ANIMALES DESCONOCIDOS RELATOS ACAROLÓGICOS
ANITA HOFFMANN
ANIMALES DESCONOCIDOS RELATOS ACAROLÓGICOS Autor: ANITA HOF...
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ANIMALES DESCONOCIDOS RELATOS ACAROLÓGICOS
ANITA HOFFMANN
ANIMALES DESCONOCIDOS RELATOS ACAROLÓGICOS Autor: ANITA HOFFMANN COMITÉ DE SELECCIÓN EDICIONES PRÓLOGO I.¿QUÉ SON LOS ÁCAROS ? II. EL FIEL COMPAÑERO DEL HOMBRE III. NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA IV. EL TRANSPORTE COLECTIVO V. MÍRAME Y NO ME TOQUES VI. LO QUE EL VIENTO TRAJO VII. LOS QUESOS Y SU "BOUQUET" VIII. UN MUNDO OCULTO IX. CAMBIO DE VIDA X. LAS BOMBAS SUCCIONADORAS DE SANGRE XI. COSTUMBRES INSÓLITAS XII. TESTIGOS DE CARGO XIII. ESTRATEGIA INCREÍBLE COLOFÓN CONTRAPORTADA
COMITÉ DE SELECCIÓN
Dr. Antonio Alonso Dr. Juan Ramón de la Fuente Dr. Jorge Flores Dr. Leopoldo García-Colín Dr. Tomás Garza Dr. Gonzalo Halffter Dr. Guillermo Haro † Dr. Jaime Martuscelli Dr. Héctor Nava Jaimes Dr. Manuel Peimbert Dr. Juan José Rivaud Dr. Emilio Rosenblueth † Dr. José Sarukhán Dr. Guillermo Soberón Coordinadora Fundadora: Física Alejandra Jaidar † Coordinadora: María del Carmen Farías
EDICIONES
Primera edición, 1988 Cuarta reimpresión, 1996 La Ciencia desde México es proyecto y propiedad del Fondo de Cultura Económica, al que pertenecen también sus derechos. Se publica con los auspicios de la Subsecretaría de Educación Superior e Investigación Científica de la SEP y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. D. R. © 1988, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, S. A. DE C. V. D. R. © 1995, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Carretera Picacho-Ajusco 227; 14200 México, D.F. ISBN 968-16-2860-8 Impreso en México
PRÓLOGO
Los ácaros son parientes de las arañas y los alacranes, generalmente de 1 a 2 milímetros de longitud, siendo algunos microscópicos, mientras otros, como las garrapatas, llegan a medir un poco más de un centímetro; por esta razón son fácilmente pasados por alto; aunque se encuentran en toda clase de ambientes, como los que viven en el agua dulce, en la salada y en la salobre; en la tierra, en asociación con otros organismos, en alimentos, etcétera. Los científicos que estudian este interesante grupo de animales han calculado que existe cerca de un millón de especies, que tienen comportamientos muy diversos y se encuentran en los lugares más insólitos. Se conoce poco de su biología, pero cada día los investigadores descubren nuevos datos acerca de ellos, debido a que no sólo son importantes desde el punto de vista biológico, sino también desde el socioeconómico. En México, la doctora Anita Hoffmann, profesora titular de tiempo completo de la Facultad de Ciencias de la UNAM, brillante investigadora de tenaz voluntad para el cumplimiento del deber, maestra auténtica y persona de un carácter estricto y bondadoso que acompaña con gran alegría, inició el estudio de este maravilloso grupo de animales al crear en 1965 el Laboratorio de Acarología, en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas, del Instituto Politécnico Nacional. Posteriormente, en 1973, funda el Laboratorio de Acarología de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México, en donde forma un grupo de colaboradores de alto nivel académico, que cada día, junto con ella, producen nuevos conocimientos sobre estos animales. En este laboratorio se encuentra la mejor colección de ácaros del país y de las primeras reconocidas en el mundo, así como la bibliografía más completa sobre el tema. Quién mejor que la doctora Hoffmann para contarnos las maravillas de estos diminutos animales que, como podrá constatar el lector, presentan las anécdotas más fascinantes. En este libro la doctora Hoffmann, además de mostrar su profundo conocimiento, comunica de una manera sencilla y muy entretenida las aventuras de estos animalitos, con los que la especie humana tiene diario contacto, aun sin saberlo. JUAN LUIS CIFUENTES L.
I.¿QUÉ SON LOS ÁCAROS ?
LOS ácaros forman parte del grupo más antiguo, diverso y numeroso de animales que ha existido desde que apareció la vida en el planeta, el de los artrópodos. Conviene por lo mismo señalar algunas de las más importantes características de estos animales, antes de entrar al tema concreto de los ácaros. Los artrópodos, cuyo nombre significa "patas articuladas" (del griego arthron=articular y podos=pie), aparecieron en los mares del Cámbrico hace más de 500 millones de años y desde entonces han sido el grupo dominante sobre la Tierra, en cuanto al número de especies se refiere. Fueron también los primeros animales que pasaron del ambiente acuático al terrestre, incursionaron tierra adentro y se adaptaron a todos los hábitats de este medio. Es imposible precisar el número de especies y mucho menos el número de individuos que han poblado y continúan poblando las aguas, el aire y el suelo, pero se calcula que son alrededor de 10 millones de especies, gran parte de las cuales aún no han sido descritas. De cualquier manera, su número es muy superior al de todos los demás seres vivos juntos. Los primeros artrópodos de los que se tiene noticia fueron los trilobites, extinguidos hace mucho. Por los restos fósiles que se han conservado y que son testimonio de su existencia, se sabe que durante 300 millones de años se propagaron en las aguas de los océanos, y desaparecieron durante el periodo Pérmico; sin embargo, durante todo este tiempo fueron evolucionando en otras formas, dando así origen a todas las demás ramas de artrópodos que actualmente se conocen y que se encuentran distribuidas en el mundo entero, adaptados a todos los hábitats accesibles a la vida y asociados a todos los demás seres vivos. Son especialmente importantes por su directa participación en la vida del hombre y sus actividades diarias, sea en sus aspectos económico, nutricional, agrícola, médico o veterinario. El conjunto de todos ellos constituyen el phylum Arthropoda, que se divide en tres grandes subphyla: a) el de los Trilobitomorpha, que comprende a todas las formas fósiles de trilobites; b) el de los Chelicerata, provistos de quelíceros y pedipalpos (sin antenas ni mandíbulas), donde se agrupa a las cacerolitas, los arácnidos, los ácaros y las arañas de mar y c) el de los Mandibulata, con antenas y mandíbulas (sin quelíceros ni pedipalpos), que incluye a los crustáceos, los miriápodos y los insectos.
Clasificación general del phylum Arthropoda
Subphylum
Clase
Trilobitomorpha Trilobita
Nombre común
Trilobites (extinguidos)
Trilobitida Chelicerata
Merostomata
Cacerolitas
Arachnida
Alacranes, arañas, vinagrillos, arañas patonas, solpugas, etcétera
Mandibulata
Acarida
Ácaros y garrapatas
Pycnogonida
Arañas de mar
Crustacea
Cangrejos, camarones, jaibas, langostas, cochinillas, pulgas de agua, cíclopes, etcétera
Chilopoda
Ciempiés
Diplopoda
Milpiés
Pauropoda
Los miembros de estas cuatro
Symphila
clases se conocen con el nombre general de miriápodos
Insecta
Mariposas, escarabajos, abejas, hormigas, chapulines, piojos, moscas, mosquitos, pulgas, etcétera
El hombre conoce muy bien a los artrópodos y esto es por diferentes motivos. Insectos como mariposas, escarabajos, chapulines, etc., llaman la atención por su relativamente gran tamaño, por sus vivos y llamativos colores y porque son los únicos invertebrados capaces de volar, gracias a que tienen uno o dos pares de alas. Otros insectos, como los mosquitos, moscas, pulgas, piojos, chinches, etc., tienen que ser soportados frecuentemente por el hombre y los animales superiores como plagas muy molestas que, además, pueden ocasionar daños más o menos serios a su salud, no sólo por las toxinas que les inyectan al alimentarse de ellos, sino
por los gérmenes patógenos que suelen transmitirles y que son la causa de numerosas y graves enfermedades. Otras especies están catalogadas como plagas muy perjudiciales y destructoras de una gran variedad de plantas, así como de granos y otros productos almacenados. No todos son dañinos, hay también muchos insectos benéficos, como las abejas productoras de miel, que reditúan grandes ganancias; o el gusano de seda, que es la larva de una mariposa, secretora de la delicada substancia con la que se manufacturan las finas telas de gran valor comercial, y otros más. Artrópodos como los crustáceos, que incluyen camarones, langostas, cangrejos, jaibas, etc., constituyen un manjar exquisito para el paladar del hombre, además de ser de alto valor nutritivo. Existen también artrópodos que secretan venenos muy activos y de cuya picadura o mordedura el hombre debe cuidarse; tal es el caso de muchos arácnidos, como los alacranes y ciertas arañas; asimismo, las forcípulas de miriápodos, como algunos ciempiés, pueden inyectar substancias que originan grandes molestias locales. Los conocidos como arañas de mar o picnogónidos son inofensivos. Finalmente, existe el numeroso grupo de los ácaros, cuyas especies, a pesar de ser tan frecuentes y numerosas como las de los insectos, son prácticamente desconocidas por los humanos. Esto se debe a su pequeño tamaño que las hace pasar inadvertidas, no obstante que se encuentran en todas partes. Las formas más grandes, que se designan con el nombre común de garrapatas, son las únicas que el hombre conoce bien, no sólo por su tamaño sino porque siendo parásitas del ganado y de otros animales domésticos, le originan costosas pérdidas anuales. Otras pocas especies que también reconoce son las que forman plagas molestas o dañinas tanto para él y sus animales como para los campos agrícolas que cultiva; entre estas últimas se encuentran todas las fitófagas. Todas ellas han recibido diferentes nombres, algunos de los cuales se usaban ya entre los antiguos mexicanos; así, a las garrapatas se les designa en varios estados de la República como ''tialajes", "turicatas", "tostoneras", "plateadas", "conchudas", "tullidoras", etc., y a sus larvas que son mucho más pequeñas, "pinolillo", "mostacilla", "güias", etc. Otros ácaros que producen dermatitis o inflamaciones de la piel, muy molestas para el hombre, se les conoce con el nombre de "tlalzahuates", "coloradillas", "aradores", etc.; hay también los "corucos" de las gallinas, las "arañas rojas" de las plantas, los "ácaros de la sarna", "ácaros de la roña" y algunos más. Son, sin embargo, muy pocas, en contraste con los miles de especies que hay y que el hombre común desconoce. Cómo son los ácaros. Se trata de animales sumamente pequeños, muchos de ellos microscópicos; algunas larvas miden menos de 100 micrones; las formas más grandes son las garrapatas que, cuando están repletas por la sangre ingerida, llegan a alcanzar hasta 3 cm de longitud. Una de las especies de mayores dimensiones en el mundo es Amblyomma longirostre Koch, que en México es parásita del puerco espín. La mayor parte de los ácaros adultos miden entre medio y dos milímetros. La forma de su cuerpo es de lo más variada, contribuyendo a ello la disposición y aspecto de sus patas y las ornamentaciones con vistosas sedas o pelos, placas, proyecciones y estriaciones de la piel. Pueden presentar un cuerpo angosto y alargado, o corto y ancho, o también ovalado, globoso, cónico, piriforme o romboidal; a veces es comprimido, otras veces deprimido; en ocasiones tiene aspecto estrellado o bien presenta fuertes placas que cubren su cuerpo a manera de barrilito. Su color también es muy variado, dependiendo de la especie; los hay que son casi transparentes o ligeramente blanquecinos; en varios de ellos puede
distinguirse el color de los órganos internos, que con frecuencia depende del alimento que ingieren; así, los que se nutren de plantas tienen color verde o medio café; los que chupan sangre, en cambio, ostentarán un color rojo obscuro. Otros poseen capas de pigmento que reflejan tonalidades de amarillo o café; los hay también azulosos, violáceos, verdosos, anaranjados y rojizos. Algunas garrapatas presentan placas dorsales con ornamentaciones nacaradas o plateadas. Los ácaros que muestran los colores más variados y brillantes son probablemente los que viven en el agua dulce. Una de las características de los artrópodos, aparte de tener las patas articuladas, es que el cuerpo se divide en segmentos o metámeros; este carácter se ha ido perdiendo en los ácaros que, al ir reduciendo su cuerpo en el curso de su evolución, fueron también perdiendo las marcas de su segmentación. Como en todos los artrópodos, su cuerpo está cubierto por una cutícula quitinosa, muy resistente, que los protege de agentes físicos, químicos y mecánicos. En algunas partes esta cutícula es más gruesa, y forma placas que les dan mayor protección. Estas placas sirven asimismo para la inserción de músculos y son características en determinados grupos. Aunque esta cubierta les es sumamente benéfica para proteger su vida, es al mismo tiempo tan rígida que les impide crecer; por esta razón tienen que deshacerse periódicamente de esta coraza mediante el proceso de la muda; éste es un momento crítico en la vida del ácaro y está controlado por secreciones hormonales. Los numerosos apéndices que en los primeros artrópodos correspondían a dos por cada segmento (como se ve actualmente en los ciempiés), se fueron modificando, transformándose los anteriores en partes bucales, o sea, elementos que ayudan al animal a comer, capturar y desgarrar su alimento. En los ácaros los apéndices están representados por un par de quelíceros, un par de pedipalpos y cuatro pares de patas locomotoras; los dos primeros corresponden a las partes bucales y los últimos les sirven para desplazarse. La alimentación de los ácaros varía mucho entre las numerosas especies; por eso los quelíceros se han ido modificando, adaptándose, según el caso, para morder, cortar, raspar, enganchar, aserrar, despedazar, triturar, picar o succionar. También el segundo par de apéndices o pedipalpos han sufrido cambios a lo largo de su evolución; en algunos casos son claramente de función prensil, ayudando a la captura de las presas, a las cuales sujetan firmemente; en otras especies actúan como estructuras sensoriales, estando entonces provistos de numerosos órganos receptores de estímulos externos y gracias a los cuales pueden percibir los olores, las vibraciones, la humedad, el calor, etc. Estos órganos sensoriales están representados por diversos tipos de sedas o pelos y otras estructuras.
Figura 1. Algunos ejemplos de ácaros. (a) Periglischrus vargasi Hofmann, parásito de murciélagos.(b) Cunaxa capreolus (Berlese), vida libre en el suelo, depredador. (c) Laminosioptes cysticola (Vizioli), parásito de gallinas. (d) Caligonella sp., vida libre en el suelo depredador.(e) Tequisistlana oxacensis Hofmann y Sánchez, parásito de las lagartijas. Los cuatro pares de apéndices restantes son las patas locomotoras propiamente, por medio de las cuales logran desplazarse, algunos lenta y otros rápidamente; según su hábitat, las utilizan para andar, correr, trepar, saltar, escarbar, excavar o nadar. El primer par a menudo tiene función sensorial y lo llevan levantado hacia delante, a manera de antenas, para poder detectar los estímulos a su alrededor; en estos casos, las primeras patas están provistas de diversos órganos sensoriales, característicos de las especies y que pueden ser sedas, pelos, orificios o hundimientos de la piel, pequeñas protuberancias, etc. Por medio de estas patas logran orientarse, encontrar su camino, así como a sus compañeros sexuales, pudiendo también percibir a sus enemigos y sus posibles presas. Con los otros tres pares de patas caminan y logran agarrarse o sujetarse a los diferentes sustratos; las formas acuáticas los utilizan para nadar a manera de remos. Las patas de algunos machos pueden estar modificadas para poder sujetar a la hembra durante el apareamiento. Normalmente, las larvas tienen tan sólo tres pares de patas; el último par aparece cuando la larva se transforma en ninfa, por lo que ninfas y adultos tienen cuatro pares. Sin embargo, algunos ácaros muy
especializados y pequeños han reducido sus patas a tan sólo dos pares y en ocasiones a uno, en estado adulto. Toda la superficie del cuerpo y las patas está cubierta de sedas de muy variada forma y de función generalmente táctil, aunque muchas de ellas son también sensibles a las vibraciones. Gran parte de las especies son ciegas, pero las hay también con ojos muy sencillos, llamados ocelos, que generalmente son uno o dos pares, situados en la superficie dorsal y anterior del cuerpo. Es poco probable que estos ocelos lleguen a formar imágenes; posiblemente su función se concrete tan sólo a detectar los cambios en la intensidad de la luz. En la cara ventral del cuerpo de los adultos pueden observarse, además, dos aberturas, la genital en la parte anterior y la anal en la posterior, aunque su posición exacta varía en los diferentes grupos. Los ácaros respiran por orificios especiales, llamados estigmas, que se continúan en tubos muy finos o tráqueas; las formas juveniles o las especies muy pequeñas lo hacen a través de la piel. La fecundación de los ácaros es siempre interna, pero la forma como pasa el esperma del cuerpo del macho al de la hembra varía mucho en las diferentes especies. Se pueden distinguir tres formas fundamentales: 1) Por medio de un pene u órgano copulador, que inyecta directamente los espermatozoides al cuerpo de la hembra, a través de su abertura genital. 2) Con ayuda de los quelíceros provistos de espermadáctilos, que funcionan como órganos copuladores y ayudan a introducir el esperma, en este caso a orificios especiales situados cerca de las patas. La aparente abertura genital de la hembra, en estos casos, no funciona como vulva sino que a través de ella salen los huevos. 3) Por medio de espermatóforos, es decir, pequeños saquitos dentro de los cuales se conserva el esperma; hay de dos tipos, sin pedicelo, pasando entonces directamente de la abertura genital del macho al de la hembra, cuyos cuerpos están vientre con vientre; o con pedicelo, en cuyo caso los machos depositan los espermatóforos en el suelo, pegándolos al sustrato mediante un pequeño tubérculo; las hembras, sexualmente maduras, que encuentren estos espermatóforos, se encargarán de introducirlos ellas mismas a su organismo, a través de la abertura genital. La mayor parte de los ácaros ponen huevos, o sea, que son ovíparos; otros son ovovivíparos, es decir, que ponen huevos, pero llevan adentro un embrión ya formado y próximo a nacer; por último, hay especies vivíparas, que dan nacimiento directamente a organismos ya formados. Durante su desarrollo sufren una metamorfosis, o sea que cambian de forma y durante su ciclo de vida pasan por cuatro estados principales: huevo, larva, ninfa y adulto, pero algunos pueden presentar, en lugar de uno, tres estadios ninfales, llamados protoninfa, deutoninfa y tritoninfa. Dentro de este cuadro general, hay muchas modificaciones. Dónde viven los ácaros. Se encuentran distribuidos por todo el mundo, adaptados a vivir en todos los medios conocidos del planeta. Entre las formas de vida libre hay una gran cantidad de especies terrestres y una variedad también muy grande de especies acuáticas. Las primeras pueden hallarse desde altitudes de 5 000 m sobre el nivel del mar, extendiéndose hacia abajo por todas partes, hasta la costa de los continentes, habiendo muchas formas en la zona de las mareas. También las especies marinas pueden ser muy abundantes, viviendo a diferentes profundidades que, hasta donde se sabe, pueden ser los 4 000 m. Asimismo, las corrientes de agua dulce, ríos, lagos y arroyos, tienen su fauna de ácaros, habiendo algunos que prefieren las corrientes fuertes y otros las aguas tranquilas; otros son característicos de los charcos
temporales que se forman en la época de lluvias, o bien se entierran entre el lodo de las márgenes y el fondo de cualquier depósito natural de agua dulce. Algunas especies están adaptadas para vivir en manantiales y soportan muy bien el calor de las aguas termales que se localizan en ciertas regiones volcánicas; otras más viven en aguas salobres y pantanos o en aguas polares, tolerando fríos muy intensos; son frecuentes también en cuevas y ríos subterráneos y muchas de ellas pasan gran parte de su vida entre los intersticios del suelo, enterrándose otras a diferentes profundidades para protegerse de la nieve en el invierno. Abundan donde hay vegetación, entre los desechos en descomposición y en asociación con musgos y líquenes. Los sitios más ricos en ácaros son los musgos y la hojarasca revuelta con tierra suelta de los bosques y las praderas, donde llegan a constituir entre 70% y 90% del total de la población del suelo. Formando parte de los ácaros de vida libre, hay un grupo grande de especies que se alimenta de granos y otros productos almacenados, con un elevado contenido en proteínas, como queso, jamón, etc. Muebles construidos con fibras vegetales pueden ser atacados por estos artrópodos; de este tipo son aquellos que viven en el polvo de las casas y que se alimentan, entre otras cosas, de los desechos de la piel del hombre; estos ácaros son en la actualidad motivo de intensos estudios, ya que se les ha relacionado con ciertos padecimientos de las vías respiratorias, como el asma. Algunas especies tienen preferencia por alimentos azucarados, que por acción bacteriana forman ácidos, como el acético, succínico o láctico; por ello pueden encontrarse en la leche en polvo, vinos, dulces, col agria, mermeladas, diversos postres y caramelos, etc. Cuando estos alimentos son ingeridos por el hombre, y llevan consigo algunos ácaros vivos, estos animales pueden llegar a colonizar en el intestino, originando acariasis intestinales. Hay otras muchas acariasis que estos ácaros de vida libre pueden producir tanto en el hombre como en diversos animales y que recibirán distintos nombres de acuerdo con el órgano que invadan. Existen también numerosos ácaros fitófagos, o sea, que se alimentan de plantas, que pueden ser desde bacterias hasta las grandes fanerógamas. Entre ellos hay algunos que se consideran plagas muy dañinas para la agricultura y que pueden atacar a un número muy grande de plantas de cultivo que el hombre aprovecha como alimento, forraje, ornato, etc., tales como maíz, jitomate, alfalfa, fresa, cítricos, algodón, palma de coco, dalias, etcétera. Finalmente, hay una variedad enorme de ácaros, asociados en alguna forma a todos los demás grupos de animales; esta biorrelación puede ser desde puramente ecológica, al formar parte de las diferentes y numerosas comunidades terrestres y acuáticas; forética, al aprovechar a otros animales corredores y voladores para ser transportados a fuentes más ricas de alimento o nuevas localidades para su reproducción y desarrollo; comensal, al instalarse en el cuerpo del huésped, nutriéndose de sus secreciones o deyecciones, o aprovechando los residuos alimenticios que el huésped no utiliza, pero sin causarle ningún daño directo a éste; protocooperativa o mutualista, al beneficiarse ambos integrantes en forma facultativa u obligada, respectivamente; depredadora, al cazar el ácaro a su presa para alimentarse; hasta parásita, al depender metabólicamente del huésped y provocar casi siempre una reacción de defensa en este. Hay otros muchos tipos de asociaciones biológicas en que participan los ácaros, pero éstas son las principales. Los ácaros parásitos son, desde luego, los más especializados, no sólo por sus modificaciones morfológicas sino por los cambios que han sufrido en sus ciclos de vida, su fisiología y su comportamiento. Son los ectoparásitos más frecuentes, numerosos y variados; algunos de ellos, a lo largo de su evolución, han llegado a invadir cavidades internas, principalmente las
vías respiratorias y muchos viven por un tiempo bajo la piel. Sus huéspedes preferidos son los artrópodos, sobre todo los insectos y todos los vertebrados terrestres. Los ácaros más importantes en este sentido son las garrapatas, parásitos obligados que se alimentan de la linfa o sangre de un huésped, en todos los estadios de su ciclo de vida. Bajo estas condiciones, tienen la oportunidad de actuar también como vectores de numerosos gérmenes patógenos, capaces a su vez de originar enfermedades y hasta la muerte a muchos de sus huéspedes. Cómo se agrupan y dividen los ácaros. Antiguamente los ácaros, se incluían dentro de los arácnidos, sin embargo, son tan diferentes a éstos no sólo en cuanto a su morfología, comportamiento, ciclos de vida y sitios a los que se han adaptado a vivir que, en la actualidad, se les agrupa en una clase separada, que se designa como clase Acarida. Esta clase Acarida se divide en tres subclases: 1) Subclase Opilioacariformes, con un solo orden: Orden Opilioacarida, donde se incluyen los ácaros más primitivos, que muestran todavía características de sus antepasados.
2) Subclase Parasitiformes, que se divide en tres órdenes: a) Orden Holothyrida, cuyos representantes se encuentran en Australia, Nueva Zelanda y otras islas de la región, así como en la región neotropical del continente americano. b) Orden Mesostigmata. Incluye una gran cantidad de especies, que se agrupan en 77 familias, casi todas con representantes en México. Hay muchas formas libres que constituyen parte de la fauna del suelo; muchos individuos son foréticos. Por lo que se refiere a sus hábitos alimentarios, hay una gran cantidad de depredadores, otros se nutren de desechos orgánicos y hongos. Muchas especies viven como ectoparásitos de reptiles, aves y mamíferos y otras han invadido el interior del cuerpo, viviendo como endoparásitos. c) Orden Ixodida, donde se incluyen todas las garrapatas, ectoparásitos por excelencia de todos los vertebrados terrestres, desde batracios hasta el hombre.
3) Subclase Acariformes, que también se divide en tres órdenes: a) Orden Prostigmata. Es uno de los más grandes, con 127 familias y miles de especies, gran parte de las cuales se encuentran en México. Muchas son depredadoras y viven en el suelo o sobre musgos, líquenes, etc.; otras prefieren áreas desérticas o la zona de las mareas. Aquí se incluyen también todas las especies fitófagas que constituyen plagas muy serias de diversos cultivos y de difícil control. Se incluyen asimismo, todas las especies acuáticas, tanto marinas como de agua dulce. Hay también especies comensales y numerosas parásitas, muchas de las cuales sólo viven en estas condiciones en su etapa larval, pero llegan a ser un grave problema en la salud pública. b) Orden Astigmata, con 65 familias, gran parte de las cuales existen en México. Aquí
hay muchas especies de vida libre que se alimentan de granos, de materia orgánica en descomposición, de hongos y de alimentos almacenados o procesados. Gran número de especies se han adaptado a vivir entre las plumas de numerosas aves; otras son parásitas de insectos, crustáceos y de varias aves y mamíferos; a estos últimos les ocasionan diversos tipos de sarna; hay también especies endoparásitas de ciertas aves y mamíferos, así como comensales. c) Orden Oribatida, con 158 familias, gran parte de ellas en México. Son los ácaros más numerosos, frecuentes e importantes del suelo, que desempeñan un papel esencial en los procesos de descomposición e integración al suelo de la materia orgánica.
A continuación se presenta un cuadro sinóptico de estas grandes divisiones de la clase Acárida: Clase Acarida
Subclases
Órdenes
Nombres comunes
Opiliocariformes
Opiliocarida
Àcaros primitivos
Holothyrida Parasitiformes
Mesostigmata Corucos Ixodida
Garrapatas
Prostigmata
Coloradillas, tlalzahuates, arañas, rojas, etcétera.
Acariformes
Astigmata
Aradores, ácaros de la sarna, del queso, etc.
Oribatida
Ácaros del suelo.
Por lo que se refiere al comportamiento de todos estos animales, así como a los numerosos fenómenos biológicos en los que se han involucrado en el transcurso de su evolución y amplia radiación adaptativa, constituyen el contenido principal de este libro, estructurado bajo la forma de relatos sencillos, accesibles al público en general.
