cincinnati), etc. El debate en relacion a Ia mas adecuada solucion a! problema del alojamiento obrero dividira, a lo largo de Ia segunda mitad del siglo XIX, a Ia mayor parte de los reformadores sociales. En areas urbanas Ia disyuntiva se plantea entre barrios obreros aislados y alejados del centro o coexistencia habitacional de diferentes clases sociales en el marco de un mismo edificio, con segregacion en altura. Algunos materiales para el seguimiento de ese debate en Espana, particularmente entre los arquitectos, en A. Isaac, «<deal arquitec­ tonico y alojamiento obrero en el Ier. Congrego Nacional de Arquitectos de 1 881», Q. Revista del Colegio Superior de los Consejos de Arquitectos de Espana, num. 58, 1982, pp. 3458; y J. R. Alonso Pereira, <<Mariano Belmas, arquitecto de Ia Ciudad Lienal>>, Q, num. 58, 1982, pp. 46-58. 116 C. N. Ledoux, L'architecture considerie sous le rapport de I'art, des moeurs et de Ia legislation, 1 804; cit. en Vidler, ob. cit., p. 6. 1 1 7 Reybaud, ob. cit., p. 53. En Le Creusot, <>. Frey, «Le Creusot ... >>, ob. cit., p. 28. De ese modo se produce en el poblado paternalista <mn doble panoptismo del control social>>. Frey, La ville... , ob.

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que da la medida de s u importancia funcional: fijar simbolicamente, en el espacio de la residencia, la jerarquia en el trabajo y, a la vez, movilizarla, producir expectativas generalizadas de ascenso social y profesional por la via del establecimiento de criterios disciplinarios de asignacion de espacios 118, Lugar de reunion y separacion de los espacios de trabajo y de vida, lugar de reunion y separacion de los grupos sociales, Iugar total y ordenado, el poblado paternalista se constituia en «imagen viva de la sociedad misma» 11 9, en met:ifora espacial de la sociedad general.

cit., p. 269. Para un observador exterior de una compa'!Y town <>. Allen, ob. cit., p. 79. La descripcion de Rio Tinto (Huelva) por un periodista constituye, a! respecto, un buen ejemplo: <>. J. B., <, Revista Minera, 1877, p. 131. 0 tambien, a proposito de Ia colonia catalana de Hilaturas del Ter: <>. <, Revista Tecnol6gico­ Industrial, enero de 1897, p. 22. 1 1s El poblado paternalista <<significa Ia mas fie! escenificacion de Ia division del trabajo a! interior de Ia fabrica en Ia estructuracion social del espacio de habitaciom>. T. Rojo, <>, Sociologia del Trabajo, num. 5, 1981, p. 78. Raramente Ia asignacion de un tipo u otro de viviendas obedecia a simples criterios economicos; antigiiedad, buena conducta, etc., parecen haber sido mas frecuentes. El mercado de vivienda del poblado paternalista es, ante todo, un <<mercado moral>>. 1 1 1 9 Palabras de Alessandro Rossi, empresario promotor de Ia colonia italiana de Schio; recogidas en Guiotto, ob. cit., p. 1 28.

4.

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VIVIENDA Y FAMILIA: LA PEDAGOGIA DE LO PUBLICO Y LO PRIVADO

LA FAMILIA OBRERA: ENTRE EL TUGURIO Y EL HOGAR

Si el poblado paternalista constituia un puzzle, la vivienda obrera constituia su unidad elemental. En funci6n de ello, el discurso y las practicas patronales en relaci6n con la vivienda expresanin, mejor que cualquier otro aspecto, el sentido profunda del programa paternalista. Ese pequeno espacio reunira sintetica­ mente la totalidad de los objetivos y de los instrumentos de tal programa. Todo, en el poblado paternalista, giraba en torno a ella: de la caja de socorros a la escuela, del economato al orfe6n, todas las instituciones patronales remitian, de un modo u otro, a la vivienda. No podia ser.de otro modo: espacio y moral anudaban lazos secretos e indisolubles en ese lugar sagrado. Antes de convertirse en centro de una buena parte de las propuestas burguesas de reforma social de la segunda mitad del si­ glo XIX, el problema de la vivienda, «ese sintoma de la revoluci6n industrial» 1 , parece haber quitado el sueno a los patronos paternalis­ tas. Sera en torno a las fabricas, en relaci6n con concretos problemas de gesti6n de la mano de obra, donde cristalice la ideologia burguesa sobre la vivienda obrera 2• Y, en primer lugar, la ideologia sobre el tugurio, porque este -es decir, la escasez, carestia e insalubridad de la vivienda- parecia minar de raiz, a los ojos de los patronos paternalistas, la necesaria estabilidad !aboral y politica de la mano de obra, asi como su bienestar fisico y moral. Es decir, las condiciones de su adecuado rendimiento productivo: «en algunos de estos centros industriales importantes, los jefes industriales se preocupa30.

1 F. Engels, Ef problema de fa vivienda, Madrid: Aka!, 1976, p. 6. La cita corresponde a! pr6logo de 1 887. 2 «Las ciudades exclusivamente industriales son muy poco numerosas. [ ... ] Es del seno de estos hogares del trabajo de donde ha salida el pensamiento benefactor, Ia inspiraci6n humanitaria». Muller, ob. cit. , p. 67.

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ban de esta cuesti6n, ya que no solamente estaban comprometidas la salud y la vida del obrero, sino tambien la suerte de la fabrica» 3. Las consecuencias del tugurio, en efecto, se extendian a todos los aspectos de la vida !aboral y social, generando problemas de muy diversos 6rdenes. A juicio de patronos e ide6logos paternalistas, el tugurio era, en primer lugar, fuente de inestabilidad !aboral. Era en la escasez y carestia de la vivenda donde habia que buscar las causas de esa curiosa tendencia obrera a cambiar de domicilio con excesiva frecuencia: «ante la insuficiencia del alojamiento [ ... ] , el obrero se siente poco ligado al taller; el malestar y el sufrimiento lo conducen con facilidad a cambiar de lugar frecuentemente» 4. En esas condicio­ nes, la constituci6n de plantillas estables no podia dejar de ser poco menos que una quimera. En segundo lugar, el tugurio parecia mermar la eficiencia productiva del trabajador. La debilidad fisica, la propensi6n a la enfermedad, la elevada mortalidad y tantas otras plagas que amena­ zaban el redimiento del trabajador, se veian reconducidas, en el discurso paternalista, hacia la aglomeraci6n de personas y la ausencia de aire y de luz que caracterizaban al tugurio. Este, finalmente, constituia un permanente foco de infecci6n moral y social. Todas las inmoralidades tenian su asiento en €:1: «2que sera de la moralidad en una familia en la que todo el mundo vive mezclado, en un tugurio infecto, sin sol y sin aire? [ ... ] 2C6mo no habran de desarrollarse en este medio de infelicidad y de horror todas las taras morales, todas las enfermedades del alma?» s . El orden sexual, en particular, se veia constantemente amenazado: en el tugurio «vereis hacinadas las familias en medio del mayor desorden; vereis la hediondez de aquellos corralones, en los que viven Godin, ob. cit., p. 98. Ibid., pp. 98-99. La carestia de los alquileres se encuentra en Ia base de esas huidas de Ia vivienda que transforman las calles de las ciudades industriales, en fechas determinadas, en «procesiones de mudanzas». M. Perrot, <>, en La question du iogement et fe mouvement ouvrierJranrais, Paris: Les Editions de La Villette, 1981, p. 22 5 J. Siegfried, <>, en Congres International des Habitations a Bon Marche (1900, Paris), Compte-rendu et documents du Congres ... tenu a Paris les 18, 19, 20 et 21 Juin 1900, Paris: Secretariat de Ia Societe Frans:aise des Habitations a Bon Marche, 1 900, p. 1 83. Jules Siegfried, animador del movimiento internacional de casas baratas, sera el responsable de Ia ley francesa de 1894 sabre ese tema. 3

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amontonados infinidad de individuos; y ved:is en horrible e inmoral consorcio (aunque sea vergonzoso decirlo) dormir en un mismo . !echo al padre y a la madre, al robusto bracero y a_ !a J �Ven doncella, . al nifio de pocos meses y al anciano sexagenano» . El tuguno, ademas, estimulaba la imprevision y el gasto desordenad? : «�uando , dade se fuerza a un obrero a vivir en un medio malsano, sera_ mutt! un salario elevado: se puede estar seguro de que se converti�a en imprevisor, Iuego en derrochador, y finalmente en un pobre m� sera­ ble» 7. Desde un punto de vista moral, en fin, el tuguno se continuaba en la taberna: «aquel que al volver a su casa no encuentra mas que un miserable tugurio, sucio, desordenado, en el que no s� respira otra cosa que un aire nauseabundo y malsano, no podra encontrarse a gusto en el, y lo abandonara para pasar en la taberna una gran parte del tiempo del que dispone» 8• En la taberna, ese lugar privilegiado de la sociabilidad y de la cultura obr�ras, el , ya trabajador gastara el dinero que debia atender a su reproduccwn _ la de su familia afiadiri el alcoholismo a las enfermedades contra1das en la vivienda insalubre y -lo cual no es menos importante- hara planes contra su patron. En la taberna, en efecto, <
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nes de Ia vida individual, familiar y social: enfermedades mas factles y largas; . de Ia infecciones mas virulentas; mortalidad mas frecuente; [... ] desorden e incurta mujer; alejamiento y abandono de Ia casa y de Ia familia por Ia taberna en el hombre, y ._ . de los mnos facil paso de Ia sobriedad al alcoholismo; mala educacton : obhgados a pasar el dia [... ] en las escaleras, en el patio o en Ia call�; toda una serte, en fin, de . males fisicos y morales de los cuales Ia casa malsana es Ia mcubadora». A. Schiavi, Le case a huon mercato e Ia citd giardino, Milan: Franco Angeli, 1985, p. 69 (1.• edt­ cion: 191 0).

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Y , sin embargo, el tugurio no lo explicaba todo: era unicamente el sintoma de algo mas grave. En el discurso paternalista, en efecto, ese conjunto de plagas apuntaba hacia un centro comun, causa y efecto, a la vez, de todas elias. Lo que preocupaba radicalmente a patronos e ideologos paternalistas era, en el fondo, la percepcion que el obrero se hacia del espacio que habitaba Mas claramente: lo verdaderamente grave es, precisamente, que se limite a habitarlo y que, en contrapartida, lo esencial de su vida tenga lugar fuera de ei 11 . Porque, en opinion de los ideologos paternalistas, la vivienda no era, para el obrero, otra cosa que simple habitaculo: el tugurio «no es mas que yacija pasajera donde echar los huesos cansados por el trabajo del dia, o mala guarida contra las inclemencias del tiempo» 1 2 . Lo que convertia a un espacio caro, reducido y malsano en tugurio era, entonces, su incapacidad para generar sentimiento de hogar y vida de familia 1 3 . Espacio y moral se anudaban, negativamente, en la nocion misma de tugurio. Esa pretendida incapacidad del tugurio para producir familia 31.

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t t Perrot ha sefialado que, en caso de posibilidad de elecci6n, los obrer6s franceses del siglo XIX tendian a gastar mas en vestido que en vivienda. <<Este cuidado de Ia presentaci6n de si implica toda una relaci6n con el espacio publica>>. Perrot, <
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ponia en entredicho, por diferentes vias, al proyecto paternalista. Ponia en entredicho, en primer lugar, la imagen primordial de legitimacirfn de la que se dotaban los patronos. Porque, en la economia ideologica del programa paternalista la familia -la familia que para el obrero queria su patron- constituia el permanentemente invocado modelo de funcionamiento de la empresa. En Anzin, por ejemplo, «es literalmente una familia de 15 000 almas la que el establecimiento ha tornado a su cargo desde hace un siglo» 1 4. El interes de esa imagen de legitimacion era, para la empresa paternalis­ ta, doble. De un lado, facilitaba la evacuacion de las relaciones objetivas de explotacion y poder que la fundaban, y su sustitucion por relaciones subjetivas, afectivas 1 5. De otro lado, esa imagen aspiraba a justificar el poder patronal en tanto que autoridad paternal: «el dueiio de la casa, el jefe de la familia industrial fija un regimen determinado; al entrar en la familia industrial los obreros aceptan voluntariamente este regimem> 1 6 , Pero no era unicamente una motivacion ideologica la que explicaba el interes de patronos e ideologos parternalistas por la familia obrera y, consecuentemente, por su ausencia. Motivaciones de indole funcional se aiiadian a aquella. La fijaci6n de los trabajado­ res a un lugar y a una empresa, y la constitucion de un mercado interno de trabajo, no podian ser completas si no era por la via de agruparlos en familias: «con el objetivo de apartar de sus fabricas al personal nomada siempre dispuesto a abandonarlas, y de asegurarse la colaboracion de sus contramaestres y obreros principales, los fabricantes de nuestras regiones [Lyon] aiiaden a sus edificios industriales algunas casas obreras, con huertos, para alojar al personal casado» 1 7, Por otro lado, la agrupacion de los trabajadores 1 4 Reybaud, ob. cit., p. 192. 1 5 Vease Gaudemar, L'ordre ... , ob. cit., pp. 48-49. Veanse tambien Prude, ob. cit.,

p. 96, y Reid, ob. cit., p. 581 . 16 Prat de Ia Riba, ob. cit.; cit. en Terradas Saborit, ob. cit., p. 31 . A prop6sito del primer conde Giiell y de Ia Colonia Giiell: <<el patrono -verdadero jefe y padre de aquella gran familia>>. Boix, ob. cit., p. 17. 1 7 Maniguet, ob. cit., pp. 208-209. En el area minera de Durham ha sido posible comprobar que, en el ultimo tercio del siglo XIX, Ia abrumadora mayoria de los obreros alojados directamente por las empresas eran obreros casados del interior, seguidos por una significativa proporci6n de obreros casados del exterior. Los obreros solteros del interior siguen a estos ultimos. Vease M. ]. Daunton, <<Miners' houses: South Wales and the Great Northern Coalfield, 1880-1914>>, International Review of Social History, 1980(2), p. 152.

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en familias resultaba doblemente importante en condiciones de debil institucionalizacion de la transmision de los saberes profesionales. En el caso de la mineria, por ejemplo, la privilegiada posicion funcional del trabajador de oficio hacia que, en la mayor parte de las ocasiones, esa transmision se produjese de padre a hijo: «en las familias de mineros, el amor por el trabajo subterraneo [ ... ] se transmite de padre a hijo» 18. De ahi que, a efectos de reclutamiento, «apenas se pueda contar con otra cosa que los hijos de mineros» 1 9, La constitucion de la familia obrera debia asegurar, en esos casos, el control patronal sobre el reclutamiento de los trabr.ijadores y sobre la transmisirfn de los sabereS)).' «no se improvisan los mineros. Es preciso que se acostumbren desde jovenes a las duras fatigas y a la disciplina casi militar que reina en las labores subterraneas. El mejor modo para alcanzar este objetivo es fundar sobre la mina misma [ ... ] la honesta familia del trabajador» zo . Por diferentes motivos, pues, la ausencia de vida de familia concentraba, con razon, los dardos mas acerados de la critica paternalista. En el fondo, la «cuestion social» no era otra cosa: «existe en nuestra organizacion economica un vicio terrible [ ... ] que es preciso veneer a cuaquier precio si no queremos perecer: la supresi6n de la vida de familia» 21 , Arrancaba de esa consideracion la persistente y despiadada critica paternalista del obrero soltero: representante de la movilidad sin tregua, vagabundo del trabajo 22, el obrero soltero encarnaba la inestabilidad laboral, la predisposicion a 1 8 M. Gruner, Observations presentees... d Ia Commission d11 travail de Ia Chambre des dip11tis, 1901 ; cit. en Benoist, ob. cit., 1, p. 207. Algo similar parece ocurrir en el caso

de Ia siderurgia, todavia a finales del siglo XIX; veanse Noiriel, <<Espace...>>, ob. cit., pp. 34-35; y 0. Hardy-Hemery, <, Le MoNVement Social, 1983 (4), p. 69. 1 9 Delcourt, ob. cit., p. 23. 20 L. Simonin, La vie so11terraine: Ia mine et les minCIIrs, Seyssel: Champ Vallon, 1982, p. 264 (1.• ed.: 1867). Esa politica familiar explica en alguna medida Ia continuidad familiar en el trabajo que puede ser percibida en no pocas empresas mineras. Acerca de Ia importancia de Ia politica <> en Ia perspectiva de crearse mercados internos de trabajo, vease Reid, ob. cit., pp. 583ss. 21 Simon, L'o11vriere, ob. cit., pp. lll-IV. 22 <<El peor elemento de Ia clase obrera es el que se llama I'armee ro11iante, esos vagabundos del trabajo, sin asiento fijo, que constituyen muy rara vez una familia, y que, sin intereses fijos en parte alguna, viven a! dia, sin ningun contrapeso a las excitaciones malsanas que les rodean>>. ]. Costa, <>, Boletin de Ia Instit11cion Libre de Ensenanza, 1 882, p. 166.

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la enfermedad -fisica y mental- 23, la imprevisi6n 24, la afici6n a la taberna, la sexualidad esteriJ ZS. A grandes males, grandes remedios. La politica familiar, la restauraci6n de la vida de familia, rota por la industrializaci6n capitalista, se convierte en medio privilegiado de fijaci6n y discipli­ namiento de las masas obreras, en matriz disciplinaria de moraliza­ ci6n. Esa estrategia de moralizacion, que trataba de reconstruir la familia obrera sobre bases nuevas, llevaba en si misma la soluci6n de los problemas sociales: «el medio mas seguro para triunfar sobre el pauperismo es el de habituar a los obreros a la vida de familia» 26. Hacerlo equivalia a redefinir el lugar de la mujer en relaci6n con la pareja producci6n-reproducci6n. Hacia mediados del siglo XIX, las contradicciones generadas en el ambito de la reproducci6n de la fuerza de trabajo conducia a que, cada vez en mayor medida, la mujer en tanto que trabajadora se enfrentase a la mujer en tanto que esposa, madre y ama de casa. La mujer, una nueva mujer, pasara entonces a ocupar un lugar central en las estrategias de familiariza­ ci6n 27. No en vano «la mujer es toda la familia, ya que es la que hace agradable a la familia, la que educa a los nifios en las virtudes y deberes de la vida domestica» 28. Situar a la mujer en el centro de la familia regenerada implicaba necesariamente arrancarla del trabajo fuera del hogar: «restab1ecer la vida de familia sin comenzar por reconducir a la mujer y a la madre a la vivienda es, sin duda, una

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23 Los higienistas disponian a! respecto de argumentos convincentes: «el matrimo­ nio es favorable a Ia salud y a Ia longevidad»; «el celibato voluntario, abrazado por egoismo 6 por libertinaje, es contrario a Ia longevidad». P. F. Monlau, «De Ia duraci6n de Ia vida>>, El Monitor de Ia Salud de las Familias y de Ia Salubridad de los Pueblos, 1 860, p. 135. <<El estado de solteria predispone mas a las enfermedaes mentales que el del matrimonim>. J. Gine y Partagas, Obras escogidas, 1903; cit. en Alvarez-Uria, Miserables... , ob. cit., p. 328, nota. 24 <. Simon, L'ouvriire, ob. cit., p. 31. 25 El soltero <>. Martin, ob. cit., p. 124. En relaci6n a! discurso paternalista sabre los obreros solteros, vease Murard, ob. cit., pp. 201-206. 26 Simon, L'ouvriere, ob. cit., p. 304. 27 Vease Donzelot, La policia... , ob. cit., p. 41. 28 Simon, L'ouvriere, ob. cit., p. 310. Es significativo que Jules Simon haya titulado en femenino su obra social esencial.

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tarea dificil» 29. La erradicaci6n de la mujer de la producci6n, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, no parece haber obedecido en modo alguno a exigencias «tecnicas» del proceso de trabajo; obedecia, mas bien, a exigencias de la reproducci6n, a exigencias de la reconstituci6n de la familia obrera 30, La funci6n que se le asignaba no era ya la de trabajar por un salario misero, sino mas bien la de, en la esfera de la reproducci6n, anudar -positivamente ahora- los lazos entre espacio y moral, entre vivienda (reformada) y (vida de) familia: «son sobre todo las mujeres las que en epocas de prosperidad se convierten bajo esta relaci6n [viviendajfamilia] en las auxiliares del orden moral, del mismo modo que en epocas de decadencia se convierten en los agentes principales de la corrupci6m> 31, Esa soldadura, ese nexo -constante en el discurso paternalista y, mas tarde, en el de la reforma habitacional- no era ni sencillo ni espontaneo. Constituia, mas bien, una invenci6n. A los patronos e ide6logos paternalistas, en efecto, no se les escapaba que el senti­ miento de familia existia realmente en los medios populares. No se les escapaba tampoco que ese sentimiento presentaba una fuerza inusitada, heredada de las formas familiares del Antiguo Regimen. Lo que les preocupaba era, mas bien, la forma que ese sentimiento adoptaba. Una forma que, al no asociar familia con vivienda -o, mas especificamente con interior de la vivienda-, no servia para discriminar adecuadamente entre lo publico y lo privado. Y es preciso no olvidar que esa discriminaci6n constituia uno de los pilares del pensamiento liberaP2. Para que la familia actuase de umbra! efectivo entre ambos espacios era preciso que apareciese estrechamente ligada a/ interior de Ia vivienda 33, Era preciso que 29 Loc. cit.

30 El Iugar de Ia mujer en las estrategias patronales es esencial a lo largo de Ia segunda mitad del siglo XIX: <<el patronato parisino se encuentra comprometido en una estrategia de alianza con las esposas de los obreros, contra sus compaiieros>>. Cottereau, ob. cit., p. 25 y, en general, pp. 25-40. 31 Le Play, Oeuvres... , ob. cit., p. 87. 32 <>. ]. L. Flandrin, Origenes de Ia famiiia moderna, Barcelona: Critica, 1979, p. 7 (ed. en frances: 1976). 33 <<Es conveniente no confundir sentido familiar y sentido del alojamiento. El primero, frecuentemente muy vivo en los medias populares del siglo XIX, no se inscribe necesariamente en el espacio del interior. [ ... ] La familia es, sin duda, una de las primeras y mas vivas formas de sociabilidad popular; no es una creaci6n burguesa. ·

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ambos, familia e interior, se reuniesen en una unidad superior: el hogar. Le Play supo apreciar la importancia estrategica de esa reunion, al sefialar como una de las condiciones de paz social la «union indisoluble entre la familia y su hogar» 34• Cheysson, su aventajado discipulo, lo formulara con mayor precision: «la vivienda es el alveolo de la familia, su concha o nido. Mantiene las mas estrechas relaciones con ella, se encuentra asociada a su vida intima, y ejerce sobre su destino una influencia decisiva, tanto para bien como para mal segun que el alojamiento sea salubre o no lo sea» 35• De ·manera analoga a lo que ocurria con el tugurio, connotado como antihogar, la vivienda reformada, connotada como hogar, era algo mas que un espacio: «la vivienda no es un simple ensamblaje material de ladrillos, de estructuras y de piedras, sino que aparece como una especie de prolongacion de la personalidad familiar, por lo que participa de los cuidados que se deben a la familia misma» 36• Familia e interior se identificaban, se confundian; la descripcion de una equivalia a la descripcion del otro, y viceversa: «es a este pais [Inglaterra] al que es preciso ir para visitar las viviendas de los minen�s, los cottages, tal y como se les llama [ ... ] . Estan bien decoradas, son coquetas, tan independientes como es posible, inclu­ so aisladas. La mujer se encuentra en elias, atenta y cuidadosa, preparando el te del marido, cocinando el pudding tradicional, dispuesta a satisfacer todas las exigencias del hogar. Los muebles relucen, el orden alcanza a todos los rincones; se distinguen objetos de lujo, libros, un periodico [ ... ]. Los nifios -en ocasiones se trata de una autentica banda- son tranquilos, de una alegria dulce, cuidadosamente vestidos. [ ... ] Esto no es la casa de un obrero, sino En el extremo, lo que si lo seria es mas bien Ia absoluta coincidencia entre familia e interior, Ia separaci6n de lo publico y de lo privadm>. Perrot, <>. Flandrin, Origenes... , ob. cit., p. 17. 34 Le Play, Oeuvres... , ob. cit., p. 86. Vease a! respecto R. H. Guerrand, <
36 Cheysson, <
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la de un ciudadano; es el home querido del ingles, el sagrado, inviolable» 37. Si la fundacion del hogar obrero constituia el media disciplinamiento del programa paternalista, la vivienda se ' en manos de la mujer, en su matriz privilegiada: la reformada, la vivienda modelo, «es un hueco de capacidad suJ�CI,t1'1'1B al que podemos Hamar molde, dentro del cual se perfeccionlft obrero y su familia» 38• Los defensores de la reforma ""·u.. ,..... ,,.,n1u eran explicitos acerca de este punto: con la vivienda modeloll11 trataba de «arrancar al obrero de la taberna, retenerlo en el seno de su familia, unirlo a su alojamiento, hacerselo amar y, asi, reconstituir el hogar obrero, reanudar el lazo familiar» 39, De la vivienda reformada se esperaba c;1si todo: «una casa limpia, fresca y ordenada ejerce sobre sus ocupantes una influencia tanto fisica como moral, ya que tiende a convertirlos en personas sobrias y pacificas» 40. , La «cuestion social» se transformaba en cuestion familiar; y esta, por su parte, devenia cuestion habitacional: «como la influencia de la vida de familia es irresistible, la reforma moral seguira infaliblemente a la reforma domestica» 41 • Es asi como el estado de la vivienda se convierte, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, en indicador de salud publica: «el estado de la sociedad se pinta en la vivienda; es posible reconocer el grado de bienestar de los pueblos en el grado de perfeccion que la vivienda alcanza» 42.

37 Simonin, La vie... , ob. cit., p. 265. 38 Llano, ob. cit., p. 8. 39 M. H. Lemery, <<Maisons individuelles: question V», en Congres International del Habitations a Bon Marche, ob. cit., p. 69. 40 E. Akroyd, O.tt improved dweffingfor the workingpeople, 1 861; cit. en ]. Burnett, A social history of housing, 1815- 1970, Londres: Methuen, 1978, p. 177. Akroyd, principal fabricante de estambre de Halifax, construira para sus trabajadores el poblado modelo de Akroydon (1 859), el equivalente ingles -en cuanto a paradigma- de Ia experiencia continental de Mulhouse, a! decir de Engels. Vease Engels, Elproblema... , ob. cit., p. 74. 41 J. Simon, Le travail, Paris: Librairie Internationale, 1866, p. 247. <
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LA VIVIENDA OBRERA: ENTRE LO PUBLICO Y LO PRIVADO

Si de la vivienda dependia tanto, si en las penumbras de su interior habria de producirse ese largamente esperado nacimiento de la familia obrera reformada, se comprende bien el cuidado que patronos e ideologos paternalistas pusieron en su disefio. La primera solucion tipologica aportada por estos adopto la forma del inmueble colectivo 43. Procedia directamente de modelos militates, de los cuales tomaba el nombre: cuartel. Su credibilidad sera netamente dominante, y apenas contestada, a lo largo de la primera mitad del siglo XIX. Presentaba indudables ventajas: al escaso costo unitario de cada una de las multiples viviendas que albergaba, afiadia la posibilidad de una facil vigilancia de las entradas y salidas de los inquilinos, asi como una pretendida capacidad para . acelerar el desarraigo de los habitos preindustriales de los trabaJado­ res de origen campesino. Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, la mayor parte de las promociones patronales adoptaran esta tipologia. Sin embargo, a partir de las revueltas de 1 848 y, mas claramente, a partir de la Commune, los ideologos paternalistas �omenzaran a _ _ colecttvo. percibir los graves inconvenientes que encerraba el habttat Todos ellos nacian de una causa comun: la aglomeracion. Esta permitia y favorecia los contactos. Y es preciso no olvidar que en el discurso paternalista contacto equivalia directamente a contagio. Contagio de orden sanitario, en primer lugar: «la enfermedad elige su domicilio en esas escaleras sombrias, en esos corredores fetidos, en esos servicios sin agua, en esas habitaciones imposibles de ventilar. [ . . . ] jCuantas pobres criaturas, ignorantes del peligro al cual se exponen, se extinguen miserablemente en esos cuarteles obre­ ros!» 44. Pero miasmas y, mas tarde, microbios podian ser tambien de otro orden igualmente peligroso. En 1849, un observador sefialaba otros dos tipos de contagio: «evitemos aglomerar a los obreros de modo que hagamos de ellos un peligro para la tranquilidad publica, y convirtamos las cites obreras en focos de sedicion -por la reunion

33.

43 Para todo lo referente a las tipologias de Ia vivienda obrera en Ia segunda mitad del siglo XIX, resulta inexcusable Ia consulta de M. Scolari. <<Tipi e trattati delle .case operaie: the origins of working-class house: design and theory>>, Lotus Internattonal, num. 9, 1975, pp. 1 1 6-135. 44 Siegfried, ob. cit., p. 1 82.

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de hombres- o en focos de inmoralidad -por la confusion de sexos-» 45 . Moral y politica; veamos separadamente esos peligros. En condiciones de revuelta, los alborotadores podrian transmitir su curiosa enfermedad, por via de contagio, a los organismos sanos: «aun reconociendo cuanto seria de desear que los obreros tuviesen todos viviendas salubres, comodas y poco costosas, sera preciso no reunir multitudes en esa especie de grandes cuarteles en los que los malos ejercen una mala influencia sobre los buenos [ . . . ] . Viviendo en las mismas casas no se hara otra cosa que excitar sus locuras socialistas, en el caso de que hayan sido alcanzados por elias, y fortificar sus malas inclinaciones» 46. Por lo demas, incluso en condiciones de paz social, los ideologos paternalistas debian temer que los obreros alojados en los cuarteles viesen en estos una cierta semejanza con los falansterios fourieristas 47. Temor infundado, sin duda, por cuanto lo que parece mas probable es que sus ocupantes viesen en ellos, en funcion de la estricta vigilancia de porteros y policias, una especie de prisiones. De ahi el rechazo que los trabajadores mantenian respecto del cuartel: «remontandome a 1 848 [ ... ] recuerdo haber visto edificar en Marsella una inmensa cite a la que se llamaba la Citi obrera [ . . . ]. La citi obrera marsellesa, creada para alojar obreros y dependientes, se vio bien pronto abandonada; no la querian. [. . . ] No querian verse encerrados como borregos, ni sujetos a reglamentos disciplinarios» 48 . 45 F. Bechard, La Commune, l'Eglise et rEtat dans leurs rapports avec les classes laborieuses, 1 849; cit. en Abriani, «>, ob. cit., p. 56, nota.

46 L. Villerme, <>, 1 850; cit. en Butler, ob. cit., pp. 51-52. Los observadores de Ia epoca <. ] . P. Babelon, <>, Les Monuments Historiques de Ia France, 1977 (3), pp. 53-54. 47 El Parlamento del Trabajo de 1848 hacia decidido crear, en cada uno de los distritos de Paris, un <. Vease Benoist, ob. cit., I, p. 1 18, siguiendo a Louis Blanc. La derrota de Ia revolucion, en julio del mismo ai\o, echani abajo el proyecto. Vease Babelon, ob. cit., p. 51, 48 Simonin, Les cites... , ob. cit., pp. 18-20. La famosa citi Napoleon, construida por oden de Luis Napoleon en 1 851 -y que, por cierto, reinscribe a! servicio de un proyecto disciplinario algunos de los rasgos formales del falansterio fourierista-, no parece haber corrido mejor suerte: <>. Amoruso, ob. cit., p. 6. <>. Miiller, Habitations... , ob. cit., p. 111.

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AI lado de los peligros sanitarios y politicos, otros, de efectos mas sutiles, comprometian la emergencia de la familia obrera regenerada. Esos peligros, los de arden moral, se agazapaban en el interior de las viviendas y, sabre todo, en las escaleras, en los corredores, en los descansillos, en los servicios comunes de los cuarteles. Esos espacios escapaban a la vigilancia y estimulaban la promiscuidad y la falta de independencia de las familias. El arden sexual exigido para la reconstituci6n de la familia sufria permanentes asaltos, al igual que la virtud de las doncellas, en corredores y pasillos: los hombres, y particularmente los solteros, amparados en la oscuridad, «no esperan habitualmente otra cosa que las ocasiones para debilitar los principios morales de las j6venes que habitan en el mismo cuerpo de edificaci6n» 49• Toda moralidad se hacia imposible: «�que pudor, que honestidad puede guardarse en esa confusion y mezcla dia y noche de edades y sexos, de padres, hijos y extrafios en corredores angostos?» so. Por su parte, la falta de independencia, esa condici6n de la intimidad familiar y de la vida de familia, se veia atacada en esos mismos espacios. La sociabilidad se convertia, en el discurso paternalista, en conflicto. En conflicto de vecindad: «imagi­ nad una cite obrera. Cien, doscientos hogares viven en ella pared con pared: las mujeres, dispuestas a pelear, sabre todo cuando los maridos estan ausentes; los hombres, una vez de vuelta del trabajo, aportando a la casa su parte de lio y ruido; los nifios, superando a todo lo demas con sus gritos continuos y sus fogosos juegos ( . . . ] . Todo ella convertira bien pronto a este cuartel en un infierno» 51 , Villerme, <>, ob. cit.; cit. en Butler, ob. cit., p. 50. Noguer, <<El problema...>>, ob. cit., p. 173. <>. A. Larra y Cerezo, <>, La Construccion Moderna, 1 903, p. 60. Sobre las tipologias colectivas de Ia vivienda obrera en Espana, vease F. Quiros Linares, <<Patios, corrales y ciudadelas: (notas sobre viviendas obreras en Espana)>>, Eria, num. 3, 1 982, pp. 3-34. 5 1 Simonin, La vie... , ob. cit., p. 263. Vease tambien Simonin, Las citis... , ob. cit., pp. 1 6-17. Silvio Benigno Crespi en el mismo sentido: <. S. B. Crespi, Dei mezzi per prevenire gli infortuni e garantire Ia vita e Ia salute degli operai dell'industria del cotone in Italia, 1 894; cit. en V. Bernardi, <>, en Villaggi operai in Italia: Ia Val Padana e Crespi d'Adda, Turin: Einaudi, 1981, p. 133. Silvio Benigno Crespi, empresario Iombardo del textil, construir:i, a partir de 1 878, una colonia obrera en las 49 50

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Patios, escaleras, descansillos, corredores: espacios, todos ellos, que favorecian contactos incontrolables por cuanto no eran ni publicos ni privados y, sin embargo, comunes, descodificados. Es por eso, ante todo, por lo que se convertiran en blanco privilegio del discurso anticuartel 52, . El cuartel, pues, en tanto que aglomeraci6n, se configuraba, cada vez mas claramente, como un palido sustituto del tugurio, como su prolongaci6n. Como escenario pat6geno del contagia: contagia de enfermedades, contagia de habitos moralmente m6rbidos, contagia de locas ideas de rebeli6n social. Valida, tal vez, para los obreros solteros -a quienes toda intimidad debia ser vedada- o para las areas centrales de las ciudades, en las que el precio del suelo no permitia otras soluciones; pero contraproducente para las familias. La invenci6n de la familia obrera modelo no podria tener lugar en esas condiciones. Su nacimiento, unicamente posible sabre la base del sentimiento de hagar, exigia formas diferentes de disposici6n de los espacios. Frente al riesgo de contagia que entrafia el cuartel, una disposici6n que fuese, ante todo, desaglomerante; a partir de mediados del siglo XIX, «en lugar de reunir, lo que se intenta es ( . . . ] separar» 53, El cuartel, despedazado, estallara en hogares. A traves de una fase tipol6gica intermedia, la del coron 54, y recuperando algunas experien­ cia� aisladas de la primera mitad del siglo ss, Ia vivienda unifamiliar 34.

inm�diaciones de su fabrica. La construcci6n de viviendas unifamiliares tendra Iugar a part1r de 1 890, s1gU1endo modelos ingleses que Crespi conoci!l bien de un viaje de JUVentud. Sobre el poblado de Crespi d ' Adda, veanse L. Mariani Travi, E. Mariani Travi. <> L'Ar�hitettura, 1978, .PP · 467-474; R. Schezen, <>, Ottagono, num. 49, 1 981, pp. 84-88; y los diversos trabajos contenidos en Villaggi operai... , ob. cit. 52 Vease Frey, La ville . . . , ob. cit., pp. 121-124. 53 Simon, Le travail, ob. cit., p. 256. Para ]o que sigue acerca de Ia vivienda unifamiliar, resulta inexcusable Ia consulta de Murard, ob. cit., pp. 197-229 (<). 54 El termino, de origen flamenco, designa a un conjunto de viviendas unifamilia­ res alineadas y adosadas por sus medianeras laterales. Constituira el mas frecuente model� tipol6gico utilizado por las empresas mineras, particularmente en Belgica y en las regwnes francesas del Norte y del Paso de Calais. 55 Por ejemplo: el Gran Hornu (1822), el barrio de La Combe des Mineurs, en Le Creusot (1826), Ia primera experiencia de Koechlin en Mulhouse (1 832), etc. En tanto que soluci6n de compromiso entre el cuartel y Ia vivienda unifamiliar, Ia Combe des

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aislada -o asociada en grupos de dos, tres y cuatro- se abrira paso arrolladoramente 56. Las exposiciones universales -particularmente la de Paris de 1 867, dominada por la enorme figura de Le Play, su comisario general- consagraran publicamente esa tipologia. La vi­ vienda unifamiliar se pondra de moda entre los ideologos paternalis­ tas: «hoy [1 867], esta es la cuestion del dia: construir alojamientos separados» 57. Mulhouse resumia y simbolizaba esa solucion largamente busca­ da y, al fin, encontrada 58 . Las viviendas, diseiiadas por Emile Muller, aparecian asociadas en grupos de cuatro, y rodeadas por un pequeiio espacio destinado a huerto obrero 59. «Gran objeto de exhibicion de los burgueses del continente» 60, y gozando del apoyo moral y financiero de Napoleon III 6 1 , la experiencia, de Mulhouse se Mineurs -que utiliza modelos ingleses- constituye < y el <>. Devillers, ob. cit., p. 48. Veanse tambien D. Sauvageot, <>, Milieux, num. 2, 1 980, pp. 27-33; y Frey, La ville... , ob. cit., pp. 24-29. 56 En Francia, <>. Stearns, ob. cit., p. 97. 57 Simonin, Les cites ... , ob. cit., pp. 20-21 . A finales de siglo, en Anzin, por ejemplo, <<no se construyen ya mas que viviendas aisladas>>. G. Michel, Histoire d'un centre ouvrier: les concessions d'Anzin. Paris: Librairie Guillaumin et Cie., 1891, p. 242. 58 La aventura de Mulhouse se inicia en 1 853, fecha en Ia que un conjunto de empresarios textiles de Ia zona, encabezados por Jean Dollfus, uno de ellos y alcalde del municipio, constituyen, por acciones, Ia Societe Mulhousienne des Cites Ouvrie­ res. Se trata de un proyecto integral, que incluye, ademas de las viviendas para familias y para solteros, edificios para banos, restaurante, panaderia, economato, guardera, escuelas, biblioteca, etc. Las viviendas no dejaran de construirse a lo largo de toda Ia segunda mitad del siglo XIX. En 1 875 Ia sociedad tenia construidas 892 viviendas y vendidas 886; en 1899 tenia contruidas 1243, y vendidas todas. Vease A. Engel, <>, en Congres International des Habitations a Bon Marche, ob. cit., pp. 358-362. 59 En realidad existian en Mulhouse dos tipos de viviendas familiares: uno es el de cuatro viviendas agrupadas; el otro e·s del tipo coron. Sera el primero, sin embargo, el que sera asociado habitualmente a Ia experiencia �e Mulhouse. Sobre Ia relacion de Muller con los fourieristas, vease Marrey, <<Saint-simoniens ... >>, ob. cit., p. 92. Muller parece haber sido tambien el arquitecto o, a! menos, el inspirador del poblado Noisiel, construido por Menier. Vease Marrey, Un capitalisme... , ob. cit., pp. 97-98. 60 Engels, ob. cit. , p. 76. 61 Desde su estancia en Gran Bretana y sus coqueteos con Ia escuela saint­ simonista, Luis Napoleon se habia mostrado notablemente interesado por Ia cuestion de Ia vivienda obrera. Una vez en el poder financiara Ia traduccion francesa del

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convertira rapidamente -y por mas de un motivo- en un modelo. Tan solo unos aiios despues de iniciada la experiencia, podia afirmarse que «Mulhouse ha creado un tipo [de vivienda obrera] que ha mantenido el nombre de la region de donde ha venido. Este tipo [ . . . ] se llama el tipo de las cites obreras de Mulhouse» 62 • Su exito y difusion -con leves retoques en cada caso, lo cual no hace otra cosa que realzar su caracter paradigmatico- llegaran a ser inconcebibles. No existe tratado o folleto sobre la cuestion, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, que no se deshaga en alabanzas 63 • Las viviendas de Mulhouse llegaran a convertirse en sinonimo de vivienda obrera modelo: «la cite Mulhouse fue el modelo de la ciudad obrera, y es conocida en todo el mundo» 64. Mulhouse, en tanto que simbolo de la vivienda unifamiliar, constituira el triunfo generalizado de una concepcion celular del alojamiento obrero; no en vano pudo ser caracterizada, por uno de sus mas fervientes admiradores y publicistas, como «hermosa colme­ na risueiia» 65. En condiciones de aislamiento parecia que, al fin, la familia obrera podria ser regenerada y, con ello, resuelta la «cuestion social» para mayor bien del obrero y mayor gloria del patron. «Una casa para cada familia» se convertira en el lema de la reforma patronal -y, mas tarde, burguesa- de la vivienda obrera 66• tratado de Henry Roberts (The dwelling of the labouring classes, 1 850), promover:i Ia construccion de Ia Cite Napoleon en Paris, apoyara financieramente Ia creacion de Ia Societe Mulhousienne y, en sus ratos libres, disenara eJ mismo viviendas obreras: <<en las largas tardes de invierno, el Emperador, Ia Emperatriz y los familiares de las Tullerias se divierten en construir sobre una mesa, con trozos de carton o de madera, modelos de cites obreras>>. De ser cierta Ia anecdota cabria repensar Ia idea, normalmente admitida, de Ia tardia incorporacion espanola a las tareas de diseno de viviendas obreras; si no los arquitectos o los ingenieros, si parece que las emperatrices a! menos hayan estado a Ia altura de los tiempos. La anecdota procede de Simonin, Les cites... , ob. cit., p. 22. 62 Ibid., pp. 17-18. 63 Vease P. Favardin, <>, Les Monuments Historiques de Ia France, 1977 (3), p. 57. 64 Amoruso, ob. cit., p. 125. <<En Francia, el movimiento [de reforma patronal de Ia vivienda) ha comenzado en Mulhouse, en donde las viviendas obreras forman un conjunto de alojamientos que puede ser considerado como un modelm>. Maniguet, ob. cit., p. 207. Todavia en 1906, el modelo Mulhouse, aunque sin ser nombrado explicitamente, sigue apareciendo como Ia vivienda obrera modelo por excelencia; vease Larra y Cerezo, ob. cit., p. 205. 65 Simon, L'ouvriere, ob. cit., p. 264. 66 Se trata del subtitulo de una conocida obra de divulgacion sobre esta problematica. Vease A. Rendu, E. Cacheux, Les habitations a bon marche: une maison pour

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La vivienda unifamiliar con huerto, «la habitaci6n normal del hombre, su vivienda natural» 67, es sin embargo, todo menos natural. Es, mas bien, el resultado de un proceso de diseiio altamente elaborado y sofisticado en el cual los menores detalles parecen tener una importancia trascendental: «antes de intentar la construcci6n de casas para obreros es muy necesario estudiar el asunto con deteni­ miento, y entrar en detalles que pareceran irrisorios, pero son trasunto fiel de la verdad» 68, Ese diseiio, que afecta a la totalidad del espacio interior y exterior de la vivienda, reposaba sobre un principia marcadamente analitico: «demosle [al obrero] una casa sola para vivir; aislemos los sexos y los estados; separemos las familias en busca de emulaci6n; [ . . . ] corrijamos las costumbres, estableciendo independencia en los servicios domesticos; que la cocina este lejos del dormitorio; que la habitaci6n de los padres no sea la de los hijos» 69 , Esa operaci6n de aislamiento se desplegara a partir de un punto central y originario: su acceso. La condici6n de eficacia modeladora de la vivienda unifamiliar residira en Ia independencia de su entrada. Se trata de un dispositivo espacial cuya importancia dificilmente puede ser sobrevalorada: de lo que se trataba, ante todo, era de destruir los espacios comunes y, con ellos, sus perniciosas secuelas. La importan­ cia de la entrada independiente sera tempranamente seiialada: «el principe Albert ideo e hizo construir en Londres, en Hyde Park, hacia 1 851, un tipo de casa obrera de dos viviendas adosadas que es particularmente recomendable por la peculiar disposici6n de la escalera, visible desde el exterior de tal modo que puede ser considerada como prolongaci6n de la calle. Se evitan de ese modo los inconvenientes higienicos de las escaleras cerradas, asi como los inconvenientes morales que se derivan del contacto continuo que las chaque famille, Paris: F. Rieder [ca. 1918]. La vivienda obrera <<debe contener una sola

familia, estar circundada de un pequeiio huerto, y separada de toda comunicaci6n con otras». S. B. Crespi, «, Milieux, num. 1 1 -12, 1982-1983, pp. 50-61.

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personas tienen cuando se ven obligadas a salir por escaleras comunes a varios inquilinos» 70, AI eliminar los espacios comunes de acceso y servicios, la entrada independiente disolvia el espacio de la promiscuidad -sanitaria, sexual, politica-; no existia ya Iugar para ella. AI tiempo, la entrada independiente se engta en filtro de relaciones, en mecanismo de asignaci6n espacial de contactos, en dispositivo de territorializaci6n y codificaci6n de flujos ambiguos. A partir de ella se acotaran nitidamente dos espacios: uno transparente -el de la calle-, otro opaco -el del interior-. Naceran en ese punto dos territorios, dos campos sociales plenamente modernos: el de la vecindad -pero ya no difusa- y el de la intimidad -pero ya no promiscua-. AI eliminar los espacios comunes, Ia vivienda unifamiliar debia asegurar, a/ fin, una cesura nitida y permanente entre lo publico y lo privado. Debia convertirse en asilo; en «asilo domestico» 71• A partir del estableci­ miento de ese punto nodal que es la entrada independiente, el diseiio patronal de la vivienda unifamiliar se disparara, simultaneamente, en dos direcciones opuestas, barriendo cada uno de los espacios previamente acotados: «el dentro» y «el fuera». Hacia afuera, el huerto obrero -el cual, asociado a la vivienda, constituye una de las ideas-fuerza de Le Play- 72 se configurara, ante todo, como glacis en torno a la fortaleza de la intimidad familiar. En tanto que tal, sobre ei pesaba habitualmente una expresa prohibici6n de construir: en Mulhouse, por ejemplo, el comprador de una vivienda -y, con mayor motivo, el simple arrendatario- se

35.

7·0 Amoruso, ob. cit., pp. 25-26. <>, ob. cit., p. 26. La fobia a los espacios comunes interiores se manifiesta incluso en el caso de cuarteles de varias plantas, por Ia instalaci6n de escaleras exteriores adosadas; es el caso de una buena parte de los cuarteles mineros espaiioles. Incluso en areas urbanas, y ante Ia imposibilidad de asegurar entradas independientes a las viviendas, de Io que se trata es de hacer transparentes (es decir, publicos) esos espacios. <
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comprometia a «no dar otro destino distinto al huerto que se encuentra delante y al lado de la casa, y a no construir ningu na edificacion en el» 73• El huerto se definia, pues, como espacio vacfo, como intervalo, como distancia, como elemento de desagl omera­ cion. Siempre cercado por una fragil valla --a fin de que, a la vez, resultase evidente su caracter privado y, sin embargo, transp arente a la mirada-, el huerto prolongaba hacia el espacio public o el territorio privado del interior. Rapidamente, sin embargo, ese espacio materialmente vacio se llenara de contenidos simbolicos. A la funcion de aislamiento de encierro al aire libre, aiiadira bien pronto otra: la de instrument � de antinomadismo y pacificacion. AI viejo campesino desarraigado se le permitira ahora jugar a labrador 74, a la espera de que la mitolo gia de la tierra -el «rincon de tierra»- produjese sus proverbialm ente beneficos efectos de fijacion y apaciguamiento. Un empre sario escribia en 1 849: «quiero organizar a algunas familias en la condic ion de pequeiios labradores. [ ... ] Seria un gran medio de moral izacion hacer del obrero un pequeiio labrador. Yo veo a esta familia como la base y la raiz de la empresa» 75. Cordon preventivo en torno a la vivienda, instrumento de •

73 Condici6n 5.• del contrato de venta de una vivienda tipo de Ia Societe Mulhousienne; reproducido en Miiller, Habitations... , ob. cit., p. 144. Vease tambien Ia condici6n 1 .• del contrato de alquiler reproducido en p. 141 . Similar limitaci6n en el caso del poblado de Schio, construido a partir de 1 873 por Alessandro Rossi, empr�sario textil: el inquilino y futuro propietario «se obliga ( ...] a tener limpios los espac10s en torno al edificio y al huerto y jardin, no alterand o nada en este ultimo». Art. 4.o del contrato de alquiler con promesa de venta; reprod ucido en Amoruso, ob. cit., p. 3 1 1 . Lo mismo puede ser sefialado en Blanzy o en las minas de Lens. Veanse los reglamentos respectivos en J. Figueroa, <
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fijacion y de pacificacion, el huerto obrero se vera investldQ, Acllmil, de otro atributo: el de servir de escenario de Ia diversiOn obrtrtl tfll la jornada de trabajo. El huerto debia sustituir a la taberna, fuenco il tantos males: «estos huertos han acabado con las tabernas» 76, Amba1 -huerto y taberna- se situaban en ese lapso temporal que separabl\ el trabajo del reposo. Pero mientras la segunda hacia de ese lapso un tiempo dificilmente controlable, al configurarse como lugar de perniciosa diversion entre quienes, juntos -los compaiieros-, acababan de salir del trabajo, el primero, el huerto, aseguraba la transparencia de ese intervalo, al constituirse en espacio de higienico y moral ocio entre quienes, juntos tambien -los miembros de la familia-, iban a entrar en la vivienda 77: «para que el obrero tenga distraccion propia y no la busque en sitios perjudiciales, se p�nso en . dotar a la casa de un pequeiio jardin, en el cual pueda dtvertuse con sus hijos» 78 . Al destruir a la taberna, el huerto obrero estimulaba, adem:is, la vida de familia. Familia que se divierte unida, permanece unida: los huertos «han mantenido entre la poblacion el espiritu de familia» 79. Todo lo mas, la diversion familiar podia ser a medias compartida por los vecinos mas proximos. Territ?rio de la familia, el . _ de la v ctndad huerto -precisamente por ello- lo era tambten � entre familias. Una vecindad de la que, por su transparencta, toda Promiscuidad habia sido barrida en beneficio de una sana emulacion, " . ' dtcos 80 . fomentada por la empresa por medio de concursos peno . del He aqui, en fin, el idilico cuadro que se ofrece en el escenano huerto: «tras su trabajo, el padre ya no se ve obligado a elegir entre un tugurio y una taberna; no hay taberna en la ciudad que sea tan alegre como su casita. Si puede disponer de unos momentos antes de 76 Simon, L'ouv�iere, ob. cit., p. 370. Refiriendose a Henri De Gorge, empresario constructor del Grand Hornu: <<este ilustrado industrial [ ... ] ha juzgado con raz6n que el mejor media de constribuir a Ia mejora de Ia clase obrera consistia en una sabia dir�cci6n del :mple� de los . intervalos de distension y de reposm>. P. Vandermaelen, Dtct10nnatre geographtque de Ia province de Hainaut, 1 833; cit. en Brace Taylor, ob. cit., p. 1 1 1 . 78 Llano, ob. cit., p . 12. 79 Simon, L'ouvriere, ob. cit., p. 370. <. Simon, Le travail, ob. cit., p. 260. . . 80 La Societe Mulhousienne convocaba concursos anuales para premmr el cmdado del huerto; a tales concursos unicamente podian acudir las familias cuyos hijos asistiesen asiduamente a Ia escuela. Vease Ia convocatoria reproducida en Miiller, Les habitations.. . , ob. cit., pp. 641-642. Alga similar en algunas empresas estadounidenses� vease Cestre, L'usine... , ob. cit., p. 162. 77

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cenar, clara unos goples de azada a su huerto, pondra un tutor a un arbol joven, sembrara un cuartel de legumbres, regara un macizo. Ello significa, ademas, Ia felicidad para toda Ia casa, ya que a Ia madre de familia le gusta limpiar y rastrillar su huerto, mientras que los chicos se encargan con entusiasmo de transportar agua en grandes regaderas. En verano Ia familia podra cenar al fresco bajo las madreselvas mientras charla con sus vecinos por encima de Ia valla» 81 , Si el huerto constituia el espacio de Ia representaci6n publica de Ia familia obrera, el interior de Ia vivienda constituia el sancta sanctorum de su despliegue privado: a Ia representaci6n se opone aqui Ia intimidad. Esta ultima no sera otra cosa que e1 indispensable catalizador para que en el crisol de Ia vivienda pudiese producirse Ia deseada transustanciaci6n, el prodigio alquimico del nacimiento de Ia familia obrera modelo. Para estimular y conservar esa intimidad todos los cuidados seran pocos. Esos cuidados eran de naturaleza doble: unos, de caracter reglamentario; otros, mas sutiles, se refe­ rian a Ia disposici6n fisica de los espacios 82 . Tambien hacia el interior, el disefio de Ia vivienda obrera reposaba sobre un principio analitico, desaglomerante. De lo que se trataba, en primer Iugar, era de asegurar el uso exclusivo de Ia vivienda por parte de una sola familia nuclear. Para ello era preciso adoptar las medidas oportunas para acabar con esa funesta costum­ bre obrera de compartir Ia vivienda con parientes e incluso -lo cual era mas grave- con personas ajenas de todo punto a Ia familia: en Mulhouse, por ejemplo, «es importante que los miembros de la fa�il�a :ivan solos. La presencia de un extrafio roba siempre algo a Ia tnttmtdad del hogar» 83. Existia algo de profanaci6n en el deambu36.

