PSICOLOGÍA SOCIAL Un compromiso aplicado a la salud
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PSICOLOGÍA SOCIAL Un compromiso aplicado a la salud
Marta Gil Lacruz
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FICHA CATALOGRÁFICA GIL LACRUZ, Marta Psicología social : un compromiso aplicado a la salud / Marta Gil Lacruz. — Zaragoza : Prensas Universitarias de Zaragoza, 2007 491 p. ; 22 cm. — (Ciencias sociales ; 60) ISBN 978-84-7733-885-7 1. Psicología social. 2. Psicología clínica. I. Prensas Universitarias de Zaragoza. II. Título. III. Serie: Ciencias sociales (Prensas Universitarias de Zaragoza) ; 60 316.6:61 No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, ni su préstamo, alquiler o cualquier forma de cesión de uso del ejemplar, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.
© Marta Gil Lacruz © De la presente edición, Prensas Universitarias de Zaragoza 1.ª edición, 2007 Ilustración de la cubierta: José Luis Cano Colección Ciencias Sociales, n.º 60 Director de la colección: José Manuel Latorre Ciria
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La psicología no puede ser otra cosa que psicología social. Los mundos subjetivos no pueden ser separados de los procesos en cuyo seno son construidos, comunicados y mantenidos [...] las identidades personales no pueden ser separadas de la estructura social en la cual son constituidas. (Eberle, 1993, p. 12)
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INTRODUCCIÓN A pesar de su relativa juventud, la psicología social puede ofrecer respuestas parciales a muchas cuestiones de gran relevancia social como, por ejemplo, la afiliación, la agresión, el conflicto, el altruismo. Responder a estas cuestiones supone tanto ampliar la comprensión sobre nosotros mismos como sensibilizarnos sobre las fuerzas sociales que nos afectan. Teoría y aplicación, reflexión y práctica son las dimensiones constantes e interdependientes que pretendemos aunar en los diferentes apartados de este texto. De este modo, intentamos recoger el debate conceptual que el área de conocimiento aporta al estudio de temas concretos y trascendentes como es nuestra salud. Intentamos reflejar la sistematización de la interacción psicología social y salud, considerando la identidad, las tendencias, los enfoques, los principales tópicos, la interrelación científica y su funcionalidad social. La evolución histórica de nuestro objeto y método de análisis constituye el primer apartado del ensayo. Sólo podemos defender la razón de ser de la psicología social desde su devenir histórico y desde los motivos que en un momento determinado propiciaron su aparición (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Nuestra trayectoria no se instaura en una sucesión neutra de hechos. Se trata de analizar de manera crítica y en sus coordenadas espacio-temporales: las referencias a sus principales autores, a sus hitos, a los escenarios donde surgen las diferentes corrientes de opinión. Desde los orígenes de la disciplina, las diversas maneras de entender nuestra realidad psicosocial se han bifurcado en dos orientaciones complementarias: la psicología social psicológica y la psicología social sociológica.
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Introducción
A través del estudio de nuestro pasado, se constata la contribución de los diferentes psicólogos sociales, sus principales obras y escuelas, así como los momentos claves de emergencia y evolución de temas centrales, tales como el estudio de los grupos y de las actitudes. No obstante, la complejidad de la situación actual dificulta la tarea de mostrar una visión panorámica de la misma. Nuestro presente proyecta hacia el futuro un abanico de posibilidades condicionadas por el punto de partida (Aguirre, 2001). La definición de la disciplina se ha caracterizado por la multidisciplinariedad en el estudio de la interacción social. Su carácter «fronterizo» se traduce también en el sentido territorial de la metáfora (Painter y Blanche, 2006; Pandey y Singh, 2005). La psicología social de Estados Unidos, Europa, la antigua Unión Soviética y Latinoamérica presenta determinadas peculiaridades relacionadas con su devenir histórico y con sus inquietudes comunitarias, lo que se traduce en diferentes perspectivas teóricas y metodológicas. Ahora bien, aunque diferentes materias, comunidades y especialistas aborden el tema de la interacción social, la psicología social se distingue por su inquietud científica. Como disciplina científica utiliza una metodología rigurosa para analizar cuáles son los factores que explican nuestros sentimientos, pensamientos y conductas en situaciones sociales. Toma nota de una amplia gama de aspectos sociales, cognitivos, medioambientales, culturales y biológicos que entran en juego, trabajando con una considerable diversidad de herramientas técnicas (Baron y Byrne, 2005). Las cuestiones metodológicas han sido decisivas en la propia configuración de la identidad de la disciplina. La definición metodológica se encuentra asociada a la definición conceptual de la psicología social. Analizaremos posteriormente cómo una acotación excesivamente rígida de los requisitos científicos ocasionó una importante crisis disciplinar. Aún hoy se suelen establecer diferencias generales y comunes entre lo que se considera ciencia y no-ciencia, entre lo que es empírico y lo que es especulativo o reflexivo y entre el saber experimental y el no experimental. En estas discusiones se cuestiona también la propia definición de ciencia. Si por «científico» entendemos sólo los procedimientos experimentales (la manipulación de variables y la relación causal), la biología, la
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Introducción
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etología y la astrofísica no serían ciencias. El concepto de ciencia experimental se resiente cuando el objeto de estudio se resiste a su observación, medida y repetición y cuando el investigador es intérprete y artífice de su realidad (P. Hernández, 1988). La posibilidad de conocimiento se deriva tanto de la existencia de un objeto de estudio como de una manera concreta de acercarse a esa realidad. De ahí que las cuestiones éticas, los valores subyacentes y la utilidad de la investigación sean cuestiones que requieren una toma de decisiones y un posicionamiento por parte del psicólogo social. Si, además, aceptamos que la psicología como ciencia social debe promover el bienestar y la calidad de vida, la psicología comunitaria y la psicología social de la salud constituyen especialidades complementarias, caracterizadas por su vocación de servicio y relevancia social. En nuestro país estas materias cuentan con una trayectoria histórica breve e intensa. La variedad de aplicaciones y marcos teóricos es una de sus constantes, y la consideración de sus entornos de referencia constituye uno de los requisitos. La psicología social y de la salud ilustran claramente su complementariedad mediante la denuncia de desigualdades sociales (p. ej., relaciones entre salud y poder, la estratificación socioeconómica de la distribución de sus discursos), las aportaciones teóricas (p. ej., procesos de percepción, cognición e influencia social), los componentes aplicados (p. ej., proyectos de promoción de la salud) y el compromiso con una realidad determinada (p. ej., las iniciativas sobre salud y desarrollo) (Soria, 2003). En nuestro entorno académico, la «educación para la salud» constituye un eje transversal de la educación secundaria obligatoria. Es un ejemplo evidente de cómo un centro de interés individual lo es también desde una perspectiva comunitaria. Este tema facilita una de nuestras funciones necesarias dentro de los planes de estudios de otras disciplinas: dar a conocer nuestro papel social y romper estereotipos vigentes, como, por ejemplo, que la psicología se reduce a su actuación clínica, y la salud, a su estudio médico. De este modo, uno de los fines principales de la intersección entre la psicología social y la salud, consistiría en la labor de sensibilización social. A través del conocimiento de los contenidos específicos y el desarrollo de
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Introducción
la capacidad de análisis crítico podemos intervenir en las organizaciones y en sus procesos comunicativos internos y externos. Este ensayo se ha elaborado sobre la base de mi experiencia docente e investigadora, y se inserta en los retos académicos y comunitarios asumidos por la Universidad de Zaragoza en relación con la ampliación y actualización de los planes de estudio.
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1. EVOLUCIÓN HISTÓRICA Desde nuestros orígenes como grupo, hemos construido nuestra realidad social y la influencia social ha afectado a nuestra vida personal. Nuestra disciplina estudia cómo el comportamiento de las personas depende de sus percepciones e interpretaciones sociales. También desde sus raíces, la psicología social se ha planteado una empresa colectiva: el avance científico y la consecución del bienestar social (E. R. Smith y Mackie, 1997). La acumulación de nuestro conocimiento no es gratuita y se basa en un largo proceso de reflexión y análisis. La empresa integradora de nuestra especialidad también revela la existencia de áreas todavía poco investigadas. Como en otros campos de la investigación, esta disciplina es producto de su propia historia y de la historia de las sociedades en las que se desarrolló (Blanco, 1993; Collier, Minton y Reynolds, 1996). Revisando nuestro pasado podemos diseñar mejor el futuro que tenemos por delante. De hecho, aún hoy asistimos a un debate en las ciencias sociales sobre qué explicación del comportamiento humano resulta más adecuada. Como en el pasado, este debate adopta posiciones relativas a una serie de dualismos: primacía de lo individual frente a lo social, subjetividad-objetividad, especialización-holismo, naturaleza-cultura, idealismo-materialismo, acción-conducta, explicación-comprensión, que se repiten en el tiempo y son intrínsecos a la propia historia del conocimiento social (Álvaro, 1995). Además de explicar y guiar nuestro presente, el conocimiento de nuestra historia presenta diversas utilidades. Por ejemplo, Graumann (1990) describe dos fines en el estudio histórico de la disciplina. En pri-
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mer lugar, podemos perfilar una función histórica legitimadora, ya que nuestro prestigio profesional y respetabilidad se sustentan en los grandes hombres y hallazgos que comparte nuestra comunidad científica. Una función subsecuente a la construcción científica tiene que ver con el hecho de que, al relacionarnos históricamente con los logros, autoridades y teorías importantes de nuestra historia, justificamos nuestro propio trabajo y, posiblemente, incrementamos nuestro prestigio científico. Desde esta perspectiva, nuestro quehacer presente cobra la dimensión de progreso (Agassi, 1963; Butterfield, 1963; Graumann, 1987a). En segundo lugar y de manera complementaria, el desarrollo histórico dota de identidad a la disciplina y a las personas que en ella trabajan, delimitando nuestra contribución al crecimiento del saber frente a otras disciplinas afines. La consideración histórica de nuestra disciplina determina su definición y clasificación dentro de los demás campos del saber (Diego, 2003). En este sentido, autores como K. Gergen (1973) han defendido la necesidad de situar la psicología social en el conjunto de las ciencias históricas. Si los fenómenos psicosociales están asociados a momentos y procesos históricos determinados, los resultados de nuestras investigaciones presentan un valor meramente contextual. Además, las diferentes teorías sobre el hombre y la sociedad se han construido en un contexto en el que imperan diversas corrientes de pensamiento e ideologías (Billig, 1982) y un marco cultural determinado y determinante del propio sentido común (Kelley, 1992). Incluso la elección de los temas y las preguntas de investigación parece estar condicionada por un tiempo y un lugar de referencia (Sebreli, 1992). La evolución del estudio de la salud ilustra operativamente estas premisas. El propio conocimiento histórico es susceptible de diferentes interpretaciones. Por ejemplo, G. W. Allport (1954) planteaba que la psicología social se fundamenta en la utilización del método experimental, y en esta dirección metodológica seleccionó los autores y teorías relevantes de nuestra historia. No obstante, con Álvaro (1995) y Munné (1991, 1993) coincidimos en la necesidad de aceptar el pluralismo teórico y metodológico como parte definitoria de nuestra disciplina. Diversos presupuestos sociológicos e históricos forman parte de nuestro conocimiento. Una historia que está sujeta tanto a diferentes reconstrucciones como omisiones.
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Raíces de la psicología social
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La historia, por tanto, es construcción e intención (Graumann, 1983, 1987a). Con el fin de que este análisis histórico sea realmente útil y no un mero instrumento justificador de una determinada orientación, Graumann (1990) aconseja incorporar el análisis de sus éxitos y progresos pero también de sus discontinuidades, polémicas y fracasos. El estudio histórico del conocimiento psicosocial debe proporcionar información crítica sobre el contexto, es decir, el sistema social, político y económico en el que se desarrollan sus ideas (Ibáñez, 1990). Desde esta perspectiva crítica se han seleccionado antecedentes, autores, contextos y etapas que han fraguado nuestra disciplina. Como plantea Ebbinghaus (1908, p. 1): «la psicología tiene un largo pasado, pero sólo una breve historia». En este sentido, la preocupación de una disciplina por su propia historia es un síntoma de madurez (Ovejero, 1998).
1.1. Raíces de la psicología social Desde la antigua Grecia, el estudio de la condición humana se ha integrado dentro del saber filosófico. Los primeros filósofos, al igual que los psicólogos sociales de hoy en día, reconocían el impacto que otras personas podían tener sobre la conducta individual. Ante esta actitud compartida, no es de extrañar que autores como Allport sitúen las raíces de la psicología social en los orígenes griegos de la civilización occidental. Dentro de esta tradición, dos genios del pensamiento, Platón y Aristóteles, contribuyeron a delimitar las características distintivas de la reflexión occidental. Ambos trazaron líneas distintas, aunque no contradictorias, sobre la naturaleza social del hombre. La influencia de sus planteamientos políticos y sociales sobre las relaciones individuo-sociedad es patente, si consideramos que las teorías occidentales desarrolladas posteriormente presentan, un enfoque o bien platónico o bien aristotélico. Platón en La República manifiesta que los individuos se agrupan y configuran Estados porque no son autosuficientes. En otras palabras: el hombre se reúne y se asocia porque lo necesita. En la relación del hombre
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con la sociedad, se establece un tipo de «contrato social» que proporciona ciertos beneficios a los que se comportan de acuerdo con las regularidades de la sociedad organizada. Platón enfatiza la primacía del Estado sobre el individuo. La persona, para convertirse en un ser auténticamente social, necesita la interacción con sus semejantes y tiene que ser educado bajo la responsabilidad de las autoridades (Graumann, 1990). La educación es importante porque la persona debe aprender a comportarse en sociedad y a desempeñar un rol útil dentro de la comunidad. En este sentido, el autor especulaba sobre «la mente de la multitud» argumentado que incluso los individuos más sabios, si se unían a una multitud, podían transformarse en una turba irracional. Aristóteles defiende la naturaleza social del hombre. La sociabilidad intrínseca permite a los individuos la convivencia y la formación de unidades sociales como familias, tribus y comunidades. Las funciones y los procesos individuales explican las funciones y procesos de los sistemas sociales, y no a la inversa. Por ejemplo, el «motivo de rebaño» se define como algo instintivo. Para Aristóteles es la naturaleza innata del hombre la que le lleva a buscar la afiliación y a organizar un estilo de vida colectivo. Estas dos aproximaciones, pese a sus semejanzas, difieren en el énfasis otorgado a las estructuras sociales y al comportamiento individual. Ambas perspectivas se corresponden con dos líneas de pensamiento diferentes. Platón defiende un enfoque centrado en lo social (socio-céntrico), priorizando el carácter determinante de las instituciones sociales en el comportamiento individual, mientras que Aristóteles destaca el carácter autónomo de la conducta y la determinación de las estructuras sociales recurriendo a procesos de carácter individual (enfoque individuo-céntrico) (Graumann, 1988). Esta dicotomía presenta diversas versiones a lo largo de la historia. Autores como K. Gergen (1982) consideran estas diferencias como el embrión de las posteriores orientaciones de la psicología social: la psicología social psicológica y la psicología social sociológica. Disponemos de otro ejemplo del continuo individual-social traducido a coordenadas políticas en las teorías de Hegel y Marx. Como expone Graumann (1990), estos autores defienden los valores sociales y colectivos como prioritarios en la explicación de nuestro comportamiento, al sostener que es la base
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Raíces de la psicología social
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económica la que determina la vida social e individual (Gómez Jacinto, 1996a): «no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino al contrario, su ser social es el que determina su conciencia» (Marx y Engels, 1963 trad., vol. 1, p. 363). También del pensamiento griego heredamos la inquietud sobre cuál es nuestro lugar dentro de la naturaleza. Por ejemplo, en la práctica hipocrática, la naturaleza es la artífice de nuestra belleza individual y de nuestros destinos mórbidos. La salud se entiende como armonía «natural». La enfermedad es inherente a nuestra naturaleza (Meyer, 2000). Frente al naturalismo griego, el cristianismo revaloriza al hombre y a su papel como hijo de Dios al frente de su obra. La providencia divina requiere fe y esperanza en la eficacia curativa. Con el tiempo, confiar en esta providencia y culpar al enfermo de sus propios males (se está enfermo por los pecados y la depravación moral) distanció aún más a la salud de carácter natural (Pilch, 2000). El Renacimiento generará una vuelta al pensamiento individualista. Por ejemplo, encontramos en el hedonismo y en el utilitarismo dos corrientes filosóficas en las que el grupo y la sociedad en general se consideran como una mera suma de las características de los individuos que las conforman. Las teorías del condicionamiento y de la motivación parten de la base de que la satisfacción personal (reforzamiento, recompensa, beneficio, reducción de la tensión, de la disonancia, de la incertidumbre, etc.) son variaciones del principio de placer o del de utilidad. Pero el Renacimiento también supuso el inicio de una manera diferente de entender el mundo, que tendrá su continuación y su pleno desarrollo durante la época de la Ilustración. En esta transición histórica la organización social evoluciona de un modelo jerárquico de las relaciones sociales al surgimiento de nuevas clases sociales, que deben su emergencia y progreso al trabajo personal. Las ciudades y la burguesía van a ser sus motores de cambio. Pensadores como Maquiavelo representarán la nueva concepción de poder como un fin en sí mismo y con un claro contenido psicosocial, en la que prima el racionalismo y el pragmatismo (Giner, 1990). Durante el Renacimiento y el Barroco autores como Montaigne, Bacon y los teóricos del contrato social (Hobbes, 1588-1679; Locke, 1632-1704, y Rousseau, 1712-1778) constituyen auténticos precursores
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de la disciplina y del estudio de las nuevas relaciones entre la sociedad y el individuo como objeto de estudio (Ovejero, 1998). Pese a la diversidad de sus planteamientos, estos autores coinciden en definir la naturaleza del hombre aislado de sus semejantes, aportar motivos o razones por los que se asocia con los demás y defender una serie de reglas morales como consecuencia de las premisas anteriores. La escisión confesional y la secularización de la cultura occidental empiezan a ser palpables a partir del siglo XVIII. Durante este período, el arte expresa ya «la mundanización de los valores». La intimidad y la libertad se valoran como los principales atributos del ser humano. El singular papel del hombre en el mundo se refleja en la estimación de su propio cuerpo. La conciencia del progreso aumenta y ya no contraeremos enfermedades por razones de fe o de destino. El progreso de la técnica permite imaginar un mundo utópico sano. La Ilustración y la Revolución francesa desencadenarían también un cambio radical en la manera de entender los fenómenos sociales y políticos. Durante este período, una serie de pensadores con la denominación genérica de «ideólogos» tuvieron una especial significación para los planteamientos posteriores de la psicología social. Estos autores pretendían desarrollar una sociedad posrevolucionaria sobre las bases de principios racionales y psicológicos (Billig, 1982). Por ejemplo, la comparación del hombre con una «tabula rasa» de Locke constituía un revulsivo democrático. La afirmación de que todos nacemos con las mismas condiciones y de que son las impresiones que nos llegan del mundo exterior las que configuran nuestro conocimiento impone un cuestionamiento de la filosofía de las ideas innatas, así como una reivindicación de la idea de igualdad (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Las formulaciones de los ideólogos parten del individuo para analizar la sociedad. Sin embargo y pese al reduccionismo y determinismo de estas perspectivas, los debates y el clima intelectual de estos siglos sentarían las bases de discursos posteriores. De estas concepciones se infieren diversas consecuencias sociales. Por ejemplo, podemos estudiar cómo la salud de una comunidad es el resultado de una ecuación en la que el gobierno tiene una responsabilidad educativa, económica y sanitaria. Del mismo modo, intuimos que la salud de un pueblo depende de las creencias, hábitos y estilos de vida de sus miembros. Estas reflexiones de los ideólogos ilustrados nos recuerdan los dua-
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lismos del pensamiento social helénico. De hecho, no es casualidad que Grecia fuera el origen de diferentes modelos de salud. Hygeia fue la diosa que durante un tiempo veló por la salud de Atenas. Su fe residía en la razón: los hombres podían mejorar su bienestar si seguían los preceptos higienistas. A partir del siglo V a. C., su culto se desplaza por el de Asclepio, dios curador y milagroso en el arte de sanar. El pragmatismo de Asclepio desplazaría el interés por el bienestar, el orden y la educación preventiva a la idealización de las destrezas médicas y al tratamiento personalizado de las enfermedades. Los enfoques socio e individuo-céntricos se pueden aplicar a cualquier tema de interés social. Ejemplificamos cómo esta dicotomía ha presentado diversas alternativas en la historia del pensamiento social y de la filosofía social (Graumann, 1990). Los temas de análisis compartidos serán controvertidos y generarán una serie de interrogantes todavía no resueltos: — La individualidad de la persona. ¿De qué manera cada individuo es único o similar a los demás? — La naturaleza social del individuo y de la sociedad. ¿Somos producto de la sociedad o a la inversa, es la sociedad el resultado de la acción individual? Nos podemos preguntar si la naturaleza del hombre es altruista y/o egoísta y hasta qué punto necesita la socialización, la educación, la moralización, etc., para la convivencia. — La relación entre individuo y sociedad. ¿Podemos reducir la definición de interacción a la expresión de una ideología oculta? — La libertad del individuo. ¿Somos agentes libres y responsables o estamos determinados por fuerzas naturales y sociales?
1.2. Antecedentes en el siglo XIX En el siglo XIX, las disciplinas se especializan y el método científico se convierte en una herramienta imprescindible para la consecución del saber. La medicina optará por un discurso centrado en la biología. La farmacología será la máxima expresión de su avance al poder demostrar su eficacia experimentalmente. Pero frente al reduccionismo de la respuesta química se alza la rebeldía del «paciente mental» y de los «disturbios sociales» (Laín Entralgo, 1983).
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El estrés social producido por el aumento de la competitividad, la crisis de la cultura burguesa y los problemas de la urbanización e industrialización masivas acarrearon un incremento considerable de trastornos que se escapaban del mero tratamiento fisiológico. La medicina tradicional, cuyas bases eran anatomoclínicas, fisiopatológicas o bacteriológicas, no disponía de las herramientas suficientes para encarar este reto. La psicología y el psicoanálisis alzaron su voz y propusieron alternativas (Núñez, 2002). Durante este siglo de profundos cambios sociales, disciplinas como la historia, la sociología y la psicología social se independizarían sucesivamente. De este modo, el impulso previo de una perspectiva histórica también propició el estudio objetivo de las instituciones sociales (Collier, Minton y Reynolds, 1996). Testigos de su tiempo, la psicología y la sociología, dos disciplinas fundamentales para el surgimiento de la psicología social, trazaron su propio perfil conceptual e intentaron ser reconocidas de manera académica e institucional (Torregrosa, 1982). En Europa, el pensamiento social, influido por investigadores como Marx, Comte en el siglo XIX y por Durkheim a principios del siglo XX, generó nuevas bases para la constitución de nuestra disciplina. Estos pensadores coincidían en la importancia concedida a lo colectivo para la comprensión de los fenómenos psicológicos (Fischer, 1990). Por ejemplo, aunque Marx no se refirió directamente a una psicología social, su obra daría pie a la elaboración de una psicología social marxista (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Munné (1989) añade las contribuciones psicosociales de los trabajos de Leontiev y Vigotski. De igual modo, podemos considerar a Comte y a Durkheim como los padres de la sociología por sus planteamientos epistemológicos, pese a que ambos diferían en cuanto a la definición sobre cuál debía ser su objeto de estudio y su metodología. El pensamiento social de Comte (1798-1857) presentaba antecedentes importantes en las teorías de ilustrados franceses como Montesquieu, con su trabajo acerca de la relación entre el clima y la cultura de los pueblos en su obra El espíritu de las leyes, y Rousseau, con sus tesis acerca del papel de la sociedad para modificar y corregir «todas nuestras inclinaciones naturales».
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Lo distintivo de Comte es su taxonomía de las ciencias basada en un modelo evolutivo del conocimiento. Parte de una base epistemológica de tipo teológico hasta llegar a un estadio «positivo» del saber, en el cual los fenómenos podían ser definidos como reales, ciertos y susceptibles de estudio científico. La sociología se situaría en la cúspide de las ciencias puesto que constituye la disciplina que aglutina los conocimientos de las demás (incluida la biología y la medicina). Este afán integrador llevó al autor a adoptar una posición radical y muy criticada sobre el papel revolucionario y político de la sociología. Desde la revisión crítica de Comte, autores como Dilthey diferirían sustancialmente de su modelo de ciencia. Dilthey esgrimía que los objetos de estudio de las ciencias del espíritu y de las ciencias naturales hacen imposible que las primeras puedan participar del paradigma naturalista. Esta observación se sustenta en una concepción diferente de la naturaleza humana: el hombre es una realidad histórica. También según Weber, la sociología era la ciencia de la comprensión. La investigación sociológica debía ocuparse de comprender a los hombres en su devenir histórico. Su trabajo sobre la ética protestante y el espíritu del capitalismo ilustra la dependencia entre religión y aspectos económicos y, por tanto, la relación íntima entre la aparición del protestantismo y el desarrollo económico en el norte de Europa y en Inglaterra. Sin embargo, sería Durkheim (1858-1917) uno de los fundadores «reales» de la sociología no tanto por sus declaraciones de principios, como por dotar a la disciplina de un objeto de estudio definido: «los hechos sociales». Hechos que son independientes y exteriores de la conciencia individual. Las «representaciones colectivas» de una sociedad determinada adquieren existencia propia en su devenir histórico y cultural. En este objeto de estudio encontramos una «psicología colectiva» independiente de la psicología individual y de los modelos de conocimiento psicosocial imperantes en ese momento. El estudio de los tipos sociales de suicidio avalaría cómo un comportamiento considerado tradicionalmente individual puede condicionarse socialmente. De forma paradójica a su importante contribución en la configuración de la psicología social, tanto Comte como Durkheim coincidirían en una visión crítica de la psicología. Comte rechaza la psicología por su utilización del método introspectivo (Comte, 1968), y Durkheim en Las
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reglas del método sociológico se planteaba que la psicología social «sólo es una palabra que designa toda clase de generalidades, variadas e imprecisas, sin objeto definido» (Durkheim, 1971a y 1971b, trads., p. 16). La referencia «comtiana» a lo «positivo» y el concepto «durkheimiano» de «hecho social» constituirán una continua advertencia al peligro de «psicologizar» nuestro objeto de estudio. La demostración de Durkheim sobre las causas sociales de un comportamiento individual como el suicidio nos obligarán a reflexionar sobre la fuerza de la influencia del entorno. Pese a estas advertencias, diversas hipótesis sobre el funcionamiento psicosocial planteadas por Durkheim tuvieron gran trascendencia en la psicología social. Por una parte, en la primera mitad del siglo XX en el contexto norteamericano de la industrialización y urbanización, sus ideas promovieron numerosas investigaciones cuyo objetivo era el estudio de la relación entre integración social y salud (Faris y Dunham, 1939; Park y Burgess, 1926; Thomas y Znaniecki, 1920). Por otra parte, psicólogos sociales adscritos a la tradición europea han desarrollado a partir del hecho social una nueva formulación teórica. La base específica de esta recuperación se encuentra en el concepto de «representación social», reelaborado actualmente por Moscovici (1961) pero con un menor determinismo social (Billig y Sabucedo, 1994). Como comentábamos anteriormente, además de esta incipiente «sociología», la evolución de la «psicología» también nos aportó elementos para el debate de la relación individuo-sociedad. Por ejemplo, podemos considerar como precursora la orientación psicológica de James sobre la teoría del yo. James distinguía entre el «Mí» (yo empírico, el yo conocido) y el «Yo» (yo puro, el yo como conocedor). El Mí aglutina elementos de una triple naturaleza: el Mí material, el Mí social y el Mí espiritual, que, a su vez, originan unas «emociones y sensaciones» que determinan unas acciones de «autopresentación» respecto a cada uno de ellos. Según Jiménez Burillo (1987), resulta especialmente interesante su definición del Mí social como «reconocimiento y bienestar que el sujeto obtiene de sus prójimos». Esta definición se encuentra directamente relacionada con la teoría del «yo-espejo» de Cooley y constituye un antecedente del concepto de «rol». El «sí mismo social» se compone de la imaginación de nuestra apariencia ante el otro, la imaginación del juicio del otro de esta experiencia y una suerte de auto-sentimiento resultante (Cooley,
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1907). El grupo primario, caracterizado por la asociación y la cooperación íntima, tendrá un papel fundamental en la formación de la naturaleza social y de los ideales del individuo. Con estos conceptos psicosociales, Cooley invertirá la óptica mantenida por Tarde y Giddings: el objeto de la sociología no es la conducta externa y observable, sino las representaciones sobre su realidad. Desde esta nueva formulación interaccionista, Baldwin constituye un exponente interesante sobre cómo un tema en apariencia tan individualista como la personalidad puede ilustrar la interdependencia de enfoques psicológicos y sociológicos. Tradujo el desarrollo de la personalidad a términos sociales, elaborando la teoría de la recapitulación (Sahakian, 1982). Influido por Hegel, Comte y Tarde, Baldwin situaba el proceso de aprendizaje infantil en la imitación. El resultado de la imitación es lo que hace que el hombre sea una consecuencia social. No obstante, y a pesar de las contribuciones de estos autores, los psicólogos y sociólogos del siglo XIX empezaron a desconfiar cada vez más de las teorías abstractas que no se fundamentaran en datos comparados o empíricos (Collier, Minton y Reynolds, 1996). Esta desconfianza también se traduciría en la fe depositada en el empirismo como vía epistemológica de progreso científico. El abandono de la especulación metafísica supuso un cambio de la teoría psicosocial precientífica a la científica. Y así, mientras los filósofos continuarán estudiando el funcionamiento de la mente humana, el desarrollo de la psicología social será paralelo a la consolidación científica de la psicología general (como comentamos anteriormente, la psicología y la medicina presentaban, a su vez, una estrecha relación). En este sentido, coincidimos con E. R. Smith y Mackie (1997) en afirmar que la psicología en gran medida nació cuando un grupo de investigadores alemanes, impresionados por los métodos de laboratorio utilizados por los fisiólogos, comenzaron a diseñar técnicas experimentales para la comprensión de los procesos mentales como la sensación, la memoria y el juicio. Sin embargo, y a pesar de las pretensiones empíricas de la psicología general, el nacimiento de la psicología social se siguió nutriendo de diferentes tradiciones teóricas y metodológicas. De manera premonitoria a sus características definitorias en el futuro, el comienzo de la psicología social
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como disciplina científica se produce en un contexto internacional y se caracteriza por la pluralidad de sus planteamientos (Brauer, Martinot y Ginet, 2004). Podemos resumir en tres las principales corrientes de pensamiento (localizadas en Alemania, Francia e Inglaterra) que se encuentran en la base de la actual psicología social. El pensamiento social de estos contextos en gran parte es el resultado de unas condiciones económicas y sociales determinadas (Collier, Minton y Reynolds, 1996; Gómez Jacinto, 1996a): — La psicología de los pueblos (Völkerpsychologie): recogía la trayectoria de la psicología comparativa, histórica y cultural de autores como Herbar, Humboldt, Herder y Hegel. Wundt sería su máximo exponente. Estos autores investigaban la identidad de un carácter nacional que pudiese unificar la colección fragmentada de Estados-nación que componía Alemania. — La psicología de las masas pretendía dar respuesta a la situación social francesa. Los disturbios sociales y políticos se definían en clave de conductas sociales irracionales, inconscientes y caóticas. — La teoría de los instintos se genera en un contexto como el inglés, que estaba atravesando un período de expansión industrial. El crecimiento económico favoreció a las doctrinas que propugnaban la evolución social, el laissez-faire y una filosofía utilitaria racionalista.
1.2.1. La psicología de los pueblos En los antecedentes de la psicología social encontramos una clara vocación interdisciplinar con otras materias de estudio como la antropología y la biología. De la intersección con la antropología, destacaremos el colectivo de pensadores que defendían la importancia de lo grupal, social, colectivo o comunitario sobre lo estrictamente individual (p. ej., la psicología de los pueblos). Pese a sus defectos metodológicos y a las deficiencias en la investigación empírica, actualmente, y después de un largo período de olvido, la psicología europea ha retomado estos primeros intentos científicos para explicar el comportamiento social (Jaspars, 1986). Por ejemplo, Lazarus y Steinthal concebían la relación entre la actividad psicológica de los individuos y la de los productos culturales que esa
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actividad generaba de manera dialéctica. Las personas, en su interacción con el medio cultural, desarrollan un contenido mental objetivo que su actividad subjetiva modifica posteriormente. «Dondequiera que vivan algunas personas juntas, es un resultado necesario de su compañerismo que desarrollen allí un contenido mental objetivo, que a partir de entonces se convierte en normas y en órgano de sus futuras actividades subjetivas» (M. Lazarus, 1865, p. 41). En estas líneas se defendía la necesidad de compaginar una psicología individual con una psicología de los pueblos (Volk significa comunidad cultural), que contemplara el estudio de sus productos culturales, el lenguaje (Markova, 1983), las costumbres y los mitos (Álvaro, 1995). El contexto histórico en el que surge este conocimiento etnográfico coincide con el inicio de una conciencia nacional y una nueva división político-administrativa de Alemania durante siglo XVIII. En esta conciencia, la suposición clave estribaba en definir como forma primaria de asociación humana la comunidad cultural (el volk). El volk contextualiza la formación y educación de la personalidad individual y conforma la idea o principio mental unificador. Desde sus comienzos, no hubo duda de que la nueva disciplina coincidiría y asumiría los esfuerzos políticos tendentes a la consecución de una nación-Estado alemana (Eckardt, 1971). La nueva ciencia del espíritu se reflejó en los veinte volúmenes de la revista Zeitschrift für Völkerpsychologie und Sprachwissenschaft (1860). Las tareas a las que se tenía que enfrentar esta nueva disciplina eran dobles: conocer los elementos constitutivos de la mente o espíritu del pueblo e identificar las psicologías de los distintos pueblos (Blanco, 1988). Wundt (1832-1920) dio cuerpo a esta formulación en su extensa obra Völkerpsychologie: Eine Untersuchung der Entwicklungsgesetze von Sprache, Mythus und Sitte (Wundt, 1920; trad., 1990). Aunque fue un crítico importante de la concepción de Lazarus y Steinthal, coincidió con ellos en denunciar el hecho de que una psicología puramente individual o experimental imponía una versión parcial de la disciplina. La relación individuo-comunidad, la naturaleza intrínsecamente social de la persona, la importancia definitoria de la psicología de la historia y la evolución cultural de los pueblos se reivindican como temas centrales de la psicología.
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Con este objeto de estudio, Wundt pretendía superar las insuficiencias del método introspectivo y revisar una herencia que incorporaba figuras como Heider, Lazarus y Steinthal. La problemática analizada en torno al carácter nacional, personalidad básica, etc., enlazará con sus antecedentes teóricos. De ahí que podamos concluir que la obra de este autor resulta imprescindible para explicar tanto la integración de inquietudes intelectuales anteriores como la doble lectura reflexiva y aplicada de la psicología social. Sin embargo, Wundt se apartó de sus precursores en cuestiones metodológicas. El desarrollo mental de una comunidad no es paralelo al desarrollo de la conciencia individual; por tanto, la introspección no puede ser utilizada como método de análisis comunitario. Wundt defendía la complementariedad entre la psicología cultural y la experimental. En primer lugar, porque la vida social humana no podía, pensó él, ser reducida exclusivamente a un laboratorio, y en segundo lugar, porque la conciencia individual tampoco podía abarcar el total desarrollo y extensión del proceso psicosocial. Para Wundt la psicología individual y la psicología de los pueblos no son dos entidades diferenciadas, sino que se encuentran interconectadas (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). En este sentido, la comunicación es un elemento clave en el funcionamiento psicológico y, por tanto, en la aproximación metodológica al estudio de la interacción psicosocial. Lenguaje, mitos y costumbres son resultado de un sujeto colectivo y no consecuencia de elecciones individuales. Al mismo tiempo, la pervivencia de todos estos fenómenos dependerá de su asunción individual. En esta interdependencia, el lenguaje configura tanto la formación de la organización social como la explicación de los estados psicológicos individuales (C. D. Alonso, Gallego y Ongallo, 2003). El pensamiento psicosocial actual encuentra en esta «vocación lingüística» un antecedente clave, ya que gran parte de las investigaciones contemporáneas estudian los contenidos culturales de la conciencia (Pinillos, 1962). Por ejemplo, el principio por el cual la cultura se define como un proceso colectivo sujeto a una evolución histórica influirá sobremanera en autores cognitivos como Vigotski, Luria y Mead. Los procesos cognitivos superiores pueden ser entendidos, al mismo tiempo, como procesos individuales y como productos sociales originados en el transcurso de la historia.
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Farr (1983) profundiza en estas contribuciones y concluye que uno de los méritos más importantes de Wundt consistió en aunar en una misma disciplina una psicología experimental, una metafísica científica y una psicología social. Su Völkerpsychologie es un claro exponente de la psicología social de carácter sociológico, dedicada al estudio de las propiedades de la conciencia individual, como encrucijada de la interacción de las personas y de su cultura (Álvaro, 1995). No obstante, diversos acontecimientos como el predominio conductista en psicología, la influencia del paradigma positivista (Farr, 1990), el individualismo metodológico y la asociación entre psicología cultural y el surgimiento del nacional socialismo distorsionarán la amplitud de miras de la obra de Wundt, reduciéndola en algunos círculos académicos a sus aspectos experimentales (Graumann, 1988).
1.2.2. La psicología de las masas Además del surgimiento del nacionalismo, el siglo XIX se caracterizó por una serie de fenómenos sociales que marcaron la trayectoria definitoria de la psicología social, como por ejemplo: los procesos revolucionarios, la creciente industrialización y urbanización, los movimientos migratorios y la ascendencia de ciertos grupos sociales como los sindicatos. No es de extrañar que en este hervidero político y social el miedo a las masas se constituyera en un objeto de estudio social. Desde este contexto en apariencia «caótico», se entiende la profusión de teorías que presentaron como conceptos básicos: la sugestión, el contagio, la emoción, la imitación y la irracionalidad. Conceptos que posteriormente se integrarían en la obra de los pensadores de la escuela francesa sobre el comportamiento colectivo. Uno de los artífices del despliegue de vocabulario sobre los movimientos sociales fue Mesmer (1734-1815). En su discurso encontramos términos como «magnetismo», «fuerza animal universal» o «mente primitiva». Las técnicas de estudio propuestas por Mesmer suscitaron diversas polémicas, al catalogarse como diagnósticas o terapéuticas (Barrows, 1981; Paicheler, 1985). Otro término controvertido, «el contagio mental», se definía también por su alto contenido patológico y, de hecho, procedía de la epidemiolo-
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gía y del contagio bacteriológico (Pasteur, 1822-1895, y Koch, 18431910). Con el contagio mental se pretendía explicar la propagación del afecto y de la anomia en las masas agitadas. En un discurso criminológico, la importación médica de este «virus» se asociaba a «responsabilidad disminuida» o a «masa delincuente». Tanto la acepción médica como jurídica de la influencia social derivaron a una visión del grupo pesimista, anómalo y enfermizo, muy acorde con el período convulso del momento, p. ej.: revoluciones francesas de 1789, 1830, 1848, 1871, crecimiento de las organizaciones sindicales y del socialismo, las huelgas y manifestaciones de mayo, corrupciones, escándalos, la Comuna revolucionaria de París. Todos estos hechos en su conjunto constituían una amenaza para el orden político, social y moral establecido y principalmente para la burguesía. Ante esta situación de alarma social resultaba lógico y necesario: — Explicar el sentimiento de decadencia. — Responsabilizar a las masas de la situación de caos. — Traducir las explicaciones exitosas y científicas de disciplinas consagradas, como la medicina, al campo social. — Justificar la necesidad de intervención, mediante el análisis científico de la relación causal entre los fenómenos de masas y los «demonios sociales». La obra de autores como Durkheim, Tarde y Le Bon dedicada al estudio de la conducta colectiva de los grupos se establece sobre estas circunstancias históricas y sobre la imagen negativa de la interacción colectiva (M. Alonso, 2003). Sin embargo, ofreció una alternativa a la tradición británica, que, como veremos posteriormente, basaba la vida social en factores genéticos, evolutivos e instintivos (Collier, Minton y Reynolds, 1996). Dentro de este marco alternativo, los autores franceses también diferían entre sí acerca de sus prioridades en el estudio psicosocial y sus explicaciones sobre los hechos sociales. Por ejemplo, Tarde sitúa el fenómeno social en la relación entre personas, una de las cuales influye mentalmente sobre la otra. Los procesos sociales se explican por la combinación de la interacción mental y de la innovación de ideas. Es conocido por su obra La opinión y la multitud, que, como el trabajo de Le Bon, resultaba heredero de los conflictos sociales de la Fran-
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cia que les tocó vivir. Pero a diferencia de Le Bon y Durkheim, la conciencia colectiva de Tarde no se entiende de manera independiente de los individuos. La influencia de las masas sobre el comportamiento individual no es unidireccional, sino que se concibe como el resultado de «las relaciones recíprocas entre las conciencias» (Tarde, 1901, p. 42). Según Tarde, toda la dinámica social se explica mediante cuatro procesos sociales básicos: invención, imitación, adaptación y oposición. Sus ideas influirían profundamente en autores como Ross, que configurarán la vertiente sociológica de nuestra disciplina. Incluso nuestras investigaciones actuales sobre el proceso de control de los medios de comunicación de masas y su papel en la conformación de la opinión pública pueden considerarse como descendientes de sus contribuciones (Jiménez Burillo, 1987). Le Bon interpreta sus circunstancias históricas desde una perspectiva diferente. El ascenso de las masas se percibe como un sinónimo de decadencia de la civilización, ya que todas las características positivas del comportamiento individual racional se difuminan cuando la persona se encuentra en una situación masificada. Ejemplificaba esta reflexion en el estudio de pandillas y jurados, de manifestaciones de masas y parlamentos, de asociaciones religiosas y políticas. De hecho, resulta criticable el reduccionismo con el que trabaja el concepto de «masa» para referirse de manera indiferente a movimientos sociales, audiencias e instituciones (p. ej., Milgram y Toch, 1969), y más cuando la distinción de términos ya se había empezado a realizar por otros autores como Tarde (1901) y Park (1972). Pese a estos reduccionismos, una de sus principales aportaciones consistió en transcribir para la psicología social conceptos procedentes de otros campos del saber. Por ejemplo, el término «sugestión hipnótica», como analizamos con Mesmer, surgió de la práctica terapéutica, y la palabra «contagio». A diferencia de Mesmer, Le Bon, gracias a este «enriquecimiento lingüístico», amplió considerablemente el objeto de estudio sobre la conducta colectiva (rumor, propaganda, pánico, revoluciones sociales, etc.). Integró los conceptos de imitación y contagio, la idea de colectividad como un todo superior a la suma de las partes, sugestión e inconsciente y la preponderancia de la influencia social sobre el individuo (p. ej., véase cuadro 1).
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MECANISMOS DE LA MASA sugestión
contagio mente colectiva
desindividualización FUENTE: Adaptado de Gómez Jacinto (1996b).
Sus ideas influirán de manera discontinua en psicólogos sociales como Blumer, Cantril, Young, Smelser, etc. Incluso se le ha reconocido cierta ascendencia en la obra Mi lucha de Hitler y sobre los métodos de propaganda fascistas (la amistad entre Le Bon y Mussolini se encuentra documentada) (Billig, 1978). Otros dos «ilustres» herederos de este trabajo serían Freud y Ortega y Gasset (1883-1955) (por ejemplo, en su libro La rebelión de las masas). De hecho, Ortega y Gasset además de recoger el relevo de Le Bon sobre el estudio de los fenómenos colectivos, fue un precursor intelectual. Antes de que Moscovici (1985a) estudiara la «era de las masas», Ortega ya hablaba de su «rebelión» como fenómeno característico del siglo XX. Planteaba la necesidad de concretar los problemas humanos y de trabajar con la historia para descifrar sus posibles implicaciones y soluciones (Ovejero, 1992). A diferencia de otros autores de su tiempo, Ortega no criticaba el comportamiento colectivo sino determinadas formas de conducta. Por ejemplo, el especialista científico también podía ilustrar la posición de un «hombre-masa» cuando defendía un conocimiento hiperespecializado y particularista (Álvaro, 1995). «La masa es todo aquel que no se valora a sí mismo —en bien o en mal— por razones especiales, sino que se siente —como todo el mundo— y, sin embargo, no se angustia y se siente a salvo al sentirse idéntico a los demás» (Ortega y Gaset, 1922, p. 49). El «gregarismo» descrito por Ortega y otros temas afines trabajados desde las teorías de las masas se añadirían a la investigación psicosocial, al
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hacerse susceptibles de análisis experimental. De modo que hoy en día y bajo el tópico de «influencia social» se reconoce la continuidad de aquello que una vez fue abordado como efecto de la sugestión, contagio e imitación (Moscovici, 1985b; Paicheler, 1985) (cuadro 2). CUADRO 2
TIPOLOGÍA DE LAS MULTITUDES
{ { { Activas
Multitudes
Pasivas (auditorios)
Expresivas (carnaval) Adquisitivas Evasivas
Agresivas
{ {
Pánicos en multitudes organizadas Pánicos en multitudes desorganizadas Linchamientos Motines Terrorismo
Causales Intencionales
{
Recreativos (cine) Buscadores de información (conferencia)
FUENTE: Adaptado de R. W. Brown (1954).
Costaría más tiempo recuperar el análisis de la mente y del comportamiento colectivo (Graumann y Moscovici, eds., 1986; Moscovici, 1981b). Javaloy (1990) señala que el comportamiento colectivo sigue siendo una de las asignaturas pendientes de la psicología social actual. El desarrollo del individualismo metodológico y del paradigma experimental favoreció su relegación. Sin embargo, retomar el estudio empírico de los fenómenos colectivos es importante dada su relevancia en nuestra vida cotidiana (por ejemplo, el impacto de los medios de comunicación) y en la explicación de nuestro comportamiento (p. ej., modelo de belleza y de salud compartidos) (Álvaro, 1995; Moral e Igartua, 2005). Su recuperación implica ensanchar nuestras fronteras metodológicas experimentales y desarrollar una teoría psicosocial más sociológica (Farr, 1990; Gaskell, 1990).
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1.2.3. La teoría de la evolución A la declaración de principios sociales de la escuela francesa se sumaría la contribución interdisciplinar (en este caso de la biología, sociología y psicología) de la teoría de la evolución. En el siglo XIX, Darwin (1809-1882) definió al hombre como un animal social. En la escala evolutiva, su situación superior se refleja en su capacidad de adaptarse física, social y mentalmente a los cambios ambientales, parte de los cuales son, a su vez, sociales. De este carácter adaptativo se infiere que determinadas manifestaciones individuales, como la expresión de las emociones, presenten una función social y comunicativa que compartimos con otras especies animales desarrolladas (The expression of emotions in man and animals, 1872). La teoría de la evolución posibilitó una nueva manera de entender las relaciones mente-cuerpo. La neurofisiología (el estudio experimental del sistema nervioso), la fisiología sensorial (vista, oído, tacto, etc.), la psiquiatría y el psicoanálisis (el análisis de los cuadros psicosomáticos) se enriquecieron con esta teoría biológica que facilitaba la «reunión de lo psicológico y lo biológico» en un solo objeto de estudio. Las funciones vitales del individuo comparten un fin común: la adaptación al medio. La salud y la enfermedad son manifestaciones de estos procesos. Las implicaciones prácticas de estos hallazgos no tardarían en llegar. El diagnóstico y el tratamiento médico no podían mantener el monopolio del cuerpo en un dualismo inexistente. Spencer (1820-1903) generalizó y popularizó esta teoría en un conjunto de temas sociales. Por ejemplo, el autor establece un paralelismo biológico y sociológico en el que se compara el desarrollo de una sociedad con el crecimiento de un organismo. Sociedad y organismo coinciden en los mismos principios evolutivos de integración y diferenciación. El instinto sexual, junto a otros instintos, constituirá el origen de la sociedad (en esta idea observamos un antecedente importante de la teoría de los instintos de McDougall). El autor combinó esta «traducción social» con la doctrina del individualismo y una actitud de laissez-faire (dejemos que la evolución siga su curso) llegando a la defensa de la eugenesia social. Historiadores de la psi-
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cología social como Karpf (1932) y Hearnshaw (1964) nos advierten sobre los excesos de estas posturas. Por motivos similares, los trabajos de Darwin fueron ignorados en la psicología social, mientras que mantenían su influencia directa sobre las explicaciones de la conducta social desde la etiología y la sociobiología (Hinde, 1974; E. O. Wilson, 1975). Como se desprende de este corto recorrido de un siglo, las principales aportaciones a la psicología social se realizaron desde Europa. Ahora bien, en cada contexto adoptarían diferentes temas y orientaciones de estudio, y así, mientras que la psicología social británica fue individualista, la psicología social alemana estuvo orientada hacia la psicología de los pueblos y la francesa valoró la realidad concreta de la sociedad y adoptó un punto de vista centrado en la conducta colectiva. La versión europea del origen de la psicología social contradice ciertos reduccionismos. Por ejemplo, G. W. Allport (1954) ubica el nacimiento de la disciplina en Norteamérica con los trabajos de Triplett (1898) y la publicación simultánea de dos manuales con dicho título (1908). Con T. Ibáñez (1990), reivindicamos la trascendencia de considerar su incipiente desarrollo europeo. En el núcleo de la controversia sobre el contexto original de la psicología social encontramos argumentos de poder y la vieja dicotomía helénica que se ha convertido en una constante en nuestra disciplina: lo individual o lo social, lo sincrónico o lo diacrónico, el modelo europeo o el modelo norteamericano (Gómez Jacinto, 1996a). Desde estos antecedentes y disputas observamos algunos de los dilemas que la psicología social tendrá que encarar en su proceso de constitución: ciencia versus filosofía, holismo sociológico versus individualismo metodológico, comprensión versus explicación, monismo metodológico versus especificidad metodológica en función del objeto de estudio. Dos grandes enfoques sobre el pensamiento psicosocial se fraguarían en su posterior consolidación como disciplina científica. Desde el enfoque psicológico, el individuo y los procesos intra-psíquicos constituyen el punto de referencia. El eje central de la disciplina para el segundo enfoque gira en torno a la explicación del contexto social y de las entidades supraindividuales (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997).
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1.3. Constitución de la psicología social como disciplina científica La constitución de la psicología social se suele situar convencionalmente en 1908, con la publicación de los manuales de McDougall y Ross. Sin embargo, como plantea Graumann (1990), el término «psicología social» ya existía anteriormente aplicado a una «psicología de la sociedad» y al estudio de la integración del individuo en la comunidad (Lindner, 1871). Del mismo modo, a principios de siglo, revistas como Psychological Review, bajo la denominación de «psicología social» consideraban obras como las de Espinas, Fouillée o Durkheim. Incluso se dispone de textos con este título específico, como, por ejemplo, el de Orano en Italia (Jiménez Burillo, 1987). Por tanto, aunque no fueran los primeros, McDougall y Ross se contemplan como fundadores de la disciplina por otros motivos. Los dos son autores coetáneos representativos de dos enfoques recurrentes en el área de conocimiento y ambos sitúan la materia de estudio en un marco conceptual y metodológico susceptible de manuales y de consideración independiente (E. E. Jones, 1985). La psicología social versará sobre el individuo, sus procesos internos (McDougall, 1908; Simmel, 1902) y sobre el papel que el contexto desempeña en los procesos individuales (Lindner, 1871; Lukes, 1973; E. A. Ross, 1908). Ambos representan ya de un modo explícito la separación entre la psicología social psicológica y la tradición de la psicología social sociológica (Farr, 1986a): — Ross (1866-1951) sociólogo, doctor en economía retoma las enseñanzas de la escuela francesa (Tarde, Sighele, Le Bon, Cooley y Veblen) y se centra en el papel de la imitación y sugestión como mecanismos explicativos de las uniformidades sociales, continuando con la línea de estudios dedicada a la influencia social. Estudia «los niveles y corrientes que existen entre los seres humanos como consecuencia de su asociación» (E. A. Ross, 1908, p. 1). La psicología social se enmarca en la sociología porque su objeto de estudio versa sobre las causas y condiciones que hacen del individuo un ser social (Pepitone, 1981). La asociación y la interacción entre los individuos presenta una existencia independiente y determina el comportamiento individual (Sabucedo, D’Adamo y
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García Beaudoux, 1997). Por estos planteamientos, su obra fue muy influyente en los textos de psicología social redactados por sociólogos, pero no tuvo excesiva repercusión en la orientación psicológica. Ahora bien, en sus teorías también encontramos referencias a la persona como entidad con características propias. Por ejemplo, el individuo se reconoce como agente del cambio social, situación observable, según Ross, en el hecho de que los individuos geniales generan progreso social. — McDougall (1871-1938) era médico de profesión y su obra se enmarca en la literatura anglosajona del momento. Su libro se dedicaba al análisis de «las propensiones y capacidades innatas de la mente humana individual» (McDougall, 1908, p. 18). En términos actuales, el autor escribió una teoría sobre la motivación (Farr, 1986b). Influido por el clima biologicista de su época, el comportamiento social se explicaba sobre la base de una perspectiva individualista e instintiva. Observamos este reduccionismo en el tratamiento concedido a la emotividad. Las respuestas emocionales se definen como meras consecuencias e identificadores de los instintos; por ejemplo, el instinto de huida se asocia con una reacción emocional de temor. Su teoría fue muy criticada por la incapacidad para explicar la variabilidad del comportamiento, la ambigüedad de los términos utilizados, así como por su concepción biologicista de la naturaleza humana, erróneamente identificada con el determinismo del movimiento eugenésico (Collier, Minton y Reynolds, 1996). Así y a pesar de su éxito inicial, esta perspectiva innatista pronto fue reemplazada por otras escuelas y orientaciones psicológicas que compitieron con ella durante las primeras décadas de este siglo, entre las que el conductismo, dado el clima positivista de la época, tuvo mucho que ver. Cartwright (1979) señala también que el fracaso del instintivismo en la psicología norteamericana se debió a que la experiencia de este país concedía al ambiente el papel más importante en la determinación de la conducta, al tiempo que el desarrollo económico propiciaba las diferencias y defendía la posibilidad individual de cambio en la nación de las oportunidades. La propia obra del autor evolucionará hacia una dirección más social. Por ejemplo, su trabajo sobre The Group Mind (1920) pre-
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Evolución histórica sentará una conceptualización de la mente individual en la que se contempla la ascendencia de la sociedad de referencia. Al formar parte de un grupo, el comportamiento de los individuos se modifica. Su defensa de una psicología instintivista y de una teoría sociológica del comportamiento colectivo nos recuerda a la integración de Wundt entre psicología experimental y social. Sin embargo, habrá que esperar a los conceptos de self de Mead y de «espacio vital» de Lewin para poder incorporar en la misma disciplina el estudio de lo individual y de lo social (Álvaro, 1995).
McDougall ejerció una gran influencia en las teorías de Mead. La psicología de Mead (1863-1931) se sustentaba en tres principios: en primer lugar, una visión de la naturaleza humana basada en la noción de instinto social; en segundo lugar, una teoría de la comunicación social; y por último, una teoría de la identidad como conciencia social (antecedente importante del interaccionismo simbólico). La teoría de la comunicación de Wundt aportará a Mead pautas acerca del origen del lenguaje. Mead consideraba la comunicación simbólica como el desarrollo del gesto vocal que se da en una situación de interacción social. Lo que en un principio constituye la expresión de las emociones individuales se traduce posteriormente (como consecuencia de la interacción con otros) en la base de la comunicación. El origen de la conciencia reflexiva se encuentra en la conciencia del otro (Álvaro, 1995). Según Mead, la psicología social debía estudiar el individuo dentro del grupo, pues es en esta unidad social donde las acciones individuales adquieren sentido y significado. El self, en última instancia, es el producto de la interacción con los otros ya que permite a la persona percibirse como objeto, gracias a las reacciones y actitudes que suscita en los demás (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). La interacción, a su vez, se entiende como un diálogo de actitudes, atribuciones y gestos (Halpin y Guilfoyle, 2005). Otros autores de la escuela de Chicago compartieron con Mead la orientación interaccionista y la sensibilidad hacia los problemas sociales, defendiendo políticas e intervenciones reformistas como la necesidad de un sistema educativo más progresista: — Dewey y sus estudios sobre cómo las costumbres, resultado de la interacción social, inciden en la mente de las personas.
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— Thomas y los trabajos realizados con Znaniecki sobre «The Polish Peasant in Europe and America». En dicha obra aparece el concepto de actitud como una dimensión colectiva medida en las historias de vida: las situaciones son reales y tendrán consecuencias reales si el sujeto las percibe como tales. Esta idea se constituirá en un principio precursor y guía de la psicología de orientación cognitiva. — Ellwood será uno de los primeros representantes oficiales de la psicología social sociológica (Sahakian, 1982). Para este autor, individuo y sociedad se encuentran en constante interacción, determinándose mutualmente: «La conducta individual, en otras palabras, procede de la cultura del grupo, pero la cultura en último término [...] viene de la mente individual». La escuela de Chicago generó una nueva forma de entender las ciencias sociales, más interesadas y comprometidas en la solución de problemas sociales. El científico social también era agente responsable del cambio social. La alianza entre sociología y reforma social continuó hasta bien entrado el siglo XX. Durante este período, la sociología se orientó hacia cuestiones aplicadas y carecía de un núcleo central teórico o metodológico. Aunque esto se convirtió en un problema a la larga (denunciado por los psicólogos sociales de orientación psicológica), a corto plazo proporcionó un gran atractivo a la sociología (Collier, Minton y Reynolds, 1996). Ante este cambio de sensibilidad y ante un contexto social (norteamericano) caracterizado por los complejos procesos de inmigración, urbanización e industrialización, y sus correspondientes problemas y retos sociales, las teorías psicológicas instintivas cayeron en desuso. El fracaso del instintivismo se debió al abandono de la creencia en la constancia e invariabilidad del individuo y a la defensa del entorno como determinante más significativo de la conducta humana (Cartwright, 1979). Desde una perspectiva académica, en el proceso de decadencia de las teorías innatistas tuvieron mucho que ver las investigaciones llevadas a cabo por antropólogos como Malinowski, Mead y Linton (Munné, 1986). Estos autores a partir de la tercera década de este siglo demostraron el papel que desempeñaba la cultura en el desarrollo de la personalidad y la importancia que ésta tenía para explicar la conducta social. Por ejemplo, en el vocabulario utilizado por los textos científicos, este cambio se tradu-
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jo en el desuso del término instinto y la utilización de otros más flexibles y, valga la redundancia, sociales, como la actitud, el autoconcepto, la comunicación, la socialización, etc. Las diferencias léxicas reflejaban importantes discrepancias en la explicación de las causas de la conducta. La psicología social y la sociología, comprometidas con el análisis de su tiempo, se independizarían de la psicología general y sus pretensiones de cientificidad basadas en el sujeto como unidad social. Pero la propia psicología se tuvo que reinventar un objeto susceptible de estudio «objetivo y riguroso». La revolución watsoniana alteró profundamente el panorama de la psicología a comienzos del siglo XX, ya que supuso un nuevo golpe a la psicología mentalista y desterró al mismo tiempo la conciencia y los instintos como posibles temas de estudio. La raíz de esta revolución se encontraba en el evolucionismo. Los descubrimientos de Darwin comprometían a la psicología con el estudio de las funciones del organismo humano, sin perder de vista su adaptación y su comparación con el comportamiento de otras especies. Los primeros trabajos de Watson (1878-1958) debían mucho a los estudios médicos. Se centraron en la correlación existente entre la complejidad progresiva de la conducta en la rata y la mielinización del SNC y su aprendizaje en el laboratorio. La metodología experimental y fisiológica no era compatible con el estudio de la conciencia. El conductismo de Watson y Skinner negaba la validez científica de los argumentos que se referían a los sucesos mentales como pensamientos, sentimientos y emociones. Para los psicólogos conductistas, el objeto de estudio debía ser la conducta observable, influida por los estímulos observables. Pero además de las divergencias y las diferentes pretensiones de la psicología general y social, la intersección entre los campos de estudio no tardaría en producirse. Podemos referirnos a este punto en común como el ámbito de actuación de la psicología social conductista. Skinner sería uno de sus principales exponentes. Skinner estaba interesado en el conocimiento científico básico, pero también en sus aplicaciones prácticas en la modificación de conducta y en la construcción científica de la sociedad (por ejemplo, Walden II, 1948). Desde el razonamiento de Skinner y sus seguidores, la psicología social no
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se diferenciaba de otros campos de la psicología, porque toda psicología tiene que ver con la conducta y toda conducta es un producto del ambiente en el que acontece (Schellenberg, 1991). Desde esta perspectiva, la educación constituye un área fundamental de intervención, y, de hecho, a Skinner se le considera el artífice de la instrucción programada y de la ingeniería de la conducta. Pese a estas intersecciones, en el futuro la psicología social de Skinner se percibiría como una disciplina más bien inquietante y dedicada al control social. Pero en los años veinte y sin que estos modelos se hubiesen desarrollado todavía, Dunlap (1919) en su discurso presidencial ante la Sociedad de Filosofía y Psicología, y a modo de profecía, se lamentaba de la inexistencia de una psicología científica, cultivada, decía, no por psicólogos sino por «políticos y pensadores independientes» que dieran respuestas en las que se imbricaran los factores individuales y colectivos. La obra de Allport supondría «un paso adelante definitivo en la (incipiente) ciencia de la psicología social» (Woodworth, 1925, p. 92). Floyd H. Allport reflejó claramente cuál sería el currículo de la nueva disciplina en su manual de psicología social (1924, p. 3): el objeto de estudio de la psicología social debía ser la conducta social entendida como «el conjunto de estimulaciones y reacciones que surgen entre los individuos y la parte social de su medio; es decir, entre los mismos individuos». Podemos catalogar a este autor como el primer psicólogo social conductista. La perspectiva conductista era el enfoque interpretativo y el método experimental, el modo de estudio. Para Allport, la conciencia (a diferencia de la obra de G. H. Mead) no podía ser un agente activo o un principio explicativo de la conducta. Del mismo modo, los fenómenos grupales no se debían describir en función del comportamiento individual, sino por procesos de origen fisiológico. Ambos principios eran congruentes con las investigaciones biológicas del momento sobre las relaciones entre el organismo y su medio físico. Las características de la sociedad se podían reducir a las características de sus partes individuales (Morales, 2000a). Con F. H. Allport (1924, p. 12) la psicología social se pierde en la psicología individual, ya que se niega la existencia de una posible conciencia colectiva o de un espíritu grupal: «la psicología social es la ciencia que estu-
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dia la conducta del individuo en tanto en cuanto ésta estimula a otros individuos, o es en sí misma una reacción a la conducta de aquéllos». Con el fin de probar estas premisas, Allport utiliza una metodología experimental. Por ejemplo, entre 1916 y 1919 en el Harvard Psychology Laboratory realiza sus conocidos experimentos sobre la influencia grupal: el desempeño de una tarea se ve afectado por la sola presencia de otras personas (estímulo social) realizando la misma tarea. Aunque el rendimiento aumenta, la calidad de lo producido se resiente. A partir de estos trabajos, Allport formula su teoría de la facilitación social. Introduce temas que con otros nombres siguen vigentes en la actualidad (por ejemplo, etiología y comunicación no verbal) y supone la aceptación del conductismo, el reduccionismo individualista y la adopción del experimento en el laboratorio como técnica de investigación psicosocial (Jiménez Burillo, 1987). La obra de Allport constituye un punto de referencia en nuestra disciplina. Su combinación de enfoque conductual, individualista y experimental aportó respetabilidad a las pretensiones de la psicología de ser científica (Graumann, 1990). A este esfuerzo dedicó la psicología social las tres o cuatro primeras décadas de su existencia norteamericana (Cartwright, 1979, p. 84). En 1935, Smoke resume las directrices de la disciplina en estos años: «la psicología social se caracteriza por la heteregoneidad y amplitud de los problemas estudiados y la tendencia a investigar problemas específicos mediante métodos objetivos, p. ej., los trabajos sobre normas sociales de Sherif (1935, 1936)». Allport fue consciente de la existencia de dos psicologías sociales. Criticó duramente al enfoque sociológico de la psicología (1924) y mantuvo en ocasiones posturas radicales. Por ejemplo, su visión experimental de la disciplina le llevó a situar el origen de la misma en el primer experimento psicosocial (realizado por Triplett en 1898). Graumann (1990) adopta una postura revisionista de este inicio, ya que Allport ignoró otros trabajos anteriores igualmente relevantes, como los de Binet y Henri (1894) sobre sugestionabilidad (Haines y Vaughan, 1979). Este sesgo constituye un ejemplo interesante de la arbitrariedad y de la función identificadora de la historiografía. Una de las consecuencias de esta visión parcial fue que la pro-
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pia disciplina se apartó del estudio de las cuestiones sociales, aislando, al menos en sus prácticas investigadoras, a los sujetos de su contexto social. Pese a su posición hegemónica desde la psicología social psicológica, su labor chocó con la obra de autores como Kantor (1924), Kroeber (1917) o Bogardus (1924), para quienes los fenómenos sociales no podían ser reducidos a fenómenos psíquicos. Otros psicólogos sociales se opusieron a la posición conductista. Enseguida demostraron como los individuos reaccionan de diferente modo ante un mismo objeto o idea. Esta divergencia sólo se podía explicar mediante las diferencias de actitudes individuales, los rasgos de personalidad, las impresiones de los demás, las identificaciones del grupo, las emociones, etc. Desde sus orígenes, la psicología social se diferenció del conductismo puro y duro por su convicción de que el efecto de cualquier estímulo depende de cómo los individuos y los grupos lo interpreten (E. R. Smith y Mackie, 1997). Como hemos analizado en este epígrafe, la polémica en la disciplina se inició con el papel definitorio de los instintos. Entre los autores que se posicionaban a su favor encontramos a Bernard (1924), Ginsberg (1921), Hocking (1921) y McDougall (1920). En contra, destacarían las críticas a la ambigüedad (Dunlap, 1919), la polivalencia semántica (Kantor, 1923) e incluso la existencia de contradicciones (Totman, 1980). Pese a la aparente victoria de «los anti-instintivistas», las conclusiones no fueron tan claras con relación al énfasis psicológico y sociológico de la ciencia. El tema se prolongó durante los años veinte y treinta con el conductismo (Bernard, 1924; Britt, 1937; Wallis, 1925; y A. P. Weiss, 1926). «Las crisis económicas y políticas, como la Gran Depresión y la segunda guerra mundial y la urgencia de los problemas sociales, arrollaron a los puristas en sus laboratorios» (Katz, 1978, p. 781). En este sentido, los años treinta fueron decisivos para la psicología social porque una serie de acontecimientos sociales, económicos, políticos e intelectuales repercutieron en los marcos conceptuales de la disciplina y en la necesidad de incorporar la cognición social entre sus temas de estudio. El crac económico de 1929, el fenómeno del nazismo alemán, las convulsiones internacionales, generaron movimientos migratorios de psicólogos europeos hacia América del Norte. La mayoría de estos profesionales procedían de la escuela de la Gestalt, que también reivindicaba el papel de la percepción y los procesos cognitivos en el comportamiento personal.
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Cartwright (1979, p. 85) resume el impacto de las migraciones de este modo: «uno no puede imaginarse lo que el área sería hoy si gente como Lewin, Heider, Köhler, Katona, Lazarsfeld y los Brunswiks no hubieran venido a los Estados Unidos». Su convivencia con los psicólogos críticos norteamericanos generó un interesante «mestizaje» de corrientes intelectuales y un mayor interés en las problemáticas sociales. Además de esta convivencia, los efectos de las crisis y de las guerras condujeron a la formulación de nuevos interrogantes. Por ejemplo, los trabajos de Adorno sobre el prejuicio, el intento de resolución de cuestiones prácticas como los cambios de los hábitos alimenticios (p. ej., Lewin, 1948) o animar y mejorar la organización de los soldados (Hovland, Lumsdaine y Sheffield, 1949; Stouffer et al., 1949). Estas cuestiones prácticas se responden desde nuevos planteamientos teóricos y metodológicos que también se encuentran en la psicología general. Los cambios de orientación evolucionan, según Graumann (1990, p. 32), «desde la perspectiva conductual a la cognitiva y desde las teorías de rango más amplio a aquellas de rango más restringido». Según Reich (1981), en esta década se asientan los tres grandes ejes (teoría, metodología y aplicaciones) del trabajo actual de la psicología social: — Los nuevos modelos teóricos se convertirán en las guías para la comprensión de la conducta social. P. ej.: teoría sociométrica de J. L. Moreno (1934), teoría de campo de Lewin (1939), teoría normativa de Sherif (1936), la Gestalt (Asch 1946, 1952 y sus trabajos sobre formación de impresiones y conformismo, y Fritz Heider, 1944, 1946, 1958, sobre los procesos de causalidad en la percepción de atribución y la noción de equilibrio psicológico), los trabajos de Piaget (1924; trad., 1929; 1957; trad., 1965), así como la teoría de la personalidad de G. W. Allport (1937). Por ejemplo, los trabajos sobre conformidad distinguieron dos tipos de influencia social: un proceso cognitivo informativo que suponía la aceptación privada, y un proceso social normativo del que se infería la complacencia pública (J. C. Turner, 1991). Con estos hallazgos y el análisis complementario del prejuicio y del conflicto, la investigación psicosocial situó su base en la raíz cognitiva de la conducta (J. C. Turner, 1998).
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El conductismo social perdería fuerza en esta evolución. Pero no podemos ignorar las aportaciones de la escuela de Yale. Estos autores influidos por las teorías de Hull centran su trabajo en la relación entre agresión y frustración y aprendizaje e imitación (p. ej., Dollard et al., 1939; N. E. Miller y Dollard, 1941). Su obra constituye el embrión de una nueva área de estudio sobre la salud compartida por médicos y psicólogos: el estrés. Por ejemplo, la investigación sobre los mecanismos adaptativos del estrés realizada por el neuroendocrino Hans Syle se desarrolla en esta década de cambios y dificultades sociales. Las críticas sobre la universalidad de los modelos propuestos desarrollaron sistemas alternativos igualmente influyentes, como el aprendizaje observacional (Bandura y Walters, 1963). En los nuevos marcos teóricos influyeron otras disciplinas como la antropología. Gracias a los trabajos de Franz Boas, Ruth Benedict, Margaret Mead y Ralph Linton, la psicología social se interesará por la variabilidad cultural de la conducta y las diferencias asociadas a pautas de socialización y personalidad, además de un nuevo conjunto de conceptos de base antropológica como la institución, la cultura, el estatus y el rol (Jackson, 1988). — De manera complementaria a las teorías, los métodos y técnicas de investigación mejoraron considerablemente. Los procedimientos, el análisis, la instrumentación se convirtieron en cuestiones técnicas. Por ejemplo, aparecen los procedimientos de medición escalar de Thurstone (1928), Likert (1932) y los índices sociométricos basados en la teoría de Moreno. Los cuestionarios y las técnicas de observación serán relegados. Durante estos años, las técnicas experimentales se consolidan, p. ej., situaciones de laboratorio (este escenario es especialmente útil para el estudio de la memoria y los factores sociales del recuerdo, o, incluso, el concepto de esquema como organización estructurada del conocimiento, que tanta influencia tendrá posteriormente en la psicología social cognitiva en Bartlett, 1932; el efecto autocinético de Lewin, 1951; Lewin, 1939; Sherif, 1935). La medición de actitudes fue uno de los logros más importantes de esta década (Graumann, 1988). Este hecho, junto con la creciente utilización del método experimental, impulsó la consolida-
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Evolución histórica ción del estatus científico de la disciplina. Los primeros textos sobre reflexiones acerca de la metodología de la psicología social se hacen eco de este ejercicio de madurez. — El desarrollo de las aplicaciones de la disciplina nos permite comprobar hasta qué punto las cuestiones teóricas y metodológicas poseen una validez adecuada. Por ejemplo, el manual de Katz y Schanck (1938) abordó cuestiones relativas a los cambios históricos y sociales del momento y que se recogerían también en manuales posteriores: diferencias entre lo rural y lo urbano, desigualdades entre clases sociales, psicología política y propaganda, etc. Desde el punto de vista institucional, en 1936 se fundó la Society for the Psychological Study of Social Issues, entre cuyos fines se encuentra la investigación de los problemas sociales y la intervención social. Como plantea Clemente (1998), esta sociedad fue tan influyente que aglutinó al noventa por ciento de los psicólogos sociales norteamericanos, emprendiendo la labor de editar una serie de libros sobre tópicos de la psicología social con carácter socialmente relevante. Por ejemplo, el excelente trabajo de Jahoda, Lazarsfeld y Zeisel (1933) que aborda las consecuencias psicosociales del desempleo.
La consolidación de la psicología social debe mucho a los esfuerzos de figuras como Lewin (1890-1947) en el reto de aunar teoría, método y aplicaciones en una misma disciplina. Este autor es fundamental para comprender el cambio decisivo que por aquellos años se produjo en esta área al compás de su contexto socio-histórico. Su pertenencia a una minoría étnica objeto de persecución y exterminio se reflejó en su sensibilidad social y en sus temas de investigación. Lewin respondía a dos inquietudes constantes en la psicología social: que la interpretación subjetiva de la realidad es el factor determinante de los comportamientos de las personas y que las influencias sociales estructuran dichas creencias y conductas. Con la defensa y demostración de estos principios, Lewin provocará un desplazamiento del centro de gravedad de la disciplina desde el conductismo hacia posiciones más cognitivas. Su magisterio es indiscutible por su carácter sintetizador (Blanco, 1988).
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Esta vocación integradora se recoge en su postulado: «no hay nada tan práctico como una buena teoría» (Lewin, 1951, p. 169). En este sentido, su teoría de campo constituye un modo de acercarse a la conducta, más que un conjunto de afirmaciones sobre formas particulares de comportamiento (Schellenberg, 1991). Esta manera de trabajar se articula de manera operativa en estrategias concretas de investigación, como, por ejemplo: el recuerdo selectivo de tareas inacabadas, el valor sustitutivo de las actividades alternativas, los estudios sobre saturación y el nivel de aspiración. De nuevo, el genio de Lewin puede apreciarse en cómo proyecta la reflexión teórica a cuestiones de vital interés psicológico. Desde una perspectiva metodológica y según J. C. Turner (1998), una de las contribuciones más importantes de Lewin estriba en que fue capaz de encarar el complejo estudio de la psicología social de una forma experimental. Aunó el control y el rigor propios de la experimentación con la medición de variables que se definen subjetivamente (es decir, desde la perspectiva de las personas cuyas reacciones se están observando) y en función de constructos teóricos dotados de sentido. Lewin se convirtió en psicólogo social cuando aplicó su teoría de campo al estudio de los grupos: el comportamiento de la persona se explica a partir de una totalidad de factores psicosociales coexistentes e interdependientes. La psicología social es, pues, una ciencia de relaciones y de aplicaciones (Lewin, 1948). El autor y sus colaboradores realizaron experimentos con grupos y trabajaron en la vida comunitaria cotidiana, con el fin de modificar conductas, prejuicios, estilos de comunicación, dinámicas, etc. Este enfoque se conoce como «investigación-acción» y refleja su preocupación por temas socialmente significativos tales como el liderazgo democrático y autoritario, los conflictos y la participación en el trabajo y en la familia o sus investigaciones sobre el prejuicio, la reconstrucción y la reeducación cultural. Sus aplicaciones vinculaban el mundo académico con el mundo social, ejerciendo como consultor de la industria, del gobierno y de organizaciones relacionadas con los servicios sociales. Gracias a estos trabajos, Lewin ayudó a consolidar la psicología social como disciplina teórica y aplicada. El mismo autor señaló la necesidad de que esta materia estudiara tanto los grupos pequeños como las sociedades, y la conveniencia de encontrar soluciones técnicas para probar la validez de sus reflexiones (Lewin, 1951).
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Autores como Cartwright, Deutsch, Festinger, French, Kelley, Schachter y Thibaut modelaron la psicología social americana y profundizarían en estas inquietudes psicosociales después de la muerte de Lewin. Podemos destacar como aportes más trascendentes de los continuadores de Lewin la teoría de la comparación social y la teoría de la disonancia cognitiva. A pesar de las diferencias teóricas, estos autores compartían una perspectiva aplicada y cognitiva de la psicología social. De hecho, la segunda guerra mundial unificó a científicos procedentes de distintas disciplinas, ante una situación que requería la participación de diferentes especialistas sociales para solucionar nuevos interrogantes sociales. Durante la guerra, la mayor parte de las investigaciones fueron empíricas. Se evaluaron las actitudes, expectativas y comportamientos de organizaciones concretas, como la militar. La noción de «grupos de referencia» introducida por Hyman en 1942 desempeñó un papel especial. En estas investigaciones se evidenció la interdependencia humana en su contexto organizacional. Por ejemplo, se puso de manifiesto que el pensamiento y las aspiraciones de los soldados se encontraban en función de su integración grupal. Clemente (1998) hace hincapié en las enseñanzas provenientes de tres grandes «frentes» en los análisis del ejército y la contienda y que influirán decisivamente en la disciplina: — El análisis de la moral de la tropa, tema de gran importancia durante la guerra y encargado a Likert. — Otros psicólogos sociales como Watson y Newcomb diseñaron programas de radio durante la contienda: Foreign Broadcast Intelligence Service, iniciando una línea de trabajo propagandístico y de sensibilización social. — Una serie de estudios militares se desarrolló bajo el título The American Soldier, dirigidos por Stouffer (1949) y por Hovland, Lumsdaine y Sheffield (1949). Según Álvaro (1995), la trascendencia de estos trabajos reside en su influjo posterior en la disciplina por diversas razones: — La diversidad de métodos empleados para la elaboración e interpretación de los datos (p. ej., cuestionarios de actitudes, análisis experimentales, entrevistas en profundidad).
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— La variedad de temas tratados (p. ej., comunicación persuasiva, cambio de actitudes, papel de los grupos primarios, satisfacción con el puesto de trabajo, implicación con los objetivos de la guerra, estrés emocional, relaciones interraciales, etc.). — La magnitud (p. ej., trescientos estudios, seiscientas mil entrevistas realizadas durante un período de cinco años) y la profundidad de los temas tratados (conceptos tales como nivel de expectativa, percepción selectiva, privación relativa, etc., favorecieron notablemente el desarrollo de las ciencias sociales). Podemos concluir que el período que comprende desde 1930 hasta 1960 se caracterizó por la innovación teórica y metodológica y por una vocación de integración aplicada. Como plantea Gómez Jacinto (1996c), las guerras sirvieron para dinamizar el conocimiento científico, y especialmente, dada la gravedad de los problemas sociales, impulsaron la labor de los psicólogos sociales en el contexto norteamericano. Psicólogos sociales procedentes de diferentes campos de la psicología, sociología y otras ciencias sociales utilizaron encuestas, experimentos y observaciones para estudiar un amplio conjunto de temas. Los psicólogos sociales se dedicaron a la investigación de cuestiones prácticas, creyendo que podrían establecer teorías generales de la conducta a medida que resolvieran preguntas concretas. Como hemos analizado, Lewin ejemplificó esta postura con sus trabajos sobre la dinámica de grupos. Al finalizar la guerra, la psicología social entra en lo que se ha denominado «su período de esplendor». Durante esta etapa, los psicólogos sociales habían demostrado que podían contribuir a resolver problemas de urgencia social. M. B. Smith (1983, p. 170) resume claramente esta situación: «los psicólogos, durante la guerra, no trataron de demostrar lo científicos que eran; tan sólo trataban de utilizar sus conocimientos científicos y de todo tipo para enfrentarse a problemas que requerían soluciones urgentes». Explicar este desarrollo y este espíritu emprendedor es una forma de responder por qué tuvo lugar la crisis posterior de la disciplina (House, 1991). Un exponente importante del clima de reconstrucción y colaboración entre diferentes disciplinas y contextos fue la creación de entidades inter-
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nacionales como la Organización Mundial de la Salud (Nueva York, 1949). Más de 61 países se reunieron para consensuar una nueva definición de la salud basada en el bienestar. Pese al predominio de profesiones sanitarias, esta definición reconoce explícitamente el papel de las ciencias sociales en su promoción. De manera indirecta, el consenso internacional contribuiría a la defensa de las aplicaciones psicosociales y a su relevancia social. El reconocimiento social y académico se convirtió también en un apoyo institucional para abordar de cuestiones de gran envergadura, como el estudio de la persuasión y los grupos. Varios respaldos institucionales coinciden en este momento (Clemente, 1998; Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997): — En 1931, se publica el manual de Murphy y Murphy Experimental Social Psychology. En 1935, el primer Handbook de psicología social editado por Murchison, y en 1940 el manual de Klineberg, compartiendo una orientación comparada que contrasta con la predominante vía experimental. — Se funda en 1937 Sociometry. A Journal of Interpersonal Relations, en 1945, el Journal of Social Issues y en 1947, la revista Human Relations. Estas publicaciones son un referente de la preocupación de los psicólogos sociales por los temas de interés y por la intervención social. — En 1950, Newcomb publica su manual, y en 1954 lo harán Lindzey y Aronson (Handbook of Social Psichology) con el objetivo de convertirse en un punto de encuentro para las diferentes tendencias de la disciplina. — Se crea el Institute for Social Research de la Universidad de Michigan, dirigido por Likert. Este centro influiría en muchas ciencias sociales como la economía, la política y la sociología, siendo su principal exponente el Research Center for Group Dynamics. — El Instituto de Relaciones Humanas de la Universidad de Yale constituyó un importante centro de investigación psicosocial, con autores de primer orden como Hovland. — En 1946, la Universidad de Harvard coordinó un departamento interdisciplinar de relaciones sociales del que formaban parte, junto con la psicología social, materias como la psicología clínica,
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la sociología y la antropología. Se trataba de enriquecer y estimular el conocimiento a través de la colaboración de distintas tradiciones intelectuales. A pesar del enorme desarrollo de los aspectos aplicados e institucionales de la disciplina en esta época, lo cierto es que no se completó la integración de las cuestiones básicas, metodológicas y aplicadas. Cartwright (1948) se hacía eco de las críticas de los psicólogos sociales de la década de los cuarenta, que reclamaban un mayor desarrollo teórico basado en la utilidad y en la intervención. Así y tras la finalización de la segunda guerra mundial, se afianzó la perspectiva cognitiva, y se siguieron perfeccionando los métodos y técnicas de análisis, pero al mismo tiempo las teorías que surgieron serían de alcance medio y el espíritu de cooperación interdisciplinar se irá poco a poco desvaneciendo (Jackson, 1988). Durante las décadas de los cincuenta y sesenta, la psicología social creció y se expandió hacia una comprensión teórica integrada de los procesos sociales y cognitivos y hacia aplicaciones más amplias de la teoría disciplinar. Como en el movimiento del péndulo, los investigadores se centraron en una perspectiva fundamentalmente básica frente a la orientación aplicada anterior. Los resultados de las investigaciones durante este período sentaron las bases de lo que hoy se entiende como autoestima, prejuicio y estereotipia, conformidad, persuasión, cambio de actitud, formación de impresiones, atracción interpersonal, relaciones íntimas, intergrupales, etc. (E. R. Smith y Mackie, 1997). Los desarrollos teóricos más relevantes tendrían que ver con el estudio de tres grandes temas: la disonancia cognitiva, la atribución y los procesos de intercambio social (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997): — La influencia de las teorías de la disonancia abarca desde mitad de los años cincuenta hasta principios de los setenta. Se inicia con la teoría de Heider (1946) sobre el equilibrio, según la cual preferimos la compañía de aquellas personas con las que estamos de acuerdo. Otros antecedentes son los trabajos de Lecky (1945), Newcomb (1954) y Osgood y Tannenbaum (1955), pero su verdadero artífice fue un discípulo de Lewin: Festinger. Festinger publica en 1957 A Theory of Cognitive Dissonance. Parte de la hipó-
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Evolución histórica tesis de que las personas buscan y desean un estado de equilibrio en el que sus distintas cogniciones, sentimientos y conductas se encuentran en armonía. Jones (1985) señala que la investigación cognitiva sobre esta base se ha aplicado a ámbitos de la psicología social tan dispares como los procesos de decisión, influencia social, cambio de actitudes, cambios posdecisionales en la deseabilidad de las alternativas (Brehm, 1956), el mantenimiento de una creencia no confirmada a través de la obtención del apoyo de los otros (Festinger, Riecken y Schachter, 1956), la internalización de aquellas prohibiciones mantenidas con menos fuerza (Aronson y Carlsmith, 1963), la cualidad energizante de la disonancia cognitiva (Cottrell, 1972) o la autopercepción (Bem, 1965), etc. Coincidimos con J. C. Turner (1998) en considerar que Festinger marcó un hito en la evolución de la disciplina, ya que fue la primera vez que una teoría explicativa de un único proceso limitado (teoría sobre los cambios de actitud en contraposición con un marco general) llegó a dominar claramente la actividad disciplinar. El modelo suscitó un renovado interés por los procesos cognitivos que subyacen al comportamiento social. Esta tendencia se consolidaría con la emergencia de otras teorías cognitivas como, por ejemplo, las atribucionales. El trabajo de Festinger presentó la ventaja de inspirar gran cantidad de investigaciones dedicadas a analizar y comprobar tanto sus presupuestos teóricos como sus resultados. Las críticas a estos trabajos también fueron numerosas, como, por ejemplo: el tratamiento impreciso de los conceptos claves (Brehm y Cohen, 1962; Deutsch, 1968), los problemas de diseño experimental e interpretación (Chapanis y Chapanis, 1964) o la carencia de factores sociales e ideológicos en la explicación del comportamiento del individuo (Beauvois y Joule, 1981; Billig, 1982). — La teoría atribucional puede entenderse como una continuación de la perspectiva anterior en el estudio de la percepción social. Hewstone y Antaki (1990) se refieren al trabajo de Heider (1958) sobre la psicología del sentido común o la psicología ingenua como uno de sus antecedentes cuyas intuiciones se elaborarán posteriormente. Sus planteamientos se recogieron por psicólogos sociales experimentales, que en situaciones de labora-
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torio intentaron reproducir los diferentes tipos de atribución (E. E. Jones y Davis, 1965; McArthur, 1972). Todos ellos coinciden en definir al sujeto como un científico sui generis que valora las causas del comportamiento, recoge informaciones específicas y considera la concurrencia de diferentes variables (Kelley, 1967, 1973). Estos modelos teóricos presentaban la ventaja de aunar la sensibilidad cognitiva con la versatilidad de aplicaciones e interpretaciones. De hecho, las teorías de Festinger, la teoría de la emoción de Schachter (1964) y la de autopercepción de Bem (1967) fueron incorporadas dentro del planteamiento atribucional. Ambas perspectivas compartían una concepción de las personas en las que sus percepciones y creencias sobre el mundo determinaban su comportamiento hacia él. De manera ilustrativa, E. E. Jones (1985) se refiere a esta cualidad integradora de la atribución en términos de «hospitalidad». — Las teorías del intercambio surgen con los planteamientos de Homans (1958, 1961) sobre la conducta social que posteriormente se aplicarían a la dinámica de grupos. Dichos principios son similares a los presupuestos conductistas, ya que el comportamiento se mantiene o se extingue en función del tipo de recompensa. Así, Thibaut y Kelley (1959) defienden que la pertenencia al grupo se debe a un fin básicamente recompensante. La búsqueda de satisfacción en la pertenencia grupal conduce a la dependencia del grupo y, por tanto, al establecimiento de relaciones de poder. Desde una perspectiva complementaria, Blau (1964) distingue tres fases en la constitución de los grupos: atracción, producto de la anticipación de las recompensas que conlleva la asociación; en segundo lugar, presentación del yo, con la consiguiente diferenciación respecto de los otros miembros de la asociación; y en tercer lugar, cohesión. Una vez establecida esa formación social, se producen una serie de fenómenos grupales como el intercambio social. Estas teorías han facilitado el avance de diversas líneas de investigación, como es la atracción interpersonal. — Sin pretensión de ser exhaustivos, otras teorías cuyo influjo trascendió a sus planteamientos iniciales fueron:
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Evolución histórica • Milgram (1963) y su ensayo sobre la obediencia y su curiosa manera de analizarla. • Zimbardo (1969) y el análisis de la desindividuación y el comportamiento grupal. • Zajonc (1965) y su teoría sobre la facilitación social y la presencia de los demás en la ejecución de tareas. • Katz (1960) y la teoría funcional de las actitudes. McGuire de manera complementaria se centra en los procesos de cambio. • El modelo de McClelland (1961) sobre la motivación de logro.
Tanto las principales teorías de la época (modelo de intercambio, disonancia, atribucionales) como los autores que acabamos de citar confluyeron en mantener el tratamiento de una serie de temas recurrentes como el liderazgo, la comunicación dentro del grupo, la productividad grupal y la influencia y las presiones dentro del grupo (Blanco, 1985). Cartwright (1979) nos recuerda que, pese a la importancia de algunas de estas líneas de investigación que entroncaban con la época anterior, la presencia académica de la disciplina se reducía a un escaso número de universidades norteamericanas (si bien de gran prestigio), como Columbia, Yale, Harvard o Michigan. En los años cincuenta, la disciplina continuará y consolidará este proceso de institucionalización (E. E. Jones, 1985). Conforme la situación social se fue estabilizando, los científicos desplazaron su interés a cuestiones individuales y al estudio de las grandes organizaciones, olvidándose de las unidades sociales intermedias (como hemos visto, uno de los temas recurrentes de los años cincuenta) (Steiner, 1974). Así, a finales de los sesenta se produce el declive del interés por el grupo, pero el conflicto sigue siendo un campo importante de estudio. Los siguientes conceptos serían exponentes de este cambio de preferencias en cuanto al objeto de estudio: la distribución de recompensas, los procesos de cooperación y competición (Deutsch, 1968; Thibaut y Kelley, 1959) de equidad y justicia (Berkowitz, 1974), la presentación del yo (E. E. Jones y Nisbett, 1972), las teorías contemporáneas de la decisión (McClelland, 1961), las teorías de la conformidad de Asch (1952), cultura y personalidad autoritaria (Adorno et al., 1950), actitudes sociopolíticas (Eysenck, 1954), el dogmatismo de Rokeach (1960), la personalidad maquiavélica y el conservadurismo de E. O. Wilson (1975).
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En la década de los sesenta, las cuestiones metodológicas, especialmente las relativas a la experimentación, se desarrollaron con rapidez. D. Campbell y Stanley (1966) publicaron su libro sobre diseños experimentales y cuasiexperimentales. Latané y Darley (1970) aplicaron métodos experimentales al estudio de la conducta social de ayuda en ambientes naturales. Desde una perspectiva institucional, en 1965 se fundó la Society for Experimental Social Psychology, y en esta misma fecha se publicó por primera vez el Journal of Experimental Social Psychology, a la que habría que añadir en 1966 el Journal of Personality and Social Psychology. Sólo a finales de esta década empezarán a surgir voces críticas hacia la línea experimental dominante en la psicología social. La década de los setenta supuso la madurez científica de la disciplina. La psicología social ya disponía de una serie de hallazgos exactos y reproducibles. El momento era propicio tanto para la integración interna (confluencia de varias áreas específicas dentro de explicaciones más amplias de la conducta) como para la integración externa (entretejido de la psicología social con otras disciplinas y con otros intereses sociales) (E. R. Smith y Mackie, 1997). La convergencia establecería como tema estrella el estudio de los procesos cognitivos (E. E. Jones, 1985) y el impacto de la pertenencia al grupo social (Doise, 1978; Moscovici, 1980; Tajfel, 1978). Las teorías sobre la atribución brillaron especialmente porque presentaban la capacidad de orientar investigaciones empíricas a partir de marcos teóricos (Abramson, Seligman y Teasdale, 1978; Bem, 1967; E. E. Jones y Nisbett, 1972; Schachter, 1964; Weiner, 1974). A pesar de su tremendo éxito, algunos autores criticaron el enfoque individualista de los modelos atribucionales, ya que alejaba a la psicología social de enfoques propiamente sociales.
1.4. Período de crisis de la psicología social Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux (1997) establecen un paralelismo histórico en nuestra disciplina entre su reconocimiento y presencia institucional y el desarrollo de planteamientos críticos sobre la misma. Farberow (1973) añade que son las propias características de su constitu-
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ción (con sus continuas tensiones entre las diferentes aproximaciones críticas) las que han generado esta situación de crisis crónica. Los años setenta fueron años de crisis no sólo para la psicología social sino también para otras ciencias sociales como la sociología (McMahon, 1984), la psicología (Westland, 1977), la antropología o la ciencia política. Sus críticas no pueden aislarse del contexto intelectual de revisión que se traducen en todos los órdenes sociales, desde el estético al político. De hecho, el proceso crítico afectó al modelo de conocimiento científico heredado de la modernidad (Crespo, 1995). Los pensadores de la Ilustración creían en la existencia de una relación intrínseca entre racionalidad, progreso y libertad, que es justamente la que cuestiona el postmodernismo (Ovejero, 1998). Según Hendrick, podemos situar el inicio de nuestra crisis en 1967, cuando en la revista Psicología Social Experimental se publica el artículo crítico de Ring. Ring acusa a la psicología social de «ritualismo metodológico» y de «frivolidad» en la elección de los temas de estudio. Este autor denuncia que «la psicología social se encuentra en un estado de profundo desorden intelectual» (Hendrick, ed., 1977, p. 49) e imputa a la metodología experimental el ejercicio de «monopolio dentro de la disciplina», que ocasiona que muchos estudios psicosociales sean ajenos a cuestiones importantes de la vida social. Ante esta denuncia, McGuire (1967, 1969, 1973) defiende la ruptura del monopolio experimentalista pero también la capacidad de que la disciplina se dirija por el «seguro camino de la ciencia». Tajfel (1972), terciando en el debate, reflexiona sobre cómo diversas críticas a la disciplina psicosocial se deben a que ésta se sitúa ante «un vacío social» tanto por la falta de validez ecológica de los experimentos como por la propia ambigüedad de la disciplina respecto al modelo de hombre con el que trabaja. Hendrick (1977, p. 50) matiza que esta crisis puede deberse a la presión académica del «publicar o perecer», que obliga a los especialistas a diseñar investigaciones rápidas, de coste reducido, aunque éstas sean irrelevantes. Una segunda línea argumental niega el carácter científico de la disciplina (Moscovici, 1972) o la contribución de la misma a la comprensión de la conducta social del hombre (M. P. Smith, 1980).
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La polémica sobre la relevancia del objeto de estudio que se encontraba en el origen de estos debates se mantiene hoy en día, puesto que, aunque todos los psicólogos sociales coincidan en la importancia de la aplicabilidad de sus conocimientos, difieren en cuanto al papel que le otorgan a dicha aplicación (Stephenson, 1990). La diferencia de posturas estriba entre quienes adoptan lo que se puede entender por un modelo de aplicación de ciencia pura y aquellos que favorecen un modelo de ciencia social: — Como modelo de ciencia pura, para J. C. Turner (1985) la psicología social aplicada constituye una forma de «ingeniería social». Al aceptar los objetivos sociales y políticos dados, la psicología social colabora en el proceso de mejora de las instituciones y prácticas sociales. Los psicólogos sociales son consejeros técnicos. El problema que genera este papel reside en que el psicólogo social se ve obligado a aceptar metas institucionales que en ocasiones reflejan una comprensión errónea de los problemas (cuadro 3). Desde esta perspectiva purista, los resultados de las aplicaciones de la teoría sirven como pruebas de contraste para analizar su validez. Recordemos que Lewin había sido uno de los pioneros de esta corriente con sus estudios sobre la teoría de campo en los grupos. Lo mismo se podría decir de los trabajos de disonancia cognitiva o de la acción razonada de Fishbein y Ajzen. La crítica que se hace de estas aproximaciones estriba en la escasa consideración que se hace del cambio social como posibilidad de desarrollo disciplinar y social. — Desde una perspectiva social, el papel de la psicología social no se limita a reparar, aconsejar o asesorar para que otros, políticos, jueces, agencias de publicidad, etc., realicen su labor de manera más eficaz. Se requiere al psicólogo social para que trabaje en colaboración con otros científicos sociales con el fin de asegurar una comprensión más profunda del carácter y naturaleza de las instituciones sociales (cuadro 4). Esta motivación es la que subyace en varios desarrollos teóricos actuales de la psicología social. Por ejemplo, los investigadores preocupados por las desigualdades sociales, como las sexuales, han contribuido a la realización de avances significativos en nuestra comprensión teórica de los determinantes de la salud y del éxito académico y ocupacional (Kanter, 1977).