II. EL FIEL COMPAÑERO DEL HOMBRE
CUANDO alguien escucha esta frase de inmediato la relaciona con un hermoso e inteligente animal, el perro, el que efectivamente tiene bien ganada la fama de ser el mejor amigo del hombre. Pero casi nadie sabe de la existencia de otro animal, de dimensiones muchísimo más pequeñas, que ha estado asociado a la especie humana y sus antepasados desde hace millones de años y en un contacto mucho más íntimo. Nos referimos al ácaro que los científicos conocen con el nombre de Demodex folliculorum (Simon). Este ácaro vive entre los poros de la cara, se alimenta del material secretado por las glándulas sebáceas, asociadas a los folículos pilosos. Ha acompañado al hombre a lo largo de toda su evolución, mucho antes de que pudiera considerarse como Homo sapiens. La convivencia de estas dos especies ha durado tanto que, a pesar de comportarse el Demodex como parásito, viviendo a expensas de su huésped, no causa ya ninguna molestia a éste, salvo en casos especiales en que se presenta una infección secundaria por bacterias, o cuando invade los folículos de las pestañas. En este último caso, puede originar gran irritación a los ojos, provocar la caída de las pestañas y constituir un problema serio, de difícil tratamiento. Pero normalmente, los ácaros se distribuyen en toda la cara, sobre todo en la nariz, pómulos, barba, frente y párpados. Se encuentran en 20% de los adolescentes y en 100% de las personas adultas, cuyo cutis grasoso de poros abiertos y puntos negros es característico. A pesar de esto, la mayor parte de los humanos no saben y ni siquiera se dan cuenta que en su rostro albergan cientos de estos microorganismos; ninguno de ellos muestra síntomas de algún padecimiento; por el contrario, pueden verse sanos y fuertes y dado que estos ácaros estimulan la actividad de las glándulas sebáceas, esto lógicamente favorece la constitución grasosa de la piel de las personas mayores, retardando la formación de arrugas, de tan pronta aparición en las personas con cutis reseco y que, por lo mismo, están libres de Demodex. Por esta razón, algunas personas han llegado a considerar benéfica la presencia de este ácaro en la cara de los humanos. El acné, tan conocido entre la población de los jóvenes, es de naturaleza completamente distinta y nada tiene que ver con el Demodex, aunque ambos pueden coincidir en un mismo individuo; sin embargo, en la especie humana, por lo menos, el ácaro prefiere estar alejado de las supuraciones y se desarrolla mejor en individuos con piel sana. En el caso de otros mamíferos, la situación es distinta, como se verá más adelante. Estos ácaros son tan pequeños que no se ven a simple vista; pueden medir desde 100 micrones en sus estados juveniles, hasta 400 micrones en su etapa adulta. Su cuerpo es alargado y estrecho, como el de un pequeño gusano, cubierta su piel con finas estriaciones transversales. Como todos los ácaros, las larvas poseen tan sólo tres pares de patas, a diferencia de las ninfas y los adultos que presentan cuatro pares de patas, sumamente cortas y anchas; sus artejos se ven como arrugas, y cada pata termina en un par de uñas cortas. Sus quelíceros son como pequeños estiletes o cuchillitos delgados, por medio de los cuales cortan las membranas de las células epiteliales que revisten los folículos, alimentándose de su contenido, así como del de las glándulas sebáceas; ésto lo van desintegrando por medio de enzimas digestivas contenidas en su saliva. La abertura genital de la hembra se halla en el vientre, por detrás del cuarto par de patas; en cambio, el macho presenta el órgano copulador o pene en posición dorsal y dirigido hacia delante, de manera que cuando estos ácaros
copulan, el vientre de la hembra tiene que quedar sobre el dorso del macho. Su aspecto general, tan diferente al de los demás ácaros, es el resultado de una adaptación a la vida prolongada en lugares muy estrechos, como son los folículos. Su diminuto tamaño permite que en cada folículo puedan habitar desde uno hasta varios individuos en sus diferentes estadios; estos ácaros tienen generalmente la boca dirigida hacia dentro de la piel. Los huevos, larvas y algunas hembras por regla general se localizan en el conducto pilososebáceo o en las glándulas sebáceas, mientras que las ninfas y los demás adultos se sitúan cerca de la abertura del folículo. En estos sitios se alimentan, se reproducen y llevan a cabo todas sus funciones, yendo de vez en cuando al exterior, sobre todo la hembra ya fecundada; éstos son los momentos propicios para infestar a nuevos huéspedes. Pasan de una persona a otra, cuando éstas ponen en contacto la piel de sus caras; el beso en la mejilla, tan frecuente en nuestros días entre familiares y amigos, es el mejor mecanismo de infestación. Hasta no hace mucho se suponía que en el hombre nada más existía una sola especie, la mencionada Demodex folliculorum; sin embargo, ahora se sabe que puede haber otra, la Demodex brevis Akbulatova, con los mismos hábitos, aunque esta última parece preferir las glándulas sebáceas más que los folículos pilosos. Mientras este ácaro, característico del hombre, se ha vuelto prácticamente inofensivo para su huésped que, por el largo tiempo transcurrido ya no reacciona ante su presencia (inmunológicamente hablando), las demás especies de Demodex que atacan a los diferentes mamíferos domésticos y algunos silvestres, son sumamente dañinas y en ocasiones de consecuencias fatales, sobre todo en el caso del perro. En estos animales los ácaros provocan la caída del pelo, primero cerca de los ojos, párpados y parte inferior de las patas anteriores. Pronto se acentúa esta caída del pelo, la piel se enrojece y en la cara aparecen pequeñas pápulas. Con el correr del tiempo, esto se generaliza por todo el cuerpo, acompañándose de pus sanguinolenta. El número de individuos es tan grande que pueden encontrarse hasta 200 ácaros en cada folículo; con frecuencia llegan a atravesar la piel, e invaden órganos internos y nódulos linfáticos; como el animal se rasca desesperadamente, esto favorece la invasión de bacterias piógenas, complicándose el cuadro con infecciones secundarias que pueden provocar situaciones dramáticas de los animales. Esto es lo que se conoce en medicina veterinaria como sarna demodécica o sarna folicular. Las especies que la originan en los distintos animales son las siguientes: D. caprae (Railliet) en la cabra, D. canis ovis (Railliet) en la oveja, D. equi (Railliet) en el caballo, D. cuniculi Pfeiffer en el conejo, D. bovis Stiles en el ganado bovino, D. cati Megnin en el gato, D. phylloides Csokor en el cerdo, entre otras.
Figura 2. Ácaros parásitos de la piel del hombre. (a) Demodex folliculorum Simon, de los poros de la cara. (b) Sarcoptes scabiei (L.) agente causal de la sarna humana. Por ironías del destino, la más grave de estas sarnas animales, causada por D. canis Leydig, es la que se presenta en el perro, el otro fiel compañero del hombre.
III. NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA
EN EL capítulo anterior se vieron algunos aspectos relacionados con la sarna demodécica, que no es más que una de las muchas sarnas o roñas que se presentan entre los animales domésticos y silvestres, cada una de las cuales es causada por especies diferentes de ácaros. De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra sarna es una voz española antigua citada por San Isidoro y que se refiere a una "enfermedad contagiosa, común al hombre y a varios animales domésticos, que consiste en multitud de vesículas y pústulas diseminadas por el cuerpo, producidas por el ácaro o arador, las cuales causan viva picazón, que el calor del lecho exacerba". El vocablo es tan antiguo que de él han derivado varias expresiones comunes como "mas viejo que la sarna", o "no faltar a uno sino sarna que rascar" o el proverbio "sarna con gusto no pica" que, como se verá más adelante, bien puede aplicarse a nuestro relato, al final de este capítulo. El término sarna se empezó a aplicar al principio únicamente para designar el padecimiento humano conocido con el nombre médico de escabiasis, producido por el ácaro Sarcoptes scabiei, llamado así por el prurito que origina; viene del latín scabere, que significa rascarse. Más tarde se fue aplicando a otras dermatitis similares que se presentan en aves y mamíferos y que son producidas todas por diversas especies de ácaros. La escabiasis es una enfermedad que el hombre ha padecido desde la más remota antigüedad. Se conocía ya en tiempos de la Biblia y en la Edad Media se señalaba como una de las enfermedades más frecuentes. El ácaro, a pesar de su pequeño tamaño, fue conocido por los antiguos griegos, romanos y chinos. Aristóteles pensaba que se formaba de la piel, pero nunca lo relacionó con el padecimiento; no fue sino hasta 1834 cuando Renucci, un estudiante de Córcega, descubrió y demostró plenamente ante la comunidad científica de su época que el ácaro era el agente causal de la sarna humana. Mientras al hombre no le da más que un solo tipo de sarna, los animales pueden ser susceptibles a varios de ellos. Se agrupan en cuatro grupos fundamentales, tomando en consideración la especie de ácaro involucrado, el comportamiento y hábitat de éste y el tipo de lesión que produce. En el primer grupo se consideran los ácaros que viven en los folículos pilosos y en las glándulas sebáceas asociadas a ellos; son especies del género Demodex y producen la sarna demodécica en los mamíferos, sobre la cual se trató en el capítulo anterior. El segundo grupo está formado por todas aquellas especies que perforan galerías o túneles en la epidermis de su huésped, lo que algunos autores llaman sarnas penetrantes. Estos ácaros pertenecen al género Sarcoptes, que produce la sarna sarcóptica, y al género Notoedres, que causa la sarna notoédrica. Los huéspedes de ambos son también mamíferos. En un tercer grupo se hallan los ácaros que originan descamaciónes de la piel o la caída de las plumas de varias aves, razón por la cual reciben el nombre de sarna descamadora la primera y sarna desplumadora la segunda. En conjunto se denominan sarnas nemidocópticas, debido a
que todas son producidas por especies del género Knemidocoptes. Por último, en el cuarto grupo se incluyen todos aquellos ácaros que causan sarnas superficiales en los mamíferos, pero sin que el parásito penetre la piel de su huésped; las especies pertenecen a tres géneros: Psoroptes, Otodectes y Chorioptes, que originan la sarna psoróptica, la sarna otodéctica y la sarna corióptica, respectivamente. Cualesquiera de los animales domésticos, así como varios silvestres también sean aves o mamiferos, pueden llegar a tener algunas de estas sarnas e incluso morir, cuando la infestación es muy intensa y no se les atiende adecuadamente. Algunas sarnas son más graves que otras; claro está que los daños dependerán también del grado de susceptibilidad del huésped a determinado parásito; por ejemplo, la sarna demodécica más grave se presenta en el perro y la sarcóptica más severa en el caballo. Cada una de estas sarnas tendrá también su sintomatología particular, pero en términos generales se caracterizan por un intenso prurito que hace que el animal se rasque desesperadamente y esté muy inquieto; la situación se complica con la invasión de bacterias que producen infecciones secundarias, resultando con frecuencia cuadros clínicos muy graves. Se forman vesículas, pápulas o nódulos, que se van extendiendo por el cuerpo, juntándose entre sí. Al rascarse el animal, las vesículas se rompen, saliendo por ellas un líquido que, al secarse, forma costras más o menos gruesas que aglomeran el pelaje. La piel se endurece y se arruga, el pelo se cae y todo ello desprende un olor nauseabundo, muy desagradable. El estado general de los animales decae mucho por el mismo malestar. Al hombre únicamente le da la sarna sarcóptica, pero el comportamiento del ácaro que la provoca, el Sarcoptes scabiei, es diferente al que presenta cuando ataca a los animales domésticos. Ante todo, habría que señalar que esta especie ha desarrollado, a lo largo de su evolución, distintas variedades biológicas o inmunológicas, las cuales se han vuelto muy específicas en la selección de sus respectivos huéspedes. Así, la variedad hominis sólo parasita al hombre, la variedad canis, tan sólo al perro, la variedad suis, únicamente al cerdo, y de esta manera cada uno de los mamíferos domésticos es parasitado por su correspondiente variedad. Todas ellas son iguales en su morfología y ciclos de vida, ya que todas pertenecen a una misma especie S. scabiei, en lo que difieren es en su comportamiento y en las reacciones que provocan en los animales que invaden. Si una de estas variedades infesta a otro huésped que no sea el suyo, el mismo huésped la rechazará con defensas de su organismo salvo en el caso de encontrarse enfermo o debilitado. El hombre, por ejemplo, cuando sus defensas andan bajas por alguna enfermedad o algún otro motivo, es susceptible de infestarse con dos de las variedades animales, la del perro y la del caballo; sin embargo, esta infestación es en general pasajera, tendiendo estos casos a curarse por sí solos, sin medicamentos, pues el ácaro finalmente no logrará establecerse en un huésped que no sea el suyo. Sólo en ciertos casos serios, de intensa inmunodeficiencia, la infestación puede progresar, pero con otras manifestaciones, transformándose en la llamada sarna noruega, sobre la cual se hablará más adelante. Los ácaros de la sarna humana son sumamente pequeños; los machos miden de 200 a 240 micrones y las hembras, un poco más grandes, de 330 a 450 micrones. El cuerpo es de forma ovalada, con las patitas muy cortas, separadas en dos grupos, dos pares dirigidos hacia delante y dos pares hacia atrás; presentan además, largas sedas que salen del borde posterior del cuerpo y de algunas patas, que a su vez terminan en pequeñas ventosas, que sirven al animal para adherirse a la piel de su huésped. Los dos sexos son diferentes en su morfología, por lo que fácilmente pueden separarse bajo el microscopio.
En su ciclo de vida, que dura alrededor de dos semanas, la hembra pasa por cinco estadios: huevo, larva, protoninfa, deutoninfa y adulto; el macho, en cambio, pasa tan sólo por cuatro, ya que ha eliminado la etapa de deutoninfa. Poco después de salir los adultos de su cubierta ninfal, tiene lugar la cópula de machos y hembras. En la mayor parte de los casos la infestación de una nueva persona, por Sarcoptes, la lleva a cabo la hembra recién fecundada; por esta razón se le considera la etapa infestante y es la que con mayor frecuencia suele encontrarse. Esta hembra ovígera, en el mismo huésped o en uno diferente, empezará a buscar un sitio adecuado de la piel para comenzar a perforarla y hacer su túnel; se ha comprobado que tienen predilección por ciertas partes del cuerpo; la mayor parte prefieren las manos y las muñecas, pero también pueden encontrarse en los codos, los pies, los pezones, el pene y el escroto; son mucho menos frecuentes en glúteos y axilas; sólo en los bebés y en los niños pequeños llegan a invadir la cara, las palmas de las manos y las plantas de los pies. La hembra empieza a hacer su túnel cortando las células de la epidermis mediante sus quejíceros y un borde filoso, a manera de cuchillito, que posee en cada una de las patas anteriores; pero, al mismo tiempo, se sujeta firmemente de la superficie del surco que va abriendo, mediante las ventosas de sus patas. Le toma aproximadamente una hora llegar hasta la capa córnea de la piel, más allá de la cual no pasa, sino que continúa su túnel en este nivel. Durante todo este tiempo y a medida que avanza en la formación de la galería, se va alimentado del contenido celular de la epidermis, para lo cual vierte saliva, que contiene enzimas digestivas, sobre el tejido lesionado, efectuando una desintegración parcial de él, para después succionarlo y completar su digestión en el intestino medio. Simultáneamente, va eliminando sus deyecciones en forma de pequeñas esférulas negruzcas. Poco después de haber empezado su túnel, la hembra comenzará también a poner sus huevos, de dos a cuatro diarios, lo que se prolonga de cuatro a seis semanas o un poco más; generalmente permanece dentro del túnel por el resto de su vida, y muere al final de él, después de haber ovipositado. Si se logra hacer un corte fino en la piel, a lo largo del túnel y se ve bajo el microscopio, se podrá observar a la hembra en el extremo interno de la galería con todos sus huevos y deyecciones por detrás. Tres o cuatro días después de haber puesto los huevos, las pequeñas larvas empiezan a nacer, saliendo del túnel de la madre, para continuar su desarrollo en otro lugar de la superficie; por regla general buscan refugio en los folículos pilosos, donde se alimentan; al cabo de dos o tres días mudan y se transforman en protoninfas, las que poco después darán origen directamente a los machos, o bien estas protoninfas se transforman en deutoninfas primero y luego en las hembras. Desde que salen del huevo, hasta que llegan a su estado adulto, pasa alrededor de una semana. Los machos y las hembras vírgenes recién salidas perforan por separado pequeñas cavidades, muy cortas, apenas de 1 mm de longitud, donde se resguardan por uno o dos días, saliendo después a la superficie para copular. Una vez fecundada, la hembra buscará un sitio para iniciar su propio túnel, sea en el mismo o en otro huésped al que se haya pasado. Como puede verse, los ácaros están expuestos varias veces durante su desarrollo; en estos momentos sin protección, muchos pierden la vida; sin embargo, un número suficiente logra alcanzar la madurez, manteniendo en esta forma tanto la estirpe como la infestación. En Inglaterra, Mellanby (1972) estudió pacientes con sarna que voluntariamente aceptaron no
ser tratados con medicamentos, para poder estudiar el comportamiento de los ácaros. De esta manera pudo comprobar que, al contrario de lo que se esperaba, la población de los parásitos no crecía indefinidamente sino que, llegando a cierto número, que variaba de 20 a 400 hembras, empezaba a descender o se mantenía en ese nivel. Varios de estos pacientes se curaron espontáneamente, otros llegaron a mantener una población baja de individuos por largo tiempo y otros más mostraron altas y bajas irregulares en las poblaciones. Una de las diferencias entre la sarna animal y la sarna humana es que en la primera intervienen miles de parásitos, mientras que en la segunda el número de ácaros es muy reducido. En la mayor parte de los casos de sarna humana existen entre 10 y 25 hembras, que es el estado que se toma en consideración para sacar este porcentaje, ya que es el que más fácilmente puede detectarse. Es muy raro encontrar un número mayor de individuos, aunque sí hay ocasiones en que se encuentran 400 o 500 ejemplares. No deja de ser sorprendente que tan pocos ácaros puedan ocasionar reacciones tan intensas. Es posible que la cantidad inicial de huevos sea mucho mayor y que buen número de larvas primero, y de ninfas después, se vaya eliminado durante su desarrollo, pues no hay que olvidar que las etapas juveniles salen del túnel protector y pasan gran parte de su existencia expuestas sobre la superficie de la piel, lo que las hace muy vulnerables. Aun dentro del túnel, las uñas del paciente, al rascarse, pueden sacar y matar a los ejemplares. De hecho, esto es lo que sucede en la gran mayoría de los casos, pero hasta la segunda etapa de la sarna, cuando el paciente se ha hecho sensible a la presencia y a las manipulaciones de los ácaros. Sin embargo, ya para entonces los ácaros se habrán multiplicado y distribuido en el cuerpo del individuo, que no podrá eliminar a todos mediante este mecanismo. Cuando una persona se infesta de sarna por primera vez, no se da cuenta de su padecimiento sino uno o dos meses después de la infestación original. Durante todo este tiempo, los ácaros se reproducen y se establecen perfectamente en el cuerpo del paciente sin que éste lo note, ni tampoco presente los síntomas de la enfermedad; sin embargo, si en esa etapa se examinara su piel, podrían localizarse ya los túneles hechos por las hembras. Durante este periodo de incubación del parásito, la persona, completamente insensible al principio, comienza a desarrollar poco a poco un grado de sensibilidad que va en aumento cada vez más, aunque esto puede variar mucho en los diferentes individuos. Esta persona empezará a sentir entonces, no sólo los movimientos de los ácaros, al ir abriendo sus túneles, sino que su piel empezará a reaccionar ante la presencia de substancias extrañas, como es la saliva y todos sus componentes, las secreciones y las deyecciones de los parásitos. Es entonces cuando, por el prurito, comenzará a rascarse, creando así el medio propicio para la invasión de bacterias, presentándose con esto infecciones secundarias, que son las que darán el cuadro típico de la sarna. Realmente la escabiasis primaria no muestra ninguna manifestación clínica; las características aparecen con las infecciones secundarias. Ya para entonces, la persona sentirá un prurito insoportable, que aumentará durante la noche, no dejándolo dormir; el cuerpo se cubrirá con una erupción, acompañada de manchas rojizas y pequeñas pápulas en ciertas regiones. Esta erupción generalizada es una reacción del cuerpo ante las substancias irritantes de los ácaros; se presentará en muchas partes donde no haya ácaros. En ocasiones se llegan a formar vesículas que con el rascado se revientan, produciendo todo esto aún mayor irritación e inflamación. En casos más serios, que no son adecuadamente tratados, pueden presentarse infecciones aún más graves, que requerirán hospitalización del enfermo. Algunos individuos desarrollan infecciones secundarias más serias que otros; a esto contribuyen ciertos factores como la limpieza, la dieta, la salud y, en general, las condiciones sanitarias, económicas y sociales de la persona.
Cuando los ácaros han sido finalmente eliminados del cuerpo del paciente, las lesiones causadas por ellos pueden persistir durante mucho tiempo; asimismo, la comezón y la irritación de la piel pueden continuar durante semanas. En algunos de estos casos conviene tornar en cuenta los factores psicológicos; hay ocasiones en que la persona llega a sentir menos prurito cuando se le convence de que ha sido completamente curada de la escabiasis. Un individuo que ya ha tenido sarna ha adquirido mecanismos de inmunidad o de defensa particulares, consistentes en una exagerada sensibilidad hacia la presencia del ácaro. Si una de estas personas sufre nueva infestación no sucederá como en el primer caso, sino que ahora se dará cuenta inmediatamente de ello y en la mayoría de las ocasiones ella misma eliminará el parásito, mediante las uñas, al rascarse el lugar de la invasión. También puede suceder que el lugar donde la hembra empiece a hacer su túnel reaccione en tal forma, inflamándose, que el mismo ácaro sienta desfavorable el lugar para seguir perforando, saliéndose él mismo para buscar otro sitio. Todos estos mecanismos impiden que la población del ácaro progrese y se establezca nuevamente en el cuerpo del individuo. Todo esto podría explicar las altas y bajas en la incidencia de la sarna, que siempre se han presentado en las poblaciones de la especie humana a lo largo de toda su historia. La escabiasis se vuelve epidemia cuando aparece en una población cuyos habitantes nunca han tenido este padecimiento o lo sufrieron muchos años atrás; quiere decir que no se han hecho sensibles a él o que, por el tiempo transcurrido, han perdido esta sensibilidad. En tal situación, la sarna se extiende rápidamente y sólo empieza a decrecer su incidencia cuando los individuos se hacen sensibles a la presencia del ácaro, combatiéndolo entonces el organismo en forma natural. Estas fluctuaciones del padecimiento se han presentado en épocas y lugares donde no había otra forma de combatirlo, más que por la propia naturaleza. Como en todo hay excepciones a la regla, también aquí hay individuos que, tratados o no, son capaces de mantener en su organismo una población baja de Sarcoptes durante mucho tiempo; los ácaros continuarán produciéndole ligero prurito, por lo cual seguirá rascándose, pero con el tiempo la persona se acostumbrará a esta sensación y hasta podrá sentir cierta satisfacción al rascarse. En inglés existe la expresión seven years itch asociada a este padecimiento que puede prolongarse por años. Estos pocos individuos, que mantienen latente la infestación, serán los más peligrosos portadores del parásito, ya que al llegar a una población no sensibilizada pueden desencadenar el brote de una epidemia. Desde luego que también tendrán una importancia epidemiológica aquellas raras personas que alberguen una población grande de ácaros. Existe la creencia que la sarna la adquieren las personas sucias que no se bañan. ¡Grave error! La sarna se da en las mejores familias y poco importa al ácaro dentro de su túnel que la persona se bañe o no. Es más, se ha comprobado que los ácaros penetran más fácil y rápidamente en una piel limpia que en una sucia. En realidad, la escabiasis se adquiere por el contacto prolongado de la piel con una persona sarnosa. Es muy fácil que se propague entre los niños, durante sus juegos en que se toman de las manos, o entre una pareja de enamorados, o compartiendo dos o más personas una misma cama, siendo una de ellas portadora del parásito, aunque no se haya dado cuenta de ello por estar la enfermedad en su periodo de incubación. El hacinamiento en que viven muchas personas de bajos recursos en México, que comparten la misma habitación y lecho, sí debe considerarse un factor epidemiológico importante para la propagación de la sarna. Esta enfermedad no debe considerarse venérea, como muchos aseguran, pues no es un
padecimiento que se adquiera estrictamente por el contacto sexual; el contacto con la piel sarnosa puede causar la infestación de la persona sana, pero nada más, y en muchas ocasiones este contacto no es lo bastante prolongado para que la infestación se realice. Tampoco es frecuente que el contagio se adquiera a través de objetos como sábanas, toallas, ropa de vestir, etc., aunque ocasionalmente puede suceder. Una buena lavada de todas estas prendas acabará con cualquier ácaro que haya quedado entre ellas. Se trata de un animal que, desde hace mucho, se ha adaptado a vivir en la piel humana y no es capaz de sobrevivir por mucho tiempo lejos de ella pues en general muere al cabo de dos o tres días. En condiciones adecuadas de temperatura y humedad puede vivir experimentalmente hasta dos semanas alejado de su huésped. Es muy sensible a las temperaturas bajas, por lo que en un clima frío procura no alejarse mucho del cuerpo que lo alberga. Esta es la sarna que se encuentra en la mayor parte de los casos; pero existe una variedad de esta escabiasis común del hombre, que se conoce como sarna noruega debido a que por primera vez se estudió en ese país europeo. Dicho padecimiento se llega a presentar ocasionalmente en individuos que tienen bajas sus defensas, ya sea por haber tenido antes una enfermedad grave o por tener algún tipo de deficiencia en el sistema inmunológlico. En estos casos raros el hombre es susceptible de contagiarse de la sarna del perro o del caballo, pero entonces desarrolla una escabiasis con miles de parásitos, igual que la de los animales; curiosamente, no presentará prurito, pero en cambio las lesiones pueden ser mucho más espectaculares y graves que las de la sarna común. En México pudo estudiarse un caso de sarna noruega en un niño que, como se comprobó, había adquirido la infestación por un perro sarnoso. Para terminar, vamos a relatar el caso de un individuo enfermo de escabiasis que, después de su aparente curación, presentó manifestaciones muy curiosas en su comportamiento. A nuestro laboratorio suelen llegar diversas personas en busca de información sobre problemas de diversa índole relacionados con ácaros y garrapatas. Un día se presentó un matrimonio de mediana edad pidiendo ayuda contra una comezón muy molesta que tenía el esposo y que, pensaban, se trataba de sarna. Efectivamente, se localizaron los túneles característicos en las manos y los parásitos dentro de ellos, por lo que el paciente acudió a un médico especialista para que le diera el tratamiento adecuado. No volvimos a ver al señor, pero la señora siguió estando en contacto con nosotros y por ella supimos que su esposo aparentemente se había curado de la sarna, pero que seguía con la comezón. Pasaron varias semanas y un día volvió a visitarnos la señora para platicamos que su vida matrimonial, antes aburrida y monótona, había sufrido un cambio increíble. Nos relató, llena de entusiasmo, que desde que su marido se había curado de la escabiasis la comezón se había transformado en una sensación estimulante para él y que por las noches "... cuando le empezaba la comezoncita, se ponía de un amoroso y tierno que la transportaba a sensaciones insospechadas hasta entonces...", y que a partir de ese momento se consideraban la pareja más feliz del mundo. La señora se despidió con frases de elogio y agradecimiento para con nosotros, como si fuéramos la causa de su nueva felicidad. Nos quedamos callados por un rato pensando sobre las vueltas que da la vida por una circunstancia fortuita que nadie imaginaría; llegamos a la conclusión de que en más de una ocasión las cosas no son tan negras como parecen y pueden llegar a un feliz término, considerando, como la señora, que "no hay mal que por bien no venga".