81

Simon, L'ouvriere, ob. cit., pp. 380-381 . «Si algo esta descrito en Ia organizacion del proyecto de una casa es Ia naturaleza de las relaciones humanas que alii es posible desarrollar, y ello pertenece a! mundo de lo artificial, de lo premeditado. Es por lo que el analisis de Ia distribucion �rtificial de I� casa se convierte en una cuestion central para conocer los valores, las Ideas que estan subyacentes en el fondo de las organizaciones de Ia casa». J. A. Sanz Esquide, <<Sobre Ia distribucion y Ia mecanizacion de Ia casa>>, en Jornadas sobre Ia proteccion y revalorizacion del patrimonio industrial (las. 1982, Baracaldo y Bilbao), I ]ornadas sobre fa protecciOn y revalorizacitfn... Bilbao: Departamento de Cultura del Gobierno Vasco, 1 984, p. 360. 83 Simon, L'ouvriere, ob. cit., pp. 374-375. «La intromision de un extraiio en Ia familia presenta inconvenientes y peligros demasiado graves como para que Ia 82

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lar de un extrafio por el espacio interior de Ia vivienda familiar. S� erradicaci6n se producira por dos vias. Una de ellas era de caracter normativo: en Mulhouse, «Ia Sociedad impone al inquilino -que declara someterse a ello- Ia prohibici6n expresa de no subarrendar ni en todo ni en parte de Ia cosa arrendada» 84, En el caso de que Ia vivienda fuese vendida -y no ya alquilada-, esa prohibici6n, aunque atenuada, seguia presente: el comprador, en efecto, debia aceptar Ia condici6n de «no poder arrendar a una segunda familia, sin permiso de Ia Sociedad vendedora, una parte de Ia casa vendida, a fin de que no haya nunca dos familias en la misma vivienda» 85 . AI !ado de Ia prohibici6n, el ajuste de Ia superficie uti! de cada tipo de vivienda al tamafio de las familias: «los organizadores de Ia cite de Mulhouse habrian podido hacer viviendas mas amplias sin demasia­ do gasto; pero no lo han querido asi, a fin de evitar las tentaciones del subarriendo» 86• aconsejemos>>. Muller, Les habitations... , ob. cit., p. 100. En Pullman City, Ia empresa veia con malos ojos Ia presencia de huespedes; vease Buder, ob. cit., pp. 78-79. Cuan­ do Ia costumbre o Ia necesidad obreras de subalquilar una habitacion se revelen excesivamente arraigadas, los ideologos paternalistas preconizaran separar una habita­ cion de Ia tasa con entrada independiente. Vease Donzelot, La policia... ob. cit., p. 44. 84 Art. 2.0 del contrato de alquiler; reproducido en Muller, Habitations... , ob. cit., p. 141. Lo mismo en las minas de Lens; vease Orientaciones... , ob. cit. 85 Condicion 8.• del contrato de venta; reproducido en Muller, Les habitations... , ob. cit., p. 144. Era esa una condicion impuesta por Ia comision imperial que debia informar acerca de los proyectos que solicitasen acogerse a los beneficios de los decretos de 22 de enero y 27 de marzo de 1 852: «debe ser impuesto a Ia Sociedad el que ninguna de estas casas pueda ser ocupada mas que por un solo hogar, formado por el padre, Ia madre y los hijos>>. «Rapport de Ia Commision des Logements d'Ouvriers, concernant Ia creation d'une Cite ouvriere a Mulhouse (Haut-Rhin), sur les plans et clevis presentes par M. Emile Muller, architecte de Ia Societb>; reproducido en ibid., p. 103. 86 Simon, L'ouvriere, ob. cit., p. 374. De lo que se trata es de «Concebir una vivienda lo suficientemente pequeiia como para que ningun extraiio pueda habitarla>>. Donzelot, La policia... , ob. cit., p. 44. La exclusion de los huespedes exigia de Ia concepcion de un habitat especifico destinado a los obreros sin familia y, en particular, a los solteros. La primera condicion de ese habitat ha de ser su aislamiento con respecto a las viviendas familiares: en Mulhouse, «Ia cite ha sido pensada ante todo para la familia. [ ... ] De lo que se trata es de apartar a las gentes desordenadas, a los habituales de las tabernas>>. Simon, L'ouvriere, ob. cit., pp. 375 y 376. Una vez segregados, el inmueble colectivo, contraproduce para las familias, parece ser -debidamente dispuesto-- lo adecuado para los solteros: en muchos lugares «se han construido para ellos grandes casas comunes, que han tenido a veces el inconveniente de los cuarteles [ ... ], pero inconvenientes menos grandes ya que aqui no hay ni mujeres ni niiios>>. Simonin, Les cites... , ob. cit., p. 33. El modelo de tales inmuebles

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Expulsados los extraiios, el espacio todo de la vivienda se constituia en territorio privado de la familia. En la organizacion de ese territorio nada sera dejado al azar. La distribucion de los espacios sera llevada a cabo con arreglo a estrictos principios de division, de separacion. Separacion de funcionesJ en primer lugar: frente a la promiscuidad y mezcolanza del tugurio, en el que se comia, se dormia, se hacia el amor y se leian folletones en un mismo lugar, un zoning riguroso. Los retretes, recuperados para el interior de la vivienda desde los patios y corredores de los inmuebles colectivos, seran separados de la cocina y, en ocasiones, de nuevo lanzados al exterior -si bien, ahora, privativamente: en las viviendas unifami­ Iiares de Crespi d 'Adda, «a la derecha de la casa hay un pequeiio soportal con un lavadero, y a continuacion la letrina, que se ve asi completamente separada de la vivienda» 87. Dormitorios y cocina seran cuidadosamente separados en beneficia de la higiene -y, para obreros solteros sera triple. El cuartel obrero mismo de los primeros tiempos, en primer Iugar: «Se han transformado los cuarteles de los primeros tiempos en habitaciones amuebladas para solteros». Simonin, La vie... , ob. cit., p. 266. Pero tambien el convento: en Mulhouse <>, reproducido en Muller, Habitations... , ob. cit.,PP· 149-151. Vease tambien Schiavi, ob. cit., pp. 160-163. . 87 Crespi, <>; cit. en Mariani Travi, ob. cit., p. 470.

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probablemente, en beneficia tambien de los catarros-: «a pesar de la opinion de varias personas autorizadas, alguna de las cuales ha citado el ejemplo de viviendas modelo que permanecieron inhabita­ das porque el obrero preferia alojamientos de una sola pieza en los que un mismo fuego cociera sus alimentos y calentase en invierno sus miembros, creemos [ ... ] que toda persona que se hace ella misma su comida debe tener dos piezas, es decir, habitacion y cocina al menos» 88. A la zonificacion funcional de la vivienda se aiiadira la separa­ cion de las personas. El aislamiento de la familia respecto del exterior se prolongaba, hacia dentro, en el aislamiento mutuo de sus miembros. La separacion por sexos de las personas durante el reposo debia ser estricta: «para la moralidad y la decencia, la separacion de los sexos es indispensable» 89. Padres e hijos, chicos y chicas -los cuales en el lecho comun del tugurio o de la vivienda preindustrial compartian su mutuo calor 90_ deberan ahora, en la vivienda reformada, dormir separados: «debe haber siempre separacion entre los padres y los hijos de una cierta edad, y, por lo que a estos se refiere, entre las chicas y los chicos» 91 . Separacion, pero no autono­ mia: la intimidad de los hijos debia ser benevolamente vigilada desde lejos por los padres. Y la disposicion de los espacios debia favorecer esa vigilancia: «por la noche, los hijos no pueden entrar o salir de la 88 Muller, Les habitations... , ob. cit., p. 76, <>, Rendu, ob. cit. 89 De los debates sobre distribuci6n interior de las viviendas en el Congreso de Higiene Publica de Bruselas en 1 851; cit. en Donzelot, La policia... , ob. cit., p. 45. Cuando Ia separaci6n sea del todo imposible, sera recomendable el uso de cortinas: <>. Loc. cit. 90 Hasta al menos mediados del siglo XIX, lo habitual en medios populares parece haber sido el que residentes en una misma vivienda durmieran juntos en una misma cama, independientemente de lazos familiares y de sexos. <>. <<�No nacia entre los miembros de Ia familia campesina, en esta calurosa intimidad del !echo, una relaci6n tan esencial y tan digna de atenci6n como los ritos de nuestros hogares burgueses?>>, Flandrin, ob. cit., pp. 130 y 132. 91 Muller, Habitations ... , ob. cit., pp. 1 1 7-1 18. <. Rendu, ob. cit., p. 8.

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casa sin pasar por la habitacion de los padres, que ejercen asi un feliz control sobre su conducta, ya que en ocasiones no es suficiente con . cerrar la puerta de la casa» 92. Todo parece indicar, pues, que la emergencia del espiritu de familia unicamente era posible sobre la base de la separacion de sus miembros. A esa separacion real se aii.adia su reunion simbrflica en un Iugar apropiado. Si el dormitorio paterno, en su penumbra sagrada, constituia el centro sexual de la vivienda, la sala de familia, en su transparencia, se configuraba como su centro simbolico asexuado. En ella se desplegaria la vida de familia: si el huerto constituia el escenario para la publica representacion de la familia, la sala de familia se configurara como escenario de su representacion privada, destinada a los propios miembros de esta. Si en el huerto tenia Iugar una comedia -por cuanto en ei la familia en su conjunto funcionaba como actor-, en la sala de familia tendr:i Iugar, mas bien, un psicodrama -por cuanto, en ella, cada miembro de la familia funcionara como actor y esta, en su conjunto, como publico. Su importancia era, por ello, enorme: «la sala comun debe ser la base, tanto moral como material [de la vida de familia], fuera de la cual la creacion del hombre que trabaja no puede ser mas que una utopia» 93. En tanto que escenario, su decorado debia ser cuidado con esmero: sobrio 94 y digno 95, debia incluir los retratos de los antepasados y los emblemas de la religion; es decir, el origen y el destino de la familia 96 . Su mobiliario y, en general, el de toda la casa, debia facilitar la identificacion de la familia con el interior de la vivienda y con su estatus 97. Pequeii.os detalles, todos ellos, cuya 92 Muller, Habitations... , ob. cit., p. 1 1 8. En Mulhouse, «Ia escalera se encuentra normalmente situada en esta segunda habitaci6n (Ia de los padres, en Ia planta baja), a fin de que los hijos no puedan entrar ni salir a! margen del jefe de familia». Simon, L'oiiVriere, ob. cit., p. 374, nota. 93 De Ia conferencia de Charles Lucas en Ia exposici6n universal de Paris de 1 878; cit. en Amoruso, ob. cit., p. 131. 94 «[ ... ] cuadros, muy pocos, cual cumple a toda habitaci6n que ha de reunir condiciones verdaderamente higienicas». «La instalaci6n del "Foment de les Artes Decoratives" en el curso de Ia Casa Humilde>>, en Exposici6n Internacional del Muehle y Decoraci6n de Interiores, AlbHm-resHmen. Barcelona: A. Torremade, 1 924. La exposici6n celebrada en 1 923, aparece patrocinada por el Marques de Comillas. 95 «Hay que ser severo y suprimir sin piedad los excesos decorativos, las imagenes obscenas y degradantes», Pillat, Gosselet, Catichisme d'hygiene a /'Hsage des enfants, 1850; cit. en Donzelot, La policia..., ob. cit., p. 43. 96 Vease Amoruso, ob. cit., p. 131. 9 7 Los gustos decorativos de los obreros no parecen estar de acuerdo con su

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trascendencia sin embargo no escapaba a la perspicaz mirada de lo1 ideologos paternalistas: se trataba, nada menos, que del «mllMnl) problema de decorar y amueblar con arte, gusto y economla lu CaMilli que ha de habitat la clase humilde» 98. Opaco para los extraii.os y tambien -aunque de otra formA: materialmente separados y simbolicamente reunidos- para 1oM miembros de la familia, el interior de la vivienda obrera, el reino de la privacidad, debia ser, sin embargo, transparente para el patr6n, csn particular figura social que escapaba a la dicotomia entre lo publico y lo privado: Emile Muller recomendaba a los patronos de Mulhouse el establecimiento de un reglamento que «prevenga todos los abusos que pudieran cometer los inquilinos en su primera utilizacion de viviendas tan confortables [ . . . ] . En cuanto a los [obreros] propieta­ rios, la sociedad se reservar:i el derecho de vigilancia y de visita interior basta la entera liberacion del inmueble» 99. Asi se produce familia. Hela aqui, feliz y regenerada: «ved [ ... ] esa casita de aspecto agradable y limpio. [ . . . ] En ella cada uno tiene su Iugar: los chicos en una habitacion separada, las chicas en otra, los padres en su alcoba particular. A la hora de las comidas o del descanso la familia se reune en la sala comun. Reposan juntos de las fatigas del dia; la dulce atmosfera de la intimidad familiar estimula estatus: <>. Exposici6n Internacional del Muehle y Decoraci6n de Interiores, ob. cit. 98 Ibid. Cuando el arquitecto Mariano Belmas presenta, en Ia Exposici6n Nacional de Minerla de 1883 su modelo de casa para obreros, incluye en su caseta un mobiliario completo. Vease Ministerio del Fomento, Exposicitfn Nacional de Miner/a, Artes Meta/Hrgicas, Ceramica, Cristalerfa y AgHas Minerales, 1883: catdlogo general. Madrid, Impr. de los Sucesores de Rivadeneyra, 1 883, pp. 79-80. 99 Muller, Habitations... , ob. cit., p. 140. En el caso de algunas empresas francesas, todas las viviendas <<se encontraban sujetas a Ia inspecci6n regular de las empresas>>, Meakin, ob. cit., p. 355. Tambien en Schio: <<el senor Francesco Rossi [hijo de Alessandro, el fundador] tendni derecho a visitar o a hacer visitar el inmueble a quien mejor estime; y ello incluso una vez formalizado el contrato de compra-venta». Art. 6.o y condici6n C del art. 9.0 del contrato de alquiler con promesa de venta; reproducido en Amoruso, ob. cit., pp. 31 1 y 312-313. Por lo demas los concursos para premiar el estado del interior de Ia vivienda constituian otras tantas ocasiones para inspeccionarlo. Debieron ser muy frecuentes: veanse Ia convocatoria reproducida en Muller, Les habitations... , ob. cit., pp. 641-642; Simonin, La vie .. , ob. cit., p. 265; y Simonin, Les cites... , ob. cit., pp. 28-29. .

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las distracciones sanas, las charlas, los juegos, la lectura. iQue alegria para el padre encontrarse en paz por la noche en su interior, o trabajar el domingo en su huertecillo! Ya no hay que temer a la taberna, el alcohol esta vencido; y la felicidad reina en la familia, cuyo nivel moral se eleva mas y mas» 100,

9. LA PROPIEDAD OBRERA: ENTRE LA FAMILIA Y LA VIVIENDA

�Como no participar, a la vista de un cuadro tal de felicidad domestica, del deseo patronal de eternizarlo, de fijarlo, de perpetuar­ lo? Por lo demas, �que mejor modo de hacerlo que «recurriendo al estimulante mas poderoso de la actividad humana, que es sin ninguna duda la propiedad» 101 ? Clave de un triangulo en el que los otros dos vertices eran un cuerpo (la vivienda) y un alma (la vida de familia), del espiritu de Ia propiedad privada de la vivienda esperaban los patronos la culmina­ cion irreversible de la regeneracion del obrero: «hay una cierta fascinacion en estas palabras. Mi casa. En todos los sitios en los que ha sido posible vender la vivienda a los obreros que la habitan, la poblacion de los talleres se ha visto transformada» 1 o2. La fijacion territorial del obrero adquiria, con la propiedad de la vivienda, las caracteristicas de un verdadero anclaje: «hacer al obrero poseedor de su habitacion es fijarle, es unirle al pais donde es propietario» 103. y no unicamente al pais, sino tambien a la empresa para la que trabajaba: por medio de la propiedad de la vivienda, los obreros «permanecen mas unidos al establecimiento que los em­ plea» 104 . EI nomadismo seria, al fin, definitivamente vencido: «henos aqui lejos de esos nomadas, de esos semisalvajes perseguidos de tugurio en tugurio por la exigencias del casero» 1 os . AI tiempo, el obrero se haria mas ordenado en sus gastos: «el 37.

Siegfried, ob. cit., p. 1 83. Simon, L'ouvriere, ob. cit., p. 363. Ibid., p. 367. J. Costa, Instituciones economicas para obreros; las habitaciones de alquiler barato en Ia Exposicion Universal de Paris en 1867. Madrid: Biblioteca Costa, 1918, p. 93. La obra constituye una recopilaci6n escasamente critica de textos y manuscritos de Costa. 1 04 Simonin, Les cites. . . , ob. cit., p. 28. 1os Simon, L 'ouvriere, ob. cit., p. 382. 10o 101 1oz 1 03

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obrero elevado a la condicion de propietario deviene ahorrativo y serio» 106 . En ei se desarrollaria naturalmente el espiritu de prevision: «el obrero, mientras ha estado ahorrando para pagar la casa que habita, ha adquirido insensiblmente el habito del ahorro, y despues de quedar en paz con la compaiiia 0 empresa a que sirve, empieza a formarse un pequeiio capital para atender a las necesidades del tiempo en que no gane nada, ya por enfermedad, ya por vejez o ya porque se atraviese una crisis industrial» 107, Sedentarizado y ahorrador, el obrero se encontraria en condicio­ nes inmejorables para experimentar en toda su plenitud los goces de la vida de familia: la propiedad de la casa «le inspira directamente el gusto por las virtudes domesticas» 1 os . AI hacerlo, alejaria al obrero de otra clase de gustos y tentaciones. De la taberna, por supuesto: «un vecino de dicha poblacion [Mulhouse] se lamento de Io insociables que eran las gentes que habian venido a ocupar aquellas viviendas obreras, y a las que ni una sola vez, en mucho tiempo, se les habia ocurrido visitar su casa; este vecino quejoso era uno de los taberneros de la localidad» 109. AI tiempo que de la taberna, el obrero propietario de su vivienda se alejaria tambien de los sinsentidos revolucionarios: «saboreando "el dulce mio' ' , [al obrero] no le asusta el trabajo, no piensa mas que en la propiedad y en el sosiego de la familia, se aparta de las compaiiias sospechosas [ . . . ], se morigeran todas sus costumbres y se horroriza al acordarse de cuando, menos dichoso, se lanzaba a derramar la sangre de sus conciudadanos al grito sedicioso de la revolucion» u o. Por la propiedad de la vivienda 106 De un informe de A. Burat, 1878, acerca de las Houillieres de Blanzy; cit. en Clement, ob. cit., p. 31. 107 Belmar, ob. cit., p. 43. «De los principales sistemas predominantes, consisten­ tes en ser el obrero solamente inquilino, 6 convertirse a! cabo de un numero determinado de aiios en propietario de Ia casa que habita, optamos por este ultimo, creyendo daria mejores resultados pr:icticos, puesto que enseiiaria a! obrero :i economizar». L. M. Madorell y Rius, <>, en J. Maluquer y Salvador, Una campaiia e n pro del seguroy de Ia prevision popular: publicaciones y trabajos, Madrid: Sobrinos de Ia Sucesora de M. Minuesa de los Rios, 1930, II, p. 65. 1 1° Costa, Instituciones.. , ob. cit., pp. 12-13. <<Sus propios intereses le hacen conocer facilmente lo que hay de quimerico y desacertado en Ia teoria socialista y a fe que no .

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y del huerto, los ideologos paternalistas esperaban que en los viejos campesinos desarraigados renaciese de sus cenizas el sentimiento conservador: desde el momenta en el que creen poseer alga, «en Iugar de ser obreros facciosos y turbulentos como los que nada tienen, en Iugar de ser amigos de las huelgas, devienen conservado­ res; porque parece que la tierra tiene una singular virtud: la de transformar a los revolucionarios en conservadores» 1 1 1 • El obrero, ese semisalvaje, dejaria de ser, a la vez, una y otra cosa. Si la propiedad es el signa de la humanidad, el obrero, por media de la simple propiedad de su vivienda, se veria elevado a la categoria de hombre. Ingresaria de plena derecho en la sociedad y, al hacerlo, en la historia: «la familia puede tener una historia desde el momenta en que se siente unida a un trozo de tierra. [ ... ] Esta casa es pobre, pero es la casa paterna, y los que la habitan y la poseen no se sienten ya extranos a la sociedad» 1 1 2 , Convertir al obrero en propietario: una utopia mas del progra­ ma paternalista 1 1 3, Asumida, sin embargo, por los ideologos pater­ nalistas. Porque lo que estos proponian no era en modo alguno la propiedad generalizada e indiscriminada de la vivienda. Por lo demas, no se les escapaban los inconvenientes que Ia propiedad rdpida y directa de Ia vivienda acarreaba consigo: propietarios de sus viviendas, los obreros podrian revenderlas a personas ajenas a la empresa 1 1 4 ; podrian destinarlas a usos tan poco aconsejables como el de taberna 1 15 . La inversion patronal, en definitiva, se veria amenazada: 38.

sera el de los que contribuyan con insensatas pretensiones y convulsiones revolucio­ narias a desorganizar Ia industria que le proporciona trabajm>. Ibid., pp. 93-94. 1 1 1 Simonin, Les cites... , ob. cit., p. 28. 1 1 2 Simon, L'ouvriCre, ob. cit., p. 382. 1 1 3 «La utopia burguesa y pequenoburguesa de proporcionar a cada obrero una casita en propiedad [ ... ]>>. Engels, ob. cit., p. 19. Para una discusi6n de las posiciones de Engels, a! respecto, vease M. Edel. <>. International Journal of Urban and Regional Research, 1982 (2), pp. 205-222. 1 14 Vease Miiller, Les habitations... , ob. cit., p. 215. En 1 899 una cuarta parte de las viviendas de Mulhouse habla sido revendida. Vease Engel, ob. cit., p. 358. 1 1 5 Veanse Delcourt, ob. cit., p. 149; y Miiller, Les habitations ... , ob. cit., p. 215. En 1 905 podia escribirse: <<el sistema de adquisici6n de Ia propiedad se encuentra hoy bastante desacreditado, tanto entre los patronos como entre los obreros. Los primeros ven en el el grave inconveniente de que el obrero, una vez propietario de su casa, puede hacer con ella lo que quiera: venderla, alquilarla (muy frecuentemente para instalar en ella a un vendedor de vinos)>>. Gide, Economie... , ob. cit., p. 204. Vease en el mismo sentido Schiavi, ob. cit., p. 1 39.

Vivienda y familia

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«si yo hubiera vendido los solares a mis trabajadores al comienzo del experimento, yo habria corrido el riesgo de ver instalarse alii a familias no suficientemente acostumbradas a los habitos que deseo desarrollar en los habitantes de Pullman City, de tal modo que todo lo buena de mi trabajo se habria vista comprometido por su presencia» 1 1 6, De ahi que, por lo general, «la mayor parte de los industriales se contente con alquilar las viviendas a su obreros» 1 1 7 • �Por que, entonces, ese machacon discurso patronal sabre las bendiciones de la vivienda en propiedad? Porque no era la propiedad en si misma la que habria de moralizar al hagar familiar, sino mas bien el acceso a ella. Porque no era el final del camino lo que importaba, sino mas bien el camino mismo y la fascinacion que habria de generar el espejismo que se vislumbraba al final. Fijacion, ahorro, vida de familia, conservadurismo no eran productos de la propiedad, sino mas bien de > 1 1 8, No se sabe administrar adecuadamente una proptedad de la noche a la manana; la conversion del obrero en hombre exigia de un largo camino de iniciacion y de aprendizaje: «la propiedad del suelo es una tierra de Canaan a la que no se puede llegar si no es tras una larga serie de pruebas» 1 1 9 . Como en tantos otros extremos, el discurso y la practica patronales sabre la propiedad de la vivienda era, entonces, una padagogia de humanidad; el obrero, en consecuencia, un peregrina, un catecumeno. De ahi que fuese «sabio para el industrial actuar con precaucion si es que tiene el proyecto de convertir al obrer? e? propietario» 120. Esa precaucion debia ser doble. De un lad? , dtscr!­ minante: el grado de avance de cada obrero en el largo cammo hac1a la propiedad debia ser cuidadosamente vigilado, minuciosamente 1 16

Declaraciones de George M. Pullman, 1 890; cit. en Buder, ob. cit., p. 83. Miiller Les habitations... , ob. cit., p. 215. Tal es el caso en Ia region minera del norte de Fra�cia: <>. Delcourt, ob. cit., p. 149. <<Es cierto que, desde hace algunos anos, y aun manteniendo el principio [de acceso a Ia propieda� por parte del �brero], Ia Compania [de Anzin] no empuja a sus obreros [a converurse en prop1etar�os], ra . que se ha dado cuenta de que muchos pro�ietarios se cre�n hb.res de toda obhgacwn y ello, por sufre dJsc1phna Ia s1rviendo; continuan que Ia a sociedad ]a hacia frecuentemente las casas vendidas son desviadas de su objeto primero y se convierten en tiendas o tabernas>>. Michel, ob. cit., p. 243. 1 1 8 J. Siegfried, La misere: son histoire, ses causes, ses remedes, 1877; cit. en Favardin, ob. cit., p. 58, cursiva mla. . 1 1 9 F. Le Play, La methode de Ia science sociale, 1879; cit. en Butler, ob. Clt., p. 122. 1 2o Miiller, Les habitations... , ob. cit., p. 214. 1 17

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medido. El final y efectivo acceso a la propiedad debia producirse como premia a un esfuerzo prolongado y, sobre todo, como ejemplo para los demas: las viviendas serari vendidas «a los mas meritorios lo que constituira un estimulo para los obreros» 1 21 . De otro lado: el acceso a la propiedad de la vivienda debia ser cuidadosamente dosificado, a fin de que el aprendizaje del obrero pudiese producirse paulatinamente; la solucion estaba «en el sistema de la propiedad diferida, que consistia en exigir del obrero una especie de periodo de formacion a lo largo del cual se habituase poco a poco y en etapas a los gozos y cargas de la propiedad. De esta forma, una vez que el obrero se convertia en propietario, «ha tenido tiempo suficiente para probar su perseverancia y para mostrar que era ahorrativo y previsor; ofrece ya todas las garantias deseables: se le puede conceder el derecho de usar y abusar» 122. Hasta ese feliz momenta, el patron debia reservarse, por su propio bien -que, sin duda, no era otro que el del obrero mismo-, el derecho a que esa propiedad diferida fuese, a la vez, una propiedad intervenida, una juridicamente incomprensible semipropiedad: en Mulhouse -que, tambien en este aspecto, constituia un modelo- los contratos de venta estipulaban todo un conjunto de limitaciones que hacia que «los obreros adquirentes de las casas [ . . .] no fueran apenas propietarios» 123 . Un espacio sabiamente diseiiado y una pedagogia moral adecua­ da: he ahi la soluci6n al problema de la vivienda, a la disolucion de la familia, a la «cuestion social» en suma. Pero no deja de ser sor­ prendente que del mismo modo que la condicion de emergencia de la vida de familia residia en el aislamiento de sus miembros la condicion para que la propiedad de la vivienda actuase beneficarr:en­ te sobre estos residia precisamente en su negacion. 1 21 Delcourt, ob. cit., p. 149. En 1890 Pullman concibi6 Ia idea -no llevada a Ia practica- de promover Ia construcci6n de otra ciudad en Ia que algunas familias aventajadas pudieran construir sus propias viviendas en Ia forma que estimasen conveniente. Vease Buder, ob. cit., p. 83. 1 22 Lemery, ob. cit., p. 70. 1 23 Godin, ob. cit., p. 1 09. Algunas de las limitaciones han ido siendo seiialadas mas arriba. Algunas otras: <<no dar a los muros, voladizos, maderas y empalizadas del dicho inmueble otros colores que los que tienen actualmente»; <<no poder revender el dicho inmueble antes del plazo de diez aiios [. .. ] sin Ia autorizaci6n expresa de Ia Sociedad vendedora». Condiciones 4.• y 7.• del contrato de venta de Mulhouse; repr. en Muller, Habitations... , ob. cit., pp. 143 y 144. Algo similar en el caso del poblado de los Rossi en Schio; veanse las condiciones A, c y F del art. 9.0 del contrato de alquiler con promesa de venta; repr. en Amoruso, ob. cit., pp. 312, 312-313 y 313.

5.

EL PROGRAMA PATERNALISTA: UNA UTOPIA PATRONAL

10.

LAS VARIANTES DEL PROGRAMA PATERNALISTA: ENTRE LA ASISTENCIA Y LA PREVISION

Si desde el punto de vista de sus objetivos el programa paternalista se ve obligado a redefinirse constantemente en relacion con su doble naturaleza de instrumento de politica patronal, de un lado, y de obra de regeneracion social, de otro, desde el punto de vista de los modos de intervencion que regian su practica, se veia obligado a desplazarse incesantemente entre los dos principios activos que se agitaban en eL Uno de ellos, el de la asistencia, provenia del antiguo orden; el otro, el de la prevision, procedia directamente del pensamiento liberal. Uno y otro principios seran los que el programa paternalista tratara de conciliar a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX 1. Lo intentara desesperadamente; dado el caracter irreconciliable de aque­ llos, su reunion, su pacifica coexistencia, no podia ser sino precaria, de compromiso. Asistencia y prevision, gratuidad y derecho, tutela y cooperacion, coercion y libertad: una fragil utopia. A su cuidadosa fabricacion dedicaran sus esfuerzos, desde media­ dos del siglo XIX, Le Play y sus discipulos; la «economia social», a mitad de camino de la teoria y de la practica, no sera otra cosa, en efecto, que una reflexion activa sobre -y para- el programa paternalista, tanto a escala patronal como, en general, burguesa 2•

39.

'

Vease Martin, ob. cit., pp. 145-148. 2 En palabras de Gide, el objeto de Ia economia social es el conjunto de <> (que, por su parte, constituiria el objeto de Ia economia politica: <>). Ese objeto incluye <
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En el centro de esa reflexion, una nocion clave: la de «patronaz­ go». Asentada en una cuidadosa elaboracion antroposociologica . so �re las «autoridades sociales», de naturaleza esencialmente jerar­ quica, el «patronazgm> designaba, para la economia social, un tipo _ particular de relacion social entre patronos y obreros, de caracter voluntario y no necesariamente espontaneo. Sostenida por los primeros, tal relacion se manifestaba empirica­ mente como un conjunto de lazos permanentes de deferencia -mutua, por tanto--, de naturaleza economico-moral: «el regimen de patronazgo se reconoce ante todo en la permanencia de las relaciones �antenidas por un firme sentimiento de intereses y deberes reciprocos» 3• El modelo mitico de tal relacion no era otro qu� el de la familia: «el patronazgo antiguo era en algunos aspectos la Imagen de la familia» 4• Su modelo bistorico formal sera sin embargo, el de la relacion feudal: el «patronazgo» industrial m�der­ no no bar:i otra c�sa que r�actualizar «las tradiciones de patronazgo _ legadas por el antlguo regimen eutopeo» s. Pero es preciso no equivocarse: lo que proponian Le Play -y en mayor medida sus discipulos- no era en modo alguno un retorno a las relaciones sociales del Antiguo Regimen. Bajo unas formulacio­ nes a �enudo engaiiosas y siempre retoricas, lo que proponian era, _ mas bien, una reinsercion de las viejas formas de relacion en las nuevas condiciones de desarrollo capitalista. El «patronazgm> le­ p_layan� no pretendia en modo alguno restaurar las viejas relaciones, _ sino mas bien colmar el vacio que, en el terreno de la gestion de la reproduccion social, se babia abierto con el bundimiento de aquellas: [tambien] las instituciones y las organizaciones sociales>>. Gide, Economic ..., ob. cit., pp. 3 y 5. Para un enfoque general acerca de Ia economia social vease M. Suchaut' «L'economie sociale ou comment se debarrasser de Ia questi�n ouvriere>>' Milieux num. 9, 1982, pp. 54-58'. 3 La Play, Oeuvres... , ob. cit., p. 120, <<[... Jel fundamento de toda sociedad: e1 saludable pr�ncipio de Ia permanencia de los compromisos». <<El patron estaba obh?ado hac1a el obr�ro, del mismo modo que el obrero lo estaba hacia el patron. Nac1a de ello una rec1proc1dad de compromisos y de servicios fundada sabre ideas morales de jerarquia y de deber>>. Ibid., pp. 1 12 y 1 1 8. <>. C. Antoine, Cours d'economie sociale, Paris: Felix Alcan' 1 921 ' p. 361 (1 . ed..· '

1896). 4 Le Play, Oeuvres... , ob. cit., p. 1 1 8. s Ibid., p. 1 12.

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El programa patemalista

...

«el patronazgo sustituye a las instituciones feudales» 6, Su1dt1&JII tl decir, ocupa su lugar, su funcion. En este punto -como, pot�ka demas, en tantos otros- el pensamiento de Le Play resulta, CIORIII ,. .. · I toda apariencia, plenamente moderno. Ese sutil cambio de funciones que Le Play y sus disctpwal operan entre el «patronazgo» del Antiguo Regimen y el «patronall• go» industrial moderno se expresaba, mejor que en ningun otro aspecto, en lo que se refiere a la reordenacion que en su interior experimentar:in las nociones de asistencia y de prevision. Lo nove• doso del pensamiento de Le Play a ese respecto, lo que lo diferencia radicalmente del paradigma asistencial del Antiguo Regimen, residia en el becbo de que, por debajo de toda nostalgia aparente, introducia subrepticiamente, en la nocion de «patronazgo», el principio liberal de la prevision: en el viejo tronco asistencial injertaba una caiia nueva, la de la prevision. El resultado no es, entonces , ni una cosa ni otra, sino Ia reunion prtictica de ambas. Por si solos, cada uno de esos principios de gestion se mostraban incapaces de bacer frente a los problemas reales de la reproduccion social de conjunto. Si bien la prevision constituia «el punto de partida de las propensiones mas recomendables [ ... ], lo cierto es que cuando se desarrolla en naturalezas groseras o rebeldes a las influencias morales engendra f:icilmente insensibilidad por los sufrimientos de los demas, o dureza bacia los inferiores» 7• Insensibilidad y dureza que no contribuian en nada a resolver, como incluso los liberales recalcitrantes debian reconocer, los -para los patronos en particular, y para la burguesia en general- urgentes problemas que planteaban los obreros impre­ visores. Por su parte, la asistencia, por si sola, no bacia otra cosa que reproducir ad aeternum esos mismos problemas: «aquellos que pueden contar con socorros periodicos se olvidan a la larga de los esfuerzos que deberian bacer para escapar de la miseria». A pesar de ello, sin embargo, «ninguna teoria podria justificar el abandono de los que sufren. [ ... ] Aun a riesgo de comprometer el futuro, y a falta de mejores combinaciones, es preciso ante todo curar las llagas sociales con los medios que se tienen a mano» s. 6 Le Play, La riforme sociale m France, 1 864; cit. en Martin, ob. cit., p. 100. 7 Le Play, Oeuvres..., ob. cit., p. 28. B Ibid., pp. 69 y 66. <
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De un lado, pues, el presente urgia a la asistencia; de otro, el futuro exigia de la prevision. La tension entre ambos pianos -y es preciso no olvidar que toda estrategia se origina en esa tension- no podia ser resuelta si no era por la via de su reunion dosificada: «para que tenga efectos beneficos en la practica, la prevision debe ser templada y ennoblecida por la virtud que fecunda a las otras, por el espiritu de caridad y abnegacion. Es unicamente asi como aquella se convierte en signo manifiesto de la superioridad» 9. Esa paradojica fecundacion de lo nuevo por lo viejo, ese injerto invertido: eso era el «patronazgo», el Jano bifronte que Le Play y sus discipulos propo­ nian a los patronos 10. La justa medida entre asistencia y prevision resultaba, sin embargo, dificilmente realizable en la practica; el fragil equilibria entre ambas se veia siempre roto, en las practicas de los patronos paternalistas, en beneficia de una u otra. En cada caso, el fiel de esa sensible balanza tendia a inclinarse de un lado u otro 1 1 . Se trata unicamente de una cuestion de grado, es cierto. Pero es lo sqficiente como para que, b:,tjo la denominacion generica de «patronazgo», puedan ser diferenciadas dos formas disciplinarias ligeramente distintas, las cuales, por lo demas, eran ya identificadas 40.

de millares de infelices de todas las edades y categorias>>. P. Strauss, Assistance sociale: pauvres et mendiants, Paris: Felix Alcan, 1 901 , p. 3. 9 Le Play, Oeuvres ... , ob. cit., p. 29. 10 La influencia directa de Le Play sobre patronos e ingenieros nunca debi6 ser mucha, a! menos si exceptuamos el periodo -por lo demas esencial para Ia industrializaci6n francesa- del Segundo Imperio, durante el cual Le Play sera Consejero de Estado y consejero particular de Luis Napoleon. Su nombramiento de Comisario General de Ia exposici6n universal de Paris de 1867 le eleva <>. Melchers, ob. cit., p. 1 9. Su influencia indirecta, a traves de sus discipulos, parece haber sido considerablemente mayor a partir de Ia Commune de 1 871 y, sabre todo, a traves de Ia adecuaci6n que de su pensamiento lleva a cabo Emile Cheysson y, en general, los pensadores agrupados en torno a Ia revista La Riforme Sociale: <>. Ibid., p. 21. Sobre Ia influencia de Le Play, vease tambien B. Kalaora, S. Savoye. <>. en Ouvriers des deux mondes: etudes pub/ices par Ia Societe d•Economie Sociale a partir de 1856 sous Ia direction de Frederic Le Plqy. Thomery: A l'enseigne de l'arbre verdoyant, 1 983, pp. 320-334. 11 Vease Stearns, ob. cit., pp. 145-146.

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por los observadores de la epoca y por los economistas sociales mismos. Asi, en el caso de que el funcionamiento de los aparatos institucionales promovidos por los patronos en torno a sus fabricas se decante en mayor medida del lado de la asistencia, nos encontrare­ mos ante formas de paternalismo «patriarcal». En el caso contrario, en el caso de que el funcionamiento de esos aparatos se decante en mayor medida del lado de la prevision, nos encontraremos ante formas de paternalismo «liberal» tz. Varias eran las marcas que, a partir del mayor o menor peso de cada uno de esos principios, permitian diferenciar una forma de otra. En el terreno antropologico, alii donde el paternalismo patriarcal veia al obrero como un salvaje, como un nino, como un menor incapaz de valerse por si mismo, el paternalismo liberal lo consideraba como un ser (casi) dvilizado, un (casi) adulto capaz de aprender a atender adecuadamente a sus propias necesidades 1 3. Era, sin embargo, en el terreno de la gestion de las instituciones en donde la diferencia entre ambas variantes disciplinarias se hacia empiricamente patente. Con razon, ya que se trataba ese de un espacio en el que un reparto de poder entre patron y obreros se encontraba permanentemente en juego. En el caso del paternalismo patriarcal, la gestion de las instituciones era, la mas de las veces, directamente patronal: la atribucion de castigos y recompensas, la distribucion de las prestaciones y la propia definicion de las necesidades sociales a las que estas pretendian ajustarse reposaba, de manera casi exclusiva, sobre la arbitrariedad del patron, el cual, para ello, intentaba, en su necesidad de discriminar, incrementar al maximo los contactos personales con sus obreros. En el caso del paternalismo liberal, por el contrario, esa omnipresencia de la autoridad patronal tendia a desvanecerse, a hacerse mas discreta y, sobre todo, mediada, a institucionalizarse. La labor de discriminacion y la asignacion de estimulos era encomendada, entonces, a instancias 12 La diferenciaci6n procede de E. Cheysson, <>, La Riforme Sociale, 1 892 (2), pp. 171-189. 13 La identificaci6n niiio-salvaje, de raigambre pre-roussoniana y cristiana, experi­ menta un renacimiento cientifico en Ia segunda mitad del siglo XIX. Los seguidores de Le Play acogeran estas posiciones, que coincidian basicamente con las de su maestro: <. Le Play, Oeuvres ... , ob. cit., p. 4.

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empresariales espedficamente destinadas a ella: los ingenieros socia­ les, los departamentos de personal, las social secretaries, las surintendan­ tes, etc. encuentran ahi su origen 1 4. Una segunda linea de separacion entre ambas modalidades disciplinarias se estableda en torno a los agentes que habrian de intervenir en la gestion de las instituciones. El debate patronal en torno a la forma mas adecuada de subvenir a las necesidades de consumo directo de los trabajadores ilustra expresivamente esa diferencia. Los defensores del paternalismo patriarcal paredan mos­ tarse decididamente partidarios del economato de iniciativa, finan­ ciacion y gestion exclusivamente patronal. El control directo del consumo obrero, e indirecto del gasto, se manifestaba ahi brutal­ mente, por la doble via de la seleccion de los generos, por un lado, y de los sistemas de pago y credito (retenciones salariales, libretas de credito, bonos, moneda de fabrica), por otro. Si a ella se une -como debio ser frecuente en los primeros tiempos- la obligato­ riedad, de hecho o de derecho, de que el obrero recurriese exclusiva­ mente al economato patronal, nos encontramos --aun en aquellos casas en los que no se produjese, por la via de los precios yfo de la calidad de los generos, un fenomeno de truck .rystem- ante una situacion de tutela coercitiva que reducia al trabajador a mero consumidor, a simple boca que alimentar y cuerpo que vestir. En el caso de paternalismo liberal, la situacion era --al menos formalmen­ te-- distinta. Lo que en el economato era objeto de un favor patronal devenia en la cooperativa de consumo, por la via de la asociacion, un derecho obrero. Es cierto que, en la mayor parte de los casos, la iniciativa y, en ocasiones, el capital inicial -a fondo perdido o a muy bajo interes- correspondia al patron. Pero no es menos cierto que la financiacion mixta de la cooperativa, por la via

14 En ocasiones, Ia labor de gestion de las cajas de socorro, de las de retiro, de los economatos o cooperativas, de las instituciones de recreo, y, en general, de vida comunitaria es llevada a cabo a traves de empresas-pantalla. Vease Gide, Les interventions... , ob. cit., p. 13. En lo que se refiere al personal especializado en tareas que prefiguran lo que senin nuestros trabajadores sociales y que, en su momenta, anuncian ya Io que habra de ser Ia corriente de <>, veanse Meakin, ob. cit., pp. 41-64; Cheysson, Le patron... , ob. cit.; y Cestre, Production... , ob. cit., pp. 222-230. El puesto de social secretary (heredero del que en Ia variante patriarcal del paternalismo ocupaba Ia propia esposa del patron o del director) debe ser ocupado con preferencia por una mujer: una especie de «maternalis­ mo» vendria asi a sustituir a! desacreditado paternalismo. Vease Reid, ob. cit., p. 606, nota 105.

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de las cuotas, obligatorias o no, de los asociadas, obligaba a aquel a aceptar una participaciOn obrera mas o menos efectiva en la gestion y administracion de esta. En todo caso, se trataba de una modalidad de gestion que reposaba sobre una consideracion del obrero, no ya unicamente como boca que alimentar o cuerpo que vestir sino tambien como inteligencia que despertar e iniciar en los arduos e intrincados problemas de la administracion. Una tercera diferencia puede ser ilustrada a partir de la forma de gestion de las cajas de retiros y pensiones, en lo que concretamente se refiere a la ligazon existente entre las ventajas adquiridas por el obrero en virtud de su antigiiedad y la vigencia del contrato de trabajo. En el caso del paternalismo patriarcal esas ventajas, por tratarse de gracias generosa y arbitrariamente otorgadas por el patron, y gestionadas en exdusiva por el, aparedan supeditadas en todo momenta a la vigencia del contrato de trabajo en una empresa; en caso de ruptura unilateral de este, el obrero se veia automatica­ mente despojado de aquellas. En el caso del paternalismo liberal, por el contrario, esas ventajas tendian a adoptar la forma -por la via de la institucionalizacion de libretas individuales de imposicion para el retiro- de verdaderos derechos adquiridos por parte del obrero en funcion de su antigiiedad en el trabajo y, por tanto, susceptibles de acumularse por encima del hecho de que el ejercicio de este tuviese lugar en varias empresas sucesivas. 41. Elementos de uno y otro modelos parecen haber coexistido a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. En tiempo corto, la adopcion patronal de una u otra variante parece haberse debido, ante todo -y si prescindimos de los azares de las biografias patronales, por lo demas tan determinantes, en ocasiones, en el marco de empresas esencialmente familiares-, a las exigencias espedficas de mano de obra de unas empresas u otras y -sobre todo-- al desigual desarrollo, por ramas y zonas, de la resistencia y de la autoorganiza­ cion obreras 15• En todo caso, y por encima de tales diferencias, las dos variantes de las disciplinas paternalistas tienden a disponerse, en tiempo largo, segun una secuencia cuyo umbral significativo, en el

1 5 El analisis comparado de las politicas sociales de los Schneider en Ia siderurgia de Le Creusot (paternalismo liberal, basado en Ia prevision), y de los Chagot en las hulleras de Montceau-Les-Mines (paternalismo patriarcal, basado en Ia asistencia), a lo largo de un mismo periodo (1 835-1 900) y en el marco de una misma· region, parece confirmar Ia validez de esas variables. Vease Martin, ob. cit., pp. 63-76 y 1 52-171.

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marco de la segunda mitad del siglo XIX, podria ser sefialado hacia finales de los afios ochenta y comienzos de los afios noventa 16 • El motor inmediato del transito de una variante a otra -al menos en tanto que paradigmas generales y dominantes de discipli­ namiento- parece haber sido Ia lucha obrera por el control de las instituciones. Desde bien pronto, esa ·lucha adquirira la forma de cuestionamiento de la arbitrariedad patronal en lo que se refiere a la definicion y gestion de las prestaciones. Al hacerlo, el conflicto obrero apuntaba al corazon mismo del dispositivo patronal, al campo de poder sobre el que el edificio paternalista patriarcal reposaba. Refiriendose a los conflictos obreros de la cuenca minera francesa de Saone-et-Loire, Reybaud no se engafiaba, en 1 874, acerca de ese punto: «la causa del conflicto fue una sociedad Hamada "la Fraternelle", fundada por los obreros con cierto concurso de los patronos, y en relacion con la cual estos se habian reservado ciertos derechos de ges.tion y de supervision. Durante mucho tiempo, esta injerencia fue tomada por lo que era: una garantia y un beneficio para los obreros. Los ingresos introducidos por estos eran cuando menos doblados por las donaciones de los empresarios, que asumian, ademas, las molestias y gastos de la contabilidad. Pero llego un momento en que [ . . . ] a los obreros les repugnaba no tener a su disposicion los fondos, y no poder destinarlos -fruto como eran de sus propios ahorros- a lo que por capricho o por hostilidad les conviniese. [ . . . los sangrientos conflictos que se siguieron obligaron a la intervencion del ejercito.] �A que se debe tanto encarnizamiento por parte de los obreros, y tanta resistencia por parte de los patronos? El objeto del litigio lo explica: estas cajas de socorros, a cuya gestion aspiraban las dos partes, eran para los patronos un arma de defensa, al tiempo que entre los obreros podian convertirse en un arma de guerra» 1 7 , El tono decididamente patronal del relato no 16 «Puede ocurrir qu� en el seno de Ia misma empresa se equilibren y coexistan dificilmente elementos que remiten a dos epocas diferentes; pero no es menos cierto que esta evolucion de una forma hacia otra es necesaria e inevitable>>. Ibid., p. 146. Vease tambien Stearns, ob. cit., p. 1 0 1 . 1 7 Reybaud, ob. cit., pp. 272-274. Acerca de las reivindicaciones que los mineros de Saint-Etienne plantearon a sus empresas desde 1 865, en el sentido de exigir Ia fiscalizacion de las cajas de socorro y de retiros, asi como de Ia reunion de todas elias en una caja unica para el conjunto de Ia cuenca, independiente de cada una de las empresas, vease Hatzfeld, ob. cit., pp. 215 y 217. Para el caso de Carmaux, vease R. Trempe, Les mineurs de Carmaux, 1848- 1914, Paris: Editions Ouvrieres, 1 971, pp. 586606.

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consigue desdibujar el centro del asunto: lo que estaba en juego en este tipo de conflictos no era otra cosa que el desnudo y arbitrario poder patronal. Dos conflictos ilustran, cada uno a su modo, y a uno y otro lado del Atlantico, el final del paternalismo patriarcal y, con el, la aparicion de una nueva modalidad paternalista de disciplinamiento: el paternalismo liberal. Uno de esos hitos significativos es el de la sucesion de escaramuzas y combates que, entre 1880 y 1 884, enfrentara, en las hulleras de Montceau-les-Mines, a los obreros, de un lado, y a la familia de los Chagot, patronos de derecho divino, de otro 18 . Entre las reivindicaciones explicitas de los trabajadores figuraba la de control obrero sobre la caja de socorros, fundada unilateralmente por los patronos en 1 834 y basicamente financiada a partir de retenciones obligatorias del 3% de los salarios. Esos conflictos -que constituiran, por lo demas, el origen de los sindicatos mineros del area- conduciran a los Chagot a revisar, bajo la influencia directa de Cheysson y del empresario catolico-social Leon Harmel, los presupuestos de la politica social desarrollada hasta entonces. En 1 885 tenia lugar, en Montceau-les-Mines, una reunion de empresarios (en el marco de la asamblea general de la cato�i�o-social Oeuvre des Cercles), convocada por los Chagot y prestdtda por Harmel. En ella, el paternalismo de corte patriarcal sera valorado como una estrategia insuficiente y peligrosa 1 9, Mas tarde, y refiriendose a ese momento, la empresa acusara el golpe y manifiestara, todavia en un lenguaje patriarcal, los limites e inconve­ nientes de su politica anterior: el patron: «ha querido ser demasiado padre [ . . . ] en lugar de ensefiar a sus hijos y habituarlos a dirigirse a si mismos, los ha mantenido demasiado tiempo bajo su tutela; le ha ocurrido entonces lo que les pasa a los padres de familia demasiado autoritarios: al cabo de un tiempo, sus hijos, sus obreros se han emancipado y han cometido locuras que una educacion mas liberal podria haber evitado» 20• De lo que se trataba no era de otra cosa, en

18 Sobre los Chagot, vease C. Harmel, «Un grand patron modele: M. Leonce Chagot», La Riforme Sociale, 1 894 (2), pp. 299-31 7. 1 9 Veanse Martin, ob. cit., p. 156, y A. Savoye, <
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definitiva, mas que de aceptar la inevitabilidad de convivir con un sindicalismo cada vez mas poderoso: «muchos patronos [ ... ] ven en las asociaciones obreras focos de mantenimiento de la indisciplina y del mal espiritu [ . . ;] la corriente existe, las asociaciones se fundan; y si no se las tiene consigo, se las tiene contra si. No cabe duda, pues» 21. En funci6n de esa nueva valoraci6n de la situaci6n, los Chagot modificaran la gesti6n de algunas de las instituciones patronales en el sentido de dar entrada en elias a representantes de los trabajadores. A pesar del caracter casi exclusivamente formal de esa participaci6n, y a pesar tambien del hecho de que la empresa se reservara el control exclusivo de las instituciones clave (caja de retiros, viviendas), el gesto es suficientemente significativo de un cambio de sensibilidad estrategica en lo que se refiere a la politica social patronal. Asi parece haber sido valorado por observadores posteriores. Cuando, a comienzos del siglo XX, Meakin visita Montceau-les-Mines, se referira asi a los cambios introducidos por la empresa unos quince afios antes: «percibiendo que sus viejas "insti­ tuciones patronales" fracasaban a la hora de desarrollar la iniciativa personal de los trabajadores [ ... ], los senores Chagot decidieron revisar sus metodos: procedieron a establecer unas sesenta institucio­ nes cuya administraci6n se encuentra casi por completo en manos de los trabajadores» 22. Aun a pesar de la cuidadosa evacuaci6n que de las luchas obreras lleva a cabo el texto, su testimonio constituye un indice que permite valorar el alcance del «caso Chagot» 23• Casi diez afios despues, en 1 894, la huelga de los trabajadores de la Pullman' s Palace Car Co., cerca de Chicago, amplificaba el eco del fracaso social del paternalismo patriarcal, sembrando el desconcierto en los medios empresariales. Desde 1 892, la crisis industrial general, patronaif.o ejercido con Ia intervenci6n de los obreros». M. Langeron, <>. Ibid., p. 33. 23 Sobre el eco en Espafia del <.