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Según Gómez Jacinto (1996c), tras estas argumentaciones, la verdadera polémica se situará en el debate sobre cuál debería ser la ubicación científica de la psicología social: entre las ciencias naturales o las ciencias históricas. K. Gergen (1973) propondría su conocida tesis de que la tarea de la psicología social consiste en realizar un informe histórico de un objeto de estudio que cambia y no se repite en el tiempo. De esta manera se CUADRO 3
EL MODELO DE APLICACIÓN DE CIENCIA PURA COMO CONTRIBUCIÓN A LA CONSECUCIÓN EFECTIVA DE METAS INDIVIDUALES
Psicología social
Metas institucionales
Prácticas institucionales FUENTE: Stephenson (1990).
CUADRO 4
EL MODELO DE APLICACIÓN DE CIENCIA SOCIAL COMO UNA INTERACCIÓN ENTRE LA PSICOLOGÍA SOCIAL, DISCIPLINAS APLICADAS Y PROBLEMAS SOCIALES
Disciplinas teóricas centrales
Psicología social
Disciplinas aplicadas institucionales Dirección de empresas Medicina Estudios ambientales
Problemas sociales Impacto de las nuevas tecnologías Sida Consecuencias de la energía
FUENTE: Stephenson (1990).
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explica el hecho de que la disciplina no genere principios explicativos del comportamiento humano. Además, los resultados de la investigación psicosocial son inconsistentes, dada la importancia del efecto histórico, la relatividad cultural y la incapacidad para el control de las variables. A su vez, Schlenker (1974) contestaría a estas críticas argumentando que lo propio de las ciencias es la búsqueda de leyes regulares que gobiernen los acontecimientos. En las ciencias de la conducta social reconocer que resulta difícil realizar predicciones no equivale a negar su posibilidad. Schlenker defiende la utilización del método hipotético deductivo dentro de la disciplina, acusando a Gergen de no ser capaz de distinguir entre ciencias sociales y naturales. Uno de los momentos álgidos de este debate se produjo en 1976, cuando en las páginas del Personality and Social Psychology Bulletin se publican las intervenciones de diferentes psicólogos sociales: Manis, Secord, Brewster, Smith, Thorngate. Como muestra de la imposibilidad de llegar a un acuerdo final, Jiménez Burillo (1987) selecciona dos actitudes complementarias: — La actitud de escape del conflicto por parte de Godow (1976), afirmando que la psicología social es, a la vez, ciencia e historia. — La actitud escéptica de Thorngate (1976b), según la cual, si aceptamos la tesis de Gergen, la psicología social conduce a un estado de «ignorancia injustificada»; pero, si nos quedamos con la postura de Schlenker, desembocamos en la «arrogancia injustificada». Rápidamente la crítica sobre la ubicación histórica o científica de la disciplina derivará a la valoración del método experimental: su generalización, su validez ecológica, la representatividad, etc. En relación con el reduccionismo experimental se encuentra de nuevo la clave de otros reproches, como, por ejemplo, el achacado a su escasa sensibilidad y compromiso social. La postura de individualismo metodológico es también común con otras disciplinas sociales e incluso naturales, como la medicina.
1.4.1. Manifestaciones de la crisis La crisis de la psicología social se manifestó en diferentes cuestiones relativas a su definición como disciplina independiente (Balaguer et al., 1990; Jiménez Burillo, 1987; Ovejero, 1998): podemos intentar agrupar
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los puntos a los que se dirigieron dichas valoraciones negativas, que en muchos casos fueron compartidas por las ciencias sociales y la propia psicología (Sarason, 1974): por un lado, desde un punto de vista teórico (K. Gergen, 1973; Schlenker, 1974), metodológico (McGuire, 1973) y también, desde un nivel aplicado y profesional: — Las asunciones subyacentes que orientan la teoría y la investigación en psicología social. Esta crítica alberga la historicidad del comportamiento social y la preocupación por la base epistemológica y metodológica de esta disciplina. En el primer caso, los autores abogan por un cambio de paradigma en la psicología social. Una de las primeras voces que se alzó desde esta perspectiva comentamos anteriormente que fue Kenneth Gergen, quien establecía una distinción tajante entre problemas sociales y naturales. Esta polémica sigue vigente desde diferentes frentes: aquellos que creen que la psicología social debe seguir el método de las ciencias naturales, quienes defienden que ha de elaborarse un modelo epistemológico para las ciencias sociales, y quienes consideran que la psicología social es, a la vez, ciencia e historia (Godow, 1976). — Crisis metodológica. Se señala como elemento clave la preocupación por la validez interna y externa. Los experimentos de laboratorio constituyen el «chivo expiatorio» sobre el que se descargan la mayoría de los ataques de la psicología social tradicional (K. Gergen, 1978; Silverman, 1977). Las características de la demanda (Orne, 1962) y el efecto del experimentador (Rosenthal, 1967) pusieron en duda la validez interna de los experimentos. La posibilidad de generalizar los resultados de dichos experimentos se referiría a la segunda cuestión (Silverman, 1971), y más teniendo en cuenta el tipo de muestra con la que se solía trabajar: masculina y de grupos pequeños (Carlson y Carlson, 1960; N. Levine, 1976). El problema del sesgo de las muestras utilizadas también dificulta la posibilidad de generalizar los resultados de las investigaciones. Además de las características de los individuos, la muestra en sí misma suele ser de tamaño reducido y se extrae de entornos académicos, por lo cual se comprenden las actitudes escépticas de sus críticos (Carlson y Carlson, 1960; Highbee y Wells, 1972; D. S. Holmes y Jorgensen, 1971; N. Levine, 1976; Schultz, 1969).
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— Abusos éticos de la investigación. Entre ellos cabe señalar el uso del engaño inherente al experimento y el poder que ejerce el experimentador sobre los estudiantes para que participen de forma «voluntaria», no respetándose el derecho a la intimidad (Kelman, 1967; West y Gunn, 1978; D. W. Wilson y Donnerstein, 1976). — La relevancia social de los datos disponibles. Nuestra época puede caracterizarse por la importancia de la tecnología, la rapidez de las comunicaciones y los movimientos migratorios, los problemas ecológicos, la precariedad del mercado laboral, etc. Todos estos factores suponen un nuevo orden de cosas y problemas (Cachón, 2002). Ante esta situación «la crítica principal que se le hace a la psicología social radica en que la mayoría de nuestras investigaciones no son relevantes porque han sido llevadas a cabo en un laboratorio aislado de toda realidad social» (A. Martín, 1990, p. 159). Se ha argumentado que un importante factor subyacente a la crisis de la disciplina fue la sensación, compartida por un buen número de psicólogos sociales, de que la psicología social experimental no era una estrategia útil de conocimiento del comportamiento y de la interacción psicosocial. La crítica de la relevancia social se encuentra vinculada a la primacía que el método ocupaba en muchas investigaciones. Morales y Huici (2003) comparan este fenómeno con la anécdota del hombre que buscaba la llave donde había más luz y no donde la había perdido. Coincidimos plenamente con las declaraciones de Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux (1997, p. 94): «en nuestra opinión, y reconociendo el buen tino de muchas de las observaciones críticas citadas, el tema de la relevancia, el compromiso y la apuesta por el cambio social y el progreso, constituyen objetivos fundamentales de nuestra disciplina que quizá hayan quedado un tanto relegados por debates excesivamente academicistas. Y ello quizás haya contribuido decisivamente a ese malestar y desazón que empezó a manifestarse en la psicología social a partir de la década de los sesenta». Como posibles soluciones podemos o bien cambiar los métodos que utilizamos (Silverman, 1971) o bien incorporar a dichas metodologías temas importantes de la realidad social (Armistead, 1974), para que nuestra ciencia se arriesgue a decir «verdades peligrosas» (Moscovici, 1972).
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Evolución histórica — Crisis de aislamiento intelectual de otras disciplinas. Como plantea Fernández-Dols (1990), el aislamiento de la psicología social se debió de manera paradójica a su carácter fronterizo en relación con otras disciplinas y a la heterodoxia de sus fundadores: conductistas como Allport, gestaltistas sui géneris como Lewin y hegelianos acuciados por el pragmatismo como Mead. Ante este sincretismo resultaba difícil desarrollar un marco epistemológico propio, y la primera referencia independentista se dio con respecto a la propia psicología general. Así, ante la caída del conductismo como paradigma imperante en psicología, se proclamó que la psicología social era psicología cognitiva y que toda psicología cognitiva era psicología social. Pero tras estas afirmaciones y la nueva preponderancia de un modelo interpretativo, autores como Zaccagnini y Morales (1985) siguen cuestionando los resultados de estos cambios en la integración disciplinar. Y esto es así porque en la comprensión crítica de los problemas sociales la contribución de los psicólogos sociales sólo puede ser eficaz si son capaces de familiarizarse con otras perspectivas disciplinares. — Crisis de la práctica profesional. Las nuevas aplicaciones psicosociales no llegaron a satisfacer las expectativas que generaron (Argyle, 1980). Esto es especialmente cierto si utilizamos como referencia el período de auge anterior. — La crisis ideológica. El discurso de Sampson (1978, p. 1335) no puede ser más claro en el perfil del principal «cliente» de los psicólogos sociales: «sociedad capitalista de clase media, liberal, predominantemente masculina y orientada a la ética protestante». Es decir, que la disciplina encierra una serie de valores sociales e ideológicos como plantea Jiménez Burillo (1985): «tal vez la psicología social haya servido para justificar la desigualdad social». Bickman (1976), Lowe (1976), Ryckman (1976), Thorngate (1976a) y Weissberg (1976) participan en este debate. Consideran que en nuestra disciplina se ignora el estudio de las condiciones sociales y prevalece el individualismo en el desarrollo de sus investigaciones y en los círculos académicos (Israel, 1979).
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1.4.2. Propuestas de solución La solución a la crisis no fue sencilla, aunque algunos autores negasen su importancia. Por ejemplo, E. E. Jones (1985) matizaba que dicha crisis fue tenida en cuenta más por los observadores externos que por los propios psicólogos sociales. De este modo y a pesar de las discrepancias en la percepción de la crisis, lo cierto es que a partir de la misma han surgido diversas alternativas teóricas y metodológicas. Desde una perspectiva teórica, se empieza a elaborar un modelo del hombre entendido como un ser activo, autodirigido y con capacidad simbólica. Esta concepción requiere una metodología diversificada que trabaje en escenarios naturales y comprenda el uso de técnicas alternativas a la experimentación del laboratorio (Bickman y Hendry, 1972; Ginsburg, 1979). Podemos tratar de mejorar los procedimientos metodológicos (Helmreich, 1975) y relativizar la importancia del experimento (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Este planteamiento no es nuevo: recuérdense las declaraciones de Lewin al respecto. Como Jiménez Burillo (1987, p. 168) expone, la «psicología social dialéctica» podría contemplarse como una alternativa teórica a esta crisis. Sus autores (Baumgardner, 1977; Cvetkovich, 1977; K. Gergen, 1977; Kytle, 1977; Rappaport, 1977) comparten los siguientes principios: — La psicología debe estudiar cómo personas y grupos sociales cambian a lo largo de cuatro dimensiones: la interna-biológica, la individual-psicológica, la cultural-sociológica y el mundo exterior-físico. El comportamiento social se comprende en función de su contexto histórico. — Las personas interactúan y presentan la capacidad de transformar su propio medio. La complejidad de los conflictos y de los procesos comunicativos fruto de esta interacción requieren una ciencia que sea capaz de representar la diversidad de pautas de la vida social. De acuerdo con esta propuesta crítica, se trataría de estudiar al individuo en el medio social en el que está inserto y tomar conciencia de las determinaciones históricas e ideológicas de su comportamiento (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Este planteamiento supondría una alternativa a la orientación excesivamente individualista de la discipli-
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na fruto de la influencia norteamericana (Armistead, 1974; Moghaddam, 1987; Pepitone, 1981). La psicología social norteamericana, gracias a la abundancia de recursos materiales y humanos de que dispone, ha ejercido una gran influencia en la configuración de la disciplina. Muchas de las investigaciones y marcos teóricos surgidos en Estados Unidos requieren su contraste cultural en entornos diferentes. Disponemos de una prueba de esta necesidad en el trabajo de Amir y Sharon (1986): sólo una tercera parte de los resultados de los estudios norteamericanos sobre diferentes temas como percepción social, atribución, dinámica de grupos, etc., coinciden con los hallazgos encontrados en estudios similares israelíes. Desde nuestro continente, Moscovici nos invita al desarrollo de una psicología social europea. Nos situamos ante la psicología social de la propia disciplina con temas como la identidad social y el poder. En esta reflexión, la comunidad española de psicólogos sociales ha participado intensamente (Blanco, 1980; Garrido Martín, 1982; T. Ibáñez, 1982; Jiménez Burillo, 1977, 1980, 1997; Munné, 1997, 1999; Ovejero, 1991; J. Rodríguez, 1977; Torregrosa, 1974, 1996a, 1996b). Por ejemplo, Ibáñez (1990) abre nuevas vías para el desarrollo de nuestra disciplina: la reformulación de lo social, la redefinición de los supuestos epistemológicos y la necesaria integración de las principales aportaciones del pensamiento contemporáneo. Jiménez Burillo (1977) concluye que la crisis se saldó con el mayor desarrollo de las perspectivas cognitivas, una mayor apertura al trabajo de campo y la búsqueda de conexiones con la psicología marxista, unida a un entusiasmo por la aplicación y la intervención psicosocial en gran diversidad de áreas. Ovejero (1990a, 1990b, 1998) resume las siguientes consecuencias positivas: — Ha fomentado la búsqueda de nuevos métodos y su diversidad. Por ejemplo, la preocupación por los análisis lingüísticos. — Ha permitido la ampliación del marco teórico con las nuevas contribuciones críticas de la psicología social histórica, dialéctica y la perspectiva socioconstruccionista. — Ha servido para poner de relieve el compromiso sociopolítico del psicólogo social y la importancia de sus aplicaciones.
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Además, como exponen Baron y Byrne (2005), estos años presentaron un ritmo de cambio que empezó a fraguarse durante los años sesenta pero que no se reduce exclusivamente a una situación catastrófica o de crisis. Se trabajaron temas de gran importancia como la atribución, las diferencias de género, la discriminación sexual, la psicología ambiental. Se iniciaron dos grandes tendencias que conformaron la psicología social posterior: la creciente influencia de la perspectiva cognitiva y un mayor énfasis situado en la aplicación que permitía la «exportación» del conocimiento social.
1.5. Características actuales de la psicología social Según Rijsman y Stroebe (1989), la crisis de los setenta se resolvió mediante una división de la disciplina que se mantiene en la actualidad: — Disponemos del viejo paradigma ejemplificado por investigadores como Nuttin y Zanjoc y basado en la aproximación de modelos de las ciencias naturales a la psicología social. Lo central de este paradigma estriba en la asunción del método hipotético deductivo y en su creencia en la posibilidad de inferir mecanismos causales obtenidos a través de una rigurosa investigación empírica. — Desde una segunda opción encontramos la psicología etogénica de Harré y el construccionismo social de Gergen. Como contraposición al modelo anterior, esta opción rechaza el método hipotético deductivo y la idea de que las leyes de la psicología social puedan ser reveladas a través de rigurosas investigaciones empíricas. Propone una epistemología en la que teoría y verdad se diferencian. La verdad no consiste ya en la «iluminación» de observadores privilegiados sobre el mundo en que habitan, ni la teoría garantiza la mejor descripción de esta verdad realizada por escritores privilegiados. Ambos términos lo único que evidencian es la influencia de la práctica social. — El constructivismo psicológico o la posición intermedia esgrimida por Doise y Moscovici. Moscovici (1990) reclama un estatus científico independiente para la psicología social, recordando los objetivos definidos por fundadores de la sociología como Durkheim,
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Evolución histórica Simmel o Tönies y de la psicología como Wundt, Tarde, Freud, McDougall, Baldwin, Mead y Lewin. Todos ellos aspiraban a establecer, en una disciplina integrada y coherente, un área de conocimiento y una continuidad con otras ciencias sociales, particularmente con la antropología.
Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux (1997) consideran que la psicología social que se cuestionaba sigue ocupando un lugar destacado, y sus alternativas no están exentas ni de críticas ni de problemas. Pero, a pesar de esta permanencia, constatamos que una de las consecuencias positivas de la crisis fue el abandono de posiciones dogmáticas y la convivencia de una pluralidad de orientaciones y formas de comprender la disciplina. Es posible que, en este sentido, el destino de las ciencias sociales consista en una tensión permanente entre las diferentes interpretaciones y concepciones del mundo y las relaciones individuo-sociedad (Adair, 2005). Los acontecimientos históricos y sus correspondientes respuestas intelectuales (p. ej., postmodernismo) han respaldado los argumentos a favor de la pluralidad y la tolerancia. Así, la psicología social en nuestro mundo contemporáneo se contextualiza en sociedades «avanzadas» caracterizadas por el rápido cambio tecnológico, las posibilidades que ofrecen los sistemas informáticos, la incidencia de los estilos de vida en la salud, los nuevos intereses y movimientos políticos y sociales, especialmente los relacionados con los problemas raciales, étnicos, ecológicos y de género (Humphreys y Joseph, 2004; Johnsen, Rosenvinge y Gammon, 2002). Estos cambios repercuten en la forma de pensar, sentir y de relacionarse de las personas (Ovejero, 1998). Frente a la defensa anterior a la ética del ahorro, el esfuerzo, el trabajo y la familia tradicional, ostentamos actualmente una escala de valores contradictorios como el ocio, el turismo, el consumo, la preponderancia de la imagen, el voluntariado, la conciencia ecológica, la vuelta a la naturaleza y la espiritualidad, las medicinas alternativas y la influencia de los mass media (Castaño, 2005; Harvey, 1990). La confluencia de valores y actitudes opuestos se materializa también en los acontecimientos históricos. Por ejemplo, en este proceso dialéctico de ideas y movimientos sociales encontramos en nuestro tiempo el mayo del 68 en Francia, el movimiento hippy y ecologista de los Estados Unidos y las reivindicaciones feministas. El aspecto anarquista de estos fenómenos
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es uno de los componentes del pensamiento postmoderno. La filosofía de Nietzsche o Heidegger, los escritos de Foucault y autores francfortianos como Horkheimer, Adorno o Marcuse aportan su fundamento revisionista (Ovejero, 1998). No podemos vaticinar cuáles van a ser las repercusiones de la perspectiva postmoderna. Quizás podemos plantearnos con Pinillos (1997) un concepto dinámico y metafórico de la historia en el que los movimientos pendulares hacia los puntos opuestos no impiden el progreso dialéctico: tras el Renacimiento vino el Barroco, tras el Neoclasicismo el Romanticismo y tras el modernismo el postmodernismo. De nuevo, el concepto de salud ilustra estas oscilaciones. En los antecedentes de nuestra disciplina analizamos cómo una de las utopías recurrentes sobre la salud consiste en la vuelta del hombre a su estado natural. Como plantea Dubos (1975), la fuente de vida y juventud se ha materializado en infinidad de usos y costumbres «naturales» como, por ejemplo, caminar descalzo sobre el césped cubierto de rocío matinal, beber jugos de origen animal o vegetal de horrible sabor. La obra de Frank representó en el siglo XVIII un intento ilustrativo de su época de relacionar la salud con la vida naturalista. Las principales influencias nocivas para la salud no eran los factores físicos sino los sociales, desde la pobreza hasta la afición al teatro. En Rousseau encontramos un ejemplo de cómo el hombre civilizado debe recobrar el bienestar físico y las virtudes mentales del noble salvaje. Además de los enciclopedistas, los especialistas en sanidad del siglo XIX también estaban convencidos de que el retorno a la naturaleza era el único camino que garantizaba la salud. En nuestro siglo, el discurso natural tampoco puede ser obviado, porque detrás de muchas enfermedades (p. ej., cáncer) encontramos la «adulteración de lo natural», como las radiaciones solares, los aditivos y conservantes de los alimentos, las prácticas laborales, etc. (M. Gracia y Millán, coords., 2005). Paradójicamente, hoy que el entorno del hombre es artificial, la naturaleza resulta ser una de las principales causas de los procesos mórbidos. La adaptación a un contexto cambiante se mantiene como un requisito indispensable del bienestar (Fernández-Ríos y Buela, 1997). Como en la Grecia clásica, la armonía natural se idealiza hasta el punto de divinizarla. Hygeia fue la primera depositaria de estos anhelos en
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la Antigüedad. Hoy la naturaleza se reinventa, y la inmortalidad se la reserva el hombre para sí mismo. Este deseo ha llevado a considerar la muerte como un fenómeno anormal (es decir, una enfermedad), y el parto, de ser también un proceso «natural», se ha convertido en un proceso altamente medicalizado (J. A. Rodríguez y De Miguel, 1990). Pero el bienestar y la felicidad no sólo consisten en prolongar la salud o en un mero conocimiento técnico de los remedios y tratamientos. Ante todo, son expresiones de cómo el individuo responde a los desafíos adaptativos de su vida diaria (O’Connor, Friel y Kellesher, 1997). La capacidad de imaginarse nuevos retos hace que la salud no pueda ser considerada como un valor absoluto y permanente, por cuidadosa que sea la planificación sanitaria (Baum, Revenson y Singer, 2001). Autores como Gellner proponen el retorno al racionalismo ilustrado, Bloom sitúa esta vuelta en la época premoderna y otros como Ovejero (2005) aceptan la crítica postmoderna pero niegan que el proyecto de la modernidad se encuentre totalmente agotado. Todavía quedarían algunos objetivos de la Ilustración, como la libertad, la justicia, la igualdad y la emancipación, por los cuales merecería la pena luchar (Habermas, 1991). Las comparaciones «pendulares» y el relativismo filosófico del postmodernismo se aplican a la revisión de la psicología. Por ejemplo, desde los presupuestos postmodernos, la perspectiva con la que los psicólogos actuales están analizando la patología y la psicoterapia está cambiando (Monk et al., eds., 1997; Parker, 1997, 1998). Pero, como apunta T. Ibáñez (1996), los cambios no se proclaman sino que se articulan en la práctica de una psicología comprometida con su momento histórico: «abandonados los referentes absolutos, la psicología social sólo puede encontrar su propia justificación en la labor crítica que sea capaz de desarrollar» (T. Ibáñez, 1994a, 1994b, p. 11). Una dificultad añadida a la hora de valorar el alcance del movimiento postmoderno, es que su traducción psicosocial no se caracteriza ni por su homogeneidad, ni por su precisión. Entre las propuestas encontramos (Blanco y Corte, 2001; Ovejero, 1998): los intentos de reconstruir la disciplina (Armistead, 1974), junto con los argumentos para su deconstrucción (Parker y Shotter, eds., 1990), pasando por una psicología social como análisis del discurso (Parker, 1992; Potter, 1997; Potter y Wetherell, 1987) o como una retórica (Billig, 1987), la invitación al constructivismo
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social (M. Gergen, 1992a, 1992b, 1996; Roiser, 1997; Wetherell y Maybin, 1996) o, en nuestro país, la propuesta de desarrollo de la psicología social del conocimiento científico: Doménech e Ibáñez, 1998; T. Ibáñez, 1997; T. Ibáñez e Íñiguez, 1996; Íñiguez y Pallí, 2002. Así, aunque la psicología posmoderna está siendo duramente criticada y comparada con un «cajón de sastre en el que todo entra» (Morgan, 1996; M. B. Smith, 1994), no podemos obviar su utilidad para generar el debate dentro de la propia disciplina. En parte como resultado de esta polémica, disponemos de un conjunto amplio de «miniteorías psicosociales», y coincidimos en la necesidad de dotar de una lectura pluricultural al análisis de la diversidad social. Blanco (1995, p. 23) plantea que «los psicólogos sociales actuales están más interesados en la investigación, en la acumulación de datos y en la corroboración empírica que en la pura reflexión teórica sobre la naturaleza de la disciplina». Para este autor y parafraseando a Jiménez Burillo, «la psicología social, como el ‘ser’ según Aristóteles, será una, pero se dice de muchas maneras». Podemos calificar la definición de Jiménez Burillo de postmoderna, si por postmodernismo entendemos un alegato en favor de la versatilidad. La pluralidad y complejidad contemporánea no nos exime de intentar describir las características actuales de nuestra disciplina. Por ejemplo, T. Ibáñez (1990) compara los cambios introducidos en las diferentes ediciones de tres manuales importantes: Baron y Byrne (2005); K. Gergen y Gergen (1986); Worchel, Cooper y Goethals (1988). Las tendencias apuntan hacia un mayor interés hacia las aplicaciones de la disciplina, la mayor relevancia concedida a la problemática del self, a las relaciones intergrupales y a la influencia minoritaria. Todo ello, teñido de una orientación claramente cognitivista. De modo tentativo podemos añadir una serie de notas perceptibles y coincidentes desde otros frentes (Balaguer y Valcárcel, 1993): — Crecimiento y progreso. El número de psicólogos sociales, el número de libros, de revistas, de artículos, de asociaciones manifiesta el desarrollo de nuestro quehacer científico. Como indicador de este progreso, Baron y Byrne (2005) señalan el movimiento de integración que es observable hoy en día en nuestra disciplina en cuanto a la unidad, coherencia y desarrollo de los diversos campos
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Evolución histórica de análisis. La psicología social no es ajena al crecimiento exponencial de investigaciones interdisciplinares. — Continuación del debate sobre la orientación psicológica. Jiménez Burillo (1987) considera que los psicólogos sociales actuales siguen manteniendo un sesgo «psicológico» en la manera de afrontar la disciplina: el individuo es la unidad básica de análisis. Se aplican las leyes generales de la conducta (aprendizaje, percepción, motivación, etc.) al comportamiento social y se prescinde del contexto sociocultural en que tales procesos se desarrollan (Archibald, 1977; Liska, 1977a, 1977b). Mientras tanto, la tendencia sociológica de la disciplina se muestra menos interesada por los problemas de cuantificación que por analizar la conducta interactiva de los individuos a través de sus intercambios simbólicos. Es posible encontrar aspectos convergentes en estas orientaciones (Stryker, 1977). Pero una corriente crítica plantea que, dada la disparidad de enfoques resultantes, nos encontramos no con dos psicologías, sino con tres (House, 1977): una, la psicología social «psicológica», que estudia la conducta individual en función de estímulos sociales, utilizando experimentos de laboratorio, y dos psicologías sociales «sociológicas», la representada por el interaccionismo simbólico y la sociología psicológica, preocupada por los problemas de la relación entre estructura social y personalidad. — Diversificación temática. Como hemos podido comprobar en la evolución de la disciplina, ésta se ha caracterizado desde sus inicios por la diversidad temática y la incorporación de nuevos contenidos en función de la evolución del contexto sociohistórico. De hecho, la psicología social intenta describir en qué consiste y qué retos imponen a la persona la adaptación y el cambio social. La interacción social y los procesos colectivos constituyen piezas claves de esta descripción. De manera complementaria a lo que sucede en otras disciplinas sociales, la variedad temática ha dado lugar a un proceso de especialización, constatable en las diferentes aproximaciones teóricas y metodológicas desde las que se aborda: las diferencias de género, la influencia de las minorías, el comportamiento cultural y organizacional, la desviación social, etc.
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CUADRO 5
ÁREAS DE TRABAJO Y APLICACIONES CONTEMPLADAS EN EL HANDBOOK OF SOCIAL PSYCHOLOGY 1968 Aproximaciones psicofisiológicas Motivación social Actitudes y cambio de actitudes Factores culturales y sociales en la percepción Percepción de personas Socialización Personalidad e interacción social Psicolingüística Risa, humor y juego Estética Problemas de grupo Estructura de grupo Liderazgo, estructura social y conducta Psicología cultural Carácter nacional Conducta colectiva Conducta social animal Prejuicio Efectos de los mass media Psicología industrial Psicología y economía Conducta política Psicología social y educación Relaciones internacionales Psicología de la religión Salud mental
1985 Altruismo y agresión Atribución y percepción social Socialización de adultos Roles sexuales Lenguaje Actitudes y cambio de actitudes Influencia social y conformidad Atracción interpersonal Liderazgo y poder Efectos de los mass media Relaciones intergrupo Opinión pública y acción política Desviación social Psicología social aplicada Personalidad y conducta social Psicología ambiental Psicología cultural
FUENTE: Sabucedo, DʼAdamo y García Beaudoux (1997).
Además de los contenidos señalados, cabe indicar que las distintas ramas aplicadas de la psicología social (como, por ejemplo, la psicología de la salud y comunitaria) abren, a su vez, un nuevo conjunto de objetos de estudio, de forma que en estos momentos confluyen en la disciplina intereses muy diversos cuyo principal punto común es el estudio del comportamiento social (cuadro 5). — Multiplicidad de aproximaciones teóricas. Dada la complejidad de nuestro objeto de estudio, podemos defender la conveniencia de la pluralidad teórica en el estudio de lo psicosocial. Berkowitz (1983) señala que ninguna orientación teórica puede dar cuenta de todo el
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Evolución histórica comportamiento humano, y cada orientación tiene su parcela de validez en función del momento y de la situación. La multiplicidad dificulta la priorización de las corrientes más relevantes, pero ningún psicólogo social dudaría en calificar de importantes las siguientes perspectivas: la teoría cognitiva, el conductismo, el interaccionismo simbólico, la teoría del campo, el psicoanálisis o la teoría del rol. CUADRO 6
EL MODELO DE LA PROBABILIDAD DE ELABORACIÓN DE PETTY Y CACIOPPO COMUNICACION PERSUASIVA Cambio de actitud periférico
MOTIVACION PARA PROCESAR Relevancia personal Necesidad de cognición Responsabilidad personal... CAPACIDAD PARA PROCESAR Distraccion, repetición, conocimiento previo, comprensibilidad del mensaje NATURALEZA DEL PROCESAMIENTO COGNITIVO Actitud inicial Calidad del argumento
Predominan pensamientos FAVORABLES
Predominan pensamientos DESFAVORABLES
La actitud es efímera, susceptible de cambio y poco predictora de la conducta NO
Cambio de actitud Central positivo
¿Señal periférica presente? Afecto positivo o negativo Fuente experta y/o atractiva Número de argumentos
NO
Predominan pensamientos NEUTRALES
CAMBIO EN LA ESTRUCTURA COGNITIVA Se adoptan nuevas cogniciones y se almacenan en la memoria. Se dan respuestas salientes anteriores sí favorable
SÍ
NO
Retención o recuperación de la actitud inicial
NO
sí desfavorable
Cambio de actitud Central negativo
La actitud es relativamente duradera, resistente y predictora de la conducta FUENTE: Trenholm (1989).
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— Revalorización de los modelos cognitivos. Las décadas posteriores a la guerra mundial supusieron el declive del conductismo y la reivindicación de lo cognitivo (Graumann, 1990). La cognición presenta en la actualidad nuevos significados procedentes de otros campos del saber. Por ejemplo, de la cibernética se ha importado el símil entre el pensamiento y el procesamiento de la información (Graumann, 1987b; Graumann y Sommer, 1984). Como resultado de estos procesos, hoy en día el estudio del comportamiento social (observable) ha sido relegado a su representación cognitiva, que precede (planificando), acompaña (dirigiendo) y sigue (recordando) a la conducta (cuadro 6). Por otra parte, el conocimiento sobre los procesos cognitivos generales (como la memoria, la inferencia, el razonamiento) se acumula con rapidez, y seguramente los psicólogos sociales utilizarán dicho conocimiento para entender su propio objeto de estudio. De manera similar, una mejor comprensión del pensamiento y del comportamiento social es previsible que permita un aumento y mejora de sus aplicaciones sociales (Baron y Byrne, 2005). Como contrapunto a este énfasis en lo cognitivo, en los programas europeos encontramos desarrollos como las representaciones sociales, la influencia minoritaria y un mayor interés por las temáticas relativas al afecto y la motivación. Incluso se están retomando temas relativos a los trabajos sobre el sentido común de Heider, vinculados actualmente a cuestiones sociales e ideológicas (Billig, 1987; Potter y Wetherell, 1987). — Incremento del interés por la relevancia social. La psicología ambiental, la psicología comunitaria, la psicología social de la salud, la psicología política, la psicosociología de la educación y la psicología cultural perfilan distintas especialidades orientadas a estudiar el comportamiento humano, tanto a nivel teórico como aplicado, incidiendo en su significación social. También cabe mencionar la inquietud por comprender el impacto de determinados cambios relativos al entorno laboral, como las nuevas tecnologías, la informatización y sus consecuencias en la conducta, normas y valores de determinados grupos sociales. Sigue existiendo una brecha entre la academia y el mundo social. Dicha comunicación tiene que ser aceptada como un reto por
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Evolución histórica todos los agentes implicados; es decir, que tanto el psicólogo social aplicado como el teórico tendrían que converger en la atención dedicada a los problemas sociales, de forma que los resultados obtenidos en las investigaciones psicosociales puedan ser aplicables y relevantes. Jaspars (1986, p. 13) describe como la psicología social despegó con un enfoque y una agenda mucho más amplia que «ha ido estrechando su tarea para obtener aceptación científica mediante el empleo de los métodos experimentales. Podría ser que ahora obtuviera aceptación como ciencia social volviéndose a dirigir hacia las cuestiones sociales reales». Desde esta perspectiva, por ejemplo, la psicología comunitaria gana posiciones comprometiéndose con el análisis de entornos y colectivos específicos.
Si nos centramos en los criterios habitualmente utilizados para valorar el desarrollo científico de un campo de conocimiento (número de publicaciones, asociaciones científicas, presencia académica, aplicaciones, etc.), la psicología social goza de un elevado grado de respetabilidad (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Otro indicador de su buena salud estriba en las demandas que desde otros ámbitos se hacen a la disciplina: salud, organizaciones, política, justicia, etc. El futuro no es sencillo de predecir (Adams, 2001). K. Gergen (1977) apunta hacia el declive de un incipiente modelo crítico dentro de la disciplina. La psicología social dialéctica ha desplegado un amplio conjunto de opciones a un modelo tradicional vigente: se ha interesado por problemas ideológicos, argumentado en vez de aportar evidencia, se ha preocupado por la historia, aprovechado tesis marxistas, etc. Este despliegue crítico le ha enfrentado con la estructura de poder positivista, y, en dicho conflicto, la perspectiva alternativa se encuentra en desigualdad de condiciones. Desde el optimismo, Hendrick (1977) asegura que la psicología social seguirá existiendo y desarrollándose, el clamor de la crisis se reducirá, pero sus consecuencias se seguirán observando: a partir de ahora, la teoría y los métodos psicosociológicos tradicionales han perdido su papel protagonista, siendo previsible que en breve surjan nuevos modelos. Sin duda, todos estos cambios afectarán a nuestra propia definición como ciencia independiente (Adair y Vohra, 2003).
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En este sentido, no podemos ignorar las propuestas de sus especialidades. La psicología comunitaria ilustra la evolución de nuestra disciplina y la necesidad de integrar conceptos que han generado debates y rupturas, en nuestra manera de entender la interacción social (p. ej., lo individual y lo social, lo teórico y lo práctico). Consideramos que en nuestro ensayo su ejemplo resulta especialmente relevante por su protagonismo histórico en el desarrollo de un nuevo modelo de salud. En este primer apartado analizamos su origen y sus repercusiones disciplinares. Posteriormente abordaremos su posicionamiento y respuesta al estudio e intervención de problemas sociales y su contextualización en nuestro país.
1.6. La propuesta integradora de la psicología comunitaria En el análisis histórico de la psicología social constatamos como el estudio de la comunidad ha sido una constante en los pensadores sociales. Sin embargo, su recorrido como objeto de estudio independiente es relativamente reciente. Los primeros textos que acuñan la denominación de «psicología comunitaria» tal y como la entendemos en la actualidad proceden de 1965 y 1966 (Bennett, 1965; Bennett et al., 1966). Estos textos son resultado de la conferencia de Swampscott (Boston, 1965) dedicada a la revisión de la salud mental en contextos comunitarios. Como ocurre con la psicología social, las coordenadas de tiempo y espacio enmarcan los contenidos comunitarios. Las contribuciones norteamericanas, europeas y latinoamericanas confluirán en la definición de sus conceptos centrales. Buelga (2001) nos propone un viaje a la evolución de estas definiciones: empezaremos con el cambio propuesto en el análisis de la salud mental desde los contextos europeos y norteamericanos y llegaremos a la idea de desarrollo e intervención comunitaria defendida en Latinoamérica.
1.6.1. De la enfermedad mental a la salud mental comunitaria: la perspectiva europea y norteamericana No es casualidad que el estudio científico de la salud mental, sus causas y tratamientos, se inicie en el contexto de la Revolución francesa. La reivindicación de los derechos individuales y la importancia de las situaciones
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sociales son las bases sobre las que se asienta la obra del movimiento alienista de finales del siglo XVIII. Sus representantes Tuke (Inglaterra) y Pinel (Francia) plantean la necesidad de generar entornos terapéuticos en los que las personas enfermas recobren la normalidad (Rodado y Navarro, 1997). Paradójicamente, los asilos constituirán los ejemplos planificados de entornos racionales y ordenados. El trabajo será el instrumento privilegiado para generar nuevos hábitos, dominar pasiones y disciplinar la voluntad. A pesar de las ideas alienistas, y como en la Edad Media, la separación y el aislamiento de las personas minusválidas, delincuentes, enfermos y locos seguía vigente. Surgieron voces críticas a esta situación y experiencias puntuales (p. ej., la inserción familiar de enfermos en Gheel o las denuncias de malos tratos de Kraepelin, 1917/1999), pero el desarrollo del capitalismo industrial y de la psiquiatría organicista frenaría estos avances. Los problemas sociales de la urbanización y de la industrialización no tardarían en aparecer. A finales del siglo XIX, ciudades como Chicago o Nueva York presentaban un panorama de desintegración social en el que la infancia y la juventud serían protagonistas. El niño y el joven delincuente sin recursos sociales, familiares o educativos no se ajustaban al perfil de desequilibrio psicológico y suponían un reto para los sistemas penales, jurídicos y psiquiátricos del momento. La inmigración y su desarraigo también serán protagonistas de numerosos conflictos sociales. La respuesta a estas problemáticas procederá de diversos frentes. El movimiento de «higiene mental» será uno de sus exponentes más importantes. El primer paso de la reforma consistió en la denuncia social. Figuras como Brees, Meyer o James creían que era posible el cambio social mediante la educación. Los higienistas situaban la prevención como el pilar de la salud mental. Las cuestiones relacionadas con la promoción de la salud se invocaban en los discursos sociales y serían rápidamente institucionalizadas (p. ej., creación de comités de higiene mental en países como Brasil, 1913, Canadá, 1918; Inglaterra, 1918; Checoslovaquia, 1921; España, 1927). La rápida expansión del movimiento impulsó diversas e innovadoras iniciativas sociales. Las primeras campañas educativas sobre salud mental contribuyeron a la sensibilización social, los cambios legislativos, la promoción de centros ambulatorios y el desarrollo de la psiquiatría infantil desde una perspectiva familiar y escolar (Buelga, 2001).
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La segunda guerra mundial dará un nuevo empuje a estos enfoques. Si los higienistas se caracterizaban por sus postulados ideológicos, la psiquiatría militar se regirá por principios operativos. Por ejemplo, Maxwell Jones estaba a cargo de una unidad de cien camas dedicadas a soldados que presentaban reacciones de ansiedad, fatiga o estrés. El autor relata cómo se le planteó el absurdo de ir entrevistando, una tras otra, a personas con síntomas idénticos: ¿por qué no discutir lo mismo con cien a la vez? Fue el comienzo de la comunidad terapéutica. La magnitud de los trastornos psiquiátricos, tanto en combate como en la reinserción de los soldados o en las problemáticas familiares resultantes, el devastador movimiento nazi, el clima social de preocupación, el incipiente fenómeno de la democratización postbélica y la psiquiatría progresista (p. ej., Bion, Bonnafé, Foulkes, Main, Jones, Tosquelles) posibilitaron el cambio de un modelo de salud mental tradicional a un modelo comunitario. Los grupos de autoapoyo, las unidades de intervención en crisis, los principios de autoorganización y ayuda mutua, la participación de los enfermos, la promoción de recursos relacionales son estrategias que intentan superar el aislamiento y alineación del enfermo. Como plantea Gironella (1997), la relación y cooperación con los demás, desde la perspectiva del enfermo, le devolverá su sentido de persona competente y responsable en la organización de su propio tiempo. Este reconocimiento democratizador es paralelo a su consolidación social. Tras la guerra mundial, la mayoría de los países desarrollados económicamente dirigirán sus esfuerzos a consolidar sistemas de protección social, embriones del actual estado de bienestar (Gálvez y Quintanilla, 1997). La salud constituye un eje fundamental de estas políticas. Esto se debe al cuestionamiento definitivo de la eficacia de los sistemas tradicionales (p. ej., asistencia gremial, beneficencia) y a la necesidad de generar alternativas (dada la magnitud del movimiento obrero). Analizamos anteriormente como la declaración de la carta constitucional de la Organización Mundial de la Salud, en 1949, es un buen exponente de este clima social y de una nueva definición de la salud. En 1978, con la Declaración de Alma Ata se reconocerá explícitamente la responsabilidad de los poderes políticos y económicos en esta definición.
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Desde sus primeros planteamientos psiquiátricos y basados en el aislamiento a sus premisas preventivas e integradoras, la definición de salud mental ha dado un giro copernicano. El contexto en el que se desarrollan los tratamientos, también: del asilo al manicomio, hasta llegar a los centros de salud mental, talleres ocupacionales, hospitales de día. La comunidad es una reivindicación constante. Los avances farmacológicos (p. ej., el descubrimiento de los neurolépticos, que permiten el tratamiento extrahospitalario), los nuevos modelos de psiquiatría preventiva (p. ej., Caplan) y las políticas progresistas de los años sesenta son algunos de los ingredientes del caldo de cultivo del movimiento de reforma de la salud mental (Felner, Felner y Morton, 2000; Musitu, 1992). La defensa de lo comunitario y la crítica a lo institucional (el manicomio se percibe como un lugar estigmatizante que cronifica los trastornos) se reflejan legalmente en la aprobación de la Mental Health Act inglesa de 1959, la Circulaire francesa de 1960 y la Community Health Act estadounidense de 1963. Cuando Kennedy declara que los problemas psicológicos se relacionan con la desigualdad cultural y educativa, observamos la punta del iceberg del arduo esfuerzo crítico del pensamiento europeo y norteamericano. El informe de la Comisión Conjunta sobre Enfermedad y Salud Mental presentada en el Congreso de EE. UU. en 1960 no sólo denunció esta situación, sino que sugirió estrategias comunitarias de cambio. La intervención precoz y la asistencia en crisis se conceptualizaban dentro de la prevención primaria y secundaria. Asimismo, se consideraba necesario integrar en los servicios de salud mental profesiones diferentes a la medicina (p. ej., enfermería, psicología, trabajo social), además de realizar acciones formativas dirigidas a paraprofesionales (Tenorio y Hernández, 2005). La Community Mental Health Act aprobada en 1963 integra estos principios en la creación de los Centros de Salud Mental Comunitaria. La incorporación de los psicólogos a estos equipos y al trabajo interdisciplinar con el psiquiatra generó la revisión de nuestro papel profesional. Revisión que todavía hoy se enriquece en el debate (Hong y Leventhal, 2004; Hong, Leventhal y Seime, 2005). La formación comunitaria, las funciones y nuestro rol eran cuestiones que afectaban a nuestra disciplina y a su aplicación concreta (Sánchez Vidal, 1991a). En 1965, un grupo de psicólogos clínicos se reunieron para analizar estos temas
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(Swampscott, barrio de Boston). El resultado se plasmó en la denominación de «psicología comunitaria», la planificación de nuevos encuentros, la publicación de revistas especializadas (Community Mental Health Journal, 1965; American Journal of Community Psychology, 1975). En este primer encuentro tenemos una serie de debates compartidos con la psicología social actual: la importancia de aplicar la teoría y de teorizar sobre la práctica, el conocimiento científico al servicio de la sociedad, la relevancia social de sus conocimientos y la difusión de los mismos. Estas consideraciones propiciarán el cambio de un modelo psicológico asistencial a un modelo de psicología basado en la participación, el desarrollo y la búsqueda de la calidad y los recursos comunitarios (Rodríguez Marín, Pastor y López, 1988; Sánchez Vidal, 1991b). Como en la psicología social actual, desde la perspectiva comunitaria se hace especial hincapié en los determinantes ambientales y socioculturales del comportamiento (Hombrados, 1996). Interesa profundizar en la interacción que la persona establece con su sistema social o ecológico (Bullers, 2005). El rol del psicólogo comunitario no se puede circunscribir a sus funciones tradicionales de la salud mental. Requiere una formación básica e interdisciplinar en ciencias sociales: sociología, ciencias políticas, antropología aplicada a la intervención social en grupos, organizaciones e instituciones de la comunidad. La historia de la psicología comunitaria refleja que estos desarrollos fueron progresivos y acordes con su implementación académica e institucional. Newbrough (1992) nos propone tres etapas hasta el momento actual: — Desde su nacimiento en 1965 hasta la conferencia de Austin en 1975. En esta década el interés de los psicólogos comunitarios recae en el diseño de su perfil profesional, p. ej., formación, entrenamiento. — Desde 1975 a 1989 se elaboran modelos teóricos que sustenten el trabajo comunitario. El énfasis en la prevención y en el enfoque ecológico prevalecen. La atención del psicólogo comunitario se amplía a los problemas sociales que presentan los grupos y comunidades más desfavorecidos étnica, cultural o socialmente (Buelga, 2001). — Desde 1989 hasta nuestros días, podemos hablar de un período de integración y difusión. Como en la psicología social, se acepta el pluralismo teórico y metodológico.
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1.6.2. De la desigualdad social al desarrollo comunitario latinoamericano La psicología comunitaria que se desarrolla en Latinoamérica presenta una serie de peculiaridades resultado de su propio contexto socioeconómico. La resistencia a regímenes políticos totalitarios, las desigualdades sociales y la injusticia social requerían una respuesta comprometida de las ciencias sociales. El trabajo social, la antropología, la educación popular y posteriormente la psicología consolidarán las bases de una nueva disciplina: la psicología comunitaria (Montero, 1994a). Como constatamos en el epígrafe anterior, en los años cincuenta, tras la segunda guerra mundial, en Europa y Norteamérica se debaten e impulsan nuevas políticas sociales. Al igual que la ideología de la salud comunitaria se plasma en la Organización Mundial de la Salud, el concepto de desarrollo justo y encaminado a mejorar los recursos de las sociedades menos avanzadas se difunde en organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura de las Naciones Unidas (UNESCO) o la Organización de Estados Americanos (OEA). Desde estas entidades se defiende la necesidad de organizar las comunidades racionalmente. Por ejemplo, el cambio social planificado de los nuevos servicios sociales pretende la movilización de los recursos comunitarios. El siguiente paso consistió en cambiar el objetivo institucional de «organizar» por el de «desarrollar» la participación activa de los ciudadanos (Campbell y Murray, 2004). La investigación activa (llamada posteriormente investigación-acción participante) diseñada por el sociólogo Fals Borda se valorará como el instrumento privilegiado de intervención (Buelga, 2001). Estos modelos tendrían un hondo calado en el proceso de reforma agraria latinoamericana de los años setenta. La injusticia y la desigualdad en la distribución de la riqueza propiciaron que las ciencias sociales prestaran atención a los problemas de desarrollo y marginación de sus países (Wagner de Lima, 1999). En 1975, en la Universidad de Puerto Rico se crea la primera especialización académica en la materia (E. Sánchez, Wiesenfeld y López Blanco, 1998). Diversos encuentros científicos consolidan su ascenso (ejs.: XVII Congreso Interamericano de Psicología, Lima,
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1979; I y II Encuentro Regional de la Comunidad São Paulo, 1981; Belo Horizonte, 1988). Desde estos foros, no se renuncia al papel que este ámbito del saber tiene en los procesos de cambio social (Zamosc, 1992). A este compromiso científico se unen las experiencias piloto realizadas en comunidades marginales, indígenas o rurales, los trabajos interdisciplinares de Fals Borda, Chaves y Márquez y el cuestionamiento de la psicología social tradicional. Como ya planteaba Lewin, la realidad dinámica y cambiante requiere acortar las distancias entre la investigación y la acción. El psicólogo contribuye a la capacitación comunitaria en un proceso que abarca desde la detección de las necesidades, su priorización, la movilización de los agentes sociales, la organización de los recursos y actividades y hasta la propia valoración del programa interventor. La adopción de este modelo metodológico supuso una reconceptualización del rol de investigador social y, por tanto, de nuestra propia manera de entender la profesión (Buelga, 2001). El psicólogo social interviene directamente sobre la realidad investigada. El conocimiento científico que persigue, responde a los intereses de la comunidad en la que se inserta su labor. Cuando interviene, difunde este conocimiento a sus protagonistas con el fin de que sean verdaderos agentes activos de su cambio y desarrollo. El psicólogo social persigue entre sus objetivos, modificar la realidad mediante la acción (M. Montero, 1994a). A esta manera de entender el desarrollo comunitario se adscribirían nuevas voces críticas. La pedagogía de la liberación de Freire fue un intento de aunar en una misma propuesta el marxismo, el cristianismo y la educación (Ovejero, 1997b). La «educación liberadora» se entiende como un encuentro interpersonal para la tarea común de saber y actuar (Grau, 2001). El diálogo y la problematización de la cotidianidad posibilitan la conciencia crítica que libera al pueblo de sus sentimientos de indefensión y fatalismo (Montero, 2000b). Ser consciente implica la posibilidad de participar y de cambiar el orden establecido. De nuevo, acción y reflexión son dos caras de la misma moneda (Anckermann et al., 2005). Este modelo coincide con la importancia que a la comunicación conceden autores como Habermas (1999, ver marcos teóricos). La comunicación y el diálogo entre conciencias críticas y reflexivas se constituye en el fundamento de la libertad humana (Buelga, 2001).
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Según Martín-Baró (1985a, 1985b), la psicología debía comprometerse, al igual que la pedagogía y la teología de la liberación, con las comunidades más marginadas y oprimidas. Este compromiso liberaría a la psicología de su propio lastre de irrelevancia social (que, como analizamos anteriormente, fue uno de los principales argumentos esgrimidos en su crisis). «Como señala De la Corte (2001), la obra de Martín-Baró constituye el ejemplo excepcional de una psicología social crítica que no renuncia ni a su obligación moral de atender a los problemas humanos que definen a la realidad social circundante, ni a un proyecto emancipador que dé sentido a semejante empresa intelectual» (Buelga, 2001, p. 208). Martín-Baró (1987) señaló que la racionalidad científica se excedía en sus pretensiones de universalidad y generalización de sus criterios de análisis de la realidad social. Estas intenciones se alejaban aún más de la solución de los problemas sociales, ya que no se ajustaban ni a las premisas de relevancia ni a su propia especificidad histórica. La psicología comunitaria ofrece una alternativa a este cuestionamiento. Supera el nivel de análisis psicológico individual y aporta una perspectiva interactiva, real y sensible a los problemas sociales (E. Sánchez, Wiesenfeld y López Blanco, 1998). La psicología comunitaria (al igual que la psicología social) presenta una serie de peculiaridades en función de su contexto. Hemos constatado que la trayectoria europea y norteamericana operan dentro de un modelo de salud y desarrollo comunitario que se remonta al movimiento reformista de la salud mental. En los países latinoamericanos, el modelo prevaleciente es sociocomunitario, focalizado en la denuncia de las desigualdades sociales (M. Montero, 1999). Como elementos comunes, participan en la definición del psicólogo social como agente de cambio. La delimitación conceptual de la psicología social se relaciona con la investigación e intervención en el bienestar del individuo y de la sociedad. El enfoque interactivo corrobora esta empresa colectiva.
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2. APROXIMACIÓN CONCEPTUAL Nuestra evolución histórica nos ha brindado numerosos ejemplos sobre las dificultades existentes en el ejercicio de consensuar una definición única de la psicología social. Desde sus inicios, la disciplina se ha caracterizado por los conflictos entre diferentes orientaciones (Jiménez Burillo, 1987). Cada una de estas perspectivas ha añadido su peculiar priorización de lo que debería ser su agenda. No obstante, la aparición y declive de determinados objetos de investigación no es azarosa ni casual. Hemos analizado anteriormente cómo el estudio de unos temas u otros, el planteamiento de unas preguntas u otras, no se entiende sin la referencia a un tiempo y a un lugar determinado. Por ejemplo, Steiner (1974) observa que la preocupación por los grupos se produce con más frecuencia en momentos de crisis e inestabilidad política o cambio social. De hecho, la gran expansión de la disciplina en los años cincuenta coincide con una toma de conciencia sobre las consecuencias de la conflictividad social. Varios autores, entre los que podríamos citar a E. E. Jones (1985), G. Pérez (1994) y Zajonc (1967), atribuyen la aparición, desarrollo y consolidación de la psicología social como disciplina científica a la necesidad y demanda de explicación de los conflictos sociales. Las cuestiones y preocupaciones sociales del momento se reflejan en los contenidos estudiados. En este sentido, podemos recordar las razones y consecuencias esgrimidas en el estudio de fenómenos colectivos de masas, prejuicio, estereotipos y discriminación, conformismo e influencia, entre otros. Estos fenómenos no se explican recurriendo a las disciplinas tradicionales, y, en cambio, la psicología social aporta un intento de comprensión de la gran diversidad social y su influencia en el individuo (Morales, 2000a).
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Aproximación conceptual
Uno de los retos en nuestro trabajo de delimitación disciplinar estriba en el hecho de que resulta necesario conciliar la unidad que implica la definición de la disciplina, con la diversidad de contenidos estudiados por sus profesionales (Morales, 2000a). Ante semejante dispersión temática, histórica, cultural, contextual, etc., debemos optar por utilizar diferentes criterios de sistematización. Por ejemplo, Insko y Schopler (1980) contestan a esta cuestión de manera pragmática. La psicología social es la que los psicólogos sociales definen como tal. Esta aproximación presenta la ventaja de la racionalidad y de evitar que la polémica continúe por la vía de la especulación. Como inconveniente corre el riesgo de la arbitrariedad, ya que lo que hoy se defiende como un modelo de definición plenamente aceptado, en breve puede quedar obsoleto. Además, este criterio pragmático cuenta con el inconveniente de que no nos aporta un punto de vista propio y diferencial. La posición crítica respecto a determinados discursos psicosociales sólo es posible si se cuenta con una concepción determinada sobre la competencia de la disciplina. Para llevar a cabo esta labor, es preciso posicionarnos respecto a «qué es», considerando tanto lo que «más ha sido» nuestra disciplina, como «lo que creemos que debiera ser» (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Podemos recurrir al análisis historiográfico, al análisis empírico y al análisis teórico para afrontar esta tarea (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Desde una perspectiva empírica, se puede trabajar sobre las variables recogidas en las diferentes investigaciones y las relaciones que se establecen entre ellas, seleccionadas por los autores que se autodenominan psicólogos sociales. De los trabajos realizados en esta línea (Fish y Daniel, 1982; Potter, 1981, etc.), además de los estudios mencionados de Insko y Schopler (1980), Morales (1985a) analiza las investigaciones de Doise (1980, 1982) y Lambert (1963), por ser las más significativas. Morales (1985b) destaca tres críticas comunes a este tipo de criterios definitorios y sus correspondientes pruebas empíricas: — La representatividad del material, ya que en ellos sólo se analiza una parte de lo publicado en psicología social. — El código utilizado, ya que las categorías no parecen estar demasiado elaboradas y ser lo suficientemente explícitas como para clasificar adecuadamente la información.
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— Las dificultades en el establecimiento de las relaciones entre variables. En este sentido, sería interesante que la unidad de análisis se atribuyera más a la búsqueda de áreas consistentes dentro de la disciplina, que a las variables diferenciales y sus interacciones. Dadas las dificultades de los estudios empíricos sobre las tendencias sobresalientes en la psicología social en un momento dado, o, como plantean Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux (1997, p. 211), «su agenda de preocupaciones», y puesto que ya nos aproximamos a este acercamiento desde el análisis histórico de la disciplina, en este epígrafe nos centraremos en la definición teórica (o la definición formal) de la misma.
2.1. Definición de psicología social La definición formal de nuestra disciplina supone un ejercicio de reflexión y análisis en el que nos vamos a plantear una serie de cuestiones complejas: — Su singularidad y los criterios utilizados para establecer su independencia. — Su relación con las ciencias sociales, especialmente, la psicología y la sociología. — Los problemas que suscita la complejidad de su objeto de análisis y sus posibles alternativas: tradiciones, niveles, dominios. — La definición de interacción y sus componentes. — La aplicación de este enfoque «interactivo» al estudio de temas concretos como la salud. Desde los primeros ensayos griegos sobre el pensamiento social hasta las teorías postmodernistas y cibernéticas actuales, la interdisciplinariedad ha sido una de las notas distintivas de la psicología social, hasta el punto de que algunos autores se cuestionan su estatus como disciplina independiente. Disponemos de diversas posiciones y argumentaciones al respecto: — Rubin (1973) sitúa a la psicología social en el conjunto de las ciencias sociales, y, al igual que a la economía, la historia, la sociología y la psicología general, la define como una «interdisciplina».
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Aproximación conceptual — En una línea complementaria Moscovici (1972, p. 32) plantea: «debe admitirse que la psicología social no es verdaderamente una ciencia [...], no puede describirse como una disciplina con un campo de interés unitario, un marco sistemático de criterios y requisitos, un cuerpo coherente de conocimientos o incluso un grupo de perspectivas compartidas por aquellos que la practican». — La psicología social es una disciplina singular, no una mera mezcla de fragmentos de psicología y sociología, sino una combinación independiente.
Una de las dificultades con las que nos encontramos a la hora de esgrimir un argumento u otro, consiste en la compleja naturaleza del objeto de estudio y en el criterio con el que establecemos los contornos y límites de su análisis. Tajfel y Fraser exponen como una única definición de la conducta social se torna difícil por la interacción existente entre diversos planos (biológico, cultural y social). La psicología social, pues, no puede definirse en función de un objeto común a otras disciplinas, sino que la perspectiva debe ser diferente. Por ello: «La psicología social se ocupa de cómo las estructuras sociales, los sistemas sociales o grupos afectan a la visión que del mundo tiene el sujeto y cómo su naturaleza (motivos, emociones, percepciones e interpretaciones) afecta a su funcionamiento en los grupos y las relaciones entre éstos. La psicología social se ocupa de las relaciones que median en la interacción con otros» (Tajfel y Fraser, 1978, p. 25). En este sentido, compartimos la necesidad de cautela ante posturas excesivamente rígidas o simplificadoras: «el objeto de estudio de la psicología social no es un objeto en el sentido habitual de este término, como una cosa, una parcela de la realidad acotada de modo más o menos preciso, con fronteras que supuestamente la separan de otras facetas de la realidad a cuyo estudio se dedicarían otras disciplinas. Es muy discutible que haya algún tipo de ciencias cuya delimitación se haga de este modo, con una especie de criterio geopolítico; éste es un criterio académico para separar campos de influencia, pero no un criterio científico» (Crespo, 1995, pp. 107-118). «El territorio de todos» o «la ambigüedad definicional» de las ciencias sociales no atañe sólo a su contenido temático y a su objeto de estudio, que varía en función del tiempo, el espacio, el enfoque, el autor, sino que con frecuencia afecta también al aspecto ideológico. A menudo, como resulta-
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do de un punto de vista aparentemente neutral se adopta una postura conservadora acorde con el orden establecido, por ejemplo, el concepto de lo que se entiende por «normal» en psicología (Bergere, 1996, p. 270). Por tanto, más que de un «territorio» que comparte con otras disciplinas como la sociología o la antropología (p. ej., la conducta agresiva, la comunicación interpersonal, etc.), la psicología social puede ser considerada, y así lo ha sido en ocasiones, como una perspectiva que «se define por la existencia de una posición relacional que intenta desentrañar los enigmas del comportamiento individual y colectivo a partir de la confluencia e intersección de diversos niveles y variables que establecen entre ellas una permanente relación de interdependencia» (Blanco, 1993, p. 19). Las diversas ciencias humanas trabajan sobre una materia común, distinguiéndose sobre todo por sus puntos de vista (Stoetzel, 1966). «La psicología social es antes que nada una manera de observar los fenómenos y las relaciones» (Torregrosa, 1982, p. 40). La existencia de la psicología social como un esfuerzo separado e identificable se justifica mediante la afirmación de que los demás campos, con los que se encuentra estrechamente relacionada, no prestan suficiente atención a la interacción humana, o, al menos, la interdependencia humana requiere de un análisis sistemático. La pretensión científica de «este análisis sistemático» parece ser una de las «intenciones» constantes en las definiciones aportadas por los propios psicólogos sociales a lo largo de su desarrollo histórico: — Williams (1922, p. 3): «la ciencia de los motivos de las personas que viven en relaciones sociales». — Sherif y Sherif (1969, p. 8): «el estudio científico de la experiencia y conducta del individuo en relación con situaciones de estímulo social». — McDavid y Harari (1969, p. 1): «La psicología social es el estudio científico de las relaciones del individuo con otros individuos, grupos y culturas». De todo ello se desprende que el enfoque psicosocial versará sobre «la ciencia y el arte» de las interacciones entre el individuo y su comunidad. Es precisamente este énfasis relacional el que se ha esgrimido con más frecuencia para distinguir a la psicología social de las demás disciplinas del
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comportamiento. La psicología general se interesa por las respuestas individuales, mientras que la sociología y la antropología se suelen centrar en los grandes grupos y los modos habituales de influencia mutua. Pero el recurrir a criterios de énfasis no es suficiente para delimitar un campo de estudio propio. Como analizábamos anteriormente, la psicología social se constituye como disciplina independiente desde la intersección de dos «ciencias madre»: la psicología y la sociología. Este doble origen va a marcar la propia definición de su objeto de estudio desde dos «lecturas» diferentes y complementarias: la psicología social psicológica y la psicología social sociológica. En la psicología social definida por los psicólogos, el principio y el fin de la psicología social va a ser la persona. Desde esta vertiente se concibe la psicología social como una parte de la psicología general en la que «los otros» son los estímulos. Ejemplos de definiciones acordes con esta perspectiva son: — El estudio científico de las actividades del individuo influido por otros individuos (Klineberg, 1963). — El estudio experimental de los individuos en un ambiente social y cultural (Lambert, 1963). — No existe una psicología del grupo que no sea esencial y totalmente una psicología de los individuos. La psicología social es una parte de la psicología del individuo (F. H. Allport, 1924). Estas definiciones presentan un enfoque reduccionista en el que no se contemplan adecuadamente las dimensiones sociales del comportamiento. La consideración del contexto como simple «elemento estimular» ante el que reaccionan los sujetos es una mera caricatura del viejo problema de la relación entre individuo y sociedad y no aborda la cuestión de la influencia recíproca (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Numerosos psicólogos sociales españoles han adoptado una postura crítica frente a esta simplificación (Morales, 1985a; Munné, 1986; Torregrosa, 1982). Reicher (1996) añade al debate del papel del contexto en la psicología social el hecho de que éste no constituye siempre o exclusivamente una realidad externa. Su influencia sobre el comportamiento de las personas es innegable, pero también lo es el que su transformación es consecuencia de nuestras creencias y acciones (cuadro 7).
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87 CUADRO 7
EXPERIENCIA AMBIENTAL
Percepción ambiental Cognición ambiental Significado ambiental
Valoración ambiental
Actitudes ambientales
Comportamiento
Definición
Propuestas teóricas
Percepción ambiental
Proceso a partir del cual se organiza e interpreta la información en unidades significativas para configurar un cuadro coherente del entorno o de una parte de él.
Berlyne (1960): Propiedades constitutivas del ambiente, despiertan la capacidad exploradora e inciden en juicios de preferencia Brunswik (1956): Teoría del funcionalismo probabilista, índice de procesos cognitivos. Gibson (1979): Teoría ecológica, percepción directa de los atributos funcionales del ambiente. Ames (1951): Teoría transaccional, relación bidireccional entre los atributos ambientales y la experiencia ambiental que comporta una interpretación ambiental particular.
Cognición ambiental
Resultado de procesos superiores de selección, estructuración, memorización o recuperación de la información perceptiva con relación al entorno. Resultado del proceso de la información ambiental. Correlatos emocionales, afectivos y simbólicos derivados de la experiencia ambiental. Contemplados tradicionalmente como elementos ineludibles de los procesos psicoambientales, pero poco analizados de manera específica.
Básicamente se centra en el estudio de los mapas cognitivos: «constructo que abarca aquellos procesos que hacen posible a la gente adquirir, codificar, almacenar, recordar y manipular la información sobre la naturaleza de su ambiente espacial» (Downs y Stea, 1973).
Valoración ambiental
Se refiere a la combinación de evaluaciones de un grupo de personas que da como resultado juicios ampliamente compartidos sobre un determinado entorno o lugar o apreciaciones ambientales de carácter más particular.
Incluye cuestiones como: calidad ambiental, índices EQI y PEQUI, preferencias de paisajes (Corraliza, 1987; Corraliza y Gilmartín, 1991; S. Kaplan, 1987; S. Kaplan y Kaplan, 1982) y percepción del riesgo (Puy, 1995; Puy y Cortés, 1998).
Actitudes ambientales
Sentimientos favorables o desfavorables que se tienen hacia alguna característica del ambiente físico o hacia algún problema relacionado con él (Loan, 1982).
Incluye temas como interés y preocupación ambiental: Aragonés y Amérigo, 1991; Corraliza y Martín, 1996; R. E. Dunlap y Van Lee, 1984; conducta proambiental; B. Hernández et al., 1997; Suárez, 1998; o recursos energéticos y naturales: Iñiguez, 1996, Van der Pligt, 1995.
Significado ambiental
Incluye temas como aspectos emocionales y afectivos del ambiente y apropiación (Corraliza, 1998; Korosec-Serfaty, 1976; Pol, 1966); apego al lugar (I. Altman y Low, eds., 1992); identidad y significado espacial (Lalli, 1992. Proshansky et al., 1983; Valera, 1997) y simbolismo espacial (Pol, 1996; Pol, Valera y Vidal, 1998; Valera, 1993, 1997).
FUENTE: Pol, Valera y Vidal (1998).
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Miller-Loessi (1995) siguiendo propuestas anteriores (Berry, 1969; B. Smith y Bond, 1993), reconoce que, aunque tradicionalmente la psicología social ha obviado el carácter contextual del comportamiento, actualmente esta carencia se está subsanando. La incorporación del contexto es observable en la distinción entre lo «émico» y lo «étnico» que trabajan diversas líneas de investigación. Lo «émico» se refiere al examen y análisis de los procesos desde dentro y atendiendo exclusivamente a una cultura. Lo «étnico» consiste en el examen realizado desde una posición externa y se sostienen en el hecho de que es posible realizar comparaciones entre diversas culturas. Por ejemplo, Pepitone y Triandis (1987) subrayan la importancia de los marcos culturales, las visiones del mundo, las costumbres, etc., como fuentes primarias de la conducta social. Si profundizamos en este ejercicio de recuperar el entorno como agente explicativo de nuestro comportamiento, nos acercamos a la vertiente contextual, asociada con frecuencia a la psicología social sociológica. Para esta perspectiva, la psicología social es una especialidad de la sociología. Billig (1991) nos advierte del determinismo en el que pueden caer ambas posturas y plantea la necesidad de su consideración conjunta. La reflexión contemporánea ha puesto de manifiesto que el medio social no puede tratarse como un mero sistema más o menos complejo ante el cual los sujetos actúan. Ni tampoco la fuerza del entorno es tal que niegue la posibilidad de libertad y de elección del individuo. La relación entre ambos no es sólo unidireccional, sino recíproca. De hecho, observamos en nuestra trayectoria histórica como una de las consecuencias de la crisis de la psicología social favoreció el ascenso de las perspectivas interaccionistas (Ovejero, 1998). Es evidente que la persona y su estructura social se influyen mutuamente (Stryker, 1977). Como ejemplo de estas interacciones, Billig (1991) nos propone el análisis del sentido común que los sujetos utilizan en su razonamiento ordinario (y que es un producto histórico). Desde nuestro entorno, Páez, Marques e Insúa (1996a, 1996b) citan algunos ejemplos de la interdependencia de discursos psicológicos y sociológicos en el estudio de la memoria colectiva, el clima organizacional y los valores y sistemas culturales. La existencia de una memoria colectiva no es contradictoria con la existencia de una memoria como actividad individual. La primera no se compone exclusivamente de los recuerdos individuales, sino que implica la existencia de un procesamiento interpersonal de la información.
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Podemos concluir con Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux (1997, p. 216): «existe la conciencia por parte de un número significativo de psicólogos sociales de que nuestra disciplina, si quiere cumplimentar los objetivos que en un momento histórico determinaron su aparición y justificar su propia razón de ser, debe adoptar un nivel de análisis propio que no sea reducible ni al de la psicología ni al de la sociología». Si recurrimos a E. A. Ross (1908, p. 1), uno de los «padres de la disciplina», encontramos argumentos para la esperanza y la convivencia de estos temas en una misma definición disciplinar: «la psicología social estudia los planos psíquicos y actuales que adquieren existencia entre los hombres a consecuencia de su asociación. Trata de comprender y explicar aquellas uniformidades en sentimientos, creencias o voliciones —y de aquí en la acción— debidas a la interacción de los seres humanos». Por tanto, desde sus orígenes: el individuo, la conducta social y la interacción han sido elementos comunes de las diferentes definiciones. Sin embargo, el peso de estos elementos varía considerablemente (p. ej., cuadro 8). Ante esta diversidad, una cuestión de orden práctico reside en examinar hasta qué punto las definiciones de la disciplina no son sino meras declaraciones de principios. CUADRO 8
DIMENSIONES DE COMPARACIÓN DE LAS TEORÍAS DE RELACIONES INTERGRUPALES INDIVIDUO
Teoría de la personalidad autoritaria
Paradigma Raza creencia
MOTIVACIONAL
COGNITIVO Teoría del conflicto realista
Teoría de la identidad social
GRUPO FUENTE: Huici (2000b), p. 212.
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En este sentido, la psicología social psicológica y sociológica se reconocen mutuamente en deuda, pero en sus manuales no se terminan de imbricar los términos referidos a lo individual y a lo social. Llama la atención la incoherencia entre lo que se proclama en la definición y lo que se infiere del índice de temas tratados (Sherif, 1936). Blanco (1995) suaviza estas contradicciones. Se derivan del sesgo empírico en el que la psicología social se reduce al conjunto de temas que aborda. Como alternativa, nos propone un cambio de enfoque: interesa considerar las tradiciones psicosociales (de aquello que fue y sigue todavía vigente), en vez de hacer historia de las distintas definiciones. El concepto de tradición psicosocial abarcaría: — Un modo de enfrentarse a la definición de la psicología que ha sido consensuada como consecuencia de su relevancia histórica (p. ej., Tarde) o de su relevancia teórica (p. ej., Lewin). — Propuestas de estudio del comportamiento psicosocial nacidas dentro de la propia disciplina. — Aproximaciones que tienen la clara intención de ofrecernos un modelo global del comportamiento, no explicaciones sobre conceptos aislados. — Modelos influyentes en la evolución de nuestra disciplina, encontrando cierta evidencia empírica y vigencia actual de sus premisas. Las tradiciones grupales, individualistas, institucionales, la tradición lewiniana y la de tipo histórico-dialéctico han marcado una impronta decisiva en cuanto a la definición de un objeto de estudio. Su talante filosófico e investigador abarca conceptos y tendencias tan dispares como la psicología de masas y el espíritu de grupo, el individualismo metodológico y el poder del instinto, el funcionalismo individual y el recurso a la influencia, el rol y la interacción simbólica, lo racional, lo interactivo y lo psicosocial y la dialéctica (Blanco, 1995). La propuesta de Blanco de un modelo sistemático de análisis que nos permita conciliar las diversas orientaciones de la psicología social no es única. El modelo de Tesser (1995) aporta el conocimiento integrado de los niveles de análisis. Cuando investigamos la realidad social, encontramos
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una serie de aspectos interdependientes: el intrapersonal, el interpersonal y el colectivo, organizados sobre una dimensión de complejidad social creciente: — El nivel intrapersonal se aplica a los fenómenos que tienen lugar dentro del individuo: cognición social, yo, percepción de personas y atribución y actitudes. — El nivel interpersonal implica la interacción entre varias personas: atracción, altruismo, agresión e influencia. — Lo «colectivo» se refiere a entidades de más de dos personas e incluye los grupos, las relaciones entre grupos y el prejuicio. Esta solución ha sido criticada por Sapsford (1998) porque, a pesar de su lograda similitud científica con los estratos geológicos, dicha jerarquía se enfrenta a una serie de dificultades en la psicología social: en primer lugar, la denostada referencia al «territorio» como espacio propio de cada especialidad del saber. En segundo lugar, la tendencia a suponer, sin proporcionar las pruebas necesarias, que unos niveles son más básicos, fundamentales o profundos que otros. Como «alternativa a la alternativa» el autor propone el concepto de dominio. Este término se refiere de nuevo a otro símil geográfico, un «territorio unificado en función de algún tipo de conocimiento». Según Sapsford (1998, p. 65), en la psicología social conviven cuatro dominios complementarios e interrelacionados con diversos objetos de análisis: — Las sociedades o instituciones sociales, que incorpora el estudio del ambiente, de su cultura y de sus instituciones (Himmelweit, 1990). Implicaría la conveniencia de aunar los indicadores macrosociales objetivos con los subjetivos a la hora de explicar el comportamiento social. Dentro de este dominio se ubicarían los procesos colectivos que según Páez, Marques e Insúa (1996a, pp. 277-278) se caracterizarían porque: «son externos a las personas individuales y se apoyan en interacciones, instituciones y representaciones compartidas socialmente». A su vez, House (1995, p. 389) diferencia, en esta demarcación, el estudio de dos factores íntimamente relacionados:
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93 CUADRO 9
RELACIÓN ENTRE ATRIBUCIONES, CREENCIAS DE SALUD Y CONDUCTA Explicaciones causales de la enfermedad
Conducta de salud
Información atribucional
Creencias de la salud FUENTE: King (1984).
— Los elementos constitutivos de las personas. Desde sus inicios podemos decir que la psicología social se ha caracterizado por su inspiración cognitiva. Esto se debe, según Tesser (1995, p. 7), a dos razones fundamentales: los mecanismos cognitivos son consecuencia de los estímulos sociales y el contenido de la cognición es siempre social (p. ej., cuadro 9). Junto a esta cognición social, ha ido adquiriendo importancia el estudio del conocimiento acerca de uno mismo (el yo) y de los demás (percepción de personas, atribución), siguiendo vigente el estudio de la actitud como evaluación interna y relativamente estable que caracteriza al individuo (Falces et al., 2001; Morales, 2000a). La persona individual se comprende como una combinación de rasgos intrapersonales como la extraversión, el maquiavelismo, etc. (Sapsford, 1998). La relación entre dominios se caracteriza por su complementariedad. Así, las diferencias en ciertos indicadores macropsicológicos encuentran su paralelismo en los procesos individuales. Páez, Marques e Insúa (1996b) nos ofrecen un ejemplo ilustrativo sobre el proceso estigmatizador del sida. Las personas que presentan una actitud más prejuiciadas con relación al tema, son las que muestran un mayor grado de acuerdo con informaciones incorrectas sobre su transmisión. La conducta social humana se enmarca en la interacción entre el sujeto y su entorno social. De este modo, los procesos sociales y cognitivos están
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estrechamente entrelazados. Primero, al estudiar al individuo inmerso en su contexto social, los investigadores reconocen la influencia de los demás. Pero los efectos de esta influencia dependen de cómo las personas los interpretan y, por lo tanto, del funcionamiento de los procesos cognitivos. Segundo, al estudiar al grupo desde el individuo, los psicólogos consideran la importancia de las creencias, actitudes y conductas de sus integrantes.
2.1.1. La interacción psicosocial como objeto disciplinar «La perspectiva interaccionista acepta que la psicología individual se caracteriza por regularidades sociales, pero no reduce la psicología individual a un epifenómeno de la vida social. Trata de comprender cómo la psicología individual produce la vida social a la vez que es transformada por ella, sin negar la realidad o la influencia causal ni de la mente ni de la sociedad. En este sentido, aunque ha crecido y menguado en momentos diferentes en cuanto tema guía de la investigación, está en el corazón intelectual de la psicología social como ciencia distintiva» (Morales, 2000a, p. 6). Coincidimos con Morales en situar a la perspectiva interaccionista en el núcleo de la definición de la disciplina. De hecho, podemos considerar esta postura como representativa de un buen número de autores: — La psicología social se ocupa de los procesos mentales de la persona (o conducta) en la medida en que éstos están determinados por la interacción pasada o presente con otras personas (M. Brown y Goldin, 1973). — La psicología social estudia las manifestaciones de los comportamientos suscitados por la interacción de una persona con otras o por la mera expectativa de tal interacción (J. Rodríguez, 1977). — Doise (1978, p. 65) señala que la finalidad de la psicología social consiste en «resolver, por una parte, el problema de la integración del individuo en lo microsocial y, por otra, la integración de lo microsocial en lo macrosocial». — La psicología social trata de la dependencia y de la interdependencia de las conductas humanas (Leyens, 1982). En ella podemos incorporar nuevos elementos distintivos, puesto que, como se reconoce en la famosa definición de Gordon W. Allport, en
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el concepto de interacción no se especifican aspectos cualitativos o cuantitativos y puede realizarse tanto con un individuo como con varios, con sujetos reales como imaginarios: — «La psicología social tiene como objeto comprender y explicar cómo los pensamientos, los sentimientos y los comportamientos de los seres humanos son influidos por otro ser real, imaginario o implícito» (G. W. Allport, 1968, p. 3). — Su objeto de estudio es la interacción de los individuos humanos entre sí, lo que incluye no sólo la interacción directa de un individuo frente a otro, sino también la interacción simbólica. La conducta de una persona puede estar influida por la conducta recordada o anticipada (Newcomb, 1964). — Los especialistas en esta materia investigan las condiciones que determinan si las personas están influidas por lo que ven y leen en los medios de comunicación, si se adecuan a los puntos de vista de los demás. Nuestro énfasis recaerá en las relaciones de los individuos a los estímulos socialmente relevantes (Berkowitz, 1983). — «El esfuerzo intelectual sistemático por comprender la experiencia y la conducta humana en virtud de los nexos reales, imaginarios y simbólicos que vinculan a los hombres en su vivir cotidiano; un esfuerzo congruente, perseverante y sistemático para entender mejor la condición humana, en virtud de que esa condición humana es constitutivamente social y simbólica» (Torregrosa, 1982, p. 19). Para Kelman, la interacción es el nivel de análisis específicamente psicosociológico porque en este tema convergen los procesos individuales y sociales. Doise (1978, 1980) es uno de los autores que más ha incidido en la importancia explicativa de esta articulación, dado que la psicología se centraría en los procesos que se generan a nivel del individuo y la sociología en el nivel de funcionamiento de la sociedad. Estas perspectivas, que requerirían una mayor explicitación de las variables intervinientes, presentan la ventaja de que sitúan como objeto específico de la psicología social la integración de enfoques psicológicos y sociológicos. El aparente consenso sobre la importancia de la interacción no nos oculta que dicho término requiere su propia definición. Esta necesidad también es sentida por diversos autores:
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Aproximación conceptual — M. Brown y Goldin (1973) puntualizan que centrarse en la interacción como objeto de estudio precisa descender a niveles mayores de concreción. — Torregrosa (1974) indica que las interacciones significativas no son infinitas ni azarosas y que, precisamente, su descubrimiento y explicación son objetivos centrales para la psicología social. — Newcomb sostiene una propuesta similar: la psicología social realiza investigaciones sistemáticas de las condiciones pertinentes en las que se producen tipos específicos de interacción social. A su vez, la interacción alude a conductas que son simultáneamente estímulo y respuesta (Newcomb, 1964).
Una aproximación a esta tarea definitoria podría consistir en realizar un análisis estructural y funcional de los elementos de los que consta o que están implicados en una interacción. Por ejemplo, Kelman (1967) firme defensor de la posición interaccionista en la psicología social, inicia este proceso considerando los siguientes aspectos: — Aportes individuales a la situación interactiva: objetivos, concepto de sí mismo, imágenes del otro, concepción de las expectativas. — Contexto social en el que se da la interacción: el marco natural y el contexto organizativo que define el propósito de la interacción. ¿Qué elementos hemos de considerar en esta articulación? Según Baron y Byrne (2005, pp. 6-7) se requiere el estudio complejo de una serie de factores que se pueden clasificar en las siguientes categorías básicas: — Las acciones y las características de los otros: lo que dicen y lo que hacen los demás influye sobre nuestro propio comportamiento, especialmente en el círculo de nuestras relaciones íntimas (Simmons, Gordon y Chambless, 2005). — Los principales procesos cognitivos implicados como la memoria y el razonamiento, procesos que sirven de base a nuestros pensamientos, creencias, ideas y juicios (Wyer y Srull, 1994). — Las variables ecológicas incluyendo las influencias directas e indirectas del entorno físico, como la temperatura, las masas, la privacidad y los factores que están relacionados con ellas (Anderson, Deuser y DeNeve, 1995; Baron, 1994; Rotten y Kelley, 1985).
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— El contexto cultural en el cual el comportamiento y el pensamiento social tiene lugar. Si por cultura entendemos aquel sistema organizado de significados compartidos, percepciones y creencias mantenidas por personas pertenecientes a algún grupo (P. B. Smith y Bond, 1993), nuestra conducta social se encuentra claramente afectada por normas culturales (reglas sociales relativas a cómo las personas deberían comportarse en situaciones específicas), por miembros de varios grupos y por cambios de valores sociales. — Los factores biológicos y los procesos evolutivos que son relevantes en el comportamiento social, incluidos ciertos aspectos de nuestra herencia genética analizados desde la sociobiología (Buss, 1990; Cantor, 1990; Nisbett, 1990) y desde la etiología del riesgo (Kenen, Arden-Jones y Eeles, 2003; Ryff y Singer, 2005). Ante esta diversidad de elementos podemos concluir que la definición de interacción, al igual que ocurría con la definición de psicología social, no constituye un tema de estudio neutro, sino que supone un reto que necesita ser descifrado. La interacción social es un concepto que utilizamos, tanto en las ciencias sociales como en nuestra cotidianidad, para entender algunas facetas de la vida social y, como tal concepto, es una herramienta susceptible de ser entendida de muy diversas formas. La interacción social es, pues, un objeto de investigación teóricamente construido. Por ejemplo, la interacción en el conductismo se asimila a la asociación estímulo respuesta, mientras que para Mead es un comportamiento intencional con carácter propositivo y simbólico (Ovejero, 1998). Dada la circularidad de estas definiciones, terminamos este epígrafe con la misma inquietud epistemológica con que empezamos. Quizás sea el propio concepto de definición disciplinar el que también requiera una profunda revisión. Jiménez Burillo (1987) propone una doble definición de la disciplina en la que se integran los aspectos interactivos: — La definición efectiva es aquella que coincide con el trabajo científico y la congruencia entre las teorías y métodos que utiliza. El análisis se efectúa a partir de las investigaciones, trabajos, congresos, artículos y otras producciones de los psicólogos sociales. Desde esta perspectiva, la disciplina se centra en dos grandes ejes:
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Aproximación conceptual CUADRO 10
REDES DE COMUNICACIÓN EN EL GRUPO REDES DE TRES PERSONAS
Rueda cadena
Interconexión
Alfa
Beta
Girándula
REDES DE CUATRO PERSONAS
Rueda
Cometa
Cadena
Círculo
REDES DE CINCO PERSONAS
Rueda
Y
Interconexión total
Tajo Interconexión total
Cadena
Círculo
Barra
Cadena X
Círculo X
Girándula
Círulo con doble barra
Triple barra
Alfa
FUENTE: Adaptado de Shaw (1964).
• El análisis de su propio concepto, historia, métodos, aplicaciones y relaciones con otras ciencias. • El análisis de la interacción entre el individuo y su medio: el estudio de los grupos, actitudes, lenguaje y comunicación (p. ej., cuadro 10), percepción social, liderazgo, influencia social, motivación social, prejuicio. — La definición intencional se refiere al contenido ideal o utópico de la disciplina. Podemos recapitular las intenciones de psicólogos y sociólogos al definir su campo de estudio en tres tipos de variables: • Dimensiones individuales: cognitivas, motivacionales, emotivas y reactivas del sujeto. • Dimensiones externas: situaciones sociales, sociedad, cultura, grupos, etc.
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Definición de psicología social
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• La interacción entre ambos tipos de variables se estudia bajo los calificativos de relación, influencia, interdependencia, etc. Estas consideraciones no nos ofrecerían un panorama completo si no tuviéramos en cuenta cómo el aspecto metodológico de la disciplina influye en este trabajo de sistematización. En la investigación es importante que el psicólogo social defina el nivel de descripción de sus datos y sus pretensiones generalizadoras. Hasta ahora se ha trabajado en este sentido de forma dispersa, desde diferentes metodologías y niveles descriptivos. Un ejemplo clásico de este problema es la polémica sobre la consistencia de los rasgos de personalidad a través de distintas situaciones. A la hora de operacionalizar los temas de estudio, generalmente, el psicólogo social se centra en la selección de una serie de comportamientos, sujetos y contextos. Los comportamientos definen a las personas, y, a su vez, los sujetos constituyen un elemento imprescindible de la explicación del contexto (Fernández-Dols, 1990). La interacción surge de nuevo como un fin en sí mismo y como un puente de coherencia entre los diferentes niveles de análisis. Por ejemplo, el contexto puede considerarse como el marco ecológico del individuo, y se compone, según la teoría de sistemas, de una serie de estructuras relacionadas entre sí: — Microsistema: conjunto de relaciones entre el individuo y su entorno inmediato. Nos encontramos ante un espacio con unas características físicas concretas en períodos de tiempo determinados en los que los individuos desarrollan actividades específicas. — Mesosistema: conjunto de relaciones entre los microsistemas que comprende un momento biográfico determinado del individuo. — Exosistema: conjunto de estructuras sociales, formales e informales que no contiene al individuo directamente, pero abarca y afecta a contextos más amplios. Bronfenbrenner cita aquí a las principales instituciones sociales. — Macrosistema: estaría constituido, no por contextos específicos sino por «prototipos generales existentes en la cultura o subcultura que establecen los patrones de las actividades concretas». Dicho de otro modo, la ideología en sus manifestaciones políticas, económicas, religiosas (p. ej., cuadro 11), etc.
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Aproximación conceptual CUADRO 11
LA OPINIÓN PÚBLICA COMO UN SISTEMA ABIERTO Sistema ideológico Las ideologías
Sistema social comunitario Los grupos
Sistema psicológico Opiniones y actividades individuales
Sistema de la opinión pública El público
Sistema cultural La cultura
Sistema político El poder
Sistema comunicacional Las informaciones
FUENTE: Monzón (1990), p. 160.
Como plantea Fernández-Dols (1990), nos encontramos frente a un conjunto de niveles cuyas relaciones y peculiaridades deben ser tenidas en cuenta. Tales niveles pueden integrarse si, completando la tipología anterior, consideramos una serie de elementos descritos por Hinde (1982) y Lehner (1979): — Individuo (p. ej., la madre A). — Interacción (conductas intercambiadas entre dos o más sujetos concretos (p. ej., interacción de juego entre la madre A y su hijo B). — Modos de interacción: una interacción típica a través de distintos sujetos (p. ej., «juego», p. ej., conjunto de interacciones de juego entre las madres A, C, E, etc., y sus pequeños respectivos B, D, F, etc.). — Relación: conjunto de interacciones características entre dos o más sujetos (p. ej., relación entre la madre A y su hijo B a partir de todas sus interacciones: de juego, aseo, alimentación, etc.).
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Definición de psicología social
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— Modo de relación: relación típica a través de distintos sujetos (p. ej., «maternidad», conjunto de modos de interacción característicos, p. ej., «juego» de los sujetos A-B, C-D, D-E, etc.). — Grupo: redes de relaciones entre individuos concretos (p. ej., conjunto de relaciones interdependientes entre las madres A, C y E). — Población: grupo de grupos definidos por el investigador como su universo del discurso (p. ej., «las madres españolas», «las madres occidentales», «las madres», etc.). — Especie: el conjunto de poblaciones cuyos individuos son semejantes en términos generales (p. ej., similitudes genéticas que permiten la reproducción entre individuos de distintas poblaciones, p. ej., el homo sapiens). El carácter distintivo de nuestra disciplina se pone, pues, de manifiesto en su peculiar forma de abordar el estudio del comportamiento humano, y no tanto en los temas que aborda. «Hay algo, muchas veces sutil, que distingue un concepto, una teoría y sobre todo una investigación psicosocial; ese algo casi nunca es el objeto de estudio o de reflexión teórica y muchas veces tampoco son los conceptos concretos de los que se vale la una (la teoría), o la otra (la investigación), sino el modo como se conciben los unos (los conceptos) y la manera de proceder de la investigación» (Moscovici, 1985c, p. 20). ¿En qué consiste esta peculiar visión? Al recapitular los temas tratados a lo largo de este texto, concluimos que la independencia disciplinar de la psicología social se debe a que sus conceptos y teorías en el análisis psicosocial se caracterizan por el énfasis en la interacción (Blanco, 1988; Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). ¿Qué consecuencias prácticas genera esta declaración? El siguiente epígrafe invita a la reflexión sobre cómo la interacción social puede ser un enfoque muy útil en la investigación sobre un tema de gran relevancia social, como es la salud.
2.1.2. La interacción psicosocial en el estudio de la salud La salud es una cuestión social que los psicólogos sociales han abordado con cierto grado de éxito (Stephenson, 1990). En este sentido, resulta un marco interesante para ilustrar la aportación crítica y aplicada de la disciplina. También nos ofrece un ejemplo de la integración de conceptos
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Aproximación conceptual
como actitudes, valores, clases sociales, condiciones de vida, comportamientos, etc., en la realidad social. Tradiciones (Blanco, 1995), niveles (Tesser, 1995) y dominios (Sapsford, 1998) se contextualizan de manera operativa en su análisis. Nadie puede negar la trascendencia del tema, tanto para la calidad de vida del individuo como para el logro del bienestar social (Harari, Waehler y Rogers, 2005). La salud es un concepto multidimensional que se debe abordar desde una perspectiva psicosocial. En el epígrafe anterior compartíamos con Torregrosa (1996b) la necesidad de aunar las explicaciones psicológicas con el reconocimiento de la influencia social. Baron y Byrne (2005) y Fernández-Dols (1990) nos proporcionan un modelo de análisis de la interacción social en la que entraban en juego variables relativas a los procesos: biológicos, cognitivos, comportamentales y ecológicos. Dichas variables debían integrarse en un conjunto amplio de unidades sociales: el individuo, la interacción, los modos de interacción, el grupo, la comunidad y la sociedad. Desde este posicionamiento, la salud no es el «territorio» de la medicina, sino que es susceptible, por no decir imprescindible, su acercamiento desde diversas perspectivas. Como constatamos en la trayectoria histórica de nuestra disciplina, nuestra concepción actual de la salud es deudora de los adelantos científicos, de la ideología política y de los desarrollos interdisciplinares de la medicina, la psicología y la sociología. La psicología comunitaria y la evolución definitoria de la enfermedad mental y la salud comunitaria constituyen hitos históricos de nuestra consolidación como disciplina comprometida. Entre los trabajos pioneros sobre la dependencia recíproca entre la salud y la cognición, el afecto, la motivación, etc., se encuentran las investigaciones psicosomáticas. Gracias a la evidencia empírica de esta línea de trabajo, hoy podemos afirmar que la definición de enfermedad supone considerar la influencia directa de los factores psicológicos. El asma, los trastornos cardiovasculares y otras disfunciones implican la existencia de factores psicológicos causales y/o codeterminantes del proceso mórbido (p. ej., Belloch et al., 1997; Benedito, Botella y Martorell, 1993; Pérez Marfil, et al., 1998; M. Perpiñá et al., 1998; Reyes del Paso, Godoy y Vila, 1993; Reyes del Paso et al., 1996; Vázquez y Buceta, 1993a, 1993b; Vera y Fernández, 1989; Vila, Fernández y Godoy, 1992).
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Definición de psicología social
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Este enfoque psicológico ha demostrado que el funcionamiento social del individuo es crucial para su salud (Totman, 1979, 1982a). Por ejemplo, las situaciones generadoras de estrés (iniciar un trabajo, cambiarse de vivienda, etc.) se afrontan y se recuperan mejor si el sujeto se encuentra integrado en una red social (Gil-Monte y Peiró, 1998; Gil-Monte, Peiró y Valcárcel, 1996; Henderson, Byrne y Duncan-Jones, 1981, Salanova et al., 2000). En este sentido, García Rodríguez (1994) marca algunas directrices importantes entre salud y comportamiento, como temas de estudio teórico y aplicado: — Los comportamientos como factores de riesgo para la salud. — El mantenimiento y protección de la salud a través de los comportamientos (comportamiento como inmunizador). — Las cogniciones sobre la salud y la enfermedad. — La comunicación interpersonal, la toma de decisiones y la adhesión a tratamientos sanitarios. — El medio ambiente en el que se llevan a cabo estos tratamientos, incluyendo las técnicas quirúrgicas y no quirúrgicas a las que los pacientes son sometidos. — El afrontamiento de la enfermedad y de la incapacidad. En nuestro país encontramos numerosas investigaciones que evidencian que la conducta y la salud se encuentran íntimamente relacionadas (García Rodríguez, 1994). Camarero (1984) afirma que el comportamiento ejerce un papel de forma directa, indirecta, positiva o negativa, en todo proceso o resolución de enfermar. Carrobles (1984) señala que lo importante no parece ser lo que el individuo padece sino lo que hace. Costa y López (1986) afirman que los fenómenos de salud, de enfermedad y de la muerte están siempre interrelacionados con el comportamiento. García Rodríguez (1994) sugiere que la longitud y calidad de vida de muchas personas podría mejorarse si consiguieran cambiar sus comportamientos de riesgo por comportamientos de prevención. La perspectiva psicológica y psicosocial coinciden en reconocer la importancia de la red social en la que se desenvuelve la persona en su salud. Dentro de una red social determinada, las personas suelen coincidir en sus metas individuales y en la estrategia adecuada para conseguirlas
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Aproximación conceptual CUADRO 12
CONCEPCIÓN DE LA SUSCEPTIBILIDAD A LA ENFERMEDAD COMO PRODUCTO DE LA RUPTURA EN EL AJUSTE ENTRE LAS REGLAS SOCIALES Y LA CONDUCTA COMPROMETIDA
REGLAS SOCIALES
Limitaciones personales y físicas
Conducta comprometida
Comparación y racionalización
Incapacidad de consecución de consistencia
Susceptibilidad de enfermar FUENTE: Adaptado de Totman (1982a).