IV. EL TRANSPORTE COLECTIVO
SI ANIMALES tan pequeños como los ácaros, con patas cortas en general, se pusieran a caminar sin parar, en línea recta (hipotéticamente hablando), al cabo de un día no habrían recorrido más que un pequeño tramo de terreno. Claro está que esto no sucede en la naturaleza, pues la mayor parte de ellos, que tienen una corta vida, gastan sus energías en llevar a cabo las funciones inherentes a su vida, completando su desarrollo, buscando y capturando su alimento y localizando a su compañero sexual, con cuya unión podrán perpetuar la especie. Pero si estos animales nunca salieran de este pequeño territorio y permanecieran en él, generación tras generación, es probable que pronto agotarían los recursos naturales de su hábitat. Sin embargo los ácaros, para suplir esta incapacidad de desplazarse por sus propios medios a grandes distancias y distribuirse ampliamente, a lo largo de su evolución han logrado desarrollar un mecanismo especial de dispersión aprovechando a otros animales, voladores o corredores, como vehículos para transportarse a otros sitios; se suben y agarran de ellos, pasan de un biotopo a otro, alcanzando nuevas fuentes de alimento y nuevas localidades para su reproducción y desarrollo. Este fenómeno se conoce en biología con el nombre de foresia, que puede definirse como sigue: foresia (del griego phore = llevar) es la asociación temporal de un animal más o menos pequeño (el foronte), que utiliza a otro más grande (el huésped) como medio de transporte o de dispersión. En esta simbiosis o asociación el único beneficiado es el foronte, pero el huésped generalmente no sale perjudicado como en el parasitismo, sino que permanece indiferente ante la presencia del pequeño animal que se le ha subido. Sólo en casos extremos, en que el número de individuos foréticos es muy grande y, por lo mismo, entorpecen los movimientos o el desplazamiento del huésped, éste llega a sufrir daños. Los ácaros aprovechan principalmente los insectos como medios de transporte, pero también pueden utilizar crustáceos y otros artrópodos, aves y muchos mamíferos, sobre todo roedores. Estos huéspedes, a su vez, suelen transportar a diversas especies de forontes simultáneamente. En la foresia que llevan a cabo los ácaros se pueden distinguir varias modalidades: 1) Existen los casos de foresia puramente accidental, cuando un ácaro se topa en su camino con un insecto, por ejemplo, y se sube a él, como lo hiciera con cualquier otro objeto; si en este momento el insecto levanta el vuelo, transportará al ácaro consigo y ayudará a su distribución, pero sin que el ácaro lo haya buscado. 2) En cambio, los ácaros foréticos ciento por ciento, generación tras generación y en determinada etapa de su vida buscan a un huésped que los transporte a otros sitios; estos ácaros generalmente seleccionan lugares estratégicos en el cuerpo del huésped, donde no sean molestados durante el recorrido. Aquí se distinguen dos tipos: a) Los que no tienen preferencia por algún huésped en especial y se suben al primero que se les presente, y b) los que han llegado a asociarse más íntimamente con algún huésped determinado o con algún grupo de huéspedes; éstos, casi siempre, tienen predilección por algún sitio especial del
cuerpo: cabeza, patas, abdomen, etc. Un ejemplo notable de estos últimos se presenta en algunas especies de avispas, en cuyo abdomen existe una concavidad o cámara dorsal que los ácaros utilizan para resguardarse durante el viaje y que, por tal motivo, se le ha puesto el nombre de acarinario. 3) Hay otros ácaros que, siendo depredadores, o sea, que cazan sus presas para alimentarse, aprovechan su estancia en el huésped para nutrirse, comiéndose los parásitos de éste, como pueden ser los piojos y otros ácaros. En estos casos, se nota la preferencia por subirse a los animales que lleven los parásitos adecuados a su dieta; este tipo de ácaros es frecuente encontrarlo en diversas especies de roedores. 4) Existen otros que aprovechan el viaje para complementar su alimentación con las secreciones de la piel o escamas de su huésped. 5) Asimismo, suelen encontrarse ácaros que combinan su asociación forética con un parasitismo ocasional, o sea, que se alimentan ya directamente de los tejidos del huésped, no siendo éste su hábito natural. Con el tiempo pueden evolucionar en verdaderos parásitos. No todos los ácaros son foréticos; algunas formas pequeñas, como muchas especies de eriófidos, son esparcidas por el viento; otras, como las acuáticas, se dispersan por las corrientes de agua y las parásitas, por los propios huéspedes. Tampoco se presenta la foresia en todas las etapas del ciclo de vida, sino que está limitada a dos, la hembra por un lado y el segundo estadio ninfal o deutoninfa, por el otro. Los demás estadios, larva, primera y tercera ninfas y macho, nunca son foréticos. En el caso de la hembra, ésta ya ha sido fecundada generalmente cuando se sube a su huésped, y en esta forma tiene la oportunidad de depositar sus huevos en un sitio completamente diferente, que podrá ser colonizado por su prole. Así, una especie puede alcanzar una amplia distribución, pero siempre en lugares que le sean favorables para sobrevivir; su área de distribución coincide en numerosas ocasiones con la del huésped. Algunos ácaros esperan que su animal-transporte se pare cerca de ellos para subírsele; otros, se suben a las plantas y apoyándose en sus patas posteriores y sosteniéndose con el cuerpo, levantan la parte anterior de éste, extendiendo sus patas anteriores, para sujetarse al primer insecto que pase volando cerca de ellos, agarrándose firmemente a él, mediante sus quelíceros, pedipalpos o patas. Otras especies que viven en los nidos de sus huéspedes, cazando a otros habitantes nidícolas, simplemente se suben al cuerpo del huésped, que los transportará a otras madrigueras. Por lo que se refiere a cambios en su morfología, hay numerosas deutoninfas que se han ido modificando al adaptarse a la vida forética. Algunos autores han señalado que pueden existir también ciertas especies con hembras heteromórficas, o sea que hay dos tipos de hembras, unas normales, parecidas en su aspecto al macho, que no son foréticas, y otras en cambio que sí son foréticas, siendo tan diferentes en su morfología que se confunden con otras especies. Estos casos no son muy frecuentes. Hablando de las especies foréticas en general, tanto las hembras como algunas deutoninfas, que llevan a cabo este mecanismo de transporte, se sujetan a su huésped mediante los quelíceros, los pedipalpos o las uñas de las patas o con todos ellos; pueden ser más robustas estas estructuras, pero sin presentar ninguna otra modificación notable en su anatomía. Hay, sin embargo, otras deutoninfas que sí han sufrido cambios notables en su morfología a lo largo de su evolución, como una adaptación a la vida forética; éstos son de dos tipos:
1) Un pedicelo anal, que sólo se presenta en los miembros de la familia Uropodidae; en estos casos, las deutoninfas aplican su abertura anal, ligeramente agrandada, en contra de la superficie lisa del cuerpo o patas de su huésped, al mismo tiempo que expulsan una secreción líquida, de material pegajoso, que se endurece al contacto con el aire, quedando en esta forma pegadas al insecto mediante este pedicelo anal. En México se han encontrado muchos casos de éstos en diversos insectos, ciempiés, arácnidos y hasta en algunos ácaros grandes. Son notables ciertos casos por la gran cantidad de uropódidos que llegan a invadir al insecto, produciéndole seguramente grandes trastornos y hasta la muerte, por el impedimento de poder moverse. 2) La máxima especialidad para la vida forética se observa en las deutoninfas de numerosas especies del orden Astigmata. Aquí, el segundo estadio ninfal cambia completamente su morfología, transformándose en lo que los especialistas llaman un hipopodio (pocas patas); recibe este nombre porque algunas de las patas se ven muy reducidas, tanto en su tamaño como en su grosor. El hipopodio es tan diferente a los otros estadios de la especie que por mucho tiempo se pensó que se trataba de entidades taxonómicas diferentes. Hay que señalar que no todos los hipopodios son foréticos. Se distinguen dos tipos fundamentales: a) El hipopodio inerte o inactivo, que queda cubierto por la muda del estadio ninfal anterior o protoninfa; probablemente se trata de formas de resistencia para sobrevivir cuando las condiciones del medio son desfavorables. La mayor parte no son foréticos y su distribución depende de las corrientes de aire; no presentan ninguna de las estructuras para sujetarse, características del otro tipo de hipopodios. Algunos suelen introducirse en la piel y los folículos de varias aves y mamíferos mientras dura esta etapa de su vida.
Figura 3. Modificaciones morfológicas de ácaros foréticos. (a) Deutoninfa de uropódido con su pedicelo anal. (b) Hipopodio (deutoninfa) de un astigmado con su placa de ventosas adherentes y partes bucales reducidas. b) El hipopodio activo, por el contrario, es forético y aparentemente su principal función está en relación con la dispersión de la especie; presenta una placa ventral posterior, provista con numerosos discos adherentes, que le permiten fijarse temporalmente a la superficie lisa de su huésped; sus partes bucales están reducidas y por lo menos algunas especies no se alimentan durante este estadio.
En principio, mediante este mecanismo de la foresia las diferentes especies de ácaros, que no son parásitos, pueden encontrar nuevas fuentes de su alimento particular que, según el caso, puede consistir de bacterias, algas, hongos, polen, esporas, fibras, semillas y otros elementos vegetales, así como de protozoarios, nemátodos, otros artrópodos, moluscos y demás animales pequeños, o bien de substancias en descomposición o productos elaborados por el hombre, como quesos, jamón, leche en polvo, dulces, mermeladas, vinos, etcétera. Un ejemplo interesante de estos ácaros oportunistas es el que se presenta en los colibríes o chupamirtos, que son pequeñas aves, muy delicadas, pero con una importante función en la naturaleza, ya que polinizan muchas plantas al alimentarse del néctar de sus flores. Este hábito es aprovechado por algunas especies de ácaros del género Rhinoseius, para transportarse foréticamente por estos pájaros a las distintas flores, donde permanecen la mayor parte de su vida; allí se alimentan del néctar y en ocasiones de ciertas substancias del polen. El ciclo de vida de estos ácaros dura alrededor de ocho días. El apareamiento tiene lugar en la flor y la hembra ovígera, que es la principal etapa de dispersión, se sube a un colibrí, que la transportará foréticamente a otra flor; durante su recorrido, se aloja por un tiempo en las fosas nasales del ave, pero sin causarle daño; en algunas ocasiones permanece también en el pico. Estos ácaros tienen gran especificidad por las flores que habitan y fácilmente pueden reconocerlas por el olor que desprenden; de manera que, aunque el colibrí albergue dos o más especies de ácaros, los ejemplares tan sólo se bajarán de su huésped cuando éste llegue a alimentarse de la flor apropiada. Nunca coexisten dos especies diferentes de ácaros en la misma flor; sin embargo, cada especie de ácaro puede alimentarse de una o dos especies de plantas. Son unos de los ácaros más veloces que existen, de manera que cuando el colibrí llega a la flor específica, rápidamente se bajan de él. Una vez en su medio propicio, la hembra deposita un pequeño grupo de huevecillos en la base del tubo de la corola, cerca del nectario; en numerosas ocasiones los huevos quedan embebidos en el néctar de la flor. Pronto nacen de ellos las pequeñas larvas, que posteriormente se transforman en protoninfas, éstas a su vez en deutoninfas, las que al cabo de cierto tiempo dan origen a los adultos, empezando de nuevo el ciclo. Los machos, por su parte, defienden agresivamente su territorio en la flor cuando algún intruso osa acercarse. Otros ácaros foréticos, que se alimentan de polen, pueden ser distribuidos entre las flores por varias especies de abejorros. Por otra parte, el fenómeno de la foresia ha sido de gran utilidad a la vida de los ácaros, pues gracias a él han logrado relacionarse con otros muchos individuos, estableciéndose simbiosis de diferente naturaleza entre los dos asociados, muchas de ellas benéficas para ambos participantes, tanto para el foronte como para el huésped. Todas ellas son muy interesantes y nos permiten entender algunos de los numerosos fenómenos biológicos que se presentan en la naturaleza y que en conjunto contribuyen a mantener el equilibrio ecológico de las comunidades. A continuación se señalan algunos de ellos: —La especie Cheyletiella parasitivorax (Megnin), de amplia distribución, es un ácaro forético de campo; es de hábitos depredadores y aprovecha la foresia para alimentarse de los ectoparásitos de su huésped durante el recorrido. Con esto se establece una relación mutualista (que favorece a ambos) entre el ratón y el ácaro; el primero favorece al segundo, transportándolo y proporcionándole alimento, aunque indirectamente; por su parte, el ácaro beneficia al roedor al liberarlo de sus ectoparásitos. —Otro caso de foresia con implicaciones mutualistas es el que se presenta entre el ácaro Poecilochirus necrophori Vitzthum y especies de escarabajos del género Nicrophorus (¡sic!),
que se alimentan de cadáveres. Este insecto transportará a los ácaros foréticamente hasta el cadáver sobre el cual va a depositar sus huevos, para que cuando las larvas nazcan puedan alimentarse de esta carroña. Pero habrá también muchas moscas que, atraídas por el olor de la carne podrida, vendrán a depositar sus huevos a este lugar; cuando las larvas de la mosca nazcan, competirán a su vez con las del coleóptero por el alimento; sin embargo, los ácaros foréticos, pero de hábitos depredadores, que ha traído consigo la hembra del escarabajo, se dedicarán a comerse los huevos y las larvas recién nacidas de las moscas, ayudando con esto a las crías del coleóptero. —Otro ejemplo semejante de ayuda mutua se observa entre los escarabajos peloteros y los ácaros del género Macrocheles; aquí, el alimento en disputa no es un cadáver, sino trozos de estiércol, en donde tanto el escarabajo como las moscas van a depositar sus huevecillos. Igual que en el caso anterior, los ácaros foréticos traídos por el escarabajo beneficiarán a las larvas de éste al comerse los huevos y las crías de las moscas. En ambos casos, los ácaros también pondrán sus huevos en el nido del insecto, llevándose a cabo su ciclo de vida en forma sincrónica con el del escarabajo, de manera que cuando la nueva generación de éste llegue a su estado adulto, emigrará volando a otro lugar, llevando consigo a la nueva generación también de ácaros foréticos, que serán hembras ya fecundadas y listas para depositar sus huevos en el nuevo sitio por colonizar. Por experimentos realizados en el laboratorio se ha podido comprobar que en estos dos casos, cuando los ácaros foréticos no están presentes, las poblaciones de los escarabajos sufren grandes desequilibrios al no llegar a desarrollarse un porcentaje adecuado de estos organismos. Esto a su vez tendrá grandes repercusiones en la ecología del lugar, pues el importante y benéfico papel de estos escarabajos es distribuir y enterrar la materia orgánica en el campo. En los dos casos, se observa además otro fenómeno biológico, que es el de la parafagia, es decir, el hecho de compartir un mismo alimento animales pertenecientes a diversas especies, como lo son los escarabajos por un lado y las moscas por el otro. Hay ocasiones en que los ácaros foréticos reciben un beneficio adicional y más directo por parte del huésped, como es el caso de ciertas especies que se suben a la cabeza de algunas hormigas; mientras son transportados, esperan pacientemente a que la hormiga regurgite una gota de comida para alimentar a sus compañeras, acto característico y muy frecuente entre estos insectos; en ese momento el ácaro se baja rápidamente y se roba un poco de este alimento para su propio consumo. Otras especies de ácaros no son tan pacientes y se bajan a frotar la boca de la hormiga, estimulándola a regurgitar. Otras veces el foronte lesiona, no al huésped directamente, pero sí a su cría, de la cual se alimenta. Tal es el caso de algunos ácaros que viven en las galerías construidas por los descortezadores de la madera, que son coleópteros de la familia Scolytidae, que causan graves daños a muchos árboles de bosques, parques y huertas. Estos ácaros, en su etapa de hembras ovígeras, son distribuidos foréticamente entre los árboles por los coleópteros adultos; viven y se reproducen dentro de las galerías construidas por sus huéspedes, y se alimentan de los huevecillos y primeros estadios larvales de los mismos. Como se ve, se trata de un enemigo natural de los escolítidos, que ellos mismos esparcen y que muy bien podría tomarse en consideración en los programas de control biológico de esta destructora plaga forestal. En este sentido, hay otra especie de ácaro forético, el de las moscas, Macrocheles
muscaedomesticae, que de igual manera se alimenta vorazmente de las crías de este díptero y que, de hecho, ya se ha empleado en este tipo de programas, logrando controlar con mucha efectividad las poblaciones de las moscas, pero sin acabarlas, como sucede siempre en la naturaleza, en que las poblaciones tan sólo se logran mantener en un nivel adecuado, que no afecte a las poblaciones de otras especies; éste es el principio del equilibrio ecológico. Existe, asimismo, el caso raro de ácaros foréticos que han llegado a afectar la salud del hombre. Nos referimos a un caso particular, estudiado por nosotros en México, que es como sigue: Un campesino de 34 años que laboraba en Estados Unidos y que acababa de regresar a México, presentaba desde hacía cuatro años prurito en ambos oídos y fetidez del conducto auditivo externo en ambos lados. Al realizarse la exploración física de los dos oídos, se encontraron los conductos auditivos externos enrojecidos, con huellas de rascado crónico, escasez de cerumen y presencia de "burbujas", al parecer de material purulento, las cuales se desplazaban de un lado a otro del conducto auditivo externo. Revisando el cerumen bajo el microscopio, se encontraron gran cantidad de ácaros de la familia Anoetidae y del género Histiostoma; había representantes de todos los estadios, desde larvas hasta adultos, machos y hembras. Como se trataba de ácaros de vida libre, saprófagos, o sea, que se alimentan de materia orgánica en descomposición y bien conocidos por sus hábitos foréticos, después de una serie de preguntas al paciente se llegó a la conclusión de que probablemente algunos de estos ácaros habían llegado al oído de la persona transportados foréticamente por moscas, lo cual es muy común, y que, al haber encontrado un medio favorable para su desarrollo, con bastante alimento disponible (el cerumen) se habían reproducido abundantemente, colonizando los dos oídos. Al no tratarse de parásitos, las molestias que sentía el individuo se debían a reacciones alérgicas, originadas por las deyecciones y secreciones de los ácaros. Este hallazgo fue muy interesante, pues era la primera vez que se encontraban estos ácaros de vida libre bajo tales condiciones, produciendo otitis en el hombre. Finalmente, se han podido comprobar también casos de foresia múltiple entre los ácaros de México; así, deutoninfas de uropódidos con frecuencia se encuentran asociadas foréticamente y pegadas por un pedicelo anal a un ácaro grande de la especie Megisthanus floridanus Banks, el cual a su vez es un foronte de un escarabajo. Asimismo, muchos hipopodios foréticos son transportados por gran cantidad de ácaros mesostigmados, forontes a su vez de diversos insectos, principalmente coleópteros. Éstos no son más que algunos de los muchos aspectos interesantes que existen en la naturaleza, en relación con este sorprendente fenómeno del transporte colectivo de los ácaros.
V. MÍRAME Y NO ME TOQUES
POR la física sabemos que una estructura o substancia tiene color porque refleja alguno(s) de los rayos o colores (absorbiendo los demás) componentes de la luz blanca y que forman parte del espectro visible para el hombre. La banda continua de colores, rojo, anaranjado, amarillo, verde, verde-azul, azul y violeta, que constituyen dicho espectro, comprenden longitudes de onda que van desde los 8 000 angstroms (rojo), con menor refracción, hasta los 3 800 angstroms (violeta) con mayor refracción. Sin embargo, esto no es más que una pequeña parte del total del espectro electromagnético, que se continúa a uno y otro lado, con radiaciones de longitud de onda más larga, como las infrarrojas, las de radio, etc., y de longitud de onda más corta, como las ultravioletas, las cósmicas, etc., ninguna de las cuales es ya visible para el ojo humano. Pero en los animales la situación puede ser diferente con respecto a sus propiedades visuales. En términos generales, puede decirse que los animales que ostentan colores fuertes y brillantes, en algunas o todas las estructuras de su cuerpo, como muchas aves, reptiles, peces, insectos y algunas arañas, son capaces de distinguir los colores, habiendo desde luego excepciones, como se verá más adelante. En cambio, animales cuyo cuerpo muestra colores opacos, obscuros y poco llamativos, generalmente no poseen visión en color; tal es el caso de la mayor parte de los mamíferos que, con excepción del hombre, tienen tan sólo una visión muy limitada de los colores o no los ven. La creencia difundida de que el toro se enfurece con el rojo del capote no es verdad; lo que le llama la atención es el movimiento del mismo. El hombre, por su parte, a cambio de no tener tan bien desarrollados algunos órganos de los sentidos (oído, olfato) como la mayor parte de los animales superiores, es capaz de distinguir toda una serie de colores cromáticos. Sus propios colores son igualmente opacos y poco llamativos como en la mayoría de los demás mamíferos, pero esta falta de brillo la han suplido fácilmente utilizando colores más vivos para vestirse y para maquillarse. Por lo que se refiere a los artrópodos, existen numerosos estudios relacionados con el tema; son clásicos, por ejemplo los experimentos llevados a cabo en 1914 por el investigador alemán Karl von Frisch, para demostrar que ciertos insectos son capaces de distinguir los colores; para estos ensayos utilizó como sujetos de experimentación a las abejas principalmente. Dicho autor pudo comprobar que estos insectos tienen un sentido de color especialmente desarrollado, siendo capaces de diferenciar tres colores complementarios entre varias intensidades de gris: el amarillo, el verde-azul y el azul. Por lo tanto, el espectro visible para las abejas, comparado con el del hombre, tiende hacia las radiaciones de longitud de onda corta; el rojo no pueden verlo y fácilmente lo confunden con el negro; en cambio, el ultravioleta, que el hombre no es capaz de distinguir, ellas lo ven como un color. Son mucho menos sensibles en el área de los amarillos, pero después de entrenarlas durante tres o cuatro horas pueden llegar a diferenciar el amarillo, el anaranjado y el verde. Algunas personas se preguntan por qué las abejas visitan las flores rojas si son ciegas a este color. La explicación de esto es que casi nunca se presenta sólo el color rojo en las flores; las amapolas, por ejemplo, que atraen de manera especial a estos insectos, tienen también algo de azul en su composición, pero lo más importante es que reflejan los rayos ultravioleta,
perfectamente visibles para las abejas; en este caso, es probable que dichas radiaciones constituyan el principal elemento de atracción para ellas. Estas características visuales no pueden generalizarse para todos los artrópodos, ni siquiera para todos los insectos, pues existen muchas variantes; algunas mariposas, por ejemplo, sí son capaces de distinguir el rojo; otras, en cambio, son ciegas a los colores. Una particularidad muy importante de muchos de estos animales, y que también fue comprobada por el doctor Von Frisch, es que son sensibles a la luz polarizada; gracias a esto, son capaces de orientarse perfectamente, aun en los días nublados, con poca luz. Actualmente se sabe con certeza que no todos los animales tienen la capacidad de poder distinguir los colores; hay muchos que poseen una magnífica visión, pero todo lo ven en blanco y negro o en tonos de gris; hay otros que tan sólo distinguen el bulto de los objetos; otros más, únicamente pueden percibir los cambios de intensidad de la luz, y por último, los que son totalmente ciegos. Todos ellos, sin embargo, han logrado superar estas deficiencias durante su evolución desarrollando mejor otros órganos de los sentidos, como oído, olfato y tacto, lo que les permite no sólo defenderse de sus enemigos naturales sino también encontrar su camino, su alimento y sus compañeros sexuales, logrando adaptarse a las condiciones y cambios de su medio sin mayores dificultades. La mejor prueba de todo ello es que han logrado sobrevivir a través de millones de años, hasta nuestros días. Ahora bien ¿qué provecho han sacado los animales que tienen la capacidad de distinguir los colores? Esta habilidad puede tener un importante significado biológico, íntimamente ligado a muchas de sus actividades diarias; pero todo esto dependerá, a su vez, de la especie involucrada, del medio en que se encuentre, de las necesidades y comportamiento de los individuos, etc. En términos generales, esta habilidad puede estar relacionada con: 1) La alimentación. Tal es el caso antes señalado de las abejas y otros insectos que se nutren del néctar y polen de las flores, a las cuales son atraídos principalmente por el color. Asimismo, muchas especies depredadoras pueden localizar sus presas por sus colores, como sucede con muchas mariposas, mayates y otros insectos, que son cazados por diversas aves y reptiles. Una situación diferente, aunque el objetivo es el mismo, es la que sucede con ciertas arañas de la familia Thomisidae, que tienen la propiedad de poder cambiar de color y adoptar la misma coloración de las flores, donde comúnmente se encuentran; en esta forma críptica disimulan su presencia allí, confundiéndose con la flor; así permanecen quietas, sin moverse en lo mínimo, esperando la llegada de un insecto consumidor de polen o néctar para atraparlo y comérselo. 2) El atractivo sexual. Son bien conocidos los hermosos colores que ornamentan las plumas de muchas aves, las escamas de las alas de numerosas mariposas y una enorme variedad de otras estructuras de una gran cantidad de animales; esto es sobre todo notable en los machos de varias especies que, durante la época de la reproducción, hacen gala de estos colores frente a las hembras, con el fin de atraerlas y excitarlas sexualmente. El pavo real, por ejemplo, es famoso por la marcada ostentación que hace de su larga y fina cola adornada de brillantes colores, que sacude y abre como abanico para llamar la atención de la hembra, que a su vez es bastante insignificante y de matices más opacos. El cortejo, por parte de los machos, varía en las diferentes especies animales, pero los que presentan colores llamativos aprovechan esta cualidad para hacerse notar por el sexo contrario.
3) La defensa o protección del organismo. El mismo fenómeno biológico de poder cambiar de color, imitando la coloración y aspecto del medio, puede tener otra finalidad que la de la alimentación, como en el caso antes señalado de las arañas; puede también ser utilizado como protección, para pasar inadvertidos frente a sus enemigos naturales, como sucede con ciertos crustáceos que adoptan la coloración del fondo, confundiéndose con él pasando inadvertidos por sus depredadores. A este fenómeno se le conoce con el nombre de mimetismo (de mimo o imitador), tratándose en este caso de un mimetismo críptico (que se oculta). Otra forma de protección, ya no del individuo sino de la población, es el que se presenta en algunas especies de artrópodos, principalmente insectos y algunos ácaros. En estos casos, los animales han llegado a desarrollar medios propios de defensa muy efectivos, como puede ser la secreción de una substancia tóxica o de sabor repugnante para sus depredadores. Este mal sabor o toxicidad de las presas pueden también adquirirlo a través de la alimentación, al ingerir ciertas plantas que contienen alcaloides o compuestos de sabor desagradable para los depredadores, pero no para ellos. Cuando un depredador trata de comerse a alguno de estos ejemplares, generalmente lo escupe de inmediato al percibir el mal sabor; si llega a ingerirlo, puede suceder que pase por una serie de malestares tales que difícilmente olvide esta desagradable experiencia; en esta forma aprende a reconocer a dichos organismos nada apetitosos, respetándolos en el futuro. En numerosas ocasiones sucede que estas especies de mal sabor poseen colores llamativos, que los hacen fácilmente visibles, pero cuya notoriedad en estos casos funciona como llamada o señal de atención para los depredadores que, después de haber aprendido la lección, los evitan en lo posible. En esta forma, el sacrificio de unos cuantos individuos salva a la mayoría o al resto de la población. Esta circunstancia ha sido aprovechada por especies completamente distintas a las anteriores, pero que tienen los mismos depredadores, desarrollando un mecanismo de defensa consistente en imitar no sólo la coloración sino también la forma y el comportamiento de la especie de sabor desagradable; de esta manera, la especie que sí es comestible se encubre con la otra, protegiéndose de sus depredadores comunes, que no son capaces de distinguirlas. A este fenómeno, que es sobre todo frecuente entre las mariposas, se le llama mimetismo batesiano, en honor a su descubridor, el investigador inglés Henry W. Bates. Los científicos señalan a la especie de mal sabor como el modelo, y a la especie comestible como la imitadora o mimética. Con esto se ha tratado de relatar en forma breve uno de los más interesantes fenómenos biológicos que existen en la naturaleza y que era necesario explicar someramente para poder entender lo que sucede con los ácaros. Debe, sin embargo, aclararse que, aparte de éste, existen otros muchos tipos de mimetismo, camuflaje y mecanismos de defensa y protección, que los seres vivos han desarrollado durante su evolución. Por lo que respecta a los ácaros, el sentido de la visión en general es muy deficiente. Gran parte de ellos son completamente ciegos, sin ojos; no obstante esto, muchos responden a los cambios de intensidad luminosa gracias a ciertas áreas delgadas y transparentes que se encuentran en la superficie dorsal de su cuerpo. Otros reaccionan de igual manera mediante manchas oculares pigmentadas. Finalmente, hay un buen número de especies con ojos, pero éstos son pequeños y sencillos, con unas cuantas células retineanas; pueden tener hasta seis ojos, tres de cada lado en la parte antero-dorsal de su cuerpo, pero la mayor parte poseen de dos a cuatro. Los mejor desarrollados se encuentran en el grupo de los prostigmados superiores, tanto terrestres como acuáticos; estos últimos suelen tener además un ojo medio
dorsal, imperfecto, que se considera reminiscencia de sus antepasados. Es probable que sólo algunos de estos ojos lleguen a formar imágenes y a ver ciertos colores en forma deficiente; la mayor parte se concreta a detectar los grados de intensidad de la luz. En lo referente al color del cuerpo de los ácaros, en general es poco o nada llamativo; muchos son ligeramente blanquecinos o transparentes, y los órganos internos se pueden distinguir a través del tegumento; así, los que se nutren de plantas verdes adquieren este color por el alimento ingerido, y los ácaros parásitos, que chupan sangre, tendrán un color rojizo. Otros reflejan diferentes tonalidades de amarillo o café, lo que dependerá del grosor de la capa de pigmento que exista en el interior de su cutícula. Los más primitivos, que pertenecen a la familia de los opiliocáridos, muestran tonalidades de amarillo con manchas violáceas. Las garrapatas, por su parte, tienen en general un color que varía del café al ocre rojizo, pero algunas especies poseen ornamentaciones notables, nacaradas o plateadas, en las placas dorsales que protegen su cuerpo. Casualmente, los que presentan los colores más llamativos son los ácaros que tienen mejor desarrollados los órganos de la vista, como son los prostigmados superiores terrestres, que muestran coloraciones en anaranjado o rojo intenso, y los ácaros dulceacuícolas, en rojo, amarillo, verde y azul. Un caso particular lo forman algunas especies de la familia Trombidiidae, que no sólo tienen un aspecto aterciopelado de color rojo intenso, sino que, además, son de un tamaño exageradamente grande (1 cm o un poco más) para ácaros que no sean garrapatas. Una de estas especies es Dinothrombium dugesi (Trouessart), muy común en ciertas regiones secas y cálidas del Oeste de México; frecuentemente se le encuentra caminando sobre el suelo o las rocas, en los días claros y soleados. Estos ejemplares son tan notorios por su vivo color y su gran tamaño que se les consideraría fácil presa para sus depredadores; sin embargo, si a estos ácaros se les mantiene en observación durante largo rato, se podrá comprobar que rara vez son atacados por sus enemigos naturales, como pueden ser algunas especies de aves y de reptiles; cuando esto llega a suceder, en la mayor parte de los casos son expulsados de nuevo y violentamente por su depredador. Se nota con claridad que se trata de una especie de sabor repulsivo y el significado biológico de su aspecto llamativo se interpreta como una señal de advertencia para sus posibles depredadores. La experiencia de probarlos o de ingerirlos es tan desagradable que sus enemigos pronto aprenden a mirarlos pero a no tocarlos. Es posible que en el mismo hábitat existan especies imitadoras de este modelo con el fin de protegerse de sus depredadores comunes, pero hasta el momento esto no ha podido comprobarse.