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y de las construcciones ferroviarias en particular, planeaba sobre la empresa. Si sus efectos no se dejaban sentir de manera inmediata, ello era debido unicamente a que la Pullman Co. disponia de una abultada cartera de pedidos anteriores a la apertura de la crisis, y generados en el marco de la excepcional coyuntura de la Exposici6n Mundial de Chicago, en 1 893. No se trata, sin embargo, de otra cosa que de un aplazamiento: la crisis estallara en la primavera de ese mismo afio. La empresa procedera rapidamente, en el plazo de tan solo unos meses, a una sustancial reorganizaci6n: despidos, reduc­ ciones drasticas de jornales. Al tiempo, la recientemente establecida politica de salarios por piezas, al acrecentar considerablemente el arbitrario poder de los capataces y jefes de equipo, atraera hacia estos la hostilidad de los trabajadores. En ese doble marco, el conflicto se iniciara en algunos talleres y, rapidamente, se extendera al espacio de la reproducci6n: los empleados de la empresa encontraran cada vez mayores dificultades para cobrar efectivamente los alquileres de las viviendas, que se mantenian en las cotas anteriores a la crisis y a la reducci6n salarial. Los trabajadores organizaran sindicatos para la negociaci6n. Ante la negativa cerrada de las altas instancias de la empresa, la huelga general se iniciaba en mayo de 1 894. Rapidamente apoyada por un vasto movimiento de solidaridad de los sindicatos federales de ferroviarios, la huelga se convertira en conflicto nacio­ nal. En septiembre Chicago presenciari la brutal y conocida inter­ venci6n conjunta de las policias patronales y de las tropas federales. El conflicto que se habia iniciado en la Pullman Co. finalizaba ahi, no sin dejar mas de treinta muertos en las calles. Pero ese final sera, al tiempo, el de la politica patriarcal de George M. Pullman. El descredito de la empresa y de su politica social, ante patronos y obreros, conducira al tribunal supremo de Illinois, cuatro afios mas tarde, a obligar a aquella a la venta de todo el suelo que no estaba destinado a usos directamente industriales. Con ello se rompia definitivamente el poder patronal unificado sobre fabrica y no­ f:ibrica 24. El fracaso de la politica social de Pullman parece haber sensibili­ zado profundamente a los medios empresariales. Su amplitud debi6 ser correlativa del prestigio del que Pullman City habia gozado hasta 24 Vease Buder, ob. cit., pp. 147-201 . Con Ia finalizaci6n de Ia huelga, <<del sistema de George Pullman se derrumba, precisamente, el concepto central: Ia interdependen­ cia entre Ia ciudad y Ia fabrica». Dal Co, ob. cit., p. 213.

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el momenta de la huelga 2s . Por lo demas, los observadores posterio­ res no se equivocaban respecto de la trascendencia estrategica de tal conflicto. Un estudioso de la vida americana, y firme defensor del paternalismo liberal, valoraba asi su alcance, todavia treinta aiios despues: «en este tragico episodio hubo algo mas que un simple conflicto laboral; hubo el choque violento y sangriento de dos concepciones de la sociedad industrial. De un lado, la concepcion de la autocracia patronal. Aunque plenamente emancipados en el orden politico, los obreros eran considerados como menores en el orden economico y social. [ ... ] El patron autocrata no estaba desprovisto, sin embargo, de sentimientos. A condicion de que su autoridad permaneciese incontestada, estaba dispuesto a dispensar a los obre­ ros las generosidades del welfare work: cites obreras, sanatorios, campos de deporte, bibliotecas, economatos y casinos. El patron esperaba que, bien tratados, los obreros fueran mas deferentes, mas dociles, mas inclinados a practicar las virtudes de la obediencia, de la honestidad profesional, de la buena conducta, del ahorro y, sobre todo, esa suprema virtud que se espera del pueblo: la resignacion. Pero los tiempos han cambiado, y otra concepcion ha ganado terreno en la clase trabajadora: la de la independencia economica y social» 26 . El fracaso de Pullman City sera el simbolo magnifico -a escala americana- y definitivo del fracaso de Ia variatJfe patriarcal del programa paternalista 27• Las lecciones del «experimento Pullman» -como gustaba denominar a su obra el propio George M. Pull­ man- seran estudiadas a fondo por los directivos empresariales. En 1912, un ingeniero americana afirmaba que «el paternalismo en la industria resulta normalmente desastroso, tal y como lo ilustra la ciudad de Pullman» 28 • Por su parte, el presidente de la Illinois Steel Co. -una de las empresas agrupadas en 1 905 en la U.S. Steel Co., empresa promotora, desde 1906, de la compaf!Y town de Gary 29_ sacaba sus propias conclusiones al respecto: «lo intentos mas 25 Vease Buder, ob. cit., p. 1 99. 26 Cestre, L'usine ... , ob. cit., pp. 179-181. 27 Veanse Buder, ob. cit., p. 200; Harvey, ob. cit., p. 1 66, y Dal Co, ob. cit., p. 213. 28 H. G. Tyrrell, Engineering of shops andfactories, Nueva York [etc.]: McGraw Hill, 1912, p. 363. 29 «La mayor [company town] planificada y construida por una empresa privada americana>>. Mohl, ob. cit., p. 203.

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afortunados de mejora social industrial en nuestro pais son aquellos que se alejan mas de toda sospecha de dominacion o control por parte del patron 30, 42. Asi pues, en la ultima decada del siglo XIX, un cambio de estrategia paternalista parece producirse: el paternalismo patriarcal, en tanto que modalidad disciplinaria general, se desdibujaba 31, Unicamente en casos excepcionales, en particulares condiciones de aislamiento o en los primeros momentos de una instalacion de nueva planta, lograra sobrevivir a la resistencia y a la lucha obreras por el control de las instituciones patronales 32 , El hundimiento del modelo patriarcal sera vivido, en medios empresariales, como lo que, sin duda, significaba: una limitacion del omnimodo poder patronal sobre las condiciones de vida de los trabajadores. A partir de esa constatacion, un cierto cambio de estrategia disciplinaria parece producirse. Si lo evidente y arbitrario del poder patronal excitaba los animos de los trabajadores, de lo que ahora se trataba era de que ese poder patronal sobre la no-fabrica se situase en un discreto segundo plano: «es preciso [ . . . ] que [el patron] sea benevolente hacia sus colaboradores, pero no con ruido ni para hacerse popular: ello seria desastroso. Su benevolencia debe ser a la vez sincera y discreta» 33• La medida de esa discrecion y sinceridad 30 E. ]. Buffington, <<Making cities for workmen>>, 1909; cit. en Mohl, ob. cit., p. 206. El director de Ia Gary Land Co., empresa-pantalla fundada por Ia U. S. Steel Co., para Ia promoci6n y gesti6n de las viviendas y servicios comunitarios, A. F. Knotts, conocia directamente Ia experiencia de Pullman: no en vano habia sido fiscal de los huelguistas de Pullman. 31 Un indice de ello lo constituye Ia progresiva perdida de presencia de las instituciones de corte patriarcal en Ia serie de exposiciones universales de Ia segunda mitad del siglo X IX . Si en Ia de 1867, y bajo Ia direcci6n inmediata de Le Play, el paternalismo patriarcal habia cosechado sus mejores laureles, en Ia de 1 878 las instituciones patriarcales no aparecian <<mas que de inc6gnitm>. En Ia de 1889, y de Ia mano de Cheysson, un vuelco hacia formas liberales del paternalismo puede ya ser apreciado en Ia propia formulaci6n de los objetivos de Ia secci6n de economia social: <<mostrar los admirables resultados producidos por Ia independencia individual en combinaci6n con el principia de asociaciom>. Gide, Economic ... , ob. cit., pp. 9-1 1 . Veanse tambien Melchers, ob. cit., pp. 18-21; y Martin, ob. cit., pp. 1 78-1 81. 32 Vease Cheysson, <>, ob. cit. 33 Cheysson, Le patron... , ob. cit., p. 24. <>. Cestre, L'usine. . . , pp. Vlll-IX .

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sera, precisamente, el lugar permitido a la participacion obrera en la gestion de las instituciones sociales: «en nuestros dias, y alli donde los obreros posean un sentimiento vivo y celoso de su independen­ cia, el patron los asociara estrechamente a las instituciones que organiza para ellos, e incluso podra cederles enteramente su gestion salvo en lo que se refiere a consejos discretos, subvenciones o creditos» 34. Gradualmente, los trabajadores deberan ser educados en la administracion de sus propios asuntos; el vicepresidente de la Cleveland Hardware Co. declaraba que «nuestra experiencia nos enseiia que lo adecuado es estimular a las personas para que promuevan y gestionen estas casas [las instituciones sociales de la fabrica] elias mismas. Parece haber siempre una pequeiia sospecha por parte de los trabajadores cuando los directivos de la compaiiia se taman un interes indebido por ellos. Nosotros creemos que todas las casas deben ser iniciadas gradualmente [ . . . ] , y que la asistencia debe ser una respuesta a sus demandas» 35 . La tutela coercitiva del· viejo paternalismo debia dejar paso a la concepcion, mas discretamente tutelar, del nuevo
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q e aconteci· No hay nada de sorprendente, pues, en el hecho de � do a los tertza carac hayan mientos en apariencia contradictorios de la iarios benefi os obrer Los ; inicios del periodo del welfare work. , nlan P se n patro su de parte por a ? solicitud aparentemente mas atent , ment contmuan en huelga [ ...] . Hoy las obras de industrial better nda, profu ma refor una a as �ue alcanza al desarrollandose, pero ligad [ . . .] ; � o �� principia mismo de las relaciones entre capital y t�abaJO de fabr1ca trata ya de obras patronales, sino de "o�ras so�1ales que -por [ ... Con ellas] el obrero gana independenc1a, al t1emp� . s- se hdade media de la asociacion y de la practica de las responsab1 al en gradu ra vuelve cada vez mas capaz de tamar parte de mane esas empr as much ciertos aspectos de la direccion de la fabrica. En work; e welfar el n son ya Consejos de obreros los que administra o y adaptado creado a iniciativa del capital, es cierto, pero desarrollad . por los beneficiarios mismos» 37• . . . nahstas sera, La vida de esa nueva variante de las d1sc1phnas pater se demasiado sin embargo, muy corta. Se apoyaba sabre una ba, . clave d�l fragll 1� : modo otro estrecha como para que fuera de encla defer -la la eficac de a ultim edificio paternalista, su condicion o fracas el por da afecta siado dema vista del trabajador- se habia �­ duraderame social del paternalismo patriarcal como para suste�tar paternahs­ del v1da La n. edicio darevisa que te una segunda --aun _ cto paternahsta mo liberal es, a la vez, el inicio de la agonia del proye tout court. ·

,

11.

LOS L IMITES DEL PROGRAMA PATERNALISTA: ENTRE LA AUTOORGANIZACION OBRERA Y EL ESTADO

La Exposicion Universal de Paris de 1 900, escaparate burgues que aspiraba a resumir un siglo entero de «progr�sm� en �ados los ordenes constituira, a traves de su Grupo XIV, s1gmficat1vamente denomi�ado de «economia social, higiene, asistencia publica», un balance de las realizaciones paternalistas del siglo XIX y, a la vez, el anuncio de su proxima disolucion. Tras inventariar los ava�ces que, . en el ambito de la «reforma social», habia presenclado e1 slglo que terminaba, Gide, autor del informe oficial sabre el Grupo XIV,

43.

37

Cestre, L'usine, ob. cit., pp.

XVIII-XXX!.

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s�fialaba que «tres factores han colaborado a Ia gran obra social del st?lo XIX: [ . . .] la asociacion libre, el patronazgo y los poderes . p� bhcos» 38• De ellos, el patronazgo habia ocupado, sin ningun gener? �e dudas, un lugar preeminente. Habia definido, a traves de su �racttc�, toda una epoca -la filantropia- y, en esa medida, se �ac�a prects� reconocerle todo lo que le era debido: «es preciso hacer JUStlcta a la tniciativa patronal, por cuanto es ella Ia que en muchos casos ha tornado la delantera, y ha dado ejemplo a los otros dos factores» 39. El propio tono de Gide, en su condescendencia benevolente evidenciaba bien a las claras que de lo que se trataba era de salda; cuentas con un viejo amigo en torno a su !echo de muerte en visperas de su inevitable defuncion. Cuando el mismo Gid� se plantea que, hacia el futuro, «seria de gran interes sabe cual de estos tre � modos a�optara con preferencia la actividad social- ya que es la tmpo;tanct� relativa de cada uno de ellos Io que define Ia fisonomta SOCl�l de cada e�?C�» 40 , no tenia mas remedio que . aceptar que, �uentras las 1n1c1at1va s asociativas y estatales, general­ mente coordtnadas entre si, tendian a incrementar su accion, «el tercer factor, �I patronazgo, no parece avanzar al mismo paso que los otros dos, [stno que,] mas bien al contrario, ha perdido mucho terreno frente a ellos» 41. Sin duda habra de perderlo aun mas a Io largo de las dos . pnmeras de�adas del siglo XX, en el doble marco de, por un Iado, las transformacwnes del de�arrollo capitalista de las que Ia primera . . constttu guerra mundtal tra. un laboratorio y, por otro el cambio general de la r��acion entre fuerzas burguesas y fuerzas obreras de las que la revolucton rusa, y sus ecos europeos, constituiran un simbolo. Hasta el p�n�o de �ue, de un modo general, y en tanto que estrategia . g�ne�al de dtsctplmamtento � control de los trabtijadores dentro y juera de la fabrtca, elprqyecto paternaltsta, en cualquiera de sus variantes, no sobrevivird . a la pnmera guerra mundial 42. _

3B Gide, Economic ... , ob. cit., p. 35. Ibid., p. 50. 40 Ibid., p. 37. Ib�d., p. 49. Vease ra� bien Martin, ob. cit., pp. 181-185. Veanse Fohn, ob. Cit., p. 1 97; R. Bossaglia, «Crespi d'Adda: l'invenzione ,. I Idea, d mon � mentm>, en Villaggi. . . , ob. cit., p. 1 1 8; y D. Danesi Squarzina «L� ' fondaz10ne de1 v1llaggi industriali in Europa nel secolo XIX», en Vil/auui 66 ob . Cl·t. , P· 99. 39

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Varios procesos, de muy diverso rango y naturale�&, II iadn cita para provocar ese hundimiento 43• Se situaban, todOI ellol, en il marco de las transformaciones estructurales (economicAl; t6cn1allt territoriales) del desarrollo del capitalismo, que experimentarAn una aceleracion y encadenamiento sustanciales en las decadas a caballo ell los siglos XIX y XX. La progresiva integracion de las economfll nacionales, la definitiva constitucion de un mercado mundial -de Ill que Ia crisis de 1 873 a 1 896 habia constituido un anuncio 44- y, correlativamente, la considerable aceleracion de la centralizaci6n de capitales que conducira a la afirmacion del capitalismo de los monopolios, modificaran muy sustancialmente las condiciones de la elaboracion y definicion de las estrategias empresariales en todos los ambitos, incluido el de las politicas de personal. En el doble marco de la agravacion y cambio de dimension de la competencia interem­ presarial, por un lado, y de una aceleracion de la caida tendencial de la tasa general de ganancia, por otro, las empresas se veran obligadas a reconsiderar la rentabilidad de conservar inmovilizado el volumen de capitales fijos no directamente productivos que toda politica paternalista, en mayor o menor medida, conlleva 45 . La inmoviliza­ cion de esos activos pasara a ser considerada, a escala empresarial y todavia en terminos meramente economicos, como unfardo demasiado pesado 46 . A su lado, la creciente urbanizacion, la consolidacion de mercados urbanos de masa y el conjunto de transformaciones tecnicas que suelen ser denominadas «segunda revolucion industrial» estimularan el auge de nuevas ramas industriales que tenderan a abandonar, en sus politicas de localizacion, los ambitos rurales 0

44.

43 Algunos de los procesos que a continuaci6n se apuntan son los mismos que explican en parte el propio trfmsito del paternalismo patriarcal al paternalismo liberal. 44 Vease, por ejemplo, J. P. Rioux, La revolution industrielle, 1 780- 1880, Paris: Seuil, 1971, p. 143. 45 Si Ia company town <<nos parece estrechamente ligada a una fase muy particular del desarrollo del capitalismo: a saber, Ia fase monopolista simple, aquella en Ia que Ia industria pesada se desarrolla sobre Ia base de una utilizaci6n de un espacio territorial relativamenre restringido [ . . . ], unicamente Ia imperiosa necesidad de movilidad del capitalismo monopolista frente a Ia inmovilidad de las inversiones que conciernen al sector inmobiliario puede explicar en ultima instancia por que Ia ciudad-fabrica no es hoy ya Ia forma predominante de Ia urbanizaci6n capitalista». J. Lojkine, El marxismo, el estado y Ia cuestion urbana, Mexico: Siglo XXI, 1979, pp. 145-146 (ed. en frances:

1 977). 46 «Muchas empresas no tenlan inconveniente en admitir que las company towns eran una carga a Ia cual renunciarlan con satisfacci6m>. Allen, ob. cit., p. 7.

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semi-rurales, y a localizarse preferentemente en ambitos metropolita­ nos. Con ello se reduciran muy considerablemente las condiciones de aislamiento sobre las que reposaban en buena medida las practicas paternalistas, al tiempo que se modificaran en profundidad, por la via del consumo de masas, las condiciones de reproduccion de la fuerza de trabajo. Sobre ese telon de fondo, toda una serie de procesos y factores tenderan a limitar la capacidad de las pr:icticas paternalistas para cubrir los objetivos que las habian hecho nacer. La creciente integracion territorial de los espacios industriales contribuira a desenclavar las viejas regiones industriales y, con ello, a acelerar la tendencia hacia una relativa unificacirin de los mercados de trabajo. Los objetivos de reclutamiento y fijacion de mano de obra pasaran entonces a situarse, en el marco de las politicas de gestion personal, en un plano secundario, en beneficia de aquellos otros tendentes a la elevacion de la productividad 47. Estos, los objetivos de disciplinamiento productivo de la mano de obra, se veran afectados, por su parte, por procesos ligeramente diferentes. La concentracion tecnica de la produccion, el cada vez mas elevado umbral tecnico de rentabilidad de las unidades produc­ tivas, el paso de formas empresariales familiares o de personas a formas empresariales no familiares o por acciones, la creciente dependencia de la empresa -tanto a efectos de financiacion como a efectos de decision- de instancias «externas» a ella, y los avances que desde finales del siglo XIX se producen en el terreno de la organizacion y «racionalizacion» de los procesos de trabajo tenderan a introducir en las relaciones laborales una creciente despersonalizacirin, al tiempo que magnificaran el papel exclusivamente tecnico . de los ingenieros y cuadros superiores. En esas condiciones, los intentos paternalistas de disciplinar productivamente a los trabajadores desde fuera del proceso de trabajo, e incluso desde fuera de la fabrica, dejaran de tener sentido. En todo caso, y desde una perspectiva historica, ese conjunto de factores no parece haber tenido un peso determinante en la reorien­ tacion de las estrategias empresariales si no es a traves de la mediacion de las valoraciones patronales -y fuego burguesas- acerca de Ia eficacia social de las politicas paternalistas 48. 47 48

Vease ibid., pp. 140ss. «La obsolescencia social del paternalismo es mas precoz y mas decisiva que su

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En el marco de la aparicion y consolidacion de un sindicalismo de masas, de un «nuevo sindicalismo» bien diferente ya del de oficio, las practicas paternalistas no podian aspirar ya a desempefiar una eficaz labor de pacificacion social. Todo lo contrario, mas bien: la consolidacion de un contrapoder obrero en la fabrica, y su extension al espacio de la reproduccion -iniciada ya en el marco de las luchas obreras por el control de las «instituciones patronales» patriarcales, antes, y de las liberales «obras sociales de la fabrica», despues­ daran al traste con las politicas paternalistas. Asi lo reconocia un directivo de la Union Pacific Coal Co., el cual «creia que la compat!J town constituia un beneficia para el trabajador, pero que el sindicato [. . . ] habia conducido [a la empresa] a su eliminacion» 49• Por encima de la diferente valoracion de las instituciones paternalistas no era distinta la opinion que acerca de su fin manifestaqa un dirigente sindical de la Colorado Fuel and Iron Co., el cual «creia que las compaf!Y towns eran perjudiciales para el bienestar de los trabajadores, al tiempo que se ufanaba al atribuir parcialmente su desaparicion a la influencia del sindicato» so. Asi pues, a los qjos de los patronos, y tanto desde dentro de la fabrica como desde fuera de ella, todo un conjunto de factores contribuir:in a estrechar el espacio y la credibilidad del proyecto paternalista st . Este estrechamiento desde e l exterior no dejara de acelerar la ruptura, en el interior del programa mismo, del fr:igil equilibria existente entre su aspiracion a regenerar moralmente al obrero y su necesidad de convertirlo en obrero modelo 52• Por lo demas, el programa paternalista perder:i tambien su credibilidad a los qjos de Ia burguesia en su conjunto. Al hacer reposar la asignacion de prestaciones sobre la arbitrariedad asistencial patro­ nal (en el caso de la variante patriarcal) o sobre la necesariamente obsolescencia tecnica o funcionah>. Veltz, ob. cit., p. 34. Veltz discute las tesis de Lojkine al respecto. 49 Allen, ob. cit., p. 68. 50 Loc. cit. 51 Vease Lansburgh, ob. cit., pp. 321-322 y, en general, pp. 317-322. Para el cambio de actitud de Henry Ford al respecto, vease Ford, ob. cit., pp. 146ss. 52 Las instituciones paternalistas «alcanzan al cabo de un cierto tiempo el limite de sus posibilidades. Concebidas a Ia vez como socorros a las miserias obreras y c��o instrumento de Ia politica patronal, se encuentran en dificultades a Ia bora de conc!ltar esta doble finalidad». Hatzfeld, ob. cit., p. 172.

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limita�� prevision obrera (en el caso de la variante liberal), la _ �oblac10n obrera dtrec tamente afectada por las instituciones paterna­ ltstas nunca pudo ser mucha. Ello, en cond iciones de creciente proletarizacion de las poblaciones, convertia al programa paternalis­ ta -y en general, a las estrategias filantropicas� en un instrumento demastado estrecho e ineficaz para gestionar la reproduccion social general �3• A �scala de la burguesia en su con junto, un cambia de estra�egta se tm�on�a. Las intervenciones estat ales en la practica totaltdad de los ambttos de la reproduccion socia l, iniciadas con los te�pran?� precedentes de la legislacion inglesa de public health y de Ia sozr�lpolztik aleman�, se multiplicaran, en la mayor parte de los paises occt�e�;ales, � parttr de los ultimos aiios del siglo XIX -no sin una opostcton, mas ap�rente que real, por parte de los patronos 54-, para ace�arse constderablemente a partir de los aiios veinte de nuestro st�lo 55. Indudablemente, el ritmo y alcan ce de esas interven­ _ es vana CIOn ran de un pais a otro, e incluso podran llega _ r a no productrse mas que muy timidamente -co mo es el caso de los Estados Unidos 56; pe o llo no impide en mod � � o alguno afirmar que se trata de un movtmtento generalizado de socializacion de Ia r�produccion, de sus castes y de sus conflictos . Ademas Ia amplia­ cton � profundi�acion del frente obrero de lucha, partic�larmente a la saltda de 1� pnmera guerra mundial, hara apar ecer a las institucio­ nes paternaltstas -y a la empresa mismacomo un marco de 53 vease ibid. pp. 126-1 41 . ' 54 La �es1ste�c1a patronal a las intervencio nes estatales en el ambito de Ja eproduccJOn social y d� la fuerza de traba jo, por encima de las ya anticuadas protestas . 1beral�s acer�a de la meficacia educativa de la prevision obligatoria, deben ser entend1das m�� como un problema de poder (sobre las propias instituciones estatales, sobre su gest10n) que como un problema de interes real, al menos en el case de los grand�s patronos. En todo case, esa resist encia no pone en duda ]a perdida de _ . _ lbllJda d del proyecto paternahsta, para los patronos mismos. Vease ibid., pp. 1 555: �ramsci ha seii.alado, a prop6sito de las politicas fordistas de moralizaci6n ]a contlnUJdad ent�e las iniciativas patronales, su insuficiencia, y las intervencio�es estatales: «es pos1ble � �e tambien otras lucha s "puritanas" [ademas de ]a antialcoh6li­ �a] lle�uen a ser func1on del Estado, si la iniciat iva privada de los industriales resulta _ msufic1ente o s1 se desencadena una crisis de moralidad demasiado profunda y ampli a en l s masas tr�baJ.�doras». Gra�sc1,_ «Raci onalizaci6n ... », ob. cit., p. 477. 5 Ello exph �ana 1� comparatlvamen te mayor pervivencia en Estados Unidos . . �as patern de pohtJ ahstas a1sladas, si bien de corte liberal: el industrial betterment. Vease w. F. Willoughby, La legislacion obrera en los Estados Unidos' Madrid·· La Espan-a Mod erna, [191-? J. ·

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regulacion del conflicto social excesivamente limitado: al tiempo que se produce el transito de la era de los patronos a la ern de lal patronales, las crecientes intervenciones estatales en el ambito de la reproduccion se doblaran en toda otra constelacion de intervencio· nes en el ambito de las relaciones laborales 57 , Gide tenia, pues, razon cuando en 1903 anunciaba que «las instituciones patronales se encuentran comprimidas desde los dos extremos a la vez: desde abajo, por el desarrollo de las asociaciones obreras que atienden a sus necesidades con sus propios medias, y desde arriba, por la intervencion del Estado que sustituye a los patronos en nombre del interes publico» 58 . El analisis de Gide, doblemente significativo por cuanto procede de un hombre ligado a la «economia social», ilustra, muy temprana y perspicazmente, el efecto de tenaza que reduda, a los ojos de todas las fuerzas sociales en presencia (patronos, obreros, burguesia), el margen de actuacion del proyecto paternalista. Con la compresion y estallido del programa paternalista, con su desagregacion, una profunda reordenacion de dominios de poder tendra lugar en las sociedades capitalistas. Rota la familia empresarial, roto el mando unificado de cada patron sobre fabrica y no-fabrica, trabajo y vida se configuraran, cada vez mas, como campos de poder formalmente separados. Cada uno de ellos remitira a autoridades espedficas. Una reorganizacion de los ambitos de lo publico y de lo privado parece producirse. El derecho a disciplinar se repartira: Ia fdbrica, el trabrgo, el obrero, para el patron; Ia no-Jdbrica, Ia vida, el hombre, para el Estado 59, Los muros de la fabrica, permeables al poder patronal en el programa paternalista, se veran reconstruidos a fin de limitar formalmente ese mismo poder: «en lo que se refiere a los patronos [ ... ], su accion se circunscribira cada vez mas al interior de la fabrica, de la que no saldra ya para seguir al obrero hasta su casa, o para extender sobre su vida privada, dvica o religiosa, una sombra tutelar» 60. Esa sera, a partir de ahora, competencia exclusiva de la 45.

57 «Las expresiones del paternalismo empresarial tendenin a desaparecer [ ... ] cuando se llegue a ver claramente Ia vanidad de cualquier tentativa de exorcizar y de mixtificar el cheque de las clases dentro de los oasis privilegiados de la fabrica­ ciudad>>. Sica, ob. cit., p. 909. 58 Gide, Economic... , ob. cit., p. 51. 59 Vease Martin, ob. cit., pp. 171ss. 60 Gide, Economic ... , ob. cit., p. 53.

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La invenciOn del obrero modelo

gran familia del Estado de los equipamientos, el cual, a su modo, intentara reconstruir la unidad perdida, el inexistente punto de encuentro entre asistencia y prevision: seguro obligatorio, prevision asistida, Estado asistencial.

TERCERA PARTE

DEL PROGRAMA A LAS ESTRATEGIAS: ASTURIAS, 1 860-1917

Al filo del cambio de siglo, en mayo de 1 900, se celebraba al fin, en Murcia, el largamente esperado primer Congreso Nacional de Mineria. Sus organizadores -en lo esencial ingenieros de minas­ debieron considerar que no podia faltar en ei una ponencia dedicada a las instituciones patronales paternalistas; la formulaci6n del tema cuarto, significativamente titulado «lnstituciones obreras adaptables a nuestros distritos mineros», es buena muestra de ello. De su importancia daba cuenta la prestigiosa Revista Minera: «asunto de magno interes desde hace algunos anos [ ... ] . Es mas, ciego sera el que no vea que es este en Espana un problema de los mas apremiantes. Ya no es simplemente asunto sentimental 6 tema de Ateneo. Ya es algo que se impone por razones multiples que conoce bien todo el que piensa y observa» t . Y sin embargo las estrategias paternalistas no parecen haber presentado en la mineria espanola un desarrollo comparable al que habian alcanzado, desde mediados del siglo XIX, en otros paises europeos. Asi lo ponia de relieve Manuel Malo de Molina, ingeniero de minas y encargado del desarrollo de la ponencia en el congreso de Murcia: «iCuanta diferencia hay entre la industria minera espanola y la industria minera extranjera! iQue grande es la distancia que separa al minero espanol del minero extranjero! Lo que alii es luz, aqui es oscuridad; lo que alii es elevaci6n, aqui es depresi6n; lo que alii encanta, atrae y entusiasma, aqui disgusta, entristece y descorazona. Los gobiernos, las Companias y los mineros, todos, absolutamente todos, permanecen en el atraso de 50 6 mas anos: las modernas ideas;

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los nuevas conceptos acerca de la produccion y de la riqueza de las naciones, acerca de la sociedad y del individuo, no han tornado caracter practico en nuestro pais» 2, Todo parece indicar que existian buenas razones para ella: mas alla de las inevitables referencias al caracter tardio e incompleto de la industrializacion espanola en general y de la industrializacion minera en particular, el escaso desarrollo de practicas paternalistas en la mayor parte de los principales distritos mineros de nuestro pais remite, mas bien, a mi!J concretos y especificos problemas regionales de gestion de Ia mano de obra minera. El caso de la mineria andaluza no onubense, por ejemplo, constituye una buena muestra de ello 3• Salvo notables y muy localizadas excepciones 4, el modelo economico dominante de explo­ tacion de los recursos en la mineria andaluza -y particularmente en el area surestina- aparecia caracterizado por la extrema division de la propiedad minera, por una orientacion «tradicional», especuladora y rentista, de los propietarios y por una marcada separacion entre propiedad y explotacion, cuyas relaciones aparecian sujetas a un complejo sistema de arriendos y subarriendos de plaza excepcional­ mente corto (el trabajo «a partido»). Ella impedia a las empresas -incluso a las grandes compafiias extranjeras que se instalan a partir de los afios setenta del siglo XIX- la constitucion de cotos lo suficientemente amplios y contractualmente homogeneos como para llevar a cabo una estabilizacion y planificacion a largo plaza de las labores. Maxime si se tienen en cuenta las caracteristicas del mercado internacional de los metales (y especialmente del plomo), sometido a 2 M. Malo de Molina, «Instituciones obreras adaptables ii nuestros distritos mineros», en Congreso Nacional de Miner/a, Murcia: Tip. de Las Provincias de Levante, 1900, p. 12. Manuel Malo de Molina era profesor y director de Ia Escuela de Capataces de Cartagena y, miis tarde, jefe del Negociado de Minas del Ministerio de Fomento. Vease <
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muy rapidas y bruscas variaciones de coyuntura. En esas condiciones las empresas no parecen haber estado en situacion de elaborar y llevar a la practica estrategias de gestion de la mana de obra que, como las paternalistas, exigian de inmovilizaciones de capital a largo plaza. Por lo demas, en su mayoria no parecen haber tenido necesidad de hacerlo: el caracter depredatorio y, a menudo, tecnica­ mente arcaico de las labores -consecuencia del apuntado modelo economico de explotacion de los recursos- se traducia en unas exigencias de mana de obra en las que toda consideracion acerca de su estabilidad, cualificacion y rendimiento resultaba, por lo general, superflua. Y esas exigencias -de brazos, pero no necesariamente de brazos estables y habiles- podian ser facilmente satisfechas en el marco de un mercado de trabajo preexistente, el de los jornaleros, instaurado y bien engrasado desde al menos el siglo XVIII. Las modalidades de uso de la fuerza de trabajo no parecen haber sido, en este contexto, sustancialmente diferentes de las que caracterizaban a la explotacion agricola andaluza. Todo parece indicar, en efecto, que el encuentro entre el capital y el trabajo no exigia de la remocion de la organizacion economica y social preexistente, sino que, mas bien, aquel encuentro tenia lugar en su mismo interior. Razones solo en parte diferentes explican el casi nulo desarrollo de practicas paternalistas en la mineria vizcaina. Tambien aqui seran las exigencias meramente cuantitativas de mana de obra las que expliquen, en ultima instancia, aquel escaso desarrollo. Pero mien­ tras en la mineria andaluza no onubense esas exigencias nacian ante todo de un determinado modelo economico de explotacion de los recursos, en el caso de la mineria vizcaina parecen hacerlo, mas bien, de un determinado modelo tecnico de aprovechamiento de los criaderos. A lo largo de practicamente toda su historia productiva, los yacimientos vizcainos fueron explotados por media de labores de exterior, a cielo abierto s . De ella se derivaba la escasa cualificacion y experiencia que las empresas vizcainas exigian del trabajador minero: en 1910 los patronos mineros vizcainos sefialaban que los obreros «no necesitan reunir aptitudes especiales, lo que hace que con toda 5 En 1 903, y segun informaciones del Circulo Minero de Bilbao, de las 106 minas en explotaci6n unicamente cinco lo eran de interior exclusivamente, y solo trece mixta, de interior y exterior. Vease Instituto de Reformas Sociales, Informe relativo d las Minas de Vizcqya, Madrid: El Instituto, 1 904, p. 14_ En 1910 los trabajadores del interior no llegaban a! 6 por 100 del total. Vease I. O!abarri Gortazar, Relaciones laborales en Vizcqya ( 1890- 1936), Durango: Leopoldo Zugaza, 1978, pp 29-30. .

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estrategicamente inncccsadas a las instituciones paternalistas 1 3; ma­ xime si se tiene en cuenta que, mas alia de la producci6n, Ia proximidad inmediata de la ciudad de Bilbao y la rapida urbaniza­ ci6n de la zona minera transformaban muy considerablemente las condiciones de gesti6n de la reproducci6n de la fuerza de trabajo 1 4. Unicamente dos de los grandes distritos mineros espaiioles -Huelva y Asturias- podian ofrecer muestrarios completos y generalizados de practicas paternalistas 1 5. En el primer caso -domi­ nado por el enorme enclave de Riotinto-, el acusado aislamiento de las explotaciones -que condujo a un ingeniero de minas a compa­ rarlas con el far-west 1 6-, el excepcional regimen administrativo derivado de las condiciones de su venta a The Riotinto Company en 1 873 -que convertia a esta en propietaria plena del suelo, y no solo del subsuelo, de todo un termino municipal 1 7-, la envergadura de la empresa y durante muchos aiios indiscutido dominio sobre el mercado mundial del cobre y, finalmente, sus descomunales exigen­ cias de mano de obra -que lo eran, ademas, de mano de obra en buena medida cualificada, dado el sistema mixto, de interior y exterior, de organizaci6n de las labores- bastan para explicar la estrategia de gesti6n de la mano de obra seguida por la empresa: una estrategia feroz y patriarcalmente paternalista 1 8.

facilidad y sin preparaci6n ninguna se empleen en las minas los braceros del campo y, en general, los que carecen de todo conoci­ miento tecnico o profesional» 6 , Como seiialaba un ingeniero indus­ trial en 1875, las minas de Vizcaya «mas que minas son [ ... ] canteras» 7• En consecuencia, y tal y como escribia Angel Marvaud en 1910, «el minero de Bilbao mereceria [ . . .] mas bien el nombre de terraplenador» 8• En tanto que tal, su reclutamiento no planteaba a las empresas problemas de envergadura: los trabajadores «ambulan­ tes» -emigrantes estacionales de pasado y presente campesinos, procedentes de las provincias gallegas y de algunas castellanas 9_ bastaban para cubrir con creces las necesidades de las empresas al respecto. Por lo demas, su disciplinamiento productivo no exigia tampoco de estrategias especificas: bastaba el sistema generalizado de la subcontrataci6n 10 y de un tipo particular de trabajo por piezas (la «tarea»), bien adaptado a los trabajadores escasamente cualificados 11 , Su movilidad tampoco parece haber preocupado excesivamente a los patronos vizcainos, los cuales --a su modo- expresaban en 1 907 la conexi6n entre todo ello y la inexistencia de instituciones paternalis­ tas: en los mineros vizcainos concurre «una circunstancia especialisi­ ma [ . . . ] . Nos referimos a su excesiva movilidad debida quizas a la innecesidad de aptitudes especiales para esta clase de trabajos, y que, haciendo variar en breve plazo la masa de los trabajadores, dificulta gravemente la implantaci6n y beneficos resultados [de las institucio­ nes) que en favor de los obreros proyectamos» 1 2, Lo cual era tanto como decir que aquella «innecesidad de aptitudes especiales» bacia

1 3 Si algunas empresas minero-sideriirgicas llevaron a Ia priictica algunos elemen­ tos de esas estrategias -el ejemplo mas acabado seria Altos Homos de Vizcaya-, ello parece haberse debido ante todo a Ia problemiitica -muy distinta a Ia del trabajador minero vizcaino- planteada por Ia gesti6n de Ia mano de obra sideriirgica, escasa y dotada, en Ia epoca, de una elevada autonomia funcional en el trabajo. 14 Para Ia historia de Ia urbanizaci6n de Bilbao y de Ia zona minera, vease L. V. Garcia Merino, La formacion de una ciudad industrial: el despegue urbano de Bilbao, Oiiati: Instituto Vasco de Administraci6n Publica, 1 987. 15 Vease Malo, «lnstituciones ... >>, ob. cit., p. 17. Por lo demiis, Ia consulta del repertorio esencial a escala estatal permite verificarlo para 191 1 ; vease Direcci6n General de Agricultura, Minas y Montes, Informe relativo al estado economico y situacion social de los obreros de las Minasy Fdbricas metaltirgicas de Espanay organismos de proteccion instituidos en beneficio de los mismos, Madrid: Direcci6n General de Agricultura, Minas y Montes, 1 9 1 1 . 1 6 Vease D . E . Cumenge, <<Apuntes sobre Riotintm>, Revista Minera, 1 884, p . 1 84. 1 7 Vease J. Guerrero Ruiz, <, Revista de Estudios de Ia Vida Local, 1 944, pp. 724-753. 1B Vease D. Avery, Nunca en el cumpleanos de Ia Reina Victoria: historia de las minas de Rio Tinto, Barcelona: Labor, 1 985. Informaciones acerca de las instituciones paterna­ listas de Riotinto pueden consultarse en Instituto de Reformas Sociales, Memoria redactada por Ia Comision nombrada por el Instituto para estudiar las condiciones del trab
6 Asociaci6n de Patronos Mineros de Vizcaya, Escrito presentado en Ia InformaciOn abierta por R . 0. del Ministerio de Ia Gobernacion de 18 de agosto de 1910; cit. en Olabarri, ob. cit. , p. 355. 7 G. Vicuna, <<El hierro en Ia provincia de Vizcaya>>, Revista Minera, 1 875, p. 144. 8 A. Marvaud, La cuestion social en Espana, Madrid: Ediciones de ]a Revista del Trabajo, 1 975, p. 146 ( 1 .• ed.: 1 9 1 0). 9 Vease Instituto de Reformas Sociales, ob. cit., p. 1 1 . 1 0 Vease ibid., p . 22. 11 Ya en 1 879 Eugenio Maffei escribia: <. E. Maffei, Economia minera: lecciones de legislacion de Minasy de Economia industrial con aplicacion d Ia Mineria, explicadas en Ia Escuela de Minas de Madrid, Madrid: Impr. de J. M. Lapuente, 1 879, p. 502. 12 <>, El trab
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E:I caso de Asturias, por su parte, presenta un mayor interi:s para

e� obJet� de es�e trabajo. Un interes que nace, en primer lugar, de su . dtmenston regtonal, que asegura una riqueza de procesos superior a la que otros ambitos mas limitados -aunque, tal vez, no menos ejemplares- pudieran presentar 19. Pero que nace tambien, y sobre todo, de la p�oblematica que plantea: una problematica banal, cuya . restde en su misma ausencia de brillo. Esa problematica relevancta no es otra q�e la de las dificultades patronales de disciplinamiento !aboral y soctal de la mano de obra en el doble marco de una mineria d� i �:erior cara�terizada, en el periodo analizado, por una debil . dtvtston de trabaJO y un considerable peso del trabajador de oficio, y de un mer�a?o de tra�ajo estrecho y dominado por esa figura -de �asgos . h�tdt�?s y, stn embargo, esencial en el proceso de la mdustr��ltzacton europea- que es la del trabajador mixto. Es la complepdad general-concreta que nace de ese entrecruzamiento la que hace de la mineria asturiana un escenario privilegiado para el examen de los procesos a traves de los cuales el programa paternalis­ ta se expresa como estrategia. Hacerlo equivale a reconstruir concretamente las lineas fuertes del discurso patronal acerca de los problemas de disciplinamiento de la mano de obra. Asi formulado, la consecucion de ese objetivo es poco �enos que imposible: demasiado atareados en la gestion comerc�al de sus empresas y en la incesante persecucion del maximo beneficto, los patronos asturianos no parecen haber considerado raz �nable aiiadir a sus preocupaciones habituales la de poner por . escrtt? sus �eflextones al respecto. Esa agrafia patronal condena al estudtoso a tntentar reedificar su discurso a partir de los escritos de los ingenieros de minas, menos reacios a dar las suyas a la imprenta. 47.

Abad, ��moria sobre el aprovechamiento industrial de losyacimientos de pirita ferro-cobriz a de Ia provrncta de Huelva, Madrid: Tipo-litografia de A. Angel, 1916. 1 9 Es el caso, por ejemplo, de Ia mineria leonesa. AI respecto vease J. Sierra Alvarez, <<"Hacerle agradable Ia vida" a! minero: disciplinas industriales en Ia mineria leonesa de comienzos del siglo XX>>, Leon, niim. 341, 1 986, pp . 6-1 6 Pero es, sabre . todo, el caso de Ia mineria del norte de Palencia. Sobre Barruelo vease M. P. Cabello Rodriguez, Barruelo de Santulldn: Ia crisis de un nucleo minero, Valladolid: Universida d, 1983. El caso de Orb6 esta siendo investigado -con el animo de elaborar un �nventario Y catalogo del patrimonio edificado, en una perspectiva arqueol6gico­ . Industrt;llpor un equipo formado por Bernard Maiianes Bedia Elena Martin ' Latorre y el que esto escribe.

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Bienvenida condena, por cuanto ello es, ademas de licito, sumamen­ te provechoso. Licito porque no pocos de esos ingenieros, ocupados en los distritos mineros o, sobre todo, empleados en las empresas particu­ lates, resultan ser, ellos mismos, patronos de mayor o menor envergadura y, en todo caso, hombres personalmente interesados -por la via, nada infrecuente, de las participaciones en el capital yfo por la de las conexiones familiares- en la buena marcha de los negocios mineros zo . Impelidos ademas -al menos en el periodo que aqui nos interesa- por una fuerte corriente de ascenso social que los conduce a identificarse rapida e inequivocamente con los valores del mundo patronal-burgues, los ingenieros de minas tienden a expresar -en su percepcion de los problemas, en sus diagnosticos, en sus propuestas- el inexpresado y opaco discurso patronal 21. Lo hacen, ademas -y ello constituye una ventaja includable desde un punto de vista metodologico-, de un modo mas completo y, sobre todo, concreto de lo que podrian hacerlo los patronos mismos: su posicion y, mas aun, sus funciones en el marco de la empresa asi se lo permiten y, sobre todo, se lo exigen 22. La primera, en efecto, les autoriza a alimentar la ilusion de una autonomia social que, a su juicio, los coloca en una situacion privilegiada, arbitral en cierto modo, para gestionar de un modo concreto las relaciones labQrales. Asi parecia entenderlo, en 1 909 y para el conjunto de los ingenieros, Jose Marva: «en la gran industria, la distancia es inmensa entre el patron y los obreros [ ... ]. Se presenta, de modo crudo y escueto, por un lado el capital, por otro el trabajo, surgiendo entre ambos esos 20 Francisco Erice, que ha podido rastrear para Asturias algunas de esas conexiones, no duda en considerar a los ingenieros de minas como un segmento bien caracterizado de Ia burguesia industrial asturiana: hombres como Wenceslao Gonza­ lez, Manuel Montaves, Miguel Ramirez Lasala, Jeronimo Ibran, Francisco Gascue o Luis Adaro pueden ser considerados, mas alia de su profesi6n -y por ella-, como <
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enconados antagonismos [ . ] que se agudizan y envenenan con riesgo de llegar a sangrientas violencias si no existiera un poder conciliador y arbitral, interpuesto entre las fuerzas rivales, un elemento de paz social [ . ] . Uno de los elementos llamados natural­ mente a intervenir en esa accion conciliadora, es el ingeniero» 23 • No era diferente la opinion que en 1 897 sostenia, en el ambito mas restringido de los de minas, el ingeniero y profesor en la Escuela de Minas de Madrid, Adriano Contreras: «imposible que un buen ingeniero sea hoy ajeno a las ideas que informan el movimiento economico-industrial y que no sean objeto de su atencion benevola y de sus meditaciones las aspiraciones poderosas de las masas obreras. De ningun modo quiero yo decir con esto que el ingeni�ro deba participar de ciertos radicalismos y dejarse arrastrar por la idea de llevar a la practica prematuras reivindicaciones [ . ] . Pero tampoco puede, en conciencia, prestarse a los procedimientos detestables de empresarios codiciosos y sin entrafias, siendo instrumento de la explotacion inicua del infeliz proletarim> 24. Para desempefiar eficaz­ mente su labor lenitiva y pacificadora, el ingeniero debe, pues, convertirse en «sociologo»: ademas de los conocimientos tecnicos, estrictamente profesionales, «hay que agregar otro aspecto muy importante, que es comun al ejercicio de todas las industrias. Me refiero a cierta competencia inexcusable que hay que poseer en otra rama muy diferente de los conocimientos humanos, a saber: las ciencias sociales» 25 . Sabemos lo que eso significa: la economia social, la forma teorica de los saberes practicos patronales en materia de gestion de la mano de obra. Jose Marva era explicito al respecto: «el ingeniero ha de poseer conocimientos de economia social» 26 • .

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23 J. Marva y Mayer, <, La Construccion Moderna, 1909, p. 430. 24 A. Contreras, <<El ingeniera de minas>>, Revista Minera, 1897, p. 321 . 2 5 Loc. cit. Lo mismo en Marva: «el ingeniera moderno, para estar a I a altura de su mision, no debe limitarse a poseer los conocimientos tecnicos de Ia ingenieria: le son indispensables los conocimientos economicos y sociales, porque hoy, a! dar los primeros pasos en el terreno de Ia pr:ictica, se le presentan y tiene que resolver problemas de ese genera>>. Marva y Mayer, <>, ob. cit., p. 498. Se refiere explicitamente a contratos de trabajo, formas de pago de los salarios, casas baratas, economatos, cajas de prevision y ahorro, legislacion social, huelgas, tribunales de arbitraje, etc.

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Pero tambien lo era Adriano Contreras cuando, tras exponer algunos ejemplos extranjeros de instituciones paternalistas, afirmaba que «el ingeniero de Minas, que al fin no es mas que un trabajador mas ilustrado que los otros, tiene la mision de despertar los sentimientos dormidos de los propietarios mineros, de ser un defensor de todas las aspiraciones justas y viables de los trabajadores y de desvelarse por generalizar en nuestra tierra las hermosas instituciones de otros paises» 27, Son pues los ingenieros de minas los que, en lo esencial, dan forma concreta a las estrategias patronales paternalistas y proponen, organizan y gestionan sus correspondientes instrumentos: las «beneficas» instituciones patronales 28. Si, en el terreno de la gestion de las relaciones laborales y del conflicto, el ingeniero debe doblarse en «sociologo», en el terreno mas cotidiano de la gestion de la produccion debe, mas bien, asumir practicamente la dimension social de su funcion tecnica: a lo largo del periodo que nos ocupa, el ingeniero, por serlo, es ya «sociologo». La diversidad y polivalencia de sus funciones profesionales en el marco de la empresa asi lo da a entender. Eugenio Maffei debia tenerlo muy presente cuando, en 1 879, resumia aquellas funciones para sus alumnos de la Escuela de Minas de Madrid: el ingeniero, en efecto, era el responsable de elaborar el proyecto de preparacion y explotacion del criadero, y de organizar e inspeccionar el trabajo 29; pero debia tambien establecer los sistemas mas adecuados de pago de los salarios, organizar y gestionar las instituciones sociales de la empresa, estructurar la cadena de mando y asegurar la disciplina 30, Lo que define a ese abanico de funciones, por encima de cualquier otra consideracion, es la ausencia de solucion de continui­ dad funcional entre lo tecnico y lo social. La reunion intima de ambos terrenos es, precisamente, lo que define profesionalmente al ingeniero de la epoca, mas aun que su autoproclamada funcion de 27 Contreras, ob. cit., p. 322. 28 Vease Garrabou, ob. cit., p. 265. Un examen de Ia excelente bibliografia de Foronda y Gomez permite verificar Ia abundancia y variedad de las preocupaciones sociales de los ingenieras industriales; vease M. de Foronda y Gomez, Enscryo de una bibliografia de los ingenieros industriales, Madrid: Imp. Estades, 1948. 29 Vease Maffei, Economia... , ob. cit., p. 495. 30 <>. Ibid., pp. 495-496 y, en general, pp. 493-515.

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redentor y pacificador sociaPt . Alejado de especulaciones te6ricas sobre lo social, y enfrentado diariamente a los problemas, practicos y sin brillo, de la habituaci6n del trabajador, el ingeniero --al igual que, en el ambito de la reproducci6n, el higienista- se ve colocado en ese preciso lugar en el que lo social se abre en campo de intervenci6n tecnica y, simetrica y simultaneamente, lo tecnico se convierte en instrumento de gesti6n social; ese inaprehensible Iugar en el ' que Ia administracion de las cosas deviene1 iilsensiblemente1 gobierno de los hombres. El lugar de las disciplinas, su coraz6n mismo: la indisoluble reunion de saber y poder 32, Es todo ello lo que, en el periodo que aqui nos interesa, hace de la de los ingenieros una voz autorizada, la {mica autorizada tal vez 33.