(Luszczynska y Schwarzer, 2005). Diversas constricciones físicas, personales y la imposibilidad de su ajuste (reglas inamovibles, distorsión atribucional de la responsabilidad) pueden incrementar la susceptibilidad a la enfermedad (cuadro 12). El funcionamiento social adecuado y su correspondencia en la salud se ven socavados si: — El sujeto no establece criterios y metas realistas. — Falta la capacidad de racionalizar las inadecuaciones y el fracaso. — El individuo se ve privado de otros cuya realización es complementaria a la suya. Un ejemplo ilustrativo de la importancia del ajuste psicosocial nos lo ofrece el lugar de trabajo (Forteza y Prieto, 1994; Prieto, 1993). Las condiciones físicas (Schaefer y Moos, 1993), las demandas laborales (Marshall y Barnett, 1993; Parkes y Rabenau, 1993; Perrewe y Anthony, 1990), los conflictos de rol (Revicki et al., 1993) y el conflicto intergrupal, (p. ej.,
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Definición de psicología social
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inequidad: Buunk et al., 1993) pueden ser causa de estrés (aunque debería señalarse que las personas varían en sus respuestas a estas situaciones) (S. Altman, Valenzi y Hodgetts, 1985). No podemos olvidar que las consecuencias más perniciosas del estrés relacionado con el trabajo suelen encontrarse en la situación de desempleo (Hamilton et al. 1993; Schwarzer, Jerusalem y Hahn, 1994). A través de investigaciones realizadas en el entorno laboral, Friedman y Rosenman (1959) profundizaron en la interacción psicosocial y fisiológica de la salud. Estos autores definieron un patrón de conducta denominado «tipo A» propenso al trastorno coronario. El hecho significativo, según Totman, es que estos individuos no pueden relacionarse adecuadamente con sus compañeros y que se plantean exigencias a sí mismos que hacen difícil la consecución de una vida socialmente integrada. Padecen de forma crónica el sentido de fracaso que se produce al adherirse a criterios rigurosos y rígidos. Esto se refleja en su tendencia a estar fisiológicamente activados, por ejemplo, mediante el aumento de la presión sanguínea, en momentos en los que sienten que su competencia se cuestiona. Hoy en día, nadie discute la evidencia del pernicioso triángulo: hostilidad, enfado, agresividad e infarto (T. W. Smith et al., 2004). Dentro de esta perspectiva de investigación e intervención que compatibiliza los trabajos psicosomáticos, psicológicos y psicosociales en la red social, apuntamos como la literatura científica española también ha profundizado en dos líneas complementarias (Sanz, 2001): — Los mecanismos fisiológicos que explican la mayor susceptibilidad de las personas que presentan este perfil a padecer trastornos coronarios, especialmente la respuesta acelerada del sistema cardiovascular en situaciones estresantes (Palmero, Breva y Espinosa, 1994; Palmero, Codina y Rosel, 1993). — El patrón comportamental tipo A como un factor de riesgo para los trastornos cardiacos. Se han estudiado los componentes más perniciosos del patrón (p. ej., competitividad, impaciencia, etc.) y los mecanismos psicológicos implicados (p. ej., factores familiares, estilo atribucional) (Bretaña et al., 1996; Sánchez Elvira, Bermúdez y Sánchez, 1990; Valdés y Flores, 1985).
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Aproximación conceptual CUADRO 13
ESCALA PARA LA VALORACIÓN DE LA READAPTACIÓN SOCIAL (THE SOCIAL READJUSTMENT RATING SCALE) 1. Muerte del cónyuge
100
23. Hijos que abandonan el hogar
29
2. Divorcio
73
24. Problemas con la ley
29
3. Separación conyugal
65
25. Éxito personal importante
28
4. Encarcelamiento o confinamiento
63
26. Esposa que empieza o deja de trabajar
26
5. Muerte de un familiar cercano
63
27. Comienzo o final de la escolarización
26
6. Enfermedad o lesión grave
53
28. Cambios en las condiciones de vida
25
7. Matrimonio
50
29. Cambios en los hábitos personales
24
8. Pérdida de empleo
47
30. Problemas con el jefe
23
9. Reconciliación conyugal
45
20 20
10. Jubilación
45
31. Cambios en las condiciones u horario de trabajo 32. Cambio de residencia
11. Cambio en la salud de un familiar
44
33. Cambio de escuela
20
12. Embarazo
40
34. Cambio en hábitos de ocio
19
13. Dificultades sexuales
39
35. Cambio en actividades religiosas
19
14. Llegada de un nuevo miembro de la familia
39
36. Cambio en las actividades sociales
18
15. Reajuste en los negocios
39
37. Desembolso de dinero
17
16. Cambios importantes en el estado financiero
38
38. Cambios en los hábitos de sueño
16
17. Muerte de un amigo próximo
37
39. Cambio en el número de personas que conviven en familia
15
18. Cambio del tipo de trabajo
36
40. Cambio en los hábitos de alimentación
15
41. Vacaciones
15
19. Cambio en la frecuencia de las discusiones con el cónyuge
35
20. Desembolso importante de dinero
31
42. Navidades
12
21. Vencimiento de hipoteca o préstamo
30
43. Pequeñas transgresiones de la ley
11
22. Cambio de responsabilidades en el trabajo
29
FUENTE: Adaptado de H. Holmes y Rahe (1967).
Además del trabajo, otros eventos vitales relacionados con nuestra red social repercuten en nuestra salud (cuadro 13; Shealey, 2004, 2005). Por ejemplo, Stroebe y sus colaboradores (1982) estudiaron el impacto de la pérdida de un ser querido. La pérdida de la pareja afecta a cuatro áreas fundamentales del funcionamiento psicosocial:
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Definición de psicología social
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— La carencia de «validación social en los juicios personales». Por ejemplo, Sherif (1936), al investigar el desarrollo de las normas sociales, nos mostró lo fundamental que es la tendencia hacia el acuerdo, y Festinger (1954) la existencia de un impulso hacia la comparación. Los principios de la teoría de la atribución sugieren que la pérdida del punto de vista del otro miembro haría difícil comportarse con confianza de forma adecuada. La teoría sociocognitiva de Schachter (1964) predice confusión, incertidumbre y sugestionabilidad en la vida emocional de quien ha sufrido la pérdida. — El descenso del «apoyo social y emocional». Desde las redes sociales encontramos diversas funciones específicas de apoyo (Jung, 1979): permiten compartir la valoración de problemas comunes, proporcionan intimidad, previenen del aislamiento, favorecen la autoestima, ofrecen resistencia a la crisis, etc. — La disminución de «apoyos materiales y de tareas». Wegner, Giuliano y Hertel (1985) han realizado estudios en los que se demuestra que las parejas se especializan en el recuerdo de diferentes clases de acontecimientos. — La pérdida de «protección social». Con esta pérdida se socava el ajuste social del individuo, lo que pone en peligro la salud física y emocional. En consecuencia y especialmente en los hombres, se incrementa el riesgo de muerte y la susceptibilidad frente a enfermedades durante los seis primeros meses de duelo. La red social de apoyo y las funciones que ésta puede cumplir en el individuo se constituyen así en elementos de obligada referencia al hablar del ajuste bio-psico-social de la persona en su entorno o comunidad (E. Gracia, Musitu y García, 1994). La versatilidad de estas funciones es especialmente cierta en grupos en situaciones de vulnerabilidad social, p. ej., inmigrantes (M. F. Martínez, García y Maya, 2001). El metaconcepto del apoyo se refiere a aspectos tan diversos de nuestras relaciones como la pertenencia, la implicación y el compromiso, atributos de grupos, relaciones y personas y procesos de naturaleza social, conductual, cognitiva y afectiva (recuérdese la discusión sobre el objeto de estudio de la psicología social) (Vaux, 1990).
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Aproximación conceptual
Desde este complejo examen, Herrero (1994) observa como criterio compartido de la investigación sobre apoyo social el análisis sobre las consecuencias de las interacciones psicosociales en la salud y cómo a través de la salud, podemos identificar la necesidad de apoyo. Pese a la posible circularidad de este alegato («las interacciones sociales que se relacionan con la salud, influyen en la salud», Veiel y Baumann, 1992), E. Gracia, Herrero y Musitu (1995) proponen la consideración de las relaciones de la persona y sus propias percepciones como una herramienta conceptual imprescindible para analizar su entorno inmediato y como un poderoso recurso de intervención para el profesional de lo psicosocial. Los debates epistemológicos sobre la definición de interacción y psicología social se repiten en el «aterrizaje» investigador e interventor de la relación entre bienestar y apoyo social. Del mismo modo, nos vamos a encontrar en la encrucijada sobre cuál es el papel de la cultura, el contexto y de sus diferentes agentes sociales en el tratamiento, rehabilitación y promoción de la salud (Canals, 2004). Por ejemplo, la utilidad de los recursos públicos como fuentes potenciales de apoyo se ejemplifica claramente en el caso de los hospitales (E. Gracia y Musitu, 1993). La duración de la estancia de un paciente en un hospital puede depender no sólo del proceso de curación, sino también de los problemas organizativos y de comunicación con sus profesionales (Revans, 1964), como, por ejemplo, la información que se proporciona sobre el tratamiento (Moix, 1995; Moix, Bassets y Caelles, 1998; Ortigosa, Méndez y Sánchez-Meca, 2000; Quiles et al., 1999). Recientemente se ha demostrado que el proceso de recuperación de la enfermedad física se encuentra también asociado con la comprensión por parte del paciente de su papel en la etiología de la enfermedad. ¿De qué depende esta comprensión?, ¿de las habilidades del enfermo?, ¿de las destrezas comunicativas del médico?, ¿del resultado de la comunicación?, ¿de la gestión del tiempo de la consulta médica?, ¿de la representación social de la enfermedad? Por ejemplo, aunque algunos accidentes se escapan de la capacidad de prevención del individuo, la asignación de culpabilidad parece una tendencia irresistible y que interfiere incluso en la duración del tratamiento en caso de lesiones (más larga para aquellos que se consideran responsables
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Definición de psicología social
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que quienes racionalizan el hecho definiéndolo como un accidente inevitable) (Stephenson, 1990). Una cuestión patente en este ejemplo es la importancia de la competencia o habilidad de los individuos para responder a las situaciones de crisis y cómo dichas competencias se encuentran mediatizadas socialmente. Las atribuciones de culpa y de responsabilidad han sido investigadas extensamente desde la psicología social cognitiva. Asumir la responsabilidad del individuo y sus interpretaciones de lo que le ocurre no nos exime de considerar otros factores relacionados, como las consecuencias comportamentales de las atribuciones, su funcionalidad social y su distribución desigual en función de los grupos o clases sociales (Young y Hachinksi, 2003). Brickman et al. (1982) estudiaron esta distribución y sus consecuencias sociales en la toma de decisiones sobre cuál es la estrategia efectiva a la hora de prestar ayuda. Estos autores distinguen cuatro modelos de ayuda y afrontamiento en las profesiones asistenciales, en función de cómo se atribuye la responsabilidad en el origen del problema y en el suministro de una solución: — En el modelo médico se otorga toda la responsabilidad al terapeuta del tratamiento y sus resultados. Desde esta perspectiva, no es extraña la adopción de posturas en las que el profesional sanitario se «quema». El paciente tampoco es el máximo beneficiario de esta interpretación, porque se le niega la participación y responsabilidad en su propio proceso de sanación (McCord, 1978). — En el modelo de ilustración, la responsabilidad es atribuida totalmente al paciente; es una visión que asumen grupos como Alcohólicos Anónimos. El tratamiento depende del grupo u organización que se introduce dentro de la vida del miembro y requiere de él la conversión a una nueva y prescrita forma de vida (Kinney y Leaton, 1983). — El modelo moral enfatiza también la responsabilidad personal en el problema y sugiere que la autodisciplina es el prerrequisito para la recuperación. Una visión que se podría resumir con la siguiente expresión: «las personas no actúan irresponsablemente porque están enfermas, sino que están enfermas porque actúan irresponsablemente».
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Aproximación conceptual CUADRO 14
CUATRO MODELOS DE AYUDA Y AFRONTAMIENTO Atribución de responsabilidad al yo en relación con el problema
Atribución de responsabilidad al yo en relación con la solución Alta
Baja
Alta
Modelo moral (requisito = motivación)
Modelo ilustración (requisito = disciplina)
Baja
Modelo compensatorio (requisito = poder)
Modelo médico (requisito = tratamiento)
FUENTE: Brickman et al. (1982).
— El modelo compensatorio no busca culpar a los pacientes de su condición, sino más bien suministrarles el equipamiento necesario, las facilidades u oportunidades que puedan necesitar para tratar con las dificultades a que se enfrentan en el presente. Sin embargo, no todo son ventajas, puesto que el sujeto coloca externamente su problema; por ejemplo, en el hecho de dejar de fumar, el reconocimiento de su adicción le obliga a la búsqueda de apoyo externo (Eiser, ed., 1982). Pese a la sencillez del modelo propuesto por Brickman, la ventaja del mismo radica en que proporciona un marco psicosocial coherente para las intervenciones de profesionales en salud y servicios sociales y facilita un marco útil para conceptualizar la investigación y establecer prioridades en el futuro (véase el cuadro 14). La intersección entre el estudio del bienestar, el ajuste psicológico y la interacción social nos advierte de que, conforme los factores psicosociales ganan protagonismo en la explicación de la salud y de la enfermedad, los modelos médicos o exclusivamente basados en lo físico se cuestionan. La desinstitucionalización psiquiátrica es un indicador de esta pérdida de poder que analizamos desde la psicología comunitaria (Illich, 1976). De acuerdo con nuestro modelo psicosocial, los límites de la medicalización «científica» radicarían en la necesidad existencial de sentido que reclaman el cuerpo, el físico, la salud, la enfermedad, el sufrimiento. Nos encontramos con personas en cuyos síntomas corporales confluyen
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La psicología social de la salud
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hechos, experiencias e interpretaciones de carácter físico, psíquico, social, cultural, etc. (Gil-Lacruz, 2000, 2002). Estos hechos, experiencias e interpretaciones se comparten y comunican en nuestra vida social. No podemos obviar la interacción social como causa y consecuencia de nuestro bienestar. El avance en cuanto al estudio y las técnicas aplicadas a nuestra salud fisiológica no ha sido paralelo al progreso de nuestro conocimiento y tratamiento de las necesidades e interpretaciones de la vida cotidiana de la gente (Labish, 1993). Sin embargo, el bienestar se valora por los niveles de diversión, la capacidad para participar en las actividades sociales habituales, trabajar, obtener satisfacción en las relaciones sociales, competencia (Winefield, 1992). La psicología social aplicada contribuye a aportar soluciones concretas relacionadas con la salud y el bienestar en áreas tan diversas como, por ejemplo, el rol de las actitudes, las atribuciones, el apoyo social, la presión social, el conocimiento del cambio conductual y el fomento de la participación comunitaria (Maes, 1992; Rodríguez Marín, 1995).
2.2. La psicología social de la salud El reconocimiento del comportamiento, de las condiciones de vida y del ambiente como determinantes principales de la salud justifica la aplicación de la psicología social para resolver los problemas que la sociedad tiene planteados en esta materia (Barriga, 2000). Aunque es indudable la contribución que la psicología social realiza a este estudio, una de las dificultades que encontramos a la hora de definir su campo de actuación es la cantidad y variedad de disciplinas y subdisciplinas que abordan los mismos contenidos: — Psicología médica: abarca todos los conocimientos de la psicología útiles para el ejercicio de la medicina integral, particularmente los conocimientos sobre la personalidad del médico, el diagnóstico personal y comprensivo y los procedimientos de curación psicológica o psicoterapia (Alonso Fernández, 1989). Schneider (1969) sitúa la meta de esta disciplina en preparar psicológicamente al
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Aproximación conceptual médico con objeto de que pueda comprender mejor al enfermo, independientemente de su afección y la etiología de su enfermedad. Silver, Carr y Leventhal (2005) desarrollan en aproximadamente dos decadas (1982-2005) la trayectoria de la asociación Medical School Psychologists de Estados Unidos. — Medicina comportamental: campo interdisciplinario que integra y aplica el conocimiento conductual y médico acerca de la salud y de la enfermedad (Myers, 2005). Hasta los años ochenta, la medicina comportamental y la psicología médica se utilizaban indistintamente. La diferencia se encuentra en que la segunda se basa en la tradición teórica conductista (Kira, Weisbrod y Ericson, 2003). Comparten el énfasis otorgado al médico en el cuidado de la salud y confunden el objeto de estudio con la competencia profesional (Gil Roales y Luciano, 1996; Spring et al., 2005). De hecho, una de sus líneas de investigación se centra en la evaluación de la eficacia de los tratamientos terapéuticos (Davidson et al., 2004; Davidson, Trudeau y Smith, 2006). — Antropología medica: su aspecto específico se encuentra en su objeto y en sus finalidades. Entre sus objetos, destacamos el estudio de la interacción médico-enfermo, la relación, por lo tanto, terapéutica y asistencial que se establece entre dos entes culturales: uno enfermo y el otro curador o sanador. La situación médica es uno de los hechos antropológicos más investigados de la sociedad actual (Alonso Fernández, 1989). La salud mental y sus correlatos culturales y comunitarios también entrarían en esta disciplina (G. Fernández, coord., 2004; Filgueira y López, comps., 2003; Kirmayer, 2005). La incorporación de nuevas tecnologías y canales de comunicación, p. ej., teleasistencia, suponen nuevos retos y tendencias características de nuestro momento actual (Chang, 2005). — La sociología de la medicina también hace suyos estos desafíos (C. Cuesta, comp., 2001). Ambas disciplinas nos permiten profundizar en la interdependencia entre cultura y enfermedad, así como discernir cuáles son los factores de comportamiento considerados normales en una cultura determinada, es decir, su patrón de salud mental y el simbolismo de su cotidianidad (Duch, 2002).
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— Psicología psicosomática: estudia los tipos de enfermedades que se encuentran condicionados o determinados por factores psicológicos. Heinroth, en 1918, fue el artífice del término referido a la conexión entre los procesos psicológicos y las estructuras somáticas (Reig, 1981). Hoy en día, estos temas también se trabajan desde la interdisciplinariedad y la consideración conjunta de variables culturales, biológicas y psicológicas (Nakao y Yano, 2006). La lista actual de enfermedades psicosomáticas es muy amplia: la úlcera gástrica, la úlcera duodenal, la gastritis, distintos tipos de colitis (la mucosa, la espástica y la ulcerosa), el estreñimiento crónico, la bronquitis espástica, el asma bronquial, la hipertensión esencial, la obesidad, la delgadez, la esclerosis coronaria, la anorexia, algunos cuadros diabéticos y reumáticos, la urticaria, la alopecia, varios trastornos ginecológicos, etc. Prasad y Srivastava (2002) ilustran esta íntima conexión con la expresión: «vis a vis de la mente y el cuerpo». — La psiconeuronoinmunología: estudia las relaciones entre el estrés, las reacciones emocionales y de comportamiento y el sistema inmunológico (Ader y Cohen, 1993). Se origina a partir de los estudios sobre la relación entre el estrés y la conducta (Lazarus, 1993). La teoría y la investigación se ocupó inicialmente de las causas físicas del estrés (Selye, 1956), pero posteriormente evolucionó hacia un mayor hincapié sobre los factores psicológicos (Lazarus, 1966). — La psicología clínica: aborda el estudio de la salud mental, y dirige su investigación e intervención al individuo como unidad de análisis (Pérez Álvarez, 1991; Rodríguez Marín, 1991a; Santacreu, 1991). Realiza aportaciones técnicas sobre la aplicación del método clínico a la psicología de la salud, por ejemplo, en sus investigaciones sobre los problemas cognitivos y emocionales de las personas físicamente enfermas (Rodríguez Marín, 1995). La función del psicólogo clínico se encuentra en la investigación, comprensión, explicación y mejora de la conducta, facilitando al sujeto el aprendizaje de las habilidades necesarias para resolver adecuadamente sus problemas (Cid, 1992; Godoy, 1990, 1993; Santacreu, 1991). En nuestros días, el modelo cognitivo-conduc-
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Aproximación conceptual tual presenta una mayor vigencia y difusión en la comprensión y modificación de las alteraciones mentales, pero convive con otros marcos teóricos tradicionales como el humanista, conductista, psicoanálisis, etc. También se está investigando la eficacia diferencial de diversos tratamientos (Méndez, Sánchez y Moreno, 2001), en diversos escenarios (Muela y Godoy, 2001) y en colaboración con diversos profesionales (Smith, Kendall y Keefe, 2002). — La psicología preventiva constituye un campo de investigaciónacción interdisciplinar que, desde una perspectiva proactiva, ecológica y ética y una concepción integral del ser humano en su contexto sociomaterial (o sociocomunitario) real y concreto, trata de utilizar los principios teóricos y la tecnología de la intervención actualmente disponible en cualquier disciplina que resulten útiles para la prevención de la enfermedad y la promoción de la salud física y mental y de la calidad de vida a nivel comunitario, tanto a corto como a largo plazo (Ricardo, 2001). Recientemente, Hepworth (2004) se ha referido a esta subdisciplina con la etiqueta de psicología de la salud pública. Con ello se pretende recalcar la importancia de que el psicólogo se implique en políticas de bienestar y pueda intervenir en este sentido y desde los recursos de atención primaria (Hobfoll et al., 2004; Schulte et al., 2004). Los estilos de vida, por sus consecuencias en nuestro bienestar y en nuestro sistema sanitario, constituirían un objeto de estudio privilegiado (M. A. Martínez y Sánchez, 2004).
La Psicología de la salud es la especialidad de la psicología que se ocupa de la investigación de los procesos psicológicos que afectan al desarrollo, prevención y tratamiento de las enfermedades físicas (Glass, 1989) y a nuestro bienestar físico (Rodin y Salovey, 1989). Encontramos diversas definiciones disponibles (ver cuadro 15) pero seguramente la visión de Matarazzo (1982, p. 4) es una de las más consensuadas: «Conjunto de contribuciones educativas, científicas y profesionales de la disciplina de la psicología a la promoción y mantenimiento de la salud, la prevención y el tratamiento de la enfermedad, la identificación de los correlatos etiológicos y diagnósticos de la salud, la enfermedad y las disfunciones relacionadas y al análisis y mejora del sistema sanitario y formación de la política sanitaria».
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Esta disciplina desarrolla un modelo psicológico sobre la salud, en el que necesariamente se ofrece una definición sobre el fenómeno, destacando la dimensionalidad psicológica de la salud (Ribes, 1990; Straub, 2002). Esto es así porque, a pesar de que la OMS nos ofrece una definición en la que el bienestar psicológico se encuentra explicitado, es necesario articular de un modo operativo la reciprocidad de las variables biológicas y sociales. CUADRO 15
DEFINICIONES DE PSICOLOGÍA DE LA SALUD Fuente
Definición
Gatchel y Baum (1983), p. 11
Disciplina relativa al papel primario de la psicología como ciencia y profesión en las áreas de la medicina conductual y salud conductual. Estudio científico de la conducta, pensamientos, actitudes y creencias relacionadas con la salud y la enfermedad.
Bloom (1988), p. 42 Sarafino (1990), p. 483
Campo de la psicología introducido a finales de los setenta para examinar las causas de las enfermedades y estudiar vías para promover y mantener la salud, prevenir y tratar la enfermedad y mejorar el sistema sanitario.
Carrobles (1993), p. 17
Campo de especialización de la psicología que centra su interés en el ámbito de los problemas de salud, especialmente físicos u orgánicos, con la principal función de prevenir la ocurrencia de los mismos o de tratar o rehabilitar éstos en caso de que tengan lugar, utilizando para ello la metodología, los principios y los conocimientos de la actual psicología científica, sobre la base de que la conducta constituye, junto con las causas biológicas y sociales, los principales determinantes tanto de la salud como de la mayor parte de las enfermedades y problemas humanos de la salud existentes en la actualidad. Confluencia de las contribuciones específicas de las diversas parcelas del saber psicológico (psicología clínica, básica, social, psicobiología), tanto a la promoción y mantenimiento de la salud como a la prevención y tratamiento de la enfermedad.
Simón, ed. (1993), p. 19
Marks (1994), p. 33
La aplicación de la psicología a la salud, los problemas de la salud y cuidado de la salud para la promoción, mantenimiento y restauración de la misma.
S. E. Taylor (1995), p. 20
Campo de la psicología dedicado al conocimiento de las influencias psicológicas sobre cómo la gente permanece sana, por qué enferma y cómo responde cuando está enferma. FUENTE: Godoy (1999), p. 53.
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Aproximación conceptual
Piña (1991, pp. 50-51) propone una conceptualización interdisciplinar de la salud de la que se infieren los siguientes elementos: «condición del organismo en la que los sistemas biológicos de respuesta mantienen un nivel bajo de vulnerabilidad, en su estructura y función, al entrar en contacto e interactuar con el ambiente o sus partes —objetos, eventos u otros organismos—, modulado por procesos psicológicos y el ejercicio de competencias conductuales que cada individuo desarrolla». — Si bien se alude a una condición del organismo, su examen se refiere a estados y/o procesos, aspectos que no se definen arbitrariamente, sino que se contemplan como producto de la integración analítica de diferentes factores biológicos, sociales y psicológicos. — Se enfatiza el carácter interactivo y bidireccional entre organismo y ambiente, además de ubicar lo psicológico como el factor modulador de dichos intercambios (Rozanski y Kubzansky, 2005). — El concepto de vulnerabilidad orgánica, en gran parte aprendida (Bayés, 1989), nos ayuda a describir en un nivel paramétrico los cambios que se presentan en el organismo. — Se resalta la necesidad de delimitar la idea que se tiene de salud y de diferenciarla de la noción de enfermedad, en tanto que esta última se concibe como resultado. La tarea de articular una definición disciplinar de la salud y de la relación de aspectos considerados es importante de cara a orientar nuestras investigaciones e intervenciones como psicólogos, y resulta decisiva en el diseño de nuestro perfil profesional y formativo (Kenkel et al., 2003; Kenkel et al., 2005). Observamos que cada una de las acotaciones anteriores resalta una serie de elementos frente a otros; por ejemplo, la medicina comportamental hacia hincapié en un modelo teórico: conductista, y en un objetivo concreto: la formación profesional. Según Godoy (1999), los intentos de delimitación conceptual de estas disciplinas no han clarificado el panorama. La multidimensionalidad del concepto de la salud dificulta esta sistematización (Pérez Álvarez, 1991, p. 40). Tanto la salud como la enfermedad como objeto de estudio e investigación requieren un diseño curricular complejo (Kornblit y Mendes, 2000; G. Leventhal y Seime, 2004; H. Leventhal et al., 2005).
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La solución puede consistir en intentar elaborar criterios de delimitación conceptual. En el cuadro 16 se muestra un intento de mapificación de las relaciones disciplinares a partir de dos distinciones clásicas entre las disciplinas: — El tipo de definición de la salud que se realice: la psicología clínica y la psicología comunitaria se han centrado en el estudio de la salud mental; la medicina conductual y la psicología de la salud, en la salud física (Rodríguez Marín, 2001). — El énfasis en el tipo de intervención: la psicología clínica y la medicina conductual se interesan sobre todo en el tratamiento/rehabilitación de la enfermedad; la psicología comunitaria y la psicología de la salud, en los aspectos preventivos (Santacreu, 1991; S. M. Weiss, 1982). El inconveniente de esta clasificación es que tiende a resaltar una serie de dualismos (p. ej., salud física-mental, promoción de la salud-tratamiento, salud-enfermedad). Comentamos en nuestra trayectoria histórica que la psicología se destaca por su labor integradora. Por eso, Godoy (1999) sugiere que la psicología de la salud opte por defender su nombre genérico e integre las especialidades anteriores. En resumidas cuentas, la salud es su objetivo, independientemente de su enfoque. La necesaria especialización que impone la operatividad nos permite mantener las distinciones disciplinares, pero sin olvidar que la estrategia más deseable se encontraría en la promoción de la salud. CUADRO 16
RELACIONES DISCIPLINARES DE LA PSICOLOGÍA DE LA SALUD
PSICOLOGÍA CLÍNICA
Salud mental
Supraindividual prevención
Individual tratamiento
MEDICINA CONDUCTUAL
PSICOLOGÍA COMUNITARIA
Salud física
PSICOLOGÍA DE LA SALUD
FUENTE: Godoy (1999), p. 55.
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Aproximación conceptual
Acorde con esta alternativa holística, Matarazzo (1980) recoge cuatro líneas de trabajo fundamentales del psicólogo de la salud, independientemente de su especialidad disciplinar: — La promoción y el mantenimiento de la salud, que incluiría las campañas destinadas a promover hábitos saludables como, por ejemplo, la práctica deportiva. — La prevención y el tratamiento de la enfermedad. La prevención y la corrección de factores conductuales que ayude a las personas a adaptarse con más éxito a su nueva situación o aprender a seguir los regímenes del tratamiento. — En tercer lugar, deberíamos estudiar las causas (conductuales y sociales) de la salud y de la enfermedad. El estrés, los estilos de vida perniciosos, los eventos vitales, las redes sociales constituyen ejemplos de los factores contemplados. — El estudio del sistema sanitario y la orientación de una política de la salud constituiría un cuarto bloque temático. Se trataría de analizar el impacto de las instituciones sanitarias y de los profesionales de la salud sobre el comportamiento de la población y desarrollar recomendaciones para mejorar su calidad. Lo que diferenciaría a los psicólogos de la salud de otros colegas es su compromiso con la investigación sobre las necesidades y potencialidades de la salud y su conocimiento de las personas, contextos y problemas del sistema sanitario. Integraría información relevante de las diversas áreas de la psicología como, p. ej., evolutiva, fisiológica, cognitiva, industrial, organizacional, social, de la personalidad, etc. (Rodríguez Marín, 1991a). Una vez definida nuestra perspectiva, nos podríamos preguntar cómo la profesión y la academia han institucionalizado la disciplina. Su trayectoria histórica es breve pero intensa. La división de psicología de la salud de la Asociación Psicológica Americana (APA) se fundó en 1978: en sólo diez años se extendió a 2900 miembros. En 1979, se publicó su primer manual: Health Psychology. A handbook (Stone, Cohen y Adler, 1979). Sus autores, especialmente Stone, escribieron el manual con un enfoque investigador y docente (parte del programa de psicología de la salud de la Universidad de California, San Francisco).
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En 1982, se edita la revista de esta división de la APA con el título Health Psychology, incluyendo un conjunto de recomendaciones y directrices para la formación de sus especialistas (Stone, 1990). El primer presidente de esta sección asociativa encabezó su artículo sobre el futuro de la psicología de la salud desde el optimismo: «si en algún momento se ha dado la oportunidad de desarrollo de este campo, es en la actualidad» (S. M. Weiss, 1982, p. 81). En Europa, no tardarían en generarse secciones específicas de psicología de la salud en casi todas las sociedades de psicología científicas y colegios profesionales como la Sociedad Británica de Psicología, la Sociedad Danesa de Psicología, la Sociedad Holandesa de Psicología, etc., o en grupos de trabajo, como el de la European Federation of Professional Psychologist Association. Dentro de nuestro contexto nacional encontramos el Colegio Oficial de Psicólogos (Rodríguez Marín, 1991b). Esta efervescencia no es gratuita. Diversos factores científicos, epidemiológicos y sociales han contribuido a la emergencia formal de la psicología de la salud. Muchos de ellos se entrelazan con otras disciplinas afines como el crecimiento de la medicina comportamental (Matarazzo, 1980, 1982; N. E. Miller, 1983; Rodríguez Marín, 1991a): — Cambios en las causas de mortalidad y morbilidad actuales, en los que adquieren gran importancia las condiciones de vida, los aspectos ambientales y las desigualdades sociales. — Mejoras en los medios de información epidemiológica. Por ejemplo, desde 1976 las estadísticas de nuestro país muestran como en la etiología de nuestra mortalidad predominan las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y los accidentes, consecuencia de nuestros estilos de vida (De Miguel, 1985). — Una mayor conciencia de la base conductual de los problemas de salud. Esta sensibilidad se asocia a la evidencia científica de la importancia de las relaciones y del entorno de la persona en sus patologías, tratamiento y prevención. — A la luz de estos datos, la propia medicina reorienta su modelo de salud físico hacia un concepto de salud integral, holístico o biopsicosocial (Engel, 1977; Matarazzo, 1980). — El cuidado de la salud ha dado lugar a una de las industrias de servicios más poderosas de nuestra sociedad.
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Aproximación conceptual En España, los gastos sanitarios se situaban en un 6,3 % al principio de la década anterior (J. A. Rodríguez y De Miguel, 1990). Pese a que se discute la pertinencia de una tercera vía o sistema mediterráneo de los estados de bienestar, el incremento de la inversión sanitaria no ha sido paralelo a la mejora de la salud (L. Moreno, 2001; Noguera, 2000). La psicología se introduce en este campo en un momento de crisis y de reorganización de los servicios. Nuestro perfil tiene mucho que aportar a su reforma.
Estos cambios evidencian que el comportamiento de la salud es fundamental para explicar el mantenimiento de la salud y su pérdida. A finales de los años setenta, la psicología se reconocía como profesión sanitaria. Los diferentes agentes implicados en esta transformación (asociaciones profesionales, círculos académicos, etc.) coinciden en una serie de premisas básicas. Matarazzo resume la postura consensuada desde las asociaciones de psicología de la salud americana y europea (Johnson, 1990): — La psicología de la salud es una especialidad y un campo de aplicación de la psicología (León et al., 1987; Stone, 1990). Estudia la conducta de las personas tanto sanas como enfermas. Esto implica una «aproximación positiva» a la salud y claramente incluye su promoción (Rodríguez Marín, 1991a). — Aunque tradicionalmente se ha centrado más en el estudio de la salud y enfermedad física que en la salud mental, la psicología de la salud parte de un concepto integral cuyo modelo es biopsicosocial. Dichos factores se encuentran presentes desde su cuidado y prevención hasta su tratamiento y rehabilitación. Del mismo modo, integraría el estudio de todas las personas e instituciones implicadas en su cuidado, asistencia y promoción (médicos, políticos, educadores, etc.) (Koller, 2005). Al igual que la psicología de la salud constituye la aplicación científica de la psicología a los problemas de la salud, la psicología social de la salud supone la «traducción saludable» de la psicología social. En la revisión apuntada anteriormente resulta muy difícil acotar qué hay de psicológico y/o psicosocial en las nuevas pautas de enfermar, sanar, curar, educar, prevenir. No obstante, los psicólogos sociales estamos en condiciones de aportar una lectura crítica y propia a estos temas. La historia nos ilustra sobre
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cómo el desarrollo comunitario de la psicología social permitió un cambio paradigmático del concepto de enfermedad mental y reivindicó la importancia de definir la salud en función de grupos y entornos de referencia. Esta contribución no está exenta de polémica. El cambio de enfoque de lo asistencial a lo promotor, y del individuo a la comunidad, generó la resistencia de más de un psicólogo clínico que veía amenazado su «territorio». De hecho, la psicología comunitaria surgió explícitamente como una alternativa a la psicología clínica, orientándose a la comprensión y resolución de ciertos problemas o patologías con un fuerte componente socioambiental (drogadicción, marginación, desigualdad social). Interesaba la educación de las habilidades sociales y las competencias personales para mejorar el ajuste entre personas y ambientes y la calidad de vida en la comunidad (P. A. Mann, 1978; Rappaport, 1977; Sarason, 1973, 1974). Su origen en los años sesenta supuso una crítica manifiesta a los modelos médico-clínicos y al tratamiento centrado en la asistencia hospitalaria para la resolución de ciertos problemas en los que se olvidaba su dimensión social (Lowentahl y Blanco, 1985; Sánchez Vidal, 1991a). Según Bernstein y Nietzel (1982) y Costa y López (1986), desde esta crítica se plantea como alternativa: la adopción de una perspectiva ecológica (o de atención centrada en las posibles influencias de los factores socioambientales), la búsqueda de cambio social (más que el cambio orientado en la persona), la importancia de la prevención (especialmente la primaria), el enfoque sobre la intervención en crisis, la educación para la salud y el desarrollo de la sensación psicológica de la comunidad. Como expone Simón (1999), conceptualmente la psicología comunitaria debe entenderse destinada a la comprensión, explicación y solución de los problemas, trascendiendo el nivel de análisis individual y priorizando su actuación hacia el cambio y la mejora del medio (Bloom, 1984; Zax y Specter, 1978). De entre las diversas definiciones aportadas, Rappaport (1977) refleja claramente este cambio: es la disciplina que acentúa la importancia de una perspectiva ecológica de la interacción, dando a entender que se puede mejorar la adaptación entre las personas y su ambiente al crear nuevas opciones sociales y desarrollar los recursos personales, en lugar de realizarlo mediante la eliminación de las debilidades de los individuos y sus comunidades.
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Godoy (1999, p. 50) valora el alcance de estas declaraciones de principios: «aunque sus consecuencias prácticas están aún hoy por evaluar, la psicología comunitaria ha aportado mucho a la salud, especialmente, el importante valor de las variables psicosociales a nivel conceptual, y a nivel operativo, el énfasis en la prevención y en el aumento de las competencias individuales como alternativa a un modelo clínico basado en el déficit». La psicología social de la salud debe mucho a la evolución conceptual de la salud. Del estudio de la enfermedad mental a la investigación sobre salud comunitaria dista un gran trecho ideológico, y sus consecuencias son visibles tanto en la manera de encarar los problemas y necesidades de salud como en sus soluciones (Ballester, 1998). Hoy en día, el papel de los factores psicológicos se percibe de una manera más amplia, en la medida en que el enfoque mecánico y puramente físico de la salud y la enfermedad se desfasan. La hospitalización y tratamiento de las personas con retraso, discapacidad o enfermedades mentales se ve en la actualidad como algo necesario, no por la propia enfermedad, sino por la intolerancia de la sociedad. En la medida en que se ponen en marcha políticas de normalización, esta perspectiva se afianza más (Gallego y Fernández, 2001). Un tratamiento psicológico puramente individual probablemente sólo ofrecería una perspectiva muy limitada de las relaciones entre conducta y enfermedad (Rodríguez Marín, Martínez y Valcárcel, 1990). La perspectiva psicosocial se centra en el estudio de las interpretaciones que las personas hacen de las situaciones de interacción, de sus sentimientos y síntomas físicos, del valor que tiene la salud para ellas, de la interacción de los diferentes elementos constituyentes del sistema de salud, de los resultados de la intervención sanitaria, de las comunicaciones públicas o personales acerca de la salud o la enfermedad, y de las restricciones sociales y materiales sobre su conducta (Eiser, ed., 1982). El funcionamiento social del individuo es vital para su salud (Totman, 1979, 1982). Acontecimientos sociales como empezar un nuevo trabajo o cambiarse de vivienda influyen en nuestro estado de salud (Dohrenwend y Dohrenwend, 1974). No cabe duda de que las condiciones laborales influyen en la salud mental del trabajador (De Lange et al., 2004). El papel de las redes sociales se ha evidenciado en todos los ámbi-
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tos de la salud desde su promoción hasta la recuperación de las enfermedades (Fusilier, Ganster y Mayes, 1986). La psicología social de la salud sería la aplicación específica de los conocimientos y técnicas de la psicología social a la comprensión de los problemas de salud y al diseño y puesta en práctica de programas de intervención en este marco. Actividades como la promoción de la salud, la prevención, diagnóstico, tratamiento y rehabilitación de la enfermedad, la mejora del sistema de cuidado de salud y la formación de políticas de salud son el resultado de las interacciones entre los profesionales y los usuarios de dicho sistema, y cada una de estas conductas se realiza y aprende en un contexto socio-cultural y en la correspondiente interacción con los grupos de referencia (Huici, 1985; Rodríguez Marín, 1995). Como plantean Gil-Rodríguez, León y Jarana (1995), la psicología social de la salud es una de las disciplinas psicológicas más prometedoras de la psicología en relación con los temas de la salud. La interacción como eje de su discurso se integra en factores sociales (p. ej., interacción con otros, ejecución de ciertos roles dentro de un contexto organizativo, pertenencia a determinados grupos, etc.) y la vivencia individual de actitudes, estados emocionales, aprendizaje memoria, etc. La mayor parte de la conducta relacionada con la salud se realiza o se aprende en un contexto de interacción social. La salud constituye un objeto de conocimiento interdisciplinario (Ribes, 1990; Schwartz y Weiss, 1978). Su estudio requiere considerar diferentes niveles de análisis, susceptibles de ser definidos por las disciplinas biológica, social, etc. Situar en el análisis interaccional la principal contribución de la psicología social resulta coherente tanto para la definición que hemos propuesto de la salud como de la propia disciplina (Morales, 1985b). Ahora bien, como ocurría con la delimitación de la psicología social, nos podemos preguntar: ¿cómo se maneja el concepto de interacción en un tema tan complejo como la salud? La psicología social nos ofrece varias estrategias. Recuérdense los conceptos propuestos por diversos autores, p. ej., distinción entre definición efectiva e intencional (Jiménez Burillo), niveles de análisis (Fernández-Dols), etc. Todos ellos coinciden en resaltar la conveniencia de la interdisciplinariedad y su articulación en las distintas unidades sociales (individuo, grupo, sociedad, etc.). Sin ánimo de ser exhaustivos ofrecemos una breve síntesis de esta articulación. Somos conscientes de la interdependencia de las variables psicoló-
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gicas y sociales en la salud; su separación en estos epígrafes se debe más a una cuestión de orden y de sistematización que de distinción real.
2.2.1. La incidencia de variables psicológicas en la salud Anteriormente, constatamos como los primeros investigadores en psicología social seleccionaban al individuo como unidad de análisis (D. G. Myers, 2005). Los comportamientos de salud y de enfermedad serían sus principales objetos de estudio. Los primeros se definirán como las conductas que realizan las personas con el fin de estimular o mantener la salud (S. E. Taylor, 1986) o reducir el riesgo de su pérdida (Nouvilas, 2000a). La conducta de enfermedad se produce cuando las personas perciben síntomas, los evalúan y actúan sobre ellos (Mechanic, 1962). Ambos comportamientos representan las dos caras de una misma moneda (Radley, 1994). A menudo, el término de enfermedad se restringe a la presencia de una sintomatología concreta o diagnóstico de un problema y a la conciencia que la persona tiene de él. Estas inquietudes son patentes en las primeras preguntas que se plantea nuestra susceptibilidad a la enfermedad: ¿de qué manera está determinada por nuestras percepciones y cogniciones?, ¿cómo se puede controlar esta relación? CUADRO 17
TRASTORNOS POTENCIALMENTE ASOCIADOS AL ESTRÉS Acné Adicción a las drogas Aerofagia Aftas Alcoholismo Alopecia Alteraciones de la libido Angina de pecho Anorexia Ansiedad Arritmias cardíacas episódicas Artritis reumatoide Asma
Bulimia Cefalea tensional Colitis ulcerosa Depresión Dermatitis atípica Diabetes Diarrea Dispepsia Dolor crónico Enfermedad de Raynaud Epilepsia Estreñimiento Eyaculación precoz Fobias
Hipertensión Hipoglucemia Impotencia Infarto de miocardio Insomnio Lumbago Migrañas Muerte súbita Náuseas Obesidad Obsesiones Pesadillas Predisposición a los accidentes Psoriasis
Seborrea Síndrome del intestino irritable Suicidio Temblores Trastornos esquizofrénicos Trastornos menstruales Tumores Úlceras Vaginismo Vómitos
FUENTE: Amigo, Fernández y Pérez (1998), p. 41.
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El estrés ha sido el gran protagonista de esta respuesta. Desde la segunda guerra mundial, los psicólogos se han preocupado de este tema. Su estudio ilustra claramente la evolución de nuestro análisis conceptual. En un primer momento, el estudio del estrés se centró en variables psicológicas propias del individuo afectado. Actualmente, se trabaja también con otras unidades, entre las que encontramos las organizaciones y las comunidades (Agust y Portela, 2004). Uno de los aspectos que hacen atractivo el estudio del estrés y que favorecen su estudio interdisciplinar en el campo de la salud es su «visibilidad fisiológica» (p. ej., cuadro 17). La interacción psicosomática puede deberse a dos factores (Baron y Byrne, 2005): — En situaciones de estrés, la depresión resultante (Whisman y Kwon, 1993), la preocupación y la ansiedad pueden interferir con conductas que afectan a la salud, tales como mantener una dieta equilibrada, hacer ejercicio y dormir lo suficiente (Evenson et al., 2004). — El sistema inmunológico funciona peor si la situación del estrés se mantiene. La tensión emocional sostenida debilita el sistema inmunológico que lucha contra las enfermedades (p. ej., descenso de niveles de inmunoglobulina A), propiciando la vulnerabilidad a las infecciones y disfunciones (Cohen y Williamson, 1991; Institute of Medicine, 1989; Jemmott y Magloire, 1988), y esto es especialmente cierto y grave en la acumulación de factores de riesgo y vulnerabilidad en las personas mayores (Oldehinkel et al., 2003) (cuadro 18). CUADRO 18
EFECTOS DE LAS EMOCIONES NEGATIVAS EN LA SALUD ENFERMEDAD CARDÍACA
EMOCIONES NEGATIVAS
HORMONAS DE LA TENSIÓN EMOCIONAL
SUPRESIÓN INMUNOLÓGICA EFECTOS EN EL SISTEMA NERVIOSO AUTÓNOMO (Úlceras, migrañas, hipertensión)
FUENTE: D. G. Myers (2005), p. 171.
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Sin embargo, expuestas a las mismas condiciones de presión, algunas personas presentan un elevado grado de estrés y enferman, en tanto que otras no (Joiner y Schmidt, 1995). Las enfermedades cardíacas se relacionaron con tipos de personalidad, competitiva, impaciente, propensa a la ira (H. S. Friedman, 1991; Matthews, 1988). Bajo tensión emocional, las personas «tipo A», reactivas y ansiosas, segregan mayor cantidad de las hormonas de la tensión emocional, que, a su vez, aceleran la producción de placas en las paredes de las arterias cardíacas (D. G. Myers, 2005). Así, recientemente, estudios sobre el bienestar subjetivo presentan la ventaja de interpretar la vida cotidiana en términos satisfactorios y positivos (D. G. Myers y Diener, 1995). La inclusión de las características de personalidad que modulan la experiencia del estrés y sus respuestas diferenciales ilustra la evolución de una concepción negativa de las variables psicológicas (riesgo) a una definición positiva (recursos). Los individuos autocurativos son descritos en estas investigaciones como resistentes (Priel, Gonik y Rabinowitz, 1993), optimistas (Scheier y Carver, 1993), extrovertidos (Amirkhan, Risinger y Swicker, 1995), concienzudos (H. S. Friedman et al., 1993, 1995) y con la sensación compartida de que la vida no es injusta con ellos (Tomaka y Blascovich, 1994). El ejercicio aeróbico, el entrenamiento en habilidades sociales y las relaciones cercanas de apoyo constituyen también antídotos ante los efectos del estrés (Ai et al., 2005; D. G. Myers, 2005). Programa saludable que hay que saber adaptar a las características y condiciones de vida de la persona de un modo individualizado (Misigoj-Durakovic et al., 2004) y, que sin duda, requiere de grandes dosis de motivación (Wiesemann et al., 2004). Los modelos psicosociales nos ayudan a la integración de variables. Por ejemplo, el sistema propuesto por N. Lin y Ensel (1989) resalta la importancia de los sucesos y cambios vitales estresantes en el bienestar físico y psicológico. El estrés puede proceder de tres dominios (social, psicológico y fisiológico), que incluyen, a su vez, dos tipos de fuerzas que pueden amenazar (estresores) o potenciar (recursos) el bienestar psicosocial de las personas (Buelga, 2001; Herrero, 1994). De este modo, el apoyo social constituye un recurso especialmente importante para el bienestar y salud de la persona. La autoestima, la competencia personal y el sistema atribucional pueden definirse como recursos personales. La dieta, la práctica de
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un ejercicio físico, los hábitos de salud son ejemplos de recursos físicos (Rees, Ingledew y Hardy, 2005). La teoría del afrontamiento añadiría a este modelo que los recursos psicosociales mediatizan las relaciones entre estresores y bienestar (Britton, 2004). Estos factores pueden intervenir en esta relación siguiendo tres direcciones: eliminando o modificando las condiciones externas estresantes que conducen a los problemas, transformando el significado de los estímulos externos y su carácter amenazador, y alterando los niveles de las respuestas emocionales (Lin y Ensel, 1989). ¿Cómo determinan las personas si están enfermas y cuándo deciden buscar ayuda médica, seguir un tratamiento y mantenerlo? El estudio psicológico de las diferencias individuales también nos muestra que algunos individuos prestan menos atención a sus sensaciones internas que otros. Para ellos un problema físico tiene que ser intenso para que lo noten (Mechanic, 1983), mientras que, por el contrario, los hipocondríacos se obsesionan y sobreestiman la gravedad de cada síntoma (Wagner y Curran, 1984). Esta atención se puede facilitar por la influencia de acontecimientos externos, p. ej., efectos secundarios de los medicamentos (Skelton y Croyle, eds., 1991), el estado de ansiedad (S. Cohen et al., 1995), la percepción de su propio estado de salud (Idler, 1993), la presencia de dolor (Moss y DiCaccavo, 2005; Turk, 1994), la gravedad y discapacidad de los síntomas (Radley, 1994) e incluso el sentido del humor (Stalling, 1992). Las personas creen que están enfermas cuando los síntomas que perciben se corresponden con sus «esquemas» de enfermedad. El dolor en el pecho ¿cuándo es simplemente —como suponen muchas víctimas de ataques cardíacos— un espasmo muscular? Tendemos a usar un modelo atribucional de sentido común cuando nos autodiagnosticamos (H. Leventhal, Nerenz y Steele, 1984). Pero la interpretación de nuestros síntomas contituye un fenómeno fundamentalmente cultural (Radley, 1994). Las creencias compartidas sobre la salud, como una forma de ver el mundo en un lugar determinado, pueden influir tanto en la interpretación de los síntomas como en su expresión. Las creencias sobre la salud se encuentran en la base explicativa de conductas concretas como, por ejemplo, la búsqueda de asistencia sanitaria (Nouvilas, 2000a).
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La solicitud de ayuda médica puede deberse a múltiples factores. Por una parte, se puede entender como una estrategia de afrontamiento destinado a resolver el problema; por otra, esta solicitud puede encubrir dificultades de dependencia, autoimagen, etc. (Wills y DePaulo, 1991). El sistema atribucional, el intento de control de nuestro entorno y de nosotros mismos, las expectativas que tengamos sobre el tratamiento y el desarrollo de la enfermedad influyen igualmente en el proceso terapéutico (H. Leventhal, Diefenbach y Leventhal, 1992; Leventhal y Colman, 1997; Nouvilas y Huici, 1990). Del mismo modo, los pacientes están más dispuestos a seguir las instrucciones del tratamiento cuando tienen una relación amistosa con su médico, cuando colaboran en la planificación del tratamiento y cuando las opciones son planteadas de manera atractiva (p. ej., mayor porcentaje de éxito de la operación quirúrgica, S. E. Taylor et al., 1993; S. C. Thompson et al., 1993). Las habilidades comunicativas del médico tienen mucho que ver con la satisfacción y el seguimiento adecuado del tratamiento (Goleman, 1991; Rall, Peskoff y Byrne, 1994). Al compás de los cambios de enfoque sobre la salud, desde los años setenta se ha hecho especial hincapié en los procesos de influencia social, en los que el médico se caracteriza por su rol de experto y su situación de poder (DiMatteo, 1979). La comunicación es el principal proceso que interviene en la funcionalidad de la relación y de la que, en parte, dependen los resultados de la misma (medida a través del cumplimiento terapéutico y la satisfacción de ambos) (p. ej., Ford, Followfield y Lewis, 1996; Roter y Hall, 1992). Si los estilos de vida determinan la salud de las personas, ¿qué estilos son más saludables?, ¿cómo se podrían promover? Los psicólogos analizan las influencias sociales que motivan los comportamientos de la persona relativos a su salud y a su enfermedad (p. ej., tabaco, grupo de iguales y adolescencia, Patterson et al., 2004). Ciertos trastornos como la obesidad se podrían prevenir modificando los hábitos alimenticios y de ejercicio de los individuos (Ayers, 2004; Rodin, 1992). Una de las estrategias más efectivas para mantenerse sano consiste en un patrón equilibrado de dieta, sueño y ejercicio físico. Con ello se consigue estar en forma, reducir la ansiedad y mejorar el bienestar (J. D. Brown, 1991; Lox y Rudolph, 1994; Miró, Iáñez y Cano, 2002). Otra
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estrategia para afrontar el estrés y mantener la buena salud consiste en aprender a generar afectividad positiva. El desarrollo de la autoestima sigue siendo la «reina» de diversas terapias (Jacob y Potreck-Rose, 2004). La capacidad para regular las emociones es un componente implicado (Mayer y Salovey, 1995). La tercera estrategia que propone Baron y Byrne (2005) es la búsqueda de apoyo y bienestar en amigos y familiares. Incluso entre los monos, el estrés conlleva un aumento de la conducta afiliativa, y la afiliación, a su vez, potencia el sistema inmunológico (S. Cohen et al., 1992). Al parecer, «la confesión» es buena no sólo para el alma sino también para el cuerpo (L. F. Clark, 1993; Greenberg y Stone, 1992; Larson y Chastain, 1990). Las tres estrategias comparten la idea de que el sentido de competencia de la persona para hacer frente a su vida puede ser un poderoso promotor de la salud y la felicidad. Este principio es evidente incluso en entornos extremos como la cárcel. Los prisioneros que pueden controlar su ambiente, p. ej., mover sillas, controlar los aparatos de la televisión, apagar y encender luces, padecen menos problemas de salud y cometen menos actos de vandalismo (Ruback, Carr y Hopper, 1986; Wener, Frazier y Farbstein, 1987). Los trabajadores a los que se les da libertad para realizar sus tareas y participar en la toma de decisiones experimentan una mejoría de su estado de ánimo (Miller-Loessi y Monge, 1986). Los residentes institucionalizados a los que se les permite elegir en asuntos como desayunar, cuándo ir al cine, la hora de despertarse, etc., pueden vivir más y, ciertamente, ser más felices (Timko y Moos, 1989). Un resultado recurrente en la investigación de Bandura (1993) demuestra que el nivel de autoeficacia a la hora de enfrentarse con factores estresantes afecta a las reacciones del organismo que son esenciales para mantener la buena salud. Identificar las propias opciones y elegir entre ellas es un paso necesario para solucionar el estrés (Paterson y Neufeld, 1995). Saber planificar el comportamiento y controlar su acción y su mantenimiento son características de la conducta eficaz, por ejemplo, en el desarrollo continuado del ejercicio físico (Sniehota, Scholz y Schwarzer, 2005). Langston (1994) concluye que uno puede aumentar el afecto positivo en dichas situaciones expresando las propias emociones y haciendo lo posible para mantener el control sobre los acontecimientos.
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Aplicaciones recientes de estos principios tienen que ver con el concepto de «resaliencia» y el proceso protector de otros recursos psicológicos (Friborg et al., 2003). Los escenarios donde se ponen a prueba los recursos del individuo no dejan de ser sociales (Gagne y Deci, 2005; Gallo, Ghaed y Bracken, 2004).
2.2.2. La incidencia de variables sociales en la salud Las investigaciones anteriores integran la importancia de las características personales, demográficas y de personalidad, así como los procesos intrapsíquicos como actitudes, creencias, atribuciones y representaciones cognitivas, en general. Pero no completaríamos la descripción de la psicología social desde la salud si no introdujéramos el enfoque social de nuestra disciplina. Psicología y sociología son dos perspectivas complementarias e interdependientes (Worchel, 2004). Por ejemplo, los estilos de vida no sólo constituyen opciones individuales, ya que su desarrollo tiene lugar en un contexto determinado. La familia y los grupos de referencia determinan nuestro aprendizaje sobre las creencias de salud, las conductas de salud aceptables y los hábitos de salud (nutrición, higiene, ejercicio) (Echauri y Pérez, 2001). Huici (1985) describe la influencia de los grupos sociales en la salud en los siguientes campos: — Las teorías, definiciones o interpretaciones de la enfermedad. Hemos visto como la familia socializa la interpretación de los síntomas del enfermo, aporta consejo y prescribe determinados tratamientos, apoyando o no conductas específicas como la automedicación, la búsqueda de ayuda profesional y el cumplimiento y seguimiento de la terapia. — La expresión de los síntomas, como, p. ej., las manifestaciones de dolor. — Las conductas orientadas a la salud y los hábitos saludables. — Las relaciones entre profesional de la salud y enfermo, en las que se cumplen las demandas de rol de cada uno de los participantes. En la práctica sanitaria se observa la interacción entre el estatus socioeconómico, la estructura de grupo y la orientación médica del profesional.
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Los grupos de referencia comparten una cultura sobre la salud que «tamiza» nuestras respuestas ante el bienestar, la enfermedad y sus respectivos cuidados. De hecho, la diversidad cultural es uno de los retos a los que nos enfrentamos diariamente en el mantenimiento y desarrollo de nuestros servicios de salud. James y Prilleltensky (2002) se preguntan si en el terreno de la salud mental es posible una práctica integral e integradora. Los propios servicios sanitarios (promotores, preventivos, curativos y rehabilitadores) se integran en organizaciones que se ajustan a determinados procesos sociales (Barriga et al., 1990). La antropología nos ofrece numerosos ejemplos de esta simbiosis. Baron y Byrne (2005) contextualizan la interacción entre el self, la asistencia sanitaria y la cultura dentro del entorno hospitalario. En Estados Unidos y otras sociedades occidentales, el concepto de self es individualista e independiente, lo que genera diferentes formas de expresar los sentimientos y de comunicarse con otras personas. Lógicamente, estas diferencias se reflejan en la relación médico-paciente y la interacción del sujeto con su sistema sanitario (Nilchaikovit, Hill y Holland, 1993). La creencia norteamericana de que la vida debe ser feliz y controlable, conlleva la definición de la enfermedad y la muerte como fracasos a combatir. Por el contrario, es muy común entre asiáticos creer que la vida está llena de sufrimientos y que se encuentra fuera de nuestro control; la enfermedad y la muerte son el resultado normal de la mala suerte o de las acciones pasadas y han de ser aceptadas (Baron y Byrne, 2005). Del mismo modo, ciertas respuestas fatalistas son culturalmente adaptativas en situaciones de precariedad económica. Aunque el término resulte trasnochado, una de las primeras fuentes culturales de influencia social se encuentra en las diferentes «clases sociales» y la desigualdad económica (Gallo et al., 2005). Schnittker y McLeod (2005) se refieren a este campo de estudio como «la psicología social de las disparidades de la salud». De hecho, el hambre sigue siendo una causa importante de mortalidad. El nivel de desarrollo económico de una sociedad tiene una incidencia fundamental en la salud de los individuos al condicionar su nivel de vida (García, Sáez y Escarbajal, 2000). Baste considerar las expectativas vitales de los habitantes de los países desarrollados. Dentro de nuestro
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entorno, las comunidades autónomas cuya población disfruta de un alto nivel de vida y su distribución es equitativa presentan niveles inferiores de mortalidad, y viceversa. Las diferencias de acceso a los recursos económicos se reflejan en diferentes estrategias de salud en los grupos sociales (Durán, 1983, p. 138): — Distinto conocimiento y actitudes en relación con la salud y su cuidado. — Distinto riesgo de enfermar y distinto grado de riesgo de contraer enfermedades específicas. — Distinto acceso a los servicios médicos y eficacia en su utilización. — Distinto tratamiento en caso de enfermar y posibilidades de curación. — Distintas posibilidades de rehabilitación y reinserción social. — Distintas posibilidades de morir antes de alcanzar la edad promedio. Para estos casos desprotegidos el sistema sanitario es una institución especialmente estresante. Pero el hecho más grave estriba en que las instituciones sanitarias (cuyo fin teórico es la promoción de la salud) perpetúan y amplifican estas diferencias. No es el mismo grado de asistencia, satisfacción y comunicación el que alcanza una persona con posibilidades de elección que aquel que se ve abocado a afrontar su salud y enfermedad sin recursos económicos, sociales y educativos. Como señala Rodríguez Marín (2001), el hospital es un estresor cultural, social, psicológico y físico. Introduce a la persona que llega enferma en un contexto con nuevas normas y valores, altamente burocratizado desde las rutinas para el ingreso hasta los requisitos para darse de alta. El enfermo se encuentra en una situación de dependencia y despersonalización. La despersonalización se puede observar tanto en el trato como en el abandono de las señas de identidad (Nouvilas, 2000a). La relación que establece el sujeto con el sistema sanitario en general y con elementos específicos (p. ej., profesionales, tratamiento, estancia, tiempo de espera para ser atendido, duración de la consulta, etc.) se refleja en su evaluación. La satisfacción puede definirse como una respuesta afectiva del paciente hacia el cuidado o la asistencia sanitaria en general (Hulin, 1977).
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Según Winefield (1992), esta satisfacción se suele asociar a valoraciones positivas de la comunicación con el profesional sanitario en relación con sus habilidades interpersonales, la información y el respeto o afecto en el trato. B. M. Thompson, Hearn y Collins (1992) destacan tres habilidades fundamentales del médico: socioemocional (habilidades para alentar, estimular), centradas en la tarea (dar explicaciones, información) y la centrada en la interacción. A su vez, el comportamiento del paciente incide en la satisfacción del profesional sanitario. Nouvilas (2000b) distingue dos dimensiones: la obediencia/resistencia, en relación con el profesional sanitario, y el sometimiento/rebeldía respecto a las normas del centro sanitario. Otros factores relacionales que dicen poco sobre la democracia sanitaria se encuentran en la propia relación entre compañeros. Nouvilas (1995) encuentra que una de las fuentes de estrés laboral de las enfermeras es su situación de inferioridad de estatus con respecto a los médicos, conflictos de coordinación y colaboración entre equipos. Además de las desigualdades que encontramos en distintos contextos sociales, podemos afirmar que, actualmente, es el propio entorno el que condiciona y amenaza nuestra salud. Por ejemplo, los factores de riesgo y las desigualdades sociales que se observan en nuestras metrópolis amenazan nuestra salud mental (Oliver, 2003). El hombre modifica constantemente este entorno, al que en ocasiones nos cuesta denominar «natural». Los avances tecnológicos han generado nuevos peligros, p. ej., riesgo de contraer cáncer por vivir o trabajar cerca de cables de alta tensión (Gormán, 1992), por usar teléfonos móviles (Angier, 1993). Aunque muchos de estos potenciales peligros no han sido probados, otros como la contaminación son más que evidentes (Broad, 1995). La degradación ambiental es causa de estrés y malestar. Por ejemplo, un ambiente excesivamente húmedo, caluroso o contaminado, con malos olores y con iones positivos en la atmósfera provoca una afectividad negativa. Los sentimientos negativos, a su vez, provocan reacciones interpersonales adversas, una conducta menos prosocial y un índice de agresiones más alto (Anderson, Deuser y DeNeve, 1995; Baron, 1994; Bell y Fusco, 1990; Hilts, 1993; Reifman, Larrick y Fein, 1991; Simpson y Perry, 1990; Vrij, Van der Steen y Koppelaar, 1994).
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Pese a que los movimientos ecologistas y las voces de denuncia presentan antecedentes importantes en los años sesenta, la sensibilización social sobre la importancia del medio ambiente es posterior (Doménech y Pujal, coords., 2002). La preocupación de la comunidad internacional por la relación entre calidad del aire y el bienestar de la humanidad se hizo patente en la conferencia sobre Medio Ambiente que tuvo lugar en Río de Janeiro en 1992. El problema desde entonces se sigue agravando. Por ejemplo, en Estados Unidos de 50 000 a 60 000 muertes se producen por la pésima calidad del aire que se respira (Hilts, 1993). Las víctimas son, en primer lugar, niños que sufren enfermedades respiratorias, asmáticos y ancianos. La mayoría de estas partículas procede de grandes polígonos industriales y, en menor proporción, de vehículos que consumen gasoil. En países que tienen leyes ambientales menos restrictivas, estos problemas son aún más graves. La contaminación es peligrosa, pero la gente que se halla expuesta a ella regularmente aprende a aceptar el aire sucio como una condición normal. Frente a la contaminación atmosférica, las estrategias más frecuentes han consistido en adoptar medidas para cambiar la conducta de los individuos (por ejemplo, la prohibición de fumar en edificios públicos) y de organizaciones (por ejemplo, regular los estándares de emisiones contaminantes de los vehículos). Al respecto, Poland et al. (2006) se preguntan si el entorno social no constituye la próxima frontera en el control del tabaco. No obstante, quedaría pendiente una intervención política más comprometida y saludable, p. ej., control de las industrias contaminadoras, inversión en transporte público, etc. En la producción científica de la psicología ambiental encontramos dos etapas diferenciadas: — Desde finales de los años cincuenta hasta mediados de los años ochenta la mayoría de las investigaciones se centraba en el entorno construido, la ciudad, los entornos laborales e institucionales y su interacción con el comportamiento humano y social (Morales y Huici, eds., 2003; Requena, 2000). Estos estudios presentan su correlato epidemiológico en cuestiones como el apoyo y la integración social. Durante estas décadas se evidencia como los inmi-
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grantes, incluso cuando guardan un cierto nivel de homogeneidad cultural en sus hábitos de salud (higiene, consumo alimenticio...), tienden a adoptar los patrones de salud y enfermedad de los habitantes del país de acogida (Anson, 2004; García Martínez, Sáez y Escarbajal, 2000). — La orientación hacia la sostenibilidad constituye la redefinición de su objeto y objetivo que puede caracterizar sus desarrollos actuales. El sentimiento de pertenencia se empieza a investigar en los entornos residenciales y ambientales (Ng, Kam y Pong, 2005). Durante la década de los ochenta y de los noventa vemos que los psicólogos concentran su atención sobre el impacto negativo del comportamiento humano en el medio ambiente, así como la forma de cambiar este tipo de conducta y promover hábitos saludables tanto para nosotros mismos como para nuestro planeta. Dada su profusión, incluso la vivencia de los procesos y desastres naturales constituye un objeto de estudio (Kumagai, Edwards y Carroll, 2006). Desde esta segunda lectura, observamos la importancia de integrar lo individual y lo colectivo en nuestras intervenciones. Casi todo lo que hacemos tiene un efecto pequeño, pero acumulativo, sobre el mundo que nos rodea. Cuando una persona tiene hijos, conduce un coche, usa laca, compra un producto, recicla la basura, enciende un fuego o planta un árbol, afecta al medio ambiente. Lo que hacemos las personas puede ser lo suficientemente importante como para alterar el medio ambiente y esa alteración, a su vez, puede influir en las vidas de todos (Stern, 1992). «Un grano no hace granero, pero ayuda al compañero», más que una frase hecha, podría ser una consigna hacia la sensibilización social en un mundo cada vez más poblado. Entre los efectos de la superpoblación se encuentra la creación anual de toneladas de residuos, el calentamiento global y, consiguientemente, el adelgazamiento de la capa de ozono, la introducción accidental de nuevas enfermedades (Haub, 1991; Hollingsworth, 1995; Jolly, 1994) y la escasez de recursos naturales como el agua (Lekic, 1995). Una fórmula alternativa para reducir los peligros potenciales y controlar la tasa de natalidad consiste en aumentar las oportunidades de edu-
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cación, elevar la renta individual (Emery, 1994), proporcionar servicios de planificación familiar (FitzGerald, 1994) y usar los medios de comunicación para aumentar el conocimiento de opciones. Es obvio que la tarea de persuadir a la gente de que cambie su conducta, sus actitudes y enseñar a miles de millones de personas a relacionarse en formas mutuamente ventajosas requerirá el conocimiento y pericia de expertos en psicología social aplicada (Katzev y Wang, 1994). Entre las medidas positivas diseñadas por estos profesionales se encuentran las campañas para promover la planificación familiar, el reciclaje, el control de los gases cuyos efectos perjudican la atmósfera y la protección de hábitats aislados. Para ello es también necesario desarrollar nuevas competencias sociales en el ciudadano, un ciudadano que se debate entre el escepticismo y el desencanto ante las medidas gubernamentales (Laporta, 2000). Lógicamente, los procesos de planificación social requieren su participación (Gil, León y Jarana, 1995). Por ejemplo, el reciclaje es una estrategia prometedora (De Young et al., 1995). Es necesario que nos preocupemos más del problema, nos comprometamos con conductas coherentes (Vining y Ebreo, 1990) e introduzcamos en la legislación recompensas como la devolución de depósitos en botellas y latas (Kahle y Beatty, 1987). Aunque los problemas demográficos, de acumulación de residuos y el calentamiento global son tremendamente serios, un tercer efecto de los seres humanos sobre el medio ambiente es evidente en nuestra salud: la aparición de nuevas enfermedades (Garrett, 1995). Algunas de ellas se producen como resultado de la mutación de agentes infecciosos que se hacen resistentes a los fármacos. Otras se derivan de nuestros estilos de vida y de la adulteración de nuestra dieta, trabajo y valores. El contexto desde una perspectiva social de la interacción no es sólo una realidad externa. Influye claramente sobre las acciones de las personas, pero también es resultado de sus comportamientos. Para reducir y eliminar los efectos nocivos que sobre la salud pueden ejercer algunos de los factores ambientales apuntados se requieren nuevas políticas públicas que fomenten la participación comunitaria, en las que la persona pueda ser un verdadero agente de cambio de su entorno (Gil-Rodríguez, León y Jarana, eds., 1995). El entorno no se define sólo por parámetros ambientales,
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demográficos o económicos; la cultura que comparten sus protagonistas explicita un modelo de desarrollo de salud y bienestar. Las aportaciones de la psicología social de la salud integran los dominios que acabamos de exponer y coinciden en los objetivos de promoción y mantenimiento de la salud, prevención y atención a la enfermedad, mejora del sistema sanitario y participación ciudadana en las políticas sanitarias (Aikins, 2004). Estas aportaciones facilitan y asumen el carácter interdisciplinar de la psicología social. Especialmente relevantes serían las contribuciones de la psicología comunitaria. La idoneidad de su lectura ecológica se encuentra presente en las definiciones clásicas de la disciplina (Bennett et al., 1966; Spielberg y Iscoe, 1970): «la psicología comunitaria se encarga del estudio de los procesos psicológicos generales que vinculan los sistemas sociales con la conducta individual en una interacción completa. La clarificación conceptual y experimental de estos vínculos proporcionará la base de los programas de acción que se dirigen hacia el mejoramiento del funcionamiento individual, grupal y del sistema social. La psicología comunitaria representa una nueva frontera en el estudio de la conducta humana que está fuertemente interesada en aclarar las complejas interrelaciones entre los individuos y su ambiente». La persona y el ambiente no se consideran como dos unidades aisladas en interacción, sino que se integran en un sistema de funcionamiento que se caracteriza por su cambio continuo (Serrano García y Álvarez, 1992). Como el estudio de la salud, la realidad comunitaria requiere una visión holística, relevante y sensible con los problemas sociales, un esfuerzo de integración entre la teoría y la práctica, y un respeto por la diversidad cultural (Morgan, 2000). No podemos prescindir de los valores sociales en esta labor integradora. La psicología comunitaria se define como una rama de la psicología científica, pero no prescinde ni de su perspectiva ideológica ni de su conciencia social (Snow, Grady y Goyette-Ewing, 2000). Comparte con la psicología social de la salud su interés por encontrar el bienestar y la calidad de vida de la comunidad en la que se inserta su labor (Buelga, 2001). Ni el asistencialismo, ni la culpabilización de la víctima, ni la relación dependiente médico-enfermo generan cambio social; requerimos inter-
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venciones supraindividuales, preventivas e interdisciplinares (Chacón, 1988; J. Fernández, Herrero y Bravo, eds., 2000). La autoeficacia de la persona que analizábamos anteriormente también se puede traducir al establecimiento de comunidades competentes. La salud de una comunidad nos obliga a buscar y fortalecer sus recursos potenciales. Una comunidad competente se caracteriza por sus destrezas tanto en situaciones de crisis como en su cotidianidad, sabe dónde obtener recursos y presenta una fuerte motivación para la acción. La igualdad de acceso y el desarrollo de ese bien social que es la salud es uno de sus objetivos fundamentales (Zimmerman, 2000). El enfoque preventivo de la intervención comunitaria requiere actuar en las causas y en los orígenes socioambientales de las necesidades y carencias, y no en sus efectos y manifestaciones personales. Interesa más evitar la aparición de problemas que priorizar su solución. Este interés se dirige de nuevo hacia la interacción entre las personas, el entorno y su sistema social (cuadro 19). CUADRO 19
CARACTERÍSTICAS DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA Causas de los problemas
Relación de interacción entre las personas y los sistemas sociales. Interés en la estructura del apoyo social y el poder social. Niveles de análisis Desde el micronivel al macronivel. Interés por la organización y la comunidad. Métodos de investigación Metodología cualitativa, investigación-acción, estudio de casos. Métodos casi experimentales. Localización de la práctica Contexto social cotidiano. Relevancia social. Énfasis en la prevención. Prestación de servicios Modelo proactivo de búsqueda, evaluación de necesidades, preferentemente en comunidades de riesgo. Apertura Actitud positiva hacia modelos formales o informales de compartir de la psicología. Favorece la creación de grupos de autoayuda y paraprofesionales. FUENTE: Orford (1993).
En este epígrafe hemos constatado que el acercamiento de la psicología social a la salud puede realizarse desde diferentes perspectivas. Nos centraremos en «el estudio de los factores psicosociales que inciden en la interacción del sujeto (individuo, grupo) con su medio ambiente, con el fin de dotarlo de los instrumentos que le permitan desarrollar su capacidad de control y dominio de dicho medio, de cara a resolver por sí mismo
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los problemas que le aquejan, entre ellos, los problemas de salud» (Barriga, 1988, p. 80).
2.2.3. La situación de la psicología de la salud en España La definición de la psicología social y de sus aplicaciones converge en el énfasis concedido a la interacción social como su enfoque distintivo. También señalaremos posteriormente que la interdisplinariedad y la internacionalidad son las coordenadas que nos obligan a su estudio contextualizado y a la consideración de su devenir histórico. En este sentido, la psicología social de la salud en España presenta una evolución conceptual interesante y acorde con las características que acabamos de exponer. La edición de la revista Análisis y Modificación de Conducta, dirigida por el profesor Pelechano en 1975, supuso un trabajo pionero sobre la aplicación de la psicología al tema de la salud en nuestro país. La definición de la materia fue, en un primer momento, restringida al campo de la medicina comportamental. Se entendía como el uso de las técnicas experimentales del comportamiento al estudio de las enfermedades y disfunciones fisiológicas. La investigación era de carácter neoconductista y estaba dirigida al análisis funcional de la conducta asociada con los problemas de salud (Reig, 1981; Saldaña, 1984). Desde una perspectiva institucional, el trabajo de los psicólogos en el sistema sanitario se encontraba ligado a los hospitales psiquiátricos, servicios de psiquiatría de hospitales generales y/o centros de salud mental, y su tratamiento se orientaba fundamentalmente hacia la enfermedad mental (Camarero y Ferrezuelo, 1988; Rodríguez Marín, 1991a). La evolución a un campo más amplio e interdisciplinar se produjo gracias a la contribución de diferentes voces críticas. Por ejemplo, Bayés (1979), en su obra Psicología y Medicina: interacción, cooperación y conflicto, suscitó el debate entre las relaciones definitorias de ambas disciplinas. El enfoque clínico-terapéutico continuaba entre los objetivos prioritarios de los psicólogos: «conseguir mejorar el cumplimiento de las prescripciones médicas, aliviar el dolor por medios no farmacológicos, obtener control psicológico de variables fisiológicas críticas» (Bayés, 1979, p. 70). A esta «utilidad» subsidiaria de la labor sanitaria se le empezaron a añadir los objetos de estudio propios del análisis psicosocial como, por ejemplo, el
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acento en la salud en lugar de la enfermedad, la desmedicalización de muchos de los problemas sanitarios, el abuso de la automedicación, etc. En 1984, el Colegio Oficial de Psicólogos celebró su primer congreso en Madrid y en este evento ya estaba presente el área temática Psicología y salud: psicología clínica. Esta denominación reflejaba claramente los inicios de nuestra definición conceptual. La psicología clínica se ocupa de la conducta humana y de los fenómenos psicológicos y relacionales de la vertiente salud-enfermedad. La salud se entiende en su acepción integral (prevención, evaluación, tratamiento y rehabilitación biopsicosocial), pero se sigue haciendo hincapié en la observación clínica. La Ley General de Sanidad (LGS) (1986) y su espíritu de reforma se orientaron hacia la salud comunitaria, la prevención de la enfermedad y la reinserción social del paciente. La LGS se basa en cinco principios acordes con las directrices de la OMS: la salud para todos, la salud como concepto integral, la participación comunitaria, la educación sanitaria y los derechos de los usuarios. Estas premisas generaron nuevos retos a nuestra conceptualización. Interesaba especialmente trascender nuestros parámetros individualistas, clínicos y terapéuticos, configurados en torno a la salud mental (Reig, 1981; Saldaña, 1984). Como señala Buelga (2001), los cambios políticos e institucionales de estas décadas, bien fueran en el ámbito de la salud mental comunitaria, en el contexto de los servicios sociales o en los gabinetes psicopedagógicos, generaron nuevas demandas en la intervención psicosocial. Estas demandas se tradujeron en nuevos retos de formación en psicología comunitaria. La formación clínica no era suficiente para encarar los nuevos métodos de organización, planificación y actuación (p. ej., educación para la salud, equipo interdisciplinar, formación de paraprofesionales) (Sánchez Vidal, 1991b). La Universidad se hizo eco de estas nuevas necesidades formativas e investigadoras. La línea de investigación abierta por Bayés y su equipo de investigación de la Universidad Autónoma de Barcelona fue continuada por otros profesionales integrados dentro de la psicología social. Estos equipos ampliaron nuestra agenda temática, generaron nuevos programas de especialización y tuvieron un importante papel en la reorientación de la psicología clínica tradicional. Sin ánimo de ser exhaustivos, y a modo de
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ejemplo, podríamos citar las siguientes líneas (León y Barriga, eds., 1998): — Jesús Rodríguez Marín, en el Departamento de Psicología de la Salud de la Universidad de Alicante, investiga sobre los problemas psicológicos y sociales de la hospitalización (Rodríguez Marín, 1986; Rodríguez Marín, López y Pastor, 1992) y estrategias de afrontamiento de la enfermedad (Rodríguez Marín, Pastor y López, 1988; Rodríguez Marín, Pastor y López, 1993). La revista de Psicología de la Salud es una de las más prestigiosas de nuestro país en este tema. — Silverio Barriga, en el Departamento de Psicología Social de la Universidad de Sevilla y cuya denominación (Psicología social de la salud) nos orienta respecto al objetivo de sus trabajos: utilizar la estructura teórica de esta subdisciplina de la psicología para el análisis y resolución de los problemas de la salud (Barriga y León, 1990, 1991). Su equipo estimula y coordina programas comunitarios entre los ámbitos académicos, institucionales y asociativos (p. ej., programa de Educación para la Salud en el sida) (Musitu, 1998). — Darío Páez y sus colaboradores en la Universidad del País Vasco se han centrado en el análisis de las emociones y del papel de las representaciones sociales en el ámbito de la salud (Echebarría y Páez, 1989a, 1989b). — José María Peiró Silla, en la Universidad de Valencia. Sus principales aportaciones versan sobre las condiciones laborales y organizacionales de los profesionales de la salud (J. M. Peiró, 1989, 1991, 1992). Durante los últimos quince años, el desarrollo psicosocial se consolida. En 1987 se crean diversos departamentos universitarios de psicología de la salud, y el II Congreso de Evaluación Psicológica introduce un área sobre Evaluación en Psicología de la Salud. En 1988 se constituye la primera asociación de Psicología de la Salud (la Sociedad Valenciana de Psicología de la Salud). En 1989 se publica la Revista de Psicología de la Salud (editada por el Departamento de Psicología de la Salud de la Universidad de Alicante). En 1990, en el II Congreso Nacional del Colegio Oficial de Psicólogos y en el III Congreso Nacional de Psicología Social, la salud es
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un área claramente diferenciada (Rodríguez Marín, 1991a). De manera simultánea al crecimiento académico y a medida que la aplicación de la LGS se empezó a transferir a las comunidades autónomas, aumentó la integración de psicólogos en el sistema sanitario con una función que no se limitaba a la asistencia de problemas psiquiátricos (Fernández Ballesteros y Carrobles, 1988). El proyecto de Psicólogos Internos Residentes (PIR) nació de la necesidad de regular la incorporación de los profesionales de la psicología al campo sanitario, de manera acorde con las reformas del sistema de salud pública. Los principios de promoción de la salud o la atención primaria implicaron en los años ochenta la reorganización de las funciones del sistema y la ampliación de sus objetivos con el correspondiente respaldo de nuestra labor psicosocial (León y Barriga, eds., 1998). Los programas y actividades de los centros de salud mental se integrarán progresivamente en la atención primaria (Hombrados, 1996). Sanz (2001) concluye que, durante las dos últimas décadas, la psicología de la salud se desarrolla e institucionaliza en el entorno académico, editorial e interventor. Nuestra reciente consolidación se caracteriza por el vigor, pero adolece de carencias en cuanto a su proyección internacional. No obstante, este proceso definitorio no ha estado exento de polémica. El propio sistema de evaluación de la actividad investigadora suscita el debate (Echeburúa, 2002). Uno de los principales ejes del conflicto se ha referido a su delimitación conceptual. Pelechano (1996) resume las posiciones encontradas: — Diversos autores coinciden en integrar la psicología de la salud dentro del ámbito clínico, ya que ambas disciplinas comparten objeto de estudio: la salud. No tendría sentido destinar la investigación y la intervención preventiva a la psicología de la salud. La distinción entre ambas esferas supondría ahondar en la dualidad mente-cuerpo; más aún cuando los psicólogos españoles han trabajado tradicionalmente desde una función clínica (Belloch, 1996; Blanco, 1996; Botella, 1996; Echeburúa, 1996). — Desde una perspectiva opuesta se justifica la existencia de su separación desde la superación de un enfoque restringido de lo clínico. La dificultad estriba en que asumir un planteamiento holísti-
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co de la salud y sus consecuencias aplicadas, obligaría a un replanteamiento del mundo académico y profesional (Gil Roales, y Luciano, 1996; Pelechano, 1996). Como hemos analizado en la evolución histórica de la psicología social y en su definición conceptual, el desarrollo de una nueva disciplina suele generar tensiones de diferentes tipos (profesionales, académicas, conceptuales, etc.). Nuestra postura reivindica la troncalidad de la psicología social de la salud en la psicología social. Desde este posicionamiento, la interacción social sería el eje de nuestro desarrollo. La psicología social de la salud también sería deudora de la psicología de la salud, pero se distanciaría por la importancia concedida a las cuestiones relacionales y preventivas. Este ejercicio de trascendencia se refleja en nuestro país en las investigaciones realizadas sobre tópicos de los que habitualmente se ocupa la psicología social, como la atribución (Nouvilas y Huici, 1990), las representaciones sociales (García Ramírez, Martínez y Barriga, 1990; Páez, ed., 1987), la facilitación social (Gómez Delgado y León, 1990), las habilidades sociales (Gil, León y Jarana, 1995; León, Jarana y Blanco, 1991), las variables ambientales, la clase social, las variables propiamente organizacionales y ocupacionales (León, Gómez y Durán, 1991), los factores grupales (Huici, 1985). Nuestro ejercicio profesional constituye en sí mismo una empresa colectiva «en estrecha colaboración con otros profesionales, entre los que cabe resaltar, profesionales de la salud (médicos, enfermeros, asistentes sociales), profesionales de la educación (maestros, pedagogos) u otros profesionales (sociólogos, economistas, periodistas, juristas) o personas estrechamente relacionadas con el sujeto (padres, cónyuges, compañeros)» (Godoy, 1999, p. 61) (cuadro 20). Como plantean León y Barriga (1998, p. 330), gracias a estas aportaciones se está configurando una perspectiva psicosocial y comunitaria de la salud caracterizada por — «Reconocer el carácter de la psicología como un servicio público. — Enfatizar que el punto de inicio de cualquier intervención psicológica es el análisis de las necesidades que en materia de salud tienen los sujetos o elementos que forman parte de un contexto
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Aproximación conceptual CUADRO 20
FUNCIONES DEL PSICÓLOGO DE LA SALUD Tareas
Ejemplos de actividades investigadoras
Investigación básica
Estudio de la influencia de los factores afectivo emocionales en órganos y sistemas corporales Investigación de las vías por las que el estrés actúa sobre la inmunidad Desarrollo de un programa para la evaluación conductual de la miopía Desarrollo de un programa para la prevención de la esquizofrenia
Investigación aplicada
Tareas
Ejemplos de actividades aplicadas
Evaluación
Evaluación de disfunciones fisiológicas Evaluación de programas Promoción de la salud Programas informativos Mejora de salubridad ambiental Prevención de la enfermedad Programas de prevención de la miopía Programas de prevención del estrés Tratamiento y rehabilitación Programas de ejercicio físico para obesos Programas de rehabilitación en lesionados medulares Consejo y asesoramiento Diseño de programas de promoción de la salud Asesoramiento y supervisión de profesionales Análisis y mejora del sistema Preparación para las intervenciones quirúrgicas y la atención sanitaria Mejora de la adherencia a los tratamientos Formación Programas de formación para médicos Programas de entrenamiento para paraprofesionales Gestión Gestión hospitalaria y gestión de recursos FUENTE: Godoy (1999), p. 60.
socio-cultural determinado, de tal forma que los valores de salud lo son en cuanto permiten el desarrollo de los miembros de una comunidad determinada. — Partir de unas premisas salutíferas y no patógenas, al hacer hincapié en el logro de una mayor calidad de vida. — Considerar al sujeto como actor de las intervenciones psicológicas, y no un mero objeto de las mismas. — Por último, se presenta como un enfoque centrado en el análisis de procesos de interacción, y no de un objeto social concreto». En estos principios encontramos la intersección entre la psicología social de la salud y la orientación comunitaria. La psicología comunitaria ya se había hecho eco de estos objetivos antes de que los psicólogos de la salud los reivindicaran como propios (Costa y López, 1986). Ambos coin-
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ciden en la importancia de entender la salud no como un estado final, sino como un proceso o un recurso positivo para potenciar la autorrealización de individuos, grupos y comunidades (Salleras, 1985). La interdisciplinariedad y el respeto al entorno de referencia constituyen sus consignas definitorias.
2.3. Características definitorias de la psicología social La especificidad temática (p. ej., interacción) y los propios orígenes de la psicología social nos remiten obligatoriamente a la interdisciplinariedad y a la importancia del contexto sociohistórico en la configuración de la misma. Duchac (1968) nos advierte de que una lectura excesivamente relativista no nos aporta claves para definir el área de conocimiento. Pero, como el autor indica: «la interdisciplinariedad llevada a su extremo conduce a la ambigüedad que comparten otras ciencias sociales. Cabe preguntarse si tiene sentido este reproche a una disciplina cuya vocación estriba en ser ambigua» (Duchac, 1968, pp. 79-80).
2.3.1. La interdisciplinariedad La interdisciplinariedad de la psicología social no se reduce exclusivamente a las diferencias existentes entre sus propios enfoques psicosociales (recuérdese el debate entre psicología social psicológica y sociológica) (Stephan, Stephan y Pettigrew, eds., 1991), sino que incluye especialistas de otros campos (Parker, 1989). Acabamos de analizar el imperativo de dicha colaboración en temas de trascendencia social como la salud. Históricamente, la psicología social se ha constituido gracias a las aportaciones de ciencias tales como la filosofía social, la antropología cultural, la psicología, la sociología y otras disciplinas. Balaguer et al. (1990) nos invitan al análisis de estas intersecciones y divergencias: Psicología social y filosofía social: Aunque presentan el mismo calificativo de social, sin embargo, la psicología social y la filosofía social se distinguen por su método de conocimiento. Así, mientras que la psicología social es una ciencia empírica, la filosofía social es una ciencia especulativa. La filosofía social desarrolla especulaciones filosóficas sobre el destino del hombre y sobre la formación de una sociedad ideal. La psicología
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social se interesa por los individuos concretos de una sociedad real. No cabe duda de que ambas perspectivas son necesarias y complementarias. La evolución del concepto de salud refleja la importancia de su reflexión teórica y de su carga utópica. A esto deberíamos añadir la importancia de las consideraciones éticas (p. ej., eugenesia, aborto, manipulación genética, etc.). Psicología social y antropología cultural: Los contactos de la psicología social con la antropología cultural han sido fructíferos en ambas direcciones. Por ejemplo, Wundt con su Psicología de los pueblos continuó el trabajo desarrollado por antropólogos como Herbat, y, a su vez, antropólogos como Pitt-Rivers aplicaron tests psicológicos en sus investigaciones realizadas en el estrecho de Torres. Temas como la conducta animal y humana, las comparaciones entre etnias, culturas, sexos, edades, clases sociales, épocas históricas constituyen objetos comunes de estudio (Jiménez Burillo, 1987). Recuérdense los ejemplos comparativos entre la cultura norteamericana y asiática y las diferencias que genera en la interpretación y rehabilitación de la enfermedad. Moscovici, al referirse a los límites que existen entre la psicología social y la antropología, señala: «tampoco hay frontera precisa entre la psicología social y la antropología. Ambas comparten en gran medida un mismo interés por las interacciones y los grupos humanos; lo único que las diferencia es la manera en que cada una de ellas acomete el estudio de estos fenómenos» (Moscovici, 1985c, p. 20). La antropología cultural se ha interesado tradicionalmente por estudiar los pueblos primitivos, sus organizaciones sociales, sus valores, creencias, etc. Así, los datos aportados por ella ayudan al psicólogo social a evitar el etnocentrismo y a valorar consecuentemente la conducta social de las personas procedentes de distintas culturas. La antropología se ha convertido en un «antídoto intelectual» de las excesivas generalizaciones culturales que los psicólogos sociales cometen en sus trabajos. Este relativismo cultural, que tanto debe a la obra de antropólogos como Benedict, Kardiner, Malinoswki y Linton, ha estado en la base de la preocupación psicosocial de la investigación intercultural, cada vez más útil y fecunda (Triandis y Brislin, eds., 1980). A pesar de lo enriquecedor de las comparaciones culturales (Triandis
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y Brislin, eds., 1980), los problemas metodológicos a los que se enfrenta esta comparación son también considerables (Faucheux, 1976; Frijda y Jahoda, 1966; Triandis, 1976): — Elección de categorías descriptivas comparables, equivalencia funcional de los fenómenos estudiados (la misma utilidad de las conductas estudiadas) y de los métodos de estudio. — Representatividad y comparabilidad de las muestras en las distintas poblaciones. — Dificultades en la interpretación derivadas del lenguaje, ideología del investigador, etc. Psicología social y sociología. Hemos analizado como la psicología social ha sido desde sus raíces una pieza constitutiva de la propia sociología; tanto es así que es difícil encontrar en la tradición del pensamiento sociológico autores que no se ocupen, de un modo u otro, de temas como la comunicación, la socialización o la relación entre iguales. Psicólogos sociales y sociólogos participan en el interés y la investigación del comportamiento grupal y su influencia en las personas (D. G. Myers, 2005). No es, pues, sorprendente que algunos sociólogos incorporen la psicología social como una especialidad central de la sociología. No obstante, la sociología difiere de la psicología social en la visión y estudio de su objeto formal (ya que divergen en el enfoque de sus investigaciones pese a los puntos de contacto en su objeto material: la sociedad, las instituciones sociales y las relaciones sociales). Además, la sociología suele ajustar su unidad de análisis al grupo, mientras que la psicología social tradicionalmente se ha referido al individuo. Por ejemplo, al estudiar las relaciones cercanas, un sociólogo analizaría las tendencias de los índices de matrimonio y divorcio, mientras que un psicólogo examinaría la forma en que ciertos individuos se atraen o repelen. El sociólogo investigaría cómo las actitudes raciales de la clase media difieren de las que expresan las personas de bajos recursos. Estos factores, como, p. ej., la clase social, son más difíciles de manipular y, por tanto, menos susceptibles de los métodos de investigación tradicionales de la psicología como, por ejemplo, el laboratorio. La evolución histórica también nos proporciona pistas sobre las tendencias diferenciales. A pesar de sus raíces comunes, la psicología social tiende a obviar determinados temas de estudio como el de las masas (tan
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en boga en los trabajos de Le Bon y, varias décadas después, en las investigaciones de Cantril y en la medición de la opinión pública), para transformarse en un sector de análisis primordial de la sociología. La consecuencia de este cambio de sensibilidad es que la psicología social se reorienta hacia el estudio de los grupos pequeños. De ello se desprende que la disposición de la psicología social ha evolucionado de un examen macroscópico de la realidad psicosocial a otro microscópico de esa misma realidad. Este proceso lo describe certeramente Festinger: «en general, la preocupación de la psicología social dejó de ser las masas para centrarse en el individuo en sociedad: en la dinámica de grupo, la preocupación dejó igualmente de ser los grandes conglomerados de individuos para centrarse en los procesos de interacciones e interdependencias de miembros de grupos pequeños» (Festinger, 1954, pp. 11-12). Podemos concluir, como en el caso de la intersección con la antropología, que, a pesar de sus puntos de afinidad y divergencia, la psicología social necesita de la sociología, sus datos, descripciones y sus teorías como marcos para desarrollar sus investigaciones y dotarlas de un sentido contextual. Esta necesidad resulta especialmente cierta en el estudio de los problemas sociales; Merton y Nisbet (1976) comentaban que la teoría sociológica buscaba el desarrollo de conjuntos de ideas diseñadas para ayudar a comprender los tipos, los fundamentos, la persistencia y las consecuencias de los principales problemas de la sociedad. No podemos olvidar que precisamente la ignorancia del contexto y de la relevancia social fue uno de los motivos principales de crisis de la psicología social durante los años setenta. En relación con el tema de la salud, dedicamos varias páginas a estos enfoques, en el análisis de las desigualdades sociales y la estratificación social en la salud. J. A. Rodríguez y De Miguel (1990) englobarían estos trabajos con la denominación de «salud y poder». Psicología social y psicología. La delimitación entre la psicología y la psicología social ha sido una labor relegada en el tiempo, por el hecho histórico de que en sus orígenes fueron los psicólogos, en gran medida, los iniciadores de esta disciplina. Estas bases psicológicas imprimieron en el pasado, un carácter marcadamente individualista a la psicología social. Efectivamente, para muchos autores, la psicología social constituye un capítulo de la psicología general: aquella que se ocupa de las respuestas de los sujetos ante estímulos sociales o en su relación con el medio ambiente.
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Esta posición reduccionista ya venía prefigurada por el instintivismo de McDougall o la famosa definición de Allport analizada anteriormente. Desde esta perspectiva, la psicología social es, ante todo, psicología y, por tanto, integrará variables conductuales y cognitivas de carácter individual. Ambas disciplinas estudian temas compartidos como la percepción, la motivación, etc., aunque también varíe la óptica de análisis. La mayoría de los psicólogos sociales aspiran a mejorar su comprensión sobre cómo y por qué los individuos piensan, sienten y se comportan y cómo lo hacen en situaciones que implican a otras personas. La psicología social de carácter psicológico se fundamenta en la admiración que la psicología siente por la razón y el conocimiento humano (racionalismo ilustrado) (Seoane, 1996). La psicología social y la psicología de la personalidad se encuentran íntimamente relacionadas. Así, la Asociación de Psicología Americana incluye los dos subcampos en las mismas revistas especializadas (p. ej., Journal of Personality and Social Psychology y el Personality and Social Psychology Bulletin). La diferencia estriba en el carácter social de la psicología social. Los psicólogos de la personalidad profundizan en el funcionamiento interno privado y en las diferencias entre los individuos (p. ej., patrón de conducta tipo A). Los psicólogos sociales se concentran en nuestra naturaleza común, es decir, en la manera en que las personas se perciben y se influyen (p. ej., estrés laboral). Frente a estos nexos comunes, Baron y Byrne (2005) defienden que la psicología social sociológica aporta a la psicología la lectura de los factores que influyen en el bienestar del individuo: cooperación, prejuicio, conflicto, violencia, actitudes, etc. La sensibilidad hacia los problemas sociales, la reforma social y el progreso suele ser más definitoria de la psicología social sociológica que de la psicología social psicológica. Es la diferencia de matiz que sobre el bienestar encontramos entre una orientación que se decante por el desarrollo comunitario y aquella que lo haga por la felicidad individual. Ambas lecturas deberían complementarse. Aunque podemos caer en el simplismo de una división radical, coincidimos con A. R. Buss (1978, p. 59) en el hecho de que la psicología social que se hace desde la psicología y desde la sociología difiere en supuestos como éste: «la persona construye la realidad por un lado, y la
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realidad construye a la persona por otro». Los miembros de los dos grupos, por lo general, presentan diferentes currículos, estudian, enseñan, trabajan, leen y escriben en diferentes manuales y revistas e, incluso, parecen adherirse a diferentes visiones de la ciencia. Dado que esta especialización se ha consolidado desde una trayectoria histórica, cada subdisciplina cuenta con sus propios maestros: Lewin, Festinger, Schachter, Asch, Campbell y Allport, por ejemplo, para la psicología social desde la psicología, y Mead, Goffman, French, Homans y Bales, para la psicología social desde la sociología (D. W. Wilson y Schafer, 1978). Ovejero (1998) describe como, lamentablemente, durante la década de los noventa la relación entre los sociólogos y psicólogos que se dedicaban a la psicología social continuaba siendo escasa y los temas que se trabajaban no se solapaban (Páez et al., 1992). La evaluación de esta incomunicación resulta negativa, aunque la especialización puede valorarse desde diferentes perspectivas. Por ejemplo, Stephan, Stephan y Pettigrew (1991) se refieren a la separación en términos de «bandos hostiles» (estereotipos negativos, incomunicación, etnocentrismo disciplinar, etc.) y Stryker (1991) valora positivamente las diferencias como signo de la diversidad de enfoques dentro de la propia disciplina. Psicología social y otras ciencias. Ciencias como la medicina, la historia, la economía, las ciencias políticas, las ciencias físicas, la biología, etc., son de gran ayuda en la investigación y la intervención del psicólogo social. La historia, la política o la economía aportan argumentos clave sobre los conflictos sociales. Incluso la psicología social ha sido deudora del instrumental físico en sus laboratorios (galvanómetros, computadores, cronómetros, aparatos de frecuencia, etc.). En la exposición de nuestra trayectoria histórica aportamos numerosos ejemplos de cómo la medicina, el psicoanálisis y la biología han enriquecido nuestra perspectiva de la salud como objeto de estudio e intervención. Hemos defendido la complementariedad de las diferentes explicaciones de científicas. En determinados temas como las diferencias biológicas y sociales del sistema sexo-género esta premisa es imperativa (Nachreiner, 2004; Worell, 2002). Estas interpretaciones no necesitan desacreditar o reemplazar las perspectivas de la literatura y de la filosofía (D. G. Myers,
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2005). Por ejemplo, una explicación biológica del incesto (castigo genético pagado por la endogamia) no reemplaza a una explicación sociológica (manera de preservar la unidad familiar). Al reconocer la reciprocidad explicativa, nos evitamos la discusión sobre si debemos analizar la naturaleza del hombre de manera científica o especulativa. Ambas perspectivas son interdependientes, valiosas y necesarias.