VI. LO QUE EL VIENTO TRAJO
CORRÍA la década de 1930 cuando en varias poblaciones costeras del estado de Guerrero los campesinos y los ricos hacendados, dueños de extensos campos cocoteros y relacionados con la industria de la copra, comenzaron a experimentar pérdidas considerables en su negocio por la súbita baja en la producción de coco. Inexplicablemente, muchos de los frutos no alcanzaban su completo desarrollo; al llegar tan sólo a un cuarto, un tercio o a la mitad de su crecimiento, se desprendían de la palma, cayendo al suelo en una etapa de inmadurez, en que no se les podía aprovechar para nada; presentaban, además, manchas cafés características. Pasaron muchos años antes de que se llegara a saber lo que causaba este deterioro de los frutos. No fue sino hasta 1962 cuando varios técnicos del Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas fueron a estudiar el problema. Al analizar los pequeños cocos desprendidos prematuramente y levantar las brácteas florales que cubren su parte basal, encontraron miles de organismos en extremo pequeños, con aspecto de gusanitos, que fueron enviados al Departamento de Agricultura de los Estados Unidos para su identificación. El doctor H. H. Keifer los identificó en 1965 como una especie nueva de ácaros pertenecientes a la familia Eriophyidae, que llamó Aceria guerreronis; más tarde, al revisar la taxonomía del grupo, se le cambió el nombre por el de Eriophyes guerreronis, que es como se le conoce hoy día. Quedó demostrado que, en efecto, esta especie es sumamente dañina para la palma del coco, que ataca tanto sus flores como sus frutos. En estos últimos los ácaros viven en colonias debajo de las brácteas florales, y sus poblaciones llegan a alcanzar sus máximas dimensiones cuando los cocos tienen unos 6 cm de diámetro. Al alimentarse de los tejidos del fruto, producen manchas cafés en éste, que comienzan en las brácteas florales, y se extienden después por la superficie del coco; las manchas se vuelven gangrenosas y duras, se agrietan y deforman su aspecto. Infestaciones severas de este ácaro pueden causar graves daños en 50% a 100% de los cocos. Ya desde entonces se trató de combatir las poblaciones de esta especie mediante diversos acaricidas, aplicados por varios métodos. Los sistémicos, o sea, los que se introducen directamente al tronco, para que la substancia tóxica llegue por vía interna a los tejidos de los cuales se están alimentando los ácaros se aplicaron haciendo huecos inclinados, a diferentes alturas del tronco. Los productos se usaron bajo la forma de concentrados emulsificables. También se asperjaron las emulsiones acaricidas sobre los frutos y el follaje. Por último, se llevó a cabo la inmersión de los frutos removidos de las plantas en emulsiones concentradas de acaricidas. Sin embargo, como los ácaros son tan pequeños y están perfectamente resguardados bajo las brácteas florales, es muy difícil que los acaricidas les lleguen por cualquiera de los métodos empleados. El caso es que todos los mecanismos hasta hoy utilizados para acabar con esta plaga han fallado y el problema ha persistido hasta nuestros días. Se ha logrado disminuir un poco las poblaciones del ácaro mediante la quema de las palmas y frutos afectados. Se ha visto también que algunas palmas toleran más que otras la presencia del parásito, o sea, que tienen cierta resistencia y, por lo mismo, los daños son menores. Pero el problema sigue en pie.
Ahora bien ¿cómo y de dónde vino esta plaga? De dónde vino, nadie lo sabe, pero cómo llegó, sí se tiene una respuesta. Actualmente se sabe que el principal mecanismo de dispersión de estos ácaros es el viento. Gracias a su muy pequeño tamaño, los individuos solos o formando cadenas de varios de ellos sujetos entre sí, pueden quedar suspendidos en el aire por algunos momentos y ser transportados por las corrientes del mismo. Se ha podido observar cómo levantan y extienden al vacío su delgado y diminuto cuerpo, se sujetan a la planta con los lóbulos que poseen en la parte posterior, dan la cara al viento y facilitan en esta forma el que sean llevados con las ráfagas de aire. Seguramente que un porcentaje elevado de ellos ha de perder la vida durante estos recorridos venturosos, ya que el viento no siempre los transportará a la planta-huésped adecuada y de la cual son específicos, al no poder subsistir en una planta diferente. No obstante esto, la realidad ha demostrado cómo las poblaciones logran sostenerse con todo éxito. Es posible que por lo azaroso de su viaje prefieran vivir en plantas perennes más que en plantas anuales, o en estas últimas siempre y cuando estén cerca de otra perenne adecuada y de la cual puedan también alimentarse. Otro mecanismo que también aprovechan para su dispersión es el transporte forético por medio de aves o de insectos, sobre todo de aquellos que visitan las mismas plantas que ellos para su nutrición. Sin embargo, el viento constituye el más efectivo mecanismo de dispersión; gracias a él han logrado extenderse por toda la costa Oeste de México y hacia Sudamérica, y se encuentran ya en Venezuela y Brasil; existen también en Dahomey, en el África occidental. Pero ésta no es más que una de tantas especies de eriófidos que existen en México, pues hay otras muchas, todas importantes desde el punto de vista agrícola, ya que atacan a un sinnúmero de plantas de utilidad para el hombre. La verdad es que los eriófidos se encuentran distribuidos por todo el mundo; existen tanto en los trópicos como en las regiones templadas y frías; todos son fitófagos, alimentándose de los jugos y tejidos jóvenes, incluyendo frutos, de las plantas superiores. Se cree que estos ácaros son muy antiguos, su evolución se remonta por lo menos 50 millones de años atrás; por un fósil que se conoce, se sabe que su aspecto ha cambiado poco desde entonces. Hasta el momento se han reconocido como unas 1 250 especies. Los eriófidos, solos o agrupados, generalmente se refugian en lugares pequeños, donde puedan comer y reproducirse con tranquilidad; por eso se les encuentra en la base de los peciolos, o debajo de las escamas de botones y en pequeñas grietas del tallo de su planta huésped. Muchos provocan en la planta la formación de agallas, sobre las cuales se hablará más adelante. Otros, caminan libremente sobre las hojas por lo menos en una parte de su ciclo estacional, buscando refugio en los huecos de hojas o pelos, cuando las condiciones del medio desmejoran. Todos son de tamaño microscópico (alrededor de 200 micrones), muy difíciles de ver a simple vista. Son tan pequeños que algunos naturalistas de la Antigüedad los consideraban hongos. La reducción del cuerpo ha traído consigo también la reducción de varias estructuras corporales, características de otros ácaros. Así, por ejemplo, poseen tan sólo dos pares de patas en todas las etapas posembrionarias de su ciclo de vida al haber desaparecido los dos pares posteriores; también se han perdido casi todas las sedas del cuerpo; éste se ha alargado y en su superficie se observan pequeñísimos tubérculos, lobulitos, estrías, etc. La parte
posterior del cuerpo termina en un par de lóbulos, con un par de sedas caudales, que les sirven para brincar o voltearse. Las partes bucales están modificadas en finos estiletes y adaptadas para la succión de líquidos. Las patas no terminan en verdaderas uñas, sino en estructuras con diversas ramificaciones. No poseen ojos, pero en cambio tienen áreas sensibles a la luz, que reaccionan a los cambios de intensidades luminosas; tampoco tienen estigmas ni tráqueas, por lo que la respiración se lleva a cabo a través de la piel. Se reproducen por medio de espermatóforos, es decir, pequeños saquitos dentro de los cuales va el esperma; estos espermatóforos los va depositando el macho sobre el sustrato de la planta, en sitios que son frecuentados por las hembras, las cuales, al encontrar uno, se sitúan sobre él, lo exprimen con su cuerpo e introducen su contenido por la abertura genital. Ya dentro del cuerpo de la hembra, los espermatozoides se almacenan en un órgano especial llamado espermateca, donde permanecen viables por varios días o meses, según el tipo de hembra de que se trate. A medida que los óvulos maduran, son fecundados por estos espermatozoides. Los machos empiezan a poner espermatóforos después de un día de haberse transformado en adultos. Ya fuera del cuerpo del ácaro, el semen se mantiene viable por aproximadamente dos días. Cada macho pone de 20 a 30 espermatóforos al día; mientras dura su vida de adulto, que será de 20 a 40 días, continuará poniendo espermatóforos, que pueden llegar a ser más de 600 en total. Poco después de la fecundación, la hembra empieza a poner sus huevecillos, aproximadamente de 1 a 5 por día y sigue ovipositando durante muchos días, alrededor de un mes, llegando a poner un total de unos 80 huevos. Como en los sitios donde viven los eriófidos nunca se han encontrado restos de materias fecales u otro tipo de excreciones, se piensa que los productos de desecho, los aprovechan como componentes del corion, o sea, la cubierta externa que protege al huevo. Según parece, los machos nacen de huevos que no han sido fertilizados y, por lo mismo, son haploides, es decir, que tienen la mitad de los cromosomas; en cambio, las hembras provienen de óvulos fecundados y tendrán el número completo de cromosomas. Los eriófidos han eliminado el estado de larva de su ciclo de vida, de manera que de los huevecillos nacen directamente las ninfas, que pasan por dos estadios; las segundas ninfas darán lugar a los adultos. Muchos eriófidos tienen un desarrollo directo, con un solo tipo de hembras; estos ácaros viven en plantas perenífolias, en climas cálidos, y se protegen dentro de yemas o brotes o en la base de los peciolos, se alimentan de las escamas, debajo de las cuales machos y hembras pasan el invierno. Pero hay otras especies características de plantas caducifolias, que presentan una alternancia de generaciones, habiendo entonces dos tipos diferentes de hembras; las primeras o protogineas, se parecen a los machos en su morfología general, salvo las aberturas genitales que son diferentes; estas protogíneas aprovechan las épocas favorables del año para reproducirse activa y rápidamente; viven unas cuatro o cinco semanas. Pero cuando el tiempo empieza a cambiar y por lo mismo el alimento se hace también más escaso, comienza a aparecer el segundo tipo de hembras, que son capaces de resistir las condiciones desfavorables del medio, estivando o invernando o ambas cosas en esta forma. Estas segundas hembras, o deutogíneas, son bastante diferentes del macho y apenas presienten los cambios climáticos se alejan de las hojas, se refugian en hendeduras y grietas secas de la corteza, y preservan así la especie cuando falta el alimento. Al hecho de que en una misma especie se presenten dos tipos diferentes de hembras se le llama deuterogínea, y puede ocurrir tanto en especies errantes como en las que hacen que la planta forme agallas. Llegada la
primavera, las deutogíneas emergen de su refugio de invierno y se dirigen a las hojas embrionarias de los capullos que se están abriendo para alimentarse de ellas; poco después ponen los primeros huevos. Esta nueva generación desarrollará otra vez hembras de tipo normal.
Figura 4. Ejemplo de un ácaro eriófido, parásito de plantas. (a) Eriophyes sp. (b) Malformaciones de las hojas (agallas) ocasionadas por eriófidos. Hay una gran cantidad de plantas que son atacadas por plagas de eriófidos; las reacciones de estos vegetales a la presencia de los ácaros pueden variar, según la especie; hay desde una marcada tolerancia a estos parásitos hasta alteraciones de varios tipos; algunas de ellas pueden ser tan severas que ocasionen la muerte del vegetal. Ante todo, los eriófidos prefieren alimentarse del jugo vegetal de plantas jugosas o suculentas; algunas especies viven sobre el haz, otras sobre el envés de las hojas, y otras más sobre ambos; también pueden estar distribuidas por toda la hoja o restringidas a sitios entre las venas foliares. Pocas suelen atacar varias especies de plantas, pues generalmente son bastante específicas en la selección de su planta huésped. Cuando la planta muestra resistencia no causan ninguna alteración notable en ella, pero lo más frencuente es que los vegetales reaccionen de manera diferente ante el ataque de los ácaros, dependiendo esto de las especies involucradas. Estas reacciones se deben principalmente a ciertas substancias contenidas en la saliva de los ácaros, que inyectan a la planta durante el acto de su alimentación, lo que causa diversos tipos de alteraciones o deformaciones, entre las que se cuentan: decoloración de las hojas, aparición de manchas amarillas en las hojas de primavera, cambios en el patrón de crecimiento de las células, apeñuscamiento, arrugamiento o enroscamiento longitudinal de las hojas, enrollamiento de los bordes de éstas, dentro del cual los ácaros se protegen y desarrollan; otras veces, estos elementos foliares se ven plateados, como enmohecidos, el tejido no se deforma, pero las hojas se marchitan. Hay especies también que retrasan la maduración del fruto; a los granos del maíz pueden producirles un rayado en rojo; suelen, asimismo, causar la destrucción de los brotes, al iniciar éstos su crecimiento en primavera. Otros eriófidos originan proliferaciones anormales de las yemas, agrandamientos de los brotes, porque las partes internas de los capullos se hinchan por la alimentación de los ácaros, y mueren después de que éstos se alejan. Casi ningún eriófido penetra en los tejidos de las plantas, excepto los que levantan ampollas en el envés de las hojas embrionarias plegadas, dañándolas severamente. Pueden también propiciar el alargamiento de las ramas y la proliferación de los brotes, sin que haya hojas o éstas sean
cortas y poco desarrolladas, lo que da el aspecto de escoba; estas malformaciones son muy comunes en los árboles de mango que crecen en México; es lo que muchos agricultores denominan "escobas de bruja", más frecuentes en los árboles jóvenes; en estos casos está también involucrada una especie de hongo. Asimismo aquí han fallado todos los métodos utilizados para controlar o erradicar esta plaga. Algunas especies pueden también provocar la formación de pelos en la planta, formando manchas, que es lo que recibe el nombre de erineo. La presencia de un erineo no es más que el resultado de la acción de muchas especies de eriófidos. Los pelos pueden ser uni o multicelulares, su densidad y color varían, así como su aspecto, ya que pueden tener forma de clava, de finas papilas, capitados, etc. Los erineos se disponen de manera aislada, o cubren gran parte de la superficie de una hoja o de un peciolo, o bien en oquedades o cubriendo un abultamiento del peciolo, pueden estar también por fuera o por dentro de las agallas. Los ácaros encuentran refugio entre la masa de pelos. Finalmente, una gran cantidad de plantas forman agallas inducidas por estos ácaros. Las agallas, conocidas también como "cecidias", se consideran crecimientos anormales en los tejidos de un vegetal, que se forman como reacción defensiva de éste a la introducción de substancias extrañas, derivadas de organismos fitófagos o parásitos, en este caso los eriófidos. Las agallas, aparte de los ácaros, pueden también ser provocadas por bacterias, hongos, nematodos e insectos. Por lo mismo, pueden presentarse en cualquier lugar de la planta; sin embargo, son más frecuentes en las ramas jóvenes, en las yemas laterales y terminales y en los peciolos; con menor frecuencia se forman en raíces, flores y frutos. Las agallas inducidas por ácaros se caracterizan por su pequeño tamaño y por el gran número que se distribuye sobre la superficie de las hojas, aunque también pueden abarcar el amento, las yemas, los peciolos y las flores. Todas tienen por debajo un orificio de escape, por donde los ácaros entran y salen; a veces se bloquea un poco esta abertura, pero nunca se llega a cerrar completamente. No se conoce a ciencia cierta la naturaleza bioquímica de los compuestos salivales de los eriófidos, que provocan la formación de agallas en las plantas, como tampoco su mecanismo de acción; sin embargo, cada especie tiene su propio componente químico, capaz de provocar en una planta determinada una agalla particular. Varios autores opinan que una de estas substancias puede ser el ácido indolacético, que altera el crecimiento de las células epidérmicas; al recibir el estímulo, estas células comienzan a formar prolongaciones fibrilares unicelulares (erineo), mientras las células adyacentes empiezan a agrandarse, formando la agalla. Es muy grande la variedad de formas de las agallas; las hay alargadas, redondeadas, semiesféricas, en forma de maza, de cuenta, de clavo, de bolsa, de ámpula, de cápsula, de hoyuelo, etcétera. Los ácaros y sus crias encuentran resguardo y protección dentro de las agallas, además de alimento que toman de las prolongaciones papilares; les proporcionan, además, un microclima estable, muy favorable para el desarrollo de su ciclo de vida. La importancia económica de los eriófidos se acrecienta cuando se considera otro aspecto de gran importancia. Aunque los eriófidos no son los únicos ácaros que se alimentan punzando las células y succionando los jugos vegetales, sí son los únicos que se conocen como transmisores de virus patógenos a diversas especies de plantas, lo cual es desde luego propiciado por este tipo de alimentación. En efecto, ha quedado plenamente demostrado su
papel como vectores de varias especies de virus, como el del mosaico rayado del trigo, o el del mosaico manchado del mismo cereal, los del mosaico del centeno, higo, durazno, etc. Cada uno es transmitido generalmente por una especie determinada de ácaro. En México hay una gran cantidad de plantas que son atacadas por diferentes especies de eriófidos, a los que la gente llama "aradores"; ejemplos de ello los tenemos en muchos árboles como nogales, sauces, juníperos, pinos, etc.; entre los frutales, a los cítricos principalmente, causando daños al follaje y a los frutos y se pierde la vitalidad de los ejemplares. Los árboles de mango, higo, durazno, etc., pueden también sufrir daños serios, lo mismo que la ya señalada palma de coco. En varias especies de solanáceas, como el jitomate, producen la llamada "canelilla" o "chocolate"; causan daños también a muchas gramíneas comestibles o silvestres, lo mismo que a diversas malváceas, rosáceas, liláceas, amarilidáceas, a muchas plantas de ornato y sobre todo suculentas. ¡Y pensar que todas estas especies de ácaros, causa de tantos daños agrícolas, han sido traídas y dispersadas por el viento!
VII. LOS QUESOS Y SU "BOUQUET"
LA VIDA parásita de los ácaros y las consecuencias que este parasitismo ha traído consigo son temas sobre los cuales se conoce bastante en la actualidad. Hay, sin embargo, un aspecto poco conocido y poco difundido entre los científicos, referente al papel económico que muchos ácaros de vida libre desempeñan en la existencia del hombre, afectando indirectamente su salud. Nadie pensaría que ácaros no parásitos, que forman parte de la fauna del suelo y que al parecer están tan alejados de nosotros, podrían intervenir en alguna forma en nuestras actividades diarias. Esto, sin embargo, sucede con mucho más frecuencia de lo que se podría suponer. Hay numerosas especies que de manera directa en algunos casos, o indirecta en otros, pueden ser la causa de trastornos a la salud humana, que varían desde ligeras molestias sin mayores consecuencias hasta padecimientos graves que pueden conducir a complicaciones más serias, dependiendo esto de diversos factores. Este tipo de padecimientos se designan con el nombre general de acariasis, y se pueden distinguir varias clases, según el lugar que infesten: intestinal, pulmonar, vesical, genital, dérmica, ocular, del oído y otras más. Los ácaros que viven en el suelo son de una variedad enorme. Desde el punto de vista taxonómico, pertenecen a muchas familias de cuatro órdenes principales: Mesostigmata, Prostigmata, Astigmata y Oribatida. Sus hábitos alimentarios pueden ser muy diversos; una gran cantidad conserva el hábito primitivo de la depredación, pero muchos otros son saprófagos, que se alimentan de restos orgánicos vegetales o animales; gran parte son también fitófagos; se distinguen entre ellos los que se alimentan de algas, hongos, líquenes, musgos, etc., así como de granos, fibras, esporas y polen; hay también los que se nutren de materia fecal y detritos. Una vez más se comprueba la gran radiación adaptativa que este grupo de animales ha logrado durante su curso evolutivo. En el aspecto ecológico, forman parte importante, junto con otros muchos organismos, del mecanismo regulador de ciertos ecosistemas y biocenosis, donde desempeñan un papel fundamental en las cadenas tróficas; en ciertos casos pueden actuar como descomponedores, en un sentido más bien físico que químico, o sea, como trituradores; en otros casos participan como consumidores primarios (los fitófagos), o como consumidores secundarios (los depredadores). Su papel, por lo tanto, puede considerarse benéfico en algunos casos, o dañino en otros, según el aspecto desde el cual se les quiera estudiar. En este capítulo vamos a referirnos a uno de estos aspectos, que es perjudicial para el hombre y que involucra a muchas especies del orden Astigmata.
Figura 5. Tyrophagus sp., ácaro astigmado que infesta numerosos alimentos y productos almacenados.
Por su tamaño tan pequeño, las personas no se dan cuenta de la frecuencia con que estos animales invaden ciertos productos almacenados, o que se guardan temporalmente. Los ácaros tienen especial preferencia por todos aquellos alimentos que poseen un alto contenido de proteínas y grasas, como son los cereales: trigo, centeno, cebada, avena, arroz, etc., o sus respectivas harinas; son también comunes en semillas de linaza, cacahuates, copra, plátanos y frutas secas, hongos comestibles, tabaco, heno y otras pasturas; pueden también ser muy abundantes en los quesos y otros productos animales, como jamón, cuando han estado guardados durante algún tiempo en un medio húmedo. Otras especies tienen predilección por alimentos dulces que contengan algunos de los ácidos: acético, láctico o succínico, y pueden encontrarse en grandes cantidades en cualquier tipo de dulces, como caramelos, frutas secas y en conserva, mermeladas, jugos de fruta, panales de miel, etc., o bien, en substancias que han comenzado a fermentar; en el vino, con frecuencia se les halla flotando como nata o se mantienen sujetos a pedazos de corcho. En ocasiones se reproducen en tan grandes cantidades que cuando el hombre maneja alguno de estos alimentos infestados, los ácaros invaden su cuerpo y generalmente le originan irritaciones en la piel. Estas molestias se deben en gran parte a las secreciones y excreciones de los ácaros, que al hacer contacto con la piel humana le provocan reacciones de tipo alérgico; es posible que alguna vez estos animales lleguen a "pellizcar" la piel con sus quelíceros o a rasparla ligeramente con las uñas de las patas, pero esto no es la causa principal de la irritación que provocan. Este tipo de dermatitis por ácaros o acariasis dérmica es muy conocida entre los campesinos y granjeros que suelen manejar las semillas almacenadas en los graneros, las pasturas o cualquier otro producto vegetal que se suele guardar en las granjas. Casos como éstos son muy comunes en México, y se han determinado ya diversas especies relacionadas con estos problemas. Por otro lado, no es raro que, habiendo esta invasión masiva de ácaros en los alimentos, algunos de ellos sean ingeridos inadvertidamente por el hombre; en realidad, son bastantes frecuentes los hallazgos de estos animales, sea como huevos, larvas, ninfas o adultos en las materias fecales de los humanos; es más, la ingestión de ácaros con los alimentos debe ser mucho más frecuente de lo que cualquiera pudiera sospechar; es posible también que, en la mayoría de los casos su trayectoria a través del intestino pase inadvertida, ya que no originan
daños aparentes, y así como entraron salgan sin mayores consecuencias. Sin embargo, en ocasiones su presencia está asociada a trastornos intestinales como dolor, diarrea, disentería, etc., como los casos de niños y adultos estudiados por nosotros en Acayucan, Coatzacoalcos y Minatitlán, todos en el estado de Veracruz, y en los que se pudo comprobar que el agente causal de estos trastornos era la especie Suidasia medanensis Oudemans. En algunos de estos casos se logró confirmar también que la ingestión de los ácaros había sido por medio de cereales precocidos de harinas de arroz y avena contaminados. El más notable de ellos fue el de una niña de ocho meses que, por la persistencia de los ácaros en las heces, la presencia de todas las fases evolutivas, desde huevos hasta adultos, su abundancia y el hecho de encontrarse siempre vivos después de evacuados, sugirió que los ácaros habían colonizado el intestino de la pequeña, es decir, que se habían adaptado a vivir en este medio, al parecer favorable para ellos, donde se reproducían y alimentaban normalmente. Su alimento debe de haber consistido, igual que en el exterior, de materia orgánica en descomposición contenida en el intestino, pero no de los tejidos vivos del huésped. Por esta razón, no deben ser considerados parásitos, sino simplemente comensales ocasionales. Los síntomas clínicos que provocaron fueron también de tipo alérgico, como manifestación de intolerancia por parte del individuo a las secreciones y excreciones de estos animales. Casos como éstos ya no son tan raros en la actualidad; en la bibliografía se encuentran ejemplos de diversas especies de ácaros de vida libre, que se han adaptado a vivir en diferentes partes del cuerpo humano; una de ellas, por ejemplo, se encontró perfectamente establecida en el epiplón de un africano; otra colonia de ácaros se halló viviendo y en reproducción en forma normal, en un carcinoma maxilar; también el aparato urogenital ha albergado colonias de estos animales; su presencia en la orina es bastante común y con frecuencia provocan irritación del tracto urinario; se han citado igualmente casos de vulvovaginitis. El caso humano más extraordinario es quizá el citado por Trouessart (1902), quien encontró alrededor de 800 ácaros de la especie Histiogaster spermaticus, en todas las etapas de su ciclo de vida, viviendo dentro de un quiste del escroto, que se originaba en el epidídimo. En la naturaleza se encuentran también casos de otitis o acariasis ótica, originados por este tipo de ácaros. En México se tuvo la oportunidad de estudiar el caso de un campesino de edad mediana, que desde hacía cuatro años padecía prurito en los dos oídos y fetidez del conducto auditivo externo en ambos lados. Cuando se analizó el cerumen bajo el microscopio, se encontró gran cantidad de ácaros de la familia Anoetidae y del género Histiostoma, con representantes de todos los estadios, desde huevos hasta adultos. En este caso, y por la plática tenida con el paciente, se supone que alguna mosca haya transportado foréticamente una o varias hembras ovígeras de estos ácaros de vida libre y que al posarse cerca de los oídos se hayan desprendido del cuerpo del díptero, cayendo en el cerumen o cerca de él, donde encontraron un medio propicio para vivir y reproducirse, alimentándose de este rico material orgánico. Una vez más, estos animales vivieron como comensales y no como parásitos y las irritaciones que produjeron se debieron a sus productos de secreción y excreción. En casi todas las regiones del mundo, pero principalmente en las tropicales y subtropicales, es frecuente encontrar ácaros de vida libre en el esputo y exudados nasal y faríngeo de personas con padecimientos bronquiales y asmáticos, asociados con marcada eosinofilia. Esto ha hecho que especialistas de todo el mundo estudien intensamente el papel que los ácaros del polvo casero tienen en los padecimientos respiratorios de tipo alérgico. En este caso, no sólo están involucrados los ácaros vivos, sino también fragmentos de los muertos, que pueden llegar por las vías respiratorias a la garganta, bronquios y pulmón del hombre y otros mamíferos, causando diversos trastornos. Los más frecuentes y conocidos son los casos de
asma originados por varias especies de ácaros, de las cuales la más importante es Dermatophagoides pteronyssinus, que tiene amplia distribución en la República Mexicana. Prácticamente, en todos los estados del país se la ha encontrado en el polvo colectado de habitaciones humanas. Este es un problema que ha despertado gran interés en los médicos mexicanos, sobre todo en los alergólogos. Desde luego que estos ácaros no deben confundirse con los que son verdaderos parásitos, que viven permanentemente en los pulmones, fosas nasales y otros sitios de las vías respiratorias de diversos mamíferos y aves. El hombre, sin darse cuenta por ser una cosa natural, desecha constantemente una gran variedad de productos de su cuerpo, como son los de la descamación de la piel, los de la secreción nasal, el cerumen de los oídos, etc., todos los cuales caen al suelo de las habitaciones donde vive. Como en la naturaleza todo se aprovecha y se transforma, gracias a lo cual los elementos pueden circular y ser aprovechados nuevamente por otros seres vivos, dichos productos de desecho sirven de alimento a los organismos que viven en el polvo de las casas, como las especies de Dermatophagoides y otros ácaros; éstos a su vez son comidos por los depredadores que conviven con ellos. Algunas especies se alimentan de otros detritos, como las fibras vegetales; de este tipo son los ácaros que suelen atacar muebles hechos de junco o alguna otra fibra natural; en un clima húmedo pueden también alimentarse del moho que crece en estas fibras. Se establece por lo tanto una verdadera biocenosis o comunidad de organismos en estos sitios aparentemente inhabitados y de cuya existencia el hombre común jamás sospecha. Los ácaros que infestan los productos elaborados por el hombre pasan también inadvertidos en la mayor parte de los casos; hay, sin embargo, sus excepciones, pues ciertas personas desde hace mucho no sólo se han dado cuenta de la existencia de estos animales, sino que les han sacado tal provecho que les han proporcionado cuantiosas ganancias. Efectivamente, en algunos países de Europa la infestación de los quesos por los ácaros no sólo es bien recibida, sino hasta provocada deliberadamente por el ser humano. Cierto día se descubrió que dicho alimento adquiría un sabor y un aroma determinados, después de haber estado infestado durante un tiempo con estos animales y que este bouquet característico lo hacía apetecible a ciertos individuos. Fue así como comenzó la manufactura en masa de este tipo de quesos, que la gente denomina "apestosos", pero que son muy solicitados por los grandes gourmets. Los ácaros que infestan quesos lo hacen, unos porque se alimentan de ellos, y otros, micófagos, porque lo que los atrae son los hongos que generalmente se desarrollan también en estos productos de la leche y que, de igual manera, contribuyen a dar al queso su sabor característico. Después de mantener durante varias semanas o varios meses la infestación del queso por el conjunto de todos estos organismos, finalmente los eliminan mediante cambios en la temperatura, y el queso queda limpio de ellos, pero saturado de sus productos. Esto, según los grandes conocedores, hace del queso un manjar exquisito. Sin embargo, investigadores que han tenido la oportunidad de estudiar de cerca el asunto aseguran que las personas que por primera vez prueban este queso, deben hacerlo en muy pequeñas cantidades, para evitar trastornos intestinales y que aun quienes, acostumbrados a comerlo, adquieren en ocasiones cierta sensibilidad con manifestaciones alérgicas. No cabe duda que la gran mayoría de las personas que llegan a ingerir estos productos ignoran la procedencia y la causa de su aroma; sería interesante analizar su reacción cuando conocieran el origen y la naturaleza real del bouquet de dichos quesos.