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Una voz que no por oscura y farragosa deja de hablar�os, co? mas pormenor y mip.ucia, de los g�an�es problemas, estrategtas soctales y conflictos del despliegue capttahsta.

..

3 t El titulo de Ia conferencia citada de Marva es, por si mismo, suficientemente revelador de esa reunion. No menos que Ia formulacion de Ia Seccion 1 1 .• del Congreso Nacional de Ingenieros de 1919: «organizacion del trabajo, higiene y prevision sociales»; vease circular en Revista Minera, 1919, pp. 94-96. Por Io demas, el Plan de Estudios de Minas de 1910 establecia que, a! finalizar los estudios, el futuro

ingeniero de minas realizase las preceptivas pr:icticas de seis meses en un estableci­ miento minero, dedicando particular atencion a «Ia administracion en general del establecimiento y especialmente a Ia organizacion del personal obrero para prevenir o remediar los conflictos de Ia Hamada cuestion social obrera>>. II Centenario de Ia Escuela de Minas de Espana, 1877-1977, Madrid: Escuela Tecnica Superior de Ingenieros de Minas, 1977, p. 38. 32 Desde este punto de vista, no parece descabeilado -aunque tal vez si desmesurado para una sola persona- intentar reconstruir los origenes de Ia sociologia a partir de ese gozne de articulacion entre lo tecnico y social. Mas alia -jo mas ac:i!- del discurso de los «padres fundadores», Ia constitucion de los saberes sobre lo social podria ser leida a partir de esa linea, oscura y oculta, que dibuja los discursos, los dispositivos y las practicas de poder de ingenieros e higienistas. Por lo demas, no resulta dificil imaginar por que esa historia no ha sido escrita: dejando de !ado otros motivos -que hacen referenda a las caracteristicas de institucionalizacion de los saberes-, hacerlo equivaldria a sumergirse en una lenta, pesada y escasamente brillante tarea, en una encarnizada erudicitfn de grises documentos. 33 Una serie de indicios parecen sugerir que, a partir de los aiios veinte del novecientos, Ia situacion comienza a cambiar significativamente. El desarroiio de nuevas tecnicas de organizacion del trabajo, de nuevas formas -socializadas- de gestion de Ia reproduccion, y de modos estatales de regulacion de las relaciones laborales, unidos a cambios importantes en Ia situaci6n social de los ingenieros (erosion de los factores que Ies permitian sostener· una imagen de autonomia profesional --entre los cuales no es precisamente el menor, el auge de las luchas obreras (vease, por ejemplo, C. de Madariaga, «�Cual es Ia mision de los ingenieros espaiioles frente al socialismo?», Revista Minera, 1 920, pp. 136-138], masificacion de las carreras tecnicas e incipientes problemas de paro profesional, etc.), contribuyen a desagregar Ia intima articulacion entre funciones tecnicas y funciones de gestion social de Ia mano de obra. AI tiempo que Ia profesi6n de ingeniero se «tecnifica» (vease, por

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de los nuevos planes de estudios: E. . ejemplo para los de minas el debate acerca Revista Min�r�, 1 920.' PP· 229-23.1), s Mirand�, «La enseiianza d; los ingenieros», en adqumr una mdepe e?cta �a a parec llas planti las de aspectos sociales de gestion a, vease A. Moya, << mgen�ero Espan vez rnayor. Para una formulaci6n temprana en d), Primer Congreso Nacto�al Madri , (1919 ieria Ingen de nal social>> en Congreso Nacio noviembre de 1919, Madrtd: de 25 a/ 16 dias de Inge�ieria celebrado en Madrid durante los IV, PP · 481-4 93. 1920, a, Espan de s Civile ieros Instituto de Ingen

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6.

LOS PROBLEMAS Y LAS ESTRATEGIAS DE GESTION DE LA MANO DE OBRA

12.

UN TRIANGULO DE PROBLEMAS PATRONALES: UNA MANO DE OBRA ESCASA, AUTONOMA Y NO (ENTERAMENTE) PROLETARIA

Todavia a mediados del siglo XIX, los ingenieros de minas que visitaban Asturias o prestaban servicios en ella se felicitaban de las caracteristicas de los trabajadores de la region, que parecian augurar un horizonte sin nubes para el desarrollo de los trabajos mineros. En 1 855, un grupo de ingenieros alababa «la inteligencia de sus naturales, innegable por mas que aparezca oculta bajo el velo de la rusticidad; su infatigable disposicion para toda clase de faenas, unida a una sobriedad sin limites» 1 • Un afto mas tarde, otro ingeniero seftalaba todavia que la region «reune [ ... ] las ventajosas condiciones de tener una exuberancia de brazos, y en sus habitantes las cualidades de frugalidad y de caracter naturalmente pacifica y sumiso, de que resulta la baratura en la mano de obra y tambien la confianza en la tranquilidad publica, que es circunstancia harto especial para la inversion de los capitales que requiere el planteamiento y ejercicio de la industria» z. Optimismo y confianza en el porvenir: he ahi las dos caracteristi­ cas que definen a esas opiniones. Solo unos aftos mas tarde, en torno a 1860, su tono cambiara sustancialmente: la abundancia de brazos se trocara en penuria, la sobriedad y frugalidad en causa de bajos

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1 F. Bern:ildez, ]. P. Lasala, R. Rua Figueroa, <>, Revista Minera, 1 855, p. 308. z A. Perez Moreno, <<Estado de Ia industria minera en Asturias durante el aiio 1856, con algunas consideraciones acerca de las circunstancias que afectan a su fomento y en general a! porvenir industrial de Ia provincia», Revista Minera, 1 858, p. 655.

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rendimientos, la laboriosidad e inteligencia en indolencia y haragane­ ria. El optimismo se mudara en lamento. Y sin embargo, nada parece haber cambiado realmente en las caracteristicas de las poblaciones trabajadoras asturianas. No son ellas, en efecto, las que han cambiado. Lo que ha cambiado es, mas bien, lo que de ellas se demanda en funci6n de la apertura de un irreversible proceso de transito desde una mineria de caracter preindustrial, asentada sobre diminutas empresas de «paisanos» que utilizaban epis6dica y eventualmente mano de obra campesina, a una mineria plenamente industrial y dominada por relaciones de produc­ ci6n decididamente capitalistas 3. Desde mediados del siglo XIX, en efecto, todo un conjunto de procesos de muy diferente rango y naturaleza se dan cita para modificar sustancialmente el marco econ6mico, tecnico y politico en el que venia desarrollandose la actividad minera en Asturias. Un conocimiento mas fino y preciso de los yacimientos de la cuenca central, una ampliaci6n y cambio de estructura de la demanda de carbones, la conexi6n de la cuenca con los puertos y, mas tarde, con el interior de la Peninsula y una sustancial modificaci6n de la legislaci6n minera y de sociedades constituyen los principales fen6menos que se encuentran en la base de la corriente de capitales que, a lo largo del ultimo tercio del siglo XIX, se orientara hacia los negocios mineros. Surgen asi las primeras grandes empresas mineras asturianas, al tiempo que se abre, casi desde el principia, un importante proceso de centralizaci6n de capitales, bajo la forma de fusiones y absorciones de empresas, que transforma radicalmente la estructura empresarial de la actividad minera 4. Todo ello modifica muy considerablemente las tecnicas de combinaci6n de los factores productivos a escala de empresa. Emergen entonces nuevos problemas, no percibidos con anterioridad: el 3 La explotacion del criadero de Arnao por Ia Real Compafiia Asturiana de Minas, desde 1 833, no constituye sino Ia excepcion a Ia regia. Sobre las condiciones de explotacion en Arnao, vease J. Gonzalez Lasala, Memoria sobre las minas de carbon de piedra de Arnao (Asturias) presentada a Ia Direccitfn General del ramo, 1 847, Manuscrito (Instituto Geologico y Minero de Espafia). 4 Para todo lo referente a Ia his toria economica de Ia ind ustrializacion y desarrollo minero asturianos veanse G. Santullano, Historia de Ia mineria asturiana, Salinas: Ayalga, 1 978; R. Perez Gonzalez, Industria, poblacitfn y desarrollo urbano en Ia cuenca central bullera asturiana. Tesis de doctorado inedita, dirigida por Francisco Quiros Linares, Oviedo, 1 980; y, mas recientemente, G. Ojeda, Asturias en Ia industrializacitfn espanola, 1833- 1907, Madrid [etc.]: Siglo XXI [etc.], 1 985.

Los problemas y las estrategias de gestitfn

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«factor obrero» -hasta entonces impensado-- deviene «cuesti6n obrera». La escasez de · brazos, los problemas de productividad Iigados a los origenes sociales campesinos de la mano de obra y la autonomia funcional del trabajador minero en el marco de la organizaci6n del trabajo dominante en la epoca, se constituyen en obstaculos cuya consideraci6n detenida ninguna empresa grande podra obviar. Sin cambios sustanciales hasta a1 menos la primera guerra mundial -lo cual justifica su tratamiento unitario para el periodo que va desde 1 860 hasta 1 91 7-, esos obstaculos atraeran poderosamente la atenci6n de patronos e ingenieros. Las observacio­ nes y diagn6sticos que producen en relaci6n a tales problemas -a los que, ademas, se aii.adira bien pronto el de la gesti6n del conflicto !aboral y social- constituiran e1 corpus de saberes y representaciones sobre el que se edificaran las estrategias patronales de gesti6n de la mano de obra. Todo parece indicar que, desde el momenta mismo de su constituci6n, las empresas mineras asturianas debieron enfrentarse a una desigual en el tiempo, pero siempre acuciante, escasez de brazos s. Ya en 1858, solo un aiio despues de la constituci6n de Duro y Compaii.ia, un ingeniero de minas constataba que «la ejecuci6n de sus vastos planes exige numerosos brazos, y la escasez que de ellos experimenta es [ .. una] de las causas que se oponen muy poderosa­ mente al aumento de producci6n» 6 . Quince aii.os mas tarde, en 1 874, la situaci6n no parece haber cambiado sustancialmente; tras seiialar algunas de las ventaj-as de las cuencas asturianas (posibilidad de explotaci6n por encima del nivel de los valles, inexistencia de grisu), Albert Grand, un ingeniero frances, indicaba que «existen tambien algunos inconvenientes. El primero de todos, aquel cuya importan­ cia influye en mayor medida sobre e1 desarrollo de la explotaci6n de minas en Asturias, es la escasez de la mano de obra. En el momenta

49.

.

s Vease A. Shubert, Hacia Ia revol11cion: origenes sociales del movimiento obrero en Asturias, 1860- 1934, Barcelona: Critica, 1 984, pp. 30-33. 6 P. Sampayo, <<Sobre el estado de Ia mineria de Asturias en el afio 1 858», Revista Minera, 1 859, p. 480. Tres afios mas tarde, y refiriendose tambien a Ia cuenca de Langreo, otro ingeniero de minas preveia que «tomando Ia explotacion el desarrollo y actividad constante y progresivas que todos debemos desear, resultara Ia necesidad de atraer y fijar mas poblacion obrera en el distrito de Siero y Langreo». R. Alvarez Buylla, Observaciones prdcticas sobre Ia mineria carbonera de Asturias, Oviedo: Impr. y lit. de D. Benito Gonzalez, 1 861, p. 36.

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actual, el numero de mineros es ya insuficiente, y la mayor parte de los explotadores experimentan dificultades para reunir al personal necesario para sus trabajos» 7• Dificultad que, por lo demas, no parece sino agravarse a medida que la mineria asturiana se adentra mas y mas en la senda capitalista. A partir de los aiios ochenta del siglo XIX, todo parece inditar que los problemas de reclutamiento y de constitucion de plantillas estables adquieren un caracter alarman­ te. En el marco de la excepcional coyuntura de los primeros aiios de esa decada, Francisco Gascue, ingeniero de minas al servicio de Duro, seiialaba que «hasta hace acaso 2 o 3 aiios no mas, nadie se preocupaba de la escasez o insuficiencia de la mano de obra. [ ... ] Hoy es distinto; el factor obrero, con el que no se habia contado, se coloca en primera linea. El clamoreo es universal; todos nos quejamos de lo mismo» B. Con el inicio del siglo XX las cos� s no parecen mejorar. Un periodista en viaje por Asturias podia escribir: «hoy el mayor de los inconvenientes que se opone al incremento de la produccion hullera es la falta de brazos, la falta de obreros en las minas [... ]. Nos faltan brazos [ ... ] -me decian fabricantes y mineros» 9• Todavia en 1 906, en visperas de los masivos despidos de Fabrica de Mieres 10, la Comision de Estudio de la Riqueza Hullera Nacional seiialaba para Asturias que «entre otras, la escasez de poblacion obrera [es una de las] causas para que las explotaciones hulleras no alcancen en Asturias el desarrollo de que son suscepti7 A. Grand, Etude sur le bassin houillier des Asturies (Espagne), Paris: Impr. de Ia Societe des Ingenieurs Civils, 1 874, p. 30. 8 Gascue, ob. cit., p. 371 . Tres aiios mas tarde, refiriendose a Ia situacion de 1 882, el mismo ingeniero escribia: «a pesar de Ia evidente ventaja que tenia el minero en aumentar Ia produccion, esta no paso de ciertos limites. �Por que? Por falta de obreros, por escasez de Ia mano de obra>>. F. Gascue, <>. L. Adaro, <>, Revista Minera, 1 885, pp. 1 76-1 77. 9 S. Canals, Asturias: informacion sobre su presente estado moraly material, Madrid: M. Romero, impr., 1 900, p. 1 14. En 1 905 dos ingenieros franceses constataban que >. P. Nicou, C. Schlumberger, <>, Annales des Mines, 1 905, p. 217. 1 0 Vease Instituto de Reformas Sociales, Injorme acerca de Ia Fdbricay de los obreros de Mieres, Madrid: El Instituto, 1 907.

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bles»ll. Y en 1915, y ante la necesidad de atender al consumo nacional con carbones exclusivamente nacionales, dada la suspension de las importaciones por causa de la guerra, la misma Comision, presidida por Luis Adaro, estimaba que «la dificultad mayor va a estar en disponer de los brazos necesarios» 1 2• Todo parece indicar, pues, que, con anterioridad a la primera guerra mundial, los patronos asturianos de la mineria hubieron de hacer frente a una escasez desigualmente cronica de fuerza de trabajo; su demanda de trabajo no parece haber encontrado, entre las poblaciones asturianas, una adecuada respuesta en terminos de demanda de empleo. Ese desajuste, esa friccion que debio guitar el sueiio a patronos e ingenieros, no indica otra cosa que la existencia de un mercado de trabqjo estrecho, ineldstico y desorganizado, un mercado de trabajo de caracteristicas preindustriales y precapitalistas. La operacion de ampliar y transformar ese mercado -de instaurarlo como tal en muchos casos- constituia la condicion para la estabilidad de las plantillas y, con ello, para situarse en condiciones de aprovechar las no infrecuentes coyunturas de elevada demanda de carbones. Pero esa operacion exigia, a escala de cada empresa, conquistar en aquel mercado una posicion preeminente, en reiiida -pero sin duda «caballerosa»- lucha con todas las demas. A escala de todas elias en conjunto, sin embargo, la constitucion de plantillas estables debia enfrentarse, ademas, a dos formidables, desleales y nada honorables competidores. A la mineria de «paisanos», en primer lugar. Esta, con su peculiar estructura productiva (labores reducidas casi exclusivamente al arranque superficial o de escasa profundidad) podia reducir muy considerablemente los gastos no directamente productivos de prepa­ racion y mantenimiento de los campos mineros y destinar asi al pago de salarios una partida proporcionalmente mayor que la que las empresas estaban en condiciones de ofrecer 1 3• Un ingeniero seiialaba 11 Comision de Estudio de Ia Riqueza Hullera Nacional, Informacion publica efectuada en 1906, Madrid: Direcci6n General de Agricultura, Industria y Comercio, 1 909, p. 1 02. 1 2 Comision de Estudio de Ia Riqueza Hullera Nacional, <<Medidas para el inmediato desarrollo de Ia industria hullera espanola presentadas al Gobiernm>, Revista Minera, 1 915, p. 331 . El texto aparece firmado por Luis Adaro, como presidente. 1 3 <<Estas minas [las de <<paisanos>>J, siempre de corta extension superficial, constituyen una industria al pormenor muy antigua y arraigada en Asturias y que suministra en su conjunto grandes cantidades de carbon con un sistema poco costoso,

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muy perspicazmente, ya en 1 859, los inconvenientes que para las empresas se derivaban de ello en materia de reclutamiento de trabajadores: «esto hace que sus minas esten mas pobladas y que su pueble sea mas permanente que en las de las empresas, a quienes por estos medios privan de muchos brazos y hacen pagar a subido precio los pocos que encuentran» 1 4. Por otro lado, su menor tamano y su comparativamente mayor capacidad de adaptaci6n a las variaciones de la demanda permitian a las minas de «paisanos» el prescindir de sistemas disciplinarios ajenos a los habitos laborales de los trabajado­ res mineros, lo cual, unido a los mas elevados salarios, hacia que estos prefiriesen trabajar en aquellas antes que someterse a «la subordinaci6n necesaria en empresas formales y duraderas», que implicaria renunciar «a su antigua independencia y libertad natu­ ral» 1 5. En esas condiciones la mineria de «paisanos» concentrad algunas de las mas duras criticas de los ingenieros. Habitualmente, esas criticas adoptaban la forma del menosprecio tecnico: en 1 861, Restituto Alvarez Buylla se lamentaba de que «por desgracia durara todavia anos aquella explotaci6n desordenada con el consiguiente prejuicio publico» 16; en 1 873, Roman Oriol, otro ingeniero, senalaba «los prejuicios que ocasionan a la industria carbonera [ ... ] con el desordenado aprovechamiento de algunas capas de combustible» 1 7• Sin embargo, tras las diatribas contra el caracter desordenado y tecnicamente poco ortodoxo de la mineria de «paisanos» parece adivinarse la real comez6n: esa forma de explotaci6n desviaba trabajadores de los socavones capitalistas, la «rapina» de mineral se doblaba en una mas gravosa aun rapina de brazos. pero muy antieconomico. Cuando los pedidos acuden, se emprenden trabajos sin orden alguno abandomindose a la primera dificultad que opone un estrechamiento, una falla o cualquier otro accidente, y trasladandose entonces a otro punto donde este el carbon a Ia vista». R. Oriol y Vidal, Carbones minera/es de Espaiia: su importancia, descripcion, produccion y consumo, Madrid: Impr. de J. M. Lapuente, 1 873, p. 19. t 4 Sampayo, ob. cit., p. 484. En San Martin del Rey Aurelio, Ia media de obreros por pertenencia era de nueve en las minas de «paisanos» frente a solo siete en las de empresas. Vease foe. cit. La irregularidad en los trabajos, «tan graves para las empresas regulares, casi desaparecen en Ia esplotacion transitoria de los paisanos>>. Alvarez Buylla, ob. cit., p. 28. ts Ibid. Conviene senalar adema� que el rendimiento por trabajador era mayor en las minas de <<paisanos>> que en las de empresas; algo mas de ocho quinta,les en el primer caso y solo cinco en el segundo. Vease Sampayo, ob. cit., p. 484. 1 6 Alvarez Buylla, ob. cit., p. 20. t7 Oriol y Vidal, ob. cit., p. 19. En Ia favorable coyuntura de Ia primera guerra mundial, las minas de ocasion parecen hacer renacido con renovados brios.

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A esa competencia por la fuerza de trabajo minera se sumaba otra, igualmente desleal, procedente ahora de la emigraci6n de la mano de obra. Emigraci6n de mano de obra minera especializada, en algunos casos 18, Pero sobre todo emigraci6n de mano de obra campesina. En condiciones de escasez de brazos, la emigraci6n peninsular y, sobre todo, la ultramarina, no podia dejar de preocupar a patronos e ingenieros 1 9, Su percepci6n del fen6meno parece moverse entre la perplejidad («no sabemos por que no vienen a nuestras minas y a nuestras fabricas los que por ahi fuera se mueren de hambre» 20) y el intento de penetrar esa «irracional» paradoja de unas poblaciones miserables que, en lugar de aceptar ser encarriladas hacia la mina, «prefieren irse a Ultramar, donde la mayor parte arrastran una vida miserable, donde mueren en una proporci6n horrible» 21, Mas alla del argumento, mil veces esgrimido, del espejismo americano («de alli [de America] vuelven algunos ricos, y esto basta para que echen a esa loteria, en que el billete cuesta las mas de las veces, la vida» 22), Francisco Gascue supo enfrentarse, en 1 883, con los terminos reales del problema: «�por que causa no existe ese movimiento [de emigraci6n] de los concejos agricolas hacia los industriales» y si, sin embargo, hacia America? La causa es bien sabida; el obrero que no tiene aqui [en la cuenca] su pequena porci6n de tierra, 6 su casita, no puede materialmente sostenerse con el jornal que gana» 23. ts En 1913 un suelto de Revista Minera se hacia eco de una noticia aparecida en Ia prensa asturiana segun Ia cual un ingeniero frances habia arreglado Ia emigracion a Francia d.e unos seiscientos picadores: «la prensa asturiana se alarma con razon de que los agentes franceses solo quieran llevarse picadores, es decir, la flor de los obreros mineros, los que no tienen sustitucion posible, y cuya ausencia trae aparejado el paro de un numero proporcional de obreros auxiliares>>, Revista Minera, 1913, pp. 362-363. 1 9 Dejando aparte los ya clasicos estudios sobre el tema, la intervenci6n mas reciente es G. Ojeda, J. L. San Miguel, Campesinos, emigrantes, indianos: emigracion y economia en Asturias, 1830- 1930, Salinas: Ayalga, 1985. 20 Canals, ob. cit., p. 1 14. Con anterioridad a la instauraci6n de una mineria de signo plenamente capitalista, Ia emigraci6n ultramarina era objeto de lamento social mas que de preocupacion industrial en sentido estricto: <>. Bemaldez, ob. cit., p. 308. 21 F. Garcia Arena!, Datos para el estudio de Ia Cuestion Social: informaciOn hecha en e/ Ateneo-Casino Obrero de Gijtfn, Gijon: Silverio Canada, 1980, p. 122 (1.• ed.: 1 885). Garda Arena! era ingeniero de caminos. 22 Loc. cit. Vease tambien Ojeda, Campesinos... , ob. cit., pp. 59-73. 23 Gascue, <>, ob. cit., p. 372.

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La debilidad de los salarios mineros explicaba, pues, no solo la preferencia de los obreros mineros por trabajar en las minas de «paisanos», sino tambien el escaso atractivo que el trabajo minero en general ejercia sobre las poblaciones campesinas: los bajos salarios eran los responsables de la perdida real de trabajadores mineros y, a la vez, de la perdida virtual de trabajadores de origen campesino. Siempre a juicio de los ingenieros de minas, unicamente una elevacion de los salarios babria de permitir invertir el signo de la corriente migratoria y, con ello, desembarazarse simultaneamente de ambos contendientes. Tal situacion es la que se producira a lo largo de la primera guerra mundial, en el marco de una excepcional coyuntura carbonera y sobre la base de una presion sostenida de los sindicatos obreros. Con anterioridad, sin embargo, la elevacion de los salarios era, desgraciadamente, una solucion impensable: «los jornales no se suben, porque a nada mas que se elevasen, el explotante no podria retirar beneficia alguno del capital inmoviliza­ do» 24 • En opinion de Francisco Gascue, el mal pagado obrero asturiano era un trabajador caro: «pagamos poco y sin embargo tenemos la mano de obra mas cara que en cualquier otro punto de Espana» 25 . La eventual solucion al problema de la escasez se encontraba abi, de bruces, con el de la debil productividad del trabajador asturiano: la emigracion unicamente seria posible sobre la base de salarios absolutos mas altos; pero estos, a su vez, exigian de una mano de obra relativamente mas barata, es decir, mas produc­ tiva.

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Y la mano de obra autoctona, tambien basta la primera guerra mundial, parece baber estado mayoritariamente constituida por trabqjadores que combinaban, de forma habitual, el trabqjo minero con las labores agrarias 27. En 1 885, la Comision Provincial de Reformas

50. Ese circulo vtctoso es el que explica que, basta la primera guerra mundial, las empresas mineras asturianas bayan tenido que contentarse, en lo esencial, con la mano de obra autoctona; la inmigracion, sin ser inexistente, parece baber sido a todas luces insuficiente 26 .

Sociales seiialaba que «como circunstancia particular de la vida del minero asturiano, bemos de consignar que la mayor parte moran en aldeas y alternan con el ejercicio de su industria el cultivo de la tierra» 28 . Todavia en 1905, dos ingenieros franceses podian escribir que «Asturias, todavia poco poblada, comprende ante todo a una poblacion de montaiieses y campesinos, basta el punto de que incluso en las zonas industriales de Oviedo y de Langreo es raro encontrar obreros [ ... ] que no asocien el trabajo de los campos con sus trabajos industriales» 29. E incluso en 1 91 1 , Lucas Mallada constataba que «en la relacion del 60 al 70 por ciento del total, los mineros de Asturias son al propio tiempo labriegos del pais, que tienen sus casas y cultivan sus tierras, alternando el trabajo del campo con el de las explotaciones del carbon y de los minerales metalicos» 3o. A juicio de los ingenieros, era precisamente en esa condicion de trabajador mixto en donde arraigaba, de manera esencial, la macba­ conamente invocada baja productividad del minero asturiano. Los babitos de trabajo y de vida que de esa condicion nacian (y que, por lo demas, la escasez de brazos permitia al trabajador imponer en buena medida a su patron) debieron constituir para este una fuente permanente de preocupacion, al obstaculizar el desarrollo regular de las labores. El absentismo estacional con ocaston de los momentos fuertes del calendario !aboral agrario parece, en efecto, baber desorganizado considerablemente los trabajos mineros. Ya en 1874, Albert Grand lo seiialaba claramente: «mucbos obreros poseen [ ... ] algun rincon de tierra que precisa de sus cuidados en determinadas epocas del aiio; se

24 Ibid., pp. 372-373. Ya en 1882 escribia Gascue: «los jornales no pueden elevarse del tipo que hoy alcanzan. Subirlos mas seria producir el carbon a precio de venta, es decir, seria parar las minas forzosamente>>. F. Gascue, <>, Revista Minera, 1882, p. 65. 25 Gascue, <>, ob. cit., p. 372. 26 Vease Shubert, ob. cit., p. 33. En 1906 Ia mayor parte de los trabajadores mineros de Ia cuenca de Mieres eran oriundos de Ia zona y residentes en ella. Vease _ Instituto de Reformas Sociales, Informe... , ob. cit. En 1911 el 60 por 100 de Ia plantilla de Hulleras del Turon estaba formada por obreros asturianos; Ia proporcion se elevaba al 80 por 100 en el caso de Hullera Espanola, e incluso al 90 por 100 en el caso

de Minas de Cardiiiuezo. Vease Direcci6n General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 19. El informe correspondiente a Ia provincia de Oviedo aparece firmado por Lucas Mallada. 27 Veanse Santullano, ob. cit., p. 125; y Shubert, ob. cit., pp. 34-43. 28 Comision de Reformas Sociales, Reformas sociales: informacion oral y escrita, Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1 985, v, <>, p. 369 (1 .• ed.: 1888-1893). 29 Nicou, ob. cit., p. 206.Vease tambien Canals, ob. cit., pp. 126-130. 30 Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 36.

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puede incluso decir que una gran mayoria de ellos no trabajan en las minas mas que cuando no tienen trabajo en los campos. La ausenc ia de cuidados y de actividad en el trabajo subterrineo son las consecuencias necesarias de esta particular situaci6n» 3t. Ademas de competir entre si, con la mineria de «paisanos» y con America, las empresas mineras asturianas parecen haber tenido que soport ar tambien la competencia de las propias actividades agrarias por la fuerza de trabajo . Incluso por la mano de obra jornalera, no campesina: «durante los periodos de cosechas faltan brazos para los trabajos del campo, que requieren entonces el concurso de los obreros empleados en las minas. El bajo precio de la mano de obra ejerce [ ... ] su influencia sobre esta situaci6n. Es evidente que un obrero que no gana mas que de 2 a 2,50 francos por dia, a cambio de trabajar durante ocho o diez horas en el interior de un tajo o de una galeria, aprovechara la primera ocasi6n que se le presente de ganar el mismo salado en los trabajos del campo para abandonar momenta­ neamente la mina» 32 . En 1 887 la situaci6n no parece haber cambiado sustancialmente: en funci6n de que «la mayor parte de los obrero s, semi-mineros y semi-agricultores, se quedaban en su casa con motivo de las faenas del campo, veia el productor que la ocasi6n de vender mucho y bien se le escapaba de las manos» 33, Todavia en 1 906, el absentismo estacional de los obreros mixtos parece haber dejado sentir sus perniciosos efectos sobre la regularidad de los trabajo s mineros: «la mayor parte de los mineros son pequeiios agricultores y, en las epocas de siembras y recolecci6n, abandonan las minas para dedicatse a las faenas agricolas» 34, En cualquier caso, el absentismo motivado por las tareas agra­ rias, pese a los inconvenientes que planteaba, estaba en condiciones de ser comprendido por patronos e ingenieros: al fin y al cabo obedecia a una actitud de cilculo racional que no contradecia la 16gica liberal del homo oeconomicus. No parece ocurrir lo mismo -o,

31 32

Grand, ob. cit., p. 30.

Loc. cit. 33 Gascue, «La crisis... », ob. cit., p. 12. En 1896, Jose Suarez se lamentaba, a

prop6sito del obrero mixto, de «Ia costumbre tan perjudicial a Ia marcha de las e�plotaciones mineras de abandonar su trabajo en las epocas de recolecciones, sJembras, etcetera». ]. Suarez, El problema social minero en AstHrias, Oviedo: Impr. de Pardo, Gusano y Comp., 1 896, p. 27. 34 Comisi6n de Estudio de Ia Riqueza Hullera Nacional, Informacion... , ob. cit., p. 105.

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al menos, no para patronos e ingenieros- en lo que se refiere al absentismo motivado por causas no directamente econ6micas, liga­ das mas bien a las culturas populares y a los hibitos de vida campesinos. Es el caso de las injustificadas -y, a los ojos de los ingenieros, sin duda injustificables- ausencias al t:abajo con oc�­ . si6n de fiestas y romerias; el sarcasmo y el desprecto -la perplep­ dad, en suma- presiden, en lo que a ellas se refiere, el discurso de aquellos. Ya en 1 866, los empresarios de Siero y Langreo pedian que los prelados de las di6cesis de la cuenca suprimieran «aquellas festividades y romerias que solamente son propias de la vida y costumbres patriarcales de los pueblos esencialmente agricolas» 35. Casi veinte aiios despues, en 1 883, Francisco Gascue ridiculizaba asi esas formas de socialibilidad campesina: «santo, bueno y justo que no se trabaje en los dias de fiesta y domingos; pero hay luego multitud de pretextos intolerables e inmotivados para no acudir al trabajo. El santo de la parroquia, la romeria de la ermita de arriba, el patron de la de abajo, el de la casa, el del barrio; que se yo cuintos mas, son otras tantas escusas para la holganza» 36. Holganza tanto . mas grave cuanto que, en el discurso de los ingenieros, el absentt�mo con ocasi6n de fiestas y romerias aparece indisolublemente asoctado con el presunto consumo inmoderado de alcohol, y con sus secuelas sobre la productividad: «el que explota minas, el industrial, sufre de rechazo los efectos de estos fatales habitos; hoy ve desorganizados sus tajos por estar presos algunos de sus obreros, manana porque duermen otros su borrachera y al dia siguiente porque despues de una embriaguez fuerte se siente el minero cansado e inutil para el trabajo» 37• 35 Informacion sobre el derecho diferencial de bandera y sobre los de adHanas exigibles a los hierros, el carbOn de piedra y los algodones, presentada a/ Gobierno de SH Mqjestad P_or Ia Comision nombrada a/ ejecto por Real Decreto de 10 de noviembre de 1865, 1 867; ctt. en Ojeda, AstHrias... , ob. cit., p. 125. 36 Gascue, <
«debemos censurar acerbamente Ia costumbre muy generalizada de hacer Junes, que ademas de privar de uno 6 varios jornales al obrero y su familia, fomenta el vicio �� la . embriaguez y Ia pasi6n del juego con todas sus deplorables consecuenctas». Comtston . de Reformas Sociales, ob. cit., v, p, 373. Tambien Jose Suarez: «estos pasattempos [ ... ] le predisponen a Ia holganza en el dia 6 dias siguientes». Suarez, ob. cit., p. 25. Durante Ia primera guerra mundial, en minas de Teverga el absentismo de los Junes y dias siguientes a las fiestas alcanzaba a! 75 por 100 de Ia plantilla. Vease L. Tor6n y Villegas, Memoria sobre las Minas de Teverga, 1 920; cit. en Shubert, ob. cit., p. 36.

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En su reunion ultima, tales h:ibitos de vida y de trabajo o � �pon�an un entramado de actitudes y de sistemas de valores cuya tnctdencta sabre el trabajo minero y sabre la prod uctiv idad obre ra �ra, a juic�o de los ingenieros, considerablemente negativa y, por t�aprehenstble, sumamente dificil de corr o extirpar. Los inge­ meros se enfrentaban ahi a lo que, incapaceegir s de prender, dieron en deno�inar «i_ndolencia», y que no designabacom otra concep�ton del _ ttempo y de las relaciones entre vida cosa que una , trabajo minero Y trabaJo agrano de naturalez a preburguesa. Ya en 1 883, Francisco Gas��e llamaba la ate?cion sabre ese extrema 38; y en 1 896, refinendose a los trabaJad ores mixtos, Jose Suarez volvia sabre loy mis�o, hacienda notar «la indolencia liar de los campesinos astunanos, para los cuales el tiempo pecu es un factor de [ ... ] poca manta» 39• Y e�a esa «indolencia», esos «habitos sosegado trabaJo del campo» 40, lo que los trab del tranquilo y llevaba� consigo a la_s minas, en las que al patron ajadores mixtos «a ningun precio le era postble consegutr que el obrero trabajase mas de 5 1 /2 s ' "1es» 41 . para este, utt ' todo parece indicar que su ritmo de trabajohora era i?tocable, maxime si las condiciones de escasez de brazos le permi­ ttan mantenerlo: todavia en 1905, unos inge nier os ban que «el obrero asturiano tiene la costumbfranceses observa­ c�midas a la luz del dia, lo que ocasiona tales idasre de tamar sus mtna que, aunque la presencia sea de diez a dace y venidas en la contar mas que con un trabajo efectivo de seis horas, no se puede contribuye a dar al obrero un debil rendimientm a siete. Todo ella > 42. Ese conjunto de actitudes parece haber desarma ros , l?s cuales, en su perplejidad positivista, do a los ingenie­ no pod _ ut las al «tem sino atnb �eramento tranquilo o linfatico, sin ian � ener gia» productdo par el cltma 43, o a simples «instinto s» o «ma nias inna ­ tas» 44: en eso habia venido a parar la anterior men te ensa lzad a laboriosidad del doblemente activo trabajador astu riano. Gascue, «La industria... », ob. cit., pp. 372 y 387. Suarez, ob. cit., p. 1 1 . 40 Gascue, <. Suarez, ob. cit., p. 22. 38

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Bien sabian los ingenieros, sin embargo, que n? era ni en el �lima ni en la raza en donde arraigaba la «indolencta» del tr�baJ_�dor asturiano. Bien sabian que esa -a su juicio deficiente-- dedt�acton a los trabajos mineros procedia mas bien de una diferente y, Sln ?�da, racional valoracion del tiempo destinado a cada una de las acttvtda­ des entre las que dividia su jornada. Bien sabian: en ?efinitiva, que todo ella se originaba en el hecho de que el_ trabaJO �tnero_ era, para los trabajadores mixtos -durante mucho ttempo mas labnegos que mineros- un simple, aunque esencial,, complemento, �cep�ado par necesidad. Asi parece haberlo intuido, en 1 891, Jose Suarez: «la lentitud con que se ha desarrollado la pr�duccion asturi�na� ha dependido [... ] de la falta de h:ibitos industnales en 1� provmc�a, Y par consiguiente, de la falta de poblacio? miner� proptamente dtcha, pues [... ] el rasgo que aun la caractenza con�tste en manten�r su aficion a las faenas agricolas, a que subordtna sus ocupactones industriales y sabre todo las mineras; relacionandose intimamente con esta circunstancia el poco efecto uttl del obrero astunano» 45 . En 1 906, la Comision para el Estudio de la Riqueza H�llera Nac�. onal volvia sabre lo mismo: «el rendimiento par obrero atslado, segun la faena a que se dedica, es [ ... ] muy escaso en �sturias. [ ...J Esto es debido al poco apego que tiene el obrero astunano al trabaJo, al que solo dedica de cuatro a cinco horas efectivas» 46• y ese poco apego al trabajo -al trabajo minero, naturalmente-- e�contraba su c?rrelato en el apego que parece haber sentido par la tterra q�e trabaJaba_: en 1 891, un ingeniero de minas escribia que «temen mas _estos vect�?s perder sus terrenos que el jornal con nosotros» 47• _�Extste_ expr�st?n mas nitida del enfrentamiento que en la Astunas dectmonomca parece producirse entre _la logica de 1� �ina -puja�te pero impotente-- y la logica de la tterra -en cnsts pero �e?az. , Actualizar aquella pujanza, acelerar esta cnsts: h� aht la t�rea a la que, en torno precisamente a la �gura del trabaJa�or mtxto, se . -que era tambten, � 1 vez, la entregan los ingenieros. Su resolucton � de la cronica escasez de brazos- exigia elevar la producttvtdad del minero asturiano: esa era «la clave de todo, la condicion sine qua non '

,

·

·

45 Estadistica minera de Espana, 1 889-1890, pp. 492-493. La memoria, f�chada en 1891, aparece firmada por Jose Suarez, a Ia saz6n ingeniero jefe del Dtstnto. . _ , . . . , ob. ctt., _ 46 Comisi6n de Estudio de Ia Riqueza Hullera Nac10nal, lnformacton P· 104 �7 Manuel Montaves a Felix Parent, 28-III-1891, Archivo de Hullera Espanola; cit. en Shubert, ob. cit., p. 34. Vease tambien Nicou, ob. cit., p. 219.

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de adelanto y desarrollo de esta mineria» 48. Pero ello a su vez equivalia a que el trabajador mixto dejara de serlo, a �ue su vid� dependiese 6nica y exclusivamente de las empresas mineras. A Francisco Gascue no se le escapaba que «la indolencia suma de este minero procede de que aun, en realidad, no existe verdadera poblacion obrera, de esa que vive solamente de su trabajo» 49. Paradojicamente, atraer trabajadores inmigrantes requeria proletari­ zar a los trabajadores autoctonos. Nada mas dificil, sin embargo. Porque no era la ignorancia de las virtudes de la prevision lo que explicaba la resistencia del trabajador mixto a dejar de serlo, como podia pensar Nicanor Muniz Prada, medico y profesor de la Escuela de Capataces de Mieres, quien en 1 885 opinaba que «el obrero actual no busca en su oficio los medias con que dominar las crisis domesticas del porvenir: apegado al terrufio, creyendo que solo la propiedad rustica es la salvaguardia de la miseria, la unica que satisface la vanidad de poseer, desconoce por completo las ventajas de la asociacion, despreciando su pequefio ahorro diario y pensando solo en la adquisicion de bienes inmuebles, · cuyo alto precio no guarda relacion con el interes del capital invertido» 50. Si asi fuese, la educacion en la prevision bastaria para desbloquear la situacion. La clave, sin embargo, estaba en otro lugar. A juicio de los ingenieros mas avisados, era precisamente un agudo sentido de la prevision lo que explicaba el insoslayable apego del trabajador mixto a la tierra. En las condiciones de desarrollo sincopado de la mineria asturiana de la epoca, sometida a violentas crisis de consumo, la «indolencia» del trabajador mixto era, precisa­ mente, su unica -y, por cierto, debil- defensa frente al porvenir. A mediados de los afios ochenta del siglo XIX, en un momenta decisivo en el desarrollo de la mineria asturiana, dos ingenieros tuvieron la perspicacia y el valor de no negarlo. En opinion de Luis Adaro, los empresarios mineros «censuran la inconstancia de sus operarios; pero pocos comprenden que este es el resultado natural de una situacion en perpetua crisis, que no ofrece garantia y confianza 48 Gascue, <
desarrollo de Ia producci6n carbonera se halla contrariado par Ia fa!ta de un buen puerto de embarque y de una poblaci6n verdadera y exclusivamente minera». Estadistica minera de Espana, 1 881, p. 120. 50 N. Muniz Prada, <<Estudio medico de los obreros de minas en el Concejo de. Mieres (Asturias)», Revista Minera, 1 885, p. 319.

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para nada. El minero no extiende sus la�ores porque teme que a� dia siguiente tendra que pararlas y el operarto no abandona su terru�o y sus vacas porque sabe que no camera sin ellos el dia que le despt�an de la mina» s t . No es otro el diagnostico de Francisco Gascue: «St el consumo no sufriese estas violentas alternativas, si la curva de su diagrama no presentase los fuertes maximos y minimos que ac�sa y se aproximase algo siquiera a una recta cuyas ordenadas crectesen con cierta firmeza, entonces es bien seguro que se formaria una verdadera clase obrera. [ ...] Donde no hay seguridad o cuando menos, grandes posibilidades de venta, no puede haber una verdade­ ra clase obrera» sz. Era, pues, la propia incapacidad patronal para dominar el mercado de carbones lo que, en ultima instancia, impedia elevar la productividad obrera y resolver la crisis de mano de obra. Los ingenieros de minas o los patronos sabian, pues, que debian partir, en todas sus estrategias, de la mano de obra autoctona, escasa y escasamente productiva. La situacion era tanto mas grave si se considera que los siempre escasos trabajadores inmigrantes con los que, con anterioridad a la primera guerra mundial, podian con�ar no constituian precisamente el modelo m�s deseabl� de obrer? mme�� · Si el absentismo caracterizaba al trabaJador autoctono, la mestabth­ dad definia al trabajador forastero. En 1 883, Francisco Gascue constataba que «todos los meses hay uno o varios que pasan de una mina a otra, trabajando unicamente 4 0 5 dias en una de las d�s» 53. Y en 1 9 1 1 , Lucas Mallada sefialaba que «en un tanto por ctento demasiado elevado, los obreros forasteros mudan de lugar con excesiva frecuencia, o solo acuden periodicamente al trabajo de las minas en los meses de invierno y primavera, cuando son escasas o de poca importancia las faenas agricolas de su pais» 54. A ese elevado turn over se sumaba su, por lo general, escasa pericia en el trabajo minero: «por regia general, los forasteros son peores obreros que los de la provincia, menos diestros en el manejo de las vagonetas y en las maniobras de los pianos inclinados, en los cuales ocurren la mayor parte de las heridas; y por la misma razon mas expuestos, como asi se ha comprobado, en los accidentes de trabajm> 55. En esas 51.

51 52 53 54 55

Adaro, ob. cit., p. 177. Gascue, <
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condiciones, los trabajadores forasteros solian ser destinados a los trabajos del exterior, escasamente cualificados: «como regia general en todas las explotaciones de carbon, la totalidad o casi la totalidad de los obreros de las labores del interior son asturianos; y los forasteros, castellanos y gallegos en su mayor parte, entran en el peonaje ordinario de los trabajos del exterior, cqmo vagoneros y cargadores» 56. Los trabajos del interior, los funcionalmente esencia­ les para el desarrollo regular de las explotaciones, parecen haber sido patrimonio casi exclusivo del trabajador autoctono. y este, en las condiciones de debil division del trabajo y, sobre todo, de escasa mecanizacion, que caracterizaran a la mineria asturiana hasta los afi.os siguientes a la primera guerra mundial, estaba en situacion de conservar una elevada autonomia juncional en el trabqjo y, con ella, el privilegio de su propios habitos y ritmos de trabajo 57, La organizacion de las labores en las minas asturianas parece, en efecto, no haber experimentado cambios sustanciales hasta, al me­ nos, la introduccion de los pozos durante la primera g�erra mun­ dial 58. En las condiciones impuestas por las caracteristicas de los yaci��entos asturianos y por la tecnica minera de la epoca, el tradtctonal sistema de testeros (habitualmente ascendentes, por cuanto permitia a las empresas la extraccion y comercializacion del mineral desde el momento mismo en que la capa de carbon era alcanzada mediante galerias de direccion y, en su caso, transversales, por encima del nivel de los valles en todos los casos) parece haber asignado al trabajo a mano un lugar esencial, cuando no exclusivo, en e� �esarrollo de las labores 59. En 1 874, por ejemplo, «el completo . n se hace sin la intervencion de ningun servtcto de la explotacto ot r mecanico» 60. Desde el avance en esteril y el arranque en el � � tntenor hasta la clasificacion y el lavado en el exterior, pasando por 56 Loc. cit. AI respecto, veanse las informaciones de archivo que suministra Shubert, ob. ci�., pp. 49ss. Esa situaci6n cambiara entre finales de Ia primera guerra . mundtal y comtenzos de los aiios treinta. Vease ibid., p. 52. 57 Vease Perez Gonzalez, ob. cit., p. 431 . 58 Vease Shubert, ob. cit., pp. 44-73. 59 Para una descripci6n de los sistemas de labores empleados en Asturias, vease Oriol y Vidal, ob. cit., pp. 19-21. En general, veanse Malo de Molina, Laboreo... , ob. cit., I, pp. 455-460; y C. de Madariaga, La industria minerva, Madrid: Calpe, 1925, pp. 31-34. 60 Grand, ob. cit., p. 33.

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el arrastre, la totalidad de los trabajos reposaba en esa fecha sobre el esfuerzo humano 61, Desde comienzos de los afios ochenta del siglo XIX, parece iniciarse una cierta tendencia hacia la sustitucion de ese esfuerzo por otras formas de trabajo. Pero unicamente en lo que se refiere a muy especificas tareas de caracter accesorio. En 1 883, Francisco Gascue podia sefi.alar que «Se empieza a echar mano de caballos y bueyes para el arrastre interior» 62, Y en 1885, Nicanor Muniz Prada se felicitaba de que «felizmente la fuerza animal sustituye en esta comarca en sus principales explotaciones a la fuerza del hombre, que desearamos desapareciera para siempre de todos los transportes, organizando estos servicios mas en armonia con nuestra cultura y sobre todo en beneficio de esos pobres nifi.os empleados en estas operaciones» 63, Pero las labores esenciales del interior parecen haber permanecido intocadas. En fecha tan tardia como 1 908, Duro Felguera anunciaba como una novedad la instalacion en el grupo Maria Luisa de un equipo de aire comprimido de caracter experi­ mental, destinado a realizar ensayos de arranque por medio de martillos neumaticos 64. Y todavia en 191 1 , y tras sefi.alar la generali­ zacion en Asturias de talleres mecanicos para la clasificacion y lavado de los carbones, Lucas Mallada se veia en la necesidad de reconocer que «las perforadoras mecanicas [ . . . ) se usan muy poco alii hasta la fecha»: tan solo se empleaban, desde 1 905, en las minas de Solvay & Cie. en Lieres; e incluso en ese caso tan solo en apertura de transversales y galerias de direccion 65, El arranque -alii donde el picador era el rey- seguia sin ser alcanzado por los planes de 61 <<El arranque se hace con pico o con p6lvora, de acuerdo con Ia naturaleza de Ia hulla». En el exterior <<se advierte Ia ausencia de todo motor mec:inicm>. El empleo de caballos en Ia galeria principal de Mosquitera y Ia existencia de lavaderos mecanicos en algunas minas de Fabrica de Mieres y de Duro no parecen ser otra cosa que excepciones aisladas. Ibid., pp. 32, 43, 32-33 y 34 nota. 62 Gascue, <>, ob. cit., p. 155. 63 Muiiiz Prada, ob. cit., p. 321 . Las razones de Ia sustituci6n de vagoneros por animates de tiro parecen haber sido muy distintas a las simplemente humanitarias: sustituyendo muchachos por animates <<no esta el minero supeditado a las continuas exigencias de los vagoneros y expuesto a suspender Ia extracci6n cualquier dia por falta de dichos obreros>>. Gascue, <>, ob. cit., p. 1 56. Vease tambien Shubert, ob. cit., pp. 47-48. 64 Vease Estadistica minera de Espana, 1908, p. 585. Hacia 1900, en Ia cuenca de Mieres, <<se explotaba Ia hulla rudimentariamente, poco mas que "a pico y pala">>. L. Fernandez Cabeza, Proceso de Ia economia mierense en los Ires cuartos de siglo ultimo, Mieres: Impr. Firma, 1 977, p. 12. 65 Direcci6n General de agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 21.

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mecanizacton. Tan solo en los afios veinte lo sera, si bien muy timidamente. En 1 926, fecha clave al respecto, «el arranque se hace por lo general a mano, aunque en algunas minas, como ocurre en las Hulleras del Turon, se trabaja con martillos picadores neumiticos, que se van extendiendo en Ia cuenca en vista del resultado que se obtiene con ellos» 66 , En conjunto, todavia en esa fecha, «el proble­ ma de mecanizacion en Ia cuenca esta[ba] en Ia etapa de estudio» 67. Todo ello no podia dejar de traducirse en una division del trabajo excepcionalmente simple, similar a Ia existente en algunas zonas mineras belgas 68, En 1 873 no existian, en las labores del interior, mas alia de cuatro categorias: picadores, arrastradores (o «rampleros»), entibadores y vagoneros. Por lo demas, unicamente las dos ultimas aparecian bien definidas funcionalmente, mientras que las otras dos presentaban una marcada polivalencia: los picadores «se convierten en barreneros si es preciso», y los arrastradores; ademas de encargarse del relleno y del arrastre del carbon hasta los coladeros, «Se ocupan en subir maderas a los tajos sirviendo de ayudantes a los picadores y entibadores» 69. Doce afios despues Ia situacion no parece haber cambiado 70. Y no cambiara realmente hasta los afios posteriores a la primera guerra mundial. Es cierto que el acuerdo firmado a finales de 1 91 3 entre Ia asociacion patronal y el sindicato minero contemplaba Ia existencia de diez categorias en las 66 Consejo Nacional del Combustible, Dictamen oficial sobre Ia industria hullera en Asturias, Madrid: El Consejo, 1 926, p. 167. El martillo neumatico permitia triplicar Ia

productividad del picador. Vease R. Diaz Quetcuti, <<EI arranque mec:inico de carbon con martillos picadores», Revista Minera, 1931, pp. 332-334. En 1926, <<el transporte de las galerias generales se hace Ia mayor parte de las veces con traccion animal>>. Tan solo en muy contados casos se empleaban locomotoras electricas o de benzol. Consejo Nacional del Combustible, ob. cit., p. 1 68. 67 Ibid., p. 48. <. Ibid., p. 46. Y todavia en 1 930 el arranque mec:inico no suponia ni siquiera Ia tercera parte del tonelaje total extraido. Vease 0. Knott, <>, Revista Minera, 1 932, p. 1 60. El fenomeno era general en el conjunto de Ia mineria espanola, incluso en cuencas de yacimientos mas favorables; en lo que se refiere a las rozadoras mec:inicas, en 1 925 <<en Espana apenas si funciona alguna en periodo de ensaym>; y, por su parte, <<el martillo picador no es todavia de uso comun, quiza no por dificultades suyas, sino por el manejo menos comodo en relacion al pico en los lugares dificultosos, donde hay que trabajar con una constante labor de entibaciom>. Madariaga, ob. cit., pp. 38 y 34-35. 68 Vease Shubert, ob. cit., p. 45. 69 Oriol y Vidal, ob. cit., pp. 20-21. 70 Vease Muniz Prada, ob. cit., pp. 320-321.