2.3.2. La pluralidad de escenarios Los orígenes de la psicología social son interdisciplinares e internacionales. Esta diversidad es observable en sus primeras figuras influyentes; por ejemplo, el experimentador pionero Iván Pavlov fue un fisiólogo ruso; el observador de la infancia Piaget, un biólogo suizo; y Sigmund Freud fue un médico austriaco. La riqueza contextual no sólo se comprueba en los lugares de nacimiento y residencia de sus fundadores, sino que también se extiende a la procedencia de las ideas y corrientes de pensamiento. Así, casi cincuenta años antes de los escritos de Wundt aparecieron en Rusia los primeros ensayos sobre una psicología de carácter etnográfico. Dichos estudios definían los procesos mentales como un producto cultural e histórico y atribuían una gran importancia al lenguaje dentro de la construcción de un pensamiento compartido (sobre el que se basa el concepto de nación) (Budilova, 1984). Del mismo modo, podemos comparar los principales escenarios de la psicología social durante los siglos XIX y XX. Los primeros psicólogos sociales europeos y norteamericanos participaban de un mismo interés sobre los aspectos personales e interpersonales del comportamiento social. Por ejemplo, según T. Ibáñez (1990) podemos afirmar que en sus comienzos, la ciencia psicosocial norteamericana (p. ej., la escuela de Chicago) compartía los mismos presupuestos que la filosofía alemana: holismo, historicismo y unidad de la ciencia. En cuanto a las aportaciones de cada contexto al progreso de la disciplina, también el resultado se encuentra equilibrado. Así, aunque la disciplina es independiente y científica gracias al empuje norteamericano, en gran medida fueron los intelectuales europeos (que emigraron por los conflictos políticos y bélicos) los que contribuyeron decisivamente a la investi-
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gación psicosocial (Cartwright, 1979). Este proceso migratorio tendrá una serie de consecuencias en el desarrollo de la disciplina. Entre ellas, la diversidad cultural será motivo de estudio y debate. Como expone Rijsman (1990), los trabajos de este período se pueden clasificar en dos grupos: — La intersubjetividad como base del conocimiento humano. Por ejemplo, las investigaciones de Binet. — La construcción del self y los otros. En este sentido, los trabajos de Moede sobre el egoísmo colectivo son precursores de las teorías sobre la comparación social. Como plantea Koch (1985, p. 25): «cualquiera que fuera la contribución histórica europea: la psicología comparativa posdarwiniana británica, las concepciones pavlovianas rusas, la emigración de la Gestalt, el descubrimiento de Piaget, la fenomenología y, naturalmente, la filosofía neopositivista del círculo de Viena, ésta fue con ansia recibida, digerida y transformada en algo americano, combinado de forma parcial con el conductismo indígena y totalmente individualista. La fuerza con que esto se realizó fue posible gracias a la temprana y masiva institucionalización de la disciplina». La sociología norteamericana difería de la sociología europea en cuanto a temática y enfoque, pero se caracterizó por su disposición abierta. En Europa, los sociólogos presentaban una orientación más estructural y macrosocial (p. ej., trabajos de Comte), mientras que los sociólogos norteamericanos demostraban un talante marcadamente psicosocial. Por ejemplo, G. W. Allport (1968) es un exponente del intento de fusión entre el desarrollo de la psicología social norteamericana, la influencia de las corrientes europeas y la tradición pragmática de este país. La sociología norteamericana se caracterizaba por la importancia concedida a la ley natural, al progreso, a la reforma social y al individualismo. Desde esta base utilitarista, Bramel (1975) expone una serie de factores que influyeron en el interés norteamericano por el estudio de las relaciones interpersonales: — Factores sociales y económicos: el sistema capitalista implica competencia interindividual, característica que entra en contradicción con la exigencia moral y funcional de cooperación y armonía. Semejante contradicción requiere la búsqueda de soluciones.
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— Factores políticos: el sistema democrático norteamericano, que defiende el individualismo y la teoría de la igualdad de oportunidades, no se demuestra con el real y efectivo acceso de los individuos a objetivos socialmente valiosos. — Factores pragmáticos: en el sentido de la organización científica del trabajo en equipo para mejorar el rendimiento y la productividad. — Factores psicológicos: específicos de la personalidad norteamericana, tendiendo a contrapesar el individualismo económico con su acercamiento al grupo o su intensa tradición de violencia y agresividad, que les conduce a estudiar esos problemas tan profundamente inscritos en su propia historia. Graumann (1990) plantea que la diversidad de antecedentes culturales y sociales del entorno europeo predispuso a los profesionales de este continente, frente a los modelos de psicología social norteamericana, a un mayor interés por el contexto social y a prestar más atención al nivel intergrupal y social (Doise, 1986; Hewstone, 1992; Tajfel y Fraser, 1978; Tajfel, Jaspars y Fraser, 1984). Intereses que se plasmarían en la investigación de temas neurálgicos para la convivencia social como la influencia de las minorías y las relaciones intergrupos (Hewstone et al., eds., 1990). Con esta agenda temática, la perspectiva europea puede cuestionar el individualismo estadounidense, y demostrar que el conflicto no surge tanto de las percepciones erróneas de los individuos como de la lucha de poder entre los grupos. El programa político europeo se plantea cuestiones sociales, como el desempleo, la ideología política y las relaciones entre diferentes grupos lingüísticos y étnicos. Su metodología complementa diferentes técnicas, entre las que se combina el laboratorio con la observación natural del comportamiento y el discurso social. Tampoco podemos olvidar que, en Estados Unidos, la escuela de Chicago también se caracterizó por su sensibilidad social. Pero el significado de lo «social» desde la perspectiva europea alcanza un triple sentido: «la conducta es social en su origen, colectiva en su naturaleza e interesada en el mundo social en el que vive» (Jaspars, 1986, p. 10). Esta declaración de principios de la psicología social europea tardó en materializarse en la academia y en el ejercicio profesional. Antes de la
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segunda guerra mundial, sin una institucionalización propia, en Europa sólo destacaban figuras individuales. Podemos calificar de «éxodo y de sequía intelectual europea» las décadas de los cuarenta y cincuenta (T. Ibáñez, 1990). Hasta los años sesenta no se puede hablar oficiosamente del inicio de una psicología social europea. Uno de los artífices de este renacer fue Moscovici (con temas como la influencia social, las minorías y las representaciones sociales) junto con otros psicólogos del prestigio de Tajfel (estereotipos, prejuicio, conducta intergrupal), Doise y Jaspars, sensibilizados con la hegemonía estadounidense y a la búsqueda de una identidad europea. Moscovici criticaría de la corriente norteamericana el carácter cultural de su «individualismo autárquico» (Sampson, 1977, p. 769), mientras que Tajfel (1981, 1984) reivindicaría la «dimensión social» del comportamiento individual y grupal. Todos ellos ayudarían a crear una mayor conciencia de la excesiva dependencia en la definición de las teorías, los métodos e incluso la crisis de la disciplina de la psicología social europea con respecto a la psicología social norteamericana (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Tras este despliegue epistemológico encontramos como base la creencia compartida de que la sociedad presenta una estructura propia que no puede definirse exclusivamente a partir de los individuos que la integran (Moscovici, 1972). Curiosamente, en los primeros encuentros de psicólogos sociales europeos que crearon la Asociación Europea de Psicología Social Experimental (1964) fue un norteamericano, Lanzetta, su principal promotor. Entre los objetivos de dicha organización se encontraban: la comunicación y discusión de las investigaciones psicosociales, la promoción, la formación y el encuentro de investigadores y, cómo no, un esfuerzo por reanimar la disciplina desde la comunidad científica europea. La asociación se convirtió en el foro europeo de debate más importante, con representación tanto en la Europa del Oeste como del Este, y se consolidó mediante el patrocinio de encuentros, revistas y monografías. Sin embargo, esta supuesta independencia se sustentó en un principio gracias al mecenazgo norteamericano. Otro hito importante sería la publicación a partir de 1971 de la European Journal of Social Psychology, cuyos primeros editores serán Mulder, Jahoda, Moscovici y Schönbach.
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Al igual que en Europa y en Norteamérica, la psicología social en América Latina presenta un rico y variado desarrollo paralelo a los acontecimientos históricos que la contextualizan (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Los inicios académicos de la psicología social en la mayoría de las universidades latinoamericanas pueden situarse a principios de la década de los cincuenta (M. Montero, 1993), con el establecimiento de escuelas o carreras de psicología en la región, a excepción de México y Chile, que ya contaban con experiencias previas. Los primeros cursos oficiales de psicología social coinciden en numerosos casos con la implantación de las carreras: en Argentina, en los currículos de 1956, en Rosario, y 1957, Buenos Aires. En Venezuela, la primera cátedra se crea en 1958. Los temas de esta primera psicología social se caracterizan por la influencia teórica, metodológica y temática norteamericana. Quizás la única excepción a esta tendencia reproductiva sean los trabajos acerca del tema de identidad nacional, que ya presentaban antecedentes propios a finales del siglo XIX (M. Montero, 1993). Como alternativa a la corriente experimentalista e individualista, a mediados de los sesenta surge una orientación más sensible al estudio de las interacciones entre individuos, grupos y sociedad (M. Montero, 1989). En los años setenta esta perspectiva crítica se plasmará en la publicación de diferentes manuales en los que se incide en la importancia del compromiso de la psicología social con los problemas sociales y en la adecuación a su realidad histórica y social. Como ejemplos podemos citar los manuales de J. M. Salazar et al. (1976), en Venezuela; Rodrigues (1979) y Lane (1982), en Brasil; Casales (1990), en Cuba; y la compilación de temas psicosociales escritos por psicólogos sociales latinoamericanos recogidos por Marín (1981). Una de las características actuales distintivas de buena parte de la psicología social latinoamericana consiste en su preocupación respecto a la aplicación de los principios teóricos para la solución de problemas sociales. Esta preocupación se evidencia en la psicología social ambiental, de la salud y comunitaria (Marín, 1989). De hecho, la psicología comunitaria constituye uno de los exponentes más vigorosos de este cambio de sensibilidad. En América Latina, la psicología comunitaria se especializó en la intervención y se definió como un instrumento para el cambio social
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Aproximación conceptual
(Lane, 1994). Ya analizamos anteriormente como en 1986 Martín Baró publicó un trabajo sobre la «psicología de la liberación» en el que encontramos las primeras referencias a una tendencia que posteriormente se consolidaría (M. Montero, 1993). En esta fase se cuestiona la utilización del método experimental de laboratorio, prefiriéndose la investigación en ambientes naturales y se redefine el objeto de estudio, ya que empiezan a incluirse fenómenos como la ideología, la alienación y los efectos de la dependencia y el subdesarrollo (M. Montero, 1999). Buelga (2001, p. 278) resume los puntos coincidentes de las diversas formulaciones críticas: «la base conceptual de este modelo se centra en las relaciones recíprocas que se establecen entre la construcción de la realidad social y el proceso de activación social entendiendo que éste es el catalizador para el cambio social. La activación social presupone que la comunidad tome conciencia de sí misma, de sus necesidades y situaciones reales, descubriendo con el proceso de concientización escenarios alternativos que se convierten en estrategias para el cambio». Esta toma de conciencia es especialmente crítica y necesaria en contextos como el latinoamericano en el que gran parte de la población vive en situaciones desfavorecidas, la desigualdad social es muy fuerte, y la resignación y fatalismo populares no ayudan precisamente al cambio (Montero, 1998). Ya hemos analizado anteriormente cómo este fatalismo se «transmite» también al estado de salud (Egede y Bonadonna, 2003). El diálogo y la solidaridad son los valores esenciales que definen al ser humano con conciencia crítica. El verdadero cambio sólo se produce con la participación activa, consciente y democrática de las comunidades (Marchioni, 1997). La tarea del psicólogo comunitario es la de catalizador social y facilitador de estos procesos de cambio social (M. Montero, 1998). El primer paso consistirá en posibilitar la conversión de las necesidades comunitarias latentes en manifiestas (Fals Borda, 1959). M. Montero (1996) señala que la consolidación de este nuevo enfoque coincide con tendencias similares en diferentes países, como, por ejemplo, los de Lincoln y Guba (1985), en Estados Unidos, las obras de Parker (1989), en Inglaterra, Seedat, MacKenzie y Stevens (2004) con la reciente democratización de Suráfrica, o las de T. Ibáñez (1989) en España. Dicha coincidencia se definiría por las siguientes características:
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Características definitorias de la psicología social
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— El reconocimiento del carácter histórico de los fenómenos psicosociales y, por tanto, la importancia de su contextualización temporal, cultural y espacial. El objetivo de la ciencia es la búsqueda del conocimiento (que se reconoce como histórico y transitorio) y no de la verdad. No existe «objetividad» ni «neutralidad» en la ciencia. — El método sigue al objeto y no a la inversa, lo cual conduce necesariamente al desarrollo de nuevos procedimientos e instrumentos. Interesa el estudio de la vida cotidiana y del sentido común como productores de significados y conocimiento. — Un modelo de persona caracterizado como agente. La realidad se construye de manera colectiva, cotidiana y dialéctica, en la que individuos y sociedad se transforman mutuamente en la interacción. El conflicto debe estudiarse como una parte normal de la vida de las sociedades y de los procesos de cambio. El desarrollo de la psicología soviética plantea diferentes enlaces con estos contextos europeos y americanos. Una conexión distinta consiste en la mezcla de corrientes freudo-marxistas y del materialismo dialéctico y el reconocimiento del papel de la ideología en la disciplina (Hiebsch y Vorwerg, 1972; Porshnev, 1970). Por ejemplo, el trabajo de Bruno et al. (1973) nos advierte del peligro de reducir nuestros conocimientos psicosociales al contenido de clase y su legitimizacion científica al servicio de la clase dominante. En la Universidad de Moscú, tras la revolución de octubre, encontramos dos concepciones de la disciplina: — Como estudio de los determinantes sociales de los procesos mentales. — Como ciencia de algunos fenómenos específicos como los grupos o la comunicación. La mayoría de las investigaciones que se han generado en la Unión Soviética presentan un componente práctico y aplicado. Ovejero (1998) destaca: — Los trabajos relativos a la comunicación en sentido amplio (verbal, no verbal, etc.) (Koltzova, 1991).
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Aproximación conceptual — En segundo lugar, lo colectivo y las características psicológicas de los grupos, tanto de los macrogrupos (clases sociales, grupos étnicos, etc.) como de los grupos pequeños (Shijiriev, 1991). — En tercer lugar, los estudios sobre la personalidad, interesándose por las relaciones interpersonales, las actitudes y los procesos de socialización, principalmente; y, finalmente, las aplicaciones a la industria, a la educación y a la conducta asocial. — Como temática complementaria podemos añadir los trabajos realizados sobre el estado de salud, las creencias culturales, la influencia de las bajas temperaturas o el impacto del cambio político en el bienestar de los ciudadanos de la antigua Unión Soviética (Goodwin y Gaines, 2004; Perlman et al., 2003; Titterton, 2006).
Actualmente, podemos concluir que sigue predominando el modelo norteamericano de la psicología social (que no suele hacerse eco del trabajo realizado en otros contextos: Eiser, 1989). No obstante, de lo que tampoco hay lugar a dudas es del reconocimiento de su carácter internacional y el deber a su diversidad de contextos, su propia riqueza de planteamientos y sensibilidades.
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3. LAS ORIENTACIONES TEÓRICAS Nuestra variedad de orientaciones y perspectivas puede ser muy útil en la investigación y comprensión de objetos de estudio complejos como son la interacción social y la salud. En el campo científico, la importancia de las teorías es crucial porque en el progreso de nuestro conocimiento cumplen diversas finalidades, entre ellas: orientar la explicación y comprensión de un sector de la realidad y servir de marco para el contraste de hipótesis, etc. (Bunge, 1972). Incluso en la física (ciencia por excelencia) se producen situaciones de conflicto entre teorías opuestas y divergentes (Deutsch, 1980; Munné, 1989). La diversidad teórica puede servir de estímulo al desarrollo del conocimiento (Lakatos, 1968; Popper, 1974). La existencia del pluralismo se justifica en las ciencias sociales por las distintas maneras de concebir al hombre (Arias, 2004). A su vez, estos modelos surgen de diversas doctrinas políticas y religiosas. Es más, el reconocimiento de estas lecturas ideológicas es una razón para evitar el monismo teórico, el dogmatismo y la carencia de una disposición crítica (Billig y Sabucedo, 1994). La defensa del pluralismo teórico no es equivalente a aceptar de un modo acrítico todo intento de explicación-interpretación (Munné, 1989). Lo importante es considerar la contribución de cada una de las formulaciones teóricas en el ámbito de aplicación para la que fue planteada. Por ejemplo, la orientación cognitiva está adquiriendo una gran fuerza en el panorama teórico de la psicología social. Pero el carácter formalista y asocial del conocimiento representado por el procesamiento de la información ha suscitado cierto desencanto con respecto a las potencialidades de su investigación. Desde diferentes frentes se viene reclamando un mayor
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Las orientaciones teóricas
interés por las dimensiones emocionales y sociales de la conducta humana (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). El pluralismo teórico nos impone la necesidad de ordenar y priorizar los diferentes modelos disponibles (Augusto, 2003). Los criterios selectivos son casi tantos como autores contribuyen a su construcción (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997; Ovejero, 1998): — McGuire (1980) clasifica las teorías psicosociales (que él denomina teorías de ideas-guía) según la tendencia motivacional subyacente a la conducta del individuo. — Deutsch (1980) alude a una categorización clásica: la Gestalt, la teoría de campo, la teoría del refuerzo, el psicoanálisis y la teoría del rol. En la misma línea se encuentra la propuesta de Shaw y Costanzo (1980): cognitiva, teoría del rol, teoría del refuerzo y teoría del campo. — Munné (1986, 1989) plantea cinco grandes orientaciones: sociocognitivismo (teoría de la Gestalt y la teoría del campo, grupo de Tajfel, Moscovici y la escuela de Ginebra), conductismo social (teorías sobre aprendizaje social, teorías sobre el intercambio), psicoanálisis social (Freud, Adler, Jung y colaboraciones con la antropología cultural), interaccionismo simbólico (psicología del rol, etnometodología y etogeneia) y psicología marxista. — T. Ibáñez (1990) expone que junto a los planteamientos ortodoxos de la psicología social se dan otras orientaciones críticas, como la teoría de la acción, la dialéctica, la hermenéutica y el construccionismo social. Ovejero (1998) plantea que los enfoques tradicionales de la psicología social (que abarcan desde el conductismo radical, ingenuo y mecanicista, hasta el interaccionismo simbólico) han surgido de manera paralela a los procesos sociales que constituyeron la modernidad (procesos de urbanización, de secularización, de individualización y, sobre todo, de industrialización). En las últimas décadas asistimos a profundos cambios sociales, como la globalización de la economía, la explosión de los medios de comunicación, el consumo generalizado como nueva religión, etc., que están generando una sociedad postmoderna reflejada en los nuevos planteamientos
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La orientación psicoanalítica
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de la disciplina (Bob, 2000; Martin y Erber, 2005a, 2005b; Quintanilla, 2001). Una teoría es una manera de conferir sentido a un conjunto confuso de datos mediante una construcción simbólica. En este sentido, el panorama de teorías postmodernas constituye una metáfora de los tiempos que vivimos. El estudio histórico de la psicología social se puede completar con los modelos teóricos que son resultado de este devenir y reflejan algunas coordenadas presentes, como es la dicotomía entre explicaciones psicológicas y sociales. La teoría es, en parte, un resumen de situaciones y hechos conocidos, y, en parte, una conjetura sobre sus posibles significados y relaciones (Vander Zanden, 1995). En los modelos que exponemos a continuación intentamos recoger el sentido distintivo de pluralismo disciplinar y contextual, su trascendencia histórica y su posible aplicación en la salud.
3.1. La orientación psicoanalítica El psicoanálisis es un referente indiscutible de nuestra disciplina (Jiménez Burillo, 1987). Las dudas comienzan cuando nos cuestionamos su grado de cientificidad. La falta de cuantificación y la indistinción entre datos e interpretación, el uso de constructos tan ambiguos que imposibilitan su refutación, el instintivismo de base, el pesimismo del fundador sobre las relaciones individuo-sociedad, la naturaleza psicopatológica y la débil penetración de las teorías psicoanalíticas en las universidades norteamericanas son algunas de las objeciones esgrimidas (Daval, 1967; C. S. Hall y Lindzey, 1968; Kline, 1977). El psicoanálisis no surge de la psicología sino de la medicina y, en concreto, de la psiquiatría. De hecho, Freud (1856-1939) era médico con formación en neuropatología y neurología clínica. Sus trabajos investigan la relación psicosomática entre el comportamiento, el conflicto y las fuerzas inconscientes de nuestra vida psíquica. Esta labor integradora se fundamenta en una concepción del individuo que supera los dualismos cuerpo-mente; salud-enfermedad. El organismo se concibe como un sistema de energía en constante dinamismo. El origen fisiológico y bioquímico de la energía se expresa psíquicamente en forma de instintos. Los problemas surgen cuando nos encontramos con el
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conflicto de fuerzas contrapuestas (p. ej., fuerzas que tienden a la descarga y aquellas que tienden a demorarla). El buen funcionamiento del aparato psíquico depende del equilibrio de energía entre los diferentes sistemas (ello, yo, superyó; inconsciente, preconsciente, consciente). En la obra de Freud observamos un cambio muy importante a la hora de definir qué se entiende por normal y qué por patológico (Llor et al., 2000): — La diferencia entre lo normal y lo anormal es sólo cuantitativa. — La familia y la sociedad desempeñan un papel importante en el proceso de normalización. Gracias a estas consideraciones, el psicoanálisis supone simultáneamente una teoría de la personalidad, una técnica de curación de los trastornos nerviosos y una cierta concepción del mundo y de la historia (Jiménez Burillo, 1987). La dinámica grupal se explica por la naturaleza libidinal de los vínculos que unen a los miembros del grupo, así como el proceso de identificación con el líder. La cultura se fundamenta en la imposición coercitiva del trabajo y en la renuncia a los instintos. La persona se encuentra, así, en un permanente dilema de base biológica entre satisfacer sus necesidades y la represión de las pulsiones a la que le insta su medio sociocultural. Según Jiménez Burillo (1987), la solución a este dilema puede descansar en la sociedad o en el individuo. Si defendemos que el individuo puede atenuar el conflicto, nos encontramos en una hipotética derecha del pensamiento psicoanalítico compartido por Fromm, Horney, Sullivan y Thompson. Por ejemplo, Fromm y Freud coinciden en el hecho de que el superyó se constituye por la interiorización de las normas sociales a través de la relación familiar. Pero Fromm considera que incluso el propio aparato instintivo es modificable, y el individuo tiene una responsabilidad en el encauzamiento de su propia vida (Fromm, 1971). Desde la izquierda, Reich, Marcuse y Roheim preconizan la importancia del psicoanálisis en la toma de conciencia de las represiones sociales. En la colaboración entre psicoanálisis y antropología encontramos una contribución importante para la psicología social, plasmada, por ejemplo, en los trabajos de Malinowski (Sexo y represión de la sociedad primitiva, siguiendo las obras de Margaret Mead y Ruth Benedict), o los tra-
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El interaccionismo simbólico
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bajos compartidos sobre personalidad básica de Kardiner, Linton y Du Bois (El individuo y su sociedad, Las fronteras psicológicas de la sociedad). El concepto de «personalidad básica» es complejo y se compone de técnicas de pensamiento comunes, sistemas de defensa contra la ansiedad, formación del superyó y actitudes respecto a los seres sobrenaturales (Kardiner, 1968). Encontramos dos tipos de instituciones: las primarias (familia, educación, sistemas de tabúes sexuales, etc.) y las secundarias (religión, ritos, técnicas de pensamiento). También el psicoanálisis inspiró numerosos estudios posteriores que modificarían sus planteamientos ortodoxos. Los neofreudianos, pese a las variaciones introducidas, conservan las ideas centrales del psicoanálisis sobre la centralidad de las fuerzas emocionales inconscientes, la dinámica de la represión y de la resistencia y la importancia de la experiencia infantil (Pichon-Rivière, 2003). Seguramente, uno de los aspectos polémicos sobre el pensamiento freudiano psicosocial reside en la teoría de los instintos y el alivio de la tensión orgánica. Como modelo alternativo, los revisionistas critican el reduccionismo de las pulsiones individualmente centradas y basadas en lo biológico, y plantean que la naturaleza humana puede ser más plenamente social y cultural que lo que Freud defendió en un principio (Schellenberg, 1991). Las ideas de George Herbert Mead y los trabajos sobre actitudes de Sarnoff (1960) presentan una influencia psicoanalista revisada. Su tesis fundamental es que la utilidad de las actitudes estriba en la defensa del yo de los peligros, internos o externos. Para desarrollar esta teoría, se trabaja con conceptos como motivos, conflictos, síntomas y actitudes. Schütz (1958) articula su teoría sobre el desarrollo de grupo sobre la base de las necesidades de inclusión, control y afecto del individuo. Como apuntábamos, la validez científica de estos modelos es problemática, pero no por ello han dejado de ser sugerentes e influyentes dentro de nuestra disciplina (Shaw y Costanzo, 1982).
3.2. El interaccionismo simbólico Como su nombre indica, el interaccionismo simbólico ha reivindicado la «interacción» de distintos contextos y disciplinas. Sus antecedentes
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Las orientaciones teóricas
europeos son innegables: la filosofía moral escocesa (Adam Smith, Hume, Reid, etc.), la Ilustración francesa del siglo XVIII (Diderot, Rousseau) y el pensamiento alemán (Kant, Dilthey y Weber), pero alcanzó su plena institucionalización académica en Norteamérica (R. A. Jones y Day, 1977). Esta tradición teórica fue iniciada por filósofos pragmatistas como James (1842-1910) y Dewey (1859-1952), y, posteriormente, elaborada por sociólogos como Cooley (1864-1947) y Thomas (1864-1947). Los interaccionistas defienden la sociabilidad humana, pero, a diferencia de otras especies, los seres humanos carecen de mecanismos instintivos innatos mediante los cuales vincularse y modelar su vida dentro de las comunidades. Éste ha sido uno de los grandes méritos que se reconocen al Homo sapiens, ya que, en vez de desarrollar adaptaciones orgánicas especializadas frente a ambientes particulares, su organismo se ha caracterizado por su versatilidad de integración en diferentes entornos. La capacidad simbólica es uno de nuestros grandes logros en este proceso evolutivo. A través de la manipulación interna de símbolos llegamos a definir conductas y situaciones atribuyéndoles significado. Por ejemplo, en una relación podemos compartir definiciones sobre la situación, las cuales orientan nuestro comportamiento y nuestras expectativas. Por tanto, el individuo no es un mero receptor pasivo de estímulos, sino un constructor creativo de significados. Del mismo modo, la vida social, los grupos y las instituciones creadas por las personas evolucionan y se organizan de forma dinámica en función de procesos compartidos de negociación (Vander Zanden, 1995). La sociedad se considera como el resultado de una interacción constante y abstracta entre individuos, asumiendo una dimensión simbólica y cambiante. De este modo, la sociedad «no existe, es continuamente creada y recreada cuando las personas actúan en referencia a otros» (Stryker, 1983, p. 315). La sociedad entendida como un tejido de interacción simbólica crea al individuo, y el individuo, a través de la interacción, crea la sociedad (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Este enfoque y su artífice, Mead (1909, 1934), pueden considerarse como los principales exponentes del pensamiento sociológico en psicología social. Mead reivindicaba el análisis de la conciencia en el estudio de la conducta. La mente se configura en el proceso comunicativo y en la expe-
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El interaccionismo simbólico
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riencia social de las personas. A su vez, el lenguaje simbólico es el que posibilita la complejidad de la organización humana y su conciencia reflexiva. También el concepto de uno mismo requiere un proceso social y evolutivo, en el que se identifican roles particulares. El enfoque no es determinista (socialmente hablando), porque cada persona reacciona ante un mismo objeto de forma diferente. Mead (1934) y Cooley (1992) coincidían en considerar la identidad personal como un proceso que se construye gracias a la información de los demás sobre nosotros mismos. Pero la identidad cambia constantemente. Eso es especialmente evidente cuando la gente se siente mal y se la etiqueta de enferma. Las personas enfermas encuentran a su alrededor un considerable número de informaciones y expectativas respecto a su situación. Si creen que los demás piensan sobre ellos en términos de enfermedad o debilidad, tenderán a comportarse de una manera coherente con estas imágenes. Así, una persona suele confirmar su rol de enfermo cuando una persona con el rol complementario de «sanador» así lo reconoce. El rol de enfermo y el rol del médico son papeles consensuados socialmente. Cada uno de ellos presenta sus ventajas y sus responsabilidades. Por ejemplo, esperamos que el individuo enfermo no se encuentre bien, busque la ayuda especializada y coopere con la misma para sentirse mejor. Por otra parte, la enfermedad le exime de sus actividades regulares y obligaciones y le otorga un cuidado y una atención extra. Los patrones de comportamientos de la salud y de la enfermedad se transmiten y se aprenden socialmente. Las normas que rigen estos patrones reflejan el consenso del grupo sobre los criterios de aceptación social. En los grupos podemos distinguir dos tipos de normas que ejercen influencia sobre los individuos: las normas formales o explícitas (p. ej., horario de atención sanitaria, prescripción farmacológica, formación sanitaria); mientras que las informales no se recogen explícitamente, pero pueden ser tan importantes o más en la regulación del comportamiento grupal (p. ej., estilo de vida, consumo de alcohol, ideal de belleza, etc.). El interaccionismo simbólico se convirtió en la guía teórica dominante entre la mayor parte de los psicólogos sociales procedentes de la sociología y sus diferentes escuelas de investigación: teoría de roles, teoría
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del grupo de referencia, distintas variaciones de la teoría del yo, estudios sobre socialización ocupacional, teoría de la etiqueta en desviación social, enfoque dramatúrgico en la interacción social y etnometodología (Schellenberg, 1991). El interaccionismo simbólico recibió una gran atención durante los años sesenta, cuando se produjo la comentada crisis de la disciplina y se cuestionó el sesgo «individualista-experimentalista» de nuestra disciplina (Ashworth, 1979; Danzinger, 1976; R. Fernández, 1977; Field, 1974; Hewitt, 1976; Kando, 1977; Lauer y Handel, 1977). Frente al ahistoricismo del conocimiento, el abuso experimental y el reduccionismo psicologicista, el interaccionismo aportó una concepción del hombre basada en la intencionalidad, la autonomía y la reflexibilidad. Estos presupuestos requerían un enfoque metodológico propio. La realidad social se construye a través de los significados surgidos de la experiencia individual y de la interación social. Para comprender esta realidad es necesario utilizar una metodología de análisis que contemple las propias declaraciones de los actores en la realización de sus actos (etnometodología, Caballero, 1991). Las personas frente al enfoque funcional ya no son meros receptores pasivos que acomodan sus necesidades a las demandas del medio, sino, ante todo, actores que reconstruyen simbólicamente el mismo (Blumer, 1969). Su estudio debe recoger las maneras personales y sociales de interpretar esta realidad. Las diferentes escuelas interaccionistas coinciden en destacar los aspectos simbólicos comunicativos como las características propias del ser humano y considerar que (Jiménez Burillo, 1987; Uriz Pemán, 1992): — Las personas viven y se comportan en un mundo de significados que, a su vez, son producto de la interacción social. Por tanto, el individuo es un ser eminentemente social y esta sociabilidad lo hace libre de las estructuras innatas como patrones perceptivos o pautas instintivas. El aprendizaje y la comunicación desempeñan un papel muy importante en temas como el self, la autoestima, el desarrollo del lenguaje, la percepción interpersonal, los roles, la conducta desviada, la socialización, etc. — La actividad científica no difiere radicalmente de otras actividades cotidianas. La utilización de diferentes técnicas de investigación
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(experimentos propios, encuestas, observación participante, medidas no reactivas como vídeos y otros sistemas de registro, estudio de casos individuales) revela diferentes aspectos de un mismo objeto de estudio. Desde esta base común, las escuelas interaccionistas priorizarán diferentes elementos: — La etnometodología se inspira en las fuentes fenomenológicas (Husserl, Schütz) de la escuela de Fráncfort y de la lingüística. Pretende desvelar las reglas y convenciones implícitas que regulan el comportamiento de las personas. Con este fin, los investigadores utilizan con frecuencia procedimientos insólitos y provocadores que contribuyen a dotar a esta corriente de una aureola de «teoría subversiva», aunque no llegue a cuestionar un mundo en conflicto (Gouldner, 1973). Por ejemplo, los trabajos de Scott y Lyman (1978) sobre las excusas y justificaciones en el comportamiento inapropiado. En su relación con los demás, los sujetos perfilan y desarrollan, sin perder su propia subjetividad, un mundo compartido de experiencias que sirve tanto a la subjetividad como a la intersubjetividad. Expusimos anteriormente el ejemplo del etiquetaje de nuestros síntomas y trastornos de salud y la decisión correspondiente de acudir al médico. En este sentido, ambos aspectos se influyen recíprocamente. El sentido común se descubre como un área de especial interés, ya que incorpora la versión sociociológica del problema del orden social, integra la influencia social y permite el tratamiento de cuestiones de gran importancia para la vida cotidiana (Leiter, 1980). — La escuela de Chicago se centra en el estudio de los procesos comunicativos y en la introspección. Blumer (1962, 1969, 1971) define la interacción y el concepto de uno mismo como procesos abiertos. El investigador debe situarse en la perspectiva de la persona que está estudiando, haciendo suyas sus percepciones, definiciones y significados. El objetivo no es predecir el comportamiento sino entenderlo. Toda acción se construye en el curso de su ejecución. El conjunto de normas, estatus y roles configura las reglas de la acción social.
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Las orientaciones teóricas No podemos olvidar la trascendencia de estos planteamientos en los actuales desarrollos ecológicos de nuestra disciplina. El análisis de los problemas migratorios, industrializadores y urbanísticos se aborda desde la perspectiva de la integración social y su posible intervención (Hollander y Staatsen, 2003). Frente a estos planteamientos, la escuela de Iowa defendería la existencia de una «identidad estructural y estable», algo independiente de la situación concreta, un complejo organizado actitudinal que actúa como una «precondición de la acción social» (Meltzer, Petras y Reynolds, 1975). — La escuela de Iowa investiga el estudio de la estructura identitaria, las escalas de actitud y el origen de la interacción. M. H. Kuhn (1964) enfatiza los aspectos estructurales que facilitan la estabilidad de la interacción y la definición y conducta del yo. A diferencia de Blumer, los métodos empleados por Kuhn se pueden operativizar mediante técnicas cuantitativas, p. ej., el cuestionario de actitudes hacia uno mismo: el test de los 20 enunciados (TVE). — En el enfoque dramatúrgico de Goffman (1959), las relaciones se definen como «actuaciones» en las que las personas intentan controlar y manejar las impresiones que transmiten a los demás. Para estos autores, la vida es análoga a una representación teatral: todas las personas son, al mismo tiempo, actores y miembros de un público, y los papeles que representan son los roles que cumplen en la vida. Los trabajos de Internados y Estigma (Goffman, 1961, 1963) han influido considerablemente en los teóricos del «etiquetado social», para quienes la conducta se deriva de la definición social que se hace de ella. Por ejemplo, Goffman (1961) define a los hospitales como instituciones sociales que, al igual que los psiquiátricos y las cárceles, regulan todos los aspectos de la vida de sus residentes: programa de actividades, horario, vestuario, restricciones físicas, ausencia de privacidad. En este entorno, las personas pierden su identidad y tienen muy pocas posibilidades de comportarse de manera individual. Munné (1989) resume en tres las críticas planteadas a Goffman: la vida social se reduce a las interacciones cara a cara, no se contempla la problemática del cambio social, y es una teoría indemostrada e indemostrable.
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— Las perspectivas teóricas de rol cuentan con una larga tradición literaria y vocación interdisciplinar en sus antecedentes: psicológicos, sociológicos y antropológicos (Berger y Lukman, 1967; Biddle y Thomas, eds., 1966; Rocheblave-Spenlé, 1969; R. Turner, 1962). Como curiosidad, su origen etimológico procede del latín rotula refiriéndose a la hoja de pergamino enrollada con el texto que el actor debía recitar. El carácter procesual del comportamiento es una asunción compartida por sus partidarios. La estructura social se contempla como un proceso de interacción y negociación en la propia definición de roles. Encontramos un ejemplo de este proceso de negociación en el conflicto de roles que pueden surgir entre los estudiantes residentes de medicina en un hospital. Frente a sus iguales y los médicos del hospital, el estudiante es fundamentalmente «un alumno». Para algunos pacientes puede considerarse «un doctor». Mientras trabajan con enfermos, estos residentes empiezan a considerarse doctores; al relacionarse con sus compañeros y superiores, vuelven a su rol de partida. Esta identidad dual puede ser una fuente importante de estrés para los estudiantes (H. S. Friedman, 2002). La sociedad se percibe como un conjunto de unidades perfectamente conexionadas entre sí, que cumplen objetivos distintos y complementarios. La teoría de rol en su formato clásico, adolece de conservadurismo, ya que la idea anterior llevada a sus extremos nos conduce a una representación teatral excesivamente programada. Imagina la sociedad como un sistema altamente especializado en el que sus distintas unidades saben la función que deben desempeñar y conocen el modo de relación que debe establecerse con los otros elementos del sistema (Dahrendorf, 1959; Gouldner, 1970; Stryker, 1983). — El método etogénico defendido por Harré (1983) se fundamenta en el análisis psicosocial de la acción, de las relaciones sociales y en la motivación de los actores por ofrecer en la interacción una imagen valiosa y atractiva. La etogenía propone un modelo de sujeto humano que sigue reglas pero no se ve limitado por las mismas y cuya actividad tiene un carácter simbólico. En este sentido, las acciones presentan un carácter semiológico, esto es, las acciones no tienen un significado ajeno al contexto en que se producen,
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Las orientaciones teóricas sino que están íntimamente vinculadas a éste (Harré y Secord, 1972). — Otros autores como Bandura (1987) desde el conductismo sociocognitivo, recogen ciertos planteamientos interaccionistas como la capacidad de utilizar símbolos.
Las críticas más frecuentes que comparten las diferentes escuelas son, según Lauer y Handel (1977): — La crítica principal a estos estudios se encuentra en el escaso papel atribuido a la estructura social. La explicación del comportamiento debe enmarcar la interacción y sus significados compartidos, en un contexto más amplio de relaciones desiguales de poder. «La paradoja del hombre consiste en ser constructor de su medio y estar subordinado al mismo», los contextos históricos y culturales, así como las tensiones entre los grupos y clases sociales de cada época, determinan la construcción simbólica (Álvaro, 1995, p. 40). En el momento en el que se olvida la estructura, la clase social y el poder, se da un sesgo hacia el status quo. — La ambigüedad de los conceptos utilizados. Además de estar definidos de forma imprecisa (p. ej., significado, self ), cada autor adopta su propio sistema y no dispone de evidencia empírica que pruebe los supuestos teóricos. — Desde un enfoque metodológico, los principios teóricos determinan el sesgo subjetivista de las técnicas utilizadas. Resulta difícil operacionalizar los conceptos, y ello genera proposiciones poco susceptibles de verificación. La comprensión intuitiva sustituye a la explicación científica (Stryker, 1983). — Como plantean Meltzer, Petras y Reynolds (1975), la marginación del tema de la afectividad (procedente de la imagen eminentemente racional del hombre que transmite Mead) y de los problemas de estructura social como el poder y los conflictos sociales nos conduce a que, en virtud de la primera carencia, el interaccionismo simbólico no sea una teoría suficientemente psicológica, y, en función de la segunda, tampoco sea satisfactoriamente sociológica.
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3.3. El conductismo Watson, a comienzos del siglo XX, reaccionaba ante la psicología de su momento con una dura crítica al estudio de la mente y la conciencia. La psicología no debería estudiar conceptos «místicos, mentalistas y subjetivos», sino que se debería concentrar en la investigación de las actividades observables de los organismos: su «decir» y su «hacer». Este nuevo modelo de estudio presenta una serie de características (Pongratz, 1967; Rodríguez Marín, 1983): — En contra del subjetivismo de la conciencia, el conductismo defiende lo objetivo de la conducta observable y la reducción de los procesos psíquicos a procesos fisiológicos. — Extrapolación de los resultados obtenidos en las investigaciones con organismos simples a organismos complejos, y explicación de la conducta a partir de sus conexiones. — Monismo metodológico en relación con las demás ciencias, haciendo especial hincapié en los procesos de explicación y predicción. Sus raíces filosóficas se encuentran en el positivismo y en el empirismo. Allport fue uno de los autores que contribuyó a traducir el conductismo a la psicología social: «la nacionalidad, la masonería, el catolicismo y otras ideas similares no están en la mente del grupo [...], son conjuntos de ideales, pensamientos y hábitos repetidos en cada mente individual y que existen sólo en esas mentes» (F. H. Allport, 1924, p. 9). El resultado de estas declaraciones fue un desarrollo individualista de la psicología social, pese a las posteriores matizaciones que introdujo el autor (F. H. Allport, 1962). Frente a este modelo, la psicología de Skinner se caracteriza por la importancia concedida a la determinación ambiental del comportamiento. Esto es así porque la aprobación social se convierte en un «reforzador generalizado clave» (una clase de estímulos que posibilitan el acceso a una variedad de reforzadores más específicos), que nos ayuda a comprender la mayor parte de la conducta social (Schellenberg, 1991). La psicología social de Skinner sigue siendo una psicología de los organismos individuales. Indaga sobre las instituciones humanas, pero
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todavía se describen en términos de la conducta de los individuos. ¿Cómo explicamos que los miembros de un mismo grupo tengan una misma conducta? Como respuesta se señalan dos principios clave: la imitación («el comportarnos como otros lo hacen» es probable que sea reforzante) y la intensificación de los efectos que un individuo sufre en grupo («el soldado vestido de uniforme»). Skinner articuló un análisis experimental de la conducta coherente con su filosofía: la conducta se explica siempre acotando las condiciones objetivas estímulo en que aquélla sucede. Ante este determinismo ambiental, los conceptos de libertad y dignidad se sitúan fuera de la autonomía personal (Schellenberg, 1991). La lucha por la libertad significa evitar las circunstancias aversivas, y el sentido de la dignidad representa lo que se atribuye a sí mismo el individuo cuando las condiciones de la conducta no se entienden plenamente. Por tanto, se deberían superar las críticas al desarrollo de la tecnología eficaz de la conducta desde los valores democráticos. Skinner ofreció un marco de referencia general para el análisis de la conducta social, pero dejó a otros la tarea de completarlo. Watson, Allport y Skinner, entre otros autores conductistas, fueron precursores de temas de investigación que han llegado a ser claves en el desarrollo de la psicología social: la socialización de los niños, el cambio de actitudes, la percepción y la atribución interpersonales o la dinámica de grupos. Estas contribuciones han sido posibles gracias a que la evolución del conductismo ha trascendido los esquemas iniciales de estímulos-respuestas a ecuaciones en las que el organismo gana en protagonismo. En el término «comportamiento» se incluyen las actividades no observables, como la conciencia y los acontecimientos vivenciales y fisiológicos de la conducta. El conductismo como corriente teórica y aplicada ha enriquecido nuestra conceptualización operativa de la salud y la enfermedad. Gracias a las investigaciones sobre los estilos de vida, los hábitos saludables, las respuestas a situaciones de estrés, etc., estamos más sensibilizados sobre cómo nuestro comportamiento influye en nuestra salud. Las cifras epidemiológicas sobre las pautas actuales de mortalidad y morbilidad respaldan estos hallazgos. S. E. Taylor (1990) distingue en estos estudios entre las conductas de enfermedad y las conductas de salud. Las primeras se refieren a las accio-
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nes que las personas realizan cuando se sienten enfermas (p. ej., ir al médico, darse de baja, etc.). La conducta de enfermedad no es equiparable a la definición de enfermedad en la que se da una patología documentada. Esta distinción nos permite profundizar en los aspectos psicosociales de la salud y ampliar nuestro objeto de estudio. Se consideran comportamientos relativos a la enfermedad todas aquellas acciones relativas al reconocimiento de síntomas, búsqueda de ayuda sanitaria, utilización de los servicios médicos, cumplimiento del tratamiento y programas de rehabilitación. Estas respuestas determinan el curso de la enfermedad y la relación que se establece con el sistema sanitario. A esta distinción y a su correspondiente aplicación en modelos interventores (p. ej., medicina comportamental) debemos añadir el importante papel preventivo de la psicología social. Desde este planteamiento interesa la promoción de la salud y un cambio conductual. La Organización Mundial de la Salud (1969) nos ofrece una definición comportamental clave sobre lo que se entiende por educación para la salud: «una acción ejercida sobre los individuos para llevarles a modificar sus comportamientos, a fin de que adquieran y conserven hábitos de salud sanos, aprendan a usar juiciosamente los servicios de salud que tienen a su disposición, y estén capacitados para tomar, individual o colectivamente, las decisiones que implican la mejora de su estado de salud y el saneamiento del medio en que viven». Podemos concluir que el modelo conductista nos permite mejorar nuestros diseños de investigación e intervenciones saludables. No obstante y pese a estas premisas comunes, el conductismo actual podría caracterizarse por la diversidad de orientaciones: — Teorías del intercambio. Antropólogos y sociólogos han participado en la construcción de este enfoque. Resulta de un intento de fusión entre las teorías conductistas (el aprendizaje es producido por recompensas y castigos) y por principios de la economía clásica. En psicología social destacan las aportaciones de Thibaut y Kelley (1959), Homans (1961) y Blau (1964) antecedentes también de la teoría de la equidad y de la elección racional (Morales, 1981a). Los cuatro autores coinciden en defender un «modelo racional del ser humano, cuya conducta se orienta y se rige por la
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Las orientaciones teóricas conservación y maximización de sus intereses» (Rodríguez Pérez, 1993, p. 73). La vida social se puede comparar con una gran «empresa» en la que la mayoría de sus miembros requiere de la cooperación de los demás para satisfacer sus necesidades. Este hecho exige la reciprocidad y genera la interdependencia, pero también implica costos y riesgos (Vander Zanden, 1995). La persona realiza una «contabilidad psíquica» de sus relaciones, estableciendo un registro de las retribuciones y utilidades de la interacción (p. ej., cuadro 21): • Homans basa en gran medida su teoría en el concepto de «justicia distributiva», por el cual la persona está constantemente sopesando los beneficios que obtiene frente a las inversiones que realiza en un determinado proceso o interacción. • Thibaut y Killey explican el comportamiento social en términos de recompensas y refuerzos. • Blau pretende analizar la estructura social, pero también acude a conceptos psicológicos e individuales. • Foa (1971), Foa y Foa (1971) tratan de subsanar una importante carencia dentro de las teorías de intercambio: la clasificación de las recompensas. Los autores parten de la evidencia de que las personas somos interdependientes en la satisfacción de la mayor parte de las necesidades, y los intercambios de recursos son mucho más sutiles (afecto, respeto, atracción, etc.) que los que consideran los economistas (trabajo, dinero, etc.). Estos recursos, a diferencia de los económicos, pueden ser dados o entregados a otros sin perder por ello la «cantidad» poseída. Desde estas perspectivas, podemos inferir que la conducta de la persona, ya sea saludable o perniciosa para su salud, dependerá de la valoración que haga de sus costes y beneficios. La evaluación del propio comportamiento entra en el estudio de los modelos cognitivos, por lo que podemos considerar que su consideración supone un objeto de estudio «puente» entre ambos sistemas teóricos. Los dos enfoques coinciden en el intento de predecir el comportamiento a partir de las creencias del individuo (p. ej., modelo de creencias de la salud, Rosenstock, 1960, 1974).
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PREDICCIÓN DEL TIPO DE RESPUESTA QUE DARÁ EL OBSERVADOR EN FUNCIÓN DE SU PERCEPCIÓN DE LOS COSTES DE AYUDAR FRENTE A LOS DE NO HACERLO Costes de ayudar
Costes de no ayudar
Bajos
Altos
Altos
Intervención directa
Intervención indirecta: reducción de los costes de no ayudar mediante redefinición de la situación, atribución de responsabilidad a la víctima, difusión de la responsabilidad, etc.
Bajos
Depende de variables de personalidad, de las normas que regulan la situación, de la relación entre los participantes.
Negación o ignorancia del problema, abandono de la situación.
FUENTE: Adaptado de Piliavin et al. (eds.) (1981).
En este sentido, la percepción de riesgos constituye un tipo de creencia y valoración (en probabilidad de coste) central en la explicación del comportamiento saludable. Ante la inevitabilidad de los riesgos en nuestra vida, p. ej., accidentes, disfunciones, enfermedades, etc., la respuesta de la población manifiesta diversas reacciones adaptativas (Giddens, 1993): • La aceptación pragmática, que conlleva la necesidad de sobrevivir lo mejor posible con los riesgos existentes. • El optimismo, sostenido en una fe providencial a pesar de los riesgos (Van der Pligt, 1996). • El pesimismo, que se traduce en las ansiedades provocadas por los peligros de graves consecuencias. El cinismo reduce el impacto emocional del peligro, bien sea mediante el humor o la distancia. • El compromiso radical, que conlleva una contestación práctica activa contra los riesgos.
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Las orientaciones teóricas • La disminución de las conductas de riesgo o problema. Constituye uno de los objetivos diana de la prevención (Flanagan, 1990). Desde una perspectiva pública, el comportamiento de riesgo se define como aquel que aumenta la probabilidad de llegar a padecer una determinada enfermedad (p. ej., enfermedad cardíaca) o problema de salud (p. ej., un accidente de tráfico). En esta prevención se asume la racionalidad del ser humano, ya que la difusión informativa debería ayudar a los individuos a tomar decisiones en las que se reduzcan los riesgos y originar cursos alternativos de acción (Beyth-Marom, Fischhoff y Quadrel, 1990). Pero ni el análisis conductual, ni las interpretaciones sociológicas nos proporcionan un marco interpretativo independiente. Relacionemos estas cuestiones con un problema concreto. Por ejemplo, en el tema de cómo las personas catalogan determinados comportamientos de riesgo en el caso del sida, influirán una serie de procesos cognitivos (Salazar y Rodríguez-López, 1997; So, 2003): p. ej., el conocimiento de la conducta que lleva a la transmisión de la enfermedad, la susceptibilidad percibida, las normas sociales interiorizadas en relación con la conducta de alto riesgo, los estados emocionales adversos que se asocian con el comportamiento problemático, etc. A pesar del despliegue de los medios de comunicación sobre la conveniencia de adoptar medidas preventivas, dicha pandemia se sigue extendiendo en una población aparentemente bien informada. Si adoptamos una perspectiva meramente racional, nos resulta fácil responsabilizar a la víctima de su comportamiento negligente (Felner, Felner y Morton, 2000). La gente sabe lo que debe hacer y no lo hace. La persona dispone de las herramientas necesarias para comportarse de una manera sana; si su conducta es negligente, es porque no quiere o no sabe conducirse de otro modo. Dejaríamos al margen de la prevención grupos sociales, como los adolescentes, que no se caracterizan precisamente por el comportamiento racional y reflexivo (Raithel, 2006). Pero desde esta perspectiva, se corre el riesgo, valga la redundancia, de presuponer que todos los individuos tienen el mismo conocimiento, información, poder y educación para cambiar los efectos negativos o las causas externas que
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inciden sobre su salud (Pérez Díaz, 1987). En muchas ocasiones, la capacidad de elección suele estar, en realidad, menguada y, por supuesto, depende de la clase social a la que se pertenece (Hoeman, Ku y Ohl, 1996; Rashid y Jagger, 1996). Todos estos autores comparten un cierto reduccionismo psicológico, puesto que el comportamiento social se rige por las mismas normas que explican el comportamiento individual. Una segunda crítica a los modelos de intercambio estriba en la pretensión de establecer principios universales del comportamiento independientemente de las variables culturales y de la historia. K. Gergen (1980), D. C. Kimmel (1979) y Morales (1981b) añaden: • Las teorías de intercambio resultan más un conjunto de conceptos sensibilizadores que un modelo formalizado de la conducta de interacción. • No han investigado directamente la validez de sus hipótesis, siendo incapaces de predicciones exactas. Los conceptos y variables tampoco son operativas. • No se atiende a los aspectos simbólicos del comportamiento. Estas críticas no impiden nuestro reconocimiento del carácter explicativo de las teorías y su capacidad de inspirar una gran diversidad de investigaciones sobre temas tan dispares como la terapia conyugal, la distribución del poder dentro de la familia o la comunicación informal. Por ejemplo, una de sus aplicaciones más interesantes se encuentra en el modelo escolar de San Luis: utilizando un adecuado sistema de refuerzos, se consiguieron grandes mejoras en los estudiantes en tareas concretas como la lectura y la escritura. Los modelos de refuerzos y recompensas también se han aplicado con cierto grado de éxito en programas destinados a dejar de fumar, perder peso o cumplir con las prescripciones facultativas. Como apunta Torregrosa (1982), cuentan con el factor añadido de ser marcos explicativos de una sociedad en la que impera el «valor de cambio». — Teorías de aprendizaje social. Frente a los modelos conductistas radicales, en los que el aprendizaje se planteaba como una consecuencia del refuerzo, Bandura (1962) y Bandura y Walters (1963) destacan el papel de la observación y de la anticipación de consecuencias como factores explicativos. La conducta es el resultado de
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Las orientaciones teóricas una causalidad múltiple que supone la intersección entre factores ambientales, personales y comportamentales (Bandura, 1976). En estos principios observamos un acercamiento a los modelos del interaccionismo simbólico y a la cognición social. La aproximación enfatiza el papel de la capacidad simbólica de la persona, la conducta propositiva y autorregulada, el aprendizaje por observación y las autopercepciones de eficacia (Bandura, 1987). A diferencia de otros modelos psicologicistas, la explicación de Bandura reconoce también que las características del entorno condicionan y delimitan el comportamiento y el repertorio de posibles respuestas (Himmelweit, 1990). Bandura (1987, p. 44) explica la interacción social recurriendo a una «reciprocidad triádica» según la cual: «la conducta, los factores cognitivos y demás factores personales y las influencias ambientales operan de forma interactiva como determinantes recíprocos». Comentamos, en la definición de la psicología social de la salud, que el modelo de autoeficacia puede ser una poderosa herramienta para encarar las intervenciones de la salud desde un marco de acción positivo y estimulante de las capacidades de individuos y grupos. Estas intervenciones se benefician de su posible «exportación» a entornos comunitarios. El marco teórico del empowerment da cumplida cuenta de ello. — Estudios sobre persuasión y cambio de actitudes de la escuela de Yale (Hovland, Lumsdaine y Sheffield, 1949; Hovland y Rosenberg, eds., 1960). — Teorías de alcance medio: • Dollard et al. (1939), teoría de aprendizaje de N. E. Miller y Dollard (1941), en las que destacan los procesos de imitación y refuerzo). • Teoría de la autopercepción de Bem (1967). • Teoría del locus de control de Rotter (1966). • Teoría de la facilitación social de Zajonc (1965). • Teoría de la indefensión aprendida de Seligman (1975).
Durante los años sesenta, en los planteamientos conductistas influirán los estudios cognitivos. Por ejemplo, el trabajo sobre la indefensión de Seligman se reformula y se integra dentro de los modelos atribucionales
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(Abramson, Seligman y Teasdale, 1978). En ellos empezamos a encontrar esquemas cognitivos como el de identidad. La gente que cree en sí misma y en sus capacidades para mejorar su salud tiende a adoptar comportamientos saludables. Entre las personas que practican hábitos insanos, a menudo, observamos personas deprimidas e indefensas. Aunque estos ejemplos no plantean una regla de tres, tras su observación podemos defender el principio de que, para que las personas cambien sus conductas, debemos trabajar también con la manera en que piensan y sienten. Una década después, en los años ochenta, comienza a configurarse el modelo conductual comunitario que integra los presupuestos teóricos de la psicología comunitaria con la tecnología del aprendizaje (Bogat, Jason y Leonard, 2000). Como plantea Buelga (2001), ambas perspectivas pueden complementarse. La idea de que la conducta se aprende a través de la experiencia en un entorno concreto y que la definición de los objetivos de salud debe realizarse en términos conductuales (observables y cuantificables) es compatible con el énfasis puesto en las actuaciones preventivas dirigidas a la promoción de la salud centradas en el sistema social. En gran medida, la adquisición de competencias para el bienestar consiste en el aprendizaje de habilidades y destrezas (Pelechano, 1981). Tampoco estas alternativas han estado exentas de polémica. Rappaport (1981) desconfía de las soluciones únicas y de la conciliación de planteamientos conductistas y comunitarios. La solución de compromiso podría venir de una utilización crítica de la riqueza tecnológica de los modelos conductistas. La cooperación y la participación cognitiva de los implicados ayuda sobremanera a la eficacia de dicha instrumentalización (Bogat, Jason y Leonard, 2000).
3.4. El cognitivismo El termino «cognición» se refiere al conjunto de procesos mentales que transforman la información sensorial (codificándola, almacenándola y restituyéndola) en significado. A diferencia del conductismo ortodoxo, desde esta escuela, se supone a los sujetos capaces de tomar decisiones racionales e intervenir en el curso de los acontecimientos de forma consciente y deliberada (Vander Zanden, 1995).
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La escuela gestáltica influyó considerablemente en estas ideas. Frente al modelo conductista, la Gestalt demostraba que el mundo percibido se organiza activamente mediante pautas con sentido que configuran estructuras o gestalten. De este modo, el individuo otorga significado a este mundo a través de su cognición. Wertheimer (1880-1943) y sus colaboradores alemanes Koffka (1886-1941) y Köhler (1887-1967), fueron los fundadores de la escuela gestáltica. Los primeros descubrimientos de este grupo se derivaron del estudio de la percepción y del modo en que las partes o elementos de un objeto se organizan en totalidades. Por ejemplo, cuando observamos un edificio no vemos maderas, ladrillos y vidrios, sino una casa. Por lo tanto, se supone que el cerebro procesa, ordena e interpreta los estímulos recibidos de los órganos receptores y relaciona una experiencia con otra dentro de un contexto más amplio. CUADRO 22
MODELO DE DECISIÓN SOBRE LA INTERVENCIÓN EN EMERGENCIAS ELABORADO POR LATANÉ Y DARLEY ¿El individuo se encuentra ante una situación? Sí NO ¿Se da cuenta de que pasa algo normal? Sí NO ¿Lo interpreta como una emergencia? Sí NO ¿Asume la responsabilidad de intervenir? Sí
EL INDIVIDUO NO AYUDA
NO ¿Se considera capaz de prestar la ayuda? Sí NO ¿El individuo toma la decisión de intervenir? Sí FUENTE: Latané y Darley (1970).
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La teoría gestáltica tuvo un peso específico en autores como Asch (1946), Festinger (1957), Heider (1946, 1958), Lewin (1939, 1948, 1951) y Newcomb (1954, 1964). Los principios perceptivos se tradujeron a la percepción social y a la búsqueda de una coherencia actitudinal: las personas tienden a organizar sus actitudes de forma armoniosa para evitar su conflicto (J. C. Turner, 1998). Por tanto, el cognitivismo se caracteriza por el énfasis otorgado al procesamiento de la información (p. ej., cuadro 22). A pesar de los cambios que supone de orientación frente al paradigma conductista, el individualismo como explicación sigue vigente en afirmaciones como las de Berkowitz (1962, p. 167): «el estudio de los grupos es en última instancia un problema de psicología individual. Son los individuos los que deciden ir a la guerra, son los individuos los que luchan en las batallas y son los individuos los que deciden la paz». Al cognitivismo se le culpa de haber sustituido el «individualismo de carácter reactivo» por, en el mejor de los casos, «el individualismo ilustrado» (Álvaro, 1995, p. 51). La explicación del comportamiento social se reduce desde las diferentes escuelas cognitivas a principios psicológico-cognitivos de carácter universal (Rodríguez Pérez, 1993; Sangrador, 1991a, 1991b): — Teoría de campo de Lewin (1890-1947). Lewin fue discípulo de la escuela gestáltica. Su aportación más importante es el concepto de campo o espacio vital: un conjunto formado por la persona y su ambiente, concebidos como una constelación de fuerzas interdependientes integrado por acontecimientos pasados, presentes y futuros (Deutsch, 1968). A diferencia de otros modelos teóricos psicológicos, Lewin revalorizó el papel del contexto y de la situación para explicar el comportamiento. El estilo de vida se encuentra en función de la relación entre la persona y su entorno. La posición que ocupa la persona en este espacio vital y la configuración de fuerzas que percibe de su ambiente modelaran su conducta (p. ej., la dieta que realiza, los alimentos que compra, el ejercicio físico que practica). Sin embargo, la teoría de campo olvida que las percepciones y el comportamiento son sólo elecciones individuales dentro de un limitado abanico de posibilidades de un entorno. Necesitamos considerar otros factores de los que la persona no tiene por qué ser consciente.
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Las orientaciones teóricas El interés de Lewin por el espacio vital le llevó a estudiar la dinámica de grupos y los efectos del liderazgo. En estas áreas, el autor realizó sus contribuciones más significativas. Durante los últimos años de su vida aplicó la técnica de grupos a distintas investigaciones en educación, industria, cambios de actitudes, etc., entendiendo siempre el grupo como un «todo dinámico» (cuya esencia era precisamente la interdepencia entre sus miembros), y cayendo en lo que se le ha criticado como el «psicologicismo de grupo», al querer tratar en este micronivel conflictos económicos y políticos (Ossicini, 1972). Sin embargo y tal como describimos en el análisis histórico, Lewin resulta una figura clave en la disciplina por su capacidad de síntesis entre los presupuestos teóricos, metodológicos y aplicados. — La teoría del equilibrio de Heider (1946, 1958) supondrá un punto de referencia clave para el desarrollo de las posteriores perspectivas atribucionales (E. E. Jones y Davis, 1965; Kelley, 1967, 1973). La pretensión de Heider era construir una psicología del sentido común, analizando cómo las personas atribuyen causas y explicaciones a lo que les ocurre en su entorno social. Dichas inferencias constituyen mecanismos cognitivos centrales para la comprensión del comportamiento y son susceptibles de sistematización. Esto es especialmente evidente en el tema de la salud. Denominamos atribución a la interpretación de un síntoma o un comportamiento en función de una explicación causal. H. S. Friedman (2002) nos aporta un ejemplo cotidiano: Si un compañero no acude al trabajo en un día de primavera, nuestra preocupación no sólo será relativa al hecho de que no haya ido a la oficina, sino al motivo que ha alegado. Una de nuestras primeras pesquisas consistirá en ampliar la información disponible a partir de otras fuentes, p. ej., trayectoria pasada de absentismo del compañero, su historial médico (p. ej., complicaciones recientes) o la conversación con los compañeros que lo vieron el día anterior. Del ejemplo no interesa tanto la conclusión a la que lleguemos y su grado de acierto, como el observar las hipótesis, ideas y suposiciones que desarrollamos para explicar un hecho determinado. La misma lectura es posible realizarla en nosotros mismos. Desde la percepción de una sintomatología a la interpretación y la bús-
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queda de alternativas realizamos un complejo proceso atribucional. Incluso las propias atribuciones a las que lleguemos pueden afectar a los síntomas. En el insomnio encontramos que la ansiedad que genera la anticipación del trastorno es uno de sus principales componentes. Si decidimos tomar somníferos colocaremos en un fármaco la posible solución. La automedicación y el abuso de medicamentos pueden ocultar atribuciones erróneas a los procesos de sanación. Las expectativas y las atribuciones no se producen azarosamente, sino que siguen una serie de reglas y criterios. Jones y Davis (1965) explican la tendencia a efectuar atribuciones personales mediante la creencia de que el comportamiento se corresponde con una característica e intención estable por parte de quien la realiza. Para Kelley (1973) el proceso de atribución se realiza sobre la configuración de las causas posibles de la acción o de la conducta observada. En este sentido, todos somos científicos en potencia o «psicólogos ingenuos». El crecimiento de las teorías atribucionales ha sido extraordinario. Nuevos enfoques (por ejemplo, Weiner, 1986) han complementado los ya existentes, nuevos estudios han profundizado en los procesos cognitivos y en los sesgos a los que dan lugar. En este sentido, destacaremos los sesgos de atribución del «error de atribución fundamental» (tendencia a atribuir la conducta a factores personales, obviando las características contextuales), «las diferencias actor-observador» (consiste en atribuir nuestra propia conducta a factores situacionales, mientras que la misma conducta, cuando son otros quienes la realizan, tiende a ser imputada a factores personales) y el «efecto de falso consenso» (tendencia a pensar que nuestras acciones son compartidas por otras personas, y no el reflejo de disposiciones personales) (Echebarría, 1991; Hewstone, 1992; Hewstone y Antaki, 1988; Ross y Nisbett, 1991). Como aspectos cuestionables de este estudio y de las teorías atribucionales, en general, encontramos su pretensión de explicar la inferencia de causalidad de manera interindividual, obviando la influencia del contexto y del valor de los determinantes ideológicos-culturales (Howitt et al., 1989). El estado de la cuestión ha lle-
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Las orientaciones teóricas gado a tal punto que Kihlstrom (2004) se pregunta directamente si no deberíamos hablar de una escuela psicosocial con el encabezamiento de «la gente es tonta». — Teorías de la consistencia. Entre las que encontramos la teoría de la congruencia de Osgood y Tannenbaum (1955) y la teoría de la disonancia de Festinger (1957). Estas teorías generaron una escuela de opinión durante los años setenta (Aronson, 1980). La base de esta explicación se sitúa en que todo organismo tiende a una situación de equilibrio. Cuando este equilibrio se rompe por la contradicción de elementos comportamentales, cognitivos o motivacionales, el individuo tiende a restablecerlo. Las fuentes de disonancia pueden ser diversas: desde una nueva información que se contradice con informaciones anteriores hasta la inconsistencia lógica entre sus elementos. Asimismo, la disonancia puede variar en magnitud en función de dos factores: uno, la importancia de los elementos para el sujeto, y otro, el número relativo de elementos que están en relación disonante. El centro de atención se sitúa en los intentos individuales de reducir la tensión psicológica (p. ej., cuadro 23). CUADRO 23
PRINCIPALES FORMAS DE REDUCCIÓN DE LA DISONANCIA COGNITIVA
Cambio actitudinal o conductual
Añade nueva información consonante
RESOLUCIÓN DE LA DISONANCIA
Trivialización, infravalorar la importancia de las actitudes o comportamientos inconsistentes FUENTE: Baron y Byrne (2005).
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La disonancia cognitiva implica una contradicción entre los sistemas de creencias anclados en identidades grupales (Álvaro, 1995). Es la teoría cognitiva más conocida y ha dado lugar a un gran número de investigaciones, especialmente en el campo de cambio de actitudes. Por ejemplo, son herederas de esta corriente la teoría de autopercepción de Bem (1967) y la teoría del manejo de impresiones de Tedeschi, Schlenker y Bonoma (1971). K. Gergen (1973) y otros autores como Collier, Minton y Reynolds (1996) observan que estas interpretaciones están influidas por la situación histórica en la que surgen. Tras la segunda guerra mundial y el crecimiento de las relaciones económicas internacionales, es lógico que se evalúe el conflicto como una fuente de tensiones y se revalorice el papel del equilibrio y de la armonía. También lo es pensar en la coherencia personal como una fuente y recurso de bienestar. Las respuestas saludables y los estudios de personalidad autosanadora podrían servirnos de ejemplo para ilustrar estas consignas (H. S. Friedman, 2002). Desde el primer enfoque, se analiza cómo la persona puede resolver el conflicto, las presiones ambientales y las situaciones ambientales, aferrándose a la idea de que el mundo tiene sentido y es comprensible. Las ideas religiosas y un talante optimista colaboran en este empeño. Diversos estudios de la época postbélica indagaron sobre los factores que facilitaron la supervivencia en los campos de concentración nazis. El sentido de coherencia y la dignidad fueron valores personales predictores de una mayor longevidad. Las personas que tienen que afrontar situaciones estresantes desde una sensación de absurdo presentan un peor funcionamiento de su sistema inmunológico (Lutgendorf et al., 1999). Las críticas a estos modelos se refieren a la ambigüedad conceptual de su formulación y la falta de validez metodológica de los experimentos realizados. Por ejemplo, la disonancia se puede interpretar como la contradicción de cogniciones opuestas, como consecuencia de un sistema de creencias sociales contradictorias o como un cuestionamiento del sentido de la acción (Crespo, 1982). A modo de conclusión podríamos señalar la falta de acuerdo a la hora de establecer un balance definitivo sobre las teorías de la consistencia.
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Frente a la defensa a ultranza de partidarios como Wicklund y Brehm (1976) y los que niegan su validez científica (p. ej., Chapanis y Chapanis, 1964), Zajonc (1968) la define como «una estrategia heurística» con fértiles consecuencias a la hora de generar investigación. A pesar de sus debilidades experimentales, resulta una de las teorías más influyentes en la psicología social. — Teoría cibernética. Como su nombre indica, la teoría cibernética compara nuestra manera de pensar con el funcionamiento del ordenador. La finalidad de la investigación consiste en descubrir y analizar las leyes que regulan el procesamiento, almacenamiento y utilización de la información. En este modelo racionalista el concepto de esquema es clave. Según Fiske y Taylor (1984, p. 140), un esquema social se define como «una estructura cognitiva que representa el conocimiento organizado acerca de un concepto dado o una clase de estímulos». El contenido de estos esquemas orienta el conocimiento de nosotros mismos, de nuestro entorno, los procesos de estereotipación de las situaciones sociales concretas (guiones) y la selección de la información relevante. Una de las aplicaciones de estas teorías consiste en describir cuáles son las cogniciones que nos permiten la regulación de los comportamientos de salud (Y. Pastor, Balaguer y García-Merita, 1999). Nuestros esquemas y creencias sobre la salud influyen en aspectos tan diversos como la susceptibilidad o percepción de vulnerabilidad hacia una enfermedad determinada; la gravedad percibida de la enfermedad y de sus consecuencias, tanto de carácter biológico como social; los beneficios y los costes de la acción recomendada (recuérdese el modelo de creencias de la salud de Rosentock y su relación con las teorías de intercambio); las características demográficas, sociales y culturales y los estímulos para la acción (Nouvilas, 2000a). El conocimiento de estas creencias puede permitir a los médicos predecir el grado de compromiso del paciente con el tratamiento propuesto (p. ej., efecto placebo) y facilitar las conductas saludables de la población a través del cambio de sus creencias. La dificultad que presentan estos planteamientos es que las creencias de salud son en muchas ocasiones causas y consecuencias de los comportamientos (Nouvilas, 2000b).
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Además, en estas definiciones encontramos un argumento contradictorio: por una parte, la persona es un creador de conocimiento, y, por otra, este conocimiento se somete a reglas universales, las cuales mediatizan nuestra percepción del mundo (Álvaro, 1995). De nuevo, estos principios aíslan al ser social de su medio histórico y cultural, ya que no contemplan que la propia metáfora cibernética es resultado de nuestro tiempo (del mismo modo que, por ejemplo, las explicaciones sobre la agresión lo fueron de los modelos hidráulicos en el pasado). No se introducen los aspectos afectivos, motivacionales y normativos del comportamiento y confinan el proceso de categorización social a un proceso de categorización cognitiva (Zajonc, 1980a, 1980b). La psicología social cognitiva no ha estado exenta de crítica. Se le acusa de aislar los procesos cognitivos de la actividad intencional, de ignorar los orígenes de las estructuras cognitivas y de sobrevalorar el papel del pensamiento en la interacción social (Bowers, 1991; Lopes, 1991; Shotter, 1991). James ya planteaba que el pensamiento social era un proceso costoso que suponía una inversión de esfuerzo, tiempo y tensión. Por el contrario, la mayor parte de las interacciones sociales son rutinarias, repetitivas, y los hábitos, más que los «procesos activos de información», explican mejor los rituales de interacción (Thorngate, 1976a, 1976b). Para que estas teorías trascendieran este reducccionismo psicologicista sería necesario buscar los elementos comunes intersubjetivos, y no sólo la subjetividad de la cognición social (T. Ibáñez, 1990). Los procesos cognitivos han de estudiarse en función de los procesos comunicativos (Zajonc, 1989). En este sentido, los marcos teóricos cognitivos se complementan entre sí y con otros marcos teóricos de un mayor cariz social.
3.5. La teoría de la identidad grupal: relaciones intergrupales y categorización En la definición de la disciplina hemos observado como el estudio de las relaciones intergrupales ha sido un tema clásico. Las contribuciones europeas se caracterizaban por subrayar la dimensión social de estos comportamientos. Tajfel y el grupo de la Universidad de Bristol han realizado
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aportaciones significativas a esta línea de investigación. Su aproximación difiere del cognitivismo clásico: los problemas sociales no se pueden reducir a una mera cuestión de procesamiento de la información. Tajfel (1981, 1982a, 1982b, 1983) estudia la interdependencia que se establece entre los procesos de relación e identidad social. La identidad social se define por el sentido y, por tanto, conciencia de que se pertenece a ciertos grupos sociales. La comparación entre los grupos será el siguiente paso para establecer la valencia positiva o negativa de las identidades. A estos conceptos se añade también el estudio del grupo mínimo (Billig, 1982; Billig y Tajfel, 1973): la simple adscripción grupal, aunque sea a través de procedimientos tan azarosos como lanzar una moneda al aire, provoca una conducta de favoritismo endogrupal. Una de las contribuciones más interesantes de Tajfel radica en la demostración de la existencia y actuación de los estereotipos (Fischer, 1990). En sus experimentos, la discriminación se manifestaba mucho más acentuada a nivel de grupos que a nivel de individuos aislados. Esto parece especialmente cierto en enfermedades estigmatizantes como el sida. Las primeras informaciones relativas a grupos de riesgo ayudaron a esta categorización. Hoy en día nos referimos a comportamiento de riesgo y al virus de la inmunodeficiencia adquirido. Ambos términos «quitan hierro» a los estereotipos grupales anteriores. En consecuencia, el factor discriminatorio parece depender de la pertenencia a un grupo, más que de condiciones individuales, ya que la elaboración cognitiva de los estereotipos se da estrechamente vinculada a la situación colectiva. Las personas desarrollan posturas discriminatorias en relación con un objeto dado, siempre en función de su pertenencia a una categoría (Ginet, Martinot y Brauer, 2004). Se comprueba que el estereotipo es siempre negativo si los contactos entre grupos son competitivos. Por el contrario, es más positivo cuando los intercambios entre los grupos presentes son cooperativos (Tajfel, 1978). Si retomamos el ejemplo del sida, podemos recordar el impacto social de las declaraciones de figuras de prestigio y carisma social como Magic Johnson. El concepto de categoría social se encuentra íntimamente relacionado con la formación de identidades. Las categorías sociales nos permiten organizar la información del entorno y establecer la diferencia entre rela-
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ciones intra e intergrupales y la formación de estereotipos. Estas relaciones han inspirado un buen número de estudios científicos y han influido en otras formulaciones teóricas como (Huici y Morales, 1991; Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997): — La escuela de Ginebra liderada por Doise, Mugny y Deschamps. Según Munné (1989), el trabajo de este grupo sobre la influencia minoritaria y las relaciones intergrupales es heredero también de Moscovici, Tajfel y Piaget. — J. C. Turner (1985) desarrolla la teoría de la autocategorización a partir de las formulaciones de Tajfel. Dicha teoría intenta explicar cómo los sujetos se categorizan a sí mismos y los efectos que tienen dichas clasificaciones. — Billig se inició en la psicología social con maestros como Tajfel y Fraser, defendiendo la capacidad humana para la negación y la crítica (Billig, 1986). Los procesos de categorización ilustran la posibilidad de debate y argumentación del pensamiento humano. Los distintos hechos o circunstancias se pueden caracterizar por una serie de aspectos comunes y diferenciales, que permiten tanto su inclusión en una determinada categoría como su diferenciación. Dado que las personas pueden clasificarse de formas distintas, al establecimiento de cualquier «etiqueta» se le puede enfrentar el argumento contrario (Billig, 1985). Así, frente a la posición de la psicología social más ortodoxa, que entiende las actitudes como respuestas básicamente individuales, Billig (1986, 1987, 1988) las sitúa en un contexto social controvertido. El propio sentido común presenta un enfoque polémico, posibilitando la existencia del pensamiento social (Billig, 1988; Shotter, 1989). El conocimiento es definido como algo socialmente compartido. Es en esta convivencia donde se produce un nexo de unión entre el razonamiento de Billig y el de las representaciones sociales. Ambos comparten como modelo de persona un sujeto pensante (Billig y Sabucedo, 1994). Las representaciones sociales son el resultado de un proceso dinámico a través del cual se reconstruye socialmente lo real, es decir, funcionan como un «universo de opiniones» (Moscovici) con formas de expresión muy variadas. A través de estas posibilidades de
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Las orientaciones teóricas expresión, la representación manifiesta su carácter relacional y refleja, así, el funcionamiento de las reglas y de los valores de una cultura dada (Fischer, 1990).
Como críticas al modelo de Billig, M. C. Martínez (1990) señala la omisión de variables como el poder, el control y el cambio social. Ciertos aspectos de la obra de Tajfel han sido desacreditados por la desconexión entre los procesos psicológicos y sociales a la hora de explicar el comportamiento intergrupal. No obstante, también autores como Manstead (1990) reconocen el interés de esta línea de investigación, principalmente para psicólogos de origen europeo que optan por un nivel de análisis que no se reduzca al meramente individual. Además, la teoría de la identidad social permite contar con un marco de referencia adecuado para integrar un número considerable de trabajos.
3.6. La psicología social del cambio: La influencia minoritaria Podríamos catalogar como una situación de crisis y cuestionamiento social a la segunda mitad del siglo XX, p. ej., los grupos de protesta contra la guerra de Argelia en Francia, contra la guerra de Vietnam en América, la revuelta checoslovaca o el fenómeno del Mayo francés. Movimientos que, como en el siglo XIX, generaran un incipiente despertar de las «masas». Desde esta perspectiva, Moscovici asume el estudio del nuevo protagonismo histórico de «ciertas minorías». Para ello, realiza el ejercicio de confrontación entre dos tipos de psicología: la «funcionalista», cuya preocupación ha sido el orden social, el equilibrio y los procesos de influencia, y la psicología «genética», preocupada por el conflicto como motor de cambio social (p. ej., cuadro 24). Como resume Álvaro (1995), el planteamiento de Moscovici busca la transformación del individualismo psicológico en un enfoque basado en la interacción. Esta intención se plasma en el estudio de cómo el comportamiento de las minorías puede ejercer influencia social. Las condiciones de influencia social son independientes del poder o estatus de la minoría y se derivan de su capacidad de consistencia, de su coherencia (por tanto, de su visibilidad y reconocimiento social), y no de su competencia.
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CUADRO 24
LA PSICOLOGÍA SOCIAL FUNCIONALISTA Y LA PSICOLOGÍA SOCIAL GENÉTICA Modelo funcionalista
Modelo genético
Naturaleza de las relaciones entre la fuente y el blanco Objetivos de la interacción
Asimétrica
Simétrica
Control social
Cambio social
Factor de intervención
Incertidumbre y reducción de la incertidumbre Dependencia
Conflicto, negociación del conflicto
Objetividad
Objetividad, preferencia, originalidad Conformidad, normalización, innovación
Tipo de variables independientes Normas determinantes de la interacción Modalidades de la influencia
Conformidad
Estilos de comportamiento
FUENTE: Moscovici (1976/1981), p. 261.
Las teorías de Moscovici (1976, 1980, 1985a, 1985b) han evolucionado en un sentido más social y han incidido en la investigación del conflicto desde una perspectiva social y no meramente interindividual, por ejemplo, en el «retrato de las relaciones de poder» sobre cuestiones polémicas y de candente actualidad como el aborto, la contaminación o la xenofobia (Castellanos y Pedreño, 2001; Mugny y Papastamou, 1981). La selección de estos temas hace más viable entender la situación minoritaria en el contexto de la dominación social y de las relaciones desiguales. El mérito de esta teoría se encuentra en el esfuerzo invertido en la explicitación de las condiciones necesarias para un cambio dentro de las relaciones jerárquicas entre grupos de la estructura social. Esta inquietud se contrapone claramente con un modelo de la psicología social preocupada tan sólo por las uniformidades de la conducta humana y la influencia de las estructuras sociales en el comportamiento individual (p. ej., estudios de Canto, 1996a, 1996b, 1996c, 1996d; Moscovici, Mugny y Pérez, 1991; Moscovici, Mugny y Van Avermaet, 1985). Efectivamente, como apuntan Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux (1997), hasta los años setenta el modelo de la influencia social vigente se guiaba por la teoría de la dependencia, que asumía que la ascendencia de los grupos sobre los individuos se debía a su poder informativo y
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normativo. Dicha conformidad presentaba como ventaja la reducción de la ansiedad y de la incertidumbre en la interpretación. Acorde con este planteamiento, detectamos una visión estática de la sociedad y de las relaciones individuo-sociedad, que supone el mantenimiento del status quo, ya que la mayoría no es proclive al cambio social. Moscovici incorpora al estudio de la influencia social los conceptos de innovación y de normalización, reconociendo el poder de las minorías a la hora de provocar el cambio social y el desarrollo de nuevos puntos de vista. El canje de perspectiva resulta intelectual y políticamente interesante porque las minorías ya no son grupos de marginados sino agentes de cambio. Quizás de una manera exagerada, Jaspars (1986) afirma que los estudios sobre minorías activas han introducido una orientación sociológica en los estudios de psicología social. Sí que es cierto que gracias a estas formulaciones se han desarrollado gran cantidad de investigaciones. Así, Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux (1997) señalan como la vitalidad de este programa de investigación se traduce en estudios sobre: la incidencia de la consistencia mostrada por la minoría (Moscovici y Lage, 1976), las atribuciones realizadas a dicha consistencia (Nemeth y Wachtler, 1974), la importancia del consenso (Kiesler y Pallak, 1975), los estilos de negociación (Moscovici, 1980; Mugny y Papastamou, 1981), etc. Como críticas podemos resaltar que la identificación entre minorías y cambio e innovación social y mayoría y orden social no es siempre correcta. La mayoría también puede promover el cambio y la innovación social, existiendo minorías muy reaccionarias. Curiosamente y como anota Álvaro (1995), entre los teóricos de las minorías y los teóricos de las masas de hace dos siglos se produce una confluencia en cuanto a la imagen negativa que comparten sobre los procesos colectivos o mayorías. Además, la metodología experimental sobre la influencia de las minorías no puede abarcar la complejidad del tema de análisis. Este método olvida las raíces históricas del cambio social y su evolución temporal.
3.6.1. La teoría de las representaciones sociales El propio Moscovici plantea una teoría complementaria a la anterior y que pretende ser una alternativa al concepto de actitud y al de representación colectiva de Durkheim. Según Moscovici, el concepto de «repre-
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sentación social» introduce un elemento de dinamismo a la definición durkheimiana: consiste en una explicación de sentido común, en una forma de entender y comunicar lo ya sabido que se crea y se recrea en el curso de las conversaciones cotidianas. Son desarrolladas por las personas y grupos en la interacción y suponen un sistema de valores, nociones y prácticas que sirven de orientación y organización de la información en el contexto social (Moscovici, 1961, 1984). Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux (1997) citando a Gramsci señalan que no es casualidad que el estudio de las representaciones sociales surgiera en Francia. Dicho país presenta un tradición de investigaciones que enlaza el estudio del sentido común del pueblo con la guía ideológica de las élites. Moscovici, al plantearse como tema de estudio la sociedad pensante, niega los determinismos pisocologicistas y sociologicistas imperantes. Las representaciones constituyen explicaciones y análisis de la realidad que imponen una forma de comprenderla. La psicología social es una ciencia histórica y antropológica. Autores como Álvaro (1995) alegan, contra la pretensión de este «nuevo» modelo, que el concepto de representación social no es tan novedoso y que se relaciona claramente con otros términos como el de representación colectiva de Durkheim, incluso con el de sistema ideológico de Marx o la teoría de constructos de G. A. Kelly (1955). Por ejemplo, el reproche clásico al concepto de actitud se encuentra en su carácter individual. Dicho carácter procede en gran medida de la influencia de los estudios de G. W. Allport, pero podemos contemplar otros trabajos con un carácter más social. Por ejemplo, las actitudes del campesinado polaco de Thomas y Znaniecki (1920) o los trabajos de Jahoda, Lazarsfeld y Zeisel sobre las actitudes de los desempleados de una comunidad austríaca. En estos estudios, las actitudes se entienden como conjunto de creencias y comportamientos compartidos cuyo origen es social. En nuestro entorno español, Torregrosa (1968, p. 157) también incorpora en este concepto la importancia del componente social: «las actitudes constituyen propiedades o características de grupos y situaciones sociales, creencias y modos de evaluación de los mismos, independientemente de que lo sean de los miembros individuales de tales grupos y situaciones». Moscovici (1988) interpreta las actitudes como el resultado de las representaciones sociales. Prioriza en el concepto de actitud su componen-
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te conductual, sin elaborar su función cognitivo-evaluativa. Debido a la riqueza conceptual de la idea de representación social, definir dichas representaciones también resulta una tarea compleja (Moscovici, 1985a). Jahoda (1988) concluye que, desde esta ambigüedad, los conceptos de representación social y de sentido común se difuminan. La definición de representación social debería sistematizarse mejor para que pudiera orientar proyectos de investigación. Según Montero (1994b), su introducción en la disciplina no ha supuesto ningún avance dentro del confuso panorama conceptual de actitudes, creencias, cogniciones, valores o estereotipos. La solución a esta situación podría consistir en contrastar en la investigación qué creencias colectivas se pueden nombrar como representaciones y cuáles no (Billig, 1991). Como principales atributos del pensamiento de Moscovici destacaría su énfasis en la dimensión social del conocimiento humano y el haber generado e impulsado un importante programa de investigación en temas tan dispares como la asociación entre representaciones sociales y la situación social de la mujer de los trabajos de Chombart de Lauwe (1967), la cultura en los obreros franceses (Kaës, 1968), la salud y la enfermedad (Herzlich, 1969) o el espacio (Milgram y Jodelet, 1976; T. Ibáñez, 1988; Jodelet, 1984). Leventhal aplicó estos conceptos en su modelo de «representaciones cognitivas de la enfermedad». Estas representaciones integran aspectos tan dispares, pero al mismo tiempo operativos, como la explicación de la enfermedad, su identidad y sus consecuencias (H. Leventhal, Diefenbach y H. Leventhal, 1992; H. Leventhal, Meyer y Nerenz, 1980; H. Leventhal, Nerenz y Steele, 1984; D. Meyer, Leventhal y Guttman, 1985). En nuestro país, comentamos anteriormente que el profesor Darío Páez y su equipo de la Universidad del País Vasco han investigado sobre nuestras propias representaciones sociales de la salud.
3.7. Modelos alternativos Resulta obvio que el panorama teórico de la psicología social no se reduce a seis tradiciones. Como expone T. Ibáñez (1990), resulta difícil establecer una clasificación de las corrientes alternativas de la psicología
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social porque todas ellas mantienen puntos de contacto y de discrepancia que hacen que la homogeneidad, dentro de las categorías y su diferenciación, sea cuestionable.
3.7.1. La teoría de la acción El común denominador de las diferentes aproximaciones de las teorías de la acción reside en su referencia a la naturaleza propositiva e intencional del comportamiento humano y el énfasis puesto en el análisis del lenguaje ordinario. Las intenciones son también importantes porque constituyen marcos de referencia de las personas a la hora de explicar su propio comportamiento (T. Ibáñez, 1990). Estos marcos teóricos suponen una alternativa al mecanicismo del positivismo y a la psicología social más tradicional. No obstante, todavía persisten críticas relativas al hecho de que marginen argumentos relativos al poder, al control y al cambio social (M. C. Martínez, 1990) Bajo este nombre se sitúan una serie de corrientes y autores influidos por la fenomenología. T. Ibáñez (1990) y Ovejero (1998) destacan: — La teoría de la acción propiamente dicha, encabezada por la escuela de Oxford y el estudio del «lenguaje cotidiano». El hombre se concibe como un agente intencional y racional, capaz de autodirigir su comportamiento y cifrar y descifrar significados (Ginsburg, Brenner y Cranach, eds., 1985; Harré y Stearns, eds., 1995). Rodríguez Marín (1995) expone dos modelos teóricos complementarios y relativos al campo de la salud: La teoría de la acción razonada: parte de un modelo de hombre racional que toma decisiones concernientes a la salud, influido por «otros significativos». Reconoce la discrepancia entre intención y práctica e intenta sistematizar la relación entre creencias, actitudes y factores normativos. Así, las actitudes se encuentran en función de las creencias sobre los atributos del objeto y de la valoración que el sujeto hace de estos atributos. Las normas subjetivas dependen de lo que otras personas o grupos piensan sobre si ella debería o no debería realizar tal acción. También son predecibles por la motivación que tiene el individuo para cumplir con cada uno de los referentes de manera específica (Ajzen y Fishbein, 1980; Fishbein y Ajzen, 1980).
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Las orientaciones teóricas Las actitudes hacia objetivos, las características de personalidad, las variables sociodemográficas (sexo, clase social y edad), el papel social, el estatus, la inteligencia, etc., son consideradas como variables externas que influyen en la conducta, pero no la predicen directamente (Ajzen y Fishbein, 1980) (véase cuadro 25). Los antecedentes de la teoría de la acción social de Ewart se encuentran en los desarrollos teóricos de Leventhal y Bandura. Ewart define a la persona como un organismo autorregulador que intenta activamente alcanzar una serie de objetivos. Las tres dimensiones que integran su marco teórico definen este mecanismo de autorregulación como una acción-estado deseada, un conjunto de procesos de cambio interconectados y un subcomponente de sistemas socioambientales más amplios que determina contextualmente cómo operan los mecanismos de cambio personal (véase cuadro 26). CUADRO 25
VARIABLES INTERVINIENTES EN LA TEORÍA DE LA ACCIÓN RAZONADA Demográficas
Actitudes hacia objetivos
Rasgos de personalidad
Variables externas
Creencias sobre si referentes subjetivos piensan que deben o no ejecutar la conducta Norma subjetiva referida a la conducta C
Motivación para cumplir con tales referentes
Creencias sobre resultados de la conducta C
Importancia relativa de ambos componentes
Valoración de los resultados
Actitud hacia la conducta C
Intención
Conducta C FUENTE: Ajzen y Fishbein (1980).
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LA TEORÍA DE LA ACCIÓN SOCIAL DE EWART INFLUENCIAS CONTEXTUALES CONTEXTOS DE ACCIÓN Escenarios Sistemas de relaciones sociales Sistemas organizacionales Estado de animo/arousal Interacción social
Temperamento Condiciones biologicas Procesos de interacción social
Valoración motivacional: Expectativas sobre resultados Eficacia personal Establecimiento de metas
Solución de problemas
Acción protectora/ promotora de salud
Resultados
Esquemas de acción. Procesamiento y recuperación de la información Despliegue atencional Capacidades generativas
PROCESOS DE AUTOCAMBIO
ACCIÓN ESTADO (HÁBITOS)
FUENTE: Ewart (1991).
Por ejemplo, el hábito de fumar es una conducta que presenta un guión, una tendencia de conductas predecible en la que cada acontecimiento refuerza la conducta antecedente y guía las consecuentes. Este tipo de guiones se asocia a un entorno y a unas situaciones sociales, se rutiniza y resulta muy difícil de cambiar (Rodríguez Marín, 2001). El cambio conductual no es una cuestión exclusiva de actitudes, ni de refuerzos, depende de las expectativas de resultados y de las metas que se proponen las personas. Las expectativas sobre nuestra salud tienen la virtud de funcionar en ocasiones como profecías de
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Las orientaciones teóricas cambio (Janzen et al., 2006). Este cambio no se producirá hasta que nos sintamos capaces de ejecutar el comportamiento. El contexto influye en nuestras capacidades personales, y las relaciones sociales en nuestro establecimiento de metas. Las estructuras organizativas canalizan estas metas de distintos modos. Las influencias biológicas y sociales se mezclan y generan estados de ánimo que, a su vez, reflejan nuestro afecto (positivo o negativo). La activación emocional influye sobre la atención, el tipo de información de la salud que se codifica, el grado que se procesa activamente y la capacidad para recuperarlo. — El análisis de las explicaciones cotidianas, con antecedentes como la teoría de la atribución, la fenomenología de Heider, la etnometodología o las inferencias del sentido común (Antaki, 1994). — El análisis del discurso se centra en el estudio del lenguaje y su práctica por los diversos agentes sociales (Antaki e Íñiguez, 1996; Íñiguez y Antaki, 1994; Íñiguez, 1996; Parker, 1997; Potter, 1996, 1997; Potter y Wetherell, 1987). — La aproximación retórica se trabajaría desde diversas disciplinas, p. ej., Perelman en el campo de la filosofía, Billig en la psicología social, Shotter en la teoría social o Bajtin en la teoría literaria. Todos subrayan el aspecto argumentativo de nuestra vida social y el carácter social de nuestro conocimiento. — La etogenia propuesta por Harré y Secord defiende la posibilidad de elegir de las personas de manera libre y autónoma. Como alternativa al laboratorio, la observación psicosocial debe desarrollarse en escenarios naturales como los bares, las calles, los estadios de fútbol, es decir, lugares de interacción. — Desde una perspectiva independiente, pero asociada al estudio del lenguaje, podemos hablar de una orientación hermenéutica. Consideramos antecedentes de esta orientación la sociología interpretativa de Weber, la sociología fenomenológica de Schütz o incluso el interaccionismo simbólico. Desde la teoría de la estructuración, Giddens (1984) retoma la misma idea y define el término «dualidad estructural» para aludir a la naturaleza dialéctica de la relación individuo-estructuras sociales.