VIII. UN MUNDO OCULTO
LOS millones y millones de formas de vida que pueblan el planeta están ampliamente distribuidas en todos los hábitats de los dos grandes medios que lo constituyen, el acuático y el terrestre. En este artículo y en el que sigue se señalará de manera breve cómo el grupo de los ácaros, objeto de nuestro estudio, ha logrado establecerse, adaptarse y aprovechar estos dos ambientes. Como estos animales son de origen terrestre, nos referiremos primeramente al conjunto de especies que forman parte de la fauna del suelo y al importante papel que allí desempeñan. Ya en el capítulo anterior se indicó algo referente a algunos de ellos, concretamente a los que invaden las habitaciones humanas, que viven en el polvo de las casas o en los graneros, donde se almacenan semillas y otros elementos vegetales, así como en otros sitios donde se guardan productos alimenticios elaborados por el hombre. En esta ocasión, se tratará sobre las grandes poblaciones de ácaros que viven libremente en espacios abiertos como el campo, praderas, matorrales, bosques, selvas y en sitios con mucho menos humedad como los desiertos. Realmente, cuando alguien atraviesa cualquiera de estos lugares puede admirar los diversos tipos de vegetación y de fauna asociada, característicos ambos de cada uno de los ecosistemas. Sin embargo, nadie o casi nadie se pone a pensar en el otro mundo, inmensamente poblado, que se encuentra debajo de nuestros pies, entre la hojarasca y la tierra por la que nos vamos desplazando, constituido por organismos tan pequeñísimos la mayoría, que nuestras pisadas no les afectan en nada. Malo cuando, además de nuestras pisadas, impregnamos esta superficie con insecticidas, fertilizantes y demás substancias químicas, que alteran completamente el funcionamiento natural de los ecosistemas edáficos (del suelo); el uso, sin planeación racional de todas estas substancias, ha modificado con frecuencia y en forma irreversible las condiciones ecológicas generales y el equilibrio biológico de todas estas comunidades de organismos. Desgraciadamente, todo esto es consecuencia de la idea que prevalece en muchas personas de considerar al suelo tan sólo como la acumulación de diversos materiales que constituyen un sustrato, del cual las plantas obtienen sus nutrimentos. La verdad es que el suelo, tanto en su composición como en las interacciones que se establecen entre los numerosos seres vivos que aloja en su seno, es algo mucho más complicado de definir que este simple concepto. En términos generales, los suelos están formados básicamente de un sustrato mineral, que se origina al irse fragmentando las rocas que constituyen la corteza terrestre; este rompimiento provocado por diversos factores físicos, químicos y biológicos da como resultado partículas cada vez más pequeñas que, de acuerdo con su tamaño, se clasifican en diversas categorías, como grava, arena gruesa, arena fina, limo, arcilla, etc. Los diversos tipos de suelos y sus propiedades particulares dependerán también de la cantidad de agua y de aire que contenga este sustrato. Todos éstos pueden considerarse como los componentes abióticos (sin vida) del suelo. Pero hay otro sumamente importante, que es el referente a la materia orgánica, cuya complejidad es extraordinaria. Burges señaló en 1971: "Casi todas las substancias orgánicas naturales, más pronto o más tarde, van a parar al suelo." Esto es cierto, ya que toda esta materia de la que están formados los seres vivos queda incorporada al suelo cuando éstos mueren. Parte de ella desaparece con relativa rapidez al ser descompuesta por los
microorganismos; otra, que es más resistente, puede mantenerse en el suelo durante varios años. Al conjunto de materia orgánica amorfa, o sea, aquella en la cual no se distingue ya ninguna estructura definida, se le conoce con el nombre de humus, llamado así porque está compuesto fundamentalmente por las substancias orgánicas más importantes del suelo que son los ácidos húmicos. Se llega a este estado mediante los procesos de humificación, que son muy complejos y en los cuales participan una gran cantidad de macro y microorganismos edáficos. Vemos pues que, además de todos los restos vegetales y animales muertos, también forman parte del suelo una infinidad de organismos vivos, muchos de ellos microscópicos, que pululan entre los intersticios, poros y cavidades del mismo. A grandes rasgos se puede decir que la biomasa del suelo está constituida por un sinnúmero de especies vegetales, como bacterias, algas y hongos, y de especies animales como protozoarios, turbelarios, nemertinos, nemátodos, gastrótricos, rotíferos, anélidos, tardígrados, artrópodos y moluscos. Durante el proceso de formación de suelo se diferencian capas u horizontes del mismo, con características físicas, químicas y biológicas particulares, que en conjunto constituyen el llamado perfil edáfico. Son varios los horizontes que conforman este perfil, pero hay tres principales, designados comunmente como A, B y C. Hasta arriba, cubriendo todo, se encuentra generalmente una capa de hojarasca, que todavía no se descompone. Abajo de ella se encuentra el horizonte A, rico en materia orgánica, que da tonalidad más obscura a la tierra; aquí es donde los restos vegetales son rápidamente desintegrados y mezclados con la fracción mineral, y se puede encontrar la materia orgánica en diversos grados de descomposición. Es un sitio de gran actividad biológica y en donde tiene lugar el crecimiento de las raíces. Sigue después el horizonte B, generalmente de color obscuro, por el material acumulado consistente en óxidos de fierro, arcilla y humus, que se deslava del horizonte A. Hasta abajo se encuentra el horizonte C, constituido por la roca madre y parte del material inicial proveniente de ella. Es claro que las propiedades de los diferentes suelos pueden ser muy distintas no sólo de un lugar a otro, sino a diversas profundidades y su evolución estará también íntimamente relacionada con el tipo de vegetación que sostengan, el clima, la fisiografía, etc. A su vez, la fauna del suelo participa en una serie de actividades importantes que ayudan a mantener la fertilidad de los suelos. Existen, además, una serie de factores que determinan no sólo las características del suelo, sino también la existencia y distribución de los organismos edáficos, como porosidad, humedad, volumen de aire, temperatura, pH, textura, cantidad y calidad de la materia orgánica, salinidad, etc. El conocimiento de los organismos que constituyen la flora y la fauna edáficas data de la segunda mitad del siglo pasado. Debido al interés económico inmediato de las bacterias del suelo, fueron éstas las primeras que se estudiaron. Posteriormente, con el descubrimiento de los antibióticos, surgió en gran escala el interés por los hongos. Las algas y todos los animales se han estudiado ya más seriamente en las últimas décadas; sin embargo, falta mucho por conocer; hay grupos animales que de hecho no se han tocado. Con respecto a los artrópodos que concretamente forman parte de la fauna del suelo, existen crustáceos como las cochinillas, diversas clases de ciempiés y milpiés y representantes de todos los apterigotos, o sea, insectos que no tienen alas; dentro de los insectos alados, se conocen como 38 familias de larvas o adultos de escarabajos o coleópteros o de ambos, 38 familias de dípteros o moscas y mosquitos, y en mucho menor proporción chinches o
hemípteros, pscópteros, tisanópteros y a veces larvas de tricópteros. Existen también arácnidos de todos los órdenes y el grupo más abundante y variado, el de los ácaros. Tanto la fauna como la microflora del suelo tienen un papel muy importante en la descomposición de los restos vegetales en bosques, matorrales, praderas, etcétera. De acuerdo con Edwards (1974), los animales edáficos pueden ayudar a la desintegración de la materia orgánica vegetal de varias maneras: 1) Al desintegrar los tejidos en forma física (triturando y fragmentando), con lo cual aumenta la superficie sobre la que pueden actuar bacterias y hongos. 2) Descomponiendo en forma selectiva materiales como azúcar, celulosa y hasta lignina. 3) Cuando transforman restos vegetales en materiales húmicos. 4) Al mezclar la materia orgánica descompuesta con la capa superior del suelo. 5) Formando agregados más o menos complejos entre la materia orgánica y la fracción mineral del suelo. Los animales habitantes del suelo son tan numerosos y variados que, aparte del ordenamiento taxonómico, ha sido necesario hacer agrupaciones ecológicas de ellos, tomando en consideración otros aspectos, como su situación en el suelo, por un lado, y el tiempo de su permanencia en él, por el otro. Respecto a su situación, hay tres tipos diferentes de organismos, tomando como base las tres zonas ecológicas del suelo: 1) Los epiedafones son los que habitan en la superficie del suelo y que corresponde a la zona epigea. 2) Los hemiedafones son los que se encuentran en la primera capa del suelo, abundante en materia orgánica, llamada zona hemiedáfica. 3) Los enedafones, por último, son los que existen en una capa más profunda en que predomina el suelo mineral, conocida también como zona euedáfica. En cuanto al segundo aspecto, se distinguen dos categorías principales: a) Los geobiontes, que pasan todo su ciclo de vida en el suelo, como las lombrices, muchos ácaros, colémbolos, etc., y b) Los geofilos que, por el contrario, tan sólo pasan una parte de su vida en el suelo, como algunos insectos y otras especies de ácaros. No todos los organismos del suelo tienen el mismo valor bioedafológico; son sumamente variables en cuanto a tamaño, abundancia, régimen alimentario, permanencia y exclusividad. La mayor densidad se encuentra por lo general en los suelos de bosques. Según McCormick (1960), el número de organismos que vive hasta una profundidad de 7 cm en 30 cm2 de suelo puede llegar a ser mayor de 1 000 millones; los actinomicetos forman aproximadamente 50% de esta masa; las bacterias, 40%; los protozoarios y las algas, 5%, y los hongos verdaderos, 1%; el otro 4% está representado por los animales invertebrados, entre los cuales los más abundantes son los artrópodos. A pesar de este bajo porcentaje del total, los artrópodos se pueden encontrar en densidades tan altas como de 300 millones de individuos por 4 047 m2, de acuerdo con las características del suelo y de la vegetación. Los artrópodos más frecuentes y abundantes en la mayor parte de los suelos son los ácaros en primer lugar, y los colémbolos
en segundo. Los ácaros edáficos se encuentran en todo el mundo, desde altitudes de 5 000 m sobre el nivel del mar, hasta las orillas de los lagos y las costas de los océanos. Junto con los colémbolos, pueden ser los primeros habitantes de los suelos parcialmente formados en las montañas. Muchas especies se han adaptado a vivir entre los intersticios del suelo, incluyendo dunas de arena muy fina, donde pasan toda o gran parte de su vida; como en otros casos de ácaros que viven en lugares estrechos, éstos también han modificado el aspecto de su cuerpo durante el curso de su evolución, llegando a adquirir una forma desde poco hasta muy alargada, y han adoptado además movimientos como los de los nemátodos, con los cuales se identifican tanto que han llegado a confundir al hombre. Esto es lo que en biología se llama fenómeno de convergencia, o sea que, a lo largo del tiempo por presiones similares (selectivas) del medio, los organismos de muy diferentes grupos pueden llegar a parecerse entre sí, no sólo en su morfología sino también en su comportamiento. Numerosas especies tienen también la capacidad de poderse enterrar, a veces hasta profundidades de 4 o 5 metros; esto lo hacen de manera normal en zonas templadas y calientes; en las regiones muy frías, donde suele nevar, se entierran a mayor profundidad para huir del frío excesivo. Ya se mencionó en el primer capítulo que uno de los sitios donde más abundan los ácaros es entre la hojarasca y la tierra suelta de los bosques, donde constituyen 85% o más del total de la población del suelo. Muchos de ellos se han adaptado a vivir en los líquenes, los musgos, las bromelias, etc., y suelen invadir fácilmente los troncos podridos. Asimismo, pueden ser muy numerosos en los lugares pantanosos con un alto contenido de humus. Pueden constituir hasta 95% de las especies de artrópodos que se encuentran en suelos cubiertos por matorrales. Son principalmente hemiedáficos, pero la distribución vertical de algunas especies puede extenderse a las zonas epigea y euedáfica. En el suelo existen representantes de todos los órdenes de ácaros, pero sin duda alguna los oribátidos son los más abundantes y también los más sedentarios, aunque ciertas especies pueden llegar a ser muy activas. Los prostigmados y los mesostigmados son más numerosos en suelos como los de las zonas desérticas; la mayoría son activos depredadores; en bosques y matorrales se mueven libremente entre la hojarasca. Los astigmados no son elementos importantes en la fauna de muchos suelos, pues, como se vio en el capítulo anterior, prefieren lugares más secos, como el polvo de las casas, los graneros, etc. Sin embargo, hay ocasiones en que pueden ser localmente abundantes en pastos y suelos arables. Los ácaros, según la especie de que se trate, pueden nutrirse de prácticamente todo lo que sea de origen orgánico. Tomando en cuenta su tipo de alimentación, pueden agruparse en tres grandes divisiones que son: los fitófagos, los saprófagos y los zoófagos. Dentro de los fitófagos, pueden distinguirse los microfitófagos, cuyas diferentes especies se alimentan de bacterias, algas, hongos, levaduras, musgos, hepáticas y líquenes, es decir, de la microflora; y los macrofitófagos, que se nutren de los tejidos de las plantas superiores o macroflora; aquí quedan incluidos también los que comen diversos productos vegetales como néctar, polen, granos y frutos en general, fibras y madera. Los ácaros saprófagos son los que se alimentan de materia orgánica en descomposición, tanto de origen vegetal como animal; aquí quedan los que se nutren de detritos, cadáveres y materias fecales.
Dentro de los zoófagos, o sea los que se alimentan de animales, hay una variedad infinita de formas. Una buena parte ha conservado el hábito primitivo de la depredación, pero otros, poco a poco se han asociado con otros animales, surgiendo biorrelaciones de distinta naturaleza, como comensalismo, parasitismo, etc., temas sobre los cuales se trata en otros capítulos. La mayor parte de los ácaros del suelo no se alimentan en forma exclusiva de una sola cosa, sino que pueden tener una alimentación mixta, hasta ciertos límites. Por ejemplo, son pocas las especies que se nutren únicamente de bacterias; las hay, sin embargo, teniendo entonces sus partes bucales adaptadas para filtrar los microorganismos de los sustratos líquidos; en el suelo se les puede encontrar moviéndose entre la película húmeda de la materia orgánica en descomposición. En cambio, casi todos los que se alimentan de algas, como algunos prostigmados y muchos oribátidos, incluyen también los hongos en su dieta. Estos últimos constituyen uno de los alimentos preferidos por gran número de especies edáficas; algunas de ellas tienen sus quelíceros modificados, gracias a lo cual pueden raspar y alimentarse de los tejidos internos de los esporóforos; muchos comen también levaduras.
Figura 6. Algunos oribátidos de la fauna del suelo. (a) Galumna sp. Vista ventral. (b) Galumna sp. Vista dorsal. (c) Nothrus sp. (d) Oplophorella sp.
En los musgos, la población de ácaros es muy grande, pero son pocos los que los ingieren; la mayor parte son depredadores que encuentran en estas plantas el resguardo y protección necesarios, además de las presas adecuadas para su dieta. Respecto a los otros grupos que se alimentan de la macroflora o de los diversos animales y de la substancia orgánica en descomposición, se han tratado ya sus diferentes aspectos en los otros incisos de este libro. Ahora, desearíamos señalar algunos aspectos pertinentes del grupo edáfico más importante, el de los oribátidos. Estos ácaros se encuentran en casi todos los suelos del mundo, aunque ciertas especies están restringidas a regiones particulares y otras requieren condiciones de humedad próximas a la saturación. Algunos oribátidos asociados a biotopos húmedos o a biotopos secos, pueden utilizarse como indicadores de estas condiciones ambientales especiales. El cuerpo de la mayor parte de las especies está cubierto de una fuerte coraza que lo protege en contra de varios agentes ambientales. Desde el punto de vista del hombre, determinadas especies pueden considerarse dañinas para ciertas plantas y para algunos animales; sin embargo, la mayor parte desempeña un importante papel benéfico en los ecosistemas edáficos. Vamos a referirnos brevemente a estos dos aspectos. Respecto al daño que pueden ocasionar a algunos vegetales está el de ciertas especies que mediante sus heces infectadas con hongos contaminan los bulbos de ciertas plantas; estos hongos causan la descomposición y deterioro de los tejidos en el tronco basal, raíces y tubérculos del vegetal, mismos que van a servir de alimento al ácaro más tarde. Lo mismo sucede con las especies que viven en los graneros, donde distribuyen esporas de hongos que acarrean tanto interna como externamente en su cuerpo; estas esporas contaminan los granos sanos y cuando éstos quedan deteriorados por el hongo los ácaros se los comen, con ayuda de sus fuertes quelíceros dentados. Esta actividad es compartida con otros ácaros astigmados. Algunos oribátidos tienen importancia veterinaria, ya que actúan como huéspedes intermediarios de ciertos cestodos o solitarias, que parasitan a varios mamíferos, como ungulados, roedores y lagomorfos. Un caso muy común es el de la Moniezia expansa, cestodo que pasa su estado adulto en el intestino delgado de ovinos, caprinos, bovinos y otros rumiantes en muchos países. La gran cantidad de huevecillos que se desprenden de los proglótidos maduros salen con los excrementos. Ya en el suelo, son frecuentemente ingeridos por especies grandes de oribátidos, en cuyo intestino los huevecillos se rompen, y dan nacimiento a las formas juveniles o cisticercoides, que atraviesan la pared de este órgano para continuar su desarrollo en la cavidad del cuerpo del ácaro. Gran parte de estos oribátidos se suben a las plantas o andan entre las hierbas y con frecuencia son ingeridos por las ovejas o los bovinos junto con el pasto del cual se alimentan. Una vez dentro del cuerpo del rumiante, los cisticercos abandonan el cuerpo del ácaro que actuó como huésped intermediario, se fijan al intestino y se convierten en adultos. Por lo que se refiere a los aspectos benéficos, el más importante probablemente es su activa participación en los procesos de humificación y otras actividades que en alguna forma favorecen el equilibrio ecológico de las comunidades edáficas. Algunos de ellos, por ejemplo, junto con otros animales del suelo, eliminan las raíces muertas, y proporcionan en esta forma conductos de aeración, drenaje y transferencia de restos orgánicos.
Casi ningún artrópodo se alimenta de las hojas recién caídas; sin embargo, un grupo grande de oribátidos si lo hacen, como se ha podido comprobar en las hojas mojadas recién caídas de varios encinos. Otros ácaros, en cambio, necesitan que la hoja esté ya algo descompuesta para poder ingerir sus tejidos. Los ácaros empiezan a comerse una hoja por la superficie axial, separan los tejidos no lignificados de las principales nervaduras, y se alimentan entonces de los tejidos mesófilos y epidérmicos inferiores, lo que da a la hoja un aspecto característico. Algunas de las formas más robustas llegan a perforar las hojas de los encinos y las higueras, y alcanzan a consumir algunas de las nervaduras más finas. Muchos oribátidos juveniles se alimentan de los peciolos y de las agujas de las coníferas, así como de tallos de gramíneas. Los más importantes son los oribátidos xilófagos, o sea que se alimentan de la madera; para ello se introducen en la madera de las ramas caídas en los bosques. Al analizar las heces de estos animales se ha comprobado que consisten de restos de madera; se ha demostrado también que pueden producir varias carbohidrasas como la celulasa, acompañada a veces de una xilenasa y una pectinasa. Los quelíceros de todos estos ácaros son grandes y fuertes, capaces de masticar las fibras de madera antes de ser ingeridas. Una cosa muy interesante es que ninguna de estas especies produce enzimas capaces de digerir la trehalosa, que es un carbohidrato importante de los hongos de la madera; así que, cuando estos hongos son ingeridos junto con el alimento, el ácaro no los digiere, sino que acaba por excretarlos como formas viables, junto con las heces, y de esta manera ayudan a su distribución. Estos desechos de la madera excretados representan un producto de más fácil biodegradación, que será terminada por las bacterias del suelo. Esta diseminación de los hongos es algo que también favorece a los oribátidos, pues el material vegetal que consumen pueden digerirlo con mayor facilidad si previamente está expuesto a la acción de los hongos. En esta forma se establecen relaciones mutualistas que favorecen tanto al hongo como al ácaro. En este caso particular, la cadena de individuos que se suceden para lograr la desintegración de la madera son los hongos primero, los ácaros después, y finalmente las bacterias. Una cosa importante de los ácaros oribátidos es que poseen una enzima capaz de desdoblar el oxalato de calcio, compuesto en general muy difícil de desdoblar. De esta manera, aprovechan el calcio y cuando mueren éste queda otra vez a disposición de las plantas. Otros muchos oribátidos xilófagos carecen de enzimas específicas para digerir la celulosa y demás substancias vegetales, pero en cambio tienen simbiontes intestinales que se encargan mutualísticamente de esta función. Todos estos organismos forman parte del fluido de energía de los ecosistemas edáficos. Gran cantidad de la materia orgánica es procesada por ellos, es decir, transformada física o químicamente como resultado de su ingestión. Parte de este material sale como materia fecal no digerida y el resto es asimilado y metabolizado. La energía asociada a esto está representada en la producción, o sea crecimiento y reproducción, y en la respiración, lo que en conjunto constituye el metabolismo de mantenimiento (Harding y Stuttard, 1974). En muchos casos, la desintegración completa de los detritos dependerá de la utilización subsecuente de la materia fecal, ya que se ha comprobado plenamente que el material en descomposición es más susceptible a la actividad microbiana tras haber pasado por el intestino de los ácaros (Ghilarov, 1963; Kühnelt, 1963). Para saber la cantidad de materia ingerida, asimilada y defecada por estos microartrópodos, se han empleado diversos métodos, como rastreadores radiactivos (levaduras marcadas con glicina C14 como alimento) (Engelmann, 1961). También los cocientes respiratorios pueden
emplearse como índice fiel de la actividad metabólica (Wallwork, 1971). Asimismo, se pueden sacar medidas del área consumida cuando las hojas se encuentran perforadas, y estos valores convertirlos en volumen o peso. Concretando, los cambios físicos que los ácaros realizan en la desintegración de la materia orgánica son obvios; los restos vegetales son triturados por las partes bucales en fragmentos de pocos micrones, que salen del cuerpo como bolitas fecales y que constituyen focos de muy ricos nutrimentos para otros microorganismos coprófagos. Por lo que se refiere a los cambios químicos, necesita conocerse mejor todavía el potencial enzimático de los ácaros, pero existen ya pruebas de que su papel como descomponedores primarios es mucho mayor del que se pensaba. "La abrumadora importancia de los descomponedores en algunas situaciones ha sido demostrada por Macfadyen (1963), quien calculó que este grupo acapara mucho más cantidad del flujo energético que la cadena alimentaria herbívoros/carnívoros en un suelo de pradera." (Wallwork, 1971). En conclusión, se puede afirmar sin lugar a dudas que las actividades de los ácaros en las comunidades edáficas favorecen, entre otras cosas, la aeración del suelo, la distribución vertical de la materia orgánica, el reciclaje de los elementos, ya que constituyen eslabones fundamentales de las cadenas de alimentación y, lo más importante, participan activamente en los procesos de descomposición e integración al suelo de la materia orgánica. Todo ello ocurre bajo nuestros pies, en este mundo oculto.
IX. CAMBIO DE VIDA
LOS ácaros son, sin duda alguna, animales terrestres, igual que los arácnidos; sin embargo, dentro de la amplia radiación adaptativa que han sufrido en el curso de su larga evolución, han ido incursionando en todos los hábitats accesibles a la vida del planeta; en esta forma y como una adaptación secundaria, han invadido también el agua, no sólo la dulce, sino también la marina, con tal éxito que actualmente se cuentan por miles las especies acuáticas. Gran cantidad de ácaros de los órdenes Mesostigmata, Prostigmata, Astigmata y Oribatida, se han acostumbrado a vivir en lugares muy húmedos, como son los pantanos, las zonas de mareas y semejantes, pero los que se consideran verdaderamente acuáticos pertenecen todos al orden Prostigmata y se dividen en dos grandes grupos: a) los de agua dulce, pertenecientes a 46 familias, y b) los de agua salada que se agrupan en una sola familia; cada uno tiene preferencia por el hábitat señalado, pero no de una manera muy rígida, pues hay especies dulceacuícolas, que llegan a penetrar en aguas bastante saladas y especies marinas que, a su vez, se mezclan entre las aguas dulces. Vamos a ver a grandes rasgos las características generales de los dos. Entre los ácaros dulceacuícolas hay especies adaptadas a vivir entres las fuertes corrientes de los ríos y las cascadas; otros prefieren la circulación menos rápida de los arroyos o el oleaje de los grandes lagos, así como las caídas de agua más ligeras. De igual manera, las aguas tranquilas de lagos, estanques, pozas y hasta de los charcos temporales albergan infinidad de formas. La mayor parte tiene predilección por las aguas sombreadas y están también presentes en los ríos subterráneos. Hay especies que se han adaptado a vivir en aguas sumamente frías; en cambio, otras lo han hecho en manantiales de aguas termales, a temperaturas bastante elevadas, así como en aguas sulfurosas o de drenaje. Muchos de estos ácaros son capaces de vivir activamente cerca de la superficie, pero un buen número suele enterrarse entre el lodo de los bordes o del fondo, a veces a grandes profundidades, otros más prefieren los intersticios de las orillas. Gran cantidad de ellos se refugian entre los musgos y las plantas subacuáticas. Varios también se han ido adaptando a las aguas salobres y abundan en la zona litoral de aguas marinas. Su distribución puede decirse que es mundial, pues prácticamente existen en todas las grandes y pequeñas masas de agua dulce. No deja de ser interesante el hecho de ver cómo animales adaptados completamente a la vida terrestre han ido adquiriendo los elementos necesarios (por selección natural) que les permite vivir en el medio acuático y esto no sólo por lo que respecta a su morfología, sino también a su comportamiento en general. Por los estudios que sobre ellos se han hecho, se ha podido comprobar que estas formas dulceacuícolas derivaron de formas terrestres; como se verá más adelante, muchos de ellos en su estado larval continúan actuando como si estuvieran sobre la tierra. Los cambios más notables se presentan en las formas natatorias; el tener que desplazarse en un medio mucho más denso que el aire requiere de mucho mayor fuerza, lo que ha originado un mayor desarrollo del sistema muscular; a su vez, al fortalecerse los músculos han tenido forzosamente que desarrollarse estructuras de soporte y puntos de inserción mucho más
resistentes, lo que se consiguió al formarse las grandes placas que cubren el exterior del cuerpo y que se continúan por dentro en fuertes apodemas, donde dichos músculos quedan insertados. Lo primero que llama la atención cuando se observa a algunos de estos ácaros acuáticos bajo el microscopio es, precisamente, la presencia de estas placas que recubren gran parte del cuerpo; uno de los sitios donde recae más el esfuerzo que se hace al nadar es en las coxas de las patas; se ve entonces que el contorno original de estas coxas se ha expandido tanto que ahora se observan como grandes placas coxales, fusionadas entre sí.