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labores del interior y de cinco en las del exterior 71 ; pero no es menos cierto que tal escala parece haber tenido un sentido mas retributivo -en funcion de una cierta institucionalizacion del aprendizaje- que propiamente funcional. Por lo demas, todavia en 1917, una oferta de empleo de Duro Felguera fijaba las tareas de los picadores con un caracter marcadamente polivalente: «arrancar carbon en los testeros o realces con pica a mano; [... ] sostener los hastiales o paredes de las capas, colocando madera de techo a muro»; de modo an:ilogo a lo que ocurria en el caso de los «obreros para galerias de carbon»: «barrenar a mano con maza y colocar madera de entibacion para sostener la galeria» 72 . En esas condiciones, todo parece indicar que los obreros mineros asturianos (sabre todo los pertenecientes a las categorias esenciales del interior) pudieron gozar, hasta al menos los afios veinte del siglo XX, de una considerable autonomia profesional, que se traducia en el hecho de que su eficiencia !aboral -la productividad que tanto preocupaba a patronos e ingenieros- dependiese casi exclusivamen­ te de su aptitud -producto, ademas, de la sola experiencia- y, sobre todo, de su actitud ante el trabajo: en 1 861, un ingeniero constataba que, «si bien el sistema (de labores y de organizacion del trabajo] es casi el mismo en toda Ia cuenca, habre de hacer alguna distincion por localidades, que dan diferentes resultados, los cuales mas dependen del caracter y condiciones del personal obrero que de Ia diferencia del plan o metoda de laboreo» 73. Y en 1 882, Francisco Gascue decia del minero asturiano que «en su trabajo entra por mas la habilidad y destreza» que cualquier otro factor 74. Por lo demas, Ia situacion generada por esa dependencia era tanto mas espinosa cuanto que los salarios constituian el renglon mayoritario en el costo unitario de tonelada extraida de carbon: todavia en 1915, «en Asturias [ ... ] entra la mano de obra por 60 a 65 por 100 del precio de coste» 75; y tan solo los salarios del personal de 71 Vease <>, Revista Minera, 1 914, pp. 78-80. 72 <>, Revista Minera, 1917, pp. 278-280. 73 Alvarez Buylla, ob. cit., p. 21. De un modo general, otro ingeniero de minas, Eugenio Maffei, escribia en 1 879: <>, ob. cit., p. 66. 75 Comision de Estudio de Ia Riqueza Hullera Nacional, <<Medidas ... >>, ob. cit., p.

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arranque suponian entre el 30% y el 44% del costo unitario de la tonelada bruta, y entre el 20% y el 25% del de la tonelada clasificada y lavada 76.

13.

UN ABANICO DE ESTRATEGIAS PATRONALES: DEL TRABAJO AL SALARIO, DEL SALARIO A LA VIDA

Asi, pues, los patronos e ingenieros asturianos parecen haberse encontrado, en lo que se refiere a la formaci6n y gesti6n de las plantillas, en una nada agradable situaci6n: la estrechez e inelastici­ dad del mercado de trabajo minero, los habitos de trabajo y de vida del trabajador mixto y, finalmente, su elevada autonomia laboral c�nstituian un triple registro de problemas que obstaculizaban, dia a dta, el desarrollo regular de las labores e impedian, ademas, la elaboraci6n y puesta en practica de planes de explotaci6n a largo plazo por parte de las empresas. Lo verdaderamente grave era, por lo demas, que esas tres series de problemas se presentaban y actuaban simultaneamente, imbricandose unas con otras y reforzando­ se mutuamente en sus efectos. En su encadenamiento acotaban un triangulo maldito cuya remoci6n unicamente podria producirse por la via de una ruptura simultanea de sus tres lados: las eventuales soluciones de cada uno de los problemas planteados equivalia a solucionar, al tiempo, todos los demas. La deseada inmigraci6n, al . � segmentar el mercado de trabajo, contribuiria a romper el amphar m�nopoho que sobre este ejercian los trabajadores aut6ctonos, est1mulando asi la elevaci6n de su productividad; pero, al tiempo, aquella inmigraci6n no seria posible sin elevar los salarios de los tra�ajadores asturianos, lo cual, por su parte, unicamente parecia postble sobre la base de transformar previamente sus habitos de vida y de trabajo. Por su parte, esa transformaci6n exigia de una acentuaci6n de la dependencia del trabajador mixto aut6ctono respecto del salado minero; pero, a la vez, este estaba en condicio­ nes, en funci6n de la escasez de brazos y de su autonomia en el 52.

328. En 1 91 1 , Luis Adaro seiialaba que <
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trabajo, de resistir eficazmente a los intentos patronales de acelerar su proletarizaci6n. Desarraigar al trabajador mixto, atraer y fijar al trabajador forastero y educar a uno y otro en un conjunto de gestos, habitos y actitudes adecuados a las exigencias del trabajo minero en condicio­ nes capitalistas constituian, pues, las tres jacetas de un mismo oijetivo: Ia produccion del trabtijador colectivo . Los ingenieros de minas no se engaii.aban acerca de la envergadura de la transformaci6n que se proponian. Sabian bien que los trabajadores mineros, especialmente los del interior, no se improvisaban: «estos no se improvisan tan facilmente, ni se educan sino en cierta edad» 77. Sabian bien que se enfrentaban a un largo y lento proceso de habituaci6n de la mano de obra, un proceso de plazo generacional. Asi parecia ser en lo que se refiere a los habitos que era preciso extirpar de los trabajadores aut6ctonos: «los habitos de no trabajar no se arrancan facilmente cuando estan arraigados de padres a hijos; la poblaci6n minera no se forma ni en un dia, ni en un aiio» 78. Pero el proceso no prometia ser mas rapido en lo que se refiere a las aptitudes que era preciso inculcar en los trabajadores forasteros: «el hijo del que se fijase en el pais, empezaria como los de aqui a trabajar desde pequeii.o en la mina, para llegar en su dia a picador 6 entibador» 79. En 1 896, Jose Suarez resumia asi el camino que esperaba a patronos e ingenieros: «en todas partes se ha luchado con dificultades para la creaci6n de la poblaci6n minera, y esta ha sido el resultado de una larga y penosa elaboraci6m> so. Dada la estrecha interpenetraci6n con la que los problemas a resolver se presentaban, las estrategias elaboradas y, en diferente medida, puestas en practica parecen presentar, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, un desarrollo cronol6gico simultaneo: todo parece indicar que patronos e ingenieros tantean, a la vez, sobre diferentes registros estrategicos, lo cual hace dificilmente discernible, en ocasiones, la filiaci6n de unas u otras soluciones. Sin embargo, en su desarrollo argumental, aquellos registros pueden disponerse con arreglo a una secuencia que, iniciandose en el ambito estricto de la producci6n, tenderian a ampliarse luego hacia ambitos de aplicaci6n 77 L. Adaro, <>, ob. cit., p. 585. 79 Ibid., p. 372. 80 Suarez, ob. cit., p. 31.

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que, al menos directamente, remiten antes a la gesti6n del salario y, en general, de la reproducci6n que al proceso mismo de trabajo, en el que, sin embargo, aspiran a surtir efecto. La transformaci6n de los modos en los que el trabajador ejecutaba su trabajo parece haber sido el primer eje de intervenci6n de patronos e ingenieros. Ya en 1 874, Albert Grand proponia transformar aquellos modos por la via de limitar el trabajo a mano: «la mano de obra es escasa y el rendimiento del trabajador general­ mente muy debil [ ... J. El remedio a una situaci6n tal habra de consistir necesariamente [ . . .) en sustituir hasta donde sea posible el trabajo a mano por el de animales de tiro o el de maquinas» 8t . A partir de ese momento, la aspiraci6n a mecanizar los procesos de trab,Yo sera una constante en los programas de los ingenieros: en 1 902, Luis Adaro proponia «reemplazar el esfuerzo manual o corporal, alii donde sea posible, por procedimientos mecanicos» 82; en 1 910, en el marco de las dificultades de Duro-Felguera, otro ingeniero sostenia que la empresa «puede vivir aun esplendidamente si un fuerte refuerzo de capital le permite llevar sus explotaciones carboniferas de una manera intensa con grandes socavones, bien instalados pozos maestros, preparaciones extensas y medios mecanicos de arran­ que» 83; y en 1 91 5, refiriendose a los problemas de escasez y baja productividad del trabajador asturiano, de nuevo Luis Adaro acon­ sejaba a los directores de minas «acometer de lleno el problema de ir economizando obreros, sustituyendolos con procedimientos mecani­ cos, en muchas de las faenas subterraneas que, como el arranque, la socavaci6n en esteril, la preparaci6n y el transporte, hoy se practican comunmente a brazo» 84, Con ello se trataba, evidentemente, de minimizar costes econo-

53.

81

Grand, ob. cit., p. 60.

Memoria del ejercicio de 1902 de Ia Union Hullera y Metalurgica de Asturias; cit. en Ojeda, Asturias..., ob. cit., p. 241 . 83 P. Fabrega, «Sintomas de decadencia nacional: el caso Duro-Felguera>>, Revista Minera, 1 901, p. 290. 82

84 Comision de Estudio de Ia Riqueza Hullera Nacional, «Medidas ...>>, ob. cit., p. 331 . Todavia en fecha tan tardia como 1 929, el ingeniero-jefe de Hulleras del Turon afirmaba que «el mercado ha de ser obra de nosotros mismos; [...] y para esto no contamos mas que con un media, modificar el sistema de trabajo [con] los elementos mec:inicos como ayuda, como complemento, como sustitucion hasta donde sea posible de Ia energia muscular del trabajo corporal del hombre>>. R. de Riego, MecanizaciOn de los servicios en las minas, 1 929; cit. en Shubert, ob. cit., p. 62.

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mizando mano de obra. Pero mas alia de eso se trataba, ante todo, de maximizar beneficios, de incrementar la productividad del trabaja­ dor. En el marco de la estrategia de mecanizaci6n, ese incremento equivalia a limitar la autonomia funcional del trabajador minero, a banalizar el oficio de minero, a acabar con el minero de oficio. La mecanizaci6n del proceso de trabajo contribuiria a limitar, en efecto, el largo y empirico aprendizaje de los saberes profesionales, redu­ ciendo al trabajador a la condici6n de mecanismo susceptible de ser facilmente sustituido. Francisco Gascue era explicito al respecto cuando se referia a las ventajas de aplicaci6n de una perforadora mecanica destinada a sustituir el tradicional sistema de colocaci6n de barrenos con maza: «tanto la perforadora, como su soporte, son tan sencillos que su manejo lo aprende enseguida cualquier obrero» 85. Al mismo tiempo, la mecanizaci6n habria de contribuir a reducir la dependencia existente entre los niveles de productividad y los saberes y actitudes del trabajador: por medio del empleo de perfora­ doras mecanicas en el arranque, «la cantidad de trabajo util realizado depende mas de la maquina que de la capacidad y voluntad del operario» 86• Lamentablemente, la blandura del carbon asturiano, la escasa potencia y elevada inclinaci6n de las capas, y su irregularidad (abundancia de fracturas, escasos anchurones seguidos de largos estrechamientos) parecen haber vedado a los ingenieros, por mucho tiempo, la aplicaci6n generalizada de esa estrategia, particularmente en las labores de arranque, aquellas en las que la autonomia del trabajador era comparativamente mayor 87• A ese obstaculo tecnico 85 F. Gascue, «Perforadora Cantin: experiencias en el valle de Langreo», Revista Minera, 1 885, p. 239. Segun Gascue, Ia perforadora seria aplicable en Ia perforacion de

transversales y de guias, pero no en el avance en carbon. 86 <>, Revista Minera, 1 896, p. 207. <>, ob. cit., p. 1 53, cursiva mia. 87 En 1915, Ia Comision de Estudio de Ia Riqueza Hullera Nacional sefialaba que en muchas minas de Asturias <
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parece baberse aiiadido la propia resistencia obrera: en 1 922, y tras constatar el fracaso con el que se babian saldado los intentos precedentes de mecanizar el arranque, Hulleras del Turon, la empresa pionera en este terreno, seiialaba que «se desconocen las causas concretas del fracaso; pero suponemos que influiria en el [... ] el dar a los antiguos metodos y a la practica del personal un valor que esta lejos de tener en realidad. La rutina y la resistencia del personal a las innovaciones bizo fracasar un procedimiento que ya debia de estar implantado en todas las minas importantes» 88. En lo esencial, basta al menos los aiios veinte del siglo XX, los patronos e ingenieros asturianos no parecen baber conseguido transformar sustancialmente los modos de ejecuci6n del trabajo minero: la estrategia de disciplinamiento del trabajador desde el interior del trabcyo mismo resultaba por el momenta inaplicable en Asturias. Obstaculizada por imperativos tecnicos y sociales, la estrategia de mecanizaci6n -la que de un modo mas directo babria contribui­ do a transformar las condiciones de uso de la fuerza de trabajo y a minar la capacidad de resistencia de los trabajadores-, patronos e ingenieros asturianos debieron intentar simultaneamente el discipli­ namiento del trabajador desde el exterior del proceso de trabcyo, a partir, ante todo, de la vigilancia directa sabre ese proceso. Ya que no pareda posible transformar los modos de trabajar, las empresas debian asegurar al menos la presencia y control de los trabajadores en las labores. El establecimiento de reglamentos de regimen interior y la construcci6n de una cadena de mando capaz de bacerlos efectivos parecen baber sido los instrumentos privilegiados por esta segunda linea estrategica 89, La aplicaci6n del sistema de listas a la entrada de arranque». Comisi6n de Estudio de Ia Riqueza Hullera Nacional, «Medidas ... >>, ob. cit., p. 239. En esas condiciones, el empleo de descalzadoras mecanicas era pr:ictica­ mente imposible. Vease Consejo Nacional del Combustible, ob. cit., p. 167. 88 Estadistica minera de Espana, 1922, p. 383. 89 Hasta donde se me alcanza, nada sabemos de los reglamentos de regimen interior de las minas asturianas (como, por lo demas, tampoco de las de otras areas y ramas industriales); los historiadores sociales parecen no dar importancia a este aspecto esencial en Ia historia de los modos de gesti6n del trabajo. Y, sin embargo, existen suficientes indicios de que tales reglamentos no debieron ser infrecuentes en Ia mineria asturiana --al menos en las grandes empresas-, incluso con anterioridad a Ia entrada en vigor del Reglamento provisional de Policia Minera, de 18-I-1910, que establecia -en sus arts. 29 y 30- Ia obligatoriedad de tales reglamentos particulares. A ellos alude Marva con car:icter general: vease J. Marva y Mayer, E/ trabtljo en las

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la galeria principal, por ejemplo, debi6 generalizarse a partir de los aiios noventa del siglo XIX. Todavia en 1 883, proponia Francisco Gascue el introducir tal sistema, advirtiendo a la vez que se trataba de una «costumbre que aqui no se usa, sin duda por demasiado antigua» 90• Pero, ya en 191 1 , Lucas Mallada seiialaba que «es regia general que se pase lista a la entrada, por lo comun a las seis de la manana» 91 • Lo sorprendente, por lo tardio de la fecba, es que, por lo general, los obreros «no estan obligados a presentarse a la lista .en la salida» 92; e incluso que existiesen empresas, como Minas de Figare­ do, en ·las que tal sistema no fuera empleado ni siquiera a la entrada 93• En cualquier caso, el capataz parece baber sido la figura esencial en la aplicaci6n de los sistemas de vigilancia directa. En condiciones de autonomia funcional del trabajador, la importancia del capataz dificilmente podia ser exagerada, tal y como temprana­ mente babia seiialado Eugenio Maffei: «un buen capataz puede decirse que es el principal elemento de prosperidad de la explota­ ci6m> 94• En el se valoraba, ante todo, su frecuente origen obrero y, en todo caso, su conocimiento directo de los babitos de trabajo obreros 95; lo cual, al facilitar el cumplimiento de la labor de vigilancia que tenia encomendada, bacia de el «Un elemento de gran valia para el adelanto de esta industria carbonera» 96, minas: a proptisito de las peticiones que las sociedades obreras elevaron a/ Gobiemo en el aiio 1909, Algorta: Zero, 1970, p. 69 (1.• ed.: 1910). En el caso de Hullera Espanola, en

particular, parece haber existido un reglamento desde el momenta mismo en que el primer Marques de Comillas se hace cargo de las minas de Aller, bacia 1882. Tal reglamento habria sido reformado tras Ia constituci6n formal de Hullera Espanola en 1 892, y de nuevo en 1910, tras Ia entrada en vigor del Reglamento provisional de Policia Minera. Nevares transcribe algunos articulos de los dos primeros. Vease S. Nevares, El patrono ejemplar: una obra maestra de accitin social, Madrid: Raz6n y Fe, 1936, pp. 66-68. 90 Gascue, «La industria...>>, ob. cit., p. 399. 91 Direcci6n General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 1 1 . 92 Loc. cit. En Hulleras del Turon se pasaba lista a Ia entrada y a Ia salida. Ibid., p. 12. 93 Loc. cit. En Ia fabrica de Lugones no habia listas, pero si fichas a Ia entrada <<sistema indudablemente mas expedito y silencioso que el de las listas>>. Loc. cit. 94 Maffei, ob. cit., p. 500. 95 <<Tienen el merito [los alumnos de Ia Escuela de Capataces de Mieres] de haber salida casi todos de Ia clase de operarios>>. Suarez, ob. cit., p. 35. <>. Gascue, <>, ob. cit., p. 403. 96 Loc. cit. La funci6n de vigilancia debia extenderse tambien, con connotacio­ nes explicitamente policiales, a los conflictos laborales: <
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En cualquier caso una cosa era poner los rriedios para asegurar la presencia de los trabajadores en la mina --e incluso en los tajos 97_ y otra, lamentablemente distinta, estar en condiciones de aplicar correctivos eficaces en el caso de que aquella no se produjese. En las condiciones de escasez de brazos en las que patronos e ingenieros se vieron obligados a desenvolverse, todo parece indicar que su capacidad para hacer efectivos los reglamentos debio ser muy limitada. Ya en 1 861 lo seiialaba Restituto Alvarez Buylla: «la escasez de obreros habiles para tantas empresas a la vez, hace que estas toleren muchas faltas de cumplimiento y aun de asistencia» 98. La impotencia patronal a la hora de castigar las faltas obreras no parece disminuir con el paso del tiempo. El 1 887, el ingeniero-jefe de Hullera Espanola, en carta a su superior, expresaba su incapacidad para despedir a los obreros que se habian ausentado sin permiso: «lo peor es que hoy no puedo ponerlos a todos en la calle porque si lo hago tengo mucha falta alli de pinches y estamos una porcion de dias hacienda mal servicio» 99• Y, todavia en 1 905, dos ingenieros franceses escribian que «en general, la vigilancia resulta muy dificil en las minas asturianas; el capataz tiene poca influencia sobre el obrero; no puede aplicarle el mismo multas y, con la actual penuria de personal, dificilmente se had caso a las peticiones de despido que desempeiiar en una huelga, auxiliando a sus jefes los Ingenieros en Ia investigaci6n de las causas que Ia motiven, niimero y nombre de los individuos que Ia promueven y recursos que cuenten para sostenerlos, prevalidos de su influencia sobre el obrero y de las relaciones constantes que con el les impone el cargO>>. Suarez, ob. cit., p. 36. El capataz debia tambien cooperar poderosamente a Ia suavizaci6n de los conflictos laborales: «tambien es muy importante en el orden social Ia armonia que procura este personal entre el propietario y el obrero, siendo, por decirlo asi, el eslab6n que enlaza amistosamente a! capital con el trabajo, evitando como fie! intermediario y conocedor de los deberes de ambas partes, los rozamientos comunes y de tan funestas consecuencias». R. Rodriguez, «Escuela de Capataces de Minas de Asturias», AnHario de Ia Miner/a, Metalwgia y Electricidad de Espana, 1 896, p. 99. 97 Lo cual implicaba un plantel aiin mayor de vigilantes: «para evitar abusos en el tiempo invertido entre Ia hora fija de entrada y el momento de emprender Ia tarea, en algunos puntos, como Arnao, se rectifican las listas por los vigilantes de cada tajm>. Direcci6n General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 1 1 . 98 Alvarez Buylla, ob. cit., p . 28. <>. Ibid., p. 27. 99 Manuel Montaves a Felix Parent, 14-IX-1887, Archivo de Hullera Espanola; cit. en Shubert, ob. cit., p. 31.

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pudiera formular» 1 00. Por lo demas, en condiciones de mineria de interior, el sostenimiento de una vigilancia estricta alcanzaba muy rapidamente limites maximos de rentabilidad: la vigilancia «no puede ejercerse rigurosamente en sitios oscuros y sobre una porcion de trabajadores diseminados en muchos puntos distintos, asi que la vigilancia es mas costosa y salen muy caras las labores» 1 01 . Por diferentes motivos, pues, todo parece indicar que los intentos patronales de disciplinar al trabajador desde el proceso de trabajo -sea desde su interior, por medio de la mecanizacion, sea desde el exterior del mismo, por medio de reglamentos y vigilan­ cia- se enfrentaban en Asturias a muy considerables limitaciones. En esas condiciones, patronos e ingenieros asturianos debieron verse en la necesidad de buscar, mas alla del proceso de trabajo, un fulcro sobre el que apoyar una palanca capaz de remover los obstaculos que se oponian al incremento de la productividad del trabajador. Creeran encontrarlo en Ia gestirin del salario. Ello implica­ ba, no solamente un cambio de terreno de intervencion, sino tambien una transformacion de los modos de disciplinar: lo que no parecia posible por medio de la coercion directa (la coercion de la maquina, la coercion del capataz) tal vez lo fuera por medio del estimulo indirecto. Incapaces de transformar los modos de trabajo, incapaces de obligar al trabajador a sujetarse a la disciplina directa, patronos e ingenieros asturianos parecen haber optado por «conven­ cer al obrero de que aumente su tarea habitual» 1 02 • La disciplina se convertia asi en moral, en intento de transformar la actitud del trabajador ante el trabajo. El salario, ademas de instrumento de reproduccion, debia convertirse en herramienta de educacion del trabajador. El salario directo, en primer lugar. Destajismo y pago a destajo parecen haber sido los dos ejes esenciales de su gestion. El primero

54.

1oo Nicou, ob. cit., p. 217. Si hemos de dar credito a Marva, <>. Marva y Mayer, El trabqjo... , ob. cit., p. 69. 101 Maffei, ob. cit., p. 502. Todavia en 1913, <, Estadistica minera de Espana, 1913, p. 307. 102 Gascue, <>, ob. cit., p. 373.

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Del programa a las estrategias

-una forma de subcontratacion o marchandage- presentaba, en principia, importantes ventajas para el patron. En el doble marco de un mercado de trabajo debilmente organizado y de una elevada autonomia !aboral del trabajador, el destajismo permitia al patron dimitir de sus responsabilidades en el terreno del reclutamiento de la �ano de obra y en el de la gestion de la organizacion del trabajo. Ltberado de tales preocupaciones, ocupado unicamente en las tareas de comercializacion del producto y supervision general de la producci6n, el patron dejaba de ser empresario y director para convertirse en simple mercader; y la empresa, al tiempo, dejaba de serlo para convertirse en simple negocio. Pero el destajismo era alga mas que un escudo; debia ser tambien, a la vez, un arma. Un arma capaz de romper la solidaridad de los trabajadores de oficio, por la via de la aplicaci6n selectiva de estimulos salariales diferenciados. La dimision patronal se producia, por lo general, en beneficia de una figura intermedia: la del destajista, asentista o contratista. Era este quien se encargaba, en la practica, de las dificiles tareas de recluta­ miento y (sub)contratacion de la mana de obra, organizacion del trabajo y, en ocasiones, pago de salarios y gestion de las relaciones laborales. Hombre del oficio habitualmente, el destajista se veia asi promovido a la condicion de empresario de mana de obra sin por ella convertirse en capitalista. Esa doble condicion de «obrero empresarial» debia hacer de ei un organizador eficaz del trabajo -en tanto que su pasado de trabajador de oficio le permitia conocer de cerca aquellos problemas que el patron y el ingeniero ignoraban- y, a la vez -en tanto que su posicion intermedia asi se lo exigia-, un poderoso agente de sobreexplotacion de sus companeros to3. Tal sistema parece haber sido adoptado tempranamente por los patronos asturianos 104. Ya en 1 874, Albert Grand informaba de que «el arranque y la extraccion de los productos al exterior constituyen por lo general el objeto de contratos entre el explotador y un contratista que se compromete a entregarle la hulla extraida a un precio fijado de antemano» 105. Por su parte, Francisco Gascue constataba, en 1 883, la aplicacion generalizada de ese sistema a las labores de excavaci6n de galerias transversales y de direccion, y a las de 103 AI respecto vease Mottez, ob. cit., pp. 29 56. 104 Vease Shubert, ob. cit., pp. 66-70. 105 Grand, ob. cit., p. 35. Por lo general los gastos de mantenimiento -

y de material corrian a cargo del patron, mientras que las herramientas, Ia polvora y el aceite de iluminacion lo hada de cuenta del destajista.

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arranque 106. Y en 1 9 1 1 Lucas Mallada confirmaba el hecho en lo que se refiere a las labores de avance en esteril, excavacion de galerias de direccion, arranque y, en ocasiones, arrastre interior. El resto de las labores del interior (entibacion, conservacion de vias, carga de vagones, etc.) asi como la totalidad de las labores del exterior, solian ser gestionadas «por administracion», es decir, directamente por la empresa 107. Ella no era en modo alguno casual: era alli en donde la autonomia funcional del trabajador minero presentaba rasgos mas acusados, donde cabia esperar que el destajismo diera sus mejores frutos. En la practica, sin embargo, tal sistema no estaba exento de problemas. De problemas de vigilancia, en primer lugar. Porque si bien un sistema tal permitia a los patronos prescindir de la vigilancia sabre los obreros, los obligaba, en cambia, a redoblarla sabre los contratistas, quienes, en su propio provecho, tendian a mirar mas la cantidad que la calidad del trabajo realizado 108, Ademas, la escasez de obreros de oficio permitia a los destajistas, en ocasiones, el violar y renegociar los terminos de las contratas, convirtiendo a estas en <mna parodia de las mismas» 109, Si a ella se une la persistente resistencia obrera al sistema de contratas, y el hecho de que, a la larga, tal sistema no hacia sino encarecer el costa unitario de la 106 Vease Gascue, <>, ob. cit., pp. 388 y 399. 101 Vease Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., pp. 1 1-18.

En Hulleras del Turon, por ejemplo, «con objeto de economizar vigilancia, se conceden sus contratas a obreros antiguos, de completa confianza, los cuales responden de toda su cuadrilla>>. Ibid., p. 1 5. . . 108 Ya Eugenio Maffei llamaba Ia atencion sobre ello en 1879: <>. Maffei, ob. cit., p. 509. to9 Gascue, <>, ob. cit., p. 399. Gascue propondra un sistema de contratas basado en tipos de gratificacion ponderados con primas a Ia cantidad y a Ia economia de gastos de explotacion.

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tonelada de carbon 1 10, no resulta dificil comprender que el destajis­ mo no haya podido aparecer a los ojos de patronos e ingenieros como una solucion duradera a los problemas de gestion de la mano de obra. En cualquier caso, su accton debia verse reforzada por la del pago a destajo. Si el destajismo debia contribuir a enfrentar a algunos trabajadores privilegiados con sus compaiieros de oficio, el pago a destajo debia enfrentar a todos y cada uno de ellos consigo mismos. Alli donde el destajismo convertia a algunos trabajadores . de mano de obra, el pago a destajo debia convertirlos en empresanos a t?dos en comerciantes de su propio trabajo. Si el destajismo asptr�ba a romper la solidaridad obrera en el trabajo, el pago a _ asegurar su completa disolucion 1 1 1 . En condiciones de destaJo debta

autonomia funcional, el pago a jornal no presentaba, para los patronos, mas que inconvenientes: «el trabajo a jornal tiene el incon�e':ient� de que iguala al mal trabajador con el bueno y exige una vtgtlancta muy grande, porque como los obreros no tienen interi:s en trabajar con actividad, la mayor parte disminuyen la suma de su e �fuer�o cuando falta la vigilancia» 1 1 2, En cambio, con el pago a desta)O «Slempre Se adelanta mucho mas que a jornal y es mas ventajoso para el operario y para la empresa, porque el primero gana realmente mas, y como la labor se hace mas pronto, no sale a un precio mas subido que si se hiciera a jornal. En efecto para los obreros las operaciones se simplifican, ellos se vigilan mutamente, el servicio marcha con rapidez y puede disminuirse el numero de capataces y celadores encargados de la vigilancia; en fin es facil el com� robar a c� da momento las ganancias y las perdidas que ocastona el trabaJO. En cuanto al obrero, asociado por decirlo asi a la empresa e interesado en su buen exito, utiliza todas sus facultades cor?orales y mentales, busca los metodos mas expeditos, aprovecha el tiempo» 113• El pago a destajo, tanto en regimen de contrata como 11 0 E 1906 Ia Comisi6n de Estudio de Ia Riqueza Hullera Nacional proponia �

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«por administracion», parece haber sido tempranamente utilizado en la mineria asturiana: ya en 1 851 un ingeniero de minas seiialaba, refiriendose a las minas de Riosa, que «la mayor parte de nuestros obreros trabajan a destajo» 114. El pago a destajo parece haber sido el modo habitual de pago de los salarios en el caso de aquellas labores en las que la autonomia del trabajador bacia que su productividad dependiese casi exclusivamente de ei mismo, particularmente en las labores de arranque y de apertura de galerias: en 1 910, Jose Marva seiialaba que, mientras los vigilantes, vagoneros, rampleros, caballis­ tas, pinches y obreros del exterior eran pagados habitualmente a jornal, «en todas las minas, la labor de picar el carbon es dada a destajo individual, y asimismo es tambien dada la apertura de galerias y pozos-guias y transversales, y en algunas la entibacion de las galerias», siendo calculado el salario por metros de avance y caracteristicas de la roca en los primeros casos, y por numero de entibas colocadas en el ultimo 1 1 5. A pesar de todo, la eficacia pr:ictica del pago a destajo se enfrentaba, en el caso de Asturias, a una grave limitacion. Su eficac;ia teorica reposaba sobre la previa sensibilizacion del trabajador a estimulos economicos monetarios. Y por lo general ese no parece haber sido el caso entre los trabajadores asturianos. Para el trabaja­ dor mixto ---a quien esperaba, a la salida de la mina, otra jornada de trabajo- el tiempo lo era todo. De tal modo que el eventual incremento de su salario minero, siempre que fuese a costa de aumentar su permanencia en la mina o su fatiga, no parece haberle compensado completamente de la limitacion o abandono de su trabajo agrario; la funcion educativa del pago a destajo parece haberse enfrentado a una relativa insensibilidad a los estimulos monetarios. En 1 883, Francisco Gascue seiialaba, con perplejidad, que «hoy se dan a todas horas casos de ofrecer 0,20 pesetas mas al vagonero, que ha terminado su tarea a las 3 1 /2 de la tarde, para ingenieros de minas: Ia Revista Minera dedicara a Ia cuesti6n varios articulos, en muy diversas fechas. Veanse, por ejemplo, <>, 1 893, pp. 138-139; <>, 1919, pp. 210-21 1, 225-227; <>, 1920, p. 51; <<Sobre el pago de Ia mano de obra>>, 1920, pp. 513-514, 525-527, 541-542, 555-556. 114 D. Thiry, <<Memoria relativa a las minas de Riosa», Revista Minera, 1 851, p. 488. El maestro minero, los capataces y el herrero eran pagados a jornal. 11s Marva y Mayer, El trabt!Jo... , pp. 69 y 70. Lo mismo es confirmado por Lucas Mallada en 1911; vease Direcci6n General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., pp. 1 1-12 y 14.

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sacar otro vag6n, y negarse ei a ello, prefiriendo estar sentado dos horas en la plazuela, brazo sobre brazo y pierna sobre pierna» 1 1 6 . Por lo demas, frente a tal «indolencia», de nada servian las actitudes autoritarias, vedadas a patronos e ingenieros por la cr6nica escasez de brazos: «hoy escasea la mano de obra, hay pocos jornaleros y no se puede prudentemente hacer ninguna tentativa para obligar a los mineros a trabajar mas, pagandoles mayor jornal» m . En 1 896, Jose Suarez volvia a constatar esa ausencia de respuesta a los brillantes seiiuelos del pago a destajo: «el obrero es generalmente apatico y frugal; su aspiraci6n es a ganar siempre un jornal con el menor trabajo posible; propende a trabajar poco y despacio y prefiere esto a ganar mucho» 1 1 8• Y en 1905, Nicou y Schlumberger seiialaban con claridad los limites del pago a destajo: «cualquiera que sea la tasa del salario a destajo, este obrero, de gustos muy modestos, sabra arreglarse para no rendir mas que un minima estricto, pediri una elevaci6n de salario, pero no para ganar mas, sino para trabajar menos» 1 1 9 • Ademas, con el paso del tiempo y el desarrollo de la o.pnciencia sindical, esa resistencia pasiva al pago a destajo se trocara en resistencia activa: en 1921, la Comisi6n para el Estudio de la Industria Hullera Asturiana seiialaba que «la tendencia de los obreros, hoy es a la supresi6n de los destajos, con objeto de trabajar lo menos posible y disminuir el efecto util para que falten brazos y los jornales tengan que elevarse, desquiciando de este modo el organismo de la naci6m> 120. Asi, pues, todo parece indicar que la gesti6n del salario directo (selectiva en el caso del destajismo y generalizada en el caso del pago a destajo) no solucionaba completamente los problemas de recluta­ miento, productividad y autonomia funcional a los que debian enfrentarse los patronos asturianos. Un ultimo recurso se les presentaba: la elaboraci6n y gesti6n del salario indirecto, la produc­ ci6n de un conjunto de «obras sociales» capaces de desarraigar al trabajador aut6ctono y de atraer y fijar al trabajador forastero, de elevar la productividad de uno y otro, y de sustituir las relaciones 1 16

Gascue, <>, ob. cit., p. 388.

11 7 Ibid., p. 146. Gascue propondra formar una cuadrilla de diez obreros forasteros

y pagarles a destajo durante un tiempo a fin de convencer a los trabajadores aut6ctonos de las bondades de tal sistema .de salario. 1 1s Suarez, ob. cit., p. 24. 11 9 Nicou, ob. cit., p. 217. 1 20 Transcrito en Consejo Nacional del Combustible , ob. cit., p. 213.

Los problemas y las estrategias de gestidn

211

horizontales de solidaridad por una espuria «solidaridad» vertical entre trabajador y empresa. La empresa-negocio debia convertirse en empresa-familia y el patr6n-mercader en patron-padre. La nueva estrategia sera tempranamente elaborada. Coincidiendo con los inicios mismos de la mineria a gran escala, un ingeniero de minas informaba en 1 859 de que, «para remediar [la estrechez del mercado de trabajo] entra en los planes de las sociedades establecer grandes edificios en que alojar un crecido numero de operarios, con objeto de atraerlos de otros puntas mas lejanos y suscitar la debida concurrencia, evitando el monopolio que en el dia ejercen los del pais» 121 . Y dos aiios mas tarde, Restituto Alvarez Buylla aconsejaba a las empresas «construir al pie de sus minas pequeiias colonias en buenas condiciones higienicas, dando las habitaciones en arrenda­ miento equitativo, y construyendo cuarteles para los obreros tran­ seuntes y solteros, que sin familia propia podrian vivir econ6mica­ mente en comunidad, surtiendose de los almacenes que al efecto tengan dichas empresas; asi podran establecer capillas y capellanes respetables para el culto divino y buena moral. Finalmente las cajas de ahorro y las de socorro mutuo tambien son medias eficaces de civilizaci6n, obediencia y felicidad para la clase obrera, que recono­ ciendo justa bondad en sus protectores, los ayudara lealmente en la asiduidad y economia, que son los requisitos perpetuos e imprescin­ dibles de toda industria honrada» 1 22 . Incompleta todavia, la estrate­ gia paternalista aparece ahi definitivamente formulada. Para muchos aiios, por lo demas. En 1 874, Albert Grand escribia: «es preciso que ei [el obrero] pueda reparar convenientemente sus fuerzas por medio de una alimentaci6n sana y abundante; es preciso arraigarlo a la explotaci6n ofreciendole un alojamiento sano y confortable en las cercanias de la mina para que, satisfecho de los esfuerzos que se hagan para mejorar su situaci6n, quepa esperar que su celo responda a su propio interes. Asi, pues, nunca podria recomendar demasiado a todo explotador el construir en los alrededores de la mina casas obreras en numero suficiente para alojar a la mayor parte -si es que no a la totalidad- de su personal, el establecer cantinas en las que sus obreros puedan procurarse a bajo p1;ecio los generos necesarios para su alimentaci6n cotidiana. [ ... ] La mejora de la clase obrera favoreceri poco a poco la inmigraci6n de los habitantes de las 121 Sampayo, ob. cit., p. 484. 122 Alvarez Buylla, ob. cit., pp. 43-44.

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vecinas provincias» 123. No era sustancialmente diferente lo que, de un modo mas afinado, proponia Francisco Gascue en 1 883: «la construccion de viviendas para obreros se impone [ . . . ] a las empresas serias que deseen firmemente aumentar su produccion, y se impone como condicion ineludible, indispensable. [ . . . ] La afluencia de obreros en un punto determinado, trae consigo la dificultad y carestia de las subsistencias. Por eso la empresa que construya barriadas de obreros, debe pensar en proporcionarles alimentos buenos, sanos y a precio modico [ ...] . Es, pues, necesario un almacen general en que se vendan a precio de costo 0 poco mas, no solo los articulos alimenticios de primera necesidad, sino [ ... J efectos de vestir de uso corriente [ ...] . Hay ademas que proveer a lo que puede llamarse amortizacion del individuo, a la organizacion de las cajas de ahorro, de pensiones y monte-pios» 1 24 . A partir de Gascue (quien, en este terreno como en otros, es Ia persona que mas lucidamente define un programa acabado para la mineria asturiana) 1 25 , las propuestas de los ingenieros no haran otra cosa que repetirse. En esa repeticion reside, por lo demas, su significacion estrategica e historica: en 1 900, dos ingenieros de minas y profesores de la Escuela de Minas de Madrid escribian: «al noble sentimiento de humanidad se auna el frio de la conveniencia, para procurar que tanto el obrero como su familia se hallen convenientemente alimen­ tados, vestidos, alojados y educados, para evitar motines y huelgas, logrando al par que el trabajo desarrollado sea mas perfecto, como producto de una mente serena, y mas intenso, pues tranquilo y bien alimentado puede desarrollar mayores energias» 126; en 1 906, la comision para el Estudio de la Riqueza Hullera Nacional recomen­ daba «la construccion de casas para cuatro o cinco personas [ ..] ; la creacion de cooperativas o economatos [ .. . ]; el establecimiento de cajas de socorros y montepios [ . .] ; la creacion de hospitales, escuelas, ateneos, etc., etc.; [ . . . ] en fin, deberia procurarse por cuantos medios sea posible que el obrero tenga algun lucro y .

.

123

Grand, ob. cit., p. 61 .

1 24 Gascue, «La industria ... », ob. cit., pp. 400 y 402. 1 2s Vease Ojeda, Asturias... , ob. cit., pp. 125-126. 1 26 P. M. Clemendn, J. M. Buitrago, Adelantos de Ia siderurgia y de los transportes mineros en el Norte de Espana, Madrid: Impr. de San Francisco de Sales, 1 900, p. 359.

Las observaciones referentes a Asturias fueron obtenidas en el curso de un viaje realizado en 1 896-1897.

Los problemas y las estrategias de gestiOn

213

bienestar, arraigando el del pais y llamando al de otras regiones» 127; y la misma Comision volvia a proponer, en 1915, el establecimiento de «habitaciones higienicas, escuelas, sanatorios, cooperativas de consumo, cajas de socorro y de ahorros» 1 28, Bien es cierto que todo ello era «mas que por gusto [... ], por necesidad», como decia Juan Falco refiriendose a los patronos mineros del norte de Francia 1 29: enfrentados a un complejo y articulado problema de constitucion y gestion de las plantillas, y conscientes de la ineficacia y Iimitaciones de las tecnicas disciplina­ rias que reposaban sobre el proceso de trabajo y sobre la manipula­ cio::l del salario directo, patronos e ingenieros asturianos parecen haberse visto en la necesidad, a lo largo de mas de cincuenta aii.os, de buscar en la transformacion y control de los modos de vida de sus trabajadores la solucion a los problemas planteados en el trabajo. Agentes del despliegue capitalista en el ambito de la produccion, se veran obligados a serlo tambien, y por ello, en el ambito de la reproduccion.

1 27 Comision de Estudio de Ia Riqueza Hullera Nacional, Informacion... , ob. cit., p. 105. La misma recomendacion aparece en Estadistica minera de Espana, 1907, pp. 430431 . En 1908, Jose Suarez proponia, en el marco del presupuesto de instalaciones para Ia puesta en marcha de las minas de Proaza, una partida de 200 000 pesetas destinadas a Ia construccion de 100 casas para obreros. Vease J. Suarez, Informe del grupo de minas de hierro del Concyo de Proaza (Asturias), Gijon: Impr. de El Noroeste, 1908, pp. 10 y 16. 1 28 Comision de Estudio de Ia Riqueza Hullera Nacional, «Medidas ... », ob. cit., p. 331 . La comision aiiadia: <>. Loc. cit. 1 29 ] Falco, «>, Boletin Oficial de Minasy Metalurgia, 191 8, p. 32. •

EL PA TERNALISMO INDUSTRIAL ASTURIANO

7.

El paternalismo industrial asturiano

118

menos largas: al analizar las causas del bajo efecto dtll de1 lftiftti'O asturiano, Albert Grand seiialaba, entre otras, la de 11111 ••n ocasiones, estos [ . . ] obreros se ven obligados a hacer 1\ pie \ll\1 0 dOl leguas por la manana, a traves de las montaiias, para llcgar 1 11 mlftl\1 y otro tanto por la tarde para volver a sus casas» Z, Si al hccho de CJUI el minero asturiano llegase cansado a la mina se anadc la dobit jornada -agraria y minera- que, en muchos casos, rcpollbl\ diariamente sabre el, resulta facil comprender la importancia atrlbuiM da por los ingenieros a la distancia entre vivienda y lugar de trabajo minero. Por lo demas, la no infrecuente practica del «endoble» (dos jornadas mineras seguidas, unicamente separadas por unas pocas horas de descanso), si bien permitia al trabajador mixto liberar un dia entero para las labores agrarias, no debia significar otra cosa, desde e1 punta de vista de los ingenieros, que un incremento de la fatiga y, consecuentemente, una disminucion aun mayor de su efecto util por bora de trabajo. Por otro lado, las propias caracteristicas de las viviendas del trabajador mixto, mas campesinas que industriales, no parecen haber sido consideradas por los ingenieros como las mas adecuadas pra favorecer una rapida y eficaz reposicion de aqueJ: «Se comprende que una poblacion industrial constituida en un 60 por 100 por individuos, que viven en casas mal situadas por lo general, con pocas luces y mala distribucion, en las que los humos proceden­ tes de la combustion de las leiias o carbones minerales en hogares descubiertos y las emanaciones putridas procedentes de la descom­ posicion de materias animales o vejetales invaden y se enseiiorean de todos los rincones, basta el ultimo dormitorio, de un efecto util tan pequeiio como acusan las estadisticas» 3. Es preciso, finalmente, no .

14.

LAS DISCIPLINARIAS «> PATRONALES

Como en otros lugares, tambien en Asturias las «instituciones beneficas» patronales parecen haber participado de una doble condi­ _ cto_ ? . En �an�o que instrumentos de una estrategia asentada sabre e1 esttmulo tndtrecto, las «obras sociales» de la empresa debian adoptar la forma de un� g�nerosa respuesta a presuntas necesidades objetivas de s�s benefictanos obreros. Al mismo tiempo, sin embargo, su functon en el marco de la economia disciplinaria de aquelia estrategia no podia ser otra que la de salir al paso de problemas patronales que _ que nada teman ve� con las necesidades reales -subjetivas, por tanto- de los trabaJadores, a no ser que cuestiones tales como la constituci�� de planti�las estables, la elevacion de la productividad y la produccton de relactones de deferencia puedan ser razonablemente pensadas como necesidad�s obreras. Mas alia de la forma asistencial de cada una de las «obras sociales» parece necesario, pues, sacar a la luz su funcion disiciplinante, su naturaleza de institucion patronal _ destmada a la transformacion completa de los modos de vida del trabajador, su conversion en medias de reproduccion. Sacar a la luz e� definitiva, lo que en el discurso paternalista significa la «educa� - de las necesidades» del cton obrero t . 55.

,

��tre elias, Ia vivienda ocupaba un lugar privilegiado. Las condtctones de �abitacion del minero asturiano parecen haber preocupado con�t?erablemente a patronos e ingenieros. En primer _ lu�r, las condtctones de habttacion de lo"s trabajadores mixtos autocton?s. La distribucion dispersa de sus viviendas les imponia, muy habttualmente, la necesidad de recorrer a pie distancias mas 0 56.

1 A. de Albornoz, La instruccion, el ahorro y Ia moralidad con respecto d las cfases traba;adoras: folleto para obreros, Luarca: Impr. de Manuel Mendez, 1900, p. 56.

Albornoz parece seguir al respecto a Adolfo A. Buylla, que prologa e1 texto. .

2 Grand, ob. cit., p. 30. En 1 882, segun Gascue, el minero <
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Del programa a las estrategias

olvidar que era probablemente en torno a la propia organizaci6n de los asentamientos rurales campesinos en donde se generaban muchos de los habitos de sociabilidad preindustrial que, como las romerias, tanto preocupaban a patronos e ingenieros. La situaci6n no parece haber sido mejor considerada en lo que se refiere a las condiciones de habitaci6n del trabajador industrial puro, forastero o no. En este caso, la aglomeraci6n de personas bajo un mismo techo y, en ocasiones, entre unos mismos tabiques parece haber sido la norma. Ya en 1 885 se informaba de que «las moradas de los obreros no tienen la amplitud suficiente y carecen de condiciones higienicas, [ ... ] y se dan casos de que para mejorar de vivienda se reunen dos 6 tres familias, que habitan en comunidad en un cuarto de superiores condiciones» 4. Y a medida que la inmigra­ ci6n va siendo mayor, la situaci6n parece agravarse. En 1 92 1 , un ingeniero militar informaba que «hace poco mas de un lustro que en la industriosa y pr6spera Asturias supone un lujo al alcance de pocos, disponer de un lecho; en especial los obreros se ven obligados a dormir por parejas y aun asi, durante los afios de la guerra se hizo us �al el triste dicho, que "las camas no se enfrian nunca", ya que al deJar sus ocupantes el cuartucho miserrimo les relevaban siempre otros compafieros en la ocupaci6n de una de las cuatro 6 seis camas instaladas en su cuartos de capacidad adecuada para solo uno o dos lechos en condiciones aceptables» s. 4 Ibid., p. 398. Palacio Valdes se refiere, en epoca muy temprana (la acci6n de 1a novela se situa hacia los aiios sesenta del siglo XIX), a la costumbre de admitir huespedes. Vease A. Palacio Valdes, La aldea perdida, Madrid: Espasa Calpe, 1 976, pp. 198 y 237. 5 M. Gallego, «La crisis de la habitaci6n de Asturias», La Construccirfn Moderna, 1921, pp. 144-145. El fen6meno de las camas permanentemente c:ilidas --que desde la descripci6n de Manchester por Engels acostumbramos a identificar simb6licamente con los inicios de la revoluci6n industrial- es confirmada en Asturias por otra via: cuando Fernando F.-Kely visitaba el poblado de Well-Hall, construido por el gobierno ingles para alojar a los obreros de los arsenales de Wolwich, cerca de Londres, el ocupante de una de las viviendas le informa de que con anterioridad a su construcci6n -durante la primera guerra mundial-, «tenian que esperar los unos a que los otros se levantaran de las camas para poder descansan>. El viajero reflexiona: «entonces, mi pensamiento habia volado a Espana, y con los ojos de la imaginaci6n record las cuencas mineras de Ujo, Mieres y todo el valle de Langreo, alla en mi Ast�rias. [ .. ; Los trabajadores] llegaban a sus casuchas miserables, donde, generalmen­ . camastros, y se acostaban, a media lavar, en los lechos que te, solo hab1a cuatro o se1s otro� abandonaban en aquel momenta». F. F.-Kely Suarez, Todos propietarios: normasy solttctones para el problema de Ia vivienda, Madrid: Impr. de Caro Raggio, [ca. 1923],

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De tal aglomeraci6n parecen haberse derivado perjuicios consi­ derables para los patronos. La escasez y c�restia de la vivienda no parece haber constituido un estimulo precisamente para atraer a la tan necesaria y deseada inmigraci6n masiva. Por otro lado, el hacinamiento de las viviendas existentes amenazaba constantemente las condiciones de reproducci6n individual de la escasa fuerza de trabajo: a juicio de Fernando Garcia Arenal, la exigiiidad de la superficie util y las insuficiencias de aireaci6n e insolaci6n de las viviendas eran las responsables de que «una gran parte de la mano de obra industrial [se hallase] en verdadero estado de Degeneraci6n, y por tanto condenada a extinguirse, si fuerzas vivas de gent�s del campo, no viniesen a regenerarla peri6dicamente» 6 • A esos r�esgos . sanitarios venian a sumarse otros, de indole moral, que no facdltaban precisamente la reproducci6n familiar de la fuerza de tr�bajo. Cuando, en 1 896, Jose Suarez se refiere a ellos, no puede deJar de hacer suyas las ambientalistas opiniones de un r:"�dico higienis�a: «la propia acumulaci6n del hombre 6 de las familia� lleva consigo la formaci6n de focos de infecci6n moral que contagian y propagan de una manera asombrosa toda clase de vicios» 7• La lujuria desordena­ da entre ellos: de la aglomeraci6n resulta «la falta de independencia, la; multiples cuestiones entre chicos y mujeres, princip�lmente: la imposibilidad de que los nifios y las j6venes conserven la mocencia y el pudor, y que una vez perdi�?s por necesidad fa�al, sean arrastra­ . . Al lado de la dos por las corrientes del vicio y las paswnes» . promiscuidad sexual, otro peligro acec�a en el tugun� obrero: el de la taberna o anti-hogar. Fernando Garcia Arenal lo senala temprana­ mente: la vivienda hacinada, sobre todo en condiciones de trabajo femenino fuera del hogar, «contribuye a que los obreros no pp. 38-39. No sera preciso esperar al tir6n inmigratorio de la guerra para encontrar referencias a fuertes hacinamientos: ya en 1 9 1 1 , Lucas Mallada mformaba que no era infrecuente el uso como habitaci6n de h6rreos y paneras. Vease Direcci6n General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 36. Sabre las condiciones de habitaci6n de los mineros asturianos, vease tambien Shubert, ob. cit., pp. 87-89. 6 Garcia Arena], ob. cit., p. 49. 7 Alonso y Rubio, <>. Kely Suarez, ob. Cit., 8 Garcia Arena], ob. cit., p. 5 1 .