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3.7.2. La teoría dialéctica En el grupo de teorías que componen la orientación dialéctica se incluyen diferentes formulaciones. Por ejemplo, Georgoudi (1983) y Wexler (1982) destacan el carácter dialéctico de la relación individuo y sociedad, alejándose del determinismo social propuesto por Marx. Como principales supuestos destacarían: — El rechazo de concepciones metafísicas que impliquen la existencia de una única y primera causa, ya sea ésta la estructura social o los procesos psicológicos, como origen de la actividad humana. — Las relaciones dialécticas se fundamentan en la negación y en la contradicción; por tanto, la transformación también es procesual. — La tarea científica de construir el conocimiento de una disciplina se encuentra relacional e históricamente mediatizada. Blanco (1988) plantea que la tradición histórico-dialéctica es una vertiente clásica de la disciplina. A este respecto cabe mencionar, entre otros, a Vigotski, Luria, Andreiva o Leontiev. Como «vacuna» al psicologicismo de los actuales planteamientos cognitivos, estos autores demuestran que determinados procesos como la percepción, la categorización, etc., responden a pautas de desarrollo históricas antes que a leyes universales. Ovejero (1998) considera que todas estas corrientes, aunque con frecuencia se las denomine postmarxistas, siguen siendo herederas de Marx. — Psicología social dialéctica. Autores como Baumgardner, Buckmore, Kytle, Gergen, Georgoudi, Rappaport se centran en la indisolubilidad entre individuo y sociedad. Las relaciones sociales se contemplan como procesos dinámicos contextualizables. La salud es una consecuencia de la profunda interconexión entre el individuo y su medio. Ante esta situación dinámica, la psicología social debería investigar más la dimensión diacrónica del comportamiento y del conocimiento. — El contextualismo, desde premisas similares, enfatiza el carácter organizado del entorno en el que se dan los acontecimientos humanos. La persona debe estudiarse siempre dentro de un entorno cultural y de un contexto sociohistórico de significados y de relaciones sociales (Georgoudi y Rosnow, 1985a, 1985b). Esta
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Las orientaciones teóricas corriente rechaza la dicotomía entre teoría y práctica y niega la posibilidad de una ciencia libre de valores. — Teoría crítica. Habermas sería uno de sus representantes más populares. El conocimiento psicosocial no puede ser predictivo, pero sí puede ser emancipador. La actividad comunicativa se encontraría en la base de la sociedad. De hecho, el criterio de verdad de los conocimientos se alcanza por medio de su discusión. El valor emancipador de la teoría se manifiesta en los factores que conducen a una comunicación distorsionada. Recuérdese el paralelismo de este autor con la pedagogía de la liberación de Freire que analizamos en el contexto de la psicología comunitaria latinoamericana (Habermas, 1981a, 1981b; T. Ibáñez, 1990).
3.7.3. El construccionismo social Según T. Ibáñez (1990), el construccionismo social recoge las diferentes aportaciones de la hermenéutica, de la teoría crítica, de la orientación dialéctica, de la sociología fenomenológica y del contextualismo. Watzlawick (1989) cuestiona los supuestos ontológicos y epistemológicos de la ciencia dominante. Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux resumen de este modo la postura construccionista de este autor (1997, p. 155): «la ontología no es independiente de la epistemología. El qué conocemos no puede abordarse separadamente de los mecanismos que nos permiten ese conocimiento. El qué está estrechamente vinculado al cómo, y, de esta manera, lo que en principio era una realidad objetiva e independiente de nosotros mismos se torna menos segura por la influencia de los procesos cognitivos que nos aproximan y que nos permiten acceder a esa realidad». En nuestra disciplina, el objeto y el sujeto de investigación coinciden, y esto supone una dificultad añadida a nuestra meta científica. La realidad trasciende lo objetivamente dado, pero tampoco supone que se construya sencillamente a nuestro antojo. El saber científico es la consecuencia social de unas prácticas colectivas propias de una comunidad particular. Como cualquier otro saber, surge de la interacción social y del consenso y está vigente hasta que se formula otro conocimiento más convincente (T. Ibáñez, 1990).
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En la medicina, estos planteamientos se evidencian claramente en la evolución de la práctica sanitaria. La profesión médica es el modo en que el médico entiende y socialmente ejerce la medicina. Si la medicina presenta ahora una imagen científica, es debido a una larga evolución de las profesiones sanadoras en las que se mezclan religión, adivinación y magia. Estas imágenes que nos parecen lejanas se encuentran en la mente de todo enfermo (Egbert, Mickley y Coeling, 2004). Las principales concepciones de la práctica médica se pueden resumir en tres modelos (Jeammet et al., 1995): — La concepción chamanista. Es un fenómeno religioso cuyo supuesto origen se encuentra en Siberia y en Asia interior (Eliade, 1987). La enfermedad se entiende como un castigo y resulta de la introducción en el cuerpo del enfermo de un elemento nocivo (la suerte, la mala disposición) o de la pérdida de un elemento interno positivo (el buen espíritu). El chamán en su función sanadora debe dominar las fuerzas del bien y del mal, de la vida y de la muerte, y, por tanto, no es extraño que en muchas culturas tenga también el atributo de enfermar (magia negra). Si el enfermo no resistió a las fuerzas del mal, se puede redimir mediante el sufrimiento. Los pueblos que utilizan esta medicina comparten una perspectiva del ser humano como un todo psicosomático y ejercen la sanación incorporando la empatía (Ellenberger, 1970). Desde este enfoque de la fe, la distancia física no constituye un impedimento para la sanación (Masters, 2005). El chamán se convierte así en un agente efectivo de la patología psicosomática con una visión integral de la salud del hombre (Fernández-Ríos y Cornes, 1997). Este aspecto mágico, que sigue presente en la consulta sanitaria actual, es el responsable de sentimientos contradictorios en el enfermo (Lobsack, 1986). Por una parte, la visita al médico presupone un alivio, pero al mismo tiempo suscita reserva y desconfianza. «La función de la magia consiste en ritualizar el optimismo del hombre, en acrecentar su fe en la victoria de la esperanza sobre el miedo. Expresa el mayor valor que frente a la duda confiere el hombre a la confianza, a la resolución frente a la vacilación, al optimismo frente al pesimismo» (Malinowski, 1974, pp. 107108). Si las supersticiones siguen vigentes se debe, como afirma Askevis-Leherpeux (1990), a la necesidad de sentir la ilusión del control y de la adaptación a un medio incierto.
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Las orientaciones teóricas — La concepción sacerdotal. El sacerdote, frente al chamán, se encuentra más próximo a las fuerzas del bien. El médico posee el conocimiento revelado de lo que los pacientes pueden esperar y soportar, y, de hecho, muchos consideran que tienen el deber sagrado de convertir a su fe a todos los ignorantes, los desobedientes (Sullivan, 1987) y los no creyentes (Balint, 1966). Como el sacerdote, el médico oficia mediante ritos, sus atuendos son blancos y el amuleto tiene forma de estetoscopio, su lenguaje es hermético y ciertos aspectos de la profesión permanecen cerrados y jerárquicos. Si hoy no es el ministro de Dios, lo es de la Diosa Ciencia y ésta le otorga autoridad moral. Como todas las religiones, la medicina ofrece un sentido al vacío existencial (Kung, 1991). Por eso, al profesional se le consultan problemas sexuales, conyugales, familiares, etc. De nuevo, el saber médico no se corresponde exactamente con su saber técnico, pero sí con el deseo humano de protección y el poder que la sociedad le concede. Negar la presencia de este poder social es el medio más seguro para amplificarlo. No hay que olvidar que la búsqueda del mismo constituye una de las motivaciones en la elección de estas profesiones. Además, en toda curación encontramos dos procesos complementarios: uno racional, natural y fisiológico, y otro creencial, supersticioso y milagrero (Fahlberg y Fahlberg, 1991). Si la persona se centra en esta segunda vivencia es por su deseo de ayuda (Laín Entralgo, 1961). — La concepción científica actual. Presenta al médico con una autoridad ilustrada ambivalente por el cobro de unos honorarios y un saber ajeno a nuestra cotidianidad. Esta imagen de hombre temido por su capacidad de investigar en lo que nos es oculto es particularmente evidente en el psiquiatra. En nuestra sociedad, una serie de características definirían dicha práctica científica (Laín Entralgo, 1983): • El dominio de la naturaleza a través del método científico. El enfermo es objeto de estudio y conocimiento racional. • El lucro como compensación a la dedicación y al aprendizaje del profesional. Además esta compensación también otorga cierto poder y derechos al enfermo (Jeammet et al., 1995).
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• El deber del funcionario, en el momento en que en nuestro país un elevado porcentaje de médicos ejerce su profesión desde instituciones públicas y con deberes y funciones burocráticas. • La voluntad de ayuda y la compasión por el sufrimiento ajeno, que se siguen presuponiendo desde nuestro bagaje ético y cristiano. • La tecnificación instrumental de la medicina, técnica que amplifica las capacidades de los sentidos del médico y que aumenta la confianza del enfermo en los poderes del médico. Poderío que condensa una utopía de futuro: que el progreso científico permitirá todo y la relación con el enfermo se concebirá como un mero trámite, aspirando a resolverse desde el cerebro electrónico, imparcial e infalible. Gracias a la técnica, no es de extrañar que el médico actual esté recubierto de un aura de misterio y poder que recuerde a la figura religiosa de sus antecedentes profesionales: los chamanes y los sacerdotes. Las concepciones chamanistas, sacerdotales y científicas suponen diferentes aproximaciones al proceso de sanación. La noción de curación se encuentra estrechamente ligada con la definición de salud y enfermedad. En el caso de las enfermedades agudas, curar puede significar volver a un estado anterior, pero en el caso de los trastornos crónicos, incapacidades, enfermedades psicosomáticas, mentales, etc., la noción de curación supone una elaboración activa, una búsqueda de sentido, un replanteamiento del autoconcepto del paciente, etc. Curar implica enseñar a conocerse mejor, a expresar adecuadamente las emociones, modificar las condiciones de vida, normalizar, etc. (Roberts et al., 1998). La manera en que el profesional ejerza esta función dependerá de sus características personales y de su entorno social. El construccionismo critica principios tradicionales de la ciencia como el empirismo y la objetividad, proponiendo nuevos criterios de evaluación de las formulaciones teóricas como «las necesidades existentes para los sistemas o la intelegibilidad, las limitaciones inherentes a las construcciones existentes, junto con un rango de consideraciones políticas, morales, estéticas y prácticas» (K. Gergen, 1985, p. 272). En este sentido, también J. Varela y Álvarez-Uría (1989) plantean que la ciencia no es tanto una fuente de verdad como una posible lectura del mundo, que debe ir de la mano de la reflexión cultural. El lenguaje es un elemento de capital importancia en este análisis (Shotter, 1989).
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K. Gergen (1985) resume algunos de los supuestos básicos de la orientación: — Rechazo del presupuesto positivista-empirista por el que el conocimiento se produce a través de un proceso inductivo. Diversos autores, entre ellos Feyerabend (1976), se revelan contra el reduccionismo del empirismo contemporáneo, ya que la manifestación de distintos hechos depende del uso de teorías. La referencia a esquemas, categorías, sesgos heurísticos, etc., demuestra que la psicología actual asume la importancia de cómo se concibe e interpreta la realidad, más que su conocimiento. — Por tanto, el conocimiento no depende de su validez empírica, sino de otros criterios de orden social como la negociación, la persuasión. Por ejemplo, en el tema de los estereotipos, prejuicio y discriminación, Stroebe e Insko (1989) apoyaron este relativismo, al exponer como las teorías psicoanalíticas dejaron de tener presencia en este campo no porque fueran refutadas, sino porque no estaban de moda. CUADRO 27
DEFINICIONES DE ESTEREOTIPOS ERRÓNEO
INDIVIDUAL
«Generalización injustificada» (Brigham, 1971)
«Consenso de opinion sobre rasgos atribuidos a un grupo» (Tajfel, 1984)
«Creencias mantenidas por un individuo en relación con un grupo» (Ashmore y Del Boca, 1981)
CONSENSO
«Creencia sin base adecuada, parcialmente inexacta, mantenida con considerable seguridad por mucha gente» (Harding et al., 1954)
NORMAL FUENTE: Huici (2000a), p. 74.
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Echebarría y Valencia (1990) y Páez (1990) critican de esta perspectiva la tendencia a reducir la realidad social a un universo lingüístico que obvia la existencia de determinantes socioestructurales en el análisis de la conducta social (p. ej., cuadro 27). Como plantea Van Dijk (1990), este tipo de trabajos requiere también la inclusión de las dimensiones culturales, políticas y sociales.
3.7.4. El estructuralismo social Junto a una concepción del comportamiento humano en el que destaca su carácter intencional y propositivo, también es posible desarrollar una interpretación estructural. Desde esta perspectiva, se tienen en cuenta los condicionamientos y constricciones institucionales que facilitan el cambio o la producción de la estructura social. En páginas anteriores ejemplificamos esta interacción en cómo el sistema sanitario condiciona los cuidados de salud de la población en función de su estratificación social. A pesar de la diversidad de enfoques que engloba esta corriente, todos ellos coinciden en la propuesta de desarrollo de una psicología social no reduccionista. Berger y Luckman (1967), Georgoudi y Rosnow (1985a, 1985b), Giddens (1967, 1982), Jahoda (1986a, 1986b, 1989), Stryker (1983) y Totman (1980) defienden la adopción de una postura dialéctica en el análisis contextual e histórico de la realidad social. La persona y su medio no son dos realidades contrapuestas, sino nociones desde las que es posible analizar la interacción social. Los hombres producen la sociedad, pero lo hacen como actores históricamente situados, no en condiciones donde prime su propia elección (Giddens, 1967, 1982). Desde esta perspectiva, la estructura deja de tener un contenido determinista o exclusivamente coercitivo. De hecho, el modelo estratificado de la acción propuesto por Giddens es compatible con otros modelos teóricos como, por ejemplo, la concepción socioestructural del interaccionismo simbólico de Stryker (1983) o la sociología del conocimiento de Berger y Luckman (1967). Stryker estudia cómo los sistemas de significados que orientan el comportamiento se deben interpretar en función de las divisiones sociales en clases y diferencias de poder: «claramente, concebir una estructura social significa admitir que existe una realidad social que va más allá de los pro-
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cesos psicológicos individuales y que condicionan a estos últimos de una forma importante. El reconocimiento de este argumento significa que hay que ir más allá de los procesos psicológicos individuales, por no mencionar los procesos de interacción social» (Stryker, 1991, p. 88). De manera similar, Berger y Luckman (1967) estudian cómo la realidad está constituida por universos de significado compartidos socialmente que, al institucionalizarse, controlan el comportamiento. Desde esta perspectiva, la realidad sólo se puede interpretar en la dialéctica entre una realidad objetiva y subjetiva, y la psicología, por tanto, no puede ser otra cosa que psicología social (Eberle, 1993). La salud de una comunidad nos proporciona numerosos ejemplos de cómo ésta se distribuye demográficamente en función de estratos y grupos. Como plantea Álvaro (1995), una teoría psicosocial no se completa hasta que no considera las condiciones sociales en las que viven las personas y su influencia en las creencias y los comportamientos colectivos. Si estas condiciones no se especifican, la disciplina correría el riesgo de convertirse en una nueva forma de idealismo social (Tajfel, 1977).
3.8. Modelos comunitarios Al igual que en la psicología social, la clasificación de los modelos comunitarios es compleja y no encontramos un criterio único consensuado. Buelga (2001) recoge este debate dentro de nuestro panorama nacional: — Hombrados (1996) selecciona como los principales marcos teóricos en psicología comunitaria: el modelo de estrés psicosocial de Dohrenwend, la teoría de la potenciación (empowerment), el modelo sociocomunitario y la teoría del sistema social humano. — Sánchez Vidal (1991a, 1991b) distingue entre los modelos analíticos (modelo de comunidad y problemas sociales) y operativos (competencia y acción social). — Chacón y García (1998) priorizan cinco marcos teóricos: la psicología clínica comunitaria, el marco organizacional, el marco ecológico, el marco transaccional y el marco teórico de acción o cambio social.
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El debate parece resolverse cuando centramos la pregunta sobre cuáles de estos modelos presentan una mayor visibilidad en la disciplina. Rappaport y Seidman (2000) proponen una doble sistematización atendiendo a su marco de origen: — Marco clínico comunitario, prevaleciente en Europa y Norteamérica: Modelo de Salud Mental Comunitario y Modelo de Estrés Psicosocial de Dohnrenwend (incluyendo este último el modelo de Bienestar de Lin y Ensel) y Modelo Conductual Comunitario. Estos modelos integran también las técnicas específicas de la modificación de conducta (p. ej., Banyard y LaPlant, 2002). — Marco sociocomunitario o de cambio social desarrollado en el contexto latinoamericano. El marco ecológico es uno de los modelos comunitarios más importantes. En relación con el empowerment y el modelo organizacional, su relevancia consiste en su capacidad de generar investigaciones e intervenciones de cambio (Shinn y Perkins, 2000). No por su visibilidad en la disciplina está exento de crítica (Dyregrov, 2004). En las siguientes líneas seleccionaremos la descripción de los marcos sociocomunitarios por varios motivos. La aportación comunitaria tiene mucho que ver con la contextualización de la salud en entornos y comunidades concretas. Tampoco cabe duda de que la perspectiva ecológica y del empowerment representan las orientaciones más aceptadas y difundidas de la psicología comunitaria (Heller, 1990; Levine, Toro y Perkins, 1993).
3.8.1. Modelo ecológico Coincidimos con Serrano García y Alvárez (1992) al considerar el modelo ecológico como el más representativo de la psicología comunitaria, puesto que representa como ningún otro la aspiración de los pensadores y los psicólogos sociales de explicar la interdependencia entre persona y ambiente (Durkheim, 1895; trad., 1994; Lewin, 1951; Simmel, 1902; Thomas y Znaniecki, 1845; escuela de Chicago: Faris y Dunham, 1939; McKenzie, 1926). También desde la psicología ambiental se resalta la importancia que el medio físico tiene en la determinación de la conducta de los individuos, ya que el comportamiento se contempla en función de un tiempo y lugar concreto (settings) (Betancourt, 2005; Holahan, 1982; Jiménez Burillo y Aragonés, 1987).
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Del Río, Guerrero y Corazón (1979) plantean una serie de interrogantes básicos en la profundización de esta influencia ambiental: ¿cómo influye el medio ambiente concreto en el proyecto vital de un individuo?, ¿cómo influye en su desarrollo sensorial y mental?, ¿cómo influye el medio ambiente formado por los medios de comunicación de masas en esos mismos proyectos y modelos vitales? Algunas de estas cuestiones las abordamos en la propia definición de la psicología social de la salud. Las influencias comunitarias son determinantes, en el sentido de que la persona debe adaptarse continuamente a los cambios que sufre el medio en el que se desenvuelve en su vida cotidiana. Características cambiantes de este medio (por ejemplo, la interacción, la cohesión, la conexión, la identidad comunitaria, etc.) son relevantes a la hora de definir los diferentes tipos de comunidades (desde las más integradas hasta las más anómicas) y entender el propio grupo de referencia como un sistema adaptativo (Fondacaro y Weinberg, 2002) e incluso potencialmente terapéutico (Dench, 2002). Por tanto, es ampliamente asumido que cualquier comunidad forma un sistema ecológico (Bertalanffy, 1979), cuya degradación y deterioro supone un grave riesgo para la salud comunitaria y la calidad de vida (Carlson, 1980). Pero el individuo no es un mero objeto pasivo de su entorno. La influencia es bidireccional y se refleja en distintos campos de ascendencia (Bronfenbenner, 1979). El ambiente ecológico se concibe como un conjunto de estructuras concéntricas (llamadas micro, meso, exo y macrosistema), en que cada una integra a la siguiente (Buelga, 2001). Este diagrama presenta la ventaja de que permite una fórmula ordenada para el análisis de la realidad social (de los entornos en los que participa el individuo), pero incorporando también el significado que para la persona presenta la situación de análisis (desde el microsistema o entorno íntimo del sujeto hasta el macrosistema, que requeriría un mayor grado de abstracción). De nuevo, la multicausalidad de la salud y de la enfermedad y su reconocimiento comunitario sería uno de los temas recurrentes en este tipo de modelos. El providencialismo del origen de estos procesos/estados se destierra de los modelos sanitarios ecológicos en el momento en el que se pueden analizar causas predisponentes, condicionantes y desencadenantes (Kisnerman, 1987). Incluso el propio concepto de salud se ve afectado por varios aspectos ecológicos (San Martín y Pastor, 1984) en el momento en que:
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— El estado de salud no puede ser absoluto, porque es inseparable del ambiente ecológico y social de la comunidad. Es un concepto eminentemente procesual y, por tanto, variable. — Por esta misma razón, no puede establecerse un límite estándar entre la salud y la enfermedad, sino grados y expresiones diversas. — En el concepto de salud, hay al menos tres componentes que considerar: un aspecto subjetivo (bienestar); otro objetivo (capacidad para la función); un tercero de corte psico-ecológico social (adaptación biológica, mental y social del individuo). Lógicamente, estos principios deberían reflejarse en el propio concepto «ecológico» de sistema de salud. El sistema de salud se desarrolla con la validación del conocimiento comunitario y su transmisión en entornos organizacionales, p. ej., escolares, universitarios, sanitarios (Wandersman, 2003). En este sentido, Kisnerman (1987) otorga a la información que se produce en el sistema sanitario el valor de pieza clave a la hora de estructurar y poner en funcionamiento la organización. Los subsistemas organizacionales de decisión y otros de tipo funcional se encuentran, a su vez, en interrelación con las condiciones ambientales (estabilidad política y económica). Así, las organizaciones encargadas de la salud pública responderían básicamente a dos criterios: — Productivo: centrado en la eficacia de los servicios. En ocasiones, los sistemas sanitarios regidos exclusivamente por este criterio adolecen de escasa sensibilidad para facilitar el acceso de la población a los servicios de salud. Se suele producir un desfase entre tecnologías altamente costosas de escaso empleo y una inversión mínima requerida para la prevención, por ejemplo, EE. UU. — Distributivo: intenta asegurar la salud como un derecho de toda la población de un país (Embry, 2004). El principio distributivo se institucionaliza en Europa y configura lo que se denomina Sistema Nacional de Salud (Organización Mundial de la Salud, 1972, p. 32): «Mediante un conjunto de mecanismos a través de los cuales los recursos humanos se organizan por medio de un proceso administrativo y de una tecnología médica, para ofrecer prestaciones de salud integrales en cantidad suficiente y calidad adecuada,
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Las orientaciones teóricas para cubrir la demanda de servicios de toda una comunidad a un costo compatible con los fondos disponibles».
La responsabilidad del agente social es más que considerable a la luz de estas conexiones e interdependencias. Según J. G. Kelly (1986), en la reflexión de esta práctica profesional, cualquier intervención comunitaria (incluyendo el ámbito de la salud) debe tener presentes cuatro principios ecológicos: — La interdependencia de todos los elementos del sistema. — La reutilización de los recursos comunitarios que en una primera fase no hayan sido considerados. — Adaptación continua a los distintos settings. — La actitud preventiva ante los distintos cambios que se producen en los sistemas para evitar sus correspondientes disfuncionalidades. Los factores ambientales determinan muchas veces la «calidez» (por ejemplo, apoyo, solidaridad, comunicación) o «frialdad» (por ejemplo, competitividad, aislamiento, hostilidad) de las relaciones sociales, e influyen decisivamente en el progreso o en el retroceso del nivel de calidad de vida, tanto en la interacción con el hábitat como en relación con el individuo. De ahí que para Blocher y Biggs (1986) la perspectiva ecológica sea psicosocial, puesto que el interés se sitúa en la interrelacción entre el individuo, la comunidad y su medio. Los comportamientos de las personas reflejan la construcción social del conocimiento. Diferentes personas comparten diferentes construcciones de su contexto. La comunicación se constituye aquí en un acto de reflexión y de conciencia (Buelga, 2001; E. Gracia y Musitu, 2000).
3.8.2. Modelo de activación social empowerment y competencia Este modelo teórico resalta la necesidad de que los sujetos tomen las riendas de sus vidas y procuren resolver sus problemas solidariamente. Para ello, la intervención psicosocial tiene como objetivo básico el que las personas y los grupos de inserción aumenten su capacidad y poder (empowerment) de resolución de las dificultades que comparten (Wolf, 1987).
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En consonancia con el modelo ecológico, los comportamientos individuales y grupales se interpretan en la medida en que el sujeto que los adopta tiende a buscar el máximo de eficacia al interactuar con el medio, obteniendo así logros en las sucesivas adaptaciones a los distintos settings. Sin embargo, una de las diferencias entre ambas perspectivas radica en la importancia que el modelo de competencia atribuye a la responsabilidad y posibilidad independiente de cambio de cada uno de los elementos. El modelo de activación social se percibe como una alternativa frente a la crítica que, desde otros postulados de corte marxista, se realiza a los presupuestos ecológicos: estructuralismo excesivo, preponderancia de las relaciones exteriores frente al individuo, predeterminación social (mediante los procesos acelerados de la tecnología, comunicaciones, etc.) (Theodorson, 1974; López Jiménez, 1996). En el modelo del empowerment y en el proceso de adquisición de la competencia social es decisivo el reconocimiento del papel de la autonomía y el autocontrol de las acciones puestas en marcha (Bruce y Thornton, 2004). En cualquier caso, este modelo podría servir, junto con los anteriores, de enlace entre las concepciones tradicionales de la salud y otras alternativas que contemplan la influencia de los factores socioculturales: — El modelo médico-biológico, como carencia de enfermedad o como un continuo equilibrio entre salud-enfermedad. Como expone Fleck (1986), este sistema teórico, en cierto modo, supone una versión modificada de las concepciones demonológicas en las que el cuerpo es poseído por agentes extraños. El cuerpo se defiende de los ataques exteriores y se considera la salud como un estado intrínseco del organismo (Esteban, 2001). — En contraposición, el modelo sociocultural, según Ribes (1990), establece la relación entre carencia de enfermedad y condiciones de vida. Dichas condiciones vienen determinadas por el medio físico y las prácticas socioculturales. De nuevo, si se asumen posturas radicales, el individuo puede ser «presa» de la enfermedad, puesto que la influencia del ambiente es inevitable. La reconciliación entre ambas posturas se produce, en palabras de Ribes (1990, p. 21), en el estudio del comportamiento del organismo biológico contextualizado en un medio regulado por relaciones sociocultura-
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les: «El conocimiento del proceso biológico de una enfermedad y las condiciones sociales de su epidemiología no son suficientes. Se requiere de un modelo sobre cómo aplicar este conocimiento en la forma de medidas efectivas que afecten la práctica cotidiana de individuos reales, dimensión que trasciende a los procesos moleculares del organismo y a las cifras poblacionales de la epidemiología». Una lectura complementaria del concepto de salud desde el modelo de activación se encuentra en el enfoque organizacional. Este enfoque concibe la comunidad como un conjunto de organizaciones que funcionan de acuerdo con los principios derivados de la psicología organizacional y del estudio de los grupos sociales (Buelga, 2001). La psicología organizacional aporta a la psicología comunitaria estrategias de análisis que trascienden el nivel individual. La psicología comunitaria enriquece el trabajo organizacional con su «léxico de valores» en los que el bienestar de las personas es prioritario a su productividad (Shinn y Perkins, 2000). La salud organizacional se define como la capacidad que presenta la organización o la comunidad para sobrevivir, adaptarse, conservarse y crecer, independientemente de las funciones particulares que realice. Según Alonso (1994), tanto la investigación sobre la salud organizacional como la de la salud comunitaria nos remite a tres criterios que orientan la intervención: — Criterio de identidad: se trata de determinar cuál es la misión y el contexto de la organización, cómo la entienden y comparten sus miembros y cuál es el grado de consenso entre estas percepciones. No podemos olvidar que el sentimiento de pertenencia es una de las grandes contribuciones de la psicología comunitaria. Su principal investigador, Sarason (1974), lo consideraba el paso previo a cualquier proceso de participación y activación comunal. — Criterio de adaptabilidad: interesa evaluar la capacidad que tiene la organización para solucionar los problemas y reaccionar a las demandas del ambiente con sus propios recursos. El ajuste para considerarse real debe respetar la identidad organizativa. — Criterio de integración: corresponde a la valoración de cómo los subsistemas organizacionales actúan de manera coordinada para realizar las funciones y objetivos del sistema global y, al mismo tiempo, cumplir con sus funciones y objetivos específicos.
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El desarrollo comunitario y organizacional (p. ej., en entornos laborales) demanda la participación de sus miembros para la adquisición de competencias y control adecuado de sus circunstancias y de su entorno (Klein et al., 2000). Este principio compartido presenta una larga trayectoria en la psicología social. Lewin ya propuso técnicas concretas de entrenamiento en grupo que han demostrado su utilidad a la hora de mejorar la competencia interpersonal, disminuir la ansiedad y reducir el conflicto intergrupal (Rodríguez Molina, 2000). La principal tarea del interventor comunitario consistiría en que la persona inserta en su propia comunidad descubra que posee recursos y fuerzas suficientes para ser su propio agente de cambio y que éste se adecue a los propios intereses que, en cierta medida, comparte con su grupo de referencia. Más que prestar ayuda a los problemas, hay que preparar a la gente para que sepa resolverlos por sí misma (Ander Egg, 1993). El psicólogo comunitario incrementa la eficacia de sus recursos, convirtiendo a cada sujeto en un agente de intervención social (Grande et al., 1995). Desde una perspectiva multinivel, la potenciación pretende no sólo el fortalecimiento psicológico, sino también la provisión de derechos y opciones a los ciudadanos en los contextos (barrios, organizaciones, comunidades) en los que se desenvuelven (Buelga, 2001). Los diferentes niveles de intervención (individual, organizacional, comunitario) son mutuamente interdependientes; si se desarrolla un nivel, se fortalece el potencial de los demás. Mejorar el nivel de vida de la comunidad implica analizar los diferentes niveles que configuran esa realidad social (Zimmerman, 2000). El empowerment, a través de las estructuras sociales (asociaciones de vecinos, vecindario, parroquia, etc.), conduce a la participación en la sociedad, generándose desde la base la intervención en la vida pública. Las organizaciones no gubernamentales deberían disponer de una mayor capacidad política de intervención en su realidad social. Se entiende que cualquier intervención de carácter comunitario ha de tener presente que la comunidad posee los recursos para solucionar sus propios problemas, aunque estos recursos no estén lo suficientemente articulados (Palmonari y Zani, 1980). El desarrollo de recursos, la acción política y la ciencia social constituyen las tres bases interdependientes del modelo de activación social. Según Rappaport (1977, 1981), la psicología comunitaria se encuentra
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ligada ineludiblemente a la adopción de ciertos valores que guían su intervención: diversidad, relatividad cultural y distribución equitativa de los recursos. El método científico ofrece garantías de un adecuado conocimiento de la realidad, lo que permite, a su vez, dotar de coherencia y validez a la intervención social (Zimmerman, 2000). Sin embargo, en la práctica, este discurso puede estar mediatizado por los mecanismos de control político de lo local. En ocasiones, los resultados de las técnicas socioculturales, la descentralización administrativa para hacer más eficaces los servicios, la tecnificación de las relaciones vecinales, etc., son cuestionables. Incluso dentro de las propias asociaciones locales las diferencias en cuanto a objetivos y trayectorias marcan divergencias considerables con respecto a su potencialidad de movilización social; por ejemplo, no es lo mismo la reivindicación ecológica como protesta de unos jóvenes en su tiempo libre, que reclamar la protección del medio ambiente (vertido de basuras, canalización del agua, edificación adecuada, etc.), en un barrio como garantía de salud para todos. Por tanto, el reconocimiento de la importancia de estas premisas no está exento de posibles cuestionamientos. De hecho, la descentralización y la participación se plantean frecuentemente como varitas mágicas de la intervención psicosocial. Pero la gente puede que no desee participar, y la descentralización, como se ha analizado anteriormente, en ocasiones es una fórmula más de dependencia institucional. Sólo los teóricos mantienen el mito de la participación por sí misma como la panacea del emporwement comunitario. La participación o tiene un objetivo claro, concreto y tangible o no suscita más que desconfianzas y recelos (Rodríguez Villasante, 1994). En la descripción de las teorías psicosociales y comunitarias observamos el solapamiento de sus autores (p. ej., Billig, Giddens), la coincidencia de determinados planteamientos y la complementariedad de otros. Apuntamos que el pluralismo es una característica que define nuestra disciplina y también la riqueza y complejidad de la realidad social. Distintas teorías llaman nuestra atención sobre distintos aspectos del mismo fenómeno (Martín, 2001). Por ejemplo, al estudiar la agresión: — Un conductista puede centrarse en las experiencias de aprendizaje que recompensan el comportamiento agresivo, cómo los padres, maestros y compañeros refuerzan las conductas agresivas.
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— A los psicólogos cognitivos y de la Gestalt les puede interesar averiguar cómo percibe, interpreta y elabora la gente estas conductas. — Desde la teoría de campo se centrarán en la interacción en las características y rasgos de una persona y de la situación que desencadena su comportamiento agresivo. — Los partidarios de la teoría de intercambio social abordarían las retribuciones sociales que se obtienen con la agresión. Los interaccionistas simbólicos estudiarían los significados sociales atribuidos a los actos. — Los psicólogos comunitarios analizarán las condiciones sistémicas y las consecuencias sociales de este comportamiento. Su prevención requerirá la intervención ecológica y el fomento de redes de solidaridad. Consecuentemente, cada teoría tiene meritos propios y nos resulta útil como fuente de información en el «rompecabezas» que supone la explicación del comportamiento humano (Vander Zanden, 1995). La vocación de todas estas corrientes alternativas consiste en recuperar la perspectiva humanística, cultural, ideográfica, simbólica, expresiva, comunicativa, comprensiva, hermenéutica, crítico-reflexiva, etc., en el estudio de las personas y sus interacciones (Torregrosa, 1996b). Un estudio que debe evitar los reduccionismos y reivindicar la comunicación, la subjetividad y su contextualización en entornos socioculturales específicos, mediante una metodología flexible y plural.
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4. CUESTIONES METODOLÓGICAS Hemos analizado cómo la definición y la evolución de la psicología social han sido paralelas al desarrollo de otras ciencias con las que comparte un objeto de estudio complejo y dinámico. En cada modelo de interpretación de nuestra realidad psicosocial (recuérdense los distintos modelos teóricos descritos) subyacen postulados filosóficos sobre la naturaleza de dicha realidad y la posibilidad de su conocimiento. También la ciencia presupone la existencia de un mundo empírico y descansa en la creencia de que existe un universo, independiente de la experiencia que nosotros tengamos de él. Como este universo tiene existencia «real», debe ser posible conocerlo. De este modo, la tarea de la ciencia consiste en tornar el mundo inteligible para nosotros (Vander Zanden, 1995). Sin embargo, esta función científica a menudo se olvida. Eiser (1989) muestra claramente cómo cuanto más cerca está algo de nuestra experiencia cotidiana, más difícil resulta convencer a la gente de la necesidad de su estudio científico. Lo que ocurre al final del telescopio o del microscopio es la «materia prima de la ciencia». Lo que ocurre ante nuestros ojos es cuestión de intuición y sentido común. En nuestra cotidianidad todos buscamos verdades psicosociales de gran alcance, pero el psicólogo social defenderá la conveniencia de utilizar un criterio científico. En el psicólogo social encontramos siempre la curiosidad sobre por qué la gente se comporta de la forma en que lo hace. Esta curiosidad a menudo se traduce en explicaciones sobre importantes problemas sociales: racismo, xenofobia, violencia, depresión, estilos de vida no saludables, etc. (Amor et al., 2002; Howarth y Hook, 2005). Aun cuando la gente se comporta individualmente, los psicólogos sociales buscan la generalización.
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En este sentido, la teoría constituye un intento explicativo sobre estas generalizaciones. Sin embargo, una teoría para ser científica debe cumplir una serie de requisitos: — Describir las relaciones causales o aportar razones explicativas sobre el porqué de los sucesos. — Pretender la generalización. — Enunciarse con el objeto de ser aplicables a distintos comportamientos en diferentes momentos y circunstancias. Lamentablemente, disponemos de escasa información sobre la capacidad de generalización de la mayoría de las teorías de nuestra disciplina (P. B. Smith y Bond, 1993). Muchas de ellas se refieren a abstracciones: p. ej., las actitudes y las atribuciones, que no pueden ser observadas directamente. Otras se refieren a algún concepto común de la vida humana y se expresan en términos más formales y con mayor precisión lógica. Pese a la dificultad de esta empresa, entre los avances científicos más revolucionarios encontramos los intentos de explicación de lo obvio, p. ej., la evolución, la gravedad o la enfermedad infecciosa. En el caso de la psicología social, las propias conjeturas cotidianas y comunes sobre nuestro conocimiento social y personal pueden ser objeto de estudio. El sentido común no siempre es suficiente o acertado para obtener una visión ecuánime de la realidad social. Con frecuencia, el estudio del método científico se reduce a la descripción de su finalidad instrumental, olvidando sus orígenes, función y significado teórico, histórico y social (Morales, 1992). Estas cuestiones son importantes porque nos remiten al progreso de nuestra disciplina, contestando al doble reto del qué se conoce y cómo. La primera dificultad que nos encontramos en nuestros intentos de respuesta se debe a la confusión terminológica de conceptos como método, metodología, técnica, investigación, etc. (ver Alvira et al., 1989; R. Moreno, 1988). La definición etimológica de la palabra método resulta esclarecedora: — Método proviene del griego y se compone de dos elementos: meta, proposición que sugiere movimiento —hacia— y odos, camino hacia algo. El método sería, entonces, el camino a alcanzar para
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seguir cierto fin. Las técnicas constituirían los instrumentos concretos y adaptados a un objetivo. — Logía procede del griego logos, es decir, conocimiento. Por tanto, podemos concluir que los métodos nos proporcionan los medios para transformar las ideas en acciones: — Se utilizan bien con objeto de obtener un conjunto sistemático de conocimientos. — O bien se emplean orientados a fines fundamentalmente pragmáticos y de intervención (como el que las personas que forman grupos particulares se conozcan mejor, desarrollen nuevas conductas y habilidades, encuentren apoyo, etc.). El término metodología representa los aspectos relativos a la puesta en práctica de los métodos. A su vez, la metodología concreta que un investigador utilice depende del fin de la investigación. Si, por ejemplo, el objetivo es describir un fenómeno (si existe el fenómeno, cómo y dónde se encuentra), el tipo de trabajo será diferente que si lo que se pretende es explicarlo (Manstead y Semin, 1990). La selección de la técnica se determinará, en parte, por los objetivos del investigador y, en parte, por los recursos disponibles. «El camino hacia el conocimiento» ha sido en numerosas ocasiones motivo de disputa y controversia dentro de nuestra disciplina. Está en juego la ubicación de la psicología social dentro de los demás ámbitos del saber. Si la situamos dentro de las ciencias sociales, corremos el riesgo de considerarla antitética de las ciencias naturales. Los fenómenos que estudian los psicólogos sociales son, por definición, el resultado de la interacción entre factores personales, interpersonales, sociales y ambientales. Esto implica que tenemos que aceptar la variabilidad como un hecho de la vida, como una propiedad intrínseca de la mente, la conducta y la sociedad, y no simplemente como una consecuencia del error de medida. Asimismo, a diferencia de las ciencias naturales, las ciencias sociales no tienen más de cien años de historia. Como señala Fernández-Dols (1990), en muchos casos la necesidad de sumarse al método científico se produce no tanto por las exigencias de la tradición filosófica y literaria que sustenta las ciencias sociales como por el auge de un determinado modelo de las «ciencias naturales» como «ideal».
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En la actualidad, al igual que en sus orígenes, nuestra disciplina busca aplicar sus conocimientos y estudiar temas de relevancia social (Clemente, ed., 1992). El marco aplicado de la disciplina se encuentra en conexión directa con las cuestiones metodológicas. Para conseguir estos objetivos, el método aporta un conjunto de reglas, un «manual sobre el buen hacer» de nuestras investigaciones, que nos permiten su comparación y réplica. El método facilita que las conclusiones de nuestros estudios no se encuentren sesgadas por el investigador o por condiciones incontroladas, a veces ignoradas. En este capítulo se profundiza en la integración del proceso investigador e interventor dentro de la psicología social. Dicha integración debe contemplar tanto sus bases filosóficas y sus interpretaciones teóricas como los diferentes caminos metodológicos y el esfuerzo de los investigadores por crear nuevas técnicas que permitan abordar las dificultades y problemas de nuestro tiempo.
4.1. Teoría, metodología y aplicación: una intersección histórica En el análisis histórico de nuestra disciplina observamos en los orígenes de la psicología social durante el siglo XIX un énfasis en los procedimientos cuantitativos, empíricos y las técnicas experimentales. Este énfasis era compartido con las demás ciencias y tenía mucho que ver con su interés por convertirse en áreas de conocimiento independientes y alejadas de planteamientos metafísicos. Tanto McDougall como Ross deseaban romper con las corrientes filosóficas de la psicología del siglo anterior (Reich, 1981). El nacimiento de la psicología aplicada también servirá de impulso a su desarrollo metodológico (p. ej., los trabajos de la Western Electric Company de Hawthorne). En los años treinta (emigración científico europea) encontramos un período de gran crecimiento teórico, p. ej.: J. L. Moreno y su teoría sociométrica (1934), Lewin y su teoría de campo (1939), Sherif (1936) y la teoría normativa, además de la escuela de la Gestalt, los trabajos de Piaget y la teoría de la personalidad de G. W. Allport (1937). El desarrollo teórico se reflejaría en una mayor sofisticación metodológica, ori-
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ginándose nuevos procedimientos como los índices sociométricos o las escalas de actitudes (Likert, 1932; Thurstone, 1928). Los primeros textos de metodología de psicología social se publican en esta época (J. F. Brown, 1936). La guerra, el conflicto, las relaciones internacionales, la moral, la propaganda, etc., como problemas sociales y como nuevos temas de investigación, evidenciaron la necesidad de dotar de mayor coherencia los modelos teóricos disponibles y sus herramientas metodológicas. El desarrollo teórico se considerará una de las principales vías de mejora de la investigación (Guthrie, 1946). A esta conciencia se añade el hecho de que en 1939 Lewin estableciera el concepto operativo de trabajo de campo, dando origen a nuevos debates sobre cuál era la metodología más adecuada en los estudios psicosociales. Lewin intentó aunar en una psicología social integrada el rigor y el impacto social, las cuestiones de laboratorio y las cuestiones de campo, pero dichos intentos se disolvieron en la formulación y ensayos de proposiciones teóricas que explicaban las reacciones de las personas a ciertos estímulos sociales bajo ciertas condiciones (Berkowitz, 1974). Deutsch (1980) expone como los seguidores de Lewin se separaron en dos grupos diferenciados: — En el primero, se trabajaba la perspectiva aplicada de los grupos de entrenamiento. La psicología social aplicada se situaría entre dos mundos: la pretensión de basarse en un modelo científico y el intento de incrementar la calidad de vida humana. Dicha psicología se convierte en una ciencia y en una profesión. — Las investigaciones del segundo grupo se ubicaron en el laboratorio. Desde esta perspectiva experimental se encontraba subyacente la aspiración de los psicólogos sociales a ser científicamente respetados. Los trabajos de laboratorio eran más «limpios» y estaban sujetos a menos críticas de carácter metodológico. Hasta los años sesenta, las respuestas predominantes a estas cuestiones «teórico-metodológico-aplicadas» adoptaron un formato experimental. El predominio experimental se ejemplificará en la institucionalización de la disciplina. Así, en 1965 se edita el Journal of Experimental Social Psychology y también se funda la Society for Experimental Social Psychology.
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La epistemología de nuestra perspectiva experimental se fundamentaba en el empirismo: la acumulación de datos se convertía en un criterio de contraste, mejora y progreso (MacKay, 1988). Frente a esta «asepsia empírica», la crítica surgía en la demostración de que cualquier observación se encuentra «teóricamente cargada» (Páez, Valencia y Echebarría, 1992). Toda observación presupone un marco conceptual de delimitación y atribución de sentido de lo observado (Feyerabend, 1981). Esto no significa que «lo real» no tenga una existencia independiente. Entre un extremo y otro era necesario encontrar un «pragmático término medio». A partir de la década de los setenta y dentro del panorama general de crítica y revisión, las voces alternativas empezaron a organizarse. En 1969, la revista American Psychologist se hace eco del tema. La denominada «crisis de la disciplina» será el elemento facilitador. Podemos hablar de crisis en el sentido de que no sabemos a qué temática atenernos exactamente y qué tipo de modelos pueden guiar nuestras teorías e investigaciones. En este sentido, tal vez puede concluirse que la psicología social ya nació en crisis, puesto que se ha encontrado siempre en la ambivalencia de dos corrientes escindidas en la manera de entender la disciplina: psicologista y sociologista (Jiménez Burillo, 1980). Se trata de una crisis constitucional propiciada por la falta de identidad (Ovejero, 1984; Torregrosa, 1985). Como resume Munné (1986, p. 71): «estamos asistiendo a la lucha por un paradigma dominante. Sin embargo, lo que está en juego, en el fondo, es la identidad de la psicología social». Según Reich (1981), la crisis se manifestó en tres aspectos definitorios de la disciplina (véase el apartado histórico): — Teórico: representado por autores como K. Gergen (1973) o Schlenker (1974). Los debates teóricos no sólo cuestionaban cuál era el modelo teórico que mejor se adaptaba a la explicación del hombre, sino que también incorporaban el interrogante sobre cuál debía ser su propia función dentro de la investigación y de la intervención psicosocial. Entre la especulación y el activismo, la teoría es una pieza clave. Así, reunir datos sobre cómo interactúan las personas es una empresa tan sencilla como estéril si no se tiene un plan de selección y categorización (Eiser, 1989). Como Coombs (1964, pp. 5-6) ha
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señalado: «Todo conocimiento es el resultado de una teoría —conseguimos información con supuestos—, los “hechos” son inferencias, y también los datos y la medida y las escalas [...] no hay una interpretación necesaria de ningún ejemplo de conducta como de una clase particular de datos». A esto se añade el hecho de que las preguntas que los investigadores realizan dependen de sus supuestos teóricos, y los métodos que utilizan dependen de sus teorías. Una teoría, según Fischer (1990, p. 26), establece «la formulación de enunciados generales, organizados y vinculados lógicamente entre sí. Tiene por finalidad describir un campo de observaciones y proporcionarle un sistema explicativo general, es decir, encontrar leyes propias y específicas que puedan servir para comprender fenómenos idénticos, proposiciones coherentes que explican por qué se producen determinados comportamientos, por qué existe una relación entre un fenómeno y una actitud». Aunque no podemos concluir de estas discusiones y definiciones, cuál es el modelo teórico idóneo para la disciplina, dichos procesos han servido para sensibilizarnos sobre la multiplicidad funcional de las teorías. Los modelos teóricos cumplen diversos fines en la tarea de investigar un fenómeno. En primer lugar, facilitan la organización de las observaciones y de la información, que de otro modo sería caótica. En este sentido, nos permiten descubrir relaciones entre los hechos e inferir desde fragmentos de datos aislados asociaciones mutuas que de otro modo no serían evidentes. En tercer lugar, estimula la indagación, en la medida en que procuramos conocer muchos aspectos diferentes y con frecuencia desconcertantes de la conducta (Shaw y Costanzo, 1982). — Metodológico: entre los protagonistas del debate destacamos los textos de McGuire (1973) y Ring (1967). Tampoco encontramos una posición única sobre las cuestiones metodológicas (Clemente, 1998). Por ejemplo, Lewin (1939) situaba el problema del método asociado a las necesidades de desarrollo teórico de la psicología social. La labor metodológica consistiría en dotar de integración y coherencia el análisis de los datos. E. E. Jones (1985) relaciona también teoría y método, exponiendo la necesidad de definir los estímulos sociales, sin caer en el reduccionismo de la experimentación animal ni recurrir a las metáforas de las humanidades.
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Cuestiones metodológicas Como resume Álvaro (1995), teoría e investigación son dos aspectos interdependientes de un mismo proceso: la producción y creación del conocimiento. La manera de conocer también es importante y característica de una disciplina: «la psicología social es el estudio científico de los efectos de los procesos sociales y cognitivos sobre el modo en que los individuos perciben, influyen y se relacionan unos con otros» (E. R. Smith y Mackie, 1997, p. 3). La metodología nos ayuda a evitar la distorsión de nuestro conocimiento basado en el sentido común. De hecho, aunque todos (investigadores científicos y observadores comunes) compartamos muchos objetivos (p. ej., comprender, predecir e influir sobre los pensamientos y la conducta de los demás), los métodos para alcanzarlos difieren profundamente. Pese a los intentos conciliadores y estas declaraciones de principios integradores, lo cierto es que la polémica metodológica en psicología social tiende a reflejarse históricamente de una manera simplificada en posiciones dicotómicas: lo racional frente a lo natural, la explicación causal frente a las explicaciones hermenéuticas, el método hipotético deductivo frente al método inductivo, el modelo ideográfico de explicación frente al modelo nomotético, etc. Podemos intentar resumir estas posiciones en dos frentes: la utilización de las técnicas cuantitativas versus cualitativas y la utilización o no del método experimental. Las consecuencias de la adscripción a dichos «bandos» las analizaremos posteriormente. — Aplicado y profesional: Comentábamos que, en las maneras de abordar el conocimiento científico, las diferentes respuestas de los años setenta se explican recurriendo a la argumentación de discursos anteriores. Así, Clemente (1998) resume en dos polos de un continuo «lewiniano» el origen de la polémica: «el impacto frente al rigor»: • McGuire (defensor del rigor), desde el entorno académico, obvia las cuestiones aplicadas porque éstas sólo se pueden desarrollar cuando se hace acopio de conocimientos científicos básicos. • Ring (defensor del impacto), desde el entorno profesional, opta por seguir una línea experiencial y vital que le sitúa al margen de lo considerado científicamente válido.
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Los polos de este continuo siguen en pugna en la actualidad. Los intentos de solución requieren, a su vez, del desarrollo e integración de diversos frentes. Por eso, Moscovici (1970), con el fin de trascender el reduccionismo instrumental de la metodología, propone que desde la psicología social se profundice en dos aspectos: • El primero tiene que ver con la modificación y adaptación de métodos propios de las ciencias sociales, a los que la psicología enriquece con su propia visión. • El segundo supone la innovación en aquellos campos de estudio nuevos, integrándolos siempre en el contexto de sus marcos teóricos. Teoría, método y aplicación son momentos de un mismo proceso: la producción del conocimiento (Expósito y Moya, 2005). Como decía Yela: «la teoría sin práctica es coja, pero la práctica sin teoría es ciega» (Ovejero, 1998, p. 427). Si consideramos a las teorías como herramientas y el desarrollo del conocimiento científico como un producto o, al menos, el objetivo de la actividad investigadora, la tradicional dicotomía entre investigación básica y aplicada carece de sentido. La mayor parte de las investigaciones aplicadas relevantes presenta interesantes reflexiones teóricas, y, del mismo modo, los investigadores interesados en el refinamiento teórico buscan su trascendencia y sus posibilidades prácticas (Eiser, 1989). Las teorías en psicología social no vienen del aire, sino de la preocupación por entender los problemas sociales, incluso si su solución está más allá de nuestra capacidad de resolverlos. Plantear que la psicología social debe ser aplicada no significa que tenga que ser menos teórica. La falta de validez de ciertas teorías ha apartado a muchos psicólogos de la aplicación, pero, según Eiser (1982), esta crítica es falsa porque las teorías en psicología social se pueden asumir en términos de: • Predicción empírica. • Del tipo de variables a las que se concede mayor importancia. • De los supuestos que explican la conducta social. Frente a este intento de reconciliación, autores como Mayo y La France demandan una postura más aplicada. La psicología social «aplicable» debe buscar un modelo de conocimiento indepen-
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Cuestiones metodológicas diente de las ciencias naturales que no implique la unidireccionalidad. La psicología social aplicada debe comprometerse en mejorar nuestra calidad de vida. La construcción de este conocimiento ayuda a la predicción, se centra en las consecuencias y expande el rango de trabajo que se esté considerando. Cialdini (1984) también trata de lograr una adecuada combinación entre el rigor metodológico y el interés por los problemas sociales. La psicología social debería observar en la realidad aquellos casos que, por su periodicidad e intensidad, se puedan considerar importantes. La formulación de hipótesis debe sustentarse en conocimientos teóricos, presentando una metodología adecuada y rigurosa. Este conocimiento implica la realización de nuevas investigaciones que comprueben la validez externa de la relación estudiada, lo cual generará nuevas propuestas de investigación. Fisher (1992) coincide con Cialdini en la necesidad de comprender la conducta humana para poder mejorar los problemas sociales. El comportamiento humano se describe como complejo y multidimensionado, y la búsqueda de soluciones ha de partir de tres elementos: las teorías psicosociales, los métodos de investigación y las habilidades prácticas. En este sentido, interesa especialmente desarrollar las teorías de rango medio que subyacen a la interacción entre las personas y el ambiente. Desde este planteamiento pueden y deben utilizarse diversos métodos complementarios de investigación, y la colaboración interdisciplinar resulta una vía adecuada para la solución de cuestiones complejas (Foster-Fishman et al., 2005). Interesa especialmente la adhesión a una filosofía humanista, claramente articulada y con un código ético profesional. El compromiso con el desarrollo profesional se consigue a través de la búsqueda de versatilidad en el rol científico.
4.2. La posibilidad científica de conocimiento psicosocial Acabamos de comprobar que las necesidades de desarrollo teórico de nuestra psicología se relacionan directamente con los problemas del método, dada la complejidad y variedad de temas que se estudian. Nuestro
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objeto de estudio se encuentra tanto en ideas abstractas, p. ej., los valores y los fenómenos culturales propiamente dichos, como en hechos fisiológicos, p. ej., la agresión, la evolución social o la sensación. Ya Lewin (1939) situaba la labor del psicólogo en trabajar estos objetos de una manera integrada, es decir, mostrando sus mutuas influencias y retroalimentaciones, y en encontrar tal integración en su propio nivel psicosociológico. Para ello, era necesario construir un método adecuado. Desde la perspectiva de Moscovici (1970), la trayectoria histórica de la psicología social no se diferenció de otras ciencias sociales y naturales en su construcción metodológica. En primer lugar, porque tomó prestados de otras ciencias ciertos procedimientos de investigación que adoptó a sus necesidades peculiares. Este préstamo fue especialmente importante en aquellos casos en los que tenía que explorar fenómenos complicados. La postura integradora de Moscovici tampoco está exenta de polémica. K. Gergen (1973) señala que la interacción humana, al contrario que los fenómenos de carácter físico, es susceptible de evolución continua, lo que hace imposible la formulación de leyes universales sobre el comportamiento, ni tan siquiera mediante colaboraciones interdisciplinares. Por muchos adelantos metodológicos que realicemos, el comportamiento humano se resiste a la predicción. Una posible alternativa consistiría en la construcción de un método histórico, ya que nuestro comportamiento se reconoce histórica y culturalmente determinado (Berry, Segall y Kagitcibasi, eds., 1996; Bond y Smith, 1997; Peplau y Taylor, 1997; P. B. Smith y Bond, 1994). A su vez, el concepto que tengamos de nuestra disciplina se encontrará conectado con los modelos sociales vigentes sobre el hombre y la determinación de su comportamiento (el destino, la voluntad, la biología y el ambiente) (Crespo, 1995). Desarrollamos esta cuestión en función de los rasgos y crisis propia de la idea de modernidad que ya comentamos en la evolución de los modelos teóricos (Ovejero, 1998). Desde la perspectiva de K. Gergen (1982), el conocimiento objetivo no es posible porque la idea de hombre que subyace en sus planteamientos es la de un creador autónomo que no sólo percibe, sino que también es artífice de su mundo. Continuadores de esta corriente como Bar-Tal y Bar-Tal (1988) plantean que los criterios derivados de los métodos psicosociales se pueden clasificar en una serie de continuos epistemológicos:
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Cuestiones metodológicas — La subjetividad frente a la objetividad del conocimiento: que se basa en la idea de la persona es un constructor activo de su entorno. Estos autores llevan dicho planteamiento cognitivo a su forma extrema: no es posible ninguna forma de conocimiento objetivo porque existen tantas realidades como individuos que la perciben. En este extremo se olvida que • Las condiciones objetivas de la existencia condicionan modos prevalecientes de cognición. • Los procesos cognitivos constituyen formas ideológicas de presentación de la realidad en la que se encuentran importantes diferencias en función de los grupos sociales y sus intereses antagónicos. Recuérdense las diferencias encontradas entre las corrientes partidarias de la escuela de la Gestalt (Asch, 1952; Fiske y Taylor, 1984; Heider, 1958). También, el pensamiento psicosocial marxista (p. ej., Luria, 1976; Vigotski, 1934) nos ofrece numerosos ejemplos sobre el carácter mediador que los procesos cognitivos ejercen sobre la conducta social. Incluso la capacidad de autoconciencia depende de las condiciones sociales. La continuidad del sistema sexo-género constituye un ejemplo de esta poderosa influencia (Velasco, 2002). Desde esta perspectiva, la realidad corre el riesgo de reducirse a sus contenidos lingüísticos. Riesgo que describe Crespo (1991, p. 96): «los enfoques discursivos están necesitados de una teoría del poder que explique la relación de estructuras discursivas y no discursivas (económicas, sexuales, etc.) en el mantenimiento y cambio de las condiciones de existencia y en la construcción social de la realidad». El que la realidad social sea una realidad simbólica, es decir, dotada de significado, y que no exista independientemente de las personas no supone que no ejerza una presión directa sobre éstas (Berger y Luckman, 1967; Páez et al., 1992). — Particularismo frente a transculturalismo: Según Bar-Tal y Bar-Tal (1988), no es posible desarrollar generalizaciones que no estén referidas a individuos particulares o situaciones concretas. Esta declaración no es suficiente para comprender el comportamiento social porque sólo en la comparación entre grupos de distintas culturas
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podemos establecer lo que es específico de cada una de ellas (Álvaro y Marsh, 1993; Marsh y Álvaro, 1990). Esta opinión resulta paradójica con la postura epistemológica defendida, ya que si, por una parte, se defiende la relatividad histórica del conocimiento y la necesidad de su contextualización, por otra, se niega la existencia de dicho entorno porque es el resultado de una percepción individual. El modelo de Bar-Tal y Bar-Tal cae en el etnocentrismo al ignorar las variaciones culturales del comportamiento. La disciplina debería tender hacia una perspectiva comparada. Los procesos que podemos considerar universales no son entendibles como tales porque operen en todos los individuos independientemente de su contexto sociocultural. El contexto sociocultural se entiende mediante la definición que la persona hace del medio en que tiene lugar su conducta y los límites que dicho medio impone a su acción (Álvaro, 1995). — Constructivismo versus objetividad. El sociorracionalismo (K. Gergen, 1980), la teoría generativa (K. Gergen, 1982) y el constructivismo (K. Gergen, 1985) coinciden en considerar que toda forma de conocimiento, incluido el científico es arbitraria, lo que hace imposible cualquier saber objetivo. Álvaro (1995, p. 90) nos brinda una réplica interesante: «sin negar que los criterios de validación del conocimiento están sujetos a cambios históricos, que el desarrollo del conocimiento se encuentra delimitado por el contexto cultural en el que se produce y sin necesidad de llegar a contraposiciones extremas entre verdades absolutas y relativismos extremos, podemos concebir la objetividad como un conocimiento de la realidad social delimitado por su mayor o menor aproximación a la misma». Para K. Gergen (1982), la contrastación empírica no es un criterio apropiado de validación teórica, y propone como acceso al conocimiento la comparación entre teorías alternativas en función de su capacidad para • Inferir los principios esenciales de una cultura. • Indicar problemas fundamentales de la vida social contemporánea.
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Cuestiones metodológicas • Cuestionar lo establecido. • Por tanto, generar nuevas alternativas para la acción social. — Estos factores, más que elementos de validación del conocimiento psicosocial (puesto que es en última instancia la realidad social la que se debe encargar de confirmar o corregir dicho conocimiento), son objetivos de la psicología social, independientemente de los modelos teóricos y metodológicos que se utilicen.
Los psicólogos sociales se definen por la postura que adoptan en estos tres criterios epistemológicos (subjetividad-objetividad; particularismo-transculturalismo; constructivismo-objetividad). Dicho posicionamiento varía en su grado de compromiso, coherencia y radicalidad en el discurso. Ahora bien, entendemos que la psicología social puede intentar beneficiarse de estos debates adoptando una perspectiva flexible y mediadora. Por ejemplo, asumir una perspectiva histórica no es incompatible con el hecho de que la psicología social pueda considerarse una ciencia (Munné, 1986). La historia y el análisis empírico de la realidad constituyen elementos indispensables e interdependientes del conocimiento psicosocial (Zaiter Mejía, 1992). Como sostiene Álvaro (1995), no se trata de defender un empirismo asistemático y acumulativo de la ciencia, pero sí de considerar que todo desarrollo teórico debe ser validado mediante su contraste con la realidad. El empirismo en psicología social debería significar que sus teorías y conclusiones sobre la conducta social se fundamentan en los resultados de la investigación. Este supuesto implica que no existen teorías correctas e incorrectas, sino una pluralidad teórica y metodológica que es apropiada en función del contexto en el que se enmarca. La propia amplitud del objeto de estudio conduce a que ninguna teoría pueda abarcar todos los temas y situaciones que se dan en la realidad social. Con las demás ciencias sociales compartimos, en buena medida, historia, teoría y métodos. La interdisciplinaridad y complejidad de nuestro objeto de estudio nos lleva a posicionarnos como científicos sociales. Lamentablemente, tampoco el método puede servir como criterio de distinción e identificación de la disciplina (Gómez Jacinto, 1996a). Incluso aunque algunos científicos sociales critiquen los supuestos de las ciencias naturales, no hay que olvidar que en el fondo compartimos una vocación científica y una trayectoria histórica (Fernández-Dols, 1990).
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Como concluyen Páez, Valencia y Echebarría (1992) la metodología supone un proceso de reflexión sobre las formas de crear un conocimiento válido y fiable, permite asegurar el carácter objetivo y, por tanto, se considera una condición necesaria para toda explicación científica. El origen y el desarrollo de la psicología social han estado marcados por la transformación del estatus del saber dentro de la sociedad. Fisher (1992) plantea que esto influye en la organización de sus conocimientos de diversas maneras: — En primer lugar, y quizás mejor que otras disciplinas, refleja el estatus híbrido de especialidades que se constituyen a partir de conceptos existentes en otros campos. Estos conceptos son captados de nuevo e insertados en una organización que les otorga una nueva legitimidad dentro de teorías definidas. — La psicología social es además heredera de la división en disciplinas de los diferentes campos establecidos ya por los saberes constituidos. Su contribución adquiere reconocimiento social cuando se amolda a unos códigos ya existentes. — La trayectoria de la disciplina se encuentra asociada al estudio de una sociedad y a las cuestiones que le son propias. A través de la investigación sobre los fenómenos sociales y los tipos de valores sociales, se define una aproximación crítica a su propio saber, ya que, a su vez, este estudio está producido por los fenómenos analizados y depende, en parte, del sentido que la sociedad le confiere. «En definitiva, el conocimiento científico tiene en común con el conocimiento sin otras adjetivaciones el hecho de nacer en el seno de la interacción social y de construirse en el espacio de la intersubjetividad sobre la base de las convenciones lingüísticas, los presupuestos compartidos y los diversos procedimientos para establecer un consenso que sólo es posible gracias a la existencia de un mundo de significados comunes» (T. Ibáñez, 1990).
4.3. Ciencias naturales y ciencias sociales La psicología social constituye, todavía hoy, una mezcla curiosa de las ciencias que le dieron origen (Mann, 1997). Una de las características que comparten las ciencias sociales, humanas e históricas, pero también las
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naturales, es su vinculación con la interpretación. Ningún conocimiento adquiere sentido si no es a través de su integración en un marco interpretativo, que condiciona el significado posible de cualquier elemento parcial. Este marco interpretativo se encuentra determinado, en parte, por nuestra posición dentro de una tradición histórica y cultural con sus correspondientes preconcepciones (T. Ibáñez, 1990; B. Jiménez, 2001; Ovejero, 1998; C. H. Taylor, 1997). Además de heredera de los modelos científicos imperantes, la psicología social puede contribuir a nuestro conocimiento crítico sobre la ciencia (Íñiguez y Pallí, 2002). Comentamos en el epígrafe anterior que los cánones científicos que se establecen en un momento determinado influyen en la respetabilidad y reconocimiento que adquiere la disciplina o el ámbito de saber. En nuestro caso, somos herederos del modelo de ciencia imperante a principios de siglo, que se ejemplificaba en la física. Eso sí, resulta cuestionable que investigar sobre el amor o la agresión tenga el mismo sentido científico que analizar cuestiones de astronomía o geofísica. Baron y Byrne (2005) justifican que nuestro comportamiento es susceptible de análisis científico porque la «ciencia» no se refiere a un grupo selecto de disciplinas altamente avanzadas, sino a la utilización de una serie de garantías metodológicas. En este sentido instrumental, y como plantean Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux (1997), podemos establecer un cierto paralelismo entre la evolución de las ciencias sociales y naturales. Ahora bien, el debate subyacente tiene que ver con la delimitación del propio concepto de ciencia y del procedimiento que las diversas áreas de investigación deberían desarrollar para hacerse merecedoras de tal denominación: — Una de las posiciones se vincula a la tradición de Galileo y se encuentra representada por Comte y Mill, concretándose en el positivismo. Esta posición defiende el monismo metodológico, esto es, la defensa de la unidad del método científico por encima de las diferencias entre ámbitos de trabajo y la física como modelo o patrón a seguir. Se considera que los métodos y procedimientos de las ciencias naturales son adecuados y aplicables a cualquier otro ámbito de la investigación, incluyendo las ciencias sociales. De hecho, el nivel de desarrollo de las áreas de conocimiento dependerá de su proximidad a las realizaciones físicas. El tipo de explicación científica es causal.
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— La reacción antipositivista surgió a finales del siglo XIX, adoptó diferentes nombres, p. ej., hermenéutica, idealismo, etc., y fue respaldada por autores como Weber, Dilthey y Simmel. Desde esta óptica epistemológica se rechazan los principios defendidos anteriormente y se distingue claramente entre explicación y comprensión. Sin embargo, de nuevo, en los años veinte el positivismo volvió a influir en la filosofía de la ciencia. Este nuevo positivismo denominado ahora «positivismo lógico» y heredero de la lógica formal, se constituyó en el referente más inmediato de la mencionada crisis de las ciencias sociales, y de la psicología social en particular. Las ciencias sociales y de la conducta surgirán en parte bajo la influencia de ambas tendencias positivista y antipositivista; de ahí que no sea de extrañar la permanencia de este debate en sus respectivos «campos de batalla». A pesar de la diversidad y evolución de estas orientaciones, la defensa actual del positivismo se puede constatar por una serie de postulados compartidos entre sus partidarios (Bryman, 1988): — La creencia empírica plantea que sólo los fenómenos observables pueden garantizar un conocimiento científicamente válido. Este conocimiento se produce a través de la acumulación de los hechos verificados. Las teorías, de acuerdo con este principio inductivista, se fundamentan directamente en los hechos. — Una vez que se ha formulado una teoría y de nuevo sobre la base de los hechos, se deducen de ellas hipótesis que serán sometidas a verificación empírica. Finalmente, para la investigación resulta de gran importancia la objetividad del investigador, que debe trascender sus propios prejuicios, deseos y sesgos (Proctor, 1991). Las críticas a estos postulados no se demoraron. El cuestionamiento comenzó con los presupuestos neopositivistas y falsacionistas del modelo causal mecanicista de la física clásica (Páez et al., 1992). Mediante esta revisión se continuó aceptando que las explicaciones psicosociales pueden ser teleológicas y estructurales (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Gracias a este proceso, la pluralidad metodológica se revela como una consigna a seguir. Los ataques a determinadas estrategias metodológicas carecen de sentido si no se les vincula con los objetivos que persigue el investigador.
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La historia de la ciencia demostraba que no era posible considerar de forma independiente a la teoría y a los hechos (Feyerabend, 1976; Popper, 1969). Las teorías preceden a la observación y constituyen un paso previo a su operacionalización (Chalmers, 1984). La propia física proporcionaba ejemplos de que la objetividad pura no existe. Por ejemplo, el «principio de indeterminación» de Heisenberg, según el cual es imposible de predecir la órbita de un electrón porque el proceso de observación afecta al comportamiento del fenómeno observado, supuso el cambio radical de la búsqueda de la causalidad determinista de la ciencia clásica a la causalidad probabilística. Desde la filosofía de la ciencia, T. S. Kuhn (1970) también defiende que las observaciones dependen de las teorías. El conocimiento científico presenta un importante componente social, ya que obedece más a los intereses y relaciones de las personas que lo construyen que a razones epistemológicas (T. S. Kuhn, 1970). Cuando un paradigma es sustituido por otro se produce también un cambio en la visión del mundo que hasta ese momento mantenían los científicos, de tal manera que las mismas observaciones son interpretadas de distinta manera. El progreso científico se origina a través de un proceso (falsacionista) de ensayo y error en el que las distintas hipótesis planteadas sobre la realidad son sometidas a refutación (Popper, 1969). «El determinante en última instancia del saber producido no radica tanto en las características de los métodos utilizados como en la potencia, el rigor y la adecuación del marco teórico y de los supuestos epistemológicos que guían la investigación y que permiten interpretar tanto las observaciones empíricas como los argumentos racionales [...]. El hecho de recurrir a métodos inspirados en una concepción positivista es menos perjudicial que el hecho de inspirarse en una epistemología positivista, aunque se utilicen métodos escasamente relacionados con esa tradición. Lo primero puede ser incluso beneficioso en ciertos casos, lo segundo acumula problemas en todos los terrenos» (T. Ibáñez, 1990, p. 237). La mayoría de las alternativas dirigidas al positivismo surgen de la teoría crítica (Adorno, Horkheimer, Habermas, etc.), postestructuralismo (Derrida) y postmodernismo (Lyotard, Foucault, Barthes, Baudrillard). Agger (1991) canaliza desde la sociología las principales consecuencias de
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estos planteamientos: mitificación de la ciencia, dimensión retórica de la empresa científica, importancia del lenguaje en construcción de la realidad, crítica a la razón universal. Como reacción contraria a estas posiciones subjetivistas y relativistas, en los años setenta se fragua el «realismo histórico» (Suppe, 1979). Los programas de investigación de Lakatos constituyen un ejemplo de esta nueva aproximación. Dichos programas pueden entenderse como guías, positivas o negativas, para la investigación futura según posibiliten o no el descubrimiento de nuevos hechos (Lakatos, 1982). Esta tercera vía genera unos criterios (que se modifican y cambian) de racionalidad que permiten evaluar el conocimiento. Proctor (1991) añade a este debate la cuestión de si es posible definir una «ciencia libre de valores» a través de las distintas tensiones que han ido surgiendo para la definición del papel de la ciencia en la sociedad: el problema de la utilidad, del método, del valor y de la seguridad del conocimiento. Ni las tendencias ideológicas del investigador, ni el marco sociocultural en el que se gestan los diferentes planteamientos pueden ser obviados a la hora de entender y explicar el sentido y finalidad de las diversas formulaciones teóricas (Sabucedo, 1995). Además, el aumento de nuestros conocimientos sobre el mundo físico no ha supuesto un avance paralelo de nuestro desarrollo social. El concepto tradicional de progreso y de ciencia se están cuestionando cada vez más (Di Trocchio, 1995). En cierto modo, la razón instrumental del conocimiento sobre el mundo físico ha empobrecido al hombre p. ej., el holocausto nazi, Hiroshima, etc. (Ovejero, 1998). Como analizaremos en el marco aplicado de nuestra disciplina, deberíamos intentar conocernos mejor y analizar las influencias del ambiente sobre nuestro comportamiento, con el fin de mejorar nuestra conducta y nuestras relaciones interpersonales (Ovejero, 1997a). La diversidad de objetos de estudio y de marcos teóricos no debería convertirse en «cuestión de Estado», porque en nuestra disciplina muchas de las polémicas en cuanto a su definición resultan artificiales. De hecho, ninguna ciencia posee en exclusividad un objeto de estudio o un ámbito de investigación. La psicología, como las demás ciencias humanas, se inscribe dentro de un esfuerzo para organizar el conocimiento sobre el hom-
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bre, que en nuestro caso ha sido esencialmente filosófico y ha supuesto el análisis de la interacción entre individuo y sociedad (Fischer, 1990). En la ubicación de la psicología social dentro de las demás ciencias sociales, compartimos también un estado de crisis perpetua desde sus orígenes. Nuestra pluralidad surge como consecuencia y como excusa de la doble filiación sociológica y psicológica (Panyella y Rodríguez, 1984). «La psicología social sigue siendo un saber de contornos fluctuantes. Aunque se ha construido a partir de disciplinas que hoy día se encuentran fuera de sus fronteras, su desarrollo a partir de corrientes de pensamiento y de prácticas sociales ha renovado profundamente desde hace una veintena de años su marco teórico inicial, y su progreso se ha hecho de una especificidad cada vez mayor» (Fischer, 1990, p. 9). La psicología social, como otras disciplinas sociales, no presenta su razón de ser ni en los temas de estudio, ni en su (recuérdese el símil) «territorio», ya que se preocupa de cuestiones que han sido objeto de estudio a lo largo de la historia (Blanco, 1995). Como argumentábamos en la aproximación conceptual del área de conocimiento, lo propio de la psicología social es su manera de hacer, la adopción de una perspectiva peculiar a la hora de enfrentarse a los asuntos de siempre. Las disciplinas sociales han sido históricamente posibles tanto por la acumulación de un conocimiento empírico como por una serie de creencias y actitudes sobre la realidad humana (Crespo, 1995). La aplicación del método científico en la psicología social, como en las demás ciencias sociales, ha de adaptarse a un objeto de estudio diferente, relacional y cuyo conocimiento se encuentra sujeto a un cierto grado de incertidumbre, dadas sus características de libertad. El carácter cualitativo, multidimensional y cambiante de los fenómenos sociales (por ejemplo, el altruismo no se puede cuantificar) dificulta el establecimiento de relaciones de causalidad (Sierra Bravo, 1983) y hace indispensable la utilización de diferentes técnicas de investigación (Moscovici, 1985a). El conocimiento y sus correspondientes diferencias de perspectiva ya no pueden ser portadores de valores universales y no implican una función enciclopédica. Se reivindica el hecho de que cada saber refleja una posición específica y caracterizada por una trayectoria que se localiza en determinados sectores. Es decir, el saber se va especializando y encontrando su lugar con relación a los demás saberes.
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De hecho, nuestras dudas sobre el modelo de ciencia son compartidas por otras disciplinas. Por ejemplo, desde la sociología se critica el monismo metodológico y el modelo «exportable» de las ciencias naturales positivistas. Fischer (1990) señala que el desarrollo de las ciencias humanas y sociales se tradujo en una nueva relación con el saber, que ha valorado la subjetividad como elemento de conocimiento, estableciendo un saber relativo al observador y al sujeto que conoce. No podemos obviar que del mismo modo la función de la psicología también es versátil: por una parte, desarrolla nuestro conocimiento sobre la naturaleza humana y el comportamiento de hombres y mujeres, y, por otra, ayuda a la mejora de la calidad de vida (Ovejero, 1998). Una de las tareas fundamentales de la psicología social deberá consistir, según Tajfel (1984), en el análisis de los principios que determinan la naturaleza de las concepciones socialmente compartidas, el proceso social en el que se fragua el consenso y sus formas de expresión en la conducta social. La riqueza de esta diversidad no se ha traducido en una mejor integración epistemológica y todavía quedan pendientes numerosas discusiones entre los partidarios de los métodos cuantitativos y cualitativos que se resumirán a continuación (Maisonneuve, 1974), y entre los que apuestan por modelos más o menos comprometidos con la realidad que analizan (García, 2003).
4.4. Paradigmas y tradiciones de investigación en psicología Las disciplinas evolucionan y sus métodos a la par que ellas (Clemente, ed., 1992). En la psicología social encontramos diferentes maneras de entender la ciencia y nuestra identidad disciplinar. La diferencia reside en sus pretensiones sobre qué debe ser lo que la disciplina debe explicar y cómo. Cada uno de estos modelos presta atención a aspectos importantes de la conducta que una ciencia plena de la conducta social no debería ignorar. Estas diferencias se han reflejado históricamente en el dominio de unos sistemas teóricos frente a otros. La tendencia histórica de la ciencia se ha dirigido a refinar la teoría, ofreciendo hipótesis sobre los datos problemáticos de acuerdo con el modelo explicativo vigente. Se desarrollan esquemas teóricos nuevos sólo
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cuando los problemas que surgen se convierten en anomalías inexplicables por la teoría. Por ejemplo, las teorías en psicología social presentan veinte años como promedio de vida; sin embargo, los hallazgos empíricos con cierto grado de solidez se mantienen por encima del auge y caída de las teorías que los sustentaron. Para explicar el paralelismo entre la historia de la ciencia y la evolución de los modelos teóricos, el relativismo sociohistórico de T. S. Kuhn y el falsacionismo de Lakatos recurren al concepto de paradigma. Los paradigmas o programas de investigación científicos se definen como conjuntos de proposiciones orientadoras de la investigación, conformadas por principios que funcionan como marco delimitador de lo que hay que investigar y cómo. Un paradigma consistiría en lo que Kuhn denomina «matriz disciplinar y estrategia para resolver problemas» (Barnes, 1982). Como sus núcleos teóricos no se pueden verificar o refutar (Páez, Valencia y Echebarría, 1992), la adecuación o efectividad de los programas de investigación se encuentra en función de la cantidad de problemas empíricos significativos que se resuelven y de las complicaciones que generan. Sólo cuando las dificultades aumentan hasta el grado de que la teoría no explica las anomalías surge un esquema conceptual alternativo, que generalmente no destruye el antiguo sino que lo modifica (Chalmers, 1984; Mardones y Ursua, 1982). En este sentido, algunos autores han sugerido que un número reducido de paradigmas (como familias de teorías con ontologías y principios metodológicos comunes) tendrían un peso específico en el desarrollo de la ciencia. Este análisis se inspira en la propuesta de Popper sobre la existencia de seis clases de hipótesis del mundo: animismo, misticismo, formalismo, mecanicismo, contextualismo y organicismo. Cada una de estas hipótesis del mundo se deriva de una metáfora básica que proporciona un marco para el análisis y comprensión de los fenómenos naturales y humanos (K. Gergen, 1982; Pérez Díaz, 1987). Las dos primeras niegan el carácter propio y diferencial de la psicología social, a la que consideran parte de cada una de sus correspondientes disciplinas matrices (Munné, 1986). Sólo cuatro se consideran bien definidas por Popper (Páez, Valencia y Echebarría, 1992, cuadro 28):
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CUADRO 28
DIFERENTES APROXIMACIONES AL ESTUDIO DE LO PSICOSOCIAL Aproximación antipositivista-subjetiva
Aproximación positivista-objetiva
Ontología: afirmaciones sobre la esencia de los fenómenos psicosociales Normalista e idealista: La realidad es producida y nombrada por el sujeto.
Realista: La realidad externa es objetiva.
Epistemología: cómo se adquiere y comunica el conocimiento Antipositivista: El conocimiento es subjetivo, Positivista: El conocimiento es cierto, seguro y difícilmente transmisible. Se adquiere por par- comunicable. Se adquiere por observación. ticipación. Naturaleza humana: relación entre el sujeto y el entorno Voluntarista: sujeto activo.
Determinista: el sujeto responde mecánicamente al medio.
Metodología Ideográfica: búsqueda cualitativa de los significados individuales. Búsqueda de relaciones significantes por observación participante, historias de vida y entrevista abierta.
Nomotética: búsqueda cuantitativa de las leyes generales. Técnica experimental y cuasi-experimental.
Aproximación interpretativa: la acción humana intencional debe ser comprendida en su significación.
Aproximación normativa: la conducta social es gobernada por reglas, que deben investigarse con los métodos de las ciencias naturales.
Subjetiva: Estudia el individuo. Las acciones humanas recrean continuamente lo social. Investiga el conocimiento de sentido común: la construcción de lo social. Micro-conceptos: definición de la situación, significado negociado, etc. Interaccionismo simbólico.
Objetiva: Estudia el sistema social. Fuerzas impersonales regulan la conducta. Asume el conocimiento de sentido común: el hecho social dado. Macro-conceptos: instituciones, normas, posiciones, roles, expectativas. Teoría de roles.
FUENTE: Adaptado de J. Cohen (1986) y Páez, Valencia y Echebarría (1992).
— Formalismo (realiza la metáfora de las reglas y jerarquías lógicas de las cualidades) versus contextualismo (centrado en sucesos y cambios en los contextos). Según McGuire, el núcleo contextualista defiende que las teorías e hipótesis son correctas en función de su entorno de aplicación. Esta opción goza actualmente de gran popularidad. La utilización del concepto «contexto» se ha incrementado en psicología social en razón de uno a seis. Se pretende explicar el funcionamiento cognitivo dentro de su entorno natural, enfatizando su carácter adaptativo y las constricciones evolucionistas de los procesos cognitivos, así como la rela-
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Cuestiones metodológicas tividad contextual de las relaciones causa-efecto. Llevado a sus extremos este argumento impide la creación de un cuerpo de conocimientos organizado y sistemático porque el contexto siempre incorpora un elemento de dispersión. Sin embargo, en psicología social se puede y se debe aceptar un cierto relativismo sociocultural y una determinación histórica de los fenómenos y su implicación, sin abandonar la búsqueda de explicaciones generales. Frente a una idea mecanicista del progreso científico, el análisis histórico nos proporciona ejemplos de la influencia del contexto social, económico y político, etc., en el conocimiento psicosocial (Íñiguez y Pallí, 2002). Este factor de relatividad epistemológica no invalida la posibilidad de acumular conocimientos, simplemente lo hace contingente a su entorno histórico y social (Álvaro, 1995). El desarrollo del contextualismo se asocia con el progreso de posiciones hermenéuticas o interpretativas que otorgan al significado y al lenguaje un protagonismo relevante en el análisis del comportamiento social. De este modo, la psicología social presenta una evolución similar al resto de las ciencias sociales y humanas. En estas disciplinas emerge una minoría crítica cualitativita y antipositivista, ejemplificada en el desarrollo del construccionismo social y en la revalorización del interaccionismo simbólico (K. Gergen, 1988; Harré, 1986). — Las posiciones normativa e interpretativa responden a dos perspectivas diferentes, la del actor comprometido en la acción y la del observador. Ambas perspectivas son complementarias y se encuentran profundamente ancladas en nuestro lenguaje y nuestra forma de vida (Páez, Valencia y Echebarría, 1992). La posición normativa «etic» utiliza medidas transculturales y cuantitativas (existe una realidad social independiente susceptible de estudio objetivo), mientras que la posición interpretativa «emic» se centra en medidas culturalmente situadas y cualitativas (Howard, 1985) e intenta comprender a los actores individuales en sus actitudes, sus motivaciones, sus intereses, sus respuestas, sus conflictos y el desarrollo de su personalidad (M. Harris, 1983). Harré (1983, 1986) y Potter y Wetherell (1987), frente a los partidarios de una metodología aséptica y positiva, insisten en la
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importancia del lenguaje común como recurso de conocimiento de la realidad social. El vocabulario de la acción concierne a evaluaciones morales, no a predicciones científicas. Los conceptos de la acción se refieren a reglas, razones, motivos e intenciones, no sólo a leyes causales ni a relaciones invariables. Esta postura llevada a sus extremos también ha sido criticada por su relativismo radical y por su fundamentalismo interpretativo, en el que el conocimiento psicosocial se agota o se enraíza en las narraciones autointerpretativas que los sujetos hacen de sus acciones y productos (Bhaskar, 1987). La existencia de estructuras sociales se reduce a las concepciones y prácticas lingüísticas de los actores, de los significados que éstos otorgan a sus interacciones y de las relaciones sociales. Según Páez, Valencia y Echebarría (1992), la triangulación, o, lo que es lo mismo, la comparación de los resultados entre al menos una tríada de métodos y técnicas (intensivo-cualitativo; nomotético-extensivo correlacional; y observacional y experimental, por ejemplo) permitirá el desarrollo de un conocimiento válido y fiable en psicología social. La confianza del científico social en sus resultados será mayor si éstos proceden de métodos distintos y ambos sistemas se benefician mutuamente (Bryman, 1988; Denzin, 1970; Webb et al., 1966). — Mecanicismo frente a organicismo. El cuadro 29 sintetiza este enfoque. Es interesante señalar que psicología social, a diferencia de la psicología general, siempre fue «mentalista», incorporando conceptos como las actitudes y teorías como la comparación social y la disonancia cognitiva, que evitaron el predominio de un modelo conductista. Esto no nos lleva a mantener que el organicismo de la cognición social impere en nuestra disciplina, puesto que los psicólogos del procesamiento de la información comparten una parte importante del paradigma conductista: los supuestos del atomismo, del asociacionismo y del empirismo en su interés por anular el concepto de alma e insistir positivamente en la operacionalización de los términos (Leahey, 1982). La principal diferencia para estos autores se encuentra en el «periferalismo»: los psicólogos sociales cognitivos creen que entre el estímulo (input) y la respuesta (output) intervienen procesos complejos.
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Cuestiones metodológicas CUADRO 29
CATEGORÍAS ANTAGÓNICAS DE LOS PARADIGMAS MECANICISTA Y ORGANICISTA Metáfora básica Organismo vivo
Máquina
Núcleo duro del programa Organicismo
Mecánico
Epistemología Constructivista racionalista: el sujeto construye activamente lo conocido
Realista-empirista: el sujeto refleja o copia lo real
Modelo del ser humano Organismo activo
Organismo reactivo
Heurísticos positivos de la investigación Holismo: análisis totalidad: Análisis estructural funcional. Cambio necesario por el desarrollo estructural. Existencia de propiedades y niveles emergentes. Causalidad recíproca. Complejidad organizada
Elementarismo: Análisis antecedente-consecuente. Cambio contingente. Continuidad: el total es igual a la suma de los elementos. Causalidad unidireccional. Causalidad lineal
Teorías psicológicas Piaget, Kohlberg
Conductismo clásico y medicional
Psicología social Cognición social. Estructuralista: Bartlett. Afectividad y emociones. Teoría memoria afectiva como red semántica asociativa de Coger
Cognición social. Asociacionista: procesamiento de la información. Teoría esquemático-contextualista-constructivista de Isen
FUENTE: Adaptado de Landman y Manis (1983) y Overton (1985).
Subyaciendo a la cuestión de los paradigmas encontramos en las ciencias sociales, y entre ellas la psicología, un conflicto entre su pretensión de objetividad (propia de todo saber científico) y su rigor en la construcción teórica que le permita profundizar en la estructura social y subjetiva de su objeto (condición necesaria de todo saber científico). «La superación de antagonismos epistemológicos requiere una mayor receptividad hacia los desarrollos de la filosofía y sociología de la ciencia» (Crespo, 1995, pp. 196-197). Ambas disciplinas reivindican la pluralidad paradigmática y la utilización de términos alternativos para describir la evolución disciplinar.
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En psicología social la aplicación de los conceptos paradigmáticos y de sus hipótesis del mundo no es tarea sencilla. Por ejemplo, en psicología no siempre se abandonan los paradigmas por una alternativa mejor, y, así, el paradigma cognitivo no desplazó al conductismo porque este último nunca llegó a ser totalmente dominante (Lott y Lott, 1985). Al igual que en las ciencias naturales, lo normal parece ser la convivencia de programas con alternancia de influencias, por ejemplo, la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad en física (Lakatos, 1982). Esta convivencia se da en nuestra disciplina, por ejemplo, en el tema del aprendizaje, en el que encontramos la corriente organística (el aprendizaje como contraste de hipótesis) y la corriente mecanicista (el aprendizaje como formación de hábitos). Gholson y Barker (1985) prefieren hablar de tradiciones de investigación y considerar el concepto de paradigma en psicología no como un determinante rígido de las teorías, sino como un criterio globalizador de unificación entre familias de marcos teóricos. La reciente polémica sobre el carácter vago y mal definido de la representación social y la ausencia de predicciones claras reproduce la tendencia a utilizar las teorías y sus correspondientes esquemas como significados relacionados y en muchos casos equívocos (Jahoda, 1988; Moscovici, 1988). Algo parecido podríamos comentar del concepto de paradigma como sinónimo de «visión del mundo», «hipótesis del mundo» y «modelo metafísico». Por otra parte, la popularidad e impopularidad relativa de diferentes enfoques teóricos es producto de muchos factores, entre los que se encuentra su coherencia intrínseca y su poder predictivo. Actualmente, se está revalorizado la noción de «verdad» como relación de correspondencia entre teoría y realidad. El nuevo criterio de demarcación se sitúa entre teorías que son más verosímiles que otras: teorías que se corresponden con los hechos mejor que sus competidoras (Bhaskar, 1987). Además, la investigación no tiene lugar en un entorno libre y los recursos de investigación son limitados. La publicación científica suele reforzar tópicos y enfoques teóricos más establecidos, lo cual permite el crecimiento y acumulación del conocimiento, pero, en algunos casos, sacrifica la creatividad de la producción psicosocial. El sistema es humano, con sus defectos y virtudes (Eiser, 1989).
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Estos criterios epistemológicos e institucionales son compatibles con la definición de tradiciones o escuelas prestigiosas dentro de la evolución histórica de la psicología social. Cada tradición define un objeto de estudio y un método propio de investigación. Entre las tradiciones históricas Schellenberg (1991) resume en cuatro las principales escuelas. Fischer (1990) añade a esta clasificación sus consecuencias psicosociales: — El enfoque psicoanalítico, que busca en las fuerzas emocionales profundas del individuo las causas de su comportamiento. Freud nos sensibiliza sobre las condiciones psicológicas internas que pueden afectar a las pautas persistentes del comportamiento. Pocos psicólogos sociales se catalogan actualmente como psicoanalíticos, pero la mayoría encuentran que esta tradición es rica en ideas válidas. — La perspectiva del interaccionismo simbólico, que sitúa la conducta subjetivamente determinada en un contexto social específico. El énfasis recae en la forma y organización de significados del individuo. La interacción es moldeada por la organización de la sociedad, y las pautas que el individuo asume para confrontar sus interpretaciones surgen de la interacción social. La naturaleza de la mente es fundamentalmente social. — El enfoque de la Gestalt y de la teoría lewiniana, que hace hincapié en la organización cognoscitiva como núcleo del comportamiento. Los presupuestos subyacentes a la conducta cognitivamente mediada, subjetivamente organizada y basada en un ambiente social interpretado constituyen sus temas claves. — La perspectiva conductista, en la que la conducta actual se analiza como un producto de comportamientos anteriores con rasgos particulares. Uno de sus objetivos estriba en la pureza metodológica, y, para ello, sólo trabaja con aquellos aspectos del comportamiento que pueden ser observados y medidos. El comportamiento humano se puede prever manipulando los elementos del medio y, por tanto, podemos ejercer un control sobre su realidad. Cada uno de estos enfoques ha desarrollado sus propios procedimientos de investigación. La diversidad de aproximaciones nace de las diferentes respuestas que surgen en el estudio de la interacción social: ¿cómo nos influyen los demás, los medios de comunicación y la sociedad en sí misma?; y al mismo tiempo, ¿qué aporta el individuo al cambio
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social? Estas cuestiones nos preocupan a todos, y esto actúa como vínculo entre la ciencia de la psicología social y gran cantidad de observaciones informales de sentido común. La opción relacional que trata el comportamiento humano a partir de la interacción y confluencia de diversos niveles micro y macro, como en otras ciencias sociales, no ha dado lugar a un único paradigma dominante alrededor del cual se desarrollen las múltiples teorías psicosociales. Las escuelas de pensamiento en la psicología actual se caracterizan por el eclecticismo como intercambio entre distintas tradiciones. Recuérdese la variedad de modelos teóricos que se expusieron en el epígrafe anterior. De este modo, el análisis de paradigmas, hipótesis del mundo y tradiciones de investigación nos remite de nuevo a un concepto de la ciencia relativo, no exento de consecuencias éticas e ideológicas. Autores como Rodríguez Marín (1983, p. 25) y F. Varela (1971, p. 160) sitúan las diferencias de orientación: «las naciones superdesarrolladas son aquellas que poseen inmensos recursos para llevar a cabo magnificas investigaciones, y que se pueden dar el lujo de no aplicar los resultados de tales investigaciones». El modelo de conocimiento propuesto por estos autores presenta diferencias respecto a las asunciones ortodoxas de determinadas tradiciones de la psicología social (F. Varela, 1971): — Además de semejanzas, existen diferencias individuales entre las personas. — Frente al castigo, la utilización de incentivos positivos es más útil y genera mejores resultados en la modificación de conducta. — Los problemas sociales se resuelven corrigiendo las causas, no los síntomas. Se solucionan mejor desde una perspectiva grupal que individual. — La motivación humana es compleja y los sentimientos y pensamientos irracionales pueden cambiarse mediante su explicitación. — Las percepciones son más importantes para la comprensión de los problemas sociales que los hechos reales. Esta reivindicación de un criterio científico de utilidad a la hora de definir paradigmas y tradiciones requiere (como comentábamos en el primer apartado de este tema) de la confluencia de teorías, métodos y habi-
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lidades prácticas. Los siguientes puntos constituyen ejemplos de por dónde se puede orientar dicha integración: — Aunque los debates conceptuales y metodológicos continúan, defendemos con Eiser (1989) la supremacía del enfoque cognitivo en psicología social. La respuesta a esta superioridad procede seguramente de la reacción al conductismo, que constreñía en exceso el objeto de estudio, y por la relativa lógica de su concepción humana: la gente actúa como lo hace porque ha decidido hacerlo así, y toma las decisiones que toma por el modo en que procesa la información. Por supuesto, esto es discutible, y buena parte de las críticas a este concepto proceden la naturaleza irracional del hombre. Las relaciones entre actitudes y conducta se encuentran en el centro de esta polémica. Además de cognitivo, buena parte de nuestro comportamiento es habitual, emotivo y motivacional. — La interacción entre el pensamiento y la conducta se puede estudiar de otro modo, y, así, las creencias y las cogniciones se transforman en efectos, no sólo en antecedentes (Zajonc, 1980b). Estamos investigando tipos de fenómenos interdependientes; por tanto, resulta innecesario reclamar la primacía de factores aislados. — Argumentos de complementariedad similares podríamos utilizar para mitigar los reproches del psicólogo al sociólogo, y viceversa. Por ejemplo, las actitudes constituyen una forma de experiencia evaluativa subjetiva. Ahora bien, esta experiencia, sus formas de expresión, un estilo de pensamiento y argumentación se aprenden socialmente. Incluso la identificación de argumentos como medios de expresión implica un contexto en el que otros pueden estar en desacuerdo. — En esta búsqueda de lugares comunes, el lenguaje es nuestro gran aliado. El lenguaje como medio de comunicación adquiere su función en las relaciones sociales. Une el yo al otro, lo privado a lo público, lo personal a lo comunal, en una red de vínculos mutuos. A través del lenguaje comunicamos lo que pensamos y sentimos, vivenciando a la vez nuestros pensamientos y sentimientos como algo compartido, con referencia a objetos y acontecimientos más allá de nosotros mismos. Incluso nuestra personalidad deja de ser parte exclusiva de nuestra intimidad para ser experimentada como
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una clasificación que otros comparten. Del mismo modo, «la identidad social implica no sólo considerarse uno mismo como parte del grupo, sino considerar el grupo como parte de uno mismo. No estamos mirando dos caras de una barrera, sino dos caras de una moneda. Intentar una síntesis no es fácil. Es aquí, sin embargo, donde podemos encontrar el mejor futuro para la psicología social y lo mejor de su pasado» (Eiser, 1989, p. 372). — El objeto de estudio supone la existencia de una serie de situaciones de laboratorio de difícil generalización y reclama la pluralidad metodológica. El conocimiento psicosocial puede originarse en estudios de campo en los que realizar comparaciones controladas, donde se pueden analizar teorías psicosociales y donde se mitigan las dificultades de artificialidad (Clemente, 1998). La comparación de Clore y Byrne sobre la construcción de una carretera y nuestra ciencia ilustra muy bien la necesidad de integración: «Los intentos por construir una carretera a través del tenebroso bosque de la ignorancia tendrán más éxito si no son iniciativas al azar y un grupo comienza de una forma concertada a trabajar sobre una base común [...]. Pero hay una dificultad. La dirección que toma la carretera probablemente esté dictada por las herramientas a su disposición. Un grupo equipado con buldózer puede progresar en terreno firme, pero ser desviado en zona pantanosa. Otro equipo que esté dotado con pontones puede avanzar en zona pantanosa, pero encontrarse obstaculizado por las rocas que surgen en el camino. Indudablemente, ¿no harían bien los constructores de paradigmas en preparar la penetración en el bosque tenebroso utilizando vistas panorámicas o incluso un helicóptero? (Hinde, 1979, p. 7). Como plantea Fernández-Dols (1990), una posibilidad sería contar con un «mapa compartido» del bosque, pero esto parece más un resultado del proceso. Los psicólogos sociales nos enfrentamos ante el reto de enlazar un conjunto de problemas con un repertorio instrumental que, poco a poco, nos proporcione un cierto «acuerdo lingüístico» y una base descriptiva. Sólo desde esa base podemos elaborar un paradigma único que establezca marcos de referencia normativos para su principal objetivo, «la resolución de enigmas». Aunque carezcamos de un modelo universal sobre la realidad, los psicólogos sociales empezamos a coincidir en el modo de señalar algunos aspectos de la misma.