Figura 7. Ejemplos de ácaros acuáticos. (a) Unionicola granadosi Hofmann y Cramer, parásito de moluscos de agua dulce. (b) Atúrido adulto depredador de vida libre. Otro complemento que se ha formado simultáneamente con las otras estructuras y que ha facilitado mucho el desplazamiento en el medio líquido es el conjunto de sedas natatorias, que se han desarrollado en forma exuberante en los últimos artejos libres de las patas; sedas y patas actúan en conjunto como remos, agilitando de manera muy eficaz la natación de estos animales. Un atractivo que los ácaros acuáticos tienen para nosotros es su color. La gran variedad de tonalidades que estos diminutos animales pueden presentar es realmente increíble; por desgracia esto no se alcanza a distinguir a simple vista; pero vistos en vivo bajo el microscopio, ofrecen un cuadro de hermosas combinaciones en rojo, verde, azul, anaranjado y amarillo. Son los ácaros de mayores coloridos. Por esta razón, cualquiera pensaría que son fácil presa de sus depredadores; sin embargo, esto no es así; aquí se repite el fenómeno descrito en el capítulo III, sólo que en este caso se trata de especies acuáticas. Efectivamente, sus posibles depredadores, que son gran cantidad de insectos y otros animales del agua, los evitan por su desagradable sabor; cuando alguno de ellos llega a ingerirlos, de inmediato los escupe y jamás vuelve a intentar atraparlos. Algunos autores piensan que esto está relacionado con la presencia de numerosas glándulas cutáneas, que se encuentran repartidas por todo el cuerpo y que se abren al exterior a través de orificios especiales, bien notables en la superficie dorsal y ventral del animal; dichas estructuras con frecuencia están asociadas con sedas, con plaquitas dorsales o con ambas; es posible que su secreción externa que baña todo el cuerpo sea la causa de su repugnante sabor. Otros investigadores piensan que dicha substancia pueda también tener una función impermeabilizante, que los protege en el medio acuático. Igualmente, se ha pensado que algunas de ellas secreten feromonas, gracias a las
cuales pueden encontrarse, reconocerse y atraerse los sexos. Lo cierto es que estas glándulas son características de los ácaros acuáticos. Existen otros muchos rasgos de las formas de agua dulce, como es el hecho de ser los únicos ácaros que poseen un ojo medio (aparte de los laterales), que algunos autores llaman órgano frontal; este ojo central no está muy bien desarrollado y generalmente se encuentra sobre una protuberancia de la cutícula; se cree que es reminiscencia del complejo aboral que aparece en algunos trilobites y que se desarrolla en el par de ojos centrales de algunos arácnidos, como los alacranes. La mayor parte de los autores está de acuerdo que estos animales provienen de antepasados terrestres, semejantes a los (rombidoideos y eritreoideos actuales, ya que tanto sus costumbres como sus ciclos de vida son muy semejantes a los de aquéllos. En todas las especies (menos algunas de la familia Unionicolidae, que se tratarán después) las ninfas y los adultos viven nadando libremente en el agua, y depredan una gran cantidad de huevecillos o artrópodos y moluscos pequeños; en cambio, las larvas, igual que las especies terrestres (véase el capítulo XII), necesitan alimentarse de un huésped; en esta etapa pueden parasitar gran cantidad de insectos acuáticos, como muchos escarabajos y chinches, e insectos semiacuáticos, como numerosas especies de mosquitos, libélulas, mosquitas de un día, etcétera. El ciclo de vida de los ácaros acuáticos, igual que el de las formas terrestres con las que están emparentados, consta de siete etapas: huevo, prelarva, larva, protoninfa, deutoninfa, tritoninfa y adulto; la protoninfa y la tritoninfa son estados quiescentes, de reposo aparente, pues dentro de la cubierta externa están sufriendo una metamorfisis, para pasar a sus siguientes estadios. La fecundación se lleva acabo a través de espermatóforos con pedicelo, que el macho deposita y pega en el sustrato. Seguramente habrá muchas formas en que este esperma llegue al cuerpo de la hembra, pero tan sólo se han logrado observar unas pocas; la más frecuente es cuando el macho, al encontrarse a una hembra sexualmente madura, pega el cuerpo de ésta al extremo posterior de su cuerpo mediante un cemento especial que secreta; en esta forma la lleva arrastrando consigo durante un rato, hasta que al encontrar un sitio adecuado deposita un espermatóforo en el suelo, jala después a la hembra, de manera que su abertura genital quede justamente por encima del saco con esperma; al tocarlo la hembra, abrirá de inmediato sus valvas genitales, succionando el contenido del saco mediante contracciones del cuerpo. Una vez logrado esto, el macho separará el cuerpo de la hembra empujándola con sus patas posteriores, después de lo cual cada uno seguirá su camino. La hembra pone sus huevos en el agua, en sitios protegidos del sustrato, ya sea en el fondo o en las orillas de arroyos y lagos; con frecuencia los introduce entre los tejidos vegetales, dentro de los tallos de las plantas acuáticas; esto lo efectúa mediante un ovipositor que se proyecta de su cuerpo en el momento de la oviposición. Más tarde, el corion o cáscara del huevo se rompe, pero la prelarva, que todavía no ha completado su desarrollo, queda envuelta por una membrana resistente y elástica que le permite estirarse y moverse dentro de ella mientras termina la formación de sus estructuras. Llegado el momento, la envoltura se rompe, surge la larva hexápoda, muy activa, que mostrará un comportamiento diferente, según la especie de que se trate. Desde el punto de vista evolutivo, las larvas son más conservadoras de sus características ancestrales que las ninfas y los adultos; por esta razón son mejores como indicadoras de la filogenia del grupo. Es posible también que en forma semejante a lo que sucede con los insectos holometábolos las larvas hayan evolucionado independientemente de los otros
estados, adquiriendo dos personalidades diferentes por completo, las larvas por un lado y las ninfas y los adultos por el otro. Lo cierto es que, en lo referente a los ácaros dulceacuícolas, las ninfas y los adultos se comportan en forma parecida, pero en cambio las larvas actúan de manera muy diferente, de acuerdo con su nivel evolutivo. Hay larvas que no han logrado adaptarse todavía al medio acuático y se comportan como si continuaran viviendo sobre el suelo. Así, a pesar de nacer de huevos que están sumergidos apenas salen de éste, nadan rápidamente hacia la superficie, donde en forma normal se ponen a caminar sobre la película de agua, como si fuera la tierra, en busca de su posible huésped. Estas larvas continúan teniendo respiración aérea; su cuerpo, de consistencia blanda, no presenta placas muy esclerosadas. Las ninfas y los adultos de estas especies son muy malos nadadores y todavía muestran características primitivas. Dichas larvas utilizan como huéspedes a los adultos aéreos de insectos semiacuáticos, como muchos mosquitos, chinches, etc., sobre los cuales se suben al ras de la superficie del agua, cuando éstos abandonan el medio acuático. Otras de estas larvas pueden atacar a especies totalmente acuáticas, como ciertos coleópteros y otro tipo de chinches, subiéndose a ellos en el momento que los insectos salen a la superficie del agua, pero en estos casos invaden el espacio aéreo que queda por debajo de las alas anteriores de sus huéspedes; rodeados de esta bolsa de aire permanecen todo el tiempo que dura su alimentación de manera que aunque estén sujetos a animales acuáticos continúan viviendo en un hábitat aéreo. Por último, hay las especies más evolucionadas, cuyas larvas se han adaptado a vivir bajo el agua; su aspecto es aplanado dorso-ventralmente y su cuerpo está cubierto por placas esclerosadas; son activas nadadoras. Estas larvas localizarán a sus huéspedes en el fondo del arroyo y entre la masa de agua y se sujetarán a ellos, pero sin alimentarse, pues estos insectos semiacuáticos se encontrarán en ese momento en la etapa de ninfa o pupa, como es el caso de las libélulas, las efímeras y muchos mosquitos. Cuando de estos estados inmaduros emerjan los adultos, las larvas de los ácaros se pasarán y sujetarán a ellos, siendo transportados en esta forma al medio aéreo y terrestre; no será sino hasta entonces cuando los ácaros actuarán como parásitos; buscarán un sitio adecuado del huésped para introducir sus quelíceros y empezar a alimentarse de su hemolinfa. Todo el tiempo que el insecto semiacuático permanezca en el ambiente terrestre, con objeto de alimentarse o aparearse, o ambas cosas, los ácaros continuarán sujetos a él. Más tarde o más temprano los insectos adultos regresarán al agua, sobre todo las hembras que deberán ovipositar en ella. Es el momento que las larvas de los ácaros aprovechan para desprenderse del huésped y caer al agua, continuando allí su ciclo de vida. Buscarán un sustrato adecuado, que puede ser alguna de las plantas acuáticas, al cual se fijarán con sus quelíceros para tranformarse en la protoninfa quiescente y de la cual emergerá poco después la deutoninfa. Hay insectos acuáticos que cuando se seca el charco en el que viven son capaces de salir por el tiempo que sea necesario (dentro de ciertos límites) para buscar otro depósito de agua donde puedan continuar su ciclo de vida. En varias de estas especies las larvas de ácaros parásitos prolongan su periodo de fijación al huésped y allí mismo se transforman primero en proto y luego en deutoninfa, dentro de la cubierta larval; finalmente, esta cubierta se rompe y sale de ella la deutoninfa activa, que inmediatamente comienza a nadar y a buscar su alimento como depredadora; la exuvia o exoesqueleto de la larva permanecerá unido al cuerpo del huésped, aunque ya no tenga nada adentro. En caso de que alguno de estos insectos tenga que emigrar a otro depósito de agua, las deutoninfas, dentro de la cubierta larval, no saldrán sino hasta que el insecto regrese al agua. Hay otros casos en que la larva sale del huevo y sin alimentarse se transformará inmediatamente en protoninfa quiescente, de la cual emergerá a su debido tiempo la
deutoninfa. Las deutoninfas son muy activas y voraces y depredan todo lo que pueden; una vez llenas se transformarán en tritoninfas también quiescentes, que darán finalmente origen a los adultos; éstos también depredarán gran cantidad de presas y llegado el momento llevarán a cabo el apareamiento, repitiéndose el ciclo. Una modalidad a este cuadro general se presenta en algunas especies de la familia Unionicolidae, donde las ninfas y los adultos no llevan una vida libre como todas las demás, sino que parasitan varias especies de moluscos y esponjas. Su forma de alimentación no es como la de las larvas en general, que se alimentan una sola vez y en un solo punto de fijación, hasta llenarse; en este caso suelen atacar a sus huéspedes en repetidas ocasiones y en diversos sitios. Algunas larvas de estos organismos no son parásitas y lo único que hacen es nadar activamente, y ayudan con esto a la dispersión de la especie dentro del lago; otras viven como parásitas de mosquitos quironómidos. Por lo que se refiere a los ácaros marinos, ya se mencionó que se agrupan en una sola familia Halacaridae, que abarca alrededor de 400 especies. Los halacáridos están distribuidos en todos los mares del mundo, encontrándose a diferentes latitudes y profundidades. Aparte del mar, pueden vivir también en aguas salobres y dulceacuícolas. La mayor parte se localiza en la zona de mareas y en las acumulaciones de algas marinas; hay, sin embargo, especies que se han colectado a grandes profundidades; en estas zonas abisales se han hallado a más de 4 000 m de profundidad. Pueden encontrarse también en ciertas cuevas y lugares muy alejados de las costas, a los cuales han llegado mediante las corrientes subterráneas. Al contrario de los dulceacuícolas, los ácaros marinos no son buenos nadadores, sino que se arrastran por el fondo o se sujetan firmemente de algún sustrato marino, como pueden ser corales, esponjas, erizos de mar, diversas conchas de moluscos, etc. Esto lo pueden realizar gracias a las poderosas uñas con que están provistas sus patas. Esto hace que las técnicas para colectarlos sean muy diferentes a las empleadas para la captura de otros ácaros. Si por ejemplo, se les busca sobre un trozo de coral, será muy difícil localizarlos a simple vista, pues son tan pequeños y están afianzados con tal firmeza al sustrato que fácilmente pasan inadvertidos. Para obtenerlos, deberá ponerse el trozo de coral dentro de una cubeta llena de agua de mar y agregarse un poco de cloroformo o éter, para adormecerlos. Deberá esperarse de veinte minutos a media hora, para después sacudir fuertemente el coral dentro de la cubeta con el fin de que los ácaros adormecidos se desprendan; este líquido finalmente se filtrará por un cedazo. El filtrado se observará bajo el microscopio, donde por último aparecerán los ácaros. Para conservarlos se agregará un poco de alcohol de 70°. Un buen número de halacáridos tienen hábitos depredadores y se alimentan de numerosos invertebrados pequeños, tanto en las zonas litorales como en las abisales; otros son fitófagos, que se nutren sobre todo de algas; otros más son saprófagos y algunas especies viven como parásitos internos o externos de animales marinos, principalmente de mamíferos. Por la gran cantidad de especies acuáticas que en la actualidad se conocen, cuyo número sigue aumentando día con día, nos damos cuenta del enorme éxito que los ácaros han tenido en este medio secundario adoptado por ellos. Con todo esto se puede confirmar también la gran plasticidad del grupo y su increíble poder de adaptación a cualquier tipo de hábitat. Por lo visto, están potencialmente capacitados para salir adelante en cualquier cambio de vida que emprendan.
X. LAS BOMBAS SUCCIONADORAS DE SANGRE
LOS ácaros más importantes desde el punto de vista médico y veterinario son, sin duda alguna, las garrapatas, no sólo por su condición de parásitos obligados, sino por las graves consecuencias que este parasitismo acarrea consigo. Los daños más notorios y graves son desde luego los que originan en el ganado de muchos países. En México, desde hace años, lesionan severamente la economía del país, calculándose las pérdidas en unos 300 millones de dólares anuales; tan sólo en 1983, se dejaron de producir más de 54 000 toneladas de carne. El problema ha sido tan grave que, en 1975, se creó el Fideicomiso Campaña Nacional contra la Garrapata, con el fin de abatir y de ser posible exterminar sus poblaciones. Sin embargo, la campaña se hizo a base de productos químicos y a pesar de que los 13 131 baños garrapaticidas que existían en 1975 aumentaron a 35 360 en 1983, año en que se disolvió dicho fideicomiso, el problema de las garrapatas siguió y continúa vigente. Lo irónico del asunto es que este grave problema, de tan difícil solución, ha sido propiciado por el propio hombre, aunque sin tener conciencia de lo que hacía; esto, desde luego, no es ninguna excepción, pues como en el caso de cualquiera otra plaga, ésta también apareció como resultado de una producción masiva del recurso. Las principales garrapatas que atacan al ganado pertenecen al género Boophilus, con seis especies en todo el mundo, dos de ellas en México. Existe otro género muy cercan o, el Margaropus, con tan sólo tres especies. Por las características tan parecidas que comparten estos dos géneros, se piensa que deben de haber tenido un origen común y que ambos deben de haber estado igual y ampliamente representados por sus respectivas especies. Además, en los dos se ha llegado a conformar a lo largo de su evolución el ciclo de un solo huésped (en lugar de tres, que es lo más común entre las demás especies), que es el más conveniente y el menos riesgoso para una garrapata. No obstante esto, mientras Boophilus tiene una amplia distribución y está perfectamente establecido en muchos países, Margaropus se encuentra en vías de extinción, en tan sólo ciertas regiones del continente africano. La probable explicación a esto, sugerida por el doctor H. Hoogstraal, conocido investigador que ha estudiado este problema de cerca, puede ser la siguiente: dos de las especies de Margaropus son parásitas en la sabana de las tierras bajas de África y sólo ocasionalmente se ha encontrado a una de ellas sobre cebras y antílopes, sin haber logrado adaptarse a ningún animal doméstico. La tercera especie ha logrado sobrevivir gracias a que pudo adaptarse a los caballos introducidos por el hombre, cuando éste mató a sus huéspedes originales, las cebras de las montañas, ahora casi extinguidas; sin embargo, siendo esta especie de costumbres invernales, está limitada a vivir en las montañas frías del sur de África. Las especies de Boophilus, en cambio, lograron adaptarse con gran éxito a los animales domésticos, cuyo progreso y desarrollo ha sido ampliamente fomentado por el hombre, ayudando con esto de manera automática al progreso de sus ectoparásitos. Esto, con el tiempo, ha resultado en el grave problema al cual tiene que enfrentarse hoy día sin tener muchas esperanzas de poder resolverlo.
Se han invertido millones de dólares en campañas contra estos animales, se han aplicado infinidad de garrapaticidas y otros mecanismos de control y el problema sigue en pie; continuamente aparecen formas resistentes a las diferentes substancias químicas y su tasa de crecimiento es tan grande que, a pesar del alto grado de mortalidad que presentan aquéllas, siempre logra sobrevivir un porcentaje lo bastante alto para mantener la especie. La gran vitalidad de los pocos ejemplares que llegan a sobrevivir, después de una campaña intensa, permite que nuevamente crezcan y se reproduzcan, recuperándose en poco tiempo la población de individuos. De acuerdo con las características adaptativas que poseen, el ectoparasitismo de las garrapatas debe remontarse a muchos millones de años atrás. Se piensa que su adaptación a esta forma de vida pudo muy bien haberse iniciado hace aproximadamente 200 millones de años, a fines del Paleozoico y principios del Mesozoico, pudiendo haber tenido como primeros huéspedes los numerosos reptiles de esa época. Muchos de estos grandes vertebrados tuvieron la piel suave y seguramente representaban una rica y accesible fuente de alimento para las garrapatas; todavía ahora diversas especies parasitan muchos reptiles. Millones de años después, a principios del Terciario (hace 60 millones de años), las líneas primitivas de las aves y los mamíferos experimentaron de pronto un desarrollo exuberante, viniendo a sustituir a los reptiles como los vertebrados terrestres dominantes. Todos estos nuevos animales, provistos ya de sangre caliente, elemento que había aparecido ya en algunos reptiles, favorecieron de manera notable la adaptación al parasitismo de numerosas especies de artrópodos y, desde luego, de las garrapatas. La transformación de las escamas reptilianas en pelos y plumas les proporcionaron un microhábitat ideal para la vida parásita, ya que constituía un lugar para refugiarse y protegerse, con temperatura más o menos constante y alimento siempre disponible. Otras especies aprovecharon igualmente las madrigueras, los nidos y refugios en general de todos estos vertebrados, lugares muy adecuados para resguardarse y reproducirse, teniendo a la mano al huésped, del cual se alimentarían durante su descanso o sueño. Esta situación ha prevalecido hasta nuestros días. Como se indicó en el primer capítulo, las garrapatas son los ácaros de mayores dimensiones; estando bien llenas, por la sangre ingerida y por el desarrollo de sus huevos, algunas hembras llegan a medir hasta 3 cm de longitud; los machos siempre son más pequeños. Aparte de sus quelíceros que se encuentran volteados hacia afuera, provistos de dientes curvos y de los pedipalpos sin uñas, presentan un órgano de penetración muy poderoso que es el hipostoma, armado con numerosos dientecillos; por medio de él y de sus quelíceros se fijan firmemente a la piel de su huésped, sellan además el lugar de la perforación con un cemento especial; la picadura no la siente la víctima debido a una substancia anestésica que inyectan junto con la saliva. Para desprender una garrapata, nunca se debe arrancar con fuerza, pues las partes bucales están tan bien sujetas al huésped que con el tirón no se logra más que romperlas, quedándose entonces dentro de la piel, lo cual suele proporcionar un medio favorable para la invasión de bacterias piógenas, que provocarán una infección secundaria de más serias consecuencias. Lo que debe hacerse es cubrir la garrapata durante un buen rato con un algodón mojado con alcohol, para que, al no poder respirar, ella misma afloje los dientecillos de sus quelíceros e hipostoma y salga por sí sola. No se recomienda seguir la costumbre de quemar la garrapata con un cigarro prendido, pues con frecuencia la piel sale dañada. Las garrapatas son parásitos obligados que, según la especie, pueden atacar a cualquier vertebrado terrestre, incluso al hombre. Se encuentran distribuidas por todo el mundo, pero son más abundantes en las regiones tropicales y subtropicales. Las más primitivas son las que pertenecen a la familia Argasidae, también conocidas como garrapatas blandas, por no tener
escudos que cubran su cuerpo, siendo éste de consistencia coriácea. Los antiguos mexicanos las designaban con el nombre náhuatl de tlalaxin que, con la llegada de los españoles, se transformó en tlalaje o talaje. Los tarascos en Michoacán las llamaban turicata. Estos dos nombres pasaron después a formar parte de la nomenclatura científica, designándose a las dos especies más comunes de México como Ornithodoros talaje y O. turicata. Los argásidos son esencialmente nidícolas, parásitos temporales que se alimentan de su huésped cuando éste llega a dormir o a descansar a su nido o madriguera. Los adultos pueden picar y alimentarse varias veces con intervalos variables. Su ciclo de vida consta de huevo, larva, uno a varios estadios ninfales y adulto; son los únicos ácaros que llegan a tener más de tres estadios ninfales; algunas especies pasan hasta por ocho de estos estadios; además, después de haber alcanzado el estado adulto, pueden seguir mudando. La hembra pone huevos durante meses, con interrupciones de variada duración; en total llega a depositar entre 300 y 500 huevecillos, los cuales quedan sueltos o forman pequeños grupos de dos o tres. La otra familia Ixodidae comprende garrapatas más evolucionadas y especializadas que, por tener una placa dorsal muy resistente, se les llama garrapatas duras. En México se les han dado diversos nombres comunes, como conchudas, plateadas, tostoneras, bermejas, chatillas, etc. A las larvas de algunas de estas especies, que abundan en los campos y que constituyen plagas muy molestas para el hombre y los animales, se les conoce como pinolillo o mostacilla.
Figura 8. Ejemplos de garrapatas. (a) Antricola mexicanus Hofmann, de la Familia de Argasidae. (b) Amblyomma scutatum Neumann, de la Familia Ixodidae. Los ixódidos son fundamentalmente hospedícolas, o sea que viven la mayor parte del tiempo sobre el cuerpo del huésped y, a diferencia de los argásidos, pican y se alimentan una sola vez, hasta llenarse, en cada etapa de su ciclo de vida después del embrionario. Los estados de desarrollo comprenden el huevo, la larva, un solo estadio ninfal y el adulto. La mayor parte de las especies necesitan de tres huéspedes para completar su ciclo, que transcurre como sigue: la hembra es fecundada sobre el huésped y una vez repleta por la sangre ingerida y por los huevos en desarrollo, se desprende, cae al suelo y allí, en forma muy torpe y lenta por el abultamiento de su cuerpo, se entierra, para poco después empezar a poner sus huevos; la
oviposición es continua, sin interrupciones, muriendo la hembra al final de ella. De acuerdo con la especie, pueden depositar entre 500 y 15 000 o más huevecillos, que quedan aglutinados en masas compactas. Poco tiempo después, nacen las pequeñas larvas hexápodas, que permanecen quietas durante algún tiempo y consumen el vitelo que todavía conservan en su interior. Posteriormente, si algún huésped en potencia anda por los alrededores, las larvas lo percibirán por el CO2 que exhala con la respiración; de inmediato se subirán a las plantas cercanas y agarrándose con las patas posteriores, levantarán las anteriores a manera de antenas para orientarse respecto a la situación del animal que se aproxima; si éste llega a rozar dichas plantas, las larvas se agarrarán de él con habilidad asombrosa. Una vez sobre el huésped, escogerán un lugar adecuado para fijarse y comenzar a succionar linfa, pues las larvas todavía no son hematófagas. Después de llenarse, caerán nuevamente al suelo para mudar y transformarse en ninfas, ya octópodas, que a su vez buscarán otro huésped para nutrirse; de nuevo, las ninfas repletas caerán al suelo, mudarán y se transformarán en adultos, los que se subirán al tercer huésped, sobre el cual tendrá lugar el apareamiento, para repetirse el ciclo.
Figura 9. Ciclos de vida de garrapatas ixódidos. A. Con un solo huésped. Ejemplo:
Boophilus sp. B. Con tres huéspedes. Ejemplo: Amblyomma sp. A. a) Larvas en la punta de las hierbas, dispuestas a agarrarse al huésped que pace. b) Larvas sobre el huésped; después de alimentarse se transforman en c) ninfas, las que después de alimentarse se transforman en d) machos y e) hembras; f) hembra fecundada y alimentada, se desprende del huésped y g) cae al suelo donde oviposita; h) al cabo de algún tiempo eclosionan las larvas. B. a) Larvas en la punta de la maleza; b) larvas sobre el primer huésped (rana u otro vertebrado terrestre), del que se alimentan y c) caen al suelo y se transforman en ninfas; d) ninfas sobre el segundo huésped (ratón u otro vertebrado terrestre), del que se alimentan y e) caen al suelo para transformarse en machos y hembras; f) estos adultos se suben a un tercer huésped (vaca u otro vertebrado terrestre), donde se alimentan, se aparean y g) la hembra fecundada y alimentada cae al suelo, h) donde oviposita; i) después de algún tiempo las larvas eclosionan. Este modelo de tres huéspedes ha sido modificado por algunas especies, que suprimen a uno de ellos: pasan las etapas de larva y ninfa sobre un huésped y de adulto sobre otro. Finalmente, hay otras pocas que se han concretado a un solo huésped, al cual se suben en estado de larva y se alejan de él como adultos, después de alimentarse y de haber tenido lugar el apareamiento. Para llevar a cabo este acto, el macho se acerca a la hembra, se coloca en posición de vientre con vientre; la agarra firmemente con sus patas, empieza a introducir y sacar repetidas veces las partes bucales en el orificio genital de la hembra, con lo cual la excita y comienza a dilatar esta abertura; a continuación, el orificio genital del macho, que esta frente al de la hembra, expulsa un espermatóforo, que pega a la vulva de la hembra y con sus partes bucales procura introducirlo al orificio femenino; la hembra entonces succiona todo el contenido del saquito y desecha la cubierta, que queda en el exterior. Después de esto, el macho la suelta y se aleja; la hembra efectúa todavía una serie de contracciones del cuerpo y continúa finalmente su camino. El acto de la oviposición es también muy particular en las garrapatas ixódidos. Llegado el momento, la hembra ovígera que se encuentra en el suelo empieza a poner sus huevecillos uno por uno mediante un pequeño ovipositor, pero con cada huevecillo que aparece, de la parte anterior y dorsal del cuerpo, sale una estructura membranosa con proyecciones como dedos, que se extiende hasta el orificio genital, toma el huevecillo, lo envuelve con una substancia protectora en contra de la desecación y lo coloca en la parte dorsal y anterior del cuerpo de la hembra. El huevo que no se impregna bien de esta substancia se seca y no se desarrolla. Esto se repite con cada uno de los huevos; al final, quedará la hembra muerta, con una gran masa de huevecillos por delante de ella. La estructura membranosa, que se conoce con el nombre de órgano de Gené, se contrae y desaparece en cada ocasión que suelta un huevo. El parasitismo de las garrapatas ha tenido graves repercusiones en la salud del hombre y los animales. Entre las consecuencias provocadas por sus picaduras hay que considerar: 1) Los efectos directos sobre la sangre, la piel o el organismo del huésped, tales como dermatosis, anemia, parálisis, toxicosis y otoacariasis. 2) La transmisión de microorganismos patógenos al hombre y animales. Es bien conocida la reacción de ciertos individuos frente al ataque de las garrapatas, sea en su etapa larval o en sus estados de ninfas o adultos. Las dermatosis que se originan por los alergenos que hay en su saliva pueden ser desde leves hasta muy intensas, según el grado de sensibilidad del sujeto y del de parasitación. Cuando grandes cantidades de garrapatas parasitan un solo huésped, por si solas pueden
ocasionarle serios trastornos, tanto por la muy considerable pérdida de sangre como por las irritaciones de la piel. En México es frecuente que gallinas atacadas por numerosas garrapatas del género Argas se debiliten a tal grado que muchas de ellas mueran; también especies de Ornithodoros pueden ocasionar daños muy serios a cerdos, carneros, etc., lo mismo que las especies de Boophilus y Amblyomma al ganado bovino y equino; una vaca con fuerte infestación puede perder muchos litros de sangre en una temporada, bajando intensamente la producción de leche y de carne, además de sufrir el deterioro de la piel. Casos de anemia como estos son, desgraciadamente, muy frecuentes en el país. Estos síntomas de debilitamiento general por pérdida de sangre se agravan aún más por los efectos tóxicos de la secreción salival, que varían según la especie de que se trate; con frecuencia se nota disminución de los glóbulos rojos, que puede llegar a ser hasta de 10%; las lesiones locales suelen presentarse como pápulas pruriginosas muy dolorosas, que pueden ulcerarse. Por lo que se refiere al hombre, parece ser que las picaduras de los argásidos provocan reacciones más intensas que las de los ixódidos. En gran cantidad de casos, estas toxicosis son producidas por formas juveniles además de los adultos. Se ha comprobado que especies de Argas, cuyos huéspedes normales son las aves de corral, cuando ocasionalmente llegan a atacar al hombre suelen causarle reacciones graves, con pérdida del conocimiento, aparte del intenso dolor e inflamación en el lugar de la picadura. Lo mismo se ha dicho de varias especies de Ornithodoros, que han llegado provocar la muerte de personas; especialmente temida es la picadura de O. coriaceus, que ocasiona dolor insoportable y fuerte inflamación local. El prurito que se manifiesta después de la picadura de una garrapata generalmente es pasajero, pero en ocasiones llega a prolongarse por meses y años; esto depende también de la toxicidad de la especie y de la susceptibilidad del individuo. Las numerosas heridas en los animales, agrandadas por raspaduras, rascados y frotamientos, ofrecen además un campo favorable para infecciones secundarias por múltiples bacterias, produciéndose con frecuencia inflamaciones locales muy serias con abscesos. Asimismo, estas lesiones son la atracción de numerosas moscas, algunas de las cuales ponen ahí sus huevos y ocasionan padecimientos que se designan como miasis. Uno de los más frecuentes y que ocaciona grandes daños a la ganadería del país es el originado por el llamado gusano barrenador. El cuadro más grave que puede presentarse por la picadura de una garrapata es el de la parálisis, que es originada esencialmente por especies de ixódidos. Son susceptibles a este padecimiento el hombre, sobre todo los niños, los mamíferos domésticos y algunos silvestres como la zorra azul, el búfalo, ciertos roedores y algunas aves como las gallinas; experimentalmente se ha visto que son susceptibles también algunos animales de laboratorio como cuyos y hámsteres. El primer caso humano en México fue encontrado y estudiado por nosotros en 1969; también se ha podido comprobar en algunos animales. Aunque no es un padecimiento muy común, hay más casos en el país de lo que se podría sospechar; desgraciadamente, la mayor parte de ellos son mal diagnosticados y confundidos con otras enfermedades. La parálisis, que es progresiva, la pueden causar una o varias garrapatas de determinadas especies, sin importar edad, peso o tamaño del individuo atacado; tampoco importa la parte del cuerpo humano a la que se fije la garrapata para alimentarse, aunque las manifestaciones son más graves cuando se implanta en la base del cerebro o de la médula espinal o cerca de
ellas. Parece ser que estos cuadros sólo los originan las hembras. Los síntomas clínicos en el hombre son los de toxemia generalizada, que puede manifestarse en el curso de las primeras 24 horas o después de varios días de fijación de la o las garrapatas; se presenta una parálisis motora progresiva, que se prolonga por un periodo aproximado de 2 a 10 días, frecuentemente con elevación de temperatura, dificultad para respirar y tragar alimentos, desaparición de reflejos, todo lo cual puede conducir al estado de coma y muerte del individuo. La recuperación del paciente dependerá de la prontitud con que se localicen y desprendan la o las garrapatas que lo estén atacando, así como del grado de parálisis que haya alcanzado. Los trastornos musculares suelen desaparecer pronto, aunque hay casos en que la debilidad muscular puede persistir durante varias semanas. En los animales afectados por este padecimiento se pueden presentar ligeras variantes, pero en general los síntomas que se manifiestan son semejantes a los del hombre. Finalmente, existen garrapatas que se han adaptado a vivir en las orejas de sus huéspedes, como el argásido Otobius megnini y el ixódido Anocentor nitens. La primera especie tiene una amplia distribución en el mundo y en algunos países representa un serio problema, ya que es posible que cause la muerte de sus huéspedes, que pueden ser prácticamente todos los mamíferos domésticos y varios silvestres. No es raro que invada también el oído del hombre y cause otoacariasis bastante molestas. Por lo que se refiere al importante papel que las garrapatas desempeñan como vectores de numerosos microorganismos patógenos, dicha transmisión la pueden llevar a cabo de tres maneras diferentes: a) Durante la picadura por la saliva secretada por las glándulas salivales. b) Por los productos de desecho excretados a través del uroporo. c) Por el líquido excretado por las glándulas coxales (ésto sólo en Argasidos). Los gérmenes patógenos que pueden transmitir son los siguientes: 1) Arbovirus. De acuerdo con Hoogstraal (1966), de 60 especies de ixódidos y 20 de argásidos se han identificado 68 tipos distintos de arbovirus, de los cuales 21 afectan al hombre en diversos países. La transmisión de estos virus a los vertebrados es por medio de la saliva. Dentro del cuerpo de las garrapatas pasan de un estadio al otro, y también hay transmisión sexual y transovular. 2) Bacterias. En primer lugar, está el importante grupo de las espiroquetas, que son causa de la fiebre recurrente y que son transmitidas principalmente por argásidos del género Ornithodoros. Ésta es una enfermedad del hombre y roedores, con amplia distribución en el mundo; se encuentra en países de África, Asia, Europa y América. En México el agente causal es la Borrelia turicata, transmitida por Ornithodoros turicata. En estos casos, las garrapatas actúan también como reservorios naturales del germen, que puede pasar transovularmente de una generación a otra. La infección tiene lugar por la picadura de una garrapata, pero el líquido de las glándulas coxales desempeña un esencial papel, ya que va saturado de espiroquetas que pueden penetrar por el orificio de la picadura o también a través de la piel. En varios países del Viejo Mundo y en Brasil, otra especie, agente causal de la espiroquetosis aviar, causa grandes bajas entre las aves domésticas y es transmitida por especies de Argas. Otra enfermedad, la tularemia, que ataca fundamentalmente a los conejos y al hombre, existe también en México, así como en otros muchos países de América y del Viejo Mundo. El agente etiológico es otra bacteria y sus vectores principales son ixódidos.