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encontrando en casa cierto orden y bienestar, busquen fuera distrac­ ciones que dada Ia falta de cultura, apenas pueden hallar mas que en Ia taberna» 9• En 1 906, Aurelio de Llano, capataz facultativo de minas, resumia asi todos esos negativos efectos: «no habra quien ponga en duda que una casa buena incita al obrero a permanecer en ella las horas que emplea en Ia taberna otro obrero que habite en una casa mala, que por ser asi le repugna. Esto trae como consecuencia Ia indiferencia y el abandono de los padres para con sus hijos; mientra aquellos se embrutecen en Ia taberna, estos, andrajosos y sucios, vagabundean por Ia ciudad y en vez de ir a la escuela y recibir las caricias del hogar tranquilo, aprenden por esas calles lecciones perniciosas con las cuales se ponen en condiciones de terminar su vida en presidio, 6 ser obreros malos, en vez de obreros habiles y experimentados» to. La habitaci6n insalubre --campesina o espedficamente obrera­ se apareda, pues, a los ojos de patronos e ingenieros, como un medio pat6geno de primera magnitud, como un vivero de plagas fisicas y morales cuyos negativos efectos sobre el trabajo no podian ser omitidos. El suministro patronal de viviendas obreras higienicas y baratas se constituye, entonces, en instrumento privilegiado de Ia estrategia paternalista de los patronos asturianos. Bien es cierto que las intervenciones patronales en este campo no son en modo alguno homogeneas: de un lado, la necesidad de suministrar viviendas a una parte de sus plantillas parece haber afectado, sobre todo, a las empresas mas j6venes, que debian enfrentarse a un mercado de trabajo comparativamente mas saturado que las empresas de crea­ ci6n mas temprana 11 ; de otro lado, el ritmo de las intervenciones, 9 Ibid., p. 108. <>. Kely Suarez, ob. cit., p. 1 34. <
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mas acusado en general a partir de mediados de los afios noventa del siglo XIX, reproduce con bastante fidelidad el de la propia coyuntura del mercado de carbones y, con ello, el de los beneficios patronales. Pero no es menos cierto que, por encima de sus diferencias, todas esas intervenciones se reconocen en unos mismos objetivos e, incluso, en unas tipologias y formas de gesti6n considerablemente similares tz. Es ahi precisamente en donde se revela, mas alia de su forma asistencial, la funci6n disciplinante de Ia promoci6n patronal de viviendas. En la elecci6n de su emplazamiento, en primer Iugar. A excepci6n de nucleos como Langreo o Mieres (por lo demas enteramente dependientes, en las primeras fases de su historia urbana, de las estrategias de Duro y Compafiia y de Fabrica de Mieres, respectivamente 1 3), la promoci6n patronal de viviendas -tanto en el caso de colonias modelo diseiiadas y construidas con arreglo a un plan unitario, del tipo de la de Hullera Espanola en Bustiello o la de Solvay en Lieres, como en el caso, mucho mas abundante, de las multiples promociones pequefias y aisladas lleva­ das a cabo por diversos patronos asturianos- tendr:i Iugar, las mas de las veces, sobre terrenos de la empresa. Ello obedece, evidente·

p. 219. Sin embargo, Duro y Compaiiia disponia ya en 1 871 de 83 viviendas; y Fabrica de Mieres disponia de 60 en 1883. Veanse P. Duro, Contestacion que da Don Pedro Duro,

Administrador de Ia Sociedad Meta/Urgica Duro y Compaiiia a Ia Comision de Informacion Parlamentaria acerca del estado de las clases obreras, 1 871; cit. , en L. Garcia San Miguel, De fa sociedad aristocrdtica a Ia sociedad industrial en fa Espaiia del siglo XIX, Madrid: Edicusa, 1973, p. 1 1 0; y Sociedad F:ibrica de Mieres, Catdlogo de los objetos presentados d fa Exposici6n de Mineria de Madrid en 1883, Madrid: Impr. y estereotipia de El Liberal,

1883, p. 13. 12 La informacion positiva acerca de las promociones patronales de vivienda obrera aparece considerablemente dispersa, y su rastreo sistematico deberia ser objeto de un trabajo especifico, de includable valor historico y, sobre todo, arqueologico­ industrial. Dejando aparte los archivos (de empresa o municipales), Revista Minera y Estadistica minera de Espaiia suministran abundante informacion, no por fragmentaria menos valiosa. Ya en el siglo xx, informaciones de caracter a!go mas sistematico pueden ser consultadas en Fuertes Arias, ob. cit., pp. 141-151; Instituto de Reformas Sociales, Preparation de las bases para un prf!Yecto de fey de casas para obreros: casas baratas, Madrid: El lnstituto, 1 910, pp. 36-42 y 1 97-199; Nevares, ob. cit., p. 21 1 ; etc. Entre Ia bibliografia actual, veanse tam bien A. Fernandez Garcia, Langreo: industria, poblaciony desarrollo urbano, Oviedo: Facultad .de Filosofia y Letras [etc.], 1 980; Perez Gonzalez, ob. cit., pp. 744-781 ; y Shubert, ob. cit., pp. 104-106 y 1 1 7- 1 1 8. 1 3 Veanse Fernandez Garcia, ob. cit.; y R. Perez Gonzalez, <<Mieres», en Geografia de Asturias. 2. Geografia humana. I. Geografia urbana: Langreo, Mieres y Gijon, Salinas: Ayalga, 1984, pp. 75-133.

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s mente, a un intento de reducir al maxim o el peso del solar cos to unitario de la sobre el vivienda. Pero tam bien, sin duda, a un de acerca� a los ben intento fici ario s de las vivien y de, al t1empo, ale � jarlo s de las tramas das a los puntas de trabajo rurales, sobre las de asentamientos, urbanos 0 cu habitos de vida. N ales se organizaban sus nada con venientes o es otr a c osa lo que Nicou , n, p ropoma y Schlumberger en 1 905, a los p atronos astu Asturias a gallegos y a otros espaiioles, rianos: «hacer venir a obreras y econom creando p ara ello atos, s del exterior y la reu aislandolos todo lo posible» 14. El aisl casas amiento nion espacial de trab ajo y de vida no deja tener, en opinion de los ingenieros, b rian de eneficiosos efectos costum bres de los trabajadores: «en sob re las los puntas como Ar Teverga, Saus y otro nao, Quiros, s que estan mas alej de p oblacion, 1a ados de los grandes conducta de los o centros breros es mucho gerada» 1 s . mas mori­ El aisJamiento por el emplazamiento de 1a elecdon de u debia con tinuarse a na determinada tipo traves logia edificatoria. T Asturia�, omo en ambien en � otros lugares, 1a seg presenctara, al resp unda mitad del siglo X IX ecto, una significat iva evolucion de la valor�don del habitat colectivo y del unifamiliar. Y diferente Franctsco Gascue a en 1 883, se mostraba contr ario al «cuarte1» col firme defensor �e 1a vivienda aislada ectivo, y con huerto : «las c se gaste algo mas asas, aunque en ellas no deben formar 1argas filas, tener � uc?os pisos , sino que deben ni menos ser para 2, 4 o 6 tres p1sos a lo su familias y de mo [... ] con entrada [... ] A cada casa separada p ara cada hay que agregar u nos metros cuadrado inq uilino. y otros mas para sp una pequeiia huert a. [... ] Esta disposi ara corral buye a Suavizar eJ cion contri­ caracter del obrero y a m oralizarlo, al lo que sucede en COn trario de los cuarteles» 16• Y en 1 885, Nicanor se expresaba en par Muniz Prada eddos terminos, al reflexionar sob com o debe form re «el m odo rse 1a po � bla cio n o brera moderna, . ad generaltd p ues si bien en la domma 1a idea de las barriadas de creemos mas higien obreros, nosotros ico das» 17• E 1 890 otr? el sistema de las construcdones ? dise medico criticaba lo el Marques de Co s cuarteles constru minamdlas en Caboran idos por a: «debe desapare cer [...] el tipo 14

Nicou, ob. cit., p. 218. Direcci6n G ner � al �e Agricultura, Min 16 Ga as y scue, <
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actual de edificadones de cua rteles, verdaderos centros de luchas y antagonismos, donde fructifican el odio y la corrupcion» 18• Y ya en el siglo XX, la opcion por la vivienda aislada es nitida. En 1 906 Aurelio de Llano seiialaba la importancia de esta tipologia y, sobre todo, de la entrada independient e sobre la que reposaba: al pro poner su modelo de casa obrera, con sistente en dos unidades de hab itacion asociadas, «lo primero que [... ] tuvo en cuenta fue evitar que los niiios riiieran unos con otros y que, por esta causa, anduvi eran las madres a la greiia y abandonar an sus quehaceres; esto se con sigue colocando en las casas, las puertas de entrada, por los costados opuestos» 19. Y mas tarde, en 1 9 1 1 , Lucas Mallada aplaudia en estos terminos la temprana iniciativa de Union Hullera y Metalurgi ca de Asturias: «comprendiendo, con acertado criteria, los graves inc onve­ nientes que tiene la reunion de gran numero de obreros n cua rteles o barriadas de mucho vecindario , el Director [... ] ha tem�do cut. dado de diseminar las viviendas de los operarios con familia que caredan de hogar propio, construyen do para ellos grupos pequeii os de casitas, bien alejados unos de otros, [...] cuidando que cad a dos viviendas formen una manzana independiente [... y que] se con ceda al lado de cada vivienda un peq ueiio trozo de tierra para el cul tivo de hortaliza» 20. 18 Cit. en Shubert, <<Paternalismo y min eria: pdctica social de Ia Espanola», Los Cuadernos del Nor Hullera te, num. 13, 1982, p. 85. 1 9 Llano, ob. cit., p. 10. Seg un Llano, en los cuarteles <>. Suarez, Injorm zo Direccion General de e... , ob. cit., p. 16. Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 37. En 1918, Juan Falco apuntaba que <<de be procurarse que desaparezca Ia vida en comun del cuartel obrero, sustituyendo este por agrupaciones de vivi endas autonomas con jardin-huertm>. Falco, ob. cit., p. 32. Y en 1 921, Man el Gal lego escri�i�: <<en las cuencas mineras donde se sien te de manera mas angustJ�Osa Ia falta de Vlviendas, Ia mejor soluci6n �onsiste en edifi car pequenas casas rurales para dos y cuatro vecinos con una parcela cultivable para cada familia>>. Gallego, ob. cit., p. 174. En lo que se refiere a! huerto obrero, parece haber sido practica frecuente en Asturias Ia de que las empresas cediesen a los obreros pequenas parcelas destinadas a tal fin, incluso en el . .

· -

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El t�i��fo de la vivienda aislada no supondra en modo alguno la desap��1c10n del cuartel colectivo. Destinada aquella, por lo general, a famthas de obreros y empleados, el cuartel continuara siendo el modo ma s barato y eficaz de alojar a obreros solteros, cuya admisi6n _ como huespedes o «posaderos» en las viviendas familiares acostum­ braba a ser expresamente prohibida por la empresa propietaria 21 . Se g:neraba asi, por media de la tipologia habitacional, una diferencia­ _ cton de rango entre los trabajadores, en funci6n de su situaci6n �amili �:· Diferenciaci6n que se prolongaba, ademas, por media de su mserc10n en otra secuencia jerarquica que reproducia la cadena de mando de la empresa. Figuraci6n de la gran familia empresarial reuni6? de todos los eslabones de aquella cadena, el poblado debi� traductr en el espacio la desigual proximidad de los empleados de la empresa al centro del poder patronal: director, ingenieros, medicos y capel��nes, empleados y obreros debian convivir, sin duda; pero tambten reco1_1ocerse en los atributos de sus respectivas viviendas: en . Lteres, por �Je�plo � «proximo a la barriada [de obreros] hay otro grupo de edtfictos a1slados con sus jardines correspondientes, y que �e c?mpone de cuatro casas de dos pisos para empleados, otra con Jardm Y �uerta para el ingenier� subalterno, otra para el medico [ ... ] . . _ A un ktlometro de esta poblacton [. . .] se halla un hotel de reciente construcci6n destinado al director de las Minas» 22. caso de que sus promociones no fuesen unifamiliares. Vease Consejo Nacional del Combustible, ob. cit., p. 1 99. 21 Ya en 1 861, Restitute Alvarez Buylla diferenciaba ente <> para los obreros solteros y transeuntes. Vease Alvarez Buylla, ob. cit., p. 43. La diferenciacion tipologica del habitat de unos y otros parece h�ber �ido una practica habitual de las empresas asturianas: para Hulleras del Turon, vease <>, Revista Minera, 1891, p. 94; <>, Revista Minera, 1 892, p. 147; y Perez Gonzalez, Industria. . . , ob. ctt., PP· 756 759. En lo que se refiere a Ia prohibicion habitual de admision de huespedes en las vi�iendas familiares de Hullera Espanola, vease ibid., p. 754. Gascue se mostraba contr�rt� a los cuarteles, incluso para obreros solteros, siendo partidario, en este caso, del regtmen de hospedaje, por cuanto el goce -indirecto- de Ia vida hogarena le suministraria <<el trato afectuoso indispensable para Ia felicidad de Ia vtda>>. Gascue, <>, ob. cit., p. 400. 22 Direccio Gen ral de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 40. Vease � ?. _ _ Estadtsttca ta0:b1en mtnera de Espaiia, 1 912, pp. 354-355. En Bustiello, <<en Ia calle de arrtba, en uno de los extremos se edifico una vivienda de mayores proporciones en un enclave de mayor extension; y otro tanto se hizo en el extrema contrario de Ia misma calle [ ... ). Las dos casas de mayores proporciones estaban destinadas a directives de Ia empresa>>. Garcia, ob. cit., p. 206. Para Bustiello, veanse Clemencin, ob. cit., pp. 306-

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La gesti6n patronal de los regimenes de tenencia de las vivien­ das, por su parte, profundizaba y completaba los efectos segmenta­ dores de la variedad tipol6gica de las habitaciones. La comparativa­ mente tardia industrializaci6n espanola, cuando ya en otros paises europeos habia quebrada la utopia patronal-burguesa del obrero propietario, parece explicar el escaso desarrollo practico que en Asturias presentaron los sistemas de acceso a la propiedad por la via del alquiler-amortizaci6n 23. No por ello parece haber sido inexisten­ te la figura del obrero propietario de su vivienda. Con la salvedad de que el acceso a esa propiedad debia ser comprado por media de una curiosa moneda, mas moral que material: las costumbres morigera­ das y la completa fidelidad a la empresa. En 1 900, Rogelio Jove y Bravo proponia crear «en los talleres marcas 6 vales de trabajo, de templanza, etc., dandoles un valor representativo distinto segun su importancia, permitiendo al obrero-inquilino pagar con elias el precio de la casa en que habita hasta convertirse en propietario» 24• Y en 1906, el presidente de la Sociedad Tres Amigos apuntaba que «la practica que vienen siguiendo algunas Sociedades de sortear algunas [ ...] casas entre los obreros que mas se han distinguido es [ ...] de muy buen resultado» 25. La propiedad de la vivienda tenia, pues, una funci6n estimulante, de recompensa a las familias de obreros mas adictos y de mejor conducta, en el trabajo y fuera de eL En un escalon inferior, en periodo de noviciado y a la espera de estar en condiciones de participar de las mieles de la propiedad, se situaban todos aquellos trabajadores alojados por la empresa en viviendas de las que no eran propietarios. Entre ellos, unos -sin duda, no tan avanzados como los anteriores en el camino de perfecci6n, pero si mas que otros- ocupaban gratuitamente viviendas de la empre­ sa o recibian prestamos baratos para la autoconstrucci6n de su vivienda, mientras que los demas debian contentarse, por el mo38-39; Y 307; Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., pp. . 1 21 p. cit., Nevares, ob. tablas 23 La unica propuesta que conozco e s Ia de Aurelio de Llano, que presenta de amortizacion. Vease Llano, ob. cit., p. 24. 24 R. Jove y Bravo, <
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Del programa a las estrategias

mento, con o �upar las vi�iendas patronales en regimen de alquiler. En cualqm�r caso, la lmea fuerte de segregacion por la vivienda parece haber s1do la que separaba a los obreros alojados por la empresa; en :ualquiera de sus formas, de aquellos otros que no lo eran. Mas alla d� las proclamas patronales, ninguna empresa parece haber estado d1spuesta a dar alojamiento a la totalidad de sus obreros: en 191 1 , la Real Compafiia Asturiana de Minas (y debia tratarse de una notable excepcion) alojaba a solo la mitad de su plantilla 26• Y ello parece haber sido un objetivo, no por tacito menos relevante, en la estrategia de segmentacion por la vivienda. Los a�quil�res de las viviendas patronales, por ejemplo, parecen haber . . s1do s1gmficat1vamente inferiores a los del mercado libre 27. Unos alquileres un poco mas elevados -o la renuncia a la estrategia recon:�ensa�or� de las cesiones gratuitas o en propiedad- habrian p�r�ltldo, sir: mcrementar las partidas presupuestarias destinadas a v1�1endas, aloJar a un mas crecido numero de obreros, tal y como fue senalado por una comision en 1 926 28: Pero esa opcion equivaldria a suponer qu� �os patronos asturianos aspiraban a resolver el proble­ ma �e la v1v1enda obrera en Asturias. Y no parece que esa fuera Precisa�ente la funcion de su politica de vivienda 29, Da la impre­ .. . swn, mas b1en, de que lo que guiaba a esa politica no era otra cosa que la transformacion �� los modos de habitar de los trabajadores y, . al t!empo, su ordenac1�n con arreglo a una secuencia capaz de generar una fuerte cornente de expectativas de ascenso hacia las ben�iciones de la familia moderna, las buenas costumbres, la fidehdad al patron y el trabajo duro. Operacion no enteramente eficaz, por lo demas, si consideramos que los trabajadores «suelen rechazar las habitaciones que ofrecen las 26 Vease Direccio Gen ral de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 39. En e1 � : caso de Hullera Espanola solo el 10 por 100 de Ia plantilla era directamente alojado por Ia empresa en 1924. Vease Shubert, Hacia... , ob. cit., p. 1 18. �7 Para informacion detallada sobre alquileres, veanse Direccion General de Agncultura, Minas y Montes, ob. cit., pp. 36-42; e Instituto de Reformas Sociales' Preparacirfn... , ob. cit., pp. 259, 293, 294 y 506. 28 Vease Consei o Nacional del Combustible, ob. cit., p. 1 99. Esta misma comision . _ senalab � que «las vtvtendas que las sociedades mineras ofrec;en a sus obreros (... ] estan constr�tdas con arreglo a u� modelo de comodidad y Iujo tal, que no podemos menos de hficarl� �o�o contrano a Ia conveniencia del obrerm>. Ibid., p . 1 99. . Las I �tctatlvas patronal�s <<no resuelven -m. era esa tampoco Ia tntencion de las empresas mtneras- las necestdades de vivienda>>. Perez Gonzalez' Ind11stria . , ob. ct't , p. 753.

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Empresas cuando, por estar prox1mas a las minas, resulten muy alejadas del centro pseudo-urbana» 3°. No debia resultar facil con· veneer a algunos obreros de que renunciasen a la libertad de sus casas rurales o de sus tugurios urbanos a cambia de verse elevados a la condicion de obreros modelicos. La produccion de esos obreros exigia tambien la transformacion de sus habitos alimentarios. La frugalidad ensalzada en el trabajador asturiano con anterioridad al desarrollo capitalista de la mineria en Asturias comenzara a ser vista, mas tarde, bajo una luz sustancial­ mente diferente. Ya en 1 874, Albert Grand sefialaba que si se considera que los obreros mixtos «estan mal [ ... ] alimentados, [ ... ] nadie se sorprendera de ver que el trabajo se resienta» 31 • Pero sera Francisco Gascue quien formule mas claramente los perjuicios productivos que de unos habitos alimentarios esencialmente campe­ sinos podrian derivarse. Segun el, este era el regimen alimentario habitual del trabajador asturiano: <mna pequefia racion de aluvias con escaso tocino, un pedazo de pan de maiz, acaso un poco de queso o leche constituyen, con ligeras variantes, la comida fuerte del mediodia: por la manana y por la noche, menos aun. Los mejores remunerados comen pan» 32. Y estas eran sus consecuencias sabre la productividad: «pedir mayor esfuerzo a quien come tan mal, es pedir una presion de 6 atmosferas a una caldera que consume 1 /2 kilogramo de carbon por caballo y por hora, estando su maquina en actividad. Asi venimos de deduccion en deduccion, a comprobar que para trabajar mas, el minero debe comer mejor y que nos interesa vivamente que deje la escasa alimentacion del labrador, para adoptar la mas abundante y nutritiva que debe tamar el obrero» 33•

57.

30 Consejo Nacional del Combustible, ob. cit., p. 20. En 1906, un patrono aconsejaba: <>. Comision de Estudio de Ia Riqueza Hullera Nacional, Informa­ cion. . . , ob. cit., p. 109. 3 1 Grand, ob. cit., pp. 30-31. Palacio Valdes pone en boca de un adelantado ingeniero de minas las siguientes palabras: <>. Palacio Valdes, ob. cit., p. 80. 32 Gascue, <>, ob. cit., p. 387. Para Ia alimentacion de los obreros de Duro y Compaiiia, vease Duro, ob. cit., pp. 103-104. 33 Gascue, ob. cit., p. 388. No era muy diferente Ia opinion de Ia Comision .

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La carne constituira el simbolo de esa deseable transici6n. En 1 885, Nicanor Muii.iz Prada escribia: «en una localidad como la que estudiamos [Mieres], en la que dominan los temperamentos Iinfati­ cos y tantas otras influencias depresivas como se desprenden de las condiciones especiales de su clima, naturaleza de sus trabajos, etc., etc., se comprende bien la preferencia de la alimentaci6n animal sobre la vegetal» 34. No era muy diferente la opinion de Jose Suarez en 1 896: «el obrero es por lo general de escasas fuerzas: esto depende de que se alimenta mal; apenas come carne» 35, Y aiiadia, refiriendose a las eventuales medidas destinadas a elevar su productividad, que «mucho se conseguiria [ ... ] si se lograra extender en las zonas mineras el consumo de la carne» 36, Y a comienzos del siglo XX, otro ap6stol de las proteinas animales -un medico en este caso­ escribia: «�nuestros trabajadores, con su alimentaci6n embrutecedo­ ra, pueden satisfacer todas sus necesidades? [ ... ] El musculo del que se alimenta con patatas es una maquina poco s6lida que puede desempeii.ar su trabajo, pero a quien no se hace trabajar sin6 con la mitad de fuerza por temor a que ocurran accidentes. [ . . . ] Por P rovincial de Reformas Sociales: <<ei regimen bromatol6gico en Asturias, sin ser del todo insuficiente, no es por punto general proporcionado a Ia fatiga y consiguiente desgaste del trabajador. [... ] P redomina el alimento vegetal (legumbres, harina de maiz en diferentes formas), el lacteo (leche de vaca 6 de cabra), salvo en los grandes centros industriales en donde se hace algun consumo de carne, pero nunca en Ia cantidad que fuera de desear para nutrir de principios activos Ia sangre y vigorizar Ia fibra muscular que se debilita por Ia faena en que se emplea diariamente>>. Comisi6n de Reformas Sociales, ob. cit., p. 368. 34 Muniz Prada, ob. cit., p. 328. 35 Suarez, E/ problema... , ob. cit., p. 24. 36 Ibid., p. 27. De Ia importancia atribuida a Ia alimentaci6n por los ingenieros de minas pueden dar cuenta dos breves aparecidos en Revista Minera. En 1 891, y refiriendose a las <> proteccionistas del ministro Cos-Gay6n en el sentido de elevar los aranceles de los granos (entre ellos el maiz estadounidense, «del que se hace el pan de borona, base del alimento del obrero asturianm>), un an6nimo redactor escribia: <<es muy triste pensar que en estos momentos [ ...] los infelices trabajadores que ganan de 8 a 10 reales a! dia, que por alii ha sido siempre un jornal muy regular, actualmente apenas puedan alimentarse lo suficiente para estar en aptitud de trabajan>, <>, Revista Minera, 1 891, p. 238. Y tres afios mas tarde: <<el encarecimiento de Ia alimentaci6n en una zona del pais como Asturias, donde tanta falta hace que el obrero se alimente bien y a poco coste, sera, entre otras, una de las mayores dificultades para que Ia explotaci6n del carbon espafiol tome el vuelo que debiera>>, <>, Revista Minera, 1 894, p. 373. El proteccionismo -por ejemplo el que se expresa en el arancel de 1 892- esta bien para los carbones, pero en modo alguno para los granos.

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jornalero co�e desgracia en Gij6n, como en el resto de Espana, el ante, sustanc1al poca carne y huevos, y su alimentaci6n es poco abund son fuertes Y no as y reparadora. [ . . . ] Y si las clases trabajador . d ?e traba.Jo anuda que ni � robustas, y bien alimentadas, �que especie, o auer:de con quereis esperar en elias? Calcula erradamente qmen r: ahmenta­ clOsa ustan y buena � incesante y paternal esmero a su s de la causa las a rse refen al o, ci6n» 37, Todavia en 1915, Luis Adar e­ parqu «esta que ba seii.ala ano, asturi baja productividad del minero r meno la por , parte en arse explic puede ] . dad del trabajo efectivo [ . . de su :scasa resistencia corporal de nuestros obreros, resultante herram1entas las de peso r meno el por a alimentaci6n y comprobad . que habitualmente manejam> 38, . . . . eros y de los Todo parece indicar, pues, que a )UlClO d.e los mgen� no eran ano medicos, los habitos alimentarios del trabajador astun �ue el el en o los mas adecuados para un trabajo como el mine� ? , n­ ahme de 1c1on rep?s desgaste fisiol6gico del trabajador exigi� una otros de la a d, cahda y tos comparativamente superior, en cant1dad oficios. resuelta por los Y esa reposici6n no parece haberse visto ar l�s empre­ mont en ste consi «abastos», ese «metodo primitivo que su os � plea e sus de �enores, un � sas y mas frecuentemente alguno o de costo, prec1 a los arucu los os . almacen' no para dar a los obrer . cuaIqmer rc10 come otro �» 39 . Los sino para venderselos como s: l�s c1able spr d lguno modo en eran � no � � peligros de un sistema tal O medl s, 0 mma abusos en precio y calidad que «esas empres1tas, med1 . r­ lmpo el ver tabernas» 40 acostumbraban a cometer dejaba sin resol ali�entaci6n de os h:ibit los de aci6n form trans la tante problema de r1esgo de do del trabajador, al tiempo que conllevaban un eleva de cuyos uno 881, 1 conflicto: la huelga de los mineros langreanos en muchas en s lecido motivos eran «los abastos [ . . . ] forzosos estab ·

doresy

higiene de los trab'!}a A. Rodriguez y Rodriguez, Contribucitin a/ estudio de_ Ia [ca. 1 903], PP· 46-48. En ria, Indust La rafia Tipog Gij6n: ros, jornale enfermedades de los alba asom hasta q�e el el que e � des n trabaja otro Iugar: <<en esas pobres gentes que . y vmo �o aguardiente ocmo � do, sol se pone, que se alimentan con patatas, maiz avena. est n ellos m1smos, desconten­ [... ], ,:que energias organicas hemos d� e�contrar? .As1 � Ib�d., pp. 169-17 0. >>. trabaJO el . tos, contrariados e incapaces para res1st1r nal, <<Medidaf. .. », ob. Cit., Nac10 a Huller za Rique Ia de o Estudi de 8 3 Comisi6n p. 329. p. 402. 39 Gascue <>, ob. cit., ' p. 26. 40 Suarez, E/ problema... , ob. cit., 37

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minas por destajistas de las mismas», debio constituir un aviso dificil de olvidar 41 . Frente a ellos, economatos y cooperativas de consumo parecen haber sido la solucion adoptada por los patronos asturianos. Unos y otras nada tenian ya que ver, en sus objetivos, con los perniciosos «abastos». Los generos, adquiridos al por mayor o, en algunos casas, como el pan, fabricados en instalaciones especificas dependientes de ellos, acostumbraban a ser vendidos a precio de costa, o con un recargo del 4% o 5%, destinado al pago de los jornales del personal, o a enjugar perdidas por mermas, o incluso rebajar, en periodos de crisis de subsistencias, el precio de algunos articulos de primera necesidad como el pan o el aceite 42. En ocasiones, economatos y cooperativas parecen haber llegado a funcionar, a escala local, como verdaderos comercios de regulacion. Dejando aparte los abusos que eventualmente pudieran cometerse, no era a la sobreexplotacion del trabajador fuera del trabajo a lo que unos y otras parecen haber apuntado de manera general. Las inversiones exigidas a la empresa por tales establecimientos (cesion o construccion de locales, presta­ mos a fonda perdido en ejercicios de balance negativo, en ocasiones p�go de los jornales del personal empleado, etc.) aspiraban, mas bten, a un retorno multiplicado cosechable en el trabajo: economato y cooperativas «se contentan como interes del capital invertido con el mayor efecto util de sus operarios» 43. 4 1 Santullano,_gb. cit., p. 145. Santullano cita a Revista de Asturias. Mas dificiles de olvidar debieron ser, por lo demas, las huelgas generales de 1 890 y 1903 de Ia mineria vizcaina, en Ia que el sistema de <>. Real Decreto de 1 8-VII-1 907, art. J .o, Gaceta de Madrid, 19-VII-1907. Sobre los abastos, vease Canals, ob. cit., pp. 128-129. 42 C� mparaci�nes de precios pueden consultarse en Nevares, ob. cit., p. 148. La cooperattva de Fabrtca de Mteres acostumbraba a vender los generos con arreglo a pre�10s entre 5 y 15 cts/kg, inferi �res a los del mercado de Mieres. Hasta tal punto debta notarse Ia dtferencta de prec10s que eJ economato de Real Compaiiia Asturiana de Mmas, en Arnao, hubo de subir los precios «a fin de evitar los abusos de Ia rcventa>> de los generos. Direcci6n General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., pp. 45 y 47. 43 �uarez, El problema.. , ob. cit., p. 1 8. En otro Iugar: «las empresas mineras, corr10 m�eresadas en que sus obreros se hagan mas fuertes y mas robustos, debieran dedtcar a este punto toda Ia atenci6n que se merece, considerando que en el mayor .

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Y ese mayor efecto util reposaba sabre un control, material y moral a la vez, del consumo y del gasto obreros: economatos y cooperativas «responden al importantisimo fin de contribuir al bienestar del obrero y de elevar su nivel moral. Adquiriendo este a los precios de costa los articulos de primera necesidad, asi como los necesarios para su vestido y el de su familia, todos de buena calidad, no solo obtiene por este concepto una importante economia, sino que se libra asi de las garras de la usura y de vivir de prestado y al fiado, sirviendo ademas de traba para concurrir a las tabernas, y todo lo que directa o indirectamente se haga en este sentido tiene que influir en la mejora de su moral: todo lo que concurra a metodizar su vida y a procurarle alimentos sanos vigorizando su organismo, sera un motivo mas para mantener el equilibria de sus buenas relaciones con los patronos» 44. Procurar, a buen precio, una alimentacion acorde con las exigencias de una eficaz y rapida reposicion, y asegurar al patron un control sabre la «moralidad» del consumo obrero: he ahi dos de los objetivos de economatos y cooperativas. Y la consecucion de esos objetivos -que nada tienen que ver, tampoco aqui, con las necesidades obreras- equivalia a instrumen­ tar dos poderosos mecanismos: la seleccion de los generos, de un lado, y las modalidades de adquisicion y pago, de otro. La primera actuaba positivamente: la introduccion generalizada de la carne --algunos economatos y cooperativas poseian mataderos propios- es una buena muestra de ello. Pero actuaba, sabre todo, negativamente, a traves de la exclusion de ciertos articulos. Es el caso del alcohol. Si la vivienda higienica y el huerto debian estimular indirectamente al obrero a alejarse de la taberna, la prohibicion de venta de alcoholes debia contribuir directamente al mismo objetivo: «salvo muy pocas excepciones, las Cooperativas o Economatos de las Sociedades mineras no expenden alcoholes a sus asociadas y no son, por tanto, establecimientos donde el obrero tiende a gastarse viciosamente todo su salario, como ocurre en los demas comer­ cios» 4s. y no era unicamente el alcohol el que se veia habitualmente ian efecto uti! de sus operarios, y en el aumento de los dias de trabajo a! aiio, encontrar 30. p. Ibid., >>. sacrificios y esfuerzos sus de ci6n Ia compensa 44 Ibid., p. 20. La prohibici6n de venta de 45 Consejo Nacional de Combustible, ob. cit., p. 202. <> de antigua Ia de caso el en tambien alcoholes aparecia expresa pero Oviedo, compuesta exclusivamente de obreros (de Ia Fabrica de Armas), unanimi
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excluido de las ventas, sino tambien otros articulos que, a juicio de los patronos, no resultasen acordes -es decir, necesarios para su reproduccion- con el estatus del obrero: en el caso del economato de Hullera Espanola, por ejemplo, «para evitar que la mujer minera se deje tentar por los articulos de puro lujo, [ . . . ] solo se encuentran los articulos de primera necesidad y otros economicos en gran variedad» 46 . Las modalidades de adquisicion y pago complementaban la accion educativa de la seleccion de los generos. Libretas y bonos parecen haber sido los sistemas mas habitualmente empleados: «el sistema de expendicion es en casi todos [los economatos y cooperati­ vas] el de libretas, en las cuales consta la cantidad que cada obrero tiene de credito y en las cuales se anota diariamente el importe de los generos que retira. En otras [cooperativas], como en las de la Union Hullera [y Metalurgica de Asturias], se despachan los articulos a los asociados por medio de bonos, que representan cantidades compren­ didas entre 3 y 75 pesetas [ ... ], y vienen a ser una especie de papel moneda al portador» 47• Libretas y bonos tendian a restringir al maximo la circulacion monetaria. Mas alla de las ventajas de liquidez que ello permitia a las empresas, aquella restriccion aspiraba a suprimir entre los trabajadores las ocasiones de pecar, las tentaciones de un gasto desordenado, no adecuado a las exigencias de su reposicion. En el caso del sistema de bonos, en particular, esas ocasiones no podian ser completamente suprimidas: los bonos podian ser vendidos a extranos y convertidos asi en dinero metalico, susceptible, por tanto, de ser destinado a usos libres, inadecuados. El empleo de tal posibilidad -que no debio ser infrecuente-- estaba previsto por los ingenieros: «estos casos desfavorables se podrian evitar impidiendo la entrega de bonos a los menores, sin previo dad con que fue rechazada eri Junta General Ia proposicion de que se vendieran en el almacen social vinos y licores, actitud tanto mas digna de aprecio, cuanto que es proverbial Ia aficion d estas cosas de nuestras clases trabajadoras». A. A. Buylla y G. Alegre, «La cooperacion obrera en Asturias>>, Boletin de Ia Institucion Libre de Ensefianza, 1893, p. 109. 46 Nevares, ob. cit., p. 26. <<Es preciso combatir Ia tendencia al lujo que se nota en nuestras clases pobres>>. Albornoz, ob. cit., p. 5 1 . 4 7 Direccion General d e Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p . 44 . El sistema de libretas existia en los economatos de Hullera Espanola, Minas de Saus, en Ia cooperativa de Minas de Teverga, etc.; el de bonos en los economatos de Real Compania Asturiana de Minas, Hulleras de Turon, en Ia Cooperativa de Fabrica de Mieres, etc. Vease ibid., pp. 46 y 47.

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permiso de sus padres y limitandolos 0 negandolos a los j6venc8 inclinados a gastos superfluos, excluyendoles, en ultimo extremo, de la asociacion» 48 . En el caso de las libretas, mas generalizado, el sistema permitia a los patronos el iluminar y controlar los aspectos mas intimos del consumo obrero, acerca de cuya estructura podian disponer asi de preciosas informaciones, pormenorizadas hasta el punto de poder establecer estadisticas del consumo de una familia­ tipo, de inevitable regusto leplayano 49• A juicio de patronos e ingenieros, el sistema de compra a credito debia contribuir, ademas, a inculcar en el trabajador habitos de ahorro. En la medida en que a finales de cada mes se descontaba el gasto efectuado de los jornales devengados, el monto de aquel acostumbraba a ser funcion estricta, estatutariamente regulada, de la cuantia de este, y, en el caso de algunas cooperativas, tambien del estatuto del socio: en el caso de los economatos de Hullera Espanola, por ejemplo, «con objeto de evitar abusos, todos los obreros llevan anotadas en su libreta la tasa, 0 gasto maximo diario, que pueden hacer en los Economatos; esta va garantizada con la firma del vigilante, capataz o encargado» 50• De ese modo, «a fin de mes, el obrero ha pagado todos sus gastos, de suerte que lo que cobra es el exceso que le queda libre para atenciones menos urgentes que la comida y el vestido, mientras hoy, el dia de la paga, se encuentra con dinero fresco y olvidandose de sus compromisos, empieza general­ mente por gastar el jornal de 6 o 8 dias en vino y aguardiente, de modo que su situacion pecuniaria se agrava cada vez mas, acumulan­ do deuda sobre deuda» s t . En la epoca en la que la fuerza de trabajo se compra por dinero, el dinero «fresco» en manos inadecuadas constituye, sin duda, un riesgo demasiado elevado. 48 49

Ibid., p. 44. Pueden consultarse en Consejo Nacional del Combustible, ob. cit., pp. 68-71; y en Nevares, ob. cit., p. 1 53. 50 Clemencin, ob. cit., p. 361 . En Ia cooperativa de Minas de Teverga, el credito alcanzaba hasta un maximo del 75 por 100 del jornal; en Minas de Carreno el credito era funcion del estatuto -fundador, asociado ordinaria, asociado eventual- del socio. Unicamente en el economato de Minas de Saus era posible a! trabajador comprar generos por valor igual -e incluso superior- a! jornal; pero <<ese procedimiento excepcional solo [es] aplicable a minas como estas que estan adminis­ tradas de un modo patriarcal, y en las cuales el personal es continuamente fijo y todo del pais>>. Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., pp. 46, 48 y 47. 51 Gascue, <>, ob. cit., p. 401.

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Maxime cuando «el obrero asturiano es de los mas inclinados a malgastar su dinero» 52 . Es decir: a desviarlo hacia consumos no reproductivos. Evitar ese peligro equivalia a educar al trabajador en el ahorro y Ia prevision: «una de las virtudes que mas urge inculcar en el espiritu de la gente trabajadora es la del ahorro» 53. Operacion dificil, sin embargo, como constataba Fernando Garcia Arenal en 1 885: «mientras no se demuestre que el jornal es mas que suficiente para satisfacer sus necesidades, las de su familia, y educarla [ ... ], el ahorro y la prevision [ ... ] no son exigibles, sino al que tenga sobrante despues de atender a sus necesidades» 54. y ese no parece haber sido el caso de los mal pagados mineros asturianos. Por encima de tal evidencia, sin embargo, los patronos asturianos parecen haberse propuesto el tour de force de ensenar a ahorrar al pobre. De un modo coactivo, en primer lugar: los plazos de pago de los jornales parecen apuntar hacia ello. Como informaba Lucas Mallada en 1 91 1 , «a diferencia de lo que se efectua en otras provincias del Norte de Espana, como en Vizcaya, donde se paga generalmente por semanas o por decenas, es lo comun en Asturias que se pague por mensualidades, dentro de la primera quincena de cada mes» 55. De ese modo, con un salado corto (y menguado por las deducciones procedentes del economato o de la cooperativa y, en su caso, del alquiler de la vivienda) y con un largo mes por delante, las tentaciones de malgastar el dinero debieron reducirse considerable­ mente 56. 58.

·

52 Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 22. En relacion a su presunta imprevision, el obrero asturiano podia ser comparado con un salvaje; en 1891, un informe sobre las minas de oro de Cerro Colorado, en Mexico, realizado por un apoderado del Marques de Comillas, «comparaba a los indios que alii trabajaban con los mineros asturianos, por su actitud de gastarse todo el dinero que ganaban en mujeres, vino y juegm>. J. Bonifacio Sanchez, Estudio geo/Ogico-minero de Santander, Torrelavega: Universidad de Santander, pp. 5-6. En 1 885, Fernando Garcia Arena! seii.alaba que «Ia prevision, es una virtud muy rara, entre los obreros y por tanto, lo es igualmente Ia de hacer economias>>. Garda Arena!, ob. cit., pp. 67-68. 53 Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 22. 54 Garcia Arena!, ob. cit., p. 32. 55 Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 20. En Vizcaya el pago por quincenas o decenas habia sido el subproducto de dos huelgas generales, Ia de 1890 y Ia de 1903, en las que los mineros sostuvieron incansablemente Ia reivindicacion del pago semanal. 56 En el mismo sentido debia funcionar Ia prohibicion de pedir anticipos a cuenta, curiosa paradoja en un regimen contractual en el cual es el obrero el que, a! vender su

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Al lado de la coaccion, el estimulo: las cajas de ahorros con imposicion patronal inicial. En 191 1, Lucas Mallada escribia: «debe­ ria generalizarse la costumbre de que las Companias explotadoras estableciesen y concediesen premios anuales a sus mejores obreros, o a los mas afligidos por alguna desgracia. Premios de constancia a los que alcanzasen cierto numero de anos de servicio no interrumpidos; premios de valor 0 de buenos sentimientos humanitarios a los que se distinguiesen por algun acto heroico en beneficio de sus compane­ ros; premios de inteligencia a los que sobresaliesen en el mejor cumplimiento en las tareas de su oficio. Los premios deberian otorgarse en imposiciones en las Cajas de Ahorros» 57• Todos esos esfuerzos por civilizar al salvaje parecen haberse enfrentado a una tozuda resistencia por parte de este. En 1 890, por ejemplo, mil ochocientos huelguistas de Langreo se manifestaban tras una pancarta en la que, entre otras cosas, se pedian pagos quincenales de los jornales 58 . La suerte de las cajas de ahorros, por su parte, no parece haber sido mejor. En 1 871, Pedro Duro se lamentaba de que «desgraciadamente la Caja de Ahorros no ha dado tan buenos resultados como nos prometiamos, pues solo se han aprovechado de ella 36 obreros» . . . de un total de 930 59• Pero el caso de la caja de ahorros fundada por Hullera Espanola a comienzos de los anos noventa del siglo XIX es aun mas significativo. Tenia por objeto «inculcar la virtud del ahorro entre los obreros y sus familias, estimulando[los] por medio de primas y bonificaciones, para morige­ rar sus costumbres» 60. A todos sus obreros con antigiiedad de al menos seis meses les fue abierta una libreta con una imposicion de cinco pesetas; y para todos aquellos que, ademas, asistian regularfuerza de trabajo, abre credito a! patron. Esa prohibicion estaba vigente en 1911 en empresas como Real Compaii.ia Asturiana de Minas y Minas de Quiros; se trataba de un sistema <>, Revista Minera, 1 893.

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mente a las escuelas de adultos, esa impos1c1on se elev6 a veinte pesetas 61 • A unos y otros se les puso como condici6n la de no retirar sus imposiciones en el plazo de cinco aiios. He aqui los resultados: «casi ninguno agreg6 la mas insignificante cantidad a esas cinco pesetas, y cuando acab6 ese plazo de los cinco aiios, entre tantos centenares de individuos, no llegaron a 1 5 los que no se apresuraron a recoger sus cantidades correspondientes» 62. Para malgastarlas, sin duda, en consumos de vida. Mas directa parece haber sido la acci6n previsora de las cajas de socorros fundadas por los patronos asturianos. Ello no es en modo alguno casual: en condiciones de escasez . de brazos, el mantener utiles los disponibles se revelaba para patronos e ingenieros como algo absolutamente necesario 63• Maxime cuando accidentes y enfer­ medades amenazaban constantemente con minar el rendimiento de conjunto de las plantillas. En 1885, Nicanor Muiiiz Prada aseguraba que «era la vida del pobre minero fecunda en accidentes desgraciados y abundante en enfermedades, agudas y cr6nicas, cuyos resultados 61

Loc. cit. El interes era del 4 % anual. Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 22. La caja de ahorros de Union Hullera y Metalurgica de Asturias, fundada en 1 901 , daba a sus impositores un interes del 3,65 % <
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estamos tocando, al ver entre nosotros tantos hombres achacosos y valedutinarios, inhabiles para el trabajo y engendradores de enteca y debil prole» 64 . De ahi que «ya movidos por la caridad, ya por otras razones relacionadas con el capital» 65, los patronos debieran ocupar­ se de tan importante asunto. Todo parece indicar que tardaron en hacerlo: con escasas excepciones, hasta el inicio de la explotaci6n minera a gran escala eran los propios obreros los que atendian a sus necesidades en este terreno 66 . A partir de los aiios noventa del siglo XIX, sin embargo, la situaci6n cambia muy sustancialmente, hasta el punto de que, en 191 1, «en mucha mayor escala que en otras provincias se hallan establecidas en la de Oviedo las Cajas de socorro para la asistencia de los obreros enfermos y sus familias y un abono de una peseta de sus jornales» 67. Esas cajas, orientadas en principia hacia la asistencia medico-farmaceutica de accidentados y enfermos, pasaran mas tarde a ocuparse unicamente de la asistencia a enfermos, toda vez que la ley de accidentes de trabajo de 1 900, al dar forma legal a la noci6n de riesgo profesional, establecia la obligatoriedad patronal de asistencia en caso de accidente. La financiaci6n de las cajas de socorros, siguiendo el modelo helga que ya en 1 883 64 65

Muniz Prada, ob. cit., p. 320. Loc. cit. 66 En 1 883 Gascue escribia: <>, ob. cit., p. 403. En 1 885 existian en Asturias ocho sociedades de socorros mutuos, de las cuales solo dos eran sostenidas por empresas con intereses en Ia mineria: Fabrica de Mieres y Mosquitera. Vease Comision de Reformas Sociales, ob. cit., pp. 367 y 381. La de F:ibrica de Mieres parece haber sido Ia mas antigua: ya en 1861 Restituto Alvarez Buylla informaba de que «con objeto de conservar Ia subordinacion y conseguir mayor bienestar para los obreros, fundamos en el ano 1856 una Caja de ahorros intervenida por la administracion del establecimiento, que tambien eran depositaria>>. Alvarez Buylla, ob. cit., p. 25. Alvarez Buylla debe equivocar <> por caja de socorros. En 1 885, la caja se alimentaba a partir de descuentos del 2 % de los jornales obreros y del 1 % de los sueldos de los empleados (que suponian en conjunto 28 002 pesetas anuales), y de un donativo simbolico (mil pesetas) de Ia empresa. Aseguraba a unos 1 300-1 400 socios. Vease Comision de Reformas Sociales, ob. cit., p. 382. 67 Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 27. En esa fecha sostenian cajas de socorros las empresas siguientes: Union Hullera y Metalurgica de Asturias, Fabrica de Mieres, Minas de Teverga, Carbones La Nueva, Hulleras del Turon, Minas de Saus, Industrial Asturiana y Hullera Espanola. Vease ibid., ob. cit., pp. 27-30.

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recomendara Gascue 68, reposaba sabre deducciones salariales de un 2% como termino media, sabre las aportaciones patronales -que acostumbraban a ser iguales al manto total de las deducciones- y sabre las escasas multas impuestas a los trabajadores 69, Administradas par la empresa (en exclusiva o con participacion de los asociadas) y reguladas mediante estatutos y reglamentos de notable prolijidad, las cajas de socorros parecen haber estado de hecho en las manos del patron, quien podia establecer limitaciones mas o menos importantes en lo que se referia a la aplicacion de sus fondos: la asistencia sanitaria a los enfermos -y, con anterioridad a 1 900, tambien a los accidentados- podia ser estatutariamente negada en caso de heridas o padecimientos producidos par rinas, embriaguez o enfermedades venereas 70 ; las indemnizaciones a entre­ gar durante la enfermedad podian serlo en generos del economato o cooperativa, y no en metalico 71 ; la ruptura unilateral del contrato de trabajo privaba de todo derecho, incluido el de reclamacion, a los asociadas 72 . Esas limitaciones eran mayores aun en el caso de las cajas de pensiones y de retiros. Financiadas y administradas en exclusiva par 68

Vease Gascue, <>, ob. cit., p. 403. Veanse Clemencin, ob. cit., pp. 359-364; Fuertes Arias, ob. cit., pp. 141 -151; y Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 27. El ejemplo mas acabado de organizacion sanitaria parece haber sido el de Hullera Espanola. AI respecto, veanse <>, ob. cit.; Nevares, ob. cit., pp. 27-28; y Shubert, Hacia... , ob. cit., pp. 1 1 8-1 1 9. 70 Vease Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 27. En el caso de Hullera Espanola, por ejemplo, unicamente se aseguraba Ia asistencia en caso de enfermedades <>. <>, 1 893, art. 1 . 1 . <>. <>, 1 893, art. 7. 71 <>, que era el ingeniero-director. <> de Hullera Espanola, art. 8. 72 <<EI empleado, contratista u operario que deje de pertenecer a las Minas por cualquier causa que sea, no podra reclamar, en ningun caso y por ningun concepto, el reembolso de todo o parte de los descuentos hechos sobre sus haberes». <> de Hullera Espanola, art. 4. Lo mismo ocurria en el caso de Ia caja de socorros de Union Hullera y Metalurgica de Asturias: <<si voluntariamente dejan el establecimiento o son despedidos por su mal comportamiento u otras causas, pierden todo derechm>. Clemencin, ob. cit., p. 363. 69

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las empresas, tales cajas reposaban sabre la mas estricta arbitrariedad patronal. Con anterioridad a la ley de accidentes de trabajo (que regulaba las pensiones para viudas y huerfanos en caso de muerte o inutilidad como consecuencia de accidente laboral) y a la normativa de 1919 sabre intensificacion de retiros obreros (que establecia la obligatoriedad patronal de atender a la formacion de las pensiones), las cajas de retiros y de pensiones apuntaban hacia la recompensa de la estabilidad en el servicio, particularmente en el servicio de interior, el mas aquejado par la escasez de brazos y aquel en el que la autonomia laboral del trabajador era comparativamente mayor. En el caso de la caja de retiros de Hullera Espanola, par ejemplo, «se conceded una pension vitalicia [ ... ] a todo obrero de cincuenta y cinco anos, con veinte de servicios. La edad de cincuenta y cinco anos quedara reducida a cincuenta para los efectos de la pension, si durante un espacio minimun de diez anos el obrero hubiera pertenecido al servicio interior». El tiempo de servicio deberia ser, ademas, ininterrumpido, de tal modo que «todo obrero que sin permiso y sin causa justificada se haya ausentado durante un ana, podr:i perder parte o la totalidad de los derechos que le conferia el tiempo de servicio trabajado anteriormente» 73• Con pensiones y retiros se trataba, a la vez, de estimular el buen comportamiento moral de los eventuales beneficiarios. En el caso de Hullera Espanola, «la Sociedad que mas atiende a esta clase de servicios» 74, la asistencia en materia de pensiones y retiros se llevaria a cabo «teniendo en cuenta, no solo las necesidades especiales de aquellos que deben recibirlos, sino tambien y muy preferentemente sus virtudes religiosas y domesticas y las de las personas de su familia par consideracion a las cuales se les otorguen». Y esas pensiones -que habian de ser solicitadas previa presentacion de «un estado de

73 <>, 1 893, arts. 3.4 y 20.3. El trabajo en el interior de los jovenes comprendidos entre dieciseis y veinte anos se recompensaba mediante gratificaciones para ellos yfo sus padres con ocasion del servicio militar. Veanse ibid., art. 19; y <>, 1 893, base 1 4. Sobre pensiones y retiros en Union Hullera y Metalurgica de Asturias, vease Clemencin, ob. cit., p. 364; para Duro-Felguera, vease Fuertes Arias, ob. cit., p. 1 48. 74 Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 36. Hullera Espanola se adelanto, muy perspicazmente, a las reglamentaciones estatales en materia de retiros obligatorios. Vease <<EI Retiro Obligatorio Obrerm>, Revista Industrial Minera Asturiana, 1 921, pp. 279-280.

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situacion de la familia del obrero [ ], y un certificado de buena conducta, firmados ambos por el senor Cura parroco o por los Capellanes de la Empresa»- podrian ser suprimidas por causa de mala conducta notoria, escandalo publico por blasfemia, embriaguez o juego, afiliacion a sociedades secretas, inasistencia habitual a Ia escuela, etc. 7 s . Cajas de socorros, de retiros y de pensiones funcionaban, por tanto, como instrumentos de prevision obligatoria y de asistencia facult�t.i ;a, tendentes a asegurar al patron la disponibilidad y repostcton !aboral de la fuerza de trabajo; pero tambien como herramientas de fijacion y moralizacion de la mano de obra. ...

Si en el caso de las instituciones patronales orientadas hacia la reposicion fisica de la mano de obra la tension entre forma asistencial y funcion disciplinante aparece en estado late� te, esa tension se convierte en contradiccion en el caso de aquellas instituciones orientadas hacia su reproduccion moral. Las intervenciones patronales en el ambito de Ia educacirfn obrera son buena muestra de ello. En el caso de la educacion de los adultos patronos e ingenieros no podian aspirar a grandes transformaciones; nada mas alia de una cierta labor de correccion moral y de alej �miento ideologico del riesgo de contagio socialista y anarquista. El tnstrumento para ello parecen haber sido las escuelas de adultos, nocturnas yfo dominicales. Su origen no es temprano: todavia en 1885, Fernando Garcia Arena! informaba de que «ni los patronos ni las companias han hecho nada que tienda a facilitar la instruccion de l� s obreros, ni en general les son simpaticos los esfuerzos que se . dtrtgen en este sentido, porque unos diciendolo y otros sin expresar­ lo, cr�en que el mejor modo de manejar la masa, es que permanezca en la tgnorancia en que esta, sin tener en cuenta que el aislamiento de la corriente general de las ideas de su siglo, no es tal, que no lleguen hasta :I obrero menos instruido, los ecos de los anarquistas y _ exageradas utopias les parecen hacederas y comumstas, y que las mas aceptables» 76 • Los primeros conflictos obreros de cierta importancia 59.