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Cuestiones metodológicas
4.5. La evolución epistemológica de la salud: el modelo psicosocial y médico La dependencia entre la historia de la ciencia y la evolución de los modelos teóricos es indiscutible en la salud como objeto de estudio psicosocial. Nuestra manera de entender el bienestar no se puede aislar de nuestra forma de comprender al hombre y a su realidad social. Al igual que en la psicología social disponemos de paradigmas, hipótesis del mundo y tradiciones de investigación, la salud es susceptible de diferentes lecturas y criterios de análisis (C. Jiménez, 2001). La revisión de la diversidad de sus modelos nos impone la necesidad de contextualizar, revisar históricamente e inferir las consecuencias de nuestra pluralidad epistemológica. Tras estas consideraciones encontramos también unas prácticas profesionales que, por la relevancia de su campo de intervención, deberían superar tanto los dualismos entre lo natural y lo social como una visión empobrecida de lo que se define como ciencia. El valor de la salud adopta diferentes significados en función del contexto de referencia (Bruhn y Henderson, 1991). De este modo, realizar una definición de salud resulta una tarea compleja y controvertida, en la que disponemos de numerosas aproximaciones: cronológica, dimensional, etc. (M. Goldberg, Dab y Chaperon, 1979). En cualquier caso e independientemente del criterio que adoptemos, la sociedad va a ser uno de los agentes que defina qué significa estar sano y cómo actúa el profesional de la salud (Cochrane, 1991; E. Ibáñez y Belloch, 1982; Lisón Tolosana, 1981; Weckowicz, 1984). Diversos autores han intentado realizar una clasificación de dichas definiciones ateniéndose a las características de contenido: — Un grupo de definiciones considera la salud como un fenómeno discontinuo y expresado en la polaridad: sano-enfermo. La lengua española define la salud (del latín salus, -utis) como el estado del organismo que no está enfermo (infirmitas, -atis) (María Moliner, Diccionario de uso del español, 1991; DRAE, 2001). — Un acercamiento dinámico interpretaría la salud como el final de un camino progresivo, la ausencia de la enfermedad. Esta definición, tanto en la teoría como en los instrumentos de evaluación, reconoce la interconexión entre salud física, psíquica y social
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La evolución epistemológica de la salud: el modelo psicosocial y médico 249 (Hurrelmann, 1989) y su relación con el concepto multidimensional de calidad de vida (Greenfield y Nelson, 1992). — La salud como algo utópico. Por ejemplo, la salud como un estado de bienestar y autorrealización prácticamente imposible de alcanzar (la definición vigente de la Organización Mundial de la Salud). O el concepto de salud holístico (Dana y Hofmann, 1987a, 1987b; Flynn, 1980), en el que el individuo busca el sentido global o total de la vida. En ambos casos, la salud es un proceso multicausal, en el que la percepción de la persona tiene un importante papel (Maddux, Brawley y Boykin, 1995; Strack, Argyle y Schwarz, 1991). — La salud como sinónimo de normalidad. El nivel de funcionamiento del sujeto y el promedio estadístico constituirían las principales herramientas de esta definición. Desde una perspectiva más psicológica (D. P. Goldberg, 1972; Jahoda, 1958; Maslow, 1954; S. E. Taylor, 1991) y centrándonos en la salud mental, las características que incorporaría son: el logro y aspiración como capacidad de establecer metas operativas y efectuar esfuerzos activos, una percepción realista del mundo, balance emocional, ajuste social, autonomía, autoestima, ilusiones, visión positiva del yo, habilidad para estar satisfecho, tener responsabilidades y capacidad para realizar un trabajo productivo y creativo. — Diversos autores plantean la salud como un proceso de adaptación en el que distinguimos varios enfoques: • Un criterio biológico-evolutivo o filogenético. Desde esta orientación, el sujeto que se encuentra bien adaptado tiene una mayor probabilidad de transmitir sus genes a generaciones futuras (Barash, 1981). • Un punto de vista ontogénico (San Martín, 1983), en el que se enfatiza la congruencia entre la persona y el ambiente. Desde esta aproximación, el concepto de adaptación se puede confundir con el de alineación (cuando el entorno es conflictivo). En este sentido, nuestra sociedad se podría calificar como patológica y enferma (Fromm, 1983; Marcuse, 1974). Ante esta crítica, la perspectiva funcional surge como alternativa a posiciones conservadoras (Ahmed, Kolker y Coelho, 1979; Parsons, 1976, 1981).
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Cuestiones metodológicas • Un enfoque funcional es aquel que describe la salud como la capacidad de desenvolverse de manera autónoma o el estado de capacidad óptima de un individuo para ocuparse de sus asuntos personales, sociales, laborales (Colvez y Blanchet, 1981) y de dedicarse plenamente a sus proyectos (Conseil des affaires sociales et de la famille, 1984). Las funciones físicas, el desarrollo de papeles sociales, el desempeño social, la fatiga y la energía, la percepción de la salud, los cambios promovidos en la salud, la salud mental, son elementos a tener en cuenta en esta adaptación (Greenfield y Nelson, 1992). Sevastos, Smith y Cordery (1992) y Warr (1990) reconocen la interconexión entre las medidas de salud mental y bienestar dentro del contexto de la psicología del trabajo. El modelo considera la salud como una variable dependiente influida por diferentes determinantes: biológicos o endógenos, ligados al entorno, al estilo de vida y al sistema sanitario (Conseil des affaires sociales et de la famille, 1984).
En estas perspectivas, observamos un cambio en los aspectos en los que recae el énfasis de la definición de salud. La teoría clásica de la evolución planteaba la importancia de la adaptación al medio, mientras que la teoría de sistemas actual señala que los seres vivos son formas de autoorganización con un componente central en este bagaje adaptativo: la creatividad (Jantsch, 1984). La creatividad se desarrolla en interacción con el medio. La sociabilidad es una de las características que compartimos con los demás seres vivos, pero, por su complejidad y creatividad, la nuestra se podría calificar de definitoria. En el análisis de la salud y de la enfermedad su consideración es importante. Cuando un cuerpo manifiesta un trastorno o una debilidad, este malestar no se localiza sólo en un punto a escala molecular, sino que se refleja en las interacciones con su entorno y en la adaptación al mismo (Vicens, 1995).
4.5.1. Lo natural de la salud desde una perspectiva psicosocial Al igual que no disponemos de una definición única y universal de salud, los procesos mórbidos pueden ser analizados desde diferentes perspectivas (cuadro 30). La enfermedad no se puede entender como un mero conjunto de síntomas (Curtis, 2000). Constituye más un síndrome de experiencias usuales, un conjunto de palabras, experiencias y emociones
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La evolución epistemológica de la salud: el modelo psicosocial y médico 251 CUADRO 30
COMPARACIÓN ENTRE MODELOS DE SALUD Paradigma médico
Paradigma psicosocial
Tratamiento de los síntomas. Trabajo especializado.
Investigación de las estructuras y de las causas, así como del tratamiento de los síntomas. Se preocupa de la totalidad del paciente.
Pone el acento en la eficacia.
Incide sobre los valores humanos.
El profesional debe ser neutral afectivamente.
Las atenciones del profesional forman parte de la curación.
El dolor y la enfermedad son totalmente negativos.
El dolor y la enfermedad representan una información del conflicto provocado por la falta de armonía.
El grupo de la intervención reside en la cirugía o los medicamentos.
Intervención mínima con «la tecnología apropiada», en concierto con toda una serie de técnicas no agresivas (psicoterapia, dieta, ejercicio, etc.).
El cuerpo se ve como una máquina en buen o mal estado.
El cuerpo se aprecia como un sistema dinámico, como un campo de energía en el seno de otros campos que operan en un contexto.
La enfermedad y la incapacidad son vistas como una cosa, una entidad. Voluntad de eliminar los síntomas, la enfermedad. El paciente es dependiente.
La enfermedad y la incapacidad son vistas como un proceso. Voluntad de obtener un bienestar óptimo, una «meta-salud». El paciente es (o debería ser) autónomo.
El profesional es una autoridad.
El profesional es un interlocutor terapéutico.
El cuerpo y la psique son separados, una enfermedad psicosomática es mental y puede ser confiada a un psiquiatra.
Continuo cuerpo-psique: una enfermedad psicosomática afecta a todos los profesionales de la atención de la salud.
La psique es un factor secundario en una enfermedad orgánica.
La psique es el factor principal o equivalente en todas las enfermedades.
El efecto placebo muestra el poder de la sugestión.
El efecto placebo muestra el poder de la psique en la enfermedad y la curación.
Confianza sobre todo en las informaciones cuantitativas (diagramas, tests, datos, etc.).
Confianza sobre todo en la información cualitativa, incluyendo los informes subjetivos del paciente y la intuición del profesional; los datos cuantitativos son auxiliares.
La «prevención» es fundamentalmente individual y ambiental: vitaminas, reposo, ejercicios, no fumar, etc.
La «prevención» engloba la totalidad de los aspectos de la vida: trabajo, relaciones humanas, motivaciones, cuerpo-psique, espíritu, etc.
FUENTE: García Martínez, Sáez y Escarbajal (2000).
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que son compartidas por una unidad social (Good, 1977). Avanzando en esta hipótesis podemos estudiar el concepto de síndrome cultural (Fabrega, 1979, 1981, 1992a; Hahn y Kleinman, 1983; Kleinman, 1986; Mezzich y Berganza, eds., 1984; Simons y Hughes, eds., 1985). Se consideran síndromes porque se refieren a una serie de conductas que, desde fuera, se perciben como anormales y culturales y porque se encuentran restringidos a determinados lugares y gentes de contextos socioculturales específicos. El concepto de estar sano o enfermo tiene la dimensión de lo que individual o socialmente se represente como tal. Desde esta representación social, la interacción entre los modelos explicativos de los pacientes y de los profesionales constituye un elemento crucial en la eficacia de los procesos terapéuticos (MacLachlan, 1997). Como plantea Kleinman (1986), el estudio de los modelos atribucionales del paciente y de la familia nos aporta el sentido que para ellos tiene la enfermedad y por qué eligen y evalúan tratamientos particulares (Fabrega, 1972; Kasl y Cobb, 1966; Zborowski, 1952; Zola, 1966). En el enfermo, los prototipos de conducta apropiados vienen definidos socialmente (Gerson, 1976; Kadushin, 1964; Mechanic y Volkart, 1961). El estudio de los profesionales nos informa sobre los procesos de diagnóstico y tratamiento. Ambos sistemas evolucionan y cambian con el tiempo. La interacción de ambos modelos explicativos debería considerar las siguientes cuestiones estructurales de la enfermedad: etiología, emergencia y modo de aparición de los síntomas, patofisiología, curso de la enfermedad y tratamiento. Fabrega (1972) y Laín Entralgo (1983) añaden los siguientes elementos: — Aspecto neurofisiológico: derivado de la alteración biofísica y bioquímica de las células. Pero incluso en este criterio objetivo observamos un resultado físico en el que interviene lo psíquico. Por ejemplo, las ideas y los pensamientos pueden actuar como opiáceos (Janov, 1982). — Aspecto vivencial: que oscila en un continuo entre en el sentimiento subjetivo del bienestar y la sensación de malestar. Las variables psicosociales y, especialmente, el tipo de personalidad y el estrés son factores que predisponen a los fallecimientos provocados por el cáncer y la cardiopatía isquémica. En estos trastornos,
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La evolución epistemológica de la salud: el modelo psicosocial y médico 253 las variables de personalidad son más influyentes que algunos factores físicos como el fumar, la tensión sanguínea y el colesterol, en una proporción de seis a uno (Eysenck, 1994; Kardum, HudekKnezevic y Kalebic, 2004). — Aspecto histórico-cultural: una mentalidad mágica o religiosa concibe de diferente manera la salud y la enfermedad que una cultura científica. Cada civilización ha sufrido enfermedades peculiares, y en cada período los diversos grupos sociales las han afrontado de distinta manera (Dubos, 1975; Spector, 2004). Otros ejemplos de manifestaciones culturales se observan en el hecho de que se atienda o se ignore la enfermedad, el modo en que se interpreta, evalúa y se actúa sobre determinados síntomas, en las etiquetas y valoración de los signos de enfermedad, etc. (Angel y Thoits, 1987; Lamal, 1997). — Aspecto económico-social: Koos (1954) investigó los procesos atribucionales por los cuales determinados síntomas adquieren un carácter mórbido en el sujeto: por ejemplo, la pérdida de apetito se considera síntoma de enfermedad por un 57 % de quienes la sufren y proceden de clase alta, un 50 % en la clase media, y sólo un 20 % en las clases bajas. En relación con los dolores articulares, sólo un 19 % de las personas pertenecientes a las clases bajas los consideran síntomas de enfermedad, frente a un 80 % de la clase alta. Como analizamos anteriormente, la estratificación social se manifiesta tanto en percepciones y comportamientos diferenciales, como en las tendencias epidemiológicas y el acceso y utilización de los recursos sanitarios. — Aspecto individual: en el que se mezclan los factores anteriores y en los que también se incorporan las variables propias del sujeto como su educación, su personalidad o su biografía. La representación mental de la salud y de la enfermedad implica un proceso cognitivo en el que intervienen la percepción de síntomas, la cognición y el esquema de la enfermedad, p. ej., como amenaza (Croyle, 1992; Leventhal, Diefenbach y Leventhal, 1992; Leventhal, Nerenz y Steele, 1984; Skelton y Croyle, eds., 1991). Si intentamos resumir la complejidad de factores que intervienen en el proceso de esta representación desde una perspectiva psicosocial y antro-
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pológica, Lupton (2001) propone el análisis de dos elementos que constituyen las dos caras de una misma moneda: — Disease: que se podría definir como un estado corporal alterado definido por la ciencia biomédica actual y que se caracteriza por una determinada extensión temporal, pudiendo coincidir o no con un estado illness. — Illness: designado por el sujeto que padece un trastorno, que, a su vez, viene mediatizado por criterios sociales y psicológicos. El factor cultural es el que dota de sentido a la forma, contenido e interpretación de la anomalía que se sufre. Esta distinción nos resulta útil para profundizar en el proceso de personalización de las enfermedades (J. T. Young, 2004). La enfermedad entendida como illness, aunque parezca contradictorio, presenta la posibilidad positiva de cambio, de lucha, de redefinición. En términos hipocráticos, la enfermedad es una prueba que nos obliga a posicionarnos, una respuesta somática ante una situación traumática. Ante un mismo trastorno, cada sujeto vivirá la enfermedad y obtendrá de la misma diferentes beneficios (DiMatteo, 1995). Ciertas ventajas son abiertamente reconocidas, como, por ejemplo, el cese del trabajo o la compensación por la enfermedad. Otras son inconscientes (Jeammet et al., 1995): — El reconocimiento del medio, p. ej., los amigos, con un estatus particular de protección, importancia, que al mismo tiempo permite la dependencia, la pasividad. — Alejarse de situaciones frustrantes que colocan al enfermo ante exigencias excesivas. El caso extremo consistiría en la huida a lo imaginario y al pensamiento mágico. — Favorecer la introversión, la concentración en las propias sensaciones y el alejamiento del entorno. En esta aproximación psicosocial, el equilibrio psicológico, la carga emocional y la calidad de las relaciones afectivas se dan la mano con los factores físicos, bioquímicos e infecciosos (Fox, 1997). Las reacciones de un mismo individuo a las adversidades, cambios u obligaciones de cualquier orden varían según la etapa vital. A menudo las personas presentan ciclos de enfermedades y trastornos recurrentes. La repetición de síntomas no se explica exclusivamente confiriendo una existencia autónoma a cada
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La evolución epistemológica de la salud: el modelo psicosocial y médico 255 una de las enfermedades. Nos remite a la naturaleza de este encuentro personal entre un paciente y unos agentes patógenos (Jeammet et al., 1995). Los aspectos psicosociales también intervienen en la respuesta que el sujeto da al hecho de sentirse enfermo, por ejemplo, en la toma de decisiones de acudir a una consulta médica. En esta decisión intervienen diferentes elementos (Laín Entralgo, 1983): — Aspecto afectivo: la rebeldía, la aceptación resignada, la depresión, la apatía, la ansiedad, el miedo, la infantilización, son reacciones frecuentes ante el hecho de sentir malestar (H. S. Friedman, 1992; Pennebaker, 1995). La cultura modela el tipo de respuesta ante la enfermedad. Zborowski (1952) observó en los hospitales estadounidenses que los italianos y los judíos exageran la expresión del dolor porque no es algo que los descalifique. Los irlandeses lo padecen de una manera más estoica. — Aspecto interpretativo: en la enfermedad como en otros aspectos de la vida, la percepción de la realidad se ve tamizada por el sentido que la persona le otorga (Sapolsky, 1999). La enfermedad se ha definido siempre en función de unas coordenadas espaciales y temporales. En la Antigüedad estar enfermo podía suponer expiar una culpa (antiguo Israel), para los cristianos implicaba una prueba frente a la cual se puede alcanzar el mérito o no, en épocas más recientes constituye un reto a nuestra capacidad inventiva y técnica. Las diferentes interpretaciones sobre la enfermedad se pueden agrupar en tres prototipos: mágica, religiosa y científica (y, generalmente, se encuentran entrelazadas). Por ejemplo, el antropólogo Hsu observó que la cultura china aceptaba la ciencia cuando la ciencia se disfrazaba de magia, y la occidental la magia cuando ésta se camuflaba de ciencia (Calpe, 2003). La conjetura de carácter físico («esto me ha venido de comer esto»), psicológica («esto se debe a tal disgusto») y religiosa (enfermedad como castigo o conducta pecaminosa) son ejemplos de las diferentes posibilidades interpretativas. El proceso interpretativo se refleja en determinadas consecuencias para la salud (DiMatteo, 1991). Por ejemplo, la influencia de la religión en las actitudes y comportamientos de la salud es evidente. Las creencias religiosas se asocian:
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Cuestiones metodológicas — con un menor conocimiento acerca del sida (Peruga y Celentano, 1993); — menor consumo de drogas (Brizer, 1993; Cochran, 1993; Francis y Mullen, 1993); — menor probabilidad de sufrir una depresión o ansiedad (Koening et al., 1993; Wright, Frost y Wisecarver, 1993); — con el amortiguamiento en situaciones estresantes (C. L. Park y Cohen, 1993; Shams y Jackson, 1993).
La calidad de vida depende de cómo las personas vivencien dicho sentido (L. B. Brown, 1994; Levin, 1994; Ryan, Rigby y King, 1993; Schumaker, ed., 1992). Levin y Vanderpool (1992) explican como la religión cumple una serie de funciones en el individuo que tienen que ver con el mantenimiento de la salud: contribuye a promover conductas saludables, tiene efectos psicológicos como el sentido de pertenencia y apoyo social, los ritos religiosos amortiguan el estrés y alivian la culpa, la fe es fuente de esperanza, las consideraciones sobrenaturales de la salud eximen al individuo de ciertas responsabilidades. Sin embargo, esta explicación puede ser debatida. La influencia de la religión, a su vez, está mediatizada por factores culturales (Ellison y Levin, 1998; H. R. Lin y Bauer-Wu, 2003). Así, en nuestro país, teniendo en cuenta que el nivel de religiosidad aumenta con la edad y se da sobre todo en las mujeres (que son las que más años viven), podemos hablar de una «supuesta causalidad negativa» entre los sentimientos religiosos y la evaluación de la salud propia. La religiosidad en sí misma no parece afectar mucho a la percepción del estado de salud, aunque las personas con peores niveles de salud son, por lo general, más religiosas. Al aumentar el nivel de salud, se incrementa la proporción de personas no religiosas y el nivel de religiosidad se asocia ligeramente al empeoramiento de la salud (Rodríguez López y De Miguel, 1990). Por tanto, la religión constituye un ejemplo interesante de cómo un modelo social de interpretación de la realidad influye en la percepción de la salud, pero su estudio requiere la incorporación de otros factores explicativos (p. ej., la edad y el sexo) (Lukoff, Turner y Lu, 1993) y de instrumentos adecuados de medición (Fiala, Bjorck y Gorsuch, 2002; McCullough y Laurenceau, 2005). La complejidad de sus dimensiones psicológicas está dando lugar a una nueva subdisciplina (Snibbe y Markus, 2004).
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La evolución epistemológica de la salud: el modelo psicosocial y médico 257 Del mismo modo, las representaciones sociales de la salud y la enfermedad son ejemplos de cómo la transmisión generacional de un hecho tangible adquiere un carácter simbólico (D’Houtaud, 1978; Farr, 1986b; Herzlich, 1969; Jodelet, 1986; Lieban, 1992). Al mismo tiempo, las representaciones sociales tienen que ver con los pensamientos cotidianos y con las ideas que dan coherencia a nuestro comportamiento y objetivos dentro de un escenario social (Moscovici, 1988). En este proceso, las actitudes constituyen el paso intermedio entre el pensamiento y la conducta (Carroll, 1992). Las reacciones de la persona hacia su enfermedad se pueden clasificar en función de cuál es su disposición a la acción (Jeammet et al., 1995): — La adaptación: actitud equilibrada que le permite ajustarse a sus nuevas circunstancias dependiendo de su personalidad y de su enfermedad (p. ej., con una gran dependencia del médico, mediante protestas, etc.). — La negativa de la enfermedad: mecanismo de defensa arcaico, el sujeto se protege de la depresión manteniendo sus hábitos nocivos y realizando una actividad excesiva. — El aislamiento: se traduce por la ausencia aparente de afectos. El sujeto habla de su enfermedad en términos científicos y parece aceptarla demasiado bien. Al igual que el rechazo de la realidad predispone a los trastornos psicosomáticos, una excesiva adaptación puede contribuir a agravarla secundariamente. — Aspecto comportamental: el sujeto responde a su propia interpretación de la enfermedad mediante la adopción de una conducta: comunicarse, guardar cama, llamar al médico, etc. (Williamson, 2000). Las representaciones sociales, las actitudes y los sentimientos se materializan en un determinado comportamiento (Gebhardt, 1997; M. Murray, 1993). Por ejemplo, la conducta específica de solicitar ayuda sanitaria depende de una serie de factores (Aday y Awe, 1997): • Cuando el enfermo conoce al médico, elabora un juicio sobre su capacidad técnica y cualidades personales. Si no lo conoce, tiende a otorgar una mayor fe a la disciplina médica y centrarse en su idea previa sobre la institución sanitaria a la que acude.
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Cuestiones metodológicas • La experiencia anterior en la asistencia médica también predispone a determinadas actitudes. • La postura que adopte frente al aspecto social de la enfermedad, p. ej., derecho a la asistencia, baja laboral. • La relación que mantenga con su entorno: familia, amigos, trabajo.
El comportamiento que tiene que ver con la salud se encuentra determinado por varios tipos de estímulos: predisponentes, facilitadores y de refuerzo (Green, 1980). La importancia del grupo es vital entre los más jóvenes en cada uno de los elementos de esta clasificación (A. M. C. González, 2004). Como ejemplo, podemos analizar el tabaquismo en los adolescentes: — Los factores que predisponen a los jóvenes a fumar son, p. ej., los efectos inmediatos del tabaco, la creencia de que la mayoría de los jóvenes fuma, el gusto por la emancipación. — Los factores facilitadores son aquellas habilidades y capacidades que le permiten a un individuo realizar una tarea, los recursos y servicios de salud, el material para aplicar una técnica. En este caso: la accesibilidad de los puntos de venta y la no observancia de la ley respecto a la venta de cigarrillos a menores. — Los factores de refuerzo son los aspectos posteriores al comportamiento que sirven de recompensa o de castigo, contribuyendo a que la conducta persista o se extinga (p. ej., la influencia y apoyo de los iguales). — El análisis pormenorizado de estas variables nos permite hablar también con cautela de factores predictores (Ah et al., 2004).
4.5.2. El componente psicosocial de la práctica médica La situación de la enfermedad tampoco deja indiferente al entorno en el que se da. Si el sistema social en el que se desenvuelve el sujeto (p. ej., la familia) es abierto y flexible, la adaptación se facilitará. Si el sistema es rígido y cerrado, la nueva situación se valorará como una amenaza potencial para su funcionamiento y sólo serán posibles dos tipos de conductas: el rechazo (p. ej., sobreprotección, ansiedad exagerada, el descubrimiento
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La evolución epistemológica de la salud: el modelo psicosocial y médico 259 de una víctima propiciatoria en el médico) o su utilización (p. ej., culpabilidad, agresividad) (L. Moreno, 2001). También el entorno influirá en la velocidad de reacción y de recuperación, al mostrar interés en que el enfermo permanezca en un estado o acelere su cura (Jeammet et al., 1995). Estas consideraciones influyen en el modo en el que el médico observa, diagnostica y responde al proceso de la consulta, estableciéndose una estrecha interdependencia entre (Laín Entralgo, 1983): — La causa inmediata de la enfermedad observada bajo la forma de una alteración anatómico funcional, la causa externa (agente microbiano o tóxico, golpe de calor, situación social, etc.) y la causa dispositiva o interna (constitución orgánica, estado ocasional, psíquico o somático del organismo). — La respuesta del organismo a estas causas: reacción al mismo tiempo somática y psíquica, condicionada por la edad, sexo, etnia, biotipo, pasado biológico (inmunidad, hipersensibilidad alérgica). — La consecuencia personal constituida y expresada por su propia vivencia psicológica: consciente, inconsciente, creencias, ideas de sí mismo y de su cosmovisión, proyectos personales, historia, biografía personal. A pesar de la multiplicación y eficacia de los exámenes diagnósticos que permiten demostrar la existencia de lesión o de trastorno biológico en el enfermo, el médico contemporáneo se enfrenta cada vez más a enfermedades que podríamos considerar funcionales. Se calcula que entre el 50 % y el 75 % de los enfermos que acuden a la consulta no padecen disfunción fisiológica alguna. La respuesta del médico puede ser (Jeammet et al., 1995): — Rechazar el trastorno: «esto no es nada», con lo que el paciente cambia de síntoma hasta que se le haga caso. La derivación al especialista oculta a veces un deseo de rechazo temporal o definitivo, percibido por el enfermo como una respuesta agresiva, impulsiva o demasiado conocida. En definitiva, esta reacción médica plantea la sutil distinción entre «derivar» o «mandar a la deriva» y lleva a situaciones graves de negligencia (Stevens et al., 2000). — Emplear la psicología del sentido común del tipo: «usted lo que necesita es un amante», «cambiar de trabajo», «hacer deporte» o
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Cuestiones metodológicas dar ánimos, consejos tranquilizadores, que son la expresión de la función apostólica. — Dar una respuesta fisiológica con el fin de conferir al trastorno una autenticidad médica. Por ejemplo, prescribir un placebo que le permita encontrarse en la posición tranquilizadora del que cumple con su deber, pero no soluciona la dificultad. — Preguntarse qué necesidad y malestar interno está expresando el enfermo. Evitar toda revelación prematura y toda interpretación excesiva al respecto, puesto que la vía de la comprensión psicológica no ha sido posible al enfermo. — Derivar el paciente al psiquiatra, lo que, a su vez, puede realizarse de diversas maneras: de forma inadmisible, incrédula o muy cargada de esperanza. La expresión de esta derivación adopta tres posturas distintas: • No atreverse a pronunciar el nombre o decir «le envío al neurólogo». • El que lo anuncia bruscamente, sin miramientos, a causa de su propia inquietud ante la enfermedad mental. • El que prescribe la consulta como un banal examen complementario.
Ante el malestar funcional del enfermo, el médico dispone de un abanico amplio de respuestas que, como hemos analizado, oscilan entre el rechazo y la asunción. Es evidente que, reconociéndolo o no, el profesional sanitario emite un juicio sobre el sufrimiento de su paciente (N. M. Clark, 2000). En el médico, como en el antiguo brujo, parte de su naturaleza terapéutica procede de los factores irracionales del enfermo (Jeammet et al., 1995): — Efecto placebo: la eficacia de un tratamiento se debe a causas externas al propio fármaco (Spriet y Simon, 1978a) y conlleva consecuencias psicofisiológicas (Brody y Brody, 2000; Shapiro, 1968; Shapiro y Morris, 1978). Las sugestiones del paciente, la esperanza, la voluntad, la expectativa de mejorar la salud, el clima cultural próximo al sujeto, pueden despertar en el organismo ciertos mecanismos o procesos naturales de autocuración (Bailis, Fleming y Segall, 2005; Ornstein y Sobel, 1991; Siegel, 1990). Estos efectos dependen también del grupo poblacional y sus condicio-
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La evolución epistemológica de la salud: el modelo psicosocial y médico 261 nes de vida (p. ej., personas mayores: Lumme-Sandt y Virtanen, 2002; Rubinstein, Moss y Kleban, eds., 2005; adultos: NaslindshYlispangar et al., 2006). Los enfermos mejoran antes si creen que su médico es optimista y afectuoso. Otros efectos dependen del formato del propio fármaco, siendo más efectivo el medicamento coloreado que el incoloro, el amargo que el insípido y la inyección que el administrado por vía oral. — La adherencia al tratamiento y observancia: las mujeres sólo observan rigurosamente el tratamiento en un 5 % de los casos y los hombres en un 35 %. En la depresión, la mujer toma decisiones que afectan a su autocuidado y a su rehabilitación (Vidler, 2005). Los pacientes modelan su receta, eliminando ciertos medicamentos, aumentando la dosis, recurriendo a los fármacos ya conocidos (Glanz, 1999; Lourens y Woodward, 1994). El carácter del médico, la personalidad del paciente, la gravedad percibida de la enfermedad y la complejidad del tratamiento influyen en este comportamiento (Bosworth, Oddone y Weinberger, eds., 2005; Spriet y Simon, 1978b). — La función apaciguadora y reorganizadora del médico es importante. Con su actitud el profesional puede aliviar las tensiones, calmar y ayudar al enfermo a organizarse después de su enfermedad. La forma en la que el médico conduce la entrevista es decisiva, tanto en la satisfacción del cliente como en el resultado de la consulta (Jimison y Sher, 2000). Especialmente si al paciente se le permite expresarse con libertad, se le ofrece suficiente información y puede interrogar libremente al médico sobre sus dudas y temores (Larsen y Smith, 1981). Este fenómeno se ha estudiado en las interrupciones que se producen en la comunicación médicopaciente. Si el enfermo interrumpe al médico, está más satisfecho que si ocurre lo contrario (Rost, 1989). — Dow (1986) estudia diferentes aspectos universales presentes en los procesos de curación: la sugestión, los opiáceos endógenos, la terapia de grupo y los procesos catárticos. La nominación de la enfermedad (el dotarle de significado) es uno de los factores terapéuticos más importantes. Los sucesos comentados y explicados son
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Cuestiones metodológicas menos espantosos que los no dichos y los que no tienen nombre. El placer en sí mismo constituye una respuesta terapéutica antagonista del dolor y del sufrimiento (Caldwell, 2005).
Como persona implicada en la interacción, el comportamiento del profesional sanitario también está determinado por sus deseos, aspiraciones, afectos y actitudes (Schuster, Lovell y Trachta, 1997). Por ejemplo, en el mismo médico encontramos en su labor profesional aspectos motivacionales que influyen en el modo en que se efectúa la consulta sanitaria. Jeammet et al. (1995) los clasifican así: — Deseo de ver o de saber: los tabúes de nuestra sociedad están unidos al sexo y a la muerte. El médico es el único que puede transgredirlos y tocarlos. — Deseo de curar: puede subyacer el deseo de expresar la agresividad inconsciente y sus consecuencias. Ciertas prácticas médicas que generan dolor son lícitas y limitadas por la autoridad competente. — Deseo de poder: en su forma infantil supone un deseo de autoridad, de dominio. — Deseos personales: identificación, reparación, imitación, socioeconómicos, etc. La propia medicina es una disciplina psicosocial, en tanto en cuanto la relación médico-paciente presenta una estructura interaccional y dicho sistema integra una serie de contenidos susceptibles de conocimiento científico (Laín Entralgo, 1983): — La causalidad de la enfermedad: el enfermo constituye una realidad social en la que se individualiza biológica y personalmente, un modo de vivir. Además de aspectos innatos y agentes externos, en la enfermedad se observa un proceso relativo a la constitución y a la susceptibilidad individuales que son modulados socialmente desde la gestación. La familia influye directamente también en la socialización de los estilos de vida en relación con la salud (Rodrigo et al., 2004). El hombre es la especie animal en la que la dependencia del entorno, en este caso de la familia, es mayor. — Lo mismo puede afirmarse de las pautas de enfermar determinadas por la sociedad. El cáncer de estómago, pulmón y cuello ute-
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La evolución epistemológica de la salud: el modelo psicosocial y médico 263 rino son más frecuentes en las clases bajas, mientras que el de colon, recto y mama lo son más en mayor proporción en las clases altas. — El componente social es decisivo en la vivencia de la enfermedad por parte del sujeto que la padece (p. ej., anorexia nerviosa: Machado et al., 2001; Stam, 1998; insatisfacción corporal: Baile, Guillén y Garrido, 2002). Por cada defunción, se dan 1200 alteraciones triviales de la salud, de las cuales sólo 100 realizan una consulta médica. La decisión de acudir al médico no depende tanto de factores propiamente patológicos como de factores psicológicos y sociales. Incluso la frecuencia de consulta telefónica varía en función de la situación social del paciente (Hollignshead y Redlich, 1953). — La configuración del cuadro sintomático y las declaraciones al médico se encuentran socialmente condicionadas. El grupo nacional o regional, el cuadro clínico, la clase social, la profesión, el círculo cultural y el entorno del enfermo influyen en el tipo concreto de respuestas enfermas (Wapner, 1995). — La situación de la consulta sobre la salud tiene un carácter marcadamente social en la que se da una vinculación personal, inserta en un cuadro de referencias sociales (Parsons, 1951a, 1951b, 1951c). Según Parsons, el papel que en estas relaciones se desarrolla viene determinado por las expectativas y las normas sociales. Por ejemplo, el enfermo se halla exento de responsabilidad social, pero está obligado a curarse, a solicitar ayuda médica y a cooperar con el servicio de su salud. A su vez, el médico debe liberar al enfermo de sus responsabilidades (partes de baja laboral) y colaborar en su sanación. Dentro de las expectativas institucionalizadas de la sociedad actual, el profesional de la salud debe ser afectivamente neutro, orientarse hacia la colectividad, optar por el universalismo, atenerse al rendimiento y actuar con estricta especificidad funcional. — La profesión y la formación del médico evolucionan con la historia. Dichos cambios se refieren tanto a los contenidos profesionales como a la mentalidad con la que se ejercen (Markova y Farr, 1995). Hoy compartimos la idea de que la medicina es infalible y
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Cuestiones metodológicas todas las enfermedades pueden llegar a curarse (sólo es cuestión de dedicar más recursos para descubrir vacunas o tratamientos). De ahí que incluso la terminología médica represente esa idea de malignidad de la enfermedad que debe ser atajada. El cáncer es un ejemplo de tumor maligno. Así, la profesión médica tiende a generar dependencia, dada su formación y sus poderes en la lucha contra el mal (Rodríguez López y De Miguel, 1990). La práctica clínica cambia en función de tres grandes aspectos sociales: la mentalidad económico-social del titular (médicos de mentalidad burguesa y médicos proletarios), la intención con la que se practica la medicina (científica, comercial, adivina) y la manera en que, socialmente, se realiza la asistencia al enfermo (médicos de práctica libre, por contrato, socializados, funcionarios, etc.).
La medicina como disciplina científica presenta un elevado componente social que se constata en su evolución histórica. Determinados cambios sociales, p. ej., la revolución industrial, han desencadenado transformaciones profundas en la manera de entender la profesión, p. ej., la importancia de la salud pública. Las tendencias del futuro apuntan en esta dirección social. Cada vez somos más conscientes de que el afrontamiento de los problemas de la población implica la consideración de los factores sociales subyacentes: desigualdad social, estilos de vida, degradación ambiental (G. J. Kelly y Steed, 2004; T. W. Smith y Suls, 2004; T. W. Smith, Orleans y Jenkins, 2004). Incluso ateniéndonos a las características actuales de la medicina, su socialización es un hecho innegable que se expresa en (Laín Entralgo, 1983): — La socialización del enfermo: en el momento en que el diagnóstico es una fórmula social con consecuencias sociales (familiares, laborales, etc.) y, en muchos casos, la condición social del hombre se convierte en el instrumento terapéutico (relación con el médico, grupos de rehabilitación y apoyo, etc.) (Paulus, 2001). — La socialización de los objetivos y los recursos del tratamiento, p. ej., la evolución de recursos sanitarios como los hospitales. En los primeros centros hospitalarios, a la enfermería y a la farmacia se añadieron progresivamente otros servicios como la sala de autopsias (siglos XVII y XVIII), el laboratorio químico y bacteriológico (primera mitad y segunda mitad del XIX, respectivamente) y
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La evolución epistemológica de la salud: el modelo psicosocial y médico 265 el actual departamento de servicios sociales, medicina comunitaria y preventiva. Cada recurso que se incorpora al hospital refleja un avance técnico y también un cambio en la manera de entender el proceso diagnóstico y terapéutico. — La socialización del propio médico: la complejidad de la práctica actual y su correspondiente especialización requiere el trabajo en equipo. Los médicos corren el riesgo de ser una minoría en el sistema sanitario, y es posible que ante esta situación se rompa el antiguo modelo gremial jerarquizado (Guillén, 1987). — La socialización de la asistencia: se percibe en el cambio de actitudes del paciente, que, de entregarse sin condiciones a la práctica médica y estar sometido a su dictamen, exige actualmente la salud y su asistencia como un derecho ampliamente reconocido (Szasz, 1958). — La estandarización de las terapias y sus remedios ha generado su automatización, y en ocasiones ya no es necesaria la figura del propio médico. La autonomía del diagnóstico y del tratamiento es fuente de paradojas entre el principio de eficacia técnica y la necesidad de personalizar y socializar la asistencia sanitaria (Carter y Kulbok, 1995).
4.5.3. Las consecuencias sociales de un paradigma simplificado Como plantea Labish (1993), el concepto de salud es tan complejo y tiene tantas posibles acepciones que, como puntos comunes de las diferentes aproximaciones, se encontrarían: por un lado, el constituirse en fundamento corporal biológico de la vida humana, y, por otro, el que todas las definiciones se refieren a un orden establecido, a un reglamento dado, al comportamiento adecuado a ese origen y a sus correspondientes prescripciones. En cualquier caso, detrás de cada uno de los acercamientos posibles al estudio de la salud siempre se ocultan valores más o menos especificados. Desde la Edad Media (en la que el cuerpo se enmarcaba en una concepción religiosa del mundo) hasta las ciencias de la modernidad temprana (donde el organismo adquiere un papel estratégico en el conocimiento de la naturaleza) se realiza un largo recorrido de apreciaciones sociales, que
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tendrá uno de sus exponentes más radicales en el nacionalsocialismo (en el que el conocimiento científico de un cuerpo social determinado fue ensalzado hasta llevar al exterminio de los diferentes), cuyo objetivo era conseguir un cuerpo social ario racialmente puro y genéticamente sano. De hecho, el que estas concepciones se fundamenten a partir del industrialismo en lo científico como algo libre de connotaciones políticas va a permitir canalizar los posibles riesgos de la vida (enfermedad, accidentes, vejez, etc.) y sus condiciones. La salud permitiría regular el comportamiento de los trabajadores y de los sectores bajos en general (Labish, 1993). Además, la medicina asumiría tareas de control y educación que antes correspondían a la asistencia familiar o comunitaria y que abarcaban buena parte de la cotidianidad de la vida: nacimiento, ingreso en la escuela, preparación profesional, vida laboral, actividad económica y, finalmente, la muerte. Por tanto y a la luz de lo que se ha expuesto, resulta evidente que los factores exclusivamente comportamentales son importantes en la explicación de la salud de una población, pero no tanto como la desigual distribución del poder político, económico y social producido por la lógica interna de la estructura capitalista, que implica tanto el desarrollo de unos como el subdesarrollo de otros (Hook, 2005). Este discurso es el que lleva a sociólogos como Rodríguez López y De Miguel (1990) a analizar las estrechas relaciones que se generan entre salud y poder: bien sea como capacidad (poder) de disfrutar plenamente de la existencia o como elemento central de diferenciación entre los grupos sociales. Incluso la definición de salud y vida saludable puede suponer el dominio moral y cultural de los grupos sociales dominantes y traduce el poder de unas personas, de unos intereses y de unas profesiones sobre el resto de la población. Un poder que se refleja en las respuestas concretas que el sistema sanitario ofrece. Por eso, mientras las respuestas de este sistema sanitario ante factores que tienen que ver con la distribución desigual del poder social (desempleo, inseguridad, competitividad social, explotación, deterioro del medio ambiente, etc.) sean aisladas, exclusivas del subsistema de salud y no tengan en cuenta los elementos de riesgo externos, la respuesta médica seguirá siendo la enfermedad y, consiguientemente, la curación de la misma.
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La evolución epistemológica de la salud: el modelo psicosocial y médico 267 Esta respuesta simplificada también atañe al psicólogo en su consideración individualista de la salud mental (Fryer y Fagan, 2003). La reivindicación de la salud social tiene que ver tanto con la expresión de las potencialidades del individuo como con la capacidad de la sociedad para dirigir conscientemente su desarrollo (Venediktov, 1981). En opinión de Maestro y Huertas (1992, p. 93), la construcción de este concepto de salud social debería considerar tres elementos fundamentales: — «La evolución de las relaciones sociales que configuran una estructura y funcionamiento social que engendran enfermedad, por una forma de organización social basada en relaciones de cooperación y dirigida a satisfacer las necesidades humanas. — La reorientación de los sistemas tradicionales de asistencia y salud pública basados en la práctica curativa hacia una Sanidad Pública esencialmente profiláctica. — La participación activa del colectivo y del individuo en la protección de la salud, que facilite un proceso integral de atención sanitaria y que, al intervenir tanto sobre factores individuales como sociales, renueve el concepto de calidad de vida, que trasciende de la renta per cápita y que considera el modo de vida». Defender que el desarrollo de la salud comunitaria está supeditado a las relaciones sociales no supone que el modo de vida individual sea un mero reflejo pasivo de la estructura social, sino que el problema se sitúa en varios continuos complejos que, para su sistematización rigurosa, han de rehuir posturas radicales como el determinismo economicista y/o el reduccionismo individual. La preponderancia del modelo científico naturalista ha situado al profesional de la medicina en un lugar estratégico tanto en el nivel de la salud pública como en la interpretación de los factores constitutivos de la existencia humana en una dimensión racionalizada de la naturaleza y del cuerpo (Labish, 1993). Pero las cuestiones sobre la orientación de la vida y su bienestar no pueden responderse exclusivamente con categorías científicas. También es cierto que, como expone Porras (1993), desde una perspectiva histórica, en nuestro país las ocasiones en las que la salud aumentó su protagonismo coinciden con mejoras en las prácticas médicas y con
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momentos en los que los médicos habían logrado algo más de poder que en épocas pasadas (aunque luchaban por conseguir mayores cotas de actuación en la sociedad). Por tanto, la idea de bienestar no es ajena a la medicalización que se operaba en la sociedad. De acuerdo con el modelo antropológico, los límites de la medicina «científica» radicarían en la necesidad existencial de sentido que reclaman el cuerpo, el físico, la salud, la invalidez, la enfermedad, el sufrimiento, la muerte, etc. No habría que olvidar que los profesionales de la salud no trabajan sólo con cuerpos o unidades patoanatómicas o patopsicológicas. Incluso la prevención de la demencia incorpora factores contextuales (Kornhuber, 2004). Se encuentran con personas, en cuyos síntomas corporales confluyen hechos, experiencias e interpretaciones de carácter físico, psíquico, social, cultural, etc. En una cultura racional, la investigación científica del mero organismo tiene un importante valor en sí mismo. Paradójicamente, este avance en cuanto a estudio y técnicas, no ha sido paralelo al conocimiento y tratamiento adecuado de las necesidades e interpretaciones de la vida cotidiana de la gente. Como describe Labish (1993), en nuestra sociedad las expectativas depositadas en la curación médica son casi tan ilimitadas como el miedo a la intervención médico-técnica. De ahí que no deba extrañar el aumento de las visitas privadas a curadores alternativos, que ante todo prometen un tratamiento más «humano» y, por tanto, facilitador de «apoyo» efectivo. Una cuestión que también atañe al carácter explicativo del apoyo comunitario sería la oposición que suele establecer la medicina entre el ambiente (entendido como algo meramente físico) y la conducta. Pero, como defiende Terris (1987), el paciente vive en un medio social y es éste el que genera los peligros a los que se enfrenta en su entorno geográfico (por ejemplo, contaminación), al mismo tiempo que determina sus actitudes y comportamientos individuales. Aunque los profesionales de la salud pública han dado muestras de un aumento de sensibilización en estos temas, frecuentemente se siguen obviando tales cuestiones en sus prácticas cotidianas. La consecuencia sería, en términos de Huertas y Maestro (1993, p. 213), un «empobrecimiento de los recursos que se podrían utilizar» y, lo que es peor, una «coartada de un sistema social radicalmente injusto». También reconocen estos autores que el problema es complejo y que no se
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La evolución epistemológica de la salud: el modelo psicosocial y médico 269 trata sólo de reclamar profesionales conscientes y sensibles a las problemáticas sociales o, ni tan siquiera, seguir defendiendo como posible apoyo comunitario el aumento de unos servicios estatales costosos y burocratizados, cuya eficacia a la hora de satisfacer las necesidades sanitarias de la comunidad es cada vez más limitada. En el siglo XIX y primeras décadas del XX, los problemas de salud constituían una desgracia para las personas afectadas y sus familias (cuadro 31). En la actualidad, consideramos que tanto la existencia de estos problemas como sus posibles soluciones son una responsabilidad social. En otras palabras, se ha producido un fenómeno bidireccional. Por una parte, la sociedad considera que el personal sanitario es responsable de los problemas de salud de la población, y, por otra, tanto los agentes sanitarios como los comunitarios se preocupan por el comportamiento de las personas (previamente definidos como asuntos privados) que están relacionados con su salud particular (Gómez López y Rabanaque, 2001). CUADRO 31
PROBLEMAS DE SALUD A TRAVÉS DE LA HISTORIA Períodos históricos
Problemas de salud
Situación del conocimiento
Antes del siglo XIX
Grandes epidemias de enfermedades infectocontagiosas agudas y grandes cambios nutricionales.
Insuficiencia para explicar las causas de la enfermedad y sus mecanismos de producción.
Siglo XIX
Cambios en el sistema social: la revolución industrial. Desarrollo de las enfermedades infectocontagiosas crónicas, distribución desigual de los alimentos y presencia de hacinamientos urbanos.
Aparición de la higiene social. Se sientan las bases de la prevención y de la epidemiología.
Siglo XX
Extensión de las enfermedades sociales, tanto de carácter infeccioso como no infeccioso, con origen en los estilos de vida no saludables. Problemas medioambientales y demográficos.
Desarrollo del conocimiento científico y crecimiento de la ciencia médica. Aparición de la teoría de sistemas y extensión de la ecología. Impulso de la sanidad internacional.
FUENTE: Gómez López y Rabanaque (2001).
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Cuestiones metodológicas
Desde esta paradoja, Dubos (1975) concluye que la salud y la enfermedad no pueden ser planteadas solamente como atributos y disfunciones anatómicas, fisiológicas o mentales, sino que deben entenderse también como competencias y habilidades. La definición de la salud desde un modelo biopsicosocial trasciende la investigación restringida al campo biomédico y las dualidades artificiales entre ciencias naturales y sociales (cuadro 32). La psicología social y la comunitaria han sido disciplinas pioneras en este ejercicio de superación. La interacción psicosocial y ecológica forman parte de un nuevo enfoque teórico y metodológico. Ahora bien, al igual que los conceptos y valores de nuestros objetos de estudio evolucionan, también los procedimientos metodológicos cambian. En los siguientes epígrafes intentaremos reflejar las polémicas que suscitan y las estrategias de conocimiento que generan. CUADRO 32
COMPARACIÓN DE MODELOS BIOMÉDICO Y BIOPSICOSOCIAL MODELO DE ENFERMEDAD Modelo biomédico
MODELO DE BIENESTAR Modelo biopsicosocial
Interés por la patología.
Interés por la salud.
Persigue la curación o la contención de la enfermedad.
Pretende el mantenimiento, restauración y promoción de la salud.
Conforma grupos profesionales grandes y bien organizados (médicos, enfermeras, psicólogos clínicos).
Los científicos están preocupados por temas de salud pública y de promoción de la salud mental, incluyendo agencias gubernamentales.
Las personas pagan por el tratamiento médico.
La sociedad paga por los cambios sociales y legales relevantes para la salud.
El tratamiento está enfocado hacia la farmacología y cirugía.
La diana se establece en los comportamientos saludables, la adaptación al estrés y las habilidades comunicativas.
Tradicionalmente, la tecnología ha sido un motivo de prestigio y poder.
La base ha estado en las familias y las comunidades.
Los tratamientos que no se controlan por sus sistemas tradicionales se denominan medicina alternativa.
Se concibe a las personas como consumidores y agentes de cambio y al profesional sanitario como un consejero experto.
FUENTE: H. S. Friedman (2002), p. 70.
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Métodos experimentales y correlacionales: análisis de validez
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4.6. Métodos experimentales y correlacionales: análisis de validez En general, las teorías sobre la salud y sobre otros temas sociales se desarrollan como modelos explicativos de la realidad. Este ejercicio de formulación abstracta no es independiente de su contraste y prueba empírica. La función principal de la investigación en psicología social consiste en evaluar teorías. Con la verificación pretendemos valorar hasta qué punto la teoría ofrece una explicación adecuada del comportamiento. La aceptación de las teorías depende de si los resultados de sus estudios demuestran que son superiores a las teorías opuestas. Una buena teoría muestra una colección de hechos en una lista mucho más breve de principios predictivos (D. G. Myers, 2005). La metodología consiste en el proceso de planificación previo a la realización de una investigación y en el conjunto de reglas para su correcto diseño y ejecución. El proceso de investigar reside en la operativización de los conceptos abstractos de un modelo teórico. Esta operación nos permite verificar si los supuestos de los que partíamos se pueden observar en la realidad. Las mediciones de los supuestos factores causales son las llamadas variables independientes. Las mediciones concretas de los supuestos efectos son las variables dependientes. El mismo término dependiente indica que la investigación ha sido diseñada para observar cómo «depende» este factor de las variables independientes. Las hipótesis se refieren a predicciones sobre la relación entre variables. Una hipótesis será la respuesta que el investigador aportará como solución tentativa a su problema de estudio. Si la situación no es experimental hablamos de consecución de objetivos, ya que siempre hay un intento de respuesta a una cuestión previa. Estas respuestas implican, a su vez, la existencia de expectativas científicas, de forma que en realidad siempre se podría hablar en un sentido amplio de la búsqueda de causas, aunque el procedimiento para llegar a ello no sea siempre el experimental (cuadro 33). Como cualquier otro investigador, el psicólogo social ha de elegir el instrumento que considere más apropiado de manipulación y medición para el trabajo que le compete. Por ejemplo, utilizando múltiples manipulaciones y mediciones, la evidencia acumulada hacia una misma dirección nos proporciona confianza en las generalizaciones que de estas investigaciones deducimos.
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Cuestiones metodológicas CUADRO 33
UN CICLO DE INVESTIGACIÓN Cuerpo de conocimiento disponible
Hipótesis
Nuevo cuerpo de conocimiento disponible
PROBLEMA Consecuencias contrastables
Estimación de hipótesis
NUEVO PROBLEMA
Evidencia Técnica de investigación FUENTE: Eiser (1989), p. 26.
Runkel y McGrath (1972) plantean una división de las posibles estrategias de investigación en función de dos criterios: la universalidad o particularidad de los sistemas de conducta y lo intrusivas que sean las operaciones de investigación (esta división es recogida también por Manstead y Semin, 1990, al abordar las cuestiones metodológicas en el manual europeo de psicología social liderado por Hewstone). Estos criterios se traducen en psicología social en dos grandes estrategias de investigación: las que son experimentales y las que no lo son (Gómez Jacinto, 1996c): — La experimentación entronca con el positivismo lógico, con el concepto inductivo de investigación empírica y la recopilación de datos que caracterizó el inicio de la ciencia moderna. — Aunque Popper (1967) señala que la observación ha de probar la teoría y no al revés, esta segunda perspectiva surge, en parte, como alternativa al reduccionismo empirista. Las dicotomías y disputas a las que ha dado lugar la distinción entre lo experimental frente a lo que no lo es, lo ideográfico frente a lo nomotético (G. W. Allport, 1937), lo cualitativo frente a lo cuantitativo, lo correlacional frente a lo causal, siguen vigentes. En ellas se escudan ade-
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Métodos experimentales y correlacionales: análisis de validez
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más de diferentes maneras de trabajar con los datos, importantes divergencias epistemológicas. Como argumentábamos en los epígrafes anteriores, la brecha entre una concepción cultural e histórica de las ciencias sociales y una concepción positiva sigue abierta, y ello a pesar de que en objetos de estudio como la salud cada vez con más frecuencia se propugne su reconciliación. Por tanto, investigar se convierte en un proceso de toma de decisiones y de posicionamiento epistemológico por parte del investigador sobre la base de los criterios que acabamos de resumir. La primera fuente de variación de las investigaciones psicosociales reside en su ubicación. Puede llevarse a cabo en el laboratorio (una situación controlada) o en el campo (situaciones cotidianas fuera del laboratorio). Y varía también según el método, ya que puede ser correlacional, cuando se trata de determinar si dos factores están asociados, o experimental, cuando manipulamos un factor para apreciar su efecto sobre el otro (Martinot, Brauer y Ginet, 2004). Esta toma de decisiones se inicia en el mismo instante en el que nos planteamos un tema de investigación. Para que el problema sea susceptible de tratamiento experimental necesita reunir varios requisitos (Clemente, 1998): — Presentar una formulación concreta. — Relacionar las variables de estudio de la investigación. — Poseer una fórmula interrogativa o hipotética. — Pero, además de estos requisitos, para conseguir una adecuada especificación del problema, es preciso que el investigador sea creativo, y que plantee puntos de vista y posiciones que quizá no se derivan exactamente de la literatura revisada (Clemente, ed., 1992). — Álvaro (1995) resume a dos los objetivos que guían los experimentos de laboratorio: • Contrastar hipótesis. • Establecer relaciones de causalidad entre las variables. No obstante, la confirmación de los resultados no prueba una hipótesis o teoría, sino que ésta se establece a través de un proceso de falsación deductiva (Popper, 1962). La lógica de la experimentación consiste en intentar reproducir y controlar una realidad en miniatura. Podemos variar
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Cuestiones metodológicas
un factor y luego otro y descubrir cómo estos elementos, separados o en combinación, afectan a las personas. Para ello, son requisitos imprescindibles el control y la asignación aleatoria de los participantes a las condiciones experimentales. La industria farmacológica y la tecnología médica dan buena cuenta de ello. A pesar de que parece estar ampliamente asumido que el método experimental, gracias a estos requisitos y objetivos, proporciona el «camino real» para la inferencia causal (Aronson, Brewer y Carlsmith, 1985), dicha inferencia causal puede ser en sí misma muy problemática. Por ejemplo, K. Gergen (1978, p. 509) describe en el proceso inferencial «la imbricación cultural de los sucesos sociales», lo que quiere decir que «pocos sucesos-estímulo considerados independientemente tienen capacidad de licitar una conducta social predecible», o, lo que es lo mismo, las circunstancias bajo las que manipulamos la variable independiente pueden tener un papel clave en la producción de determinados efectos, oscureciendo así las conclusiones (p. ej., factores de éxito de determinadas dietas alimenticias). Si cuestionamos la premisa de causalidad, no es de extrañar que la utilización del método experimental y su reflejo en las investigaciones de laboratorio sea un hecho polémico en la psicología social, generando multitud de argumentos a favor y en contra de su utilización (Aronson et al., 1990; D. Campbell y Stanley, 1966; Harré y Secord, 1972; Jiménez Burillo, 1985; Leyens, 1982; Manstead y Semin, 1990; Morales, 1981a; Sarabia, 1983, etc.). Más aún cuando, como hemos analizado: — El método experimental se ha erigido con el monopolio del conocimiento científico y causal. — El desarrollo de la disciplina debe mucho a su vocación de rigor metodológico y, por qué no decirlo, al progreso de disciplinas afines que, como la medicina, se han legitimado como ciencias gracias a su utilización. Otro problema con el que se enfrenta el investigador experimental en psicología social se deriva del hecho de que la conducta social se encuentra culturalmente imbricada. Todas las culturas prescriben unas normas sobre lo que se aprueba socialmente, y los encuadres experimentales no están exentos de esta influencia (Brandstätter, 1982; Smedslund, 1985).
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Métodos experimentales y correlacionales: análisis de validez
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De este modo, aunque el objetivo del experimento psicosocial consiste en la acumulación de conocimiento científico en forma de leyes o principios sobre la conducta, esta pretensión se encuentra sujeta a una serie de dificultades que no compartimos con las ciencias naturales. La demostración de las teorías en las ciencias naturales tiene que ver con el análisis y la explicación del mundo objetivo, de un mundo que no participa en la construcción e interpretación del significado de su propia actividad (pese a que ya comentamos también la importancia de la intención). En ciencias sociales, los objetos de investigación atribuyen significado e importancia a sus acciones. La psicología social no puede diferenciarse claramente de lo que estudia. Las personas no psicólogas adquieren conocimiento psicosocial y lo utilizan para modificar su comportamiento. Las leyes que descubrimos no son inmutables a través del tiempo y de las culturas. El peligro de la artificialidad del laboratorio psicosocial se asocia también a una concepción mecanicista del hombre y a la carencia de relevancia de los experimentos a la hora de explicar la vida social. Las condiciones aisladas del experimento no pueden reproducir la complejidad del comportamiento en su contexto natural (Salovey y Williams-Piehota, 2004). Ante las dificultades experimentales surgen nuevas vías en el diseño de la investigación. La gran ventaja de la investigación correlacional es que puede desarrollarse en ámbitos de la realidad en donde es posible examinar factores como la etnia, el sexo y la educación, que son difíciles de manipular en el laboratorio. A esta mejora podemos añadir otros beneficios (Baron y Byrne, 2005): — Se puede utilizar para examinar el comportamiento social en situaciones muy diversas. — Los hallazgos obtenidos pueden servir como base para la investigación de laboratorio. — Este método a menudo es muy eficiente y con él podemos acceder a numerosos datos de interés en poco tiempo. — Además, puede extenderse hasta incluir de manera simultánea variables muy diferentes y determinar y predecir su relación. El diseño de investigación correlacional suele consistir en la observación o aplicación de las pruebas psicológicas, y, como en el diseño experimental, el análisis de datos es un factor fundamental. Por ejemplo, en la
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metodología observacional no se dispone de una sistematización total del desarrollo del estudio, sino que más bien se establecen las pautas mediante el contacto con el grupo estudiado. A diferencia de los métodos experimentales, no se formulan hipótesis sino objetivos que conseguir (Clemente, ed., 1992), no aporta soluciones a todos aquellos problemas relativos a la selección de la muestra y su representatividad, que son propios de las ciencias sociales (Cronbach, 1957), y tampoco se habla de causalidad (Fernández-Dols, 1990). Los hallazgos que proporciona son inciertos respecto a las relaciones de causa-efecto. El que encontremos una fuerte asociación entre variables no significa que su relación sea causal. Bien es cierto que la informatización y el perfeccionamiento actual de las técnicas de análisis facilitan la proximidad a este tipo de relación. Pero el saber hasta qué punto dos variables cambian juntas, si bien nos permite hablar de predicción, no equivale a causalidad. Por ejemplo, los sondeos y las encuestas describen la opinión pública en el momento en que son realizados. La opinión pública puede cambiar. Para evaluar los resultados obtenidos con estos instrumentos debemos tener en mente, al menos, cuatro sesgos potenciales: la representatividad de la muestra, la redacción y el orden de las preguntas y las opciones de respuesta. Muchas preguntas en el campo de la salud a las que buscamos de manera forzada explicación causal responden a estos sesgos. Por ejemplo, si la gente cuando envejece duerme menos, ¿el insomnio envejece?; si cuando estamos nerviosos y tomamos una copa, nos sentimos mejor, ¿la ansiedad se debe a la carencia de alcohol?; si cuando nos duele la cabeza y nos tomamos una aspirina y un zumo de naranja y se nos pasa, ¿el zumo de naranja es la solución a las migrañas? (H. S. Friedman, 2002). Ante las ventajas e inconvenientes de la metodología experimental y correlacional, resulta difícil priorizar cuál es la mejor estrategia de investigación. Al igual que las teorías, los métodos de la psicología social no son buenos ni malos en sí mismos, sino en la medida en que contribuyen a comprender mejor la realidad social o intervenir en los problemas que preocupan a las personas. Es más, tanto la observación como la experimentación comparten una función complementaria de la teoría: su prueba. En definitiva, el rigor metodológico, tanto de los diseños experimentales
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como de los correlacionales, y la validez de la investigación son los prerrequisitos fundamentales para «hacer ciencia» de la disciplina (Sloan, 1994). La validez constituye, pues, uno de los objetivos prioritarios de las investigaciones y una de las características de la cientificidad (Clemente, 1998). Como hemos expuesto anteriormente, la ciencia busca la «co-sensibilidad» y el «cosensualismo» a través de la crítica mutua y la cooperación intelectual. Es decir, la ciencia se plantea el descubrimiento de patrones perceptivos de la realidad y su transmisión al resto de la comunidad científica para establecer mapas cognitivos compartidos. Desde la perspectiva de los paradigmas y de las tradiciones en psicología social, el problema no se encontraría sólo en la objetividad del conocimiento científico, sino también en su intersubjetividad (Ziman, 1981). El concepto de validez supone una encrucijada entre grandes temas filosóficos, tales como la verdad, la existencia y el conocimiento; por ello presenta cierta complejidad y resulta difícil de definir. Consistiría en un conjunto de condiciones formales que facilitan la integración de un determinado modelo sobre la realidad. Para Fernández-Dols (1990) y dado que la integración es una tarea social, la validez no reside tanto en el establecimiento de criterios de verdad como en su credibilidad para los demás científicos. Un elemento que añade complejidad a este análisis estriba en que el término validez no se refiere a un concepto unitario y homogéneo, sino a una serie de aspectos interrelacionados de la investigación. Así, debemos considerar: la validez de constructo (equivalencia entre las definiciones teóricas y su operacionalización), la validez interna (las variaciones observadas en la variable dependiente son consecuencia de la manipulación realizada en la variable independiente) y externa (posibilidad de generalización de los resultados). A continuación analizamos estos conceptos y sus correspondientes fuentes de amenaza (véase cuadro 34): — La validez de abstracción tiene que ver con que las variables dependientes e independientes utilizadas en la investigación se correspondan con las abstracciones teóricas propuestas. La validez de abstracción está amenazada si los sujetos se comportan de acuerdo con lo que piensan que se espera de ellos (Rosenthal, 1967), o lo que consideran socialmente deseable (Rosenberg y Hovland,
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Cuestiones metodológicas 1960). Los investigadores garantizan la validez de abstracción manipulando y midiendo las variables independientes y dependientes de modos diferentes. — La validez interna se consigue cuando los diferentes observadores de una investigación pueden llegar a la conclusión de que los cambios en la variable independiente provocan cambios en la variable dependiente. En una investigación experimental dos aspectos promueven la validez interna: primero, los sujetos son asignados al azar a los grupos experimentales, y, segundo, la variable independiente es manipulada. Sin embargo, en ocasiones estos procedimientos no son posibles por razones éticas (p. ej., no es conveniente manipular los sentimientos de depresión), de generalización (p. ej., el impacto de la televisión en un laboratorio frente a cuatro horas de visionado durante diez años) o incluso la fuente de variación de la variable es mínima (p. ej., etnia, sexo). CUADRO 34
PROPIEDADES DE LAS TEORÍAS Y CARACTERÍSTICAS CORRESPONDIENTES DE LAS TRES FORMAS DE VALIDEZ DE LA INVESTIGACIÓN Propiedades de la teoría Una teoría trata sobre conceptos abstractos.
Tipos correspondientes de validez Validez de la abstracción: las variables observables utilizadas en una investigación coinciden con las abstracciones teóricas.
Amenazas a la validez Los sujetos pueden responder de un modo socialmente deseable o actuar de acuerdo con las demandas obtenidas.
Aspectos relevantes de la investigación Mediciones y manipulaciones experimentales.
Una teoría propone relaciones causales entre abstracciones.
Validez interna: la relación entre las variables observables se debe a los procesos causales postulados.
Pueden ser posibles explicaciones causales alternativas.
Dispositivos.
Una teoría es general en su alcance, aunque su campo de acción varía según las teorías.
Validez externa: los resultados de la investigación se pueden obtener con muchos tipos de personas, épocas y contextos.
Los hallazgos se pueden aplicar sólo a limitados tipos de personas, épocas y contextos.
Réplica de poblaciones y contextos.
FUENTE: D. G. Myers (2005), p. 50.
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Numerosos factores pueden amenazar la validez interna de los experimentos. Orne (1962) nos advierte sobre la reactividad de los sujetos a la situación de ambigüedad que se da en un escenario experimental. Rosenthal (1967) señala las características personales y las expectativas del experimentador. Aronson et al. (1990), la imposibilidad de replicar o reproducir de manera exacta la situación experimental. La alternativa puede consistir en utilizar sujetos y experimentadores «ciegos» a las hipótesis del estudio o utilizar equipos mecánicos (p. ej., consignas grabadas), pero estas soluciones aportan sus propios sesgos, p. ej., reducir la motivación y el interés por el experimento (Vander Zanden, 1995). Si la variable independiente es seleccionada en lugar de manipulada, la investigación puede carecer de validez interna, porque muchos otros factores desconocidos podrían afectar a los resultados de la investigación. Lamentablemente, los dispositivos no experimentales, p. ej., las encuestas, son vulnerables a muchas amenazas sobre la validez interna. — La validez externa significa que los resultados de la investigación pueden generalizarse más allá de la gente, el momento y el contexto de un estudio en particular. Cuando una teoría tiene el propósito de ser aplicada a una población y un contexto en particular, la validez externa está asegurada por la realización de sucesivos estudios sobre esa población y contexto. Cuando una teoría propone una aplicación general a través de diferentes personas, momentos y lugares, la validez externa se asegura mediante la realización de sucesivas pruebas de la teoría en poblaciones, contextos y culturas diversos. Las amenazas a las posibilidades de generalización tienen que ver con el tipo de personas estudiadas y el contexto en el que se estudian. Por ejemplo, en el primer caso, es discutible que los estudiantes universitarios norteamericanos sobre los que se suele investigar sean representativos de otros tipos de población. En otros casos, la participación voluntaria de los sujetos experimentales, genera serias dudas sobre la posibilidad de obtener conclusiones que vayan más allá de los límites del laboratorio. Además, Harré y Secord (1972) han criticado en la experimentación los siguientes aspectos relativos a la validez:
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Cuestiones metodológicas • Las limitaciones impuestas por la misma naturaleza de la situación experimental, de modo que en un experimento las instrucciones impiden al sujeto una exploración activa de la situación, obligándole a responder a estímulos previamente seleccionados por el investigador. Se produce una situación experimental artificial, no sólo por el hecho de estar creada por el experimentador, sino porque el comportamiento del sujeto no se suele dar en estos contextos. • La operacionalización de los conceptos no está relacionada directamente con el mundo exterior al que teóricamente pretenden representar. Un suceso de la vida cotidiana en un laboratorio modifica radicalmente su sentido. • La estrategia experimental obvia parámetros relevantes, tales como la personalidad de los individuos o variables de la estructura social. • La relación social que se da en un experimento está estereotipada y obedece a una serie de rituales que no se encuentran de forma espontánea en otros contextos. El laboratorio nos brinda un ejemplo de un lugar idóneo para la manipulación de variables de estudio, pero no es característico de las situaciones en las que se da el comportamiento. Algunos autores como Doise, Deschamps y Mugny (1985) restan importancia a las cuestiones relativas a la validez externa y ecológica de los ensayos experimentales porque en los laboratorios no se reproduce una situación real a escala reducida, sino una teoría sobre dicha realidad. Aun asumiendo este argumento relativizador, la controversia sobre la adecuación del método experimental sigue abierta. De hecho, los resultados de experimentos clásicos como los de Asch, Sheriff, Milgram o Festinger han sido objeto de posteriores interpretaciones teóricas (p. ej., Grisez, 1977; Moscovici, 1976; Sarabia, 1983). Esta diversidad de interpretaciones implica que el rigor metodológico de los diseños experimentales no presupone una correcta interpretación teórica (Elejabarrieta y Wagner, 1992). Además, Harré y Secord (1972) han señalado la imposibilidad de reducir la complejidad de la vida social a su representación expe-
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rimental. La cultura es un elemento a tener en cuenta, ya que influye tanto en los pensamientos como en las acciones de las personas. Por ejemplo, desde la propia psicología social, la contraposición «individualismo-occidental versus socialización-oriental» parece ser una referencia constante en numerosos estudios (Markus y Wurf, 1987; Markus y Zajonc, 1987). La etnometodología nos aportaría una vía diferente de análisis. Se referiría al conjunto de procedimientos (reglas y actividades) que emplea la gente para hacer que la vida social y la sociedad les resulten inteligibles y comprensibles (Garfinkel, 1974). El centro de interés se situaría en las actividades cotidianas de las personas, en especial en los métodos que emplean para generar y manejar sus asuntos, esas actividades corrientes «presupuestas o sobreentendidas» que caracterizan la vida de todos los días. A primera vista, estos fenómenos son tan «obvios» que no vemos la necesidad de explicarlos, pero revelar estos procedimientos es revelar el mundo social y su orden. Los tres tipos de validez se relacionan entre sí. En cierto modo, la validez interna es un concepto que se refiere al rigor de un estudio sin pretender defender su generalidad. Por su parte, la validez externa y de constructo se refieren al grado en que una relación conceptual puede ser abstraíble y generalizable a una población o contexto (Fernández-Dols, 1990). Desde una perspectiva aplicada, el rigor implica control; el control instrumental y el control complejo, situaciones muy concretas y artificiosas cuyos resultados sólo conectan con el mundo a través del conjunto de relaciones abstractas de una teoría. Podemos concluir que una característica de la psicología social es la difícil compatibilidad de sus pretensiones metodológicas y teóricas: generalización, rigor y realismo en el ámbito metodológico, y parsimonia, universalidad y diferenciación, desde una perspectiva teórica (Brinberg y McGrath, 1985). Por esta dificultad de conciliar criterios teóricos y metodológicos en un solo procedimiento y pese a la utilidad de los experimentos en la fundamentación científica de la disciplina, es probable que su uso no deba ser indiscriminado. Como expone Fernández-Dols (1990), si el investigador no sabe describir con precisión la realidad que le rodea, difícilmente podrá
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utilizarla para operacionalizar de un modo adecuado sus conceptos (validez de constructo) y demostrar sus relaciones (validez interna). Por otra parte, no se pueden generalizar ciertos hallazgos a una población si desconocemos sus características (validez externa). Sin embargo, estas críticas y la polémica que más adelante analizaremos sobre la utilización de técnicas cualitativas o cuantitativas, no hace sino ocultar un conjunto de imprecisiones y malentendidos sobre el abanico de posibilidades metodológicas que se ofrecen al investigador de lo social.
4.6.1. Hacia una postura metodológica conciliadora Clemente (ed., 1992, p. 86) nos invita a la reflexión sobre las ventajas y desventajas de las diferentes metodologías: — «Respecto a la obtención de resultados que inequívocamente se deben a una causa, se ha reconocido que la metodología experimental es muy superior a la observacional y correlacional. Otro asunto es lo importante y útil de esta característica. — Sin embargo, respecto a la naturalidad, falta de artificialidad y falta de coacción respecto a los sujetos, la metodología de campo es la más importante, no poniendo ningún autor en duda tal hecho. — Por otro lado, si lo que nos interesa es reducir dimensionalidades, obtener las dimensiones subyacentes, etc., es más útil la metodología correlacional. — Respecto al rigor, es evidente que la metodología experimental es la que mejor cumple los requisitos metodológicos necesarios, siendo la de campo la que menos respeta estos criterios. — Por otra parte, el problema ético suele estar presente en muchas de las investigaciones experimentales, mientras que no ocurre con tanta frecuencia en los otros tipos de estudios. — Por tanto, sólo una combinación de todas las metodologías puede, en última instancia, ofrecer un avance significativo para el estudio de un tema en cuestión». Thomas y Znaniecki (1920) consiguieron a principios de siglo combinar los procedimientos sociológicos habituales con los documentos per-
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sonales en el conocimiento de la realidad social. El comité interdisciplinar que juzgó el trabajo no dudó en considerar un hallazgo la mezcla de ambos procedimientos. Coincidimos con estos investigadores en la necesidad de generar una comunidad científica más tolerante y flexible. La psicología social debería revisar su temperamento científico con la apuesta de una renovada sensibilidad humanista (Koch, 1985). De nuevo, lo importante no es tanto cómo los investigadores obtienen sus datos, sino cómo los interpretan. Los estudios observacionales, correlacionales o experimentales tratan la conducta observada de los sujetos como un ejemplo de una clase más general de conducta, y los aspectos de situaciones específicas como ejemplos de clases más generales de influencias situacionales. Con Eiser (1989) nos preguntamos: ¿cómo es de sólido el conocimiento que proporcionan? La respuesta depende en cada caso de cómo se realiza el contraste empírico. Por ejemplo, en el enfoque experimental dependerá de lo bien que se midan las variables, en una orientación observacional dependerá de que las categorías teóricas establecidas se ajusten a las situaciones específicas y a las conductas observadas. El mismo autor compara la utilización de diferentes métodos con la sintonización de la radio: «si movemos los botones al azar, no puede decirse qué vamos a encontrar, ni tener garantías de que estará en un idioma que entendamos, aunque la radio misma esté en perfectas condiciones de funcionamiento. Por otra parte, si la radio está adecuadamente sintonizada, podemos esperar oír algo, y también, lo que es especialmente importante, podemos esperar que otros, cuyas radios están similarmente sintonizadas, oigan la misma cosa». Podemos concluir que diferentes tipos de medida se pueden y se deben utilizar en el proceso de una investigación. No obstante, los diversos tipos de medida difieren en el tipo de información que proporcionan. Por ejemplo, en el estudio de la atracción personal, en una situación de laboratorio, podemos poner en contacto a dos personas que no se conocían previamente y les podemos pedir que al final de un diálogo nos informen sobre cuánto se gustan, la disponibilidad a trabajar juntos, etc., mediante un autoinforme. También podríamos utilizar medidas observacionales: grabar en vídeo la interacción y medir aspectos de la conducta verbal (hasta qué punto descubrieron intereses mutuos y compartieron actitudes) y no verbal (cantidad de sonrisas y miradas directas).
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Resulta ventajoso trabajar con ambos tipos de medida, y ambos sistemas nos proporcionan información sobre su validez informativa (Manstead y Semin, 1990). Por ejemplo, los datos de un cuestionario pueden estar distorsionados por las motivaciones de los que responden; también las percepciones de los observadores pueden estar sesgadas por el sistema de codificación que se utiliza. Si los dos tipos de datos apuntan a la misma condición, esto aumentará la confianza en su validez. Un segundo aspecto potencialmente más importante es que mientras la atracción del autoinforme es una consecuencia de la interacción, las medidas observacionales proporcionan una idea de los procesos que podrían medir esa consecuencia. Al coincidir en los mismos resultados, la utilización de estrategias conjuntas aumenta la validez de las conclusiones. Además, las medidas de autoinforme a menudo evalúan el resultado de un proceso, y las medidas sobre observaciones permiten inferir cuál es el proceso, responsable de ese resultado. La relación entre evidencia observacional o experimental y la teoría es, pues, una relación de clarificación mutua. Las teorías favorecen la comprensión de los sucesos, mientras que los hallazgos experimentales clarifican nuestros conceptos explicativos. Los experimentos han demostrado que las relaciones entre teoría y su desarrollo en la investigación son más problemáticas que lo que nuestras preconcepciones iniciales preveían. La dificultad de lograr la congruencia entre la teoría y la metodología es la misma, aunque se formule desde diferentes perspectivas. A esta interacción coherente deberíamos añadir la importancia del factor aplicado en nuestra disciplina. La psicología social aboga por conseguir una mayor preeminencia de sus conocimientos y una búsqueda de aplicaciones. Con este fin, el método desempeña un importante papel (Clemente, 1998). La especificación de los diseños preexperimentales y cuasiexperimentales de Campbell y el perfeccionamiento de las técnicas multivariantes de análisis de datos han contribuido a la superación de las disputas ofreciendo ejemplos de aplicaciones prácticas (cuadro 35). En la década de los ochenta, Cronbach (1981) propuso el establecimiento de una «ciencia unificada» en la que el estudio de las diferencias interindividuales, propio de los análisis correlacionales, se viese complementado con el estudio de las diferencias entre tratamientos, así como con la interacción entre ambos tipos de variables.
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TÉCNICAS MULTIVARIANTES Técnicas cuyo objetivo principal es el estudio de las relaciones entre variables
Análisis factorial Análisis de regresión Análisis de conglomerados aplicados a variables Análisis de correlaciones canónicas
Técnicas cuyo objetivo principal es el estudio de las relaciones entre sujetos
Análisis de conglomerados aplicado a sujetos Análisis discriminante
Técnicas cuyo objetivo principal es el estudio conjunto de las relaciones entre variables y sujetos
Análisis de correspondencias múltiples Análisis de escalamiento multidimensional
Pero la ciencia va más allá de conseguir resultados generales y fiables (E. R. Smith y Mackie, 1997). En la investigación sobre esta disciplina, los investigadores son, al mismo tiempo, objeto y sujeto de estudio, generando cuestiones éticas. La investigación de la psicología social, sin poderlo evitar, está influida por las creencias personales y los valores culturales de los investigadores. Son los modos de teorizar los que dan lugar al conocimiento científico, y sus aplicaciones y pretensiones las que resuelven o generan problemas sociales (Sloan, 1994). En ocasiones, las teorías que parecen competir son en realidad explicaciones complementarias de los sucesos. El uso riguroso de los métodos de investigación es nuestra mayor esperanza de un conocimiento adecuado y flexible.
4.7. Estrategias de investigación Las técnicas constituyen las herramientas operativas que nos permiten confrontar nuestras reflexiones con la realidad. Hemos señalado en repetidas ocasiones que el método surge primordialmente de la reflexión teórica sobre un objeto de estudio. Como nuestro campo de investigación es tan diverso, los psicólogos sociales utilizan diferentes estrategias metodológicas (Baumeister, 1994; S. L. Murray y Holmes, 1994). El psicólogo social al encarar el diseño de sus investigaciones tiene que posicionarse en cuanto al grado de formalización de tres aspectos (Fernández-Dols, 1990):
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— Las proposiciones causales: distinción entre causa y efecto, tipos de variables, tratamiento y efecto, etc. (a través de recursos técnicos tales como la aleatorización, grupos de comparación, etc.). — La asignación de unidades a tratamientos: por medio del rigor de los indicadores, de las operacionalizaciones seleccionadas, otros controles técnicos, etc. — La manipulación de los fenómenos implicados. Hasta qué punto podemos hablar de una manipulación material de las variables independientes. Cada una de estas cuestiones se refiere a las diferentes formas de validez que hemos desarrollado anteriormente: interna, de constructo y externa. La respuesta a estas cuestiones es un arte que se resuelve con práctica, conocimientos e ingenio. Las estrategias disponibles para la investigación psicosocial también difieren en otros criterios como el grado de control y la cantidad de precisión que ofrecen, el realismo de las situaciones en que se recogen los datos, etc. Por ejemplo: — Las observaciones sistemáticas de los fenómenos en la vida real constituyen los estudios de campo (Bickman y Hendry, 1972). — Si creamos una situación artificial de la vida real en un laboratorio, generamos un experimento de laboratorio (Aronson, Brewer y Carlsmith, 1985). — Podemos también utilizar técnicas intermedias, por ejemplo: a) La simulación experimental. b) Las entrevistas y los cuestionarios nos proporcionan información relevante sobre el comportamiento psicosocial, independientemente del escenario y con fines de representatividad poblacional. c) Las tareas de juicio se diferencian de los muestreos representativos en que el investigador ejerce más control sobre las cuestiones o problemas que se están juzgando. Runkel y McGrath (1972) consideran otras dos modalidades de investigación que denominan «teoría formal» y «simulación por ordenador». Estas estrategias se diferencian de las anteriores en que no implican observación o medida de la conducta real. Son procedimientos no empíricos. El
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investigador construye un sistema simbólico de afirmaciones, suposiciones y postulados interconectados y utiliza la lógica deductiva para derivar algunas consecuencias que deberían coincidir con las observaciones empíricas (p. ej., teoría de Zajonc, 1965: sobre los efectos de la facilitación social). La simulación por ordenador se utiliza frecuentemente desde la psicología social de orientación cognitiva (Schank y Abelson, 1977). En el cuadro 36, observamos que Runkel y McGrath (1972) clasifican las diferentes estrategias de investigación según se haga referencia al contexto concreto en el que se está observando o midiendo el comportamiento. Los experimentos de laboratorio, las tareas de juicio, las encuestas de muestra y la teoría formal operan como sistemas de conducta universales, mientras que las simulaciones experimentales, los experimentos de campo, los estudios de campo y las simulaciones por ordenador incorporan la especificidad del contexto en el que se da una conducta particular. CUADRO 36
ESTRATEGIAS DE INVESTIGACIÓN Operaciones de investigación intrusiva
Operaciones de investigación no intrusiva
Experimentos de laboratorio II
Simulaciones experimentales II
Tareas de juicio III
Experimentos de campo I
Encuestas de muestra III
Estudios de campo I Teoría formal IV
Sistemas de conducta universales
Simulaciones por ordenador IV
I. Encuadres en sistemas naturales II. Encuadres inventados y creados III. Conducta no dependiente del encuadre IV. No se requiere observación de conducta
Sistemas de conducta particulares
FUENTE: Adaptado de Runkel y McGrath (1972).
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También podemos clasificar las modalidades de investigación en estrategias intrusivas (considerando las tareas de juicio, experimentos de laboratorio, simulaciones experimentales, experimentos de campo) y en operaciones no intrusivas (contempladas en la parte inferior del cuadro 36), ya que el proceso de investigación no altera el curso natural de los acontecimientos. A pesar de la diversidad de clasificaciones y al igual que los métodos experimentales y correlacionales, las estrategias de investigación deberían contemplarse como complementarias (Manstead y Semin, 1990). Un ejemplo de este ejercicio surge del estudio de la toma de decisiones en grupo, en donde los experimentos de laboratorio (Fraser, Gouge y Billig, 1971) han revelado una tendencia sistemática en los grupos de personas a llegar a una decisión más extrema o polarizada sobre algunos temas que el promedio de las decisiones individuales tomadas por los miembros de ese mismo grupo y observadas desde otros procedimientos como los estudios de campo. A continuación describimos las técnicas más utilizadas (Clemente, ed., 1992; Jiménez Burillo, 1987): La observación ha sido una técnica polémica en la historia de la disciplina. Hasta los años setenta se consideraba el inicio obligado de toda investigación. A partir de esta década, como ya se lamentaba Caplow (1972), cae en desprestigio por su laboriosidad y dificultad. Esta crítica se supera en el presente y para el campo de la investigación de la salud gracias a los avances obtenidos desde la antropología (Helman, 2001) y desde los enfoques preventivos y comunitarios (Hawe y Riley, 2005). No obstante, la observación tiene un lugar propio en la psicología porque supone una «descripción directa de la realidad». Como plantean Carrera y Fernández-Dols (1992): la experimentación se preocupa por lograr explicaciones rigurosas, mientras que la observación se preocupa por lograr descripciones relevantes. Frente a técnicas como la entrevista, el cuestionario y el análisis de contenido, la observación supone trabajar con una descripción de primera mano del fenómeno, no con la versión que facilitan otras personas. Barker (1968) ejemplifica esta ventaja en su definición de psicólogo como mero «traductor» o «intermediario» entre los acontecimientos y el lector. El psicólogo será un observador nato.
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Podemos distinguir dos tipos de observación en función del grado en que el observador «participe» en el escenario del objeto de estudio: — La observación participante implica que el investigador comparte el modo de vida de las personas cuya conducta se desea estudiar. Este tipo de observación se ha utilizado frecuentemente en la investigación etnográfica, pero también se dispone de ejemplos clásicos en el campo de la sociología y de la psicología social. Resulta complicado introducirse en determinados entornos y, en ocasiones, estos estudios plantean problemas éticos, ya que el observador hace creer a los observados que es uno de ellos, cuando, en realidad, es, de algún modo, un «espía». Además, muchos estudios requieren la presencia directa del observador y esto influye en el fenómeno. Disponemos de ejemplos de esta situación en investigaciones cuya técnica de observación y recogida de datos se basa en la entrevista clínica, la cual tiene lugar entre el profesional sanitario y un cliente. Ya comentamos anteriormente que las actitudes, habilidades sociales, personalidad, valores, etc., del profesional pueden influir en el comportamiento verbal y no verbal del paciente. Por eso, autores como Carrera y Fernández-Dols (1992) recomiendan reservar este tipo de estudio a trabajos psicosociales cuyo objetivo es la intervención y el psicólogo se constituye en un agente de cambio social. Por ejemplo, en los procesos de «investigaciónacción» el objetivo consiste en que las personas implicadas reflexionen sobre sus necesidades y adopten juntas diversas decisiones. — La observación sistemática presenta como ventaja la posibilidad de acumular más fácilmente conocimientos generalizables a distintas situaciones (permitiendo la cuantificación de conductas en sus entornos naturales), y, sobre todo, no depende tanto de las cualidades personales del observador para obtener datos fiables. Este tipo de observación requiere dos condiciones para su consecución científica: • La estabilidad tanto entre jueces como entre momentos y situaciones. • La necesidad de utilizar técnicas de recogida de la información que permitan un registro lo más objetivo posible de la misma (sin sesgos).
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Cuestiones metodológicas Se trata de una observación explícita, metódica, sistemática en el tiempo y constituye una paráfrasis de la realidad (Weick, 1985).
La observación participante y la sistemática son complementarias. Por ejemplo, si quisiéramos conocer el funcionamiento, accesibilidad y uso de ciertos servicios sanitarios, podríamos plantearnos utilizar ambos tipos. Con la primera modalidad formularíamos preguntas a los diferentes protagonistas (responsables de los servicios, trabajadores y usuarios) mediante entrevistas. Con la observación participante, nos convertiríamos en un ciudadano más y utilizaríamos los servicios. Las informaciones obtenidas nos aportarían diferentes visiones e intereses. Ciertas cuestiones, como la discriminación en la prestación, se pueden recoger de manera más fiable a través de la observación sistemática (R. Peiró y Colomer, 2001). La caracterización de la observación como una paráfrasis tiene que ver con el proceso selectivo de rechazar lo irrelevante. Una vez recogidos los comportamientos elegidos como unidades de análisis, se harán inferencias tanto más generales cuanto más lo sea la teoría que guíe el estudio. El objetivo de estos controles está en la comprensión de las regularidades observadas, para lo cual es conveniente que, a diferencia de la observación participante, los sujetos tengan total libertad para variar sus respuestas sociales e individuales de una manera abierta, sin intrusiones por parte del investigador, tal y como ocurre en las condiciones «naturales» (Gil-Burmann y Peláez, 1992). La entrevista consiste en una técnica de recogida de información cuya aplicación se lleva a cabo generalmente a través de una comunicación cara a cara (Nahoum, 1958). La técnica se caracteriza por la versatilidad, y su planificación y desarrollo dependen de los objetivos, temas de investigación y la perspectiva teórica del autor: individual-grupal; directiva-no directiva; en profundidad-de opinión pública, etc. (Muchielli, 1978). En el campo de la salud, la entrevista clínica se basa en la observación introspectiva del paciente (pensamientos, estado de ánimo, historia personal, etc.) y en la observación por parte del propio profesional de aspectos fisiológicos y psicológicos, así como del ambiente social del enfermo (Dos Santos, Rosenburg y Buralli, 2004; Llor et al., 2000).
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FRAGMENTOS DE ENTREVISTAS SOBRE EL ESTILO DE VIDA SALUDABLE Autor
Preguntas
Abel (1991)
¿Participa usted en deportes o actividades físicas? (no, no de forma vigorosa, sí vigorosamente). ¿Suele realizarse chequeos médicos anuales?
Blaxter (1990)
¿Fuma usted con regularidad, es decir, a diario? ¿Ha fumado alguna vez al menos un cigarrillo diario durante al menos seis meses? ¿Cómo se clasificaría usted: como no bebedor de alcohol, bebedor ocasional o bebedor habitual? FUENTE: Y. Pastor, Balaguer y García-Merita (1999), p. 47.
Independientemente de su modalidad, la entrevista no es una estrategia aséptica y, como toda comunicación, se rige por una serie de normas prescriptivas de su contexto sociocultural (Goffman, 1967). La propia situación comunicativa puede generar una serie de barreras a la obtención de información relevante como, por ejemplo, su realización en unas condiciones temporales limitadas, la tendencia del entrevistado a analizar la entrevista como una amenaza a su autoestima, el grado de etiqueta, los traumas que el propio entrevistador puede recordar al entrevistado, cuestiones relativas al olvido o las dificultades del recuerdo (p. ej., la confusión cronológica) o la excesiva generalización de las respuestas (Vallés, 1992). Como contrapartida, la utilización de la entrevista en investigaciones psicosociales presenta una serie de ventajas. Ya Gorden (1980) había resaltado que la experiencia de la entrevista podía ser satisfactoria para ambos participantes, ya que en ella podemos encontrar: el cumplimiento de expectativas propias de una situación comunicativa, satisfacer la necesidad de reconocimiento como parte importante de las interacciones sociales, al igual que la comprensión de uno mismo y de los demás, la catarsis comunicativa como un proceso en el que la persona desahoga sus tensiones emocionales comunicándolas, la entrevista como una experiencia novedosa y que suscita curiosidad, la comunicación como búsqueda de sentido y las propias recompensas que en ella se puedan dar (p. ej., dinero o pago en especie por participar). Por tanto, el éxito en la utilización de esta estrategia dependerá de un conjunto amplio de factores, entre los que podemos nombrar a modo de
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Cuestiones metodológicas
ejemplo (Vallés, 1992): las características personales del entrevistador (incluyendo las externas como la edad, el sexo y la apariencia), su perfil profesional (formación, experiencia), las condiciones materiales de producción y registro, el momento de contacto y de presentación. Una vez concluida la interacción, la mayor parte del trabajo de la entrevista se genera con la trascripción y organización de la información, seleccionando y ordenando fragmentos textuales de manera que se facilite su relectura, su localización, comparación y presentación en el informe. Este tratamiento de material cualitativo constituye, como dijeran Huberman y Miles (1983, p. 593), «una forma de análisis preliminar» y facilita la organización de los datos. Este proceso artesanal está guiado por el marco teórico y los objetivos del estudio. De hecho, la recogida de información se orienta mediante análisis provisionales. El marco conceptual se revisa constantemente en el curso del proyecto. De los casos recabados no interesa tanto su resumen estadístico de frecuencias en las variables diana, como que la información recabada sea consistente. Como en otras técnicas cualitativas, la validación de la información con los propios entrevistados en el curso de la entrevista es uno de los criterios de verificación más característicos de la metodología cualitativa. Cea (1992, p. 264) define la encuesta «como una de las técnicas directas de obtención de datos sobre aspectos objetivos (hechos) y subjetivos (opiniones, actitudes) basada en la información verbal proporcionada por el propio individuo». Consiste en una técnica estructurada de recogida de información, susceptible de aplicaciones colectivas. Pero, a diferencia de la entrevista en profundidad y la discusión en grupo, la encuesta se realiza sobre un gran número de individuos, representativos de la población objeto de estudio, que responden a una serie de preguntas organizadas en un cuestionario precodificado. El objetivo es la cuantificación de las características subjetivas y objetivas de la población de la que se extrae la muestra, y no el análisis del discurso de los individuos entrevistados. Esta cualidad permite también la comparación entre los resultados obtenidos con diversas poblaciones, comunidades, culturas, etc. (Spielberg et al., 2005). Los cambios producidos en el concepto de salud, prevención de la enfermedad y estilos de vida hacen necesaria la utilización de nuevos ins-
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trumentos de medida del nivel de salud de la población. Las encuestas de salud representan un método ventajoso en la profundización de una variedad de factores que influyen en el nivel de salud de los individuos y, por tanto, sus resultados pueden ser analizados con una amplia variedad de propósitos. Según M. D. Navarro (1994, p. 8): «la mayor contribución realizada por las encuestas en el campo de la salud reside en la información que apuntan sobre necesidades, experiencias, opiniones, creencias y actitudes de las personas en torno a su salud, tanto individual como colectiva [...], son además una fuente de información importante para profesionales de la salud pública en relación con la planificación, realización y/o evaluación de políticas sanitarias y programas de salud». Como en la entrevista, la realización de una encuesta es un proceso complejo en el que encontramos entre otras fases: la formulación y delimitación de los objetivos específicos de la investigación, el diseño de la muestra, la elaboración del cuestionario, la preparación del trabajo de campo, el tratamiento y el análisis de la información recogida (cuadro 38). Las cuestiones concretas y la selección de una determinada población se deriva de los objetivos de estudio. Las variables se operativizan en preguntas y de la población se extrae una muestra representativa de la misma. CUADRO 38
FASES DE LA ENCUESTA Población Muestra Objetivos investigación
Administración cuestionario
Codificación grabación
Procesamiento de los datos
Análisis
Preguntas Conceptos FUENTE: Lindzey y Aronson (1985).
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Cuestiones metodológicas CUADRO 39
EJEMPLOS DE DIFERENTES TIPOS DE PREGUNTAS EN UN CUESTIONARIO De abanico 4. CURSO EN EL QUE ESTÁS MATRICULADO ACTUALMENTE
Abierta
Primero ....................................... Ì Segundo ...................................... Ì Tercero ........................................ Ì Cuarto......................................... Ì
32. Finalmente, haz alguna sugerencia sobre algo que falte en este cuestionario o algo que quieras comentar:
1 2 3 4
De filtro 8. EN QUÉ TURNO REALIZAS TUS ESTUDIOS (Pasar a p. 12) Diurno .........................Ì 3 Nocturno..................... Ì 4 FUENTE: Jiménez Burillo (1987).
El cuestionario es el instrumento básico para la obtención de datos en la investigación mediante encuesta. Se trata de un listado de preguntas, formuladas a partir de los objetivos de la investigación. Para su elaboración, se requiere recoger la información teórica necesaria, construir un borrador y seleccionar posteriormente aquellas preguntas que pueden considerarse relevantes (p. ej., cuadro 39). Como en el caso anterior, las aplicaciones son diversas: investigaciones de mercado, estudios de opinión, encuestas electorales, etc. Aportamos como ejemplos los cuestionarios seleccionados por Y. Pastor, Balaguer y García-Merita (1999) en la medición de estilos de vida saludables (cuadro 40). El análisis de contenido estudia de una forma objetiva y sistemática el material simbólico o cualitativo de la comunicación humana (Berelson, 1942). El análisis de contenido es útil para obtener información que no está directamente expresada en el mensaje, de ahí que a menudo se asocie con los aspectos del procesamiento de la información que el sujeto debe realizar para adquirir conocimientos sobre el mundo (Paisley, 1964). Ante la versatilidad de estas funciones, las definiciones del análisis de contenido también pueden ser diversas. Clemente y Santillana (1990) clasifican las definiciones en tres tipos:
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CUESTIONARIOS MÁS CONOCIDOS DEL ESTILO DE VIDA SALUDABLE Grupo poblacional
Instrumentos
Niños y adolescentes
Inventario de conductas de salud en escolares (Organización Mundial de la Salud, 1986; World Health Organization, 1995).
Adultos
Cuestionario del estilo de vida personal (Muhlenkamp y Brown, 1983). Cuestionario de estilo de vida promotor de la salud (Pender, 1982).
Tercera edad
Inventario de estilo de vida para personas mayores (Schwirian, 1991). Cuestionario del estilo de vida de las personas mayores (Balaguer y Llorens, 1997). FUENTE: Y. Pastor, Balaguer y García-Merita (1999), p. 47.