3) Rickettsias. Este grupo de gérmenes es sumamente importante en México; grandes personalidades científicas como Ricketts, Mooser, y otros más han venido a estudiarlas a nuestro país. La más importante rickettsiosis transmitida por garrapatas es, desde luego, la llamada fiebre de las Montañas Rocosas, ampliamente diseminada en América y cuyo agente causal es la especie Rickettsia rickettsi. En México es transmitida por dos especies de ixódidos de los géneros Rhipicephalus y Amblyomma. Otras muchas rickettsias son transmitidas por garrapatas en varios países. Una de las más diseminadas y que causa grandes bajas entre el ganado bovino principalmente es la especie Anaplasma marginale, origen de la anaplasmosis; los agentes vectores en México son dos especies de ixódidos del género Boophilus, aparte de algunos dípteros. 4) Protozoarios. Unas de las especies que más interesan al médico veterinario son las pertenecientes al género Babesia, que ocasionalmente atacan al hombre, sobre todo las de roedores. En México, la Babesia bigernina, que origina la piroplasmosis o babesiasis bovina vulgarmente llamada "ranilla", es transmitida también por las dos especies de Boophilus. 5) Filarias. Ciertas especies de estos parásitos pueden ser transmitidas tanto por argásidos, como por ixódidos a diversos animales. 6) Hongos. Algunas micosis que afectan tanto al hombre como a los animales domésticos y silvestres, son transmitidas por especies de ixódidos. Muchas cosas más se podrían decir sobre este importante grupo de parásitos, pero el objetivo de este libro es señalar tan sólo lo fundamental de cada entidad. Creemos haberlo logrado en lo referente a estos pequeños pero dañinos animales, que bien pueden considerarse entre las más efectivas bombas succionadoras de sangre.
XI. COSTUMBRES INSÓLITAS
DENTRO del orden Prostigmata se incluyen varias familias de ácaros asociadas a un gran número de insectos, de los cuales se alimentan pero en forma diferente, según el caso, unos como depredadores, otros como parásitos y otros también como parasitoides. Ácaros depredadores abundan en la fauna del suelo, en las galerías hechas por los escarabajos descortezadores y en otros muchos sitios, donde se alimentan de infinidad de insectos pequeños como colémbolos, o de huevecillos y estados inmaduros de otros más grandes. Sobre la actuación e importancia de todos estos ácaros se trata detalladamente en otro capítulo de esta obra. Su papel como parásitos se maneja igualmente en varios de los temas tratados en este libro, por lo que en esta ocasión desearíamos señalar algo respecto a su actuación como parasitoides; pero para que se entienda bien la naturaleza de estas diferentes situaciones, antes de seguir adelante, convendría aclarar cada uno de estos términos que, de manera muy general, se refieren a la relación que se establece entre dos individuos (o en su caso, dos poblaciones) de diferentes especies, en la cual uno de los dos sale beneficiado y el otro dañado; para el que sale favorecido, la relación es obligatoria, pues si no la realiza, muere. En el caso de la depredación, uno de los dos individuos es el depredador y el otro la presa. El depredador es un macrófago, siempre externo a su presa; puede haber un individuo depredador que se alimente de una población de su presa, a la cual daña y causa generalmente muerte violenta de individuos. En el parasitismo, uno de los individuos es el parásito y el otro el huésped. El parásito es un micrófago, interno o externo a su huésped; en este caso es al contrario, una población de parásitos puede alimentarse de un individuo huésped. El parásito se alimenta del huésped mientras éste vive, provocando su muerte sólo en casos extremos. Tanto el depredador como el parásito dependen en lo metabólico de la presa o del huésped respectivamente; sin embargo, en el segundo caso hay además la presencia de substancias antigénicas por parte del parásito y en respuesta a estos antígenos el huésped generalmente sintetiza anticuerpos. En los vertebrados que poseen inmunoglobulinas se habla de una respuesta inmunológica; en los invertebrados que no tienen inmunoglobulinas, hay una respuesta de defensa, consistente en fagocitosis, encapsulamiento, melanización y ciertas respuesta humorales en el caso de los artrópodos o de otra naturaleza en los diferentes invertebrados, como la nacarización en los moluscos. Por lo que se refiere al parasitoidismo, es una forma intermedia entre depredación y parasitismo y con frecuencia se confunde con alguno de estos dos conceptos. Pero en este caso hay generalmente paralización previa o simultánea a la alimentación por parte de la hembra de la especie parasitoide, en que puede haber variantes, sea que se trate de insectos o de ácaros. El ejemplo clásico del primero es el de la avispa y la tarántula. El himenóptero hembra, mediante cierta cantidad de toxina que inyecta con su aguijón, paraliza al arácnido; a
continuación deposita un huevo en la tarántula; nace poco después una pequeña larva que se introduce en el cuerpo de su huésped, donde comienza a alimentarse de sus tejidos vivos. La tarántula permanece con vida, pero paralizada, y continúa nutriendo a la larva durante todo su desarrollo hasta que ésta, después de varias mudas, se transforma en pupa para llevar a cabo el proceso de la metamorfosis; todo esto sucede dentro del cuerpo de la tarántula, de la que, al final, no queda más que su cubierta exterior o exoesqueleto. Por último, emerge la avispa adulta, alada, que emprende el vuelo para buscar a su compañero sexual y llevar a cabo el apareamiento. La hembra ya fecundada vuelve a buscar una nueva tarántula, y se repite el ciclo. Por regla general, un solo parasitoide se come todo el interior de la tarántula y no es él el que la paraliza, sino su madre, que es el estado adulto libre. En los ácaros la situación es diferente; el mejor ejemplo se encuentra en algunas especies del género Pyemotes, que viven como parasitoides de muchas clases de insectos; atacan y con frecuencia matan a los estados inmaduros de homópteros (pulgones, chicharras, escamas, periquitos, etc.), coleópteros (escarabajos, mayates, frailecillos, etc.), dípteros (moscas, tábanos, etc.), himenópteros (avispas, abejas, abejorros, etc.), lepidópteros (mariposas y palomillas) y otros más. En este caso, es la hembra fecundada del ácaro la que llega a un huésped para alimentarse de él y durante este proceso le inyecta una toxina con la saliva, que paraliza al insecto y finalmente lo mata. El ácaro parasitoide no se introduce en el cuerpo de su huésped pero permanece fijado a él, y se alimenta hasta que sus hijos alcanzan su completo desarrollo, naciendo como adultos; después del apareamiento, la hembra busca un nuevo huésped para reiniciar el proceso. A diferencia de los insectos, aquí pueden atacar no sólo uno, sino múltiples parasitoides a un huésped y son las hembras directamente las que actúan como tales. Muchos de los ácaros que viven como parásitos o parasitoides de los insectos han sufrido grandes modificaciones en su biología durante el curso de su evolución y adaptación a esta forma de vida; empiezan por las estrategias que las diferentes especies han tenido que desarrollar para poder localizar a sus respectivos huéspedes y lograr, asimismo, permanecer sobre ellos o cerca de ellos; conjuntamente con esto, han tenido que modificar también sus ciclos de vida, reduciendo o suprimiendo varios de sus estadios, sobre todo aquellos que en un momento dado pueden encontrarse desprotegidos o expuestos a algún peligro; esto ha traído consigo cambios en el mecanismo para dar nacimiento a su prole. Muchas de las especies ya no son ovíparas (que ponen huevos), que era su condición inicial, sino que se han vuelto ovovivíparas (que ponen huevos, pero con un embrión ya formado adentro, próximo a nacer) y sobre todo vivíparas (que dan nacimentos a organismos ya formados); pueden encontrarse en estado de larva, de ninfa o hasta de adulto en el momento de nacer. Volviendo a las especies de piemótidos antes mencionadas, aparte de su parasitoidismo, son interesantes también por las alteraciones que muestran en su comportamiento. La hembra virgen, recién nacida, es sumamente pequeña, mide alrededor de 200 a 300 micrones; su cuerpo, poco esclerosado, tiene una forma más o menos romboidal, con el extremo posterior adelgazándose hacia atrás, que termina redondeado; algunas de sus membranas intersegmentales en la mitad posterior del cuerpo se encuentran plegadas, lo que permite la distensión. Apenas nace, la hembra es fecundada por el macho que generalmente es más pequeño y más ancho, con patas robustas, que le permiten sujetar a la hembra durante el acto sexual. Si cuando nace la hembra no encuentra a ningún macho, se queda esperando sobre el cuerpo de su madre a que aparezca alguno; en caso de no aparecer, esta hembra virgen podrá
reproducirse partenogenéticamente, dando nacimiento a puros machos; esto en caso de que logre sobrevivir algunos días. Por su parte, las hembras que han sido fecundadas se disponen a buscar nuevos insectos para continuar su ciclo. En las especies que viven en las galerías hechas por los descortezadores y que se alimentan de los huevos y las larvas de estos escarabajos, las hembras de los piemótidos aprovechan los insectos adultos para ser transportadas foréticamente a otras galerías. Según algunos autores, el aspecto de estas hembras foréticas es diferente al de las normales. En una u otra forma, la hembra se fija finalmente a su insecto huésped y empieza a alimentarse de él; al cabo de pocos minutos o de algunas horas, el insecto queda paralizado y después de algunos días, muere. Debido al alimento ingerido y al desarrollo simultáneo de los huevos, la parte posterior del cuerpo del ácaro empieza a abultarse cada vez más, desdoblándose con ello los pliegues intersegmentales; al cabo de unos 10 días se ve como una bolita blanquecina, de tamaño completamente desproporcionado al cuerpo, y llega a alcanzar hasta 2 mm de diámetro. A la capacidad de distender esta parte de su organismo se le llama fisogastria. En este caso, los estados de larva y ninfa han sido suprimidos, dando nacimiento directamente a los adultos. De una hembra pueden emerger desde unos cuantos hasta cerca de 300 individuos. Esto muchas veces depende del número de ácaros que estén atacando al huésped, pues cuando son muchos el número de descendiente será menor. Los primeros en nacer suelen ser los machos, que siempre son en mucho menor número que las hembras; mientras éstas aparecen, los machos caminan sobre el cuerpo distendido de su madre, picando y succionando substancias de la bolita de vez en cuando, por lo que por un tiempo viven como ectoparásitos de su progenitora. A medida que las hembras nacen, van siendo inmediatamente fecundadas por sus hermanos, que ansiosos por hacerlo las ayudan a salir del cuerpo de la madre; tanto ésta como los machos mueren poco después y las hembras se dedican a buscar un nuevo huésped. Hay ocasiones en que la madre muere antes de que su prole acabe de nacer; sin embargo, cabe hacer notar que los nacimientos se continúan normalmente. Algunas especies de piemótidos son muy abundantes en los graneros, donde atacan a muy diversos insectos, pero de preferencia a especies de mariposas; cuando son muy numerosos, pueden infestar en masa 100 o 200 individuos una sola oruga. En este sentido, se les puede considerar benéficos, puesto que ayudan a controlar estas plagas; pero por otro lado, cuando los granjeros manejan los granos y meten las manos entre ellos, son infestados por estos ácaros que, al inyectarle sus toxinas (en este caso sí atacan al hombre), les producen graves lesiones en la piel, con intenso prurito y gran irritación; en personas sensibles a esta toxina la dermatitis se acompaña de asma, fiebre, náusea, fuerte dolor de cabeza y otros síntomas. Pueden presentarse también infecciones bacterianas secundarias que complican más el cuadro clínico. Este padecimiento es conocido en muchos países como la "comezón del granjero". Pero no es exclusivo del hombre; otros mamíferos, sobre todo los domésticos, pueden sufrir también graves molestias por causa de estos ácaros. Las aves que llegan a ingerir ácaros, junto con los granos contaminados tienen a menudo consecuencias fatales. Los insectos no necesitan ser atacados en masa para morir; un solo ácaro hembra puede matar a su insecto huésped. Como se mencionaba antes, tienen especial preferencia por las orugas de mariposa; se conocen hasta la fecha más de 30 especies de lepidópteros que han sido atacadas por estos ácaros. Con frecuencia, investigadores interesados en programas de control biológico mantienen cultivos de lepidópteros en sus laboratorios, con fines de experimentación. Cuando en alguno de estos cultivos llegan a presentarse piemótidos, la infestación crece rápidamente y acaba en poco tiempo con todos los organismos. La única forma segura de acabar con esta plaga es
quemando todo el cultivo, pues de hecho no existe ningún acaricida que no afecte en alguna forma también a los insectos huéspedes. Como se ve, los piemótidos pueden ser sumamente dañinos o rendir grandes beneficios, según como se les maneje; por ejemplo, han resultado muy efectivos para acabar con las poblaciones de hormigas agresivas, incluyendo su reina. La costumbre de aparearse entre hermanos al hombre común le resulta extraño e inconcebible; esto es, sin embargo, muy frecuente en el reino animal y, desde luego, está muy generalizado entre ciertos ácaros, que en ocasiones llegan a extremos en verdad insólitos. Tal es el caso, por ejemplo, de una especie de Adactylidium; este animal es tan extremadamente pequeño que el contenido de un huevo de tisanóptero (insecto también pequeño) va a servir de alimento a la hembra durante toda su vida, permitiendo el desarrollo de sus huevos hasta el estado adulto de los organismos; la prole casi siempre consiste de ocho hembras y un solo macho. Apenas emergen del cuerpo de su madre, las hembras buscan inmediatamente un nuevo huevo de tisanóptero, y el único macho muere poco después, sin haberse alimentado ni cruzado con alguna hembra. La razón de su existencia no aparenta estar justificada, ya que el papel fundamental de los machos entre los seres vivos, y hablando en términos generales, es ayudar a mantener la especie mediante la aportación de la mitad de los cromosomas necesarios para que se realice la recombinación genética. Ciertas especies suelen alejarse temporalmente de la sexualidad (si ése fuera el caso, la presencia del macho sale sobrando); otras lo hacen en forma definitiva, exponiéndose a desaparecer con algún cambio del medio, aunque por su particular genotipo del momento logren sostenerse durante un tiempo más o menos largo, reproduciéndose partenogenéticamente o mediante otra forma asexual. Éste, sin embargo no es el caso del ácaro Adactylidium, pues aunque al parecer no ha sucedido nada a la vista del investigador, el macho, antes de nacer, ya habrá fecundado a todas sus hermanas dentro del cuerpo de su madre. Habiendo cumplido su misión en tan corta vida, todavía le quedan fuerzas para nacer, y muere poco después.
Figura 10. Ácaros parásitos de insectos. (a) Acarophemax sp. (b) Pyemotes sp. (c) Hembra de Pyemotes sp. con la parte posterior del cuerpo muy abultada por el desarrollo interno de su prole. No sucede lo mismo con especies de otro género cercano, Acarophenax, pues en este caso el único macho copula con sus 15 o más hermanas dentro del cuerpo de la madre, pero aquí ya
no le da tiempo de nacer, muriendo en el interior. El Acarophenax se considera benéfico por algunos autores, ya que ataca a varias especies de coleópteros graminívoros. Dentro de este especial comportamiento hay muchas variantes; una de ellas se encuentra en especies del género Siteroptes; estos ácaros están implicados en daños causados a diversas gramíneas y sus granos; se conocen, asimismo, como los agentes diseminadores de un hongo patógeno para algunas plantas. Aquí también la parte posterior del cuerpo de la hembra se distiende muchísimo por la alimentación y por el desarrollo interno de sus hijos hasta la etapa adulta. En ocasiones, de esta esfera materna llegan a salirse antes de tiempo alguna larva, alguna ninfa y hasta algún macho; pero llegado el momento, hay un nacimiento en masa al reventarse el cuerpo de la madre. Por regla general hay muy pocos machos, pero por lo menos uno; cuando son varios, pueden ser heteromórficos, o sea de aspecto diferente. El apareamiento tiene lugar dentro del cuerpo de la hembra antes de nacer, o fuera, después de reventar la esfera. Sin embargo, son tantas las hembras que no todas alcanzan a ser fecundadas, a pesar de que los machos tienen una vitalidad enorme en este sentido, y puede llegar a copular cada uno de ellos hasta con más de 50 de sus hermanas. Algunas de las que permanecen vírgenes logran reproducirse partenogenéticamente, dando origen a puros machos. Éstos son algunos de los ejemplos más conocidos y mejor estudiados por diversos investigadores; sin embargo, el lector se asombraría de la gran variedad de casos diferentes y modalidades que existen en la naturaleza. Realmente, en el campo de los seres vivos, no pueden establecerse estereotipos definidos en cuanto a forma, función y comportamiento, pues la materia viva es tan dúctil y flexible que, por la casualidad o por la necesidad, es capaz de moldearse y comportarse de la manera más increíble e insospechable durante el largo curso de su evolución.
XII. TESTIGOS DE CARGO
EN VARIAS regiones de la República Mexicana y en ciertas épocas del año los habitantes sufren dermatosis muy severas, causadas por el ataque de ácaros sumamente pequeños, difíciles de distinguir a simple vista y que son diferentes al conocido pinolillo o larvas de garrapatas que con frecuencia invaden los campos y los potreros. En este caso se trata de un grupo completamente distinto de ácaros pertenecientes a la familia Trombiculidae, notables por vivir como parásitos obligados, sólo en su estado larval. Las otras etapas de su ciclo de vida, ninfa y adulto, son libres y de hábitos depredadores. En esa primera etapa de su desarrollo pueden parasitar cualquier clase de vertebrado terrestre, incluso al hombre. La consecuencia de ese parasitismo se traduce en dermatitis más o menos serias, con intenso prurito y grandes molestias para los huéspedes. La importancia de estas larvas y su interés por conocerlas aumentó grandemente cuando se comprobó que en algunas regiones de la Tierra, como en el sureste de Asia, norte de Australia y las islas que quedan entre ellas, desempeñaban el papel de vectores de gérmenes, causa de una muy grave rickettsiasis o especie de tifo, que se conoce con el nombre de "enfermedad del tsutsugamushi", "scrub typhus" o "fiebre fluvial del Japón". Desde entonces, numerosos investigadores de muchos países, pero sobre todo de Japón, Estados Unidos, Australia e Inglaterra, abordaron el problema de su estudio. Los trombicúlidos están ampliamente distribuidos en todas las regiones del planeta, pero aunque en la actualidad se conoce una gran cantidad de especies diferentes, hasta cierto punto son pocas las que constituyen plagas molestas para el hombre; éstas, sin embargo, dondequiera que se encuentren, son lo suficientemente notables por los trastornos que originan como para haber sido designadas con nombres especiales. Tal es el caso de los antiguos pobladores de estas tierras (de México), que las conocían bien, refiriéndose a ellas con el nombre náhuatl de tlalzáhuatl, derivado de tlalli = tierra, y záhuatl = sarna, o sea sarna que viene de la tierra; con el vocablo záhuatl, que combinaban con otras muchas palabras, indicaban las afecciones cutáneas que les producían intenso prurito, erupción e inflamación, acompañadas de pápulas, ronchas, vesículas o pústulas; por esta razón, los médicos españoles relacionaron esta palabra con la voz española de sarna, aunque en éste, como en otros muchos casos, no se trate de la verdadera sarna o escabiasis, clínicamente hablando. El nombre de tlalzahuate ha llegado hasta nuestros días y se sigue empleando en numerosas poblaciones del país, sobre todo en el estado de Puebla. Se les conoce también con otras denominaciones comunes como aradores y coloradillas, no sólo en México sino en varios países de Latinoamérica. Existen también designaciones locales como baiburín en Sonora, chek'ech en Yucatán, güinas en Nayarit, etcétera. Estos ácaros son sobre todo interesantes por las peculiaridades tan notables y complejas que muestran en su comportamiento y biología, algunas de las cuales son realmente únicas en el reino animal. Aunque se encuentran en todos los continentes, las diferentes especies se comportan de manera distinta en cada uno de ellos; así, en Sudáfrica no se conoce que ataquen al hombre;
en cambio, en Europa y en América pueden parasitarlo y causarle dermatitis más o menos serias; por último, en la región oriental y austromalaya no sólo lo infestan y pueden causarle dermatitis, sino que además pueden transmitirle los agentes causales de una grave rickettsiasis. Existe también una variación en cuanto al comportamiento en el nivel de especie, pues las hay que ni pican al hombre ni son capaces de portar el germen patógeno; otras, pueden parasitarlo, pero no llevan los gérmenes; otras más, actúan como vectoras de los microorganismos, pero no atacan al hombre y, finalmente, aquellas que no sólo lo pican sino que le transmiten las rickettsias.
Figura 11. Ejemplos de coloradillas ( familia tromboculidae). (a) whartonacarus nativitatis Hoffmann. (b) Eutrombicula alfreddugesi ( oudemans), el "tlalzahuate". La forma de transmitir estos microorganismos difiere también de la de otros artrópodos debido al particular ciclo de vida de estos animales que, como ya se indicó, presentan una etapa de parasitismo obligado transitorio, que es la larval, pasan luego a los estados de vida libre que son el ninfal y el adulto. Durante toda su vida la larva no toma más que una sola alimentación, de un solo huésped, que es cuando puede infectarse de éste; después, para que la transmisión de las rickettsias a otro huésped pueda ser efectiva, la larva infectada necesitará completar su ciclo biológico, pasando por los estados libres de ninfa y adulto, llevar a cabo la fecundación, luego la oviposición y producir una nueva generación de larvas, para que éstas, sólo entonces, puedan transmitir los gérmenes a otros huéspedes vertebrados. Se ha demostrado plenamente que las rickettsias pasan de la larva a la ninfa, de ésta al adulto, y luego de la hembra adulta a los hijos, a través de los óvulos, es decir, se trata de una infección tanto transestadial como transovular. En México, afortunadamente, los trombicúlidos no transmiten este tipo de gérmenes patógenos, hasta donde se sabe; sin embargo, tres de las poco más de 200 especies que se conocen en el país pueden ocasionar serias dermatitis a los humanos. La sintomatología de este padecimiento puede variar mucho, de acuerdo con el grado de sensibilidad del individuo atacado y de la especie de coloradilla involucrada; algunas personas, que aparentemente son la minoría, no presentan reacción alguna por la picadura de estos ácaros; otras, en cambio, son poco, mediana o sumamente susceptibles a su presencia; la reacción fundamental es de tipo alérgico. En la ciudad de México se han presentado en diversas ocasiones casos de extrema sensibilidad a la especie Euschoengastia nunezi (Hoffmann), que en condiciones normales infesta al pavo silvestre. Las lesiones que este ácaro provoca son mucho más
intensas que las de las otras dos especies que en este país atacan al hombre. La más común es la Eutrombicula alfreddugesi (Oudemans), el verdadero tlalzahuate que invade los campos y forma plagas muy molestas; su presencia es más o menos constante durante todo el año en ciertas regiones del país, principalmente en los estados de Puebla y Oaxaca; sin embargo, es mucho más abundante durante la época de lluvias y decrece en número en la época seca, sobre todo durante el invierno, aunque no llega a desaparecer completamente. Esta especie tiene un amplio rango de huéspedes, pero muestran especial preferencia por las lagartijas. Mucho menos frecuente es la especie Eutrombicula batatas (Linneo), que también parasita muchos animales, pero preferentemente ciertas aves. Estas dos especies de Eutrombicula ocasionan también serias dermatosis en el hombre, aunque de menor intensidad que la primera señalada. Una de las causas del malestar local que estos ácaros originan es una estructura de aspecto tubular, sumamente pequeña, llamada estilostoma, que aparece en los tejidos del huésped justo en el sitio donde la larva se fija a la piel por medio de sus quelíceros para poder nutrirse y que durante mucho tiempo tuvo intrigados a numerosos investigadores. Después de varias interpretaciones pudo finalmente comprobarse que el estilostoma es un producto del parásito cuya función, más que química, es de tipo mecánico, facilitando la ingestión de los componentes celulares durante el proceso de la alimentación. Se va formando por la inyección de una secreción de rápido endurecimiento, transformándose gradualmente en un tubo alimentador, a través del cual el ácaro vierte la saliva con enzimas de acción histolítica, para después efectuar la succión del líquido tisular y de los elementos celulares de los tejidos, todo parcialmente digerido. Esta materia que se ingiere pasa primero a la cavidad bucal del ácaro y más tarde al tracto digestivo, donde se completa la digestión del alimento. Otra función del estilostoma es asegurar la fijación del ácaro a la piel del huésped al sellar la abertura en el lugar de penetración, lo que facilita también la fluidez del líquido nutritivo que se va succionando. Cuando las pequeñas larvas invaden a una persona, ésta por lo pronto no se da cuenta y tampoco siente sus picaduras debido al líquido anestésico que los ácaros inyectan con la saliva. Después de dos a 20 horas de haber introducido sus quelíceros en la piel de la víctima, empiezan a aparecer pequeñas vesículas, sumamente rojas, acompañadas de intenso prurito. Tanto la comezón como el enrojecimiento de la piel pueden persistir por varias semanas, dependiendo esto de la sensibilidad del individuo y del tratamiento que se siga. En personas muy susceptibles es frecuente que se presente fiebre. Pueden aparecer complicaciones más graves debidas a infecciones secundarias, que se originan cuando se rasca la lesión con manos sucias. El tiempo que la larva tarda en llenarse varía de tres a 10 horas en el hombre, después de lo cual se desprende, cayendo al suelo. Para fijarse, seleccionan las partes más blandas del cuerpo, o donde la piel es delgada y arrugada; tienen especial predilección por la cintura, donde el cinturón hace presión sobre la piel; de igual manera, se les suele encontrar en el pubis, en las ingles y en las axilas; cuando son muy numerosas, pueden invadir todo el cuerpo. Las especies que ocasionan este tipo de dermatitis son generalmente las mismas que forman grandes plagas en los campos y que no son muy específicas en la selección de sus huéspedes; el hombre, sin embargo, no debe considerarse más que huésped ocasional o accidental, al cual se fijan cuando no tienen oportunidad de encontrar a alguno de sus huéspedes habituales; a éstos, curiosamente, casi nunca les ocasionan dermatitis, sobre todo si se trata de reptiles, los que al parecer ni siquiera notan la presencia de los ácaros. El ciclo de vida de los trombicúlidos se compone de siete etapas diferentes: huevo, prelarva,
larva, protoninfa, deutoninfa, tritoninfa y adulto. Las fases de prelarva, protoninfa y tritoninfa son estados quiescentes, en que el ácaro permanece inmóvil mientras sufre grandes cambios histoanatómicos en su interior; estas etapas las pasa siempre en el suelo. Las otras fases de larva, deutoninfa y adulto, son en cambio estados activos, durante los cuales el animal se dedica a buscar su alimento, que ingiere con gran voracidad, sea como parásito en su estado larval, sea como depredador en sus etapas de deutoninfa y adulto. En este último periodo de su vida se lleva a cabo la fecundación y poco después la hembra efectúa la oviposición. Los huevos suelen ser depositados en sitios favorables para su desenvolvimiento posembrionario, cerca de corrientes o depósitos de agua, ya que la humedad es fundamental para su desarrollo. Como los factores favorables para su vida están generalmente limitados a ciertas regiones, que bien pueden ser estrechas, en estos lugares aparecen las larvas en cantidades enormes, al grado que pueden dar un aspecto rojizo al medio. Estas agrupaciones en masa de las formas juveniles se desbaratan tarde o temprano, ya que las larvas se encaminan a su vida parásita y se fijan al primer huésped que tengan oportunidad de alcanzar. Pero, antes de que esto suceda, pueden reconocerse dos fases en el comportamiento de las larvas en ayunas: 1) El estado tranquilo o de reposo, que es cuando el huésped se encuentra ausente. 2) El estado agitado, que se produce al percibir el acercamiento de un posible huésped. En la primera fase permanecen quietas en las cercanías del suelo por un tiempo más o menos largo, que puede prolongarse por meses. En esta etapa tienden a formar agrupaciones, para lo cual las sedas del cuerpo parecen tener un importante papel; así, se amontonan en la superficie sombreada de algunos objetos pequeños, o en agujeros de la tierra, o debajo de hojas caídas, en donde el medio es más húmedo, huyendo de la luz directa; en esta forma se protegen de la desecación y no consumen energía. Esta agrupación formada por larvas en ayunas es sumamente estable y no se rompe con nada, a menos que los ácaros se exciten con un estímulo efectivo, como es la presencia de un huésped, cuyo acercamiento tienen la capacidad de poder reconocer gracias al CO2 que exhala durante la respiración. Cuando un huésped aparece en los alrededores se inicia la segunda fase; las larvas empiezan a moverse repentinamente y a subir con gran agilidad a la punta de todos los objetos cercanos, con el fin de no perder la ocasión de agarrarse al huésped, en caso de que éste pase rozando las plantas donde se encuentran. De esta manera, aparecen de pronto manchas rojizas o anaranjadas sobre rocas, hojas, ramas o tallos de plantas, césped, etc., formadas por multitud de ácaros que se mueven rápidamente. Una vez que el huésped se retira, las larvas que no lograron sujetarse a él permanecen todavía activas durante unos 20 o 30 minutos más, regresando después a su inactividad anterior. Las larvas que logran subirse a un animal inician su etapa de parásitos. Las diferentes especies de trombicúlidos que se conocen y que son alrededor de 3 500 en el mundo, son capaces de parasitar a prácticamente todos los vertebrados terrestres; sin embargo, casi todas son específicas en la selección de su huésped, o sea que son estenoxenas; son relativamente pocas las enrixenas, es decir, las que incluyen una variedad grande de huéspedes para alimentarse; pero aun estas muestran siempre preferencia por algún grupo. Muchas son exclusivamente parásitas de grupos de vertebrados como murciélagos, roedores, lagomorfos, etc., o ranas y sapos, lagartijas y ciertas aves. Ya se dijo que en el caso del hombre se trata de un parasitismo accidental, ya que tan sólo sucede en ausencia de sus huéspedes habituales.