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les han\n despertar de su ciego sueno: en 1 896 existian ya tres escuelas dominicales o nocturnas, pertenecientes a cada una de las tres principales empresas mineras del momento: Fabrica de Mieres, Hullera Espanola y Union Hullera y Metalurgica de Asturias 77; y en 191 1 la mayor parte de las empresas de alguna importancia sostenian escuelas para adultos 78, Se constituyen al tiempo instituciones filantropicas no directamente patronales, aunque apoyadas moral y financieramente por los patronos, cuyos objetivos reales no parecen haber sido sustancialmente diferentes de los que guiaban a las escuelas patronales de adultos. Objetivos de capacitacion profesional y de institucionalizacion de la transmision de los saberes, en primer lugar: en 1 899, un ingeniero de minas senalaba, a proposito de una de esas instituciones, la Extension Universitaria de Oviedo -conec­ tada con la Institucion Libre de Ensenanza-, que, «todavia hay dos terceras partes de la poblacion que carece de la instruccion mas rudimentaria; y si hay falta de brazos para el desarrollo del trabajo industrial, mas se lucha con la penuria de obreros especiales y maestros de taller. No es posible desconocer que semejante estado es incompatible, en los tiempos actuales, con el verdadero progreso y con la prosperidad general» 79. Pero los objetivos de esas institucio­ nes parecen haber sido, ante todo, ideologicos. En 1 898, Adolfo Posada, catedratico de la Universidad de Oviedo y uno de los promotores de la Extension Universitaria de Oviedo, senalaba como una de las metas de la educacion de adultos la de «elevar la cultura popular, crear ideas y aspiraciones nobles y evitar el triste espectacu­ lo de la lucha de clases» so . Y en 1910, Aniceto Sela, otro hombre de la Extension, increpaba asi a los patronos y burgueses asturianos: «�cuaritos millones habeis gastado en la empresa redentora de la Vease Suarez, El problema... , ob. cit., pp. 24-26. Adem:is de las ya existentes con anterioridad, existian tambien en Minas de Saus, Minas de Cardiiiuezo, Carbones La Nueva e Industrial Asturiana. Vease Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., pp. 48-53. 79 A. Contreras, <>. Los Cuadernos del Norte, num. 1 1 , 1 982, p . 80. 80 Transcrito en S. Rodriguez, <>, Los Cuadernos del Norte, num. 1 1, 1982, p. 66. 77

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desarreglos, no menos graves, que nacian de las condiciones familia­ res de reproducci6n de la fuerza de trabajo: «los pobres obreros ve.ianse continuamente, sin reposo apenas, amarrados al potro de un trabajo inhumano, sin tiempo para vivir la vida de familia o para cumplir como cristianos. Los hijos de aquellos esclavos criabanse sin conocer a sus padres [ ... ] . Esos niiios, criados en la libertad mas salvaje, sin trato apenas con sus padres, se hacian tambien obreros en cuanto servian para alga, y empezaban a vivir una vida independien­ te, como si estuvieran en una posada, siguiendo en la casa pa­ terna» 84• Atajar esa situaci6n, preiiada de futuros peligros, era, pues, importante: la escuela debia tamar el relevo educativo del hagar inexistente, en tanto este -por media de la vivienda higienica, sabre todo- era reconstruido sabre bases nuevas. Retirado del nefando ambiente familiar y social, el niiio estaba en condiciones de recibir un conjunto de preceptos fisicos y morales capaces de hacer de el, en el futuro, un buen obrero. En 1 896, Jose Suarez afirmaba que «es de todo punta necesario que los niiios aprendan en las escuelas siquiera las reglas mas rudimentarias de higiene, que con las practicas religiosas y morales [ ... ] formen el estado moral de aquellos, asentandolo sabre bases s6lidas e indestructibles» 85• A medida que los conflictos obreros ganan en amplitud e intensidad, ese objetivo ideol6gico de la escuela se va precisando en mayor medida: en 1 906 -aiio importante para el movimiento obrero asturiano- un patron aconsejaba que cada barriada obrera «deberia tener su Escuela correspondiente, donde los hijos de los obreros recibiesen la educa­ ci6n necesaria, inculcandoles las ideas religiosas, frena moral de la sociedad» 86. Y en 1911, Lucas Mallada era aim mas explicito; al felicitarse de que, gracias a la acci6n de las empresas, «la provincia de Oviedo podra contarse, con legitimo orgullo, entre las que figuren en primera linea, por lo que respecta a la enseiianza», este ingeniero afirmaba que «este es un data verdaderamente consolador, pues abre la esperanza de que en un plaza no muy lejano, las condiciones morales y sociales del pais habran de mejorar mucho mas que lo que empeoraron en estos veinte ultimos aiios, con motivo de las

educaci6n, para evitaros las perdidas de muchos mas, difundidos en la hoguera de las luchas sociales?» 81 . La acci6n de las escuelas para adultos, generalmente varones, se ve.ia complementada, en el caso de las mujeres, con la enseiianza de labores y economia domestica, sin duda mas adecuada a su sexo y a su netesario recato, muy alejado de los brillos de la lucha social. En 1 891, Felix Parent, ingeniero de minas al servicio de Hullera Espanola y artifice de su plan inicial de «instituciones beneficas», anunciaba su intenci6n de hacer venir desde Barcelona a una maestra de encajes y a un cortador de trajes para hombres, con el fin de que iniciasen a las mujeres de los obreros en tan utiles menesteres; con ella, «los ingresos de las familias quedaran aumentados, y se adquiriran poco a poco costumbres de trabajo, tan necesarias en la mujer como en el hombre» 82• A no dudarlo, las mujeres empleadas en el estrio de los carbones y en las labores agrarias ignoraban cabalmente lo que era trabajar. Si en el caso de los maleados adultos la acci6n educativa patronal no podia ir mas alla de la simple ortopedia, en el caso de sus maleables hijos aquella acci6n aspiraba a modelar, pieza a pieza y desde el comienzo, el fantasma patronal de obrero modelo. Para ello se trataba, en primer lugar, de contrarrestar los no por necesarios menos perniciosos efectos del trabajo infantil: «el empleo de los chicos desde los 1 1 y 1 2 aiios, como viene haciendose, es lo mas perjudicial que imaginarse puede, para su desarrollo y para su cultura intelectual. El primero se verifica de un modo incompleto, estando en general dedicados a trabajos superiores a sus fuerzas y por lo mismo anti-higienicos, asi es caracteristico el aspecto de todos estos desgraciados que a los 16 aiios parece que tienen 13, y aun menos, respecto a fuerza y vigor y 20 en cuanto a vicios y aires hombrunos» 83. Corregir tales desarreglos -cuya negativa incidencia futura no podia ser omitida- parece haber sido el primer objetivo de la politica educativa de los patronos asturianos. Pero habia otros 81

A. Sela, Extension Universitaria. Memorias correspondientes a los cursos de 1898 a 1 910; cit. en Uria, ob. cit., p. 80. Felix Parent a Manuel Montaves, 5-VII-1891; repr. en Ojeda, Asturias. . . , ob. cit., pp. 403-404. La misma informacion puede consultarse en <<Minas de Aller», Revista Minera, 1891, p. 1 59, que lo reproduce de un peri6dico gijones. 83 Garcia Arena!, ob. cit., p. 1 1 1 . <<El aprendiz intratable, mentiroso, holgazan, a veces vicioso prematuramente [... ]>>. Loc. cit. 1909, · 82

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84 M. Arboleya Martinez, De Ia accion social: el caso de Asturias, Barcelona: Gili, 1 91 8, pp. 10-1 1 . 85 Suarez, El problema... , ob. cit., p. 35. 86 Comisi6n de Estudios de Ia Riqueza Hullera Nacional, Informacion... , ob. cit., p. 109.

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agitaciones provocadas por los elementos rebeldes que nunca faltan entre el proletariado» 87. Ademas de todo ello, las escuelas patronales debian contribuir a asegurar una reproducci6n acorde con las exigencias del trabajo productivo. Para ello, la articulaci6n de los diferentes niveles y tipos de enseiianzas debia revelarse como un instrumento esencial. El caso de Hullera Espanola resulta ejemplar al respecto. En 1 9 1 1 , sostenia cuatro escuelas que acogian a casi mil niiios 88 . En 1 936, el aparato escolar de la empresa se habia ampliado y desarrollado completa­ mente; incluia directamente siete escuelas e, indirectamente -me­ diante pago de los salarios de los maestros estatales-, otras cuatro, acogiendo, con estricta separaci6n de sexos, a un total de mas de tres mil niiios de menos de catorce aiios 89, A partir de esa edad, las expectativas de los adolescentes se diversificaban por sexos. Los chicos mas aventajados en aprovechamiento y disciplina podian optar a una subvenci6n patronal con el fin de poder pagar sus estudios en diversas carreras o de formar la dote necesaria para el ingreso en distintas congregaciones religiosas 90. Los demas, conde­ nados a un destino similar al de sus padres, ingresaban en su mayoria en el trabajo minero, al tiempo que unos pocos (sin duda los destinados a puestos de vigilancia o control) lo hacian en la escuela de aprendices mineros creada por la empresa en 1 894 91 . En ella, alojados y alimentados por la empresa, recibian enseiianzas de contabilidad, dibujo y musica, al tiempo que, bajo la direcci6n del ingeniero subdirector, «trabajan en una mina, donde, sin peligro alguno, explotan una capa de 0,60 m. bajo la vigilancia inmediata de un maestro piquero y otro entibador» 92. Acabados los estudios 87 Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 48. En esta fecha, Ia mayor parte de las empresas asturianas de importancia sostenian, en diferente medida, instituciones educativas para niiios y jovenes: Union Hullera y Metalurgica de Asturias sostenia seis escuelas y subvencionaba a tres escuelas municipales y a un colegio; Fabrica de Mieres sostenia dos escuelas y subvencionaba a otras dos; Industrial Asturiana, en colaboracion con Explosives Santa Barbara, sostenia dos escuelas y subvencionaba a otra; Minas de Saus, Minas de Cardiiiuezo y Carbones La Nueva sostenian una escuela cada una. Vease ibid., pp. 48-53. 88 Vease ibid., pp. 51 -52. 89 Vease Nevares, ob. cit., p. 59. 9o Vease ibid., pp. 64-66. 91 Vease <<Escuela de mineros», Revista Minera, 1 984, p. 373. 92 Clemencin, ob. cit., p. 362. El numero de alumnos era de cincuenta hacia mediados de los aiios noventa del siglo XIX.

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«pasan a las otras minas de la Compaiiia y en caso de no necesitarlos esta, pueden encontrar, con relativa facilidad, un jornal en las de otras Sociedades» 93, Las chicas, por su parte, ingresaban en las escuelas de hogar sostenidas por la empresa, en donde se les enseiiaba cocina, costura, lavado, etc., con el fin de prepararlas «para que sepan no solo administrar 0 dirigir los hogares de sus padres, sino el suyo propio cuando contraigan estado, para que resplandezca el orden, la economia y la higiene necesaria, y su compaiiero encuentre mas comodidad y agrado que en las tabernas y casinos» 94. Por medio de la organizaci6n docente del aparato escolar, los patronos asturianos aspiraban a prefigurar para los hijos de sus obreros un destino diferenciado y complementario, productivo en el caso de los hombres y reproductivo en el de las mujeres: aquel, trabajador; esta recatada y hacendosa; ambos, casados y fieles a la empresa. Un destino minuciosamente programado por solicitos profesores cuya pertenencia a diversas 6rdenes religiosas hacia de ellos maestros consumados en el dificil arte de la vigilancia y de la dosificaci6n sabia de los castigos y de las recompensas 95. 93 Loc. cit. Una organizac10n similar, aunque mas tardia, es Ia que desarrolla Union Hullera y Metalurgica de Asturias, que inaugura en 1917 una escuela de artes y oficios, cuyo programa incluia gramatica, aritmetica, geometria, fisica y quimica, dibujo, higiene y economia, como asignaturas comunes; y construcci6n y mecanica, electricidad, metalurgia y geologia y topografia, como asignaturas especiales. Vease Consejo Nacional del Combustible, ob. cit., pp. 207-208. 94 Nevares, ob. cit., p. 62. «Varias jovenes encuentran a! terminar esta segunda instruccion colocaciones en comercios, donde son preferidas por su vasta cultura general, unida a Ia buena letra y conocimientos de contabilidad>>. Loc. cit. Una escuela similar parece haber sido fundada por Fabrica de Mieres en 1 890; dirigida por dominicas, en ella «aprenden Ia administracion y contabilidad de casa, labores de cocina, costura, repaso de ropas y confeccion de vestidos>>. En 1902, a esa escuela asistian 410 chicas. Fuertes Arias, ob. cit., p. 147. 95 Las escuelas de Hullera Espanola estaban regentadas por Hermanos de Ia Doctrina Cristiana (chicos) y Dominicas Terciarias (chicas); Ia de Fabrica de Mieres por Dominicas de Ia Asuncion y Hermanas de Ia Doctrina Cristiana (chicas); las de Union Hullera y Metalurgica de Asturias por Hermanos de Ia Doctrina Cristiana (chicos) y Hermanas de San Vicente de Paul (chicas). Vease Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., pp. 52-53, 48 y 51. En una de las escuelas de Industrial Asturiana se seguia en 191 1 el novedoso sistema del padre Manjon. Vease Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 53. Una muestra del esmero en Ia vigilancia de los Hermanos de Ia Doctrina Cristiana: Ia escuela de Union Hullera y Metalurgica de Asturias en La Felguera, «modelo perfecto de un establecimiento de enseiianza>>, disponia de paneles con cristales «que permiten vigilar desde un extremo todo el recinto. Como es sabido, este es un sistema de inspeccion

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Un destino tanto mas paradojico cuanto que, en la mayoria de los casos, el aparato escolar patronal era financiado por los propios trabajadores, a traves de la caja de socorros 96 ; �existe acaso manifes­ tacion mas acabada de la contradiccion entre forma asistencial y funcion disciplinante de las instituciones patronales? Por lo demas y a su modo -es decir, mediante el conflicto-, los trabajadores no dejaron de expresarla 97, Si la clave de las estrategias paternalistas reside en el intento de disciplinar produdivamente a la mano de obra a traves de interven­ ciones sobre el no-trabajo, el ocio del obrero, sus diversiones, no podian escapar a la atenta mirada de patronos e ingenieros. Bien pronto diagnosticaron estos acerca de la improcedencia de las diversiones obreras existentes. De las de origen campesino, en primer lugar: en 1 885, Fernando Garda Arena! llamaba la atencion sobre la «carencia casi absoluta de diversiones publicas higienicas y racionales. No hay juegos de pelota, ni de barra, ni de rejones, algunos muy pocos de bolos [ . . . ] . Desde la primavera al otofio, casi todos los domingos hay [ . . . ] romerias a las cuales concurren [los obreros], pero a parte tal cual baile, al que los hombres no muestran gran aficion, toda la fiesta se reduce a merendar y heber sidra y muchos solo lo segundo» 98. En el discurso de patronos e ingenieros, la diversion obrera aparece indisolublemente asociada al fantasma del consumo inmoderado de alcohol. En 1883, Francisco Gascue informaba que «en el valle del Nalon, de cada tres casas, dos tienen taberna; el vicio de la embriaguez toma proporciones desconocidas en nuestra sobria Espana» 99 , Jose Suarez, por su parte, sostenia la 60.

que es general en todas las escuelas de dicha Congregaciom>. Ibid., p. 49. El sistema de estlmulos mediante premios parece haber estado muy generalizado: en las escuelas de Industrial Asturiana tales premios solian ser prendas de vestir o calzado; en Ia escuela de artes y oficios de Union Hullera y Metalurgica de Asturias los premios solian consistir en imposiciones en Ia caja de ahorros. Vease ibid., p. 53; y Consejo Nacional del Combustible, ob. cit., pp. 207-208. 96 Es el caso, por ejemplo de Union Hullera y Metalurgica de Asturias y de Hullera Espanola. Veanse, ademas de los estatutos de las cajas de socorros, Clemencin, ob. cit., pp. 361 y 362; y Fuertes Arias, ob. cit., pp. 142-147. 97 Shubert da noticias de algunos de los conflictos obreros relacionados con las escuelas patronales. Vease Shubert, Hacia ... , ob. cit., pp. 1 08-109. 98 Garcia Arena!, ob. cit., p. 65. 99 Gascue, <
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misma opinion en 1 896: «tiene que sorprender al observador, que por primera vez recorre estos valles, especialmente aquellos en que se concentra la vida industrial de la provincia, la profusion enorme, aterradora, de tantas tabernas como en ellos existen y se sostienen; constituyen una verdadera plaga, otros tantos focos de inmoralidad y ruina de los obreros y en general de casi toda la poblacion rural de Asturias» 100. Y Adolfo A. Buylla escribia, en fecha anterior a 1910: «los vicios dominantes en el labrador asturiano [ . . . ] son el juego y la embriaguez, sobre todo esta ultima, que, exacerbada por los terribles efectos de la sofisticaci6n de los vinos y licores, excitan sus instintos brutales» 101 • Si hemos de dar credito a los ingenieros, las diversiones de los obreros puros no parecen tampoco haberse visto libres de los vapores etilicos o amilicos. Mas bien parece que, con el paso del tiempo y la progresiva urbanizaci6n de las cuencas, el problema del alcohol no hace sino agravarse 102 . En 1 9 1 1 , Lucas Mallada expresaba muy imaginativamente esa transicion: «arrastrados [los mineros] por corrientes de vanidad que a la sazon dominan, son muchos los que e1 principal es Ia bebida. La sidra, Ia cerveza, el vino y los detestables licores compuestos sobre Ia base de los alcoholes industriales, que tantas victimas causan, se consumen en enorme proporciom>. Comision de Reformas Sociales, ob. cit., p. 368. Acerca del consumo obrero de alcohol, vease Shubert, Hacia... , ob. cit., pp. 93-95. En relacion a! discurso patronal sobre el alcoholismo obrero en Asturias, vease J . Sierra Alvarez, <<�El minero borracho?: alcoholismo y disciplinas industriales en Asturias», Los Cuadernos del Norte, num. 29. 1 985, pp. 58-63, sobre lo que se apoya, en buena medida, lo que sigue. 1oo Suarez, El problema. . , ob. cit., p. 1 2. 101 A. A. Buylla y G. Alegre, <<El obrero-agricola asturiano», en A. A. Buylla y G. Alegre, La proteccion del obrero: accion socialy accion politica, Madrid: Libreria General de Victoriano Suarez, 1910, p. 85. En 1 900, otro profesor universitario escribia: <
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dejaron la taberna par el cafe�» 103. Y en 1 923, el presunto alcoholis­ mo minero se perfilaba, ante los aterrados ojos de los ingenieros de minas, como un jinete del apocalipsis: «la llaga se extiende cada dia mas y mas, fetida y repugnante. ya es hora de aplicarle el cauterio si no queremos que Asturias entera se hunda en la negrura de una noche, de la que nunca pueda despertar» 104. Y esa llaga tenia efectos y consecuencias graves, a juicio de patronos e ingenieros. Dejando aparte su negativa incidencia directa sabre el trabajo (en forma de absentismo y descenso de la producti­ vidad individual 105), el consumo inmoderado de alcohol parece constituir una de las causas de la debilidad y degradaci6n fisica de los mineros asturianos: «esos j6venes raquiticos, esos adolescentes enclenques, cuya configuraci6n fisica va denunciando par todas partes el estado de degeneracion en que fueron engendrados [ . . . ] . De esa generalizacion progresiva y abominable, de este incremento nocivo y desconsolador, nace fatalmente una serie de males cuyos efectos perniciosos se exteriorizan en la inferioridad cada vez mas ostensible y alarmante de la raza» 106 . Al lado de la degradaci6n fisica, la degradacion moral, la locura y la imbecilidad: «los idiotas y locos que par aqui tanto abundan, constituyen la natural descendencia de los alcoholicos» 107. Tambien la criminalidad encuentra su origen principal en los h:ibitos de consumo de alcohol de los obreros asturianos. En 1 896, Jose Suarez seiialaba que en ferias y romerias 103 104

Direcci6n General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 21. <<El nuevo manicomio de Oviedo y el alcoholismo en Asturias», Revi.rta Industrial 1\!inera Asturiana, 1923, p. 236. En 1 925, un medico de Langreo seiialaba que «desde Ia guerra el concejo gasta mas en alcohol que en pan>>. J. M. Jove y Canella, Topografia medica del Concejo de Langreo, 1 925, cit. en Shubert, Hacia .. , ob. cit., p. 101. Del mismo autor, vease tambien Topografia medica de Laviana, Madrid: Cosano, (1 927), pp. 102-103. lOS A los ingenieros no se les escapaba que, en las condiciones de alimentaci6n del obrero asturiano, el empleo del alcohol podia contribuir, en tanto que «alimento de ahorrm>, a elevar momentaneamente Ia energia del trabajador; pero tampoco podian ignorar que esa eventual posibilidad de incremento de Ia productividad no compensa­ ba de los negativos efectos a medio plazo del abuso del alcohol. AI respecto, veanse Garcia Arena!, ob. cit., pp. 42-45; y Suarez, El problema. . . , ob. cit., p. 28. 106 ]. Orb6n, «Urge Ia aplicaci6n de una "Ley Seca" para acabar con esa gran vergiienza, verdadero oprobio de nuestra provincia>>, Revista Industrial Minera Asturia­ na, 1923, p. 64. 107 Loc. cit. El anatema adquiere ribetes biblicos en el caso de «Un venenm>, La Semana Popular Ilustrada, 9-IY-1891, p. 1 78. Acerca de esta publicaci6n patronal, vease infra. .

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«Suele concluir la fiesta a tiros, palos y navajazos, 0 todo esto a la vez» 1os. Y en 1 900, Gimeno y Azcarate, teniente fiscal de la Audiencia de Oviedo, establecia una relacion de causa a efecto entre consumo obrero de alcohol e incremento de la criminalidad, al tiempo que expresaba admirablemente la transicion tecnica entre la violencia preindustrial y la industrial: «el revolver, la pistola, el puiial, la navaja en todos sus feroces aspectos y principalmente la navaja barbera, caracteristica de la region, han venido a sustituir al clasico y pintoresco palo, con tanta habilidad manejado en las romerias par el aldeano» 109. Finalmente -y ella es sin duda lo mas grave-, las secuelas del alcoholismo alcanzan a los combates sociales, enconandolos: «el caracter de las luchas sociales, tiene aqui [en el alcohol] tambien el mismo origen: la terquedad, la irascibili­ dad, el amor propio exagerado que se pone en elias, son caracteristi­ cas propias de quienes no poseen la serenidad de juicio necesaria para luchar par su mejoramiento, con los recursos supremos y exclusivos de la razon» uo . La taberna pasa a identificarse, en el discurso patronal, con la rebelion social 1 11 . Del raquitismo a la imbecilidad, de la criminalidad a la locura, del absentismo a las luchas sociales: en el fonda de todo ella se yergue la hidra del alcoholismo. De ahi la importancia, para patronos e ingenieros, de combatirlo par todos los medias: en 1 885, Nicanor Muniz Prada seiialaba que «este vicio social necesita la accion simultanea de las empresas, del Municipio y de los particula­ res, si queremos disminuir su progreso entre nuestros obreros» 1 12• Dejando aparte medidas indirectas -vivienda con huerto, economa­ tos y cooperativas, estimulo de la previson, etc. 1 13-, las empresas lOB Suarez, El problema... , ob. cit., p. 1 7. 109 M. Gimeno y Azcarate, La criminalidad de Asturias: estadistica ( 1833- 1897), Oviedo: Escuela tipografica del Hospicio, 1900, p. 69 y, en general, pp. 43-65. En 1 9 1 1 , Lucas Mallada retomaba Ia imagen haciendola simetrica de aquella otra que expresaba el transito de Ia taberna a! cafe. Vease Direcci6n General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 21. En las palabras de uno y otro parecen renacer los apuntes de Palacio Valdes acerca del transito de Ia violencia campesina a Ia violencia obrera. Vease Palacio Valdes, ob. cit., pp. 68 y 199. En el mismo sentido, vease Jove y Canella, Topografia medica de Laviana, ob. cit., pp. 86-87. 110 «El nuevo ... >>, ob. cit., p. 236. I l l Vease un ejemplo del trasunto literario de tal identificaci6n en Uria, ob. cit., p. 82. 1 1 2 Muniz Prada, ob. cit., p. 329. 1 13 AI respecto, veanse supra; y Sierra Alvarez, «�El minero ... ?>>, pp. 60-61 .

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asturianas parecen haber creido poder limitar los negativos efectos del alcoholismo por medio del desarrollo de propuestas directas de ocio y diversion obreros, distintas y alternativas a la romeria, a la taberna y al cafe. En 1 900, Gimeno y Azd.rate recomendaba a los patronos asturianos la formaci6n de sociedades de templanza y de fiestas anuales para reparto de premios a los obreros de conducta mas sobria; pero tambien el fomento de las funciones teatrales, de los conciertos, de las conferencias, de las bibliotecas 1 1 4 , Y en 1918, un ingeniero de minas proponia «la instalaci6n de duchas, bafios, juegos y circulos recreativos e instructivos, con sus correspondientes bibliotecas. De esta manera se llegara a tener un obrero [ . . .] desviado de la taberna y de esos llamados circulos obreros, en los que no se hace otra cosa que organizar huelgas y disturbios» 115 • La organizaci6n de ese conjunto de honestos y sobrios esparci­ mientos exigia de un espacio especifico: tal parece haber sido el sentido asignado a instituciones como el circulo obrero cat6lico. De origen frances, la idea del circulo obrero cat6lico habia sido propagada en Espafia por el jesuita Antonio Vicent, asiduo corres­ ponsal y privilegiado mentor del Marques de Comillas 116• Si en origen sus funciones parecen haberse movido entre lo cultural­ religioso y lo sindical, mas tarde, a medida que crece la sindicaci6n obrera, obligando al cristianismo social a formular alternativas especificamente sindicales 1 1 7, las funciones del circulo se precisan considerablemente: «si el Sindicato es de necesidad, necesario es tambien el Circulo, y paralelamente han de vivir ambos. La raz6n es clara: el Sindicato, de suyo no atiende sino a la defensa de los intereses profesionales del obrero, basada en los principios cristia­ nos. De la moral privada, de los deberes religiosos, nada o muy poco dice el reglamento del Sindicato. Y el obrero, antes que obrero, es 114

Vease Gimeno y Azcarate, ob. cit., p. 62. Falco, ob. cit., p. 32. 11 6 La relacion entre ambos debio ser muy estrecha: «esos "deberes de justicia" del patrono de Ia gran industria, no sabe uno si fueron inspiracion del Padre Vicent a! Marques, o fueron copiados fielmente de lo que veian los ojos del sociologo, para despues trasladarlos a sus Iibras». F. de Valle (S. 1.), E/ P. Antonio Vicent y Ia Accion Social Cato/ica Espanola, Madrid: Bibliografia Espanola, 1947, p. 176. 1 1 7 AI respecto, veanse J. J. Castillo Alonso, <<Modulaciones ideologicas del catolicismo social en Espana: de los Circulos a los Sindicatos», Revista Espanola de Ia Opinion Prlblica, 1976 (3), pp. 37-75; y J. J. Castillo Alonso, E/ sindicalismo amarillo en Espana: aportaciones a/ estudio del catolicismo social espanol, 1912- 1923, Madrid: Edicusa, 1977. 1 1s

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hombre y cristiano. Eso cabalmente lo facilita el Circulo con sus escuelas, conferencias morales, practicas religiosas, etc., la perfecci6n integra en el orden intelectual, moral y espiritual» 118, El circulo, en suma, debia constituirse en espacio privilegiado del ocio obrero, en antitaberna. Asi parece deducirse de las palabras de un ingeniero de minas en la inauguraci6n, en 1 895, del Circulo Obrero Cat6lico de Hullera Espanola, en Bustiello: «�d6nde consagra el obrero mejor a Dios el dia de Domingo? �En el Circulo Obrero Cat6lico donde recibe saludables ensefianzas para su alma y cuerpo o en esas cloacas del vicio que llamamos tabernas [ . . . ] donde aprende las ideas mas abominables sobre todo lo que sea digno de respeto, donde se blasfema de Dios?» 11 9• Presidido por el director de las minas, dirigido por los capellanes de la empresa y regulado por un preciso reglamento, el Circulo Obrero de Bustiello -como, mas tarde, la casa social del Sindicato Cat6lico Obrero de Moreda 120 aspiraba a centralizar la totalidad de las actividades de esparcimiento de los trabajadores de la empresa 121 . Su actividad era negativa, en primer lugar: de vigilancia y represi6n de las diversiones no aconsejables. La lectura, por ejemplo: la difusi6n de la prensa liberal, socialista y anarquista parece haber sido cuidadosamente vigilada 122, analogamente a lo que ocurria con las novelas consideradas no recomendables 123. Algo similar parece _

1 18 C. Bayle, E/ segundo Marques de Comillas: D. Claudio Lopez Bru, 1 928; cit. en Nevares, ob. cit., pp. 1 57-158. Sabre las funciones de los circulos, vease A. Vicent (S. !.), Socialismo y anarquismo: Ia enciclica de Nuestro Santisimo Padre Leon XIII <> y los Circulos de Obreros CatrJ/icos, Valencia: Impr. de Jose Ortega, 1 895. Debo Ia consulta de esta obra a Ia amabilidad de Juan Jose Castillo. 1 1 9 Transcrito en Shubert, Hacia... , ob. cit., p. 1 14. El circulo obrero de Bustiello habia sido proyectado y construido por Jose Revilla, ingeniero de minas cuyo ejercicio profesional tendra Iugar, en lo esencial, en el distrito de Leon. El casino de Bustiello incluia locales para escuela de adultos, sala de lectura, salon de teatro y conferencias, sala para veladas musicales, etc. Veanse Clemencin, ob. cit., p. 307; y Fuertes Arias, ob. cit., pp. 143-144. 1 20 Vease E. Gallego, «El edificio �ocial del Sindicato minero asturiano de Moreda (Aller)>>, La Construccion Moderna, 1 920, pp. 233-237. 121 Vease Garcia, ob. cit., pp. 204-206. 122 Vease Shubert, Hacia... , ob. cit., p. 124. Tambien Fabrica de Mieres, a partir de 1906, parece haber controlado estrictamente Ia difusion de periodicos de ideas disolventes, cuya lectura podia ser castigada con el despido. Vease Instituto de Reformas Sociales, lnforme .. , ob. cit., pp. 28-32. 123 Vease Shubert, Hacia . . . , ob. cit., p. 143. Debia tratarse de una practica habitual en las empresas del Marques de Comillas: en Trasatlantica <
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haberse producido en lo que se refiere a las funciones teatrales 124. Esa actividad negativa debia verse complementada por otra positiva, alternativa. Mediante la difusi6n de espectaculos edifican­ tes, por ejemplo: «hoy funcionan cines a los que acuden los pequenuelos a envenenar su espiritu con las peliculas inmorales que exhiben. Por eso debemos hacer cuanto sea preciso para que lo antes posible empiece a funcionar nuestro Teatro-Cine, en que se daran funciones de teatro educadoras e instructivas [ . ], y en el que tambien habra la correspondiente secci6n de cinematografia, proyec­ tando peliculas censuradas por uno de nuestros Consiliarios» 125 . Al lado de los espectaculos, la edici6n de prensa especificamente destinada a los obreros: Hullera Espanola difundira entre sus obre­ ros, entre 1 890 y 1 892, una revista titulada La Semana Popular Ilus­ trada y, a partir de 1901, otra titulada Los Jueves de "EI Siglo XX", con su correspondiente almanaque. Su objetivo era explicito: en el caso de los redactores de La Semana Popular Ilustrada, «muevenos el deseo sincero de alejar al pueblo de lecturas abyectas que le corrompen sin recrearle y que buscan el lucro por el camino del escandalo. Queremos que el trabajador, por exiguos que sean sus recursos, tenga, como las clases acomodadas, un peri6dico con imagenes que alegre su hogar durante la semana, y que al par que el deleite, contribuya a la educaci6n de la familia» 126 . . .

velase con diligencia para que en las bibliotecas de sus buques no se consmttera ninguna lectura daiiosa o inconveniente. Entrando una vez a visitar uno de los barcos, vi6 en un estante de Ia Biblioteca, una obra inmoral. Asombr6le el veda, y sad.ndola pregunt6 muy disgustado quien Ia habla colocado alii. Nadie sabla dade raz6n. Entonces dijo que si no se averiguaba pronto haria salir del buque a cuantos por raz6n de su cargo tuvieran en el descuido alguna culpa». M. Casc6n (S. I.), Luz sin sombra: el Marques de Comillas, Comillas: [ s. n.], 1926, pp. 75-76. La vigilancia solla ser desempeiiada por el clero y los guardas jurados. Vease Shubert, Hacia. . . , ob. cit., p. 124. Para el caso de Ia Fabrica de Mieres, vease Institute de Reformas Sociales, Informe... , ob. cit., pp. 34-39. En general para Asturias: <>, de

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El fomento de la musica coral parece, por su parte, haber merecido una especial atenci6n de las empresas. Ya en 1 885, la Comisi6n Provincial de Reformas Sociales se lamentaba de que «los esfuerzos que se han hecho en diferentes ocasiones para establecer Sociedades corales no hayan dado resultado, porque nadie duda que contribuyen en gran manera a afinar los sentimientos y a dulcificar las costumbres» 127. Hullera Espanola, por ejemplo, sostenia en 1 91 1 a un maestro de musica y a dos auxiliares, que dirigian un orfe6n obrero compuesto de dieciocho cantores y treinta y cuatro musi­ cos 128 . En cualquier caso, el entretenimiento espiritual debia verse complementado por el desarrollo corporal: una comisi6n de ingenie­ ros aconsejaba en 1926 «aumentar los campos de futbol, ya que se cuyo patronato principal era presidente el Marques de Comillas, debieron tener amplia difusi6n, favorecida por las empresas, entre los mineros asturianos. Jose Tartiere, de Industrial Asturiana, formaba parte tambien de dicho patronato. 127 Comisi6n de Reformas Sociales, ob. cit., p. 370. En nota: <>. Loc. cit. Tambien Fernando Garcia Arenal llamaba Ia atenci6n acerca de <>. Garcia Arena!, ob. cit., p. 65, nota. 1 28 Direcci6n General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 52. La musica coral parece haber gozado de los favores de los ingenieros en tanto que actividad disciplinante, relacionada, sin duda, con su caracter colectivo y ritmico. En 1 879, un ingeniero de minas relataba asl Ia experiencia de Ia escuela que en Orb6 (Palencia) sostenla Ia empresa explotadora: «nuestro querido amigo y compaiiero el distinguido director de las minas [Mariano Zuaznavar], gran entusiasta de Ia musica y notable compositor, cree y nosotros con el, que su enseiianza puede contribuir poderosamente :i suavizar el car:icter de los niiios y :i embellecer sus sentimientos>>. H. Bentabol y Ureta, <>, Revista Minera, 1 879, p. 364. El resultado no parece haber sido muy halagiieiio: <>. Comisi6n de Reformas Sociales, ob. cit., <>, <, v, p. 537. Tambien Gascue y Parent eran aficionados a Ia musica, que ejecutaban habitualmente. Los higienistas, por su parte, no dejaron de percibir las virtudes morales del canto coral. Vease, por ejemplo, P. F. Monlau, <>, El monitor de Ia salud de las familias y de Ia salubridad de los pueblos, pp. 278-279. En general, veanse P. Gumplowitcz, M. Rostain, <>, Espaces et Societes, nums. 38-39, 1981, pp. 1 35-143; y P. Glumpowitcz, <>, en Collectif <>, Esthitiques du peuple, Paris [etc.]: La Decouverte [etc.], 1985, pp. 55-76.

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advierte entusiasmo en el obrero hacia ese deporte; crear premios como aliciente al mismo y realizar certamenes» 129. Sobrio y cultivado fisica y espiritualmente, el obrero estaba, al fin, en condiciones de velar, si no por su presente terrenal, si al menos por su futuro extraterreno. Tambien a ello le ayudaba su senor en la tierra, su patron. Un senor que le castigaba por sus pecados; en Hullera Espanola, por ejemplo, «la blasfemia, que es vicio monstruoso de los mineros [. . . ] estaba terminantemente prohi­ bida bajo pena de expulsion» 130. Un senor que, a la vez, lo guiaba paternalmente por la senda de la salvacion eterna: ademas de la labor que al respecto desarrollaban los miembros de las ordenes religiosas encargados de las escuelas patronales, ademas tambien de las charlas y conferencias morales de los capellanes en el circulo obrero, ademas tambien de los ejercicios espirituales tres veces al ano, las empresas asturianas acostumbraban a subvencionar a los parrocos para que celebrasen misas especiales para sus obreros y, en ocasiones, soste­ nian capellanes propios e incluso erigian templos a sus expensas m . El mas notable, sin duda, debio ser el construido por Hullera Espanola en Bustiello en 1 894. De estilo «latino-romanico» segun unos y de estilo «romanico del siglo XII» segun otros 1 32 , ese templo, «que podri llamarse la Covadonga de la Industria» 1 33 y que, en un arranque de piedad egocentrica, el Marques de Comillas, Claudio Lopez Bru, coloco bajo la advocacion de su homonimo en el paraiso, no era otra cosa -simbolica y perceptivamente hablando- que el doble celestial de su propia efigie situada en un lugar de honor en la colonia modelo de Bustiello. Entre Claudio y San Claudio, entre el gris del cielo y la negrura de la mina: la existencia del trabajador.

129 Consejo Nacional del Combustible, ob. cit., p. 207. El futbol, introducido en Espana, a! parecer, par los directivos ingleses de Riotinto Company en Huelva, aparece en Mieres hacia 1905. Vease Fernandez Cabeza, ob. cit., p. 20. En Bustielo existia un campo de futbol y una baiera. Vease Nevares, ob. cit., p. 29. 1 30 Ibid., p. 44. La prohibici6n aparecia expresada en el art. 15 del «Reglamento de Regimen Interior de Hullera Espanola>>, transcrito en ibid., p. 66. 1 3 1 Vease Direcci6n General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., pp. 53-54. 1 32 Clemencin, ob. cit., p. 306; y <>, ob. cit., p. 327. 1 33 R. Oriol, <>, Revista Minera, 1 893, p. 286.

El paternalismo industrial asturiano 1 5.

. I

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EL COLAPSO DEL PATERNALISMO ASTURIANO

El edificio paternalista se desagrega muy ripidamente en Asturias; casi desde su mismo nacimiento -al menos en tanto que pnictica efectiva y generalizada- se vera obligado a modificar sustancialmente su orientacion dominante y, en alguna medida, sus tecnicas. Ello no es en modo alguno casual: las primeras huelgas obreras en los anos setenta y, sobre todo, en los anos ochenta del siglo XIX transformaran muy considerablemente la topologia de problemas patronales a los que las estrategias paternalistas aspiraban a hacer frente. El triangulo acotado por la escasez de brazos y la condicion mixta y autonomia laboral de los existentes se vera transformado en piramide en la cual, ademas, el cuarto vertice -el del conflicto laboral y social- pasara a ocupar, cada vez en mayor medida, una posicion preeminente, que regiri las relaciones mutuas entre los otros tres. Consecuentemente, un cierto cambio de percep­ cion parece producirse, al respecto, entre patronos e ingenieros. Todavia en 1 883, Francisco Gascue podia escribir: «llama la atencion de los extranjeros, la armonia que reina en estas minas entre jefes y subordinados, entre Directores y obreros, la afabilidad del trato, la suavidad de las relaciones» 1 34. Trece anos mas tarde, en 1 896, Jose Suarez no estaba ya en condiciones de sostener esa optimista opinion: el fantasma de la revuelta obrera no podia ya ser ignorado. Se perfilaba cada vez mas nitidamente, con los rasgos de una catastrofe natural, fatal en cierto modo: «no se dominan las dificulta­ des sorteandolas con remedios futiles y pasajeros: es preciso mirar cara a cara al espectro y abordar de frente la solucion del problema: porque entregandose los patronos y clases directoras a la indolencia, al dolce farniente, sin atacar con energia el mal hasta en sus ultimos germenes, es exponerse a que la bola de nieve se convierta en alud que, al desprenderse de la cima de la montana, arrolle cuanto encuentre a su paso» 1 35. En relacion con esa nueva sensibilidad, desde los anos noventa del siglo XIX las instituciones paternalistas, nacidas como instrumen­ tos de una estrategia de gestion productiva de la mano de obra,

61.

1 34 1 35

Gascue, <>, ob. cit., p. 402. Suarez, El problema ... , ob. cit., p. 74. En otro Iugar, prolongando Ia imagen de catastrofe natural: <<solo anticipandose a los motivos de Ia tormenta que se avecina y previniendo sus efectos, es como tal vez podran evitarse sus estragos>>. Ibid., p. 69.

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Del programa a las estrategias

Metalurgica de Asturias el «rasgo mas saliente es el de haberse consituido bajo forma de asociacion, mientras que en las minas de Aller [de Hullera Espanola] reviste el caracter de donativos a los obreros» 139• Esa diferencia no podia dejar de traducirse en la distinta forma que, en cada caso, adoptaba la gestion de las instituciones; De aquellas destinadas a atender al consumo obrero, en primer lugar. Las reflexiones de Francisco Gascue acerca del modo mas adecuado de organizacion -economato o cooperativa- de esas instituciones resultan ilustrativas al respecto. No ignoraba Gascue las teoricas ventajas que presentaba la asociacion cooperativa: «la idea de la asociacion ha sido encomiada, ensalzada y recomendada por los economistas modernos, que la indican como uno de los medias mas eficaces para resolver la cuestion obrera, y es cierto que en el extranjero funcionan admirablemente gran numero de elias» 1 40. Pero no ignoraba tampoco los riesgos de limitacion del poder patronal que planteaba la participacion y, en su caso, el control obreros sabre la gestion de las cooperativas: «la practica ha demostrado que, para que su marcha sea normal y beneficiosa, se necesitan ciertas condiciones en los asociadas. Se necesita que tengan inteligencia y educacion superiores a las de nuestros obreros en general, se necesita que sepan tener disciplina, [. . . ] se necesita que sepan desprenderse de ese espiritu intransigente, deseoso de mezclarse en todos los detalles, criticarlo y perturbarlo todo» 1 4 1 . Frente a tales riesgos, y en condiciones de debil desarrollo de la lucha obrera, se imponia el economato, «sostenido por una empresa, con unidad de mando y de voluntad, con conocimientos en sus administradores e independen­ cia -suficientes» 1 42 . Todavia en 1 896, Jose Suarez creia estar en condiciones de sostener la misma opinion 1 43. Pero ya en 1 905, en una situacion de movilizacion obrera importante, que anunciaba la .«huelgona» del ano siguiente, Nicou y Schlumberger constataban que «como por lo demas en otros lugares, las cooperativas de consumo sustituyen a los tan atacados economatos» 1 44• Bien es

deberan atender tambien -y, a medida que pasa el tiempo, sabre todo- a objetivos de pacificacion social: deberan constituirse en tecnica de prevencirfn del conflicto . Ese deslizamiento, esa reordenacion de los objetivos del progra­ ma paternalista no dejara de acusarse en la aparicion en Asturias -al igual que en otros lugares- de dos variantes bien caracterizadas. Ya en 1 893, un anonimo articulo-editorial aparecido en la prestigiosa Revista Minera se hacia eco del cambia de orientacion -hacia formas de paternalismo liberal- de las patriarcales instituciones sociales de Chagot et Cie. 1 36. Significativamente titulado «Como pueden evitar­ se las huelgas», ese articulo delimitaba con precision ambas modali­ dades, al tiempo que las identificaba con cada una de las dos mayores empresas asturianas: «en la organizacion de las instituciones obreras [de Union Hullera y Metalurgica de Asturias] se cuida de que el obrero comprenda que el beneficia que le proporcionan no es debido mas que a su propio esfuerzo, y de ahi nace una confianza que ha hecho [ . . . ] efimeros los conatos de huelga que adquirieron desarrollo en otras minas de la comarca. En oposicion a este sistema, que podriamos denominar de emancipacion paternal de la clase obrera, hay minas asturianas importantes [se refiere, sin duda, a Hullera Espanola] que han organizado el sistema de severisima tutela, tambien paternal si se quiere, que procura el bienestar del obrero por reglamentacion tan estrecha, que hasta se preocupa de la clase de lecturas que deben consentirse al obrero» m. La piedra de toque para juzgar acerca de la eficacia de una u otra variante no sera ya de arden productivo sino social: su capacidad para prevenir o sortear el conflicto, en definitiva. Asi lo expresa el anonimo redactor del articulo: «�cual de ambos sistemas es preferible? Naturalmente que lo sera aquel que de mejores resultados el dia del conflicto, cuando estalle una excision entre los obreros y los patronos» 1 38. Cada una de las variantes se organiza en torno a un nucleo fundador bien diferenciado: la tutela y la asistencia en un caso, la asociacion y la prevision en el otro. No se le escapaba la diferencia a Jose Suarez en 1896: en la politica social de Union Hullera y 62.

Vease supra, II. 5. «El programa paternalista: una utopia patronah>. <>, Revista Minera, 1 893, p. 254. Las referencias a! <> proceden de L' Echo des Mines et de Ia MetaJJurgie. EI articulo podria ser obra de Roman Oriol, a Ia saz6n director de Ia revista. 1 38 Loc. cit. 1 36 1 37

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1 39 1 40

Suarez, El problema... , ob. cit., p. 69 . Gascue, <>, ob. cit., p. 401 . . 1 41 Loc. cit. Gascue da cuenta de las dificultades de gesti6n de Ia cooperativa de Fibrica de Mieres. 1 42 Ibid., p. 402. 1 43 Vease Suarez, El problema ... , ob. cit., pp. 20-21. 1 44 Nicou, ob. cit., p. 219. El ejemplo mas acabado a! respecto sera el de Ia ,

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Del programa a las eslrategias

cierto que las cooperativas se encontraban «bajo la supervision de las Companias que las han creado» 145 ; bien es cierto tambien que estas acostumbraban a reservarse un peso importante en las juntas directivas; pero no es menos cierto que el desarrollo de la forma cooperativa implicaba un cierto y forzado cambio de sensiblidad patronal en lo que se refiere a las modalidades de gestion de las instituciones sociales de la empresa: un cambio de tdctica. Observable tambien en la gestion de las cajas de socorros. En este caso las diferencias entre las variantes patriarcal y liberal de la estrategia paternalista no se refieren tanto al modo de financiacion -que en todos los casos reposaba sobre deducciones de los jornales y aportaciones patronales-, cuanto mas bien a la modalidad de la integracion de los socios, obligatoria en un caso y opcional en el otro 1 46, y, sobre todo al desigual peso patronal en la composicion de las juntas directivas: si en el caso de la caja de socorros de Hullera Espanola «la Asociacion sera administrada por el Ingeniero Director de las Minas como Presidente, en union de un Contador, un Cajero y el Medico» 147, en el caso de la Union Hullera y Metalurgica de Asturias la junta de gobierno, «presidida por el director de la Sociedad, o persona que la represente», estara formada por «los vocales que elijan los operarios en la proporcion de uno por cada cincuenta inscritos, los Capataces del interior y los jefes del servicio exterior» 1 48 •

cooperativa de Union Hullera y Metalurgica de Asturias, creada en 1 900. Financiada mediante acciones de veinticinco pesetas -de las cuales Ia empresa retenia, en 1 904, Ia cuarta parte--, Ia cooperativa se administraba por medio de una junta mixta de representantes obreros y de elementos de Ia empresa. Vease foe. cit. 145 Loc. cit. 146 La inscripcion en Ia caja de socorros era obligatoria en el caso de Hullera Espanola. Vease «Caja de socorros. Estatutos», art. 2.1 . El caso de Union Hullera y Metalurgica de Asturias es significativo: si en el reglamento de 1889 <<se consideran inscriptos y con derecho a los beneficios de Ia Caja de Socorros todos los operarios de ambos sexos ( ... ] y todos los empleados subalternos que figuren en las listas ordinarias>>, en 1 905 Ia afiliacion parece no ser ya obligatoria. Veanse Suarez, E/ problema... , ob. cit., p. 59; y Nicou, ob. cit., p. 220. 147 <>, art. 5. El contador era nombrado por el presidente. Vease <>, art. 2. 1 48 Suarez, E/ problema... , ob. cit., p. 65. El reglamento establecia, ademas, Ia obligatoriedad de exposicion publica mensual de los extractos de las cuentas, asi como Ia inspeccion semestral de las mismas. Vease foe. cit.

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El impacto de la revuelta y de la autoorganizac10n obreras sobre las estrategias paternalistas no es observable unicamente en la disociacion tactica entre una variante patriarcal y otra liberal. Se expresa tambien en el conflicto, cada vez mas acusado, entre objetivos de gestion productiva de la mano de obra y objetivos de pacificacion social. En ningun aspecto es ello tan evidente como en Ia evolucion de Ia consideracion patronal del trabajador mixto . Denostado inicialmente como responsable ultimo de la baja productividad de la mineria asturiana, pasara a ser considerado, mas adelante, bajo una luz notablemente mas matizada. Ya en 1 883, Francisco Gascue barrunta­ ba con su habitual perspicacia y solida informacion, que no todo eran inconvenientes en la condicion mixta del trabajador asturiano, hasta el punto de que «el desideratum seria en la industria, que todo obrero fuese un pequeno propietario» 1 49. Pero esa opinion no pasaba de ser una simple declaracion de principios, no urgida aun por la practica. De tal modo que el escaso desarrollo del conflicto obrero le permitia todavia anteponer los objetivos productivos a los de pacificacion: «hay una notable diferencia entre el agricultor, que se dedica a ganar unos cuartos en la mina, y el verdadero jornalero que con su esfuerzo logra tener su modesta propiedad. Aquei trae a la obra la indolencia propia del labrador de estas montanas [ . . . ] , mientras este lleva a su pequena finca la practica y costumbre del trabajo en cierta escala» 150. En 1 896, un ligero pero esencial cambio de tono se ha produci­ do: es cierto que los trabajadores mixtos continuan siendo percibi­ dos como portadores de un anormalmente bajo efecto util; pero no es menos cierto que «el que estos mineros [ . . . ] no hayan secundado en Mayo de 1 891 el movimiento de agitacion producido en el extranjero y en algunas provincias de Espana [ . . . ] se debe a que, no siendo aun genuinamente industriales, esto es, obreros que vivan exclusivamente de la industria, sus habitos agricolas, su reconocida aficion a las faenas del campo, el carino que el asturiano tiene a su familia y el respeto que aun profesa a las autoridades (a la justicia), como ellos dicen, y sobre todo su proverbial indolencia, juntamente con su resistencia a todo genero de novedades y asonadas, son los motivos que hoy los apartan de fomentar y aun cooperar a las

63.

1 49 Gascue, <>, ob. cit., p. 387. 150 Loc. cit.