— Las que enfatizan los aspectos metodológicos de la técnica, generalmente en lo que se refiere a objetividad, codificación y cuantificación. Holsti (1969) identifica a la misma como una técnica de estudios específicos de comunicación que utiliza el método hipotético-deductivo. Barcus (1961) utiliza el término análisis de contenido para explicar el análisis científico de la comunicación de los mensajes. — Las que se centran en el origen de la técnica y en sus habituales aplicaciones. En este sentido, se resalta el hecho de que constituye un procedimiento que permite el análisis de los mensajes de los medios de comunicación de masas. Los trabajos de Lazarsfeld, Berelson y Gaudet (1944) y Klapper (1949) fueron pioneros en el análisis del papel de «reforzadores de actitudes» ya existentes en los sujetos que están expuestos a sus informaciones. — Las que utilizan estas técnicas para analizar las ideologías, valores y datos que permiten evaluar posibles efectos persuasivos en la audiencia y cambios de opinión y de actitudes, subrayando el análisis de los discursos políticos. En este sentido, A. Kaplan (1943) define el análisis de contenido como la «semántica estadística del discurso político». El análisis de contenido se basa en la asunción de que el lenguaje que utilizan las personas aporta información relevante sobre la naturaleza de sus estados psicológicos. Como plantea Clemente (1992), dada la complejidad y diversidad de los materiales con los que se trabaja, nos podríamos preguntar hasta qué
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Cuestiones metodológicas
punto estas técnicas no se solapan con otras como la observación, el diferencial semántico, las escalas, etc. La solución consiste en reservar el término análisis de los documentos para esta técnica, pero generalmente se utiliza de manera indistinta con el termino análisis de contenido. La técnica resulta especialmente interesante cuando el investigador tiene dificultades para acceder a los datos que precisa de una forma directa y en aquellas investigaciones en las que el lenguaje del sujeto es fundamental (p. ej., para identificar grupos, como los heavies o los hippies) o las características del lenguaje de determinada muestra están afectadas por un problema (personas autistas, niños, etc.) (Holsti, 1969). Mediante el análisis de contenido se puede estudiar cómo los diferentes grupos de presión utilizan los medios de comunicación para dar a conocer sus ideas, argumentarlas e intervenir en el proceso de decisiones sobre temas de salud. Como objeto de estudio se puede recurrir a la documentación escrita (prensa, revistas informativas y de entretenimiento, carteles, publicidad, folletos) y visual (publicidad, televisión, cine, etc.) (U. Cuesta, 2004). Especialmente interesante resulta el análisis de los documentos oficiales de las instituciones sanitarias. Recogen el enfoque ideológico y las preocupaciones de aquellas personas o grupos que los redactaron. En ellos se integran las inquietudes, alternativas de solución y prioridades propuestas por los agentes políticos e institucionales. Por ejemplo, desde un enfoque antropológico Siles (2000) desarrolla un enfoque pedagógico de la utilización narrativa de los cuidados de enfermería. Los análisis de contenido sanitario los podemos completar con el estudio de su producción gráfica. Por ejemplo, la investigación arquitectónica de los edificios dedicados a la atención primaria en nuestro país, durante un período de tiempo, nos proporciona información sobre su evolución con respecto al tipo de trabajo que se pedía, las diferentes profesiones que integra y sus funciones (R. Peiró y Colomer, 2001). El investigador selecciona el objeto y los objetivos de su estudio (por ejemplo, la postura de los periódicos liberales y conservadores sobre el debate de la ley del aborto) y, en función de ello, establece la unidad de análisis que va a utilizar (editoriales sobre el tema). En segundo lugar, elige unos criterios de análisis que pueden referirse tanto a la forma de
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presentación de los hechos (recursos tipográficos utilizados por el periódico y página de ubicación de las noticias) como al contenido (comentarios y opiniones expresadas por el periódico, vocablos utilizados, etc.). Sobre la base de estos criterios elabora y define unas categorías de análisis exhaustivas (entre todas ellas han de poder abarcar toda la información disponible) y excluyentes (lo que se incluye en una no puede incluirse, a la vez, en otra). Un grupo de jueces realiza una prueba previa de fiabilidad, aplicando las categorías elaboradas a una muestra. Si hay coincidencia en la clasificación, los criterios son fiables y se procede a la aplicación definitiva. En caso contrario, se revisan las definiciones (Cartwright, 1972). Los resultados se pueden someter a pruebas estadísticas y tests de validez. A partir de aquí, el analista propone inferencias y adelanta interpretaciones, sirviendo éstas como base a nuevos análisis. Esta técnica, dada su escasa reactividad e intrusismo, así como por el hecho de que permite estudiar realidades pasadas, es muy útil para investigar la realidad psicosocial (sin caer en algunos problemas que se han criticado en las metodologías de de naturaleza experimental, pero, a la vez, caracterizándose por el rigor y los controles metodológicos que requiere la investigación científica) (Clemente, ed., 1992). El diferencial semántico analiza la significación connativa del lenguaje. Fue ideada y desarrollada por Osgood y Tannenbaum (1955) con objeto de medir las reacciones de las personas a palabras y conceptos estímulos en términos de estimaciones sobre escalas bipolares definidas por adjetivos antónimos (Heise, 1976). La forma de aplicación del test consiste en elegir el reactivo objeto de actitud y pedir al sujeto que lo evalúe. Según Osgood, las actitudes se componen de tres factores: evaluación, potencia y actividad. Cada pareja de adjetivos pretende medir un determinado factor, por ejemplo, los adjetivos idóneos para la dimensión de evaluación son: bonito-feo, bueno-malo, sano-enfermo, etc., para la dimensión de potencia son: grande-pequeño, poderoso-impotente, fuertedébil, y para la dimensión de actividad: rápido-lento, vivo-muerto, ruidoso-quieto (Osgood, Suci y Tannenbaum, 1956). Esta distinción ha sido cuestionada porque, desde una lectura psicométrica, el único factor que es significativo se corresponde con el de «evaluación», que coincide con lo que ya miden otras técnicas escalares.
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Cuestiones metodológicas CUADRO 41
ADJETIVOS MÁS UTILIZADOS POR LOS SUJETOS CASTELLANOS AL DESCRIBIR A LOS CATALANES N.o orden 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20
Adjetivos
%
Prácticos Trabajadores Ambiciosos Separatistas Orgullosos Inteligentes Emprendedores Tacaños Antipáticos Individualistas Amantes de su tierra Cerrados Racionalistas Clasistas Cultos Egoístas Materialistas Fanfarrones Responsables Tenaces
65 64 62 58 56 55 52 47 43 38 37 35 29 27 26 24 23 23 22 21
N. Total de asignaciones de los adjetivos: 1012 % de atribución esperable al azar: 12,6 % mínimo significativo (p < 0,05): 20
FUENTE: Sangrador (1981).
Una variante interesante de esta técnica consiste en la lista de adjetivos utilizada para la medición de estereotipos. Para ello, se pide opinión a una pequeña muestra de sujetos sobre los grupos sociales de que se trate (p. ej., grupos profesionales sanitarios: médicos, ayudantes técnicos sanitarios, psicólogos, personal administrativo), insistiendo en que digan todo lo que se les ocurra sobre ellos y utilizando un cuestionario de respuestas abiertas. Posteriormente, un grupo de expertos realiza una labor de selección, agrupando las expresiones sinónimas, traduciendo las afirmaciones a adjetivos e intentando llegar a una relación definitiva con un número no excesivo de los mismos, conteniendo una cantidad similar de adjetivos favorables, desfavorables y neutros (p. ej., cuadro 41). Una vez equilibrada la lista, se procede a su aplicación, primero en una muestra piloto y, posteriormente, en la muestra total. Se comprueba cuáles son los adjetivos más utilizados y cuál es su orientación (Sangrador,
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Estrategias de investigación
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1981). Otras opciones consisten en medir la similitud con el yo del estereotipo, el grado de creencia real de los sujetos en los estereotipos, los autoestereotipos y los heteroestereotipos, etc. El estudio e interpretación final de los datos se realiza sobre la base del recuento de frecuencias de los valores asignados a cada pareja de adjetivos, así como al cálculo de la puntuación media en cada factor. Esta técnica se emplea también en el estudio del autoconcepto, actitudes, roles sociales, etc. Pese a que el diferencial semántico no se encuentra libre de influencias culturales, se ha comprobado su consistencia a través de diversas culturas. Además, para investigaciones donde el lenguaje es un elemento fundamental, la técnica resulta valiosa (Clemente y Fernández, 1992). Las escalas de actitud. Al margen de las posibles teorías explicativas sobre las actitudes y sus componentes, dichos conceptos constituyen uno de los objetos de análisis por excelencia de la psicología social (G. W. Allport, 1954; Hewstone et al., eds., 1990). Diversos investigadores coinciden en la composición tridimensional de las actitudes: el aspecto afectivo, el cognitivo y el conductual (Rosenberg y Hovland, 1960). Sin embargo, la mayoría de los instrumentos suelen centrarse en la medición de uno solo de estos elementos, por ejemplo, el aspecto conductual mediante la observación, el aspecto afectivo mediante las medidas psicofisiológicas, y, respecto al aspecto cognitivo, las escalas psicométricas (Clemente y Fernández, 1992). Los trabajos psicométricos son los pioneros en este tipo de medidas y se iniciaron con los estudios sobre las actitudes religiosas de Thurstone, (1928, 1931), Thurstone y Chave (1929) y Ferguson (1939, 1952, 1973). También muchas escalas se han centrado en el tema político, impulsadas por las investigaciones sobre la personalidad autoritaria lideradas por Adorno et al. (1950) y el dogmatismo ideológico de Rokeach (1960, 1968, 1971). Eysenck plantea la teoría bifactorial de las actitudes, así como las escalas que permiten medir los factores R (conservadurismo-radicalismo) y T (mentalidad dura-mentalidad blanda) y también las posibilidades de cambio de las actitudes en función de las variables de aprendizaje (Eysenck, 1944, 1947, 1951, 1954, 1976). Estos instrumentos se basan en el supuesto de que las expresiones verbales de las personas constituyen un fiel reflejo de sus actitudes subyacentes. Suelen constar de un conjunto de frases o enunciados ante los que el sujeto ha de responder si está o no de acuerdo, existiendo diferentes posibilidades de
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Cuestiones metodológicas
respuesta en función de los diversos tipos de escala. Una de las técnicas más utilizadas es la escala de distancia social de Bogardus, en la que se ofrece a la persona siete afirmaciones escalonadas (se pregunta al sujeto si admitiría a los miembros de algún grupo étnico, nacional, etc., en alguno de los siete tipos de relación que se le ofrecen). La puntuación final del sujeto será la de la frase que exprese una distancia social menor entre las que haya respondido afirmativamente (p. ej., cuadro 42). A la escala se le ha reprochado su carácter unidimensional y sus dificultades de reproducción. Sólo se puede aplicar al estudio de las actitudes hacia grupos sociales (p. ej., grado de estigmatización de diferentes tipos de enfermos: afectados por el VIH, cáncer, etc.). Desde una perspectiva aplicada más amplia, las técnicas actitudinales más utilizadas han sido las elaboradas por Thurstone y Likert. El procedimiento seguido por Thurstone, denominado a menudo de intervalos aproximadamente iguales, consiste básicamente en recoger y elaborar una gran cantidad de frases favorables, neutras y desfavorables hacia el tema que se trate para posteriormente ordenarlas de manera graduada. Los valores que se asignan a cada uno de los ítems son independientes de las posibles muestras de sujetos a los que se les puede aplicar la escala. Si bien la escala de tipo Thurstone sirve para medir cualquier tipo de actitud, la unidimensionalidad resulta un requisito imprescindible, ya que las técnicas estadísticas que se emplean para comprobar si la escala es adecuada no son válidas para el supuesto de que existan varios aspectos diferentes por medir (Clemente y Fernández, 1992). CUADRO 42
ESCALA DE «DISTANCIA SOCIAL» Instrucciones: De acuerdo con mis reacciones espontáneas estaría dispuesto a admitir a miembros de los grupos que a continuación se relacionan (como clase, y no a los mejores que he conocido, ni a los peores) dentro de una o más de las clasificaciones siguientes: 1. Relación íntima (matrimonio) 2. Amigos personales 3. Vecinos de mi calle 4. Compañeros de trabajo 5. Ciudadanos de mi país 6. Visitantes de mi país 7. Los expulsaría de mi país FUENTE: Adaptado de Bogardus (1925).
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301 CUADRO 43
EJEMPLO DE ÍTEMS DE UNA ESCALA SEGÚN LA TÉCNICA DE THURSTONE Se trata de un estudio de actitudes sobre la Iglesia. A continuación encontrarás 24 enunciados que expresan las diferentes actitudes sobre la Iglesia. Pon un signo (V), si apruebas el enunciado; una cruz (X), si lo desapruebas. Si no te puedes pronunciar, pon una interrogación (?). Esto no es un examen. La gente difiere mucho en sus opiniones sobre lo que es bueno o malo sobre este tema. Indica, por favor, tu propia actitud: — Pienso que la Iglesia intenta imponer muchos dogmas desfasados y supersticiones medievales (V.E. = 2,8) — Los servicios religiosos me inspiran y me ayudan a vivir mejor durante la semana siguiente (V.E. = 9,3) FUENTE: Jiménez Burillo (1987), p. 347.
Posteriormente, a los sujetos de investigación se les muestra la relación de frases seleccionadas, pidiéndoles que señalen si están o no de acuerdo con cada una de ellas; la media de los valores escalares de las frases con las que estén de acuerdo será precisamente la puntuación final del sujeto en la escala (lógicamente, tanto más alta cuanto más favorable sea la actitud, p. ej., cuadro 43). La técnica seguida por Likert (1932) (calificaciones sumadas) es diferente y más rápida. Pretende ser una alternativa simplificada del procedimiento de Thurstone. Las expresiones de una actitud concreta nos sirven para la construcción de la escala (Clemente y Fernández, 1992). Se comienza recogiendo gran cantidad de frases sobre el tema en cuestión, procurando que sean favorables o desfavorables, pero no neutrales. Se muestran a un grupo grande de sujetos, pidiéndoles que expresen su acuerdo o desacuerdo con cada una de las frases a través de cinco opciones: muy de acuerdo, de acuerdo, indiferente, en desacuerdo y muy en desacuerdo (p. ej., cuadro 44). CUADRO 44
EJEMPLOS DE ÍTEMS DE UNA ESCALA SEGÚN LA TÉCNICA DE LIKERT Rodee con un círculo uno de los símbolos que siguen a cada uno de los enunciados teniendo en cuenta que MA significa que Vd. está «muy de acuerdo» con dicha frase; A, simplemente «de acuerdo»; MD, «muy en desacuerdo»; D, «en desacuerdo»; y ?, que «no estoy seguro»: El matrimonio es la base y fundamento para una relación y convivencia segura y pacífica entre personas El divorcio debe evitarse por todos los medios cuando hay hijos por medio
MA A ? D MD MA A ? D MD
FUENTE: Jiménez Burillo (1987), p. 348.
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Cuestiones metodológicas
Por ejemplo, para un estudio de satisfacción laboral se seleccionó una muestra de profesionales de enfermería. Algunos de los enunciados se relacionaban con el reconocimiento por su labor profesional, su realización personal, sus relaciones sociales con el trabajo y la colaboración con los programas institucionales. Las personas encuestadas debían explicar su posición respecto a cada una de estas dimensiones en relación con una escala que oscila entre 1 (muy insatisfecha) y 5 (muy satisfecha) (Pardo, Cedeño y Villalba, 1997). El paso siguiente consiste en calcular la puntuación total de cada sujeto en la escala, dando unos valores numéricos de 5 a 1, respectivamente, a las 5 modalidades de respuesta. Posteriormente, se elige el 25 % superior e inferior de los sujetos, eliminando las posiciones intermedias. Estudios con muestras similares han permitido la comparación internacional de sus resultados (Haddad et al., 2004) Estas escalas permiten medir actitudes sociales, políticas, religiosas, p. ej., escalas de autoritarismo de Adorno, de dogmatismo de Rokeach y de conservadurismo, etc.), así como actitudes más específicas hacia temas concretos de todo tipo (la guerra, la pena de muerte, el divorcio, la educación, el sistema sanitario, etc.) (Summers, 1976). Las técnicas de medición psicofisiológica también se utilizan con frecuencia en la medición de actitudes. Presentan la ventaja de que, como generalmente son indirectas, minimizan la preocupación del sujeto por obtener una respuesta apropiada o deseable de que, en cierto modo, se escapan del control voluntario de los sujetos, y de que, en el campo de la salud, los sujetos y sus expectativas están familiarizados con ellas (Cacioppo y Sandman, 1981; Petty y Cacioppo, 1983). Los primeros estudios realizados con pruebas psicofisiológicas se centraron en la medición de las respuestas corporales ante palabras socialmente relevantes (W. W. Smith, 1922), experimentadores de raza blanca y negra (Rankin y Campbell, 1955), diapositivas relacionadas (Westie y DeFleur, 1959) o nombres étnicos como judío o mexicano, etc. (Cooper, 1959). Dada la sencillez de estas primeras investigaciones, no es de extrañar que pronto se cuestionara el tipo de datos que proporcionaban. Sus resultados no reflejan directamente las actitudes, sino que nos aportan información complementaria. Sin embargo, la «psicofisiología social» presenta una serie de ventajas al evitar los problemas de las técnicas directas del autoinforme (podemos obte-
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ner información sesgada sobre el sujeto, bien porque éste la desconoce o la distorsiona), así como los de las otras medidas indirectas, ya que obvian la formulación de supuestos para la fundamentación de las medidas, o el que puedan observarse comportamientos no representativos (Clemente y Fernández, 1992). En consecuencia, su utilización es cada vez más frecuente (Caccioppo, 1982; Cacioppo y Tassinary, 1989; Cialdini, Petty y Cacioppo, 1981; Cooper y Croyle, 1984; Shapiro y Schwartz, 1970; Petty y Cacioppo, 1983). Algunas de las respuestas empleadas para medir las actitudes han sido: la postura corporal (Fernández-Dols, Ortega y Gaviria, 1984); los movimientos oculares, el contacto con la mirada (Wells y Petty, 1980) y, especialmente, las expresiones faciales con registros como el FACS (Facial Action Coding System) para la medida de diferentes expresiones emocionales desarrollado por Ekman y Friesen (1978) (Winton, Putnam y Krauss, 1984), la actividad eletrodermal, especialmente la respuesta de resistencia de la piel (Totman, 1980), conductancia de la piel (Cooper y Croyle, 1981; Fazio y Cooper, 1983; Gleason y Katkin, 1978), respuesta pupilar (Hess y Polt, 1960), ondas alfa del electroencefalograma (McMillen y Geiselman, 1974), etc. La metodología procedente de la neurociencia se perfila como un reto importante con grandes perspectivas de aplicación futura en la psicosociología (Harmon-Jones y Devine, 2003; Harris, Todorov y Fiske, 2005). El test sociométrico describe la estructura de relaciones «socio-afectivas» que subyacen en los grupos. J. L. Moreno (1934) creó esta teoría-técnica con la doble pretensión de estudiar adecuadamente las relaciones interpersonales y, al mismo tiempo, poder intervenir en la sociedad. Los tres grandes pilares sobre los que se sustenta la teoría son: el socius, es decir, el otro; en segundo lugar, el metrum, es decir, la medida; y en tercer lugar, el drama, es decir, la acción. El test analiza las relaciones humanas de carácter afectivo en grupos donde es esencial que todos los individuos se conozcan entre sí (Clemente, ed., 1992). En primer lugar, se determina el tema sobre el que se va a recabar información («momentos de ocio», «trabajo»), los criterios que se van a utilizar en las preguntas («elecciones», «rechazos» y/o «indiferencias») y el número de sujetos sobre los que se va a obtener la información. Una vez resueltas estas decisiones, se comienza con una charla en la que el investigador motiva a los sujetos a una respuesta sincera y espontánea (p. ej.,
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«señale por orden de preferencia tres compañeros con los que le gustaría formar un grupo de trabajo en clase») (J. L. Moreno, 1962). Las elecciones y la dirección de las mismas se recogen en una matriz sociométrica y se representan de una manera gráfica (sociograma, p. ej., cuadro 45). Una de las aplicaciones más frecuentes del test se encuentra en el ámbito escolar, tanto en el aula como en las residencias estudiantiles. Su aplicación en otros entornos como, por ejemplo, las organizaciones industriales, sanitarias (Bastin, 1965) o instituciones de reeducación resulta más compleja (J. L. Moreno, 1962). Pese a la valiosa información descriptiva que ofrece, el test sociométrico ha sido criticado (Clemente, ed., 1992) por la debilidad teórica que sustenta su aplicación y su excesivo «psicologicismo» (Reymond-Rivier, 1961), lo que le hace caer en una serie de errores relativos a la concepción de la realidad social. El diagnóstico grupal resultante presenta al individuo como un sujeto pasivo, por lo que la técnica tergiversa las ideas iniciales de su autor (Bartholomew, 1982). Las personas muestran una determinada percepción grupal que en numerosas ocasiones no es coherente con su comportamiento (Rodríguez Marín, 1986). Como plantea Clemente (ed., 1992), estas dificultades sugieren la necesidad de combinar este procedimiento con otras estrategias de carácter objetivo. CUADRO 45
EJEMPLO DE SOCIOGRAMA 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 _ 1 X 1 2 X 1 3 X 1 4 X 1 5 X 1 6 X 1 7 X 1 8 X 1 9 X 1 10 X 1 _ 1 2 1 0 1 1 2 0 1 1 10
3
6
2 7
5
1 9
10
8
4
FUENTE: Jiménez Burillo (1987).
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La técnica del role playing consiste en la representación grupal de una serie de papeles asociados a una situación social. Como en las técnicas expuestas, requiere la definición previa de un tema y la descripción con detalle de la situación en la que se van a representar los papeles. La representación se realiza de un modo improvisado a partir de estas definiciones, y el monitor adopta una actitud de «director teatral». Concluida la puesta en escena, se procede al comentario del trabajo realizado. Es una técnica utilizada en el campo clínico y pedagógico, por ejemplo, para mostrar, exponer o profundizar en la comprensión de una situación dada (frente a las explicaciones verbales) o como forma de ensayar el comportamiento o roles que alguien ha de mostrar o asumir (Schutzenberger, 1979). En este sentido, León y Jarana (1998) nos aportan una serie de habilidades de dirección, gestión que los responsables de los centros de salud pueden entrenar con estas técnicas: — Habilidades para evaluar y optimizar el clima social. — Habilidades de planificación, programación, evaluación y asignación de tareas. — Habilidades de reuniones y comunicaciones. — Habilidades de solución de problemas. — Habilidades de toma de decisiones. — Habilidades de administración de contingencias.
4.7.1. Técnicas cuantitativas versus técnicas cualitativas La polémica tradicional en psicología social sobre la superioridad de los métodos ideográficos frente a los nemotécnicos, y viceversa, ha dado paso a otras discusiones como la conveniencia de la utilización de los métodos experimentales frente a los correlacionales, o la más actual entre las estrategias cuantitativas y las cualitativas (Ovejero, 1998). A pesar de la convivencia histórica de ambos sistemas metodológicos, el predominio conductista con su pretensión positivista impuso un enfoque reduccionista (Hayes, 1995). Ya analizamos anteriormente como la contestación a esta preponderancia se saldó con una crisis disciplinar y con el contraataque de los defensores de lo cualitativo (Banister et al., 1994, Bryman y Burgess, eds., 1994; Denzin y Lincoln, eds., 1994; Hayes, ed.,
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1997; LeCompte et al., eds., 1992). Sin embargo, la metodología dominante siguió siendo la experimental (Jensen y Jankoswki, eds., 1993), y, con frecuencia, la imagen de seriedad metodológica se asoció a la utilización de estrategias cuantitativas. Ante la continuidad de las posiciones «cuantitativas», los partidarios actuales de los métodos cualitativos plantean un cambio de enfoque en su defensa, que se traduce en cuatro dimensiones contempladas en el análisis de los temas psicosociales (Silverman, 1977): histórica, cultural, política y contextual. La elección de un tipo u otro de técnicas de investigación implica, de nuevo, la elección de un conjunto de principios filosóficos, ideológicos y epistemológicos sobre la realidad social (Rist, 1977). No obstante, sería conveniente señalar que, a la luz de los debates expuestos anteriormente, una de las actitudes básicas que deberían guiar la consideración de los distintos procedimientos utilizados en el ámbito de la investigación social es su adecuación a los fines. Como exponen Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux (1997, p. 232): «de esta manera, se obvian los a priori acerca de la bondad y superioridad de una estrategia metodológica sobre otra, porque lo que realmente importa es el tipo de información y conocimientos que cada una de las diferentes alternativas brinda. De esta manera, los ataques en abstracto a la experimentación de laboratorio o a las metodologías cuantitativas carecerán de sentido si no se las vincula con los objetivos que persigue el investigador». La utilización de las técnicas cuantitativas se fundamenta en la posibilidad de conocer objetivamente la realidad. En este sentido, es posible traducir el uso del método de las ciencias naturales al estudio de la realidad social. Una de las bases del positivismo es la creencia en la posibilidad de acumulación del conocimiento científico. Por ejemplo, en los meta-análisis se realiza una revisión de todos los resultados obtenidos en un área de estudio específico con el fin de llegar a una conclusión final. En estos estudios se refleja claramente que el avance del conocimiento se asocia a la provisión de evidencia empírica. Ahora bien, estos trabajos buscan establecer la media o magnitud de una serie de resultados, no explicar la variación de los mismos. Desde esta perspectiva no se contempla una de las tareas principales de la investigación: la contextualización sociohistórica del conocimiento. Las técnicas cualitativas resurgen en parte en la psicología social como un intento de superar las carencias y reduccionismos de las estrategias cuantitativas (Van Maanen, 1983, cuadro 47):
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Estrategias de investigación
307 CUADRO 46
COMPONENTES DEL SISTEMA LINGÜÍSTICO COMPRENSIÓN VERBAL
PRODUCCIÓN REPRESENTACIÓN
ESCRITA
EMISIÓN
Estructura semántica Análisis gráfico-fonético Planificación pragmática Decodificación gráfica-fonológica
Planificación sintáctica
Acceso léxico
Selección léxica
Análisis sintáctico
Localización de elemento
Interpretación semántica
Planificación fonética
Análisis pragmático
Planif. gráf.-articulatoria
Integración significado
Habla interna
PRESENTACIÓN
VERBAL
EMISIÓN
ESCRITA
FUENTE: Belinchón, Rivière e Igoa (1992).
CUADRO 47
COMPARACIÓN DE BRYMAN DE LAS TÉCNICAS CUANTITATIVAS Y CUALITATIVAS 1. Papel de la investigación cualitativa 2. Relación entre investigador y sujeto 3. Posición del investigador con relación al sujeto 4. Relación entre conceptos, teoría e investigación 5. Estrategia de investigación 6. Alcance de los resultados 7. Imagen de la realidad social 8. Naturaleza de los datos
Cuantitativa
Cualitativa
Preparatoria la interpretación de los actores Distante Externo
Medio para explorar Estrecha Interno
Confirmación
Emergente
Estructurada Nomotético Estática y externa al actor
No estructurada Ideográfico Procesual y socialmente construida por el actor Rica, profunda
Dura, fiable FUENTE: Bryman (1988), p. 94.
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Cuestiones metodológicas — A pesar de la utilización de técnicas estadísticas cada vez más sofisticadas, el porcentaje de varianza explicado y la posibilidad real de los resultados (y, por consiguiente, la acumulación de conocimientos) con las técnicas cuantitativas es escaso, lo que desacredita su utilización. — La sofisticación matemática sólo es accesible para unos pocos iniciados, y la complejidad relacional de análisis como los multivariantes paralizan cualquier intento pragmático en la toma de decisiones o en la evaluación práctica de una situación concreta. — Como contraste, la mayor visibilidad y proximidad a situaciones reales que propugnan los métodos cualitativos les confiere un carácter de acercamiento a la verdad de la que carecen las técnicas cuantitativas (Ruiz Olabuénaga e Ispizua, 1989).
No obstante, en las ciencias sociales la etiqueta «cualitativa» no presenta un significado preciso (Van Maanen, 1983). Cada una de las técnicas que hemos explicado anteriormente es susceptible de un tratamiento cualitativo o cuantitativo. Una observación puede consistir en un registro videográfico de frecuencia de conductas o en un sistema de interpretación subjetiva. Las entrevistas pueden realizarse mediante preguntas abiertas o recurriendo a cuestionarios estandarizados. El análisis de contenido puede centrarse en un estudio morfológico y estructural o en la descripción de categorías simbólicas. Lo cuantitativo y lo cualitativo no se encuentra tanto en la técnica como en su utilización y los fines que persigue (R. Peiró y Colomer, 2001). Los partidarios de las técnicas cualitativas niegan la utilidad del método natural, ya que el mundo social es distinto del mundo físico, y la interacción social constituye una realidad de significados compartidos. En Dilthey (1833-1911) encontramos un precursor de la polémica entre ambos tipos de ciencias. Para este autor «las ciencias del espíritu» deben utilizar una metodología cuya finalidad sea la comprensión y no la explicación (cuadro 47). Los estudios de Schutz (1972), el interaccionismo simbólico, el enfoque etnometodológico y la etogenia serían continuadores de esta perspectiva. El análisis de esta construcción simbólica requiere el estudio de lo social desde el punto de vista de los actores implicados. La palabra se reivindica con fuerza y determinación desde el postmodernismo (DeLeon, Crimmins y Wolf, 2003). El significado no se puede acotar en los formalismos necesarios para su cuantificación, y en consecuencia las técnicas interpretativas son las únicas posibles para el objeto de estudio social (T.
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Ibáñez, 1990). Este principio es criticable porque no todas las técnicas cuantitativas son reduccionistas e impositivas y porque las descripciones que nos ofrecen las personas no siempre son necesariamente correctas (en el sentido de que no siempre somos conscientes de nuestros actos y dicha conciencia está sujeta a condicionamientos estructurales, lo cual es especialmente evidente en el tema de la salud). Como en cualquier proceso de investigación, en la aplicación de una metodología cualitativa cabe distinguir las siguientes fases: definición del problema, diseño del trabajo, recogida de datos, análisis de datos, validación e informe. Pero, sin duda, uno de los temas más característicos, distintivos y a la vez más problemáticos desde una perspectiva positivista es el análisis e interpretación de los resultados (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Resulta difícil discernir hasta qué punto se trata de interpretaciones de los sujetos estudiados o interpretaciones del investigador a partir de la información proporcionada por la muestra (Bryman, 1988). La respuesta a la crítica de la subjetividad de las técnicas cualitativas no es única, pero tiene que ver con que dichas estrategias se fundamentan en concepciones epistemológicas diferentes al positivismo y al empirismo: el mundo no se percibe como algo probabilístico y en el que prima la causalidad directa. Por el contrario, la realidad social se considera compleja, y la causalidad contemplada se define como circular, recursiva, subjetiva y comprometedora. Las reglas del juego y los criterios de validez son diferentes. Las técnicas cualitativas comparten su compromiso con una aproximación naturalista e interpretativa (Denzin y Lincoln, eds., 1994), lo que les ha valido la crítica de los partidarios de los métodos positivistas por su presunta falta de objetividad, por la imposibilidad de reproducción de los resultados y su falta de validez (mientras que estas características en los métodos cuantitativos no se cuestionaban) (Cherry, 1995). Además, la utilización de un método hipotético-deductivo puede considerarse como un supuesto derivado de la lógica positivista sobre la que se fundamentan los estudios cuantitativos. El contraste empírico de las hipótesis en la realidad requiere la existencia previa de una teoría que oriente la investigación. Sin embargo, la propia realidad de los estudios cuantitativos no es siempre tan sistemática, y es frecuente encontrar la situación inversa: la investigación guía la teoría (Bryman, 1988). Toda investigación incluye
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Cuestiones metodológicas
necesariamente ambos procesos, inductivo y deductivo, independientemente de que se trate de un estudio cuantitativo o cualitativo (Sarabia, 1992). Pese a que se reconocen las diferencias epistemológicas de estos enfoques, una tercera vía contempla la posibilidad de combinarlos (Álvaro, 1995). La definición del objeto de estudio y de los objetivos de la investigación son los criterios que configuran los límites tanto en la elección del paradigma metodológico a utilizar como de las técnicas de análisis (cuadro 48). La utilización de diferentes recursos puede proporcionarnos una visión más enriquecedora de la realidad (Pérez Serrano, 1994; Reichardt y Cook, 1981). CUADRO 48
DESARROLLO DE UN ANÁLISIS DE CONTENIDO Lectura superficial Elección de documentos
Constitución del corpus
Preparación del material
Formulación de hipótesis y de objetivos Dimensiones y direcciones de análisis
Señalización de indicios
Elaboración de indicadores
Reglas de delimitación Categorización y codificación
Explotación del material «Testing» de técnicas Administración de las técnicas en el corpus Tratamiento de resultados e interpretaciones Pruebas de validez Operaciones estadísticas Síntesis y selección de resultados Inferencias
Otras orientaciones para un nuevo análisis
Interpretación
Utilización de los resultados del análisis con fines teóricos o prácticos
FUENTE: Clemente (ed.) (1992).
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De manera complementaria, las relaciones de causalidad también se pueden establecer desde una metodología cualitativa o desde una lógica discursiva. Aquí, no trabajaríamos tanto con el control riguroso de las variables como con la plausibilidad argumentativa, por ejemplo, los análisis de carácter histórico. Analizamos las causas que llevaron a la Revolución francesa sin recurrir a una simulación experimental que confirme nuestros resultados (Álvaro, 1995). Podemos concluir que el establecimiento de relaciones de causalidad no es incompatible con ninguna metodología en concreto, sino que lo que varía son las formas de establecer dichas relaciones. Es cierto que el método cuantitativo prioriza el análisis causal y el método cualitativo el análisis interpretativo, pero ninguno es incompatible con ambas finalidades. Mas aún, tal y como señalaba Weber, explicación, interpretación, causa y significado no son conceptos excluyentes, sino parte de un mismo proceso de inteligibilidad de la acción social. La diferenciación entre estudios experimentales y correlacionales que en su momento fue tan polémica, parece superarse actualmente, en primer lugar, por un nuevo clima de tolerancia y respeto al pluralismo metodológico, y, en segundo lugar, por el uso cada vez más frecuente de técnicas de análisis de datos combinados (Barrer y Pistrang, 2005). Como señalan Parker y Shotter (1990), el conocimiento del mundo que nos rodea y de nosotros mismos no se encuentra determinado por nuestra naturaleza, sino por la de los medios que usamos para formular nuestros intereses y argumentos. A través de numerosos ejemplos hemos expuesto como la investigación en salud requiere diversas aproximaciones metodológicas, pero en todas es básica la aplicación adecuada del método científico. La medicina, la epidemiología, el experimento, la observación clínica, etc., integran numerosos préstamos de las ciencias sociales (Trostle, 2004). Los argumentos causales en este campo han sido fundamentales para el conocimiento de nuestro funcionamiento biológico. Sin embargo, su valor preventivo es cuestionable. Los descensos de mortalidad durante los siglos XIX y XX parecen deberse más a cambios sociales (p. ej., prácticas de higiene) que a los progresos experimentales farmacológicos y terapéuticos. Esta situación nos obliga a reflexionar sobre la necesidad de enfoques amplios, interdisciplinares y metodológicamente plurales que aúnen el esfuerzo combinado de las ciencias naturales y sociales.
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Cuestiones metodológicas
4.8. Ética y valores de la investigación En este texto hemos planteado que el análisis sobre las polémicas históricas de la disciplina conlleva profundizar en el papel de la metodología y de la investigación. En la controversia metodológica entran diversos discursos en juego, siendo la perspectiva ideológica y ética una de las más trascendentes (Colom, 2000). En este sentido, los nuevos desarrollos de la sociología de la ciencia, de la metodología y de la crítica del neopositivismo también han impulsado el estudio de las cuestiones éticas relativas a la investigación. Se rechaza el supuesto de neutralidad objetiva, se atribuye responsabilidad a los científicos y se indaga acerca de la relevancia social del conocimiento. Los resultados de la investigación social son parte de realidades consensuadas, no descubrimientos objetivos (M. Gergen, 1990). La ética y la moral imponen restricciones para evitar que la ciencia y sus aplicaciones (p. ej., la medicina) sean deshumanizantes (Herr y Oaks, 2003; Pardo, Cedeño y Villalba, 1997). Como plantea Sánchez Vidal (1999: 37-38): «en las ciencias sociales, las implicaciones éticas y políticas son inherentes a su propio carácter en cuanto que el hombre individual y social es sujeto, objeto y parte del método de estudio. En esta triple faceta, el científico —portador de deseos, sentimientos, intenciones, opiniones e intereses— introduce una serie variable pero relevante de sesgos y valores tanto en el proceso de estudio como, en consecuencia, en sus resultados». Durante el siglo XX, los científicos y los filósofos empiristas intentaron apartar a las ciencias del debate moral. La exposición precisa sobre los fenómenos ha obviado la descripción sobre cómo deberían ser. Pero las tecnologías científicas se utilizan para diversos propósitos (p. ej., hacer la guerra, controlar la población o la previsión política), y las decisiones sobre estos temas no pueden derivarse exclusivamente de la ciencia (M. Gergen, 1996). Podemos intentar resumir las principales argumentaciones éticas de la ciencia de la psicología social en los siguientes aspectos (Clemente, ed., 1992): — La idea de la realización de experimentos en el vacío social se refiere a la paradoja de que la disciplina estudie la interacción grupal y se olvide del contexto más amplio en el que se desarrollan las inte-
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racciones (señalada por Tajfel, 1972). Se deberían considerar dos aspectos del comportamiento social: • Dicho comportamiento se da en función de las expectativas que sugieren las distintas situaciones, sean éstas experimentales o no. Tales expectativas son compartidas en algún grado en cualquier contexto social. La consigna de la interacción debería constituir un antídoto contra los reduccionismos biológicos, psicológicos y sociológicos que han impregnado tradicionalmente la investigación. • Desde una perspectiva metodológica, esta postura se traduce en incorporar en las investigaciones la existencia de nociones socialmente originadas, compartidas, aceptadas y conflictivas de lo que es una conducta apropiada en una situación socialmente definida. Además, según Tajfel (1977), una de las tareas fundamentales de la psicología social deberá ser, en consecuencia, el análisis de los principios que determinan la naturaleza de esas concepciones socialmente compartidas, el proceso social en el que se fragua el consenso y sus formas de expresión en la conducta social (cuadro 49). CUADRO 49
MODELOS CULTURALES DE GRUPALIDAD Jerarquización
Sumisión
Competición
Aceptación del conflicto
Evitación del conflicto
Cooperación
Culpabilidad
Igualdad FUENTE: Kaës (1989).
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Cuestiones metodológicas — El diseño de investigación y la reflexión sobre los conceptos y patrones necesarios para el desarrollo de la psicología social (FernándezDols, 1990). A pesar de la abundante literatura sobre el cambio radical de perspectiva en el pensamiento científico, en el ámbito de la psicología social el predominio de la epistemología neopositivista parece haber limitado el desarrollo de la disciplina y generado el «encapsulamiento» de muchos psicólogos sociales (Clemente, ed., 1992). La explicación centrada en las exigencias del método experimental, ha obligado a la disciplina a situarse en un nivel de abstracción demasiado bajo. Las teorías psicosociales se han fragmentado por esta manera de actuar (Sarabia, 1983). — Los límites de las situaciones experimentales. Las exigencias científicas asociadas a un objeto de investigación supuestamente libre y autónomo presentan un límite. Al mismo tiempo, compartimos con la ciencia y la psicología en general el debate de «hasta dónde se puede llegar». La inquietud relativa a la ética de las investigaciones médicas y de la conducta llevó al Congreso de EE. UU. a sancionar en 1974 la Ley Nacional de Investigaciones. Entidades como la Asociación Psicológica Norteamericana, la Asociación Sociológica Norteamericana, la Asociación Antropológica Norteamericana y la Asociación Norteamericana de la Ciencia Política han formulado, asimismo, códigos éticos para la protección de los participantes (p. ej., cuadro 50). Los psicólogos sociales tienen la responsabilidad de adecuarse a los estándares de la comunidad científica. La «buena ciencia» depende de la integridad de cada investigador. Sin embargo, el objeto de estudio impone una serie de responsabilidades específicas relativas a la ética. Por ejemplo, nos planteamos «si el fin de sus estudios justifica los medios utilizados» y cómo se pueden manipular los resultados de la investigación. Vander Zanden (1995) ilustra con ejemplos cómo en las últimas décadas numerosos estudios han suscitado debates acalorados sobre la ética de la investigación: • Milgram (1974) y sus estudios sobre la obediencia a la autoridad. Los sujetos que participaban en un «estudio sobre el aprendizaje» fueron capaces de suministrar descargas eléctricas a otro individuo con la magnitud suficiente como para matarlo.
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CUADRO 50
PRINCIPIOS ÉTICOS PARA LA INVESTIGACIÓN EN PSICOLOGÍA El investigador es responsable de evaluar la aceptabilidad ética en la planificación de la investigación. Cuando se trabaja con seres humanos, existe el compromiso de respeto a cada principio ético y se debe recibir asesoría para proteger los derechos humanos de los participantes. El investigador evalúa si existe riesgo para las personas de acuerdo con los principios de ética. El investigador es responsable de la ética en toda práctica de la investigación. Su responsabilidad con respecto a los experimentos se extiende a todas las personas colaboradoras como asistentes, estudiantes y demás empleados, quienes, a su vez, tienen igual compromiso. El investigador, ante una posible duda de riesgo, debe establecer con claridad las condiciones con los participantes, sus compromisos y obligaciones, en los cuales tengan total libertad de aceptar o no su participación. Las consideraciones metodológicas requieren muchas veces causar frustraciones o posibles decepciones a los participantes, y el investigador debe analizar la justificación de hacerlo o usar otra alternativa que no sea traumática. Sin establecer ningún tipo de presión se respetará la libertad de la persona de rechazar la participación en una investigación. El investigador debe proteger a los participantes de cualquier molestia física o mental que pueda ocasionar la investigación. Cuando la investigación presenta un beneficio potencial considerable, pero el procedimiento necesario puede producir cualquier tipo de malestar, se debe informar claramente a los participantes al respecto, con suficiente tiempo para que éstos libremente tomen su propia decisión. Igualmente se requiere un seguimiento para minimizar al máximo los efectos indeseados. Terminada la investigación, los participantes deben ser informados sobre los resultados. Cuando los procedimientos producen a los participantes efectos indeseados a corto o largo plazo, el investigador tiene la responsabilidad de detectarlos y aumentar el tratamiento correctivo. Toda información sobre los participantes recolectada o conocida durante el proceso de investigación es totalmente confidencial. La confidencia de toda investigación es de capital importancia y debe ser respetada por los investigadores experimentados y los principiantes en la investigación. El quebrantamiento de esta regla puede traer consecuencias legales para el investigador, quien asume toda la responsabilidad durante todo el proceso de investigación y sus posteriores consecuencias. En el proceso de recolección de datos por medio de la entrevista se deben utilizar otras personas y otros códigos que impidan relacionar al participante con sus respuestas. En algunos estudios es conveniente facilitar al respondiente su propio código. Este procedimiento facilita obtener respuestas verdaderas porque la persona no tiene temor de ser reconocida.
FUENTE: APA (1981).
• Zimbardo (Zimbardo, Haney y Banks, 1973) construyeron una prisión ficticia en el sótano de la Facultad de Psicología de la Universidad de Stanford. Los supuestos «guardianes» se caracterizaron por sus abusos sádicos hacia los presuntos «prisioneros». • West, Gunn y Chernicky (1975) indujeron a los sujetos a cometer un tipo de sustracción ilícita semejante a la del Watergate.
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Cuestiones metodológicas • Malamuth (1981) y Feshbach, Feshbach y Cohen (1982) decidieron investigar la excitación sexual al colocar a los sujetos frente a escenas de violencia sexual. Los propios investigadores cuestionaron las consecuencias que un experimento así puede tener sobre jóvenes que descubren que la descripción de un orgasmo, en circunstancias violentas y crueles, los excita (Malamuth, 1981). En la psicología social clínica los riesgos pueden graduarse (Pardo, Cedeño y Villalba, 1997): • Inexistente: como en los estudios descriptivos en los que no se realizan intervenciones o modificaciones de las variables biológicas, fisiológicas, psicológicas o sociales de los individuos que participan en la investigación. • Mínimo: como en los estudios prospectivos que emplean para la recogida de datos exámenes de diagnósticos físicos o psicológicos que incluyen procedimientos rutinarios como tomar el peso, electrocardiogramas, pruebas de agudeza auditiva, etc. • Considerable: que puede afectar al sujeto en forma significativa, como en el caso de estudios radiológicos y microondas, y ensayos o experimentos con métodos aleatorios de asignación de sujetos a los grupos. La mayoría de los psicólogos experimentales están dispuestos a asumir esta carga ética, porque el sujeto que participa en una situación experimental es conocedor de que se encuentra en una simulación artificial, y los conocimientos que se pretenden adquirir son útiles para el conocimiento científico (Aronson y Carlsmith, 1963). En cuanto a la angustia que pueden ocasionar estas experiencias, otros psicólogos apuntan que dicha sensación es parte de nuestra cotidianidad y la superamos sin demasiados traumas, p. ej., la ansiedad generada por los exámenes para pasar de curso (Rosenblatt y Millar, 1972). Un modo de evitar situaciones extremas consiste en el consentimiento informado de los participantes. En cualquier momento pueden abandonar la investigación y deben recibir la información suficiente como para tomar decisiones razonadas. Con frecuencia a los sujetos se les anuncia lo que les ocurrirá en el estudio, pero
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no sobre el fin del mismo hasta que su participación ha terminado, para que no interfieran con los objetivos (alrededor de un tercio de los estudios psicosociales ha recurrido a la situación de engaño sobre el fin de la investigación, Vitelli, 1988). La intervención que se puede realizar al respecto es la aclaración. La aclaración consiste en que el sujeto puede formular preguntas y manifestar sus inquietudes en la investigación, y el investigador debe responderlas. El investigador puede y debe comunicarse con sus sujetos fomentando así el valor educativo de la experiencia (E. R. Smith y Mackie, 1997). Kelman (1967) lleva el argumento crítico hasta su radicalidad: toda investigación que implique engaño resulta moralmente errónea, pues todo engaño es deshonesto. Sin llegar a estos extremos, sí que es cierto que en el diseño y realización de sus investigaciones, los psicólogos sociales deben establecer un equilibrio entre el valor de la información que dichos estudios permitirían obtener y el respeto por los derechos y dignidad de sus sujetos de investigación (Vander Zanden, 1995). — La revisión de algunas de las propuestas de psicólogos sociales europeos sobre la explicación social de la conducta psicológica. Moscovici (1990) insiste en la necesidad de dotar de un objeto de estudio común a la psicología social. Dicho objeto se puede situar en la intersección donde se originan las relaciones sociales, los sistemas simbólicos y donde los elementos individuales y colectivos entran en contacto p. ej., religión, poder, mass media, lenguaje, representaciones sociales. Actualmente, la definición de este objeto y, en consecuencia, su método para abordarlo constituye un tema conflictivo de la psicología social. Con Clemente (ed., 1992) coincidimos en observar que las críticas a los reduccionismos en investigación resultan insuficientes si seguimos aferrados a un modelo positivista de la ciencia que ignore sus componentes ideológicos y culturales. Incluso la crisis de paradigmas de la psicología social se origina en un contexto cultural caracterizado por la distribución desigual del poder económico en el mundo. El psicólogo comunitario es especialmente sensible a estas cuestiones y a la necesidad de reflejar estas premisas en la comunicación entre intervención e investiga-
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Cuestiones metodológicas ción, comunidad y academia (Suárez-Balcazar, Harper y Lewis, 2005). Para muchos psicólogos sociales la desigualdad distributiva se encuentra mediatizada por las relaciones con América y Europa. Las críticas al positivismo, al individualismo y al abandono del laboratorio se corresponden con un creciente interés por la psicología social europea (Moghaddam, 1987). — Una cuestión ética importante y relacionada con las anteriores reside en la elección de los temas de estudio y su aplicación práctica. En este sentido, la psicología social se enfrenta a dos críticas contradictorias: • Una, que es trivial porque documenta lo obvio. • La segunda, que es peligrosa debido a que sus descubrimientos podrían ser usados para manipular a las personas (D. G. Myers, 2005). Con relación a la primera, podemos objetar que solemos «invocar» a las teorías de sentido común después de conocer los hechos. Es el denominado efecto «lo sabía desde el principio», o recurrir a los refranes y su contradictoria enseñanza («al que madruga Dios le ayuda», o «no por mucho madrugar amanece más temprano»). Hasta que la ciencia destronó el punto de vista del sentido común, siglos de experiencia diaria aseguraban a las personas que el Sol giraba alrededor de la Tierra. Con relación a la segunda crítica, observamos que una parte de la investigación psicosocial está asociada a las demandas sociales de los grupos socialmente dominantes. Esta parte de la disciplina corre el riesgo de aliarse a una ideología de poder y convertirse en un instrumento tecnológico de control social para prevenir problemas en la estructura que sostiene a unos pocos privilegiados (Delule, 1972; Younis, 2003). «Lo socialmente construido» se consolida como «lo natural y obvio», contribuyendo con ello al mantenimiento de los valores y creencias imperantes (Crespo, 1995). • Gross (1983, p. 42) resume claramente este peligro: «la función de la psicología social positivista consiste en despolitizar la ciencia social y presentar una imagen de ella como de un dominio neutral y objetivo de experto técnico que resulta inac-
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cesible a los mortales corrientes y que es aplicado, para beneficio de toda la sociedad, por sus representantes democráticamente elegidos y orientados en tales asuntos por asesores tecnocráticos». En la psicología social como en otras profesiones sanitarias, la separación habitual que se da entre la investigación y la práctica profesional aleja aún más a dichos ámbitos y perpetúa que los profesionales y los políticos consideren la investigación como algo ajeno a sus necesidades y problemas, tanto por el lenguaje que se utiliza, como por el tipo de resultados que se obtiene. De manera consecuente, esta brecha dificulta la difusión de los resultados de investigación que queda relegada a su propio ejercicio académico sin impacto social (R. Peiró y Colomer, 2001). Según la Organización Mundial de la Salud (1989), la investigación necesaria para el desarrollo europeo de políticas de salud debería orientarse a conocer mejor los sistemas y los servicios de salud, las desigualdades en salud, la participación de la comunidad y la colaboración intersectorial. Existe ya suficiente información acerca de la necesidad de acción en estos temas, pero no sobre cómo actuar en la práctica. La resistencia a la medición de fenómenos como la desigualdad, la pobreza y la exclusión constituye un ejemplo de estas dificultades (Mateo y Penalva, 2000). La promoción de la salud requiere de un mayor desarrollo de la investigación orientada a identificar no sólo factores de riesgo, sino mecanismos de protección o salutogénicos, cuáles son los factores o aspectos del entorno que favorecen o dificultan más la salud y qué pueden hacer las personas, los técnicos, los políticos y las comunidades para controlarlos (Guareschi y Jovchelovitch, 2004; R. Peiró y Colomer, 2001). La psicología social se encuentra con nuevos desafíos y cuestiones éticas ante la urgencia y relevancia de su rol social.
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5. EL COMPROMISO SOCIAL Las cuestiones éticas nos obligan a posicionarnos sobre cuáles son nuestras prioridades en la psicología social. Analizábamos como una de las principales cuestiones a debate reside en sobre qué aspecto científico debe incidir nuestra actuación: el interés por la predicción y el control, o el interés por la comprensión y la emancipación social (Ovejero, 1998). Desde el socioconstruccionismo interesa elaborar «teorías generativas», es decir, teorías que tengan «la capacidad de cuestionar las asunciones dominantes de la cultura, de plantear interrogantes fundamentales en relación con la vida social contemporánea, de propiciar la reconsideración de aquello que se da por evidente y generar de esta forma nuevas alternativas para la acción social» (K. Gergen, 1982, p. 109). Castell (1975) asume esta perspectiva y discute también la supuesta «neutralidad» de los datos, defendida desde la posición epistemológica complementaria: — La recopilación de los datos se basa en una clasificación previa de los mismos, la cual incorpora un «contenido teórico o metodológico», que puede ser tanto el conjunto de conceptos que introduce el investigador como los conocimientos culturales asociados al lenguaje. — El argumento más importante se refiere a la lógica del análisis causal, ya que la mayor parte de las técnicas de análisis empírico se limitan a establecer la covariación sin llegar a determinar la influencia entre variables. Si los instrumentos de observación y de recogida de datos deben responder a los propósitos de la investigación y, por tanto, su adecuación se apoya sobre el punto de partida teórico (explícito o no): ¿puede ser una
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El compromiso social
cuestión indiferente la identidad del observador y su compromiso con lo observado? (Clemente, ed., 1992). La respuesta a esta cuestión tampoco se encuentra libre de valores. Los valores se refieren a las preferencias personales y a las prioridades de los grupos sociales. Aunque el fin común de nuestras investigaciones en psicología social es el bienestar de la persona y su comunidad, este punto de partida requiere una mayor sistematización. Más allá de la clásica diferenciación entre necesidades primarias y secundarias de los seres humanos (Maslow, 1954), Witkin (1984) define las necesidades como cualquier cosa que es requerida para el bienestar de una persona o grupo de personas, y Beatty (1981) especifica aún más esta aproximación al señalar que una necesidad supone la discrepancia medida entre un estado actual y un estado deseado. Su evaluación y cambio han sido los puntales en los que se fundamenta la intervención psicosocial. La definición de necesidad no puede hacerse en términos absolutos, porque éstas se configuran en un momento histórico y en un medio físico ambiental y sociocultural concretos. La investigación sobre necesidades sociales supone un acercamiento a las situaciones de carencia y al análisis consecuente de los problemas sociales (Romay y García, 2005). Fernández Ballesteros (2001, p. 51) nos propone su tratamiento conjunto en un ejemplo de salud pública: «la existencia de un determinado problema puede ser especificado a través de una serie de necesidades. Así, el problema de la droga en España se expresa a través de distintas necesidades: rehabilitación de drogodependientes, prevención del consumo de drogas, persecución del tráfico de drogas, etc.». Una de las características de los problemas sociales es su manifestación pública y compartida por determinados colectivos. De ahí que su solución deba ser también social, aunque la sufran las personas de manera individual, p. ej., el envejecimiento progresivo de la población: Severo y Vidal, 2003; Shemesh et al., 2006; T. W. Smith y Spiro, 2002; la incidencia y consecuencias del desempleo en la juventud: Álvaro, 1992; Demin, 2005; Garrido Luque y Álvaro, 1992; Hontangas et al., 1990. Coincidimos en este sentido con la definición de Sullivan (1987, p. 10): «existe un problema social cuando un grupo de influencia es consciente de una condición social que afecta a sus valores y que puede ser remediada mediante una acción colectiva».
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El compromiso social
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Los problemas sociales surgen del conflicto de intereses sociales y, por tanto, se puede afirmar que son políticos por naturaleza (Liazos, 1972). Ante una misma situación, p. ej., contagio del sida por compartir jeringuillas en la cárcel, un colectivo luchará para que se trate como un «problema», mientras que otros, p. ej., la Administración, lo negará como tal, ya que implicaría reconocer que en las prisiones entra droga. Generalmente, el ejercicio de poder que se establece en esta definición tiene que ver con el número de personas que comparten una determinada problemática, la organización, es decir, la habilidad para coordinar efectivamente las acciones de las personas hacia un objetivo, y el acceso a los recursos (Sullivan, 1987). En nuestra sociedad, la mayoría de las necesidades y los problemas sociales que se reconocen como tales son de carácter urbano y surgen en un contexto de desarrollo industrial. Tras esta afirmación se encuentra todo un sistema de valores a la hora de definir a qué parte de la población se va a beneficiar con las intervenciones sociales. En estas consideraciones observamos la mezcla de elementos objetivos y subjetivos (definidos como problema y necesidad por un grupo mayoritario y constituyendo un hecho cultural). Las diferentes proporciones de esta mezcla nos permiten distinguir entre conflictos sociales manifiestos y latentes. La tarea del científico social consiste en descubrir estos puntos de fricción, es decir, identificar las dificultades sociales latentes de forma que se puedan prevenir (Paterna, Martínez y Vera, 2003). Como cualquier otro profesional, el científico social tiene sus propias concepciones sobre su responsabilidad social. Desde nuestros orígenes como disciplina, el psicólogo ha investigado e intervenido sobre temas sociales importantes como la pobreza, el prejuicio, la paz. No fue por azar que el estudio del prejuicio se desarrollara en la década de los cuarenta, caracterizada por los fascismos europeos, o que desde los noventa y en la actualidad aumente la preocupación sobre las respuestas a la diversidad multicultural (G. C. N. Hall, 2005; M. B. Smith et al., 2006; Worton, Wilson-Tagoe, 2004). Los psicólogos sociales han constatado que los fenómenos de la «vida real», lejos de amenazar la pureza de la ciencia, son vitales para su avance como disciplina comprometida con el bienestar y la calidad de vida de las personas (Stephenson, 1990).
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El compromiso social
5.1. La relevancia científica de las necesidades sociales Desde sus orígenes como ciencia, la psicología y la psicología social han estudiado los aspectos motivacionales del comportamiento humano. Maslow (1908-1970) nos proporcionó un modelo motivacional jerarquizado, en el que encontramos necesidades primarias que requieren su satisfacción para poder alcanzar los siguientes niveles de desarrollo psicosocial. Las necesidades superiores de desarrollo o autorrealización dependen de los principios de libertad, solidaridad y cooperación (Casas, 1996a). Witkin (1984, p. 4) amplía esta definición: «cualquier cosa que es requerida en orden a la salud o bienestar de una persona». Esta aproximación hace hincapié en la discrepancia entre aquello que desea un colectivo o persona sobre «algo» y el estado actual percibido u observado de ese «algo» (Houston, 1978; Kaufman y English, 1979; Witkin, 1984). Kaufman (1982, p. 73) lo resume como «la distancia entre lo que es y lo que debería ser». Pese a las ventajas de desarrollar un modelo general y amplio de los móviles de nuestra conducta, ambas perspectivas comparten un matiz individualista. Las personas y los grupos buscan su propia satisfacción, y los estados de carencia y sus posibles soluciones no tienen por qué dar lugar a movimientos y cambios sociales (Chacón, 1988). Necesitamos un modelo que integre plenamente nuestro carácter psicosocial y nuestra responsabilidad en el cambio. En este sentido, observamos que el modelo socio-comunitario latinoamericano considera que las causas de los problemas sociales se deben a la estructura social y al desequilibrio social entre las necesidades (muy extendidas) y los recursos disponibles (pocos o inadecuados). Estas ideas comenzaron a desarrollarse en Estados Unidos a finales de los sesenta, pero posteriormente no tuvieron excesiva repercusión (Chacón y García González, 1998). La psicología social actual, como disciplina multiparadigmática y plural, se ha nutrido de estos planteamientos y con ello ha reforzado, de nuevo, una de las tradiciones más destacables de la psicología social (Torregrosa, 1985). Desde los modelos de ingeniería social propios del paradigma «experimental positivo» al paradigma «interpretativo», en el
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La relevancia científica de las necesidades sociales
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que lo que importan son las expectativas, experiencia y vivencias de quienes lo sufren, la corriente «crítica» asumirá los postulados del modelo interpretativo, pero además considerará las necesidades y los problemas sociales como el resultado de una sociedad injusta y contradictoria (Pozo, 2000). Lo cierto es que «la urgencia y gravedad de algunos de estos problemas exige una movilización de todos los recursos disponibles para hacerles frente» (Torregrosa, 1985, p. 657). Por tanto, pese a sus dificultades de definición, el concepto de necesidad social no nos exime de la importancia de su clasificación para la delimitación de nuestra propia disciplina. Su evaluación e identificación requiere de un criterio que nos permita su priorización. Encontramos que diferentes personas con diferentes valores señalarán necesidades distintas. Las expectativas y las coordenadas históricas y socioculturales de la comunidad influirán considerablemente en su diagnóstico (Buelga, 2001). Bradshaw (1972), en un sistema clásico en las ciencias sociales, distingue la fuente de expectativas sobre la que se fundamentan estos juicios: — Necesidad normativa: se define por la comparación entre los servicios existentes y los que deberían existir, establecida por un experto o un equipo. — Necesidad percibida: es la necesidad que el receptor o consumidor considera como suya. — Necesidad expresada: se conoce por el número de personas que en un momento dado coinciden en una demanda social. — Necesidad comparativa: tendría que ver con la igualdad o la adecuada distribución de los servicios y recursos para diferentes grupos de población y áreas geográficas. A esta clasificación, Casas (1996a) añade las necesidades de déficit y las necesidades de desarrollo, abriendo la posibilidad de que las intervenciones sociales se centren en esta segunda clase. La evaluación de cada tipo de necesidad demanda el uso de diferentes métodos y técnicas. El estudio de las necesidades normativas implicaría la consulta a expertos, el de las percibidas, el uso de las encuestas, el de las expresadas, el análisis de las estadísticas de usuarios de los servicios sociales, etc. (León y Jarana, 1998). También Chacón (1992) recomienda la utilización de diferentes estrategias de análisis.
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El compromiso social
El conocimiento de las necesidades se convierte en una tarea esencial del planificador social (Pozo, 2000). La evaluación de necesidades implica el análisis de cómo se ha llegado a su establecimiento y determinación. Su diagnóstico nos ayudará a establecer prioridades, jerarquizar objetivos y seleccionar tratamientos (López, 1987; Roth, 1978). Se trata de documentar un proceso orientado al cambio y a la estimación de los diversos puntos de vista existentes en la resolución de un problema (W. A. Kimmel, 1977). La evaluación de necesidades debería ser el paso previo de cualquier intervención social (B. Hernández, 2002). No obstante, la intervención en necesidades sociales tampoco se encuentra libre de polémica. Como plantea Barriga (1990), no existen criterios únicos de elección que permitan atribuir a los programas de intervención un conjunto de fines concretos y universalmente aceptados. La intervención social supone la asunción por parte del profesional de una serie de condicionantes históricos y sociopolíticos que determinan su percepción de los problemas, de las necesidades y de la formas de abordar los mismos (Barriga, 1987) (cuadro 51). Sin embargo, el reconocimiento de las dificultades evaluativas y la utilización de criterios relativos no nos dispensa de su priorización. Esta cuestión se relaciona con la sensibilidad postmodernista, que entiende que no existe una verdad única y absoluta, sino que la realidad social se construye a partir de los significados compartidos. Con este planteamiento, corremos el riesgo de que todas las formas de entender la realidad sean verdaderas. Desde esta relatividad sólo hay un paso para llegar a la inhibición práctica y a la desconfianza en la capacidad de la ciencia para transformar la realidad (Reynoso, 1996). Con la loable excusa de escuchar todas las interpretaciones y valoraciones de una carencia, no podemos negar la existencia de una realidad externa objetiva (Munné, 1999). Es evidente que estos argumentos obvian la existencia de los problemas sociales, el papel de la ciencia en su solución e ignoran la existencia de desigualdad y de minorías desfavorecidas (Blanco, 2000). Como expone Blanco (1995), la combinación de lo ético, lo aplicado y lo útil acaba siendo un criterio de compromiso en nuestras intervenciones sociales.
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La relevancia científica de las necesidades sociales
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CUADRO 51
LAS NECESIDADES DENTRO DEL CICLO DE INTERVENCIÓN
FUENTE: Fernández Ballesteros (1987).
Como telón de fondo encontramos que trabajar sobre necesidades y problemas sociales nos obliga a una definición de lo que se pretende con el cambio social (Tseng et al., 2002). Una aproximación lógica y relativa a la operacionalización de las necesidades nos remite al tipo de cambio que se produce o se provoca con respecto a una situación inicial (Pozo, 2000): — Progresivo, realista y secuencial y cuya incorporación en las políticas sociales es paulatino (Chelimsky, 1997). — Revolucionario, rotundo, discontinuo y que genera una alteración importante de las estructuras básicas de un grupo social o sociedad (Giddens, 1991). El cambio que se persigue con la intervención social ha de ser intencional, provocado, dirigido y planificado (racionalmente organizado). Se entiende como la transformación que se origina en una decisión de compromiso para mejorar el sistema (a nivel individual, grupal, organizacional, comunitario) con la ayuda de un agente externo. Se podría definir como un esfuerzo deliberado para cambiar una situación que resulta insatisfactoria, mediante una serie de acciones cuya elección y coordinación son producto de un análisis sistemático de la situación en cuestión.
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El compromiso social
A pesar de la diversidad de efectos deseados y no deseados (positivos o negativos) innatos en la intervención social, todo cambio implica un proceso de desarrollo de la calidad de vida y del bienestar o, cuando menos, un proceso graduado de un ideal de progreso a partir de la evaluación de una situación o estado dado (Fernández-Ríos, 1994; González Puente y Sánchez-Sosa, 2001; Musitu, Herrero y Fernández, 2000). En cierto modo, la psicología social aplicada tal y como la analizaremos posteriormente consiste en la traducción de los principios y conocimientos de la psicología social a la intervención, es decir, a la solución o prevención de necesidades sociales (Ovejero, 1998). El psicólogo social interviene socialmente, no como un mero asesor aséptico y externo al contexto conflictivo, sino como un colaborador con otros agentes y científicos sociales (Stephenson, 1990).
5.2. El estudio de los problemas sociales, un reto psicosocial Como comentábamos en la introducción de este capítulo, la existencia de problemas sociales supone la falta de armonía entre los valores sociales imperantes (Clemente, 1998). El problema suele ser la consecuencia o el producto de una determinada condición social; p. ej., la delincuencia es un problema social derivado de la pobreza. Además, a unos determinados valores se corresponden unas determinadas normas sobre las maneras esperadas de pensar, sentir y actuar consideradas así por los grupos mayoritarios (Ros y Gouveia, 2001). Por ejemplo, en nuestros días un valor social consiste en «el bienestar material», y las normas constituirían las estrategias aceptadas o censuradas para su consecución. El origen de los problemas sociales se relaciona con el análisis de las necesidades desde tres perspectivas (Fischer, 1990): — Aproximación funcional-estructural: los problemas surgen cuando se ha roto el consenso social y no se pueden satisfacer las necesidades de las personas. — Aproximación del conflicto: el conflicto de intereses y necesidades es la causa de los problemas, su solución requiere cambios radicales en la estructura social.
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El estudio de los problemas sociales, un reto psicosocial
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— Aproximación neoconservadora: los problemas ocurren por la escasez de recursos, de forma que no todas las personas pueden acceder a los mismos y solventar sus necesidades. Al igual que en las necesidades sociales, en las definiciones de problema social encontramos dos componentes que se repiten con frecuencia: condiciones objetivas y subjetivas (Merton y Nisbet, 1976). Por una parte, se enfatiza la necesaria identificación de las situaciones perjudiciales para amplios sectores de la sociedad y las correspondientes condiciones objetivas que se han de cambiar, y, por otra, el énfasis recae en la percepción de que determinadas situaciones son problemáticas para determinados grupos sociales (López-Cabanas y Chacón, 1999; Rivas, 1997). La definición de Henslin (1990, p. 2) es sencilla pero operativa: «un problema social es algún aspecto de la sociedad (condición objetiva) acerca del cual un amplio número de personas están preocupadas (condición subjetiva)». En esta complementariedad entre lo objetivo y subjetivo también nos deberíamos preguntar cómo los problemas sociales y colectivos llegan a vivenciarse individualmente. Seidman (1983) profundiza en estas cuestiones analizando nuestras características culturales: — Individualismo: esta característica es importante sobre todo en determinados entornos culturales, p. ej., norteamericano. Manifiesta un tipo de ideología centrada en la persona, en la atribución interna de la causalidad y, consecuentemente, en la culpabilización de la víctima. Consiste en la tendencia a responsabilizar a las personas de sus propios problemas, olvidando los antecedentes y los contextos económicos, sociales y políticos, p. ej., el mal funcionamiento de los servicios de urgencias sanitarias es debido al uso incorrecto de los usuarios. Expusimos anteriormente ejemplos relativos a los comportamientos de riesgo para la salud. El sistema, los factores organizativos, de gestión y de planificación están exentos de responsabilidades. — Un único estándar: junto con la responsabilización de las víctimas, nuestras instituciones sociales se esfuerzan en la socialización homogénea de sus miembros. Los sujetos que no estén conformes con las reglas se etiquetarán como «desviados» (Rappaport, 1977).
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El compromiso social — Pragmatismo y racionalidad: observable en la tendencia a priorizar valores tangibles y monetarios, la orientación hacia la oferta y la demanda. A estos factores se añade el hecho de que una sociedad capitalista determina en gran medida unas relaciones sociales basadas en el intercambio. — Generalización desde ejemplos extremos: los medios de comunicación apoyan este reduccionismo cuando nos ofrecen una imagen de la delincuencia basada en los criminales más crueles, y no en los delitos menores, que son los más frecuentes. — Problematización y supraextensión: la aplicación de este principio que transforma las dificultades en problemas ha sido manipulada en la evaluación de los servicios públicos, p. ej., las simplificaciones que se producen desde el análisis de los grupos privilegiados: el sistema educativo público genera fracaso escolar. — Uniformidad de soluciones: la cárcel se convierte en la solución universal para todo tipo de delitos. A menudo, dichas soluciones generan más problemas que soluciones (Illich, 1976; Morgan, 1996).
Por tanto, los valores culturales influyen en nuestra percepción de la realidad social. En este sentido, podemos observar los esfuerzos de los psicólogos por especificar un criterio de referencia y un patrón ideal de lo que significa «la vida correcta», «la adaptación social», «la enfermedad mental». El consejo psicológico refleja los valores personales del consejero. La denominación refleja el juicio de valor del investigador respecto al rasgo. La etiquetación de los fenómenos es una actividad muy humana de la que nos erigimos como profesionales (D. G. Myers, 2005). Los juicios de valor, además de ser objeto de estudio, influyen en la forma en que se abordan. Por ejemplo, frente a un tema como el aborto, el psicólogo social no está tan capacitado para decir si es bueno o malo como para informarnos sobre quiénes lo realizan, por qué, qué consecuencias tiene, etc. El error consiste en definir lo que es «bueno» en términos de lo que es «observable». Por ejemplo, lo que es típico es normal y lo que es normal es bueno. Tendemos a prejuzgar la realidad sobre la base de nuestras expectativas. Debido a que una comunidad de investigadores que trabajan en cual-
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El estudio de los problemas sociales, un reto psicosocial
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quier área a menudo comparte un punto de vista común, sus suposiciones pueden perpetuarse sin más cuestionamientos. Lo que damos por sentado, las creencias compartidas que los psicólogos sociales europeos llaman «representaciones sociales» (Augoustinos y Innes, 1990; Moscovici, 1988), son nuestras convicciones sociales, pero no tienen por qué «representar» toda la «verdad» o «realidad» de un objeto de estudio. En ocasiones, alguien ajeno al área de conocimiento nos llama la atención sobre dichas generalizaciones. Por ejemplo, durante la década de los ochenta, feministas y marxistas denunciaron el conservadurismo político que subyacía en la interpretación biológica de las diferencias de género en la conducta social (Unger, 1985). Gracias a la creciente conciencia de este error entre científicos y filósofos, se nos está desmontando la idea de que la ciencia es objetiva (D. G. Myers, 2005). La ciencia como un conjunto libre de ideas no es compatible con el hecho de querer obtener resultados aplicables a la realidad social, al menos a medio plazo. No podemos hablar de una ciencia totalmente autónoma, ajena a la vigilancia y a la influencia de la sociedad que la soporta. En nuestro análisis histórico observamos que la relevancia de los estudios psicosociales fue uno de los grandes temas de debate durante la crisis de la disciplina de los años setenta. Dicho tema se conecta, según Gómez Jacinto (1996c), con los proyectos de la izquierda política. Como plantea Stryker (1983, p. 21), responder a estos posicionamientos significa «agudizar la sensibilidad hacia las estructuras sociales (riqueza, poder, sexo, edad) que afectan e influyen sobre unas relaciones psicológico-sociales cada vez mejor definidas». En este sentido, para Stryker la psicología social sociológica está mejor preparada para responder al cambio social, ya que considera la interdependencia entre estructura social y persona. Pero este planteamiento parece menos frecuente desde la psicología social psicológica (a pesar de la importancia de nuestros análisis sobre la correspondencia entre las ideas y el comportamiento, p. ej., cuadro 52). La relevancia social: ¿se consigue simplemente cuando las personas dejan de fumar o están más satisfechas con sus trabajos? Los aspectos más radicales de la relevancia social se encontrarían en otra escala y, desde luego, tendrían que contemplar la organización social.
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El compromiso social CUADRO 52
CORRELACIONES ENTRE ACTITUD HACIA LA CONSERVACIÓN DEL MEDIO AMBIENTE Y CONDUCTAS DE APOYO DE DICHA CONSERVACIÓN, SEGÚN WEIGEL Y NEWMAN Conductas aisladas
R C categorizadas R c. general r
Firma contra vertidos petrolíferos al mar
0.41
Firma contra la energía nuclear
Firma Buscar contra la firmas polución de los automóviles
0.36
0.39
0.27
Participar en la limpieza de cunetas
Llevar una persona a la limpieza anterior
0.34
0.22
Escala de manifiestos (0-4)
Escala de recogida de basuras (0-2)
0.50
0.36
Participar en la recogida de material reciclable durante 8 semanas seguidas MEDIA 0.31 Escala de conducta de reciclado (0-8) 0.39
Índice conductual compuesto 0.62
FUENTE: Morales (2000b), p. 148.
Cuando no prestamos atención a los procesos colectivos corremos el riesgo de caer en «la falacia ecológica». La mayoría de nuestros procesos psicosociales trascienden lo individual desde un doble análisis, ya que descansan sobre acciones, prácticas y símbolos sociales y compartidos y dan lugar a productos culturales (Páez, Marques e Insúa, 1996b). Necesitamos aceptar con todas sus consecuencias la entidad del dominio societal y de los fenómenos que integra (p. ej., memoria colectiva, clima organizacional, valores y sistemas culturales). Del mismo modo, Miller-Loessi (1995, pp. 400-401) reconoce que tradicionalmente la psicología social ha intentado establecer relaciones de carácter general entre procesos y ha pasado por alto las relaciones circunscritas a contextos específicos. Recordemos que, en nuestra definición disciplinar, en los últimos años se ha comenzado a mostrar interés por la distinción émico-ético. Lo émico se refiere al examen y análisis de los procesos desde dentro y atendiendo exclusivamente a la cultura. Lo ético consiste en adoptar un enfoque externo en el que es posible y sencillo realizar una comparación entre culturas.
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La respuesta de la psicología social aplicada
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La distinción émico-ético cuestiona la interacción entre los valores del contexto en que se realiza la aplicación y la actividad científica. Si la aplicación psicosocial debe respetar las normas, creencias y similares del marco de aplicación, no puede convertirse en un mero instrumento para grupos o élites. El psicólogo social debe aportar su visión comprometida y enriquecerlos de manera operativa (Torregrosa, 1996b). Casas (1990, 1996a) propone como una característica fundamental de la política social de los estados democráticos su sensibilidad a los intereses de diferentes grupos sociales. En este sentido, la definición de problema social no se puede constreñir al criterio de las élites y de las autoridades pertinentes, sino a la interpretación de los ciudadanos que lo sufren. Así, el principio de «satisfacción de las necesidades manifestadas por los individuos de la comunidad» gracias a las actuaciones públicas pasa a tener una vital importancia (D. Campbell, Converse y Rodgers, 1976). Satisfacción que enlaza directamente con las contribuciones de la psicología social al estudio de la calidad de vida (Cheng, Chan y Phillips, 2004; Proctor, 1991). La psicología social aplicada consistirá, según Oskamp (1984, p. 12), en «el resultado de las aplicaciones de los métodos, teorías, principios o hallazgos de investigación a la solución de los problemas sociales».
5.3. La respuesta de la psicología social aplicada Como plantean Morales y Huici (2003), no es posible estudiar la psicología social sin considerar su dimensión aplicada. Como científicos sociales no es posible mantenernos al margen de una sociedad en la que encontramos desempleo, terrorismo, racismo, la deshumanización de la asistencia sanitaria, etc. A los problemas de siempre se suman nuevas necesidades y una nueva conciencia (Sadava y McCrear, 1997; Salmon, Park y Wrigley, 2003). En la aplicación de nuestros estudios sobre la comunicación, las relaciones intergrupales, las actitudes, la persuasión, etc., encontramos nuevas situaciones a las que extender nuestros conocimientos (Torregrosa, 1996a). La distinción entre psicología social básica y aplicada se sitúa en un continuo en el que el conocimiento de la realidad, partiendo de un mode-
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El compromiso social
lo teórico, se replantea en la medida en que es útil. La aplicación no consiste en el desarrollo de una tecnología manipulable (Morales, 1992). En este sentido, Blanco y Corte (1996) entienden la psicología social aplicada como «la manera de aproximarse a la realidad de las diversas vertientes y manifestaciones del comportamiento humano». Se caracteriza por — El empleo de teorías y metodología psicosocial. — La consideración de los temas de la vida cotidiana que son de interés social. — La contrastación de hipótesis planteadas en situaciones de la vida real. — La perspectiva interdisciplinar. La clásica distinción entre lo básico y lo aplicado ha sido analizada a través de cuatro dimensiones: fines, propósitos, metodología, contexto e investigador (Blanco, 1985, pp. 22-24; cuadro 53). Autores contemporáneos como Bickman (1981) siguen manteniendo la utilidad de la distinción para evitar la confusión disciplinar y porque las diferencias encontradas constituyen la expresión de los valores e intereses del propio investigador. Sin embargo, esta postura no se corresponde ni con nuestro criterio ni con el de diversos autores que reivindican la complementariedad y la inexistencia de grandes diferencias (T. Ibáñez e Íñiguez, 1996; Stephenson, 1990; Torregrosa, 1996a). El debate sobre las diferentes formas de entender la aplicación en nuestra disciplina sigue vigente. Stephenson (1990) distingue tres modelos: — Ingeniería social: la aplicación se centra en el asesoramiento de los grupos, organizaciones e instituciones, sin cuestionar sus objetivos. — Contraste de la teoría: se pretende evaluar la validez de una teoría. Las aplicaciones constituyen un instrumento de revisión teórica y el «mundo real» se define como una extensión del laboratorio. — Problematizador social: la psicología aporta un conocimiento propio a los problemas sociales y sus posibles soluciones. En nuestra opinión, es el modelo que interesa especialmente por su relevancia social y por su contribución histórica al desarrollo teórico y metodológico de nuestra disciplina.
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La respuesta de la psicología social aplicada
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CUADRO 53
DISTINCIÓN ENTRE LA PSICOLOGÍA SOCIAL BÁSICA Y LA PSICOLOGÍA SOCIAL APLICADA Psicología
Básica
Aplicada
Fines y propósitos
Conocimiento, búsqueda de relaciones y causas, principios de explicación universales
Búsqueda de relaciones significativas en la práctica, predecir efectos a largo plazo
Metodología
Validez interna Constructo de causa Único nivel de análisis Único método Método experimental Alta precisión Método conductual
Validez externa Constructo de efecto Diferentes niveles de análisis Múltiples métodos Método casi experimental Baja precisión Autoinforme
Contexto
Universidad Laboratorio No preocupación por el tiempo Corta duración Iniciativa propia Poca conciencia de costos Flexible Estable Unidisciplinaria Autónoma
Calle, industria Campo Tiempo real Larga duración Cliente, patrocinador Alta conciencia de costos Poco flexible Poco estable Multidisciplinaria Dependiente
Investigador
Especialista Trabaja en solitario Orientación por los colegas Compensación media Alto prestigio Evaluación por medio de publica ciones Habilidades sociales medias
Técnico general Trabajo en equipo Orientación por los clientes Alta compensación Prestigio medio Evaluación por la experiencia Habilidades sociales medias
FUENTE: Blanco (1985), pp. 22-24.
Como resumen Blanco y Corte (1996, p. 14): «la comprensión de un problema no es sino el primer paso para su solución. Sin embargo, abrió a los psicólogos sociales a nuevas áreas de investigación». Y además, permite una mejor y mayor integración de las esferas de creación de nuestro conocimiento: teoría, método y aplicaciones que hemos estudiado en epígrafes anteriores. Los resultados de la aplicación nos permiten validar los conocimientos psicosociales en contextos reales, contribuyendo a per-
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El compromiso social
feccionar nuestros propios análisis teóricos y empíricos básicos (Stephenson, 1990). Los términos bienestar y calidad de vida son las utopías de esta intervención. Pensadores sociales de la talla de Saint-Simon, Comte, Tocqueville, Marx, Durkheim, Tönnies, etc., elaboraron teorías de largo alcance con el objetivo de que sirvieran de instrumentos de liberación y emancipación de determinadas condiciones sociales, políticas y económicas que eran, a su juicio, negativas para la salud física, psicológica y hasta moral de las personas (Ovejero, 1998, Torregrosa, 1996a). La posibilidad de solucionar los problemas sociales y resolver las necesidades sociales de manera científica se empieza a contemplar a finales del siglo XIX. La psicología social aplicada se ha desarrollado desde los orígenes de nuestra disciplina, pero ha prosperado más en épocas de crisis, ya que es cuando se percibe como más urgente la solución de problemas sociales. Morales (1984) destaca varias etapas: 1. Etapa 1908 a 1930. En las primeras inquietudes aplicadas predomina un enfoque interpretativo, consistente en transcribir los problemas sociales en términos psicosociales. Factores como la inmigración europea y el traslado urbano de la población rural fueron dos fenómenos sociales que dieron que pensar a la sociedad norteamericana. Las diferencias de clase social, la psicología política y la propaganda, etc., son algunas de las cuestiones que se abordarían en los manuales de la época como el de Katz y Schanck (1938). En un primer momento, las ideas reformistas y las soluciones procedían de las personas de clase media, sensibles a la problemática social, a la ideología científica y al pensamiento humanista. Si la ciencia podía aportar su conocimiento sobre los misterios del universo, también sería capaz de «iluminar» las cuestiones sociales. Como plantea Clemente (ed., 1992), la génesis de la psicología social aplicada se encuentra en el propio origen de la psicología científica. De hecho, los discípulos del Laboratorio de Leipzig, Walter Dill Scott (1911) y Hugo Münsterberg (1912), difundieron en Estados Unidos la idea de una psicología útil para las actividades empresariales; el primero de ellos, en el Medio Oeste de los Estados Unidos, y Münsterberg, en Harvard.
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La respuesta de la psicología social aplicada
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También Mead y Lewin reclamaron la aplicación de la ciencia y de sus presupuestos a la solución de problemas sociales. Blanco y Corte (1996) consideran a estos autores herederos de la tradición ilustrada que buscaba una solución racional a los problemas sociales y confiaba en la razón y en el conocimiento científico como instrumento de progreso social. Sus propias vivencias personales influyeron en sus trayectorias vitales, p. ej., la persecuciones raciales en Lewin, o invasiones y matanzas en el caso de Sherif. Otros autores como Aronson, Festigner Heider y Zimbardo aportaban en sus aplicaciones su formación interdisciplinar (p. ej., Festinger y Bem empezaron a estudiar ciencias físicas y Heider era filósofo). Todos compartían su interés y sensibilidad hacia los problemas de su época. Será en la primera guerra mundial cuando se demande explícitamente la intervención de la American Psychological Association, con el fin de facilitar las tareas de reclutamiento militar. Para ello, se desarrolló el Army Alfa, que en realidad era una adaptación de las escalas de Binet a adultos, con la peculiaridad de que su aplicación era colectiva. Entre 1916 y 1918 se publicó el Army Beta por el «Comité de Clasificación del Personal», realizándose tareas de evaluación, selección y adiestramiento de personal con la participación de Scott. La administración de ambos cuestionarios fue censurada por su falta de eficiencia, de predicción y su utilidad cercana a los círculos de poder, por ejemplo, por parte de los empresarios (J. M. Peiró, 1984). En la década de los veinte se desarrollan, también, los estudios pioneros sobre la influencia de los factores humanos en la organización laboral, tales como el estilo de liderazgo y la importancia de las normas de grupo en la Western Electric Company de Hawthorn (Mayo, 1993). Los trabajos de estos primeros años se reflejaron en publicaciones e instituciones científicas como el Journal of Applied Psychology (1917), el Bureau of Applied Psychology en el Carnegie Institute of Techonology de Bingham (1915) y el Instituto de Investigación Laboral de Minnesota, dirigido por Paterson. Pero, de nuevo, desde esta perspectiva, las aplicaciones se producían bajo las consignas directivas (Korman, 1971). La trayectoria europea es similar (Clemente, ed., 1992). En Alemania, diversos psicólogos se centraron en la actividad laboral e industrial. Stern fue una de sus figuras más notables, ya que fundó el Instituto de Psicología
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El compromiso social
Aplicada y la revista del mismo nombre. La segunda guerra mundial y el movimiento nazi acabaron con estos esfuerzos. En Gran Bretaña, la disciplina aplicada prosperó también a partir de la psicología industrial. Galton fue uno de sus exponentes. El Health of Munition’s Workers Committee, que tenía como objetivos el estudio de la productividad y de la fatiga, constituye un ejemplo de estos desarrollos (J. M. Peiró, 1984). Esta línea de investigación se enriquece considerablemente con los trabajos de Myers (1926), Vernon (1924; trad., 1979) y Wyatt y Fraser (1928), consolidando la actual base de la psicología del trabajo y de las organizaciones. La psicología social aplicada se inicia en España en las Oficinas e Institutos de Investigación de Psicotecnia, que derivarían en el Instituto de Orientación Profesional (creado en Barcelona en 1917), dirigido por Emilio Mira y López. Dicho profesional fue reconocido internacionalmente por su trabajo dentro de la psicotecnia y la psicometría. Posteriormente, en Madrid se constituiría, a cargo de José Germain, el Instituto Nacional de Psicotecnia. Pese al freno que supuso la Guerra Civil, el desarrollo experimental de la disciplina llevaría a la creación de un Departamento específico dentro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (1948) y al origen de la «decana» de las revistas españolas: Revista de Psicología General y Aplicada (1946). En 1952 se funda la Sociedad Española de Psicología, con un carácter científico y profesional. Esta Sociedad se integró desde sus comienzos en la Unión Internacional de Psicología Científica. La investigación experimental de los temas de psicología social aplicada se iniciará cuando en Estados Unidos, Inglaterra y Francia se mida la influencia de la presencia de los demás en el comportamiento. El estudio realizado por Norman Triplett sobre el mayor rendimiento de los deportistas (nadadores y ciclistas) en presencia de competidores que en situaciones de entrenamiento se ha citado en numerosas ocasiones como el primer estudio de psicología social (G. W. Allport, 1954). Dicho trabajo se caracterizó (de nuevo) por la polémica, ya que sus conclusiones contradecían los resultados obtenidos en otros estudios. Por ejemplo, la observación de que la gente que realizaba trabajos colectivos sencillos (p. ej., estirar conjuntamente una cuerda, empujar una carreta) se esforzaba menos que cuando trabajaba sola. Lo interesante de ambas perspectivas es que constituyen estudios pioneros sobre cómo estudiar la influencia de los demás. Trabajos sobre la comu-
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nicación no verbal, la sugestionabilidad o el papel de los experimentadores en sus estudios (Haines y Vaughan, 1979) completarían esta perspectiva. 2. Etapa entre 1930 y 1950. La psicología social genera un importante volumen de aplicaciones. La crisis bursátil de 1929, la segunda guerra mundial y los problemas que conllevaron (p. ej., desempleo, pobreza), inspiraron a muchos psicólogos sociales (Morales, 1984). En 1936 se funda la Society for the Psychological Study of Social Issues. Clemente (ed., 1992, p. 28) expone que «esta sociedad tuvo tal importancia, en sus primeros momentos, que llegó a tener entre sus filas al noventa por ciento de los psicólogos sociales norteamericanos, emprendiendo la labor de editar una serie de libros sobre tópicos de importancia dentro del campo de la psicología social, pero con carácter socialmente relevante». Tras la segunda guerra mundial, observamos que los tópicos de interés se diversifican a cuestiones tales como la guerra psicológica, el conflicto y las relaciones internacionales, la moral, la propaganda, etc. Con la democracia liberal norteamericana, las investigaciones de los psicólogos sociales evolucionaron a un planteamiento individualista, en el que la educación se convertía en la panacea del cambio social. Hasta los años sesenta, la disciplina ignorará las estrategias colectivas para el cambio social y se centrará básicamente en el cambio de actitudes (Pozo, 2000). Como autodefensa frente al excesivo activismo, se reivindicó la necesidad de desarrollar modelos teóricos integradores y se retomó el laboratorio como lugar de trabajo idóneo para la psicología (Guthrie, 1946; Korman, 1971; Reich, 1981; y Stouffer et al., 1949). La publicación del Journal of Experimental Social Psychology y la constitución de la Society for Experimental Social Psychology contribuyeron al afianzamiento de la línea experimental y del trabajo de revisión crítica (Guthrie, 1946). Pero el predominio del enfoque cognitivo y la vuelta al laboratorio restarían vigor a la relevancia social de la disciplina (M. B. Smith, 1983). 3. Etapa de los años sesenta y setenta. La crisis económica norteamericana afianzó las áreas de intervención de la psicología social, p. ej.: psicología ambiental, jurídica, de la salud. La sociedad estaba más interesada en los aspectos prácticos de la investigación, y se dedicaron fondos a este fin. Tras nuestra crisis epistemológica, la recuperación de la relevancia supuso
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el comienzo de la aplicación de los hallazgos de laboratorio. El interés derivó del campo aplicado a las aplicaciones en sí mismas (Joshi y Marchand, 1984; Rodin, 1985). Este impulso se reflejó en el crecimiento exponencial de la publicación de manuales y revistas con carácter aplicado (p. ej., Journal of Applied Social Psychology, Applied Social Psychology Annual Series, Law and Human Behavior, Evaluation Quarterly, etc.). Los primeros textos en que aparece la denominación expresa de «psicología social aplicada» son los de Deutsch (1968) y Hornstein (1968), pero el primer libro escrito específicamente con la idea de desarrollar un manual comprensivo y apto para la enseñanza fue redactado por Oskamp (1984). Al mismo tiempo, estas obras transmiten el declive del empirismo y la revisión del perfil profesional del psicólogo. G. A. Miller (1969) sitúa el objetivo de la psicología en la promoción del bienestar humano. Sus profesionales tienen una responsabilidad social en esta consecución. 4. Etapa actual. Son muchas las áreas de aplicación en las que se ha centrado la psicología social: ambiental, jurídica, política, educativa, organizacional, consumo, etc. La salud es un ámbito especialmente desarrollado, si atendemos a diversos indicadores: — La incipiente proyección internacional de la psicología española, el factor de impacto y la calidad de sus publicaciones (BuelaCasal, 2001, 2002, 2003; Buela-Casal, Carretero y SantosRoig, 2002). — El volumen de artículos publicados entre 1985-1995 en el Journal of Applied Social Psychology (Blanco y Corte, 1996). Sus logros han sido considerables (Álvaro y Garrido, 2003; Sadava y McCrear, 1997; Semin y Fiedler, 1996; Ovejero, 1998). Semin y Fiedler (1996) organizan dichas aportaciones en función de las unidades de intervención: • Las conductas concretas, tales como las conductas de salud y toma de decisiones. • Las instituciones sociales, como los sistemas jurídicos, políticos, laborales, sanitarios, etc. • Las cuestiones sociales sobre la violencia, la agresión, la discriminación, la inmigración y problemas similares.
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Por tanto, y de acuerdo con Rodin (1985), podemos concluir que la psicología social aplicada surge y se desarrolla como resultado de la confluencia de varios factores: — La insatisfacción de los propios psicólogos sociales con los métodos tradicionales de laboratorio por su artificialidad, inestabilidad de los hallazgos e irrelevancia a pesar de su coste y sofisticación (p. ej., críticas de McGuire, 1973). — El reconocimiento de la influencia de los factores históricos, culturales, sociales en nuestro objeto de estudio. Ejemplo: la historia puede cambiar el significado de los experimentos (K. Gergen, 1973), y el laboratorio y determinadas teorías como la del intercambio y el altruismo están influidas por la ideología capitalista occidental, careciendo de interés en otros contextos (Moscovici, 1972). — El surgimiento de cursos de acción y de opinión alternativos. Por ejemplo, McGuire (1967, 1973), así como Schlenker (1974), defendían la necesidad de crear una serie de principios generales y una investigación dirigida hacia la acción socialmente relevante en ambientes naturales y a partir de métodos correlacionales. Esta posición crítica define también el lugar que ocupa la psicología social aplicada dentro de la disciplina: — La aplicación surge de la investigación básica. La base de conocimientos del psicólogo social aplicado se obtiene directamente del psicólogo social básico. — La psicología social aplicada es una especie de «aspirante» a su disciplina psicosocial. No obstante, de momento no alcanza su grado ni de sofisticación ni de claridad teórica. — La psicología social aplicada se puede entender como un conjunto específico de conocimientos, con sus propias conceptualizaciones, investigaciones, revistas, etc. — Sin pretender crear una ingeniería de las ciencias humanas, la psicología social puede y debe orientarse hacia la aplicación del conocimiento válido. Uno de los temas centrales se encuentra en la relación entre el interventor social, como agente de cambio, y su cliente (grupos, colectivos, comunidades).
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El proceso definitorio de la psicología social aplicada al estudio de las necesidades sociales presenta diferentes «arcos de referencia». Subyacente a las distintas conceptualizaciones del problema social, encontramos una manera de entender sus causas, responsabilidades y soluciones. Clemente (1998) reflexiona sobre dichos modelos: — El estudio de la patología social se basa en la analogía de lo orgánico y de la biología p. ej., «el largo brazo de la ley». Los problemas sociales surgen cuando un «órgano» no cumple adecuadamente su función o interfiere en el funcionamiento de otro (p. ej., delincuencia, pobreza, radicalismo, etc.). Las cualidades sociales deseables son vistas como «saludables», mientras que las personas o situaciones desviadas son percibidas como «enfermas». Generalmente, la causa de esta desviación se encuentra en la socialización. La solución puede variar desde la eugenesia a la educación, según la moralidad de la clase media. — El interaccionismo simbólico ha sido uno de los representantes más importantes de la desorganización social, como marco de análisis de los problemas sociales. La expansión progresiva de los problemas derivados de la industrialización, urbanización y migración restó credibilidad al marco de referencia anterior. De este modelo se valoró la importancia de las explicaciones globales, que, al librarse de declaraciones subjetivas, conformaría el «enfoque estructural funcionalista». Cooley con el estudio de los grupos primarios y secundarios, Znaniecki con el análisis de los movimientos migratorios (campesinos polacos) y Ogburn con su concepto de «laguna cultural» son exponentes de este movimiento. Todos coinciden en explicar la desorganización social como una muestra de la falta de ajuste entre las partes de un sistema. Se trata de un fallo en las reglas, de un conflicto entre ellas o de una ruptura social (si existen las reglas, pero la conformidad con las mismas no produce las recompensas esperadas). La solución supone volver a un punto de equilibrio, ya sea el mismo o diferente al anterior. — Los estudios sobre la estructura social de la universidades de Harvard y de Chicago otorgaron protagonismo a un nuevo objeto de estudio que podemos catalogar como de conducta desviada. El comportamiento desviado se relaciona con las condiciones estruc-
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turales y organizacionales de la sociedad, así como con el grado de desarrollo social que posee una comunidad determinada. Durkheim fue un antecedente muy importante de esta corriente. Entre sus aportaciones más relevantes se encuentran sus tipologías sociales, p. ej., sobre el suicidio, que son descripciones y clasificaciones de formas, fenómenos e instituciones sociales. La comprensión de que el ser social es más rico, duradero y complejo que el ser individual y, por tanto, más importante constituye en su teoría un desafío al que deben responder las disciplinas sociales. El método comparativo y la experimentación son sistemas para confrontar las hipotéticas relaciones que establecemos sobre los fenómenos sociales con lo que ocurre en la realidad. Los problemas sociales reflejan contradicciones con respecto a expectativas normativas. Las conductas y situaciones que se alejan de las normas se consideran como desviadas. Las condiciones en que se producen los problemas sociales tienen que ver con oportunidades defectuosas para aprender las formas tradicionales y favorables para aprender las formas desviadas. La solución implicaría la «resocialización», incrementando el contacto y el refuerzo con los grupos primarios no desviados. Del mismo modo, si se incrementan las oportunidades legítimas, la conducta socialmente problemática remitirá. — La teoría del etiquetado social. Se trata de una orientación subjetiva que retoma el planteamiento de que un problema social se define por lo subjetivo, es decir, por la percepción de la existencia para las personas de una serie de condiciones problemáticas, tengan o no una base real. La teoría de la etiqueta se va a centrar más en los procesos que en la estructura, en lo subjetivo que en lo objetivo, en las reacciones más que en las causas de la desviación y, especialmente, en el estudio de las reglas sociales y las prácticas que las refuerzan, frente a los aspectos diagnósticos del problema (p. ej., determinación de la magnitud de hogares rotos, la anomia, los desórdenes mentales, la clase social, etc.). Mead (artífice del interaccionismo simbólico) y Schultz (estudio de las tipificaciones individuales y sociales) son dos de los máximos representantes de este enfoque. La solución de los problemas sociales supone un cambio de la definición de la situación (promoviendo soluciones más tolerantes).