Un hecho extraordinario es que estos ácaros son capaces de seleccionar un determinado sitio del cuerpo para fijarse, que puede variar de acuerdo con el huésped de que se trate; así, ciertas especies se van a encontrar siempre en las orejas, otras en las alas, otras debajo de escamas, otras en la cola, cerca del ano, etcétera. La larva puede permanecer alimentándose de su huésped, desde unas cuatro horas más o menos hasta varios meses; sin embargo, es raro que la alimentación dure menos de un día o más de un mes, salvo casos especiales como en el género Hannemania. Por lo regular, las larvas se repletan entre los 3 y los 10 días, si sus huéspedes son mamíferos o aves, y entre 20 y 50 días si son reptiles; en el caso de los batracios, tardan generalmente un poco más. Todo esto depende de varios factores como la temperatura, la especie de ácaro, la especie de huésped, etcétera. La mayor parte de las larvas de trombicúlidos viven como ectoparásitos, es decir, introducen sus quelíceros dentro de la piel de su huésped para poder alimentarse, pero todo el resto de su cuerpo permanece afuera. Hay, sin embargo, algunos géneros y especies que han avanzado un grado más en el parasitismo y viven como endoparásitos. En términos generales, se conocen dos tipos diferentes de endoparasitismo: 1) El dérmico, en cuyo caso las larvas se introducen debajo de la piel en diversas regiones del cuerpo de su huésped. Un caso muy frecuente en México es el del género Hannemania, cuyas numerosas especies se introducen por debajo de la piel de gran cantidad de sapos y ranas; por fuera se ven como pequeñas excrecencias de 1 mm de diámetro. En estos casos, el tiempo de alimentación de las larvas suele prolongarse durante mucho tiempo; algunas especies han tardado hasta seis meses en salir de su excavación, para continuar después normalmente su ciclo de vida en el exterior. 2) El intranasal, constituido por aquellas especies que viven en las fosas nasales de diversos animales, como murciélagos, roedores, aves, etcétera. Cuando el huésped muere, las larvas se desprenden y abandonan su cuerpo y continúan en forma normal su ciclo de vida; pero no lo abandonan con la rapidez con que lo hacen otros ectoparásitos, como pulgas y otras especies de ácaros, sino que esto dependerá de la cantidad de alimento que hayan ingerido, pues si las larvas no están completamente llenas en el momento de morir su huésped continuarán succionando los jugos y elementos celulares hasta repletarse y no será sino hasta entonces cuando se desprendan. En algunas ocasiones se han llegado a encontrar todavía fijas, después de tres días de haber muerto su huésped. Una vez que la larva ha terminado de alimentarse y se ha desprendido, cae al suelo y comienza su etapa posparásita. Durante algún tiempo, esta larva repleta, que por lo mismo ha aumentado mucho de tamaño, queda inerte, y sus movimientos son bastante lentos y pesados; así permanece durante uno o varios días, que pueden ser 15 o más, sobre la superficie del suelo. Por último, se entierra, se vuelve quiescente y comienza su metamorfosis para transformarse en ninfa. Ya se indicó que tanto las ninfas como los adultos son de vida libre y de hábitos depredadores. Se alimentan de gran variedad de huevecillos y estados inmaduros de otros artrópodos, principalmente insectos; uno de sus manjares favoritos son los colémbolos, que siempre conviven con ellos. Cuando el alimento es escaso o no lo hay, se vuelven de hábitos caníbales, y se comen entre sí o devoran los propios huevecillos y estados larvales. Son sumamente voraces.
Gran parte de su vida la pasan enterrados, pero cuando salen se les puede encontrar en el suelo de campos abiertos y praderas, en la tierra húmeda, debajo de hojas caídas o en huecos, grietas o aberturas del suelo o en la base del césped denso y corto u otra vegetación herbácea, donde encuentran la humedad necesaria para vivir; a veces se les localiza en nidos de pequeños mamíferos o entre la madera podrida. En las mañanas y tardes, cuando la luz del Sol no es directa, las ninfas y los adultos suelen caminar cerca del pasto, sin protección alguna. En la noche permanecen quietos y forman frecuentemente grupos de cinco o seis ejemplares, que se esconden en los huecos protectores del suelo. La reproducción de los trombicúlidos se efectúa por medio de espermatóforos o saquitos llenos de esperma y su comportamiento sexual es por demás interesante. Cuando el macho va a depositar un espermatóforo deja de caminar, baja su cuerpo hasta que las placas genitales quedan en contacto con el suelo, dejando salir una pequeña masa dúctil que queda pegada al sustrato y que consiste de un filamento central alargado, flexible y otros dos laterales, en cuyos ápices se encuentra el saco espermático, de forma esférica; ambos son translúcidos y blanquecinos. Todo esto sucede en unos cuantos segundos, pudiendo repetirse a intervalos de dos a tres minutos. Lipovsky, Byers y Kardos (1957), que son los investigadores que estudiaron con detalle todo este proceso, citan el caso extraordinario de un macho que depositó 520 espermatóforos en 34 días; sin embargo, esto es una excepción, pues normalmente depositan de 1 a 10 en 24 horas. Cuando una hembra virgen encuentra uno de estos espermatóforos, lo examina primero con los tarsos de las patas anteriores, y a veces con las partes bucales, durante unos segundos. Si está en condiciones de recibirlo, eleva su cuerpo, sitúa su abertura genital con las placas genitales bien separadas, por encima del espermatóforo; enseguida baja su cuerpo, hasta tocar el saco del esperma, al cual succiona, cerrándose después las placas genitales y el saco queda adentro y el filamento afuera. Todo esto pasa también en unos cuantos segundos. La hembra se normaliza en su posición, sufre durante corto tiempo expansiones y contracciones de su cuerpo, al cabo de las cuales continúa tranquilamente su camino. Puede aceptar varios espermatóforos, con intervalos de algunos minutos. Es curioso el hecho de que la presencia del macho no sea necesaria para la inseminación de la hembra, y viceversa, la hembra no necesita estar presente para que el macho deposite los espermatóforos en el suelo. El reconocimiento de éstos por las hembras seguramente es a través de ciertas substancias químicas, llamadas feromonas que, como en todos los animales, son secretadas por glándulas de secreción exocrina. En las especies que se han estudiado se ha visto que la oviposición tiene lugar desde 7 hasta 30 días después de emerger el adulto, cuando las condiciones del medio son favorables. Las hembras continúan poniendo huevos durante varios meses, podría decirse que todo el tiempo que dura su vida, la que se calcula en un año aproximadamente; claro está que todo esto dependerá, entre otras cosas, de los factores climáticos, como temperatura, humedad, etc. La cantidad de huevos que una hembra pone al día varía desde uno hasta 20, habiendo mayor producción en las primeras semanas. Entre una y otra oviposición, las hembras dejan intervalos de uno a varios días. La mayor parte de las especies depositan sus huevos aisladamente y a medida que la hembra los pone los va escondiendo también en hendeduras o huecos que encuentra a su paso; durante la noche suelen también transportarlos a escondites más seguros. En el boletín Vector Ecology Newsletter, de septiembre de 1983, se publicó un artículo por demás curioso sobre un grupo de científicos del estado de California, EUA, que participaron en la investigación forense de un homicidio perpetuado en el condado de Ventura; estos
ácaros tuvieron un papel preponderante en la resolución del caso. Detectives del departamento del alguacil del condado de Ventura, con ayuda de 20 miembros del grupo de rescate, habían localizado en el campo el cuerpo de un hombre asesinado y habían, asimismo, aprehendido a un sospechoso. Como cosa notable, todas las personas que habían participado en la búsqueda de la víctima, así como el sospechoso, presentaban lesiones cutáneas de aspecto característico; uno de los sargentos que formaba parte de la comisión y que había sufrido lesiones semejantes en el pasado, sugirió que se podía tratar de picaduras hechas por larvas de trombicúlidos, aunque esto parecía raro, pues en California son poco frecuentes los casos de infestaciones humanas por este tipo de ácaros. Para poder dilucidar el problema, se solicitó la ayuda de los servicios de salud pública, quienes mandaron a un grupo de especialistas que, bajo la dirección del doctor James P. Webb, conocido acarólogo, investigaron durante dos días el área en cuestión, pudiendo comprobar que justo en el sitio donde había tenido lugar el crimen abundaban larvas de trombicúlidos en ayunas y ávidas por alimentarse de un huésped. Lagartijas y roedores capturados en esa zona también estaban invadidos por estos ácaros. Ya en el laboratorio y bajo el microscopio, se pudo determinar que pertenecían a la especie Eutrombicula belkini Gould, bien conocida en varios sitios de los Estados Unidos por sus ataques al hombre. Se comprobó, además, que estas larvas recién nacidas estaban concentradas en una zona relativamente angosta, delimitada por un campo agrícola, por un lado, y por la vegetación de una comunidad de plantas del lugar, por el otro. En los ecotonos semejantes o diferentes de los alrededores, por fuera de la zona de alta infestación, sólo se encontró a estas larvas parasitando lagartijas. Profundizando en la investigación, quedó demostrado que los focos de grandes poblaciones de coloradillas eran muy raros en esta área y que cuando ocasionalmente dichos focos se presentaban, eran siempre pequeños; además, hábitats como el que nos ocupa eran muy escasos en los contornos de la zona. De manera que la probabilidad de existir larvas en ayunas en cantidades suficientemente grandes para infligir múltiples lesiones cutáneas a un grupo de más de 20 individuos al mismo tiempo era bastante remota, a menos que todos hubiesen penetrado al único foco de actividad de las coloradillas y durante el corto periodo de tiempo que éste dura. Por obra de la casualidad, justo en este sitio se había cometido el crimen, poco antes de llevarse a cabo la investigación, razón por la cual el asesino presentaba las mismas lesiones causadas por estos ácaros. Las evidencias recopiladas por el equipo de investigación, junto con fotografías mostrando el aspecto y el tipo de lesiones cutáneas tanto del sospechoso como de los investigadores, fueron prueba suficiente para encontrar al procesado culpable de asesinato en primer grado, siendo sentenciado a cadena perpetua, sin posibilidades de libertad condicional. El criminal nunca pudo imaginarse, ni remotamente, que estos pequeños animales pudiesen actuar, aunque indirectamente, como testigos de cargo de su deplorable acto.
XIII. ESTRATEGIA INCREÍBLE
EN EL mundo de los seres vivos se presentan fenómenos tan variados y extraordinarios que el hombre común difícilmente puede imaginar. Tan sólo el ir descubriendo la gran cantidad de estrategias que han desarrollado para protegerse de los elementos meteorológicos, para defenderse de sus enemigos naturales, para encontrar su alimento y su compañero sexual, etc., constituye uno de los más apasionantes objetivos de investigación en el campo de la biología. Todo este comportamiento representa la lucha por la existencia, la lucha por sobrevivir en un medio que puede llegar a ser muy hostil y peligroso en determinado momento, si no se poseen los elementos necesarios y se ejercen los mecanismos adecuados para superarlo. De manera que, de acuerdo con las características propias de cada especie, junto con las facultades potenciales con que la naturaleza los ha dotado a lo largo de su evolución, los organismos buscan y se adaptan a los sitios que reúnen las condiciones más adecuadas para su existencia. Estos requisitos pueden variar mucho, pues un lugar que sea favorable para algunos no lo será por fuerza para otros, de acuerdo con el tipo de alimento, los factores ambientales, la variedad y la cantidad de enemigos naturales, etc. Pero en una forma u otra, todos los hábitats y nichos ecológicos accesibles a la vida del planeta han sido ocupados por los millones de especies vegetales y animales que lo pueblan; con el tiempo y al irse adaptando a ellos, se han ido originando simultáneamente una serie de relaciones interespecíficas que, en conjunto, representan los mecanismos de regulación de las poblaciones, gracias a los cuales se logra establecer el equilibrio ecológico de las biocenosis y ecosistemas. En el presente relato, que es un ejemplo más de la lucha por la sobrevivencía, intervienen tres tipos distintos de organismos, cuya posición taxonómica es completamente diferente. Se trata, por un lado, de murciélagos, o sea mamíferos del orden Chiroptera y, por el otro, de dos artrópodos pertenecientes a entidades distintas: mariposas nocturnas que se conocen con el nombre común de palomillas, insectos del orden Lepidóptera, que sirven de alimento a muchos murciélagos y ácaros del orden Mesostigmata, que a su vez viven como parásitos de las palomillas. Las condiciones vitales y necesidades particulares de cada uno de estos tres grupos han hecho que, durante su evolución, se hayan establecido biorrelaciones muy interesantes entre ellos, como se verá a continuación. Los murciélagos aparecieron hace unos 60 millones de años y desde hace mucho lograron adaptarse a vivir en la obscuridad; son, definitivamente, animales nocturnos, que durante el día permanecen durmiendo en sus refugios y durante la noche salen a buscar su alimento, consistente, según la especie, de insectos, polen o frutos; la minoría es hematófaga. Los sitios más adecuados para su particular existencia son las cuevas, cavernas, grutas, túneles, sótanos, desvanes y buhardillas de casas viejas, conventos, monasterios y demás lugares ocultos y obscuros, donde poco o nada llega a penetrar la luz del Sol; aquí es donde estos pobres animales, tan repudiados por el hombre y sobre los cuales circulan las más horripilantes historias y leyendas, han podido encontrar el refugio apropiado para poder sobrevivir. Pero lo cierto es que la mayor parte de los murciélagos, más que dañar, brindan diversos beneficios al hombre, aparte de ser componentes importantes de los ecosistemas externos; gracias a ellos se evitan las grandes concentraciones de plagas en los cultivos agrícolas, salvándose muchas
cosechas, debido a la gran cantidad de insectos que depredan durante la noche; otros, los polinívoros, al recoger el polen que les servirá de alimento, polinizan una gran variedad de plantas, que no podrían ser fecundadas en otra forma; finalmente, los frugívoros, a través de sus heces, ayudan a la diseminación de las semillas de muchos vegetales. Otro beneficio importante que se obtiene de los murciélagos es el guano o murcielaguina, que tiene gran demanda entre los agricultores como fertilizante, muy rico en nutrimentos. De la única especie que el hombre debe cuidarse es del vampiro, Desmodus rotundus murinus, hematófago, capaz de transmitir con su mordedura el virus de la rabia, sobre todo al ganado vacuno y ocasionalmente al hombre. Esta epizootia, conocida en México como "derriengue" o "mal de caderas", ha originado grandes bajas en la economía del país debido a la muerte de muchos millares de cabezas de ganado. El aislamiento y obscuridad en que han vivido durante tanto tiempo han tenido como resultado la reducción de los ojos en la mayor parte de ellos; por eso, su sentido de la vista es muy deficiente; son muy pocas las especies que presentan ojos con visión normal. Bajo estas condiciones, es difícil poder entender cómo logran encontrar y capturar su alimento, así como librar los obstáculos durante el vuelo en la obscuridad de la noche. Sin embargo, se ha descubierto que los murciélagos han desarrollado un mecanismo maravilloso con lo cual estos problemas han sido solventados. La mayor parte se orienta por el oído y casi nada por la vista, mediante un mecanismo, que algunos denominan "radar", consistente en ultrasonidos de muy alta frecuencia que emiten por la laringe, a través de la boca o de los orificios nasales; muchos de ellos están provistos de una membrana nasal, que actúa como antena para dirigir estas ondas sonoras, pudiendo también variar la calidad de la emisión. El hombre no es capaz de percibir estos sonidos, cuya alta frecuencia alcanza hasta 8 000 ciclos por segundo. Cuando las ondas de estos sonidos chocan con algún objeto, los murciélagos tienen la capacidad de percibir la distancia y la dirección de donde proviene el eco, localizando en esta forma los insectos voladores, no sólo los de grandes dimensiones, sino también los sumamente pequeños, que les sirven de alimento y que atrapan al vuelo con una facilidad asombrosa; en esta forma evitan también chocar con cualquier objeto que se les atraviese en su camino. El eco de estos sonidos es percibido por el trago del oído, que es la porción externa del cartílago del conducto auditivo externo. Uno de los alimentos preferidos de los murciélagos insectívoros es la gran variedad de mariposas que también acostumbran volar durante la noche. Algunas de estas palomillas producen sonidos de estridulación muy finos, con lo cual se comunican entre sí, encontrándose en esta forma los sexos; pero, por desgracia para ellas, los murciélagos también son capaces de detectar estos sonidos, aprovechando esta circunstancia para localizar y capturar fácilmente sus presas. Por su parte, muchas de estas mariposas no tienen forma de percatarse de la presencia de sus depredadores, que las atrapan sin mayor problema; en cambio, otras, como especies de las familias Noctuidae, Geometridae y Arctiidae, están provistas de órganos auditivos muy sensibles, que actúan como receptores de ultrasonidos muy finos, tales como los emitidos por los murciélagos, gracias a lo cual logran evadirlos con bastante frecuencia. El par de oídos de las mariposas, conocidos como los órganos timpánicos, se encuentran uno a cada lado de la parte posterior del tórax o en la base del abdomen. Cada oído se ve como una pequeña cavidad, cubierta en parte por un pliegue del tegumento. En la abertura se observa una fina membrana cuticular, que es el tímpano, asociado a sacos aéreos; otra membrana contratimpánica actúa como resonador; existen tan sólo dos células acústicas, cuyas fibras, junto con otra proveniente de una tercera célula no auditiva, forman el nervio
timpánico, que va a comunicar con el sistema nervioso central. Tan pronto como las mariposas perciben los sonidos emitidos por los murciélagos, cambian rápidamente el curso de su vuelo, zigzaguean o vuelan en espiral, o simplemente se dejan caer al suelo, mediante el plegamiento de sus alas; en esta forma logran salirse de las sondas de ultrasonido o área de caza del murciélago, y escapan de ser devoradas. Esto lo logran cuando el murciélago se encuentra bastante retirado de ellas, pues si está muy cerca la escapatoria se dificulta mucho más y no siempre la consiguen. De cualquier manera, no deja de ser extraordinario que la vida de la mariposa dependa de tan sólo dos células auditivas en cada oído. Esta situación se complica aún más en ciertas ocasiones, cuando la palomilla queda sorda de uno de los oídos y, sin embargo, sigue reaccionando favorablemente en su escapatoria del quiróptero. Los órganos timpánicos de las mariposas con frecuencia son invadidos externamente por diversos ácaros parásitos, comensales o foréticos, pero sólo las especies del género Dicrocheles son capaces de penetrar a la cámara interna del oído, y destruir con ello todas las estructuras del órgano, incluso las células auditivas. Esto, desde luego, es muy desfavorable tanto para la vida de la mariposa como para la de sus simbiontes, pues al quedar sorda la primera no es capaz de detectar a sus depredadores y, por lo tanto, será capturada por alguno de ellos con facilidad. Seguramente que esta situación ha causado una fuerte presión de selección, favoreciendo la unilateralidad de los ácaros en el cuerpo del lepidóptero. En efecto, en la naturaleza es sumamente raro encontrar la invasión de los ácaros en los dos oídos; en la inmensa mayoría de los casos, sólo uno de los dos ha sido parasitado por estos animales; pero además, se ha demostrado plenamente que, aunque uno de estos órganos esté destruido por completo, con el oído sano las mariposas son capaces de detectar y evadir a sus depredadores, y en esta forma salvan tanto su vida como la de sus parásitos. Para poder haber llegado a este estado de cosas, el comportamiento de los ácaros por fuerza debe haber sufrido alguna modificación a lo largo de su evolución. Este tema, por demás interesante, ha sido ampliamente estudiado por Treat, investigador estadounidense, que ha dedicado gran parte de su vida a observar el comportamiento de estos ácaros, sobre todo el de la especie Dicrocheles phalaenodectes V.M., que vive como parásito en el oído de más de 70 especies de mariposas noctuidas. Sus observaciones las ha publicado en numerosos trabajos entre 1957 y 1975. El relato a continuación es un resumen de ellos. D. phalaenodectes se encuentra únicamente en América; por lo que respecta a México, hasta ahora sólo se ha colectado en la península de Baja California y en algunos estados del Norte. Cuando una hembra ovígera, que es la etapa infestante, llega a una mariposa libre de ácaros, lo primero que hace es empezar a explorar a su huésped en toda la zona que queda alrededor de los órganos auditivos, decidiéndose finalmente por uno de los dos oídos, a veces el derecho, a veces el izquierdo, para esto no hay regla; pero una vez escogido uno de ellos, regresa varias veces hasta el punto que queda en medio de los dos oídos, como si señalara el camino que deba seguir el siguiente ácaro que llegue a esta mariposa. Treat considera que la huella que deja está marcada por una feromona. Sea como fuere, la realidad es que todos los ácaros que llegan posteriormente seguirán el mismo curso, para llegar al mismo oído y no al del lado opuesto, que permanecerá libre de parásitos y conservará sus funciones auditivas normales. Al cabo de algunas horas, la hembra fundadora de la colonia se habrá llenado de hemolinfa, destruyendo tanto la membrana timpánica como la contratimpánica, así como las dos células auditivas; la palomilla queda sorda de ese oído.
Una vez alimentada, la hembra iniciará la oviposición; los huevos los pone uno detrás de otro dentro del saco aéreo timpánico, macera un poco con sus quelíceros el lugar donde los va a depositar, con intervalos de 2 o 3 horas; en total pondrá unos ocho huevos de aspecto redondeado, blanquecinos, ligeramente transparentes y brillantes. Las larvas hexápodas eclosionan al cabo de dos días más o menos, teniendo las mismas tonalidades de los huevos; después de alimentarse se transformarán en protoninfas y éstas, llegado el momento, en deutoninfas, que a su vez darán lugar a las hembras adultas. En el caso de los machos, que tan sólo constituyen 7% de la población, se suprime el estadio de deutoninfa, pasando sólo por las etapas de larva y protoninfa, las que directamente darán origen a los adultos. Los machos permanecen la mayor parte del tiempo en la sección más interna del oído; son ovalados y más pequeños que las hembras; pueden fecundar varias hembras, que en ocasiones son las mismas hermanas. Con frecuencia son atraídos por las deutoninfas, a las cuales abrazan, y permanecen así hasta que se transforman en hembras, ayudándolas incluso a desprenderse de su cubierta ninfal, después de lo cual las fecundan. La colonia puede ser mono o politélica, o sea que puede ser fundada por una o varias hembras. Pronto la descendencia forma una población de muchos individuos nuevos; pero a pesar de esta explosión del número de parásitos, no invaden el otro oído; lo que si llegan a hacer cuando la población es muy numerosa, es emigrar a otros sitios del tórax, del cuello o de la cabeza de la palomilla, donde también pueden alimentarse; es éste un momento propicio para buscar nuevos huéspedes. Gran parte de la población sigue, sin embargo, residiendo en el oído. El cúmulo de materias fecales y exuvias o mudas de los diferentes individuos no afecta a dicha población, ya que este material de desecho se deposita en sitios donde no estorbe, como pueden ser las sedas de la periferia o en la parte interna de la cavidad contratimpánica; el conjunto forma una masa café anaranjada, que a veces llega a cubrir la cavidad, y puede hincharse con la humedad del medio, o contraerse y endurecerse en lugares secos. A veces se desarrollan hongos sobre esta masa; pueden entonces dañar a los ácaros, cuya población disminuye. Cuando la colonia está ya perfectamente establecida en el oído, las hembras nuevas que lleguen encontrarán fuerte resistencia por parte de sus habitantes, y finalmente serán rechazadas o aceptadas, después de una o dos horas de defensa del territorio, declinando entonces esta resistencia. En ocasiones, estas hembras nuevas logran penetrar por la retaguardia, o sea, por el orificio externo de la cavidad contratimpánica. Durante el vuelo de la palomilla en la noche los ácaros suelen bajarse por el cuello y la cabeza, hasta la proboscis y palpos de la mariposa, separándose de ella, para quedar en el pasto u otras plantas, sobre todo flores odoríferas; estos ácaros son fuertemente atraídos por el olor de ciertas flores y frutos; en estos sitios es donde efectúan el intercambio de huéspedes; esperan con paciencia la llegada de una nueva mariposa que visite la flor para abordarla y continuar normalmente su vida. No cabe duda que la naturaleza todavía guarda muchos secretos jamás imaginados por el hombre; muchos se han ido descubriendo poco a poco, confirmando cada vez más lo perfecto e insuperable de los modelos naturales. Los ejemplos presentados verifican nuevamente las capacidades potenciales de las especies por el afán de sobrevivir, desarrollando estrategias increíbles a nuestros ojos, como las que aquí se han relatado.
COLOFÓN
Este libro se terminó de imprimir y encuadernar en el mes de diciembre de 1996 en Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. (IEPSA), Calz. de San Lorenzo, 244, 09830 México, D.F. Se tiraron 2000 ejemplares. La ciencia desde México es coordinada editorialmente por MARCO ANTONIO PULIDO Y MARÍA DEL CARMEN FARÍAS
CONTRAPORTADA
Verdaderos animales desconocidos son los ácaros, que forman parte del grupo más antiguo y numeroso, los artrópodos, que ha existido desde que apareció la vida sobre la Tierra. Se les califica de desconocidos porque, aunque, los científicos han calculado que existe más de un millón de especies, que tienen comportamientos muy diversos y habitan en los lugares más insólitos, es poco lo que se sabe sobre su biología. Esto se debe seguramente a su tamaño: muchos de ellos son microscópicos y las formas más grandes son las garrapatas que, repletas de la sangre ingerida de los animales que parasitan, llegan a medir 3 cm de longitud. El promedio de los ácaros mide entre .5 y 2 mm. Los más conocidos son, en consecuencia, los que se han constituido en plagas para el hombre y sus animales domésticos y que en México reciben el nombre de "pinolillo", "corucos", "conchudas" y "turicatas", denominación ésta última que ganó ya relieve literario, pues aparece en uno de los pasajes más complejos —y bellos— de la novela Pedro Páramo de Juan Rulfo. Dotados de una capacidad infinita de adaptación, los ácaros se encuentran distribuidos por todo el mundo y en todos los medios conocidos. Así, hay especies terrestres y acuáticas; las hay que habitan a más de 5 000 m de altura o en los abismos marinos; otras resisten las altas temperaturas de los manantiales termales o las heladas aguas de los mares árticos. Sin embargo, los sitios más poblados de ácaros son las zonas cubiertas de musgo y la hojarasca revuelta con tierra suelta de bosques y praderas, donde constituyen del 70 al 90% de la población del suelo. Se ha mencionado ya también a las capacitadas para vivir como parásitos del hombre y los animales e incluso de los insectos. "En México —apunta el doctor Juan Luis Cifuentes en el Prólogo—, la doctora Anita Hoffmann, profesora titular de tiempo completo de la Facultad de Ciencias de la UNAM, investigadora brillante de tenaz voluntad, maestra auténtica y persona de carácter estricto pero bondadoso, inició el estudio de este maravilloso grupo de animales al crear, en 1965, el Laboratorio de Acarología de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional. Posteriormente, en 1973, fundó el Laboratorio de Acarología de la Facultad de Ciencias de la UNAM, en donde ha formado un grupo de colaboradores de alto nivel académico." Quién mejor, entonces, que la doctora Hoffmann para contar las maravillas de estos diminutos animales. Además de mostrar su profundo conocimiento del tema, la autora comunica sus conocimientos, de manera muy clara, y a la vez entretenida sobre estos "animales desconocidos" con los que el hombre tiene contacto diario aun sin saberlo.