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huelgas» 151• Salvador Canals expresaba mas daramente aun' en 1 900 la ambivalencia patronal: «respecto del obrero mixto no estan d� acuerdo las opiniones de los patronos. Algunos creen que esa mezcla es un mal, porqu� se trabaja mucho menos de lo que trabajarian _ neces tados. Otros lo consideran un bien porque [... ] o �reros mas ; mtentras la mayorta de los obreros [... ] pertenezca a esta clase de o �re�o mixto, las huelgas no- son temibles por el aspecto del orden pubhco, pues el huelguista aprovecha el paro para echar una mano a las necesidades del campo» m. Por su parte, no todo eran ventajas en los escasos y deseados obreros puros, inmigrantes: «tal vez reunan estos mejores condicio­ nes para la industria: porque ajenos a las ocupaciones agricolas de los otros, se dedican por completo a las tareas del taller 0 de la mina; pero la carestia de los alimentos [... ] , las malas condiciones higienicas d� las casas que habitan [ ...] , son otras tantas causas que se oponen al bte��star de! obrero en los grandes centros, aparte de Io que agita su espmtu el sistema de vida que en ellos se hace» 153. Por si ello fuera poco, �I trabajad?r in�igrante constituia un permanente riesgo de contagto revoluctonano de los trabajadores autoctonos: «el dia en que los �eseos de algunos industriales se vean cumplidos, y entren en Astur!as obr�ros exteriores a la provincia, [ ... ] Ia prosperidad de aquellas mdustnas que no se preocupen del obrero estara en peligro en cuanto una mano experta acerque la tea revolucionaria a los explosivos acumulados. Nada crea espiritus tan conservadores como la convivencia con la tierra; pero nada tan terrible como Ia revolucion de la hoz y de Ia azada» 154. De un lado, pues, trabajadores mixtos escasamente productivos pero Pacificos y sumisos; de otro, obreros puros, violentos y . d�s�rr�tgados pero -al menos potencialmente-- mas receptivos a Ia ?tsctphna del trabajo minero: he ahi los datos del problema. Frente a el, una solucion: «seria preciso [... ] que los mineros, propiamente Suarez, El problema... , ob. cit., pp. 1 0- 1 1 . Canals, ob. cit., pp. 129-130. L o mismo en palabras d e Adolfo Alvarez Buylla: «[ .] esa cl�se de_ obreros mixtos que, a! decir de bastantes industriales, es incompati­ ble con Ia m_tenstd�d y Ia _ regu_l�ri ?ad del trabajo que exigen esas empresas y que, en nuestro senttr, pudtera, bten dmgtda, ofrecer soluciones de paz y armonia en Ia lucha planteada entre el obrero y el capitalista». Buylla y G. Alegre, La proteccitin... , ob. cit., P 89 153 Suarez, El problema... , ob. cit., p. 14. 154 Canals, ob. cit., p. 1 30. 151

152

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dichos, tomaran la agricultura como una ocupaal61'1 llevaran a esta la actividad y la constancia, que 110ft lll salientes del trabajo industrial» 1 55• El obrero jarclifttlll solucion. Una solucion precaria, de comproml10, Uftl irrealizable en la practica: una quimera de la que el real olattte Ill su huerto no es otra cosa que un palido reflejo. POHtill , }I ambivalencia paternalista en relacion a la condicion del trabajai�l lll es otra cosa que la expresion, a su modo, de la insalvable c:OfttetiJt> cion que el despliegue capitalista porta consigo como un lncubol It infernal dialectica entre concentracion de la mano de obra, da un lado y, de otro, creacion de las condiciones mas favorables para 1& rebelion obrera. AI enfrentar objetivos productivos con objetiVOI pacificadores, las estrategias paternalistas se atan las manos para todo lo que no sea serrar la rama sobre la que se posan. A lo largo de los aiios de la primera guerra mundial y, sobre todo, de los inmediatamente posteriores, el estrechamiento de esa rama parece alcanzar un umbra! critico. Varios son los procesos cuya aceleracion e interpenetracion en esos aiios contribuyen a explicarlo. Uno de ellos hace referenda al objetivo patronal de atraer y fijar mano de obra inmigrante para, asi, resolver el problema de la cronica penuria de brazos y, a la vez, limitar la capacidad de resistencia del trabajador autoctono a la disciplina del trabajo. Por primera vez en su historia, las empresas mineras asturianas se encuentran, a la salida de la guerra, ante una situacion generalizada de exceso de mano de obra. Con ello uno de los objetivos esenciales de las estrategias paternalistas se desvanecia, dejaba de tener sentido. Bien es cierto que esa situacion, largo tiempo deseada por los patronos asturianos, no parece haber sido el resultado de las practicas empresariales; las cosas no parecen haberse producido en la forma prevista por los ingenieros. Segun estos, la inmigracion deberia ser la consecuencia logica de una elevacion de los saJarios, resultado, a su vez, de un incremento de la productividad de las plantillas. Ello deberia asegurar al patron un control importante sobre la aplicacion productiva de los inmigrantes y, en concreto, sobre el proceso de aprendizaje de estos. No parece haber sido asi. La inmigracion se produjo -y con caracteres explosivos, dificilmen­ te controlables-. Pero su causa, la elevacion, al menos nominal, de

64.

.

155

Suarez, El problema... , ob. cit., p. 22.

Del programa a las estrategias

260

los jornales, no parece haber sido el resultado de un incremento de la productividad, sino mas bien de la sostenida presion de un movi­ mento sindical fuertemente organizado ya, al que las empresas, en el marco de una excepcional coyuntura del mercado y de unos excepcionales beneficios, preferian no hacer frente de un modo directo. A la salida de la guerra las empresas asturianas se encontra­ ron, pues, con los mismos problemas estructurales que ya tenian con anterioridad a ella. Con la diferencia, no se olvide, de que habian de hacer frente, a la vez, al hundimiento del mercado de los carbones de la primera mitad de los afios veinte y a unas plantillas sobredimen­ sionadas por segmentos de trabajadores inmigrantes escasamente cualificados, cuyo aprendizaje no podia haber sido considerado cuidadosamente. En conjunto, las plantillas eran aun menos produc­ tivas que con anterioridad a la guerra 156 , En esas condiciones era poco menos que imposible el no aceptar que las estrategias paterna­ listas habian fracasado estrepitosamente en su pretension de elevar la productividad de los trabajadores. Los resultados no parecen haber sido mas halagiiefios en lo que se refiere a la inculcacion de habitos de disciplina y a la produccion de relaciones de deferencia. En 191 1 , Lucas Mallada constataba que la disciplina !aboral de los trabajadores asturianos no habia mejorado precisamente a lo largo del periodo de vigencia plena de las practicas paternalistas: «las cualidades de la masa obrera han empeorado en Asturias desde hace unos treinta afios [ . . . ] se nota en el trabajo menos esmero que en otros tiempos, [ ... ] los picadores de carbon, por ejemplo, se han hecho menos escrupulosos, [ ... ] menudean mas las contiendas entre ellos y las faltas de subordinaciom> 157• Pero sera en los objetivos, cada vez mas decisivos, de pacifica­ cion social en donde la erosion de las estrategias paternalistas se exprese mas nitidamente: la escalada de conflictos laborales de los afios inmediatamente anteriores a la guerra y la creciente presion sindical de los afios belicos parecen haber conducido a los patronos asturianos a abandonar la idea, clave en la estrategia paternalista, de que la empresa constituia el marco de regulacion mas adecuado de las relaciones laborales. La constitucion de la Asociacion Patronal de 1 56

Vease J. L. Garcia Delgado, <>, Revista de Trabajo, num. 35-36, 1972, pp. 39-100. 1 57 Direcci6n General de Agricultura, Minas y Montes, ob. cit., p. 21.

El paternalismo industrial asturiano

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Mineros Asturianos en 1 913, en respuesta a lA del ilAilllll ill Obreros Mineros de Asturias en 1910, y la instituc:lonA1llatl6n ftt iA practi:a de los con�en�os colectivos a escala de sector y. prO¥ifteilt supoman el reconoctmtento, de hecho, de la estrechez y ab10lllltl1� cia de aquel marco. Y es preciso no olvidar que fuerA dt 61 IAI estrategias paternalistas no tenian ya espacio. M:ixime si, ademas, el conflicto !aboral se creda en coni'IICitO politico y de solidaridad intersectorial: la huelga de agosto de 191?, la primera en la que el doble marco del sector y de la provincia scrAn puestos en cuestion por los trabajadores asturianos 158, constituye lA clausura -no por simbolica menos real- de las estrategias paterna­ listas de los patronos asturianos. No es otra la conclusion que, a! hacer balance de ella, extrae el dirigente catolico-social Maximiliano Arboleya, a proposito de la empresa que mas ejemplar y completa­ mente las habia practicado: el sistema «que practica con tan inusitada generosidad la "Hullera Espanola", derrochando dinero en premios, subvenciones, obras beneficas de todo genero y trabajos de propa­ ganda religiosa, podra ser un medio de alguna eficacia para retrasar la invasion socialista, pero totalmente inutil para impedir a la larga esa invasion» 159. Arboleya era, sin duda, demasiado optimista todavia. A nuevos tiempos, nuevas disciplinas. Definidas ya por una nitida y decisiva separacion de poderes y de ambitos de intervencion. En lo productivo, la abundancia de mano de obra, la perdida de peso relativo de los trabajadores mixtos y de su monopolio sobre los trabajos del interior y, finalmente, la segmentacion cada vez mas acusada del mercado de trabajo permitiran a las empresas, en el marco de una casi permanente crisis y de una situacion de dura competencia obrera por el empleo, abordar de frente -y ya no indirectamente- el esencial e intocado problema de la autonomia funcional del trabajador minero y, con el, el de su control sobre la productividad: los ensayos de mecanizacion de los afios veinte y la creciente preocupacion, no por teorica menos significativa, por los metodos de organizacion cientifica del trabajo seran una buena muestra de ello 160. 1 58

Vease Shubert, Hacia ... , ob. cit., pp. 150-152. Arboleya Martinez, ob. cit., p. 41 . 1 60 Veanse, por ejemplo, <
262

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NOTA BIBLIOGRAFICA

Al tiempo, y simetricamente, la reproduccion y sus problemas, asi como la regulacion del conflicto laboral y social, se convertiran, cada vez mas, en asunto de Estado: la fronda de legislacion que en ambas materias se inicia en 1900 y se multiplica en los aiios de la dictadura de Primo de Rivera no deja, al respecto, lugar a dudas 161 • Tras 1 917, pues, nada puede ya ser igual: el cansino ondear de aislados, inertes y desesperanzados jirones de la bandera paternalista no puede ocultar ya, a los ojos de nadie, que una era -Ia de los alzados en 1936, aquella bandera parece ondear de nuevo -y sin duda asi es forma/mente; pero no es menos cierto que, dadas las caracteristicas, fuertemente intervencionistas y rigurosamente repre­ sivas, del «Nuevo Estado», no se trata ya -no puede, en sustancia, tratarse ya- de la misma bandera. ij

'I 'I I

<<Ejemplo de como se pone en practica el sistema Taylor», Revista Minera, 191 8, pp. 605-607, 617-618, y 1919, pp. 5-6; C. de Madariaga, <, Revista Minera, 1920, pp. 239-240; C. de Madariaga, <, Revista Minera, 1 920, pp. 255-257; C. de Madariaga, <, Revista Minera, 1926, pp. 33-37; <>, en Congreso Nacional de Ingenieria, ob. cit., IV, pp. 199-208. 161 Veanse, por ejemplo, L. E. de Ia Villa Gil, M. C. Palomeque Lopez, Introduccion a Ia economia del trabajo, Madrid: Debate, 1978; y A. Soto Carmona, El trabajo industrial en Ia Espaiia contempordnea, 1874- 1936, Barcelona: Antrhopos, 1989.

En mayor medida aun que en otros, la bibliografia de este -un trabajo que aborda una problematica oblicua, a caballo de distintos campos- no puede ser sino arbitraria, fruto de opciones personales conscientes o inconscientes, cuando no simplemente de los encuen­ tros azarosos y fortuitos en los catalogos de bibliotecas escasamente convencionales y en los no mas convencionales anaqueles de los libreros de viejo. Cabria, ciertamente, recurrir al expediente habitual en la «litera­ tura» cientifica al uso, y acompaiiar a este libro de un listado informe que recogiera la totalidad de las obras citadas en el texto o, al menos, de las directamente consultadas. Sin embargo, el volumen y disper­ sion de estas, y su muy desigual relacion con la problematica aqui tratada, junto con las caracteristicas de la edicion, han aconsejado al que esto escribe relevar al probablemente demasiado ocupado lector de la absurda tarea de consultar un tan ingrato como desorientador cajon de sastre, y optar, en cambio, por presentarle una bibliografia breve y -hasta donde es posible- ajustada, capaz de no disuadirlo de profundizar en aquella problematica. Al lector academico, en contrapartida, no le quedara otro remedio que consultar las referen­ cias a pie de pagina, operacion que, por cierto, acostumbra a resultar demasiado fatigosa si no se acompaiia de la lectura del propio texto. 65.

capitanes de industria-y un ciclo disciplinario -el paterna/isla- se habfan consumido para siempre. Es bien cierto que, tras la victoria de los

66. Entre las obras de caracter general acerca de Ia evolucirin histririca de las disciplinas industriales, el lector consultara con provecho el ya clasico trabajo de Sidney Pollard, recientemente traducido al castellano, La genesis de Ia direccirin de empresa moderna: estudio sobre Ia revolucirin industrial en Gran Bretaiia, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad

Social, 1 987, en particular su capitulo 5 («La adaptacion de la mano de obra»); asi como el tambien clasico articulo de Edward P. Thompson «Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial», en E. P. Thompson, Tradicirin, revuelta y consciencia de clase: estudios sobre Ia crisis de Ia sociedad preindustrial, Barcelona, Critica, 1984. Referencias importantes y, sobre todo, ideas sugerentes podran ser encontradas tambien en el largo articulo de Herbert G. Gutman «Work, culture and society in industrializing America, 1815-191 9», American Historical Review, num. 78, 1 973, pp. 531-588; y en el no

264

Nota bibliogrdfica

par polemico menos riguroso trabajo de Harry Braverman Trabqjo y capital monopolista: Ia degradacirin del trabqjo en el siglo XX, Mexico, Nuestro Tiempo, 1 975 (aquellos lectores que no soporten una mala traducci6n, podran evitarsela recurriendo a la edici6n original: Nueva York, Monthly Review, 1 974). Mas recientemente, el lector hara bien en consultar los ambiciosos trabajos de Michelle Perrot «The three ages of industrial discipline», en Consciousness and class experience in nineteenth-century Europe, Nueva York, Holmes and Meier, 1 979; y de Jean-Paul de Gaudemar «Preliminares para una genealogia de las formas de disciplina en el proceso capitalista del trabajo», en Espacios de poder, Madrid, Las Ediciones de La Piqueta, 1 981; y, sabre todo, L'ordre et Ia production: naissance et formes de Ia discipline d'usine, Paris, Dunod, 1 983. En lo que a obras generales sobre paternalismo industrial se refiere, par mas que en ocasiones presenten la forma · de monografias nacionales o incluso locales, el lector no dejara de consultar los trabajos de Lion Murard y Patrick Zylberman «Le petit travailleur infatigable ou le prolt:taire regeneree: villes-usines, habitat et intimi­ tes au XIXe siecle», Recherches, num. 25, 1 976 (que, de un modo mas explicito que los trabajos de Perrot o de Gaudemar, desarrollan al respecto las inesquivables ideas de Michel Foucault en Vigilar y castigar: nacimiento de Ia prisirin, Madrid, Siglo XXI, 1 982); de P. N. Stearns Paths to authority: the middle class and the industria/ labor force in France, 1820-48, Chicago, University of Illinois Press, 1 978; de Luigi Guiotto La fabbrica totale: paternalismo e citta sociali in Italia, Milan, Feltrinelli, 1 979; de Pierre Veltz «Les entreprises et la stabilisation de la main d'oeuvre: notes comparatives sur les siderurgies anciennes et modernes», Revue d'Economie Regionale et Urbaine, 1 983 (1), pp. 27-41 ; de Jean-Baptiste Martin (seud6nimo colectivo de siete autores pr6ximos a la revista Milieux) La fin des mauvais pauvres: de I'assistance a /'assurance, Seyssel, Champ Vallon, 1 983; de Donald Reid «
Du pauperisme a Ia Securite Sociale: essai sur les origins de Ia Securite Sociale en France, 1850- 1940, Paris, Colin, 1 97 1 ; y para una vision de

conjunto de las dimensiones espaciales y urbanisticas (pero tambien para no pocas ideas y una abundante bibliografia) consultara el capitulo X.1 («Poblados y ciudades obreras de iniciativa empresa­ rial») del volumen II del trabajo de Paolo Sica Historia del urbanismo.

Nota bibliogrdfica

'.\

265

El siglo XIX, Madrid, Instituto de Estudios de Administraci6n Local, 1981 . �1 !ector n? dejara de hojear algunas de las obras que han contr�buzdo a con[zgurar Ia matriz ideolrigica de las prdcticas paternalistas: el prectoso trabaJO de Thomas Carlyle Pasado y presente, Madrid, La Espa�a Moderna, [191 -?]; la no menos preciosa recopilaci6n de _ << Unto this last>> (basta este ultimo) : estudios est�dtos de John �usktn soczale�: cua!ro e�tudzos sobre los primeros principios de Economfa polftica, Mad �1�, Ltbrena de Fernando Fe, [19�-rJ , en traducci6n de Ciges

Apanc10; los tan extensos como repet1t1vos textos de Frederic Le Play (9ue debera consultar en frances, dado que nunca fueron traductdos al castellano, a excepci6n del casi inencontrable volumen de La organizacirin del trabqjo segun Ia consuetud de los talleresy Ia ley del Decdlogo, Tours, Alfredo Marne e Hijos, 1 895); de Jules Simon L'o�vrie'r_e, P��is, Librair�e de L. Hachette et Cie., 1 864, y Le travail, Pans, Ltbrame Internattonale, 1 866; de Emile Cheysson «L' evolu­ tion du patronage», La Riforme Sociale, 1 982 (2), p__p. 1 7 1 - 1 89, .y Le patron, son role economique et social, Paris, V. Giard & E. Briere, 1 906 (acerca de cuyo autor resultara de gran utilidad la consulta del nu �ero monografico a el dedicado -el 28, de 1 987- par la revista Mzlteux); y de Charles Gide Economic sociale, Paris, J. B. Sirey, 1 907. Como introducci6n a esa particular corriente del pensamiento social que fue la economia social, resultara sin desperdicio la consulta del articulo de Michel Suchaut «L' economie a visage humain», en las pp. 32-41 del citado numero de Milieux. Entre las obras literarias con las cuales el lector podra deleitarse, al . tlempo que descansar de la unci6n de los mamotretos que se terminan de citar, dificilmente podra resistirse al documentado tremendismo del novel6n de Emile Zola Germinal, Madrid Las Ediciones de la Torre, 1 985 (que disfrutara doblemente si la lee en paralelo con el informe de G. Michel Histoire d'un centre ouvrier: /es conce!sions d'Anzin, Paris, Librairie Guillaumin et Cie., 1 891 ); a las veletdades secretamente societarias de la novela de Jules Verne Los qu�nientos mil/one� de Begun� Ma?rid, Alianza, 1 976 (para lo cual puede _ _ deJarse tntroductr par el tntehgente art1culo de C. Kazmierczak «Du bon usage des cinq cents millions de la Begum», Milieux, num. 22, 1 985, pp. 46-53); o al torpe -pero ilustrativo- prosaismo de la novelita de Jose Ignacio S. de Urbina La ultima huelga, Madrid ' Biblioteca Patria de Obras Premiadas, [191-?]. Restauradas sus fuerzas par este parentesis literario, el lector se palpara _las _carnes �ntes de dejarse sum�rgir en la consulta de algunos �eperto:10s ttif�rmat�vos a�erca de consptcuas experiencias de paterna­ hsmo tndustnal. St dectde hacerlo, le resultara de includable utilidad el viejo trabajo, reeditado no hace mucho, de Louis Reybaud Le fer

266

Nota bibliogrdfica

Saint-Pierre de Salerne, Gerard Monfort, 1977; la summa, tambien ahora reeditada, de Jean-Baptiste-Andre Godin Solutions sociales, Kerflech-Mellac, La Digitale, 1 979; y, sobre todo, los excelentes informes de viaje de M. Amoruso Case e citta operaie: studio tecnico-economico, Turin, Casa Editrice Nazionale, 1903, y de B. Meakin Model factories and villages: ideal conditions of labour and housing, Londres, T. Fisher Unwin, 1905. En lo que a Espana se refiere, y dada la enorme dispersion de los materiales (en folletos y revistas, generalmente tecnicas), dificilmente el lector podra ir mas alla del repertorio sectorial reunido a comienzos de siglo por la Direccion General de Agricultura, Minas y Montes, Informe relativo a/ estado

et Ia houille,

economico y situacion social de los obreros de las Minas y Fdbricas metalitrgicas de Espana y organismos de proteccion instituidos en beneficio de los mismos, Madrid, La Direccion General, 191 1 .

La informacion primaria asi obtenida podra ser complementada por el lector a traves de algunas de las muy numerosas monografias acerca de casos concretos de empresas paternalistas. Entre elias, tal vez no resulte superfluo consultar algunas de las siguientes: para Estados Unidos, los trabajos de Charles Cestre Production industrielle et justice sociale en Amerique, Paris, Librairie Garnier Freres, 1921, y L'usine et /'habitation ouvriere aux Etats- Unis, Paris, Ernest Leroux, 1921; el amplio panorama de J. B. Allen The compatry-town in the American West, Norman, University of Oklahoma Press, [1960]; el magnifico trabajo de S. Buder Pullman: an experiment in industrial order and community planning, 1880- 1930, Nueva York, Oxford University Press, 1967 (al que se podra introducir a traves del articulo de M. Diani «Pullman City: le tyran en Arcadie», Milieux, num. 25, 1986, pp. 48-52); el articulo de J. S. Garner «Leclaire, Illinois: a model company town, 1890-1934», Journal of the American Society of Archi­ tectural Historians, 1971, pp. 219-227; el articulo de R. A. Mohl y N. Betten «The failure of industrial city planning: Gary, Indiana, 19061910», Journal of American Institute of Planners, 1972 (1), pp. 202-21 5; y el articulo de J. Prude «The social system of early New England textile mills: a case study, 1812-40», en The New England working class and the new labor history, Urbana [etc.], University of Illinois Press, 1987; para Francia, el articulo de V. Guimera «Armonia entre el capital y el trabajo: el Familisterio de Guisa», Boletin de Ia Institucion Libre de Ensenanza, 1 883, pp. 369-373 (que puede servir de introduc­ cion en Castellano a Le Familistere Godin a Guise: habiter I' Utopie, Paris, Les Editions de La Villette, 1982); el muy asequible y autocomplaciente articulo de Leon Harmel «Val-des-Bois: exposi­ cion de la organizacion», La paz social, 1909, pp. 89-95; los articulos simultaneos sobre la experiencia helga del Grand Hornu de B. Brace Taylor «Le Grand Hornu, 1820-1835», L'architecture d'atljourd'hui,

Nota bibliogrdfica

267

1976, pp. 104-1 1 1, y de P. Diaz Pedregal «Le Grand Hornu: premiere cite in?us�rielle in�egre», Archi�ecture, num. 396, 1976, l:>p. 129-133; el esplendtdo trabaJO de C. Devtllers y B. Huet Le Creusot: naissance et developpement d'une ville industrielle, 1 782- 1914, Seyssel, Champ Vallon, 1981 (que debe leerse en paralelo con el mas arriba citado trabajo de Frey y con la ya constelacion de trabajos sobre Le Creu�ot que ha venido recogiendo la revista Milieux) ; y el delicioso trabaJO -no en vano se refiere a una fabrica de chocolates- de Bernard Marrey Un capitalisme ideal, Paris, Clancier-Guenaud, 1984; para C:r�n Bretana, Y_ con una particular atencion a los aspectos urbamsttcos, los arttculos de R. K. Dewhirst «Saltaire», Town Planning Review, 1960, pp. 135-144, y de J. N. Tarn «The model village at Bronborough Pool», Town Planning Review, 1965, pp. 329335, el trabajo de J. D. Porteous The compatry town of Coole: an esscry in urban genesis, Hull, University of Hull Press, 1969, y para New L�narck el articulo de A. Vidler «Architettura, gestione, principi ettct:. progetto di una communita produttiva alle fine del XVIII secolo», Lotus International, num. 14, 1977, pp. 4-18; y con un enfoque historico-social, los articulos de M. J. Daunton «Miner's houses: South Wales and the Great Northern Coalfield� 1880-1914» International Review of Social History, 1980 (2), pp. 143 175, y de / Melling «Employers, industrial housing and the evolution of compa­ ny welfare policies in Britain's heavy industrie: West Scotland, 18701920», International Review of Social History, 1981 (3), pp. 255-301; para Italia, y ademas del citado trabajo de Guiotto, los articulos de A. Abriani «"Lorsque l'ouvrier songe a se bien lager, il est sauve": a�le radici . dell'arc.hitettura moderna attraverso l'analisi di un villag­ gto operata: Tonno-Borgata LeumannfCollegnm>, Lotus Internatio­ nal, num. 9, 1975, pp. 136-145, y de L . Mariani Travi y E. Mariani Travi «Crespi d' Adda: un paessaggio Iombardo della prima rivolu­ zione. industria�e», L'architettura, 1978, pp. 467-474, desde un punta de vtsta espactal; y desde un punta de vista historico-social, el articulo de L. Avagliano «Un imprenditore e una fabbrica fuori del comune: Alessandro Rossi e il lanificio di Schim>, en L'industrializza­ zione in Italia, 1861- 1900, Bolonia, 11 Mulino, 1981, y sabre todo la magnifica recopilacion Villaggi operai in Italia: Ia Val Padana e Crespi d' Adda, Turin, Einaudi, 1981. Tal abundancia de monografias sabre casas extranjeros -de las que lo anterior es solo una seleccion­ contrasta vivamente con la magra produccion para Espana, entre la cual el lector interesado podra evitarse fas torturas de la eleccion por cuanto habra de recurrir necesariamente al capitulo 5 («Bustiello: un territorio prefijado y una poblacion de reclutamiento») del trabajo de Jose Luis Garcia Antropologia del territorio, Madrid, Taller de Ediciones de Josefina Betancor, 1976; el magnifico trabajo de Ignasi

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Nota bibliografica

INDICE DE NOMBRES

Terradas Saborit La colonia com a particularisme historic: I'Ametlla de Merola, Barcelona, Laia, 1 979; a unos pocos articulos del que esto escribe, citados a pie de pagina, y al capitulo 4 («Moralidad,

disciplina y control social: la practica social de las empresas mine­ ras») del trabajo de Adrian Shubert Hacia Ia revolucirJn: origenes sociales del movimiento obrero en Asturias, 1860- 1934, Barcelona, Critica, 1 984.

Avery, D., 1 71 n.

Abad, J . , 172n. Abriani, A., 49n., 79n., 101n., 123n. Adaro, L., 1 73n., 1 82n., 1 83 y n., 1 93n.,

1 98n.,

1 99n., 200 y n.,

201n., 227.

Barnich, G., 84n.

Albornoz, A. de, 214n. Alegre, G., 230n., 245n., 258n. Alfaya Lopez, M. C., 64n. Allen, J. B., 79n, 93n., 94n., 1 1 1 n., 1 59n., 1 6 1 n . , 266.

214n., 229n.,

230n., 245 y n., 258n. Alvarez Buylla, R., 1 81 n. , 1 84 y n., 1 97n., 204 y n., 21 1 y n., 222n., 235n. Alvarez-Uria, F., 48n;, 51n., 53n., 66n., 84n., 97n., 1 1 8n. M . , 82n., 92n., 123n.,

127n., 1 29n., 1 36n., 1 37n., 142n., 266.

Bentham, J., 54. Bergery, C. L., 1 4n. Bernaldez, F., 179n., 1 85n. Bernardi, V., 1 24n. Bertran, M., 96n. Betten, N . , 105n., 266. Bismarck, 0.-L., principe de, 48, 5 1 . Blanc, L . , 123n. Bobbio, N., 66n., 67n. Boix, J. M., 85n., 1 1 6n. Bossaglia, R., 1 58n.

Antoine, C., 1 44n. M.,

Bentabol y Ureta, H . , 96n., 251n.

Bohn, F., 23n.

Anderson, P., 67 y n., 68. Angot des Rotours, J., 1 30n. 241n.,

250n., 261 y n. Arena!, C., 55 y n., 56n., 58 y n., 59n., 61n., 64 y n., 65n., 88n. Ashton, T. S., 8n., 1 6n., 1 7n. Avagliano, L., 267.

Bell, D. H., 74n.

Benoist, C., 10n., 24n., 1 1 7n., 1 23n.

Althusser, L., 68n.

Martinez,

Bayle, C., 249n. Bechard, F., 1 23n.

Belmas, M., 1 37n.

Alonso Pereira, J. R., 1 1 0n.

Arboleya

Barthes, R., SOn.

Belmar, A., 1 1 5n., 1 39n.

Alonso, R., 96n.

Amoruso,

Babelon, J. P., 1 23n. Bailey, P., 38n. Balmer, L., 84n.

Akroyd, E., 121n.

Alvarez Buylla, A.,

Azcarate y Florez, P. de, 54n.

Brace Taylor, B., 1 08n., 1 3 1 n. , 266. Brauman, A., 84n. Braverman,

H.,

8n.,

1 1 n.,

1 6n.,

1 7n., 1 9n., 21n., 25n., 26n., 28n., 30 y n., 31n., 264. Bravo Villasante, F., 1 71 n.

270

Indice de nombres

Buder, S., 83n . , 1 01n., 1 02n., 1 05n., 1 33n., 141n., 142n., 1 53n., 1 54n., 266. Buffington, E. J . , 1 55n.

Comillas, marques de, vease Lopez

Bru, C. Considerant, V . , 1 01n.

Contreras, A., 1 74 y n., 1 75 y n.,

Buitrago, J. M . , 2 1 2n.

239n.

Burat, A., 1 39n.

Coriat, B., 9n., 13n., 23n., 29n., 63n.

Burnett, J . , 1 2 1 n. Busto, E. del, 96n. Butler, R . , 94n., 123n., 1 24n., 1 41 n.

1 9n., 22n.,

Cabello Lapiedra, L. M . , l OOn. Cacheux, E., 1 14n., 1 27n. Canals,

S.,

1 82n.,

1 85n.,

1 87n.,

228n., 245n. , 258 y n. Canetti, E . , 92n.

Cos-Gayon, F., 226n. Costa, J . , 1 1 7n., 1 38n. , 1 39n.

Castanet, H., 1 01n. Castillo, J . J., 22n., 27n., 28n., 83n., l OOn., 248n. , 249n. Castillo, S . , 51n. Castro y Serrano, J . de, 1 28n. Caudet, F., 14n. Cestre, C., 83n., 89n . , 9 1 n. , 1 20n., 1 3 1 n . , 148n., 1 54n., 1 55n., 1 56n., 1 57n., 266. Chadwick, E., 54. Chevalier, L., 8n. Cheysson, E., 58, 60 y n . , 61n., 62 y n., 64n., 65n., 85n., 87n., 120 y n., 121n., 146n., 147n., 148n., 1 5 1 , 1 55n. , 1 56n., 265. Choay, F., 1 0 1 n. , 1 04n. 2 1 2n.,

231 n . , 236n., 237n., 242n., 244n. , 249n. , 252n. Clement, B., 94n . , 129n., 1 39n. Cohen, R., 9n. Coignet, F., 85n.

Dale, D., 8n. D' Ambrosio, M. A . , 53n . , 56n. Danesi Squarzina, D., 1 58n. De Gorge, H., 1 31n.

1 8n.,

59n.,

Erni, S., 84n. Escosura y Alaminos, J. de Ia, 262n. Evans, N., 56n.

Defaud, G., 23n. 1 1 7n . ,

140n.,

Dewhirst, R. K., 106n., 107n., 267. Diani, M., 266. Diaz Quetcuti, R., 1 96n.

57n.,

102n.,

1 1 5n., 1 1 8n., 1 33n., 135n. , 136n.

Garcia Merino, L. V., 171n. Garcia San Miguel, L., 21 9n.

n., 1 85 y n., 1 86 y n., 1 88 n., 1 89 y n., 1 90 y n., 1 92 y n., 1 93 y n., 1 95 y n., 1 97 y n., 1 99n., 201 y n.,

234n.,

Figueroa, J . , 1 30n. F.-Kely Suarez, F.,

222n., 225 y n.,

227n.,

231 n.,

235n., 236n., 244 y n.,

251n., 253 y n., 255 y n., 257 y n. Gaudemar, J . P. de, 1 0n., 1 4n., 1 7n., 22n., 30 y n., 31 y n., 32, 64n., 84n., 89n., 96n., 1 1 6n., 264.

2 1 6n.,

2 1 7n.,

2 1 8n. Flandrin, J . L., 1 1 9n., 1 20n., 135n. Folin, M., 1 06n. , 1 58n.

Foronda y Gomez, M. de, 1 75n.

Dollfus, J . , 1 26n.

Garcia Delgado, J . L., 260n.

2 1 0n., 2 1 2 y n., 2 1 5n., 220 y n.,

89n., 1 61 n.

Dobb, M . , 1 0n.

232 y n., 238 y n., 240n., 244 y n., 246n. , 251n.

Felice, F. de, 63n.

Ford, H., 27, 28n., 29n., 38 y n.,

Disraeli, B., 86n.

Garcia, J . L., 75n., 267. Garcia Arena!, F., 1 85n., 2 1 7 y n.,

Ferguson, A., 1 2 y n. Fernandez Cabeza, L., 1 95n., 21 5n.,

Fonssagrives, 1 05n.

Dieupart, 129n.

219n.,

203 y n., 205n., 206, 207n., 209,

Ferraroti, F., 2 1 n.

Devillers, C., 94n., 126n., 267.

88n.,

Garrabou, R., 173n., 1 75n. Gascue, F., 88n., 89n., 1 73n., 1 82 y

Evrard, D . , 37n.

252n. Fernandez Garcia, A., 2 1 9n.

Detain, C., 1 06n.

R.,

Garner, J. S., 266.

Evans, R., 20n., 21n.

Favardin, P., 1 27n. , 141n.

Dejean, P. H., 1 04n.

54n.,

Engel, A., 1 26n., 1 40n. y n.,

Arias,

233n., 234n., 236n., 237n., 243n.,

Gallego, M., 2 1 6n., 221n., 249n.

Elorza, A., 47n. 17

1 29n. , 264, 267. Fuertes

244n. , 245n. , 249n.

Edel, M., 1 40n. Eleizegui Lopez, J . I., 99n.

Faulkner, W., 8.

Deane, P., 25n., 78n.

J.,

1 06n. , 1 10n., 121n., 1 25n., 1 26n.,

Durand, C., 1 9n.

Fibrega, P., 200n. Falco, J . , 213 y n., 221 n., 248n.

Daunton, M. J . , 1 1 6n., 267.

Donzelot,

Dumont, E., 90n.

106n., 1 1 2n., 121n., 126n., 1 40n.

Diaz Pedregal, P., 1 08n., 267. 222n.,

Freud, S., 27n. Frey, J. P., SOn., 84n., 91n., 94n.,

Dubreuil, H., 29n.

F.,

Fourier, C., 40n. , 62n., 101 y n. Fourquet, F., 40n., 42n., 43n. Fraile, P., 90n.

Dubost, F., 1 29n.

Erice, F., 1 73n.

Deleuze, G . , Sn. d'Esplugues, M., 1 07n.

Chevrillon, A . , 86n.

1 09n.

Engels,

Croce, B., 67n., 68.

Delcourt, R . , 78n., 141n., 142n.

Chastagneret, G., 1 67n.

M.,

Crespin, G., 23n.

Dal Co, F., SOn., 94n., 106n., 1 53n., 1 54n.

Cascon, M . , 250n.

P.

Crespi, S. B., 1 24n., 125n., 1 28n., 1 34n.

Cumenge, D. E . , 1 71n.

Carlyle, T., 86n., 265.

Clemencin,

Cottereau, A., 20n., 24n., 1 1 9n.

Crowther, S., 38n.

Caride Lorente, C., 1 68n.

Dreyfus, J . , 40n., 46n., 49n., SOn.,

Duriez, B., 93n. Duro, P., 2 1 9n., 233 y n., 238n.

Cotelle, T., 23n.

Cabello Rodriguez, M. P., 1 72n.

271

Indice de nombres

Foucault, M., Sn., 53n., 64n., 75n., 78n., 83n., 90n. , 95n., 97n., 1 02n., 1 05n., 107n., 109n., 264.

Geitel, M., 1 03n. Gerando, baron de, 55n., 59n. Ghika, V. J . , 59n. Gide, C., 42n. , 62n., 86n.,

91n., 92n.,

66n.,

140n.,

84n., 143n.,

144n., 148n., 1 55n., 1 57, 1 58 y n., 1 63 y n., 265. Giedion, S., 20n., 27 n., l OOn.

Gil Mariscal, F., H4n.

Gimeno y Azc{wltc, M . , 247 y n., 248 y n.

272

Indice de nombres

Gine y Partagas, J . , 1 1 8n.

Hobsbawm, E. J . , 1 1 n., 24n., 25n.,

Gintis, H . , 25n.

S l n . , 52n., 56n.

Glumpowitcz, P., 57n., 251n.

Huet, B., 94n., 267.

Godard, J . L., 9. Godin, J . B. A . , 84n., 101 y n., 108n., 1 1 3n., 1 1 4n . , 1 2 1 n. , 142n., 266. Goffman, E., 93n., 95n., 105n. Goldberg, M., 1 2n. Gonzalez, W., 1 73n.

Goubert, ] . P., l OOn. Gramsci, A . , 27n., 28n., 29 y n., 66 y n., 67 y n., 68 y n., 69 y n., 1 62n. Grand, A., 1 81 , 1 82n., 1 87, 1 88n., 1 94n., 200 y n., 206 y n., 2 1 1 , 2 1 2n., 2 1 5 y n . , 225 y n. Grelon, A., 1 73n. Gruner, M., 1 1 7n. Guerola, A . , 106n.

Guiotto, L., 89n., 92n., 94n., 1 05n., 108n., 1 1 1n., 264, 267. Gunten, V. von, 84n. Gutman, H. G., 8n., 74n., 263.

Knott, 0., 1 96n.

Hardy-Hemery, 0., 1 1 7n.

Harvey, D., 73n., 1 54n. Hatzfeld, H., 38n., 45n., 47n., 52n., 161n.,

264.

Le Play, F., 53n., 56 y n., 58n., 60n., 6 1 , 85n., 98 y n., 99n., 1 1 9n., 1 20

Ledoux, C. N., 1 1 0 y n. Lemaire, F., 25n. Lemery, M. H . , 1 21 n. , 128n. , 142n. Leroux, G., 1 03n. Lert, F., 1 2n. Lopez Alonso, C., 46n.

49n.,

C.

de,

1 76n.,

1 94n.,

1 96n., 262n. Maffei, E., 1 70n., 1 75 y n., 1 97n., 203 y n., 205n. , 207n., 208n.

Lopez Bru, C., 203n., 220n . , 248, 249n. , 251n., 252. Lopez Nunez, A., 1 74n. Lopez Pinero, ]. M . , 97n. Loux, F., 93n., l OOn.

233, 241 , 245, 247n., 260. 171n., 194n. Malthus, R., 8, 53 y n., 54 y n. Maluquer y Salvador, J . , 1 39n. Maniguet, J. B., 81n., l OOn., 104n., 105n., 1 1 4n., 1 1 6n., 1 27n.

Mananes Bedia, B., 102n., 1 72n. Maquiavelo, N . , 67n. Marglin, S. A., 17 y n., 23n., 26n. 1 34n., 267. Mariani Travi,

1 25n. ,

1 28n.,

L.,

1 25n.,

1 28n.,

130n.,

143n.,

145n.,

149n., 1 51n., 1 52n., 1 55n., 1 58n., 1 63n. Martin,

J.

98n.,

146n.,

Melossi, D., 21n., 54n. Menendez Hormaza, J ., 262n. Menier, E., 85n. Meny, G., 23n. Merli, S., 75n. Michel, G., 107n., 1 26n., 141n., 265. Miranda, E. F., 1 77n. Mohl, R. A., 105n., 1 54n., 1 55n., 266. P.

F., 87n.,

88n . ,

96 n . ,

98n., 99n., lOOn., 1 1 8n., 251n.

Montaves, M . , 1 73n., 191n., 204n., 240.

19n., 23n. ,

Montgomery, D., 1 3n., Mori, G., 8n., 1 5n., 1 6n . Morote, L . , 74n.

Marrey, B., 85n., 86n., 1 26n., 267. E.,

60n.,

24n., 26n., 29n., 84n.

134n., 267. Martin,

R.,

1 55n. Melling, J . , 78n., 91n., 267.

Monlau,

Mantoux, P., 9n., 1 7n.

E.,

1 52 y n., 1 56n., 266.

Monica, M . F., 1 3n.

Manjon, P., 243n.

Mariani Travi,

91n., 1 03n., 106n., 1 1 0n., 1 48n., Melchers,

Malo de Molina, M., 1 67, 1 68n.,

Lasala, J. P., 1 79n.

y n., 49n., 50, S l n. , 52n., 55 y n., 59n., 67n. McCormick, C., 1 56n.

Landes, D. S . , 1 3n., 1 6n., 1 9n . , 20 y

Larra y Cerezo, A., 1 24n., 1 27n.

25n., 27n., 28n., 37n., 43n., 44

Meakin, B., 81n., 82n., 85n., 89n.,

Koechlin, A., 87n., 1 25n.

Lojkine, J . , 1 59n., 1 6 1 n .

Haywood, W. D., 23n. Hegel, G. W. F., 59, 66n.

Herrero de Tejada, A . , 96n.

1 28n., 2 1 8 y n . , 221 y n . , 223n. Llatas y Riera, R., 1 04n.

Mallada, L., 96n., 1 87 y n . , 1 93, 1 95, 203, 207, 209n., 21 7n., 221 , 232,

Knotts, A. F., 1 55n.

y n., 1 46 y n., 147n., 1 55n., 265.

Harmel, L., 85n., 1 5 1 y n., 266.

50 y n. Henderson, J . , 9n.

y n., 1 8n., 1 9 y n., 21 y n., 24n., Llano, A. de, 46n., 109n., 1 2 1 n. ,

Madorell y Rius, L. M., 1 39n.

Kazmierczak, C., 103n., 265.

250n. Marvaud, A., 1 70 y n. Marx, K., 1 2n., 1 4n., 1 5n., 1 6n., 1 7

Kalaora, B., 1 46n.

y n., 141n., 143, 144 y n., 145

Halbwachs, M . , 86n., 1 1 5n.

44n.,

126n.,

Madariaga,

Le Brenn, F., 84n., 1 0 1 n.

n.,

123n.,

Jove y Canella, J . M . , 246n.

Laubier, P. de, 39n., 42n., 48n.

Guitian, C., 1 71 n.

43 y

Izard, M . , 75n.

Lansburgh, R. M . , 25n., 27n., 1 61 n.

Guimera, V., 84n., 266.

A.,

Isaac, A . , 1 1 0n.

Langeron, M . , 1 52n.

Guerrero Ruiz, J . , 171n.

Heller,

Ignatieff, M . , 54n.

Langer, P., 134n.

Guerrand, R. H., 1 20n., 128n.

1 50n.,

Luis Napoleon, 48,

Ibr:in, J . , 1 73n.

n . , 32 y n . , 48n.

95n.,

Lucas, C., 136n. 146n.

Jove y Bravo, R., 223 y n.

Gorz, A . , 1 7n.

87n.,

Marva y Mayer, J . , 1 73, 1 74n., 1 76n., 202n., 205n. , 209 y n.,

Lowell, J . R . , 79n., 94n.

Jarry, A., 4.

Gonzalez Lasala, J . , 1 80n.

63n.,

273

Indice de nombres

B.,

SOn.,

57n.,

1 1 8n., 264. Martin-Granizo, L., 1 74n.

66n.,

Morton, A. L., 24n.

Mottez, B., 24n., 206n., Moya, A., 1 77n.

2oth1,

1 04n., 1 1 2n,, t 1 4 n . , 1 26 y n , , 1 30t1 . , 1 � 1 n . , 1 33n., 1 34n., 1 35n11 1 36n,, U,n . , 1 40n . , 1 4 1 n . , t 4Zn,

Muller,

E.,

1 23n.,

A,, 1 0n , L,, t in,, t 9n , PrAdll, N,, 1 91 ' n , , 1 Q� y

Martin Latorre, E., 1 72n.

Muller-Arm1ck1

Martin Salazar, M., 97n.

Mumford,

Martinez Quintero, E., 46n.

Mui\lz

II.,

274

Indice de nombres

1 96n., 220 y n., 226 y n., 234, 235n . , 247 y n.

7Sn., 79n., 103n., 107n., 1 1 3n.,

Munoz Cerissola, N . , 1 1 4n. ·

' 1 1 5n., 120n., 264.

Murard, L., 40n., 79n., 83n., 98n., 104n., 105n., 106n., 107n., 1 1 8n., 125n., 130n., 264. Napoleon III, 126. Naredo, J . , 102n.

Nembrando, M., 107n. 23 1n., 236n., 242n., 243n. , 249n., 250n., 252n. 1 87n.,

1 90n.,

1 9 1 n . , 205n., 210 y n., 2 1 Sn., 220 y n., 234 y n., 255 y n., 256n. Noguer, N . , S2n., 1 1 5n., 124n. Noiriel, G., 23n., 34n., 79n., 1 1 7n. Noisette, P., 94n. 1 80n.,

Rossi, F., 137n.

Pittaluga, G., 97n.

Rostain, M., 251n.

52n.,

1 S5n.,

1 S9n.,

Olabarri Gortazar, 1 . , 1 69n., 1 70n.

Orbon, J . , 246n.

Oriol y Vidal, R . , 96n., 1 S4 y n., 194n., 196n., 252n., 254n. Owen, R., 24n., S9n.,

101

y n.,

104n., 107n. 225n.,

247n. Palma, A. de, 1 7n. Palomeque Lopez, M . C., 262n. Parent, F., 1 9 1 n . , 204n., 240 y n., 251n. Pavarini, M., 21n. Perez Gonzalez, R., 1 80n., 1 94n.,

E.,

83n., 9Sn.,

Sampayo, P., 1 S1 n. , 1 S4n., 21 1 n. San Miguel, J. L., 1 85n. Santullano, G., 1 80n., 1 S7n. , 22Sn., 233n.

Prude, J . , 74n., 1 1 6n., 266. Pulido, A., 97n. 105 y n., 141n., 142n., 1 53 y n., 1 54, 1 55n.

121n.,

1 1 4n.,

129n.,

Schiavi,

Raile, M., 47n., 48n.

Schlumberger, C., 1 S2n., 2 1 0, 220,

Ramirez Lasala, M . , 173n. Reid, D., 74n., 82n., S3n., 1 09n.,

Scolari, M., 122n.

255.

Remy, J . , 93n.

Sedillot, R., 106n., 1 07n. Sela, A., 240n.

Revilla, J ., 249n.

Selvafolta, 0., 103n.

1 06n.,

10Sn.,

1 1 0n., 1 1 6n., 130n., 1 50 y n., 265.

A.,

75n.,

Strauss, P., 56n., 146n. Stuart Mill, J . , 51n., 52n.

226n. , 227n., 22Sn., 239n., 241 y n., 244, 245n., 246n., 247n., 253 y n., 254, 255 y n., 256n., 258n., 259n. Suchaut, M., 1 44n., 265. Sumpsi, J. M., 102n.

Talabot, P., S5n. Tarn, J. N., 267.

181n.,

1 S6n.,

1 S7n., 1 S9n., 1 9 1 n . , 1 94n., 1 95n.,

Riego, R. de, 200n.

1 96n., 200n., 206n. , 2 1 9n . , 221n.,

Rignault, B., 94n.

224n., 236n., 244n. , 245n., 246n., 249n. , 250n., 261 , 26S. Sica, P., 7Sn., 79n., S3n., 92n., 94n., 102n., 1 63n., 264.

126n., 146n., 1 50n., 264. Stebler, H., 7Sn.

Taine, H., 55n., 69n.

Shaw, A. W., 25n. Shubert,

Soto Carmona, A . , 262n. Stearns, J . P., SOn., S2n., S4n., 87n.,

Swing, D., 1 01n.

Rendu, A . , 1 27n., 1 35n.

94n.,

134n.,

1 40n.

Scott, J. W., 1 3n.

Reybaud, L., 1 3n., 24n . , S4n., 90n.,

Smiles, S., 56n. Solvay, E . , 84n.

1 9 1 y n., 1 99n., 203n., 204n . , 2 1 0

Savoye, S., 146n., 1 5 1 n. , 1 73n. A.,

Sismondi, J . , 51n.

y n., 2 1 3n., 21 5n., 2 1 7 n . , 221 n.,

Sauvageot, D., 94n., 1 26n.

Quiros Linares, F., 1 24n., 1 SOn.

Roberts, H., 1 27n.

103n., 1 1 7n.,

Suarez, J . , 1 SSn., 1 S9n., 1 90 y n.,

Sanz, L., 79n. Sanz Esquide, J. A . , 1 32n.

Schezen, R., 1 25n.

Perez Moreno, A., 1 79n.

1 04n.,

Stoloff, B., 94n.

San Romo, M . , 9Sn.

Preteceille, E., 41n., 42n. Proudhon, P. J . , 1 7 .

Rioux, J. P., 1 59n.

S2n.,

123n., 1 24n., 126n., 127n. , 1 33n.,

Salarich, J . , S9n.

107n., 1 1 6n.

Riviere, L., 130n.

SOn.,

1 3Sn., 1 39n., 140n., 265.

Saint-Simon, duque de, 5, S4n.

Poulot, D., 14n., 20n.

2 1 9n., 222n., 224n.

77n.,

Simonin, L.,

28n.

Poster, M., 5n.

92n.,

1 63n.,

1 3 1 n . , 1 32n., 1 33n., 134n., 136n.,

Rowton, lord, 1 34n.

Sabel, C. F., 17, 1 Sn., 21n., 27n.,

Posener, J . , 103n.

91n.,

SSn.,

1 34n., 1 37n. , 13Sn., 140n.

1 1 6n., 1 1 7n. , 14Sn., 264. 2 1 6n.,

J.,

1 1 7n., 1 1 Sn., 1 2 1 n . , 1 25n., 1 27n.,

Ruskin, J . , 86n., 265.

Riba,

Alvarez,

Simon, J . , 37n., 39n., 45n., 47n.,

Rua Figueroa, R . , 1 79n.

Pullman, G. M., S2n., 83n., 102 y n.,

200n. , 2 1 2n., 240n.

Palacio Valdes, A.,

Pinot, R., 87n.

Prat de Ia

Sierra

1 72n., 2 1 5n., 245n. , 247n.

234n., 245n. Rojo, T., 1 1 1 n.

Pozzi, P., 2 1 n.

Niceforo, A., 52n.

G.,

Rodriguez y Rodriguez, A . , 227n.,

Rossi, A., 1 1 1n., 1 30n., 137n.

Posada, A., 239, 245n.

Nevares, 2 1 9n., 223n., 228n., 230n.,

Ojeda,

1 3Sn., 141n.

Rodriguez, S., 239n.

Porteus, J . D., 267.

Negri, T., 21n.

1 82n.,

Siegfried, J . , 1 1 3n., 1 2 1 n . , 1 22n.,

Rodriguez, R., 204n.

Pinol, J. L., S4n.

Portet, F., 37n.

Negri, M . , 4n.

275

Pie y Allue, J . , 89n.

89n., 263.

Negri, A., 4n.

P.,

Peset, J. L., 47n., 4Sn., 54n., 63n.

Pollard, S., 9n., 1 5n., 22n., 24n.,

Navailles, J. P., 55n., 128n.

Nicou,

Perrot, M., 7n., 1 9n., 20n . , 36n.,

Indice de nombres

Tartaret, 49n. Taylor, F. W., 22, 26 y n., 27 y n., 2S, 30. Terradas S3n.,

Saborit, 93n.,

1.,

9Sn.,

1 07n., 1 1 6n., 26S. Teysson, G., 107n. Thebaud, A., 12n.

74n., 1 02n.,

75n., 105n.,

'

lndice de nombres

276 Thiry, D., 209n. Thompson, E. P., 7n., 9n., 1 1 y n., 29n., 74n., 86n., 263. Tommassini, R., 2 1 n. Topalov, C., 5n., 33n., 39n., 40n., 41n., 42n., 44n., 45n., 46n. , 49n., SOn. ·

Verne, J . , 103n., 265. Vicent, A., 248 y n., 249n. Vicuiia, G., 1 70n. Vidler, A., 94n . , 1 1 0n., 267. Vigavello, G., l OOn. Villa Gil, L. E. de Ia, 262n. Villerme, L., 1 23n., 124n.

Tor6n y Villegas, L., 1 89n.

Viza Cahall, J. B., 38n.

Turgan, V., 107n.

Vrinat, R., 29n.

Trempe, R . , 45n., 78n., 1 50n.

Voye, L., 93n.

Tyrrell, H. G., 91n., 1 54n. Urbina, J. I. S. de, 265.

Watier, P., 78n.

Ure, A., 1 2, 13, 14n., 29 y n.

Willoughby, W. F., 1 62n.

Uria, J . , 239n., 240n. , 247n.

Winter Blanco, E., 38n.

Urteaga, L., 96n . , 97n., 98n., 1 06n. Valle, F. de, 248n.

Watkins, G. S . , 25n. Weber, M., 18 y n., 20n. Wilbois, J . , 23n.

Van Marken, 9 1 n. Vandermaelen, P., 131n. Vega-Rey, L., 56n. Veltz, P. , 10n., 33 y n., 34n., 35n., 74n., 1 6 1 n . , 264.

.

Zola, E., 14n., 84n., 265. Zuaznavar, M., 251n. Zylberman, P., 79n., 264.