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El compromiso social — La orientación del conflicto de valores. Desde este planteamiento, el desequilibrio y la desigualdad son procesos normales dentro de la sociedad. Marx describió la historia en términos de confrontaciones entre clases, Simmel analizó el conflicto como una forma de interacción social. Los problemas sociales suponen condiciones sociales incompatibles con los valores de algunos de los grupos de la sociedad. La causa de los problemas tiene que ver con la existencia de diferentes intereses sociales. El conflicto suele ser costoso e implica el sacrificio de una serie de valores, pero también es positivo, ya que ayuda a clarificar los ideales y posiciones de cada grupo social. El consenso, la negociación o la autoridad del grupo más poderoso generan los tipos de solución más frecuentes. — Dado el desarrollo y complejidad de las organizaciones, la burocratización es un fenómeno cotidiano de nuestras vidas. Weber es la figura más representativa del estudio de la organización como burocracia. Uno de los principales rasgos de la organización burocrática es su racionalidad, el ejercicio del control basado en el conocimiento (competencia técnica) y la formalización (con el consiguiente factor de despersonalización). Para este autor el origen del sistema burocrático se encuentra en la aparición del sistema capitalista, la economía monetaria, la revolución industrial y, sobre todo, la ética protestante. Se trata de un sistema de control basado en reglas sobre la estructura y proceso organizacional. La sociología es para Weber la ciencia que pretende entender la acción social, interpretándola para explicar causalmente su desarrollo y sus efectos. En cuanto a acción, se entiende que es una conducta humana dotada por el sujeto de significado. El significado es algo subjetivo, y, por eso, la sociología no puede ser una ciencia dogmática. A pesar de lo criticable del modelo, el estudio de la burocracia también ha puesto de manifiesto la necesidad de considerar los aspectos estructurales de las organizaciones que no son reductibles a la consideración del factor humano. Desde esta perspectiva, la burocratización implica una manera de funcionar basada en la separación de los elementos emocionales de los racionales, en unas formas de aplicación del poder y de ejercer el liderazgo.
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La elección de un marco de referencia implica una opción ideológica (Clemente, 1998). Las selecciones de estos marcos por parte de los investigadores refleja más la propia manera de pensar que aspectos científicos. El estudio de los problemas sociales se integra en una postura epistemológica en la que también intervienen los paradigmas de adscripción. Así, la continuidad lógica del investigador que enfoca los problemas sociales desde el marco referencial de la patología social es el psicoanálisis. Si el enfoque es el de la desintegración social, las perspectivas funcionalistas son más adecuadas (p. ej., referencia a cuestiones sobre el poder, los roles, el reparto de autoridad y de estatus). Los marcos de referencia del conflicto de valores y de la etiqueta social se adscribirían mejor a las orientaciones cognitivas, en las que el aspecto perceptivo es el fundamental. El modelo de desviación social enlaza con las teorías de aprendizaje social, y el marco organizacional, con las teorías grupales y, en gran medida, con las perspectivas funcionalistas. Lógicamente, de estos modelos de análisis se infiere un patrón de soluciones e intervenciones sociales que requieren una adecuada contextualización.
5.4. La psicología social aplicada a la intervención psicosocial Hemos analizado anteriormente cómo los problemas y las necesidades sociales se configuran en contextos sociales caracterizados por el conflicto de intereses. En cierto modo, estos conflictos pueden interpretarse en clave de distribución desigual, real o percibida, de poder (Torregrosa, 1991). Por tanto, es necesario un enfoque crítico que explique e intervenga en estas situaciones, haciendo hincapié en las contradicciones de la propia sociedad, y no sólo como hechos que incumben a individuos aislados (Ovejero, 1998). Ante este panorama, resulta necesaria una psicología social que esté interesada por los problemas sociales, no tanto en su sentido tecnológico como en la vocación de ayudar a la gente a desarrollarse y a construir un entorno más justo y equilibrado (M. B. Smith, 1983). Para autores como Martín Baró, no era concebible una psicología social alejada de los problemas de marginación, pobreza e injusticia (Pozo, 2000). Ni tampoco invo-
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El compromiso social
car a la justicia supone olvidar las desigualdades que sufrimos en nuestro propio entorno inmediato (Dixon y Wetherell, 2004). La psicología social es una disciplina eminentemente práctica y comprometida (Blanco, 1998). El planteamiento de la psicología comunitaria avala esta tendencia y esta necesidad. La actuación psicosocial no se puede limitar a la toma de conciencia, sino que, como hemos analizado en marcos teóricos como el empowerment, interesa especialmente que las personas se comprometan e impliquen en los procesos de transformación social (Buelga, 2001). En la empresa de transformar la realidad, la intervención parte del guión de un cambio social: «la intervención social se refiere a una alteración, planificada o no, e intencionada o no, de relaciones intrasocietales, que tienen un impacto en la calidad de vida de la sociedad» (Seidman, ed., 1983, p. 12). La intervención psicosocial se puede considerar como la actividad básica de la psicología social cuando se plantea como fin el desarrollo comunitario (Bueno Abad y Rosser, 2002). Según Cuevas (1996), la psicología cuyo eje es la comunidad y el reconocimiento explícito de la intervención social como instrumento de cambio se fraguó a partir de dos hechos complementarios: — El primero es de índole política: durante los años sesenta, Estados Unidos se caracterizó por sus conflictos, crisis sociales y la conciencia ciudadana de los mismos. Numerosos estudios evidenciaron la relación entre clase social y enfermedad mental y la precariedad en la que se encontraban dichos enfermos. El presidente Kennedy, en 1963, defendió la prevención y el tratamiento de la enfermedad como una responsabilidad social y comunitaria, poniéndose en funcionamiento los centros de salud mental comunitaria (recuérdese en nuestro marco histórico el embrión y foco de la actual psicología comunitaria). — El segundo hecho consistió en la insatisfacción de los propios profesionales de la salud mental con el modelo de intervención imperante: clínico e individualizado en una relación pasiva. La constitución formal de esta psicología comunitaria data de 1965, en Swampscott (Boston), en una conferencia en la que se reúnen los profesionales de la salud mental comunitaria para tratar los problemas vigentes y buscar alternativas (Rappaport, 1977).
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La psicología social aplicada a la intervención psicosocial
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Cowen, en 1973, fue uno de los autores pioneros que en sus artículos definió de una manera operativa el concepto de intervención social: «acción permanente de tipo preventivo». Cuatro años después, J. G. Kelly, Snowden y Muñoz (1977) ampliaron dicha definición con el objetivo interventor de «promover el bienestar de los demás». Ya no se trataba de evitar conflictos, sino de capacitar a la comunidad para que dirigiera y organizara su futuro. En 1980 Bloom completaría este enfoque: «la intervención supone cualquier actuación o planificación, tanto preventiva como restauradora, que intenta tener un impacto sobre el bienestar psicológico de una determinada población». Los servicios sociales deberán responder operativamente a estos principios para cumplir su fin promotor (León y Jarana, 1998): — Racionalización: han de partir del análisis de necesidades sociales. — Participación: deben considerar la voluntad de los que reciben los servicios. — Coordinación: contemplarán los programas y recursos comunitarios que, directa o indirectamente, se relacionan con el objeto de intervención. Gracias a estas revisiones conceptuales, la intervención psicosocial se consolida como una herramienta imprescindible del desarrollo comunitario durante la década de los ochenta. Destacamos las características de esta consolidación dentro de la psicología social (Bloom, 1980): — El reconocimiento de la capacidad de autogestión de la comunidad. — Una mayor vinculación entre el conocimiento empírico y el experimental. — La búsqueda de modelos conceptuales que integren la complejidad de la realidad social y evalúen adecuadamente la eficacia de nuestra actuación. Estas inquietudes continuaron en la década de los noventa. Los trabajos sobre evaluación de programas de intervención de Gesten y Jason (1987) ilustran los logros de la psicología comunitaria. Esta contribución se entiende mejor cuando analizamos cómo uno de los principios básicos de la psicología comunitaria es la autogestión (M. Montero, 1994c, 1994d). La
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acción comunitaria se dirige a que los individuos y las comunidades determinen sus metas futuras y planifiquen y estructuren la conducta con relación a ellas, es decir, sean agentes activos de su transformación (Angelique y Culley, 2003). La intervención psicosocial actual aúna objetivos individuales y grupales. La actuación en redes sociales (familia, escuela, grupos de amigos, asociaciones, comunidades de vecinos y grupos de trabajo) y la participación de los individuos implican que el cambio grupal es un aprendizaje que facilita el cambio personal (Cava y Musitu, 2000; White, Kratochwill, 2005). «El desarrollo de las potencialidades de los sujetos de cara a solucionar los problemas que les aquejan, en situaciones concretas, no se detiene en el plano individual, sino que debe incidir también en la estructura social, raíz muchas veces de las problemáticas personales. Por tanto, desde un enfoque interdisciplinario de los asuntos de la comunidad se reconoce la existencia de diferentes niveles de análisis, cada uno de los cuales da lugar a distintos modos de actuación, fundamentados igualmente en distintas propuestas teóricas de alcance medio, cuya estructura conceptual debe permitir su integración en modelos más amplios y complejos, como, por ejemplo, la teoría general de sistemas o el modelo ecológico transaccional de Seidman, con el fin de que queden explicitadas las relaciones existentes entre los distintos niveles de análisis de la realidad social» (León y Jarana, 1998, p. 356). Si, como mencionábamos en el epígrafe conceptual, el enfoque propio de la psicología social es la interacción, la intervención psicosocial se basará en introducir cambios en las relaciones entre los individuos y entre éstos y las organizaciones sociales en las que se integran. Seidman (1983) aplica los conocimientos propios de la psicología social a los siguientes objetivos interventores: — Modificar los «microsistemas» o, lo que es lo mismo, el «patrón de actividades, roles y relaciones interpersonales experienciados por una persona en evolución dentro de un ambiente dado». — Promover cambios en los contextos de alto riesgo (p. ej., barriadas marginales, marco laboral, etc.) y en los de socialización (p. ej., familia, escuela, etc.) o, lo que es igual, en los sistemas receptores de las políticas y de los programas sociales.
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Desde estos principios, se reivindica la responsabilidad de la psicología social aplicada en el cambio comunitario, frente a los modelos anteriores. Las características que diferencian su intervención de otros profesionales serían: — El destinatario de la intervención se sitúa en la comunidad y en su interacción ecológica con el entorno. — El tipo de cambio que se busca se desarrolla a través de las estructuras y de los procesos sociales. — El ámbito de aplicación cubre un espectro muy amplio en el que la salud y la educación son dos pilares sociales. — El estilo es fundamentalmente participativo y cuenta con los recursos de la comunidad. En definitiva, «la intervención social se centra en problemas o cuestiones sociales que se dan en el seno de sistemas o procesos sociales complejos, multifacéticos y dinámicos, partiendo de un estado inicial dado e intentando alcanzar un estado o estructura final definida por unos objetivos que incluyen la resolución de los problemas y/o el desarrollo del sistema social (y, a través de él, de los individuos que lo conforman), aplicando de manera integrada estrategias y técnicas interventivas múltiples a varios niveles, desde un estilo activo de prestación de servicios y con criterios organizativos, centrados en la atención integral de la persona. El resultado inmediato de la intervención es el cambio social; el mediato o último es el cambio personal» (Sánchez Vidal, 1989, pp. 174-175). Estas diferencias se plasman en un proceso en el que el interventor ha de considerar las siguientes fases (Gómez Jacinto y Canto, 1996): — Evaluación inicial: implica realizar una valoración de las necesidades y recursos de la comunidad. — Diseño y organización del programa interventor: a partir de la evaluación inicial se explicitan los objetivos de la intervención y se diseñan las actuaciones y los recursos necesarios (financieros, personal cualificado, etc.) para conseguir los fines propuestos. — Evaluación de la intervención: supone retomar los objetivos planteados, analizar su cumplimiento y valorar el desarrollo del programa.
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El compromiso social — Diseminación de programas: se refiere a la difusión de los resultados del programa y sopesar sus posibilidades de generalización a otros entornos organizacionales y sociales similares.
Por tanto, la intervención social supone organizar un programa de cambio a partir de los conocimientos teóricos y metodológicos de las ciencias sociales. Estos conocimientos y los objetivos que se proponen se encuentran tamizados por la escala de valores y por la ideología dominante en un determinado contexto (Pozo, 2000). Enjuiciar estas actuaciones implica valorar dos cuestiones: por un lado, el establecimiento del mérito de las decisiones políticas iniciales y de su puesta en marcha, y, por otro, el valor de las predicciones emanadas de la teoría base y la constatación de los resultados anteriores. No es posible establecer una buena intervención sin contar con su cuidadosa evaluación (J. M. Hernández, 1990). Las limitaciones del impacto y de la generalización de las intervenciones nos obligan a plantear objetivos realistas e intervenciones adecuadas a las metas (Páez, Marques e Insúa, 1996a). El ejemplo de los programas sobre salud pública (p. ej., educación preventiva, desarrollo de recursos comunitarios, mejora de la atención sanitaria, etc.) resalta la importancia de una evaluación eficaz en tres niveles: evaluación de necesidades sociales, evaluación de implementación de los programas de desarrollo sociocomunitario y evaluación de la eficacia de los programas (Páez, Marques e Insúa, 1996b; Páez, coord., 2003). La intervención psicosocial, si pretende ser útil, además de hacerlo bien, debe trabajar interdisciplinarmente y no olvidar su compromiso social (A. Martín, 1992; San Juan, 1996).
5.4.1. Fines de la intervención psicosocial La intervención se justifica tanto en una sociedad en desequilibrio (solución de problemas) como en una sociedad en desarrollo (fomentando la calidad de vida). La calidad de vida se entiende como la satisfacción personal y colectiva con las condiciones objetivas en las que transcurre nuestra vida y la de las categorías sociales en las que nos integramos, y que va más allá de la mera consideración de indicadores económicos (nivel de renta, posesión de bienes de consumo, etc.), incluyendo otros, tales como el índice de escolarización, disponibilidad de zonas de esparcimiento,
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accesibilidad a los servicios de salud, etc., que hacen referencia fundamentalmente a la consideración del sujeto como una persona, y no sólo como un consumidor de bienes (Blanco, 1985) (cuadro 54). Así, la calidad de vida es un concepto inclusivo que abarca aspectos tan diversos como «la salud, el matrimonio, la familia, el trabajo, la vivienda, la situación financiera, las oportunidades educativas, la autoestima, la creatividad, la competencia, el sentido de pertenecer a ciertas instituciones y la confianza en otros» (Levi, 1982, pp. 6-7). La propia Organización Mundial de Salud (1993) reconoce la interacción entre lo subjetivo y lo objetivo de la definición (Szalai y Andrews, eds., 1980): «la calidad de vida consiste en la percepción que un individuo tiene de su lugar en la existencia, en el contexto de la cultura y del sistema de valores en los que vive y en relación con sus objetivos, sus expectativas, sus normas y sus inquietudes. Se trata de un concepto muy amplio que está influenciado de modo complejo por la salud física del sujeto, su estado psicológico, su nivel de independencia, sus relaciones sociales, así como su relación con los elementos esenciales de su entorno». CUADRO 54
FASES HACIA LA CALIDAD DE VIDA CALIDAD DE VIDA Grado de satisfacción general Grado de satisfacción con cada uno de los aspectos de la vida VARIABLES SUBJETIVAS
Evaluación / valoración de esas propiedades Propiedades y características subjetivas percibidas
VARIABLES OBJETIVAS
Nivel de aspiración Expectativas Grupos de referencia Necesidades personales Escala de valores Niveles de equidad
Propiedades características objetivas y cuantificadas CONDICIONES DE VIDA
FUENTE: Blanco (1985), p. 178.
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El compromiso social
Desde la perspectiva de los indicadores sociales, las condiciones objetivas de vida tienen que ver con los recursos de que disponen los individuos para poder controlar y dirigir conscientemente su propia vida. La calidad de vida integra, por un lado, el bienestar subjetivo y, por otro, la presencia de indicadores estándar, más o menos objetivos, de lo que una sociedad define como «una buena vida» (Rodríguez Marín, 1995). Incorpora no sólo la cobertura de unos mínimos, sino la atención a las necesidades por aspiración (López-Cabanas y Chacón, 1999). La justicia también se consideraría dentro de esta taxonomía (A. J. W. Taylor, 2003). El contexto social de los años setenta constituye el caldo de cultivo de este tipo de consideraciones. Setién (1993) nos informa de que en nuestro entorno europeo de la postguerra se rompe la ilusión que relacionaba desarrollo económico y bienestar. En palabras de Casas (1996a), se comienza a diferenciar entre que las cosas marchan bien (welfare) y el estar bien (well being, bienestar personal). Autores críticos como Galbraith y Reissman cuestionan los excesos de la sociedad opulenta y el malestar de la abundancia. Es necesario abordar los cambios en la estructura social, y la intervención estatal tiene una función democratizadora. Como plantean López-Cabanas y Chacón (1999), la evolución de conceptos se refleja en las intervenciones políticas a que dan lugar. Las intervenciones sobre la renta per cápita corresponden a la etapa de la beneficencia de los servicios sociales. Las actuaciones sobre el nivel de vida originan una fase asistencialista, mientras que el bienestar social y la calidad de vida se garantizan por una sociedad que considera los servicios sociales como derechos objetivos, es decir, con el Estado social. Las políticas sociales constituyen herramientas de mediación para la satisfacción de las necesidades y para garantizar el cumplimiento de los derechos sociales de los ciudadanos. Si el bienestar es una condición necesaria de la calidad de vida, se debería intervenir urgentemente (García Martínez, Sáez y Escarbajal, 2000) (cuadro 55): — La desigualdad de acceso a los recursos que subsanan las necesidades básicas (educación, salud, vivienda, ingresos, trabajo, ocio, etc.). — La provisión estatal de servicios públicos que garanticen el acceso a los mismos del conjunto de la población, independientemente de su estatus económico. — Las medidas adoptadas para solucionar los problemas sociales, desde la perspectiva de la justicia social y distributiva.
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CUADRO 55
RELACIÓN CONCEPTUAL ENTRE BIENESTAR SOCIAL Y CALIDAD DE VIDA Concepto básico
Conceptos afines
Conceptos como función de antónimos
Renta per cápita
Poder adquisitivo
Pobreza económica
Nivel de vida
Estándar social
Pobreza económica, social y cultural
Bienestar social
Igualdad de oportunidades Justicia distributiva Derechos sociales
Malestar social Desigualdad social Injusticia social
Calidad de vida
Bienestar psicológico Calidad ambiental Promoción social Participación social Autorrealización
Marginación social Desadaptación psicosocial Exclusión social
FUENTE: Casas (1996a).
Sólo cuando las necesidades primarias básicas se han satisfecho, es posible pensar en la calidad de vida en términos subjetivos (García Martínez, Sáez y Escarbajal, 2000, p. 60): «las diferencias existentes en el grado de participación en la distribución social de la riqueza son, por tanto, un criterio esencial en la definición social de la calidad de vida. Una baja participación en la distribución de la riqueza implica, en relación con la salud, malas condiciones sanitarias, escasos servicios de salud, deficiencias nutritivas, bajo nivel educativo..., es decir, condiciones de desarrollo, configurando un auténtico círculo vicioso de deterioro físico, psíquico, moral y social». Una condición social objetiva como es, por ejemplo, la situación de desempleo supone un riesgo grave para la salud individual y social (depresión, pérdida de confianza, autoestima, desestructuración social y familiar, alcoholismo, delincuencia, toxicomanías, sida...) (Castell, 1995; E. Gracia y Musitu, 2000). La Organización Mundial de la Salud (1997) reconoce que la pobreza sigue siendo la mayor amenaza para la salud, además de un grave problema de injusticia social. El vínculo entre clase social y nivel de renta con la salud es evidente (Marmot, Kogevinas y Elston, 1987), pero su solución opera en la reducción de estas condiciones adversas, y en la intervención en los aspectos psicosociales que agravan la situación.
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El compromiso social
La actividad promotora de la salud hace hincapié en los recursos comunitarios y sociales, y en las capacidades personales para ofertar la posibilidad de que la gente asuma la responsabilidad de su propia salud. «De este modo se quiere involucrar al conjunto de la población en sus contextos vitales cotidianos para mejorar sus condiciones de salud, apoyándose en los recursos comunitarios disponibles (educación social, trabajo social, organizaciones vertebradoras de la comunidad) y generando otros que se consideran necesarios, para adoptar las medidas que modifiquen las causas o determinantes de la salud» (García Martínez, Sáez y Escarbajal, 2000, p. 81). Por tanto, el fomento del desarrollo personal y comunitario mediante la información, la educación para la salud y el incremento de las habilidades vitales debe permitir que se amplíen las opciones disponibles en el control de la propia salud y del resto de condiciones sociales que afectan a la comunidad (García Martínez, Sáez y Escarbajal, 2000). Para ello, la intervención psicosocial realiza funciones de diversa índole: — Preventivas: diseña actuaciones que impiden el surgimiento de problemas o su agravación. — Impulsora: potencia el desarrollo psicosocial a fin de conseguir mejores niveles de bienestar social. — Terapéutica: soluciona problemas sociales entre los cuales se encuentra la integración social de marginados o la erradicación de injusticias socioeconómicas. Por ejemplo, en el tema de la salud, el fin de la psicología comunitaria y la intervención psicosocial se centra en la consigna del bienestar: «el proceso por el cual el hombre desarrolla al máximo sus capacidades actuales y potenciales, tendiendo a la plenitud de su autorrealización como entidad personal y social» (Cuevas, 1996, p. 420). La declaración de Alma-Ata (Organización Mundial de la Salud, 1978) aunó el estudio del bienestar social con la investigación sobre la calidad de vida (incorporando variables como el trabajo, la vivienda, el ocio, etc. (Wingo y Evans, 1978). Dado su carácter interdependiente, su naturaleza multidimensional y la influencia definitoria de factores preceptuales y de comparación social, el concepto de calidad de vida es indisoluble al bienestar global de una comunidad de referencia (Blanco, 1985).
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La psicología social aplicada a la intervención psicosocial
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CUADRO 56
INTERACCIÓN ENTRE DIFERENTES DEFINICIONES DE LA SALUD Bienestar social
Bienestar físico y mental
Concepto ecológico de salud
El contexto social se presenta como un determinante de la salud, es decir, la propia interacción social se convierte en un medio para el establecimiento de la salud, y no sólo una parte integrante de ella.
La salud no responde sólo a estados físicos o biológicos, sino también a la consideración del equilibrio de los factores psicológicos.
La persona es apreciada como un ser biópsico-cultural que forma parte de su entorno natural y cuyas características biológicas, culturales y ambientales constituyen el ecosistema, el cual es capaz de producir transformaciones sustanciales.
FUENTE: García Martínez, Sáez y Escarbajal (2000).
Esta definición del bienestar es consecuencia de una evolución conceptual. Hasta finales de los años sesenta, el bienestar se asociaba al «desarrollo social» en un sentido economicista. En los años setenta, la aparición de nuevos problemas sociales como el deterioro del medio ambiente, del entorno urbano o la degeneración de las relaciones sociales evidenció que su solución no era un mayor desarrollo económico (López-Cabanas y Chacón, 1999). La utilización de indicadores psicosociales mejoraba la definición de bienestar, pero no terminaba de acotar su complejo significado (cuadro 56). El desarrollo para ser tal debía relacionarse con las necesidades humanas, los valores contextualmente definidos y la mejora de la vida de los individuos, haciendo especial hincapié en el planteamiento de la satisfacción social (Díez Collado, 1992; Pozo, 2000). Con la incorporación de estas consideraciones, el bienestar social se caracterizaría por una serie de valores relativos a la igualdad de oportunidades, justicia distributiva y derechos sociales, y presentaría los siguientes atributos (Casas, 1996a; Diener, 1994): — La objetividad se refiere siempre a condiciones objetivas de la realidad social. — Se trata de una realidad externa, apreciable por otros. — Parte de unos mínimos que se consideran básicos e indispensables. Aunque íntimamente relacionados, los conceptos de bienestar social y calidad de vida se pueden diferenciar por su posición dentro del continuo objetividad-subjetividad. Así, la calidad de vida se suele considerar
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El compromiso social
como un concepto subjetivo apoyado sobre percepciones y evaluaciones que incluiría el bienestar psicológico y que incorpora no sólo la cobertura de unos mínimos razonables (bienestar social) sino también la atención a las necesidades por aspiración (López-Cabanas y Chacón, 1999). El concepto de calidad de vida se relaciona con las condiciones materiales en las que se desenvuelve la existencia de los individuos y, de manera específica, con la experiencia personal que resulta de dichas condiciones (Blanco, 1985, p. 175). La calidad de vida integra las dimensiones objetivas del bienestar así como las subjetivas o psicosociales (Casas, 1989, 1996a,1996b). Desde una perspectiva psicológica, la aproximación al estudio del bienestar tiene que ver con los conceptos de felicidad y de satisfacción. La felicidad se referiría a los aspectos afectivos del bienestar, mientras que la satisfacción haría hincapié en los aspectos cognitivos (Casas, 1999; Diener, 1994; Groeland, 1990). Incluso en el análisis del bienestar individual encontramos la influencia de factores psicosociales (Diener, 1994): — Variables psicosociales: como la satisfacción con la vida, el contacto social, los acontecimientos vitales, la posibilidad para su control o la actividad social. — Variables sociodemográficas: como la edad, el sexo, la raza, la religión y los aspectos laborales. — Variables de personalidad: como la autoestima, la internalidad, la extroversión o la sociabilidad. — Variables de salud: como la salud subjetiva o percibida, el padecimiento de enfermedades crónicas. Del análisis de estos planteamientos se infiere que el bienestar social es un objetivo difícil de acotar en el que los diferentes agentes implicados coinciden en su importancia como meta final, pero difieren en sus expectativas e intereses en sus intervenciones (Casas, 1999). De ahí que los programas de intervención social se inserten en una diversidad de políticas sociales, confirmadas por un conjunto de reglamentos, normas, leyes, etc., que surgen desde los organismos gubernamentales (Díez Collado, 1992). La cobertura de las personas en una situación de desventaja podría ser uno de los objetivos planteados con un cierto consenso de dichas políticas. En esta pretensión encontramos como trasfondo las presiones de la sociedad civil y, especialmente, de la opinión pública. «De ahí que la polí-
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La psicología social aplicada a la intervención psicosocial
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tica social se defina como una forma de reflexividad política que la sociedad moderna ejerce sobre sí misma» (Donati, 1995, p. 52). Teóricamente, las políticas sociales equivaldrían a los diferentes programas de ejecución del concepto de bienestar social. De nuevo, la calidad de vida y el bienestar social se relacionan (Blanco, 1985, p. 180) mediante: — La disponibilidad real y objetiva de recursos en cuanto a las necesidades básicas (alimento, vivienda, educación, sanidad). — La provisión, por parte del Estado, de un amplio abanico de servicios públicos, de forma que se asegure que los menos favorecidos pueden beneficiarse de dichos servicios. — La existencia de medidas basadas en la justicia social y distributiva dirigidas por la sociedad para luchar contra los problemas sociales. La sanidad pública se hace eco de estas premisas. Desde una primera concepción «benéfica» y compensadora de las deficiencias existentes en determinados sectores de la población, asistencial más que preventiva, dispersa administrativamente y poco planificada, se ha llegado a una nueva concepción más solidaria, igualitaria, preventiva y centrada en la integración, adaptación y desarrollo humano (Sánchez Vidal, 2002). Sin embargo, como expone Pozo (2000), no todos los autores coinciden en admitir que esta evolución se ha caracterizado por su talante democrático. Tanto el proceso de planificación social como el de evaluación se encuentran «cargados» de los componentes ideológicos, políticos e históricos del contexto en el que se configuran (T. D. Cook y Shadish, 1986). Un indicador de lo fatuo de algunas declaraciones de principios es la escasez de inversión en ciencias sociales sobre planificación social (T. D. Cook, Levinson-Rose y Pollard, 1980; Weiss, 1997). Por ejemplo, E. Cohen y Franco (1993) ilustran como los servicios públicos y las políticas sociales no benefician a todos por igual. Con estas carencias, el «universalismo», a pesar del consenso sentido, es más aparente que otra cosa. La condición básica de las políticas de bienestar, consistente en su fin redistributivo, se difumina cuando son los grupos de clase media y alta los que se favorecen de las políticas sociales tradicionales. La solución a esta situación implica un compromiso eficaz con estos principios (E. Cohen y Franco, 1993; Franco, 1987; Pozo, 2000):
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El compromiso social — Desarrollar una política compensatoria justa que evite la desviación de los recursos y establezca prioridades básicas, p. ej., la educación y la salud. — Mejorar la eficiencia del gasto social y la eficacia en el cumplimiento de los objetivos programados. — Optimizar la utilización de los servicios: superar obstáculos culturales, facilitar el acceso a prestaciones, informar sobre los servicios existentes, reducir los costes para los usuarios. — Avanzar en el conocimiento técnico, a través del diagnóstico adecuado de la situación, de las necesidades existentes y de los recursos disponibles, a través de la mejora de los sistemas de información y a partir de la evaluación de los programas sociales.
Bienestar global de una comunidad que depende en nuestro entorno que de la mencionada crisis del estado de bienestar surjan políticas sociales que defiendan la participación social, el asociacionismo y las nuevas formas de implicación ciudadana no formalizada, el empuje de iniciativas sociales, el voluntariado, etc., y, especialmente, la asunción de que el ciudadano es el verdadero protagonista del cambio, de su propio desarrollo, sustentándose todo esto en el valor ya remarcado de la solidaridad, ante una sociedad diferente, multicultural y compleja.
5.5. La trayectoria aplicada de la psicología social y comunitaria en España En este epígrafe nos centraremos en la descripción de cómo nuestro posicionamiento e intervención como psicólogos sociales y comunitarios se explica en nuestro país en unas determinadas coordenadas históricas. La evolución de nuestra disciplina es paralela a la evolución de un pensamiento crítico y comprometido con las circunstancias sociales. En este sentido, el momento actual nos presenta nuevos retos en la manera de entender el bienestar social y sus correspondientes intervenciones. La psicología social en España ha sido heredera de una situación política que supuso un retroceso en su desarrollo científico e intelectual (Portillo, Goborit y Cruz, 2005). El aislamiento social y el exilio no generaron
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las condiciones óptimas para la creación intelectual (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). No obstante, esto no implica que la psicología social no exista hasta el momento presente. En nuestro entorno encontramos diferentes precursores de la consolidación de la disciplina y sus aplicaciones, entre los que podríamos destacar las siguientes figuras (Jiménez Burillo; 1977, Blanco y Corte, 2001): — Huarte. Analizó la cuestión del «carácter nacional» y junto a otros intelectuales se preocupó por encontrar las causas de los «males de la patria» (p. ej., Generación del 98). — Feijoo y el estudio de los aspectos sociales e históricos que explican el origen del prejuicio. Ovejero (1995) también añade sus aportaciones sobre la identidad social y las relaciones intergrupales y su carácter pionero frente a los planteamientos posteriores de Le Bon y Ortega. — Ortega. Además del análisis sobre las masas, al que nos referimos anteriormente, destacó también por su interés sobre el carácter nacional. En su obra ya se encuentra un concepto tan fundamental como el de «rol» y otros temas psicosociales como las relaciones interpersonales, la comunicación, la percepción social, el surgimiento del sí mismo, la psicología social de los grupos, la opinión pública y el poder social (Corte, 1997; Ovejero, 1992; Torregrosa, 1985). — Francisco Giner de los Ríos (1839-1915), fundador de la Institución Libre de Enseñanza, cuyo boletín contaba con la sección de Psicología-Antropología, y coautor en 1874 de unas Lecciones Sumarias de Psicología, donde se ofrecía en castellano (para la enseñanza secundaria) una actualización de la psicología de la época. — Pinillos y su investigación sobre actitudes, autoritarismo y estereotipos; Sigúan, sobre Elton Mayo en la Western Electric Company y el papel del rol-playing en las organizaciones industriales; Mira y López, sobre los problemas psicológicos actuales; Torregrosa y sus estudios pioneros sobre el comportamiento grupal y los mass media (Blanco, 2000); Martín Baro, jesuita activista de la psicología de la liberación que fue asesinado en El Salvador en 1989 (Blanco, 1998; Corte, 1999). Todos ellos emprendieron la recuperación de los estudios de psicología tras el paréntesis de la Guerra Civil y del compromiso del psicólogo con su entorno.
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El compromiso social
Desde una perspectiva institucional, en 1954 se creó la Escuela de Psicología, en donde se empezaron a impartir cursos de psicología social para la preparación de «psicólogos investigadores» y «psicotécnicos expertos». Este hito vendría avalado por la incorporación en 1969 de la psicología social a los planes de estudios de la sección de Psicología de las facultades de Filosofía y Letras de Madrid y Barcelona. También debemos citar la realización, dentro del I Congreso Nacional de Psicología, de un simposio sobre psicología social coordinado por el profesor Pinillos (1962). En la segunda mitad de la década de 1970, la psicología española se desarrolla desde la investigación científica y aplicada, dando lugar a numerosas revistas especializadas (p. ej., Análisis y Modificación de Conducta). La democratización y la explosión demográfica de estos años tendría sus consecuencias posteriores; por ejemplo, observamos como en el curso 19691970 se matricularon en psicología 2400 alumnos, mientras que en 19951996 lo hicieron 56 000 (Duro, 2001). La Organización Colegial de Psicologos se constituye en 1980 y, en 1986, el Col.legi Oficial de Psicòleges de Catalunya (Musitu y Arango, 1995) y se organiza en delegaciones territoriales. En 1995, con 28 000 profesionales, era la segunda entidad profesional mundial en cuanto al número de afiliados (después de la APA). Aproximadamente, la mitad de los psicólogos colegiados que trabajan en la actualidad se dedican al campo de la psicología clínica y de la salud. El primer congreso específico sobre la psicología social de nuestro país se realiza en 1980, en colaboración con el Laboratoire Européen de Psychologie Sociale de la Maison des Sciences de l’Homme dirigido por Moscovici (Primer Encuentro sobre la Situación y Perspectivas de la Psicología Social en España, Barcelona) (Blanco y Corte, 2001). Otra circunstancia de gran importancia para nuestro desarrollo de la disciplina fue el reconocimiento ministerial de la psicología social como área de conocimiento. La Ley de Reforma Universitaria (LRU) de 1983 afianza nuestra posición académica y nuestro acceso investigador en la Universidad. La consolidación española de la psicología social tiene mucho que ver con el crecimiento paralelo de otras especialidades con las que comparte centros de interés (Pérez Álvarez, 2002). Con relación a la psicología de la
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salud, observamos que en 1987 diversas universidades crean su propio departamento y se desarrolla, en Jaén, el primer congreso específico. En 1988 se funda la primera organización nacional: Sociedad Valenciana de Psicología de la Salud. La primera revista europea de Psicología de la Salud se ha publicado en España, dirigida por Jesús Rodríguez Marín (1989). Como plantean diversos autores, a pesar del retraso en su constitución, durante los últimos años el crecimiento de la psicología social ha sido espectacular y es paralelo a los procesos de especialización, áreas de aplicación y el correspondiente aumento de su demanda social (Pozo, 2000; Santolaya, Berdullas y Fernández, 2002). El entorno académico sigue siendo el que investiga y publica más sobre estos temas frente a los estudios psicológicos realizados desde hospitales, centros sanitarios, oficinas privadas u otros organismos. Incluso el propio entorno universitario constituye objeto de estudio psicosocial (Barriga y Trujillo, 2005). El desarrollo universitario es observable en su producción científica tanto en congresos como en publicaciones especializadas (Alcaín y Carpintero, 2001; Blanco y Corte, 2001; Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997; Sanz, 2001): — El análisis de la base de datos del ISOC creado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas revela que, desde 1976, la Universidad ha sido la mayor fuente de publicaciones (CINDOC, 1998). Por ejemplo, la revista Análisis y Modificación de Conducta durante la década de 1986-1997 publicó un 90 % de artículos afiliados a círculos universitarios (Alcaín y Ruiz, 1998). — La revista especializada del Colegio Oficial de Psicólogos, Clínica y Salud publicó un 58,9 % de sus artículos por autores del entorno universitario (PSICODOC 98). Sólo entre el 2,7% y el 6% de sus afiliados trabajan en la Universidad (Colegio Oficial de Psicólogos, 1998; Camarero y Ferrezuelo, 1988). — El número de trabajos presentados desde el Congreso de Granada en 1985 al de Salamanca en 1995 se ha incrementado de las 103 comunicaciones de Granada a las 246 de Salamanca. En ambos congresos encontramos contribuciones a la psicología de las organizaciones, del trabajo, de la educación, de la salud, ambiental y política. Desde el Congreso de Santiago adquieren más visibilidad los
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El compromiso social temas referidos a los grupos, al deporte, el ocio y turismo y las nuevas tecnologías (obsérvese la actuación de dichas tendencias en el cuadro 57 realizado a partir del estudio de Blanco y Corte, 2001). — En la revisión sobre los artículos de las 14 principales revistas de psicología social en nuestro país (Boletín de Psicología, Revista de Psicología Social, Revista de Psicología Social Aplicada, Revista de Psicología Política, Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones Sociales, Intervención Social, Interacción Social, etc.), Balaguer y Valcárcel (1993) concluyen que los artículos teóricos y empíricos se distribuyen por igual. Entre los últimos, la metodología correlacional, el uso de cuestionarios y escalas, se utiliza de un modo mayoritario como sistema de recogida de información. En cuanto al análisis de datos, las técnicas descriptivas fueron las más usuales. Para un análisis pormenorizado de la metodología utilizada en la investigación psicológica en nuestro país, se pueden consultar los artículos de I. Montero y León (2001, 2002), Muñiz y Fernández (2000) y G. Prieto y Muñiz (2000). — Utilizando bases de datos internacionales (MEDLINE, PsycLIT, ERIC y PSICODOC 98), Blanco y Corte (2001) diferencian una doble dirección en nuestra producción científica: • La psicología social aplicada: psicología del trabajo y de las organizaciones, psicología de la salud, psicología comunitaria, psicología ambiental, etc. • La psicología social básica (procesos de influencia social, comportamiento grupal, identidad social, fundamentos sociales de la emoción).
El panorama científico de la psicología social española es calificado por el profesor Torregrosa (1991, p. 24) como «de gran efervescencia intelectual, una tensión creadora y una ampliación de perspectivas que permiten entrever un fructífero desarrollo durante los próximos años». Del mismo modo y según E. Ibáñez y Belloch (1989, p. 43), la investigación en la psicología de la salud española «disfruta no sólo de una excelente salud mental sino también física». La comunicación de la disciplina con la realidad social constituye uno de sus retos y motores de desarrollo. Por ejemplo, en este intercambio académico-institucional y en la integración investigadora-interventora de la psicología social de la salud, ya no
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CUADRO 57
COMUNICACIONES Y PÓSTERES PRESENTADOS EN DIVERSAS ÁREAS TEMÁTICAS ENTRE LOS CONGRESOS DE PSICOLOGÍA SOCIAL REALIZADOS EN ALICANTE Y SAN SEBASTIÁN Alicante 1988
Santiago 1990
Sevilla 1993
Salamanca 95
San Sebastián 97
Trabajo y organización
22
21
44
62
35
Salud
17
15
34
28
16
Comunitaria
10
17
25
19
11
Educativa
17
11
23
18
8
Ambiental
8
14
12
14
15
Política
17
9
15
12
14
Judicial
7
4
21
13
7
Deporte, ocio y turismo
9
6
6
17
14
Comunicación y marketing
9
4
18
Procesos básicos
5
9
20
19
10
Grupos
8
4
13
23
12
4
6
8
Temas
Epistemología Lenguaje
10
2
Identidad cultural
4 13
Cognición y emoción
6
Actitudes, creencias y valores sociales Relaciones afectivas
10 14 12 7
Influencia social
4
Prejuicios y estereotipos
26
Intercultural
5
Movimientos sociales
7
Memoria colectiva
6
Bienestar
13
Relaciones de género
13
Individualismo-colectivismo
6 FUENTE: Blanco y Corte (2001), p. 207.
es suficiente el mero contacto con el hospital, puesto que éste constituye un medio sociológicamente cerrado y selectivo en cuanto a morbilidad (San Martín y Pastor, 1984) (p. ej., cuadros 30 y 32). Sería recomendable establecer una relación equilibrada entre lo que son las necesidades de
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El compromiso social
salud de la población, la formación de sus profesionales, el sistema de salud existente y la población que lo utiliza. Numerosos temas quedarían por resolver y entre ellos, especialmente, la proyección internacional de nuestro trabajo (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Mucho de lo que se ha producido se ha destinado a su «consumo interno», y no se ha difundido lo suficiente como para generar su debate científico. El enorme potencial de esta disciplina en nuestro país no ha superado el tradicional aislamiento de las ciencias sociales. El análisis bibliográfico realizado sobre la evolución de la psicología clínica y de la salud revela que el 73 % de nuestra producción científica se ha publicado en español y se ha editado en revistas españolas (Sanz, 2001). También es cierto que el propio concepto de «impacto científico», su sistema de medida y la propia política de fomento de la investigación requiere una revisión en condiciones (Garfield, 2003; Gil Roales y Luciano, 2002; Polaina-Lorente, 2002). La agenda temática de la psicología social española se ha caracterizado por su sensibilidad social en cuanto a la selección de sus aplicaciones, p. ej., el mercado laboral, la salud, los riesgos ecológicos, los conflictos políticos, la identidad nacional o la situación de la mujer, la inmigración (Izquierdo y López, 2003; Puy, 2001; Solé et al., 2000; Zapata, 2000). La psicología de la salud integra contribuciones interdisciplinares como la medicina psicosomática, la medicina conductual, la psicología médica, o la orientación social, con la que nuestro proyecto se define. Sin embargo, la investigación no se ha preocupado excesivamente de generar modelos propios, aceptando los presupuestos teóricos, metodológicos y, por tanto, epistemológicos de la psicología social anglosajona (Blanco y Corte, 2001). Esta carencia es especialmente grave y observable desde la psicología de la salud. Si analizamos su evolución histórica en nuestro país, observamos que su consolidación nacional en los años setenta tiene mucho que ver con el modelo imperante de modificación de conducta. Como posible solución a este vacío, destacaríamos el papel crítico e interventor de la psicología comunitaria, y sus esfuerzos por contextualizar sus conclusiones en entornos y comunidades específicas. Por ejemplo,
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podemos calificar de pionero el proceso de reforma en salud mental que se produce en Andalucía, en la que participan activamente psicólogos sociales y comunitarios (1984: aprobación de la ley para la Creación del Instituto Andaluz de Salud Mental). Esta reforma se inspira en los principios que rigen la salud mental comunitaria: descentralización, priorización de la atención primaria, integración administrativa y funcional en el sistema general, continuidad asistencial y trabajo interdisciplinar para el tratamiento integral biopsicosocial (Hombrados, 1996). La participación de psicólogos y sociólogos en puestos técnicos y políticos de responsabilidad posibilitó la creación de los Centros Comunitarios de Salud Mental y la formalización en el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía de un programa PIR, similar al que se aprobaría en 1994 por el Ministerio de Sanidad (Musitu, 1998). No es casualidad que las I Jornadas de Salud Comunitaria («La intervención psicosocial de la salud»), realizadas en 1985, se efectuaran en Sevilla. Planes como «la Educación para la Salud en sida» suponen un intento de coordinación para su diseño e implementación de diferentes sectores asociativos: Administración pública, ámbito académico, oenegés, etc. De nuevo en este caso una especialidad de la disciplina ha evolucionado al compás de los cambios políticos y sociales. Al igual que su marco de referencia, la psicología comunitaria se constituye en nuestro país en un período histórico de transición y, actualmente, se encuentra mediatizada por el cuestionamiento de un estado de bienestar que no terminó de implantarse. España es un país donde los procesos de modernización y consolidación del estado de bienestar se han desarrollado en un período de tiempo muy breve. Pese a las mejoras conseguidas, la política de subvenciones, prestaciones y servicios no ha tenido su correlato complementario en una política de educación para la participación social y comunitaria (Musitu y Arango, 1995). Sobre los riesgos que implica la pasividad poblacional, se encuentran ejemplos ilustrativos incluso en la «manipulación gubernamental» que se efectúa de determinadas iniciativas participativas sociales. Díaz Méndez (1992) define como de auténtico «clientismo institucional» el fenómeno de supervivencia de bastantes asociaciones que, por la dependencia institucional que sufren (consecuencia de que su única fuente de ingresos pro-
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El compromiso social
cede de las subvenciones públicas), carecen de autonomía y prolongan aún más el proceso de delegación de prestación de servicios, en este caso en entidades intermedias. Otro dato que apunta a esta tendencia paternalista gubernamental con respecto a la democratización de las instituciones se refleja en la escasa credibilidad poblacional que los partidos políticos tienen frente a otras instituciones de corte tradicional como la Iglesia, el ejército o la policía. (Riera, 1991). Del mismo modo, los bajos índices de afiliación asociativa son también alarmantes, lo que revela que estas carencias pueden ser de naturaleza y causas similares a las de los partidos políticos (ausencia de proyecto, escasa adaptación al cambio, dificultades de modernización, etc., Díaz Méndez, 1992). Ante semejante panorama, resulta necesaria una revisión tanto de los cimientos de dicho bienestar como de la generación de alternativas por parte de los diferentes agentes sociales. El psicólogo comunitario se enfrenta al riesgo de promover la participación en un entorno en el que estos procesos están desprestigiados. Es más, si analizamos nuestra trayectoria histórica durante las décadas de los sesenta y setenta, estos profesionales de lo comunitario parecen compartir un ideario interdisciplinar, solidario e interventor, pero ni ellos mismos identifican su trabajo con una disciplina independiente (Musitu, Berjano y Bueno, 1990). Los trabajos de educación especial, el trabajo social y sus aportaciones latinoamericanas, la literatura e influencia de Paulo Freire, Ander-Egg, la desinstitucionalización psiquiátrica y la revisión de los modelos tradicionales de salud mental, etc., son corrientes de pensamiento y acción que se plasman desde estos años en la labor profesional de gabinetes psicopedagógicos, equipos de base de servicios sociales, equipos de salud mental, etc. (Lara, 2004). Como plantea Ovejero (1998), la consolidación de los «ayuntamientos democráticos», junto con la salida de nuevas promociones de psicólogos que no encuentran un puesto de trabajo, está generando un movimiento de presión para que la psicología social aplicada se imponga paulatinamente («el órgano crea función»). Sin embargo, en este movimiento de vaivén y como en el cuestionamiento de un estado incompleto de bienestar, la línea de actuación descentralizada y democratizadora, basa-
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da en un modelo preventivo comunitario, es discutida posteriormente por la vuelta a sistemas asistenciales, individualizados y clínicos (Musitu y Cava, 2000). El reflejo y contrapartida de estas oscilaciones se encuentra en las instituciones académicas. Sánchez Vidal (1991a) reflexiona sobre el hecho de que la universidad española se haya situado por detrás de los cambios sociales, en vez de generarlos o guiarlos. La necesidad de formación, debate, evaluación, etc., de una realidad y de un contexto determinado surge de las demandas de los profesionales, no de las iniciativas de los académicos. Esta carencia se puede relativizar, dado el desarrollo tan reciente que tiene la profesión de psicólogo en nuestro país. Es en la década de los ochenta cuando la psicología comunitaria se integra en los planes de estudio, tanto en la licenciatura, postgrado, como en un aumento de la comunicación entre la Universidad y los profesionales de este campo (Barriga, 1990). Esta incipiente consolidación se encuentra en la producción colectiva de investigaciones y literatura científica, la generación de congresos, espacios de encuentro, asociaciones, etc. (A. Martín, 1990). Los primeros manuales de psicología comunitaria se convierten en referentes de los ámbitos académico y profesional (Musitu y Cava, 2000). El primer manual, Intervención psicosocial, lo publican Barriga, León y Martínez en 1987; en 1989 aparecen: Psicología Comunitaria de A. Martín, Chacón y Martínez, y Psicología Comunitaria: bases conceptuales y métodos de intervención de Sánchez Vidal. Según Buelga (2001), además de estas publicaciones, la reforma de los planes de estudios universitarios durante la década de los noventa ha supuesto una revisión y difusión de los logros anteriores. La psicología comunitaria se cursa como asignatura tanto en los planes de estudios de la licenciatura de psicología como en psicopedagogía, trabajo social, logopedia, educación social y criminología. Por poner un ejemplo de cómo aumenta y se diversifica esta producción desde la Universidad y cómo se mejora la sensibilización de este «aterrizaje» en la realidad social y sus necesidades, en el Área de Psicología Social de la Universidad de Valencia encontramos numerosos exponentes que avalan esta tendencia (Musitu y Arango, 1995): estudios sobre el maltrato infantil (E. Gracia y Musitu, 1993, 1997; E. Gracia et al., 1995),
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análisis del apoyo social como una dimensión fundamental del trabajo comunitario (Agost y Paradells, 1993; E. Gracia, Herrero y Musitu, 1995, 1996; E. Gracia, Musitu y García, 1994; Herrero y Musitu, 1994, 1998; Herrero, Musitu y Gracia, 1994). Otros temas afines se encuentran relacionados con la participación y el desarrollo comunitario (Arango et al., 1993; Gil-Lacruz et al., 1993; Pastor, Gotzens, Valgañan, Mas, Martín y Bueno, 1993; Soler et al., 1993), los estilos de vida, la salud mental y la familia (Buelga y Musitu, 1993; Navarro et al., 1993), el sida (Roig, Gómez y Garcés, 1993) y los Servicios Sociales (Bueno Abal, 1991, 1993; Luque, 1994). Como argumentan Musitu y Arango (1995, p. 32), las posibilidades de desarrollo de la psicología comunitaria dependen en parte de que la propia Universidad reflexione sobre su papel de asesor y orientador de la Administración, en el impulso de políticas sociales que trasciendan de la «concepción del desarrollo social basado en meros indicadores externos y se sustente el problema del desarrollo integral de las personas, grupos y colectivos sociales, la potenciación de las organizaciones y redes de apoyo social y los mecanismos de participación comunitaria en la orientación y solución de problemas sociales». El incipiente rol de la disciplina en nuestro país empieza a realizar demandas de formación y reciclaje para la asunción de estos nuevos retos (A. Martín, 1990). Las estrategias concretas que han de surgir de este perfil han de ser, a la fuerza, más ecológicas y psicosociales y, por tanto, más interdisciplinares de lo que ha supuesto una perspectiva tradicional desde los modelos clínicos (Barriga, 1984; García González, 1994; Musitu y Herrero, 1993). Por ejemplo, desde el entorno laboral, en la interacción entre la psicología y la salud comunitaria, el Comité de Seguridad y Salud se constituye a partir de la Ley 31/1995 en uno de los órganos paritarios y colegiados de participación social. En este grupo de referencia, los trabajadores y los técnicos en prevención aúnan esfuerzos en el proceso de consecución del bienestar social. La promoción, la prevención y la educación para la salud y sus correspondientes medidas de intervención e investigación requieren agentes sociales, cuya formación universitaria sea flexible, rigurosa y en contacto directo con la realidad.
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Como apunta Sánchez Vidal (1992), en España el agente comunitario independientemente de que su especialidad se dirija al campo de la salud, educación, el trabajo, servicios sociales, etc., suele estar en relación directa o indirecta (empresas de servicios) con la administración pública del estado de bienestar. Según este autor, esto tiene consecuencias significativas en la definición de este rol, ya que se constituye en un intermediario casi permanente entre el ente público y la comunidad, lo que en ocasiones entraña el peligro de que la comunidad como cliente se desligue aún más de la administración y aparezcan problemas en cuanto a la definición de competencias y presión de diferentes intereses y fines. Cuestiones como la legitimidad de la intervención social, su intencionalidad y racionalidad (efectos secundarios y efectividad de las estrategias) y la autoridad científico-técnica y política abren un debate ético importante sobre las implicaciones de nuestra profesión (Sánchez Vidal, 1991a, 1991b). Desde una perspectiva nacional y como anticipo del siguiente epígrafe, podemos concluir, con el estudio realizado por Blanco y Corte (2001), que la psicología comunitaria y de la salud presentan una serie de elementos en común: tras la psicología organizacional y del trabajo, la psicología social de la salud y la psicología comunitaria constituyen las especialidades psicosociales que más producción científica presentan en nuestro país en la última década. Además ambas comparten una serie complementaria de centros de interés: — El apoyo social. La influencia de las redes sociales en el bienestar de las personas puede disminuir las consecuencias negativas de eventos estresantes o de la propia enfermedad mental (E. Gracia, 1997), su tiempo de recuperación y hospitalización (López-Roig et al., 1990; Rodríguez Marín, Pastor y López, 1993) y es siempre un mediador de las intervenciones comunitarias (Barrón, 1996; Barrón y Chacón, 1990, 1992). — Desde la investigación de los indicadores sociales y de las políticas sociales, Casas ha examinado los indicadores de calidad de vida y los riesgos sociales en la infancia (Casas, 1997, 1999; Casas y Durán, 1996). — El estudio de la cultura comunitaria y de las representaciones sociales. Un tema que en Europa ha tenido gran importancia en relación al estudio de la salud y la enfermedad. En nuestro
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El compromiso social país introduce con los trabajos empíricos de Itza, Pinilla y Páez (1987). No es de extrañar que por su impacto social, el sida haya sido especialmente analizado (Basabe et al., 1996). Se enlaza tanto el estudio de las creencias y actitudes sobre las personas afectadas como las estrategias comportamentales que lo previenen (Echebarría y Páez, 1989b; Echebarría, San Juan y Ozmiz, 1992; Páez, Echebarría et al., 1991; Páez, San Juan et al., 1991). — En las comunidades encontramos también comportamientos de alto riesgo para el bienestar de la población, como la violencia intergrupal (A. Martín et al., 1998), consumo de alcohol, de drogas ilegales, conducción peligrosa, comportamientos sexuales de riesgo (A. Martín, Chacón y Martínez, 1988). Dentro del análisis de la comunidad se suele integrar la investigación sobre los factores protectores y de riesgo para la salud resultantes de otras unidades sociales como, por ejemplo, las familias (Muñoz-Rivas y Graña, 2001; Musitu y García, 2001; Musitu y Cava, 2001; Musitu et al., 2001). La otra cara de la moneda se encuentra en los comportamientos altruistas, el voluntariado (Chacón, 1999; Chacón y Vecina, 1999; Chacón et al., 1998) y en relación directa con la salud: la donación (Caballer y Martínez, 2000; A. Martín, Martínez y López, 1995; Martín, Martínez y Manrique, 1991) y el aprendizaje de habilidades sociales (Gil-Rodríguez, León y Jarana, eds., 1995; León y Medina, 1994; Medina y León, 1995). Dentro de esta última línea destacaría la formación de los profesionales y los agentes sociales (León, Jarana y Blanco, 1991; León et al., 1997; Negrillo, Tirado y León, 1994).
5.5.1. Áreas de intervención psicosocial en la salud Hemos analizado anteriormente que la salud se entiende como una realidad compleja sustentada en un conjunto de factores bio-psico-ecológico-sociales. No puede abstraerse del contexto en el que se da, p. ej., físico (problemas de tráfico, aire, agua), económico (clase baja y enfermedad) y cultural (aparición de sintomatología). La legislación de una sociedad es un reflejo determinante de cómo se interpretan estas interacciones. Por
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ejemplo, nuestro modelo sanitario se sustenta en tres objetivos esenciales (León, Blanco y Barriga, 1998): — Elevar el nivel de salud de la población, mediante la mejor utilización de los recursos disponibles en esta materia. — La prestación de sus servicios, de carácter individualizado o comunitario, a toda la población. — El establecimiento y desarrollo de una organización adecuada para prestar una atención integral de la salud. Estos objetivos se fundamentan en una serie de principios tales como: a) la simplificación, racionalización, eficacia y coordinación administrativa, b) la descentralización de la gestión, c) la actuación con criterios de planificación y evaluación continuada, d) la distribución equitativa de sus prestaciones a la población, e) la humanización en la prestación de los servicios, f ) la participación democrática de todas las personas integrantes del sistema. Como plantean León, Blanco y Barriga (1998), a la luz de este modelo sanitario es obvio que la psicología social sea una de las ciencias de la salud que pueden contribuir a su eficaz desarrollo. De lo expuesto se deducen diversas áreas de actuación en las que estarían implicadas tareas de intervención, investigación y formación, a saber: — Promoción de la salud y prevención de la enfermedad. Identificación de factores de riesgo de tipo psicosocial y estilos de vida. — Diagnóstico o evaluación. Tratamiento y cuidado del paciente. Rehabilitación y adaptación del paciente a la enfermedad. — Evaluación, organización y gestión de la atención sanitaria. Esta línea interventora entronca también con las aplicaciones de la psicología ambiental. Esta disciplina pretende evaluar, diseñar y planificar el ambiente con objeto de mitigar o eliminar aquellos factores del mismo que tienen efectos negativos sobre el estado de la salud (Huici, 1985; Kellet, 1989). Un ejemplo interesante de este tipo de trabajos se encuentra en el número monográfico de la revista Documentación Social sobre el estudio de la ciudad y la calidad de vida (Corraliza, 1987). En estos contextos se trata de determinar cuáles son los factores que contribuyen a que los individuos sean más susceptibles a la acción de ciertos
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agentes patógenos, y los modos en que el sistema sociocultural afecta a la salud y a la enfermedad (Rodríguez Marín, López y Pastor, 1992). Se ha trabajado para identificar los estresores psicológicos y sociales que provocan patrones de comportamiento disfuncionales (Bermúdez y Sánchez, 1989). Los estilos de vida presentan una relación directa con este bienestar. Muchos de los problemas de salud se relacionan con nuestros comportamientos: dieta, adicciones, etc. La modificación de los estilos de vida exige evaluar y transformar los contextos sociales y ambientales (familiar, entorno urbano, laboral, etc.), implicados en su origen y mantenimiento (Fernández del Valle, 1996). Pero la intervención también puede y debe darse en el dominio de las relaciones interpersonales, p. ej., mediante el apoyo social (Bas y Andrés, 1996) y el entrenamiento en habilidades sociales (Caballo, 1991; F. Gil, León y Jarana, 1995). La psicología española se hace eco de esta necesidad en numerosas investigaciones sobre su incidencia epidemiológica, prevención y tratamiento. Sin ánimo de ser exhaustivos, podemos citar algunos ejemplos: — La ansiedad, la depresión y sus factores de riesgo (Barrio, Moreno y López, 2001; Canals et al., 1997; Canals et al., 1995; Gallardo et al., 1999; Hartlage et al., 1993; Quero, Baños y Botella, 1996; Pérez Álvarez y García, 2001; Ruiz Caballero y Moreno, 1993; Sanz, 1996). — Consumo de dogas y su prevención (Calafat et al., 1989; Fuente et al.,1995; Maciá, 1986; Santacreu y Froján, 1995). — Tabaquismo (Becoña y García, 1993; Becoña y Vázquez, 1997, 1998a, 1998b). — Ludopatías (Becoña et al.,1995). — Obesidad (Saldaña y Rossell, 1988; Vera y Fernández, 1989) y desórdenes de la alimentación (C. Perpiñá y Baños, 1990; C. Perpiñá et al.,1998; Raich, Soler y Mora, 1995; Raich, Torras y Mora, 1997). — Problemas dentales e higiene bucodental (A. Fernández y Gil, 1988; Tejerina, Pérez y Echevarría, 1987). — Comportamientos de riesgo frente al sida (Bayés, 1989; Bayés et al., 1998; Bayés, Pastells y Tuldra, 1995; Planes, 1993, 1994).
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La valoración de las intervenciones es positiva, pero no deja de señalar la necesidad de ciertas mejoras. Los logros de las actividades preventivas, pese a su diversidad y utilidad, han estado, por lo general, por debajo de las expectativas puestas en los mismos (Palomares Martínez, 1990). Ello se ha debido a que este tipo de actividades no siempre han reunido de una forma íntegra tres requisitos imprescindibles (M. Murray et al., 2004): la planificación respetuosa con los valores de los individuos y comunidad objeto de la acción, la programación fundamentada en modelos teóricos y metodológicos de carácter científico y la formulación participativa. En nuestro entorno y tal como expusimos en la definición de la disciplina, numerosos psicólogos sociales aúnan en el estudio de la salud enfoques propios con planteamientos clínicos. La posible complementariedad de este encuentro es observable en el proceso terapéutico. El diagnóstico puede realizarse desde tres opciones (León, Blanco y Barriga, 1998): — El análisis de la situación de salud de la comunidad sobre la que se quiere intervenir, así como el diagnóstico organizacional del sistema de salud (Barriga, 1988). — El diagnóstico psicológico del establecimiento de un patrón de conductas responsable de la enfermedad (Bermúdez y Sánchez, 1989). — Los problemas psicosociales asociados al diagnóstico de enfermedades graves como el cáncer, sida, etc. (M. F. Martínez y León, 1987). Una vez realizado el diagnóstico, la intervención psicológica abordaría el tratamiento y cuidado del paciente desde dos niveles interdependientes: — Básico: la intervención psicosocial es el componente prioritario del tratamiento, p. ej., la técnica de biofeedback en el tratamiento de cefaleas tensionales (Carrobles, 1984), o modificación de conducta en el estreñimiento crónico (M. C. Fernández y Vera, 1990). — Complementario: cuando los tratamientos psicológicos apoyan otro tipo de intervenciones, como es el caso de la utilización de la información como estrategia de dominio del estrés en pacientes con cáncer (Durá, Galdón y Andreu, 1993; T. Ibáñez, 1988), o el tratamiento conductual en pacientes hemodializados (Marcé, 1992).
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Tras estas fases, las intervenciones rehabilitadoras del psicólogo pueden orientarse a la reincorporación del individuo a su medio, a prestar apoyo al paciente y su familia para la adaptación a la nueva situación (García Huete, 1993), o la formación de grupos de autoayuda (Rodríguez Marín, Pastor y López, 1993). En este sentido, el estudio del funcionamiento de los grupos y redes de apoyo social nos ayuda a optimizar los recursos comunitarios y el sistema sanitario (Holland y Holahan, 2003). Desde este enfoque grupal, las intervenciones del psicólogo social también incorporan la evaluación, organización y gestión de los servicios de salud. Como ejemplos podemos citar las siguientes áreas: — Los efectos de la hospitalización sobre el paciente: p. ej., el hospital como fuente de estrés psicosocial (Rodríguez Marín, Reig y Mira, 1987; Ortiz Zabala y Abad, 1990a, 1990b), trastornos psiquiátricos como la depresión y la ansiedad (Totorika, Caballero y Aguiluz, 1990), repercusiones económicas, sociales y afectivas en la familia (Asensi, Peña y Sancho, 1987). — Las características del paciente que modulan su respuesta ante el estrés hospitalario: sexo, edad, estado civil, nivel de renta y educativo, tipo de enfermedad, estrategias habituales de afrontamiento del estrés, apoyo social disponible, experiencias previas de hospitalización, creencias sobre la salud (López-Roig, Pastor y Rodríguez Marín, 1990; Pastor, López y Rodríguez Marín, 1990; Rodríguez Marín, López y Pastor, 1989), equilibrio psicológico previo (Cañete, 1989), actitudes ante los problemas de salud y conducta de enfermedad (Santolaya y Esteve, 1989), percepción y expectativas de la hospitalización (Ortiz Zabala y Abad, 1990b). — La hospitalización infantil requiere especial mención por su gravedad y vulnerabilidad (Esquete, 1987; González Barrón, 1986; Palomo del Blanco, 1995; Lizasosáin y Polaino, 1992a, 1992b; Valdés y Flórez, 1985). La carta europea de los derechos del niño hospitalizado aprobada por el Parlamento Europeo el 16 de junio de 1986, ha dado origen a numerosas iniciativas encaminadas a paliar las alteraciones psicológicas que sobre el paciente pediátrico puede originar la hospitalización, así como a atender sus necesidades educativas (González Simancas y Polaino, eds., 1990; Guerro, 1992, 1995; Polaino y Lizasosáin, 1992; Sastre, 1990).
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— El análisis e intervención de la interacción entre el profesional y el paciente. El entrenamiento en habilidades sociales ocupa un lugar importante porque facilita el trato individualizado del paciente, logra su colaboración y mejora la coordinación entre los diferentes profesionales (F. Gil, León y Jarana, 1995; León y Loscertales, 1995; Ribera, Cartagena y del Pozo, 1988). Este entrenamiento se ha trabajado en relación con temas tan diversos como: la información sanitaria que necesita el paciente (Cullen, 1990); las formación en técnicas de afrontamiento para reducir la ansiedad hospitalaria (Cuñado, Gil y García, 1993; Flórez y Valdés, 1989; López-Roig, Pastor y Rodríguez Marín, 1993) o el entrenamiento en habilidades de dirección y gestión a los responsables de los centros de salud (F. Gil, León y Jarana, 1995). En la misma línea el psicólogo social ayuda a trascender un modelo sanitario asistencial cuando denuncia situaciones de deshumanización o un concepto de la medicina exclusivamente tecnológico o medicalizado (Morales, 1985b; Ovejero, 1990b, 1998). La salud es un problema social y político cuya solución requiere la participación activa y la educación de la comunidad. El psicólogo social en nuestro entorno español tiene voz y voto en estos procesos.
5.6. La promoción de la salud desde la psicología comunitaria En los epígrafes anteriores se ha constatado que un número considerable de investigaciones psicosociales se ocupan de la descripción de las características de los grupos de referencia. Algunos trabajos desde el ámbito sociológico estudian las dimensiones demográficas de la comunidad: su distribución por edades, su origen nacional o racial, el nivel cultural, su situación laboral, etc. Otros evalúan los servicios comunes y su utilización: las condiciones de alojamiento, el índice de criminalidad, etc. La lista de indicadores sociológicos sería interminable. Desde una perspectiva psicológica, se podrían analizar cuestiones relativas a las principales pautas de comportamiento, el estado de salud mental, la incidencia de trastornos psicológicos, etc. Si nos ceñimos a un
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terreno social, se dispone de numerosos ejemplos de investigaciones que se refieren a la proporción de personas que, en una determinada población, mantienen determinados puntos de vista, actitudes y/o actúan en cierto sentido. La complejidad de estudio no se agota en la investigación de los grupos, sino que se amplía a sus diferentes temas y metodologías, que abarcan desde el interés en las predicciones concretas al descubrimiento o comprobación de las probables asociaciones entre variables psicosociales. Así, no es una cuestión trivial posicionarnos como psicólogos comunitarios y plantear que no es nuestra intención elaborar perfiles patológicos diferenciales entre los elementos y subsistemas que componen un grupo, ni tampoco se pretende profundizar en los trastornos y enfermedades mentales que pudieran incidir en determinados sistemas sociales. Sino que el protagonismo de nuestros estudios lo toma la comunidad de referencia, y su investigación ha de analizar procesos psicosociales enmarcables en unas coordenadas de tiempo y espacio determinadas. Bunge (1972) expone que nuestra tarea como investigadores supone aproximarnos al conocimiento de los problemas, insertarlos en un cuerpo coherente y relativo, e intentar resolverlos. El investigador sería un problematizador por excelencia. CUADRO 58
LOS CINCO PRINCIPIOS CLAVES DE LA PROMOCIÓN DE LA SALUD SEGÚN LA OMS • Implica a la población en su conjunto y en el contexto de su vida diaria, en lugar de dirigirse a grupos de población con riesgo de enfermedades específicas. • Se centra en la acción sobre las causas o determinantes de la salud para asegurar que el ambiente que está más allá del control de los individuos sea favorable a la salud. • Combina métodos o planteamientos diversos pero complementarios, incluyendo comunicación, educación, legislación, medidas fiscales, cambio organizativo y desarrollo comunitario. • Aspira a la participación efectiva de la población, favoreciendo la autoayuda y animando a las personas a encontrar su manera de promocionar la salud de sus comunidades. • Aunque la promoción de la salud es básicamente una actividad del ámbito de la salud y del ámbito social, y no un servicio médico, los profesionales sanitarios, especialmente los de atención primaria, desempeñan un papel importante en apoyar y facilitar la promoción. FUENTE: Organización Mundial de la Salud (1998).
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El reciente desarrollo de la psicología comunitaria ha evidenciado el carácter interventor que ha de tener la psicología social si quiere evolucionar al compás de los compromisos y los cambios sociales que se analizaban anteriormente (A. Martín, Chacón y Martínez, 1988). Si, como señala Barriga (1987), el aire de los tiempos que corren sopla en dirección a la sensibilidad social y a la corresponsabilidad, nuestro quehacer de investigador-interventor habrá de caracterizarse por resaltar determinados valores concretos: — Defensa y promoción de la diversidad sociocultural. — Lucha contra la desigualdad y la discriminación. — Esfuerzo por conseguir niveles de salud integral e integrada. — Búsqueda de la calidad de vida en el individuo y en la colectividad. — Concepción del individuo como sujeto activo capaz de resolver sus problemas en colaboración con sus iguales. De esta manera, frente a un modelo tradicional de corte personalista, calificable también como clínico, biológico, pasivo o médico, se prioriza el análisis de una serie de cuestiones fundamentales para el acercamiento a la integración social: cómo se podría mejorar el sistema de salud, cómo se perciben los entornos laborales, cómo se participa en organizaciones y en procesos sociales y cómo percibe el propio ciudadano dichas soluciones en su entorno de referencia (cuadro 59). CUADRO 59
CONCEPCIONES DE LA SALUD Tipo de concepción
Individualista
Comunitaria
Técnico
Es la autoridad competente. Es el único que puede opinar. Es el único que puede dictaminar. Utiliza un lenguaje técnico para iniciados. Espera a los usuarios. Es un lego. No puede opinar ni sugerir. Obedece y debe seguir la prescripción del técnico. Busca el servicio (cuando está enfermo).
Es un «asesor» de la comunidad. Utiliza un lenguaje asequible y técnicas pedagógicas. Elabora con la comunidad las medidas y planes de salud. Busca a los usuarios. Es un entendido. Puede aprender. Puede opinar y sugerir. Controla y desarrolla competencias de autovigilancia y cuidado.
Usuario
FUENTE: García Martínez, Sáez y Escarbajal (2000), p. 92.
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Si por algo se puede caracterizar el quehacer del psicólogo social y comunitario es por su nivel de compromiso con los problemas sociales (Gil-Lacruz, 1996, 2004). Como plantea Whittaker (1989) y como hemos expuesto anteriormente, la construcción de la psicología social como disciplina independiente se encuentra en estrecha relación tanto con el nivel de desarrollo (económico, médico, educativo, cultural, etc.) como con el cambio científico de sensibilidad social. Dicha evolución implica considerar los procesos de sensibilización social con el mismo rigor metodológico y el mismo estatus epistemológico que los condicionantes objetivos de los fenómenos sociales. Un ejemplo de la plasmación científica de esta declaración de principios se encuentra en la psicología comunitaria y en el énfasis que se da a todos aquellos procesos psicosociales que tienen que ver con la prevención, la educación popular y la participación (Zani, 1996). Su campo específico de intervención se decanta por el análisis de la conciencia social, la cultura subjetiva de los valores, las actitudes, las creencias, las expectativas, los procesos de socialización, el liderazgo, el conflicto, el consenso, ciertos rasgos de la personalidad, los fenómenos grupales, la comunicación, etc., en definitiva, la interacción humana en su contexto comunitario (Bediako, Kwate y Rucker, 2004; J. M. Salazar et al., 1988; Triandis, 1973). Dicho objeto de estudio precisa necesariamente un acercamiento intercultural e interdisciplinar. Asumir esta interdisciplinaridad supone el convencimiento de que la realidad social y su complejidad actual no es propiedad privada y exclusiva de una disciplina científica particular. Sería tan importante que un psicólogo se hiciera preguntas sobre la sociedad en la que vive y su problemática como que otros científicos sociales se plantearan cuestiones relativas sobre las personas y las interacciones humanas (De Guevara, 1980). Esto en modo alguno supone diluir la responsabilidad del individuo en factores sociales, sino que, como expone Barriga (1987): «el modelo psicosocial no es un modelo sociologista, puesto que valora y resalta la vivencia individual de cada miembro de un grupo de referencia y en cuanto ha interiorizado (en sus representaciones y categorías sociales) los valores del medio social en que vive».
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5.6.1. La confluencia promotora de la psicología y la salud comunitaria Como se intenta exponer en estas líneas, los problemas sociales se configuran como fenómenos multidimensionales que han de ser abordados en sus aspectos estructurales, psicosociales y ambientales (García Roca, 1992). En este terreno se sustentaría la convicción de que el bienestar, la calidad de vida y la salud son el «resultado de una relación equilibrada entre el individuo y su entorno natural y social» (p. 41). De manera complementaria, la raíz del malestar también habrá que buscarla en una relación negativa con el ambiente social, y su intervención tendrá que ser a la fuerza comunitaria. Los conceptos de estilo de vida y práctica social son centrales a la hora de explicar la calidad de vida, constituyéndose el modo de vida en uno de los factores determinantes para la salud y el bienestar. Estilo de vida, práctica social, condiciones de vida, etc., son, al mismo tiempo, piedras angulares sobre las que se basa la psicología social de la salud. La «calidad de vida» es uno de sus temas recurrentes. Pollán et al. (1995) describen dicha tendencia mediante el análisis bibliográfico. El término calidad de vida aparece como descriptor en 47 trabajos publicados durante el período 1966-1974, 2616 en el período 1975-1984 y 4459 en el de 1989-1992. Este impacto teórico presenta su correlato en los trabajos metodológicos que intentan «traducir» y «generalizar» la definición operativa del término (p. ej., medida general Health Assessment Questionnaire: Esteve, Batlle y Reig, 1993; p. ej., medida para grupos específicos Quality of Life Profile for Spine Deformities: Climent et al., 1995). Otro dato que recalca la importancia del estudio de la calidad de vida en nuestro país y, a la vez, refleja la intersección entre psicología social y salud comunitaria es el papel de los grupos primarios y la interacción psicosocial en el mantenimiento y promoción de la salud (p. ej., en el caso concreto de la exclusión social: M. Muñoz et al., 1998; C. Vázquez, Muñoz y Sanz, 1997). Como Caïs y Castilla (1995, p. 270) defienden: «la familia española es muy cuidadora; en concreto, la mujer española ha cuidado de la casa, de los hijos, de los ancianos, y esto ha repercutido (sin estar institucionalizado, sin
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estar contabilizado como recurso) en la mejora de nuestro nivel de vida. Lo cierto es que los niveles de vida de la población (medidos con indicadores sanitarios) no se corresponden con el horizonte de salud que nos tocaría como grado de desarrollo [...]. Sanidad no es igual a Salud y Salud no es igual a Sanidad». Por tanto, las palabras grupo de referencia y comunidad son claves para entender estas interacciones (p. ej., actitudes de altruismo y salud e integración social: Blanco et al., 1994; Lozano y Blanco, 1995; Pelechano, 1999; altruismo, felicidad y salud: Post, 2005; inteligencia emocional y bienestar comunitario: Cherniss, 2002; compañerismo y prevención: Sato, Lacaz y Bernardo, 2004). Spagnolo de la Torre (1985) profundiza en esta relación, planteando como toda sociedad elabora un conjunto de ideas explicativas sobre los conceptos de salud y enfermedad que se transmiten a la comunidad y, sin lugar a dudas, a la representación particular que cada individuo tiene de ambas nociones. Así, tanto los términos salud como calidad de vida y su interdependencia deben contextualizarse en un entorno de referencia. «Desde esta perspectiva, la salud se entiende como un problema social y político cuyo planteamiento y solución requiere la participación activa y solidaria de la comunidad en su definición, en la gestión y control del sistema sanitario y la intervención dirigida a su promoción [...]. En función de estas características, el nuevo concepto de salud plantea la necesidad de un cambio desde el modelo de un uso pasivo de recepción de servicios a un modelo activo de intervención y participación. Hay que trabajar sobre la comunidad y con la comunidad (y no sólo en la comunidad)» (Velasquez, 2003). Este protagonismo de lo comunitario trasciende a otros conceptos también muy utilizados como el de salud pública, en el que el Gobierno es el principal garante y prestador de servicios (Salleras, 1985). Si la salud no se puede desligar del entorno social y cultural donde se genera o se pierde, parece lógico que sea la propia comunidad el principal motor del desarrollo, ejecución y valoración de las intervenciones encaminadas a paliar sus propias necesidades (San Martín y Pastor, 1984). De acuerdo con los argumentos de S. Levine y Croog (1984), conceptos como la salud y la calidad de vida han de entenderse desde — La funcionalidad o interacción del individuo con su medio, en sus diferentes facetas física, emocional, intelectual y social.
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— Las percepciones, nivel de apreciación que engloba el sentido general de satisfacción del individuo y la percepción de su propia salud en relación y comparación con la de otras personas de edad parecida. Si, como se comprueba por estos argumentos, incluso en la salud intervienen los juicios valorativos del tipo igual que, mejor que, peor que, con otros sujetos y grupos de referencia, el análisis de la comunidad y de sus representaciones y esquemas sociales compartidos ha de ser materia obligada en cualquier estudio de este tipo (Rodríguez Marín, Martínez y Valcárcel, 1990). El punto de intersección entre la psicología comunitaria y la psicología de la salud se encuentra en el análisis y dimensionalización de estos conceptos. Nos planteamos con E. R. Smith y Mackie (1997) de qué depende la buena salud: podría ser cuestión de una buena dieta, ejercicio regular y genes afortunados. La respuesta quedaría incompleta. Las emociones que experimentamos, el nivel de estrés que sufrimos, nuestra habilidad para el amor y la aceptación en nuestras relaciones, el modo en que sentimos, influyen en nuestro cuerpo tanto como en nuestras mentes (p. ej., estudios sobre el dolor crónico y estilos de afrontamiento: M. A. Pastor et al., 1989, 1990; M. A. Pastor et al.,1995; Rodríguez Marín, López y Pastor, 1989); y viceversa, el sentimiento de invulnerabilidad (o de optimismo ilusorio) a menudo genera una percepción menor del riesgo para la salud, con el consiguiente aumento de probabilidades de padecerlo: Blanco et al., 1993; F. Sánchez et al., 1998). Cuando los profesionales de la salud promueven el ejercicio y luchan contra el consumo de drogas, cuando los hospitales permiten a sus pacientes un mayor control sobre los tratamientos y cuando subvencionan grupos para la recuperación de sus enfermedades, adicciones y sufrimientos, los procesos psicosociales desempeñan su papel al producir mentes sanas en cuerpos sanos (p. ej., cuadro 60) (Miller y Shinn, 2005). Hemos descrito como tanto la psicología comunitaria como la salud comunitaria persiguen, entre sus objetivos, cambios amplios del sistema social, y como sus metas se relacionan con la comunidad o con los grupos que la componen, asumiendo que los efectos de la intervención repercutirán en todos ellos (Rodríguez Marín, Pastor y López, 1988; Rodríguez Marín, Martínez y Valcárcel, 1990). La psicología comunitaria surge como alternativa al modelo de trabajo clínico y de intervención en salud mental. Se propone un modelo activo, holístico, preventivo y cuyo fin consiste en optimizar los recursos de la comunidad (Gómez Jacinto y Canto, 1996, p. 416).
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El compromiso social CUADRO 60
MODELO DE CREENCIAS SOBRE LA SALUD FACTORES INDIVIDUALES
FACTORES MODIFICANTES
PROBABILIDAD DE ACCIÓN
Variables demográficas, psicosociales (personalidad, clase social, presión del grupo de pertenencia y referencia)
Significados percibidos Costos percibidos
Amenaza percibida
Probabilidad de ejecutar la acción de salud
Susceptibilidad percibida a la enfermedad X Gravedad percibida de la enfermedad X Campañas para la acción Consejos Medios Enfermedad familiar o Amigo (modelo) Artículos en revista FUENTE: Becker y Maiman (1987).
La psicología social de la salud se desarrolla como la aplicación específica de los conocimientos y las técnicas de la psicología social a la comprensión de los problemas de salud y al diseño y puesta en práctica de programas de intervención en este marco (Rodríguez Marín y García, 1996, p. 352). Se reivindica el hecho de que el comportamiento de salud es aprendido en un contexto social y que la interacción es piedra angular de la salud de la persona (León y Medina, 2002; Rodríguez Marín, Martínez y Valcárcel, 1990). Las circunstancias socioculturales influyen sobremanera en las actitudes y los comportamientos del individuo y dotan de sentido a dichos conceptos, propiciando patologías, asignando roles o estigmatizándolos, como es el caso de la lepra, la tuberculosis y, actualmente, el sida (Major y O’Brien, 2005). Por tanto, en la participación comunitaria se encuentra uno de los pilares en que se sustentan estas disciplinas.
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Por otro lado, si de lo que se trata, teniendo en cuenta estos elementos, es de generar una cultura de la salud dentro de la propia comunidad, la educación para la salud y su fin de promoción de estilos de vida sanos se constituye en una de las bases de esta nueva disciplina (Amigo et al., 1991; Durá, Galdón y Andreu, 1993; Galdón, Andreu y Durá, 1997; Gismera y Santacreu, 1997; Guío y Santacreu, 1992; Méndez y Beléndez, 1997; Olivares et al., 1997; Verdugo y Bermejo, 1997; Verdugo, Jenaro y Arias, 1998). Adoptar una serie de medidas que apoyen la implantación de la orientación comunitaria en los enclaves neurálgicos de una sociedad (por ejemplo, en las escuelas y en los lugares de trabajo) supone la aceptación de una serie de motivos que lo avalan (Hombrados, 1996): — Entre otros, el hecho de que es en los primeros años de vida en los que se socializan y se generan los hábitos, actitudes y valores del individuo. La escuela es uno de sus agentes primarios (Organización Mundial de la Salud, 1982). Además, la educación para la salud implica no sólo la adquisición de conocimientos básicos, sino revalorizar el papel del maestro como elemento comunitario de cambio y, al mismo tiempo, de integración psicosocial al medio (Codd y Cohen, 2003; M. F. Martínez et al., 1987; Snibbe y Markus, 2005; Zax y Specter, 1978). — Se encuentran motivos para el optimismo sobre el posible cambio que puede surgir de este tipo de iniciativas, en el momento en el que ya hay consenso institucional y jurídico sobre la importancia de la educación para la salud (tema transversal de la LOGSE) y sobre los menores costes económicos, mayor eficacia y racionalización de los recursos, que supone la prevención en edades tempranas frente al diagnóstico y tratamiento en situación de crisis (Kratochwill y Shernoff, 2004; Kratochwill, Albers y Shernoff, 2004). — En el entorno laboral, recientemente la Ley 31/1995 de Prevención de Riesgos laborales supone una apuesta explícita de estos principios y el reconocimiento de la necesidad de armonizar, en políticas comunitarias y participativas, el estudio y el tratamiento de la prevención en el lugar del trabajo (Meliá, Arnedo y Ricarte, 1996; Meliá, Sospedra y Rodrigo, 1994), el desarrollo de la ergonomía (Llaneza, 2002) y de la formación (Ovejero, 2001).
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El compromiso social — El enfoque del capital social aporta a estas premisas una orientación integral y promotora (Campbell, Cornish y McLean, 2004; Coleman, 2001; Lindstrom, 2005, 2006). El modelo de capital social se encuentra asociado a modelos de desarrollo económico y social (Moyano, 2001). La pregunta en el entorno laboral es generalizable a otros escenarios: ¿hasta qué punto las relaciones sociales son una fuente de recursos? (Herrero, 2002).
Al buscar la intersección entre ambos conceptos, la salud comunitaria y la psicología comunitaria convergen en una serie de dimensiones compartidas (Costa y López, 1986): — Coinciden en resaltar la importancia de los ecosistemas físicos, biológicos y sociales, como origen y causa de las necesidades sociales y de sus alternativas y oportunidades de su solución. — Reclaman para la prevención y la educación para la salud un trato preferente, en el que han de participar tanto los sujetos individuales como las organizaciones sociales en las que se integran. — Destacan, por tanto, la participación activa y organizada de la comunidad en la evaluación de los problemas y necesidades de salud y en su solución. — Buscan el desarrollo de una organización y funcionamiento adecuado de los servicios de salud, para que, guiados por la investigación epidemiológica, planifiquen y gestionen acciones y programas de salud con la cobertura y accesibilidad adecuadas (cuadro 61). Para concluir, tanto la psicología comunitaria como la salud comunitaria coinciden en la necesidad de trascender el concepto de salud como un estado individual, apreciado en función de su pérdida. La calidad de vida y la elaboración comunitaria de su definición y materialización constituyen la base común de ambas disciplinas. Como resume Zurriaga (1990), es necesario que la formación del agente social sea abierta y vinculada a la comunidad y a lo que supone la definición por parte de ésta de los ideales de bienestar y calidad de vida. La psicología social ha de ser capaz de asumir este desafío con la necesaria formación conceptual, profesional, científica, técnica y la reflexión ideológica que de este nuevo modelo de trabajo se infiere (León, 1995).
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CUADRO 61
CONTRASTE DE LAS TENDENCIAS DE SALUD Elementos de comparación
Tendencia curativa
Tendencia preventiva
Tendencia promocional
Usuario
Individuo
Individuo y población
Grupos de población
Iniciativa
Enfermo
Servicios de salud y educativos
Políticos, profesionales y comunidad
Posibilidad de elección
Amplia
Restringida
Restringida
Acceso
Difícil
Fácil
Fácil
Asistencia
Episódica
Periódica
Continuada
Continuidad
Mínima
Mínima
Alta
Actitud del usuario
Obediencia y sumisión
Acción individual y grupal
Participativa
Actitud de los profesionales
Aristocrática y tecnocrática
Tecnocrática
Democrática
Técnicas
Diagnóstico y tratamiento de la enfermedad. Consejos
Investigación y control de las enfermedades. Información y persuasión
Identificación y solución de los problemas percibidos. Educación y cambio social
Enfoque
Individual Hipótesis unicausal Búsqueda de la certeza
Comunitario, familiar, Social-grupos sociales, grupal e individual. hipótesis multicausal. Hipótesis multicausal. Búsqueda de la certeza Tolerancia a la incertidumbre
Característica
Relación mercantil prestación de servicios. Estrategia reactiva
Servicio público. Estrategia de aliento y prevención (proactiva)
Servicio público. Recursos comunitarios
Financiación
Directa por el usuario
Presupuesto público. Recursos individuales
Presupuesto público. Recursos comunitarios
Evaluación
Atención al enfermo
Evitación de enfermedades
Problemas resueltos. Aumento de la calidad de vida
Juicios de valor
Calidad
Coste eficacia
Mejora y desarrollo de la comunidad
Tecnocrática
Democrática radical
Tendencia ideológica Liberal
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ÍNDICE DE CUADROS 1. Mecanismos de la masa .......................................................... 2. Tipología de las multitudes .................................................... 3. El modelo de aplicación de ciencia pura como contribución a la consecución efectiva de metas individuales ......................... 4. El modelo de aplicación de ciencia social como una interacción entre la psicología social, disciplinas aplicadas y problemas sociales ................................................................................... 5. Áreas de trabajo y aplicaciones contempladas en el Handbook of Social Psychology .................................................................. 6. El modelo de la probabilidad de elaboración de Petty y Cacioppo 7. Experiencia ambiental ............................................................ 8. Dimensiones de comparación de las teorías de relaciones intergrupales .................................................................................. 9. Relación entre atribuciones, creencias de salud y conducta ..... 10. Redes de comunicación en el grupo ....................................... 11. La opinión pública como un sistema abierto .......................... 12. Concepción de la susceptibilidad a la enfermedad como producto de la ruptura en el ajuste entre las reglas sociales y la conducta comprometida .............................................................. 13. Escala para la Valoración de la Readaptación Social (Social Readjustment Rating Scale) ...................................................... 14. Cuatro modelos de ayuda y afrontamiento ............................. 15. Definiciones de psicología de la salud .................................... 16. Relaciones disciplinares de la psicología de la salud ................ 17. Trastornos potencialmente asociados al estrés ......................... 18. Efectos de las emociones negativas en la salud ........................ 19. Características de la psicología comunitaria ............................ 20. Funciones del psicólogo de la salud ........................................
30 31 56 56 69 70 87 89 93 98 100 104 106 110 115 117 124 125 138 144
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Índice de cuadros
21. Predicción del tipo de respuesta que dará el observador en función de su percepción de los costes de ayudar frente a los de no hacerlo ................................................................................... 22. Modelo de decisión sobre la intervención en emergencias elaborado por Latané y Darley .................................................... 23. Principales formas de reducción de la disonancia cognitiva ..... 24. La psicología social funcionalista y la psicología social genética 25. Variables intervinientes en la teoría de la acción razonada ....... 26. La teoría de la acción social de Ewart ..................................... 27. Definiciones de estereotipos ................................................... 28. Diferentes aproximaciones al estudio de lo psicosocial ........... 29. Categorías antagónicas de los paradigmas mecanicista y organicista ..................................................................................... 30. Comparación entre modelos de salud ..................................... 31. Problemas de salud a través de la historia ............................... 32. Comparación de modelos biomédicos y biopsicosocial ........... 33. Un ciclo de investigación ........................................................ 34. Propiedades de las teorías y características correspondientes de las tres formas de validez de la investigación ........................... 35. Técnicas multivariantes .......................................................... 36. Estrategias de investigación .................................................... 37. Fragmentos de entrevistas sobre el estilo de vida saludable ..... 38. Fases de la encuesta ................................................................ 39. Ejemplos de diferentes tipos de preguntas en un cuestionario . 40. Cuestionarios más conocidos del estilo de vida saludable ....... 41. Adjetivos más utilizados por los sujetos castellanos al describir a los catalanes ......................................................................... 42. Escala de «distancia social» ..................................................... 43. Ejemplo de ítems de una escala según la técnica de Thurstone 44. Ejemplo de ítems de una escala según la técnica de Likert ..... 45. Ejemplo de sociograma .......................................................... 46. Componentes del sistema lingüístico ...................................... 47. Comparación de Bryman ....................................................... 48. Desarrollo de un análisis de contenido ................................... 49. Modelos culturales de grupalidad ........................................... 50. Principios éticos para la investigación en psicología ................ 51. Las necesidades dentro del ciclo de intervención ....................
175 180 184 191 196 197 204 239 242 251 269 270 272 278 285 287 291 293 294 295 298 300 301 301 304 307 307 310 313 315 327
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Índice de cuadros 52. Correlaciones entre actitud hacia la conservación del medio ambiente y conductas de apoyo de dicha conservación, según Weigel y Newman ................................................................... 53. Distinción entre la psicología social básica y la psicología social aplicada ................................................................................... 54. Fases hacia la calidad de vida ................................................... 55. Relación conceptual entre bienestar social y calidad de vida .... 56. Interacción entre diferentes definiciones de la salud ................ 57. Comunicaciones y pósteres presentados en diversas áreas temáticas entre los congresos de psicología social realizados en Alicante y San Sebastián............................................................... 58. Los cinco principios clave de la promoción de la salud según la OMS....................................................................................... 59. Concepciones de la salud......................................................... 60. Modelo de creencias sobre la salud .......................................... 61. Contraste de las tendencias de salud........................................
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332 335 351 353 355 363 376 377 382 385
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ÍNDICE INTRODUCCIÓN .....................................................................
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1. EVOLUCIÓN HISTÓRICA ................................................... 1.1. Raíces de la psicología social ............................................. 1.2. Antecedentes en el siglo XIX ............................................... 1.2.1. La psicología de los pueblos ................................... 1.2.2. La psicología de las masas ...................................... 1.2.3. La teoría de la evolución ........................................ 1.3. Constitución de la psicología social como disciplina científica .................................................................................... 1.4. Período de crisis de la psicología social .............................. 1.4.1. Manifestaciones de la crisis .................................... 1.4.2. Propuestas de solución ........................................... 1.5. Características actuales de la psicología social .................... 1.6. La propuesta integradora de la psicología comunitaria ....... 1.6.1. De la enfermedad mental a la salud mental comunitaria: la perspectiva europea y norteamericana .... 1.6.2. De la desigualdad social al desarrollo comunitario latinoamericano .....................................................
13 15 19 24 27 32
2. APROXIMACIÓN CONCEPTUAL ....................................... 2.1. Definición de psicología social ........................................... 2.1.1. La interacción psicosocial como objeto disciplinar .. 2.1.2. La interacción psicosocial en el estudio de la salud . 2.2. La psicología social de la salud ........................................... 2.2.1. La incidencia de variables psicológicas en la salud ..
81 83 94 101 111 124
34 53 57 61 63 73 73 78
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Índice
2.2.2. La incidencia de variables sociales en la salud ......... 2.2.3. La situación de la psicología de la salud en España . 2.3. Características definitorias de la psicología social ............... 2.3.1. La interdisciplinariedad .......................................... 2.3.2. La pluralidad de escenarios .....................................
130 139 145 145 151
3. LAS ORIENTACIONES TEÓRICAS ..................................... 3.1. La orientación psicoanalítica .............................................. 3.2. El interaccionismo simbólico ............................................. 3.3. El conductismo .................................................................. 3.4. El cognitivismo .................................................................. 3.5. La teoría de la identidad grupal: relaciones intergrupales y categorización ................................................................... 3.6. La psicología social del cambio: La influencia minoritaria . 3.6.1. La teoría de las representaciones sociales ................. 3.7. Modelos alternativos .......................................................... 3.7.1. La teoría de la acción .............................................. 3.7.2. La teoría dialéctica .................................................. 3.7.3. El construccionismo social ...................................... 3.7.4. El estructuralismo social ......................................... 3.8. Modelos comunitarios ....................................................... 3.8.1. Modelo ecológico ................................................... 3.8.2. Modelo de activación social «empowerment» y competencia ...........................................................
159 161 163 171 179
4. CUESTIONES METODOLÓGICAS ..................................... 4.1. Teoría, metodología y aplicación: una intersección histórica 4.2. La posibilidad científica de conocimiento psicosocial ........ 4.3. Ciencias naturales y ciencias sociales .................................. 4.4. Paradigmas y tradiciones de investigación en psicología ..... 4.5. La evolución epistemológica de la salud: el modelo psicosocial y médico ..................................................................... 4.5.1. Lo natural de la salud desde una perspectiva psicosocial ...................................................................... 4.5.2. El componente psicosocial de la práctica médica .... 4.5.3. Las consecuencias sociales de un paradigma simplificado .....................................................................
217 220 226 231 237
187 190 192 194 195 199 200 205 206 207 210
248 250 258 265
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Índice 4.6. Métodos experimentales y correlacionales: análisis de validez .................................................................................... 4.6.1. Hacia una postura metodológica conciliadora ......... 4.7. Estrategias de investigación ................................................ 4.7.1. Técnicas cuantitativas versus técnicas cualitativas .... 4.8. Ética y valores de la investigación ......................................
491
271 282 285 305 312
5. EL COMPROMISO SOCIAL ................................................. 5.1. La relevancia científica de las necesidades sociales .............. 5.2. El estudio de los problemas sociales, un reto psicosocial .... 5.3. La respuesta de la psicología social aplicada ....................... 5.4. La psicología social aplicada a la intervención psicosocial .. 5.4.1. Fines de la intervención psicosocial ........................ 5.5. La trayectoria aplicada de la psicología social y comunitaria en España .......................................................................... 5.5.1. Áreas de intervención psicosocial en la salud .......... 5.6. La promoción de la salud desde la psicología comunitaria.. 5.6.1. La confluencia promotora de la psicología y la salud comunitaria ............................................................
321 324 328 333 345 350
BIBLIOGRAFÍA ..........................................................................
387
ÍNDICE DE CUADROS .............................................................
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358 370 375 379
( c) 2011 Prensas Universitarias de Z aragoz a, All Rights Reserved.
Este libro se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Línea 2015, S. L., de Zaragoza, en marzo de 2007
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